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MEMORIAS He tratado realmente, querida sefiora!, de ano- tar, en la forma mas veraz y fiel posible, los hechos memorables de mi época, en la medida en que afec- tan a mi persona, bien como espectador 0 coma victima. Estas notas, a las que doy vanidosamente el titu- lo de Memorias, tuvieron que ser destruidas por mi casi en su mitad, en parte por simples consideracio- nes para con mi familia, en parte también por es- crupulos de caracter religioso. Me he esforzado desde entonces por llenar a du- ras penas las lagunas que surgieron, pero me temo que las obligaciones pdéstumas o el hastio que ema- na de los escrupulos me obligaran a someter a és- tas, mis memorias, a un nuevo auto de fe antes de mi muerte, y lo que para entonces no sea pasto de las llamas no saldra, quizas, a relucir nunca ante la opinion publica. Mucho me cuidaré de nombrar a los amigos a los que he encargado el cuidado de mi manuscrito y la ejecucion de mi ultima voluntad con respecto al mismo; no deseo que después de mi muerte queden a merced de las presiones por parte de un publico que se aburre, ni quiero que con ello tengan que 343 serle infiel al mandado que les corresponde como albaceas, Nunca he podido disculpar una infidelidad de ese tipo; es acto inmoral e ilfcito la publicaci6én de tan sdlo una linea de un escritor, que éste no haya de- dicado a un gran publico, Esto reza muy especial. mente para las cartas dirigidas a personas privadas, Quien las haga imprimir o las edite se hace culpa- ble de fclonia y es merecedor de desprecio. Tras estas confesiones comprendera facilmente, querida sefiora, que no puedo permitirle la lectura de mis memorias y ep{stolas, tal como usted desea- rfa. Sin embargo, como cortesano que he sido siem- pre de su amabilidad, no puedo negarle rotundamen- te ningun deseo, y para darle muestra de mi buena voluntad, voy a satisfacer de otro modo su excelsa curiosidad, que tiene su origen en una preocupacién carifiosa por mi destino. Con esta intencién he escrito las pdginas siguien- tes; encontrar4 en gran abundancia aquellos apun- tes autobiograficos que puedan serle de interés. Es. cribo aqui fielmente todo cuanto es importante y caracteristico; las interrelaciones entre los sucesos externos y los procesos internos del alma le serdn revelados por la signatura de mi ser y de mi esencia. Descubre su velo el alma y podrds contemplarla en toda la belleza de su desnudez. No hay manchas en ella, sélo heridas. jAy!, y sdlo heridas que ha produ- cido la mano del amigo, jno la del enemigo! La noche es muda, Afuera sdélo se oye el chocar de Ja Iluvia contra los techos y el silbido melancdlico del viento otofial. Mi pobre alcoba de enfermo adquiere en estos momentos una extrafia sensualidad, y me encuentro sin dolores sentado en mi gran sillén. Entonces, sin que se mueva el picaporte, entra una imagen celestial, y tt te,colocas sobre los coji- nes a mis pies. Reclina tu hermosa cabeza sobre mis rodillas y escucha sin alzar la vista. Voy a contarte el cuento de mi vida, 344 Si a veces caen gotas espesas sobre tus rizos, no te preocupes, permanece tranquila; no es la Iluvia que se filtra por el techo. No llores, apriétame tan sdlo, en silencio, la mano. jQué sentimiento tan clevado ha de apoderarse de un principe de la iglesia cuando mira desde arri- ba hacia la turbulenta plaza del mercado, donde mi- les de personas, con las cabezas descubiertas, se arrodillan fervorosamente ante él, esperando su ben- dicién! En el relato que hace de su viaje por Italia el consejero aulico Moritz? lef en cierta ocasién una descripcién de esa escena, en la que sucedia un he- cho que me viene igualmente ahora a la memoria. Cuenta Moritz que entre los campesinos que vio alli arrodillados le llam6é especialmente la atencion uno de esos vendedores ambulantes de la alta monta- fia que trafican en rosarios tallados en un tipo de madera parda; suelen ser los rosarios mas hermosos y se venden tanto mas caros por toda la Romafia cuanto sus traficantes saben hacerse hasta de la bendicién papal en los mencionados dias de fiesta. Con el mayor fervor se encontraba el hombre arrodillado, pero mantenja bien en alto el gran som brero de fieltro en el que se encontraba su mercan- cia, los rosarios; y mientras el papa impartia la bendicion con las manos extendidas, el hombre mo- via el sombrero y removia el contenido, tal como suelen hacer los vendedores de castafias al tostarlas. Y es asi que parecia preocuparse a conciencia de que los rosarios que se encontraban en el fondo del sombrero recibiesen también algo de la bendicion papal y fuesen conSagrados por todos los lados. No pude menos de introducir ese acto emocio- nante de ingenuidad piadosa, y recobro de nuevo el hilo de mis confesiones, relacionadas con el proce- so espiritual por el que tuve que pasar después. Los primeros comienzos nos dan la explicacién de los fenémenos posteriores. Es realmente impor- 345 tante el que ya a la edad de trece afios me fueran ensefiados todos los sistemas de los librepensado- res; y a saber, por un religioso honorable’ que no descuidaba en modo alguno las obligaciones que le imponia el oficio sacerdotal, de tal suerte que pude ver a temprana edad cémo iban juntas, sin hipocre- sia, la religion y la duda; lo que hizo despertar en mi no solo la falta de fe, sino también la mas tolerante de las indiferencias. El lugar y el tiempo son también aspectos impor- tantes; naci a finales de ese escéptico siglo xvIII y en una ciudad en la que, durante el tiempo de mi nifiez, no s6lo dominaban los franceses, sino también el espiritu francés. He de confesar que los franceses que conoci me familiarizaron con libros muy pecaminosos, los que despertaron en mi un prejuicio en contra de toda la literatura francesa. Aun después no me ha gustado como se merece; mi posicién mas injusta ha sido contra la poesia francesa, que me pareci6 horrible desde mi juventud. De esto ha tenido que ser culpable en primer lu- gar el maldito abate D’Aulnoy, quien ensefiaba la lengua francesa en el liceo de Diisseldorf y quien pretendia obligarme a escribir versos en francés. Poco falt6 para que me hiciese odiar no solo la poesia francesa, sino la poesia en general. El abate D’Aulnoy, sacerdote emigrado, era un hombrecillo ya de gran edad, con unos movimien- tos tan rapidos de los musculos del rostro como nun- ca he vuelto a ver en mi vida, y con una peluca parda que, tan pronto como éste se irritaba, adop- taba una posicién de lo mas torcida. Habia escrito diversas gramaticas francesas, asi como algunas crestomatias, de las que sacaba extrac- tos de clasicos alemanes y franceses para los ejerci- cios de traduccién de sus diferentes clases; para la clase superior publicé también una Art oratoire y una Art poétique; dos libritos, de los que el primero conten{fa las recetas oratorias de Quintiliano, aplica- das en ejemplos de los predicadores Fléchiers, Mas- 346 sillions, Bourdaloues y Bousset, los que no me abu- trian del todo. Pero jqué distinto el otro libro!, el que contenia la definicién de la poesia como l'art de peindre par les images, toda la escoria insulsa de la vieja escuela de Batteux, también la prosodia francesa y, por si fuera poco, toda la métrica de los franceses; jqué pe- sadilla tan aterradora! Aun hoy en dia no conozco nada de tan mal gusto como el sistema métrico de la poesia francesa, ese art de peindre par les images, como los mismos franceses la definen; este concepto erréneo es el que les lleva quiz4s a caer siempre en la pardfrasis pintoresca. Su métrica ha sido inventada seguramente por Procrustes ‘; es una auténtica camisa de fuerza para aquellos pensamientos que, en su natural mansedum- bre, no necesitan ciertamente de tal procedimiento. El que la belleza de un poema radique en la supe- racion de las dificultades métricas es un principio ridiculo que emana de esas mismas fuentes extrava- gantes. E] hexametro francés, ese hipo rimado, me resulta realmente insoportable. Los mismos france- ses siempre han sentido esa aberracién antinatural, pues sus buenos actores siempre se han preocupado por pronunciar esos versos como si fueran prosa; pero entonces, ¢para qué ese esfuerzo inutil en ver- sificar? As{ pienso ahora y asf lo sentia ya de nijfio, asi que resulta facil comprender que entre la vieja pe luca parda y yo habrian de desatarse abiertamente las hostilidades cuando le expliqué que me era com- pletamente imposible escribir versos en francés, Me dijo que yo carecia de toda vocacién para la poe- sia y me calificé de barbaro del bosque de Teuto- burgo’. Todavia recuerdo con horror la vez en que se me oblig6 a traducir en alejandrinos franceses el dis- curso de Caifas ante el sanedrin judio segun los he- x4metros de La Mesiada de Klopstock, también de la crestomatia del profesor. Fue un refinamiento de 347 crueldad, superior a todos los tormentos en la pa- sién del Mesias, los que éste seguramente no hubie- se tolerado tranquilamente. ;Que Dios me perdone!, pero maldije al mundo y a los opresores extranjeros, que querian imponernos su métrica, y muy poco fal- t6 para que me convirtiese en un canibal de fran- ceses. Hubiese podido dar mi vida por Francia, pero escribir versos en francés, eso jnunca en mi vida! La disputa fue resuelta entre el rector y mi ma- dre. Esta no estaba en modo alguno de acuerdo con que aprendiese a hacer versos, aun cuando fuesen sélo franceses. Su mayor miedo era que quisiera con- vertirme en poeta; esto seria lo peor, decia siempre, que podia pasarme. Los conceptos que se unian entonces al epiteto de poeta no eran, en verdad, muy honorables; un poeta era un desarrapado, un pobre diablo que hacia una poesia ocasionalmente por un par de taleros y que acababa muriendo en el hospital. Mi madre abrigaba para mi grandes y amplios proyectos, y todos sus planes educativos se encau- zaban en esta direccién. Ella desempefid el papel principal en la historia de mi evoluci6én, ella elabo- ré los programas de todos mis estudios, y ya antes de mi nacimiento comenzaron sus planes educati- vos. Yo segui obedientemente sus deseos expresos, pero he de confesar que ella tuvo la culpa en la infructuosidad de la mayoria de mis intentos y es- fuerzos por obtener colocaciones burguesas, puesto que éstas fueron siempre incompatibles con mi na- turaleza. Esto ultimo, mucho mas que los aconteci- mientos mundiales, determiné mi futuro. En nosotros mismos se encuentran las estrellas de nuestra felicidad. Lo primero que deslumbré a mi madre fue la pompa del Imperio; luego, la hija de un industrial del hierro de nuestra comarca, quien se hizo muy amiga de mi madre, y luego se hizo duquesa y le comunic6é que su marido habia ganado ya muchas batallas y que pronto podria ser rey; jay!, entonces sofié mi madre para mi con las mas doradas charre- 348 teras y los mas ilustres cargos de honor en la corte del emperador, a cuyo servicio querfa dedicarme completamente. De ahi que tuviese que abrazar con preferencia aquellos estudios que son necesarios para una Ca- trera de ese tipo, y aun cuando en el liceo se ponia un cuidado extremado en el aprendizaje de las cien- cias matematicas y yo me veia atiborrado de geo- metria, estatica, hidrostatica, hidraulica y unas cuan- tas cosas mds, y aun cuando nadaba en logaritmos y algebra, todo gracias a mi simpatiquisimo profe- sor Brewer, tuve que tomar, sin embargo, clases privadas en las mismas disciplinas, las que habrian de capacitarme para llegar a ser un gran estratega 0, en caso necesario, el administrador de provincias conquistadas. Con la caida del Imperio tuvo que renunciar también mi madre a la gloriosa carrera que habia sohado para mi; se terminaron, pues, los estudios orientados hacia ella y, jcosa extrafia!, tampoco de- jaron huella alguna en mi espiritu, pues eran algo completamente ajeno a mi. Sdlo habia sido una conquista mecdanica, que arrojé lejos de mi como un despojo innecesario. Mi madre comenzé a sofiar para mi un futuro brillante, esta vez en otra direccién. La casa Rothschild, con cuyo jefe tenia mi padre relaciones de amistad, habia comenzado ya en aque- lla €poca su fabuloso esplendor; también otros prin- cipes de la banca y de la industria se habjan le- vantado en nuestras cercanias, y mi madre afirmaba que habja llegado la hora en la que un hombre im- portante en cuestiones mercantiles podia lograr lo m4s inaudito y alcanzar la cima més alta del poder terreno. Decidié por tanto que habria de convertir me en una potencia del dinero, y ahora tendria que aprender idiomas, especialmente el inglés, geografia, contabilidad; en resumen, todas las ciencias rela- cionadas con el comercio terrestre y maritimo y con la industria. Para que aprendiese algo de las operaciones de cambio y de los productos ultramarinos, tendria que 349 trabajar mds adelante en las oficinas de un banque- ro amigo de mi padre y en los almacenes de un co- merciante en especias; los primeros trabajos dura- ron un maximo de tres semanas; los ultimos, cuatro, pero aprendi a librar una letra y me enteré del as. pecto de la nuez moscada. Un comerciante famoso, con el que habria de llegar a ser un apprenti millionaire, opinéd que no tenia el mas minimo talento para los negocios, y yo le reconoci riéndome que tenia razén. Y como quiera que muy poco después se desa- tase una gran crisis comercial y muchos de nuestros amigos perdieran sus bienes, entre ellos mi padre, la pompa de jabén mercantilista se reventé mas rapida y lastimosamente que la imperial, y mi ma- dre tuvo que dedicarse entonces a sofarse otra ca- rrera para mi. Ahora opiné que habria de estudiar, imprescindi- blemente, jurisprudencia. Se habia dado cuenta, a saber, que desde hacia mucho tiempo en Inglaterra, aun cuando también en Francia y en la Alemania constitucional, la clase de los juristas habia Ilegado a ser omnipotente, y que especialmente los abogados, gracias a la costumbre del discurso publico, desempenaban los papeles prin. cipales en la charlataneria, alcanzando con ello los mas altos puestos estatales. Mi madre habia obser- vado muy bien. Como se acababa de fundar la nueva universidad de Bonn, en cuya facultad de derecho estaban los catedraticos mas famosos, mi madre me envioé inme- diatamente a Bonn, donde pronto me encontré a los pies de Mackeldey y de Welker, libando el mana de su saber. De los siete aos que pasé en las universidades alemanas, perdi tres hermosos y florecientes amos de mi vida con el estudio de la casuistica romana y de la jurisprudencia, la mas antiliberal de todas las ciencias. , jQué libro tan horrible es el Corpus juri; es la Biblia del egoismo! Me qued6 para siempre el odio a los romanos y 350 a su cédigo civil. Esos ladrones querfan asegurar el producto de sus robos, y lo que ganaban con la espada trataban de protegerlo con leyes; de ahi que el romano fuese soldado y abogado al mismo tiempo, y de ahi sali6 una mezcla de lo mas repulsiva. En verdad, a aquellos cacos romanos le debemos la teorfa de la propiedad, que antes sdélo existia como hecho, y el perfeccionamiento de esa teoria en sus consecuencias mas nefastas es ese derecho ro- mano tan alabado en el que se basan todas nues- tras legislaciones actuales, si, hasta nuestras insti- tuciones estatales modernas, pese a que se encuen- tra en la mas crasa contradiccién con la religion, la moral, el sentimiento humano y la razon. Acabé aquellos estudios malditos, pero nunca pude decidirme a hacer uso de tal conquista, qui- z4s también porque presentia que otros sabrian co- brar sus honorarios mucho mejor que yo y que me superarian facilmente en el papel de rabula, por lo que decidi colgar mi birrete de doctor en jurispru- dencia. Mi madre hizo una mueca mucho més seria que de costumbre, pero ya era un hombre bastante cre- cidito y me encontraba en la edad en la que hay que prescindir de la tutela materna. La buena mujer se habia hecho ya también ma- yor, y al renunciar, después de tantos fracasos, a mantener la direccién suprema de mi vida, se la- menté, como hemos visto mas arriba*, de no haber elegido para mi la carrera sacerdotal. Ahora es ya una matrona de ochenta y siete afios’, y en su espiritu no ha dejado sus huellas al tiempo. Nunca ha querido dominar mi verdadera forma de pensar y siempre ha significado para mi refugio y amor. Sus creencias eran de un deismo rigido, comple- tamente adecuadas a su orientacién dominante por la razon. Era una alumna de Rousseau, habia leido su Emilio, amamanté ella misma a sus hijos, y la educaci6n era su tema favorito, Habia gozado de una educacién erudita y fue la compafiera de es- tudios de un hermano que fue un gran médico, pero 351 que murié muy pronto. Ya en sus afios de moza tenia que leerle al padre las tesis doctorales en latin y otros escritos cientificos, asombrando fre- cuentemente al viejo con sus preguntas °. Su razon y su sentir eran la salud en persona, y no fue de ella de quien heredé mi sentido por lo fantastico y lo romantico. Le tenia, como he dicho, miedo a la poesia, me quitaba toda novela que en- contrase en mis manos, no me permitia ir al teatro, me prohibia cualquier participacién en las fiestas populares, vigilaba a mis amistades, reprendia a las criadas que contaban en mi presencia historias de aparecidos; en resumen, hacia todo lo posible por apartar de mi la supersticion y la poesia. Era ahorrativa, pero solo en lo relacionado a su propia persona; para los placeres de los demas podia ser derrochadora, y como no amaba al dinero, sino que solo lo apreciaba, regalaba con gran facilidad y solia asombrarme por su caridad y generosidad. jQué de sacrificios hizo por el hijo, a quien, en los tiempos dificiles, no sélo dio el programa de sus eStudios, sino también los medios para ellos! Cuando entré en la universidad se encontraban los negocios de mi padre en un estado muy triste, y mi madre vendio sus alhajas, collar y pendientes de gran valor, para asegurarme la existencia durante los pri- meros cuatro anos de universidad. No fui, por cierto, el primero de nuestra familia en comerse piedras preciosas y tragarse perlas en la universidad. El padre de mi madre, tal como ella me conté en cierta ocasién, empleé también el mis- mo método. Las joyas que adornaban el libro de rezos de su fallecida madre tuvieron que cubrir los gastos de su estadia en la universidad cuando su padre, el viejo Lazarus de Geldern, debido a un pro- ceso de herencia con una hermana casada, cayé en la mayor miseria, él, que habia heredado de su pa- dre una fortuna de cuya cuantia tantas cosas mara- villosas me contara una vieja tia abuela. Todo esto siempre le sonaba al nifio como cuentos de Las mil y una noches, sobre todo cuando la an- ciana hablaba de los grandes palacios, de las alfom- 352 bras persas y de la vajilla de oro y plata macizos, de todo cuanto tuvo que perder tan miserablemente aquel buen hombre que habia gozado de tantos ho- nores en la corte del principe elector y de su real esposa*®. Su casa en la ciudad era ahora el gran ho- tel de la calle Rheinstrasse; también le habjan per- tenecido el hospital actual en la ciudad nueva, asi como un palacio en Gravenberg, y al final apenas tuvo un sitio para poder reclinar la cabeza. Quisiera intercalar aqui una historia que le sirve de parangon a la anterior, con la que quedaria reha- bilitada ante la opinién publica la difamada madre de uno de mis colegas. Lei una vez en una biografia del pobre Dietrich Grabbe que el vicio de la bebida, que ocasioné su muerte, le fue inculcado muy pron- to por su propia madre, quien solia darle de beber ron al mocito, si, hasta al mismo nifio. Esta acusa- cion, que el editor de la biografia habia escuchado por boca de parientes hostiles, parece ser comple- tamente falsa, pues recuerdo muy bien las palabras que pronunciaba el inolvidable Grabbe al hablar de su madre, quien solia advertirle muy encarecidamen- te de los peligros del «biberén». Fue una mujer ruda, esposa de un carcelero", y cuando acariciaba a su lobezno Dietrich es posi- ble que le arafiase a veces un poco con las garras de una loba. Pero tenia un auténtico corazon de ma- dre, y lo conservé cuando su hijo viajé6 a Berlin para cursar estudios allf. Al despedirse de él, me contaba Grabbe, le puso un paquete en las manos, en el que habia, cuidadosa- mente envuelto en lana, una media docena de cu- charas de plata, amén de unas seis cucharillas tam- bién de plata y un gran cuchar6én del mismo metal; un tesoro precioso, del que no suele desprenderse tan facilmente una mujer del pueblo, puesto que re- presenta al mismo tiempo un decorado de plata, con el que cree diferenciarse del vulgar populacho que utiliza el cinc, Cuando conoci a Grabbe ya habia consumido el cucharén, el «Goliat», como él lo llama- ba, Cuando le preguntaba a veces cémo le iba, se le ensombrecia el rostro y me respondia lacénicamente: 353 «Ya voy por mi tercera cuchara.» O bien: «Ya voy por mi cuarta cuchara.» —Las grandes se acaban —se lamentaba en cierta oportunidad—, y seran bocados muy pequefios cuan- do le llegue el turno a las pequefias, las cucharillas de café; y cuando éstas se acaben, entonces ya no habra ningun bocado. Desgraciadamente tenia razén, y cuanto menos te- nia para comer, tanto mas se dedicaba a la bebida, por lo que llegé a ser un gran borracho. Las mise- rias del comienzo y las angustias caseras después llevaron al infeliz a buscar en la embriaguez la ani- macién o el olvido, y finalmente apelé seguramente a la botella como otros a la pistola, para salir del valle de la amargura. —Créame usted —me dijo en cierta ocasién un ingenuo westfaliano, compatriota de Grabbe—, él po- dia aguantar mucho, y no murié porque bebiera, sino que bebia porque queria morir; murié por autoem- borrachamiento. La defensa anterior que he hecho del honor de una madre no esta fuera de lugar; no lo habia ex- puesto hasta ahora porque queria retratarla en un ensayo sobre Grabbe, cosa que no Ilegué a realizar, asi como en mi libro De Il’Allemagne sélo pude mencionar a Grabbe de pasada. La nota anterior esta mas dirigida a los lectores alemanes que a los franceses, y para estos ultimos sélo quiero apuntar que el mencionado Dietrich Grabbe fue uno de los grandes poetas alemanes, y de todos nuestros poetas dramaticos es del que pue- de decirse que se parece mas a Shakespeare. Puede ser que tenga menos cuerdas en su lira que otros, quienes podran superarle quizds por esto, pero las cuerdas que él poseia tienen un sonido que sdlo pue- de ser encontrado en el gran britdnico. Tiene los mismos arranques, los mismos_ sonidos naturales con los que un Shakespeare nos asusta, sacuda y encanta. Pero todas sus buenas cualidades se ven oscu- recidas por una falta de delicadeza, un cinismo y un desenfreno que superan lo mds absurdo y despre- 354 ciable que ha podido crear nunca un cerebro huma- no. Pero no es la enfermedad, fiebre o locura, lo que produce tales cosas, sino la intoxicaci6én espi- ritual del genio. Al igual que Platén Ilamé a Didge- nes, muy acertadamente, un Sdécrates loco, con mas razén podemos llamar desgraciadamente a nuestro Grabbe un Shakespeare borracho. Tales monstruosidades se encuentran muy suavi- zadas en sus dramas impresos, pero se manifestaban con una claridad espantosa en el manuscrito de su Gothland, una tragedia que en una época en que él me era todavia completamente desconocido, me en- treg6 0, mejor dicho, me arrojoé a los pies, dicién- dome: —Queria saber lo que habia de bueno en mi y le llevé ese manuscrito al catedratico Gubitz"”, quien sacudié la cabeza y, para desembazarse de mi, me recomend6é que me dirigiera a usted, quien también parece coger tantos grillos como yo y que podria entenderme mucho mejor; en fin, jahi esta ese en- gendro! Tras estas palabras, sin esperar respuesta, se lar- go ese tipo loco, y como yo tenia mucha confianza en la sefora de Varnhagen, cogi el manuscrito, con el fi nde proporcionarle la primera obra de un poe- ta, pues ya en las pocas partes que habia leido ad- verti que se trataba de un poeta auténtico. Reconocemos ya por el olor al poeta salvaje, pero el olor era esta vez demasiado fuerte para nervios femeninos, asi que, ya muy tarde, a eso de la media- noche, me mando llamar la sefiora de Varnhagen y me rogé, por el amor de Dios, que me llevase ese horrible manuscrito, pues no podria dormir mien- tras el] mismo se encontrase en su casa. Una impre- sién tal es la que dan los trabajos de Grabbe en su version original. La divagaci6n anterior est4 justificada por su mismo contenido}, El salvar el honor de una madre es algo siempre oportuno, y el lector sensible no considerarA como una divagacién ociosa las citadas palabras de Grab- 355 be sobre la pobre y caiumniada mujer que lo trajo al mundo. Y ahora, tras haber cumplido con un deber pia- doso para con un poeta desdichado, quiero volver a mi madre y a su parentela, para seguir exponiendo las influencias a que estuve sometido por esa par- te en mi evolucién espiritual. Después de mi madre me preocupo muy especial- mente su hermano, mi tio Simén van Geldern ". Esta muerto desde hace veinte afios. Era un hombre estra- falario, hasta de aspecto cémico. Una figura pequefia y corpulenta, con un rostro severo y palido, cuya nariz, si bien era recta al estilo griego, sobrepasaba esa medida ciertamente en mas de una tercera parte. En su juventud, segun se decia, esa nariz tenia un tamanio normal, y sdlo debido a la mala costumbre de pellizcarsela continuamente, fue alargandosele de manera tan poco digna. Cuando le preguntabamos al tio si esto era verdad, nos prohibia enfaticamente el pronunciar palabras tan poco respetuosas y se pellizcaba de nuevo la nariz. Se vestia de pies a cabeza a la vieja moda fran- ca, llevaba pantalones cortos, medias de seda blan- ca, zapatos de hebilla y, segun la ultima moda, una coleta bastante larga, la cual, cuando el hombrecillo trotaba por las calles, volaba de un hombro al otro, ejecutaba todo tipo de cabrioletas y parecia burlarse de su propio sefior a sus espaldas. Con frecuencia, cuando el buen tio se encontraba sumido en sus pensamientos o leyendo el periddico, me asaltaba el picaro deseo de agarrarle disimula- damente la coleta y de tirar de ella como si fuera el cordén de un timbre, con lo que el tio se enfadaba mucho y me cogia entre sus manos, lamentandose de que tan joven criatura no tuviese ya respeto por nada, ni por la autoridad humana ni por la divina, opinando que acabaria finalmente por atentar contra lo m4s sagraao. Pero si el aspecto exterior de ese hombre no era el apropiado para infundir respeto, su interior, su coraz6n eran tanto mas respetables, y él ha sido el alma mas valiente y noble que he conocido sobre 356 esta tierra. Habia una nobleza en ese hombre que recordaba la rigurosidad del honor en los viejos dra- mas espafioles 5, y también por su fidelidad se pa- recia a los personajes de los mismos. No tuvo nunca oportunidad de convertirse en «el médico de su hon- ra», pero fue un «principe constante» con la misma grandeza caballeresca, pese a que no declamaba en octosilabos ni buscaba las palmas pdéstumas y lleva- ba, en vez del suntuoso manto de caballero, una ca- saquilla sin importancia con cola de aguzanieves. No era en modo alguno un asceta enemigo de lo sensual; le gustaban las kermesses, la bodega del po- sadero Rasia, donde comia con especial gusto zor- zales con bayas de enebro, pero cuando se trataba de defender la idea que él consideraba verdadera y buena, sacrificaba con orgullosa decision todos los zorzales y todos los placeres de este mundo. Y lo hacia con tal modestia, si, hasta con pudor, que na- die se daba cuenta de que bajo esa envoltura jocosa se escondia un secreto martir. Seguin los conceptos mundanos, su vida fue un fracaso. Simén de Geldern termind en un colegio jesuita los lamados estudios humanisticos, la hu- maniora, pero cuando la muerte de sus padres le dejé en completa libertad de elegir la carrera de su vida, no eligiéd ninguna, renuncié a todo ese tipo de estudios que, segtin se dice, sirven para ganarse el pan, no se fue a ninguna universidad y prefirié que- darse en su hogar en Diisseldorf, en el «Arca de Noé», tal como se llamaba la casita que le dejé su padre, en cuya puerta podia verse una imagen del arca de Noé, preciosamente tallada y pintada de ale- gres colores. De un empefio infatigable, se entregé alli a sus caprichos eruditos y a su afdn por la pipa, a su bibliomania, y, muy especialmente, a su mania de escribir, gue descargé sobre todo en diarios de ca- racter politico y revistas oscuras. Dicho sea de paso, no sdlo el escribir, sino tam- bién el pensar le costaban grandes esfuerzos, Surgian esas ansias de escribir del deseo de ser- Je util a la comunidad? Le preocupaban todos los 357 problemas del dia, y la lectura de periéddicos y fo- lletos lleg6 a ser una mania para él. Los vecinos le llamaban «el doctor», pero no debido en realidad a su saber, sino porque su padre y su hermano ha- bian sido doctores en medicina. Y a las viejas mu- jeres no habia quien les quitase la idea de la cabeza de que el hijo de un viejo doctor, que con tanta frecuencia curaba, no hubiese heredado también los medios curativos de su padre, y cuando se ponian enfermas, venian corriendo hacia él, provistas de bo- tellas llenas de orina, llorando y rogandole que las inspeccionase y les dijera lo que tenian. Cuando el pobre tio se veia perturbado de tal manera en sus estudios, montaba en cdélera y mandaba al demonio a las viejas cotorras con sus botellas de orina. Ese fue el tio que ejercié gran influencia sobre mi evolucién espiritual y a quien debo infinitamente mucho en ese aspecto. Aun cuando nuestras opinio- nes eran muy diferentes y pese a lo lamentable de sus esfuerzos literarios, quizas despertase en mi el deseo de escribir. El tio escribia en un viejo y rigido estilo canci lleresco, tal como se ensefia en las escuelas de jesui- tas, donde el latin es lo principal, y no podia gus- tarle tan facilmente mi forma de expresién, que él consideraba demasiado ligera, juguetona e irreveren- te. Pero me fue de gran ayuda el empefio que ponia en familiarizarme con los adelantos del progreso es- piritual. Ya de nifio me regalé las obras mas hermosas y preciosas de la literatura; puso a mi disposicién su propia biblioteca, muy rica en libros clasicos y do- cumentos importantes, y hasta me permitid husmear en las cajas que habia en el desvan del arca de Noé, donde se encontraban los viejos libros y manuscri- tos del abuelo. Qué alegria tan misteriosa brotaba en el corazén del nifio cuando pudo pasarse dias enteros en aquel desvan, que era en realidad una amplia buhardilla. No era precisamente un recinto muy hermoso, y el unico habitante del mismo, un gordo gato de an- gora, no manifestaba poseer un gran sentido de lim- 358 pieza, y sdlo de muy cuando en cuando barria con su cola algo del polvo y de las telarafias de los vie- jos trastos que alli estaban almacenados, Pero me encontraba desbordante de juventud y el sol brillaba de manera tan maravillosa por el pe- quefio tragaluz, que todo me parecia estar envuelto en una luz fantdstica, y hasta el mismo gato se me antojaba una princesa encantada que de repente ten- dria que liberarse de su configuracién animal, para mostrar toda su hermosura y esplendor anteriores, mientras que la buhardilla se convertiria en el mds magnifico de todos los palacios posibles, tal como suele suceder en los cuentos de brujas. Pero aquellos buenos tiempos de los cuentos ya han pasado, los gatos permanecen siendo gatos y la buhardilla del arca de Noé sigue siendo un pol- voriento cuarto para los trastos, un hospital para los enseres de casa incurables, una Salpetriére ® de muebles viejos, que han alcanzado ya el mas alto grado de decrepitud y que no pueden ser tirados a la basura por apego sentimental y en consideracién a los recuerdos piadosos que traen consigo. Alli habia una cuna rota y carcomida, en la que fue mecida otrora mi madre; ahora se encontraba dentro la peluca de gala de mi abuelo, que ya esta- ba completamente podrida y que parecia haberse vuelto infantil con la edad. De la pared colgaban la daga mohosa de mi abue- lo, unas tenazas rotas y otras herramientas inva- lidas. Al lado, en una tabla tambaleante, estaba el loro disecado de mi difunta abuela, un loro ya sin plumas y que tampoco era verde, sino de un gris ceniciento, y que miraba sigilosamente con el unico ojo de vidrio que le quedaba. Habia también alli un gran doguillo verde de por- celana, ahuecado por dentro; se le habia roto un trozo del re el gato parecia sentir un gran respeto por esa figura china o japonesa; ante él realizaba toda clase de piruetas y quizas lo tenia por un ser divino; y es que los gatos son tan su- persticiosos, En una esquina, en el suelo, habia una vieja 359 flauta que hab{fa pertenecido a mi madre; la tocaba de nifia, y habfa elegido precisamente aquella bu- hardilla como sala de conciertos, para que el viejo scfior, su padre, no se viese perturbado en su tra- bajo por la musica o no fuese a perder un tiempo piece con sentimentalismos de los que era culpa- le su hija. El gato habfa elegido esa flauta como su juguete preferido y la hacia rodar por el suelo, arrastrandola de la descolorida cinta rosa a la que estaba atada. Entre las antiguallas de aquella buhardilla se en- contraban también globos terraqueos, imagenes asombrosas de planetas, retortas y alambiques, que hacfan pensar en estudios de astrologia y alquimia. En las cajas, debajo de los libros del abuelo, ha- bfa también muchos escritos relativos a aquellas ciencias misteriosas. La mayoria de los libros eran tratados de medicina. No faltaban los de filosofia, en los que junto al ultrarracionalista Descartes se encontraban también sofiadores como Paracelsus, van Helmont y hasta Agrippa von Nettesheim, cuya Philosophia occulta vi alli por primera vez. Ya de nifio me divertian las epistolas dedicatorias al abate Thithem, con las cartas de respuesta también im- presas, en las que ese cémplice de supercheria le devolvia con creces sus bombdasticos cumplidos al otro charlatan. Pero el tesoro mas precioso que encontré en esas cajas polvorientas fue el libro de apuntes de un her- mano de mi abuelo, llamado el Chevalier o el Orien- tal, y de quien mis viejas tfas tantas cosas sabian contarme. Ese tio abuelo, que se llamaba también Simén van Geldern, ha tenido que ser un santo extraordi- nario, El seudénimo de el Oriental lo recibié por ha- ber realizado Jargos viajes por el Oriente y porque, a su regreso, siempre iba vestido a la usanza orien- tal. Parece ser que pasé la mayor parte del tiempo en las ciudades costeras del Africa del Norte, en los estados marroquies, donde aprendié de un por- 360 tugués el oficio de armero, desempefidndolo luego con gran fortuna. Peregrino hasta Jerusalén, donde, en el extasia- miento del rezo, tuvo una visién en el monte Moria. ¢Qué vio? Nunca se lo dijo a nadie. Una tribu independiente de beduinos, que no per- tenecia al Islam, sino a una secta del mosaismo, v que tenia su cuartel en un oasis desconocido de los desiertos de arena nordafricanos, lo eligiéd como jefe © jeque. Ese pueblecillo belicoso vivia en guerra continua con todas las tribus vecinas y era el terror de las caravanas. Para decirlo en europeo: mi di- funto tio abuelo, el visionario piadoso del monte sagrado de Moria, fue capitan de ladrones. En esa hermosa regién adquirid esos conocimientos en la cria de caballos y en el arte de la equitacion que tanta admiracién infundian a su regreso al Occi- dente. En las diversas cortes en las que permanecio lar- go tiempo brillé por su belleza personal y su gallar- dia, asi como por la pomposidad de sus trajes orien- tales, que ejercen su encanto especialmente en las mujeres. Pero imponia un profundo respeto sobre todo por sus pretendidos conocimientos en las cien- cias ocultas, y nadie se atrevia a hablar mal del to- dopoderoso nigromante ante sus grandes mecenas. El espiritu intrigante teme al espiritu cabalistico. Sélo su osadia pudo causarle la perdicion; las viejas tfas sacudian misteriosamente sus ancianas cabezas cuando murmuraban algo sobre la relacién galante que hubo entre el Oriental y una dama muy distinguida; relacién esta que, al darse a conocer, le oblig6 a abandonar rapidamente el pais y la corte. Sélo gracias a la huida, en la que dejé todos sus bienes, pudo escapar a una muerte cierta, debién- dole su salvacion precisamente a su magnifico arte de montar, Tras esa aventura parece ser que encontré en Inglaterra un refugio seguro pero miserable. Esto lo deduzco de la lectura de un folleto de mi tio abuelo editado en Londres, que encontré por casua- lidad en cierta ocasién, al trepar hasta las estante- 361 rias mas altas de la biblioteca de Disseldorf. Se trataba de un oratorio en verso, escrito en francés, titulado Moses auf dem Horeb; se referia quizds a la visién mencionada, pero el prélogo estaba escrito en inglés y fechado en Londres; los versos, como todos los versos franceses, eran sélo un calducho rimado, pero en la prosa inglesa del prélogo se de- notaba el despecho de un hombre orgulloso que se encuentra en una situacién precaria. De los libros de apuntes del tfo abuclo no pude sacar gran cosa en claro; estaban escritos general. mente, quizds por precaucién, en drabe, sirio y cop- to, aun cuando resultaba notable la cantidad de ci- tas del francés; con gran frecuencia, por ejemplo, el verso: Ou Vinnocence périt c'est un crime de vivre. Me llamaron muy especialmente la atencién algu- nas ideas, escritas igualmente en francés; este idio- ma parecia ser el que utilizaba corrientemente cuan- do escribia. Mi tio era un fendmeno paradéjico, muy dificil de entender. Tuvo una de esas existencias asombro- sas que solo han sido posibles a comienzos y a me- diados del siglo xvi1I. Fue un medio idealista, que propagaba utopias cosmopolisticas tendientes a la felicidad mundial, también una especie de caballero andante que, en la conciencia de su fuerza individual, rompe los marcos mohosos de una sociedad mohosa. En todo caso, fue todo un hombre. Su charlatanismo, que no ponemos en duda, no era el comun y corriente. No era un charlatan como esos que les sacan los dientes a los campesinos en los mercados, sino que entraba valientemente en los palacios de los grandes, a los que arrancaba las muelas mds fuertes, tal como hiciera el caballero Hiion de Bordeaux" con el sultan de Babilonia. Sopla herrero, y ganards dinero, dice el refraén; y el soplar son gajes del oficio, y la vida es un oficio como cualquier otro. ¢Y qué hombre importante no es un poquito char- 362

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