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Platón formaba parte de una familia aristócrata, constituida por jueces de la
Asamblea que gobernaba Atenas. Fue discípulo de Sócrates, el gran maestro, hasta el
día mismo de su muerte, un acontecimiento que influye altamente en la finalidad de su
filosofía. Conoce al matemático Euclides, a los Pitagóricos y viaja a Egipto a aprender
matemáticas, las cuales tendrán una gran importancia en sus teorías. Viaja a Sicilia e
intenta convencer al tirano Dionisio que gobernaba la isla para que pusiera en práctica
su política, un intento que fracasa.
Dialoga -o más bien discute-, una y otra vez con los sofistas o con sus
discípulos y así aparece en las obras de Platón, porque Sócrates no escribió nada de lo
que haya podido quedar constancia y llegar a nuestros días. Frente a las declaraciones
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de Protágoras y Gorgias, su objetivo es hallar la verdad y sentar unas bases firmes
sobre las que edificar y fundamentar el saber humano, concretamente la ética.
A su juicio, todo individuo que obra mal, lo hace por ignorancia, de ahí que
busque la realización del bien y que los ciudadanos sean virtuosos. Su planteamiento
filosófico se basa en la búsqueda del conocimiento universal y de la virtud moral Se
desarrolla en varias fases:
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En esta línea, podemos afirmar que se defiende un dualismo ontológico en el
que el mundo sensible encarna la realidad en la que vivimos frente al mundo inteligible,
que ilustra la abstracción intelectual de las esencias de los seres y objetos que
conforman nuestro mundo. La relación que se establece entre uno y otro se genera en
base al principio de copia, esto es, el tomar como ejemplo el mundo de las ideas para
crear y definir (de modo menos perfecto), nuestra propia realidad.
Concibiendo las ideas como lo que la escuela pitagórica profesaba del uno o la
unidad, es decir, considerándolas como la estructura base o esencial de la realidad, les
atribuye así mismo las características que Pitágoras había establecido: objetividad2,
inteligibilidad3, inmutabilidad4, inmaterialidad5, eternidad6, absolutidad7,
universalidad8 y univocidad9.
Las ideas, en última instancia, vendrían a ser las entidades que conforman el
supra-mundo o mundo inteligible. Éstas se encuentran divididas en una estructura
jerárquica que podemos escindir en cinco sectores:
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Para los griegos, de la nada, nada se genera.
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Fundamentado racionalmente en base a hechos concretos.
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No sensible, imposible de reconocer a través de los sentidos.
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No modificable o sometido al cambio.
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Que carece de extensión corpórea.
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Infinita y permanente en el tiempo.
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Incuestionable, certera.
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Comunes a todos los individuos, esenciales.
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De sentido único.
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d) Ideas estéticas como la Idea de Belleza o la Idea de Armonía
e) Ideas metafísico-ontológicas como la Idea de Ser o la Idea de Bien
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Recordemos que según en el intelectualismo moral que profesaba su maestro Sócrates,
es imposible obrar mal una vez que se es conocedor del bien.
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Además, Platón establece una correlación entre los grados de ser y los grados
de conocer, es decir, vincula a los distintos tipos de entidades que conforman ambos
mundos con los distintos géneros de conocimiento que podemos poseer. Entonces,
podemos distinguir de ambos mundos, 2 conocimientos posibles:
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4) La Noesis o Razón Intuitiva, se corresponde con el conocimiento efectivo de
las ideas; puesto que se abandona la pretensión de fundamentar el saber desde
unas bases hipotéticas en aras de hallar algo estable y absoluto que permita
garantizar la seguridad y la certeza en nuestro conocer. Por ende, su indagación
no se realiza por medio de los órganos sensoriales; sino a través de la razón
misma. Como hemos comentado, dentro de este nivel habría una organización
jerárquica de contenido (la clasificación de las Ideas en cinco bloques
diferenciados) que implica un ascenso continuado hasta la Idea capital del
planteamiento: la Idea de Bien. En la “Alegoría de la línea” hablamos del
segmento B2 y en el “Mito de la Caverna” tomamos como referencia a los
cuerpos celestes y al Sol.
Es preciso destacar que en este último nivel de ser y conocer (4) requerimos de
la actuación de la ciencia dialéctica cuyo movimiento puede (y ha de) efectuarse en dos
direcciones:
Ante la pregunta de cómo el ser humano está capacitado para ascender desde los
grados inferiores de conocimiento hasta los superiores, Platón, influenciado por la
corriente órfico-pitagórica, recurre en su diálogo Menón a una explicación de tipo
mítico: la teoría de la anámesis o de la reminiscencia.
En ella, se nos explica que el alma, tras su caída o descenso del mundo
inteligible al sensible, se sume en el olvido, siendo incapaz de recordar todo el
conocimiento que había asimilado de las Ideas. Sin embargo, al encarnarse en el cuerpo
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(que es visto como la cárcel o prisión de la misma), dispone de los sentidos, los cuales
le permiten captar o percibir las entidades sensibles.
Platón posee una visión dualista del ser humano, ya que lo define como un
compuesto de cuerpo y alma. Esta caracterización viene dada por el influjo de la
doctrina órfica que, como hemos visto, fue recogida por Pitágoras.
Además, según los órficos, el alma estaba condenada a causa de una culpa
originaria a sufrir un ciclo de reencarnaciones del cual tan sólo podía librarse
finalmente gracias al constante ejercicio de omisión de los vínculos con el cuerpo, es
decir, de retornar a su condición divina liberándose de las cadenas que la aprisionan a lo
terrenal. Este planteamiento es recogido por el ateniense y llevado hasta su extremo.
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de tránsito o comunicación entre ambos niveles, facilitando la explicación de cómo el
ser humano puede alcanzar el conocimiento de ellos. De este modo, siendo el alma el
lugar en el que se constituye la especificidad humana desde el punto de vista ético y
cognoscitivo (en función del ascenso y la caída), también se transforma en el centro de
las relaciones que acontecen entre el individuo y la ciudad, estableciéndose una
analogía tanto en sus estructuras como en sus funciones.
Este rol mediador del alma y esta capacidad para ejercer diversas relaciones y
funciones que asemejan como propias, parecían imponer como requisito la
inmortalidad. Este carácter eterno y permanente del alma venía dado en Platón por dos
clases de razones:
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(b) De otro, la parte irascible, fuente de las pasiones y de las emociones
humanas. Su naturaleza es mixta (mitad inteligible/mitad sensible) y se
coloca en el pecho (concretamente en el corazón); identificándose su
virtud con la valentía, un punto medio entre la osadía y la temeridad.
(c) Finalmente, contamos con la parte concupiscible, fuente de los apetitos
y deseos materiales del ser humano. Su naturaleza es 100% sensible y se
localiza en el vientre (concretamente en el estómago). Su virtud es la
templanza o la moderación.
Cabe destacar que con esta jerarquización de las partes del alma, en la que se
alega que tan sólo la primera es de tipo racional (dado que las otras dos contienen
elementos irracionales), Platón tiene como objeto explicar dos aspectos de la
psicología humana:
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fundamentada y sostenida por el fuerte sentimiento de angustia que se genera en Platón
ante la injusticia cometida tras la condena a muerte de su maestro Sócrates.
En este sentido, ya que alma presenta una estructuración tripartita que permite la
generación de tres principios psíquicos, en el Estado encontraremos tres clases
sociales regidas por tres principios de vida diferenciados. Por lo tanto, es la jerarquía
psíquica la condición de la jerarquía social, donde cada grupo contará con una función
específica en base a la virtud que en ellos impera.
En caso de que cada sujeto actúe como considera sin tener en cuenta su propia
naturaleza, de forma que cada clase realice las funciones que prefieran en lugar de las
que les corresponden, tendremos una sociedad regida por la discordia y la injusticia.
Una vez especificada la triple partición del estado, Platón realiza un análisis
crítico sobre las formas de gobierno de su momento, estableciendo de nuevo una
enumeración jerárquica en la que se prima lo mejor sobre lo peor:
Bajo esta perspectiva, debemos entender que el nivel que sucede al anterior
supone siempre una degeneración, de manera que (b) es una degeneración de (a) al
surgir la división entre los dirigentes y darse un golpe militar; (c) es una degeneración
de (b) al producirse un afán por las riquezas, los bienes materiales y la propiedad
privada; (d) es una degeneración de (c), al rebelarse el pueblo contra los gobernantes y
tomar el poder y, (e) es una degeneración de (d) al alzarse uno de los revolucionarios
como el único que posee derecho a gobernar, convirtiéndose en la forma más injusta de
gobierno al imponerse de forma tan arbitraria el poder de un estado.
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TEXTO I: EL MITO DE LA CAVERNA**
-Me lo imagino.
-Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de
utensilios y figurillas de hombres y otros animales hechos en piedra y madera y de
diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
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-Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o
unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la
caverna que tienen frente a sí?
-Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
-¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del
tabique?
-Indudablemente.
-Pues, entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a
los objetos que pasan y que ellos ven?
-Necesariamente.
-Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los
que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen
proviene de la sombra que pasa delante de ellos? -¡Por Zeus que sí!
-¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos
artificiales transportados?
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-Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de
eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas
son realmente más claras que las que se le muestran?
-Así es.
-Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes
de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras
llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los
objetos que ahora decimos que son los verdaderos?
-Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer
lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y
de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A
continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la
luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
-Sin duda.
-Necesariamente.
-Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones
y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las
cosas que ellos habían visto.
-Por cierto.
-Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas
para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban
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detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado
habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar
lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y que envidiaría a los más
honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de
Homero, y “preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre” o soportar
cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida?
-Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.
-Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría
ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
-Sin duda.
-Seguramente.
-Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la
vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol;
compara, por otro lado, el ascenso y la contemplación de las cosas de arriba con el
camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy
esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo
caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con
dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de
todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor
de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la
inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en
lo privado como en lo público.
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TEXTO 2: ALEGORÍA DE LA LÍNEA
-Me temo que voy a dejar mucho de lado; no obstante, no omitiré lo que en este
momento me sea posible.
-Piensa entonces, como decíamos, cuáles son los dos que reinan: uno, el del género y
ámbito inteligibles; otro el del visible, y no digo ‘el del cielo’ para que no creas que
hago juego de palabras. ¿Captas estas dos especies, la visible y la inteligible?
-Las capto.
-Toma ahora una línea dividida en dos partes desiguales; divide nuevamente cada
sección según la misma proporción, la del género de lo que se ve y otra la del que se
intelige, y tendrás distinta oscuridad y claridad relativas; así tenemos primeramente, en
el género de lo que se ve, una sección de imágenes. Llamo ‘imágenes’ en primer lugar a
las sombras, luego a los reflejos en el agua y en todas las cosas que, por su constitución,
son densas, lisas y brillantes, y a todo lo de esa índole. ¿Te das cuenta?
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-Pon ahora la otra sección de la que ésta ofrece imágenes, a la que corresponden los
animales que viven en nuestro derredor, así como todo lo que crece, y también el género
íntegro de cosas fabricadas por el hombre.
-Pongámoslo.
-De éste. Por un lado, en la primera parte de ella, el alma, sirviéndose de las cosas antes
imitadas como si fueran imágenes, se ve forzada a indagar a partir de supuestos,
marchando no hasta un principio sino hacia una conclusión. Por otro lado, en la segunda
parte, avanza hasta un principio no supuesto, partiendo de un supuesto y sin recurrir a
imágenes —a diferencia del otro caso—, efectuando el camino con Ideas mismas y por
medio de Ideas.
-Pues veamos nuevamente; será más fácil que entiendas si te digo esto antes. Creo que
sabes que los que se ocupan de geometría y de cálculo suponen lo impar y lo par, las
figuras y tres clases de ángulos y cosas afines, según lo que investigan en cada caso.
Como si las conocieran, las adoptan como supuestos, y de ahí en adelante no estiman
que deban dar cuenta de ellas ni a sí mismos ni a otros, como si fueran evidentes a
cualquiera; antes bien, partiendo de ellas atraviesan el resto de modo consecuente, para
concluir en aquello que proponían al examen.
-Sí, esto lo sé. -Sabes, por consiguiente, que se sirven de figuras visibles y hacen
discursos acerca de ellas, aunque no pensando en éstas sino en aquellas cosas a las
cuales éstas se parecen, discurriendo en vista al Cuadrado en sí y a la Diagonal en sí, y
no en vista de la que dibujan, y así con lo demás. De las cosas mismas que configuran y
dibujan hay sombras e imágenes en el agua, y de estas cosas que dibujan se sirven como
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imágenes, buscando divisar aquellas cosas en sí que no podrían divisar de otro modo
que con el pensamiento.
-Dices verdad.
-A esto me refería como la especie inteligible. Pero en esta su primera sección, el alma
se ve forzada a servirse de supuestos en su búsqueda, sin avanzar hacia un principio, por
no poder remontarse más allá de los supuestos. Y para eso usa como imágenes a los
objetos que abajo eran imitados, y que habían sido conjeturados y estimados como
claros respecto de los que eran sus imitaciones.
-Comprendo, aunque no suficientemente, ya que creo que tienes en mente una tarea
enorme: quieres distinguir lo que de lo real e inteligible es estudiado por la ciencia
dialéctica, estableciendo que es más claro que lo estudiado por las llamadas ‘artes’, para
las cuales los supuestos son principios. Y los que los estudian se ven forzados a
estudiarlos por medio del pensamiento discursivo, aunque no por los sentidos. Pero a
raíz de no hacer el examen avanzando hacia un principio sino a partir de supuestos, te
parece que no poseen inteligencia acerca de ellos, aunque sean inteligibles junto a un
principio. Y creo que llamas ‘pensamiento discursivo’ al estado mental de los geómetras
y similares, pero no ‘inteligencia’; como si el ‘pensamiento discursivo’ fuera algo
intermedio entre la opinión y la inteligencia.
-Entendiste perfectamente. Y ahora aplica a las cuatro secciones estas cuatro afecciones
que se generan en el alma; inteligencia, a la suprema; pensamiento discursivo, a la
segunda; a la tercera asigna la creencia y a la cuarta la conjetura; y ordénalas
proporcionadamente, considerando que cuanto más participen de la verdad tanto más
participan de la claridad.
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TEXTO III: ALEGORÍA DEL CARRO ALADO
Sobre la inmortalidad, baste ya con lo dicho. Pero sobre su idea hay que añadir lo
siguiente: Cómo es el alma, requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a
qué se parece, es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces
decir que se parece a una fuerza que, como si hubieran nacido juntos, lleva a una yunta
alada y su auriga.
Pues bien, los caballos y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos, y buena su
casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar,
un conductor que guía un tronco de caballos y, después, estos caballos de los cuales uno
es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo
contrario, como también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará difícil y duro su
manejo.
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alada, surca las alturas, y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a
la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y se hace con cuerpo
terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza de aquélla.
Por cierto que Zeus, el poderoso señor de los cielos, conduciendo su alado carro,
marcha en cabeza, ordenándolo todo y de todo ocupándose. Le sigue un tropel de dioses
y démones ordenados en once filas. Pues Hestia se queda en la morada de los dioses,
sola, mientras todos los otros, que han sido colocados en número de doce, como dioses
jefes, van al frente de los órdenes a cada uno asignados. Son muchas, por cierto, las
miríficas visiones que ofrece la intimidad de las sendas celestes, caminadas por el linaje
de los felices dioses, haciendo cada uno lo que tienen que hacer, y seguidos por los que,
en cualquier caso, quieran y puedan.
Está lejos la envidia de los coros divinos. Y, sin embargo, cuando van a festejarse a sus
banquetes marchan hacia las empinadas cumbres, por lo más alto del arco que sostiene
el cielo, donde precisamente los carros de los dioses, con el suave balanceo de sus
firmes riendas, avanzan fácilmente, pero a los otros les cuesta trabajo. Porque el caballo
entreverado de maldad gravita y tira hacia la tierra, forzando al auriga que no lo haya
domesticado con esmero. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba. Pues
las que se llaman inmortales, cuando han alcanzado la cima, saliéndose fuera, se alzan
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sobre la espalda del cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita, y
contemplan lo que está al otro lado del cielo.
SÓCRATES .– (…) El alma, pues, siendo inmortal y habiendo nacido muchas veces, y
visto efectivamente todas las cosas, tanto las de aquí como las del Hades, no hay nada
que no haya aprendido; de modo que no hay de qué asombrarse si es posible que
recuerde, no sólo la virtud, sino el resto de las cosas que, por cierto, antes también
conocía. Estando, pues, la naturaleza toda emparentada consigo misma, y habiendo el
alma aprendido todo, nada impide que quien recuerde una sola cosa —eso es lo que los
hombres llaman aprender—, encuentre él mismo todas las demás si es valeroso e
infatigable en la búsqueda. Pues, en efecto, el buscar y el aprender no son otra cosa, en
suma, que una reminiscencia. No debemos, en consecuencia, dejarnos persuadir por ese
argumento erístico. Nos volvería indolentes, y es propio de los débiles escuchar lo
agradable; este otro, por el contrario, nos hace laboriosos e indagadores. Y porque
confío en que es verdadero, quiero buscar contigo en qué consiste la virtud.
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MENÓN .– Sí Sócrates, pero ¿cómo es que dices eso de que no aprendemos, sino que lo
que denominamos aprender es reminiscencia? ¿Podrías enseñarme que es así?
SÓCRATES .– Ya te dije poco antes, Menón, que eres taimado; ahora preguntas si
puedo enseñarte yo, que estoy afirmando que no hay enseñanza, sino reminiscencia,
evidentemente para hacerme en seguida caer en contradicción conmigo mismo.
MENÓN .– ¡No, por Zeus, Sócrates! No lo dije con esa intención, sino por costumbre.
Pero, si de algún modo puedes mostrarme que en efecto es así como dices,
muéstramelo.
-Bien, hemos observado ya tres cualidades en el Estado; al menos así creo. En cuanto a
la especie que queda para que el Estado alcance la excelencia, ¿cuál podría ser? La
justicia, evidentemente. (…) Lo que desde un comienzo hemos establecido que debía
hacerse en toda circunstancia, cuando fundamos el Estado, fue la justicia o algo de su
especie. Pues establecimos, si mal no recuerdo, y varias veces lo hemos repetido, que
cada uno debía ocuparse de una sola cosa de cuantas conciernen al Estado, aquella para
la cual la naturaleza lo hubiera dotado mejor.
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-Efectivamente, lo dijimos.
-Y que la justicia consistía en hacer lo que es propio de cada uno, sin dispersarse en
muchas tareas, es también algo que hemos oído a muchos otros, y que nosotros hemos
dicho con frecuencia.
-En tal caso, amigo mío, parece que la justicia ha de consistir en hacer lo que
corresponde a cada uno, del modo adecuado. ¿Sabes de dónde lo deduzco?
-Opino que lo que resta en el Estado, tras haber examinado la moderación, la valentía y
la sabiduría, es lo que, con su presencia, confiere a todas esas cualidades la capacidad de
nacer y —una vez nacidas— les permite su conservación. Y ya dijimos que, después de
que halláramos aquellas tres, la justicia sería lo que restara de esas cuatro cualidades.
-Ahora, si fuera necesario decidir cuál de esas cuatro cualidades lograría con su
presencia hacer al Estado bueno al máximo, resultaría difícil juzgar si es que consiste en
una coincidencia de opinión entre gobernantes y gobernados, o si es la que trae
aparejada entre los militares la conservación de una opinión pautada acerca de lo que
debe temerse o no, o si la existencia de una inteligencia vigilante en los gobernantes; o
si lo que con su presencia hace al Estado bueno al máximo consiste, tanto en el niño
como en la mujer, en el esclavo como en el libre y en el artesano, en el gobernante como
en el gobernado, en que cada uno haga sólo lo suyo, sin mezclarse en los asuntos de los
demás.
-Pues entonces, y en relación con la excelencia del Estado, el poder de que en él cada
individuo haga lo suyo puede rivalizar con la sabiduría del Estado, su moderación y su
valentía. (…) -Tampoco un hombre justo diferirá de un Estado justo en cuanto a la
noción de la justicia misma, sino que será similar. -Similar, en efecto. -Por otro lado, el
Estado nos pareció justo cuando los géneros de naturalezas en él presentes hacían cada
cual lo suyo, y a su vez nos pareció moderado, valiente y sabio en razón de afecciones y
estados de esos mismos géneros.
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-Es verdad.
-Por consiguiente, amigo mío, estimaremos que el individuo que cuente en su alma con
estos mismos tres géneros, en cuanto tengan las mismas afecciones que aquéllos, con
todo derecho se hace acreedor a los mismos calificativos que se confieren al Estado.
6. BIBLIOGRAFÍA
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