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alianza editorial Introduccién Por primera vez, al cabo de siglo y medio, aparecen ahora las Letters from Spain, de Blanco White, vertidas a la lengua nativa de su autor. Si no se tradujeron antes no fue ciertamente por creerlas desprovistas de valor his- térico o literario. Ya en 1882, don Marcelino Pelayo, en su juvenil y combativa Historia de los hete- rodoxos espafioles, habia dicho: «Si las Cartas de Dobla- do se toman en el concepto de pintura de costumbres espafiolas, y sobre todo andaluzas del siglo xvim1, no hay elogio digno de ellas. Para el historiador, tal documento es de oro: con Goya y D. Ramén de la Cruz completa Blanco el archivo tinico en que puede buscarse la histo- ria moral de aquella infeliz centuria [...]. Pero es atin mayor Ja importancia literaria de las Letters from Spain. Nunca, antes de las novelas de Fernfén Caballero, han sido pintadas las costumbres andaluzas con tanta frescura y tanto color, con tal mezcla de ingenuidad popular y de delicadeza aristocrdtica,» eCémo, pues, tal obra pudo seguir siendo desconocida para el lector espafiol? El elogio anterior, condicionado 7 8 Vicente Llorens segtin puede verse por el si inicial, lo hizo Menéndez Pe- layo prescindiendo «del furor antiespafiol y anticatélico que estropea aquellas elegantes pdginas». Sea cualquiera la impresi6n que en este respecto pro- duzcan hoy las Cartas de Espafia, es indudable que la he- terodoxia religiosa y las opiniones polfticas del autor con- tribuyeron decisivamente a impedir la difusién de su obra entre espafioles; fenédmeno ya en s{ mismo significativo. De su propia formacién intelectual y religiosa trata Blanco en Ja més extensa de sus Cartas; pero no de sus escritos politicos, que sdlo inicié después de los aconte- cimientos de 1808, tltimos a que hace referencia en su obra. Un breve resumen de su vida, hasta la aparicién de las Letters from Spain, se hace, pues, indispensable, tanto para conocer sus ideas durante la Guerra de la Indepen- dencia —origen de las acusaciones de antiespafiolismo—, como para completar su autobiograffa. José Marfa Blanco Crespo nacié en Sevilla el 11 de julio de 1775, de padres sevillanos. Por la rama paterna descendfa de una de las familias irlandesas catdlicas que a fines del siglo xvit y principios del siguiente emigraron en gran niimero de su pafs a con- secuencia de las restricciones econdmicas impuestas por los victoriosos colonos protestantes. La mayor parte de los irlandeses que encontraron refugio en Espafia se esta- blecieron en ciudades andaluzas. En 1711, el abuelo pa- terno de Blanco, Guillermo White, aparece empadronado en Sevilla, donde se dedica al comercio de exportacién. Por Ifnea materna contaba en su familia, entre valen- ciana y andaluza originariamente, con algunos militares distinguidos. Su tfo don Felipe Neve fue gobernador de je ous California y fundador de la ciudad de Los An- geles. EI padre de Blanco, don Guillermo, alias White, nacié en Sevilla en 1745, y recibié esmerada educacién en Es- pafia y el extranjero. En 1771 casé con dofia Marfa Ger- trudis Crespo y Neve, también sevillana. Al primogénito, José Marfa, siguieron dos hijas, Teresa y Marfa Fernanda, que fueron monjas, y Fernando, Introduccién 2 En 1786, don Guillermo Blanco se asocié con un rico comerciante, Tomas Cahill, asimismo de origen irlandés, y establecieron la casa mercantil Cahill y White. Al acabar su jornada en la oficina comercial, don Guillermo, como se refiere en las Cartas de Espafia, no se permitié nunca més distraccién que la visita diaria al Hospital de Sevilla, donde prestaba voluntariamente servicios de enfermero. La madre habfa sido educada, segtin su hijo, «con aque- Ila ausencia de cultivo intelectual que prevalece entre las sefioras espafiolas». Pero, en cambio, era vivaz, bonita, lo captaba todo con rapidez, versificaba con facilidad y can- taba con gracia. Si del padre sacé José Marfa ciertos ras- gos fisicos, de la madre heredé la sensibilidad, el gusto musical y hasta la desenvoltura sevillana que se revela en alguno de sus escritos. De ella parece haber heredado igualmente la precaria salud, pues dofia Marfa se pasé la mitad de la vida enferma. Con temperamento tan opues- to al de su marido, tenfa de comin con él la devocién religiosa. A José Marfa se le preparé al principio para la profe- sién paterna. A los ocho afios de edad tenfa que acudir puntualmente al escritorio comercial; pero el muchacho detestaba las letras de cambio y sentia aficién por la misica y los libros. Entre los autorizados figuraba una traduccién espafiola del Telémaco de Fenelén, que leyé con entusiasmo y fue causa de la primera duda religiosa que se registra en su vida. A los doce afios declaré a su madre que no querfa ser mas que sacerdote. Al cumplir los catorce empezé el estu- dio de la filosofia en el Colegio de los Dominicos, que pretendia rivalizar con la Universidad acentuando su orto- doxia. Alli se segufa hablando del horror al vacfo; pero Blanco, que habfa adquirido otros conocimientos cienti- ficos leyendo a Feijoo, se atrevié un dfa a replicar con engreimiento infantil a las explicaciones del maestro. El joven rebelde ingresé poco después en la Univer- sidad, donde otro estudiante de teologfa, mayor que él, Manuel Marfa del Marmol, empez6 a orientarle, fuera de los cursos obligatorios, en las ciencias y las letras. 10 Vicente Llorens Pero su verdadera formacién literaria la debié poco des- pués a otro espontdéneo mentor, Manuel Marfa de Arjo- na, alrededor del cual se agruparon dos compafieros de Blanco, Alberto Lista y Félix José Reinoso. A todos los cuales se alude en las Cartas, sin mencionar los nombres. EI frecuente contacto entre ellos les llevé a organizar con otros estudiantes una sociedad privada donde cultivar las humanidades, ajenas a su disciplina profesional. Asf surgié la Academia de Letras Humanas, que duré varios afios, hasta acabar los estudios universitarios sus funda- dores, destinados en su mayorfa al sacerdocio. Entre ellos estimuld, sobre todo, el cultivo de la poesia. En 1797 uno de los socios publicé un pequefio volumen de com- posiciones poéticas lefdas en las juntas académicas por Blanco, Lista y Reinoso. Entre los catorce y los veintitin afios, en que habia de ordenarse de subdidcono, uniéndose para siempre a la Iglesia, por dos veces se sintié Blanco inclinado a aban- donarla. Sin embargo, aquellas incipientes vacilaciones encontraron remedio en los ejercicios espirituales de San Felipe Neri, descritos por él en las Cartas y en otras paginas inglesas. El efecto de aquella disciplina fue muy roso en su espfritu, aunque no logré dominar del todo cierta resistencia instintiva al fervor mfstico y me- nos atin al rigor ascético, no obstante su deseo de perfec- cidn devota. EI alejamiento de su tenor normal de vida no dejaba de afectarle. Y el peligro tenfa nombre y lugar: Cadiz, la ciudad comercial y cosmopolita, que a los ojos de su piadoso padre equivalfa a una moderna Babilonia. Tras uno de sus viajes en 1795, Blanco se atrevié a declarar sus temores de no ser feliz en el seno de la Iglesia. La consternacién de la madre pudo mds que nada en su dni- mo para continuar la carrera eclesidstica, La prosiguiéd, por lo menos, con aprovechamiento en sus estudios. A fines de 1797 recibfa el titulo de licen- ciado en teologfa, y meses mds tarde ingresaba en el Co- legio de Santa Maria de Jestis, Posteriormente, el retorno a Sevilla de Arjona contribuyé a reanimar su fervor, Introduccién u Habj{a en el temperamento religioso de su amigo y con- fesor algo particularmente grato para Blanco: carecia de tristeza y de acritud. El gabinete de estudio de Arjona, donde Lista y Reinoso pasaban casi tanto tiempo como Blanco, fue para éste el més seguro refugio frente a las atracciones del mundo. Ya no abrigaba la menor inde- cisién; estaba en condiciones, segtin crefa él, de llevar en adelante una vida de pureza, de paz y de caridad. El 21 de diciembre de 1799 se celebré la ceremonia de su orde- nacién como sacerdote, sobre la cual dejé Blanco la im- presionante pagina que puede ver el lector en el texto de las Cartas. EI 1801 fue para él afio de oposiciones. Poco después de participar en las anunciadas para cubrir una canonjfa en la Catedral de Cadiz, ganaba el puesto de capellén magistral de la Real Capilla de San Fernando, en la Ca- tedral de Sevilla. Acababa de cumplir los veintiséis afios. Durante varios meses a partir de su nombramiento la predicacién le ocupé frecuentemente. Los sermones suyos que se conservan son de esa época. Entre todos merece consideracién especial el que pronuncid, en 1802, el dia de San Fernando en la Catedral de Sevilla. Es compren- sible que en aquella ocasién ensalzara sobre todas las virtudes religiosas del rey conquistador de Sevilla. Pero hubo también en sus palabras una digresién dirigida con- tra la impiedad y los fildsofos. Lo que empezaba a agitar por entonces su espfritu eran precisamente las dudas re- ligiosas. Blanco exalté Ja fe, segtin confesién propia, mas que para inculcarla en sus oyentes, para persuadirse a sf mismo. Empefio inttil. Un afio después de pronunciado el solemne sermén habia dejado de creer. De su crisis religiosa entre 1802 y 1803 dio él mismo explicacién reiterada en varios de sus escritos, tendiendo, como suelen quienes han pasado por tales experiencias, a racionalizar o simplificar las causas, aunque no pequen de insinceros. La tercera de las Cartas de Espafia consti- tuye, sin duda alguna, la mds dramdtica exposicién de su trayectoria religiosa en esta parte de su vida. En la cual se abre desde entonces yna nueva etapa, 12 Vicente Llorens Oficia como ministro de una religién en la que ya no cree, y esta ficcién le produce a su vez un nuevo desequi- librio que al final le resultar4 intolerable. Sélo la ruptura, escindalo supremo poco menos que imposible, o la huida, como sucedié al cabo, podfan resolver aquella angustiosa situacién, Entre tanto le quedaban el refugio de la amis- tad y el de la literatura, a cuyo cultivo volvié a dedicarse. En 1803 fue nombrado, sin retribucién alguna, profesor de Elocuencia y Poesia en la Sociedad Econémica de Sevilla, cargo que ocup6 durante dos cursos académicos. Las letras, los amigos, los viajes, pudieron calmar mo- mentdneamente sus pteocupaciones y su deseo de aban- donar Ia ciudad natal. Las mismas relaciones con su ma- dre se habfan hecho més diffciles desde que, muerta la hermana mayor en 1802, la menor, Maria Fernanda, no obstante su precaria salud, decidid recluirse en un con- vento, paso que contribuyé no poco a la crisis religiosa de Blanco. Un dfa vendié sus libros y pensé en emigrar a los Estados Unidos. No acabé de decidirse, pero a fi- nes de 1805 obtuvo licencia de las autoridades eclesiés- ticas y se trasladé a Madrid. Alli residié dos afios y medio, sin mds interrupcién que unas semanas en el verano de 1806 pasadas en Salaman- ca, donde conocié a Meléndez Valdés. En Madrid acudfa diariamente a la tertulia de don Manuel José Quintana, joven poeta y autor dramatico que se habia distinguido como cantor de la patria, pero una patria que ya no se identificaba como antes con la lealtad mondrquica, sino con el pueblo. Préximo a cumplirse el plazo de su licencia, Blanco obtuvo un puesto honorffico en la comisién de literatos del Instituto Pestalozziano, establecido poco antes. Al celebrarse el primer aniversario tuvo a su cargo el dis- curso conmemorativo. Todavia particip6 en otra ceremo- nia posterior, el 1.° de enero de 1808, pero pocos dfas después el instituto quedé suprimido, en medio de cir- cunstancias cada vez mds alarmantes. Varios cuerpos de ejército franceses habfan cruzado ya los Pirineos con el pretexto de invadir Portugal, Introduccién 13 En los meses inmediatamente anteriores al levanta- miento espafiol contra Napoleén hay que situar un epi- sodio de la vida de Blanco tan importante como mal cono- cido. De entonces data su intimidad con la mujer que habia de ser madre de su tinico hijo, Fernando. La per- sona con quien tuvo relacién se Ilamaba Magdalena Es- quaya, y el hijo nacié el 7 de enero de 1809, cuando ya padre, a consecuencia de la invasién francesa, se encon- traba en Sevilla. Blanco tuvo por primera vez noticia de su existencia en Inglaterra, hacia el mes de septiembre de 1812, al restablecerse las comunicaciones con Madrid, después de liberada la ciudad por el ejército de Welling- ton. No le desamparé entonces, ni tampoco a la madre. Fernando fue llevado a Londres en 1813, y su padre lo hizo educar en Francia, Suiza e Inglaterra. A Magdalena, mujer pobre y enferma, la ayudé econémicamente hasta su muerte, en 1816. Las noticias de los sucesos de Aranjuez, con la prisién de Godoy y abdicacién de Carlos IV, se difundieron por Madrid al atardecer del 19 de marzo. Horas més tarde presenciaba Blanco el incendio de la casa de don Diego Godoy y las manifestaciones callejeras. No habfan de tar- dar en producirse otros graves acontecimientos, como la insurreccién del 2 de mayo. De todo ello encontrard el lector un relato citcunstanciado en las Cartas de Espafia, que terminan con la narracién de la huida de Blanco ha- cia Sevilla, no por el camino de Andalucfa, ocupado por el ¢jército de Dupont, sino dirigiéndose a Caceres y Mérida. Los primeros reveses de los ejércitos napolednicos y la instalacién en Aranjuez de la Junta Central exaltaron los sentimientos de los patriotas. Quintana inicié en Madrid Ja publicacién del Semanario Patridtico y volvié a cantar a la patria en nuevas composiciones poéticas. Blanco, si- guiendo sus pasos, escribié varias poesfas; la «Oda a la Junta Central», nica que publicé, es una exhortacién a la unidad de los espafioles en su lucha por la libertad. La entrada de Napoledn en Espafia al frente de nuevas tropas y la ocupacién de Madrid obligaron a la Junta Central a establecerse en Sevilla a fines de 1808. Allf 14 Vicente Llorens reanud6é Quintana la publicacién del Semanario Patrié- tico, pero encargando la redaccién del periddico a Blanco y a Isidoro Antillén. Al primero le correspondié la sec- cién polftica; al segundo, la parte histérica de la guerra. El Semanario tuvo corta vida en su etapa sevillana, mas no por causas militares. Fue suspendido por la propia Junta Central, que desde el principio vio con desagrado las ideas expuestas, aunque muy veladamente, por Blan- co, el cual consideraba que la prosecucién de la guerra debfa ir unida a un cambio polftico. A consecuencia de las victorias de los franceses, cu- yas fuerzas atravesaron Despefiaperros el 20 de enero de 1810, la Junta Central abandoné Sevilla para disol- verse poco después en Cédiz, dando paso a un Consejo de Regencia. Blanco salié para Cédiz tres dias antes de entrar en Sevilla las tropas del mariscal Victor. Destituido de su puesto en la Catedral de Sevilla por las autorida- des de José Bonaparte, en Cdiz no tenia cargo que des- empefiar, a no ser dentro de la Iglesia. Al producirse afios antes su crisis religiosa, ya hab{fa pensado, como vimos, en salir de Espafia. La guerra, los acontecimientos polfticos, hicieron pasar a un segundo plano sus preocu- ‘iones religiosas. Pero ahora la situacién habia cam- Biado, y la expatriacién se le ofrecié como tinica salida. E| 23 de febrero de 1810 embarcaba en el Lord Howard rumbo a Inglaterra. En Londres emprendié la publicacién de un periédico mensual, El Espafiol, en cuyo primer ntimero (30 de abril de 1810) expuso abiertamente sus opiniones sobre la situacién polftica y militar de Espafia. A su parecer, los descalabros sufridos por los espafioles en 1809, en contraste con sus triunfos sobre las armas francesas al incipio de la guerra, se debieron principalmente a que Juntas provinciales, y sobre todo la Central, destru- yeron, en vez de fomentar, el impulso inicial del pueblo, origen de las primeras victorias. Al dfa siguiente de aparecer este nimero de El Espafol, el embajador de Espafia en Londres se apresuré a escribir a la Regencia de CAdiz, denunciando al periédico por Introduccién 15 antinacional y subversivo. La Regencia prohibié su circu- laci6n en América y envié a Londres a Juan Bautista Arriaza para que contrarrestara con sus escritos los de Blanco. Tal fue la conmocién que produjo en las autori- dades espafiolas, habituadas al sistema secular de la Mo- narqufa, que no permitié nunca debatir piblicamente cuestiones religiosas ni polfticas, la aparicién por primera vez —aunque fuera de Espafia— de un periddico de opo- sici6n que apelaba revolucionariamente a la soberania del pueblo. En el ntimero cuarto de E/ Espafiol (30 de julio), Blan- co dio cuenta a sus lectores de los sucesos polfticos de Caracas, ocurridos en abril de aquel afio. Desde que em- pez6 la guerra contra los invasores franceses, las posibles repercusiones en América de la situacién espafiola habfan inquietado a los Gobiernos, que no tardaron en la igualdad de espafioles americanos y peninsulares. Pero mientras se proclamaba que los americanos eran libres y sus territorios no ya colonias, sino provincias de la misma Monarquia, los virreyes segufan gobernando como antes, y el sistema econémico perduraba sin alteracién. Para Blanco, la liberacién frente al antiguo despotismo de Godoy y el nuevo de Bonaparte no tenfa por qué li- mitarse a la Peninsula; con més razén debia extenderse a las provincias americanas, que es donde el sistema auto- ritario se habfa impuesto con més rigor. Ahora bien: una cosa era la formacién de gobiernos populares inde- pendientes de un poder arbitrario, y otra, la secesién. Desde el primero hasta el tiltimo de sus comentarios sobre América en los cuatro afios que duré El Espafiol, se mostré Blanco en favor de una independencia limitada dentro de la monarqufa espafiola, o sea propiamente de la autonomfa. Por eso desaprobé, cuando se produjo, la emenes de «independencia absoluta» de fos venezo- anos. Su actitud produjo indignacién en Espafia, y sobre todo en Cadiz, por haber sostenido, entre otras cosas, que los intereses de los mercaderes gaditanos no eran los generales de la nacién. Desde entonces fue objeto de nu-

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