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GERMINIA LACERTEUX COLECCION AUSTRAL BS PASA>CALPE, S&S. A. Los famosos novelistas Edmundo y Julio de Goncourt, fundadores de la Academia que lleva su nombre, for- man con su fraternidad literaria una de las figuras mas importantes y fds dignas de interés de la litera- tura francesa en el siglo XIX. Sus obras mds notables son Renata Mauperin, Germinia Lacerteux y Sor Fi- lomena. Su estilo es extrafio, inquieto, brillante y dictil. Su talento es un talento nervioso, raro y exquisito en la observacién, siempre art‘stico, pero desigual, lleno de sobresaltos e incapaz de lograr el reposo, la tranquilidad de lineas y la salud corriente de las obras verdadera- mente grandes y verdaderamente bellas. Ambos hermanos dieron al Arte su alma y su cuerpo, sacrificdndole hasta las expansiones més licitas y na- turales. Amaron apasionadamente las letras, con una sinceridad completa y con un raro desinterés, llevando valientemente su procedimiento hasta el tiltimo extremo, sin caer nunca en atenuaciones, que acaso hubieran bastado para proporcionarles un gran piblico, y exa- gerando en los tiltimoa tiempos el valor de su opinidn, hasta convertirla en una distinguida algarabta. Los Goncourt sienten con extremada vivacidad y per- ciben con gran lujo de detalles los objetos y los espec- tdculos que los rodean; agitados y casi enfermos con estas impresiones multiples, delicadas y casi ldnguidas —tanto si las experimentan por primera vez como si las regustan—, tradicenlas, sin dejarlas amortiguarse, mediante un lenguaje inquieto, impaciente y como irri- tado por sentirse desigual a lo que quiere expresar y con una ficbre donde se agudiza todavia mds la acuidad de la impresién primitiva. De tal forma es esto, que . tenian derecho a la novela; si este mundo bajo otro mundo —el pueblo— debia permanecer sometido al entredicho literario y a los desdenes de los autores, que hasta ahora hicieron el silencio sobre el alma y el corazén que este pueblo puede tener, Nos hemos preguntado si en estos afios de igualdad en que vivi- mos existian ain para el escritor y para el lector clases indignas, desdichas demasiado bajas, dramas demasiado groseros y catdstrofes de un terror muy poco noble. Nos entré la curiosidad de saber si esta forma convencional de una literatura olvidada y de una sociedad desaparecida, la Tragedia, estaba defi- nitivamente muerta; si, en un pais sin castas y sin F aristocracia legal, las miserias de los pequefios y de r los pobres hablarfan al interés, a la emocién y a la a 2: , piedad tan alto como las miserias de los grandes y de 7 los ricos; si, en una palabra, las lagrimas que se llorau € abajo, podrian hacer llorar como las que se lloran arriba, Estos pensamientos hicieron que nos atreviéramos a escribir la humilde novela de Sor Filomena, en 1861; ellos mismos nos hacen publicar hoy GERMINIA La- Ee CERTEUX. % Sea calumniado ahora este libro; poco le importa. Hoy, que la Novela se mulltiplica, crece, principia a ser la gran forma seria, apasionada y viviente del es- i tudio literario y de la informacién social, y, merced al andlisis y a la investigacién psicolégica, se convierte < en Ja historia moral contempordnea; hoy, que la No- L vela se ha impuesto los estudios y los deberes de la & Ciencia, puede reivindicar también sus libertades y sus franquicias. Busque ella el Arte y la Verdad; mues- tre miserias tales que no puedan ser olvidadas por los dichosos de Paris; haga ver a todo el mundo lo que las sefioras caritativas tienen el valor de ver, lo que PREFACIO u las reinas antafieras obligaban a mirar 4 sus hijos en los hospicios: el sufrimiento humano, presente y pal- pitante, que ensefia la caridad. Tenga la Novela esta religién, designada por el pasado siglo con el amplio y vasto nombre de Humanidad. Le basta con esta eonciencia: en ella radica su derecho. E.y¥ J. DE G. r E F [ I —iSalvada! ;Ya esta usted fuera de peligro! — ex- clamé con un grito de alegria la criada, que acababa de cerrar la puerta, apenas ido el médico; y, preci- pitandose hacia el lecho, donde aparecfa su sefiora, e puso, con frenes{ de ventura y con furia de caricias, a abrazar por encima de las mantas el mfsero y delgado cuerpo de la anciana, pequefiito, como un cuerpecito de nifio, en el lecho demasiado grande. La anciana le cogié silenciosamente la cabeza entre sus manos, la estreché contra su corazén, lanzé un suspiro y exclamé: —jEa! Por lo visto hay que vivir todavia un po- quito. Ocurrfa esto en una reducida habitacién, cuya ven- tana dejaba ver un misero pedazo de cielo cortado por tres negros tubos de latén, Iineas de techos y, a lo lejos, entre dos casas que casi se tocaban, el ramaje sin hojas de un 4rbol que no se vefa, En la habitacién, encima de la chimenea, hab{a en una cuadrada caja de caoba un reloj de amplia esfera, de gruesos nimeros y de recios minuteros. A un lado, y bajo unos fanales de cri estaban dos candela- bros formados por tres cisnes de plata, que alzaban su cuello alrededor de un dorado ecarcaj. Cerca de la chi- menea, un sill6n a lo Voltaire, cubierto con uno de esos bordados de ajedrezada za que hacen las mu- chachas y las viejas, tendia vacios brazos, Pen- @ian clavados en la pared dos pa’ itos de Italia, gegdn el estilo de Bertin; una acuarela de flores, fe- * “chada con tinta roja en la parte inferi 14 s EDMUNDO y JULIO DE GONCOURT y algunas miniaturas. Encima de la comoda de caoba, de estilo Tmperio, una estatuita del Tiempo, de bronce negro, corriendo con la guadafia hacia delante, servia de relo- jera a un relojito con cifra de diamantes sobre esmalte azul, rodeado de perlas. Una alfombra flameada ex- tendia sobre el suelo entarimado sus cenefas negras y verdes, Las cortinas de la ventana y del techo eran de una antigua tela pérsica con dibujos rojos sobre un fondo de color chocolate. A la cabecera de la cama, un retrato se inclinaba sobre la enferma y parecia que clavaba su mirada en ella, Representaba un hombre de duras facciones, cuyo rostro emergia del alto cuello de su traje de raso verde y de una de esas corbatas flojas y flotantes, de una de esas muselinas negligen- temente anudadas alrededor de la garganta, segtin la moda de los primeros afios de la Revolucién. La ancia- na acostada en el] lecho se parecia a aquel hombre: tenia las mismas cejas pobladas, negras e imperiosas, - Ja misma nariz aguilefia y las mismas ecentuadas lineas de voluntad, de resolucién y de energia. Pare- cfa que el retrato se reflejaba en ella como el rostro de un padre en el rostro de una hija. Pero la dureza de las facciones estaba atenuada en la enferma por un rayo de dura bondad, por no sé qué llama de viril abnegacién y de masculina caridad. La luz que iluminaba la habitacién era una luz de esas que la naciente primavera produce al atardecer, a cosa de las cinco; una luz con claridades de cristal y blancuras de plata, una luz fria, virginal y dulce, que se extingue en la rosada puesta del sol con pali- deces de limbos. El cielo estaba Ileno de esa luz de una nueva vida, adorablemente triste, como la tierra aun desnuda, y tan tierna, que incita a lorar de feli- —iVamos! Ya est4 gimoteando mi simplota Germi- nia... —dijo al cabo de un instante la anciana, apar- _ tando sus manos, humedecidas por los besos de su criada, GERMINIA LACERTEUX 15 —jAy, sefiorita de mi alma...! Siempre querria jlorar asi, jConsuela tanto! Esto me hace ver nueva- mente a mi pobre madre... y a todo... iSi usted su- piera...! —iEa...! jCuéntamelo...! —le dijo su sefiora, eerrando los ojos para oirla mejor. —iMadre mia...! La criada se detuvo, Luego, con la ola de palabras que brota de las ldgrimas felices, y como si con la emocién y Ja expansién de su alegria toda su infancia afluyera nuevamente a su corazén, Germinia pro- siguié: —j Qué santa mujer... ! Aun me parece verla la dl- tima vez que salié... para evarme a misa... Me acuerdo que era un veintiuno de enero... Se leia por entonces el testamento del rey... ; Ah! Mi mama sufrié por mi causa grandes quebraderos: de cabeza. Contaba cuarenta y dos afios cuando me tuvo... Papa la hizo llorar mucho... Ya éramos tres y el pan no sobraba en la casa... El, ademis, era muy orgulloso. Aunque no hubiéramos te- nido sobre qué caernos muertos, jams habria acep- tado las limosnas de) pérroco... j; Ah! En nuestra casa no se com{a tocino todos los dias; pero mam& me que- ria m4s precisamente por eso y siempre encontraba por los rincones un poco de grasa o de queso para ponerlo en mis rebanadas de pan... No contaba yo _ cinco afios cuando se murié... Fué una lAstima para - todos. Yo tenfa un hermano mayor, blanco como la ropa blanca y con la barba completamente dorada... iNo puede usted formarse una idea! Todo el mundo lo queria. Lo llamaban de mil maneras... Unos le lla- maban Buda, no sé por qué... Otros, Jesucristo. ivaya un obrero que era... ! A pesar de que no valia un comino, apenas amanecia ya estaba en el taller... — pues ha de saber usted que éramos tejedo- res... —y no soltaba la lanzadera hasta la noche... Y de honrado jno digamos!... De todas part dian a comprarle su hilo y jam4s lo pesaban... Era muy amigo del maestro de escuela y hacia también SYS en oot Pe ee Oe oe 16 EDMUNDO y JULIO DE GONCOURT cosa: trabajaba un ratito... una hora, pocofm4s o me- - nos, y luego se iba al campo... Después, éuando vol- via, nos pegaba mucho... Estaba como loco, debido, = segiin decian, a que padecia del pecho../ Afortunada- mente, alli se encontraba mi hermano para impedir a mi segunda hermana que me tirase des y me hicie- las sentencias al llegar el carnaval... Mi =" era otra ra daiio, porque me tenia envidia... llevaba siempre de Ja mano para ir a ver jugar a log bolos... En fin, 41 solo soportaba todo el peso de Ja casa... jCudnto tuvo que trabajar para mi primera comunién! jCudnta tarea tuvo que echar afuera para que yo fuese como las otras, con mi vestidito blanco Ileno de encafiona- dog y con un bolsillo de mano! .., Entonces se estilaban estas cosas... Yo no tenia gorro, y recuerdo que me hice una linda corona con cintas y con las blancas cortezas que se quitan de las canillas de las lanzade- ras... Todo esto abunda en nuestras casas, en los luga- res donde se pone 4 curar el cdfiamo... Aquél fué para mi un buen dia, como lo era el dia de la rifa de los cer- dos de Navidad y también las veces en que ibaa ayu- — ‘ dar a poner tutores al vifiedo... en el mes de age lo sabe usted... Tenfamos uno pequeiiito en lo alto a San Hilario... Por aquella época hubo un afio muy du- TO..-, 8€ acuerda usted, sefiorita?... El pedrisco de 1828 lo destruyé todo... Llegé hasta Dijon y aun més lejos... y fué preciso hacer pan de salvado... Por en- tonces mi hermano tuvo mucho trabajo... Mi padre, S 2 que en aquella sazén estaba siempre vagabundeando ot por el campo, nos traia algunas veces setas,.. Era la . miseria, a pesar de todo... Frecuentemente pasdbamos hambre... Cuando yo estaba en el campo, miraba si = alguien me veia, me deslizaba suavemente hasta caer 5 de rodillas, y en cuanto me colocaba debajo de una vaca _ me quitaba uno de mis zuecos y me pon{a a ordefiarla.., Si me hubieran cogido en el garlito!... Mi hermana mayor estaba sirviendo al alcalde de Lenclos y enviaba @ casa sus ochenta francos de sueldo.., {Siempre lo asi!... La segunda cos{a en las casas de los bur- GERMINIA LACERTEUX 17 gueses: pero los jornales de entonces no eran los de ahora; se trabajaba desde las seis de la majiana hasta la noche por cuarenta céntimos... Y de esto queria ahorrar para estrenar un vestido en la fiesta de San Remigio... j;Buh! All{ las gastamos asi; hay muchas personas capaces de comerse solamente dos patatas dia- rias durante seis meses, con tal de tener para ese dia un traje nuevo... Las desgracias llovian sobre nos- otros por todas partes... Murié mi padre... Hubo que vender un pequeiio campo y un pedazo de viiia que nos daba cada aiio un tonel de vino... Los notarios se llevan un pico... Cuando mi hermano cayé enfermo no se le podia dar de beber mas que orujo, al que se venia afiadiendo agua desde hacia un ajfio... No tenia- mos ropa con que mudarlo... Todas las telas de nues- tro armario, donde habia una cruz de oro encima, de los tiempog de mamé, desaparecieron... ;Y la cruz también!... Aparte de esto, antes de ponerse enfermo, mi hermano fué a la fiesta de Clermont. Oyé decir alli que mi hermana estaba liada con el alcalde, en cuya ca. sa servia, y se lanzé contra los que afirmaban tal cosa... Mi hermano no era muy fuerte y ellos eran muchos; Je arrojaron al suelo y, una vez en él, lo patearon en el hueco del estémago... Nos lo llevaron como muerto... Sin embargo, el médico le mandé que se levantara y nos dijo que ya estaba curado... Pero e! cuitado no hizo mas que ir tirando... Al abrazarme, comprendia yo que . Cuando el pobre paliducho se uvo que emplear todas sus fuer- ju cuerpo, Toda Ia aldea, con el elealde a la cabeza, tié a su entierro... Como mi hermana no pudo seguir en casa del alcalde, a causa de las murmuraciones a que esto daba lugar, fué a colo- carse en Paris, y mi otra hermana la siguié... Yo me encontré completamente sola Entonces una prima de mi madre me !levé con ella a Damblin; pero allt estaba yo como desarraigada: me pasaba las noches lo, y en cuanto podia escaparme volvia siempre a tra casa... |Qué efecto me causaba nada mds que & * 18 EDMUNDO y JULIO DX GONCOURT el_ver desde la entrada de la calle la vieja parra de nuestra puerta!... Parecia que me nacian alas en los pies... Las buenas gentes que habian comprado la casa me retenian a su lado hasta que iban a buscarme: estaban seguros de encontrarme siempre alli. Al fin es- cribieron a mi hermana la de Paris, diciéndole que si no me llevaba consigo, quiz no seria yo muy vieja... Realmente estaba amarilla como la cera... Me re- comendaron al conductor de un cochecillo que iba todos los meses desde Langres a Paris, y de este modo Tlegué aqui. Tenia entonces catorce afios... Recuerdo que durante todo el viaje me acosté completamente ves- tida, porque me hacian dormir en una habitacién que habia para todos, Al llegar estaba llena de piojos... Il La anciana permanecié silenciosa: comparaba su vida con la de su criada, La sefiorita de Varandeuil nacié en 1782, en un pala- cio de la calle Real, y las hermanas del Rey la tuvieron en Ja pila bautismal. Su padre era intimo del conde de Artois, en cuya casa desempefiaba un cargo. Tomaba parte en sus cacerias y era uno de los familiares ante los cuales, en la misa que preced{fa a la partida para la caza, el que debia ser Carlos X apremiaba al sacerdote diciéndole a media voz: «j Eh, cura, eh!... {A ver si te tragas pronto a tu Dios!...» El sefor de Varandeuil contrajo uno de aquellos matrimonios tan corrientes en su 6poca, casdndose con una especie de actriz, con una cantante que, sin un gran talento, obtuvo algunos triun- fos en el Concierto expiritual al Jado de las sefioras Todi y Ponteuil y de la seiiorita Saint-Huberti, La muchachi- ta nacida de aquel matrimonio, en 1782, era enclenque de salud y fea a causa de su gran nariz, ya ridicula —la nariz de su padre —,en una carilla del tamaiio de un puiio. La pobrecita no ten{a nada de lo que hubieran po. | a ct tlh id a mw i ce iis sths GERMINIA LACERTEUX 19 que sufrié tocando el piano en un concierto dado por su madre en su saldn, vidse relegada entre la servidumbre. No lograba acerearse a su madre mds que un instante por la mafiana; entonces su madre permitia que la besa- ra debajo de la barbilla para que no le estropease el co- lorete del rostro. Al lHegar la Revolucién, el sefior de Varandeui] era pagador de rentas merced a la protec- cién del conde de Artois, y lasefiora de Varandeuil via- jaba por Italia, adonde hizo que la enviaran los médicos por motivos de salud, dejando a su marido el cuidado de su hija y de un hijo pequefio. Las severas preocupa- ciones de] tiempo y las amenazas que gravitaban sobre el dinero y sobre las familias que lo manejaban — e] se- fior de Varandeuil tenia un hermano asentista general— apenas dejaban a aquel padre, muy egoista y muy seco, tiempo suficiente para ocuparse de sus hijos. La esca- sez, ademas, principiaba a sentirse ya en su hogar. Abandoné la calle Real y fué a vivir al hotel del Petit- Charolais, perteneciente a su madre, aun viva, que le permitié instalarse alli. Los acaecimientos seguian su curso: comenzaban los ajios de la guillotina, cuando cierta nocke, en la calle de San Antonio, marchaba de- tras de un vendedor de periddicos que voceaba el diario «fA los ladrones! jA los ladrones!» E) vendedor, segin Ja usanza de entonces, anunciaba los articulos de aquel némero: el sefior de Varandeuil oyé su nombre mez- clado con soeces y procaces injurias, compré el diario y leyé en él una denuncia revolucionaria. Pasando poco tiempo, su hermano era detenido y encerrado en el hotel Talaru con los demfs asentistas generales, Su madre, Ilena de espanto, malvendié por lo que valian los espejos el hotel del Petit-Charolais, donde él vivia; cobrado sv importe en casignados», la infeliz muri6é de desesperacién al ver la baja creciente de] pa- pel. Afortunadamente, e) sefior de Varandeuil conseguia de los compradores — que no tenfan a quién alquilar el inmueble — permiso para ocupar las habitaciones que antafio sirvieron para los mozos de cuadra, Refugidbase alli en la parte trasera del hotel, se despojaba de su fe & & RR we wwe . ' t & r Pea = 20 EDMUNDO y JULIO DE GONCOURT nombre y clavaba en la puerta, segtin estaba ordena- do, su patronimico de Roulot, bajo el cual se sepultaba el de Varandeuil y e] antiguo cortesano del conde de Artois. Alli vivié solitario, borrado, escondido, ocultan- do su cabeza, no saliendo para nada, agazapado en su agujero, sin criado, servido por su hija, que tenia que hacerlo todo. El Terror pas6 por ellos con la espera, con el sobresalto y con la emocién de la muerte suspendida sobre sus cabezas. Todas las noches la pequefia iba a es- cuchar por una ventanilla enrejada las sentencias del dia, la lista de los premiados en la loteria de santa Gui- Uotina. Cada vez que llamaban a la puerta iba ella a abrir pensando que acudian a prender a su padre para llevarlo a la plaza de la Revolucién, adonde ya fuera conducido su tio. Llegé el] tiempo en que el dinero, tan escaso ya, no basté para tener pan; fué preciso lograr- lo casi a viva fuerza a la puerta de las panaderias, hubo que conquistarlo mediante horas pasadas entre el frio penetrante de las noches, entre los empujones y el ahogo de las multitudes, hubo que hacer cola desde las tres de Ja madrugada, E) padre no pensaba en arriesgarse entre el populacho. Temia ser reconocido y comprometerse con uno de sus arrebatos, que se le escaparia en cual- quier sitio, dada la impetuosidad de su caracter. Ademds retrocedia ante el aburrimiento y la dureza de semejan- te tarea. E] nifio era todavia demasiado pequeiio, y lo hubieran aplastad ja muchachita tuvo, pues, que en- cargarse de adquirirel pan para las tres bocas, y load- quirié, Con su delyado cuerpecito perdido en una amplia almilla de punto de su padre, con un gorro de algodén calado hasta los ojo3 y con los miembros apretujados pa- ra conservar un resto de calor, aguardaba dando diente con diente, atormentados los ojos por e) frio, entre gol- pes y codazos, hasta que Ja panadera de la calle de Francs-Bourgeois le ponia en Jas manos un pan qu deditos, rigidos por el entumecimiento, apenas podian coger. Al cabo de algiin tiempo, aquella pobre mucha- chita, que acudia todos los dias con su cara de sufri- miento y su extrema delgadez, movié a compasién a la ee ee GERMINIA LACERTEUX 2 panadera. Con la bondad propia de un corazén del pue- blo, no bien aparecia la pequejiuela en la cola intermi- nable le enviaba con su dependiente el pan que iba a buscar. Pero cierto dia, una mujer, envidiosa de aquel favor y de aquella preferencia, dié a la nifia un golpe con uno de sus zuecos que la hizo guardar cama cerca de un mes. La sefiorita de Varandeuil conservé la cica- triz toda su vida, Durante aquel mes la familia se hubicra muerto de hambre a no ser por una provisién de arroz que tuvo la buena ocurrencia de hacer una de sus amistades —la condesa de Auteuil —, la cual consintié en compartir- la con el padre y los dos hijos. E]| sefior de Varandeuil se salvé asi del tribunal re- volucionario merced a Ja obscuridad de su vida de en- terrado. Se escapé también de él gracias a las cuentas que habia de dar de su cargo, y que tuvo la suerte de hacer aplazar de mes en mes. Ademas contribuian a ale- jar de é] toda sospecha sus animosidades personales con- tra importantes personajes de la Corte, merced a su odio contra la reina, que muchos servidores de principes aprendieron de los hermanos del rey. Siempre que se le present ocasién de hablar de la desdichada mujer se expresé en términos violentos, amargos e injuriosos, con un acento tan apasionado y tan sincero, que casi le hicieron parecer un enemigo de la monarquia; de forma que aquellos para quienes no era mids que el ciudadano Roulot lo tenian por un patriota y los que lo conocian bajo su antiguo nombre casi le perdonaban el haber sido lo que habia sido: un noble, un amigo de un principe de la sangre y un hombre de importancia, La Repiblica habia Negado ya a la época de los ban- quetes patridticos, a las comidas de toda una calle en mitad de la misma; entre los confusos Fecuerdos bara- jados por sus terrores, la seforita de Varandeuil con- servaba, por lo que se referia a aquellas comidas, el de las mesas que vefa en la calle de Pavée con las patas en el arroyo de sangre de septiembre, procedente de la Fuerza, in uno de aquellos yantares, el sehor de Varan- - zs tee fae Ss t 22 EDMUNDO y JULIO DE GONCOURT deuil tuvo una idea que acabé de salvarle la vida. Re- firiéd a dos de sus vecinos de mesa, fervorosos patriotas —uno de ellos relacionado con Chaumette—, que se en- contraba en un gran aprieto, que su hija no habia sido mas que bautizada con agua de socorro, que carecia, por be consiguiente, de estado civil y que se tendria por muy . dichoso si Chaumette queria hacerla inscribir en Jos Re- gistros municipales y honrarla con un nombre elegido por él en el calendario republicano de Grecia o de Roma. Chaumette dié en seguida una cita a aquel padre tan «de su tiempo», como entonces se decia. En aquella mis- ma oportunidad se hizo entrar a la sefiorita de Varan- deuil en un gabinete, donde se encontré con dos ma- tronas, encargadas de comprobar su sexo, a Jas cuales hubo de mostrar el pecho, Entonces se la condujo al gran salon de las Declaraciones, y alli, después de una metaférica alocucién, Chaumette la bautizé con e] nom- bre de Sempronia; nombre que la costumbre hizo con- servar siempre a la sefiorita de Varandeuil, pues nunca prescindié de él. t La familia, ya un poco a cubierto y tranquilizada con aquello, atravesé los terribles dias que precedieron a la caida de Robespierre. Llegé por fin el 9 Thermidor, y ' con él Ja libertad. Pero la pobreza seguia siendo grande ' y apremiante en el hogar. No se habia vivido todo el duro tiempo de la Revolucién, ni se iba a vivir durante la época miserable del Directorio, sino gracias a un re- curso muy inesperado, a un dinero providencial enviado por la Locura. Los dos nijios y el padre vivieron casi exclusivamente merced a la renta de cuatro acciones del ~ Vaudeville; operacién que el sefior de Varandeuil tuvo ia ocurrencia de realizar en 1791, y que resulté el mejor ~ negocio de aquellos afios de muerte, en que habia que olvidarse de ésta todas las noches; de aquellos supremos dias, en Jos cuales cada uno queria lanzar su postrera carcajada con la altima cancién, Muy pronto, uniéndose aquellas acciones con el cobro de algunas cuentas, la fa~ _ milia pudo ya procurarse algo mds que pan, Entonces F abandon Jos desvanes del hotel del Petit-Charolais y al- momen eye GERMINIA LACERTEUX ‘ 23 quilé un cuartito en el barrio del Marjal, en la calle del Balago. Nada cambié, sin embargo, en las costumbres del he- gar. La muchachita continuaba sirviendo a su padre y a su hermano. E] sefior de Varandeui] se habitué pau- latinamente a no considerarla sino por la ropa y por el género de labor a qne la tenia consagrada. Los ojos del padre no querian reconocer ya a una hija suya bajo el vestido y las ruines ocupaciones de aquella criada. Esta no era alguien de sv sangre, alguien que tenfa el honor de pertenecerle: era una criada que estaba a su disposi- cién, Su egoismo se avenia también con aquella dureza y con aquella idea: encontraba tan cémoda aquella ser- vidumbre filial, afectuosa, respetuosa y gratuita, que le costé lo indecible renunciar después a ella cuando se dispuso en la casa de algtin dinero mds; hubo que librar verdaderas batallas para hacerle tomar una criada que reemplazase a su hija y evitara a la joven los trabajos domésticos mas humillantes. No se tenian noticias de la sefiora de Varandeuil, que se habia negado a regresar a Paris para reunirse con su marido durante los primeros ajios de la Revolucién; al poco tiempo se supo que habia vuelto a casarse en Ale- mania, valiéndose, como si fuera la partida de defun- cién de su marido, de la de su cufado, el guillotinado, cambiando su nombre. La joven, pues, crecié abandona- da, sin caricias y sin mfs madre que una mujer muer- ta para todos los suyos, mujer que su padre le enseilaba a menospreciar. Transcurrié su infancia en una ansic- dad de todos los instantes, entre las privaciones que corroen la vida, en la fatiga de un trabajo que agotaba sus fuerzas de nifin enclenque, en una espera de la muerte que al fin se tornaba en impaciencia de morir; horas hubo en que aquella rapaza de trece alos, a imi- tacién de las mujeres de su Gpoca, sintié tentaciones de abrir la puerta del hotel y de gritar en mitad de la ca- lle: {Viva el rey'», para que todo acabara, Su juventud siguiéd a su infancia con desusosiegos menos tragicos. ‘Tenfa que soportar Jas violencias del mal humor, las exi- Seperate ae - Meno de impaciencia, desenganchaba e} caballo y dejaba zs EEE EES cz ____EDMUNDO y JULIO DE GONCOURT gencias, las asperezas y las reprimendas de su padre, un tanto dominadas y contenidas hasta entonces por la gran tempestad de aquella época. Continuaba entregada a Jas fatigas y a las humillaciones de una criada, Per- manecia empequeiiecida y rebajada, aislada al lado de su padre, alejada de sus brazos y de sus besos, con el corazén triste y dolorido por querer amar sin tener na- da que amar. Principiaba a sufrir el vacio y la frialdad ocasionados en torne de una mujer por una juventud que no atrae ni seduce, por una juventud horra de be- lleza y de gracia simpdtica, Veia que inspiraba una es- pecie de conmiseracién con su nariz grande, su color amarillo, su sequedad y su delgadez. Sentiase fea, con una fealdad pobre, en sus miserables vestidos, sus tristes vestidos de Jana, que ella misma se hacia y cuya tela le pagaba su padre a regaiiadientes; no pudo lograr de él una corta pensién para su ropa hasta que hubo cum- plido treinta y cinco aiios. jCuantas tristezas y amarguras y qué soledad la suya en aquella vida con aquel anciano taciturno y desabrido, que grufiia y refiia constantemente en el hogar, que no era amable mas que para la gente y que la dejaba todas las noches para ir 4 las casas abiertas nuevamente bajo el Directorio y en los comienzos del Imperio! Apenas la sacaba muy de vez en vez, y cuando lo hacfa era para lle- varla siempre a aquel eterno Vaudeville, donde tenia palcos gratuitos. Aquellas mismas salidas inspiraban te- rror a 3u hija, Temblaba ésta todo el tiempo que per- manecia con él; Je daba miedo su violentisimo cardcter, el tono que sus céleras conservaran del antiguo régimen — y su facilidad para levantar el bastén contra las inso- — lencias de la canalla. Casi siempre tenfa cuestiones con el] acomodador, disputas con la gente de las butacas y amenazas de pufietazos, que ella evitaba dejando caer ~ la reja del palco. Aquello continuaba en la calle, en el mismo fiacre, con el cochero, que, no queriendo arran- car por e] dinero que le daba el seflor de Varandeuil, le hacia esperar una y dos horas sin moverse, y a veces, GERMINIA LACERTEUX 26 a aquél en el coche con su hija; ésta suplicaba en vano a su padre que cediera y pagase. Pensando que aquellos placeres debian bastar a Sem- pronia, y deseoso ademas de tenerla siempre a su lado y a su disposicién, el sefior de Varandeuil no la deja- ba relacionarse con nadie. No la conducia a ninguna re- unién, no la Nevaba a casa de sus parientes, vueltos ya de la emigracién, sino en los dias de recepcién oficial, cuando se reunia toda Ja familia, La tenia atada a la casa; solamente a log cuarenta afios juzg6 que ya con- iaba con la edad suficiente para permitirle salir sola. De aquella manera, no hubo amistades ni relaciones que animaran a la joven; ni siquiera tenia ésta con ella su joven hermano, que habia partido para los Estados Unidos y entrado al servicio de la marina americana. E] matrimonio le estaba prohibido por su padre, el cual no adrritia siquiera que a ella se le ocurriese la idea de casarze y de abandonarlo; todos los partidos que hubieran podido presentarse los combatia y los recha- zaba de antemano de tal forma, que no dejaba a su hija ni valor para hablarle, en el caso de tener alguna vez ocasién de hacerlo, Entretanto, nuestras victorias Ilevaban camino de desz!quilar Italia. Las obras maestras de Roma, de Flo- rencia y de Venecia se amontonaban en Paris. El arte _ italiano lo obscurecia todo. Los coleccionistas sélo se -honraban con los cuadros de la escuela italiana, El se- fior de Varandeuil creyé encontrar una ocasién de ha- cer fortuna merced a aque] movimiento del gusto. El también se dejé ganar por aquel dilettantismo artisti- co, que fué una de las delicadas pasiones de la nobleza antes de Ja Revolucién, Se habia relacionado con artis- tas y aficionados, y gustaba de los cuadros, Pensé re- unir una galeria de italianos y venderla, Paris estaba adn Ileno de ventas y de dispersiones de objetos de arte originadas por el Terror. 1 sehor de Varandeuil se pu- 80 a callejear, pues la calle era entonces cl mercado de los grandes lienzos; a cada paso encontré alguna cosa y todos los dias hizo alguna compra, Pronto se lend el - , _ 26 EDMUNDO JULIO DE GONCOURT pequefio cuarto — hasta el punto de no dejar sitio para los muebles — de viejos cuadros negruzcos, tan gran- des en su mayor parte, que apenas cabian con sus mar- cos en Jas paredes. Todo fué bautizado con los nombres de Rafael, Vinci y Andrea del Sarto; se trataba sola- mente de obras maestras, ante las cuales el padre tenia a menudo a su hija durante horas enteras, imponién- dole sus admiraciones y cansAndola con sus éxtasis, Su- bia de uno en otro epiteto, se embriagaba, deliraba, aca- baba por creer que estaba en tratos con un comprador ideal, regateaba el valor de la obra maestra y gritaba: ¢jMi Rosso vale cien mil libras! jS{, sefior, cien mil libras!...» Su hija, asustada al ver el dinero que des= aparecfa de la casa para comprar aquellas grandes y fetichas cosas, donde se distinguian horribles hombra- chones completamente desnudos, intentaba hacer algu- nas consideraciones y queria contener aquella ruina; el sefior de Varandeuj! se encolerizaba, se indignaba, se sentia avergonzado al encontrar tan poco gusto artistico en Su propia sangre; le decia que aquello seria con el tiempo su fortuna y que entonces veria si él era un imbécil. Al fin le decidié a que realizara la venta: efec- taose ésta: fué un desastre, uno de los mayores derrum- bamientos de ilusiones que presencié el salon encristala- do del hotel Bullion. Herido en lo mas hondo y enfu- recido por aque] fracaso, que no significaba solamente una pérdida de dinero y una brecha en su menguada fortuna, sino también una derrota de persona perita y un bofetén asestado contra sus conocimientos en la me- jilla de sus Rafaeles, el sefior de Varandeuil manifest6 a su hija que eran demasiado pobres para seguir en Paris y que habia que irse a vivir a provincias, La se- fiorita de Varandeuil, educada y criada por un siglo que apenas infiltraba en las mujeres el amor hacia el cam- po, procuré estérilmente combatir la resolucién de su padre; viése obligada a seguirle a donde queria ir y a perder, al abandonar Paris, la sociedad y la amistad de dos jévenes parientas suyas, con las cuales simpatizé ee eo | , GERMINIA LACERTEUX _ eee a7 a ee en unas cuantas entrevistas y para quienes era como una hermana mayor. El seiior de Varandeuil alquilé una casita en la Isle- Adam. Encontrabase alli cerca de afejos recuerdos, en una especie de pequeiia corte antigua, en las inmedia- ciones de dos o tres castillos que comenzaban a repo- blarse y a cuyos duefios conocia. Ademas, habia acudido después de la Revolucién a aquella tierra de los Conti para fijar su residencia en ella, un pequefiio mundo de burgueses y de comerciantes adinerados, El nombre del sefior de Varandeui] sonaba muy bien en los oidos de todos aquellos individuos. Le saludaban inclinéndose ante él, se disputaban e] honor de recibirlo en sus casas y escuchaban respetuosamente, casi religiosamente, Jas historias de la antigua sociedad que é] referia. Y adu- lado, acariciado y honrado como un resto de Versalles, gozaba de las consideraciones y del lugar de un sefior en aquella sociedad. Cuando comia en casa de la seiiora Mutel — una antigua panadera con cuarenta mil libras de renta—, la duefia de Ja casa se levantaba de la mesa, con su vestido de seda, para ir a freir ella misma los salsifies: al sefior de Varandeui] no le gustaban sino como ella los hacia. Pero lo que resolvié mds que nada el retiro del sefior de Varandeuil a la Isle-Adam fué, no estos deleites, sino un proyecto que alimentaba. Se traslad6 alli para tener tiempo de realizar un impor- tante trabajo. Lo que no pudo lograr, para honor y gloria del arte italiano, con su coleccién, queria hacerlo mediante la Historia, Habia aprendido un poco de ita- liano con su esposa; se le metié en la cabeza dar la Vida de los pintores, de Vasari, al ptblico francés, tra- duciéndola con la ayuda de su hija, la cual, cuando pequefia, habia ofdo hablar italiano a la doncella de su madre y retenido algunas palabras, Sepulté, pues, a la joven en el Vasari, encerré su tiempo y su pensa- miento en las gramaticas, en los diccionarios, en los comentadores y en todos los escoliastas del arte italiano, y la tuvo inclinada sobre el ingrato trabajo, sobre el tedio y el cansancio de traducir las palabras a tientas.

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