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Porque hay alguien a quien siempre quise, pero nunca pude tener.
Lila Younger escribe romances calientes y tórridos sin trampas y siempre con un
final feliz porque las historias de amor son siempre un poco mejores cuando son
traviesas. Si estás buscando una novela que te deje el corazón -y las bragas-
derritiéndose, ¡empieza a leer!
Capítulo 1
Marissa
Ridículo.
—Hola —chillo.
—Me gusta volar con Swiss. Su sala VIP hace que pasar por
seguridad sea un paseo —comenta.
—Así es. Por eso te envié allí a la escuela. Sabía que harían
el mejor trabajo, y lo harían al más alto nivel. Tu padre no habría
querido menos.
Sacudo la cabeza.
Follarte.
No, claro que no digo eso. Nunca he sido tan atrevida, por
mucho que lo haya deseado en el pasado. Y desde luego no voy a
empezar ahora.
Ella está bajo mi tutela. Sólo tengo que recordar eso. Puede
que sea legal, pero al fin y al cabo sigue siendo alguien bajo mi
tutela, y no voy a hacer un desastre con eso. No con la deuda que
tengo con su padre. Quizá si no hubiera sido tan distante, si no
la hubiera empujado a otro rincón del mundo, nuestra relación
sería más parecida a la de un padre y una hija. No es que me
pareciera bien que un soltero como yo, totalmente centrado en
los negocios en lugar de en cosas tan cálidas como el amor y las
emociones, estuviera a cargo de una niña tan dulce y joven como
era Marissa en aquel momento. Sé que tomé la decisión correcta.
Pero tal y como están las cosas, es como si una extraña hubiera
aterrizado en mi propia casa. Una extraña muy, muy hermosa.
—Espera —gruño.
Se muerde el labio.
¿Qué me lo impide?
—Cállate —refunfuño.
Andrew gime.
—En serio, ¿quieres comprar los Acers, otra vez? ¿Qué pasa
contigo y el béisbol?
Marissa aparece una hora más tarde, justo cuando pensé que
lo haría. Al principio no se fija en mí porque está buscando algo
en su pequeño bolso de mano, pero se detiene al verme. Su
vestido es aún más corto de lo que pensaba, y puedo ver sus
bragas negras desde donde estoy. Me hace ver rojo saber que eso
es lo que estuvo mostrando toda la noche pasada a cualquiera
que quisiera echar un vistazo.
Su respiración se entrecorta.
—Sí —responde.
No puedo esperar.
Se encoge de hombros.
—No fue tan difícil —dice con una risita. —Todavía tengo mi
tarjeta de identificación de seguridad.
—Póntelo.
—Sí.
Se estremece, como si acabara de abofetearla. Mierda. No
quería hacerle daño, no de esta manera. Pero ahora veo que tiene
una idea equivocada. Que piensa que todo nuestro tiempo juntos
ha significado más, mucho más. En cierto modo, debería haberlo
sabido. Debería haber previsto que esto pasaría. Sé cómo son las
mujeres, y definitivamente debería haber sabido que, siendo
virgen, ella no habría sabido que el tipo de sentimientos
generados por el sexo, toda esa oxitocina, harían que pareciera
que se estaba enamorando. Esa fue mi culpa, mi error, olvidar su
inexperiencia. Simplemente aprendió tan rápido que lo olvidé.
Parece entumecida.
Sacudo la cabeza.
Y lo hago.
Tampones…
—¿Tú qué?
Se ríe.
Fin