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LA CANTINA DE LOS EREMITAS

Bienvenidos seáis al rincón donde reposa mi creatividad.

martes, 25 de julio de 2017


La palabra como detonante de la creación: volumen I

"La creación de Adán" de Miguel Ángel

La creencia en el poder de la palabra sobre el objeto es un proceso ligado


con las creencias mágicas y religiosas desde tiempos inmemoriales. Determinadas
voces debían ser elididas e intercambiadas por otras para no provocar la ira de
dioses o seres sobrenaturales (recordemos el segundo mandamiento del
cristianismo: “No tomarás el nombre de Dios en vano”); este pensamiento se
remonta a las colectividades prehistóricas y el sentimiento, humano y universal, de
creencia en el poder mágico de las palabras, cuya raigambre se remonta a las
mencionadas sociedades primitivas, se halla mezclado en la tradición cultural con
el concepto de tabú lingüístico. Esta idea se originó porque se suponía que un
poder intrínseco en todas las palabras (que poseían una carga misteriosa, mágica y
terrorífica) generaba exactamente aquello que designaba y en el momento en que
se pronunciaba; no es de extrañar que los hombres primitivos, que poseían estas
creencias, asociasen el poder de las palabras a seres superiores o dioses.

De esta identidad de la palabra con las cosas surgen numerosos ejemplos,


tanto religiosos como literarios o biológicos; no obstante, en el artículo de esta
semana nos ceñiremos únicamente al campo de la mística, para así, en próximas
entradas, ejemplificar con otras disciplinas.
En la tradición judía, más concretamente en el Génesis (Capítulo 1,
versículo 3), el mundo se crea a voluntad de Dios y por medio de su palabra: «Dios
dijo: ‘haya luz’ y hubo luz». Según el Salmo XXXIII de David: «por la palabra de
Yahveh fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su
boca». En el Evangelio de San Mateo: «Dondequiera que estén dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos». En el Éxodo (capítulo 3) hay unos
versículos que hacen mención a la revelación del Nombre divino por parte de
Yahveh a Moisés: «Contestó Moisés a Dios: Si voy a los israelitas y les digo: ‘El
Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’; cuando me pregunten: ‘¿Cuál
es su nombre?, ¿qué les responderé?’ Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Y
añadió:” Así dirás a los israelitas: ‘Yo soy’ me ha enviado a vosotros”.

La palabra no solo estaba divinizada en la tradición judeocristiana, sino


también en otras religiones mucho más antiguas; existen dioses del lenguaje en
numerosos cultos, como en el egipcio, donde el dios Thoth o «Señor de las palabras
divinas» fue el inventor del lenguaje y el mensajero de Ra. Ra (al igual que Dios en
el judeocristianismo) creó todo cuanto existe con solo nombrar las palabras
correspondientes, e hizo surgir uno por uno a todo el resto de los dioses egipcios
con tan solo pronunciar sus nombres. También en Egipto existe otro dios
denominado Khern- palabra-. Para terminar con el credo de Egipto, cabe destacar
que la diosa Isis logró arrancarle a Ra su nombre verdadero, es decir, el secreto de
su poder y así se hizo con la divinidad. Además, en la antigua Roma el nombre de
su deidad guardiana era un secreto; de este modo se creía que la ciudad estaba a
salvo de fuerzas enemigas o hechizos. Asimismo, en la mitología nórdica existía un
dios llamado Freyr que regía la lluvia y la luz del sol y, con ellos, los frutos de la
tierra; por tanto, se pensaba que invocándolo a través de la palabra se obtendrían
buenas cosechas y tiempos de paz.

Nos vamos hasta el jueves que viene y, como no podía ser de otro modo, os
quedáis con un fragmento escrito por Oscar Wilde en el comienzo de El retrato de
Dorian Gray: «Yo creo en verdad, aunque no las he encontrado, que puede haber
palabras que son cosas

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