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MAURICE LEVER Donatien Alphonse Frangois, marqués de SADE Teva) Ths Ly =F UEr PROLOGO LA ESTRELLA TIENE OCHO RAYOS DE ORO El origen de la casa de Sade est4 poblada de leyendas. Su propio nacimiento se atribuye a un prodigio: gacaso no dicen que desciende de un rey mago? En su Histoire de Provence, César de Nostredame ase- gura haber lefdo en alguna parte que la familia provenfa dé los prin- cipes de Les Baux, quienes a su vez pretendian descender directamen- te de los balticos, no los habitantes de las orillas del Baltico, sino los Intrépidos, retofios sacerdotales de una temible familia de visigodos. Las armas de los sefiores de Les Baux ostentaban una estrella de die- ciséis rayos, cometa misterioso de origen ignorado por los heraldistas. Por una coincidencia sorprendente la misma estrella sirvié de emble- ma a los zingaros de Saintes-Maries-de-la-Mer, que la habfan traido de Oriente. Para los provenzales no cabfa la menor duda: Baltasar habia visitado a los Baux de Provence. ¢Cudndo? ¢Cémo? Misterio. También segtin Nostredame, esta estrella fue desprovista de la mi- tad de sus rayos y «diversamente blasonada» para distinguir a las ra- mas menores y mayores de esta familia. Tal serfa la explicacion de las armas de la casa de Sade: una estrella con ocho rayos de oro sobre un campo de gules. Como es natural, nadie tomé nunca en serio este ori- gen fabuloso: a Nostredame le gustaban demasiado las leyendas. Pese a ello, los reyes magos no fueron eliminados de la memoria familiar, ya que en la genealogia de los Sade se encuentran varios Gaspard, va- rios Balthazar... pero ni un solo Melcior. El pequerio pastor Bénézet Otra leyenda se refiere a Louis de Sade como primer representan- te del linaje. En el afio de gracia de 1177 un nifo llamado Bénézet (0 pequeiio Benoit) guardaba las ovejas de su madre cuando oyé una voz que ve- nfa del cielo. El pastorcillo levanté la cabeza, muy conmovido: «Soy Jesucristo —dijo la voz— y quiero que dejes aqui tu rebaio y vayas a construirme un puente sobre el Rédano.» ny EL nino protest6, alegando su ignorancia sobre rios y obras de arte, pero la voz las ovejas. Bénézet se puso, pues, en camino y pronto encontré a un Angel disfrazado de peregrino que le condujo hasta las orillas del R6- dano, «Toma esta barca —le dijo el desconocido— y cruza el rio. Des- pués ve a Avignon y muéstrate al obispo y a su pueblo.» Una vez Iegado a la otra orilla, el nifio fue al encuentro del prelado, que esta- ba predicando. El obispo se burlé de él y le envié al preboste de la ciudad, un hombre temible que también se echo a reir: «Te ensenaré —dijo— una piedra que tengo en mi palacio. Si puedes moverla, te creeré capaz de construir un puente.» Bénézet, muy contento, se pre- senté de nuevo al obispo y le dijo que iba a ejecutar la prueba im- puesta por el preboste. «Vamos a verlo», respondié Monsefior. Y llevé consigo a su pueblo. Entonces Bénézet, cogiendo esta piedra que treinta hombres no habrian podido mover, la levant6, cargé con ella y la deposité en la orilla del rio, alli donde debia alzarse el primer arco. Admirados, los asistentes se apresuraron a dar dinero al niiio para que los trabajos pudieran iniciarse en el acto. Fueron precisos por lo menos diez afios para terminar el célebre puente de Avignon. Detras de la figura legendaria del pastorcillo Bénézet se disimula de hecho el primer representante conocido de la familia de Sade: Louis de Sade, viguier (preboste) de Avignon en 1177, que financié la construccién del puente. Sus descendientes se encargaron de mante- ner y restaurar la obra. En 1355, Hugues de Sade dejé un legado de dos mil florines de oro para su reparacién y esto explica la presencia del escudo de los Sade que todavia puede verse bajo el primer arco.' El cdéfiamo y la sal La casa de Sade, mencionada en los antiguos titulos de Sado, de Sadone y a veces de Saze o de Sauze, es una de las mas antiguas de Provenza y del Comtat Venaissin. Seguin el sefior de Remerville, histo- riador de la ciudad de Apt, muy versado en el origen de las familia debe su nombre a un pequefo burgo del Languedoc llamado Saze, tuado a orillas del Rédano, a dos leguas de Avignon.’ Hugues de Sade, cuya primera menci6n en los documentos data de 1298, ejercia la profesién de caiamero (o chenevassier), es decir, que fabricaba tejidos a base de céfamo, industria muy préspera en aque- lla época, que contaba con numerosos cafameros en la region de Avignon. Por motivos econémicos y familiares, de compras y diversi- ficaciones, la familia de Sade tenia asimismo intereses en el comercio maderero (fusterie), en la claboracién de cerveza, en los batanes, en la cordeleria y probablemente en toda la industria textil, incluyendo de la seda, para no mencionar el negocio de la sal y los peajes del R6- 12 en noble graci muy prese dano, De burguesa, pronto se con modelo ital 4 su rique- en el Avi- ® del siglo xiv, q permitié constituir una aristocracia de comer- ciantes, armadores, banqueros y ennoblecer a estas familias median una bu 1 que decretaba que la profesion de comerciante ya j6n de la nobleza, Asi pues, el prejuicio ifestara toda su vida respecto a los burgueses ennoblecidos se fundaba en una larga impostura, Aunque la nobleza de los Sade era tres siglos mas antigua que la de los Mon- treuil (la familia de la esposa del marqués), ambas tenian el mismo origen. Sin embargo, a diferencia de esta altima, habia adquirido con el paso del tiempo los honores asociados a la nobleza de la espada y se habia aliado con las familias mas ilustres de Provenza: los Forbin, los Cambis, los Barbentane, los Simiane, los Causans, los Grimaldi, los d’Astouad, los Crillon... sin contar a los Médicis y los Doria. Su an- tiguedad, sus alianzas prestigiosas, sus cargos en la corte de los papas y los condes de Provenza, sus servicios en las armas, le aseguraban un rango indiscutible en la nobleza del Condado. El pais entero conserva todavia huellas de su grandeza; en el propio Avignon, ademas del puente Bénézet, se levantaba la torre de Sade, llamada por corrupcién la torre de Sauzes, y la calle de Sade, donde se erigié el hotel del mis- mo nombre. La bella Laura Tal es el origen de este venerable linaje. Pero su nobleza mas au- téntica, la del genio y del amor combinados, se la debe a la poesia: «llustre por sus virtudes y largamente cantada en mis versos, Laura aparecié ante mi vista por primera vez, en la flor de su juventud, el afio del Sefior 1327, el 6 de abril, en la iglesia de Sainte-Claire de Avi- gnon, por la maiana. Y en esta misma ciudad, el mismo dia del mis- mo mes de abril del afio 1348, fue privada de la luz del sol mientras yo estaba en Verona, jay de mi!, ignorante de este golpe del destino... Su cuerpo casto y bellisimo fue inhumado el mismo dia de su muerte, durante las visperas.» Francesco Petrarca inscribié estas palabras en la guarda de su Vir- gilio, que hoy se conserva en la biblioteca Ambrosiana de Milan. jCuantas veces evocé el recuerdo de aquel 6 de abril de 1327, un lunes de Semana Santa, cuando vislumbré a la bella Laura en la capilla de Sainte-Claire bajo la luz palida de la madrugada! Visién inmaterial, di Laura simboliza la perfeccién espi del cuerpo, rostro aureolado de gracia, Pet de a veces de su altar, pisa la hierba y la indor del alma, pureza joven madona desc flores, se despoja de sus ro- 13 pas y se zambulle en el agua clara del Sorgue. Abandonando la palidez ble de la perla, se engalana entonces con colores y formas pre- fuego en las mejillas, bellos senos juveniles. Sin embargo, nada parece sugerir en ella una chispa vital, hasta el punto de que uno se pregunta si ama verdaderamente al poe- tay si su «hones no de frialdad, de deber conyugal, de pru- dencia o de coqueteria femenina. La ambigiiedad de las apariencias ha hecho tomar con frecuencia a Laura por la simple alegoria de la musa. El propio amor de Petrarca tiene poco que ver con la pasién hu- mana. Es mejor hablar aqui de «meditacién amorosa», bautizada con dulces lagrimas: «Soy uno de aquellos para quienes llorar es un goce», confiesa. Pero Petrarca conoce otros dolores, mas vivos que los que provocan «sombrias noches de angustia», que transforman los manja- res en veneno amargo, la noche en tormento y su lecho en cruel cam- po de batalla. La separacién del ser amado se confunde entonces con su angustia; la imagen de Laura se desvanece tras su desgarramiento interno, y su canto accede entonces a los sonidos mas auténticos. Curiosamente, el poeta que ha compuesto tantos versos para can- tar la belleza que encendié en su coraz6n una llama tan viva, que ha- bla tan a menudo de ella en sus cartas y sus obras, nos ha dejado en la ignorancia no solamente de su vida privada, sino incluso de su ape- llido. Se ha contentado con decirnos que Laura era mas 0 menos de su edad y que pertenecia a una casa antigua. De qué casa se trata? Los historiadores no se ponen de acuerdo en esto. La mayoria de it lianos afirman, bas4ndose en Alessandro Vellutello, que Laura era hija de Henri de Chabaud, sefior de Cabriéres.’ Pero en Francia, y en par- ticular en la regién de Avignon, la tradicién asegura que pertenecia por alianza a la familia de Sade. El abbé de Sade, que realizé en el si- glo xvim pacientes investigaciones en los archivos de su familia, es ca- tegorico: Laura, hija de Audibert de Noves y de Dame Ermessende, era la esposa de Hugues de Sade, segundo en ostentar el nombre, La casa de Noves, distinguida por su antigua nobleza y los altos cargos que habia desempefiado, sobrepasaba en rango a todas las del burgo de Noves, a dos leguas de Avignon. Siempre segiin el abad, no se podria disputar a la ciudad de Avignon el honor de haber visto na- cer a la bella Laura: «Petrarca lo proclama mil veces en sus poesias», afirma. Audibert de Noves, sindico de Avignon, murié hacia 1320, de- jando tres hijos bajo la tutela de su madre: Jean, Laura, su hija mayor, y Margarita. En su testamento nombraba heredero a su hijo Jean y le- gaba 6,000 livres tournois, la moneda de Francia, para la dote de Lau- ra, Una hija de noble cuna, joven, bonita y dotada, por afiadidura, de una dote tan cuantiosa no era dificil de casar, Ermessende podia ele- gir entre muchos pretendientes, pero acabé decidiéndose a favor de Hugues de Sade, llamado el Viejo, hijo de Paul de Sade, y el contrato de matrimonio se firmé el 16 de enero de 1325. Laura no tenia mas de diecisiete o dieciocho aos. 14 Aparte de haber inspirado a Petrarca sus mas bellos versos, se sa- de ella. Como si la ién del poeta bastase para col- observan, no obstante, que bajo s de su tia, Etiennette Gantelmi, dama de Romanil, que la habia «educado en la literatura», Laura formaba parte del cfrculo de damas cultas que componian la Cour d'Amour de Avignon. «Escribian con facilidad toda clase de poesias provenzales, al estilo de Etien- nette, condesa de Provence, y Alasie, vizcondesa de Avignon, y otras damas provenzales que habjan brillado por su cultura... Mantenfan abierto un tribunal en que juzgaban obras de la mente y todo lo rela- cionado con los modales de la galanteria honesta y la cortesia.»* Asi, la bella Egeria de Petrarca también habfa coqueteado con la musa y deliberado, junto a otras «mujeres cultas», en esta academia poética y cortesana que era la Cour d'Amour. ¢Acaso la ninfa del poeta se habria metamorfoseado en la Bélise de Molitre? Muris, victima de la peste, el 6 de abril de 1348, después de haber hecho testamento tres dias antes.’ Hab{a elegido su sepultura en la iglesia de los frailes Minimos de Avignon, en el panteén familiar de la capilla de la Sainte-Croix. Dos siglos mas tarde, su tumba sufriria una doble profanacién. Primero fue el poeta Maurice Scéve, hombre de vasta cultura y direc- tor de la «Escuela Lionesa», quien mandé abrir el panteén en 1529.° Al parecer encontré entre los huesos un cofrecillo de plomo que ence- rraba una medalla de bronce y un pergamino, La medalla mostraba el perfil de una mujer ocultando ptidicamente los senos. El pergamino contenia un soneto al estilo de Petrarea. En 1533, el rey Francisco I, que volvia de Marsella donde acababa de concertar el matrimonio de su segundo hijo, Henri, duque de Orléans (el futuro Henri II), con Catherine de Médicis, se hizo relatar la «maravillosa historia de Lau- ra» y quiso contemplar a su vez «lo que quedaba de un amor sin igual», Al ver el objeto descubierto cuatro afios antes por Maurice Scéve, asi como el soneto, compuso él mismo un epitafio en verso, co- locé los dos poemas en el cofre de plomo ¢ hizo volver a sellar la tum- ba. Los cuartetos del rey (que Goujet atribuye erréneamente a Clé- ment Marot) ya son conocidos; no aportan nada al recuerdo de este principe, «restaurador de las Bellas Letras». Es casi innecesario atadir que los hechos relatados aqui tienen asi- mismo algo imaginario. Pero cuando lo imag conduce a un principe y a un poeta a meditar sobre la mas divina alegoria del amor y la belleza que jamés existié, cuando ambos mandan abrir su tumba para arrancarle su secreto, revelando asf su indefensién ante la tran- sitoriedad de las pasiones humanas, entonces la fantasia tiene mucho mas que ensefarnos que los tratados mas sabios. En cuanto a saber si Laura de Noves, esposa de Hugues de Sade, fue efectivamente la Laura amada por Petrat se trata de un punto que ha sido debatido larga e infructuosamente. Lely, por su parte, no 15 duda de ello (lo contrario nos habria asombrado). El abbé de Sade esti seguro (lo cual todavia sorprende menos). Pero la cuestién fue objeto de interminables controversias. Los sabios de todas las épocas han discutido el asunto con argumentos, citas, archivos, genealogias, testimonios, «pruebas», nada de lo cual ofrece, a decir verdad, garan- tfas serias. Ni siquiera hoy puede afirmarse nada con plena certeza, aunque los resultados mas recientes de la investigacién tiendan a que- rer desposeer a la casa de Sade de su mas gracioso florén.” En cualquier caso, la verdadera identidad de Laura apenas impor- ta. gAcaso no forma ya parte de la leyenda Sade con el mismo dere- cho, si no ms, que la estrella de Baltasar o el puente de Bénézet? No es facil desalojarla. Desde el siglo xiv ejerce en el seno de la casa de Sade la funcién de angel de la guarda. De generacién en generacién, su sombra vela sobre sus descendientes y este culto ancestral conti- nua en plena vigencia; se observa, atin hoy, con idéntico fervor. Lau- ra es la Dama blanca de los Sade, la misma cuyo adorable fantasma vel6 el suefio de Donatien, prisionero a la saz6n en la mazmorra de Vincennes, durante la noche del 16 al 17 de febrero de 1779: «Era al- rededor de medianoche. Acababa de dormirme.., De repente, se me aparecié... jLa vi! El horror de la tumba no habia alterado el esplen- dor de sus encantos, y sus ojos tenian atin el mismo fuego que cuan- do Petrarca los cant6. Un cresp6n negro la envolvia por entero y su bella cabellera rubia flotaba por encima en desorden. Parecia que el amor, para hacerla todavia mas bella, queria endulzar todo el aspec- to higubre con que se ofrecia a mis ojos. “;Por qué gimes en el suelo? —me pregunté—. Ven a mi lado. No hay males ni penas ni inquietu- des en el espacio inmenso que habito. Ten el valor de seguirme.” Al ofr estas palabras me prosterné a sus pies y le dije: “;Oh, Madre cubri con mis lagrimas; ella también lloraba. “Cuando habitaba ese mundo que tu detestas —afiadié—, me complacia en dirigir la mira- da hacia el porvenir; multiplicaba mi posteridad hasta ti y no te vera tan desgraciado.” Entonces, henchido de desesperacin y ternura, le eché los brazos al cuello para retenerla, 0 para seguirla y para regar- la con mis lagrimas, pero el fantasma desaparecié y sélo quedé mi dolor.»* El dguila bicéfala La tan celebrada castidad de Laura no le impidié dar once hijos a su marido, Solo siete meses después de su desaparicion, el 19 de no- viembre de 1348, Hugues de Sade se casé en segundas nupcias con Verdaine de Trentelivres, de la que tendrfa otros seis hijos. El primo- génito de Hugues y Laura, llamado igualmente Hugues, tercero del mismo nombre, llamado Hugonin o ef Joven, continus el linaje. De su 16 unién con Giraude de Ledenon, hija de Jean de Ledenon, sefior de Aramon, nacieron tres hijos y cuatro hijas, El segundo de estos hijos, Elzéar de Sade, escudero y después co- pero del papa Benito XIII y cosefior de Essarts, obtuvo del emperador Segismundo de Luxemburgo, en recompensa por los servicios presta- dos al Imperio por él y sus ascendientes, el privilegio de llevar en el es- cudo de su casa el 4guila imperial de dos cabezas, por un diploma fe- chado en Avignon el 11 de enero de 1416." Desde entonces, el blasén de los Sade Ilevara este nombre de ricas sonoridades herdldicas: En campo de gules, una estrella con ocho rayos de oro, llevando un dguila negra de alas extendidas, con miembros, pico y garras, y coronada de gules." see La casa de Sade se distinguié a través de los siglos por sus impor- tantes servicios al Estado y a la Iglesia. Desde los origenes del linaje hasta el nacimiento de Donatien Alphonse Francois, marqués de Sade, se desarrolla una lfnea ininterrumpida de prelados, capitanes, magis- trados, sindicos, prebostes, consejeros del parlamento, grandes prio- res, gobernadores, camareros papales, diplomaticos, caballeros de Malta, que contribuyeron a forjar la Francia del Antiguo Régimen y de quienes nuestro héroe conservé toda su vida el orgullo feudal. Sin contar las abadesas y religiosas, que poblaron por decenas los con- ventos del Condado. PRIMERA PARTE EL GENTILHOMBRE LIBERTINO CAPITULO PRIMERO UN DON JUAN La «sangre de nuestros padres», «el pecho de la hembra» Lo que me ha impedido hacer fortuna es que siempre he sido dema- siado libertino para permanecer en la antecamara, demasiado pobre para poner a los criados al servicio de mis intereses, demasiado orgullo- so para rendir homenaje a los favoritos, a los ministros, a la amante. Que les hagan la corte los que esperan o desean llegar por sus propios medios, he dicho cien veces. Yo soy libre. No lo he sido siempre, porque las pasiones me dominaban, pero jamas he tenido la de la ambicién. He vivido mucho tiempo en el torbellino de las mentiras y las male- dicencias. Hasta ahora no he podido gozar de algo que los reyes no po- drian dar, porque no la poseen: la libertad." As{ razonaba sobre sf mismo, en el ocaso de su vida, Jean-Baptiste Joseph Frangois, conde de Sade, sefior de Saumane y de La Coste, co- sefior de Mazan, padre del marqués de Sade, tras haber agotado todos los placeres de una carrera bien prédiga. El hombre merece que ha- gamos un alto, porque los anteriores bidgrafos de Donatien de Sade le han descuidado o desconocido demasiado a menudo, cuando no olvi- dado. Hoy en dia, gracias a los archivos familiares no sélo podemos penetrar en la intimidad del personaje, uno de los mas brillantes mo- delos de libertino durante el reinado de Luis XV, sino, sobre todo, eva- luar el eminente papel que le correspondié al lado del futuro autor de Justine. Los vinculos que unen al conde y al marqués de Sade son de naturaleza tan profunda que no se podria evocar la figura de uno sin que aparezca en filigrana el retrato del otro. Donatien vivid su infan- cia y adolescencia en una estrecha simbiosis con su padre; simbiosis afectiva, indudablemente, mezcla de ternura y confianza reciprocas, pero también connivencia literaria ¢ intelectual. El conde estaba lejos de ser aquel padre distante, frio y ero que se ha descrito a menudo. Los documentos descubiertos recientemente aportan apasionantes re- velaciones a este respe: Esta comunidad entre padre e hijo adquiere tanto mayor relieve cuanto que la madre es practicamente inexistente. ida a dis- 21 tancia por un marido infiel antes de huir a un convento hasta el fin de dias, ocuparé un lugar muy exiguo en la vida de Donatien. Vacio ue al nifio no le faltaran madres sustituti- vas, Mme de Saint-Germain, por ejemplo, o Mme de Raimond, cuya existencia he sido el primer bidgrafo en conocer, Pero estas mujeres, antiguas amantes del padre (por lo menos la diltima), no Hlenaron nun- ca el vacto dejado por la madre verdadera. Mujeres «caidas», repre- sentan incluso lo contrario de la dicotomia madre-virgen original, ido- latrada y después repudiada por el hijo. A diferencia de lo que suele ocurrir, no es el odio del padre, sino el odio de la madre (lejana, ausente, indiferente, tras el padre no deja de mimar al hijo) lo que determiné el conflicto inicial en Sade. Pierre Klossowski vio con claridad hace algin tiempo que este com- plejo del odio de la madre, infinitamente mds raro y generalmente menos manifiesto, favorecié sin duda alguna la singularidad de la ideologia de Sade. Nos encontramos, pues, en presencia de un com- plejo de Edipo negativo. Lejos de matar a su padre, se alfa con él y di- rige hacia la madre toda la potencia de su agresividad. Cuando, un poco mas tarde, vera alzarse la temible maternidad de su suegra, la presidenta de Montreuil, sus impulsos asesinos y profanatorios pasa- ran al nivel de la conciencia. Un odio devastador se abatira sobre to- dos los valores matriarcales: compasién, ternura, consuelo, sacrificio, fidelidad, de los que se afanar4 en desvelar el interés y el temor que los inspiran.? Su deseo de castigar el poder maternal encontrar asi- mismo satisfaccién en su trato de la esposa, Renée-Pélagie, en espe- cial cuando el amor maternal suplanté al conyugal poco después de la boda. Su devocién sin limites, su abnegacién, su solicitud a toda prue- ba: todos ellos estigmas maternales que Donatien reprimira sin cle- mencia con desprecio y sarcasmo. Su obra ofrece un caleidoscopio extraordinario de todas las torturas, ffsicas y morales, que un hijo (0 una hija) puede infligir a su madre. Despliega un gran jubilo fustigan- do a la maternidad, envileciéndola, humillandola, reduciéndola a su primera condicién de subproducto del placer. «Amo con locura a mi padre —declara Eugénie en La Philosophie dans le boudoir— y siento que detesto a mi madre.» A lo que Dolmancé responde: «Esta predi- lecci6n no tiene nada de extrafio: yo pensaba lo mismo; atin no me he consolado de la muerte de mi padre, y cuando perdi a mi madre en- cendi una hoguera... La odiaba cordialmente. Adoptad sin temor es- tos sentimientos, Eugénie; forman parte de la naturaleza. Formados Gnicamente con la sangre de nuestros padres, no debemos absoluta- mente nada a nuestras madres; s6lo han hecho que prestarse al acto, do; asi pues, el padre ha querido nuestro nacimiento, mientras que la madre no ha hecho mas que con- ué diferencia para los sentimientos!»’ Héroe simbolo del complejo antimaternal, el matricida Bressac, en Les infortunes de la vertu, aclara con una sola frase este componente mayor del pensa- sélo aparente, se di 22 miento sadiano: «¢Pensaba en mi, esta madre, cuando su lubricidad le hizo concebir el feto del que yo provine? ¢He de deberle gratitud por haberse ocupado de su placer? No es la sangre de la madre lo que for- ma al nino, es sélo la del padre; el seno de la hembra fructifica, con- setva, elabora, pero no suministra nada, y ésta es la reflexién que nun- ca me habria hecho atentar contra la vida de mi padre, mientras que considero una cosa muy sencilla poner fin a la de mi madre.»* De hecho, Sade considera a la madre como el principal obstéculo a las relaciones directas entre padre e hijo. Y ésta ya es una buena ra- 26n para odiarla. Retrato de grupo (esbozos) Pero volvamos a este padre muy amado, tal vez en exceso. Nacido en Mazan el 12 de marzo de 1702 de Gaspard Francois de Sade y Louise Aldonse d’Astouaud,’ es el mayor de tres varones (entre cinco) que sobrevivieron a la mortalidad infantil tan extendida en aquella época. El 12 de octubre de 1703 nace su hermano menor, Richard- Jean-Louis, que ingresé muy pronto en la orden de Malta y acabé gran prior de la provincia de Toulouse. Es la conciencia moral de la familia: pedante, solemne, aburrido, envuelto en mojigateria ¢ inmer- so en ret6rica, habla con sentencias, sermonea a todo el mundo y cau- sa una gran impresién en Mme de Montreuil. El 21 de septiembre de 1705, Louise d’Astouaud da a luz a Jacques-Frangois Paul Aldonse, fu- turo abbé de Sade, «el sacerdote de Epicuro». Distraido en sociedad, ingenioso en sus cartas, sabio en su gabinete, muy atento con las da- mas, este amigo de Voltaire y de Mme de Chatelet representa al para- digma del abate libertino. En cuanto a las cinco hijas de Gaspard, sélo una encontrar mari- do: Henriette Victoire de Sade, nacida en 1715, que se casara (para unos pocos afios) con el extravagante Joseph Ignace de Villeneuve- Martignan. Dotada de una rara energfa, pragmatica hasta el cinismo, egofsta y sin ilusiones, mujer de inteligencia y dinero, no se le conoce otra flaqueza que una indulgencia sin limites hacia su travieso sobri- no. Sus cuatro hermanas entraran en religién para no salir nunca més. Gabrielle-Laure desempefiara el cargo de abadesa en Saint-Lau- rent de Avignon, Anne-Marie Lucréce llevar el velo en la misma aba- dia, mientras que Gabrielle Eléonore y Marguerite-Félicité, Hamada Mme de La Coste, seran respectivamente abadesa de Saint-Benoit de Cavaillon y simple monja en Saint-Bernard de la misma ciudad, En- cerradas en el silencio de sus claus qués de Sade serdn hasta la muerte siluetas anénimas. Apenas es po- sible diferenciarlas, tanto se parecen. Del mundo exterior les legaran de vez en cuando, como un eco ahogado, extrafios rumores sobre Do- natien, acompafiados de vocablos inauditos: «sodomia», «prostituta», 23 lece sobre el ul- s rejas de sti «flagelaciéns, «picota», « traje y cartas al nino ext n», La compasién pr ran escritura temblorosa y su ortografia nistica, Qué dicen a su sobrino ‘estas humildes reclusas? jOh!, s muy dulces, muy sencillas, pala- bras de otro tiempo, salidas directamente de la infancia, testarudas e enuas como ella, omo una medalla piadosa, exhalando romas de sacristia, «Espero —le escribe una de ellas— que deis en el futuro tanto consuelo a vuestra familia como penas le habéis dado en el pasado. Por mi parte, no dejaré de ofrecer mis votos al Sefior para que obtengais todas las gracias temporales y espirituales que podais necesitar y seré siempre, con tierno afecto, vuestra buena tia.»* Y Do- natien respondia invariablemente con cartas llenas de atenci6n y pie- dad, en las que no se sabe discernir entre la parte piadosa y la falsa, Brillantes comienzos Como ocurre a menudo en la antigua nobleza de provincias, la casa de Sade no abandoné nunca su feudo. Deciamos que sus miem- bros desempefiaron los mas altos cargos, pero siempre dentro de las fronteras provinciales: Avignon, Provenza, Condado. Alli nacieron, alli vivieron, alli hicieron carrera, allf fueron enterrados en el pantedn fa- miliar. Desde lejos, la corte siempre les parecié el lugar de todos los espejismos, de todos los atractivos, pero también de todos los peli- gros. La contemplaban con una mezcla de deseo y repulsién. Ninguin Sade habia osado todavia aventurarse a visitarla. Jean-Baptiste sera el primero en hacerlo. Fogoso, romantico, enamorado de la aventura, un buen dia decide abandonar la tierra de sus antepasados para probar fortuna en esta corte de la que se dicen tantas cosas malas, sobre todo desde la re- gencia de Felipe de Orléans, pero cuyo esplendor no deja de deslum- brarle. Podemos apostar a que el marqués de Mazan (como se cono- cfa a Gaspard de Sade) hizo todo lo posible para retener a su primo- génito, en quien habia depositado tantas esperanzas. Inutilmente. Jean-Baptiste permanecera sordo a los ruegos paternos. Después de todo, ¢qué porvenir le ofrece su pais natal? ¢Suceder un dia a su pa- dre? ¢Ser, como él, sehor del lugar? ¢Todo lo mas, preboste de Avi- gnon? Triste perspectiva, en verdad, para un joven Ileno de ardor que aspira a los cargos mds altos y suefia ademas con una vida brillante, de placeres, especticulos, fiestas y mujeres hermosas. Cuando llegé el momento de la despedida, Gaspard de Sade le entreg6, como era cos- tumbre, cartas de recomendacidn para los parientes lejanos que vivian en la corte, a fin de que guiaran sus primeros pasos por aquel mundo sembrado de asechanzas. Se ignora la fecha exacta de su Ilegada a Paris, No le encontramos 24 alli hasta septiembre de 1721, cuando se anuncia la boda del joven Luis XV, de on os de edad, con la infanta de Espafa. «Mme de Ventadour debe ir a recibirla a las fronteras —escribe a su padre—. Esta joven princesa se alojara en el antiguo Louvre; todavia no tendra casa propia. El rey Horé el dia en que se le anuncié su boda, pero aho- ra parece bastante contento. Ayer fui a rendirle homenaje. Nadie le hablo del tema, pero después de muchas bromas, dijo al pequenio Conflans que le felicitara por su matrimonio.»? A los diecinueve afios, Jean-Baptiste esta ya bastante enterado de los secretos de la corte (simulando ignorar los de la ciudad) y no se re- cata de exhibirlos. Toda su vida le complacerd divulgar tanto los gran- des acontecimientos como los menores chismes, sazonados con co- mentarios de su propia cosecha, que convierten sus cartas en crénicas vivas, escritas por una pluma alerta y mordaz. Desde que sus primos Simiane le han presentado en Versalles, hace rapidos progresos. Reci- bido en las mejores casas del faubourg Saint-Germain, en la de Mme de La Rochefoucauld, en la de Mile de La Roche-Guyon, en la de M. de Chavigny, adquiere muy de prisa la reputacién de un hombre de in- genio. En el hotel de Sassenage se enamora del ama de la casa, que no se muestra severa con él. Cosa rara, gusta a las mujeres sin hacerse odiar por los hombres: de ahi el nimero de sus amigos, por lo menos tan elevado como el de sus amantes. A decir verdad, no le falta ningu- no de los talentos susceptibles de asegurar el éxito en el mundo: una figura atractiva, un ingenio vivo y sutil, una conversacién amena, am- bicién, animacién y un gran fondo de filosofia bajo las apariencias més ligeras. Y sobre todo, una facilidad asombrosa para componer pequenas piezas en prosa y en verso, la mayor parte de las cuales se ha conservado gracias a la piedad de su hijo. Entre ellas se encuentra de todo: cumplidos, epistolas, cuplés, canciones, improvisaciones, bouquets 4 Chloris, madrigales, composiciones de todas clases. La me- nor circunstancia sirve de pretexto. {Una mujer se muestra cruel? De prisa, un cuplé para quejarse. Esta vencida, entregada a su merced? Rapido, un epitalamio. Un viaje, una cita, un baile, un suefo, cual- quier cosa es una ex para rimar. Sin duda, cae algunas veces en la delicadeza afectada estilo Dorat. Pero qué remedio, es la moda, y Ja moda gusta a las damas. En especial sus cartas hacen las delicias de quienes las reciben. Es su género por excelencia: entusiasmo, humor y gracia estaban siempre presentes. Ademas, el joven conde de Sade ama el teatro con pasion y no d en comedias de so- ciedad. Resumiendo, en cuestién de pocos meses se convierte en uno de los gentilhombres mas visto en sociedad y si uno busca una pala- bra para calificarle, la primera que viene a la mente es la de petit maitre, con todo lo que supone de talento, habilidad, seducci6n, pero también de afectacién y libertinaje. 25 El secuaz de los Condé Pero gde qué sirven todas estas cualidades sin un protector influ: yente? La duquesa de la Roche-Guyon, que forma parte de su paren tela Iejana, se emplea en su favor y le presenta a Louis-Henri de Bour- bon, principe de Condé, habitualmente llamado Monsieur le Duc. Bis- nieto del Gran Condé, jefe del Consejo de regencia y superintendente de la educaci6n del rey, es el primer personaje del reino. Aprovechandose de su elevada posicion, el principe de Condé ha- sacado dinero a manos Ilenas del tesoro ptiblico y obtenido bene- ficios enormes en las operaciones financieras de Law. Desprovisto de todo sentido comin, de espiritu muy limitado, sin confianza en si sin saber nada ni ser aficionado a nada salvo su placer y la caza, sin la menor practica en los negocios, se convirtié a pesar de ello en ministro Principal en 1723 a la muerte del regente y continué dila- pidando dinero, otorgé privilegios exorbitantes a la Compafiia de In- dias, en la que ten{a intereses, y mostré en toda circunstancia aquella avidez de dinero que era, después de la depravacién moral, uno de los rasgos caracteristicos de la casa de Condé. Estaba, por otra parte, completamente bajo la ascendencia de la marquesa de Prie, su aman- te, que a su vez era, sin la menor duda, instrumento de los hermanos Paris, financieros rapaces y de vista miope. Se le imputaban, ademas, «gustos contra natura: Admitido al principio como capitan de dragones en el regimiento del principe, el joven conde de Sade se convierte pronto en su favori- to y después en su confidente. Desde entonces ve abrirse ante él la ca- rrera de los favores y de los altos cargos. Muy pronto, también, entra en la intimidad de los hermanos y hermanas de Monsieur le Duc, el conde de Charolais, el conde de Clermont y sobre todo Mlle de Cha- rolais, todos marcados por «la disolucién, la crépula y las extravagan- cias» (D’Argenson). Poco asiduo a su regimiento, se reparte entre Pa- ris, donde se aloja en el hotel de Bretagne de la calle de Seine, y Chan- ty adonde sigue a su protector. Existe siempre cierto peligro en asociar la propia suerte a la de los grandes, pero el riesgo se incrementa cuando la reputacién del bene- factor no est a la altura de su poder. Al vincularse a la casa de Con- dé, Jean-Baptiste obtendra las mayores ventajas para su carrera y los peores servicios para su persona. En cualquier cosa que emprenda a partir de ahora, ser4 para el mundo el hombre adicto a esta familia, tan odiada como temida. Hara de él uno de los hombres mas brillan- tes y mas envidiados de la corte, pero también uno de los mas des- preciados en secreto. Mientras goce del favor de Luis XV, nadie osara atacarle abiertamente, pero una vez perdida la confianza del sobera- no, y después de haberlo intentado todo para recuperarla, se verd con- denado a la soledad y a la amargura Pero todo esto pertenece todavia al futuro, De mome! 26 tiene veinticinco aftos y desempena con éxito infinito uno de los pa- peles pa parece hecho a medida, el de libertino. Porque si la la galanterfa ocupa la otra mitad, _sin que ninguna pasién consiga retenerle. Sus amantes ya no se cuen- tan y no se sabe qué admirar mas, su nimero o su rango. M. de Sade ho se contenta con las conquistas faciles; las burguesas le dejan indi- ferente. Las que busca —y conquista muy a menudo— son damas de la corte, no sélo provistas de ingenio y belleza, sino dotadas ademas de un nombre ilustre, crédito, influencia o fortuna, capaces, en una palabra, de servir a sus intereses y de situarle bien en la corte, Conci- liando galanteria y ambici6n, utilizaré mas de una vez a la primera para satisfacer la segunda. Sus aspiraciones amorosas no conoceran limites porque, después de haber ardido por Mme de Sassenage y Mlle de Charolais, esta ultima, a la saz6n, amante real, ira a suspirar a los pies de la duquesa de Trémoille y la condesa de Clermont, después a los de la joven princesa de Condé y mas tarde a los de Mme de Pom- padour. Estas damas procuraran en general no hacerle sufrir, aunque existe una ligera duda respecto a la ultima. Nos detendremos en estos nombres porque representan las primeras filas del favor. Habria que afiadir decenas de otros si se quisiera rendir una cuenta exacta de las conquistas del joven Don Juan de Provenza. Sus pretensiones amorosas coinciden, por otra parte, con el gusto del fasto que pone en todas las cosas, porque ama a las mujeres de alto rango, las carrozas, las fiestas, los bailes, la vida libre y facil, to- dos los placeres, en fin, sin excluir los mas dispendiosos. Y como sdlo frecuenta las casas mas selectas de Parts, tiene que mantener igual- mente su rango en sociedad y en su propia casa. Es facil imaginar que con este tren el dinero que le envia su padre se funde rapidamente en- tre sus manos y las deudas se acumulan. Pero no se detendra en el buen camino; su loca prodigalidad, sus necesidades de dinero, le ha- ran cometer indelicadezas que le seran severamente reprochadas mas adelante, como veremos. Al cabo de algunos afios, Jean-Baptiste de Sade habré dilapidado la fortuna familiar, conduciéndola al borde de la ruina, Al hijo no le quedara mas remedio que terminar la obra de su padre. «Hermano dngel de Charolais» Hermana del principe de Condé, Louise-Anne de Bourbon, llama- da Mlle de Charolais y, mas sucintamente, Mademoiselle, pasaba por ser la princesa més bella de la casa de Bourbon. Viva, inteligente, cu- riosa por naturaleza, su educacién amorosa era completa a la edad de quince afios. A partir de entonces no dejé de multiplicar las aventuras galantes, «Entre las mil perfecciones que la naturaleza le habfa prodi- gado —apunta el barén de Besenval—, tenia unos ojos de tan gran be- 27 Neza que en el baile brillaban a través de la mascara y hacfan que siempre se la reconociera.» A los veinte afios podia enorgullecerse de varias conquistas, entre ellas la del duque de Richelieu, el libertino mis famoso de la Regencia. Su relaci6n Ilegé a ser tan notoria, que los dos amantes no tenian otra alternativa que el matrimonio o la ruptu- ra. Optaron por esta ultima. Mlle de Charolais no sintié pena ni céle- ra. A los pocos dias se entregaba al duque de Melun, cuyo reinado fue corto, y después al caballero de Baviére. El paso de uno a otro hizo observar que habfa viajado de Richelieu a Melun y de Melun a Bavie- ra... Podrian haber afiadido al itinerario la provincia de Dombes, por- que el principe del mismo nombre, segundo hijo del duque de Maine, les sucedié en sus favores. Habria que citar muchos mas nombres, pero la lista seria demasiado larga. Mencionemos, entre otros, al hijo del duque de Aumont (que murié en 1723 de sus excesos con la prin- cesa) y M. de Vauréal, obispo de Rennes, que esperaba obtener a tra- vés de ella el capelo cardenalicio. Al parecer no tuvo la menor dificul- tad en conquistar més tarde el coraz6n de Luis XV, a quien atrafa a cenas galantes en su castillo de Madrid, lugar de cita de todas las in- trigas y vivero de todas las licencias. No tenia rival a la hora de orga- nizar fiestas intimas y encuentros, tan apasionados como efimeros, que eran la comidilla de la corte y de la ciudad. Presentaba regular- mente al rey bellas estudiantes que reclutaba para ¢l, interpretando este papel de alcahueta con habilidad y cinismo. «Empez6 pronto a ejercer el oficio de prostituta, ganando su consideracién exclusiva- mente de esta profesién —observé D’Argenson, que la detestaba—. De haber nacido entre el pueblo, Mademoiselle habria sido encubridora, ladrona o vendedora de flores —afiadié.» Se dice que entre sus excesos hab{a crisis de devocién, Nada me- nos probable. Si le gustaba el habito franciscano y hacerse pintar con este disfraz, era menos por espiritu religioso que para excitar la ima- ginaci6n de los amantes a quienes ofrecia estos retratos. Habitual- mente la presentan con la cuerda de san Francisco en la mano, o anu- dandola. La alusi6n erética (y tal vez sddica, porque la cuerda sugiere el latigo) es bastante clara." Este disfraz inspiré a Voltaire el siguiente cuarteto: Frere Ange de Charolais, Dis-nous par quelle aventure, Le cordon de saint Francois Sert a Venus de ceinture. Aunque siete afios mayor que él, Mademoiselle no podia dejar de atraer a un hombre como el conde de Sade, Era una de esas mujeres que los hombres desprecian pero buscan, Proxima al rey y sus minis- 28 tros, compartiendo su alcoba con los hombres encumbrados, al tanto de todas las intrigas, se podian obtener muchas cosas gracias a ella: pensiones, titulos, embajadas, etc. Jean-Baptiste emprende, pues, su conquista, lo cual no le resulta muy dificil, Introducido como esta en casa de su hermano, Monsieur le Duc, la ve cuando quiere, ya en el palacio de Condé, ya en Chantilly, y no tarda en hacerse amar: victo- ria tan halagadora para el amor propio como para el sentimiento. Pronto es recibido en el castillo del Petit-Madrid, ofrecido por Luis XV a la bella franciscana, en cuyo honor escribié un poema mediocre. Si sélo tuviéramos estos versos, podriamos imaginar un idilio abs- tracto entre el conde y la princesa. Pero también hay cartas, sobre todo las escritas por Mademoiselle. Donatien de Sade las conservé piadosamente entre los documentos de su padre; a él debemos tener- las hoy en nuestras manos. Son prueba de una relacién auténtica en que los sentidos ocupan su lugar legitimo y que nacié, curiosamente, con ocasién de un esguince que obligé al conde de Sade a guardar cama. He aqui dos extractos: .. El 24 de noviembre es el dia mas hermoso de mi vida si, por los derechos de cama donde os juré lealtad, he recuperado la posesion de mi reino y mi soberania. Espero haber recibido también vuestro jura- mento y ahora vivo por el rey mas bello del mundo...” .. Os prohibo permanecer solo o me enfadaré con vos, pues enton- ces estais de mal humor. Venid entonces, Angel mio, o iré a buscaros y forzaré vuestras puertas si no venis de buen grado. Si os negais rotun- damente a venir a mi casa, decid si queréis verme a las dos en la vues- tra para consolaros y cuanto tardaré en veros.. Pero el inconstante Jean-Baptiste conoce pronto a la duquesa de La Trémoille, que conmueve sus sentidos. Su marido, Charles-Ar- mand-René, duque de la Trémoille, habia mantenido a los dieciséis afios relaciones homosexuales con el joven Luis XV, a la saz6n de ca- torce afios de edad. Aunque no pasaran del dio masturbatorio, la aventura cost6 un breve exilio al joven gentilhombre. «Os diré por qué M. de La Trémoille ha sido exiliado de la corte —escribié Voltaire a la marquesa de Berniéres—: por haber metido con mucha frecuencia la mano en la bragueta de Su Muy Cristiana Majestad. Habia tramado un pequefio complot con el conde de Clermont [hermano de Mlle de inado a hacer a ambos duefios de los calzones de Luis itir que ningtin otro cortesano compartiera su buena suerte... Todo lo cual me permite esperar grandes cosas de M. de La Trémoille y no puedo por menos de estimar a alguien que, a los dieci- séis afios, quiere atender a su rey y disciplinarlo. Estoy casi seguro de que seré un buen stibdito.»'' Algunos afos mas tarde, Luis XV y este caballero habian olvidado tan completamente los extravios de su ju- ventud que no tenian ojos ni sentidos mas que para el bello sexo. En 29 cuanto a la duquesa, nacida Bouillon, su pasién principal era el jan- senismo y se rodeaba de hombres y mujeres de la secta, que se con- virtieron en sus tinicos agentes. Los dos esposos se idolatraban, hasta el punto de prometerse mutuamente la separacién si uno de ellos con- traia la viruela, enfermedad muy extendida en aquella época. Mme de La Trémoille fue la primera afectada. Su marido no quiso que la cui- daran otras manos que las suyas y permanecié dia y noche a su cabe- cera. Se cur6, pero el desgraciado murié victima de su devocién con- yugal.”? Tal era la mujer, entonces recién casada, bonita y pasablemente co- queta, que hizo palpitar el coraz6n de nuestro provenzal. Irritado, al mismo tiempo, por la persecucién de Mile de Charolais, de quien em- pezaba a cansarse, le dirigié esta carta de ruptura. Raramente se ha puesto tanto cinismo —o habilidad— en la despedida de una amante que ha dejado de gustar: He considerado, Madame, vuestros avances como arrumacos de la mente y no del coraz6n. No tenfa el honor de conoceros, no os debia nada, un esguince me obligaba a guardar cama, estaba ocioso, vuestras cartas eran bonitas, me divertian, me halagaba, si era cierto que os ha- bia conquistado, que me curaseis de una pasién infortunada que me ocupa exclusivamente. Si, Madame, estoy enamorado. Y hoy tengo demasiadas pruebas de vuestra amistad para ocultaros Jo que ocurre en mi coraz6n, Tengo el honor de pertenecer muy intimamente a Mme la duquesa de Bouillon. Mlle de Bouillon me ha ofrecido su amistad. Ha casado a su sobrina con M. de La Trémoille, los aloja y alimenta, lo cual me ha dado ocasién de ver a menudo a Mme de La Trémoille. Su figura me ha gustado, su ca- racter me ha seducido. Siente afecto por su marido y cuanto mas a me- nudo le es infiel, tanto mas se empefa en complacerie: su indiferencia la estimula y yo pienso a veces que debo al deseo de venganza lo que me gustaria deber solo al amor.” Mademoiselle no era mujer que tolerase una rival; no soportaba en ‘sus amantes la reparticion que admitfa tan facilmente para si misma. Le contest6 en tono de burla que ocultaba mal el amor propio ofendi- do y todavia peor la voluntad de herir al infiel, Zarpazos como aqué- los podian ser fatales para quien los recibia. Pero si habia crueldad en darlos, habia todavia més en haberlo merecido. Siendo asi, hemos de convenir en que Mlle de Charolais supo dar en el blanco: «cortesa- Ao» y «pelit-maitres son los insultos que le lanza a la cara y, por duros que sean, estan tan justificados como las acusaciones de ambicién y egoismo. Le habria costado defenderse, ya que todo en él habia de- latado el deseo de encumbrarse sin preocuparse demasiado por los medios. Es cierto, Monsieur —Ie escribe Mile de Charolais—, que he recibido tres cartas vuestras y no he contestado a ellas, pues me niego a respon- der a quien las recibirfa como el regimiento de Champagne..." ¢No sa- beis que quien abandona la partida pierde? En cuando a mi, cuando guien esté un mes sin preocuparse de verme, yo paso cuatro: y para ha- blaros con sinceridad, crefa amar a alguien muy sensato para quien la inteligencia sustituia al sentimiento y sabia ser amigo de su amante. En cambio, os reconozco como un perfecto petit-maitre, que vuelve las ca- bezas de las princesas y las divierte con sus propias historias." Del lado de Sodoma Versatil en el objeto de sus amores, el conde no lo es menos en el objeto de sus deseos. En ambos casos prefiere dar libre curso a los ca- prichos de sus sentidos y no imponerles ninguna regla, sino dejarse llevar fuera de las normas permitidas. Las delicias de lo desconocido forman parte de lo que todavia se llama el «vicio italiano». Si el bello sexo le atrae y si los nombres ilustres le halagan, su inclinacién le Ile- va, con el mismo {mpetu, hacia los muchachos de su edad. Poco le im- porta entonces que sean de un rango inferior al suyo. Aqui la posicién social no cuenta para nada. El, habitualmente tan celoso del nombre de sus amantes, parece totalmente indiferente al de sus sodomitas. In- cluso los prefiere de origen plebeyo y los elige a menudo entre los que se prostituyen por las calles de la capital. El calculo cede ante el pla- cer, en el que se mezclan inevitablemente un punto de provocacién, la atracci6n del peligro, la embriaguez de sentirse por encima de las le- yes comunes, Este mismo placer de degradarse le atrae también en las prostitutas. Con ellas, como con los Corydones de la calle, no hay pa- labras bonitas, ni ingenio, ni versos: es el goce en estado puro. Estas voluptuosidades secretas forman la cara oculta del conde de Sade, su mascara negra, su misterio. El dudoso placer de la caza de muchachos dirige a menudo sus pa- sos hacia las Tullerias, uno de los lugares mas frecuentados por los Mamados infames (réprobos) 0 chevaliers de la manchette (homosexua- Jes). Un incesante ir y venir relaciona a los individuos mas diversos, desde el gran sefor al mensajero, desde el deshollinador al principe de la Iglesia. Se reconocen por un gesto, una mirada, un signo e inician un didlogo gencralmente breve que aborda en seguida lo esencial en Jos términos mas crudos. La policfa vigila dia y noche la zona del jardin y procede a miltiples interrogatorios gracias a sus mouches, nombre que se da a los jévenes encargados de atraer «clientes» y de- nunciarlos en el acto a un agente de servicio emboscado entre los ar- bustos. Un bello atardecer de otono, brillantes y una sonrisa en los labi :I joven Jean-Baptiste, con los ojos hallaba sentado en el jardin, 3 obviamente al acecho de una aventura, cuando reconocié a un mu- chacho al que habia abordado pocos dias antes. Inicia una conversa- cién e invita a su compaiiero a seguirle detras de un grupo de arboles. Por desgracia para el conde, el muchacho resulta ser un mouche. Este hace una rapida sefia al agente que se acerca con su brigada y arresta al imprudente. El informe policial sobre el incidente, redactado con toda la liber- tad del lenguaje policiaco, en cierto modo reminiscente del de un tal Donatien de Sade medio siglo después, dice asi: Alrededor de las ocho y media de la tarde, el susodicho sefior de ‘Sade, después de haber dado varias vueltas a los sotos, se ha sentado en un banco préximo y al ver pasar a un joven le ha saludado e invitado a sentarse, diciéndole que aunque un hombre le habia meneado la verga, se la meteria si lo deseaba; que si temia que la gente se apercibiera de la inclinacién que tenfa por esos placeres, le llevaria a cenar y dormir con 41. Y se lo habria Ilevado al instante detras de unos Arboles, lo cual el muchacho no quiso aceptar, replicando que, si queria, irfan a su habita- cién, que no estaba lejos y donde serfan libres, proposicién que el suso- dicho sefior de Sade acepté. Y cuando ambos se levantaron para poner- se en camino, el sehor Haymier (agente de policia), que les habia obser- vado y conocido, por la seal del muchacho, que estaba con un infame que le solicitaba activamente, detuvo al susodicho sefior de Sade, pero en vista de su calidad, le dejé libre después de haber tomado su nombre y direccién arriba mencionados y haberle hecho prometer que se pre- sentaria ante el magistrado. Nota: El muchacho declaré que era la segunda vez que el susodicho seftor de Sade le interpelaba, que ya le habia abordado unos dias an- tes y hecho proposiciones similares que él no habia querido escuchar porque nadie les vigilaba y que hoy se habian reconocido muy bien Jos dos."* Jean-Baptiste hizo valer sus vinculos familiares con la duquesa de La Roche-Guyon, nombré sus otras relaciones ilustres y el asunto no pasé de ahi. Se contentaron con una reprimenda y hacerle firmar un acto de sumisi6n. Salvo raras excepciones, la police de moeurs no ac- tuaba nunca severamente con los nobles. Al fin y al cabo, nadie se asombraba de ver a un miembro de la clientela de los Condé entre- garse al desenfreno. Ellos mismos pasaban por ser, y con mucha ra- 76n, la peor coleccién de vicios que se habfa visto nunca. El joven conde de Sade tenfa veintidés aos en el momento de esta aventura. Sin duda tuvo otras parecidas y podemos adivinar, a través de su correspondencia, relaciones muy tiernas con algunos de sus amigos, como el joven Anne-Théodore de Chavigny, va lanzado a la di- plomacia, y que mds tarde sucederé a Amelot de Chaillou en Asuntos Exteriores. Si se entrega al amor griego, no es por gusto irreprimible de los 32 muchachos, sino para escapar a la monotonia del erotismo corriente, porque esta forma de amor le procura sensaciones mas raras, més fuertes, intensificadas por el fantasma del castigo. Para él, como para otros muchos jévenes sefiores, el «pecado filoséfico» sélo representa un capricho aristocratico, una especie de juego mas excitante porque esta prohibido y en el que uno se divierte sintiendo miedo sin expo- nerse a serios peligros. {Qué se arriesga cuando se lleva un gran nom- bre y se cuenta con poderosos protectores? Ni Bicétre ni le Chatelet, seguramente. Todo lo mas cuarenta y ocho horas de Bastilla y un ser- mon paternal del teniente general de policfa."” Entre dos aventuras femeninas, el conde de Sade parece no haber renunciado jamas a sus escarceos socraticos, excepto al acercarse la vejez y después de una conversién que le haré abominar de todas las «locuras» de su juventud, Estos dos cuplés hallados en sus cuadernos dicen lo suficiente sobre la ambigtiedad de sus deseos. El primero da incluso a entender que no reservaba la sodomia para sus parejas mas- culinas. En este caso, Donatien tendria a quién parecerse, ya que siempre la consider como la relacién sexual privilegiada. Jai tous les gotits quand je vous rends hommage, J'y trouve en méme temps la femme et le garcon, Jadore en vous une femme volage, Un ami sage, un aimable giton. Comme un habitant de Sodome, Je fais la femme avec un homme, Cest ce qui vous met en fureur. Mais pourquoi vous facher, Mesdames? Vous seules faites mon bonheur: Je suis trés homme avec les femmes.'* El trio encantador Junto con el amor y la ambicién, la literatura ocupa un lugar im- portante en la vida del conde de Sade, Aparte de sus poesias y una abundante correspondencia, le debemos comedias, das, novelas, cuentos, tratados de filosofia y moral, anécdotas, en total una veintena de obras de las cuales no se ha pu- blicado ninguna hasta la fecha." Su hijo las guardé y preservé con ex- tremo cuidado; las leia y releia sin cesar, anotando con su propia mano, retocando una frase, aftadiendo un titulo, dindolas a copiar 0 copiando él mismo las cartas en mal estado, haciéndolas coser 0 & cuadernar, Nunca querré separarse de ellas, Cuando estaba lejos de La Coste, pedia a su hombre de negocios, Gautridy, que se las enviara. En prisidn llev6 piadosamente encima un librito sin titulo compuesto por 33 Jean-Baptiste, que titulé a mano en la guarda: Morale et Réligion; mes pensées. A su muerte en Charenton se encontraran los manuscritos pa- ternos bien ordenados en las estanterias de su biblioteca, junto con otros documentos de la familia. Nada mds revelador que estas paginas donde se ve la escritura de Donatien insinuarse entre las lineas de su padre, sustituir un adjetivo por otro, afiadir una palabra al margen, tachar un pasaje con una gran linea vertical en la que se superponen ambas escrituras, se mezclan, se trenzan 0, por el contrario, se niegan y oponen, a imagen de sus almas, a la vez tan proximas y tan lejanas, tan complices y tan contrarias. Asi pues, el conde de Sade escribié mucho, pero por diversion, en plan de aficionado, sobre todo sin hacer de ello una profesién, porque habria sido una pérdida de prestigio. No ha muerto el antiguo prejui- cio que exige a la nobleza el gusto de las artes pero le prohibe su prac- tica, so pena de perder dignidad. A Montesquieu se le cerré la carrera diplomatica por raz6n de sus escritos; Bernis, embajador y ministro, encontré un obstaculo en su reputacién literaria; Choiseul reprocharé a Saint-Lambert, capitan de las Guardias-Lorenas y autor de las Esta- ciones, el haberse desprestigiado doblemente, como «hombre de cali- dad» y como «militar». Jean-Baptiste de Sade es ambas cosas a la vez. Y como aspira a altos cargos, la prudencia le impone que no publi- que nada. Su actitud hacia los literatos es la de los grandes sefiores, hombres de moda y mujeres de mundo, que admiraban a Voltaire por su talen- to y reputacién, pero no se olvidaban de sf mismos hasta el punto de tratarle como a un igual. Voltaire es precisamente uno de los hombres de letras a quienes frecuenta, aunque el filésofo esté mas unido a su hermano el abad. Las dos partes estan igualmente orgullosas: una, de conocer a los descendientes de Laura; la otra, de mantener corres- pondencia con el autor mas ilustre de su tiempo. La amistad entre Voltaire, el conde y el abbé de Sade, a los cuales conviene agregar a su primo, Joseph-David de Sade Eyguitres, no franquea del todo el um- bral del cumplido espiritual y las buenas intenciones expresadas con frases elegantes. ee La correspondencia inédita del conde de Sade revela una curiosi- dad muy viva por todo lo relativo al teatro y la literatura, Aunque viva lejos de Paris, en la campafa de Flandes o en la embajada de Bonn, se mantiene regularmente informado de los ultimos libros aparecidos, las obras de teatro o las éperas de creacin reciente, las elecciones de la Academia, los chismes de la vida literaria, las indiscreciones entre bastidores. El mismo interés le levaré muy pronto a frecuentar a los escritores y poetas. Ademas de Montesquieu, a quien conocié en In- glaterra y con quien intercambia algunas cartas, ademas de Voltaire, 34 con quien se cruzé en ¢l palacio de Sassenage y a quien volverd a en- contrar durante el asedio de Philippsburg, Jean-Baptiste mantiene re- laciones constantes con varios hombres de letras. Su tendencia le in- clina mas bien hacia los autores licenciosos y los compositores de canciones picantes. Invita a su mesa a Crébillon hijo, Collé, Piron, Gentil-Bernard, todos ellos miembros asiduos del célebre Caveau del cabaret de Landel, en la rue de Buci, donde se cantan sus cuplés su- bidos de tono. No se puede dar una idea mejor de estas cenas, de las cuales se ex- cluia a las mujeres y donde reinaba la mayor libertad, que citando el testimonio de un amigo del conde de Sade unos afos mas tarde: Ya no se ofrecen cenas exclusivamente masculinas como las que vos haciais tan amenas. Antes de mi marcha todavia celebramos algunas con Crébillon, Collé, Du Tertre y otros pocos, a las que aportamos esa alegria natural, tanto mayor cuanto que no encontraba obstaculos. Hay que admitir que las mujeres, aunque amables, estropean esta alegria. Hay que ocuparse siempre de ellas, quieren brillar solas y con la mayo- ria es preciso evitar las muestras de ingenio. Las atenciones que exigen, las galanterias que requieren, apagan el fuego del espiritu y disminuyen el circulo de las ideas. Una mujer sin pretensiones tiene siempre algunas que oculta pero que nos permite entrever. Por otra parte, con ellas debe reinar necesariamente una decencia que molesta y limita la imagina- cién. Entre hombres, nuestra conversacién era libre, sin groserias ni im- piedades, alegre sin maledicencia ni frivolidad. A veces criticdbamos a las mujeres, pero nunca a una en particular. Observé que en general eran atacadas por sus partidarios mas devotos y defendidas a menudo por el mas frio 0 el mas débil. No me atrevo a decir adénde conduce esta reflexién. En fin, para que las cenas fuesen logradas, incluso para asistir a ellas, era preciso tener cualidades de inteligencia y valor. No ha- briamos admitido a un necio, ni a un cobarde, ni a un bribén.”” El escritor Baculard d’Arnaud, inventor de la novela negra y lacri- mosa, suele formar parte de la velada. Sus relaciones con el conde de Sade son las de un hombre agradecido con su benefactor, aunque es cierto que el conde le tiene en gran estima y lo trata como a un ami- go. Gracias a su intervencién (y no a la de Voltaire), Baculard se con- vertiré en corresponsal literario de Federico II. No es de extraiar, pues, que sus Epreuves du sentiment se parezcan tanto a las Infortunes de la vertu, Sus novelas figuran en lugar preferente en la biblioteca de Jean-Baptiste de Sade, al igual sin duda que otras obras contempora- Neas Cuyos autores eran al mismo tiempo amigos suyos. \Cuantas lecturas paternas pasaron asi a la herencia cultural de Donatien! Pero también jcudntos relatos, recuerdos, encuentros, anéc- dotas, confidencias resabalarian subrepticiamente de la memoria del padre a la del hijo! De todas estas cosas, que no se dejan inventariar, ni contabilizar, ni clasificar, es dificil hoy en dia medir la influencia, 35 Nunca sabremos nada de estos mil pequefios hechos de la vida coti- diana, de estos azares de la conversacién entre un padre y su hijo. Y sin embargo también de esto se nutrié la imaginacién del marqués de Sade. El himeneo de un laberinto Habiendo enviudado a los veintiocho afios cuando Marie-Anne de Conti murié en 1720, el principe de Condé soport6 su pérdida con en- tereza, tanto mayor cuanto que no habia amado nunca a su esposa y Mme de Prie ocupaba su coraz6n. Al morir ésta, la reemplaz6 por la condesa de Egmont. Algunos afios mas tarde, cediendo a la presion de la familia y sobre todo de su madre, la princesa viuda, resolvié con- traer un nuevo matrimonio y eligié a una encantadora princesita ale- mana, Caroline-Charlotte de Hesse-Rheinfeld, que sélo tenfa quince afios.”! El estaba a punto de cumplir cuarenta. Semejante desigualdad le predisponia a ser un cornudo, lo cual no tardé en ocurrir. Las des- venturas conyugales del viejo, agravadas por la imposibilidad de sati facer a su joven esposa, fueron la comidilla de la sociedad. «El sefior duque ha usado tanto a hombres y mujeres —observé Mathieu Ma- rais— que ha cafdo en la nulidad. Su mujer, nacida princesa de Hes- se-Rheinfeld, es muy amable y bastante bonita. A pesar de ella, se pre- tende que su matrimonio no ha sido consumado; dicen que ella no lo cculta y se sabe que es porque desconoce el arte de provocarle.» Lo cual no le impidié dar a luz un nifio, Louis-Joseph de Condé, nacido en 1736, que seria general en jefe de la emigracién y cuyo nieto, el du- que de Enghien, acabaria en los fosos de Vincennes por orden de Bo- naparte. Alrededor de esta época, mas concretamente en el curso del verano o lo mas tarde en otoho de 1733, el conde de Sade, conmovido por la belleza de la joven princesa, empieza a cortejarla. La empresa no es fa- cil, porque Monsieur le Duc, bastante celoso, pone a la jovencita bajo buena custodia. Seria preciso, para realizar sus esperanzas, vivir cerca de ella, no dejarla sola ni un momento. Y entonces se presenta la oca- sion. La hija de la dama de honor de la princesa, Mlle de Maillé de Carman, bastante bonita pero sin fortuna, es todavia soltera. Pide su mano. El principe se la concede. Una vez en la casa, no le resulta muy dificil acceder a la que ama, a quien ve todos los dias y de quien aca- ba por obtener los favores, Asi fue como el conde de Sade se convirtid en el amante de la princesa de Condé y el esposo de Mlle de Maillé. Pero dejemos que sea él mismo quien relate su historia en este fragmento autobiografico, red: ano, que hemos encontrado entre los archivos de la familia. La escena de la noche de bodas, en el curso de la cual la princesa excita su ardor cogiendo de la mano a la joven esposa, parece sacada de un conde de Crébillon. 36 Habjan puesto al lado de esta princesa a personas seguras que de- todos stis pasos, palabras, miradas, La princesa pas6 res © cuatro primeros aftos de su vida en la inocencia. Pero las mu- 1 sit corte se encargaron de echar a perder su men- te, Le pontan sin cesar ante la vista el ejemplo de su suegra, de sus cu- fadas, de la conducta de su marido, Le hicieron sentir lo ofensivo que era para ella tener un marido celoso que no la amaba. La joven prince- sa tragaba a grandes sorbos el veneno que derramaban sobre su cora- 76n. Las que buscaban perderla le parecian las mas amables y las prefe- ria a todas las demas. Cuando preguntaban a Monsieur le Duc por qué rodeaba a su mujer de mujeres malévolas, él respondia que si le prohi- bia a todos los hombres, consideraba injusto prohibirle también a las mujeres. Mme la duchesse era viva y su corazé6n sélo pedia amor... Yo iba a Chantilly desde hacia tres o cuatro afos y M. le Duc parecia tenerme afecto... Cuando rompi con Mme d’Autry y fui de nuevo libre, busqué algo en qué ocuparme. Comprendi, por palabras que me habfan dirigi- do, que sélo me faltaban ocasiones para convertirme en poseedor de la persona mas encantadora del mundo, Mile de Carman era soltera ¢ ima- giné que Mme la duchesse me lo agradeceria si me presentaba para ca- sarme con ella y que una vez instalado en la casa y marido de una per- sona por la que sentfa la mas viva amistad, me seria facil insinuarme en su corazé6n, Me ofrecf, pues, para casarme con Mile de Carman. La princesa pa- recié dudar de la sinceridad de mi proposicién. Le aseguré con tal in- sistencia que nada me costaba en mi deseo de complacerla, que parecié creerme y emocionarse por lo que hacfa. Me ordené que hablase de ello a su marido y no dijera que me lo habia mencionado. Asi lo hice. M. le Duc también parecié muy complacido cuando le dije que slo me casa- ba con la intencién de vincularme a él, Me aseguré que se ocuparia de mi futuro, promesa que tuvo muy poco efecto. Mme la duchesse, a quien su marido informé de mi proposicién, apoyé decididamente nues- tra boda. Compré los trajes y realiz6 todos los preparativos de la cere- moni Por fin llegé el dia, M. le Duc volvi6 de Chantilly para asistir a la boda, que se celebré en el palacio de Condé. Yo ya estaba en la cama, pero Mme de Sade atin retenfa la mano de Mme la duchesse, rogandole que no la abandonara. La presencia de esta princesa animaba mis trans- portes y me hacia mas dvido y vivo de lo que hubiera sido sin ella, aun- que mi mujer tenia un aspecto agradable. Al final todo el mundo pare- fa contento, mi mujer, por haber encontrado un marido careciendo de fortuna, M. le Duc, por haber contentado a su mujer poniendo a su lado @ una persona de buena reputacién que siempre habia observado una buena conducta, Mme la duchesse, por tener a su lado a una persona de la que estaba segura, ante la que podria decir lo que sentia su corazén. Y yo, porque tenia una mujer amable, la esperanza de un regimiento que M. le Duc me habia prometido y la de ser amado por una princesa joven y encantadora. Le hice ver el sacrificio que suponia haberme ca- sado con una joven sin fortuna con el tinico propésito de acercarme a ella y obtener el permiso de verla a todas horas. 7 Mi matrimonio me habia dado mucha familiaridad. Entraba en sus habitaciones en cualquier momento. El coraz6n de esta princesa estaba desocupado, sin duda habria encontrado hombres que le gustaran mas que yo, pero carecia de libertad para verlos. Todo la convencia de que la amaba, y si vacilé en rendirse fue para dejarme saborear mas su derro- ta. Yo habia conseguido que su doncella me dejase entrar por una puer- ta que estaba al pie de mi escalera, Nunca tuvimos otro confidente de nuestra relaci6n. Fue, por lo tanto, secreto, y sin los celos de mi mujer no se habria descubierto. Pero (qué no descubriré una mujer celosa! Me seguir y aquella malhadada puerta se abri6 un dfa para dejarme sa- lir cuando su lacayo estaba de centinela al pie de la escalera, esperando mi regreso. No le vi, pero me di cuenta, por el estado en que hallé a mi mujer, de que habia sucedido algo extraordinario. Nada la satisfacia. Mme la duchesse fue la primera en sospechar que era objeto de sus ce- los. Tomamos precauciones como hablarnos menos delante de ella, pero las mismas precauciones sirvieron para descubrimos. Un dia en que cref haberla satistecho —iy qué mujer no lo habria es- tado!—, rompié a llorar y me dijo que era muy desgraciada, que arries- gaba su vida para entregarse a mi, ya que si su marido descubria nuestra relacién, no vacilaria en sacrificarla a su furor y que yo no la amaba tan- to como para resarcirla de sus temores. Le respondi, riendo a carcajadas: —iCémo, Madame!, :dudais todavia del exceso de mi amor por vos? {Qué necesitais para persuadiros? ‘Se qued6 un poco desconcertada. —Tendria razones para estar contenta —me dijo— si no supiera que lo hacéis mejor cuando queréis, y Madame de Sade me ha contado por- menores de la primera noche de vuestro matrimonio que me hacen te- mer que la encontréis mas amable que a mi. —Madame de Sade era tan novata —Ie dije—, que me ha resultado facil engafiarla. Ademés, hay tan poca diferencia que no merece la pena hacerme reproches. —Pero continuais acostindoos con ella —me replicé—, y si me ama- rais, seriais menos diligente. Me gusta que me améis y sélo me preocu- po de las pruebas porque aseguran el sentimiento. No sirvié de nada decirle que s6lo me acostaba con mi mujer para despistarla; me hizo prometer que dormirfa en otra cama y cumpli mi palabra.” Asi pues, Jean-Baptiste de Sade s6lo contrajo matrimonio con el nico fin de poscer a la deliciosa princesa de Condé, por un capricho del coraz6n y mas bien por una fiebre de los sentidos, sin el menor sentimiento por la que iba a convertirse en su esposa, sin una mirada hacia su dote, por lo demas muy exigua. Pero ciertamente no sin calculo ni premeditacion. Porque lo que no dice en su relato es que realizaba al mismo tiempo una operacién excelente. Marie-Eléonore de Maillé de Carman era prima en la quinta generaci6n de Claire-Clé- mence de Maillé de Brézé, sobrina del cardenal de Richelieu, que se habia casado con el Gran Condé. Por este matrimonio, menos rico que brillante, nuestro Rastignac se aliaba a la rama menor de la casa de Bourbon-Condé, ganando asi varias victorias a la vez: tenia a la princesa, el prestigio y los medios de satisfacer sus mayores ambicio- nes. No era una mala jugada. La boda se celebré con gran pompa en la capilla del palacio de Condé el 13 de noviembre de 1733, en presencia del duque y la du- quesa. A la mafiana siguiente, el Mercure de France daba cuenta de la ceremonia y se pavoneaba declinando la genealogia de los dos cényu- ges, sin omitir uno solo de sus titulos y evocando, entre los antepasa- dos ilustres del conde de Sade, el recuerdo de la bella Laura, «tan co- nocida por las alabanzas que le prodig6 el famoso Petrarca en los ver- sos que compuso en su honor». Asi se hacia puiblico que el padre de la novia se llamaba Donatien, caballero, marqués de Carman, conde de Maillé, que era barn de Lesquelen, sefior de las tierras de Dameny y Villeromain, segundo barén de Bretagne, y que el nombre de su ma- dre era Louise Binet de Marcognet. Jean-Baptiste iba a cumplir trein- ta y dos aiios y Marie-Eléonore veintidés. Como regalo de boda, el du- que de Condé nombré a la joven condesa de Sade dama de honor de la duquesa, y la pareja ocupé a partir de entonces los apartamentos que les habian sido destinados en el palacio de Condé. Sélo tres meses después de su boda, el conde de Sade recibja la or- den de unirse a su regimiento en Alemania, como ayuda de campo del mariscal de Villars. Al conocer simultaneamente el himeneo del conde y su llamamiento a filas, Voltaire le dedicé esta «pequefia bagatela»: Vous suivez donc les étendards De Bellone et de U'Hyménée? Vous vous enrélez cette année Et sous Carman et sous Villars. Le doyen des héros, une beauté novice, Vont vous occuper tour a tour: Et vous nous apprendrez un jour Quel est le plus rude service Ou de Villars ou de UAmour. Jean-Baptiste le contesté en el mismo tono: Ami, je suis les éendards De Bellone et de 'Hyménée Si je quite une épouse aimée, Crest pour voir triompher Villars. Mars et ‘Amour me trouveront novice, Mais je m'instruirai tour @ tour, Avec Villars, des rigueur du service, Avec Carman, des douceurs de VAmour.® 9 Capituto IL UNA CARRERA DESTROZADA El conde de Sade, agente secreto Como muchos oficiales de su edad, el joven capitén de dragones ambiciona ahora servir en las embajadas, hacer una «carrera politi- ca», como se decia entonces. Posee, por otra parte, el perfil del em- pleo: una gran prestancia, desenvoltura, atractivo, ingenio, una vasta cultura, el gusto del lujo, en suma, parece hecho expreso para desfilar por las cortes extranjeras, habiendo adquirido ademas en la negocia- cién una experiencia que augura un gran porvenir. A la edad de veintitin afios ya le habjan confiado en La Haya una misién cuyos pormenores ignoramos, pero para la cual habfa recibido de manos del principe Enrique de Auvernia, arzobispo de Viena, una carta de recomendacién. Cuatro afios después partia hacia el ducado de Sajonia-Gotha con instrucciones del ministro de Asuntos Exteriores, Chauvelin, y la re- comendacién del barén de Bernstorff, ministro danés en la corte de Francia, que también servia como espia al rey de Inglaterra, Bern- storff le recomend6 al capellan del duque, un hombre llamado Huhn, que le ensefiaria «todo lo que hay que ver», incluyendo «la biblioteca, coleccién de medallas y demas. El tal M. Huhn es un hombre de letras que posee una biblioteca bastante buena y, como sé que estimais el ge nio de las letras, me tomo la libertad de dirigiros a él, de quien espe- ro quedaréis contento».' Fue durante su estancia en Gotha cuando el conde de Sade conocié al principe de Anhalt, hermano de la futura emperatriz Catalina II, con el cual mantendra una correspondencia amistosa y regular. En 1730 es nombrado embajador de Francia en la corte de Rusi: pero la muerte del joven zar Pedro II y la politica de la nueva ratriz Anna Ivanovna, ex duquesa de Curlandia, alemana ant deseosa de gobernar s6lo con los alemanes, frustran el pro esta embajada. Es entonces cuando el cardenal Fleury, mii cipal, encarga al conde de Sade una negociacién confidencial en la corte de Londres. 40 En el curso de estan chos vinculos co in, nuestro agente sccreto establece estre- Sir Henry Pelham, gran tesorero del partido de los whigs y muy ducho en los secretos de la corte de Inglaterra, que aca- ba de ser nombrado tesorero general de las tropas. Saborea asimismo los encantos de la hermosa Mme de Vaucluse, su prima hermana, amante del duque de Ormond, sobre el cual ejerce, segtin dicen, un absoluto. Una de las tareas del conde de Sade consiste en obte- informacion sobre las actividades de los jacobitas ingleses, parti- s de la casa de los Stuart y ferozmente hostiles a la dinastia de Hanover, Sabiendo que los susodichos jacobitas pueblan las logias masénicas, decide entrar él mismo en la orden a fin de espiar a los di- sidentes. La ceremonia de iniciacién tuvo lugar el 12 de mayo de 1730 en la logia titulada The Horn (El Cuerno), con sede en la taberna del mismo. nombre, en el barrio de Westminster. Otro profano se presenté aque- lla misma tarde en la puerta del templo a fin de «recibir la luz»: se Ila- maba Charles-Louis de Secondat, barén de Montesquieu. Asi fue como el conde de Sade y el autor de El espiritu de las leyes se convir- tieron en «hermanos» en la masoneria. Entre los asistentes se pudo observar la presencia de altas personalidades de la aristocracia ingle- sa, como el duque de Norfold, Nathanael Blackerby, el marqués de Quesne, lord Mordaunt, el marqués de Beaumont y otros. Presidia la ceremonia el duque de Richmond, venerable del taller? Una buena inversion Después de su boda y de las campafias de 1734-1735 como ayuda de campo del mariscal de Villars, el conde de Sade obtuvo del rey el cargo de teniente general de las provincias de Bresse, Bugey, Valromey y Gex, que compré en 1739 al marqués de Lassay por 135.000 libras. El precio parece exorbitante, pero no lo es mucho si se tienen en cuenta las ventajas vinculadas a esta funcién. Esta clase de oficios eran en efecto muy solicitados a causa de las rentas vitalicias que las susodichas provincias abonaban a su teniente general. Estos no nece- sitaban siquiera re: alli y pasaban la mayor parte de su tiempo en la corte. No se podia sofar con una inversién mejor. Sin embargo, las plazas eran caras, y el rey s6lo las atribuia a escasos privilegiados. El conde de Sade debja esta gracia a la intervencién del cardenal de Fleury, deseoso probablemente de recompensarle por diversas misio- nes diplomaticas que le habia confiado y que habia desempetiado con distinci6n. La totalidad de sus gratificaciones, por las provincias de Bresse, Bugey y Gex, se clevaba anuales, lo cual repre- sentaba un poco menos del 8 por Los reales despachos que le con Imente la tenencia ge- neral datan del 29 de mayo de 1739, Un mes después, el conde de a1 Sade se dirigia al parlamento de Dijon para pronunciar alli su discur- so de recepcién. El 24 de noviembre del mismo afio, Gaspard-Frangois de Sade ex- piraba en Avignon. «La muerte de mi padre me ha afectado mucho», confesara el conde a Monseigneur de Crillon, arzobispo de Narbonne y amigo del difunto. El vals de nombres Fue preciso esperar cuatro afios el nacimiento del primer hijo del conde y la condesa de Sade. En 1737, Marie-Eléonore daba a luz una hija, que bautizaron con los nombres de Caroline-Laure (Caroline era el nombre de pila de su madrina, la princesa de Condé, y Laure el nombre fetiche de la familia: casi en cada generacion habra una Lau- re de Sade). Pero la nifia slo vivid dos afios y murié en 1739. El 2 de junio de 1740, un afio después de la desaparicién de Caro- line-Laure, Mme de Sade daba a luz un varén, que fue presentado ante las fuentes bautismales justo al dia siguiente, en la iglesia de Saint-Sulpice (parroquia del palacio de Condé). Su padrino fue el abuelo materno, Donatien de Maillé, marqués de Carman, y su ma- drina Louise-Aldonse d'Astouaud de Murs, su abuela paterna. Ni uno ni otro estuvieron presentes en la ceremonia, se hicieron representar. El conde, ocupado aquel dia, no pudo librarse para asistir al bautismo de su hijo. En cuando a la madre, se reponia del parto. La ausencia de todos los parientes del nifio, representados por domésticos, explica los errores cometidos por el oficiante. El recién nacido recibié en efecto los nombres de pila de DONATIEN ALPHONSE FRANCOIS. Sélo el primero respondia al deseo de la famil el de Donatien, llevado por su abuelo paterno en honor del santo mar- tir breton torturado con su hermano Rogatien por haber propagado la religion cristiana en Armérica. Como segundo nombre, el conde de- seaba darle el de su propia madre, Aldonse, antiguo nombre provenzal comin a varones y hembras, pero desconocido en Paris. El parroco de Saint-Sulpice no lo comprendié ¢ inscribié Alphonse en el acta. En cuanto al nombre de Louis, deseado por el padre en homenaje a su protector, Louis-Henri de Bourbon, fue pura y simplemente olvidado y sustituido por el de Frangois. Asi fue cémo el marqués de Sade recibié los nombres de Donatien Alphonse Francois en lugar de Donatien Aldonse Louis que le hablan sido destinados. No renuncia, sin embargo, a ellos y se ocupara de restablecerlos en la mayoria de actos oficiales que firmara en el curso de su existencia, empezando por su contrato de matrimonio, en el que figura como Louis Aldonse Donation de Sade. Incluso preferira a me- nudo el grafismo Aldonze, que restituye la n provenzal. Bajo la Revolucién, abandonara sus otros nombres para conservar tinicamen- 42 te el de Louis. as fantasias ononvisti das si no hubiesen oca: ado las interesado, como veremos mas adela no merecerian osas consecuen El serior embajador Solo siete meses después del nacimiento de su hijo, alrededor del 20 de junio de 1741, el conde de Sade se enteré de su nombramiento de ministro plenipotenciario ante el elector de Colonia, el arzobispo Clemente-Augusto. El cardenal de Fleury, que ya habia apreciado an- tes sus talentos de negociador, sugirié su nombre a Luis XV, quien lo acept6. No se trataba, es cierto, de un cargo de gran importancia en el tablero politico europeo; las cortes renanas no disponian de soberania plena y dependian de un organismo superior, el Sacro Imperio. Se en- viaba generalmente a hombres jévenes, salidos a menudo de las filas del ejército, pero de noble cuna y buena compafiia, a los cuales se per- mitia de este modo efectuar un «noviciado diplomatico». Nada com- parable a las grandes embajadas, como las de Londres, Viena 0 Ma- drid. Aun asi, no era un mal comienzo. El conde de Sade vio por fin realizado su suefio: tenia su embajada; honores, fortuna, vida facil y fastuosa se abrian ante él. La corte de Francia era la mas brillante de Europa, el prestigio del rey debia afirmarse con brillantez ante los representantes de otras po- tencias. De ahi los tratamientos elevados concedidos a los titulares de este cargo, a fin de mantener un rango y un tren de vida dignos de su sefior. ¢Posefa el conde de Sade los «resortes sutiles» tan necesarios para triunfar en las cortes renanas? En cualquier caso, disponia de un presupuesto que podia facilitarle la tarea: 24,000 libras anuales, a las que se sumaban 12.000 libras para los gastos de «instalacién inicial» y una suma que oscilaba entre 6.000 y 10.000 libras para los gastos «extraordinarios». Era suficiente para vencer muchos obsticulos, in- cluso en una corte eclesidstica como la de Colonia, donde el dinero se- guia siendo «la lave de oro que abre todas las puertas». Jean-Baptiste parte, pues, hacia Bonn, sede de su embajada, en los iltimos dias de enero de 1741, dejando a su mujer y su hijo en el pa- lacio de Condé. En cuanto a su amante, a reemplazado ¢ Herfa. Despech: iplantatie por aquel pisaverde y temiendo sobre todo que esta nueva aventu descubrir la suya con Ja princesa, Jean-Baptiste ha recer, él mismo su in- fortunio al principe de Condé, Por genson: «Dicen que M. de Sade, sint mbarazoso descubt n pleno fu le Duc hizo poner rej las ventanas de su esposa y cerrojos en las puertas, despidié a la mayoria de sus mujeres (pero a conservé a la condesa de Sade, seguramente la menos sospechosa) y mandé lamar a M. de Bissy a su regimiento. «Es de temer que esta bonita princesa acabe encerrada en algun horrible castillo por una fal- ta tan perdonable», concluyé D’Argenson. Pero volvamos a Bonn, donde Jean-Baptiste de Sade se instala ha- cia el 10 de febrero, mientras que en Paris la noticia de su nombra- miento es acogida de diversas maneras. D’Argenson critica vivamente la eleccién del rey: «Acaban de nombrar a M., de Sade nuestro envia- do en Colonia y al caballero Desalleurs ministro de Francia en Dres- den. Estos dos petimetres tienen cierto ingenio pero poca solidez, y no dejan de asombrar tales nombramientos para los cargos del extranje- ro. Es seal de nuestra actual atencién hacia los asuntos alemanes y de que no nos hemos rendido en modo alguno a los ii intereses de la rei- na de Bohemia como lo hicimos a los de su padre.»’ Se comprende mejor la inquietud de D’Argenson considerando la situacién delicada en que se encontraba Francia en relacién con los Estados de Alemania. Tras la muerte de Carlos VI (19 octubre 1740), su hija Marfa Teresa debfa sucederle a la cabeza del Imperio, en vir- tud de la Sancién Pragmatica aceptada por la mayoria de Estados eu- ropeos. El 10 de noviembre, Luis XV la reconocié como heredera de los dominios austriacos, pero decidié apoyar a Charles-Albert, elector de Baviera, como candidato a la corona imperial. La politica france- sa consistfa, pues, en separar a los principes alemanes de la casa de Habsburgo e inducirles a votar por Charles-Albert, el propio hermano del elector de Colonia. Vinculado a Francia por una alianza sellada en 1734 y renovada en mayo de 1740, este ultimo era invitado por Luis XV a respetar sus compromisos y a declararse contra Maria Teresa. Tal era la misién del conde de Sade. la primera audiencia, que se desarrollé el 4 de marzo de 1741 con el ceremonial acostumbrado, el conde de Sade pudo juzgar que el Elector no desmentia la opinién que se tenia generalmente de 4, Espiritu mediocre, indeciso, propenso a la melancolia y sobre todo a la ms profunda disimulaci6n, Clemente-Augusto solo se interesaba por las diversiones, las fiestas, la caza y la arquitectura. Por otra par- te, le gusta mucho ser elogiado por sus gustos y su magnificenci: Con tendencia a los amorios, tenia varias favoritas sobre las que ejer- cia unos celos puntillosos, pero aparte de estos arrebatos, el principe- arzobispo parecfa «escrupulosamente dedicado a los deberes esenci, les e incluso a las menores pricticas religiosas»; «no pasa dia —ob- serva el abbé Aunillon— que no tenga las horas marcadas para la misa, el breviario, el rosario». Y agrega: «Estos piadosos ejercicios son interrumpidos a menudo por festines, cazas, juegos, pequefas cenas bastante tristes, 6peras, comedias, bailes.» Y concluye: «Es bastante comin ver pontificar al elector por la mafiana, con capa y mitra, ¥ verle bailar por la noche, vestido con un dominé.»* El conde de Sade choca en seguida con las tergiversaciones del 44 elector, que duda entre Viena y Versalles, Por un lado, necesita el apo- yo austriaco para salvaguardar sus obispados, situados en tierra lute- nte atado por sus compromisos con el rey de de Baviera. Poderosamente ayudado por la ame- naza de los ejércitos franceses que acaban de invadir Praga, nuestro embajador acaba por convencer al elector de que se suscriba al Tra- tado de Nymphenburg (28 marzo 1741), preparado bajo su supervi- sion, en virtud del cual Francia, Espafia, las Dos Sicilias, el elector palatino y el de Colonia se comprometian a apoyar a Charles-Albert de Baviera. El 24 de enero de 1742, éste fue elegido emperador, y el propio Clement-August procedia a su coronacion como Carlos VII. Este triunfo de la politica francesa fue también una victoria diploma- tica para su representante. Un asunto turbio Victoria de corta duracién, sin embargo, porque las relaciones en- tre el elector y el conde de Sade no tardan en degradarse. Firme en su dignidad episcopal y principesca, Clement-August no aprecia mucho a este francés libertino y desenvuelto que habla con ligereza de las co- sas serias y se permite con él una «familiaridad excesiva». Le ha tole- rado, animado incluso al principio, pero una crisis aguda de suscepti- bilidad le ha hecho cambiar. Por su parte, Jean-Baptiste observa con ironfa a este prelado vanidoso que se entrega a los placeres como un culpable y practica la devocién con minucias de solterona. También le impacientan sus vacilaciones, sus veleidades y sus cambios de humor. Esta irritacién mutua no hizo mds que agravarse en el curso del afio 1742. Sdlo podia culminar en un escandalo, que se produjo en el mes de agosto de 1743, ¢A propésito de qué? Nunca se supo. Algunos hablan de rivalidad amorosa, pero segtin el conde de Hohenzollern, ministro Principal del elector, el conde de Sade habia encontrado el secreto de ganarse la confianza del elector, pero la habia perdido «por haberse propuesto introducir cambios en su casa y en su ministeriow.* También se invocan querellas de jugadores. El principe era un jugador apasionado, pero le horrorizaba perder, lo cual colocaba en una deli- cada postura al imprudente que osara ganarle.” Una carta anénima —e inédita— remitida al conde después de su despedida revela que el elector tenfa otras razones para estar descon- tento del enviado del rey de Francia: He aqui los tres crimenes de lesa majestad de que se os acusa y que han frustrado el presente que os estaba destinado: El primero es: vuestra adhesion al emperador y vuestras quejas ex- presadas ante él contra la persona del sefior. A lo cual se suma el cono- cimiento que debiais tener de las intrigas en que la corte imperial y la corte de Francia estén involucradas con el rey de Prusia, 45 El segundo: vuestro excesive apego al duque Teodoro, con preferen- cia al senor, manifestado por vuestra diligencia en procurarle los fondos para marchar de aqui y negociar la eleccién del principado en detrimento del elector. El tercero: vuestra indiferencia demasiado grande a incitar a la cor- te de Francia a pagar lo que debe al elector He aqui tres crimenes enormes que os sera muy dificil justificar en vuestra corte. Tened cuidado con esto, Monsieur, porque si se llegara a saber que esta advertencia sale de aqui, comprometeriais a una persona de prestigio, y otra se perderia con ella." Si el objeto preciso de la discordia se nos escapa, conocemos al menos las graves consecuencias que supuso para el conde de Sade. Los hechos, tal como han sido generalmente aceptados, son los guientes, Habiendo pedido y obtenido de la corte de Francia la auto- rizacién para volver algun tiempo a Paris, M. de Sade hizo creer al elector que se trataba de una llamada definitiva y se despidié oficial- mente de su corte. Al contrario de lo que dice la carta anénima, hubo una ceremonia de despedida en el curso de la cual el conde recibié de manos de Clement-August el regalo de costumbre —probablemente una bonita gratificacin— y regres6 a Francia. Pocos dias después de su llegada, el principe-arzobispo le dirigia su carta de llamada, fecha- da el 31 de diciembre de 1743.” Jean-Baptiste habria, pues, desertado de su puesto sin orden del rey y regresado a Paris sin mencionar su desavenencia con el elector. En cuanto a la carta de llamada, que debia entregar a Luis XV, la habria guardado en el fondo de su bolsillo, de modo que pudo continuar go- zando de su dignidad y su tratamiento durante mas de un afio. El abbé Aunillon, a quien debemos esta informacién, precisa que estos hechos no fueron descubiertos hasta marzo de 1745."° D’Argenson se muestra todavia mas severo, acusando al conde de haber vendido su influencia y empleado los servicios de un venal granuja llamado Baumez.'" Jean-Baptiste, naturalmente, intenté defenderse de estas graves acusaciones. Escribié, por ejemplo, una nota a D’Argenson en la que hablaba de si mismo en tercera persona: .. Se le acusa de haber retenido una carta de llamada del elector. Es cierto que recibié una que no consideré como tal y que envi a su se- cretario para que la entregase al ministro de este principe. También se Je acusa de no haber dicho que se habia peleado con el elector. Si no lo dijo, fue porque lo ignoraba... Esti en posicién de probar lo que afirma,"” Basta decir que la evidencia en este asunto permanece contradic: toria. A los ojos del publico, la culpabilidad del embajador parecia en todo caso suficientemente establecida: nadie dudaba de que habia de- sertado de su puesto sin orden del rey y seguido recibiendo su trata- 46

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