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INTRODU Es bastante insdlito tener las memorias de un rey. Y mucho mas aun si se trata de un monarca de hace mas de setecientos afios. Pero el libro que escribio Jaime | el Conquistador, de cuyo caracter auto- biografico no cabe hoy duda, se compone, de hecho, de unas memo- tias. Memoria es la palabra que, al desvelar su intencionalidad, deja el autor en su prélogo de caracter testamentario y es el concepto genéri- co bajo el que se caracteriza esta obra en oposicién a otras cronicas medievales. Ahora bien, a su vez, la obra del rey don Jaime es una crénica, pues la narracion de los acontecimientos de su vida es también narra- cion de hechos histéricos que el autor ha vivido como testigo presen- cial. Y tanto considerandola dentro de la Literatura Catalana, donde es conocida como la primera de las cuatro grandes crénicas —a la que siguen las de Desclot, Muntaner y Pedro IV el Ceremonioso—, como dentro del conjunto de la produccién histérica de las Literaturas His- panicas, es éste concepto imprescindible para su definicion. Cronica y memorias de las que es autor el monarca, pero que no escribié de su puio y letra, sino que las dicté, puesto que un circulo de notables y escribanos seria quien las organizaria y pasaria a limpio. Una perfilada composici6n literaria junto con la naturalidad propia de haber sido dictadas delatan este origen mixto, el cual puede perci- birse con facilidad: los capitulos bien redondeados y trabados conju- gan con el eco de la oralidad, fruto del dictado personal del rey. Si las conwastamos, por ejemplo, con la produccién historiografica de Al- fonso X el Sabio —su yerno—, acusan las primeras mucha mas partici- pacion personal, dado que las cronicas del rey castellano no eran 8 Jaime I memorias. La obra del rey Jaime, sin embargo, participa de ambos géneros: es autobiografia y es historia. Quedaria incompleta esta primerisima aproximacién si no alu- diéramos a cémo es normalmente conocida esta obra en catalan: Lli- bre dels fets ‘Libro de los hechos’, que viene a coincidir con la deno- minacién de la versién latina, Liber gestorum; es decir, el libro de las gestas o los hechos memorables, como compete a las altas responsa- bilidades de un rey. Aunque bien podria haberse llamado Llibre dels Jets i de les gracies, segan rezan varios de los incipits de los manuscri- tos, que sintetizan asi el famoso prologo donde el rey manifiesta que sus hechos —en respuesta a las gracias recibidas— han ido mejorando progresivamente a lo largo de su vida hasta llegar a adecuarse con la fe, segun recomienda su patrén, el apéstol Santiago. No extrafia este sentido religioso, que suele ser general en el me- dioevo. Las obras medievales ofrecen a los ojos del siglo xx1 —vastago de la racionalista Ilustracion llevada a sus ultimas consecuencias— to- da la frescura que reproducen las pinturas romanicas, las cuales dejan ver una facil interrelacion entre los dos mundos. Buena prueba de la mentalidad de la sociedad medieval la tenemos en el tipico «juicio de Dios», del que nos quedan aqui preciosas alocuciones como prenda de su convencimiento; juicio que aplicaban como una infalible regla de tres, por la cual el malo sufria el castigo divino en este mundo (cap. 29). Aspecto que dos siglos mas tarde se trueca rotundamente en estas mismas letras con la muerte espectacular del héroe en el humanista Tirant lo Blanch. Pero nuestro rey resulta que, ademas, pone su libro como ejemplo, lo cual es, una vez mas, bastante insdlito. Alega el rey su propia biogra- fia doblemente, como muestra de la merced divina para con él y como testimonio de la Providencia; esto es, le sirve para aseverar subjetiva y objetivamente lo que, a su entender, es lo unico que importa y no pere- ce: el amor de Dios. No sabemos si era ya éste el movil de su redacci6n a través de los afios, pero si nos consta que, desde el mirador que le proporciona la edad avanzada e intensificada su convicci6n en la pro- teccién divina, al cerrar su libro con el prélogo —que en realidad es un epilogo—, quiere animar a los lectores a la misma confianza. Introduccion 9 Aqui se nos abre un punto de embarazosa distincién entre lo que él pueda reconocer que Dios le ha otorgado y las obras con las que ha ido correspondiendo. Pues si el ser coherente con las obras lo valora él mismo en sus vasallos (cap. 407), en su caso las situaciones son muy complejas y no parece tan claro poder rastrear los matices entre la voluntad divina y su propia accion, es decir, seguir la adecuacion de sus hechos a la fe y mucho menos la gradacién ascendente que nos ha confesado. Se hace sencillo generalmente cuando la voluntad de Dios es la que dirige las acciones, al reconocerse vinculada a los intereses de la cristiandad en un sentido universalista, segtin es propio del espiritu del cruzado (cap. 477), reconocimiento que se extiende a casos como la toma de Burriana, Jativa y Valencia (caps. 181, 321 y 364). Pero a partir de aqui se abre una amplia gama, desde casos en los que se ha- ce patente su acomodacién ante hechos irreversibles (la muerte del rey de Le6n, que le cerrara la puerta a aquel reino, cap. 106), hasta otros mucho mas particulares, en los que a veces sélo deja entrever el designio divino. Se trata de la interpretacion tipica del hombre me- dieval, marcado por la fe, que tanto le facilitaba las cosas y hemos di- cho que se percibe tan bien en el arte pictorico. Pero téngase en cuen- ta que, a pesar de su intima religiosidad, el rey no predica, sino que se limita a contar su vida con talante didactico. Didactismo que apunta- baa la idea de un Dios providente. Esa mentalidad Ilana y sencilla nos ofrece, pues, cuadros de una familiaridad transparente respecto a la divinidad, no ya por parte del soberano sino también de sus caballeros (caps. 51, 116, 207), aventu- reros rebosantes de arrojo pero también de religiosidad, a los que es- timulan las indulgencias, como bien sabe el papa Gregorio IX, amigo suyo, al concederlas a quienes pueblen las tierras que el rey va con- quistando. Asi pues, aunque el rey narre los hechos normalmente, puede costar al lector de hoy discernir donde acaba y donde empieza lo ex- traordinario a juicio del autor, ya que la constante providencialista empapa todo, abarcando desde razonamientos argumentados en mo- mentos de angustia —asi en la oracién frente a una tormenta en medio 10 Jaime! del mar (caps. 56-58)-, a la huella de una mas o menos acusada sen- sacion de intervencion divina, que se capta a veces ante eventos de re- lieve —asi en la reunion inesperada en que se gesta la conquista de Mallorca o a raiz de la embestida definitiva a esta ciudad (caps. 47 y 84)-. Por lo general, el rey deja entender la mano divina —como suele hacer en sus expresiones la gente del pueblo— con fe, pero sin afirma- ciones de miracula. Con todo, el libro no es ejemplar al estilo de los viejos ejempla- tios, que lo son en razon de ser modélicos sus inclitos protagonistas; bien sabe el monarca que no era asi cuando desde el prologo nos ha- bla de sus pecados, mortales y veniales. Sino que su ejemplaridad se deriva del entendimiento individual de una actitud paternalista por parte del Sefior en el que siempre ha confiado, actitud de cuya comu- nicacion se siente responsable. Pocos afios después, Ramén Llull escribira una novela utépica, Blanquerna, donde el protagonista de este nombre va pasando por los diversos estadios, con voluntad apostélica de ordenacién, y dejara un mundo arreglado, dando solucion a los variopintos problemas que en aquel entonces habia planteados. No se nos dibuja asi tampoco el rey conquistador. Blanquerna era un ejemplo simbélico y el del rey es au- téntico; se expone como hombre en la condicién de rey, la que le ha tocado, y que arregla lo que puede, pero dentro de su radio efectivo de acci6n. Sin perder de vista la visi6n personal de los favores divinos recibidos, que precisamente esta explicando. Y lo certifica desde la atalaya de sus ultimos momentos, en que, sintiéndose morir, hace constar que viste el habito del Cister (cap. 565). Rasgos todos ellos que no extrafiara que hayan coadyuvado a que en el siglo xvu incluso se promoviera su canonizaci6n; la cual, contando con un curriculum turbulento en el plano amoroso, tampoco puede sorprender que no progresara. «Don Jaume era un hombre sinceramente religioso de acuerdo a sus luces», o sea ni santo ni tedlogo, segun Robert Ignatius Burns, el jesuita estudioso de su figura. Esta ejemplaridad se proyecta hacia la posteridad al final del pro- logo, donde se dirige a todos los hombres del mundo que quieran leerlo. El caracter ejemplar y el deseo de pervivir en la memoria lo ha- Introduccion 11 laremos también dentro de un siglo aproximadamente en los prime- ros humanistas; y con talante asimismo religioso, pero muy distinto. Observémoslo en esta frase que Boccaccio pone en boca de Petrarca: «iY no intentaremos con todas las fuerzas dejar a la posteridad una imagen neta y evidente del don recibido de Dios? Es propio de una mente negligente preferir diluirse en el ocio que entregarse al glorioso estudio» (De casibus virorum illustrium, libro VIII, cap. 1). La compa- racion hace obvia la diferencia, pues si la pregunta la podria firmar el Conquistador, el comentario que se sigue —con resonancias del clasi- cismo— brota de una aspiracién muy distinta, la de dejar obras litera- rias y no hechos al fin y al cabo bélicos; respectivamente adjetivan como glorioso, uno el estudio y el otro la guerra. La ejemplaridad determina también aspectos varios, formales y en profundidad. Asi, es sabido que es un rasgo adherido a la autenti- cidad; de modo que, si los ejemplos, para serlo, han de ser reales —ocu- tria asi hasta en los sermones-, el autor se esfuerza por reproducir con exactitud las cosas que le han sucedido, hasta el punto de adver- timoslo cuando no le es posible concretarlo mejor o bien no lo ha presenciado (cap. 46). Con ello no pretendemos acercarlas a la actualidad, pues, a pesar de coincidir con la tendencia de veracidad, hay un contraste primor- dial entre las memorias de nuestro tiempo y las suyas: en las moder- nas suele —sélo suele— predominar el ego y el engreimiento, e incluso en ocasiones se llega al morbo. Sin embargo, si al rey Jaime le agrada recalcar sus aciertos —por ejemplo, por su conocimiento del compor- tamiento del enemigo (cap. 435), 0 como también comprobamos con un caso de falsificacién de moneda, en el que toma las riendas del asunto como hiciera el héroe de una investigacién policial de nues- tros dias (caps. 466-471); o bien cuando hace relucir como se anticipa a las coyunturas estratégicas: asi, en el cap. 193, en que reproduce con todo detalle un didlogo que es una verdadera exhibicion de su prevision por haber Ilevado ocultas consigo dos maquinas bélicas pa- ra la toma de Cullera, ocurrencia con la que deja a todos boquiabier- tos; o bien si escuda con su sensatez algunos fallos bélicos, como ocurre al dejar asentado que un costoso artefacto se perdié por la ca- 12 Jaime I bezoneria del ingeniero, que desoyé su opinion (caps. 160-162)—, no hay que olvidar su intencionalidad primera y declarada de providen- cialismo y de difundir las gracias que Dios le ha dado y a las que él ha ido correspondiendo. En su lectura se hace patente que es o pretende ser sincero, por lo que al igual que no vacila en transmitir sus dotes de conviccion y su capacidad de anilisis 0 tiene a gala mostrar su agilidad mental gi- tando frases y vocablos de sus interlocutores, asimismo nos deja cap- tar como fue forjando su autoridad, partiendo de una inicial irrespon- sabilidad a causa de su corta edad (caps. 16, 21), 0 como le cuesta reflexionar bien sobre un asunto dandole vueltas y no dejandole con- ciliar el suefio hasta el punto de hacerle sudar intensamente (cap. 237); asi como no omite tampoco cémo le hacen ceder (cap. 165) e incluso nos informa de sus confesiones, de cuya sinceridad no cabria dudar: la primera vez, antes de una arriesgada batalla (cap. 426); la segunda, a lo largo de su entrevista con el papa —los veinte capitulos de la cual no tienen desperdicio (caps. 523-542)— y las ultimas en el lecho de muerte (cap. 560). Todo ello incide en el mejor y mas puro estilo de las obras auto- biograficas. Por ello, antes que tomar su presuncién como persona- lismo, hay que dar por sentado que ante un retrato —y mas atin en el autorretrato— se intenta mantener el concepto que se tiene de si mis- mo en la pose mas digna, ya que es el que va a perdurar. Es normal, pues, que, si habia sido un aguerrido y fornido caballero, cercano ya a los 70 afios, se jacte de hacer figuras con su caballo ante los franceses (cap. 535), como lo es también que se complazca en resaltar cuando contradice la opinion generalizada (caps. 430, 431); y no vamos a ne- garle que, en alguna ocasi6n, de manera tan licita como inocente —sea ante el lector o fuera ante sus vasallos—, se esmere en cargar hacia su figura el acento favorable, como se advierte con la insistencia en de- mostrar su impetuosidad en los primeros encuentros armados de Ma- lorca, que tienen los suyos que contener (cap. 64), al igual que alar- dee de conocer bien las rutas (cap. 183) o de buena punteria (cap. 462). A mi entender, tras todo ello hay que descifrar la finalidad pre- dominantemente educativa de sus gestos o palabras, que se hace evi- Introduccion 13 dente cuando se retrata como habil y prudente estratega (caps. 424- 425) 0 nos hace ver sus cualidades de buen gestor en las negociacio- nes con los sarracenos (cap. 437). Pero sin olvidar la naturalidad, pues, en ocasiones, se nos permite calibrar la mirada un tanto negativa de su auditorio, como ocurre con la curia vaticana, que se rie abierta- mente ante la infantil espontaneidad de sus argumentos (cap. 527). Si prevaleciera en él la voluntad de hacer una crénica de su rei- nado, uno de los sintomas seria el de registrar las fechas; mientras que la unica ocasién en que se da —la capitulacién de Valencia—, es errénea, quizas a causa de una interpolacién (cap. 289). Ademés, en aquel caso, se hubiera inspirado en otras fuentes, tal como era fre- cuente en la Edad Media, en que las cronicas recogian noticias de obras anteriores antes de pasar a relatar las del tiempo del autor; se contaba con precedentes en la misma Corona de Aragon, donde se habia iniciado la produccién de obras hist6ricas alrededor del monas- terio de Ripoll. Si el rey no acudié a este scriptorium es porque no le servia ese modelo. Y en lo referente a sus origenes se hubiera documentado en fuen- tes fidedignas, en vez de recoger tal cual los recuerdos de su infancia, en los que se adivina como se los han contado; posiblemente ya con un cariz providencial sucesos como el salvarse de la piedra que cayé sobre su cuna, lo cual, por otra parte, quizas fuera un atentado (cap. 5). La relacién de hechos de cuando era todavia un nifio de doce afios, si por un lado adolece de lagunas de memoria, por otro deja in- tuir la mirada divertida con que los viera. Asi nos lo parece en la des- cripcién casi grotesca de la escena en la que don Pedro Gomez, el caudillo de Lizana —la fortaleza que estaban sitiando—, bien pertre- chado y con su flamante arnés, se planta con porte heroico delante de la brecha abierta en la muralla; pero, atrapado por las mismas ruinas, se tiene que quedar alli plantado —sin poderse mover, impasible ante los que delante de él escalaban la muralla—, mientras se va hundiendo irremisiblemente entre los escombros hasta las rodillas (cap. 15). El talante intimo le lleva a veces a un tono cercano al de la confi- dencia, con apuntes quizas subliminales, pues de sus mismas expre- siones se llega a deducir incluso un sentido jocoso. Perspectiva en la 14 Jaime I que, desde la psicologia o la psicolingiiistica, posiblemente quepa aan adenwarse. Pues bien hace manifiesto el conocimiento de las miserias humanas, que afecta no sdlo a estamentos sino a nombres y apellidos de su época, y que no se priva de hacer publicos. Asi lo vemos, tanto con ocasién de rechazar consejos desafortunados (cap. 83) 0 compor- tamientos cobardes (cap. 156), de condenar reacciones innobles (cap. 281) o francamente reprobables (caps. 89-90), como de denunciar ventas fraudulentas (cap. 456); y lo fiscaliza con extrafios o con su propio hijo y sucesor (cap. 509). Asi como podemos calar su despre- cio hacia actitudes viles de los caballeros (cap. 237). Su sentido critico también se nos hace sensible de un modo indi- Tecto, como se desprende del hecho de acordar secretamente con la reina el momento oportuno para la conquista de la ciudad de Valen- cia, secreto que encierra una fuerte reprobacion de la nobleza (cap. 271), si bien no es ésta la primera ni la ultima vez en que la censura. La critica otras veces se torna indulgente, segun lo entendemos ante la peticién reiterada de favores por parte de la orden del Hospital, cuando ya se les habia dado lo indecible, y que es una de las ocasio- nes en que el rey nos deja oir su risa, o quizas ver su sonrisa (cap. 97). Al margen del proclamado aspecto religioso, estamos, pues, des- tacando el didactico humano. Desde éste, apreciamos que muestra di- ferentes y sutiles maneras de amonestar, las cuales van desde una fina ironia, apenas perceptible en detalles de poca relevancia o meramente coyunturales, a ocasiones que son oportunidad para aleccionar con eficiencia y el rey aprovecha; asi nos lo parece cuando invierte la ma- nera que han tenido de informarle de la muerte de su buen amigo, porque a continuacion refiere él la noticia girando los términos y an- teponiendo el disgusto personal y los valores del fallecido al proble- ma sucesorio, el cual tanto preocupaba a los que se la habian comu- nicado con toda prosopopeya (caps. 231 y 232). Se advierte también de un modo continuado en comentarios y modos de conducta que sabe de elevado trazo moral (cap. 335); en esta tesitura, se nos pre- sentan escenas que son todo un dibujo caracterolégico, como la es- tampa tan visual de Peniscola, en que se autodescribe armado de pies Introduccion 15 a cabeza, en el arenal, solo y a caballo, frente a doscientos sarracenos; mientras —dice— vigila que ninguno le pueda alcanzar las riendas (cap. 184). Igualmente, deja constancia de virtudes y heroicidades, como la de Bernat Guillem, asegurando que no se moverd del foso de Burriana ni para comer hasta que consigan la villa (cap. 170). Bajo ese juicio critico percibimos bien cuando se indigna (cap. 458) o cuando recela (cap. 236). Este efecto educativo, por tanto, es inherente al hecho de hacernos participes de su intimidad, pues aun- que no se considere ejemplar en su persona, no desperdicia las oca- siones en que puede ensefiar o dar consejos, que recogemos de los mismos que diera a sus hombres. A menudo, se reducen a perfilar gradaciones (son conocidas las veces en que, a pesar de su religiosi- dad, es circunspecto con las apariciones, como pasa en el capitulo 84), a sacar pequefias moralejas (al final del capitulo 133) o a inducir a sus gentes a espabilarse, siendo precavidos o desconfiados (cap. 216). Ocasiones muy practicas algunas, en las que ensefia al ejército a comportarse, desde el buen uso de las armas —parco en unas situa- ciones y expedito en otras— a la concordia entre los soldados (cap. 415). Por otro lado, este caracter instructivo impregna a la cronica de un efecto comprometido —que no hay que identificar con el actual de obra engagée—, sea porque nos revela con frecuencia los apartes que le han dicho en reservado, sea por el cariz sancionador que le imprime su misma autoridad; se aprecia, por ejemplo, al tantear o cotejar los informes con unos y otros (cap. 133), al amanar y programarse favo- rablemente las reuniones (caps. 198-199) o esconder informacién in- tencionadamente (cap. 321), etc. Circunstancias en las que el lector es consciente de entrar en un coto reservado o de hacérsele participe de una privacidad; al menos, la de su corro mas intimo, al que confia la mas recoveca intencionalidad de sus decisiones, que devienen asi lecciones politicas (cap. 366). Uno de los pasajes mds famosos de la cronica es aquel en que el rey hace respetar el nido que una golondrina ha construido en su tienda por haber anidado bajo su proteccién (cap. 215), que se co- tresponde con la imagen por antonomasia feudal de la proteccién del 16 Jaimel senor. Es decir, la formula feudal de reciprocidad, entre la confianza y la proteccién, pacto ambivalente que define estupendamente ante los nobles aragoneses discolos, que no le acataban como sefor al princi- pio de su reinado (cap. 3). Aquella imagen de la golondrina, ademas, podria tener resonancias religiosas e ilustrar la idea providente, que se adecua como un guante para aquella ocasién. Observemos que se narra —o sucede-— tras salir de un grave problema por el cual el rey ha estado rezando por la noche; al dia siguiente, al aplicar y explicar la solucién, podria estar adaptando para su audiencia la leccién que se le ofrece acerca de la confianza y la proteccién con ocasion del nido de la golondrina. Anécdota que, por cierto, a causa de las fechas de anidacion, se ha conjeturado que haya sido trasladada; o segun supo- nemos, que se hubiera acoplado adrede a aquel pasaje. Es un campo iddneo de observacién el psicolégico, porque cum- pliendo con las exigencias de la modalidad autobiografica (que iden- tifica creador, narrador y personaje principal, dentro del pacto de lec- tura de no-ficcionalidad), su escrito pasa por el tamiz de la memoria seleccionando lo que quiere que se recuerde de él y cémo quiere pre- sentarlo. Recuerdos que, en una personalidad eminentemente vitalis- ta pero ante todo de la realeza, son, preponderantemente aunque no exclusivamente, hechos caballerescos y politicos. Dentro de éstos, se nos remite al caracter bélico; esto es, se trata de un rey guerrero. Guerra que responde a las cualidades de su tiempo, en el que no se habian establecido aun convenciones universales, las cuales nos parecen hoy tan avanzadas; pero que, a su vez, dispone de unos mé- todos de terror —como el ondear la cabeza del enemigo como escar- miento (caps. 64 y 70)— que al lado de los actuales resultan ingenuos. Notas que sin embargo conviven frente a soluciones razonadas y de alta politica (caps. 78 y 334-338) y que se insertan en un mosaico de arduas batallas o de pequefas escaramuzas, en cuya descripcion el rey se recrea (caps. 100-101), pues de hecho eran ocasién de aventu- ras que incitaban a gloriosas gestas (cap. 129). Y guerra que nos sabe traspasar verazmente, con notas senti- mentales y heroicas, entre la improvisacién y el sentido practico, y donde se mezclan sensaciones y pareceres, pero en la que siempre se Introduccion 7 le garantiza al lector la mas fiel exactitud; pondriamos como ejemplo el capitulo 227, en que el rey pasa un mal trago al verse asaltado por sorpresa y en desventaja numérica y cuya vivencia se relata a medio camino entre el cantar de gesta, el reportaje o la novela caballeresca; es decir, entre lo heroico, lo anecdotico y el afan de veracidad, porque rebate otras interpretaciones de la batalla y asienta sus propios argu- mentos. Pues siempre es contundente en dejarnos su versién perso- nal de lo acontecido; al igual que a la par que va relatando, nos deja su voz en off (cap. 26). Cabe anotar aqui que don Jaime se desvivia por la tecnologia bé- lica y vibra a la par que sus avances, asi como también especifica los armamentos cuando conviene hacerlo. En esta linea, nos muestra es- tar pendiente del frio y del hambre que pasan los caballos o bien de su mareo, ya que la ayuda de los equinos era imprescindible (caps. 134y 61). Algunas escenas relativas a los combates son tépicas desde la an- tigdiedad, hasta el punto de que en alguna ocasion ya se lo indican al rey como habitual. Asi ocurre con la costumbre de recorrer de noche el campo, tras la batalla, para calibrar los dafios —escena que estamos acostumbrados a ver en peliculas de guerra, de los romanos a las na- polednicas o del Far West-; sin embargo, al presentarsele esta oca- sion, el joven e inquieto monarca quiere anteponer otro plan: perse- guir al rey sarraceno para cortarle la huida. Cosa que —seguin avala su interlocutor— no ha hecho ningun rey vencedor (cap. 66). Asimismo bajo el sesgo psicoldgico, sucede que, al leerla, se nos aglomeran las mismas sensaciones que él viviera, por ejemplo, segui- damente al hecho que recordébamos, se ve interrumpida su carrera al ser atajado por el obispo de Barcelona con la brusca noticia de la muerte de los buenos y valerosos don Guillén y don Ramon de Montcada. El rey inmediatamente se echa a llorar y ordena retirar sus cuerpos, pero no se detiene y sigue adelante hasta que —ya es el capi- tulo siguiente~ se para de golpe, ahora asombrado ante la vista, desde lo alto, de la ciudad mas bella que viera jamas: Mallorca. Esta plataforma de lectura da raz6n de cosas tan simples como la impaciencia del rey, que le hace eternos los minutos hasta ver ondear 18 Jaime! su bandera en la torre del alcazar (cap. 443). Por otro lado, nos revela una trastienda mental que no acostumbra a reflejarse en libros hist6- Ticos, mostrando entre otras cosas una actitud practica no muy propia de aquel tiempo, como cuando da propinas al intérprete (caps. 411 y 417, pues llevaba ocultos trescientos besantes «y se los metimos por la manga de la almejia»); sea a causa de un declarado pragmatismo, sea de ductilidad politica, como deducimos al declararnos las versio- nes que da de un mismo acontecimiento, segan como le convenga y a quién se dirija. Pero no hay que olvidar que la vida esta ya literaturizada y que el rey, a pesar del movil didactico-religioso que le hace de motor, esta afectado por una clara vocaci6n literaria que le lleva a enfocar la toma de cada cuadro desde determinadas vivencias para concenwar alli la atencién —como ocurre en el capitulo 173, en el que ayuda a un heri- do con todo detalle, extrayéndole la flecha, lavando la herida, po- niendo estopa y haciéndola vendar con un trozo de camisa de un es- cudero— 0 bien le hace pintar leves brochazos en los personajes, con los que muestra sus simpatias y antipatias —como hace con el presu- mido y poco inteligente Gerardo de Cabrera, que, mientras ostenta su azor engalanado en la mano, distraido, pierde su castillo (cap. 44)—, 0 acentuar algunas pinceladas a fin de darles vida a través de deliciosos detalles casi impresionistas como cuando, en la operacién para la rendicion de Balaguer, registra que la condesa de Urgel por ser mujer no podia gritar muy alto (cap. 42) o cuando en el afectuoso encuen- tro con el rey de Navarra se pormenorizan, con respetuoso gracejo, circunstancias acerca de su gordura o su mal genio (caps. 138 y 148)-. . Con todo, mas que de técnicas literarias quizas sea preferible ha- blar de voluntad realista y del recurso a la expresividad, tan especifico del intimismo. Intimismo ya valorado por Américo Castro, seguin quien, mas que los hechos, el rey narra el proceso de vivirlos. Por lo que nos deja seguir ese fino hilo semantico, que a menudo hace com- pacta la tematica: asi el capitulo 69, que a pesar de narrar cosas apa- rentemente dispares es monografico de la buena disposicién de la hueste, pues se precian de colaborar del patron de barco al capellan Introduccion 19 castrense; o bien el 63, donde se destaca la devocién de un caballero al comulgar, precisamente en el mismo dia que morira en batalla; o el capitulo 48, donde se comparan comportamientos opuestos, conse- cuentes ¢ inconsecuentes; 0 los 225-226, en que primero comenta que los caballeros han dejado sus armas a sus amigos para una bata- Ila y después, al verse ellos sorprendidos por el enemigo, recurren cémicamente a protegerse con lo que tienen a mano. También vernos que en el 168 se describe el caracter de dos hermanos, cuyas persona- lidades se escenifican en el siguiente. Y si vamos alternando las diferentes facetas del prisma de su confeccién, hay que ver junto a esta premeditaci6n, la ya aludida es- pontaneidad: el rey Jaime, a pesar de su muy estudiado sentido aleccio- nador, da detalles gratuitos (como el parche en la cara de un mensa- jero o su propia conjuntivitis, caps. 217 y 257) o bien se interrumpe y comete errores; lapsus que —sean de memoria, de expresién o bien a causa de citas latinas mal repetidas—, son la mejor garantia de legiti- midad. Pues un rey facilmente hubiera tenido quien le corrigiera y mejorara, de haberlo querido. No disimula que no es hombre de bibliotecas ni de entornos eruditos, como fueron otros reyes cercanos: pensemos en su abuelo Alfonso el Casto, quien reunié a su alrededor un florido circulo de trovadores, o en la corte tan culta de Alfonso el Sabio. El se dedica a gobernar y es militar, tal como debié aprender de nifio en Monz6n, en su primerisima educacion, confiada a aquellos monjes templarios de espada al cinto, que, segtin definicidn de un contemporaneo, eran «leones en la guerra y corderos en el claustro». La Historia le ha defi- nido muy correctamente con el sobrenombre de «el Conquistador; a quien corresponde una corte no estable sino itinerante, la cual se ha- ce bien evidente en el libro (caps. 180, 396). El relato es un continuo y ajetreado viaje. Viaje en que los caba- lleros tenian que pasar rios con el caballo a nado si se terciaba, o el rey mismo llegandole el agua hasta la cincha de la silla (cap. 349). Uno de los momentos mis Ilamativos de esta nota viajera tiene lugar cuando, para ser convincente con sus caballeros a fin de que no aban- donen una posicién que les ha costado mucho conseguir en el reino 20 Jaime 1 de Valencia, tiene la ocurrencia —heroica desde luego— de hacer ir a esa frontera a su esposa y a su hija —futura reina de Castilla—, enton- ces de dos aftos de edad (cap. 237). Todos estos rasgos, tan personales, lo singularizan frente a obras de congéneres, como podemos constatar poniéndolo frente a san Luis rey de Francia tan proximo en el tiempo-, cuya obra no sdlo es mas propiamente una crénica sino que ésta si que se aproxima al exem- plum. No olvidemos que su cronista, Joinville, escribe el «livre des saintes paroles et des bons faits de notre roi saint Louis», quien fue canonizado en 1297. Su manera tan peculiar de hacer y de escribir tiene un curioso re- flejo en la escritura, ya que con frecuencia reproduce el habla direc- tamente —el mismo discurso—, cosa que hacemos a menudo en la vi- da real al explicar un hecho, interfiriendo asi el propio relato al pasar de un estilo indirecto al directo; por este sistema incluso cita sus mis- mas palabras, que dijera en otra ocasion. Esta singularidad también fragua en la voluntad de recoger lo que ha oido con la mayor fideli- dad actstica, como si lo grabara en cinta magnetofénica, lo que le lle- va a dejar en el texto incrustaciones en distintas lenguas; gracias a ello podemos oir a su nieto o al mismo Alfonso X hablar en castellano (caps. 495 y 480), o bien el catalan que chapurrea un alto maestre francés, que precisamente le da pie para burlarse de él (cap. 199). As- pectos ambos que en una novela actual apreciariamos como técnica literaria, por lo que no traducimos estas huellas, pues consideramos que al lector de hoy —avezado a las novedades narrativas y amante de la reproduccion estricta— no le entorpecen la lectura sino que en todo caso se la salpimentan. El cambio de estilo mencionado, de todos modos, hay que verlo desde dos angulos; pues a la vez que transparenta naturalidad, testifi- ca una querencia de exactitud ~—a la que también nos hemos referido, pues vamos oscilando entre unas pocas coordenadas basicas-—, la cual es propia del afan historiografico. Un poco mas adelante, pero solo a unos cien anos de distancia, veremos que, al pretender Petrarca dar un tono mas verosimil —mas cercano a sus ejemplos historicos— a la traduccion que hace del Griselda de Boccaccio, recurre repetidamente Introduccion 21 a convertir en discurso directo lo que era narracion en aquel cuento decameroniano. La obra en su conjunto, pues, es resultado paciente de un escritor que anota o rememora lo que le ha ido sucediendo —oyendo, viendo, viviendo—a lo largo de mas de seis decenios, ya que empieza a contar- nos recuerdos desde los seis afios y cuatro meses, segun puntualiza en el capitulo 10. La tesis tradicional es que hubo dos etapas de redaccién: la primera en Jativa, en 1244, y una segunda probablemente en Barce- lona, treinta afios después. Recientemente se ha postulado que respon- da mas bien a una serie de secuencias narrativas independientes, en las que el rey fuera contando episodios seguin su audiencia o intereses; teo- tia que tendria que contemporizar con la anterior debido al signo com- prometido de tantos pasajes que son incriminatorios 0 al menos deslu- cidos para personajes de relieve, amén de personalismos y otros aspec- tos que el hacerlos publicos seria algo muy delicado. De todos modos, el final del mismo prdlogo puntualiza que el libro se deja para ser pu- blicado «cuando hayamos pasado esta vida mortal». He aqui que una obra también es resultado de la voluntad de publicarla. Voluntad que arraiga en un hombre imbuido de férreos principios y que se ha ido haciendo a si mismo, préximo a lo que hoy llamamos un self made man, y que —sin ansias absurdas de magnifi- carla— denuncia un fuerte yo, una gran personalidad. Se hace bien manifiesta en el caracteristico plural mayestatico, «Nos», auténtica- mente majestuoso que combina y se refuerza a veces con la primera persona del singular (caps. 209, 364, 382). El efecto de su personali- dad se percibe bien en gestos que pueden parecer triviales, pero en cuya descripcién se han reconocido asonancias, como posible vesti- gio de cantares de gesta; asi ocurre en el capitulo 68, en que prohibe el planto por los caballeros muertos y ordena enérgicamente que no llore nadie. La teoria de que se reflejen en la crénica versos con asonancias provenientes de poemas épicos supone que hayan quedado en ella fosilizados. La Crénica General de Alfonso X utiliza este recurso jun- to a fuentes de solvencia, pero en el caso de Jaime | es distinto, dado que este rey formaba parte de los mismos hechos que narraba, En 22 Jaime | caso de ser afirmativo este reconocimiento, aquellos cantares «de- bieron componerlos los juglares por instigacion del propio monarca a fin de divulgar periodfsticamente sus gestas entre el pueblo», segin dice Riquer en la introduccién a la edicién facsimil de nuestra cré- nica. Algunas de estas situaciones (cap. 84) son propias del aliento épico. Aunque hay que consignar que esta tesis se ha visto muy dis- cutida en razon de que pudiera tratarse de recursos ritmicos pro- pios del género. Desde un panorama amplio, daremos la opinién de dos autori- dades en Historia y en Filologia: segun el profesor Batllori, abre la es- pléndida serie de crénicas medievales en lengua catalana, que ofrece un conjunto unico en Europa; y segun el Dr. Riquer, ostenta el sello de las memorias que retomara Pedro el Ceremonioso, quien, como sabemos por las suyas, leia el libro de su tatarabuelo. Haremos seguidamente una escueta descripcién orientadora de los contenidos, que generalmente se agrupan en cuatro bloques cro- noldgicos, y que, al ser un libro de acci6n, sintetizamos por su temati- ca: tras el prologo (cap. 1), narra los recuerdos relativos a su infancia, su matrimonio con la reina Leonor y la falta de sumision de la noble- Za aragonesa (caps. 2-33). Entre 1228-1240, se incluye la guerra de Urgel, las conquistas de Mallorca y de Valencia, asi como la estancia del rey en Montpellier (caps. 34-327). La etapa de 1242-1265 concen- tra wes grandes temas: las desavenencias con Alfonso el Sabio, las campaiias contra los sarracenos rebeldes en Valencia y la conjura ara- gonesa (caps. 328-409), La ultima parte, entre 1265 y 1276, relata la conquista de Murcia, varias sublevaciones de barones, la amistad y re- laciones familiares con Alfonso el Sabio, asi como la visita al papa en Lyon (caps, 410-566). Y si hemos dicho que es un libro de acci6n, que a veces alcanza un ritmo trepidante —como se desata tras tenerse conocimiento de la victoria de El Puig de Santa Maria (caps. 217-220)-, el relato esta in- tegrado por minucias, entresijos de la hueste, etc. hasta los cuchi- cheos que se hacen sobre su persona, en el cap. 223—, que, muy fre- cuentemente, aunque no lo parezca en una lectura superficial, son piezas indispensables para el desarrollo de la trama. Introduccion 23 Rica complejidad que es destacadamente sociologica. Nos hemos referido a la trastienda mental, pero también hay que valorar el tras- mundo social: «El rey Jaume no era un simple guerrero sobre la silla del caballo, rodeado de armaduras sonoras y de cabezas huecas; fue la figura central y dominante de una organizacién de suave funcio- namiento, servida por diligentes burécratas y abogados. Quizas nues- tro concepto de las cruzadas es un poquito demasiado romantico; las hicieron hombres pertinaces, bien preparados y de clara visién, que sabian exactamente lo que debia hacerse para conseguir sus fines. Las banderas y el acero relumbrante y el espectaculo bravio de los cam- pos de batalla fueron importantes; pero las plumas de paciente mo- vimiento de escribanos y notarios —registrando los planes, previniendo las oportunidades, clarificando, fingiendo, mangoneando, alegando, ordenando, denunciando, calculando y recompensando— fueron mas poderosas que las espadas», en palabras de Burns, que ha estudiado en profundidad el bullicio de estos juristas y su burocracia. Pues hay que tener presente que el rey procuraba arreglar los asuntos por medio del Derecho, segun insta a su notario desde el ca- pitulo 32 y ratifica el 35 en la practica, como bien demuestra que los nobles de Aragon le acusen por ello (cap. 395) y como se desprende de los siete consejos que da al rey de Castilla en las navidades del 1269, que pasan juntos en Tarazona (cap. 498), o de que se lo exijaa sus mismos hijos (cap. 517). Asi como respeta en todo caso el actuar con el consenso de los suyos, aun entendiendo que andan errados (caps. 79-80). Enue los aspectos importantes hace notar Burns desde la tras- cendencia de la Iglesia —escuelas, parroquias y hospitales, 6rdenes militares y mendicantes— a la utilizacion del papel en vez del perga- mino; asi como observa que pesan mucho las figuras de valia, las cua- les frecuentemente recupera del desguace de aquellos archivos, que fueron el nticleo de la Archivistica de la Corona de Aragon. Esta fra- guaria a su vez en la Cancilleria real, la cual es tan valiosa que, por sus registros —segun este investigador-, sdlo se puede comparar a la vaticana. Algunas de aquellas figuras quedan bien consignadas en la crénica; ponemos como muestras una personalidad como Bernat Gui- 24 Jaime 1 llem de Entenza, junior, por la templada prudencia con que aconseja al rey que intervenga en ayuda del rey de Castilla (cap. 381) o la de Jimeno Pérez de Arends, amigo del rey que en varias ocasiones hace de hombre de paz con los sarracenos dada la confianza que tenia con ellos; su mediacién es palpable ante el penoso éxodo de éstos —que ampararia tajantemente el rey—, a la vez que vela por la vida del mo- narca mas alla de la prudencia de los demas caballeros (caps. 369- 370). Ha costado muchos estudios llegar a la clarificacién actual en cuanto a cuestiones de autoria o a la problematica derivada de los manuscritos y su precedencia, problemas que se consideran en lo esencial resueltos en la actualidad. En la misma confeccién del prélo- go se habia planteado que pudiera haber intervenido alguna mano eclesidstica; pero ya advierte Burns que en realidad se trata de un barniz teolégico; opinion en la que coincide —atendiendo a mi con- sulta— la profesora de Teologia de la Universidad de Comillas, M* Angeles Navarro, alegando que su tono popular es mas bien propio de un laico. Asimismo ha desmentido aquella propuesta Josep M.* Pu- jol en un reciente estudio desde el punto de vista retorico. El manuscrito mas antiguo es el latino, de 1313, que el mismo rey Jaime encomend6 al dominico Pedro Marsilio, quien completa re- ferencias eclesidsticas o enmienda y matiza al rey en cuestion de citas latinas; texto que hoy se sabe traduccién de una version primera en catalan. Por otro lado, de este original primero no conservado hay dos copias principales, la mas antigua es la de 1343, conocida como el manuscrito de Poblet por haber sido copiado en este monasterio a cargo del monje Celestino Destorrens, por encargo del abad Ponce de Copons; mientras que la copia oficial del Archivo real, fue donada por Pedro IV al monasterio de Poblet al ser finalizada, en 1380. Si hacemos un encuadre literario dentro de un contexto amplio, desde la perspectiva del Occidente medieval, como precedente en cuanto a memorias habria que empezar remitiéndose a san Agustin, caso tan distinto sin embargo por tener como objetivo no sus actos sino su propia interioridad, Cinéndonos mas a su época y desde la vertiente histérica, hemos citado ya la cronica de san Luis; respecto a Introduccién 25 ella, en un contraste con nuestras memorias, interesa anotar que un autor como Jacques Le Goff, tras dedicar mas de quince afios al estu- dio de la figura del rey de Francia —y aun contando con la crénica coetanea de Joinville-, se pregunta: «Qui fut saint Louis? Peut-on le connaitre et, Joinville aidant, entrer dans son intimité?». Mientras que he aqui que el rey Jaime nos sale al paso él mismo para explicarnoslo. El rey, como Llull, escribe en su propia lengua —en la que pensa- ba-, si bien no dejé constancia de si usaba el vulgar para que lo en- tendiera el pueblo llano —como hacia este filésofo y como hara Alfon- so el Sabio— o si recurrié al catalan por sentirlo mas cercano que el latin. Probablemente, ambas cosas. Pero hay que valorar que, en un momento en que las lenguas hispanicas apenas contaban con tradi- cidn literaria, recurriera a algo que no se le ocurria a nadie: utilizar una lengua no culta. Pues no sdlo no era normal escribir memorias, sino que, salvo los monjes, y en latin, o algunas excepciones —asi un cronista como Villehardouin, quien en los origenes de los textos escritos en francés habia dejado ya cronica de la cuarta cruzada— no se solia escribir. Mas excepcional es por parte de un rey que —segtin decimos— era verdade- ramente un dirigente de su pueblo. Y ademas, en cuanto a géneros li- terarios, las primicias en lengua vulgar le habian correspondido a la poesia, que se cantaba en provenzal —bajo la moda trovadoresca, culta y refinada, la cual arrasaba precisamente en aquella época—; 0 sea que no se escribia entonces en prosa romance —en este caso, en catalan—. La referencia hecha a los trovadores nos lleva a citar los estudios de Martin de Riquer, que inciden a menudo sobre esta crénica, pues estos poetas —generalmente aulicos— se refirieron también a los suce- sos del reinado de don Jaime. Tenemos un caso brillante en Cerveri de Girona, quien habia estado muy vinculado a nuestro soberano y canta sus hechos positiva pero también negativamente. En un poema mixto —mis6gino y con elogios hacia la mujer—, el Maldit bendit, que fue redactado con ocasi6n de hacer el anciano rey una magnifica do- nacién a su amante dofia Berenguela Alfonso, pone en boca del mo- narca un recuerdo emotivo de su esposa Violante, que habia fallecido veinte afios atras. 26 Jaime I El ambito de la poesia, de todos modos, era un mundo aparte y selecto, tanto a efectos lingiiisticos como literarios. La produccion es- crita en las lenguas vernaculas nacia en los mundos juridico, religioso e histérico, como bien patentiza el mismo rey y como constatan los historiadores de la Edad Media; ambitos que se pueden seguir en De lEdat Mitjana de Miguel Batllori. Desde la posicién privilegiada de nuestra peninsula en lo geogra- fico hay que considerar aspectos en referencia a ser enclave fronterizo que han comenzado a valorar recientemente en otros lugares de Eu- ropa. Pero afios atras ya recogia Burns de. estudios anteriores en va- Tios decenios el interés que despertaba el hecho de la frontera como foco de dinamismo expansivo, en el ojo del huracan de la transfor- maci6n de las tierras musulmanas en cristianas. El interés del concepto ha sido recientemente revivido por Fer- nando Dominguez Reboiras, profesor de Filosofia en la Universidad alemana de Friburgo, en La Espafia medieval, frontera de la Cristian- dad, donde recoge las teorias del sueco Sverker Arnoldson, interpre- tadas después por Pierre Chaunu. Se opone alli la cultura hispanica a la europea por su riqueza de contactos lingtisticos y culturales: «Cu- riosamente se va dibujando en la historiografia centroeuropea de los ultimos decenios otra imagen extrema de Espafia como un ejemplo jamés repetido de tolerancia y convivencia de las tres religiones del area mediterranea: judaismo, cristianismo e islam». Si de este didlogo y apertura sera emblemitico el fildsofo que nos deja —todavia en vida Jaime I— sus primeras obras literarias y cientifi- cas, Ramé6n Llull, el rey toca un punto de extremado interés a la luz del contexto occidental, como testigo de una situaci6n privilegiada de contacto, de un momento en que verdaderamente Spain was different. Porque los reinos hispanicos eran fronterizos, marcaban la auténtica frontera de la Europa medieval, la que delimitaba la cristiandad. Ates- tiguan, por tanto, situaciones Unicas, sean de friccién o de conviven- cia, similares al legado artistico del mudéjar, que se ha considerado patrimonio de la Humanidad, aunque de hecho se trataba de pobla- ciones bastante impermeables. Y son especialmente llamativas cuan- do se da el encuentro de las sinceras religiosidades (cap. 278) o bien Introduccién 27 interfieren ambos cultos (caps. 249, 445), situaciones en que el rey se enorgullece de subrayar su postura integradora y de respeto juridico (cap. 359). Desde la actualidad —para cerrar ya este preambulo—, habria que insistir en el atractivo del enfoque medieval de la vida por lo que tiene de lejano; recordemos también que hemos comenzado en- marcando esta obra dentro del ambito hispanico, destacando la fi- gura de Alfonso el Sabio, asi como la hemos enlazado con el roma- nico, donde la contrapusimos a la crénica de san Luis de Francia, ambas cuajadas de religiosidad medieval, bien patente en el prurito de extender su verdad a toda la humanidad, lo cual queda tan claro en el «Dios lo quiere» de las cruzadas que tanto promueve nuestro Tey en su misma tierra. Pero, por otro lado, hay que advertir que, a pesar de la distancia secular, en el amplio abanico de la cronica se nos ofrecen hoy similitudes recurrentes, pues a menudo las coyun- turas son humanamente reiterativas. Entre éstas, por ejemplo, las tensiones propensas a generar guerras en todos los tiempos; asi, vemos que el rey solventa con su propio criterio situaciones suma- mente conflictivas de respuesta a provocaciones y de apoyo solida- rio a otros reinos. En la quizds principal —la conquista de Murcia—, el rey se fundamenta en la tesis religiosa de la confianza y el agrade- cimiento en los que asienta su cr6nica, razonandola sin embargo en un perspicaz entrelazado de causas humanas, politicas y economi- cas (cap. 388). En cuanto a la repercusi6n cultural de este texto, quizds la mas inmediata a la que quepa aludir es la que ejerce sobre la misma Co- rona; si el rey Jaime no inaugura la saga de reyes escritores, pues ya su abuelo compuso poemas trovadorescos, si que abre la via de relatar su reinado, por la que seguiran inmediatamente otras grandes créni- cas, impulso historiografico que —aunque decaiga o entre en crisis— no desaparece, pues a lo largo de los siglos se mantendra la linea que marca una tradicién, Cabe destacar el vinculo que supuso en Cataluna el hecho de que los mismos reyes fueran escritores como importante referente pa- ra los autores y el mundo de la cultura en general, segan nos explica 28 Jaime! Riquer en Catalonia. Pero estas crénicas se proyectan con un hecho mas tangible atin sobre la Literatura, pues el género literario que Ri- quer ha definido como novela caballeresca —representado principal- mente por el Curial y Guelfa y el Tirant lo Blanch-, en los origenes de la narrativa en prosa, no sélo se nutre de episodios histéricos de las crénicas que presenta aderezados dentro de su ficcion, sino que vive y reproduce ese gusto por los acontecimientos caballerescos con en- cendidos comentarios sobre aquellas luchas o con su entusiasmada descripcién. Gusto, por cierto, que hoy, con el alza de la novela histé- Tica, podria quizas recuperar de nuevo una primera fila. Estas novelas, bajo el soplo de los nuevos tiempos que tae el humanismo, estan ya cuajadas de fuentes literarias, tanto del clasi- cismo y de los humanistas italianos como de la tradicién; dentro del gusto o respeto por la corriente tradicional podemos considerar que acogen la huella de las crénicas. En el Curial, a cuyo autor le agrada jugar con la onomistica, se habia percibido la sombra de largos pasa- jes de las crénicas de Desclot y de Muntaner, pero no se habia sospe- chado todavia que hubiera un influjo de la del rey Jaime; y aunque no es éste lugar para mantenerlo, quizas si quepa apuntar que aparecen en esta novela algunos nombres que no se dan en las dos crénicas si- guientes —como son el de Atrosillo o Martinez de Luna-, o bien —aun- que ello caiga bajo el tépico de la brevedad— observamos que figura alli, con enjundia, la expresin tan caracteristica y muy repetida en nuestra cronica (caps. 6, 8, 270, 352, 358, 376, 398, 440, 492, 563) de no querer alargar el libro. Punto interesantisimo que afecta a otro arte, el pictorico, es el que atafie a las pinturas murales que ofrecen correspondencia con pasajes de la crénica, segtin ha sugerido el Dr. Riquer. En la que re- presenta la toma de Mallorca —en el salon del Tinell del Palacio Real de Barcelona— se identifican las armas de don Ramon de Montcada, pues figuran en el pendén, que lleva ocho besantes de oro sobre campo de gules. Las de su hermano, don Guillén, se pueden recono- cer en un mural del palacio Aguilar de la barcelonesa calle Montcada, en esta ultima pintura, que representa una escena de esa batalla, apa- recen ademas —como corresponde a su escudo-~ las vacas bearnesas. Introduccion 29 La fama de la conquista de Mallorca también ha suscitado un en- torno legendario que, a su vez, ha generado signos herAldicos ficti- cios. Asi lo seria el que deriva del hambre que don Jaime manifiesta sentir en el capitulo 67, que habria dado pie a la leyenda que cuenta que el rey da siete panes para alimentar a su tropa en el combate gra- cias a los cuales recuperan prodigiosamente sus fuerzas; leyenda que, con sendos panes, han recogido heraldistas espurios. Igualmente, po- dria desprenderse del mismo pasaje el topénimo Bendinat, literalmen- te ‘Biencomido’, con que se designa la sierra montafiosa donde ocu- triera; al menos, asi lo mantiene la tradicién, que se remonta al siglo xvi, nada menos que a los anales de Jeronimo Zurita. El hecho es que las bravas hazafias del rey han desplegado una fuerza enorme en muchas direcciones. No corresponderia desarrollar aqui la repercusién de esta croni- ca hacia los estudios de la misma lengua catalana, a pesar de su gran relevancia por propiciar una cantera riquisima, bien para la Onomés- tica, bien por recoger aragonesismos, que parecen acusar la primeri- sima formacién del monarca, bien porque la misma lengua actual en gran parte depende de aquel poblamiento. Estas, entre otras facetas de acusado interés lingitistico que ha estudiado destacadamente An- tonio M.* Badia Margarit y que coinciden en avalar la autoria por par- te del rey. Pero valga decir en cuanto al catalan, aunque sea de un modo muy abstracto, que Jaime | fue un gran prosista, de mérito especial- mente destacable cuando no habia experimentado aun la lengua la configuracion que le diera Llull, sobre todo en flexibilidad sintactica y fertilidad léxica, que son deuda claramente luliana. En un plano mucho mas concreto, en un Proyecto de Investiga- cién sobre la conciencia linguistica —dirigido por Emma Martinell, profesora de la Universidad de Barcelona—, y cuyo corpus se ha edi- tado en Alemania, estudiamos estas crnicas. Se nos revelaban aspec- los muy interesantes, desde los que se derivan de los empleos —escri- banos, intérpretes... (caps. 436-437)— hasta los que se relacionan con el espionaje (caps. 339-340). 30 Jaime I Asimismo y en un circulo mas pequeno pero muy estimado, po- dria rememorar el seminario de la Libreria Blanquerna (Lectures de Li- teratura Catalana), en Madrid, que es abierto y no exclusivo de fildlo- gos. Pues en la sesién que di el afio 2001 sobre la cronica (Cinc qua- dres de la intimitat de Jaume I) se hicieron sabrosas apreciaciones; asi, acerca de la expresion prim son ‘el primer suefio’, que aparece en la lengua antigua; y otros comentarios sugerentes, como el del profesor de Filologia Catalana de la Universidad Complutense, Joan Ribera, acerca de la conquista de Mallorca por parte del rey como si se tratara de la de una mujer, sensacién que tiene su réplica en el capitulo 130. Pero sobre todo tuve la ocasién de comprobar que, a pesar de la leja- nia temporal y de la dificultad lingiistica, la cronica estaba viva. De un modo parecido cabe comentar que, entre los ensayos re- cientes de cardcter histérico, en La Hispania catalana de Joan Reba- gliato (1999) se titula el capitulo correspondiente: Jaume I, el Consti- tuidor, por lo que tuvo de empuje organizador y de forjador de los paises de hablas catalanas; al igual que se le ha denominado también con otros apelativos, como el de Civilizador, que bien justifica el capi- tulo 500, en que se explicita esta funcién con unos y otros en los te- Trenos conquistados. Queda un ultimo aspecto relativo a la memoria del rey, que en la actualidad esta pendiente de los avances de la ciencia. Me refiero a la identificacion de sus restos, tras el saqueo y profanacion de las tum- bas reales de Poblet (1835), con la cual —si no con un gesto tan ele- vado como el del rey Ceremonioso que, en 1380, tuviera el acierto de unir en un mismo lugar, Poblet, los restos de los reyes con los textos de sus vidas, bajo la sombra de griegos y latinos y con recuerdo de Sa- lustio— podriamos hoy ofrecer el respeto debido a son cos. Daremos raz6n seguidamente de las directrices a que nos hemos atenido. No quiero ocultar que he recorrido lugares como Monz6n 0 Albarracin, o bien he revisado los catalogos de documentos inéditos en el Archivo Histérico de Teruel. Pero sin pretensiones investigado- Tas; no soy historiadora y mi papel ha sido sdlo el de traducir sin as- pirar a otra labor; pues, aunque romanista, estudiosa medievalista y profesora de Filologia Catalana, no es mi especialidad la historiogra-

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