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DERECHO CONSTITUCIONAL II

LECCIÓN IX. LOS DERECHOS PERSONALES.


1. EL DERECHO A LA VIDA Y A LA INTEGRIDAD FÍSICA.
Artículo 15 CE ‘‘todos tienen derecho a la vida’’ prohíbe él mismo la pena de muerte ‘‘salvo lo que puedan disponer las leyes
penales para tiempos de guerra’’.
Aunque en el pasado los poderes públicos españoles vulneraron este derecho, en la actualidad el mayor riesgo proviene de los particulares y la
forma tradicional que tiene el ordenamiento jurídico de prevenirlo es mediante la tipificación como delito en el Código Penal de las conductas
atentatorias contra el derecho a la vida: homicidio, asesinato, el auxilio al suicido etc.
El Estado español ha reaccionado a las nuevas posibilidades de atentar contra la vida humana que permiten los avances científicos mediante la
manipulación genética (art. 159-162 CP) y la ratificación de diversos convenios internacionales, como el Convenio Europeo para la
Protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con respecto a las Aplicaciones de la Biología y la Medicina de 4 de abril de 1997 y su
Protocolo Adicional de 12 de enero de 1998 por el que se prohíbe la clonación de seres Humanos. El art 3.2 de la CDFUE ordena que la medicina tiene

prohibido las prácticas que busquen la selección de personas, el tráfico de órganos y la clonación de seres humanos.
En la tipificación penal de algunos de estos supuestos de ataque a la vida han surgido controversias jurídicas sobre la cobertura del art. 15 CE,
como es el caso de:
• Penalización del aborto: En 1985 se despenalizó en tres supuestos:
o Cuando existan graves daños en el feto. (eugenésico)
o Cuando exista riesgo grave para la madre. (terapéutico)
o Cuando el embarazo sea producto de una violación. (criminológico)
La ley orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, cambia la
consideración del aborto como un delito, para considerarlo un derecho de la mujer a interrumpir su embarazo dentro de las primeras 14
semanas; incluso más allá de ese plazo, la ley admite que puedan realizarse abortos por tres causas médicas y solo se penaliza en casos
extraordinarios.
• La eutanasia activa. Aunque la libertad personal supone que no se penaliza a quien ponga fin a su vida, no hay un derecho a que las
autoridades colaboren con ese fin; Algunos nuevos estatutos han venido a reconocer el derecho a recibir un adecuado tratamiento
del dolor cuidados paliativos integrales y a la plena dignidad en el proceso de su muerte. Derecho que es plenamente constitucional,
sin que necesariamente se implique con ello el derecho a la muerte asistida o eutanasia (art. 15 CE)
El parlamento andaluz fue el primero en desarrollar el mandato de su Estatuto con la Ley 2/2010, de 8 de abril, de Derechos y garantías de la
dignidad de la persona en el proceso de la muerte.
Si el ordenamiento español autoriza a un paciente que abandone un tratamiento médico, lo que no permite es que un tercero administre a un
paciente sustancias para acabar con su vida, ni cualquier otra forma de eutanasia activa, que siempre es penada como cooperación al suicidio,
aunque con una pena inferior en grado si consta la petición expresa de un enfermo incurable con graves padecimientos (art. 143.4 CP).
El artículo 15 CE garantiza también el derecho a la integridad física y/o moral, prohibiendo la tortura, los tratos inhumanos y los degradantes,
incluyéndose en los artículos 173 – 176 CP.
• Una pena de prisión no es por sí degradante y solo alcanza tal categoría si acarrea un sufrimiento de especial intensidad o provoca
una humillación ‘‘que alcance un nivel distinto y superior al que suele llevar aparejada la imposición de la condena’’.
• Tampoco viola la integridad física ni es un trato degradante la esterilización de deficientes psíquicos a petición de su representante
legal y previa autorización judicial, tal y como permite el artículo 156 CP.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha precisado que un Estado no solo viola la integridad física de una persona cuando uno de sus
funcionarios lo somete a tortura, sino que también lo hace cuando no investiga suficientemente una denuncia de este tipo que tenga ciertos
visos de verosimilitud, especialmente si la policía hubiera tenido incomunicado al denunciante porque se trata de una “situación de
vulnerabilidad” que obliga a los jueces a “una detenida y efectiva investigación acerca de las alegaciones argumentadas del demandante”.
2. LA LIBERTAD PERSONAL.
Entendemos por libertad personal la facultad natural de la persona para obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es
responsable de sus actos. Como derecho fundamental, implica la prohibición a los poderes públicos para adoptar medidas arbitrarias e ilegales
que restrinjan o amenacen la libertad de toda persona de organizar en algún momento y lugar. Sin embargo, no tiene su grado de absoluta
protección porque los poderes públicos si pueden privar a los ciudadanos de su libertad en los casos y en la forma prevista en la ley (art. 17.1
CE).
A. La detención.
La detención preventiva se realiza por el tiempo estrictamente necesario para la realización de las averiguaciones de los hechos delictivos, con
un plazo máximo de 72 horas, ampliable otras 72 horas en caso de terrorismo. Transcurrido ese plazo el detenido deberá ser puesto en
libertad o disposición de la autoridad judicial (art. 17.2 CE)
• Además de la detención gubernativa, los jueces también pueden ordenar detenciones, en esta detención el plazo para que el juez
dicte un nuevo auto ordenando la libertad o la prisión provisional es también de 72 horas (art. 497 de la LECrim y que desarrolla
el art. 17.1 CE).
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Garantías de los detenidos (art. 17 CE):
1. Serán informados de forma inmediata y de manera que se le sea comprensible de sus derechos y de las razones de su detención.
2. No pueden ser obligados a declarar.
3. Deberán estar acompañados de un abogado defensor que podrá ser nombrado por ellos mismo, salvo en caso de incomunicación
que será nombrado por el Colegio de abogados.
4. Tienen derecho a que un juez compruebe la legalidad de su detención mediante el rápido procedimiento de habeas corpus.
Mediante este procedimiento se permite que todo aquel que se encuentre detenido pueda solicitar de inmediato ser puesto a
disposición judicial para revisar la legalidad de su detención. (no se va a juzgar su inocencia o culpabilidad sino los supuestos legales
que permiten su detención).

B. La prisión provisional. (arts. 503 – 519 LECrim)


El principio de presunción de inocencia supone la regla general de no ingresar en prisión hasta que un tribunal declare la culpabilidad de los
acusados. Sin embargo, la constitución admite la prisión provisional remitiendo a la ley su regulación que deberá de fijar un plazo máximo.
La prisión provisional se configura como una medida excepcional y proporcional que únicamente puede ser adoptada por el juez a petición del
Ministerio Fiscal o las partes acusadoras y tras la celebración de una audiencia, debe ser motivada con el fin de evitar alguno de estos riesgos:
• Que el imputado se sustraiga a la acción de la justicia;
• Que pueda ocultar o destruir pruebas;
• Que exista el riesgo concreto de una reiteración delictiva del imputado.

C. El derecho a la legalidad punitiva.


La forma normal por la que puede el Estado privar a los ciudadanos de la libertad y de otros derechos fundamentales es mediante una
sentencia dictada en un juicio en el que se demuestre la culpabilidad del acusado conforme a lo tipificado previamente por la ley. La
Constitución española eleva esta regla a la categoría de derecho fundamental, incluyendo no solo las penas, sino también las sanciones
administrativas: “Nadie puede ser condenado o sancionado por acciones u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito,
falta o infracción administrativa, según la legislación vigente en aquel momento”. En la jurisprudencia del constitucional este derecho se
concreta en cuatro garantías:
1. Lex scripta: solo la ley es fuente del ordenamiento punitivo, distinguiéndose entre la ley orgánica para la regulación de delitos
y penas y la ley ordinaria (incluidas las autonómicas y las demás normas con rango de ley) para las infracciones administrativas y sus sanciones.
2. Lex certa: la ley debe predeterminar con precisión y certeza los presupuestos y las consecuencias de una determinada conducta, sin
que sean admisibles los tipos abiertos, de formulación vaga e imprecisa. Esta certeza excluye que los tribunales puedan utilizar la
analogía y la interpretación en perjuicio del acusado.
3. Lex previa: la ley que permite la punición de una conducta debe ser previa a la realización de esta conducta; concreción del principio
general de irretroactividad de las disposiciones “sancionadoras o no favorables de los derechos fundamentales” (art. 9.3 CE). La
retroactividad in bonam partem se incluye en el art. 9 no en el art. 25, por lo que no es un derecho fundamental alegable
directamente ante los tribunales.
4. Non bis in idem: unos mismos hechos no pueden ser objeto de dos condenas penales, ni de una condena penal y una sanción
administrativa.

3. LA PROTECCIÓN DE LA VIDA PRIVADA.


A. Los derechos al honor, la intimidad y la propia imagen.
El honor, más allá de la fama, la reputación social y el buen nombre; considerando que hay que analizar cada caso concreto en el que se
discute su vulneración, partiendo de las normas de protección de este derecho, así como de las ideas y valores imperantes en la sociedad en
cada momento. Solo se vulnera el derecho al honor si tras ese análisis casuístico se llega a la conclusión de que el infractor ha buscado el
desmerecimiento en la consideración ajena “como consecuencia de expresiones proferidas en el descrédito o menosprecio de alguien o que
fueren tenidas en el concepto público por afrentosas”.
El derecho a la intimidad personal y familiar es el derecho a mantener la vida persona alejada de la curiosidad ajena, por ello, se vulnera
simplemente por realizar una intromisión ilegítima en el ámbito privado. Ahora bien, el Estado puede incidir en la intimidad sin violarla cuando
exista algún otro fin constitucional que lo justifique:
o Distribución equitativa del sostenimiento de los gastos públicos justifica la investigación de las cuentas corrientes de un particular.
o El interés social y el orden público justifican la investigación de la paternidad.
Por el contrario, si viola la intimidad personal obligar a un preso a desnudarse ante un funcionario de prisiones antes y después de mantener
una relación íntima con un visitante, sin causa concreta.
El derecho a la imagen protege a las personas contra la difusión sin su consentimiento de imágenes que reflejen su aspecto físico exterior pues
constituye su primer elemento configurador de la intimidad y elemento básico de proyección externa e imprescindible para el propio
reconocimiento como individuo. Sin embargo, pueden difundirse imágenes sin el consentimiento del individuo cuando las circunstancias
justifiquen la reducción de la protección del derecho a la imagen en beneficio del derecho a la información del resto de los ciudadanos.
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La imagen explotada económicamente, contenido patrimonial, no está cubierto por el derecho fundamental, puesto que se trata de un
contrato civil tutelado por los procedimientos ordinarios y no por el recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional.
Los personajes públicos, entendiendo por tales no sólo las personas que desempeñen cargos institucionales sino también aquellas que han
hecho del uso público de su imagen una actividad profesional. Frente a las personas privadas, las públicas tienen más restringido estos
derechos debido al derecho a la información del público.
El Tribunal Constitucional determina que, no se produce una intromisión ilegítima en la intimidad de una persona pública cuando la
información que se transmite versa sobre una conducta vinculada a su actividad pública o que puede influir en ella; los hechos que se
transmitan sean veraces y el estilo periodístico no utilice expresiones vejatorias, que no guarden “la menor relación con la formación de una
opinión pública libre”.
En el caso de los políticos, tienen un poco más limitado el derecho al honor, la intimidad y la propia imagen que el resto de las personas
porque el juicio de ponderación entre esos derechos y las libertades de opinión tienen una posición preferente cuando se trata de asuntos de
interés público pues las libertades de información y de opinión son esenciales para lograr una opinión pública libre.
B. Los derechos instrumentales de la protección de la intimidad: la inviolabilidad del domicilio y el secreto de las comunicaciones.
El artículo 18.2 CE prohíbe la entrada en el domicilio sin el consentimiento del titular, salvo resolución judicial, en caso de flagrante delito y
en el supuesto de fuerza mayor (incendio, inundación etc).
La inviolabilidad del domicilio se configura como un instrumento de protección de la intimidad personal; de tal forma que no sólo protege el
domicilio legal, sino cualquier ámbito físico en el que una persona puede desarrollar su vida privada, sin la sujeción a los usos sociales: vivienda
vacacional, habitación de hotel, etc. Por el contrario, los locales abiertos al público, bares, oficinas etc., no están protegidos por este derecho
fundamental. De esta forma, el derecho a la intimidad de las personas jurídicas únicamente alcanza a los espacios físicos que son
indispensables para que puedan desarrollar su actividad sin intromisión ajena.
Tradicionalmente la forma de vulnerar la inviolabilidad del domicilio era mediante la intromisión física, en la actualidad el Constitucional ha
considerado que también se vulnera cuando se penetre en él por medios técnicos o incluso se ha estimado que la contaminación acústica
vulnera el derecho a la vida privada y al disfrute del domicilio.
El secreto de las comunicaciones (artículo 18.3 CE) protege a las personas físicas y a las jurídicas tanto contra la interceptación de los
mensajes (la apropiación de cartas ajenas) como su conocimiento (la simple lectura) pues se trata de un derecho de carácter formal, que
protege las comunicaciones con independencia del contenido, que solamente puede ser levantado con autorización judicial o por voluntad de
cualquiera de los participantes en una comunicación. También se protege la identidad de los propios intervinientes, que no se puede obtener
ni siquiera por la vía indirecta de conocer los números de teléfono a los que se ha llamado, siendo un dato que las compañías de teléfono
únicamente pueden proporcionar a la policía por mandato judicial.
Además, la Ley 25/2007, de 18 de octubre, de conservación de datos relativos a las comunicaciones electrónicas y a las redes
públicas de comunicaciones establece dos garantías para respetar el secreto de las comunicaciones:
o Ordena que los datos que las empresas tienen la obligación de conservar serán los datos exclusivamente vinculados a la
comunicación, ya sea telefónica o por Internet, pero en ningún caso reveladores de su contenido;
o Que la cesión de tales datos que afecten a una comunicación concreta solo podrá hacerse mediante una autorización judicial previa.

C. La libertad informática.
“La ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus
derechos” (art. 18.4 CE). El núcleo básico consiste en el derecho a controlar el uso de los datos incluidos en un programa informático (habeas
data) y comprende la oposición del ciudadano a que determinados datos personales sean utilizados para fines distintos de aquel legítimo que
justificó su obtención.

4. LA LIBERTAD DE RESIDENCIA Y CIRCULACIÓN.


Artículo 19 CE consagra la libertad de residencia dentro del territorio nacional de los españoles, de tal forma que excluye a los extranjeros que
se regirán por los tratados internacionales y la Ley Orgánica de Derechos y Libertades de los extranjeros. El mismo artículo establece que los
españoles podrán entrar y salir libremente del territorio español, sin que pueda limitarse este derecho por motivos políticos e ideológicos. En
la actualidad las únicas restricciones son de índole estrictamente judicial.
La libertad de residencia y circulación implica una correlativa obligación por parte de los poderes públicos de no adoptar medidas que
restrinjan y obstaculicen este derecho fundamental. Ahora bien, la libertad de residencia puede ser constreñida por los poderes públicos en
diversas circunstancias:
• En caso de proclamación de un estado de excepción.
• De forma individual, mediante condena penal u orden de alejamiento.
• Por existencia de un interés general que lo justifique.
• Cuando la ley impone a los funcionarios la obligación de residir en un determinado municipio.
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5. EL DERECHO A CONTRAER MATRIMONIO.
La constitución de 1978 declara el derecho del hombre y la mujer a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica (artículo 32 CE); es el
único derecho personal que no está incluido en la Sección 1º del Capítulo 2º, lo que conlleva a la exclusión de su regulación por ley orgánica y
la imposibilidad de protegerlo mediante el recurso de amparo.
Los constituyentes de 1978 convirtieron el matrimonio en un derecho de libertad para garantizar la plena igualdad de los cónyuges y la de dar
la posibilidad del divorcio.
Para dar cumplimiento a estos objetivos fueron necesarias algunas modificaciones normativas como el Acuerdo entre el Estado Español y la
Santa Sede sobre asuntos jurídicos para sustituir el régimen preferente que hasta entonces tenía el matrimonio canónico y la ley 30/1981, de 1
de julio por la que se modifica la regulación matrimonial las causas de nulidad, separación y divorcio.
El Tribunal Constitucional ha tenido que intervenir para declarar contrario al artículo 32 CE otras disposiciones como:
• La suspensión del contrato de trabajo para las mujeres tras contraer matrimonio.
• El mandato que establecía que en caso de inexistencia de ley común de los cónyuges sus relaciones se regirían por la ley nacional del
marido.
Las nuevas controversias jurídicas en relación con el artículo 32 CE han girado en su relación con otras formas de convivencia afectiva. El
Constitucional ha sentenciado que este artículo no protege a las uniones de hecho, pues “el matrimonio y la convivencia extramatrimonial no
son a todos los efectos realidades equivalentes”; si bien no por eso cualquier diferencia legal entre uniones matrimoniales y convivencia
afectiva es admisible, pues la protección a la familia (art. 39 CE) y la cláusula general de igualdad (art. 14 CE) prohíben diferenciaciones
normativas que incurran en una desproporción manifiesta, como el caso de atribuir sólo al cónyuge la subrogación en los contratos de
arrendamiento cuando fallece el titular, excluyendo a quien hubiere convivido de modo marital y estable con el arrendatario fallecido.
En sentido contrario, la Ley 30/1981, de 1 de julio, infringe los arts 14, 31 y 39 CE pues establece un régimen tributario más gravoso para
los cónyuges que el de los que conviven sin contraer matrimonio.
La extensión social de las parejas de hecho en los últimos años ha llevado al legislador a atribuir ciertos efectos jurídicos a estas parejas.
Igualmente, y en medio de una fuerte oposición se aprobó la Ley 13/2005, de 1 de julio, por la que se modifica el Código Civil en materia de
derecho a contraer matrimonio para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo, que se equipara totalmente al matrimonio
heterosexual, incluida la capacidad de adoptar, regulación que le ha parecido conforme con la Constitución al Tribunal Constitucional
argumentando que la ley realiza una interpretación evolutiva de la Constitución. Por su parte, el TEDH sentenció en 2015 que los Estados
parte del CEDH tienen la obligación de proteger jurídicamente la cohabitación de las personas del mismo sexo, al menos ofreciéndoles la
posibilidad de contraer una unión civil, pues si no lo hicieran vulnerarían el artículo 8 del CEDH que establece el derecho a la vida privada y
familiar.
LECCIÓN X. LAS LIBERTADES INTELECTUALES.
1. LA LIBERTAD IDEOLÓGICA.
El artículo 16.1 de la Constitución española de 1978 buscó una fórmula moderna y más amplia que la tradicional libertad de pensamiento y de
conciencia (consagradas en el art 18 de la DUDH): la “libertad ideológica”, que el Tribunal Constitucional estima de tal importancia que sin ella
no serían posibles los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico que se propugnan en el art. 1.1 CE, lo que le lleva a considerar que
se trata de un derecho autónomo y más amplio que la libertad de expresión, mediante el cual se pueden mantener y difundir opiniones
contrarias a la propia Constitución (excluida la violencia). Por su parte, los poderes públicos están obligados a una “interpretación restrictiva de las
limitaciones a la libertad ideológica y del derecho a expresarla, sin el cual carecería aquélla de toda efectividad”.
Como refuerzo de esta libertad el artículo 16.2 CE especifica que nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión y creencias;
interpretado de una forma sistemática y finalista: sería inconstitucional exigir una declaración ideológica para trabajar en la Administración o
en una empresa privada; igualmente, el juramento de acatar la Constitución no significa que se renuncie a cualquier ideología que pueda ser
contraria, simplemente se jura respetar los cauces constitucionales para hacer efectiva esa ideología.
2. LA LIBERTAD RELIGIOSA.
Los constituyentes españoles consagraron la libertad religiosa y la laicidad del Estado, si bien añadieron que los poderes públicos tendrán en
cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las
demás confesiones (art. 16.3 CE).
Esta fórmula supuso una ruptura del Estado confesional católico del franquismo, lo que no dejó de tener consecuencias inmediatas y directas
sobre el ordenamiento jurídico, como fue acabar con el reconocimiento de las sentencias canónicas de nulidad matrimonial, que únicamente
pueden tener efectos civiles si se adecuan a la ley o con la asistencia obligatoria de los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad a los
actos religiosos.
La libertad religiosa, regulada en la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio (LOLR), garantiza un campo de actuación de los individuos y los
grupos con plena independencia del Estado y del resto de ciudadanos, incluido el derecho a no profesar ninguna religión. Esta libertad supone
una vertiente externa que permite a los ciudadanos actuar según sus convicciones y de realizar actividades de manifestación de sus creencias
(actos de culto, enseñanza religiosa, reuniones, etc.), sin más limitaciones que las necesarias para el mantenimiento del orden público
protegido por la ley.
Las relaciones de cooperación entre el Estado y las confesiones religiosas configuran una obligación del Estado, que establece un triple
régimen jurídico para las asociaciones religiosas:
• El de la Iglesia católica, expresamente reconocida en la Constitución;
• Las confesiones que por “su ámbito y número de creyentes hayan alcanzado notorio arraigo en España” (art. 7 LOLR);
• Las demás confesiones minoritarias inscritas en el registro de asociaciones religiosas.
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El Estado solo tiene obligación de cooperar con la Iglesia Católica y las confesiones de notorio arraigo. En la actualidad esta obligación se
plasma en una serie de Acuerdos, que comenzaron en 1979 con la Iglesia Católica con la que se suscribieron 4 acuerdos sobre asuntos:
➢ Jurídicos, económicos, de enseñanza y de asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas.
En 1992 se firmaron sendos acuerdos de cooperación con las confesiones protestante, judía y musulmana. Entre los aspectos más relevantes
de estos acuerdos están el compromiso del Estado de apoyar la impartición de la enseñanza religiosa en la educación obligatoria, que llega
hasta el punto de que son los poderes públicos los que pagan los sueldos de los profesores de religión propuestos por las autoridades
religiosas. Esta capacidad de propuesta ha dado lugar a un buen número de conflictos jurídicos porque los obispos han dejado de proponer a
profesores que en su vida privada no han respetado los preceptos religiosos (como divorciarse). El TC ha considerado que ese régimen jurídico
de libertad de las confesiones religiosas para decidir la idoneidad de las personas encargadas de impartir su credo no viola la Constitución, si
bien ello no supone que esa decisión religiosa no pueda ser controlada por “los órganos judiciales y este Tribunal Constitucional que habrán de
encontrar criterios practicables que permitan conciliar en el caso concreto las exigencias de la libertad religiosa (individual y colectiva) y el
principio de neutralidad religiosa del Estado con la protección jurisdiccional de los derechos fundamentales y laborales de los profesores”.
En el ámbito de la financiación (1988) una “asignación tributaria” para la Iglesia Católica, que consiste en la posibilidad de que los ciudadanos
dediquen a esa Iglesia un porcentaje de su impuesto sobre la renta (0’7%) de su cuota íntegra. El Gobierno se negó en 2015 a hacer lo mismo
añadiendo una casilla para otras confesiones en el modelo de declaración del IRPF, tal y como le pedía la Federación de Entidades Religiosas
Evangélicas de España (FEDERE), sin que su negativa razonada de considerar que esa inclusión no puede hacerla un reglamento pueda
considerarse una violación de los artículos 14 y 16 de la Constitución.
Sí hay igualdad entre la Iglesia Católica y las otras tres confesiones que tienen acuerdo con el Estado en las exenciones fiscales de las que
disfrutan: ninguna paga el IBI, ni el impuesto de transmisiones patrimoniales por la adquisición de bienes destinados al culto, gozan de los
demás beneficios fiscales de las organizaciones sin fines de lucro, etc.
El TJUE ha sentenciado que estas exenciones son compatibles con el Derecho Europeo siempre que se produzcan sobre bienes y actividades
que tengan un fin estrictamente religioso, pero no cuando están destinadas a actividades económicas, porque ello le supondría una “ventaja
competitiva” sobre las empresas que sí pagan esos impuestos, precisando que tiene este carácter económico la enseñanza no subvencionada,
mientras que carece de él la enseñanza subvencionada.
3. LAS LIBERTADES DE OPINIÓN.
La posibilidad de realizar esta comunicación libremente es uno de los rasgos esenciales del Estado de Derecho. Sin comunicación pública libre
“quedarían vaciados de contenido real otros derechos que la Constitución consagra, reducidas a formas hueras las instituciones representativas
y absolutamente falseado el principio de legitimidad democrática que enuncia el art. 1.2 CE”.
Nuestro Tribunal Constitucional (seguido del Tribunal Supremo americano y del TEDH) considera que la libertad de opinión tiene una posición
preferente frente a otros derechos pues contribuye a la formación de una opinión pública libre. Y para lograrla, es imprescindible la
confrontación de opiniones, admitiendo “ofender o perturbar al Estado o a algún sector de la opinión pública”. Por eso, calificar al presidente
de un Gobierno democrático de forma descalificativa en un artículo de opinión está protegido por la libertad de expresión. No protege a
quienes mantienen un “discurso del odio” pues vulneran la igualdad y la dignidad humana. El Constitucional lo define como “aquél
desarrollado en términos que supongan una incitación directa a la violencia contra los ciudadanos en general o contra determinadas razas o
creencias en particular”. Por eso, no es inconstitucional que nuestro Código Penal sancione a los que difundan ideas que justifiquen el
genocidio.
El art. 20 CE proyecta en cuatro vertientes esta libertad de comunicación, tienen el límite de los demás derechos y especialmente el de los
derechos a la intimidad y por otro están protegidas por dos garantías:
• No podrá establecerse ningún tipo de censura previa (art. 20.1 CE);
• Solo mediante resolución judicial podrá acordarse el secuestro de publicaciones, grabaciones y otros medios de
información (art. 20.5 CE).

A. La libertad de expresión.
El art. 20.1a CE protege la difusión de pensamientos, ideas y opiniones por cualquier medio (palabra, escritos, imágenes, internet, etc.) Es decir, se
protegen las particulares concepciones que del mundo tenga la persona o el grupo que las emite, así como las opiniones sobre los poderes
públicos o, en general, de otros miembros de la comunidad (el derecho a la crítica) incluso cuando esta sea desabrida y pueda molestar,
inquietar o disgustar a su destinatario.
El TC ha señalado reiteradamente que la libertad de expresión es más amplia que la libertad de información, que tiene un límite de veracidad.
Evidentemente, la libertad de expresión no ampara la atribución a una determinada persona de acciones que no ha realizado (quien lo haga
puede cometer un delito de injurias o de calumnias) o una serie de calificaciones vejatorias que vulneren el honor del criticado, superfluas para
contribuir a la formación de una opinión pública libre. En una polémica decisión, el pleno del Constitucional estimó que la libertad de
expresión tampoco protege a quien queme en público fotografías del rey pues no se trata de una conducta “de la que quepa inferir una
censura u oposición políticamente articulada contra la monarquía”, sino que “es un acto no sólo ofensivo sino también incitador al odio, en la
medida en que la cremación de su imagen física expresa, de un modo difícilmente superable, que son merecedores de exclusión y odio’’.
B. La libertad de creación artística y científica.
Históricamente la libertad de expresión ha protegido la libertad de creación de los intelectuales y artistas; sin embargo, el constituyente
español prefirió garantizarla al reconocer el derecho a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica en el art.20.1.b.CE En la
práctica cotidiana, los tribunales apenas han utilizado este derecho y si han tenido que hacerlo casi siempre ha sido para negar su aplicación al
caso concreto que se estaba juzgando, como en varios conflictos penales y civiles sobre la propiedad intelectual en la que una de las partes lo
citaba en beneficio propio o en procesos contra especificaciones técnicas establecidas por los poderes públicos para producir determinados
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productos. Por su parte, el Constitucional ha considerado que la libertad científica del historiador frente al derecho al honor de los
protagonistas de la Historia y de sus sucesores ofrece un campo de actuación más amplio que el normal de la libertad de expresión y de
información de hechos actuales pues de lo contrario, dado que la investigación histórica siempre es discutible, se impediría “la formación de
una conciencia histórica adecuada a la dignidad de los ciudadanos de una sociedad libre y democrática”.
C. La libertad de cátedra.
En el sistema democrático el Estado se abstiene de dictaminar sobre la veracidad o no de las teorías científicas y garantiza la libre
confrontación de ideas mediante la libertad de expresión. Precisamente, para estimular este progreso científico y técnico la libertad de
expresión se reconoce en el ámbito tradicional para el desarrollo de la ciencia: las Universidades. Por ello, la libertad de cátedra es definida
como: libertad de los profesores de Universidad de desarrollar su docencia e investigación sin intromisiones de los poderes
públicos.
La libertad de cátedra es una garantía de los docentes para desarrollar su enseñanza sin injerencias externas, teniendo siempre en cuenta que
la neutralidad ideológica del Estado impide a los profesores de los centros públicos convertirse en propagandistas de ideologías concretas.
Ahora bien, la propia Constitución reconoce a las personas físicas y jurídicas la libertad de creación de centros docentes (art. 27.6 CE),
pues pueden tener su propio ideario, aunque éstos no están obligados a difundir el ideario del centro, tampoco pueden atacar sobre la
democracia para el desarrollo de la ciencia, los derechos civiles y políticos; siempre teniendo en cuenta que no resulten contrarios a ese
ideario. Por eso, la disconformidad de un docente con el ideario del centro en el que trabaja “no puede ser causa de despido si no se ha
exteriorizado en alguna de las actividades del centro y resulta probada”.
D. La libertad de información.
El art. 20.1d CE reconoce los derechos a comunicar y recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. El principal
problema jurídico de este derecho es determinar cuándo una información con relevancia pública es cierta y su emisor está protegido por este
derecho, normalmente frente a otras personas que reclaman la tutela de su derecho al honor u otro derecho a la intimidad. La veracidad que,
con buen criterio, exige el Tribunal Constitucional no es la verdad cien por cien objetiva, la efectiva demostración de que hay una
correspondencia total entre los hechos descritos y la realidad. Por el contrario, la veracidad que cabe exigir es la subjetiva, es decir cuando el
autor de una información ha contrastado suficientemente la noticia con diversas fuentes. Este deber de diligencia no tiene que ser tan
exhaustivo como el de una investigación judicial ya que se sitúa “en el amplio espacio que media entre la verificación estricta y exhaustiva de
un hecho y la transmisión de suposiciones, simples rumores, meras invenciones, insinuaciones insidiosas, o noticias gratuitas o infundadas”.
Precisamente, para que el público pueda contrastar esa veracidad y como forma de proteger el honor de las personas afectadas por una
noticia, la Ley Orgánica 2/1984, establece el derecho de rectificación.
Como garantías adicionales de la libertad de información, el artículo 20.1d establece que la ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia
y al secreto profesional de los periodistas; los informadores podrán rescindir su contrato laboral con la empresa periodística y recibir una
indemnización cuando en el medio informativo en el que trabaja se haya producido un cambio sustancial en su orientación ideológica. La
cláusula de conciencia también ampara la negativa motivada de los periodistas a “la elaboración de informaciones contrarias a los principios
éticos de la información” (art. 3 de la LO 2/1997).
El secreto profesional se entiende como el derecho de los periodistas de no revelar sus “fuentes” que tiene una doble dimensión:
• frente a terceros (un poder público)
• frente a la propia empresa periodística.
El Tribunal Constitucional ha conocido casos en los que una persona alegaba la violación del derecho al honor por algún periodista y este usaba
el secreto profesional para no desvelar el origen de su información. En estos casos, el Constitucional ha otorgado el amparo a los reclamantes
del derecho al honor porque “el deber de diligencia en la comprobación razonable de la veracidad de la información no se satisface con la pura
y genérica remisión a fuentes indeterminadas, que, en ningún caso, liberan al autor de la información del cumplimiento de dicho deber”.
Igualmente, se pueden considerar garantías de la libertad de información y, más ampliamente de la de expresión, la libertad de creación de
medios de comunicación, así como el acceso de los grupos sociales y políticos significativos a los medios públicos, que la Constitución exige
que se regulen por ley (art. 20.3 CE). En el caso de la radio y la televisión, esta libertad de creación se ve mediatizada por unos requisitos
técnicos que justifican una regulación normativa y una actividad gubernamental para autorizar las emisiones, pero no una inactividad
legislativa que de hecho suponga una prohibición.
4. EL DERECHO A LA EDUCACIÓN Y LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA.
• Los partidos políticos deben promover el pleno desarrollo de la personalidad en el respeto a los principios democráticos
de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales (art. 27.2 CE).
• El partido que gana las elecciones tenga legitimidad para establecer el modelo educativo dentro de los márgenes constitucionales;
• artículo 27 del derecho a la educación, que tienen tanto españoles como extranjeros residentes en España, incluso sin
autorización administrativa, consiste en que la obligación del Estado para con ella no termina con su regulación, tiene que desarrollar
una importante actividad ejecutiva.
• La enseñanza básica es obligatoria y gratuita (art. 27.4);
• Los poderes públicos son garantes del “derecho de todos a la educación, mediante una programación general de la
enseñanza, con participación efectiva de todos los sectores afectados y la creación de centros docentes” (art. 27.5).
• Los poderes públicos están obligados a escolarizar a todos en la enseñanza básica;
• Los titulares de este derecho pueden reclamar su derecho ante los tribunales pues es un derecho subjetivo.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
• A la ley le corresponde fijar la duración de esa enseñanza básica obligatoria:
o Se establece de los 6 a los 16 años; puede alargarse en determinadas circunstancias hasta los 18.
o La educación infantil de 3 a 6 años es voluntaria y gratuita.
La libertad de enseñanza consiste en el derecho a fundar instituciones educativas que pueden tener un “ideario” o “carácter propio”, con el
límite que el respeto a los principios constitucionales impone la Constitución (art. 27.6 CE) y “las exigencias de la ciencia y a las restantes
finalidades necesarias a la educación, mencionadas en el art. 27.2. CE y en el art. 13.1 del PIDESC”.
• El ideario propio de los centros educativos no implica la eliminación de la libertad de cátedra de sus docentes.
• Los propietarios de los centros pueden tener ánimo de lucro y no ser solo fundaciones o entidades benéficas (reforzada por la
libertad de empresa (art. 38 CE)).
• Los poderes públicos la obligación de ayudar a los centros docentes que reúnan los requisitos que la ley establezca (art. 27.9 CE);
• Aquellos colegios privados que lo deseen pueden recibir financiación pública a cambio de cumplir los requisitos que la legislación
establece:
o los criterios de admisión iguales que los seguidos para los centros públicos y una organización interna en la que los
profesores, padres y alumnos intervienen en el control y gestión de los centros (art. 27.7 CE), pero sin privar a los
propietarios del poder de dirección del centro.
• Los colegios privados que no quieran concertarse tienen más libertad para organizarse, fijar sus criterios de admisión y exigir
contraprestaciones económicas a sus alumnos;
• Los poderes públicos inspeccionarán y homologarán el sistema educativo para garantizar el cumplimiento de las leyes (art. 27.8 CE).
De estas funciones públicas sobre centros privados quizás la más relevante sea la de permitir su apertura, que en los niveles primario y
secundario toma la forma de una autorización administrativa que reconoce el cumplimiento de los requisitos objetivos establecidos en la Ley
Orgánica del Derecho a la Educación, mientras que en el universitario se exige una ley estatal o autonómica para el establecimiento de
universidades privadas. La Constitución también recoge
• Derecho de los padres a elegir el tipo de educación que desean para sus hijos, art. 26.3 de la DUDH y art. 13.3 del PIDESC, que se
concreta en la posibilidad de elegir centros educativos distintos a los públicos.
• Derecho de los padres a que sus hijos reciban formación religiosa y moral de acuerdo con sus propias convicciones (art. 27.3 CE)
El Tribunal Constitucional ha señalado que el art. 27.3 CE no incluye el derecho a educar a los hijos en casa si bien no cabe “excluir otras
opciones legislativas que incorporen una cierta flexibilidad al sistema educativo y, en particular, a la enseñanza básica” lo que significa que en
el futuro la Ley podría reconocer este tipo de educación. En la práctica, las Comunidades Autónomas suelen distinguir la enseñanza en casa
(homeschooling) y el absentismo, sancionando solo este último.
Menos claro es determinar si el derecho constitucional de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones incluye también el de recibir
enseñanza en la lengua de su elección en las Comunidades Autónomas que tengan dos lenguas oficiales: “es legítimo que el catalán, en
atención al objetivo de la normalización lingüística en Cataluña, sea el centro de gravedad de este modelo de bilingüismo, siempre que ello no
determine la exclusión del castellano como lengua docente”, lo que le llevó a admitir el modelo de “bilingüismo integral o de conjunción
lingüística” “el catalán debe ser lengua vehicular y de aprendizaje en la enseñanza, pero no la Art. 27.5 CE, que además ordena a los poderes
públicos que garanticen este derecho, mandato que en la actualidad se cumple permitiendo que:
• Los centros privados tengan un “carácter propio”;
• Estableciendo en la enseñanza obligatoria la impartición de formación religiosa, sobre cuya existencia como asignatura del
currículum se ha producido una larga controversia política y jurídica que parece todavía lejos de concluir pues la LOMCE de
diciembre de 2013 ha hecho una regulación de la asignatura de religión (vuelve a tener plena validez académica) que solo ha sido
apoyada por el PP, pero no por el PSOE y otros partidos de la oposición.
La enseñanza de la religión en la escuela pública predicable con igual título del castellano en tanto que lengua asimismo oficial en Cataluña. El
castellano no puede dejar de ser también lengua vehicular y de aprendizaje en la enseñanza, planteamiento que le llevó a reinterpretar
diversos artículos del Estatut que solo se referían al derecho de estudiar en catalán. Por su parte, la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre,
para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) ordena: “Los padres, madres o tutores legales tendrán derecho a que sus hijos o pupilos
reciban enseñanza en castellano, dentro del marco de la programación educativa” y regula dos complejos sistemas para que las Comunidades
Autónomas con lengua propia cumplan con este derecho.
5. EL DERECHO A LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA.
El art. 27.10 CE reconoce “la autonomía de las Universidades, en los términos que la ley establezca”, de donde la mayoría de la doctrina que
comentó este artículo en los primeros años constitucionales había deducido que se trataba de una garantía institucional para las
Universidades, similar a la establecida para las corporaciones locales en el Título VIII. Sin embargo, el Tribunal Constitucional consideró en su
primera sentencia sobre el particular que tanto por el tenor literal del art. 27.10 (“se reconoce”), como por su ubicación sistemática (Título I) y
su finalidad (proteger la libertad académica) se trataba de un auténtico derecho fundamental que corresponde a la comunidad universitaria,
formada por los miembros de la institución que en ella ejercen la investigación, el estudio y la docencia. Las consecuencias prácticas de esta
caracterización como derecho son de dos órdenes: el legislador debe de respetar el contenido esencial del derecho y por otro, las
Universidades pueden defender su derecho fundamental jurisdiccionalmente tanto en el proceso de amparo ante los tribunales ordinarios
como en el recurso de amparo.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
LECCIÓN XI. LOS DERECHOS POLÍTICOS.
1. EL DERECHO DE PARTICIPACIÓN EN ASUNTOS POLÍTICOS.
A. El derecho a la participación política directa o por representantes.
La proclamación del Estado social y democrático de Derecho que realiza el art. 1.1 CE tiene una de sus más lógicas proyecciones en la
Declaración de derechos en el artículo 23, que reconoce el derecho de los ciudadanos a participar en los asuntos públicos, directamente o por
medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal. Del tenor literal de esta proclamación se
desprende lo que podríamos llamar dos exclusividades de este derecho:
a. Se atribuye exclusivamente a los españoles, no a los extranjeros (aunque estos pueden votar en las elecciones locales según permite
el art. 13.2 CE) ni a las personas jurídicas;
b. Se proyecta exclusivamente sobre el ámbito político y no sobre otros ámbitos sociales, lo que excluye la aplicación de este derecho
en la vida económica, cultural y social, aunque la Constitución considera en el art. 9.2 que también en estos ámbitos debe
producirse una participación ciudadana.
Las concreciones del derecho a la participación política directa que se encuentran en la Constitución son la iniciativa legislativa popular, los
distintos tipos de referéndum y las consultas populares locales, así como el concejo abierto municipal; mientras que la participación política
indirecta es el derecho a votar (o no votar) en las “elecciones periódicas” nacionales, autonómicas y locales que ostentan los españoles
mayores de edad en pleno uso de su capacidad de obrar. Al incluir la vertiente negativa de no votar, no es posible establecer en España el voto
obligatorio ni sancionar a los abstencionistas, como ocurre en otros estados europeos.
Según el Constitucional, el artículo 23.1 incluye el derecho de los electores a que las personas electas únicamente pierdan su representación
por voluntad popular o por causas legales justificables constitucionalmente (dimisión, condena, etc.). Por eso, la expulsión de un partido no
puede suponer la pérdida de la condición de concejal, como disponía la Ley 38/1978 de elecciones locales.
b. El derecho a acceder a cargos y funciones públicas. (art. 23.2 CE)
Se trata de un derecho de configuración legal, el cual se despliega no solo en el estricto momento del acceso, la posibilidad de presentarse a
unas elecciones de sufragio universal (sufragio pasivo), sino también en la permanencia y el ejercicio del cargo. Como en el caso del sufragio
activo, los extranjeros también pueden tener el derecho de ser elegidos en las elecciones locales y los ciudadanos de la Unión en las elecciones
al Parlamento Europeo. La misma Constitución ya fija las causas de inelegibilidad (art. 70) precisadas en la LOREG, los Estatutos de Autonomía
y en las Leyes electorales autonómicas.
No vulnera este derecho de acceso que los electos tengan que cumplir ciertos requisitos formales establecidos en la legislación, incluido el
juramento de acatar la Norma fundamental, para poder ejercer plenamente sus funciones, así como que la legislación electoral prevea un
determinado número de votos (barrera electoral). El derecho a ejercer el cargo o ius ad officium supone que el representante puede
desempeñar sus funciones de acuerdo con lo que la legislación aplicable determine, sin que pueda regularse de tal modo ese ejercicio “que se
vacíe la función que ha de desempeñarse, o se la estorbe mediante obstáculos artificiales”. Pero no sólo la regulación normativa puede ser
contraria al artículo 23.2, también las decisiones de los órganos parlamentarios encargados de aplicarla que vulneren el “núcleo esencial de la
función representativa”, como son el derecho a la información, el derecho de preguntar, el derecho a la tramitación de las propuestas, etc.
Precisamente para velar por que no suceda esta vulneración, el Constitucional viene ejerciendo por la vía del recurso de amparo un control
jurisdiccional sobre un campo que tradicionalmente estaba exento de él como es el de las decisiones internas de los poderes legislativos, los
interna corporis acta.
El art. 23.2 CE mantiene esta tradición, la Constitución de 1837 declarara que “todos los españoles son admisibles a los empleos y cargos
públicos, según su mérito y capacidad” si bien por una razón puramente gramatical nada dice del mérito y la capacidad, establecidos ahora en
el artículo 103, pero que se integran en el derecho fundamental del 23.2, hasta el punto de que la ley no puede exigir para el acceso a la
función pública “requisito o condición alguna que no sea referible a los indicados conceptos de mérito y capacidad” aunque sí puede
establecer un porcentaje de plazas para colectivos marginados. El Tribunal Constitucional ha tenido ocasión de precisar los criterios que se
incluyen dentro de los conceptos de mérito y capacidad y de señalar los que lo vulneran. De esa forma, sí son criterios meritorios el
conocimiento de una lengua distinta a la castellana y los servicios prestados y la antigüedad. Por el contrario, son discriminatorios los criterios
de residencia de los opositores, el centro donde obtuvieron su título oficial y su edad, salvo que la exigencia de un límite en la edad sea
razonable por las características del puesto a desempeñar. En cualquier caso, las normas de acceso a la función pública deben ser generales y
abstractas y los méritos que se exijan deben corresponderse con el cargo que vaya a desempeñar la persona elegida.
Las aplicaciones que de estas normas de acceso hacen los órganos de selección raramente son revisadas por los tribunales, dado que aquellos
tienen una discrecionalidad técnica que resulta insustituible por los jueces, salvo que se aprecie una arbitrariedad muy evidente.
La protección del artículo 23.2 no se agota en el acceso a la función pública pues también se aplica a la permanencia en la función pública, por
eso otorga su protección contra ascensos discriminatorios, separaciones del servicio arbitrarias, traslados sin fundamento, etc.
2. EL DERECHO DE PETICIÓN.
El art. 29 CE de 1978 se limita a ordenar que los españoles tendrán el derecho de “petición individual y colectiva, por escrito, en la forma y con
los efectos que determine la ley”, especificando que los militares sólo podrán ejercerlo individualmente “y con arreglo a lo dispuesto en su
legislación específica”. Por su parte, el art. 77 CE especifica que el Congreso y el Senado podrán recibir por escrito peticiones individuales y
colectivas, que podrán remitir al Gobierno, el cual estará obligado “a explicarse sobre su contenido siempre que las Cámaras lo exijan”.
La Ley Orgánica 4/2001, de 12 de noviembre, reguladora del Derecho de Petición (LODP) sigue la línea de la escasa jurisprudencia del
Constitucional sobre este derecho y lo configura como un derecho que se proyecta únicamente sobre las iniciativas que no tienen una vía
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específica pues excluye de su objeto las solicitudes, quejas y sugerencias para cuya satisfacción el ordenamiento jurídico establezca un
procedimiento específico distinto, sea parlamentario, administrativo o judicial. La LODP especifica que serán inadmitidas las peticiones cuando
“exista un procedimiento parlamentario, administrativo o un proceso judicial ya iniciado, en tanto sobre los mismos no haya recaído acuerdo o
resolución firme”. Si se aplican con rigor estos criterios su invocación raramente podría efectuarse con propiedad.
Por fortuna, no faltan los colectivos ciudadanos que, sin pararse en el tenor literal de la ley, enriquecen la vida política pidiendo a los poderes
públicos tal o cual actuación (la aprobación de medidas concretas contra alguna lacra social, el cese de un cargo público con una conducta que
consideran reprobable, etc.) sabiendo que su mayor fuerza es la publicidad que pueda obtener su reivindicación, ahora reforzada gracias a
Internet, donde incluso hay páginas especializadas en recoger firmas para peticiones en línea. Los poderes públicos deben acusar recibo de la
recepción y comunicar “al interesado la resolución que se adopte’’. Por eso, el Tribunal Supremo ha estimado que el Gobierno no vulnera ese
derecho cuando justifica su negativa a una petición para incluir una casilla en la declaración del impuesto de la renta para financiar a una
confesión religiosa o cuando rechaza la petición de sacar del Valle de los Caídos el cuerpo de Franco, a pesar de que en este caso la respuesta
del Gobierno fue posterior al plazo de tres meses que marca la LODP.
3. EL DERECHO DE REUNIÓN.
El artículo 21 CE reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas. Los derechos de libertad ideológica y de asociación:
• “Es una manifestación colectiva de la libertad de expresión ejercitada a través de una asociación transitoria”.
• Los titulares de este derecho son las personas físicas, tanto españolas como extranjeras;
• Los militares, los jueces y fiscales lo tienen restringido como forma de reforzar la neutralidad de los poderes públicos.
La Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, define una reunión como la concurrencia concertada y temporal de más de 20 personas, con finalidad
determinada. Añadir que en la sociedad actual es un derecho instrumental: suele utilizarse en favor o en contra de una medida gubernamental
(expresión del derecho de participación política), como apoyo en un conflicto laboral (negociación colectiva) y para algunos grupos sociales es
“uno de los pocos medios de los que disponen para expresar públicamente sus ideas y reivindicaciones”.
• No necesita ninguna intervención administrativa;
• La Constitución exige que aquellas reuniones que se realicen en lugares de tránsito público y las manifestaciones se comunicarán
previamente “a la autoridad, que sólo podrá prohibirlas cuando existan razones fundadas de alteración del orden público, con peligro
para personas o bienes”.
• Los promotores de una concentración o manifestación tienen un plazo de diez días, que por razones de urgencia puede reducirse a
24 horas, para comunicar al delegado o subdelegado del gobierno el día y la duración del acto, el itinerario programado y las
medidas de seguridad previstas o solicitadas. Este plazo tan dilatado se justifica en beneficio de los propios convocantes:
o para que las fuerzas de orden público puedan organizarse tanto para proteger el acto como para adoptar las medidas de
tráfico necesarias para su celebración;
o por si la autoridad gubernativa lo prohibiera o sugiriera un recorrido alternativo, siempre mediante resolución motivada en
el plazo de 72 horas, poder recurrir judicialmente la decisión y obtener una sentencia judicial antes de la fecha de la
manifestación (art. 122 LJCA).
• El único motivo expreso que reconoce la Constitución para prohibir una manifestación es la alteración del orden público, por eso no
es posible atender a la posible limitación de otros derechos, como la libertad circulatoria, salvo que la manifestación produzca la
obstrucción total de vías de modo que determinadas zonas o barrios queden aislados e imposibilitadas de recibir servicios esenciales
como ambulancia, bomberos, etc. Por eso, no se puede sancionar a quien produce un corte de la circulación de 45 minutos dentro
del horario e itinerario acordados.

4. EL DERECHO DE ASOCIACIÓN.
El recelo que en los primeros tiempos del Estado liberal se tuvo hacia las asociaciones fue superado en España por la Constitución de 1869 y ya
ni la conservadora Constitución de 1876 ni la progresista de 1931 tuvieron dudas para reconocer el derecho de asociación. La constitución de
1978 lo recoge en su artículo 22, especificando que:
• Las asociaciones que persigan fines o utilicen medios tipificados como delito son ilegales;
• Prohíbe directamente las asociaciones secretas y las de carácter paramilitar.
• Crea un registro de asociaciones “a los solos efectos de publicidad”;
• Establece la garantía de que únicamente por resolución judicial podrán ser disueltas o suspendidas.
Ley Orgánica 1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de Asociación recoge la jurisprudencia constitucional como la práctica de esos
años, distinguiendo entre el contenido esencial del derecho y los elementos que pueden desarrollar las Comunidades Autónomas. Igualmente
reenvía a su legislación específica la regulación de las asociaciones especiales, para las cuales la LODA es únicamente de aplicación supletoria:
partidos, sindicatos, organizaciones empresariales, iglesias, federaciones deportivas, asociaciones de consumidores. De entre ellas, la
Constitución ha regulado de manera autónoma en los artículos 6 y 7 a las asociaciones históricamente más conflictivas para el Estado liberal,
los partidos y los sindicatos.
Curiosamente, los problemas más arduos de la interpretación del artículo 22 no se han planteado tanto con los elementos del derecho de
asociación propiamente dicho (titularidad ampliamente reconocida, inscripción casi automática en el registro, exigencia legal de estructura y
funcionamiento democráticos, derechos de los socios, etc.), como con el derecho a no asociarse, o vertiente negativa del artículo 22, ya que en
el ordenamiento jurídico español abundaban los casos de asociación obligatoria para poder realizar determinadas actividades. El Tribunal
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Constitucional ha considerado que esa adscripción obligatoria, es una excepción al principio de libertad, solo respeta el artículo 22 de la
Constitución si encuentra suficiente justificación en disposiciones constitucionales o en los fines de interés público que se persiguen y que
difícilmente podrían obtenerse “sin la adscripción forzada a un ente corporativo”.
En general, el Tribunal Constitucional ha sido muy estricto a la hora de juzgar estos requisitos, lo que le ha llevado a declarar la
inconstitucionalidad de varias de esas adscripciones obligatorias a organizaciones profesionales, sin considerar que la remisión del artículo 52
de la Constitución a la ley para que regule las organizaciones profesionales permite a ésta obligar a la colegiación obligatoria sin ningún motivo
específico.
LECCIÓN XII. LOS DERECHOS PROCESALES.
1. INTRODUCCIÓN: LA CONFIGURACIÓN JURISPRUDENCIAL DE LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA.
El art. 24 CE recoge un conjunto de derechos y garantías procesales que se conocen como la tutela judicial efectiva. De forma más reforzada
que el derecho a la educación, el derecho a la tutela judicial exige del Estado una organización capaz de aplicar esa legislación, que en este
caso es el Poder Judicial. Por eso, el Constitucional ha señalado reiteradas veces que la naturaleza de la tutela judicial es ‘‘un derecho de
prestación, que sólo puede ejercerse por los cauces que el legislador establece o un derecho de configuración legal”.
La tutela judicial es un derecho de configuración jurisprudencial en cuanto el Tribunal Constitucional ha extraído múltiples consecuencias en su
amplísima jurisprudencia sobre el artículo 24, que año tras año es el derecho más alegado en los recursos de amparo, entre otros motivos
porque siempre se alega de forma instrumental cuando lo que se recurre ante el Constitucional es una sentencia judicial. Esta jurisprudencia
sigue la huella del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en su aplicación de los artículos 6 y 13 del CEDH y no ha dejado de producir
enfrentamientos con el Tribunal Supremo, que en algunas ocasiones ha considerado que el TC se excedía en sus funciones.
Globalmente, el rasgo más relevante de la jurisprudencia constitucional ha sido su ruptura con la interpretación literal de las leyes procesales
que tradicionalmente solían realizar los tribunales, formalizando en exceso los procesos, hasta el punto de inadmitirse demandas por faltar
requisitos fácilmente subsanables. Una y otra vez el Constitucional ha insistido en que las normas procesales son instrumentos para lograr la
tutela judicial y no objetivos en sí mismos:
• Hay que buscar primero la interpretación de las normas que más favorezca la efectividad del derecho fundamental;
• Que el incumplimiento u omisión de un requisito procesal provoque un efecto proporcional a la causa que lo fundamenta y no
superior.

2. EL DERECHO DE ACCESO A LA JURISDICCIÓN Y A LOS RECURSOS LEGALES.


Si no hay acceso a los jueces y tribunales lógicamente es imposible que pueda existir una tutela judicial efectiva, pues “núcleo del derecho
fundamental a la tutela judicial consiste en el acceso a la jurisdicción”.
Por eso, debe ser considerado con sumo cuidado cualquier requisito que impida convertirse en parte en un proceso y promover la actividad
jurisdiccional a una persona natural o jurídica, incluidas las Administraciones Públicas.
En especial, la citación por edictos en la puerta de los juzgados que recogen las leyes procesales solo es admitida por el Constitucional cuando
el domicilio no fuera conocido y la oficina judicial haya agotado todas las gestiones para la averiguación del paradero por los medios normales
a su alcance. Igualmente, el costo de los procesos no puede ser un obstáculo para quien impetra justicia, ni siquiera para los extranjeros que se
encuentren de forma ilegal en España. El art. 119 CE declara que la justicia será gratuita para quienes acrediten insuficiencia de recursos para
litigar, mandato que ha desarrollado la Ley 1/1996, de 10 de enero, de asistencia jurídica gratuita (ampliamente modificada en años
posteriores), que reconoce este derecho a todas las personas físicas, si bien los extranjeros sin residencia legal que no sean ciudadanos de la
Unión solo lo tienen en el orden penal y en el contencioso cuando demanden el derecho de asilo.
También tienen derecho a la justicia gratuita las fundaciones y las asociaciones.
Lógicamente, todos estos beneficiarios tienen que justificar su falta de recursos económicos para litigar.
3. EL DERECHO A UNA RESOLUCIÓN FUNDADA EN DERECHO.
La tutela judicial efectiva incluye el derecho a una resolución judicial que no tiene que ser en el sentido del demandante o ni siquiera
pronunciarse sobre el fondo, pues puede ser de inadmisión por alguna de las causas legalmente establecidas. Lo determinante de la decisión
judicial es que debe ser motivada de forma razonable.
El requisito de la motivación lo exige el art. 120.3 CE que se integra en el contenido esencial del art. 24 en su vertiente de derecho a obtener
una resolución fundada en Derecho. La razonabilidad se deduce lógicamente de esa misma motivación y de la interdicción de la arbitrariedad
de los poderes públicos que establece el art. 9.3 CE. Es más, la tutela judicial no se satisface utilizando razonamientos generales y
estereotipados, sino un razonamiento aplicable al caso concreto que se esté juzgando.
Evidentemente, como ya hemos visto, también hay arbitrariedad cuando el mismo tribunal sobre idénticos supuestos da a una misma persona
dos resoluciones distintas sin justificar [Núm. 361]. Sin embargo, desde el punto de vista de la función del TC, éste ha considerado en
reiteradas ocasiones que él solo puede revisar la selección, interpretación y aplicación de un precepto legal que realiza un tribunal ordinario si
el razonamiento en que se funda incurre “en tal grado de arbitrariedad, irrazonabilidad o error que, por su evidencia y contenido, sean tan
manifiestos y graves que para cualquier observador resulte patente que la resolución de hecho carece de toda motivación”.
Se trata, sin duda, de una doctrina lógica para impedir que el subsidiario recurso de amparo se convierta en un recurso similar al recurso
ordinario de casación.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
Para garantizar que se alcanza una decisión fundada en Derecho, las leyes procesales pueden establecer recursos, cuya existencia no se deriva
directamente del art 24 CE, salvo en el caso del proceso penal, donde una interpretación conforme con el art.14.5 del Pacto Internacional de
los Derechos Civiles y Políticos exige que un tribunal superior revise la declaración de culpabilidad y la condena o, más exactamente, exige la
doble instancia penal porque si una persona es absuelta en el primer juicio y condenada en el segundo no tiene derecho a un tercero.
Si el legislador es libre para establecer o no los recursos que considere conveniente, incluso fijando determinadas cautelas para recurrir (como
el depósito de una cantidad), una vez creados pasan a formar parte del derecho a la tutela judicial. Dicho esto, el Tribunal Constitucional
también ha precisado que la revisión que él mismo realiza sobre la correcta aplicación por los tribunales de las normas sobre admisión de los
recursos no puede ser tan rigurosa como en el caso del acceso a la jurisdicción porque éste se integra directamente en el núcleo esencial del
artículo 24 CE, mientras que los recursos no. Por eso, el Constitucional solo revisará los casos de inadmisión de recursos cuando ésta se declare
con base en una causa legalmente inexistente o mediante un “juicio arbitrario, irrazonable o fundado en error fáctico patente’’.
4. EL DERECHO A LA EJECUCIÓN DE LAS SENTENCIAS.
Poca tutela judicial efectiva habría si, una vez que el titular del derecho obtiene una sentencia favorable, ésta no se ejecutara en sus propios
términos, según el principio de intangibilidad de las resoluciones judiciales firmes impide revisar posteriormente el juicio efectuado en un caso
concreto, aunque sí es posible corregir en un auto de aclaración de una sentencia un desajuste patente entre la fundamentación y el fallo o
cualquier otro error material “que puede deducirse con toda certeza del propio texto de la resolución judicial’’.
Como el artículo 117.3 de la Constitución atribuye a los jueces la función de juzgar y ejecutar lo juzgado, los tribunales que no tomen las
medidas adecuadas para obligar al cumplimiento de sus propias resoluciones violan la tutela judicial efectiva de la persona que ha obtenido
una sentencia favorable, situación que en el pasado no era insólita que se produjera en la jurisdicción contencioso-administrativa pues la
legislación histórica española permitía que la Administración suspendiera la ejecución de una sentencia por razones de interés público y por
imposibilidad legal o material de ejecución. El Constitucional desarrolló una vigorosa jurisprudencia contra esta práctica, negando que la propia
Administración pudiera decidir la suspensión de una sentencia, opción que solo puede adoptarse de forma excepcional mediante resolución
judicial y siempre que exista una causa prevista legalmente.
En 1998 la Ley de la Jurisdicción Contencioso-administrativa, aplicando esta jurisprudencia, reguló la ejecución de sentencias, especificando los
supuestos en que pueden inejecutarse y sustituirse por una indemnización económica, así como las diversas medidas que los tribunales
contenciosos pueden adoptar en caso de incumplimiento de sus sentencias (arts. 103-113). El Constitucional ha tenido ocasión de precisar
que esos motivos legales deben ser interpretados restrictivamente y entre ellos no se incluyen la mera expectativa de un futuro cambio
normativo, de tal forma que un Tribunal Superior de Justicia no puede inejecutar una sentencia de demolición basándose en que el
Ayuntamiento concernido pretende modificar su Plan General de Urbanismo para legalizar el edificio cuyo derribo se ha ordenado.
5. EL DERECHO A NO SUFRIR INDEFENSIÓN.
La indefensión es la situación en que se pone al justiciable en cualquiera de las fases del proceso cuando, debido a una actuación incorrecta de
un órgano judicial, se le priva de sus medios de defensa o se menoscaba sensiblemente los principios de contradicción y de igualdad de las
partes, de tal forma que se le causa un perjuicio definitivo en sus derechos e intereses. Aquellas que haya supuesto “una privación o una
limitación del derecho de defensa que el art. 24 CE reconoce”. La resolución judicial para no producir indefensión debe ser congruente con las
peticiones de las partes, sin pronunciarse sobre aspectos no debatidos en el proceso sobre los cuales no haya existido la necesaria
contradicción o dejando de responder a cuestiones esenciales presentadas por aquéllas.
Así, por ejemplo y citando solo algunos pocos casos sentenciados por el TC en reiteradas ocasiones:
• Cuando no se realiza vista pública en un recurso de apelación;
• Cuando no se emplaza correctamente a un demandado;
• Cuando no se designa un intérprete a un acusado que no conoce el español, o no se presta asistencia a un sordomudo;
• Cuando no admite un documento tributario como prueba si previamente no se ha abonado su importe, etc.
• Cuando la situación jurídica de una de las partes de un proceso empeora únicamente a causa del recurso que él mismo ha
interpuesto.

6. LAS GARANTIAS PROCESALES DEL ARTÍCULO 24.2.


A. El derecho al juez ordinario predeterminado por la ley.
El art. 24.2 CE como garantía procesal, el derecho al juez ordinario predeterminado por la ley, derecho que se cumple cuando en cada caso
concreto “se sigue el procedimiento legalmente establecido para la designación de los miembros que han de constituir el órgano
correspondiente”.
El debate jurídico y político de este ¨juez ordinario” ha girado sobre si debe determinarse siempre por el único criterio del sitio en que se han
realizado los hechos que se juzgan, es decir el juez del lugar (juez natural) o si la ley podría crear tribunales con jurisdicción territorial
superpuesta a estos jueces y cuya competencia se determinaría según los delitos cometidos.
El Tribunal Constitucional no ha dudado al admitir su constitucionalidad dado que el fin del artículo 24 es conseguir la imparcialidad del
órgano judicial, lo que se logra mediante la creación de los tribunales por ley con carácter general, sin que se vulnere esta imparcialidad
porque el legislador determine las competencias de los tribunales no sólo por el criterio territorial, sino atendiendo también a otros criterios
como la naturaleza de los hechos, la amplitud del territorio en que se produjeron y “su transcendencia para el conjunto de la sociedad”.
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B. El derecho a un proceso público sin dilaciones indebidas.
La Carta Magna de 1978 establece la publicidad de los juicios tanto en la parte orgánica, de funcionamiento de los tribunales (art. 120.1 CE),
como en la dogmática, donde la configura como una garantía de los participantes en cualquier pleito y muy especialmente de los acusados
(art. 24.2 CE). El Tribunal Constitucional ha señalado que el proceso público tiene dos finalidades:
• Proteger a las partes de una justicia sustraída del control público.
• Mantener la confianza de la comunidad en los jueces y tribunales.
Excepcionalmente el Convenio Europeo de Derecho Humanos permite en su art. 6.1 (también art. 232 LOPJ) que se prohíba el acceso de la
prensa y del público a un juicio en interés “de la moralidad, del orden público o de la seguridad nacional en una sociedad democrática”.
Además de ser público, el proceso no puede tener dilaciones indebidas sino cuando se produce un retraso excesivo en emitir la resolución
judicial a tenor de varios criterios, entre los que según la jurisprudencia de nuestro Tribunal Constitucional (siguiendo la del TEDH) destacan:
1. Las circunstancias del proceso;
2. Su complejidad objetiva;
3. La duración de otros procesos similares;
4. La actuación de los órganos judiciales y los medios de que estos disponen;
5. La conducta del recurrente, a quien se exige la debida diligencia procesal, así como “la denuncia previa ante el órgano judicial de la demora
injustificada”.
Una razón que no evita las dilaciones es una alegada con cierta frecuencia por los tribunales:
• El hecho de que el retraso se deba a motivos estructurales;
• La carga de trabajo del órgano judicial “si bien pudiera excluir de responsabilidad a las personas intervinientes en el procedimiento, de
ningún modo altera el carácter injustificado del retraso”.
De todas formas, la dificultad de aplicar estos criterios en cada caso concreto ha dado lugar a diversos supuestos en los que mientras el
Constitucional no ha considerado que se hubieran producido dilaciones indebidas, el Tribunal de Estrasburgo ha estimado lo contrario y ha
condenado a España por incumplir el requisito del “plazo razonable” de los procesos.
C. Las garantías de los acusados en el proceso penal.
El artículo 24.2 incluye un ramillete de garantías especialmente pensadas para los procesos punitivos:
a) El derecho a la defensa y a la asistencia de letrado: el acusado en un proceso judicial tiene siempre el derecho a nombrar libremente al
abogado que considere oportuno y si no lo hiciera, se le proveerá uno de oficio.
b) El derecho a ser informado de la acusación: exige que se les comunique a los acusados tanto los hechos que se le imputan como la
calificación jurídica que se le atribuye. Según el CEDH esa información debe ser comprensible, de tal forma que comporta “el derecho de ser
asistido gratuitamente por un intérprete sin que quepa después la posibilidad de reclamar el pago de los gastos de esta asistencia”.
c) El derecho a utilizar los medios pertinentes para la defensa: para poder defender su postura, las partes en un proceso tienen derecho a
proponer las pruebas que estimen conveniente, que el juez puede admitir o rechazar si no las estima útiles, lícitas o idóneas para probar los
hechos discutidos mediante un razonado y motivado “juicio de pertinencia”.
d) Los derechos a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable: el deber de colaboración con los tribunales que exige la
Constitución (art.118) no alcanza a los acusados, que pueden guardar silencio sobre los hechos que se le imputan o incluso pura y
simplemente mentir en la propia declaración con una finalidad exculpatoria. Igualmente, el artículo 24.2 prevé que la ley regule los casos en
que se exima de esta colaboración a los familiares y a los profesionales a los que ampare el secreto profesional, mandato que ha desarrollado
el art. 416 de la LECrim.
e) El derecho a la presunción de inocencia: para condenar a una persona es necesario que se desvirtúe la presunción de inocencia, ya que el
acusado llega al juicio como inocente y “sólo puede salir de él como culpable si su primitiva condición es desvirtuada plenamente a partir de las
pruebas aportadas por las acusaciones”. El principio de libre valoración de las pruebas (art. 741 LECrim) permite al Tribunal considerar
cuándo se puede condenar más allá de cualquier duda razonable, teniendo en cuenta que las pruebas que debe valorar deben practicarse en
el juicio oral y sin que pueda utilizar pruebas prohibidas u obtenidas con violación de los derechos fundamentales.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
LECCIÓN XIII. LOS DERECHOS ECONÓMICOS Y SOCIALES.
1. DERECHOS CONSTITUCIONALES.
A. Los derechos patrimoniales.
a. El derecho a la propiedad privada.
La Constitución española de 1978 reconoce en su artículo 33, aunque no la eleva al rango de derecho fundamental pues se reconoce en la
Sección 2º del Capítulo 2º, de tal manera que su régimen jurídico no incluye la regulación por ley orgánica ni su protección por el recurso de
amparo.
Este reconocimiento no supone la vuelta a un concepto decimonónico de la propiedad privada, básicamente individual, sino que la
Constitución tiene muy presente los intereses generales de la sociedad, de tal forma que ordena que “la función social” de la propiedad
“delimitará su contenido, de acuerdo con las leyes” (art. 33.2); además, permite la expropiación por causa justificada de utilidad pública o
interés social, mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por las leyes (art. 33.3).
El Constitucional ha precisado que la expropiación tiene una doble naturaleza porque es una técnica que, por un lado, sirve a los intereses
públicos, mientras que por otro garantiza los intereses económicos privados mediante una justa compensación económica a quienes se vean
privados de sus bienes o derechos de contenido patrimonial, por razones de utilidad pública o interés social. Aunque por su propia naturaleza
la expropiación es un acto administrativo, el Constitucional ha admitido las expropiaciones legislativas mediante leyes singulares o de caso
único: en una primera jurisprudencia lo hizo considerando que no se violaba el artículo 33 de la Constitución siempre que existiera una
situación excepcional que justificara no usar la vía ordinaria de la expropiación administrativa y sí la excepcional de la ley, bien estatal, bien
autonómica. Posteriormente y poniendo más el acento en la tutela judicial efectiva (que se debilita en cuanto los expropiados ex lege no
pueden acudir a los tribunales contencioso-administrativos) ha exigido, además, que esas leyes de caso único no sean discriminatorias y no
impidan el ejercicio de derechos fundamentales.
Precisamente, la falta de justificación de esta situación excepcional ha llevado al TC a la única declaración de inconstitucionalidad que hasta la
fecha ha dictado por violación del derecho de propiedad: contra la Ley canaria 2/1992, de 26 de junio, que expropiaba unos determinados
edificios contiguos al Parlamento canario sin justificar por qué elegía esos y no otros también contiguos (STC 48/2005, de 3 de marzo).
En sentido contrario, el Constitucional ha negado que se afecte al derecho de propiedad mediante una expropiación legislativa cuando las
Cortes aprueban una ley que rebaja la edad de jubilación, originando así que los funcionarios se jubilen antes de lo que pensaban cuando
accedieron a sus plazas, o cuando por ley se establece que no se van a revalorizar las pensiones el año siguiente, porque en ambos casos se
trata de expectativas de derechos y no de auténticos derechos y “sólo son expropiables y, por tanto indemnizables la privación de bienes y
derechos o incluso intereses patrimoniales legítimos aun no garantizados como derechos subjetivos (las situaciones en precario); pero en
ningún caso lo son las expectativas”.
La función social de la propiedad impide la existencia de un estatuto unitario de la propiedad en el ordenamiento jurídico español. Por eso, el
legislador puede establecer una pluralidad de tipos de propiedad atendiendo a los distintos tipos de bienes sobre los que la propiedad puede
proyectarse. Es más, la propiedad privada no es solo un haz de facultades sobre las cosas, sino también “un conjunto de derechos y
obligaciones establecido, de acuerdo con las leyes, en atención a valores e intereses de la comunidad’’.
Esta capacidad de la Ley para incluir los intereses sociales a la hora de definir el contenido de la propiedad tiene especial incidencia en la
propiedad urbanística, de tal manera que el Estado puede plasmar una determinada concepción del derecho de este tipo de propiedad muy
distinta a la general regulada en el Código Civil, hasta el punto de disociar la propiedad del suelo del derecho de edificar, sometido a una fuerte
intervención pública.
b. El derecho de fundación.
El art. 34 CE recoge el derecho de fundación “para fines de interés general’’. El constituyente lo configuró como un derecho constitucional
ordinario, sin el régimen de los derechos fundamentales stricto sensu.
La Ley 50/2002, de Fundaciones, establece el régimen común a todas las fundaciones españolas y regula las de competencia estatal, pues las
CCAA tienen competencia para regular las que desarrollen su actividad en su respectivo territorio. Entre estas condiciones comunes se
encuentra, el mantenimiento del tradicional protectorado público sobre las fundaciones, un control que la ley pretende justificar en “el recto
ejercicio” de este derecho; fundamentación que hay que entender de forma amplia, porque tanto los fines sociales como los incentivos fiscales
de que disfrutan las fundaciones autorizan un control público sobre estas “organizaciones constituidas sin ánimo de lucro que, por voluntad de
sus creadores, tienen afectado de modo duradero su patrimonio a la realización de fines de interés general” (art. 1).
c. La libertad de empresa.
El art 38 CE reconoce “en el marco de la economía de mercado” y ordenando a los poderes públicos que la garanticen “de acuerdo con las
exigencias de la economía general y, en su caso, de la planificación”. Esta función de garantía que tienen los poderes públicos de la libertad de
empresa y la propia proclamación del mercado justifican las abundantes normas dedicadas a velar por la competencia, que no son una
restricción de la libertad económica sino una manera de “evitar las prácticas que puedan afectar o dañar seriamente a un elemento tan
decisivo en la economía de mercado como es la concurrencia entre empresas”.
Las normas constitucionales que fijan el campo de actuación de los poderes públicos en este ámbito y que giran sobre el mercado como
sistema básico para producir y distribuir los bienes y servicios, sistema que se reforzó con la incorporación en 1986 a la Comunidad Europea,
cuyos principios económicos se asientan en lograr un amplio mercado regido por las cuatro libertades de circulación de personas,
bienes, servicios y capitales.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
Las exigencias de la economía general permiten que el Estado y las Comunidades puedan intervenir en muchos y diversos supuestos:
• Para exigir unas condiciones especiales en la creación de ciertas empresas (como los bancos);
• Para regular los horarios comerciales;
• Para fijar unos requisitos a la hora de producir determinados bienes, etc.

B. Los derechos laborales.


a. El derecho al trabajo y a la libre elección de oficio.
El art. 35 CE establece “el deber de trabajar y el derecho al trabajo”, derecho que si bien no crea una correlativa obligación de los poderes
públicos de proveer de un puesto de trabajo a quien demande ejercer ese derecho, sí que supone su obligación de realizar una política
económica que haga factible su ejercicio, como determina expresamente el artículo 40 al señalar que los poderes públicos realizarán una
política orientada al pleno empleo. El Tribunal Constitucional se ha referido a un doble aspecto del derecho al trabajo:
• Aspecto individual: igual derecho de todos a un determinado puesto de trabajo, si se cumplen los requisitos necesarios de capacitación, y
en el derecho a la continuidad y estabilidad en el empleo, es decir, a no ser despedido si no existe una causa justa;
• Aspecto colectivo: “implica un mandato a los poderes públicos para que lleven a cabo una política de pleno empleo, pues en otro caso el
ejercicio del derecho al trabajo por una parte de la población lleva consigo la negación de ese mismo derecho para otra parte”.
De esa manera, el derecho al trabajo se configura como un derecho de libertad, que el propio art. 35 reconoce al precisar que se reconoce la
libre elección de profesión u oficio, que no es el derecho a desarrollar cualquier actividad económica que una persona desee, sino el de elegir
libremente profesión pues para proteger los intereses generales los poderes públicos “pueden intervenir en el ejercicio de ciertas actividades
profesionales, sometiéndolas a la previa obtención de una autorización o licencia administrativa o a la superación de ciertas pruebas de
aptitud”.
El art. 36 CE ordena al legislador que regule el régimen jurídico de los Colegios Profesionales y el ejercicio de las profesiones tituladas, dando
así una cobertura especial al legislador para regular ciertas profesiones, incluso hasta el punto de permitir restricciones en el derecho
fundamental de asociación pues se exige la colegiación obligatoria cuando ésta es relevante para ordenar una determinada profesión.

b. La libertad sindical y el derecho de asociación empresarial.


La libertad sindical se trata de un derecho que pueden ejercer todos los trabajadores por cuenta ajena, incluido los funcionarios; si bien el
artículo 28.1 de la Lex legum permite que la ley puede limitar o exceptuar a los miembros de las Fuerzas Armadas y demás Cuerpos sometidos
a disciplina militar. El artículo 127.1 se lo prohíbe a los jueces, aunque les reconoce el derecho de asociación profesional.
La Ley Orgánica 11/1985, de Libertad Sindical (LOLS) especifica que los trabajadores autónomos, los parados y los jubilados no tienen el
derecho de fundar sindicatos para la tutela de sus intereses singulares, pero sí pueden afiliarse a los sindicatos ya constituidos, además de
tener el derecho de asociación. Por eso, la organización más representativa de los autónomos no es un sindicato, sino una asociación, la
Asociación de Trabajadores Autónomos, participando tanto en el Consejo Estatal del Trabajador Autónomo como en el Consejos Económico y
Social.
La misma LOLS especifica que su contenido comprende el derecho a fundar sindicatos, el derecho de afiliarse al sindicato que uno desee, el
derecho de los afiliados a elegir a sus líderes y el derecho a la actividad sindical, que el Constitucional ha tenido ocasión de tutelar en una
diversidad de supuestos. Procesalmente los simples indicios son suficientes para considerar la vulneración de la libertad sindical,
correspondiendo a los demandados la carga de probar que sus actos aparentemente antisindicales tenían otra justificación.
La libertad de empresa y el derecho al trabajo convergen en el art. 37 CE para reconocer el derecho de trabajadores y empresarios a la
negociación colectiva. La concreción del régimen de la negociación y convenios colectivos se realiza en el Estatuto de los Trabajadores, (Ley
8/1980, de 10 de marzo), pero que desde entonces no ha habido año en el que no se le haya realizado algunas modificaciones, hasta el punto
de que lleva ya dos textos refundidos, uno en 1995 y otro, el vigente, en 2015, el Real Decreto Legislativo 2/2015, de 23 de octubre, por el que
se aprueba el texto refundido de la Ley del Estatuto de los Trabajadores.
La incorporación de los convenios laborales al sistema de fuentes no puede significar que todo un sector social de la importancia de las
relaciones laborales se autorregule al margen de lo establecido por la ley ya que ésta se encuentra en una superior posición jerárquica que los
convenios, pudiendo en consecuencia “desplegar una virtualidad limitadora de la negociación colectiva y puede, igualmente, de forma
excepcional reservarse para sí determinadas materias que quedan excluidas, por tanto, de la contratación colectiva’’. Por eso, “en virtud del
principio de jerarquía normativa, es el convenio colectivo el que debe respetar y someterse no sólo a la ley formal, sino a las normas de mayor
rango jerárquico y no al contrario’’.
c. El derecho fundamental a la huelga y a otras medidas de conflicto colectivo.
El art. 37.2 CE reconoce el derecho de los trabajadores y empresarios a adoptar medidas de conflicto colectivo, ordenando a la ley que regule
el ejercicio de este derecho, incluyendo las garantías precisas para asegurar el funcionamiento de los servicios esenciales de la comunidad.
Ahora bien, la huelga en el artículo 28, junto a la libertad sindical concibiéndose como un derecho fundamental estricto. Por eso, el
Constitucional ha señalado que no existe una igualdad de armas desde el punto de vista de la Constitución entre patrones y obreros pues estos
tienen un derecho fundamental del que carecen aquellos. El propio Tribunal ha explicado las diferencias prácticas de esta falta de igualdad
entre el cierre patronal (lock-out) y la huelga: Cierre patronal “no es una huelga de patronos, porque no hay reivindicación sino defensa. No es
lícito cuando se utiliza para sancionar la huelga o cuando se alza como barrera que lo impide. Además, la carga de probar la existencia de los
elementos fácticos de la huelga abusiva corresponde al empresario”.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
Una nota llamativa del ordenamiento jurídico español consiste en la falta de la ley orgánica que exige el art. 28.2 CE para desarrollar el
derecho de huelga, pues todavía está vigente el Decreto-ley 17/1977, de 4 de marzo, sobre Relaciones de Trabajo; completado por la
jurisprudencia que el Tribunal Constitucional y la jurisdicción ordinaria han fijado sobre los conceptos polémicos de este derecho: la
definición de huelga abusiva, la ilicitud de los piquetes violentos que no pueden ampararse en el derecho de huelga, la
determinación de cuáles son los servicios esenciales de la comunidad en los que la Administración (estatal o autonómica) tiene
competencia para fijar unos servicios mínimos e incluso nombrar un árbitro para que dicte un laudo de obligado cumplimiento.
Quizás la jurisprudencia más interesante que el Constitucional ha dictado haya sido la relativa al concepto de “intereses de los trabajadores”
que el art. 28.2 CE exige para que la huelga sea lícita.

2. LOS PRINCIPIOS RECTORES DE LA POLÍTICA ECONÓMICA Y SOCIAL.


A. El valor jurídico de los principios rectores.

El Capítulo III del Título I de la CE, producto evidente de la configuración de España como un Estado social y democrático de Derecho, incluye
la rúbrica “principios rectores de la política social y económica” 14 artículos (del 39 al 52), donde se recogen diversos tipos de normas unidas
todas por el régimen jurídico que marca el artículo 53.3, bastante distinto del que establece previamente para los derechos fundamentales:
“el reconocimiento, el respeto y la protección de los principios reconocidos en el Capítulo tercero informarán la legislación positiva, la práctica
judicial y la actuación de los poderes públicos. Sólo podrán ser alegados ante la Jurisdicción ordinaria de acuerdo con lo que dispongan las leyes
que los desarrollen”. Por eso, no sólo los artículos 39 a 52 están excluidos del recurso de amparo, sino que no pueden prosperar las peticiones
que se presenten a los tribunales ordinarios basadas directamente en los artículos del Capítulo III, ni siquiera en las contadas ocasiones en las
que estos emplean la expresión “derecho”: como ha señalado el Tribunal Constitucional se trata de mandatos y habilitaciones al legislador,
pero no de derechos públicos subjetivos que se puedan alegar directamente ante los tribunales, sino según lo que dispongan sus respectivas
leyes de desarrollo. En esta interpositio legislatoris la libertad de configuración del legislador es mayor que en el caso de los derechos
fundamentales, ya que sólo estos tienen garantizado un contenido esencial. Incluso ese desarrollo de las normas programáticas no está
reservado en exclusiva a la ley formal. Pero que las normas programáticas del Capítulo III no generen derechos subjetivos no implica que se
trate de normas vacías y retóricas, ad pompam ostentationem.
En primer lugar, porque al estar incluidas en la Constitución sirven para controlar la actividad legislativa, tanto para limitar su actuación, como
para preconfigurarla. Por ejemplo, la Constitución exige un régimen público de pensiones, sin perjuicio de que este “mínimo constitucional
garantizado” pueda ser completado con un régimen privado. En segundo lugar, porque los principios rectores informan la práctica judicial y la
actuación de los poderes públicos, de tal manera que los operadores jurídicos están obligados a realizar una interpretación secundum
Constitutionem de la legislación vigente, sin obviar los principios rectores de la política económica y social. En fin, también hay que tener en
cuenta su papel jurídico-político no solo para fundamentar la actuación de los poderes públicos sino también para apoyar las reivindicaciones
de determinados grupos sociales que basándose en ellos pueden exigir al Estado un determinado comportamiento: fomentar la vivienda,
realizar una política activa para colectivos marginales, etc.
B. Clasificación:
a. Los derechos sociales.
En varios artículos del Capítulo III se reconocen derechos sociales, si bien se trata de derechos de configuración legal. Son los siguientes:
1. El artículo 43 reconoce el derecho a la protección de la salud, para lo cual habilita a los poderes públicos para organizar la salud pública. El
Estado, al que le corresponde la legislación básica, como es la Ley 14/1986, de 25 de abril, General de Sanidad, y las Comunidades Autónomas
responsables de los servicios de atención sanitaria.
2. El art. 44 CE derecho de “acceso a la cultura”, que viene a completar la libertad cultural garantizada en el art 20, con un mandato a los
poderes públicos para que promuevan la cultura, la ciencia y la investigación científica. Tanto el Estado como las Comunidades Autónomas
mantienen una política muy activa con gran cantidad de incentivos fiscales, subvenciones, premios y organización y patrocinio de eventos
culturales de todo tipo.
3. El Constitucional ha subrayado este carácter finalista del art.45 que no pretende renunciar al crecimiento económico y a la explotación de
los recursos naturales, sino que propugna un desarrollo sostenible que no tenga como objetivo único “la explotación al máximo de los recursos
naturales, el aumento de la producción a toda costa, sino que se ha de armonizar la utilización racional de esos recursos con la protección de la
naturaleza, todo ello para el mejor desarrollo de la persona y para asegurar una mejor calidad de vida”.
4. El artículo 47 reconoce a todos los españoles el derecho “a una vivienda digna y adecuada”, para lo cual ordena a los poderes públicos que
promuevan las condiciones necesarias para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general
para impedir la especulación. Tanto el Estado como las CCAA han aprobado diversas leyes para regular el suelo y fomentar la construcción de
viviendas asequibles.
Por su parte, los Ayuntamientos tienen competencias de planificación y ejecución del urbanismo, que se refuerzan con estas nuevas leyes
autonómicas, lo que supone que tienen atribuido un papel muy activo tanto en los mercados de solares locales, como en la construcción de
edificios.
La crisis económica de 2007 ha originado una nueva oleada de leyes que pretenden realizar el derecho a una vivienda digna protegiendo a los
propietarios de vivienda contra su expulsión por impago de su hipoteca. La siempre difícil articulación entre la legislación estatal básica y la
autonómica de desarrollo ha dado lugar a recursos ante el Constitucional, que han originado la declaración de inconstitucionalidad de algunas
disposiciones de estas normas autonómicas por invasión del ámbito reservado al Estado.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
C. Los mandatos de protección a determinados grupos sociales.
El Estado social y democrático de derecho no mantiene la estricta visión liberal de la sociedad como un conjunto de individuos, ciudadanos
libres iguales ante la ley y los poderes públicos, cuya integración en grupos intermedios era una rémora para el progreso que había que
combatir. El Estado social reconoce la existencia de grupos sociales, que merecen ser tratados de forma distinta, precisamente para que la
libertad y la igualdad “sean reales y efectivas” (art. 9.1 CE).
Las consecuencias para el ordenamiento constitucional son profundas en todos los ámbitos: desde la admisión de las leyes-medida en el
sistema de fuentes, hasta una nueva interpretación del principio de igualdad, sin olvidar la aplicación diferenciada de algunos derechos
fundamentales, como el derecho de acceso a la función pública.
El Capítulo III del Título I es el lugar más adecuado para enumerar los colectivos cuyos intereses deben ser tutelados especialmente por el
Estado social:
• La familia: el art.39 ordena a los poderes públicos que aseguren la protección social, económica y jurídica de la familia. Basándose en
ellos tanto el Estado como muchas CCAA han lanzado Planes de Apoyo a las Familias. Entre las leyes que citan este artículo, es
especialmente relevante la Ley 39/1999, de 5 de noviembre, para promover la conciliación de la vida familiar y laboral de las personas
trabajadoras.
• Los trabajadores: art. 40 el pleno empleo es un objetivo de los poderes públicos, además deben garantizar la formación profesional, la
seguridad e higiene en el trabajo, el descanso necesario mediante la limitación de la jornada laboral y las vacaciones pagadas.
• Los trabajadores en el extranjero: art. 42 El Estado orienta su política hacia su retorno. En la actualidad la norma más relevante es la Ley
40/2006, de 14 de diciembre, del Estatuto de la ciudadanía española en el exterior que configura el marco jurídico que garantiza a los
españoles en el extranjero el ejercicio de sus derechos y deberes constitucionales en términos de igualdad con los españoles residentes
en España. Además, este Estatuto fija las formas de colaboración entre el Estado y las CCAA tanto en el apoyo de los españoles en el
extranjero como a aquellos que decidan retornar.
• Los jóvenes: (art. 48). Los poderes públicos promoverán las condiciones para la participación libre y eficaz de la juventud en el desarrollo
político, social, económico y cultural. Ley 18/1983, de 16 de noviembre, de Creación del Organismo Autónomo Consejo de la Juventud de
España.
• Las personas con minusvalías: art. 49 los poderes públicos deben no sólo realizar una política acorde con sus necesidades, sino que
además deben velar porque puedan disfrutar de los derechos que el título primero atribuye a todos los ciudadanos. Este mandato ha sido
la base para una abundante legislación de integración social y de medidas de discriminación positiva, como las contenidas en la Ley
53/2003, de empleo público de los discapacitados.
• Los mayores: art. 50 los poderes públicos establecerán para los miembros de la “tercera edad” tanto “pensiones adecuadas y
periódicamente actualizables”, como servicios sociales dedicados a “sus problemas específicos”. En 1995 el Congreso aprobó un informe
sobre los problemas estructurales del sistema de la Seguridad Social y de las reformas que deberán acometerse, que se conoce como
Pacto de Toledo. El principal objetivo de este pacto fue reducir la presión a la que estaba sometido el presupuesto de la Seguridad Social.
Desde entonces, se han realizado diferentes reformas en esta línea.
• Los consumidores: art. 51 los poderes públicos garantizarán la seguridad, salud y los intereses económicos de los consumidores. El
grueso de los derechos de los consumidores se recoge en el Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre, por el que se aprueba el
texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios, modificado en varias ocasiones para adecuarla a las
directivas de la Unión Europea y reforzar la tutela de los consumidores, la última de ellas por el que se transponen directivas de la Unión
Europea en los ámbitos financiero, mercantil y sanitario, y sobre el desplazamiento de trabajadores.

Otros objetivos de las políticas públicas.


Además de la consecución de los derechos sociales y la protección de determinados grupos que necesitan una tutela especial del Estado social,
el capítulo III de la Constitución contiene otros mandatos que deben perseguir los poderes públicos, como son:
o Una distribución de la renta más equitativa, tanto de la renta personal como de la regional (art. 40), mandato que no parece que se haya
conseguido ya que tanto el reparto de la renta personal como el de la regional que existía en 1978 se mantiene invariada en 2017, si es
que no ha aumentado.
o El mantenimiento de un régimen público de Seguridad Social para todos los ciudadanos, que garantice la asistencia y prestaciones
sociales suficientes ante situaciones de necesidad, especialmente en caso de desempleo (art. 41). El Constitucional ha precisado que ese
régimen público no requiere “necesariamente y en todo caso un sistema de gestión pública directa”.
o La protección del patrimonio histórico, incluido el mandato al legislador de que tipifique como delito los atentados contra él (art. 46),
concreción que no suele ser habitual en un texto constitucional. Siguiendo este mandado el Código Penal tipifica los delitos contra el
patrimonio en los artículos 321-324.
La Constitución española contiene normas de protección para determinados colectivos, pero no establece una tutela específica para lo que en
Derecho comparado se conoce como minorías, grupos humanos identificados por la raza, la religión o la lengua. Desde una perspectiva
general, de colectivo de personas distribuido por todo el territorio de España, la Carta Magna contiene un buen número de disposiciones que
pueden tener una función muy importante para defender a estas minorías, empezando por los valores superiores del ordenamiento jurídico
proclamados en el 1.1 y el derecho a la igualdad del 14.
Las libertades ideológicas, religiosa y de culto también son normas protectoras de las minorías; Además, la palabra “minoría” aparece dos
veces en la CE, siempre refiriéndose a las personas que todavía no son mayores de edad:
DERECHO CONSTITUCIONAL II
• En el artículo 39 para ordenar que “los padres deben prestar asistencia de todo orden a los hijos habidos dentro o fuera del
matrimonio, durante su minoría de edad”.
• En el artículo 59 para establecer que la Regencia del Rey menor de edad se ejercerá “durante el tiempo de la minoría de edad del
Rey”.
En sentido contrario, el mandato del art.9.3 a los poderes públicos para que promuevan las condiciones para que la libertad y la igualdad del
individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas facilita una política específica para esta minoría por parte del Estado y las
CCAA, que tiene su principal expresión institucional en el Consejo Estatal del Pueblo Gitano, creado por el Real Decreto 891/2005, de 22 de
julio. Así, el artículo 42 del EACAT ordena a los poderes públicos que garanticen el reconocimiento de la cultura del pueblo gitano “como
salvaguarda de la realidad histórica de este pueblo”. Igualmente, el artículo 9 del Estatuto andaluz fija entre los objetivos de la Comunidad
Autónoma (donde reside el mayor número de gitanos españoles) la promoción de las “condiciones necesarias para la plena integración de las
minorías y, en especial, de la comunidad gitana para su plena incorporación social”.
Por su parte, el Tribunal Constitucional ha resuelto diversos recursos de amparo en el que la pertenencia a una minoría era un factor crucial
para determinar la posible violación de un derecho fundamental.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
LECCIÓN XIV. LOS DEBERES CONSTITUCIONALES.
1. EL CONCEPTO DE DEBER CONSTITUCIONAL.
En la concepción del estatuto de ciudadanía que siempre ha mantenido el movimiento constitucionalista, las personas no sólo son portadoras
de derechos “inalienables y sagrados” sino también de deberes para las demás personas y la sociedad en su conjunto. El primero y más
elemental es el respeto del ordenamiento jurídico, como exigía la Constitución de 1812 y ha recogido el artículo 9: “Los ciudadanos y los
poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”. Derivado de esta sujeción al ordenamiento, y de la
propia concepción de los derechos fundamentales, surge el deber de respetar los derechos de los demás, como recoge el artículo 10.1 CE.
Además de estos deberes genéricos, los textos históricos recogían dos deberes básicos de colaboración con la sociedad:
o El deber de contribuir económicamente a los gastos del Estado;
o El de defender “la Patria” con las armas;
La Constitución de 1978 no entra en el detalle de especificar el contenido concreto de cada deber, los procedimientos para su exigencia ni las
sanciones en caso de incumplimiento, por lo cual ninguno puede ser exigido directamente a los ciudadanos, sino que se trata de deberes de
configuración legal. Se marca así una diferencia sustancial con los derechos fundamentales, de eficacia directa e inmediata, ya que gracias a
que tienen un contenido esencial en la Carta Magna pueden ser ejercidos y reivindicados ante los poderes públicos sin legislación interpuesta.
Esta Lex interposita que desarrolla los deberes constitucionales fijando determinadas obligaciones concretas será ley en sentido estricto, sobre
todo si establece sanciones en caso de incumplimiento, pues así lo exige el principio de legalidad punitiva recogido en el artículo 25 CE. Por
su parte, el artículo 149.1.1ª especifica que el Estado regulará las condiciones básicas que garanticen la igualdad en el cumplimiento de los
deberes constitucionales.
2. EL DEBER DE DEFENDER A ESPAÑA.
A. Las obligaciones militares.
Desde que la Constitución de 1812 estableciera el deber de defender la Patria con las armas, la Constitución de 1978 lo transforma en el
“derecho y el deber de defender a España” (art. 30.1 CE), concretado en un servicio militar obligatorio, del que quedan exentos los objetores
de conciencia, si bien la ley puede exigir una prestación social sustitutoria (art. 30.2 CE). Como en el momento de aprobarse la Constitución
no se reconocía esta objeción y sí que existía la obligación de incorporarse “a filas”, el problema inmediato que se presentó fue la forma de
ejercer esta objeción de conciencia, lo que el Constitucional solventó mediante el expediente de reconocer el aplazamiento de la
incorporación hasta que el legislador aprobara la correspondiente ley. En 1984 se aprobó dicha Ley, estableciéndose un sistema de régimen de
servicio militar obligatorio y servicio civil sustitutorio para los objetores. Sin embargo, la Ley 17/1999, de 18 de mayo, del Régimen Personal de
las Fuerzas Armadas creó un Ejército exclusivamente profesional, en funcionamiento desde enero de 2002, y lógicamente suspendió la
incorporación obligatoria a filas.
B. Los deberes de protección civil.
Dentro del mismo art. 30 CE establece obligaciones a los españoles, que pueden considerarse derivadas del deber de “defender a España”. La
ley puede establecer un servicio civil para el cumplimiento de fines de interés general (art. 30.3 CE), así como “deberes de los ciudadanos en
los casos de grave riesgo, catástrofe o calamidad pública” (art. 30.4). Sabiendo que el legislador ha abolido el servicio militar obligatorio, ha
usado la autorización constitucional de establecer deberes para aprobar la Ley 2/1985, de 21 de enero, de Protección Civil, cuyo artículo 4
establece para todos los ciudadanos la obligación “de colaborar, personal y materialmente, en la protección civil, en caso de requerimiento por
las autoridades competentes”, que se amplía a todos los residentes, también los extranjeros, en caso de grave riesgo, catástrofe o calamidad
pública. Recuérdese que según establece el sistema de distribución de competencias, estas autoridades pueden ser tanto estatales como
autonómicas, según los casos.

3. LAS OBLIGACIONES TRIBUTARIAS.


El artículo 31 CE ordena que todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo a su capacidad económica mediante un
“sistema tributario justo” basado en los principios de igualdad y progresividad, sin que pueda tener “alcance confiscatorio” al establecer los
principios de generalidad, capacidad, igualdad y progresividad está también configurando un mandato que vincula a los poderes públicos, que
están obligados “a exigir esa contribución a todos los contribuyentes cuya situación ponga de manifiesto una capacidad económica susceptible
de ser sometida a tributación” establece el principio de ordenación del gasto público según los criterios de eficiencia y economía (art. 31.2) y
crea una reserva de ley para establecer prestaciones personales o patrimoniales de carácter público (arts. 31.3 y 133.1), lo que no supone
que toda la regulación de los impuestos tengan que encontrarse en la ley, únicamente sus elementos esenciales. Este “sistema tributario justo”
se compone de un gran número de leyes.
Por este carácter dual del mandato de contribuir a los gastos del Estado, no faltan las sentencias del Tribunal Constitucional en las que se
emplea el artículo 31.1 para justificar una determinada potestad de la Administración, como su capacidad de investigar el patrimonio de un
ciudadano sin por ello violar su intimidad; pero son bastantes más las sentencias en las que se fijan los límites de la potestad tributaria del
Estado a tenor de los principios del sistema impositivo que consagra la Constitución. Algunos de los pronunciamientos más importantes sobre
el particular:
DERECHO CONSTITUCIONAL II
a) Principios de generalidad y capacidad económica obligan al legislador a configurar los impuestos para todos y a tipificar como hecho
imponible todos los actos que demuestren una capacidad económica. Pero no lo obliga a crear impuestos con función recaudatoria, puede
hacerlo con un fin de política económica (proteger el medio ambiente) siempre que respete el art. 31.1 CE, en especial la “capacidad
económica o, lo que es igual, el hecho imponible tiene que constituir una manifestación de riqueza”. Estos fines extrafiscales pueden justificar
también beneficios tributarios no discriminatorios. Se ejerce una mayor presión fiscal sobre quien tiene menos capacidad económica.
b) Principios de igualdad y progresividad exigen que el legislador establezca una fiscalidad igual para situaciones económicas iguales, que
puede desembocar en una mayor presión fiscal para determinadas personas, siempre que el grado de progresividad se determine en función
de la base imponible y no debido al sujeto pasivo.
La tributación conjunta de los cónyuges que establecía originariamente la Ley del Impuesto de la Renta de las Personas Físicas violaba (STC
45/1989) el principio de igualdad porque incrementaba la carga tributaria que le correspondería a cada uno de ellos de forma individual, de tal
manera que la ley discriminaba a los casados en comparación con otras parejas que no hubieran formalizado su unión. Siguiendo ese
razonamiento de la igualdad de los cónyuges con otros sujetos pasivos, el Constitucional estimó inconstitucional que un miembro de la unidad
familiar no pudiera deducirse en su declaración los sueldos realmente pagados a otro miembro de la unidad familiar, sino únicamente el “coste
medio anual por empleado de la plantilla o en otro caso, el importe del salario mínimo interprofesional”; ya en el siglo XXI, ha considerado
que viola la igualdad tributaria atribuir un diferente trato entre las unidades familiares que se acojan a la tributación conjunta permitiendo una
deducción variable únicamente cuando las rentas de los sujetos pasivos provengan de fuentes externas, pero no en el supuesto de que
provengan de otro miembro familiar, como en el caso de un dentista que tenía contratada a su esposa.
El Tribunal Constitucional nunca ha considerado que alguna de las normas que ha tenido que enjuiciar tuviera alcance confiscatorio. Con buen
criterio y tras poner ejemplos claros de normas confiscatorias ha considerado que el legislador tiene un amplio margen para determinar los
límites de la presión fiscal pues existe “una dificultad de situar con criterios técnicamente operativos la frontera en la que lo progresivo o,
quizás mejor, lo justo, degenera en confiscatorio”.

4. OTROS DEBERES CONSTITUCIONALES.


A. Deber de conocer el castellano (art. 3.1): Deber que crea una presunción de que todos los españoles lo conocen y que justifica que el
castellano sea la lengua de comunicación con los poderes públicos estatales, pero el derecho del art. 24.1 CE a que en ningún caso se
produzca indefensión origina que los españoles que se demuestre que no entienden el castellano tengan que ser asistidos por un intérprete en
las diligencias policiales.

B. Los deberes familiares: El artículo 32 determina que la ley debe regular los derechos y los deberes de los cónyuges y el artículo 39 ordena
que los padres deben prestar asistencia a sus hijos “habidos dentro o fuera del matrimonio, durante su minoría de edad y en los demás casos
en los que legalmente proceda”.

C. El deber de trabajar: El artículo 35 como función más pedagógica y ejemplarizante que jurídica. Sin embargo, sirve de fundamento
constitucional a algunas normas, como la obligación de colaborar en las actividades de protección civil que tienen los desempleados que estén
percibiendo una prestación económica y el requisito de acreditar disponibilidad para “buscar activamente empleo” y otros parecidos para los
desempleados que quieran recibir una prestación por desempleo.

D. Los deberes sanitarios: El artículo 43.2 “los derechos y deberes de todos” con la salud pública. Mandato que cumplen diversas leyes como
la Ley Orgánica 3/1986, de medidas especiales en materia de sanidad pública, la Ley 14/1986, General Sanitaria y la Ley 41/2002, básica
reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica.

E. El deber de conservar el medio ambiente: El artículo 45 proclama el derecho al medio ambiente y establece el “deber de conservarlo”, y
ordena que la ley establezca sanciones penales y administrativas y la obligación de reparar el daño causado a quien atentara contra el medio
ambiente. Lógicamente entre el gran número de leyes estatales y autonómicas que regulan las actividades relacionadas con el medio ambiente

F. El deber de comparecencia ante las comisiones de investigación: El artículo 76.2 establece el deber de comparecer ante estas comisiones,
que se regula en la Ley Orgánica 5/1984, haciéndolo extensible tanto a los españoles como a los extranjeros residentes en España.
G. El deber de colaboración con la justicia: El artículo 118 exige cumplir las resoluciones judiciales, así como prestar colaboración con los
tribunales, que se plasma legislativamente en diversas obligaciones, como son la obligación de todas las personas de comparecer en juicio
como testigo (LOPJ) y la de formar parte de los jurados.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
LECCIÓN XV. LA PROTECCIÓN EXTRAORDINARIA DEL ORDENAMIENTO Y LA SUSPENSIÓN DE LOS
DERECHOS FUNDAMENTALES.
1. INTRODUCCIÓN: EL ESTADO DE DERECHO ANTE SITUACIONES EXCEPCIONALES.
El movimiento constitucional español fue consciente de que en situaciones de crisis social podría ser necesario suspender temporalmente
algunas garantías constitucionales para restablecer el orden constitucional y salvar el Estado de Derecho. La Constitución de 1978 distingue
tres situaciones excepcionales posibles y admite una suspensión permanente de derechos para los acusados de delitos terroristas. Además,
como precaución general, establece en su artículo 116 que la declaración de cualquiera de estos estados excepcionales no modificará la
responsabilidad del Gobierno, ni podrá disolverse el Congreso mientras esté declarado alguno de ellos. Si el Congreso estuviera disuelto sus
funciones serán asumidas por su Diputación Permanente. Por su parte, el artículo 169 prohíbe que se inicie una reforma constitucional
cuando esté vigente un estado excepcional. Además, como previsión adicional, el artículo 4.1 de la LORMR prohíbe que se celebren
referendos de cualquier tipo en los territorios sometidos al estado de excepción o de sitio, así como en los 90 días posteriores a su
levantamiento. Se desarrolla en Ley Orgánica 4/1981, de los estados de alarma, excepción y sitio (LOEAES), habiéndose declarado hasta la
fecha solo una vez el estado de alarma, en diciembre de 2010.
La Ley 36/2015 de Seguridad Nacional prevé una situación de riesgo especial para la libertad y la seguridad de los ciudadanos que permite al
Gobierno coordinar excepcionalmente los medios policiales de las Comunidades y ayuntamientos sin restringir ningún derecho fundamental y
sin alterar el orden competencial entre el Estado y las CCAA.
2. EL ESTADO DE ALARMA.
El Gobierno puede declarar por decreto el estado de alarma por un plazo máximo de 15 días, dando cuenta al Congreso de los Diputados. El
decreto acordado en el Consejo de ministros debe determinar el ámbito territorial donde se extienden los efectos de la declaración (art. 116.2
CE). La Ley Orgánica fija las cuatro alteraciones graves de la normalidad que justifican la declaración del estado de alarma:
o catástrofes;
o crisis sanitarias;
o paralización de servicios públicos esenciales para la comunidad;
o situaciones de desabastecimiento de productos de primera necesidad.
La principal consecuencia de la declaración del estado de alarma es que todas las autoridades civiles y funcionarios de las Administraciones
afectadas quedan bajo las órdenes directas de la Autoridad competente (puede ser el presidente de una CCAA) en cuanto sea necesario para la
protección de personas, bienes y lugares, pudiendo imponerles servicios extraordinarios por su duración o por su naturaleza. Además, el
Decreto puede adoptar ciertas restricciones de algunos derechos fundamentales como son limitar la circulación de personas o de vehículos en
horas y lugares determinados; practicar requisas temporales de todo tipo de bienes e imponer prestaciones personales obligatorias, etc.
El Real Decreto 1673/2010, de 4 de diciembre, declaró por quince días el estado de alarma para la normalización del servicio público
esencial del transporte aéreo y lo hizo incluyendo unas medidas que ni están expresamente previstas en la LOEAES ni habían sido teorizadas
por ningún académico: militarización de los controladores aéreos, a los que se sometió al Código de Justicia Militar, y delegación de la
autoridad del Gobierno en el jefe de Estado Mayor del Ejército del Aire.
Por eso, se originó inmediatamente un debate jurídico en los medios de prensa en el que la mayoría de los participantes consideraban que
esas medidas no estaban permitidas por la Ley Orgánica 4/1981 ni por la Constitución, que en su artículo 117.5 declara que la jurisdicción
militar se ejerce en el ámbito estrictamente castrense y en los supuestos de estado de sitio.
El Gobierno decidió el 15 de diciembre de 2010 solicitar al Congreso una prórroga de un mes, que el Congreso le concedió con los votos favorables del
PSOE, CiU, PNV y CC, la abstención del PP y el voto en contra de IU, UPD y otros partidos minoritarios . El Tribunal Supremo rechazó juzgar la legalidad de ese Decreto por

considerar que la proclamación del estado de alarma es un acto político controlado únicamente por el Congreso y no por el Poder Judicial,
tesis refrendada por el Constitucional, según el cual “aunque formalizada mediante decreto del Consejo de Ministros, la decisión de declarar el
estado de alarma, dado su contenido normativo y efectos La suspensión de derechos jurídicos, debe entenderse que queda configurada en
nuestro ordenamiento como una decisión o disposición con rango o valor de ley’’.

3. EL ESTADO DE EXCEPCIÓN.
El estado de excepción lo declara el Gobierno previa autorización del Congreso cuando “el libre ejercicio de los derechos y libertades de los
ciudadanos, el normal funcionamiento de las instituciones democráticas, el de los servicios públicos esenciales para la comunidad o cualquier
otro aspecto del orden público resulten tan gravemente alterados que el ejercicio de las potestades ordinarias fuera insuficiente para
establecerlo y mantenerlo” (art. 2 de la LOEAES).
El plazo máximo de vigencia de este estado es el de 30 días, prorrogables por otros treinta.
Los derechos que se pueden suspender en el estado de excepción son (art.55 CE y 20 y ss. LOEAES):
o El derecho a la libertad y a la seguridad personales (art. 17 CE). Podrá procederse a la detención de cualquier persona siempre que
existan fundadas sospechas de que esa persona vaya a provocar alteraciones del orden público, durante un plazo máximo de 10 días, si
bien deberá comunicarse a la autoridad judicial en el plazo de 24 horas. Además, no se suspende el derecho al habeas corpus.
o El derecho a la inviolabilidad del domicilio (art. 18.2 CE), pudiendo la autoridad gubernativa ordenar registros domiciliarios si lo
considera necesario para el mantenimiento del orden público y siempre en presencia del propietario o de dos testigos
o El derecho al secreto de las comunicaciones, en especial de las postales, telegráficas y telefónicas (art. 18.3 CE), siempre comunicándolo
inmediatamente a la autoridad judicial.
DERECHO CONSTITUCIONAL II
o La libertad de circulación y residencia (art. 19 CE): puede prohibirse la circulación de personas y vehículos, o más moderadamente exigir
a los particulares que comuniquen sus desplazamientos.
o La suspensión de todo tipo de publicaciones, emisiones de radio y televisión, proyecciones cinematográficas y representaciones
teatrales, siempre y cuando la autorización del Congreso comprenda la suspensión del art. 20, apartados 1 a) y d), de la Constitución.
Igualmente podrá ordenar el secuestro de publicaciones (art. 20.5 CE).
o Los derechos de reunión y manifestación (art. 21 CE), pudiendo la autoridad gubernativa someter las reuniones y las manifestaciones a
la exigencia de autorización previa, prohibir su celebración o proceder a su disolución de estas. Expresamente quedan excluidas las
realizadas por partidos políticos, sindicatos u organizaciones empresariales.
o Los derechos de huelga y a la adopción de medidas de conflicto colectivo (arts. 28.2 y 37.2 CE)

4. EL ESTADO DE SITIO.
El estado de sitio lo declara el Congreso por mayoría absoluta a propuesta del Gobierno cuando “se produzca o amenace producirse una
insurrección o acto de fuerza contra la soberanía o independencia de España, su integridad territorial o el ordenamiento constitucional” (art.
32 LOEAES).
Como en los casos anteriores, la declaración habrá de fijar el alcance territorial y temporal de las medidas para superar la situación de crisis.
Los derechos que pueden suspenderse son los mismos que en el estado de excepción más las garantías jurídicas del detenido (asistencia
letrada, derecho a ser informado de la acusación, etc.) previstas en el artículo 17.3 de la Constitución.
La diferencia del estado de sitio con el de excepción radica en la intervención del Ejército pues el Gobierno debe designar la Autoridad militar
que, bajo su dirección, haya de ejecutar las medidas que procedan en el territorio a que el estado de sitio se refiera; incluso en la declaración
del estado de sitio el Congreso de los Diputados podrá determinar los delitos que durante su vigencia quedan sometidos a la Jurisdicción
Militar.

4. LA SUSPENSIÓN INDIVIDUAL DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES: LA LUCHA CONTRA EL TERRORISMO.


Si es verdad que un fenómeno nuevo necesita una repuesta jurídica nueva, el artículo 55.2CE incluyó por primera vez en un texto
constitucional español la posibilidad de que, sin proclamación de los estados de excepción o sitio, una ley orgánica regule la suspensión, la
forma y los casos en que podrán suspenderse ciertos derechos y libertades (reconocidos en los artículos 17.2, 18.2 y 18.3) “para personas
determinadas en relación con las investigaciones correspondientes a la actuación de bandas armadas o elementos terroristas”.
Después de algunos cambios legislativos, el desarrollo de este artículo se integró en 1988 en la propia Ley de Enjuiciamiento Criminal, de tal
manera que en ella se permite que se suspendan para las personas sospechosas de pertenecer a una banda terrorista:
o La garantía de la duración máxima de setenta y dos horas de la detención preventiva, que puede prorrogarse con
autorización judicial tres días más.
o Cuando se acuerde la incomunicación de un detenido la asistencia letrada únicamente la puede realizar un letrado de
oficio.
o La inviolabilidad del domicilio pues la policía puede entrar sin mandamiento judicial en las viviendas de los presuntos
autores de delitos terroristas, si bien debe comunicarlo inmediatamente al juez competente.
o El secreto de las comunicaciones, de tal manera que el ministro del interior puede ordenar la intervención de las
comunicaciones de las personas sospechosas de haber cometido un delito de terrorismo, si bien esa decisión deberá
ser confirmada o revocada judicialmente en el plazo de setenta y dos horas.
El mismo artículo 55 CE especifica que la utilización injustificada o abusiva de las facultades reconocidas en dicha ley orgánica producirá
responsabilidad penal, como violación de los derechos y libertades reconocidos por las leyes.
Este mandato constitucional marca de forma clara que la lucha antiterrorista tiene que mantenerse siempre dentro de la legalidad, lo que en la
práctica ha supuesto que se hayan celebrado algunos juicios contra miembros de los cuerpos de seguridad acusados de haberse excedido en
esta lucha. El Tribunal Constitucional y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos no solo consideraban que ni la Constitución ni el Convenio
Europeo de Derechos Humanos permiten la tortura a los detenidos acusados de terrorismo, sino que el Estado tiene una obligación de
investigar las denuncias de malos tratos a los detenidos.
Las normas especiales contra el terrorismo no terminan en la Ley de Enjuiciamiento Criminal. En primer lugar, está el carácter agravado de
muchos delitos cuando lo cometen terroristas; por ejemplo, mientras que la pena máxima por asesinato es de treinta años, cuando es
cometido por un terrorista la pena es 406. Otras normas especialmente pensadas para luchar contra el terrorismo y que hemos tenido ocasión
de tratar son:
• La suspensión y disolución de partidos políticos que mantengan una actitud contraria a los principios democráticos.
• La competencia de la Audiencia Nacional para todos los delitos de terrorismo.
• La declaración de inelegible para cualquier cargo público de las personas condenadas por terrorismo, aunque su
sentencia no sea firme.
En fin, en su preocupación de luchar contra el terrorismo, el artículo 13.3 de la Constitución señala que los delitos de terrorismo no están
protegidos por el derecho de asilo, mandato luego desarrollado en la Ley de asilo.

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