INTRODU
Es bastante insdlito tener las memorias de un rey. Y mucho mas
aun si se trata de un monarca de hace mas de setecientos afios. Pero
el libro que escribio Jaime | el Conquistador, de cuyo caracter auto-
biografico no cabe hoy duda, se compone, de hecho, de unas memo-
tias. Memoria es la palabra que, al desvelar su intencionalidad, deja el
autor en su prélogo de caracter testamentario y es el concepto genéri-
co bajo el que se caracteriza esta obra en oposicién a otras cronicas
medievales.
Ahora bien, a su vez, la obra del rey don Jaime es una crénica,
pues la narracion de los acontecimientos de su vida es también narra-
cion de hechos histéricos que el autor ha vivido como testigo presen-
cial. Y tanto considerandola dentro de la Literatura Catalana, donde
es conocida como la primera de las cuatro grandes crénicas —a la que
siguen las de Desclot, Muntaner y Pedro IV el Ceremonioso—, como
dentro del conjunto de la produccién histérica de las Literaturas His-
panicas, es éste concepto imprescindible para su definicion.
Cronica y memorias de las que es autor el monarca, pero que no
escribié de su puio y letra, sino que las dicté, puesto que un circulo
de notables y escribanos seria quien las organizaria y pasaria a limpio.
Una perfilada composici6n literaria junto con la naturalidad propia
de haber sido dictadas delatan este origen mixto, el cual puede perci-
birse con facilidad: los capitulos bien redondeados y trabados conju-
gan con el eco de la oralidad, fruto del dictado personal del rey. Si las
conwastamos, por ejemplo, con la produccién historiografica de Al-
fonso X el Sabio —su yerno—, acusan las primeras mucha mas partici-
pacion personal, dado que las cronicas del rey castellano no eran8 Jaime I
memorias. La obra del rey Jaime, sin embargo, participa de ambos
géneros: es autobiografia y es historia.
Quedaria incompleta esta primerisima aproximacién si no alu-
diéramos a cémo es normalmente conocida esta obra en catalan: Lli-
bre dels fets ‘Libro de los hechos’, que viene a coincidir con la deno-
minacién de la versién latina, Liber gestorum; es decir, el libro de las
gestas o los hechos memorables, como compete a las altas responsa-
bilidades de un rey. Aunque bien podria haberse llamado Llibre dels
Jets i de les gracies, segan rezan varios de los incipits de los manuscri-
tos, que sintetizan asi el famoso prologo donde el rey manifiesta que
sus hechos —en respuesta a las gracias recibidas— han ido mejorando
progresivamente a lo largo de su vida hasta llegar a adecuarse con la
fe, segun recomienda su patrén, el apéstol Santiago.
No extrafia este sentido religioso, que suele ser general en el me-
dioevo. Las obras medievales ofrecen a los ojos del siglo xx1 —vastago
de la racionalista Ilustracion llevada a sus ultimas consecuencias— to-
da la frescura que reproducen las pinturas romanicas, las cuales dejan
ver una facil interrelacion entre los dos mundos. Buena prueba de la
mentalidad de la sociedad medieval la tenemos en el tipico «juicio de
Dios», del que nos quedan aqui preciosas alocuciones como prenda
de su convencimiento; juicio que aplicaban como una infalible regla
de tres, por la cual el malo sufria el castigo divino en este mundo
(cap. 29). Aspecto que dos siglos mas tarde se trueca rotundamente
en estas mismas letras con la muerte espectacular del héroe en el
humanista Tirant lo Blanch.
Pero nuestro rey resulta que, ademas, pone su libro como ejemplo,
lo cual es, una vez mas, bastante insdlito. Alega el rey su propia biogra-
fia doblemente, como muestra de la merced divina para con él y como
testimonio de la Providencia; esto es, le sirve para aseverar subjetiva y
objetivamente lo que, a su entender, es lo unico que importa y no pere-
ce: el amor de Dios. No sabemos si era ya éste el movil de su redacci6n
a través de los afios, pero si nos consta que, desde el mirador que le
proporciona la edad avanzada e intensificada su convicci6n en la pro-
teccién divina, al cerrar su libro con el prélogo —que en realidad es un
epilogo—, quiere animar a los lectores a la misma confianza.Introduccion 9
Aqui se nos abre un punto de embarazosa distincién entre lo que
él pueda reconocer que Dios le ha otorgado y las obras con las que ha
ido correspondiendo. Pues si el ser coherente con las obras lo valora
él mismo en sus vasallos (cap. 407), en su caso las situaciones son
muy complejas y no parece tan claro poder rastrear los matices entre
la voluntad divina y su propia accion, es decir, seguir la adecuacion
de sus hechos a la fe y mucho menos la gradacién ascendente que
nos ha confesado.
Se hace sencillo generalmente cuando la voluntad de Dios es la
que dirige las acciones, al reconocerse vinculada a los intereses de la
cristiandad en un sentido universalista, segtin es propio del espiritu
del cruzado (cap. 477), reconocimiento que se extiende a casos como
la toma de Burriana, Jativa y Valencia (caps. 181, 321 y 364). Pero a
partir de aqui se abre una amplia gama, desde casos en los que se ha-
ce patente su acomodacién ante hechos irreversibles (la muerte del
rey de Le6n, que le cerrara la puerta a aquel reino, cap. 106), hasta
otros mucho mas particulares, en los que a veces sélo deja entrever el
designio divino. Se trata de la interpretacion tipica del hombre me-
dieval, marcado por la fe, que tanto le facilitaba las cosas y hemos di-
cho que se percibe tan bien en el arte pictorico. Pero téngase en cuen-
ta que, a pesar de su intima religiosidad, el rey no predica, sino que se
limita a contar su vida con talante didactico. Didactismo que apunta-
baa la idea de un Dios providente.
Esa mentalidad Ilana y sencilla nos ofrece, pues, cuadros de una
familiaridad transparente respecto a la divinidad, no ya por parte del
soberano sino también de sus caballeros (caps. 51, 116, 207), aventu-
reros rebosantes de arrojo pero también de religiosidad, a los que es-
timulan las indulgencias, como bien sabe el papa Gregorio IX, amigo
suyo, al concederlas a quienes pueblen las tierras que el rey va con-
quistando.
Asi pues, aunque el rey narre los hechos normalmente, puede
costar al lector de hoy discernir donde acaba y donde empieza lo ex-
traordinario a juicio del autor, ya que la constante providencialista
empapa todo, abarcando desde razonamientos argumentados en mo-
mentos de angustia —asi en la oracién frente a una tormenta en medio10 Jaime!
del mar (caps. 56-58)-, a la huella de una mas o menos acusada sen-
sacion de intervencion divina, que se capta a veces ante eventos de re-
lieve —asi en la reunion inesperada en que se gesta la conquista de
Mallorca o a raiz de la embestida definitiva a esta ciudad (caps. 47 y
84)-. Por lo general, el rey deja entender la mano divina —como suele
hacer en sus expresiones la gente del pueblo— con fe, pero sin afirma-
ciones de miracula.
Con todo, el libro no es ejemplar al estilo de los viejos ejempla-
tios, que lo son en razon de ser modélicos sus inclitos protagonistas;
bien sabe el monarca que no era asi cuando desde el prologo nos ha-
bla de sus pecados, mortales y veniales. Sino que su ejemplaridad se
deriva del entendimiento individual de una actitud paternalista por
parte del Sefior en el que siempre ha confiado, actitud de cuya comu-
nicacion se siente responsable.
Pocos afios después, Ramén Llull escribira una novela utépica,
Blanquerna, donde el protagonista de este nombre va pasando por los
diversos estadios, con voluntad apostélica de ordenacién, y dejara un
mundo arreglado, dando solucion a los variopintos problemas que en
aquel entonces habia planteados. No se nos dibuja asi tampoco el rey
conquistador. Blanquerna era un ejemplo simbélico y el del rey es au-
téntico; se expone como hombre en la condicién de rey, la que le ha
tocado, y que arregla lo que puede, pero dentro de su radio efectivo
de acci6n. Sin perder de vista la visi6n personal de los favores divinos
recibidos, que precisamente esta explicando. Y lo certifica desde la
atalaya de sus ultimos momentos, en que, sintiéndose morir, hace
constar que viste el habito del Cister (cap. 565). Rasgos todos ellos
que no extrafiara que hayan coadyuvado a que en el siglo xvu incluso
se promoviera su canonizaci6n; la cual, contando con un curriculum
turbulento en el plano amoroso, tampoco puede sorprender que no
progresara. «Don Jaume era un hombre sinceramente religioso de
acuerdo a sus luces», o sea ni santo ni tedlogo, segun Robert Ignatius
Burns, el jesuita estudioso de su figura.
Esta ejemplaridad se proyecta hacia la posteridad al final del pro-
logo, donde se dirige a todos los hombres del mundo que quieran
leerlo. El caracter ejemplar y el deseo de pervivir en la memoria lo ha-Introduccion 11
laremos también dentro de un siglo aproximadamente en los prime-
ros humanistas; y con talante asimismo religioso, pero muy distinto.
Observémoslo en esta frase que Boccaccio pone en boca de Petrarca:
«iY no intentaremos con todas las fuerzas dejar a la posteridad una
imagen neta y evidente del don recibido de Dios? Es propio de una
mente negligente preferir diluirse en el ocio que entregarse al glorioso
estudio» (De casibus virorum illustrium, libro VIII, cap. 1). La compa-
racion hace obvia la diferencia, pues si la pregunta la podria firmar el
Conquistador, el comentario que se sigue —con resonancias del clasi-
cismo— brota de una aspiracién muy distinta, la de dejar obras litera-
rias y no hechos al fin y al cabo bélicos; respectivamente adjetivan
como glorioso, uno el estudio y el otro la guerra.
La ejemplaridad determina también aspectos varios, formales y
en profundidad. Asi, es sabido que es un rasgo adherido a la autenti-
cidad; de modo que, si los ejemplos, para serlo, han de ser reales —ocu-
tria asi hasta en los sermones-, el autor se esfuerza por reproducir
con exactitud las cosas que le han sucedido, hasta el punto de adver-
timoslo cuando no le es posible concretarlo mejor o bien no lo ha
presenciado (cap. 46).
Con ello no pretendemos acercarlas a la actualidad, pues, a pesar
de coincidir con la tendencia de veracidad, hay un contraste primor-
dial entre las memorias de nuestro tiempo y las suyas: en las moder-
nas suele —sélo suele— predominar el ego y el engreimiento, e incluso
en ocasiones se llega al morbo. Sin embargo, si al rey Jaime le agrada
recalcar sus aciertos —por ejemplo, por su conocimiento del compor-
tamiento del enemigo (cap. 435), 0 como también comprobamos con
un caso de falsificacién de moneda, en el que toma las riendas del
asunto como hiciera el héroe de una investigacién policial de nues-
tros dias (caps. 466-471); o bien cuando hace relucir como se anticipa
a las coyunturas estratégicas: asi, en el cap. 193, en que reproduce
con todo detalle un didlogo que es una verdadera exhibicion de su
prevision por haber Ilevado ocultas consigo dos maquinas bélicas pa-
ra la toma de Cullera, ocurrencia con la que deja a todos boquiabier-
tos; o bien si escuda con su sensatez algunos fallos bélicos, como
ocurre al dejar asentado que un costoso artefacto se perdié por la ca-12 Jaime I
bezoneria del ingeniero, que desoyé su opinion (caps. 160-162)—, no
hay que olvidar su intencionalidad primera y declarada de providen-
cialismo y de difundir las gracias que Dios le ha dado y a las que él ha
ido correspondiendo.
En su lectura se hace patente que es o pretende ser sincero, por
lo que al igual que no vacila en transmitir sus dotes de conviccion y
su capacidad de anilisis 0 tiene a gala mostrar su agilidad mental gi-
tando frases y vocablos de sus interlocutores, asimismo nos deja cap-
tar como fue forjando su autoridad, partiendo de una inicial irrespon-
sabilidad a causa de su corta edad (caps. 16, 21), 0 como le cuesta
reflexionar bien sobre un asunto dandole vueltas y no dejandole con-
ciliar el suefio hasta el punto de hacerle sudar intensamente (cap.
237); asi como no omite tampoco cémo le hacen ceder (cap. 165) e
incluso nos informa de sus confesiones, de cuya sinceridad no cabria
dudar: la primera vez, antes de una arriesgada batalla (cap. 426); la
segunda, a lo largo de su entrevista con el papa —los veinte capitulos
de la cual no tienen desperdicio (caps. 523-542)— y las ultimas en el
lecho de muerte (cap. 560).
Todo ello incide en el mejor y mas puro estilo de las obras auto-
biograficas. Por ello, antes que tomar su presuncién como persona-
lismo, hay que dar por sentado que ante un retrato —y mas atin en el
autorretrato— se intenta mantener el concepto que se tiene de si mis-
mo en la pose mas digna, ya que es el que va a perdurar. Es normal,
pues, que, si habia sido un aguerrido y fornido caballero, cercano ya a
los 70 afios, se jacte de hacer figuras con su caballo ante los franceses
(cap. 535), como lo es también que se complazca en resaltar cuando
contradice la opinion generalizada (caps. 430, 431); y no vamos a ne-
garle que, en alguna ocasi6n, de manera tan licita como inocente —sea
ante el lector o fuera ante sus vasallos—, se esmere en cargar hacia su
figura el acento favorable, como se advierte con la insistencia en de-
mostrar su impetuosidad en los primeros encuentros armados de Ma-
lorca, que tienen los suyos que contener (cap. 64), al igual que alar-
dee de conocer bien las rutas (cap. 183) o de buena punteria (cap.
462). A mi entender, tras todo ello hay que descifrar la finalidad pre-
dominantemente educativa de sus gestos o palabras, que se hace evi-Introduccion 13
dente cuando se retrata como habil y prudente estratega (caps. 424-
425) 0 nos hace ver sus cualidades de buen gestor en las negociacio-
nes con los sarracenos (cap. 437). Pero sin olvidar la naturalidad,
pues, en ocasiones, se nos permite calibrar la mirada un tanto negativa
de su auditorio, como ocurre con la curia vaticana, que se rie abierta-
mente ante la infantil espontaneidad de sus argumentos (cap. 527).
Si prevaleciera en él la voluntad de hacer una crénica de su rei-
nado, uno de los sintomas seria el de registrar las fechas; mientras
que la unica ocasién en que se da —la capitulacién de Valencia—, es
errénea, quizas a causa de una interpolacién (cap. 289). Ademés, en
aquel caso, se hubiera inspirado en otras fuentes, tal como era fre-
cuente en la Edad Media, en que las cronicas recogian noticias de
obras anteriores antes de pasar a relatar las del tiempo del autor; se
contaba con precedentes en la misma Corona de Aragon, donde se
habia iniciado la produccién de obras hist6ricas alrededor del monas-
terio de Ripoll. Si el rey no acudié a este scriptorium es porque no le
servia ese modelo.
Y en lo referente a sus origenes se hubiera documentado en fuen-
tes fidedignas, en vez de recoger tal cual los recuerdos de su infancia,
en los que se adivina como se los han contado; posiblemente ya con un
cariz providencial sucesos como el salvarse de la piedra que cayé sobre
su cuna, lo cual, por otra parte, quizas fuera un atentado (cap. 5).
La relacién de hechos de cuando era todavia un nifio de doce
afios, si por un lado adolece de lagunas de memoria, por otro deja in-
tuir la mirada divertida con que los viera. Asi nos lo parece en la des-
cripcién casi grotesca de la escena en la que don Pedro Gomez, el
caudillo de Lizana —la fortaleza que estaban sitiando—, bien pertre-
chado y con su flamante arnés, se planta con porte heroico delante de
la brecha abierta en la muralla; pero, atrapado por las mismas ruinas,
se tiene que quedar alli plantado —sin poderse mover, impasible ante
los que delante de él escalaban la muralla—, mientras se va hundiendo
irremisiblemente entre los escombros hasta las rodillas (cap. 15).
El talante intimo le lleva a veces a un tono cercano al de la confi-
dencia, con apuntes quizas subliminales, pues de sus mismas expre-
siones se llega a deducir incluso un sentido jocoso. Perspectiva en la14 Jaime I
que, desde la psicologia o la psicolingiiistica, posiblemente quepa aan
adenwarse. Pues bien hace manifiesto el conocimiento de las miserias
humanas, que afecta no sdlo a estamentos sino a nombres y apellidos
de su época, y que no se priva de hacer publicos. Asi lo vemos, tanto
con ocasién de rechazar consejos desafortunados (cap. 83) 0 compor-
tamientos cobardes (cap. 156), de condenar reacciones innobles (cap.
281) o francamente reprobables (caps. 89-90), como de denunciar
ventas fraudulentas (cap. 456); y lo fiscaliza con extrafios o con su
propio hijo y sucesor (cap. 509). Asi como podemos calar su despre-
cio hacia actitudes viles de los caballeros (cap. 237).
Su sentido critico también se nos hace sensible de un modo indi-
Tecto, como se desprende del hecho de acordar secretamente con la
reina el momento oportuno para la conquista de la ciudad de Valen-
cia, secreto que encierra una fuerte reprobacion de la nobleza (cap.
271), si bien no es ésta la primera ni la ultima vez en que la censura.
La critica otras veces se torna indulgente, segun lo entendemos ante
la peticién reiterada de favores por parte de la orden del Hospital,
cuando ya se les habia dado lo indecible, y que es una de las ocasio-
nes en que el rey nos deja oir su risa, o quizas ver su sonrisa (cap.
97).
Al margen del proclamado aspecto religioso, estamos, pues, des-
tacando el didactico humano. Desde éste, apreciamos que muestra di-
ferentes y sutiles maneras de amonestar, las cuales van desde una fina
ironia, apenas perceptible en detalles de poca relevancia o meramente
coyunturales, a ocasiones que son oportunidad para aleccionar con
eficiencia y el rey aprovecha; asi nos lo parece cuando invierte la ma-
nera que han tenido de informarle de la muerte de su buen amigo,
porque a continuacion refiere él la noticia girando los términos y an-
teponiendo el disgusto personal y los valores del fallecido al proble-
ma sucesorio, el cual tanto preocupaba a los que se la habian comu-
nicado con toda prosopopeya (caps. 231 y 232). Se advierte también
de un modo continuado en comentarios y modos de conducta que
sabe de elevado trazo moral (cap. 335); en esta tesitura, se nos pre-
sentan escenas que son todo un dibujo caracterolégico, como la es-
tampa tan visual de Peniscola, en que se autodescribe armado de piesIntroduccion 15
a cabeza, en el arenal, solo y a caballo, frente a doscientos sarracenos;
mientras —dice— vigila que ninguno le pueda alcanzar las riendas
(cap. 184). Igualmente, deja constancia de virtudes y heroicidades,
como la de Bernat Guillem, asegurando que no se moverd del foso de
Burriana ni para comer hasta que consigan la villa (cap. 170).
Bajo ese juicio critico percibimos bien cuando se indigna (cap.
458) o cuando recela (cap. 236). Este efecto educativo, por tanto, es
inherente al hecho de hacernos participes de su intimidad, pues aun-
que no se considere ejemplar en su persona, no desperdicia las oca-
siones en que puede ensefiar o dar consejos, que recogemos de los
mismos que diera a sus hombres. A menudo, se reducen a perfilar
gradaciones (son conocidas las veces en que, a pesar de su religiosi-
dad, es circunspecto con las apariciones, como pasa en el capitulo
84), a sacar pequefias moralejas (al final del capitulo 133) o a inducir
a sus gentes a espabilarse, siendo precavidos o desconfiados (cap.
216). Ocasiones muy practicas algunas, en las que ensefia al ejército a
comportarse, desde el buen uso de las armas —parco en unas situa-
ciones y expedito en otras— a la concordia entre los soldados (cap.
415).
Por otro lado, este caracter instructivo impregna a la cronica de
un efecto comprometido —que no hay que identificar con el actual de
obra engagée—, sea porque nos revela con frecuencia los apartes que le
han dicho en reservado, sea por el cariz sancionador que le imprime
su misma autoridad; se aprecia, por ejemplo, al tantear o cotejar los
informes con unos y otros (cap. 133), al amanar y programarse favo-
rablemente las reuniones (caps. 198-199) o esconder informacién in-
tencionadamente (cap. 321), etc. Circunstancias en las que el lector
es consciente de entrar en un coto reservado o de hacérsele participe
de una privacidad; al menos, la de su corro mas intimo, al que confia
la mas recoveca intencionalidad de sus decisiones, que devienen asi
lecciones politicas (cap. 366).
Uno de los pasajes mds famosos de la cronica es aquel en que el
rey hace respetar el nido que una golondrina ha construido en su
tienda por haber anidado bajo su proteccién (cap. 215), que se co-
tresponde con la imagen por antonomasia feudal de la proteccién del16 Jaimel
senor. Es decir, la formula feudal de reciprocidad, entre la confianza y
la proteccién, pacto ambivalente que define estupendamente ante los
nobles aragoneses discolos, que no le acataban como sefor al princi-
pio de su reinado (cap. 3). Aquella imagen de la golondrina, ademas,
podria tener resonancias religiosas e ilustrar la idea providente, que
se adecua como un guante para aquella ocasién. Observemos que se
narra —o sucede-— tras salir de un grave problema por el cual el rey ha
estado rezando por la noche; al dia siguiente, al aplicar y explicar la
solucién, podria estar adaptando para su audiencia la leccién que se
le ofrece acerca de la confianza y la proteccién con ocasion del nido
de la golondrina. Anécdota que, por cierto, a causa de las fechas de
anidacion, se ha conjeturado que haya sido trasladada; o segun supo-
nemos, que se hubiera acoplado adrede a aquel pasaje.
Es un campo iddneo de observacién el psicolégico, porque cum-
pliendo con las exigencias de la modalidad autobiografica (que iden-
tifica creador, narrador y personaje principal, dentro del pacto de lec-
tura de no-ficcionalidad), su escrito pasa por el tamiz de la memoria
seleccionando lo que quiere que se recuerde de él y cémo quiere pre-
sentarlo. Recuerdos que, en una personalidad eminentemente vitalis-
ta pero ante todo de la realeza, son, preponderantemente aunque no
exclusivamente, hechos caballerescos y politicos. Dentro de éstos, se
nos remite al caracter bélico; esto es, se trata de un rey guerrero.
Guerra que responde a las cualidades de su tiempo, en el que no
se habian establecido aun convenciones universales, las cuales nos
parecen hoy tan avanzadas; pero que, a su vez, dispone de unos mé-
todos de terror —como el ondear la cabeza del enemigo como escar-
miento (caps. 64 y 70)— que al lado de los actuales resultan ingenuos.
Notas que sin embargo conviven frente a soluciones razonadas y de
alta politica (caps. 78 y 334-338) y que se insertan en un mosaico de
arduas batallas o de pequefas escaramuzas, en cuya descripcion el
rey se recrea (caps. 100-101), pues de hecho eran ocasién de aventu-
ras que incitaban a gloriosas gestas (cap. 129).
Y guerra que nos sabe traspasar verazmente, con notas senti-
mentales y heroicas, entre la improvisacién y el sentido practico, y
donde se mezclan sensaciones y pareceres, pero en la que siempre seIntroduccion 7
le garantiza al lector la mas fiel exactitud; pondriamos como ejemplo
el capitulo 227, en que el rey pasa un mal trago al verse asaltado por
sorpresa y en desventaja numérica y cuya vivencia se relata a medio
camino entre el cantar de gesta, el reportaje o la novela caballeresca;
es decir, entre lo heroico, lo anecdotico y el afan de veracidad, porque
rebate otras interpretaciones de la batalla y asienta sus propios argu-
mentos. Pues siempre es contundente en dejarnos su versién perso-
nal de lo acontecido; al igual que a la par que va relatando, nos deja
su voz en off (cap. 26).
Cabe anotar aqui que don Jaime se desvivia por la tecnologia bé-
lica y vibra a la par que sus avances, asi como también especifica los
armamentos cuando conviene hacerlo. En esta linea, nos muestra es-
tar pendiente del frio y del hambre que pasan los caballos o bien de
su mareo, ya que la ayuda de los equinos era imprescindible (caps.
134y 61).
Algunas escenas relativas a los combates son tépicas desde la an-
tigdiedad, hasta el punto de que en alguna ocasion ya se lo indican al
rey como habitual. Asi ocurre con la costumbre de recorrer de noche
el campo, tras la batalla, para calibrar los dafios —escena que estamos
acostumbrados a ver en peliculas de guerra, de los romanos a las na-
polednicas o del Far West-; sin embargo, al presentarsele esta oca-
sion, el joven e inquieto monarca quiere anteponer otro plan: perse-
guir al rey sarraceno para cortarle la huida. Cosa que —seguin avala su
interlocutor— no ha hecho ningun rey vencedor (cap. 66).
Asimismo bajo el sesgo psicoldgico, sucede que, al leerla, se nos
aglomeran las mismas sensaciones que él viviera, por ejemplo, segui-
damente al hecho que recordébamos, se ve interrumpida su carrera al
ser atajado por el obispo de Barcelona con la brusca noticia de la
muerte de los buenos y valerosos don Guillén y don Ramon de
Montcada. El rey inmediatamente se echa a llorar y ordena retirar sus
cuerpos, pero no se detiene y sigue adelante hasta que —ya es el capi-
tulo siguiente~ se para de golpe, ahora asombrado ante la vista, desde
lo alto, de la ciudad mas bella que viera jamas: Mallorca.
Esta plataforma de lectura da raz6n de cosas tan simples como la
impaciencia del rey, que le hace eternos los minutos hasta ver ondear18 Jaime!
su bandera en la torre del alcazar (cap. 443). Por otro lado, nos revela
una trastienda mental que no acostumbra a reflejarse en libros hist6-
Ticos, mostrando entre otras cosas una actitud practica no muy propia
de aquel tiempo, como cuando da propinas al intérprete (caps. 411 y
417, pues llevaba ocultos trescientos besantes «y se los metimos por
la manga de la almejia»); sea a causa de un declarado pragmatismo,
sea de ductilidad politica, como deducimos al declararnos las versio-
nes que da de un mismo acontecimiento, segan como le convenga y a
quién se dirija.
Pero no hay que olvidar que la vida esta ya literaturizada y que el
rey, a pesar del movil didactico-religioso que le hace de motor, esta
afectado por una clara vocaci6n literaria que le lleva a enfocar la toma
de cada cuadro desde determinadas vivencias para concenwar alli la
atencién —como ocurre en el capitulo 173, en el que ayuda a un heri-
do con todo detalle, extrayéndole la flecha, lavando la herida, po-
niendo estopa y haciéndola vendar con un trozo de camisa de un es-
cudero— 0 bien le hace pintar leves brochazos en los personajes, con
los que muestra sus simpatias y antipatias —como hace con el presu-
mido y poco inteligente Gerardo de Cabrera, que, mientras ostenta su
azor engalanado en la mano, distraido, pierde su castillo (cap. 44)—, 0
acentuar algunas pinceladas a fin de darles vida a través de deliciosos
detalles casi impresionistas como cuando, en la operacién para la
rendicion de Balaguer, registra que la condesa de Urgel por ser mujer
no podia gritar muy alto (cap. 42) o cuando en el afectuoso encuen-
tro con el rey de Navarra se pormenorizan, con respetuoso gracejo,
circunstancias acerca de su gordura o su mal genio (caps. 138 y
148)-. .
Con todo, mas que de técnicas literarias quizas sea preferible ha-
blar de voluntad realista y del recurso a la expresividad, tan especifico
del intimismo. Intimismo ya valorado por Américo Castro, seguin
quien, mas que los hechos, el rey narra el proceso de vivirlos. Por lo
que nos deja seguir ese fino hilo semantico, que a menudo hace com-
pacta la tematica: asi el capitulo 69, que a pesar de narrar cosas apa-
rentemente dispares es monografico de la buena disposicién de la
hueste, pues se precian de colaborar del patron de barco al capellanIntroduccion 19
castrense; o bien el 63, donde se destaca la devocién de un caballero
al comulgar, precisamente en el mismo dia que morira en batalla; o el
capitulo 48, donde se comparan comportamientos opuestos, conse-
cuentes ¢ inconsecuentes; 0 los 225-226, en que primero comenta
que los caballeros han dejado sus armas a sus amigos para una bata-
Ila y después, al verse ellos sorprendidos por el enemigo, recurren
cémicamente a protegerse con lo que tienen a mano. También vernos
que en el 168 se describe el caracter de dos hermanos, cuyas persona-
lidades se escenifican en el siguiente.
Y si vamos alternando las diferentes facetas del prisma de su
confeccién, hay que ver junto a esta premeditaci6n, la ya aludida es-
pontaneidad: el rey Jaime, a pesar de su muy estudiado sentido aleccio-
nador, da detalles gratuitos (como el parche en la cara de un mensa-
jero o su propia conjuntivitis, caps. 217 y 257) o bien se interrumpe y
comete errores; lapsus que —sean de memoria, de expresién o bien a
causa de citas latinas mal repetidas—, son la mejor garantia de legiti-
midad. Pues un rey facilmente hubiera tenido quien le corrigiera y
mejorara, de haberlo querido.
No disimula que no es hombre de bibliotecas ni de entornos
eruditos, como fueron otros reyes cercanos: pensemos en su abuelo
Alfonso el Casto, quien reunié a su alrededor un florido circulo de
trovadores, o en la corte tan culta de Alfonso el Sabio. El se dedica a
gobernar y es militar, tal como debié aprender de nifio en Monz6n,
en su primerisima educacion, confiada a aquellos monjes templarios
de espada al cinto, que, segtin definicidn de un contemporaneo, eran
«leones en la guerra y corderos en el claustro». La Historia le ha defi-
nido muy correctamente con el sobrenombre de «el Conquistador; a
quien corresponde una corte no estable sino itinerante, la cual se ha-
ce bien evidente en el libro (caps. 180, 396).
El relato es un continuo y ajetreado viaje. Viaje en que los caba-
lleros tenian que pasar rios con el caballo a nado si se terciaba, o el
rey mismo llegandole el agua hasta la cincha de la silla (cap. 349).
Uno de los momentos mis Ilamativos de esta nota viajera tiene lugar
cuando, para ser convincente con sus caballeros a fin de que no aban-
donen una posicién que les ha costado mucho conseguir en el reino20 Jaime 1
de Valencia, tiene la ocurrencia —heroica desde luego— de hacer ir a
esa frontera a su esposa y a su hija —futura reina de Castilla—, enton-
ces de dos aftos de edad (cap. 237).
Todos estos rasgos, tan personales, lo singularizan frente a obras de
congéneres, como podemos constatar poniéndolo frente a san Luis
rey de Francia tan proximo en el tiempo-, cuya obra no sdlo es mas
propiamente una crénica sino que ésta si que se aproxima al exem-
plum. No olvidemos que su cronista, Joinville, escribe el «livre des
saintes paroles et des bons faits de notre roi saint Louis», quien fue
canonizado en 1297.
Su manera tan peculiar de hacer y de escribir tiene un curioso re-
flejo en la escritura, ya que con frecuencia reproduce el habla direc-
tamente —el mismo discurso—, cosa que hacemos a menudo en la vi-
da real al explicar un hecho, interfiriendo asi el propio relato al pasar
de un estilo indirecto al directo; por este sistema incluso cita sus mis-
mas palabras, que dijera en otra ocasion. Esta singularidad también
fragua en la voluntad de recoger lo que ha oido con la mayor fideli-
dad actstica, como si lo grabara en cinta magnetofénica, lo que le lle-
va a dejar en el texto incrustaciones en distintas lenguas; gracias a ello
podemos oir a su nieto o al mismo Alfonso X hablar en castellano
(caps. 495 y 480), o bien el catalan que chapurrea un alto maestre
francés, que precisamente le da pie para burlarse de él (cap. 199). As-
pectos ambos que en una novela actual apreciariamos como técnica
literaria, por lo que no traducimos estas huellas, pues consideramos
que al lector de hoy —avezado a las novedades narrativas y amante de
la reproduccion estricta— no le entorpecen la lectura sino que en todo
caso se la salpimentan.
El cambio de estilo mencionado, de todos modos, hay que verlo
desde dos angulos; pues a la vez que transparenta naturalidad, testifi-
ca una querencia de exactitud ~—a la que también nos hemos referido,
pues vamos oscilando entre unas pocas coordenadas basicas-—, la cual
es propia del afan historiografico. Un poco mas adelante, pero solo a
unos cien anos de distancia, veremos que, al pretender Petrarca dar
un tono mas verosimil —mas cercano a sus ejemplos historicos— a la
traduccion que hace del Griselda de Boccaccio, recurre repetidamenteIntroduccion 21
a convertir en discurso directo lo que era narracion en aquel cuento
decameroniano.
La obra en su conjunto, pues, es resultado paciente de un escritor
que anota o rememora lo que le ha ido sucediendo —oyendo, viendo,
viviendo—a lo largo de mas de seis decenios, ya que empieza a contar-
nos recuerdos desde los seis afios y cuatro meses, segun puntualiza en
el capitulo 10. La tesis tradicional es que hubo dos etapas de redaccién:
la primera en Jativa, en 1244, y una segunda probablemente en Barce-
lona, treinta afios después. Recientemente se ha postulado que respon-
da mas bien a una serie de secuencias narrativas independientes, en las
que el rey fuera contando episodios seguin su audiencia o intereses; teo-
tia que tendria que contemporizar con la anterior debido al signo com-
prometido de tantos pasajes que son incriminatorios 0 al menos deslu-
cidos para personajes de relieve, amén de personalismos y otros aspec-
tos que el hacerlos publicos seria algo muy delicado. De todos modos,
el final del mismo prdlogo puntualiza que el libro se deja para ser pu-
blicado «cuando hayamos pasado esta vida mortal».
He aqui que una obra también es resultado de la voluntad de
publicarla. Voluntad que arraiga en un hombre imbuido de férreos
principios y que se ha ido haciendo a si mismo, préximo a lo que hoy
llamamos un self made man, y que —sin ansias absurdas de magnifi-
carla— denuncia un fuerte yo, una gran personalidad. Se hace bien
manifiesta en el caracteristico plural mayestatico, «Nos», auténtica-
mente majestuoso que combina y se refuerza a veces con la primera
persona del singular (caps. 209, 364, 382). El efecto de su personali-
dad se percibe bien en gestos que pueden parecer triviales, pero en
cuya descripcién se han reconocido asonancias, como posible vesti-
gio de cantares de gesta; asi ocurre en el capitulo 68, en que prohibe
el planto por los caballeros muertos y ordena enérgicamente que no
llore nadie.
La teoria de que se reflejen en la crénica versos con asonancias
provenientes de poemas épicos supone que hayan quedado en ella
fosilizados. La Crénica General de Alfonso X utiliza este recurso jun-
to a fuentes de solvencia, pero en el caso de Jaime | es distinto, dado
que este rey formaba parte de los mismos hechos que narraba, En22 Jaime |
caso de ser afirmativo este reconocimiento, aquellos cantares «de-
bieron componerlos los juglares por instigacion del propio monarca
a fin de divulgar periodfsticamente sus gestas entre el pueblo», segin
dice Riquer en la introduccién a la edicién facsimil de nuestra cré-
nica. Algunas de estas situaciones (cap. 84) son propias del aliento
épico. Aunque hay que consignar que esta tesis se ha visto muy dis-
cutida en razon de que pudiera tratarse de recursos ritmicos pro-
pios del género.
Desde un panorama amplio, daremos la opinién de dos autori-
dades en Historia y en Filologia: segun el profesor Batllori, abre la es-
pléndida serie de crénicas medievales en lengua catalana, que ofrece
un conjunto unico en Europa; y segun el Dr. Riquer, ostenta el sello
de las memorias que retomara Pedro el Ceremonioso, quien, como
sabemos por las suyas, leia el libro de su tatarabuelo.
Haremos seguidamente una escueta descripcién orientadora de
los contenidos, que generalmente se agrupan en cuatro bloques cro-
noldgicos, y que, al ser un libro de acci6n, sintetizamos por su temati-
ca: tras el prologo (cap. 1), narra los recuerdos relativos a su infancia,
su matrimonio con la reina Leonor y la falta de sumision de la noble-
Za aragonesa (caps. 2-33). Entre 1228-1240, se incluye la guerra de
Urgel, las conquistas de Mallorca y de Valencia, asi como la estancia
del rey en Montpellier (caps. 34-327). La etapa de 1242-1265 concen-
tra wes grandes temas: las desavenencias con Alfonso el Sabio, las
campaiias contra los sarracenos rebeldes en Valencia y la conjura ara-
gonesa (caps. 328-409), La ultima parte, entre 1265 y 1276, relata la
conquista de Murcia, varias sublevaciones de barones, la amistad y re-
laciones familiares con Alfonso el Sabio, asi como la visita al papa en
Lyon (caps, 410-566).
Y si hemos dicho que es un libro de acci6n, que a veces alcanza
un ritmo trepidante —como se desata tras tenerse conocimiento de la
victoria de El Puig de Santa Maria (caps. 217-220)-, el relato esta in-
tegrado por minucias, entresijos de la hueste, etc. hasta los cuchi-
cheos que se hacen sobre su persona, en el cap. 223—, que, muy fre-
cuentemente, aunque no lo parezca en una lectura superficial, son
piezas indispensables para el desarrollo de la trama.Introduccion 23
Rica complejidad que es destacadamente sociologica. Nos hemos
referido a la trastienda mental, pero también hay que valorar el tras-
mundo social: «El rey Jaume no era un simple guerrero sobre la silla
del caballo, rodeado de armaduras sonoras y de cabezas huecas; fue
la figura central y dominante de una organizacién de suave funcio-
namiento, servida por diligentes burécratas y abogados. Quizas nues-
tro concepto de las cruzadas es un poquito demasiado romantico; las
hicieron hombres pertinaces, bien preparados y de clara visién, que
sabian exactamente lo que debia hacerse para conseguir sus fines. Las
banderas y el acero relumbrante y el espectaculo bravio de los cam-
pos de batalla fueron importantes; pero las plumas de paciente mo-
vimiento de escribanos y notarios —registrando los planes, previniendo
las oportunidades, clarificando, fingiendo, mangoneando, alegando,
ordenando, denunciando, calculando y recompensando— fueron mas
poderosas que las espadas», en palabras de Burns, que ha estudiado
en profundidad el bullicio de estos juristas y su burocracia.
Pues hay que tener presente que el rey procuraba arreglar los
asuntos por medio del Derecho, segun insta a su notario desde el ca-
pitulo 32 y ratifica el 35 en la practica, como bien demuestra que los
nobles de Aragon le acusen por ello (cap. 395) y como se desprende
de los siete consejos que da al rey de Castilla en las navidades del
1269, que pasan juntos en Tarazona (cap. 498), o de que se lo exijaa
sus mismos hijos (cap. 517). Asi como respeta en todo caso el actuar
con el consenso de los suyos, aun entendiendo que andan errados
(caps. 79-80).
Enue los aspectos importantes hace notar Burns desde la tras-
cendencia de la Iglesia —escuelas, parroquias y hospitales, 6rdenes
militares y mendicantes— a la utilizacion del papel en vez del perga-
mino; asi como observa que pesan mucho las figuras de valia, las cua-
les frecuentemente recupera del desguace de aquellos archivos, que
fueron el nticleo de la Archivistica de la Corona de Aragon. Esta fra-
guaria a su vez en la Cancilleria real, la cual es tan valiosa que, por
sus registros —segun este investigador-, sdlo se puede comparar a la
vaticana. Algunas de aquellas figuras quedan bien consignadas en la
crénica; ponemos como muestras una personalidad como Bernat Gui-24 Jaime 1
llem de Entenza, junior, por la templada prudencia con que aconseja
al rey que intervenga en ayuda del rey de Castilla (cap. 381) o la de
Jimeno Pérez de Arends, amigo del rey que en varias ocasiones hace
de hombre de paz con los sarracenos dada la confianza que tenia con
ellos; su mediacién es palpable ante el penoso éxodo de éstos —que
ampararia tajantemente el rey—, a la vez que vela por la vida del mo-
narca mas alla de la prudencia de los demas caballeros (caps. 369-
370).
Ha costado muchos estudios llegar a la clarificacién actual en
cuanto a cuestiones de autoria o a la problematica derivada de los
manuscritos y su precedencia, problemas que se consideran en lo
esencial resueltos en la actualidad. En la misma confeccién del prélo-
go se habia planteado que pudiera haber intervenido alguna mano
eclesidstica; pero ya advierte Burns que en realidad se trata de un
barniz teolégico; opinion en la que coincide —atendiendo a mi con-
sulta— la profesora de Teologia de la Universidad de Comillas, M*
Angeles Navarro, alegando que su tono popular es mas bien propio
de un laico. Asimismo ha desmentido aquella propuesta Josep M.* Pu-
jol en un reciente estudio desde el punto de vista retorico.
El manuscrito mas antiguo es el latino, de 1313, que el mismo
rey Jaime encomend6 al dominico Pedro Marsilio, quien completa re-
ferencias eclesidsticas o enmienda y matiza al rey en cuestion de citas
latinas; texto que hoy se sabe traduccién de una version primera en
catalan. Por otro lado, de este original primero no conservado hay
dos copias principales, la mas antigua es la de 1343, conocida como
el manuscrito de Poblet por haber sido copiado en este monasterio a
cargo del monje Celestino Destorrens, por encargo del abad Ponce de
Copons; mientras que la copia oficial del Archivo real, fue donada por
Pedro IV al monasterio de Poblet al ser finalizada, en 1380.
Si hacemos un encuadre literario dentro de un contexto amplio,
desde la perspectiva del Occidente medieval, como precedente en
cuanto a memorias habria que empezar remitiéndose a san Agustin,
caso tan distinto sin embargo por tener como objetivo no sus actos
sino su propia interioridad, Cinéndonos mas a su época y desde la
vertiente histérica, hemos citado ya la cronica de san Luis; respecto aIntroduccién 25
ella, en un contraste con nuestras memorias, interesa anotar que un
autor como Jacques Le Goff, tras dedicar mas de quince afios al estu-
dio de la figura del rey de Francia —y aun contando con la crénica
coetanea de Joinville-, se pregunta: «Qui fut saint Louis? Peut-on le
connaitre et, Joinville aidant, entrer dans son intimité?». Mientras que
he aqui que el rey Jaime nos sale al paso él mismo para explicarnoslo.
El rey, como Llull, escribe en su propia lengua —en la que pensa-
ba-, si bien no dejé constancia de si usaba el vulgar para que lo en-
tendiera el pueblo llano —como hacia este filésofo y como hara Alfon-
so el Sabio— o si recurrié al catalan por sentirlo mas cercano que el
latin. Probablemente, ambas cosas. Pero hay que valorar que, en un
momento en que las lenguas hispanicas apenas contaban con tradi-
cidn literaria, recurriera a algo que no se le ocurria a nadie: utilizar
una lengua no culta.
Pues no sdlo no era normal escribir memorias, sino que, salvo
los monjes, y en latin, o algunas excepciones —asi un cronista como
Villehardouin, quien en los origenes de los textos escritos en francés
habia dejado ya cronica de la cuarta cruzada— no se solia escribir. Mas
excepcional es por parte de un rey que —segtin decimos— era verdade-
ramente un dirigente de su pueblo. Y ademas, en cuanto a géneros li-
terarios, las primicias en lengua vulgar le habian correspondido a la
poesia, que se cantaba en provenzal —bajo la moda trovadoresca, culta
y refinada, la cual arrasaba precisamente en aquella época—; 0 sea que
no se escribia entonces en prosa romance —en este caso, en catalan—.
La referencia hecha a los trovadores nos lleva a citar los estudios
de Martin de Riquer, que inciden a menudo sobre esta crénica, pues
estos poetas —generalmente aulicos— se refirieron también a los suce-
sos del reinado de don Jaime. Tenemos un caso brillante en Cerveri
de Girona, quien habia estado muy vinculado a nuestro soberano y
canta sus hechos positiva pero también negativamente. En un poema
mixto —mis6gino y con elogios hacia la mujer—, el Maldit bendit, que
fue redactado con ocasi6n de hacer el anciano rey una magnifica do-
nacién a su amante dofia Berenguela Alfonso, pone en boca del mo-
narca un recuerdo emotivo de su esposa Violante, que habia fallecido
veinte afios atras.26 Jaime I
El ambito de la poesia, de todos modos, era un mundo aparte y
selecto, tanto a efectos lingiiisticos como literarios. La produccion es-
crita en las lenguas vernaculas nacia en los mundos juridico, religioso
e histérico, como bien patentiza el mismo rey y como constatan los
historiadores de la Edad Media; ambitos que se pueden seguir en De
lEdat Mitjana de Miguel Batllori.
Desde la posicién privilegiada de nuestra peninsula en lo geogra-
fico hay que considerar aspectos en referencia a ser enclave fronterizo
que han comenzado a valorar recientemente en otros lugares de Eu-
ropa. Pero afios atras ya recogia Burns de. estudios anteriores en va-
Tios decenios el interés que despertaba el hecho de la frontera como
foco de dinamismo expansivo, en el ojo del huracan de la transfor-
maci6n de las tierras musulmanas en cristianas.
El interés del concepto ha sido recientemente revivido por Fer-
nando Dominguez Reboiras, profesor de Filosofia en la Universidad
alemana de Friburgo, en La Espafia medieval, frontera de la Cristian-
dad, donde recoge las teorias del sueco Sverker Arnoldson, interpre-
tadas después por Pierre Chaunu. Se opone alli la cultura hispanica a
la europea por su riqueza de contactos lingtisticos y culturales: «Cu-
riosamente se va dibujando en la historiografia centroeuropea de los
ultimos decenios otra imagen extrema de Espafia como un ejemplo
jamés repetido de tolerancia y convivencia de las tres religiones del
area mediterranea: judaismo, cristianismo e islam».
Si de este didlogo y apertura sera emblemitico el fildsofo que nos
deja —todavia en vida Jaime I— sus primeras obras literarias y cientifi-
cas, Ramé6n Llull, el rey toca un punto de extremado interés a la luz
del contexto occidental, como testigo de una situaci6n privilegiada de
contacto, de un momento en que verdaderamente Spain was different.
Porque los reinos hispanicos eran fronterizos, marcaban la auténtica
frontera de la Europa medieval, la que delimitaba la cristiandad. Ates-
tiguan, por tanto, situaciones Unicas, sean de friccién o de conviven-
cia, similares al legado artistico del mudéjar, que se ha considerado
patrimonio de la Humanidad, aunque de hecho se trataba de pobla-
ciones bastante impermeables. Y son especialmente llamativas cuan-
do se da el encuentro de las sinceras religiosidades (cap. 278) o bienIntroduccién 27
interfieren ambos cultos (caps. 249, 445), situaciones en que el rey se
enorgullece de subrayar su postura integradora y de respeto juridico
(cap. 359).
Desde la actualidad —para cerrar ya este preambulo—, habria
que insistir en el atractivo del enfoque medieval de la vida por lo
que tiene de lejano; recordemos también que hemos comenzado en-
marcando esta obra dentro del ambito hispanico, destacando la fi-
gura de Alfonso el Sabio, asi como la hemos enlazado con el roma-
nico, donde la contrapusimos a la crénica de san Luis de Francia,
ambas cuajadas de religiosidad medieval, bien patente en el prurito
de extender su verdad a toda la humanidad, lo cual queda tan claro
en el «Dios lo quiere» de las cruzadas que tanto promueve nuestro
Tey en su misma tierra. Pero, por otro lado, hay que advertir que, a
pesar de la distancia secular, en el amplio abanico de la cronica se
nos ofrecen hoy similitudes recurrentes, pues a menudo las coyun-
turas son humanamente reiterativas. Entre éstas, por ejemplo, las
tensiones propensas a generar guerras en todos los tiempos; asi,
vemos que el rey solventa con su propio criterio situaciones suma-
mente conflictivas de respuesta a provocaciones y de apoyo solida-
rio a otros reinos. En la quizds principal —la conquista de Murcia—,
el rey se fundamenta en la tesis religiosa de la confianza y el agrade-
cimiento en los que asienta su cr6nica, razonandola sin embargo en
un perspicaz entrelazado de causas humanas, politicas y economi-
cas (cap. 388).
En cuanto a la repercusi6n cultural de este texto, quizds la mas
inmediata a la que quepa aludir es la que ejerce sobre la misma Co-
rona; si el rey Jaime no inaugura la saga de reyes escritores, pues ya su
abuelo compuso poemas trovadorescos, si que abre la via de relatar
su reinado, por la que seguiran inmediatamente otras grandes créni-
cas, impulso historiografico que —aunque decaiga o entre en crisis—
no desaparece, pues a lo largo de los siglos se mantendra la linea que
marca una tradicién,
Cabe destacar el vinculo que supuso en Cataluna el hecho de
que los mismos reyes fueran escritores como importante referente pa-
ra los autores y el mundo de la cultura en general, segan nos explica28 Jaime!
Riquer en Catalonia. Pero estas crénicas se proyectan con un hecho
mas tangible atin sobre la Literatura, pues el género literario que Ri-
quer ha definido como novela caballeresca —representado principal-
mente por el Curial y Guelfa y el Tirant lo Blanch-, en los origenes de
la narrativa en prosa, no sélo se nutre de episodios histéricos de las
crénicas que presenta aderezados dentro de su ficcion, sino que vive
y reproduce ese gusto por los acontecimientos caballerescos con en-
cendidos comentarios sobre aquellas luchas o con su entusiasmada
descripcién. Gusto, por cierto, que hoy, con el alza de la novela histé-
Tica, podria quizas recuperar de nuevo una primera fila.
Estas novelas, bajo el soplo de los nuevos tiempos que tae el
humanismo, estan ya cuajadas de fuentes literarias, tanto del clasi-
cismo y de los humanistas italianos como de la tradicién; dentro del
gusto o respeto por la corriente tradicional podemos considerar que
acogen la huella de las crénicas. En el Curial, a cuyo autor le agrada
jugar con la onomistica, se habia percibido la sombra de largos pasa-
jes de las crénicas de Desclot y de Muntaner, pero no se habia sospe-
chado todavia que hubiera un influjo de la del rey Jaime; y aunque no
es éste lugar para mantenerlo, quizas si quepa apuntar que aparecen
en esta novela algunos nombres que no se dan en las dos crénicas si-
guientes —como son el de Atrosillo o Martinez de Luna-, o bien —aun-
que ello caiga bajo el tépico de la brevedad— observamos que figura
alli, con enjundia, la expresin tan caracteristica y muy repetida en
nuestra cronica (caps. 6, 8, 270, 352, 358, 376, 398, 440, 492, 563)
de no querer alargar el libro.
Punto interesantisimo que afecta a otro arte, el pictorico, es el
que atafie a las pinturas murales que ofrecen correspondencia con
pasajes de la crénica, segtin ha sugerido el Dr. Riquer. En la que re-
presenta la toma de Mallorca —en el salon del Tinell del Palacio Real
de Barcelona— se identifican las armas de don Ramon de Montcada,
pues figuran en el pendén, que lleva ocho besantes de oro sobre
campo de gules. Las de su hermano, don Guillén, se pueden recono-
cer en un mural del palacio Aguilar de la barcelonesa calle Montcada,
en esta ultima pintura, que representa una escena de esa batalla, apa-
recen ademas —como corresponde a su escudo-~ las vacas bearnesas.Introduccion 29
La fama de la conquista de Mallorca también ha suscitado un en-
torno legendario que, a su vez, ha generado signos herAldicos ficti-
cios. Asi lo seria el que deriva del hambre que don Jaime manifiesta
sentir en el capitulo 67, que habria dado pie a la leyenda que cuenta
que el rey da siete panes para alimentar a su tropa en el combate gra-
cias a los cuales recuperan prodigiosamente sus fuerzas; leyenda que,
con sendos panes, han recogido heraldistas espurios. Igualmente, po-
dria desprenderse del mismo pasaje el topénimo Bendinat, literalmen-
te ‘Biencomido’, con que se designa la sierra montafiosa donde ocu-
triera; al menos, asi lo mantiene la tradicién, que se remonta al siglo
xvi, nada menos que a los anales de Jeronimo Zurita.
El hecho es que las bravas hazafias del rey han desplegado una
fuerza enorme en muchas direcciones.
No corresponderia desarrollar aqui la repercusién de esta croni-
ca hacia los estudios de la misma lengua catalana, a pesar de su gran
relevancia por propiciar una cantera riquisima, bien para la Onomés-
tica, bien por recoger aragonesismos, que parecen acusar la primeri-
sima formacién del monarca, bien porque la misma lengua actual en
gran parte depende de aquel poblamiento. Estas, entre otras facetas
de acusado interés lingitistico que ha estudiado destacadamente An-
tonio M.* Badia Margarit y que coinciden en avalar la autoria por par-
te del rey.
Pero valga decir en cuanto al catalan, aunque sea de un modo
muy abstracto, que Jaime | fue un gran prosista, de mérito especial-
mente destacable cuando no habia experimentado aun la lengua la
configuracion que le diera Llull, sobre todo en flexibilidad sintactica y
fertilidad léxica, que son deuda claramente luliana.
En un plano mucho mas concreto, en un Proyecto de Investiga-
cién sobre la conciencia linguistica —dirigido por Emma Martinell,
profesora de la Universidad de Barcelona—, y cuyo corpus se ha edi-
tado en Alemania, estudiamos estas crnicas. Se nos revelaban aspec-
los muy interesantes, desde los que se derivan de los empleos —escri-
banos, intérpretes... (caps. 436-437)— hasta los que se relacionan con
el espionaje (caps. 339-340).30 Jaime I
Asimismo y en un circulo mas pequeno pero muy estimado, po-
dria rememorar el seminario de la Libreria Blanquerna (Lectures de Li-
teratura Catalana), en Madrid, que es abierto y no exclusivo de fildlo-
gos. Pues en la sesién que di el afio 2001 sobre la cronica (Cinc qua-
dres de la intimitat de Jaume I) se hicieron sabrosas apreciaciones; asi,
acerca de la expresion prim son ‘el primer suefio’, que aparece en la
lengua antigua; y otros comentarios sugerentes, como el del profesor
de Filologia Catalana de la Universidad Complutense, Joan Ribera,
acerca de la conquista de Mallorca por parte del rey como si se tratara
de la de una mujer, sensacién que tiene su réplica en el capitulo 130.
Pero sobre todo tuve la ocasién de comprobar que, a pesar de la leja-
nia temporal y de la dificultad lingiistica, la cronica estaba viva.
De un modo parecido cabe comentar que, entre los ensayos re-
cientes de cardcter histérico, en La Hispania catalana de Joan Reba-
gliato (1999) se titula el capitulo correspondiente: Jaume I, el Consti-
tuidor, por lo que tuvo de empuje organizador y de forjador de los
paises de hablas catalanas; al igual que se le ha denominado también
con otros apelativos, como el de Civilizador, que bien justifica el capi-
tulo 500, en que se explicita esta funcién con unos y otros en los te-
Trenos conquistados.
Queda un ultimo aspecto relativo a la memoria del rey, que en la
actualidad esta pendiente de los avances de la ciencia. Me refiero a la
identificacion de sus restos, tras el saqueo y profanacion de las tum-
bas reales de Poblet (1835), con la cual —si no con un gesto tan ele-
vado como el del rey Ceremonioso que, en 1380, tuviera el acierto de
unir en un mismo lugar, Poblet, los restos de los reyes con los textos
de sus vidas, bajo la sombra de griegos y latinos y con recuerdo de Sa-
lustio— podriamos hoy ofrecer el respeto debido a son cos.
Daremos raz6n seguidamente de las directrices a que nos hemos
atenido. No quiero ocultar que he recorrido lugares como Monz6n 0
Albarracin, o bien he revisado los catalogos de documentos inéditos
en el Archivo Histérico de Teruel. Pero sin pretensiones investigado-
Tas; no soy historiadora y mi papel ha sido sdlo el de traducir sin as-
pirar a otra labor; pues, aunque romanista, estudiosa medievalista y
profesora de Filologia Catalana, no es mi especialidad la historiogra-