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Se etme eee ceca Y | fore o) Af e] weit Centro Editor de ‘América Latina Memorias y autobiografias Me levanté una mafiana de setiembre con el! corazén ileno de una alegria lejana. Eran tas ocho. Pegué mi frente ai vi- drio y miré. Qué? No sé. Me habia despertado sobresaitada en medio de no sé qué suefio y me habia precipitado hacia la juz, esperando encontrar, en el infinito cielo gris, el pun- to Juminoso que habria de “Wuminar mi inquieta y alegre es- pera. zEspera de qué? zHubiera podido decirlo entonces? .Pu do decirlo ahora después de larga retlexién? No. Iba a tener quince afios. Estab: la espera de y esa mafiana me parecia precursora de una nueva era. No pe emnvoon a, porque ese dia de setiembre decidid mi por- venir. Hipnotizada por mis pensamientos, me quedé con la fren- te apoyada contra el vidrio, mirando, a través de ta aureola empafiada que formaba mi aliento, como pasaban {as casas, los palacios, los coches, las joyas, las perias —joh!, cuantas personas habial—, los iprincipes, los reyes... Si, ilegaba hasta los reyes. jOh!, la imaginacién marcha de prisa, y la raz6n, que es su enemiga, la deja siempre eri Orgullosa e iluminada, rechazaba los principes, y los palacios y contestel nel infinito cielo gris, entreveia el to de Grand- Champs, mi dormitorio blanco, 1a pequefia lam- para balancedndose sobre la pequefia Virgen adornada por nuestras manos. Al trono que me ofrecia el rey, preferia e! trono de la ma- que ambici para mucho. mas se moria de . JOh, Dios miol; ‘que me ofre los princiges, preferia rosario que sentia inarse bajo mis dedos. Y podia rivalizar contra el tupido velo negro ca- ice sombra sobre e! niveo blancor de la ja el amado rostro de las re'igiosas de ningGn tral Grand-Champs. No 8¢ cuanto tiempo estuve sofiando asi, cuando ol la vor de mamé que preguntaba a Marguerite, nuestra vieja sirvien- ta, si yo estaba desplerta. DI un jo hacia mil cama y me hundi con la nariz bajo las sabanas. Mamé entreabrié suavemente |a puerta, y yo fingl desper- tarme. “—|Qué perezosa estis hoy!"’. Entonces abracé a mama y, mimosa, le dije: “—Hoy es jueves; no tengo lecclén de plano —zY por eso estas contenta? —Oh, si". Mi madre fruncié el cefio. Yo detestaba e! plano y mamé adoraba ia masica. La adoraba a tal punto que, para obligarme a apren- derla y ya peore de ire treinta aflos, tomaba lecciones pa- tar yn. {Qué suplicio horriblel... Por eso, con toda maldad, me forzaba en provocar rencillas entre mi madre y mi maes- tra de piano. Entre las dos, no se sabla cual era la més miope; y cuando mi madre habia estudiado tres o cuatro dias un trozo, lo sabia ya de memoria, con gran asombro de ia sefiorita Clarisse, la vieja e insoportable maestra que sostenia la musica y eguia con la nariz pegada al papel. ria una discusién entre mama —No, no hay ninguna, —I olvida usted el sostenido... —Esta usted loca, sefiorita”, égo mi madre. Y algunos instantes después mama entraba en su cuarto y la sefiorita Clarisse se iba grufiendo. Yo me ahogaba de ri- sa en mi cuarlo porque ayudada por un primo muy buen miasico, habiamos afiadido sostenidos, bemo‘es y corcheas; y todo tan bien hecho que hasta un ojo ejercitado los hu» biera distinguido con trabajo. Despachada la sefiorita Cla- risse, no tuve leccion ese dia. Mama me miré largamente con sus ojos misteriosos, los més hermosos que haya visto en mi vida. “Después de morzar, hay consejo de familia” —me dijo lentamente. Me ba por hablar y para no echarme a Hlorai ner tu vestido de seda azul s mas Oat En ese momento, mi: hermana Jeanne abrid violentamente la puerta riendo a carcajadas, y saltando sobre mi cama se deslizé con presteza entre mis sébanas, gritando: “—Llegué a la meta... .". Marguerite habia entrado sin allento detrés de ‘la, retandola. La nifia se le habia escapado en el momen- que iba a bafaria y le habia dicho: “—La meta es la La alegria de mi hermana en ese mamento, que presentia grave para mi, me hizo estallar en sajiozos. Mi madre, no pudiendo comprerder el motivo de esa pena, se encogid oe ordend a Marguerite que fuera a buscar de la pequefia, tomd ‘os dos piececitos en sus nos y los besé con ternura. Mi crisis aumanté. Mama a feria visiblemente a mi hermana; y en ese dia, esa prefe- roncia, que ro me heria e1 épocas normales, me hirld crusl- mente. Mama sallé impacientada, ‘Me dormi para olvidar y ful despertada por Marguerite, que me ayudé a vestirme porque me hublera retrasado pa- ra_el almuerzo. Ese dia cstaban Invitados: mi tia Rosette, la seforita Bra- bender, mi padrino y el duque de Morny, un gran amigo de mi padre y de mi madre, El almuerzo fue ldgubre para mi, que orecaa de familia. La seforita de Brabend comiese, con palabras dulce: hermana se puso a reir al mirarme: quitos como esto —dijo, ponlendo su pul 1os ojos chi- 10 en el extre- mo de su indice— y te esta bien merecido porque has Ilo- rado y a mama no le gusta. ,Verdad, mama?”. “—¢Por qué llord usted?” —me pregunté el duque de Morny. No contesté, a pesar del codo puntiagudo y benevo- lente de la sefio le Brabender que me empujaba con vidad. El duque de Morny me infundia cierto temor. Era suave y burlén; yo sabla que ocupaba un alto cargo en la con su amistad. “—Por. después de! almuerzo habria un consejo de fomille para ella —dijo lentamente mi madre—. Hay momen- tos en que me desalienta “—Vamos, vamos" —exclamé mi padrino mientras mi tia Rosette contaba no sé qué en inglés al duque de Morny, que sonreia finamente bajo su fino bigote. La sefiorita Braban- der me retaba bajito, y sus retos eran palabras celestes. Por fin, concluido el almuerzo, mama me dijo que sir- viera el café. Ayudada por Marguerite, preparé tas tazas y escribano dei Havre, e! sefior C..., a quien yo ieee y que representaba a la familia de mi padre, muerto en en circunstancias inexplicables y que habian permanecido misteriosas. Mi odio infantil no me engafiaba. Supe mas tarde que ese hombre habla sido el enemigo mas encarnizado de mi padre. Era tan, tan feo ese escribano... Toda su cara se iba para arriba. Se hubiera dicho que lo habian colgado mucho tiempo de los cabellos, y que sus ojos, su boca, sus mejillas, su nariz, hubiesen tomado la costumbre de dirigirse hacia ‘el occipucio. Hubiera debido tener una expresion alegre con tantas cosas respingadas. Su cara era siniestra y |0- gubre. Tenia los cabellos rojizos, plantados como pe‘os de cepillo; y sobre su nariz, un par de anteojos con arco de oro, jOh, qué hombre tan feo! (Qué pesadilla torturan- te el recuerdo de ese homore, que fue genio maléfico mi padre y me per Mi pobre abuela, salla nunca temprano, a Su confiayza en ese hom- bre. En | ejecutor testamentario de mi padre; y administreba a su antojo la pequefia fortuna que me habia dejado mi querido papa. Yo debia entrar en posesion de esa fortuna e! dia de ml casamiento, y mi madre percibia los Intereses para cos- tear mi educacién. Estaba mi tlo Félix Faure, sentado cerca de la estufa. Grufién y hundido en un sillén, el sefior Meydieu sacaba su relo}. Era un viejo amigo de la familia que siempre me Ma- maba “hija mi lo que me chocaba. Me tuteaba y me encontraba estipida. Cuando le ofreci café, me midio de Jo, exclamando: “—Asi que por ti molestan a gente ocupada, que tiene que hacer cosas més im- intes que ocuparse del porvenir de una mocosa... tu hermana, seria rapido; nadie vacilaria Y pasaba su mano dedos gordos por los hermana que, sentada en el suelo, trenzaba ei borde deshi- lachado del sillén en que estaba sentado. Una vez tomado e! café y levantado e! servicio, se HWe- v6 a dormir a mi hermana y se hizo un pequefio silencio. El duque de Morny quiso retirarse, pero mi madre le retuvo: "—Quédese; nos daré usted un consejo”. El duque se sento cerca de mi tia, con quien flirteaba un poco. Mama se h acercado con su labor lindo perfil se dibujaba nitido y puro. P: que iba a suceder. El horrible escribano se levanté y mi tio me atrajo con- tra si. Mi padrino Régis pa formar un solo el sefior Meydieu. Ambos tenian ia misma alma burguesa y terca. Amaban los dos el whisky y el buen vino. Y los dos me encontraban flaca hasta hacer ilorar a los gansos. La puerta se abrid con suavidad y dio paso a una criatu- ra palida, morocha, poética y encantadora: era la sefiora sefiora de arriba", como decia Marguerite. ire se habia vinculado con ella. Su amistad era pero la sefiora Guérard tomaba con pa- le infligh veces por adoracién mia. E Ita, delgada como un hilo; flexible y grave. Habitaba en el piso de arriba y habla bajado en cabeza, vestida con un batén de indiava floreada y parda. El sefior Meydieu refunfufid no sé que. El _repugnante id. El duque de era tan linda... Mi padrino la sefiora Guérard contaba Guérard, je hizo una tan poco para él. Mi midié levemente. La se- forita Brabender reté tiernamente la mano: la sefiora Guérard me queria tanto... Mi tio Félix Faure Je ofrecié ua silla y la hizo sentar con bondad, preguntandole por su marido, un sabio con quien mi tio trabajaba a veces en su libro: La vida de San Luis. Mama des'izé una mirada bajo sus pestafias pero no levanié la cabeza. La seflora de Gué- raid no preferia a mi hermana. .. “—Y bien, estamos aqui por esta chica; ya podemos co- Jo mi padrino. ‘Me puse a temblar y me apretujé entre mi “pequefia se- flora” (asi liamaba a la sefiora de Guérard desde mi infan- cla) y la seforita Brabender, Cada cual me dio su mano para Infundirme animo. “$I —continud el seflor Meydieu con una risotada— pa- rece que quieres ser religiosa. —jAh, bah!" —dijo el duque de Morny a mi tia Rosette, que hizo “shhh”, sonriendo. Mama suspiro acercando sus lanas alos ojos para hacer sus mues- tras. -Pero hay que ser rico para entrar a un Convento y no tienes un centavo. —grufio el escribano del Havre. Yo me incliné hacia ja sefiorita Brabender y le dije al ofdo: “Tengo el dinero que me ha dejado mi pad EI maivado habla escuchado. “—Tu padre te ha dejado dinero para ca- sarte. —jY bien, me casaré con Dios!”. Y esta vez mi voz era resuelta; y me puse roja. Y por se- pus vez en mi vida, senti el deseo, la voluntad de! com- ite. no tenia miedo. Me molestaban demasiado. al a mis dos tiernas protectoras y avancé hacia el grupo: “Quiero ser religiosa. jLo quiero! Yo sé que papa me dejo dinero para casarme, pero sé también que fas religio- sas desposan al Salvador. Mama me ha dicho que le daba 1o mismo; asi que no sO pena alguna. Me quieren mas en el convento que aqui”. Entonces, mi tio me atrajo hacia si: "—Querida mia —me dijo—, tu fe me parece, sobre todo, una necesidad de amar... —...y de ser amada”, murmuré muy quedo la sefiora de Guérard. Todos miraron a mam4, que-se encogiéd ligeramente de hombros. Esa mirada me parecié pesada de reproches, y me senti mordida por el remordimiento. Me acerqué a mama, y echandole Jos brazos : “—yVerdad que quieres que sea religiosa y que eso no te apena? Mama acaricié mis cabelios, que tanto la encrgulleciai “—Si, me apena. Porque ya sabes que después de tu h mana eres lo que més amo en e! mundo”. Lo dijo con una voz dulce y lenta. El ruido de una pequefia cascada ciara y cantarina en arrastrando pequefios cantos; y lego gradualmente por el deshielo, arrastrando y Arboles, tal me parecié, en ese momento, !a voz pura y arrastrada de mamé. Salté para atras, echaéndome en medio de! grupo, aterro- rizada por esa salida llena de inconsciencia. Iba de uno a otro, exp'icando e! por qué de mi resolucién. Daba razones que no lo eran, iba de uno a otro buscando un apoyo. Por fin, el duque de Morny, que empezaba a aburiirse, s> Jevanté: ““ySaben qué hay que hacer con la Ingresar al Conservatorio después de haber 1 que le decia a mama, inclinan- ‘—Usted seria un mal diplomatico; pero siga mi consejo, tiévela al Conservatorio". Y se fue. Yo miraba a todos, angustiada por esa palabra: “Conser- vatorlo". .Qué era? Me incliné sobre mi Institutriz, la seforita de Brabender, que apretaba los labios y parecia tan chocada como cuando mi padrino lanzaba alguna broma algo pesada en la mesa. MI tlo Félix Faure miraba el piso, absorto. W El escribano tenia los ojos Henos de rencor. Mi tia pero- Muy excita El sefior Meydieu movia la cabeza con algunos “quizés", algunos “,quién sabe?” y “hem”, “hem”. La sefiora de Guérard habia quedado palida y triste, y me miraba con una ternura infinita, ~Qué era, pues, el Conservatorio? Esa palabra, dicha lige- habia sacudido a todo el mundo. Cada cual parecia distintamente pero nadie parecia alegre. De pronto, en medio de la incomodidad general, mi padrl- Ro exclamé brutalmente Es demasiado flaca para ser actriz”. ro ser actriz —exclamé. —No sabes lo que Rachel. —zConoces —Si, sf, en el con- vento fue un dia a visitar a la pequefia Adéle Sarony; visité el convento y Ia hicieron sentar en el jardin, porque ya no podia respirar. Le fueron a buscar cosas para volveria en si; estaba palida, tan palida que me daba pena; y la herma- Saint Apolline me dijo que hacia un oficio que ata era actriz. Y yo no quiero ser actriz. No quiero”. ‘ije todo eso de un tirén, con las mejillas hechas un fuego y la voz dura. Recordaba lo que me hablan dicho la hermana Saint Apolline y la madre Saint Scphie; y recordaba que, cuando Rachel! saliéd del jardin, palida y sostenida por una sefiora, una nifia le sacé la lengua. Yo no queri cuando fuese una dama. No queria mil cosas confusas que ni siquiera racor- dab: Mi padrino se desternillaba de risa. Mi tlo permanecia serio. Los demas discutian. Mi tia hablaba con vivacidad con mamé, que parecia cansada y aburri La seforita de Brabender y la ssfiora de Guér se peleaban en voz muy © hombre elegante que acababa de ealir. Le guardaba cierto resquemor, porque ara quien habla tanido idea de! Conservatorio. Esta pa'abra me asustaba. El queria que yo fuese actriz, pero habla desaparecido, y no Podia discutir ccn 61. Habla partido sonriente y tranquilo haciéndome una caricia amistosa y banal. Se habla ido, im- Dorténdosele un ardite flacuchona cuyo porvenir in juego. ‘Que Ingrese al Conservatorio". Y esta frase, dicha con clerto desdén, habla jo como una bomba sobre mi vida. Yo, la n'fia sofiadora que habla rechazado esa mafana a reyes y principes; yo, que esa mafana habla desgranado ‘con mano tembiorosa rosarios de ensuefo; yo, que esa ma- fana, hacia apenas unas horas, sentia latir mi corazén con una emocid) desconocida; yo, que me habia levantado a ia — espera de un gran acontecimiento. Todo rumbaba bajo — una ft pesada como el plomo, mortifera c 2 “Liévenia al Conservatorio”. Y adivinaba que | hito Indicador de mi vida. 12 Toda esa gente reunida se habia detenido en una esqui- na: “Liévenla ai Conservatorio". Yo queria ser religiosa; y encontraban que eso era absurdo, Idiota, sin motivos. “Liévenia al Conservatorio"” habia ablerto horizonte @ un porvenir. y la seforita Brabender se vano de hacer co cien mil francos que me habia lo mi padre, encontraria un marido. Pero mama contes- taba que yo le habia dicho que el matrimonio me daba asco, y que iba a esperar mi mayoria de edad para entrar al Convento, “En esas condiciones —decia ella— Sarah no percibiré el dinero de su padre. —No, ciertamente —afirmé el escri- bano. —Y... —continué mi madre— entraria al convento como sirvienta y eso si que no. 5 cuanto a mi, tengo mi tas palabras, mi dolients ire se estird en un sition. Me ponia yo nerviosa més alla de toda medida, y mama ender trato de consolarme. A Guérard le parecia que esa carrera tenia ventajas. fiorita Brabender decia que el convento tenia un gran encanto para una naturaleza tan sofiadora. Esta Ultima era piadosa, creyente y practicante, y mi “pequefia sefiora” era pagana en la més pura acepcién de la palabra. Y, sin em- bargo, esas dos mujeres se comprendian porque sentian una adorable ternura por mi. La sefiora de Guérard adoraba en mi la orguilosa rebeldia de mi naturaleza, la belleza de mi ja gracilidad de mi cuerpo. La sefiorita Brabender se if ud fragil; consolaba mi pesar de no ser ; pero amaba, por sobre todo, mi que mi voz habia sido modulada para las plegarias, y mi aficién al convento le parecia muy natural. Me queria con una ternura dulce y religiosa. Y ja sefora de Guérard me amaba con impetus paganos. Esas dos muleres, cuyo recuerdo venero todavia, se hablan repartido mi “yo” y se acomodeban maravitlosamente con mis defectos y virtudes. Les debo a ambas, en verdad, el estudio y la vision de mi misma. Esa jornada debia terminar de la manera més absurda. Me habla tendido en el silioncito de mimbre que consti- tula e! més bello adorno de mi cuarto de nifa, y me habla quedado dormida con la mano en la mano de Morita de ora de Guérard subia a su aloja- ri6 1a puerta de mi cuarto y entrd mi t . Adn veo a mi tla con su vestido de iopelo ma- rrén atado bajo la barbilla por dos amplias y grandes cintas. Mama la seguia. Se habla sacado su vestido y puesto un batén de lana blanca. Mamé odiaba quedarse vestida. Com- prendi por ese cambio que todos se habian ido y que tam- bién mi tia se disponia a hacerlo. Me levanté, pero mama me hizo sentar: “—Descans: noche te lle- varemos al Teatro Francés” Comprendi que para cebarme y no demostré ningin placer, aunq el fondo me alegraba ir al Teatro Francés. En materia teatral no conocia sino a Robert Houdin, a quien a veces me llevaban a ver, con mi hermana; y creo que era més por tlevarla a ella, porque por lo que a mi respecta, era demasiado grande para gustar de ese espectdculo. “——~Quiere usted venir con nosotros? —dijo mamé a ja sefiorita de Brabender. —Con mucho gusto, sefiora —con- —iMe permite q se rela con su airecilio retador. ‘—jAh, mascarita —dijo al irse—, ocultas tu gusto. Pues noche. —Representa Rachel? —jOh, no!, esta enferma”. tia me abrazo y salid diciéndome: “Hasta no- Mi madre la siguid. La sefiorita Brabender se levan- 16, atareada. Debia partir en seguida para vestirse y pre- venir que no regresaria hasta muy tarde, porque en su con vento era necesario un permiso especial para volver después de las diez. Cuando quedé sola, me hamaqué en mi sillén de paja, que nada de rocking-chair, Me puse a pensar. Y, por mi sentido critico se abrid paso. fa que toda esa molestia de gente seri escri- bano llamado desde El Havre, mi tio arrancado al trabajo de su libro, el so!terén Meydieu fastidiado en sus costumbres, mi padrino desviado de la Bolsa y e! elegante y escéptico de Morny cercedo durante dos horas en su pequefio medio burgués; todo iba a desembocar en esa desisién: “Van a Nevarla al teatro”. No 8¢@ qué participacién hi bria tenido mi tio en ese pro- yecto, pero dudo que fuess de su ag ado. A pesar de todo, estaba contenta de Ir al teatro. Me sen- Me habla levantado siendo una nifia y en pale 18 horas los acontecimientos me convertian en una mu- chacha. Hablan diesutido a mi respecto, y pude expresar mi volun- tad, sin resultado, es cierto; pero a per de todo ta habla . No podian obligarme a querer to necesitaban mi consentimiento. Y me sentia ‘guilosa de ello, que estaba enternecida y casi decidida a darlo. 14 Pero me decia a mi misma que, a pesar de todo, me ha- rla_rogar. Después de cenar, nos metimos en un coche: mama, mi padrino, la sefiorita Brabender y yo. Mi padrino me habla regalado doce pares de guantes biancos. Al subir por el peristilo del Teatro Francés, pisé el vesti- do de una sefiora que se volvid, llamandome “chiquilina tor- pe". Retrocedi vivamente para atras y me encontré con el vientre enorme de un sefior anciano que me empujé brutal- mente. Una vez instalados en el palco, yo en primera fila con mama y la sefiorita Brabender detras mio, me senti mas tranquilizada. Estaba pegada al tabique del palco y sentia las rodiNas puntiagudas de {a sefiorita Brabender contra e! terciopelo de mi silla, lo que me daba confianza. Apoyaba mi espalda contra el respaido para sentir mejor la presién de sus dos rodillas. Cuando se levanté lentamente e! telén, crei que me iba a desmayar. Se levantaba, en efecto, el teién de mi vida. Esas columnas —representaban Britannicus— serian mis palacios. Esos frisos al aire serian mis cielos. Y esas tablas debian plegarse bajo mi débil peso, No comprendi nada de Britannic Grand Champs, en mi dormitorio. Cuando cayé el telén: “—zY bien, qué dices?” —exclamé mi padrino. No contesté. Me hizo girar ‘cabeza con la mano. Yo estaba llorando lagrimas pesadas, que rodaban lentamente por mis mejillas, lagrimas sin sollozos y sin es- peranzas de agotarse jamas. Mi padrino se encogid de hom- bros y salié del palco dando un portazo. Mama, impaciente, miraba a la sala. La sefiorita Braben- der me pas su pafiuelo; el mio se habia caido y no me atrevi a levantario. El telén se habla |r trién. Hice un est institutriz, siempre Estaba lejos, lejos, en me parecia tan y 1 sla, muy qi divertida, miraba a nu Mi medre, irritada, me ilevd con la rita Brabender, dejando furioso a mi padrino que grufila: “—Que {a metan en un convento... Y que se quede. {Dios mio, qué idiota esta nifal Tal tue | comienzo de mi carrera artistica. 15 Comencé, sin embargo, a pensar en mi nueva carrera, De todos lados liegaban libros para mi: Racine, Corneille, Moliére, Casimir Delavigne, etc. Los abria y como no entendia nada los volvia la, para releer mi pequefio La Fontaine, que amaba apasionadament Conocia todas sus fabulas; y una de mis alegrias era hacer apuestas con mi padrino o con el sefior Meydieu, el erudito e inso- portable amigo; apostaba a que no reconocerian todas las fabulas por e! ultimo verso yendo hasta el primero, y ganaba a menudo. Un dia Hego una nota de mi tia, previniendo a mama que el sefior Auber, director del Conservatorio, nos esperaria al dia siguiente, a las nueve de la mafana. Mamé me envio con la sefiora de Guérard. El sefior Auber, prevenido por el duque Morny, nos recibld de una manera muy carifiosa. Su cabeza fina, d blancos cabellos, de tez marfilina en la que ardian dos mag- nificos ojos negros; su aspecto débil y inguido, la melo- dia de su voz y la celebridad de su nombre, me causaban uno gran impresién. Apei me atre @ contestar sus preguntas. Entonc me hizo sentar suavemente a su lado: ile gusta a usted mucho el teatro? —Oh, no, sefior’. Esta contestacion ines- perada lo dejd estupefacto. Levanté sus pesados pérpados hacia la sefiora de Guérard, que contestd: “—No, no le gusta ¢! teatro, pero no quiere casarse y por ese hecho se queda sin fortuna, porque su padre le ha dejedo cien mil franc no puede percibir sino el di miento; su ma- dre, entonces, qui darle una carrera, ya que la sefiora Bernhardt no tiene mas que una renta vitalicia, bastante bue- Na, pero que no es mas que una renta vitalicla y no puede dejar nada a su; hijas. Por estas razones, ella quisiera se creara una Independencia. Pero Sarah pri irla ingresar @ un convento”. Auber dijo, lentament —E: una carrera inds- Fendiente, hijita. Qué edad tlene? —Catorce aflos y medio —contesté la sefiora de Guérard. —No —exclamé— voy a cumplir quince’. El amable anciano se puso a sonreir: “—Dentro de veinte aflos —me dijo— tendré menos interés en ja veracidad de las cifra: Luego, estimando Ia visita bastante prolongad: or . muy mi pesar por no jaberse hecho reem- . Y besd la mano de la sefora de Guérard, que se ruboriz6 un poco. Esta conversacién fue tal cual, palabra por palabra. Cada movimiento, cada gesto dei sefor Auber se grababan en mi 16 mente, porque ese hombrecito lleno de encanto y dulzura te- nia mi porvenir en su mano diét Abrié la puerta del salén y, tocandome ei hombro: “—Va- mos, valor, hijita; y créame, le agradecera usted a su mama de haberle forzado la mano. Y deje esa expresion tan triste. Vale la pena encarar la vida seriamente, pero con alegria’. Balbuci algunas palabras de agradecimiento. Cuando me disponia a salir, me empujé una hermosa mu- ker, de aspecto un poco pesado y excesivamente tumultuo- -Y, sobre todo —murmuré el sefior Auber, inclinandose ia mi— no se deje engordar como esa gran cantante. a gordura es la enemiga de la mujer y de la actriz”. Luego, mientras el criado abri: ramos pasar, of al sefior Auber qui mo esta la mas ideal de las mujeres? Bajé, un Sooo sorprendida, y no dije una palabra en el coche. La sefiora de Guérard le contd nuestra entrevista a mama que, sin dejarla terminar, dijo: “—Bien, gracias, gracias”. El examen debia tener lugar un mes después de esa visi- ey habla que prep: ra, pero la sefiorita Brabender $e opuso porg parecia un poco chocante, y se rehusd a ayudarme si la eleg El sefior Meydieu, nuestro viejo amigo, quiso hazerms trabajar la Ximéne de E/ Cid; pero dijo antes que nada que yo apre demasiado los dientes, lo que era verdad; que no abria bastante las des y que no vibraba bastante las erres, y me hizo un cuadernito, cuyo contenido cop!o exactamenta, puesto que mi pobre y querida Guérard conservé preciosa- mente cuanto me concernia; y ella quien me remitio mu- chos documentos que ia mi irven muy bien. He aqui el trabajo de ese odioso amigo: sobre los do, 19, el ejercicio de, de, para llegar a vibri Antes de aimorzar, decir cuarenta veces: Una ra grande en un enorme agujero... para abrir las r. Antes de cenar, cuarenta vec

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