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«En primer lugar, que ninguno de ellos [guerreros] tenga nada suyo, a no
ser absolutamente necesario; que no tengan ni casa, ni despensa, donde no
pueda entrar todo el mundo. En cuanto al alimento que necesitan unos
guerreros sobrios y valientes, sus conciudadanos se encargarán de
suministrárselo en justa remuneración de sus servicios, y en términos que ni
sobre ni falte durante el año. Que coman sentados en mesas comunes, y que
vivan juntos como deben vivir los guerreros en campaña. Que se les haga
entender que los dioses han puesto en su alma oro y plata divina, y, por
consiguiente, que no tienen necesidad del oro y de la plata de los hombres; que
no les es permitido manchar la posesión de este oro inmortal con la liga del oro
terrestre; que el oro que ellos tienen es puro, mientras que el de los hombres
ha sido en todos tiempos origen de muchos crímenes; que igualmente son ellos
los únicos, entre los demás ciudadanos, a quienes está prohibido manejar y
hasta tocar el oro y la plata, guardarlo para sí, adornar con ello sus vestidos,
beber en copas de estos metales, y que este es el único medio de conservación
así para ellos como para el Estado. Porque desde el momento en que se
hicieran propietarios de tierras, de casas y de dinero, de guardianes que eran
se convertirían en empresarios y labradores, y de defensores del Estado se
convertirían en sus enemigos y sus tiranos; pasarían la vida conspirando y
siendo objeto de conspiraciones; entonces, los enemigos que más deben
temerse son los de dentro, y la República y ellos mismos correrán rápidamente
hacia su ruina».
El discurso, sin embargo, no presenta la discusión sin más, sino que lo hace
ordenadamente, incluyendo reglas. La forma ordenada de avanzar concluirá
en el descubrimiento de pautas absolutas, que son las que fundamentan y
explican el sentido de la cuestión que se está discutiendo, y que tienen ya
carácter trascendente y no sensible; es decir, que son «realidades» o «cosas en
sí»; son conceptos que se alcanzan a través de referencias mitológicas. Sin
embargo, no se trata tanto de mitos clásicos, sino, más propiamente, de
alegorías. Es como si se comenzara narrando mitos para concluir adquiriendo
conceptos.
3. LA TEORÍA DE LAS IDEAS
Las ideas son inagotables por cualquier realidad material, que es siempre
limitada. La materia es un principio de limitación e imperfección (la mayor parte
de estos conceptos son comunes a toda la cultura griega y a su concepción del
mundo).
Los seres del universo, por tanto, están subordinados entre sí por su grado
de perfección, pero Platón extiende esta subordinación a otro ámbito más
conflictivo y dudoso: la subordinación de las ideas entre sí. Hay ideas
subordinadas que dependen de otras superiores, que les sirven de fundamento
y soporte, hasta llegar a la cúspide de la perfección, la idea de las ideas, que no
está fundamentada en ninguna otra, pero que es el fundamento del resto. Esta
idea superior al resto es la idea de bien en sí.
4. 1. Niveles de conocimiento
El argumento de Fedro expone que una cosa que mueve a otra y que, a su
vez, es movida por otra puede dejar de ser en un determinado momento, pero
el alma es principio automotor y fuente de movimiento, por lo que su
movimiento será increado y, en consecuencia, indestructible.
5.2. Ética
En el mundo de las ideas, que es el destino del alma, el lugar más alto en la
jerarquía corresponde a la idea de bien, el fin supremo del cosmos, según
Platón, que pone en paralelo el bien y el Sol: en el mundo sensible, el Sol
impulsa la generación, el crecimiento y la alimentación, y proporciona a las
cosas la capacidad de ver y de ser vistas; igual hace el bien en el mundo
inteligible: proporciona inteligibilidad, esencia, ser, dignidad y poder.
El bien es también el fin del ser humano. Para alcanzarlo, el alma debe
liberarse de los impedimentos corporales y sensibles. El alma es vida, y no
muerte; por eso tiene que procurar organizar una existencia ética. Esta es su
responsabilidad ante la vida, que, si es moral, por haber actuado bien, tendrá
un tránsito en paz. Así la inmortalidad tiene una fundamentación ética.
El hombre se dirige al bien mediante la virtud (areté), que, siguiendo las
enseñanzas de Sócrates, es conocimiento, y por eso, debe enseñarse. A cada
parte del alma le corresponde una virtud: la sabiduría, a la inteligencia; la
valentía, a lo pasional, y la templanza, a lo apetitivo. Pues bien, hay una virtud
general, la justicia, que consiste en la relación y la armonía entre las tres
anteriores.
5.3. Política