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La pérdida de las últimas colonias produjo una profunda conmoción social. Se tomó
conciencia de los defectos y carencias de una España pobre, atrasada en el contexto
de las nuevas naciones europeas. Surgió un sentimiento de autocrítica y un deseo
de cambio y renovación, el regeneracionismo, que fue a la vez un movimiento
político, económico y cultural. Este espíritu estuvo representado por la generación del
98, integrado por un grupo de intelectuales como Azorín, Unamuno, Vallé-Inclán,
Joaquín Costa, Pío Baroja, etc., que criticaron la ignorancia y la desidia de los
españoles y sus gobiernos. Pensaban que la solución a estos males pasaba por la
modernización del país en todos los órdenes.
Tras el desastre del 98, España intentó recuperar el prestigio nacional maltrecho.
Por ello, Marruecos fue el eje de la política exterior del primer tercio del siglo XX.
La desunión de los dos grandes partidos, en los que no existía ninguna figura capaz
de obtener un gran respaldo, dificultó la gobernabilidad del país. Esto condujo a una
gran inestabilidad, especialmente a partir de 1917, a un bloqueo parlamentario
continuo y a la casi permanente suspensión de las Cortes.
Esta situación agravó las diferencias sociales de la época y provocó una gran
agitación social y el auge del movimiento obrero, intensificando el número de
huelgas organizadas por la UGT y la CNT.
2. La crisis de 1917.
La crisis militar. Uno de los factores que explican el malestar de los militares fue el
proyecto de reforma militar, que pretendía modernizar el ejército mediante una
reducción del excesivo número de oficiales, cuyos salarios absorbían gran parte del
presupuesto. Otro motivo era el sistema de ascensos, en su mayoría por méritos de
guerra, lo cual favorecía a los militares que servían en África frente a los peninsulares.
A esto se unía la precariedad de su situación económica por la elevada inflación de
la época.
El conflicto surgió entre los jóvenes oficiales peninsulares de los cuerpos de ingenieros
e infantería, que exigieron el establecimiento de la “escala cerrada”, es decir, que
los ascensos fuesen por rigurosa antigüedad.
Entre 1917 y 1918 tienen lugar los llamados gobiernos de concentración en los que
participaron las distintas facciones en las que se hallaban divididos tanto el Partido
Conservador como el Liberal, e incluso regionalistas de la Lliga.
Con la mediación del gobierno, se alcanzó un acuerdo por el que los despedidos
fueron readmitidos, se aumentaron los salarios y se consiguió la jornada laboral de
ocho horas. Sin embargo, un conflicto, laboral en su origen, derivó en una auténtica
“guerra social”, cuando la patronal y las autoridades militares se negaron a liberar
a los detenidos, y la CNT declaró la huelga general. La patronal respondió con el
cierre de empresas y la contratación de bandas de pistoleros, y contó con la
colaboración de los sindicatos libres en su empeño para eliminar el
anarcosindicalismo.
Los actos terroristas y la violencia callejera, fruto del sangriento enfrentamiento entre
pistoleros de uno y otro bando, sumieron a la ciudad en una espiral de violencia entre
1919 y 1921. El gobierno declaró el estado de guerra, suspendió las garantías
constitucionales y cedió el orden público a los militares. Nombró al general
Martínez Anido gobernador civil de Barcelona, quien impuso la represión militar y
el terrorismo policial mediante la aplicación de la “ley de fugas”, por la que los
sindicalistas detenidos eran asesinados alegando que intentaban escapar.
En 1920 el general Silvestre, alentado por el rey, inicia una arriesgada ofensiva con
el propósito de ocupar la región del Rif y llegar hasta Alhucemas, donde se
refugiaban los rebeldes liderados por Abd-el-Krim. La estrategia militar fue un fracaso
y los rifeños, con Abd-el-Krim a la cabeza, rodearon por sorpresa a los españoles
cerca de la aldea de Annual, ocasionando más de 10.000 bajas (incluido Silvestre).
Se perdió toda la zona que había sido ocupada durante años con grandes esfuerzos.
Influido por el triunfo fascista de Mussolini en Italia, Primo de Rivera instituyó una
dictadura militar autoritaria que duró siete años y se divide en dos etapas:
Tras unas horas de vacilaciones, Alfonso XIII encomendó a Primo de Rivera formar
un nuevo gobierno integrado por militares y declaró el estado de guerra.
Para restablecer el orden social se intensificaron las acciones represivas contra los
sectores más radicales del movimiento obrero, sobre todo anarquistas y comunistas,
y se aplicó una dura política contra los nacionalismos periféricos. A pesar de la
buena recepción del golpe por parte de la burguesía catalana, suprimió la
Mancomunidad de Cataluña y prohibió el uso público del catalán.
Esta política económica fue espectacular a corto plazo, pero supuso un enorme
gasto público que llevó a un acusado endeudamiento del Estado, a pesar de la
reforma tributaria del ministro José Calvo Sotelo, que elevó la recaudación de
impuestos.
A semejanza de las corporaciones fascistas italianas, para resolver los conflictos entre
patronos y obreros, se puso en marcha la Organización Corporativa Nacional
(1926), donde el Estado actuaba como árbitro. Además, se aprobó el Código del
Trabajo que agrupaba toda la legislación laboral desde 1900.
La oposición a la dictadura.
A partir de 1926, la dictadura empezó a perder apoyos y arrecieron la crítica y la
oposición, de las que no se libró Alfonso XIII.
Ese mismo año estalló un conflicto militar. Este se produjo cuando Primo de Rivera
promulgó una norma general que suprimía los ascensos por estricta antigüedad.
Ante la oposición de los oficiales de artillería, forzó al rey a que ratificase el decreto de
disolución del cuerpo de artillería. Desde ese momento, una parte del ejército se
distanció de la dictadura y del propio rey.
La CNT, tras los años de represión, se había desmoronado y radicalizado. Frente a los
sectores más sindicalistas, los partidarios de la insurrección revolucionaria
constituyeron en 1927 la Federación Anarquista Ibérica (FAI). La oposición del
PSOE a la dictadura fue más tardía.
La caída de la monarquía.
El crack del 29 que provocó una crisis económica mundial, hizo que en poco tiempo
se esfumasen los logros económicos de la dictadura. El propio rey, temeroso de que
el desprestigio de la dictadura afectase a la imagen de la monarquía, optó por
retirarle la confianza. Primo de Rivera, sin apoyos, dimitió en enero de 1930.
Alfonso XIII encargó al general Berenguer formar gobierno con el objetivo de dirigir
al país a la normalidad constitucional. Sin embargo, la sociedad española,
especialmente en el mundo urbano, había cambiado y ya no era propensa a dejarse
controlar por la maquinaria caciquil. En estas circunstancias resultaba imposible volver
a la situación anterior como si nada hubiese pasado. La forma de llevar el gobierno de
Berenguer hizo que la opinión pública empezase a llamar el nuevo régimen la
“dictablanda”.