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SOBRE POLONIA (1823) Hace algunos meses estuve recorriendo a diestro y siniestro la parte prusiana de Polonia!. En la zona rusa no me adentré gran cosa; en la austriaca, nada en absoluto. De los hombres he conocido a muchos y de todas las regiones de Polonia. Estos eran, por cierto, sdlo gente de la nobleza, en su mayoria, y a saber: de lo mas exquisito de ella. Pero si bien mi cuerpo se movié tnicamente en los circulos de la alta sociedad, en el destierro palaciego de los grandes de Polonia, mi espiritu volé tanto mas frecuentemen- te a las chozas que habitan las capas humildes de la poblacion. Ahi tenéis, sefior, la clave para apreciar mi juicio sobre Polonia. Del aspecto exterior del pais no sabria notificar grandes encantos. No se encuentran alli por parte alguna bizarras formaciones rocosas ni cascadas ro- manticas ni bosques en los que trine el ruisefor; tan solo hay alli vastas superficies de tierra laborable —excelentes en su mayoria— y pinares frondosos y hoscos, Polonia vive unicamente de la agricultura y de la ganaderfa; de fabricas e industrias no se en- cuentra allf casi ni un rastro. Las aldeas polacas ofrecen el mas triste de los aspectos: bajos establos de barro, cubiertos de delgadas tablas o de caja. En ellos vive el campesino polaco con su ganado y 15 el resto de su familia, disfrutando de su existencia y pensando nada menos que... en los estetas como Pustekuchen?. No se puede negar, de todos modos, que el campesino polaco tiene, por regla general, mas juicio y sentimiento del que dan muestra los campesinos alemanes en ciertas provincias. Con har- ta’ frecuencia encontré en el polaco de mas baja condicién este chiste cargado de originalidad (no la chanza afectiva ni la humorada) que brota en toda ocasi6n con opalescencia fantdstica y aquel rasgo sofiador y sentimental, aquel resplandor centelleante que proviene de un sentimiento osidnico de la natu- raleza y cuya repentina aparicién en los momentos de emocion es tan involuntaria como el stibito rubor ocasionado por la vergiienza. El campesino polaco viste todavia su traje regional: un sayo sin mangas que le llega hasta Ja mitad del muslo; encima, un gaban guarnecido con lazos de vivos colores. Este ultimo, frecuentemente de color azul palido o verdo- sO, representa el original rustico de esas finas casa- cas polacas que llevan nuestros elegantes. La cabeza va cubierta por un sombrerillo redondo, de bordes blancos, que apunta como un cono descopado y que esta adornado por delante con cintas coloradas o con algunas plumas de pavo real. En ese atavio puede verse los domingos al campesino polaco, cuan- do se dirige a la ciudad para cumplir en ella tres tipos de obligaciones; la primera es afeitarse; la se- gunda, oir misa, y la tercera, ponerse borracho como una cuba. A esa persona, convertida ciertamente en un bienaventurado mediante el respeto por la ter- cera obligacion, se la ve en las festividades tumbada y despatarrada en el arroyo de la calle, rodeada por un pufado de amigos, quienes, en melancdlica agru- pacion, parecen observar: «jQue el hombre pueda soportar tan poco en este mundo! {Qué es el hombre si tres jarras de aguardiente pueden echarlo al sue- lo?» Sin embargo, los polacos han dado pruebas de resistencia sobrehumana en el beber. El campesino es de constitucién excelente, robus- to, con aspecto de soldado, y tiene, por lo comun, 16 cabellos rubios, que la mayoria los deja caer, largos y ondulantes. Por ello padecen tantos campesinos de la plica polaca, una enfermedad muy graciosa, con la que es de esperar que seamos bendecidos algun dia cuando las pelambreras largas se hayan generali- zado en los territorios alemanes. La sumisién del campesino polaco ante el noble es irritante. Se in- clina, agachando la cabeza casi hasta los pies del amo, y pronuncia la frase hecha formula: «Le beso los pies.» Quien quiera ver la obediencia personifica- da, que contemple a un campesino polaco parado ante su hidalgo; sdlo le falta la cola para menearla como un perro. Ante tal espectaculo pienso involun- tariamente: «gY Dios creé al hombre a su imagen y semejanza?», y me asalta un dolor infinito al ver aun hombre tan profundamente humillado ante otro. Sélo ha de inclinarse uno ante el rey; excepcién sea hecha de este ultimo articulo de fe, me declaro par- tidario ferviente del catecismo norteamericano. No niego que me gusten mas los Arboles del campo que los arboles genealdgicos, que respete mas los dere- chos humanos que el derecho canénico y que tenga en mas estima los mandamientos de la razén que las abstracciones de historiadores miopes, pero si me preguntais si el campesino polaco es realmente infeliz y si su situacién mejorara cuando se hace, como ahora, de los vasallos oprimidos libres propie- tarios, mentiria si tuviese que responder afirmati- vamente a esas preguntas. Si se analiza el concepto de felicidad en toda su relatividad y si se tiene pre- sente que no es una desgracia el estar acostumbrado desde pequefio a trabajar durante todo el dia y a renunciar a comodidades que se desconocen total- mente, ha de reconocerse que el campesino polaco no es infeliz, en el sentido propio de la palabra, y tanto mas por cuanto no posee nada y vive su vida, por consiguiente, en medio de esa gran despreocu- pacién que es pintada por muchos como la felicidad suprema. Mas no se trata de una ironia cuando afir- mo que si ahora los campesinos polacos fuesen con- vertidos de repente en propietarios libres, se encon- trarian, y en verdad muy pronto, en una de las situa- 17 ciones mds embarazosas del mundo, y algunos cae- rian por ello, con toda seguridad, en una mayor mi- seria. Debido a esa despreocupacién, que se ha vuelto ya su segunda naturaleza, el campesino admi- nistraria mal sus propiedades, y de caer sobre él alguna desgracia, se encontraria completamente per- dido. Cuando ahora se presenta una mala cosecha, el hidalgo ha de enviarle al campesino parte de sus propios cereales; a fin de cuentas, sufriria una pér- dida si el campesino muriese de hambre o no pu- diese sembrar. Por igual razén ha de darle ganado nuevo cuando el buey o la vaca del campesino mue- ren. Le suministra madera en el invierno y le envia médicos y medicinas cuando enferma él o alguno de su familia; resumiendo: el hidalgo es su tutor permanente. He podido cerciorarme de que esa tutela es ejercida muy a conciencia y carifiosamente por la mayoria de los nobles, y he encontrado por todas partes que los hidalgos tratan de manera benévola y afectuosa a sus campesinos; al menos son raras las reminiscencias de ias viejas severidades. Muchos no- bles hasta desean la independencia de los campesi- nos. El mayor hombre que ha dado Polonia, cuyo re- cuerdo vive atin en todos los corazones, Thaddaus Kosciuszko, fue adalid ardiente de la emancipacién campesina; y es sabido que los principios de un favorito penetran silen-iosamente en todas las al- mas. Ademas, la influencia de las doctrinas france- sas, de mas facil acogida en Polonia que en cualquier otra parte, son de un efecto incalculable para la situacién de los campesinos. Como veis, dicha situa. cion ya no es tan mala como antes, y es de esperar que la independencia sea su caracteristica paulatina. También el gobierno prusiano parece llegar poco a poco a esta conclusién y va tomando las medidas oportunas. Ojala prospere esa beneficiosa progresi- vidad, pues sera mds segura y mas provechosa, con el tiempo, que la brusquedad destructora. Pero lo brusco es a veces bueno, por mas que uno se oponga Entre el campesino y el noble estan situados en Polonia los judios. Estos hacen casi mas de una cuar- ta parte de la poblacion, ejercen todos los oficios y pueden ser llamados, con razon, la tercera clase social de Polonia. Nuestros fabricantes de compen- dios estadisticos —que todo lo miden con la vara alemana o, al menos, con la francesa— escriben (sin razon, por lo tanto) que Polonia carece de tiers état, por encontrarse alli ese estamento rotundamente separado de los restantes, y esto debido a que sus miembros hallan placer en los errores del Viejo Tes- tamento y porque los mismos se encuentran todavia exteriormente muy alejados de todo ideal de civismo jubiloso (tal como éste se define y adorna —en un librito de bolsillo para mujeres publicado en Nurem- berg—, de manera tan preciosista y dominguera, con la imagen del filisteismo imperante en una ciu- dad imperial). Veis, asi, que los judios, por su nu- mero y posicion en Polonia, tienen una mayor impor- tancia alli para la economia nacional que entre no- sotros, en Alemania, y que para ‘decir algo honesto sobre ellos hace falta algo mas que la brillante filo- sofia de tendero de que hacen gala los novelistas sentimentales del norte y algo mas también que esa profundidad naturalista tan caracteristica de los in- geniosos chupatintas del sur. Se me dijo que los judios del Gran Ducado se encuentran en un esla- b6én humano inferior al de sus correligionarios orien- tales; de ahi que no quiera decir nada en concreto sobre los judios polacos y que me parezca mejor remitirle a la obra de David Friedlander Sobre la enmendacion de los israelitas (judios) en el Reino de Polonia, Berlin, 1819. Desde la aparicién de ese libro, que prescindiendo de un desconocimiento de- masiado injusto del valor y la importancia ética de los rabinos, esta escrito con un amor poco comun por la verdad y por los hombres, la situacién de los judios polacos es probable que no haya cambiado de manera apreciable. Parece ser que en el Gran Duca- do, como todavia en el resto de Polonia, ejercian antano, con caracter privativo, todas las artesanias; 19 hoy en d{a, sin embargo, puede observarse la llegada de muchos artesanos cristianos provenientes de Ale- mania, y también los campesinos polacos parecen encontrarle el gusto a las artesanias y otros oficios. Lo curioso es que el polaco comin y corriente se hace, por lo general, zapatero o cervecero y destila- dor. En Wallischei, un arrabal de Posen, me encon- tré con que una de cada dos casas estaba adornada inevitablemente con el letrero de «zapatero», y pen- sé en los alegres zapateros de la ciudad de Bradford en El guardabosques de Wakefield de Shakespeare >. En la Polonia prusiana, los judios no pueden llegar a ocupar ningun cargo estatal, a menos que se dejen bautizar; en la Polonia rusa les esta permitido el acceso a todos los cargos estatales, pues esto es lo que alli se considera oportuno. Por cierto, el arséni- co en las minas de alli no ha sido sublimado toda- via a la categoria de una filosofia superpiadosa, ni los lobos de los viejos bosques polacos‘ han sido amaestrados para aullar con citas histéricas. Seria de desear que nuestro geciene aplicando las medidas oportunas, tratase de inculcarles a los judios del Gran Ducado mas amor por la agricultu- ra, pues agricultores judios ha de haber muy pocos por alli. En la Polonia rusa son frecuentes. La anti- patia por el arado ha de haber nacido entre los judios polacos cuando éstos vieron antiguamente al siervo de la gleba en una situacién aparentemente tan triste. Si ahora se elevase el campesinado por encima de su humillacion, también los judios echa- rian mano al arado. Con pocas excepciones, todas las fondas de Polo- nia se encuentran en manos de los judios; sus mu- chas fabricas de aguardiente ocasionan gran perjui- cio al pais, al incitar asi a los campesinos a la intem- perancia. Todo hidalgo en su aldea tiene a un judio al que llama «factor» y el que le lleva, entre muchas otras cosas, las representaciones, las compras, las ventas y las pesquisas, Un arreglo muy singular, que indica lo muy amigos que son de la comodidad los nobles 20 polacos. El aspecto externo del judfo polaco es fran- camente horrible. Aun siento escalofrios al recordar una aldea polaca, la primera que vi pasado Meseritz, habitada en su mayoria por judios. El Semanario berlinés para el ciudadano culto y el agricultor pensan- te, que edita Wadzeck, aun cuando hubiese sido coci- nado hasta hacer de él unas gachas fisicas, no me hubiese causado tanta repugnancia y ganas de vomi- tar como el espectaculo que ofrecian aquellas cochi- nas figuras harapientas; ni tampoco el discurso grandilocuente de un escolar de quinto afio, apasio- nado por el deporte y por la patria, hubiese marti- tizado con tal desgarro mis oidos como la jerga del judio polaco. Sin embargo, pronto la nausea fue suplantada por la compasién cuando observé mas de cerca el estado de esos hombres, cuando vi los cuchitriles a guisa de pocilga en los que viven, tru- jamanean, oran, cambalachean y... son miserables. Su lengua es un aleman mezclado de hebreo y sazo- nado con polaco. En tiempos muy remotos emigra- ron de Alemania hacia Polonia, debido a las perse- cuciones religiosas, pues los polacos se han caracte- rizado siempre por la tolerancia ante esas cosas. Cuando unos santurrones aconsejaron a_un rey pola- co que obligara a los protestantes a volver al cato- licismo, éste respondiéd: «Sum rex populorum sed non conscietiarum!» Los judios fueron los primeros en traerle a Polonia industrias y comercio. Bajo Ca- simiro el Grande fueron favorecidos con importan- tes privilegios. Parece ser que se encontraban mas cerca de la nobleza que del campesinado, pues seguin una antigua ley, el judio que se pasaba al cristianis- mo adquiria eo ipso el titulo de noble. No sé si esa ley ha sido derogada ni por qué ni qué es lo que se perdi6é concretamente con ella. En aquellos lejanos tiempos y en lo que a la cultura y formacién espiri- tual atafie, los judios estaban ciertamente muy por encima del noble, que sdlo se dedicaba al duro ofi- cio de la guerra y al que le faltaban todavia el bar- nizado francés. Los otros, por lo contrario, se ocupa- ban al menos de sus libros de religion y ciencia he- 21 breas, por cuya causa habifan abandonado precisa- mente patria y comodidades terrenales. Pero es evidente que no avanzaron junto con la cultura eu- ropea y que su mundo espiritual se enfangé en una supersticion que nada tiene de edificante y que se encuentra atenazada en las multiples y extravagan- tes garras de una escolastica sofistica. Y sin embar- go, pese a la barbara gorra de piel que cubre sus cabezas y pese a las atin mas barbaras ideas que las llenan, tengo a los judios polacos en mayor estima que a mas de un judio alemdn que lleva su Bolivar sobre la cabeza y a su Jean Paul dentro de ella. El cardcter del judio polaco, sometido a crudo aisla- miento, adquirié totalidad. Al respirar un aire de tolerancia, ese caracter recibi6 el sello de la libertad. El hombre interior no se convirtié6 en un compuesto cuodlibético de sentimientos heterogéneos ni se atro- fi6 mediante el encierro forzoso en las juderias de Francfort o mediante las sapientisimas ordenanzas municipales y las caritativas restricciones que le im- ponia la ley. El judfo polaco, con sus pieles sucias, con su poblada barba, su olor a ajo y su jacaran- dana, me resulta todavia mucho més agradable que sar de un personaje en toda su magnificencia ofi- clal. Tal como apunté mas arriba, no habréis de espe- rar en esta carta descripciones de encantadoras es- cenas bucélicas ni de obras de arte plenas de es- plendor; tan sélo los hombres, y en verdad la espe- cie mas noble al particular, la aristocracia, son me- recedores aqui, en Polonia, de atraer la atencién del viajero. Y a fe mfa, podria pensarse que al contem- | plar a un auténtico noble polaco o a una hermosa aristécrata en todo su real esplendor tendria que alegrarse el espiritu tanto como al admirar un cas- tillo romantico en las montafias o a una bella don- cella tallada en marmol. De buen gusto os brindaria una gercupon del cardcter de los nobles polacos, y esto darfa pie a un trabajo preciosista en mosaicu con los adjetivos: hospitalario, orgulloso, valiente, diplomatico, falso (esta piedrecilla gualda no puede faltar), irritable, entusiasta, jugador, jovial, magna- 22 nimo y altanero. Pero yo mismo me he encolerizado con harta frecuencia contra nuestros escribas de pan- fletos, los cuales, cuando ven brincar a un coredgra- fo parisiense, describen sin ton ni son las caracte- risticas de todo un pueblo, y que, cuando ven boste- zar a un gordo comerciante en algodon de Liverpool, ofrecen inmediatamente un juicio sobre los habitan- tes de aquella ciudad. Esas caracteristicas generali- zadas son la fuente de todo mal. Hace falta mas de una generacién para comprender el caracter de un solo hombre; y de millones de hombres individuales se compone una nacién. Sdélo cuando observamos la historia de un hombre, la historia de su educacién y de su vida, nos es posible abarcar los distintos ras- gos de su cardcter. En lo que respecta a las clases humanas, cuyos diversos miembros siguen la misma orientacién, debido a su educacién y a su forma de vida, han de poder observarse, no obstante, algunos rasgos dominantes de caracter. Tal es el caso entre los nobles polacos, y sdlo desde ese punto de vista puede inducirse algo generalizado sobre su caracter. La educacién misma viene determinada, siempre y en todas partes, por lo local y por lo temporal, por el suelo y por la historia politica. Lo primero afecta a Polonia mas que a ningun otro pais. Polonia se halla entre Rusia y... Francia. No quiero tener en cuenta aqui a esa Alemania situada delante de Fran- cia, puesto que una gran parte de Polonia la veia, injustamente, como una ancha ciénaga que uno tenia que salvar lo mas rapidamente posible para alcanzar la tierra santificada, donde las costumbres y las po- madas se fabrican de la manera mas fina. Con ello se encontraba Polonia a merced de las influencias mas heterogéneas. La barbarie del Oriente, infiltran- dose violentamente mediante los contactos_hostiles con Rusia; exceso de refinamiento cultural, infiltran- dose violentamente mediante los contactos amisto- sos con Francia; de ahi esa extraha mezcla de cul- tura y barbarie en el cardcter y en la vida hogarefio de Polonia, No quiero decir precisamente que toda la barbarie haya venido infiltrandose desde el este. pues una parte muy respetable ha tenido que estar 23

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