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RESUMEN FINAL

HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL

Stéfano Balbo

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U1: ASPECTOS METODOLOGICOS DE LA HISTORIA ECONÓMICA
“Desempeño Económico en el transcurso de los años” – Douglass North

La historia económica es el estudio y análisis económico del pasado, buscando proporcionar un marco
analítico a las explicaciones y sistematizaciones de la teoría económica, lo que nos permite entender con
mayor profundidad el cambio, evolución y desarrollo económicos.

 Una teoría de la dinámica económica comparable en precisión a la Teoría General del Equilibrio
sería la herramienta ideal; al no existir, podemos mediante la historia describir las características
de economías pasadas, examinar el desempeño de la misma en diferentes momentos temporales,
y llevar a cabo análisis de estática comparada.
 Pero faltaría un entendimiento analítico de la manera en que las economías funcionan

A esto intenta dar respuesta la teoría neoclásica, que falla al preocuparse sólo por la operación de los
mercados y no de como estos se relacionan. Dos supuestos fueron erróneos:

 Que las instituciones no tienen importancia, y


 Que el tiempo no tiene importancia

En efecto, las instituciones políticas y económicas forman la estructura de incentivos de una sociedad y,
por tanto, son determinantes fundamentales del desempeño económico. El tiempo es la dimensión donde
ocurren los cambios económicos y sociales, conllevando un proceso de aprendizaje de las sociedades, que
incide sobre sus decisiones y sus preferencias. Es la organización política la que define y hace valer los
derechos de propiedad. Sí el marco institucional premia la productividad, traerá organizaciones productivas.
La matriz institucional orienta los incentivos.

Las instituciones y la tecnología determinan los costos de transacción y las transformaciones se suman a
los costos de producción. Coase (1910 – 2013): “el resultado económicamente eficiente sólo se obtiene
cuando el costo de transacciones es nulo”. El problema de esto es qué en la realidad las transacciones sí
tienen un costo, ya que negociar implica costos; por tanto, las instituciones cobran importancia.

Los neoclásicos sostienen entonces la racionalidad instrumental: a pesar de que los actores pueden tener
modelos inicialmente distintos y erróneos, la realimentación y los árbitros corregirán los modelos hasta
alcanzar un mercado eficiente. Sin embargo, esto sólo se cumplirá excepcionalmente, dado que los
individuos por lo general actúan en base a información imperfecta/incompleta (incertidumbre) y modelos
subjetivamente derivados, siendo insuficiente la realimentación para corregirlos.

Las instituciones son creadas para servir los intereses de quienes tienen el poder de negociación, para crear
nuevas reglas. En consecuencia, el poder de negociación afecta la eficiencia de los resultados. Y sí es
excepcional encontrar mercados económicos eficientes, más difícil es que ocurra con mercados políticos:
lo qué se intercambia son votos, entre legisladores y electores. Lograr consensos políticos es
extremadamente difícil, conllevando a la existencia de incertidumbre y estereotipos ideológicos. Ocurre
también qué el elector no se involucre plenamente al ser su voto poco representativo.

El cambio económico es progresivo, ubicuo, incremental, y surge como respuesta a las decisiones de los
agentes. Por esto aparecen los contratos, modificándose las reglas y por tanto, las instituciones, al percibir
los individuos que les podría ir mejor reestructurando los intercambios políticos y económicos.

Las ideas, prejuicios, ideologías, dogmas, son importantes en el análisis político y económico. Esto es lo
que viene a complementar el marco de las decisiones racionales, qué puede ser cierto en economías
desarrolladas pero insuficiente en contexto de incertidumbre.

Así aparece el aprendizaje colectivo (Hayek): a partir de las experiencias provenientes del marco
sociocultural y lingüístico, y del marco físico o real, surgen modelos mentales, qué son la representación
interna que realizan los individuos para interpretar el entorno. Para esto generalizan desde lo particular y
utilizan analogías. En definitiva, las estructuras de creencias son transformadas por las instituciones en

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estructuras sociales y económicas. Y los incentivos forman parte importante de estos sistemas de creencias,
lo que incide directamente en el desempeño económico.

Las instituciones también aparecen ya que la cooperación es difícil de mantener a lo largo del tiempo.
Su función esperada es alterar las relaciones costo-beneficio y alinear los incentivos en favor de la
cooperación, lo cual constituye un proceso complejo: no sólo implica instituciones económicas sino
también políticas. Implica consensos. Las organizaciones políticas hacen cumplir las normas y los derechos
de propiedad.

Si bien las leyes formales pueden cambiarse de la noche a la mañana, no ocurre así con las normas
informales, que mutan de manera gradual. Por esto, el cambio revolucionario nunca lo es tanto como lo
esperan sus proponentes. Además, las economías que adopten reglas formales ajenas tendrán un
desempeño diferente debido a las diferencias en las normas informales de ambas sociedades. La clave para
el crecimiento de largo plazo es la eficiencia de adaptación de la sociedad, más que la de distribución.

MODOS DE PRODUCCIÓN PRECAPITALISTAS


U2: LOS PROCESOS DE CAMBIO
“La primera revolución económica” – Douglass North

Durante más de 1 millón de años, los humanos se dedicaron a la caza y la recolección. Vivían en grupos
pequeños (tribus), en cuevas o al aire libre, y eran nómades: estaban preparados para trasladarse cuando se
agotaran los recursos.

Hace aproximadamente 10.000 años, los seres humanos comienzan a desarrollar la agricultura sedentaria.
Se agruparon en sociedades y comenzaron a criar animales. Esto implicó un aumento en la base de recursos
disponibles y, en consecuencia, una Revolución Económica. La transición conllevó una aceleración del
proceso de aprendizaje. La evidencia encontrada por especialistas nos deja claro qué:

 La agricultura se desarrolló hace 10.000 pero el hombre se diferenció de los animales hace más de
1 millón. La tasa de progreso material del hombre se aceleró exponencialmente a partir de la
agricultura.
 Este desarrollo ocurrió de forma diferente en cada lugar y en diferentes momentos temporales.
 La generalización de la agricultura llevó miles de años. La tasa de difusión media en Europa fue
aproximadamente de 1km por año.
 10.000 años a.C. se extingue también una amplia gama de especies (finales del Pleistoceno). Antes
del surgimiento de la agricultura surge la “Revolución de Amplio Espectro”: el hombre dejó de
cazar animales de gran tamaño y se enfocó en los más pequeños.
 La población humana aumentó, lo que conllevó emigraciones a América y Australia.

Modelo de estática comparativa

Asumimos que el principal recurso de una tribu es el trabajo de sus miembros. La tribu puede elegir como
emplear su trabajo para producir los bienes y servicios. Intentará asignar los recursos de manera que se
maximice el valor del recurso escaso, el trabajo, y de ese modo el bienestar económico del grupo. En
ausencia de un mercado que determine los precios relativos (caza/recolección ó agricultura) las preferencias
de la tribu establecerán estas valoraciones relativas. Suponiendo que permanecen inalteradas, el PMg del
trabajo se convierte en la variable crucial para determinar las cantidades de trabajo asignadas a cada sector.

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El VPMg de la Caza se vuelve decreciente luego de un período
con rendimientos constantes. El sector Agrícola, que refleja
abundancia de tierras disponibles en este momento, exhibe
rendimientos constantes a escala para unidades adicionales de
trabajo. La parte relevante de la demanda de trabajo para ambos
sectores es la línea continua. A medida que -ΔPMg Caza, la tribu
transiciona a la Agricultura, que genera mayor productividad
relativa.

Hay entonces tres factores que, individual o simultáneamente, explicarían la transición:

 La caída de la productividad de la Caza.


 Un aumento de la productividad de la Agricultura/Recolección.
 La expansión sostenida del tamaño de la fuerza laboral (población).

El modelo anterior supone que cuando el hombre prehistórico se encontró con dos alternativas, eligió
aquella que le producía un mayor nivel de bienestar. En un mundo de incertidumbre, es imposible saber
a priori cuál es la elección correcta. El modelo es aceptable, pero incompleto para nuestros propósitos,
ya que no considera explícitamente la naturaleza de los derechos de propiedad con los que convivió el
hombre prehistórico; ni tampoco incluye ninguna hipótesis demográfica.

Dado que la estructura de derechos de propiedad encauza la conducta económica del hombre, los individuos
pueden comportarse diferente bajo dos conjuntos de derechos de propiedad distintos. En el caso del
hombre prehistórico, los recursos naturales fueron inicialmente de propiedad común y, por tanto, de libre
acceso. Esto conduce a una utilización ineficiente, por un fallo en el sistema de incentivos. El individuo o
la tribu ignora ciertos costos, lo que conduce a la sobreutilización de los recursos, incluso hasta su
agotamiento.

Suponiendo ahora un contexto de competencia entre tribus, donde los


animales sólo tienen un valor después de ser capturados, existe un
incentivo a explotar el recurso hasta que el valor del último animal
cazado sea igual a los costos de matarlo. Ninguna tribu tendrá incentivos
a conservar el recurso, lo que pone al stock de animales en peligro de
extinción. El resultado es la aparición de demasiados cazadores mientras
la productividad sea mayor a la de la alternativa (agricultura), por más de
que decrezca el stock para la caza.

Si se excluye a algunos cazadores, no se disiparían todos los ingresos. Por consiguiente, la agricultura
primitiva organizada como propiedad comunal, tenía ventajas sobre la caza, en términos de eficiencia de
los derechos de propiedad. Alguna tribu podría haber restringido el comportamiento de sus miembros
mediante reglas, tabúes o prohibiciones. Esta diferencia entre derechos de propiedad común en la caza y
derechos comunales exclusivos en la agricultura es crucial para entender la revolución.

 Sector Caza: recurso de propiedad común


 Sector Agrícola: regulado por propiedad comunal-exclusiva (es decir, similar a propiedad
privada).

Esto tiene implicancias en el cambio tecnológico y, por tanto, en el bienestar de largo plazo de las tribus.
Bajo el incentivo de las condiciones de escasez, el hombre se especializó y perfeccionó en una sola tarea.

Hipótesis de la actuación demográfica del hombre prehistórico: está claro que el número de personas se
incrementó a través del tiempo, pero no a una tasa constante ni continua. La simple aritmética del cambio
demográfico en el primer millón de años sugiere una tasa muy lenta de crecimiento; pero la población
creció.

Este argumento va en contra de las observaciones de antropólogos, que han descubierto que las tribus
contemporáneas que viven como en la Edad de Piedra tienden a mantener una población estable, incluso

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por debajo de aquel que dañaría la base de recursos. El hombre prehistórico tendía en realidad hacia una
población homeostática, lo cual requiere ciertas condiciones:

 Los recursos naturales deben ser fijos para crear rendimientos decrecientes a los aumentos de
población.
 Deben existir derechos exclusivos de propiedad comunal de los recursos para eliminar la
competencia entre grupos rivales.
 Debe existir alguna forma de regulación comunal para el acceso a los recursos, a fin de controlar
el comportamiento económico de los miembros del grupo.

Supongamos que la tribu estuviese dedicada a explotar un recurso y tuviera éxito en limitar la población
para que no se vea amenazado su stock. Supongamos también que aparece otra tribu, que desea compartir
el recurso. La capacidad de la primera para excluir a la segunda es, seguramente, una función del tamaño
de su población (ΔPoblación => Δposibilidades de éxito). En definitiva, las bandas que NO intenten limitar
la población tenderán a dominar a aquellas que SÍ lo intenten. La tendencia colectiva inevitablemente
era aumentar la población.

Hace aproximadamente 30.000 años, la expansión demográfica empujó a los humanos a lo largo del
estrecho de Bering, desde Asia hacia América. A medida qué el humano migraba se formaban nuevos
grupos sociales (esto es descrito por antropólogos como un sistema de puertas abiertas). En términos del
modelo, había rendimientos constantes para una fuerza de trabajo creciente, lo que conlleva un
incremento del producto proporcional al crecimiento demográfico. Abundaban las tierras vacías que podían
ser explotadas, no existiendo ningún incentivo para delinear relaciones de propiedad exclusiva. Sin
embargo, deberíamos esperar que los grupos que se encontraban en el interior de la frontera demográfica
hubieran intentado inicialmente desarrollar relaciones estables entre la población de la tribu y la base de
recursos, ya que estaban limitados por otros grupos y por el momento no había manera de ampliar la base.
Intentarían, entonces, alcanzar la relación homeostática de la población planteada antes. Regularían la
fecundidad y la Caza, procurando estabilidad. Esto estaría condenado al fracaso, ya que sólo funcionaría si
los grupos estuvieran aislados, sin competencia.

Una vez que la población hubo crecido, hasta el punto en que la base de recursos fuera plenamente utilizada,
cualquier incremento adicional en la población traería una caída en la producción marginal de la
Caza y Recolección (Ley de Rendimientos Marginales Decrecientes). Sin embargo, dadas las características
de tribus rivales y propiedad común, la población continuaría creciendo.

La solución del dilema de propiedad común en el que se encontró a sí mismo el hombre prehistórico fue el
desarrollo de los derechos exclusivos de propiedad comunal. Mientras hubiera abundancia de recursos,
no existían incentivos a instaurar derechos de propiedad. Pero, durante esta fase transicional de escasez
creciente, comienza a ser rentable incurrir en los costos necesarios para desarrollar y hacer respetar los
derechos de propiedad.

La Primera Revolución Económica no fue una revolución porque alterase la actividad económica principal
del hombre desde la Caza y la Recolección hacia la agricultura sedentaria. Fue una revolución porque esa
transición creó un incentivo fundamental de cambio que nace de los derechos de propiedad.

“Nacimiento y Declive del Feudalismo” – Douglass North

El Imperio Romano desapareció en las caóticas condiciones que caracterizaron


al siglo V. Una cronología histórica más o menos arbitraria fecha el final del
feudalismo unos mil años después, en el 1500 d.C. Entre ambas fechas, Europa
occidental se recuperó gradualmente de la anarquía romana (años de
oscuridad) y desarrolló una estructura político-económica que garantizaba
estabilidad suficiente, y que a su vez permitió los cambios que llevaron a su
desaparición, presagiando el desarrollo de los Estados nacionales y el desarrollo
económico de los últimos cuatro siglos.

La civilización greco-romana condicionó y dio forma a muchos de los arreglos


institucionales que surgieron en los siglos VI a X. El señorío feudal se nos

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presenta como una herencia de la villa romana. También sobrevivió el Derecho Romano, dando forma a la
estructura de los derechos de propiedad europeos. La Iglesia jugó un rol fundamental en transmitir esa
herencia, siendo la depositaria del saber y la alfabetización, teniendo incluso una función Estatal: el Papa
como gobernante y una amplia burocracia. Vendía protección, justicia, y salvación eterna a la población, a
quienes controlaba con convicción ideológica. Las instituciones surgen de una fusión de las germánicas
y romanas, en un estado dinámico, como resultado de continuas guerras, invasiones y caos generalizado.

El sistema feudal en el siglo X presentaba las siguientes condiciones de partida:

 Sólo existía la ley y el orden dentro de los límites de las áreas pobladas, limitando y
condicionando el intercambio.
 Los bienes gozaban generalmente de menos movilidad que el trabajo.
 La tierra era abundante pero sólo tenía valor con trabajo y protección.
 El trabajo presentaba costos constantes.
 Dada la indivisibilidad de los castillos, existían economías de escala en la defensa.
 Al aumentar la población protegida por un mismo señor, se acentuaba la distancia también
entre el castillo y los cultivos, lo que hacía aumentar los costos de producción.
 El señor local estaba subordinado a señores de mayor categoría, y así hasta el Rey. Por tanto,
los derechos de propiedad eran una cesión condicional de la posesión a cambio de servicios
militares.

En un estudio anterior, hubo dos hipótesis:

 Eran los esclavos, siervos y trabajadores libres que ofrecían el output de bienes y servicios a
cambio de la escasa cantidad de justicia y protección que recibían. Ante la ausencia de mercados,
los servicios laborales eran la parte principal de las obligaciones de la población, como resultado
de costos de transacción extremadamente elevados para la formación de mercados organizados, lo
que impedía la especialización y el intercambio. Para el señor era más barato utilizar las
obligaciones laborales a él debidas para producir bienes, qué sentarse a negociar con los siervos.
Esto se prestaba al engaño. El costo del fraude se redujo a través de costumbres/leyes señoriales
que especificaban la cantidad de tiempo de trabajo para cada tarea, el establecimiento de
supervisores para los siervos y multas para los estafadores. Al hacer cumplir las leyes, no había
un tercer ente; el señor feudal o su representante presidían las audiencias actuando como jueces.
 El trabajo era escaso y los señores competían a menudo entre sí en la búsqueda de siervos. El señor
tenía incentivos a obedecer y actuar según los acuerdos contractuales, ya que de no hacerlo, los
siervos podían romper el contrato e irse del feudo.

La crítica principal es que el desarrollo de los mercados entre los siglos X y XII fue muy superior a
lo intuido. Los costos de transacción de adquirir los bienes de consumo a través de los mercados no era un
costo alternativo más alto que el subyacente a la asignación de los servicios laborales. En realidad, era
más rentable para los señores vender la libertad, recibir ingresos de sus monopolios de molinos y hornos,
y sustituir los servicios laborales por pagos monetarios.

La protección y la justicia no eran en realidad bienes públicos, dado que era posible excluir a los
campesinos a un costo bajo (bienes de consumo no rival pero excluibles). El siervo estaba atado a su señor
y sus acciones y movimientos estaban severamente limitados por su estatus; no había ningún acuerdo
voluntario. Sin embargo, la evolución de los costos de oportunidad marginales de señores y siervos impulsó
el cambio en el feudalismo y le llevó en última instancia a su desaparición.

En la medida en que la creciente población conducía a cierta saturación y a la aparición de rendimientos


decrecientes en determinadas zonas, existiendo aún territorios con grandes zonas forestales y de espacio
abundante, el resultado lógico fue la colonización. Se creó entonces un movimiento de frontera: los nuevos
señoríos se distribuyeron por toda la Europa noroccidental y aumentaron las ganancias potenciales del
comercio al reducir las áreas despobladas y los costos de transacción, fomentando el crecimiento de las
ciudades, la especialización y la producción.

Las ciudades establecieron su propio cuerpo legal y de forma gradual sus propios tribunales comerciales.
Se fue desarrollando progresivamente el poder policial característico de una unidad política. Aparecieron
también los códigos mercantiles, que paulatinamente se reconocieron en áreas cada vez mayores, y se

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desarrollaron los gremios. El trabajo comenzó a volverse menos valioso y la tierra más, lo que elevó los
incentivos a modificar los derechos de propiedad, de forma que el ahora cada vez más escaso recurso fuera
utilizado eficientemente. Condujo a una serie de esfuerzos que permitiesen la propiedad exclusiva y el
derecho de transferencia. Los siglos XII y XIII fueron un período de florecimiento del comercio
internacional.

El crecimiento poblacional hacía que los precios relativos de los productos agrícolas se elevaran con
respecto a otros bienes, y que los salarios reales cayeran. Esto, emparejado con los rendimientos
decrecientes, reducía el nivel de vida de la mayoría de la población. El hambre asoló gran parte de la
Europa occidental en los comienzos del siglo XIV. Las pestes se hicieron endémicas en 1347, y asolaron
repetidamente, de forma que la población disminuyó probablemente durante un siglo. En consecuencia,
cayó el volumen de intercambio y comercio, una crisis malthusiana. En este contexto:

 Sorprende el creciente poder de los gremios, organizados para proteger a los artesanos locales
y preservar el monopolio local ante la competencia exterior, a raíz de mercados rápidamente
restringidos.
 En el sector agrícola se generó una vuelta a la época de tierra abundante y trabajo escaso;
las tierras más pobres y de peor calidad dejaron de cultivarse. Hubo desplazamiento de la
agricultura a la ganadería, los salarios reales crecieron y las rentas cayeron. La fuerza de
negociación pasó de los señores al campesinado, influenciado por la competencia entre señores
feudales, que llevó a condiciones más libres para los campesinos. Esto dio lugar al reconocimiento
de derechos de posesión de la tierra y puso fin a las obligaciones serviles.
 Las guerras y caóticas condiciones llevaron progresivamente inseguridad a los derechos de
propiedad, pero el intercambio si bien disminuyó no desapareció; sobrevivieron los mercados
y la economía monetizada.

Estos cambios se manifestaron a lo largo de toda Europa occidental, lógicamente con diferencias regionales
respecto a la presión demográfica y las epidemias. Para comprender los patrones de ajuste a estos cambios
debemos volver la atención a la tecnología y la organización militar.

Guerrear se había convertido en una actividad constante,


aunque siempre a pequeña escala. Al final de esta época, sin
embargo, las características de la guerra se alteraron, lo que
produjo la obsolescencia de la clase guerrera vigente. El caos en
Europa occidental se interrumpió cuando Carlomagno derrotó a
los árabes en el año 753 (Poitiers). Ya en el año 800, había
conquistado y anexionado los territorios desde fronteras con la
España islámica a Sajonia, Bavaria y la Italia lombarda. La
ruptura y derrumbamiento del Imperio en el siglo IX ofrece
evidencia convincente de que ya el tamaño viable de las
unidades político-económicas era pequeño. No generó una administración ni estructura fiscal
centralizada, sino que el mismo Carlomagno mantuvo al Imperio brevemente unido.

El Rey ofrecía escasa protección contra las bandas vikingas, musulmanas y magiares: fortificaciones fijas,
y una caballería con fuertes armaduras, cuya ventaja comparativa de esta última con la infantería aumentó
inmensamente con la difusión del estribo. El resultado fue la estructura jerárquica feudal antes explicada,
con la consecuente expansión económica y orden local.

El resultado militar no fue definitivo y esto reforzó el mantenimiento de las unidades político-económicas
pequeñas. Los castillos eran prácticamente inexpugnables, pero requerían alta financiación. El
crecimiento de la economía monetizada condujo al pago monetario en sustitución del servicio militar
(scutage). Los reyes podían reclutar mercenarios y el tamaño del ejército dependía del bolsillo del monarca
de turno. A corto plazo, el creciente mercado de mercenarios aumentó el caos y la guerra; una vez
organizados, se convirtieron en el azote de Europa occidental en la medida que descubrieron la rentabilidad
de la extorsión, el saqueo y el secuestro.

Desde el siglo XIII al XV tuvo lugar una importante serie de cambios tecnológicos en las artes militares
(la pica, el arco, el cañón, mosquetón, y mejoras en la construcción naval). Todavía está en discusión si el

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desarrollo de una economía de intercambio fue condición suficiente para el aumento de la escala óptima de
la guerra o si las innovaciones tecnológicas aumentaron el tamaño de las unidades políticas. Lo que no cabe
duda es que ambos aumentaron y las condiciones de supervivencia política se modificaron drásticamente:
no exigía sólo un ejército mayor, sino entrenado, disciplinado y con un equipo costoso. La guerra era
simultáneamente por tierra y por mar, y había aumentado la cantidad de recursos financieros
necesarios.

Examinemos el caso de una industria competitiva con un gran número de pequeñas empresas.
Introduzcamos un cambio que conduzca a economías de escala significativas en relación al tamaño del
mercado, de forma que el tamaño eficiente de las empresas deba crecer. La senda de cambio desde el viejo
equilibrio hasta la nueva (y quizás inestable) situación de oligopolio será:

1. Las pequeñas empresas originales deberán aumentar el tamaño o fusionarse,


2. Aumentará salvajemente la competencia,
3. En consecuencia, habrá menor número de empresas con volumen óptimo mayor,
4. El resultado probablemente sea inestable, generando incentivos a la colusión y fijación conjunta
de precios; pero existiendo la posibilidad de que alguna empresa rompa el acuerdo,
5. El resultado es una mezcla de períodos de colusión y competencia feroz.

La descripción anterior (un modelo oligopólico inestable de Cártel) conlleva paralelismos con el mundo
político del final de la Edad Media. Entre el 1200 y el 1500 todo Europa occidental atravesó interminables
periodos de conflictos, alianzas y combinaciones de estos. Los monarcas se enfrentaban continuamente a
crisis fiscales y a endeudamientos crecientes. La bancarrota estatal era una amenaza recurrente, sino una
realidad.

Ante esta situación, los príncipes de Europa se enfrentaban a un dilema: la tradición y las costumbres
determinaban los límites a las exacciones que podían obtener de los señores feudales. Muchos de los
vasallos eran casi tan poderosos como el propio monarca, por lo qué frecuentaban los contendientes por
el trono. Los incrementos impositivos podían hacer peligrar cualquier corona. Proliferaron así los créditos,
y dado que el príncipe no podía ser juzgado por deudas, el prestamista establecía un alto interés. Los grados
de libertad del gobernante variaron significativamente, y podía confiar en los préstamos para mantener en
pie el gobierno; pero para hacer frente a la tarea de devolverlo, necesitaba ingresos fiscales, lo que acabó
determinando la relación entre Estado y sector privado. El Rey podía incluso conceder privilegios (derechos
de propiedad, protección) a cambio de rentas.

Dado que el sector privado poseía un incentivo a evadir impuestos, el Estado tenía la necesidad de
descubrir una fuente de rentas que fuese fácilmente medible y recolectable. Dentro de las ciudades los
costos de medición y recolección eran altos, por lo que los nacientes Estados nacionales se vieron obligados
a buscar ingresos en actividades económicas fáciles de fiscalizar: impuestos al comercio marítimo y fluvial
(pues el número de puertos era limitado), concesión de ciertos derechos de propiedad a aquellos grupos que
pudieran pagarlo, o aprobación de leyes que prohibieran las prácticas que amenazaran las rentas
gubernamentales. Dichas leyes no sólo evitaron pérdidas de ingresos, sino que permitieron al Estado gravar
transferencias de tierras. Se concedió a las ciudades privilegios comerciales y monopólicos a cambio de
pagos anuales, y los mercaderes extranjeros recibían derechos legales y exenciones contra los gremios,
también a cambio de rentas.

¿A qué tenía que renunciar el gobernante para conseguir ingresos fiscales? ¿Qué determinaba su fuerza de
negociación vis a vis sus súbditos? La argumentación sugiere que el proceso de negociación de veía influido
por:

 El grado de ventajas potenciales para los ciudadanos derivado de la asunción por el Estado de la
protección de los derechos de propiedad, sustituyendo a los señores feudales,
 La capacidad de los entes rivales del Estado para ofrecer el mismo servicio,
 La estructura de la economía que determinaba los costos y beneficios para el gobierno, de los
distintos tipos de imposiciones.

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U3: EL COMIENZO DE LA ECONOMÍA MUNDO-EUROPEA
“Historia Económica Mundial” – R. Cortés Conde

La revolución de precios

Durante el siglo XVI tuvo lugar un fenómeno nunca antes visto en tal
magnitud: un alza sostenida y generalizada de precios durante todo
el siglo, duplicando e incluso triplicándose. Los ayuntamientos
intentaban frenar esos aumentos poniendo topes arbitrarios a los
precios. Este fenómeno fue vinculado a la llegada de metales preciosos
desde América.

Los arribos de las flotas de navíos españoles a Sevilla, con grandes cantidades de plata, producían
trastornos notables en los precios. Al aumentar la oferta de plata, bajaba su precio, lo que equivale a decir
que suben los precios de los demás bienes medidos en plata (cae el poder adquisitivo de la plata, ya qué se
utilizaba como medio de cambio).

En el Parlamento de París, Malestroit, encargado del estudio, sostenía que se debía a la falta de stock de
alimentos y mercadería por las malas cosechas. Jean Bodin (1530 – 1596) lo niega: “las minas de América
fueron la principal causa de la Revolución de Precios”. Así surgía la Teoría Cuantitativa del Dinero,
que postula la existencia de una relación funcional entre el aumento de la cantidad de dinero y el aumento
de los precios, y que muchos siglos después se expresó en la ecuación cuantitativa de Fisher (1911). Desde
entonces, son múltiples y variadas las explicaciones sobre la inflación del siglo XVI, así como otras que
ocurrieron después fueron atribuidas en general a factoras reales (tanto por el efecto de la oferta, cost push,
como de la demanda) o factores monetarios (exceso de oferta de dinero).

Earl J. Hamilton, Simiand, Cipolla, entre otros, encontraron fallas en las investigaciones. Las críticas
advirtieron asincronías importantes entre ambos fenómenos: la inflación en España había comenzado
antes de la llegada de los metales americanos. Tampoco había coincidencia en el tiempo entre el periodo
de pico de la inflación (Italia, 1561) y la entrada de metálico en 1570. Según Cipolla, otros factores tuvieron
influencia sobre el aumento de precios:

 La depreciación de la moneda de cuenta durante el siglo XVI


 La inversión necesaria para la reconstrucción de Italia luego de las guerras y ciertos factores
demográficos

Se dijo que lo relevante no es la entrada de metales desde América, sino la cantidad de dinero que
finalmente quedaba en el mercado. Braudel y Spooner: “históricamente se ha subestimado el valor y la
cantidad inicial de metales preciosos producidos y previamente acumulados en Europa, y por lo tanto se
ha sobreestimado el efecto del flujo entrante desde América”. Además, gran parte de la plata americana
habría sido desviada hacia el Extremo Oriente, donde habría habido un gran atesoramiento.

Los argumentos más importantes asociados a explicaciones demográficas sostienen:

 El aumento de los precios se debió al gran aumento de la población del siglo XVI y una oferta
agrícola inelástica, o
 Existió un aumento de la velocidad de circulación del dinero por el aumento de la población
urbana.

El primer argumento era sostenido por F. Braudel y fue refutado por D. McCloskey: la idea no distingue
el aumento generalizado de precios del cambio en los precios relativos. Una cosa era que algunos
precios subieran y otros bajaran, o que se consumiera menos de algunos, más de otros o menos de todos,
con lo que los precios ponderados por su participación en el consumo no variarían -en todo caso variaría la
canasta de bienes-, lo que dependería de la elasticidad precio de la demanda del bien y de la elasticidad de
sus sustitutos. Pero sí no existía una convalidación monetaria -reconocido por M. M. Postan, quien además
sostenía el argumento poblacional- no era posible un aumento general de los precios.

Se afirmó también que el aumento de la población debía tener un efecto inflacionario -Miskimin- y que
esto debía incidir en una creciente urbanización y mayor uso del dinero, aumentando su velocidad de

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circulación y por tanto los precios. Flynn rebate sosteniendo que, si se trata de la demanda de dinero como
la demanda de un stock, esto debiera producir el efecto contrario, ya que, si la gente tiene más dinero para
transacciones, la velocidad baja. Por otro lado, términos keynesianos, un aumento de la población
aumentaría la oferta de trabajo y provocaría un desplazamiento en la OA, por lo que debe producir una baja
de precios, no un alza.

La versión monetaria tradicional entendía que cuando los precios subían por el flujo entrante de metales,
aumentaban las importaciones y bajaban las exportaciones, lo cual producía una salida de metálico que
volvía a equilibrarlos. Sin embargo, el enfoque monetario sostiene que los desequilibrios de balanza de
pagos resultan del desequilibrio entre la demanda por stock de dinero del país y su oferta monetaria; por lo
tanto, el equilibrio no se produce por ajuste de precios sino por un ajuste en el mercado monetario.

El problema fiscal en la formación de los Estados nacionales

A medida que se ampliaba la escala del Estado, crecían los problemas de financiamiento del gobierno. A
medida que se quería establecer un poder central, no sólo se necesitaba sustituir a las autoridades feudales
en la percepción de los recursos, sino establecer un poder efectivo, para todo el territorio. No sólo había
que reemplazar a los antiguos receptores de tributos, sino que era necesario ordenar la recaudación de una
amplia variedad respecto a lo que habían sido los antiguos derechos feudales y pagar costos mayores al
exigirlos por la fuerza. La formación de Estados nacionales requería, entonces, de ingresos crecientes.

¿Cuál es la base para poder asegurar los recursos al Estado?

 Que en la sociedad exista un mínimo de riqueza, que se pueda contar con una producción suficiente
para generar un excedente que financie al gobierno.
 Pero no basta con producción y riqueza, debe poderse determinar qué magnitudes se tiene y en
qué consiste. La producción de autosuficiencia, consumida en el mismo ámbito, es imposible de
evaluar.
 Es necesario que la riqueza se manifieste, que exista intercambio, y qué este aparezca en el
mercado. De esta forma, se gravará lo que se transa en el mercado, y no el stock o la producción.
 Que exista dinero, ya que la percepción del impuesto es más sencilla.

En definitiva, la existencia de amplias fuentes de recursos no sólo depende de la riqueza, sino también
de la existencia de economías de intercambio.

Dos problemas surgían para asegurar un flujo de ingresos fiscales: contar con una base imponible
amplia, y una razonable organización del impuesto. El primero, tiene que ver con el grado de desarrollo
de la economía. El segundo, más complejo, ya que mantener una burocracia permanente durante la
monarquía era muy costoso, y no había tampoco seguridad de que fuera totalmente leal, sin robar parte de
lo recaudado. Por ello, aparecieron otras alternativas como el arrendamiento de impuestos, que ahorraba
los costos de administración y adelantaba la percepción.

Los problemas fiscales de la monarquía inglesa

Durante la monarquía Tudor, Enrique VIII apeló a diversas medidas para consolidar el poder: en su
conflicto con Roma, expropió bienes a la Iglesia y otorgó las tierras en concesión, ganando apoyo de
numerosos partidarios. También le quitó contenido metálico a las monedas (debasement), lo que produjo
una fuerte inflación.

Isabel I, que siguió el corto periodo de su hermano, debió implementar un fuerte ajuste para sanear las
finanzas y la moneda. Tuvo que vender más del 25% de sus tierras, para pagar deudas y gastos. Con los
precios de éstas en baja y los salarios al alza, tras la Peste Negra, las rentas que obtenía la Corona de sus
bienes estaban decreciendo, mientras que los precios de los bienes intensivos en trabajo aumentaban.

Se buscó ampliar los poderes impositivos del Estado, pasando a una monarquía que viviera de los
excedentes de los súbditos (tax state), lo cual requería acuerdos políticos sobre las facultades de poder. Se
sumaron así impuestos al comercio, préstamos forzosos, concesión de monopolios, expropiaciones y venta
de títulos.

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En 1624, el Parlamento limitó la capacidad del Rey para conceder monopolios. También estableció un valor
de tarifa fijo para los derechos aduaneros. Carlos I intentó establecer impuestos basados en el peso de los
bienes (tonnage y pondage), pero el Parlamento no lo aceptó y el Rey lo disolvió, en 1625.

En 1628 el Parlamento elevó al Rey una petición de derechos que sería luego la base del acuerdo político
de 1688 y de los principios constitucionales modernos; se estableció que ningún súbdito podía ser obligado
a pagar suma alguna a la Corona o a entregar dinero en préstamo si esto no había sido autorizado por un
cuerpo político en el que los contribuyentes estuvieran representados (no taxation without representation)
y el principio de habeas corpus, nadie podía ser detenido sin orden de un juez.

En 1642 estalla una guerra civil. Carlos I es ejecutado, junto con su administración central, y la guerra
siguió hasta 1651. El nuevo gobierno, ante la inestabilidad institucional, se encontró con problemas fiscales
y, por tanto, de supervivencia. En 1672, Carlos II, deja de pagar sus deudas y acentúa la crisis fiscal y
política de los Estuardo.

En 1688, triunfa el Parlamento y dio lugar a la Revolución Gloriosa, que llamó a María Tudor y Guillermo
de Orange para hacerse cargo de la Corona, en un régimen de soberanía compartida con la Cámara de los
Lores y la de los Comunes (división de poderes). Se proclamó el Bill of Rights y se llegó a un acuerdo
donde el Parlamento ganó poder respecto a la designación de impuestos, gastos y deuda. En términos
políticos, el sistema instaurado por el acuerdo (La constitución Inglesa según Montesquieu) estableció
legalmente el principio de gobierno limitado y la división de poderes.

Al reducirse el poder absoluto del Rey y su capacidad para actuar arbitrariamente, el Parlamento fue mucho
más receptivo para concederle impuestos y autorizarle emisión de deuda. Se organizó el Crédito Público,
estableciendo un Fondo de Amortización con recursos específicos y la emisión de deuda a largo plazo
(revolución fiscal). Así, ganó confianza al gobierno y se hicieron más atrayentes los papeles de deuda; bajó
la prima de riesgo y por tanto la tasa de interés. El arreglo institucional y las consiguientes condiciones
favorables para el gobierno en los mercados de capitales y de deuda, junto con los impuestos, permitieron
al gobierno financiar sus gastos y sostener su guerra contra Francia durante casi todo el siglo XVIII, y
también crear el Banco de Inglaterra.

La crisis fiscal francesa

Francia no sólo era un país mucho más grande, sino también más rico y poderoso. La diferencia más notable
entre ambos fue que Gran Bretaña pudo extraer mayores impuestos a sus contribuyentes y que esto no
acarreó rebeliones fiscales ni atraso en la economía. El régimen fiscal francés recargó el peso impositivo
sobre los campesinos y los sectores urbanos.

Había varios Parlamentos en Francia, y el Rey debía pedir el registro de sus decretos. El correspondiente a
París se negó repetidas veces (hasta 1789) a aceptar que el Rey pudiera extender la obligación de pagar
tributos a la nobleza. Las exenciones que gozaba la nobleza se extendían a quienes compraban nuevos
títulos nobiliarios o puestos públicos que creaban los monarcas para obtener recursos. El problema era que
el ingreso obtenido al conceder las posesiones significaba una disminución de los ingresos futuros.

La debilidad de las instituciones fiscales y monetarias fue lo que contribuyó a la crisis, la dificultad
de Francia de extender su poder a ultramar, y al posterior colapso de la monarquía. Intereses
particulares obstruyeron muchas reformas esenciales para mejorar la eficiencia de la política fiscal. Las
tasas impositivas variaron considerablemente según el estatus legal regional y personal, lo que produjo
grandes distorsiones económicas, sumado a las dificultades de la Corona para monitorear a los cobradores
de impuestos. La recaudación terminaba siendo, entonces, muy baja. Lo central de las dificultades fue, en
definitiva, la ausencia de instituciones que legitimaran reformas y garantizaran la eficiencia del sistema
impositivo.

Existieron dos mecanismos de cobranzas de impuestos:

 Los directos estuvieron, en general, a cargo de la administración del gobierno, que pagaba un
salario a los cobradores. La Corona también pagó a oficiales administrativos, los “regisseurs”,
para monitorear y mantener el funcionamiento del sistema.
 Para los indirectos, generalmente se otorgó en arrendamiento por una suma determinada que los
arrendatarios, o los “fermier”, adelantaban al Rey. Al ser ofrecidos en subasta pública, se creía

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que el precio por la concesión (la suma que adelantaban al gobierno por el derecho a cobrar)
equivaldría al valor presente descontado de las futuras recaudaciones, pero no fue así, al ser
mercados poco transparentes y muy segmentados (típico problema del agente con asimetría de
información).

Los fermier reiteradamente utilizaron métodos violentos para cobrar impuestos. Esto provocó reacciones
y rebeliones fiscales. Cuando los reyes necesitaban aún más fondos, acusaban a los fermier de cobrar más
y los sometían a juicio.

El apoyo francés a la independencia de los Estados Unidos generó enormes gastos militares y complicó la
situación. J. Necker (el banquero de Luis XVI) consiguió ayuda de la banca suiza, a costa de enormes cargas
para el futuro. Intentó además, sin éxito, reformar el sistema impositivo extendiendo a los nobles el principal
impuesto, nuevamente rechazado por el Parlamento de París. Se recurrió a la Caisse d’ Escampate para que
los bancos descontaran con billetes emitidos deuda de los bancos que tomaban deuda del gobierno. Esto
afectó las reservas y se declaró la inconvertibilidad con la consiguiente depreciación y rechazo en el
mercado.

Necker convenció al Rey que la última alternativa era convocar a los Estados Generales. Se constituyó una
asamblea nacional donde: se abolieron los derechos feudales y muchos impuestos, se reconocieron las
deudas del antiguo régimen y se suprimieron los cargos públicos venales, pero se los indemnizó. Intentaron
imponer un gravamen a la tierra, que fracasó por las dificultades técnicas y de cobranza.

La situación fiscal se agravó aún más cuando Francia tuvo que enfrentar la guerra contra una coalición
europea (1792). Se confiscaron bienes a la Iglesia que, al no poder obtenerse de inmediato, sirvieron de
garantía para que el gobierno emitiera deuda. Aparecieron así los asignados, un título público que percibía
interés y utilizaron los bancos como garantía de sus propias emisiones. En plena guerra, el gobierno
comenzó a emitir asignados de menor denominación y en vez de colocarlos en bancos, empezó a hacerlos
circular como dinero. En consecuencia, frente a una cantidad fija de tierra, cayó su cotización.

Esto produjo depreciación y alzas generalizadas de precios, que se vieron como conspiraciones de los
enemigos de la Revolución. En plena crisis, los jacobinos toman el gobierno (1793) e imponen precios
máximos a los bienes, cuya violación sería penada con la guillotina. No cayó la demanda de dinero y el
gobierno pudo emitir asignados inconvertibles que circularon gracias a la imposición legal y forzosa. Esto
evitó por un tiempo la huida del dinero, hasta el fin de este gobierno del terror, cuando se reabrieron los
mercados y estalló una hiperinflación. En 1796 se eliminan los asignados y se retorna al sistema monetario
metálico.

El mercantilismo y la depresión del siglo XVII

En la primera parte del siglo XVII comienza a detenerse el empuje de la


economía que hubo en el XVI. La expansión del comercio se desaceleró y la
moneda escaseó cuando la plata americana llegaba cada vez en menores
cantidades. El fenómeno no fue parejo en todas las regiones: los países del sur
de Europa -España, Portugal, los mediterráneos- sufrieron más la baja de la
población y el comercio que los del norte. Entre estos últimos, destacó Holanda, que se constituyó un centro
de comercio de mercancías y capitales, y disputó los mercados ultramarinos. Le siguió el Reino Unido,
disputándose Londres vs. Ámsterdam la posición privilegiada.

Pero el siglo XVII fue de recesión generalizada. Apareció un fenómeno moderno: la miseria no apareció
por la falta de oferta, sino por la falta de quien comprara los productos. La demanda caía. Los productores
reclamaban protección y defenderse de la competencia. Ante el exceso de oferta de bienes, se buscó
implementar diferentes regulaciones.

Quienes tuvieran acceso exclusivo a un mercado gozaron de beneficios monopólicos. La regulación, al


crear artificialmente una escasez, posibilita una ganancia extraordinaria, pero para que ésta perdure debe
crear barreras de entrada permanentes para que no entren nuevos productores y se produzca una baja de
precios. Las regulaciones iban desde establecer prohibiciones o tarifas para importar, hasta subsidios
directos o indirectos a las exportaciones.

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Para el gobierno, participar de las ganancias extraordinarias que concedían los monopolios era una forma
sencilla de obtener recursos. Además, los costos de transacción en la cobranza de impuestos eran muy
elevados, por lo que parecía ser una alternativa más eficiente. El mercado de regulaciones (el
mercantilismo) se generalizó cuando existieron monarquías centralizadas, ya que con autoridades dispersas
como en el feudalismo, los costos de negociar con múltiples personas eran mucho más altos.

Las políticas mercantilistas coincidieron, entonces, con la época en que se formaron los Estados
Nacionales. Cuando los derechos de propiedad se hicieron más efectivos, el intercambio y la división del
trabajo aumentaron, y con ello la riqueza y la posibilidad de extraer mayores excedentes. Los señores, cada
uno en su dominio, y las ciudades en los suyos, lo aprovecharon para fijar aranceles al ejercicio de las
profesiones. Se eliminaron trabas al transporte y al comercio interno, reemplazándolo por derechos al
comercio con el exterior, uniformando gravámenes y definiendo los atributos estándar de los bienes. Así,
se buscó la construcción del Estado nación por medio de la centralización política y económica.

La riqueza, para los mercantilistas, es un medio para obtener el poder. Ellos la identificaron con las
tenencias de dinero metálico (oro y plata). La experiencia de España con los abundantes metales americanos
llevó a los demás gobernantes a considerar que no los tenían, que la riqueza dependía de esas tenencias.
Claro está que, con países enfrentados, guerras recurrentes, mercados de deuda limitados y pobres
regímenes fiscales, el atesoramiento metálico daba seguridad, como así también permitía mantener bajas
tasas de interés.

Los mercantilistas también se destacaban por restringir las importaciones, a fin de promover las
exportaciones y contar con un saldo comercial favorable. Esto les permitía tanto colocar excedentes en
mercados externos como conseguir más cantidades de metálico. Se trataba de mercados con una oferta
excedente de bienes (porque no había suficiente competencia para equilibrar cantidades y precios) y una
demanda excedente de dinero. La salida de metálico de España permitió recobrar el equilibrio europeo, al
transferirlo a los demás países.

En el siglo XVIII, ante el temor al exceso de bienes, ya no se protegía tanto al consumidor sino al productor.
Los monarcas obtenían mayor ingreso ofreciendo beneficios a los productores. Se trató de un problema de
acción colectiva: los reyes podían asociarse más fácilmente con pequeños grupos que con la multitud. Les
concedieron así a los productores un mercadeo local, subsidios y ayudas a la exportación, como la marina
mercante.

E. Heckscher (1879 – 1952): en Inglaterra el Parlamento durante el siglo XVIII luchó en favor del
librecomercio contra el mercantilismo de la Corona, triunfando el primero. En cambio, en Francia la
monarquía había sido más exitosa al no haber oposición parlamentaria y tener una burocracia eficiente (y
bien paga). Lograron imponer un complejo sistema regulatorio y de tarifas que había sido negativo para el
desarrollo de la industria masiva, limitándose a lo artesanal y de lujo. Esto explicaría porque queda retrasada
respecto a Inglaterra.

Ekelund & Tollison rebaten esta interpretación. Recordemos que la renta económica es toda remuneración
que paga un factor por su costo de oportunidad, y aparece cuando existe alguna limitación (legal o natural)
de la oferta. Nada habría de malo -según los autores- en un monopolio natural; es lógico que los dueños
busquen rentas y ello incentiva la búsqueda de nuevas tecnologías y mercados. Si las barreras no son
permanentes, los beneficios atraerán nuevos oferentes.

Afirman entonces que renta y búsqueda de renta son conceptos diferentes: lo segundo es toda actividad
que realiza en demanda de una regulación que brinde quien tiene el poder (existiría entonces un mercado
de la protección). La perdurabilidad de la restricción en ese mercado dependerá de las condiciones técnicas
e institucionales que aseguren que los costos de obtener rentas sigan siendo menores a los beneficios. Si los
primeros aumentan, la demanda desaparecerá (Inglaterra), mientras que, si las regulaciones se aplican
eficazmente y los costos siguen siendo menores, perdurará (Francia).

Mientras que los reyes franceses mantuvieron un régimen absoluto indisputado, en la Inglaterra de los
Estuardo, la autoridad del Rey para conceder derechos monopólicos fue desafiada reiteradamente por el
Parlamento. Debido a la falta de una burocracia remunerada, no había funcionarios leales que hicieran
efectivas las concesiones. Ekelund & Tollison argumentan que debido a que los funcionarios no eran
remunerados, su comportamiento fue predecible. Los jueces de paz que no cobraban sueldo eran encargados

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de hacer efectivas las regulaciones, pero lo hacían con tan poco entusiasmo que otros entraban en el
mercado que se había reservado a los monopolios. Con un soborno, cualquier otro podía entrar al mismo
mercado.

Desde Isabel I hasta finales del siglo XVII, Inglaterra puede ser considerado el país con mayores
regulaciones. Nadie podía fabricar algo, ejercer el comercio o cierta profesión sin la correspondiente
licencia (charter). Así como el Parlamento había negado al Rey las facultades de establecer impuestos,
también lo hizo con la de autorizar monopolios (1624, Estatuto de los Monopolios). El cuestionamiento del
Parlamento importó un daño sustancial en las expectativas de ganancias para los que obtenían las patentes
monopólicas. Para los autores, no hubo una ideología liberal que impulsara al Parlamento (como sostiene
Heckscher) sino que fue una puja de poderes con la Corona por el reconocimiento de quien tendría la
facultad de otorgarlos y participar en las rentas.

Fue finalmente el acuerdo de 1688 el que concluyó con el periodo de gran expansión de los monopolios,
otorgando al Parlamento la autoridad de conceder patentes y licencias, aumentando los costos de
transacción y haciendo menos redituable su explotación.

Globalización. La expansión europea de los siglos XI al XIV y la revolución comercial del siglo XIII

Desde el siglo XI al XIV la economía europea se expandió casi


constantemente, creciendo la población y surgiendo nuevos
asentamientos en áreas antes deshabitadas. El sector social más
dinámico en estos tiempos fueron los comerciantes, principales
promotores del cambio. El Mediterráneo cobró gran relevancia,
llevando a Italia y a Alemania a predominar en el comercio.

El tráfico comercial requería asentamientos, lugares de intercambio, a


lo largo de las rutas. En muchos casos se construyeron puertos cerca de
ríos o en sus desembocaduras al mar, donde cobraban mayor
importancia (así ocurrió en Venecia, Amalfi, Génova, Marsella o
Barcelona). En otros casos, se establecieron en puntos estratégicos en
rutas terrestres, pasos de montaña y cruces de caminos, que también eran llamados puertos (el paso de un
lugar a otro). Lo que antes habían sido centros de reunión de mercaderes trashumantes, pasaron a
ser asentamientos de comerciantes y artesanos que ya no establecían tiendas, sino que construían
viviendas y negocios permanentes.

El desarrollo de estos centros de comercio fue parte de un fenómeno de recuperación de la vida urbana.
En general, las ciudades se formaron junto a las rutas (algunas heredadas de la antigua Roma y otras
nuevas). Otras tuvieron origen en el asentamiento de las poblaciones rurales cerca de los castillos, por
protección. Pero las ciudades ahora eran muy distintas a las civitates romanas o los castros medievales;
mientras que en estas la vida política, religiosa o militare era el centro de la actividad, ahora lo que daba
vida a las ciudades fue el comercio. Aparece entonces una nueva figura: el mercader.

Las ciudades entonces no sólo tendrían funciones diferentes, sino que necesitarían también un nuevo marco
institucional que asegurara las transacciones comerciales. Era indispensable garantizar los derechos de
propiedad, y eso requería que los involucrados en el intercambio fueran hombres libres, que pudieran
disponer de sus bienes y su trabajo. Los viajes a lo largo de rutas y la vida en las ciudades fueron permitidos,
y la seguridad garantizada por los monarcas, a cambio de importantes ingresos. La reactivación del
comercio no sólo beneficiaba a los mercaderes sino también a los reyes y propietarios territoriales, a través
de peajes e impuestos.

La vida en las ciudades requería también la necesidad de dejar constancia de los contratos, por lo que era
necesario saber leer y escribir. Junto a los comerciantes había un escriba letrado, clerk, aunque los
mercaderes eran normalmente alfabetos. Había que dirimir conflictos, por lo que surgieron tribunales
comerciales. Proliferaron también las ferias: los comerciantes viajaban y acostumbraban reunirse una o
varias veces al año, generalmente en alguna celebración religiosa, con posición geográficamente
estratégica. A estos acontecimientos muchos mercaderes llevaban muestras, y no todo el stock, a fin de
reducir los costos de transporte.

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Se consolidó también el dinero como medio de pago generalmente aceptado, con monedas de plata y
de oro. Esto permitió la conformación de un mercado de crédito, apareciendo los libros de los cambistas,
registrando débitos y créditos; posteriormente proliferaron los banqueros y las letras de cambio,
permitiendo eludir la prohibición de cobrar intereses. Así, se redujo el riesgo y el costo de transportar dinero
de un lugar a otro. Para este fin también surgieron los primeros contratos de seguros, de aventura marítima
(commenda) y de sociedad (societas). Lo que principalmente motivó el aumento del intercambio, fue la
generalización de un mecanismo de precios, por la información que se generaba y difundía a variados
lugares. Los comerciantes llevaban de un lugar a otro el conocimiento y terminaban usándose como precios
indicativos o de referencia.

Durante la Baja Edad Media, había declinado el uso de la moneda. Posteriormente, los descubrimientos de
minas de plata en el sur de Alemania y el aumento del comercio se tradujeron en una mayor utilización
del dinero, lo que permitió aumentar transacciones y ampliar los mercados. Los comerciantes no sólo
intercambiaban bienes en la feria, era también una oportunidad para intercambiar monedas.

Además de la moneda “real”, existía otra que se usaba con el propósito de llevar cuentas; es decir, monedas
imaginarias. En las ferias empezaron a llevarse registros de precios y los reyes comenzaron a llevar
registros contables, por lo que hubo mayor uso del crédito. Esto le dio mayor importancia a la moneda de
cuenta. Los monarcas reclamaron para sí la facultad de fijar la relación entre ambas monedas, lo que les
sirvió para devaluar y reducir sus propias deudas.

Algunos comerciantes se especializaron en el negocio del cambio. Los pequeños cambistas permutaban
una moneda por otra, mientras que los grandes empezaron a registrar las operaciones en sus libros. Esto
permitió dejar una orden para pagar a otro, o indicar que se recibiría determinada suma de dinero de algún
otro. Los pagos ya no se realizaban con transferencia de dinero, sino con los asientos del banquero. Así, se
ahorraban los costos y riesgos de transportar la moneda metálica. Pero todavía no existían cheques o billetes
que permitieran circular los depósitos: la transacción dependía de los libros del banquero, con obligaciones
meramente orales.

De todos modos, el crédito de un particular contra el banquero podía provenir de su mismo depósito, una
transferencia de un tercero o un préstamo que le adelantara el mismo banco. Así, con la aparición del
préstamo, se completa el ciclo que transforma al cambista en banquero. Los banqueros, contando con mucha
liquidez (al principio propia, luego ajena), hicieron más frecuente la autorización de descubiertos a sus
clientes, por los que percibían un interés algo escondido que ampliaba su negocio.

Surgió además otra innovación, que ahorró costos de transacción: se pasó del dinero mercancía al dinero
crédito. Se usó como tal una deuda de la institución bancaria. Faltaría luego el paso del billete al portador
para que este dinero circulara como fiduciario. Pero al descubrirse la posibilidad de crear medios de pago
mediante el crédito, apareció la sobreemisión monetaria.

Quizás la innovación más importante de la época fueron las letras de cambio, un instrumento de pago y
también de crédito que se utilizó en las transacciones a larga distancia. En vez de transportar el metálico,
un comerciante emitía una letra, una promesa de pago (un pagaré), o la compraba a un banquero, y la
entregaba a su vendedor a cambio de los bienes, quien cobraba luego la letra a la entidad bancaria. Traía
cierta complejidad porque implicaba a más de dos personas (el remitente, el emisor en una plaza, el
corresponsal del pagador y el que recibe en la otra plaza).

North, Douglass: Estructura y cambio en los orígenes de la Europa Moderna:

Los dos siglos transcurridos desde 1450 a 1650 se caracterizaron en Europa por dos hechos; primero, la
extensa exploración geográfica, explotación comercial y colonización del Nuevo Mundo y de las
Indias; y segundo, una transformación estructural de las unidades político-económicas. La
consecuencia de esta expansión fue, en última instancia, la integración del resto del mundo con las naciones
de Europa occidental; pero sus consecuencias inmediatas consistieron en la ampliación del mercado, el
aumento de las oportunidades lucrativas y, a su vez, la presión política para realizar los cambios
estructurales necesarios para aprovechar dichas oportunidades. La transformación estructural resultante
creó las condiciones esenciales que subyacen al crecimiento económico de los tres últimos siglos.

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Los motivos que condujeron al príncipe Enrique de Portugal a emprender la explotación de la costa africana
fueron “servir a Dios y aumentar la riqueza”. Sería un error subestimar la importancia del celo ideológico
en esta empresa materialista. Pero la búsqueda de oro, especies, plata, esclavos y otras mercancías más
prosaicas era la fuerza fundamental que movía a los portugueses, españoles, holandeses, ingleses y
franceses a pasar por el cabo de Buena Esperanza, a descubrir América, a conquistar y someter
civilizaciones mayas e incas, a cometer guerras interminables entre ellos, así como con los musulmanes y
las poblaciones indígenas.

Dos fueron las consecuencias fundamentales de esta expansión europea y de la integración del resto del
mundo con las naciones atlánticas:

1) las instituciones y sistemas de derechos de propiedad que las metrópolis aplicaron a sus
colonias condicionaron el consiguiente desarrollo de éstas; y
2) el esquema de comercio y flujo de factores productivos (trabajo y capital) contribuyó a
configurar el propio patrón de desarrollo de las naciones atlánticas.
El contraste entre la organización económica de los asentamientos coloniales españoles, portugueses y
franceses, por un lado, y de los ingleses por otro, nace de una combinación de la estructura de derechos de
propiedad traída de la metrópoli y de las dotaciones de factores de las colonias. A cambio de protección y
justicia, los nuevos gobernantes recibieron mano de obra y tributos.

La colonización inglesa, que se inició un siglo después de la española y la portuguesa, reflejó la


evolución de la estructura de derechos de propiedad y copió el sistema naciente de este país. Si bien,
la Virginia Company y alguna otra empresa colonial comenzaron por explotar la tierra en común, sus
desastrosas consecuencias llevaron a la modificación de este sistema y al desarrollo de hecho de derechos
de propiedad privada de la tierra. En el sur, donde se desarrollaron plantaciones a escala relativamente
grande de tabaco, arroz y cáñamo, el sistema anterior fue reemplazado por la mano de obra esclava. En
cambio, las colonias de Nueva Inglaterra y centrales se caracterizaron por la posesión individual de la tierra
y el desarrollo temprano de una economía basada en la agricultura, la pesca y la navegación.

La descripción anterior afectó a todas las economías nacionales de Europa occidental. En el caso de España
y Portugal, significó originalmente riqueza y oportunidades económicas, pero en última instancia estas
ventajas iban a revelarse ilusorias como luego demostró el estancamiento que sumió a España. Para Holanda
significó la construcción de una economía basada en su ventaja comparativa para la navegación y el
comercio; para Inglaterra, las colonias se convirtieron en parte del Imperio.

Existe un consenso generalizado de que el siglo XVII fue una época de crisis, pero el acuerdo no alcanza
al origen de esta crisis. Para los marxistas, el siglo en cuestión es una parte confusa del proceso dialéctico
de desarrollo, pues el feudalismo parece haber desaparecido en el 1500, pero el capitalismo, asociado
tradicionalmente a la Revolución Industrial, no surge hasta tres siglos después. La explicación marxista
consiste en establecer que, a la nueva clase emergente, la burguesía, le costó tres siglos conseguir el poder
político y crear la estructura específica de derechos de propiedad que condujo a la Revolución Industrial.
Las revoluciones inglesas y francesas fueron los acontecimientos críticos que abrieron el camino al mundo
moderno.

Según Hugh Trevor-Roper, la crisis se caracterizó por el excesivo crecimiento de una burocracia parasitaria,
con su consiguiente carga fiscal, que generó la bancarrota generalizada cuando Europa dejó de crecer en el
siglo XVII. No hay duda de que se produjo una crisis fiscal, pero el origen está en las guerras continuas y
no en la extravagancia de las cortes renacentistas. Parece que el argumento marxista se ajusta mejor a la
evidencia, pues fue una crisis estructural sobre el control del Estado lo que en última instancia condujo a la
aparición de un conjunto de derechos de propiedad que fomentaba el crecimiento económico moderno. Sin
embargo, el énfasis marxista en la tecnología les ha conducido a error, pues la tecnología de la Revolución
Industrial fue posterior y anterior a los cambios estructurales. El cambio tecnológico asociado a la
Revolución Industrial exigía previo desarrollo de un conjunto de derechos de propiedad que aumentara la
tasa privada de rendimiento de la invención y la innovación.

Las razones de las tasas diferenciales de crecimiento entre los nacientes Estados nacionales de Europa
durante el siglo XVII se hallan en la naturaleza de los derechos de propiedad que se habían desarrollado en
cada uno de ellos. En el caso de los dos países que obtuvieron buenos resultados, la estructura establecida

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de derechos de propiedad suministró los incentivos necesarios para una utilización más eficiente de los
factores de producción y dirigió los recursos hacia las actividades de invención e innovación. En el caso de
los países con peores resultados, el volumen absoluto de la imposición fiscal y las formas específicas por
las que se obtuvieron los ingresos fiscales crearon incentivos para hacer exactamente lo contrario.

 Francia. La aparición del estado nacional en Francia tuvo como respuesta a la catástrofe causada
por la Guerra de los Cien Años. Francia se enfrentó a la difícil tarea de reestablecer la ley y el
orden, y de recuperar más de la mitad de su pretendido reino de manos inglesas y borgoñonas.
Dicha tarea exigía unos ingresos estatales importantes y crecientes. Se había establecido un órgano
representativo, los Estados Generales, cuya finalidad era la aprobación de las obligaciones fiscales
especiales para hacer frente a situaciones de emergencia. Carlos VII tuvo que pedir repetidamente
a este ente aprobación de nuevos impuestos, especialmente durante los primeros años de su
reinado. La cantidad de dinero que era posible pedir, y que podía esperar obtener, estaba
limitada por los niveles impositivos de sus competidores, Borgoña y la Francia ocupada por
los ingleses.
La rivalidad entre los nacientes Estados nacionales creó una continua necesidad de aumentar
constantemente los ingresos fiscales. Una solución inmediata y útil a corto plazo, fue el
intercambio de derechos de propiedad por ingresos fiscales; esta solución tuvo desastrosas
consecuencias a largo plazo.
La corona estaba obligada a establecer impuestos específicos en cada región, una tarea que
requería una gran burocracia. Con el declive de la actividad económica en los siglos XIV y XV,
los gremios se habían convertido en un poder importante en las ciudades francesas. Intentaron
proteger los mercados locales en recesión de la competencia exterior, mediante la utilización de
prácticas de restricciones monopolísticas. La corona encontró en estos gremios la infraestructura
necesaria y ya existente para elevar los ingresos fiscales. Reforzó a los gremios garantizándoles
el monopolio local a cambio de una tasa fiscal. Se eliminaron los rivales potenciales internos (la
nobleza y el clero) al excluirles de la imposición. Se creó una gran administración burocrática para
controlar el sistema fiscal.
Como consecuencia de esto, la economía francesa siguió siendo una economía de naturaleza
regional, renunciando a las ventajas de la extensión del mercado. Se perdieron los beneficios de la
competencia y se generó una estructura de monopolios locales que no sólo explotaron su posesión
legal, sino que también dificultaron la innovación. Francia sacrificó los beneficios derivados de
mejorar la eficiencia del mercado a las necesidades fiscales del Estado. Así, el país no puedo
escapar a la crisis malthusiana del siglo XVII.
 España tampoco pudo. Muy pronto en la historia de España, cuando la tierra todavía era
abundante, se desarrolló la industria de la lana. En 1273, Alfonso X aglutinó los gremios locales
de las distintas mestas y fundó lo que más adelante se llamó el Honrado Concejo de la Mesta de
los Pastores de Castilla. A cambio de ser la principal fuente de ingresos de la Corona para
financiar la guerra con los árabes, la Mesta recibió privilegios para trasladar el ganado por
todas las regiones españolas; como consecuencia, se frustró por muchos siglos el desarrollo de
derechos de propiedad eficientes en la tierra.
El Estado nacional surgió bajo el reinado de Fernando e Isabel después de siglos de luchas contra
los árabes y conflictos internos prácticamente ininterrumpidos entre los señores feudales.
Cansados del caos interno, el órgano representativo de España, las Cortes de Castilla, rindieron el
control de los impuestos a la Corona. Entre 1470 y 1540, los ingresos fiscales se multiplicaron por
veintidós y, como en Francia, la cesión de derechos de monopolio por parte del Estado fue la
fuente principal de renta; con consecuencias similares, si no más dañinas.
La era de la hegemonía española sobre Europa empezó con la ascensión al trono de Carlos V en
1516. Fue inicialmente un período de gran prosperidad con enormes aumentos de los ingresos
fiscales. Sin embargo, este incremento de los ingresos se vio contrarrestado por el incremento de
gastos, pues Carlos V tuvo el mayor ejército europeo, así como una importante armada. Carlos V
y su sucesor, Felipe II, necesitaron gastar más cada año para mantener su Imperio. Se concedieron
derechos monopolísticos locales exclusivos a los gremios a cambio de nuevos ingresos. Se
confiscó la propiedad y se vendieron títulos de nobleza, que llevaban aparejada la exención fiscal.
Pero incluso estas medidas desesperadas no pudieron evitar la bancarrota de la Corona.

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El comercio y el intercambio se resintieron de la presencia de monopolios, la fuerte presión fiscal
y las confiscaciones. Las únicas áreas libres de las necesidades de la Corona eran la Iglesia, la
nobleza o la administración civil. La estructura de derechos de propiedad que surgió como
consecuencia de la política fiscal del gobierno, sencillamente imposibilitaba la realización de
muchas actividades productivas y fomentaba actividades socialmente menos productivas, pero que
estaban protegidas de la avaricia del Estado.
 Holanda adquirió una importante política desproporcionada con su extensión geográfica. El éxito
holandés es todavía más interesante si tenemos en cuenta que era un país con relativamente pocos
recursos naturales. Los holandeses superaron la falta de recursos desarrollando una organización
económica eficiente, sobre todo en términos relativos con sus rivales de mayor extensión, y
aprovechándose de la expansión del comercio internacional asociada al descubrimiento de las
Indias y América.
Sus gobernantes se opusieron activamente a la existencia de privilegios monopolistas en las
ciudades textiles existentes, como Brujas o Gante. Si bien los gobernantes contaron con la
oposición de estas ciudades, recibieron a cambio amplio apoyo de los nuevos centros del
comercio y la industria que estaban naciendo como consecuencia de la recuperación del
comercio internacional. La eficiencia de estas nuevas áreas se debía en gran parte a la ausencia
de restricciones gremiales al comercio. Como consecuencia, los Países Bajos adquirieron una
importancia sin paragón en la industria y el comercio.
Puede parecer curioso, a la luz de los desarrollos contrarios en Francia y España, que los
gobernantes de los Países Bajos intentaran eliminar las prácticas restrictivas y fomentaran
activamente la competencia y el crecimiento del intercambio y el comercio. La respuesta a esta
paradoja reside en la naturaleza de las principales actividades económicas de la zona. Los Países
Bajos eran el centro natural del comercio europeo. Su inicial ventaja comparativa en la
manufactura textil había conducido al desarrollo de un lugar de comercio internacional, de un
mercado internacional, donde se intercambiaba una amplia variedad de bienes.
En 1463, Felipe el Bueno había creado un órgano representativo denominado los Estados
Generales, que aprobaba las leyes y tenía autoridad para validar o negar las peticiones fiscales del
gobernante. La composición de esta asamblea favoreció la legislación que fomentaba el
comercio, y el establecimiento y protección de los derechos de propiedad privada que hacían
posible este crecimiento. Aún más, los holandeses estaban dispuestos a pagar por estos derechos
una serie de pequeños impuestos al comercio en general. El nivel impositivo de cualquier
mercancía particular era siempre bajo.
La expansión del comercio y del intercambio era el primer móvil de la economía holandesa. Los
mercados, que se desarrollan para reducir los costes de transacción, están sujetos a la existencia
de economía de escala. A medida que crece el volumen del comercio, cae el coste de cualquier
intercambio individual. Además, se establecieron tipos estandarizados de contratos y tribunales
de justicia especializados en el comercio. Con el comercio también se desarrolló un próspero
mercado de capitales que generó innovaciones propias.
Los derechos de propiedad que favorecieron el crecimiento del comercio también tuvieron un
impacto positivo en la eficiencia agrícola. La agricultura holandesa se hizo más intensiva en
capital. El auge de los mercados internacionales condujo a la especialización de los Países Bajos.
Desapareció el cultivo de la vid y aumentó el sector lácteo.
Los holandeses se convirtieron al principio de la Edad Moderna en los líderes económicos de
Europa. Su localización geográfica se combinó con un gobierno que fomentaba la organización
eficiente de la economía a través de la protección de derechos de propiedad privados y la
eliminación de prácticas restrictivas.
 El éxito de la economía inglesa para escapar de la crisis del siglo XVII se deriva directamente del
sistema de derechos de propiedad privada que había desarrollado. El gobierno inglés se enfrentó
a las mismas demandas fiscales que los otros Estados nacionales de Europa (aunque la amenaza
de invasión era menos real). Inglaterra se vio obligada a competir con estos nacientes Estados
nacionales (Francia, España, Holanda, etc.). Desarrolló un camino intermedio construyendo un
Imperio en el Nuevo Mundo, en claro desafío a España, e intentó competir con los holandeses
cercando su expansión colonial y erigiendo similares derechos de propiedad y un marco
institucional parecido. En el año 1700, Inglaterra había tenido éxito y había reemplazado a
Holanda como el país de mayor crecimiento mundial.

18
Ahora bien, dos siglos antes había pocos indicios de que Inglaterra fuera a adoptar al camino que
conduce al crecimiento económico. Como en Francia, el nacimiento del Estado moderno en
Inglaterra tuvo un proceso largo y costoso. Durante los siglos XIV y XV Inglaterra sufrió la Guerra
de los Cien Años. Los Tudor elevaron la monarquía inglesa a su cima. Enrique VII se las arregló
para incrementar sus ingresos vendiendo privilegios y cediendo derechos. Su sucesor, Enrique
VIII, continuó el mismo proceso y le añadió la confiscación de las tierras monásticas. El proceso
de consolidación del poder real convirtió a los Tudor en claramente impopulares para muchos, si
no la mayoría, de la nobleza y el clero. Los Tudor buscaron apoyo en la naciente clase de
mercaderes y en la Cámara de los Comunes.
Los Tudor fueron muy oportunistas: buscaron ingresos en cualquier lado sin prestar mucha
atención a la eficiencia económica. Cultivaron el Parlamento en vez de suprimirlo porque así les
era conveniente. Los Estuardo heredaron lo que habían sembrado los Tudor. Atenazados por la
cada vez más cara rivalidad entre las naciones existentes, los Estuardo buscaron nuevas formas de
ingresos; el Parlamento demostró que no estaba dispuesto a ceder y ello creó las condiciones de
un conflicto que se resolvió con la derrota final de la Corona.
El derecho del Parlamento a establecer impuestos ya era por aquella época histórico, pues emergió
de la lucha por el control del comercio lanar a finales del siglo XV. Se generó un conflicto tripartito
sobre el tamaño de impuestos entre la Corona, los mercaderes que exportaban la lana y el
Parlamento, donde los productores de lana estaban bien representados. El Parlamento logró el
derecho exclusivo de fijar el nivel impositivo y este derecho perduró.
En Inglaterra, por lo tanto, la asamblea representativa retuvo un poder básico de conceder
impuestos. Ante la presión y el resto de los Estuardo sobrevivió la autoridad del Parlamento. De
esta forma, el control sobre los derechos de propiedad se desplazó de la Corona a una asamblea
representativa compuesta por mercaderes y pequeños propietarios de la tierra, un grupo cuyo
interés consistía en establecer un límite a las prácticas restrictivas y en asegurar la competencia y
los derechos privados de propiedad mediante la limitación de los poderes del rey.
El nacimiento del Parlamento fue la causa de que la naturaleza de los derechos de propiedad
inglesa difiriera del patrón continental. El poder para conocer derechos de propiedad fue
recayendo progresivamente en un grupo cuyo propio interés recomendaba la adopción de la
propiedad privada y la eliminación de los monopolios de la Corona. De no ser por este
desplazamiento del poder, la historia económica de Inglaterra hubiera sido muy diferente. Como
hemos visto, las políticas económicas de los Tudor eran las mismas que las de cualquier rey
continental. Pero en Inglaterra, la Corona se enfrentó a una oposición eficaz.
El crecimiento de la población durante el siglo XVI tuvo lugar en el contexto del desarrollo de un
conjunto eficiente de derechos de propiedad. En Francia y en España, el crecimiento de la
población se enfrentó a un conjunto restrictivo de derechos de propiedad que hizo imposible el
ajuste eficiente a la evolución de las dotaciones relativas de factores: justo lo contrario tuvo lugar
en Inglaterra y Holanda. En Inglaterra, el crecimiento de la población significó el renacimiento
del comercio y del intercambio. La principal fuente de ganancias de productividad durante este
período fue el descenso del coste de utilización de los mercados para organizar la actividad
económica. La reducción de los costes de transacción, derivada del establecimiento de derechos
de propiedad privada y de la generalización de la competencia en el comercio y el intercambio,
fue la que permitió que Inglaterra escape del colapso malthusiano que tanto Francia como España
sufrieron durante el siglo XVII.

19
U4: IMPORTANCIA DE LAS INSTITUCIONES PARA EL DESARROLLO
ECONÓMICO
“Orden, Desorden y Cambio Económico: Latinoamérica vs. Norteamérica” – Douglass North

Las sociedades exitosas requieren de medios para asegurar el orden político. Crear orden constituye una
tarea central para establecer los fundamentos del crecimiento económico a largo plazo. Los ciudadanos se
comportan de forma muy diferente bajo el escenario opuesto, el desorden político; esto es, cuando temen
por sus vidas, sus familias, y por su supervivencia. Las fuentes de orden político, entonces, implican la
capacidad del Estado para generar compromisos creíbles.

Mantener el orden en un contexto de cambio dinámico ha sido un gran dilema y continúa siendo un
problema central en el mundo moderno. Las diferentes experiencias históricas entre Latinoamérica y
Norteamérica proporcionan un marco comparativo ideal para explorar estas cuestiones. Los estados
modernos en ambos casos comenzaron como colonias ultramarinas de las cada vez más hegemónicas
naciones de Europa. Ambas áreas, dotadas de abundantes recursos naturales. Y si bien tanto las colonias
británicas como las españolas se independizaron a finales del siglo XVIII y principios del XIX, hasta acá
llegan las similitudes.

En este periodo, los Estados Unidos crearon una democracia política estable, un sistema especificado de
derechos económicos y políticos que proporcionaron un compromiso creíble, prerrequisito necesario para
mercados eficientes. En contraste, tras la independencia de las colonias españolas, el continente estalló en
un costoso y mortal espiral de guerras, pronunciamientos y caudillismos, qué continuó hasta mediados del
siglo XX. Esto conllevaba la ausencia de arreglos institucionales capaces de establecer la cooperación.
Incluso en gobiernos con relativo orden, como Brasil y Chile, existían escasos incentivos para la expansión
económica. Los monopolios estatales previamente reservados a los reyes persistieron bajo gobiernos
independientes.

Los Estados Unidos también experimentaron desórdenes a mediados del siglo XIX: la Guerra Civil
americana. Sin embargo, fue sólo una breve interrupción tanto para la democracia como para el crecimiento
económico. En las dos décadas posteriores, la economía americana lideraba el mundo en capacidad
manufacturera, producción agrícola y renta per cápita.

El fenómeno del desorden y declive económico no puede tenerse en cuenta en un modelo sólo de comercio.
Las dotaciones de factores fueron constantes durante la independencia. Ningún deus ex machina traduce
dotaciones en resultados políticos. Lo que falta en las aproximaciones estándar de los economistas es una
comprensión de los mecanismos que traducen las condiciones ex ante – como creencias, instituciones y
dotaciones – en resultados políticos, incluyendo orden y desorden. A pesar de que la mayoría de los
economistas ignora el problema del desorden, la creación de orden constituye una tarea central para
establecer los fundamentos del crecimiento económico a largo plazo.

El orden político

Para un individuo, es aquel que requiere tres aspectos fundamentales para su seguridad personal: la vida, la
familia, y la fuente de subsistencia. El orden se sostiene en la sociedad, entonces, cuando esto ocurre con
todos los individuos. Así, el desorden es lo contrario.

El orden político existe idealmente – y en la teoría de juegos – cuando los participantes encuentran en su
interés obedecer las reglas escritas o no escritas que apelan al respeto mutuo. Esto requiere que, en
equilibrio, todos los miembros de la sociedad tengan un incentivo a obedecer y reforzar las reglas y que un
número suficiente esté motivado para sancionar las desviaciones potenciales.

Un sistema de orden tiene las siguientes características:

 Una matriz institucional que produce organizaciones, y establece derechos y privilegios.


 Una estructura estable de relaciones de intercambio político y económico.
 Un conjunto de normas políticas y derechos subyacente de instituciones.
 Conformidad de los individuos como resultado de interiorización normativa y mecanismos
externos (enforcement).

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Nótese que los dos últimos puntos requieren que los derechos y libertades del primero se cumplan tanto en
la práctica como en la teoría. Es necesario un grado de compromiso creíble. En el último punto se
especifican los incentivos que debe tener la ciudadanía.

El desorden ocurre cuando:

 Los derechos y privilegios no están asentados, lo que implica la ruptura de las relaciones de
intercambio. (Implica la negación de los tres primeros puntos del orden).
 La conformidad desaparece como resultado de la integración de las normas y/o el cambio en los
mecanismos para hacerlas cumplir.

Los individuos efectúan elecciones distintas bajo orden y bajo desorden. El establecimiento del orden
implica la “construcción del Estado”, que aquí identificamos con la creación de la capacidad para promover
el orden político.

Consideremos el dilema político fundamental de una economía: todo gobierno lo suficientemente fuerte
para proteger los derechos de propiedad, hacer cumplir los contratos, y proporcionar estabilidad
macroeconómica, también es suficientemente fuerte para confiscar toda la riqueza de sus ciudadanos.
Las dotaciones de recursos per se no determinan el resultado, son necesarios incentivos positivos para que
los emprendedores lleven a cabo actividades productivas.

Fuentes del orden y el desorden

Las creencias dominantes – aquellas de los emprendedores políticos y económicos en posición de realizar
políticas – con el tiempo resultan en la creación de una estructura elaborada de instituciones – normas
formales e informales – que determinan el desempeño político y económico.

La dependencia de la senda (path dependence) típicamente resultante genera un cambio incremental, que
ocurre continuamente, resultando en alteraciones de la matriz institucional, revisiones de las percepciones
de la realidad y, en consecuencia, nuevos esfuerzos de los emprendedores para mejorar sus posiciones.

Los modelos mentales compartidos que reflejan un sistema de creencias común son los que se traducen en
un conjunto de instituciones concebidas como legítimas. Mientras que el cambio es incremental o
revolucionario, su resultado produce algunas consecuencias no anticipadas. Esto es así porque:

 Nuestras percepciones de la realidad son equivocadas.


 El sistema de creencias produce un modelo “incorrecto” de las cuestiones.
 Los instrumentos de la política al alcance de los actores son muy difusos para alcanzar los
objetivos deseados.

Un entendimiento completo de la realidad requeriría no sólo información sobre los aspectos relevantes de
la sociedad sino también un entendimiento de cómo estos se ponen en común. Como ha dicho Hayek, este
conocimiento se encuentra más allá de nuestra capacidad.

Los sistemas de creencias que nosotros desarrollamos llegan a captar parte suficiente de esa realidad. Sin
embargo, con frecuencia estos fracasan en incorporar esos aspectos. La expansión y el declive del
comunismo es uno de los ejemplos de ello.

Volviendo al path dependence, debido a que las organizaciones existentes deben su supervivencia a la
matriz institucional existente, tienden a oponerse al cambio. Igualmente importante es el sistema de
creencias, que define las percepciones de los actores a las vías de cambio legítimo. Los intentos de acción
revolucionaria, por ejemplo, alteran sólo las normas formales, pero no el sistema de creencias, por lo que
el cambio es menos revolucionario de lo que creen sus partidarios.

Vamos a plantear dos proposiciones teóricas:

1) Cuatro condiciones para un orden político y constitucional estable

Existen dos bases diferentes de orden político:

 La base consensual, donde los cargos políticos conllevan derechos ciudadanos universales. Los
gobiernos tienden a ser democráticos y a poseer una economía de mercado.

21
 La base autoritaria, donde los cargos políticos abusan de los derechos de la mayoría, si no de
toda la ciudadanía. Los gobiernos son autoritarios, se apoyan en una porción limitada de la
sociedad, y no son capaces de mantener una economía de mercado.

Para que los cargos políticos adhieran a un conjunto de derechos ciudadanos bajo orden consensuado, los
derechos deben autoreforzarse. Esto es, debe ser del interés de los cargos políticos salvaguardar estos
derechos. 1. Nuestro primer principio para el orden hace referencia a la relación entre un sistema de
creencias compartidas sobre los fines legítimos del gobierno y el alcance de los derechos; estos últimos
son acordados por los ciudadanos a fin de poner límites al comportamiento de los políticos. La clave para
que estos derechos existan en la práctica, es que los cargos políticos alguna manera alineen estos derechos
con sus intereses; que simultáneamente sean convenientes para ciudadanos y políticos, y por tanto, se
autorefuerzen.

Dado que las experiencias y los intereses de los ciudadanos divergen marcadamente, muchas sociedades se
caracterizan por una falta de consenso. Existe también un problema de coordinación: regular el
comportamiento de los cargos políticos requiere que los ciudadanos reaccionen conjuntamente cuando
violan sus derechos. Puesto que las posiciones políticas, económicas y sociales de los ciudadanos
normalmente difieren de forma considerable, no existe una solución de coordinación natural para este
problema. El acuerdo termina necesariamente siendo un compromiso, un pacto, entre elites opuestas, qué
solo puede tener éxito si es ampliamente aceptado por los ciudadanos.

Debido a las dificultades en la creación de una base de derechos consensuados, la base autoritaria del
orden político es más natural que la base consensual. Un fundamento importante de esta base es que los
ciudadanos temen al desorden: ante la potencialidad de mejorar el orden actual, los ciudadanos preferirán
apoyar el régimen autoritario.

2. El segundo principio sostiene que las constituciones exitosas limitan el ámbito de la política: limitan
el abanico de elecciones políticas. Y cuanto más amplio es el abanico de aspectos sujetos a la toma de
decisiones políticas, más relevantes son las decisiones en juego. Aumentar la relevancia de las decisiones
implica que aquellos en el poder tienen mucha menos disposición a abandonarlo, y el temor a perder el
poder a menudo lleva a los líderes a sabotear las normas. Reducir la relevancia de las decisiones políticas,
entonces, reduce el incentivo para los perdedores a sabotear las normas constitucionales y democráticas.

3. Respecto a nuestro tercer principio, la ausencia de derechos bien definidos y ampliamente


aceptados (1) combinada con una elevada relevancia de decisiones políticas en juego (2) genera
captura de rentas: los derechos sobre un privilegio, un activo, o un territorio políticamente valioso están
inadecuadamente especificados o reforzados. Los individuos y grupos gastarán recursos para obtener el
activo, y aquellos que lo capturan o creen tener el derecho, gastarán recursos en defenderlo.

Lo anterior genera predicciones de estática comparativa. Cuanto más valioso es un activo, más recursos
están dispuestos los agentes a gastar. Y cuantos más recursos sean destinados a la captura de rentas, más
disminuye la riqueza de la sociedad.

4. Reducir la relevancia de las decisiones políticas en juego requiere la creación por parte del Estado
de compromisos creíbles. Puesto a que proveen protección frente al oportunismo y la expropiación, los
compromisos creíbles son necesarios para proporcionar a los propietarios de activos un entorno seguro en
el cual invertir. En consecuencia, resultan esenciales para el crecimiento económico. Establecer
compromisos creíbles requiere la creación de instituciones que alteren los incentivos de los cargos políticos,
de manera que la protección de los derechos de la ciudadanía devenga en su interés.

Cuánto más pequeño es el conjunto de compromisos creíbles del Estado, más grande es la captura de rentas;
esto es, cuando más pequeño es el conjunto de compromisos, más grande es el valor de capturar el Estado
y mayor es el valor del riesgo de no mantenerse en el poder. La existencia de pocos compromisos creíbles
genera un Estado que se encuentra a lo sumo estancado y, en su peor situación, inmerso en una guerra civil.

2) Dos principios acerca de la emergencia del desorden

1. El primero concierne a un evento que anula los viejos mecanismos de compromisos creíbles en la
sociedad sin proporcionar sustitutos adecuados, cómo los desastres y las crisis. Por ejemplo, una crisis
puede disminuir los recursos disponibles que el Estado puede distribuir entre los contribuyentes. La pérdida

22
de beneficios políticos puede persuadir a algunos defensores del régimen de oponerse a él; se destruye el
consenso.

Si tras una crisis los nuevos grupos son capaces de establecer un nuevo consenso, es posible establecer
nuevos compromisos creíbles que mantengan el orden político (cómo sucede en la Revolución americana).
En ausencia de un nuevo consenso se hace mucho más difícil establecer compromisos creíbles
(Latinoamérica).

Las constituciones sustentadas en un consenso social, que limitan el alcance de la política, protegen los
derechos de los ciudadanos y les proporciona alguna participación en el status quo, son menos proclives a
experimentar desorden.

2. El segundo principio refiere al cambio revolucionario. El cambio normalmente es incremental. Sin


embargo, las revoluciones pueden comenzar con una serie de cambios que persuaden a algunos individuos
y grupos a través de hacerles considerar que la revolución es un riesgo menor en comparación con la
continuación de cambios incrementales, que son percibidos como amenazas a la supervivencia del grupo.
El proceso sería:

Un conjunto de emprendedores políticos postula un conjunto de creencias en conflicto con el orden


existente.

Los oponentes a estos emprendedores actúan como sí las ideas parecieran ciertas, confirmando así las
creencias, lo que aporta credibilidad.

El resultado es un conjunto variado de creencias entre decisores y políticos que actúan como pivotes.
Cuando éstos aceptan las nuevas y radicales creencias, proporcionan apoyo suficiente para el accionar.

Nuestra perspectiva sugiere que en gobiernos que restauran el orden de forma autoritaria es más probable
se transgredan sistemáticamente los derechos de sus oponentes: el régimen reprime a algunas partes de la
sociedad mientras retiene el apoyo de otras. La base consensual es menos proclive a experimentar
desorden que la autoritaria. El consenso implica mayores derechos de la ciudadanía y, por lo tanto,
limitaciones más estrictas al poder.

El orden político en la Norteamérica británica

Los derechos de propiedad británicos estuvieron basados en el federalismo. El imperio contaba con
múltiples niveles de gobierno, cada uno de ellos con una esfera de autoridad relativamente bien definida.
Hasta el final de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), el rol británico en América se limitó a la provisión
de los bienes públicos de alcance nacional, sobre todo referidos a la seguridad y el comercio internacional.
Las instituciones británicas crearon un mercado común en el imperio, previniendo así que las colonias
aumentaran sus barreras comerciales. Durante los cien años previos a 1763, aceptaron la libertad política
de las colonias a cambio de la aceptación por los colonos del control británico sobre el imperio, incluyendo
restricciones comerciales a los mismos.

La amenaza francesa unió ambos lados del Atlántico, en una relación basada en el interés común. Fueron
capaces de crear un sistema de autonomía política y económica inherente a una estructura de imperio
federal. Un mecanismo de control que forjó un compromiso creíble y, en términos de nuestra tesis, un orden
político consensual.

23
A finales del siglo XVII y principios del XVIII, las colonias británicas se encontraban aisladas de la
metrópoli británica, compitiendo fuertemente entre ellas por el escaso capital y trabajo, así como por los
mercados. Las colonias de éxito adaptaron las instituciones locales para proveer las condiciones necesarias,
a fin de lograr una explotación eficiente de las
oportunidades económicas. Otras colonias cayeron en el
fracaso económico al no lograrlo.

Los legislativos (asambleas coloniales) fueron claves


para otorgar libertad a los americanos. Adoptaron
compromisos creíbles en cuanto a derechos
económicos, políticos y religiosos. El orden se basó en
un sistema de creencias compartidas que actuó como
soporte de la estructura federal del imperio y una
variedad de poderes locales acordes a las asambleas.

Desorden y revolución

En los doce años posteriores a la Guerra comienza la crisis que acabó en revolución y desorden. Varios
cambios en la política británica amenazaron el sistema; tres fueron críticos:

 El coste financiero elevado de la guerra y la deuda que dejó.


 Las colonias americanas representaban la mayor parte del imperio. Cualquier cosa que dañara a
los americanos dañaba a todo el imperio. A partir de la derrota a los franceses, esto ya no era
necesariamente así.
 Tras el fin de la guerra, los americanos necesitaron mucho menos la seguridad que brindaba el
imperio británico.

Estos cambios contribuyeron al desmantelamiento del viejo sistema, llevando a algunos americanos a
concluir que Gran Bretaña no preservaría mucho más tiempo los principios federalistas, visión popular
entre grupos radicales emergentes. Al principio, la mayoría de los americanos no prestó demasiada
atención a los radicales, no sonaba cierto.

En una serie de pasos hacia atrás, los británicos divisaron varias formas de obtener apoyo financiero de las
colonias. En 1766, pidieron a los americanos fondos para el cuarteo de las tropas británicas en las colonias,
las cuales los americanos consideraban no eran necesarias. La asamblea de Nueva York rechazó la
aprobación de la ley que apoyaba las tropas en la colonia. Los británicos suspendieron todos los actos de la
asamblea hasta que la colonia cumpliera con la denominada Quartering Act.

Algunos años después, los británicos aprobaron la Tea Act (1773), que garantizaba el monopolio efectivo
de la importación de té de la Compañía de las Indias Orientales. Un grupo de patriotas de Massachusetts
protestó ante la ley arrojando té en el puerto de Boston. Los británicos aprobaron las Coercive Acts: cerraron
el puerto y anularon la Carta de la colonia de Massachusetts, incluyendo la disolución de la asamblea. Se
permitió además a los oficiales imperiales expropiar tierras para apoyar a las tropas si la asamblea no
designaba los fondos necesarios.

Las acciones británicas volvieron a muchos moderados en contra de los británicos. La falta de voluntad de
los británicos en generar un compromiso creíble proporcionó las evidencias de que los radicales estaban en
lo correcto. Esto también sembró la idea de la independencia. Para 1775, la mayoría de los americanos
estaba de acuerdo en apoyar la acción revolucionaria más que en mantener el status quo.

La re-emergencia del orden

El principal problema de los norteamericanos post-revolución e independencia era como crear un sistema
de cooperación entre las colonias bajo las nuevas entidades políticas nacionales, capaz de respetar los
derechos de los ciudadanos, el Estado y la autonomía política local. La emergencia de creencias compartidas
durante los debates revolucionarios estableció cierto orden político después de la guerra británica: los
impulsores adaptaron su teoría del compromiso creíble durante el imperio, basado en el federalismo, a las
nuevas circunstancias de independencia.

24
En los primeros años de la década de 1780, los artículos de la Confederación proporcionaron a los estados
una autonomía política considerable, con el gobierno nacional a cargo de ciertos bienes públicos, como la
defensa nacional, el mercado común y un sistema monetario estable. Los federalistas enfrentaban un
problema: garantizar el poder y los medios financieros necesarios a ese gobierno para que provea los bienes
públicos nacionales, mientras se comprometía a no traspasar los límites. Al final, crearon un sistema federal
que preservaba el mercado y generó crecimiento económico a largo plazo.

La Constitución de los Estados Unidos (1787) resolvió muchos de estos problemas: disminuyó el alcance
de la acción política nacional, mediante el federalismo y la separación de poderes. Proporcionó un punto
de apoyo para un nuevo sistema de creencias compartidas acerca de los límites del gobierno nacional, la
importancia de los derechos, y de la autonomía estatal. Su éxito se basó en ese sistema de creencias: los
debates revolucionarios y constitucionales se tradujeron en una nueva visión del constitucionalismo.

Los ciudadanos no tenían que preocuparse por sus derechos, riqueza o libertad, en parte porque el sistema
heredado de los británicos y ajustado post-revolución proporcionaba un sistema de gobierno duradero y
creíble, fuerte de federalismo, y preservador del mercado. La Constitución también le limitó la habilidad al
gobierno nacional, a través de una serie de mecanismos institucionales, de expandir sus poderes más allá
del dominio de esos bienes públicos. Entre estos mecanismos se destacan el sistema de división de poderes,
un sistema de vetos estatales sobre las decisiones nacionales, y el principio de federalismo.

¿Cómo los Estados Unidos protegieron los derechos y libertades necesarias para mantener un crecimiento
a largo plazo? Durante el imperio británico, los americanos experimentaron y cayeron en la iniciativa
individual, los derechos privados de propiedad, el gobierno limitado y la libertad política. Todo esto se
sostuvo conjuntamente mediante un sistema de representación política local y de asambleas coloniales,
compartido por todas las colonias. La Constitución terminó de definir y dar el marco legal a este conjunto
de creencias compartidas.

Con el federalismo preservador de mercado se redujo drásticamente el ámbito de la política nacional,


reservando la mayoría de poderes a los estados. Esto tuvo dos efectos inmediatos:

 Redujo en gran parte el alcance de la captura de rentas a nivel nacional. (Mediante la competencia
entre estados, y la presencia de fuertes restricciones presupuestarias).
 Permitió a los Estados y las regiones con preferencias muy distintas elegir leyes muy distintas.

Indudablemente, los factores de producción fueron relevantes para el progreso económico de los EE.UU.
En el Norte, se observaba falta de economías de escala y la ausencia de esclavos; en el Sur, lo contrario.
¿Cómo cooperaron a pesar de las diferencias económicas? Las dotaciones de recursos afectaron a las
oportunidades económicas, pero ellas por si solas no determinan el desempeño económico. Las
instituciones y la fuerte protección de los derechos de propiedad, sumado al federalismo y la cooperación,
ayudaron a EE.UU. a convertirse en la nación más rica del mundo.

Desorden político en la Latinoamérica Post-Independiente

Durante el siglo XIX Latinoamérica sufrió un serio rezago con respecto a


la industrialización del Atlántico Norte, en muchos casos con crisis
políticas. Para la mayor parte de Latinoamérica, el siglo XX se ha
caracterizado por bastante éxito desde el punto de vista del crecimiento
económico, y el retraso en los niveles de PBI per cápita que hoy persisten
es atribuible en gran parte a los acontecimientos del siglo XIX.

Post-independencia, en contraste con Norteamérica, la mayoría de los


latinoamericanos irrumpió en guerras fratricidas. La inestabilidad desvió
recursos de la actividad económica hacia los ejércitos de caudillos y
esfuerzos pretorianos. Una consecuencia importante es que se hizo
imposible establecer instituciones que pudieran brindas los beneficios
privados esperados de la inversión a la vez que beneficios sociales. Safford
(1987): “La mayoría de los estados hispanoamericanos eran incapaces de
reestablecer la legitimidad de la autoridad como la que disfrutaba la
corona española antes de 1808.”

25
La Corona impulsó durante mucho tiempo un mecanismo que proporcionó la base del orden político
autoritario. A pesar de ello, este sistema no generó incentivos para un crecimiento económico a largo plazo.
La independencia no derivó en estabilidad. Los mecanismos para el cumplimiento de derechos y el
intercambio se desvanecieron, no emergiendo ninguna institución que fijara costos suficientemente altos
como para evitar las agresiones de un grupo a otro y prevenir guerras internas. La mayoría de los grupos
lucharon para preservar los privilegios obtenidos con la Corona. El resultado fue una contracción
económica severa.

Brasil y Chile representan variantes de estos casos y revelan la importancia de los arreglos institucionales:
ambos Estados estaban fuertemente centralizados. Aun así, fracasaron en la capitalización de sus
cumplimientos para asegurar la estabilidad política. Cualquier atisbo de federalismo era un contingente a
disposición del gobierno central para garantizar una autonomía regional limitada. En lugar de competir para
movilizar los factores de producción, las elites provinciales competían por transferencias y protección
nacional. Con las instituciones, impidieron la agitación (cómo México y Perú) pero no promovieron el
progreso económico (cómo en EE.UU.).

Los fundamentos políticos del orden en el Imperio Español

La Corona española estableció una organización corporativa de la sociedad y la política, sobre todo del
ejército, la Iglesia, la nobleza y las elites terratenientes. Cada uno de los grupos poseía privilegios jurídicos
y protección. Derechos económicos y políticos valiosos estaban protegidos por un sistema de poder
centralizado basado en la lealtad política a una corona absolutista. La protección de estos derechos sentó
un sistema de privilegios basado en una conexión personal y corporativa con la Corona.

El fundamento de este sistema era el intercambio político bajo un orden autoritario, donde los derechos y
privilegios de las elites se sostenían en virtud de una lealtad y apoyo duraderos a la Corona, ayudando a la
supervivencia de esta última. Los monopolios locales entonces constituían una característica importante de
las colonias. Las inclinaciones a la Corona hacia la expropiación se veían contrarrestadas por la potencial
pérdida de cooperación entre los grupos y las colonias.

La regulación imperial del comercio frenó el desarrollo comercial intercolonial, el desarrollo de una densa
red de puertos, de un mercado común entre las colonias, y de un fuerte sistema de especialización. Limitó
los incentivos de los colonialistas para capturar beneficios de la especialización y el intercambio económico
en Hispanoamérica. El comercio se concentró en un pequeño número de puertos: uno en España y tres en
América; en lugar de desarrollar 100 puertos a lo largo de 1000 millas de costa, permitiendo a cada uno
competir por el comercio. Se creó el llamado “sistema de flota” que gobernó todo el comercio transatlántico,
forzando a que la mayor parte del comercio entre las colonias tuviera que transcurrir a través de Portugal y
España.

El monopolio del poder de los comerciantes del Consulado no permitió la aparición de mercados libres,
fijando precios artificialmente altos e imponiendo costos ocultos a las economías coloniales. El sistema de
monopolios transfería los beneficios de los productores a los “comerciantes y especuladores, eliminando
así los incentivos a invertir en nueva tecnología o contratar trabajo adicional” (Burkholder & Jonson,
1990, 139). La Corona tenía sus motivos: las regulaciones dirigían el oro y la plata hacia España, y no
promovían el desarrollo económico en el Nuevo Mundo. El sistema español había sido generado para
maximizar las rentas españolas en el corto plazo, y no para maximizar el crecimiento económico de todo el
imperio. El sistema mercantil español se basaba en una racionalidad fiscal cortoplacista.

Otro ejemplo de la faceta extractora de rentas de la Corona española fueron las expropiaciones, a una
serie de grupos que habían resultado críticos, pero ya no lo eran. Esto ocurrió con los Jesuitas, de los
mayores propietarios en Latinoamérica: además de su expulsión de las colonias españolas, muchas
propiedades fueron subastadas y los beneficios fueron a parar a la Corona.

Forzar a las colonias a comerciar sólo con España implicó un menor desarrollo de los recursos locales para
el autoabastecimiento, así como un menor comercio intercolonial. Las economías latinoamericanas estaban,
por lo tanto, mucho menos integradas que las norteamericanas. Por supuesto, la geografía también fue un
importante factor.

26
La emergencia del desorden en Latinoamérica

A finales del siglo XVIII, en un entorno de tensiones crecientes, los acontecimientos en Europa propiciaron
las primeras dosis de autonomía para las colonias. El encarcelamiento del Rey de España (Fernando VII)
por parte de Napoleón en 1807 creó una brecha entre aquellos leales a los reyes en ultramar y los franceses
que controlaban España. Este fue el detonante de las batallas por la independencia entre los criollos y el
ejército español.

La cuestionable legitimidad de los gobernantes impuestos por Francia, el colapso de los borbones, la
negación a los criollos a una representación igualitaria en el Parlamento, y la perpetuación de las
restricciones comerciales, incentivó a las colonias a la ruptura. En 1820 las fuerzas españolas son derrotadas
por completo y da lugar a nuevas repúblicas, que carecían de instituciones autoreforzadas (lo que choca
con la tesis de “construcción del Estado”). La organización política se desintegró en unidades más
pequeñas, típicamente organizadas en torno a un caudillo.

La guerra incesante aumentó la deuda del Estado en la mayoría de los casos (especialmente Perú y México),
las obligaciones de la deuda no pudieron pagarse, y la expropiación doméstica creció algo fuera de lo
común. Todo esto desencadenó el estancamiento y una fuerte contracción. Argentina específicamente
permaneció sujeta a las insurrecciones contra el caudillo hasta principios de la década de 1870.

En la mayor parte de Hispanoamérica no fue hasta medio siglo después que uno de esos grupos en
competencia salió victorioso. Dado que lo costos de oportunidad de un conflicto continuado crecían a
medida que se alargaba, los supervivientes construyeron instituciones que crearon estabilidad. El
establecimiento del orden se convirtió en un fin en sí mismo. Sin embargo, el orden emergente no impuso
ningún límite al Estado.

Factores teóricos subyacentes al desorden y el fracaso en el restablecimiento del orden

En contraste con la Norteamérica británica, la ruptura con la metrópolis destruyó muchas de las
instituciones que proporcionaban compromisos creíbles referidos a los derechos y la propiedad en el
imperio español. Cada una de las colonias tenía un sistema descentralizado encabezado por un gobernante
que rendía cuentas a la corona, sin independencia legislativa y jurídica.

Los criollos que lograron el poder político tras la independencia, heredaron un sistema centralizado sin los
elementos críticos de las limitaciones formales e informales que protegían a los grupos corporativos y otras
elites. Aquellos que ostentaban el poder no tenían que preocupare ni los efectos de sus decisiones, ni por
dar cuenta de las mismas ante la Corona. “La organización del poder en el sistema colonial (español)
dependía en última instancia del Rey. Sin la presencia del Rey, el sistema se descomponía.” Safford (1987).

La independencia generó impulsos contradictorios. La mayoría de las elites quería mantener sus privilegios,
mientras en contraste había un naciente republicanismo, ejemplificado en la adopción de constituciones
basadas en la de EE.UU. Desafortunadamente, esos principios republicanos y liberales entraban en conflicto
con el sistema de privilegios corporativos. El conflicto conllevó una transacción: derechos más fuertes y
más privilegios para las elites debilitaban el republicanismo.

Durante el proceso de independencia, los grandes grupos no estaban de acuerdo en quién debería componer
la ciudadanía. Los americanos nativos, prácticamente esclavizados en el imperio, desempeñaron un papel
significativo en la guerra por la independencia de algunos Estados. Los nuevos regímenes exacerbaron los
problemas de incertidumbre sobre los derechos y privilegios con el fracaso en la conformación de los
nuevos principios constitucionales. Los americanos en el antiguo imperio español no lograron compartir
un sistema de creencias, un consenso, acerca del papel del gobierno, del Estado, de lo privilegios
corporativos, y de la ciudadanía.

Debido a que lo desacuerdos básicos afectaban a una gran parte de los recursos, el ámbito de la política fue
elevado; y, al no ser resueltos, tanto las recompensas por capturar el poder como los costos de estar fuera
de él eran grande. La ausencia de límites creíbles al Estado implicó una ansiedad racional de los grupos
y elite, y conllevó la ausencia de instituciones políticas. El resultado fue el revuelo, desorden político, y
guerra civil. Las constituciones formales fueron promulgadas, pero con frecuencia demostraron ser una
carta muerta, ya que ningún grupo político creía que sus adversarios se someterían a las mismas.

27
MODOS DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA
U5: LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN INGLATERRA
“Historia Económica Mundial” – María I. Barbero
El nacimiento de las sociedades industriales

Desde mediado del siglo XVIII se inició una etapa de profundas transformaciones
económicas, sociales y culturales, genéricamente llamadas Revolución Industrial,
que comenzó en Inglaterra para luego extenderse al resto de Europa, EE.UU. y otras
regiones.

El peso del sector primario fue reduciéndose mientras se incrementaba el de la


industria y los servicios. Esto generó un alto grado de urbanización e incrementó el
número de grandes ciudades. La innovación tecnológica se aceleró notablemente,
incrementando la producción y la productividad. La población de multiplicó por 5
entre 1760 y 1960, se redujo la mortalidad y creció la esperanza de vida.

No olvidemos que desde el siglo XI venían produciéndose una serie de cambios económicos, sociales,
institucionales, políticos y culturales que fueron preparando el terreno para la Revolución Industrial: la
mejora en los instrumentos de labranza y el uso del hierro, la rotación de cultivos, la difusión del uso
del caballo, entre otros. Un momento clave fue el nacimiento de la labranza convertible, en el siglo XVI
en los Países Bajos, que posibilitó notables aumentos de la productividad.

Cómo leímos antes, la llamada “Revolución Comercial” de los siglos XII y XIII abrió el camino para la
expansión del comercio internacional, con los dispositivos institucionales, las letras de cambio, la
contabilidad por partida doble, el derecho mercantil, etc. Posteriormente, el servicio postal, las bolsas
comerciales y financieras, y los derechos de patente. Para algunos autores, entre los siglos XVI y XVIII
se habría producido una primera fase en la industrialización europea, la protoindustrialización,
caracterizada por la expansión de la industria a domicilio.

Durante la Edad Media y Moderna, en Asia y más específicamente en China, también tuvieron lugar una
gran expansión e innovaciones: la brújula, la pólvora, el papel y la imprenta. Entre los siglos X y XV los
chinos aplicaron importantes mejoras en la agricultura (obras de regadío, arado de hierro, etc.), a la industria
textil, a la tecnología marítima, a la fabricación de porcelana, y a la edición. Si bien la economía china
siguió creciendo hasta el siglo XIX, se vio rezagada por las invasiones mongolas y problemas internos.

En Europa, los cambios económicos y tecnológicos fueron a su vez acompañados, en un proceso de


retroalimentación mutua, por transformaciones políticas, sociales y culturales: la urbanización, el desarrollo
de una burguesía comercial, el nacimiento de las universidades, la Revolución Científica del siglo XVII, y
una paulatina tendencia a la afirmación de los derechos individuales.

A partir del siglo XVIII, la expansión productiva y demográfica fueron acompañadas por un acelerado
crecimiento del comercio internacional y el desarrollo de nuevas tecnologías, efecto y a la vez condición
de los cambios productivos. Nacieron nuevas formas de organización del trabajo y de la familia, nuevas
clases sociales, nuevos modos de actividad política. La aparición de la imprenta a vapor e innovaciones
en la industria editorial generaron circulación de libros y periódicos a gran escala, por lo que se vieron
ampliadas las posibilidades de acceso a la educación.

A. P. Usher, un historiador, decía que la Revolución Industrial es considerada revolución en el verdadero


sentido del término, excepto por la rapidez de las transformaciones, ya que por su carácter los cambios no
podían producirse en forma repentina. Entre historiadores, suele enfrentarse la visión “gradualista” a
aquellas “rupturistas”.

A la hora de buscar una definición de la Revolución Industrial, urge el problema de que no hay una sino
muchas, casi tantas cómo el número de historiadores que se han especializado en su estudio, y cada una
pone el énfasis en diversos aspectos. Esto sucede en general con todos los procesos históricos. Los distintos
enfoques se pueden comparar desde dos perspectivas distintas pero complementarias:

28
 Considerar cómo la revolución y los temas seleccionados para su estudio se fueron modificando a
lo largo del tiempo, desde finales del s. XIX hasta el presente, y
 Poner el énfasis en cómo los diversos estudiosos han privilegiado en su investigación y en su
reflexión determinados aspectos específicos de la revolución.

Comenzando con la primera, David Cannadine ha propuesto una periodización que da cuenta a la diversidad
de interrogantes respecto a la Revolución Industrial. Establece cuatro etapas, en las que los temas
dominantes fueron sucesivamente las consecuencias sociales, las fluctuaciones cíclicas, el crecimiento
económico y los límites al crecimiento.

En la primera etapa (1880-1920), enfatizando los aspectos negativos, se consideraba a la Revolución


responsable del empobrecimiento y el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores, como
resultado de la difusión del maquinismo y del sistema de fábrica, y de la concentración de la población en
las grandes ciudades industriales.

En la segunda (1920-1950), predominó el análisis de los ciclos económicos, en gran medida por la crisis de
1929 y la depresión de los treinta. Algunos autores prestaron mayor atención al papel de los factores
monetarios, mientras otros vincularon las fluctuaciones a variables de la economía real, como la
producción, la inversión o la innovación.

El tema central de la discusión entre 1950-1970 fue el del crecimiento económico. Esto es así, por un lado,
a raíz de la expansión económica de los países industriales, y por otro, el problema del subdesarrollo, que
se hizo más visible a partir del proceso de descolonización y la emergencia del Tercer Mundo.

La teoría del desarrollo y la Revolución Industrial

W. W. Rostow, uno de los economistas que formuló esta teoría, propuso un modelo para el estudio de la
transición desde la sociedad tradicional – caracterizada por el predominio de la agricultura y por una
productividad limitada – hasta la sociedad de consumo masivo. Según el autor, existían cinco etapas: 1) la
sociedad tradicional, 2) las condiciones previas al impulso inicial, 3) el impulso inicial, 4) la marcha hacia
la madurez, y 5) la era del alto consumo en masa. Consideraba que los países subdesarrollados estaban en
alguna de las etapas iniciales, de las que podrían salir aplicando las políticas económicas adecuadas.

Las primeras dos etapas transcurren entre los siglos XVII y XVIII, con los primeros cambios económicos,
sociales, culturales y políticos. La fase clave es la del impulso inicial o despegue (take off o big spurt), que
Rostow identifica como Revolución Industrial propiamente dicha. Las condiciones esenciales para el take
off son, según el autor, la acumulación de capital y la innovación tecnológica, con la tasa de inversión
como variable clave, que debiera ser equivalente a +10% del ingreso nacional. Debe existir también un
sector empresarial y funcionarios del Estado dispuestos a liderar el proceso de transformación.

Las características distintivas del take off son la difusión de nuevas técnicas en la agricultura y la industria,
el crecimiento de la producción industrial y la urbanización, y las consecuentes expansiones de la economía,
el ahorro y la inversión. Para el autor, el proceso tenía lugar en un lapso muy breve (una o dos décadas) lo
cual hacía posible sostener en lo sucesivo un ritmo fijo de crecimiento. La Revolución Industrial para él era
fácilmente identificable.

La etapa hacia la madurez es caracterizada como un largo intervalo de progreso sostenido y de difusión de
las innovaciones tecnológicas, durante unos cuarenta años a partir del final del take off. Luego, en la era del
alto consumo en masa, se cosechan los frutos del desarrollo: un incremento del ingreso real per cápita
permite el aumento del consumo de bienes y servicios duraderos, cuyo símbolo era para Rostow la difusión
del automóvil.

La obra de Rostow originó discrepancias y debates, sobre todo porque se basaba en la experiencia inglesa
para extrapolar conclusiones al resto de la sociedad. A. Gershenkron, otro economista que compartía la idea
del “gran salto”, no creía en la inevitabilidad histórica de la industrialización ni en que el camino para
alcanzarla estuviera predeterminado, siguiendo una serie de etapas. Para este autor, los procesos de
industrialización en los países atrasados presentan diferencias considerables con la mayor parte de
los avanzados, tanto en el ritmo de desarrollo como en las estructuras de producción y organización.

29
En Inglaterra la industrialización había tenido lugar sin necesidad de recurrir a la banca. Destacaba entonces
el autor el papel de los bancos de inversión como proveedores de capital en países como Francia, Alemania,
el Imperio Austro-Húngaro, y Suiza. Indicaba también que en otras naciones de desarrollo más tardío, como
Rusia, el principal agente impulsor de la industrialización había sido el Estado. En este país la escasez de
capital era muy grande y se recurrió a la política impositiva, desviando las rentas del consumo a la inversión.

Más allá de las críticas, uno de los aportes más significativos de Gershenkron es la voluntad de combinar
la elaboración de modelos con la complejización del análisis de la realidad, basada en la investigación
histórica. A diferencia de Rostow y de los marxistas, sostenía que del pasado no pueden extraerse más que
preguntas inteligentes para los materiales actuales, y nunca leyes a partir de las cuales construir el futuro.

La teoría anterior tuvo un fuerte impacto entre historiadores: la Revolución pasó a ser estudiada desde la
perspectiva del crecimiento económico, concentrándose en aspectos macroeconómicos. El historiador
norteamericano David Landes, en su obra Prometeo liberado, ve a la Revolución como la gran ruptura que
en el lapso de menos de dos generaciones ha cambiado el mundo para siempre y la considera el inicio del
proceso de modernización. No obstante, critica la idea de take off ya que el proceso no fue rápido, sino que
llevó varios decenios.

Desde mediados de los años 70’, en las ciencias sociales se iba diluyendo el optimismo que había
predominado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y la teoría del desarrollo se vio seriamente
cuestionada. No sólo la mayor parte de los países del Tercer Mundo no había logrado salir del subdesarrollo,
sino que incluso la realidad de los países ricos hacía dudar de que la industrialización hubiera resuelto para
siempre los problemas económicos y sociales. La posguerra implicó que los países enfrentaran problemas
como la desocupación, la recesión y la inflación. Al mismo tiempo, comenzaron a considerarse los enfoques
ecologistas, revelando que el desarrollo económico podía poner en peligro al medio ambiente. La
industrialización pasó a ser observada ya no como una progresión unidireccional de corto plazo, sino como
un proceso cíclico y a largo plazo.

¿En qué consistió la Revolución Industrial?

David Landes propone tres definiciones, que refieren a los distintos usos que se le suele atribuir:

 El término revolución industrial (en minúsculas) refiere al complejo de innovaciones tecnológicas


que significó el paso desde la producción artesanal a la fabril, dando así lugar a la economía
moderna.
 El significado del término es a veces otro: se utiliza para referirse a cualquier proceso de cambio
tecnológico rápido e importante (en este sentido, se habla de segunda o tercera revolución
industrial).
 Revolución Industrial (en mayúsculas), tiene otro significado: refiere a la primera circunstancia
histórica de cambio desde una economía agraria y artesana a otra dominada por la industria y la
manufactura mecanizada.

Para Peter Mathias, consiste en “las fases iniciales del proceso de industrialización en el largo plazo”, y
señala que dos criterios centrales para definir la Revolución Industrial son la aceleración de la economía en
su conjunto y la presencia de cambios estructurales.

E. A. Wrigley señala que “la característica distintiva de la Revolución Industrial (…) ha sido un aumento
amplio y sostenido de los ingresos reales per cápita. Sin un cambio de este tipo, el grueso del total de
ingresos se hubiese seguido gastando necesariamente en alimentos, y el grueso de la fuerza de trabajo
hubiese seguido siendo empleado en la tierra”.

Combinando definiciones de otros autores podemos decir que la Revolución Industrial consiste en un
proceso de cambio estructural en el que se combinan: 1) el crecimiento económico, 2) la innovación
tecnológica y organizativa, y 3) profundas transformaciones en la sociedad.

Revolución tecnológica y revolución económica

30
De acuerdo a las definiciones anteriores, la revolución industrial del siglo XVIII fue una revolución
tecnológica: un cambio tecnológico y acelerado sin precedentes. Fue también una revolución económica:
“un cambio fundamental en el potencial productivo de la sociedad como consecuencia de un cambio básico
en el stock de conocimientos; y el cambio consiguiente, e igualmente básico, de la organización económica
para realizar dicho potencial” – Douglass North.

Para el autor, existieron sólo dos revoluciones económicas: la revolución neolítica, y la Segunda Revolución
Económica entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Más allá de que él se reserve el concepto sólo
para la Segunda, aplica para la Primera.

Lo que permite caracterizar a la Primera Revolución Industrial como una revolución económica es la
combinación del cambio en el potencial productivo de la sociedad con cambios en la organización
económica, que afectaron el sistema en su conjunto y permitieron acelerar radicalmente las tasas de
crecimiento.

Adam Smith (Wealth of Nations, 1776) sostuvo que existía una relación directa entre el avance de la
producción para el intercambio y el crecimiento económico, oponiéndose a toda restricción que regulara o
controlara los mercados (la mano invisible guiaría todo). John Hicks (Premio Nobel, 1972) estudió la
trayectoria de la economía de mercado en Europa desde finales de la Edad Media y observó cómo las
relaciones mercantiles fueron avanzando desde el ámbito de la compra y venta de bienes muebles hasta la
constitución de un mercado de la tierra y un mercado de trabajo, proceso que se concretó justamente a lo
largo del siglo XVIII. Veía al nacimiento de la industria moderna como la culminación del desarrollo
mercantil, y el punto de partida de una fase de nuevas regulaciones a partir del siglo XIX, que daba origen
a nuevos actores sociales y el fortalecimiento del Estado en el siglo XX.

A. Toynbee consideraba que su esencia era la sustitución de las regulaciones medievales por la
competencia: se había pasado del mercantilismo al laissez faire. Karl Polanyi, padre de la sociología
económica, tenía una posición muy crítica respecto a la economía del libre mercado y sus defensores. Él
elige una fecha para el nacimiento del capitalismo industrial como sistema social: 1834. En ese año se
abolieron en Gran Bretaña las leyes de Speenhamland, que aseguraban un ingreso mínimo a los pobres a
través de las parroquias, y que desde 1795 habían reemplazado a las antiguas leyes de pobres. La
Revolución Industrial para el autor había provocado dos efectos: un mejoramiento casi milagroso de los
instrumentos de producción, y una dislocación catastrófica de las vidas de la gente, subordinando la
sociedad al mercado.

Según Joel Mokyr, se pueden identificar cuatro escuelas que investigaron la industrialización:

 Escuela del cambio social, que pone énfasis en cómo se fueron modificando los modos de
transacción económica entre los individuos, en el avance de las relaciones del mercado de trabajo,
y en las consecuencias sociales. (Polanyi, entre otros).
 Escuela de la organización industrial, que se enfoca en los cambios experimentados por la
estructura y por las dimensiones de la empresa, destacando el significado del nacimiento del
sistema de fábrica como nueva forma de organización del trabajo. Dos vertientes: la marxista, y la
no marxista (cómo Paul Mantoux, Maxine Berg, Sydney Pollard).
 La escuela macroeconómica, que considera sobre todo el comportamiento de determinadas
variables agregadas que permitan medir las tasas de crecimiento económico: PBI, formación de
capital, inversión, población activa, desempeño. (Acá entran desde Rostow, Wrigley, Kuznets,
Deane, hasta los representantes de la New Economic History – cuantitativistas – cómo Crafts y
Knick Harley).
 La escuela tecnológica, que privilegia el proceso de cambio tecnológico (David Landes, entre
otros).

Las formas tradicionales de producción industrial y el nacimiento de la industria moderna

 La industria artesanal: desde fines de la edad media, se caracterizaba por ser una forma de
actividad en la que los productores utilizan herramientas manuales que exigen altas dosis de
habilidad. Podía ser doméstica o llevarse a cabo en un taller. Estaba fuertemente regulada por
los gremios, quienes establecían normas de calidad y cuotas de producción, y ofrecían algunos
rudimentarios servicios sociales a sus miembros. En general, la producción artesanal estaba

31
destinada al mercado local y al campo circundante, y una proporción muy alta de la población
elaboraba en su hogar lo que consumía.
 La industria a domicilio: desde el siglo XVI fue desarrollándose esta forma de organización de
la producción industrial, que consistía en un sistema descentralizado de producción, en el que los
trabajadores realizaban las tareas en sus domicilios con herramientas en general propias.
Trabajaban para un comerciante, que les encargaba los quehaceres y suministraba la materia prima,
retirando luego las piezas elaboradas por las que pagaba a destajo. Era un sistema muy flexible,
en el que la producción se regulaba de acuerdo a la demanda y no existía obligación de mantener
un vínculo permanente entre el comerciante y los trabajadores. Los costos fijos eran mínimos y
los salarios más bajos, sin las regulaciones de los gremios.
 La protoindustrialización: una primera fase de “industrialización preindustrial” entre los siglos
XVI y XVIII, que consistió en la difusión del sistema de trabajo a domicilio en la producción de
bienes para mercados NO locales, que generó a su vez cambios significativos en la economía rural.
La segunda fase sería la propia Revolución Industrial (según Mendels). Permitió el crecimiento
de la producción y aumentó la productividad de los trabajadores, al ocupar en la industria
mano de obra antes desempleada o empleada parcialmente en actividades agrícolas.
 La manufactura centralizada: otro tipo de organización industrial, caracterizada por las mayores
dimensiones de la empresa, protofábrica. S. Pollard distingue tres clases con fronteras poco
precisas: 1) Talleres centrales que preparaban y terminaban el trabajo de los rurales a domicilio
(principalmente textiles), 2) unidades que tenían que ser bastante grandes o requerían mucho
capital por razones técnicas (metalurgia, minería, astilleros, etc.), y 3) agrupación de talleres a
consecuencia de algún monopolio o de la iniciativa de un magnate territorial.

El sistema de fábrica y el maquinismo

Con la industrialización nace el sistema de fábrica, definido por la mecanización de la producción, el uso
de energía inanimada en reemplazo de la humana o animal, y la presencia de trabajadores asalariados
sometidos a un régimen de estricta disciplina.

Paul Mantoux señala que no es sencillo encontrar una definición adecuada del término máquina. Un primer
paso es diferenciarla de una herramienta. Ambas permiten economizar trabajo manual, pero las
herramientas son instrumentos en manos del trabajador y requieren de su habilidad. Las máquinas, en
cambio, disponen de mecanismos y fuerzas motrices que reemplazan la habilidad humana.

El rasgo dominante de la industria moderna fue la difusión de las máquinas accionadas por energía
inanimada – primero energía hidráulica y más tarde, a vapor – que obligaron a sustituir las formas
tradicionales de organización del trabajo y dieron nacimiento al sistema de fábrica.

El símbolo de los nuevos tiempos fue esta máquina y el carbón, que permitió incrementar hasta niveles
insospechados la productividad del trabajo. En las primeras décadas de la Revolución Industrial se combinó
el uso de la fuerza hidráulica y el de la energía del vapor, e incluso se utilizaron caballos y bueyes para
accionar las máquinas en la industria textil. El trabajo humano debió adaptarse al ritmo impuesto por
las máquinas, los obreros debieron modificar profundamente sus hábitos laborales. Otra característica
importante de las fábricas fue la intensificación en la división del trabajo, que generó un fuerte aumento de
las facultades productivas de los trabajadores. Implica la especialización de los trabajadores en una o varias
tareas determinadas, y ya no se trata de que cada uno haga el producto completo.

Adam Smith indicaba que la mayor productividad derivaba de tres factores: 1) la mayor destreza de cada
obrero en particular, 2) el ahorro de tiempo que comúnmente se pierde al pasar de una tarea a otra, y 3) la
invención de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo, capacitando a un hombre para hacer la labor de
muchos. Las máquinas también permitieron contratar personal no calificado para realizar tareas rutinarias,
y provocaron que muchas tareas no requieran sólo habilidad sino más bien fuerza. Esto derivó a que se
contrataran cada vez menos mujeres y niños, a los cuales ser les pagaban salarios mucho más bajos y
sometía a disciplina con mayor facilidad.

En el tomo I de Das Kapital, Karl Marx analizó la lógica del proceso de división del trabajo en las
manufacturas y las fábricas, remarcando las diferencias entre ambos casos. En la manufactura, la división
del trabajo consiste en la descomposición de un oficio manual en diversas operaciones parciales; por ello,

32
en este caso Marx hablaba del obrero parcial. Pero a su vez, el oficio manual sigue siendo la base de todo.
Para Marx, la máquina sustituye al obrero por un mecanismo, y las herramientas se transforman en
componentes del aparato mecánico. En consecuencia, la graduación jerárquica de los obreros tendió a
igualar o nivelar los trabajos, lo que redunda en una pérdida del interés por el trabajo.

Los factores condicionantes de la industrialización

 La población: un factor clave, ya que condiciona directamente tanto la oferta de mano de obra
como la demanda interna de bienes y servicios. Si bien incide, una población numerosa no basta
para generar un gran mercado de producción industrial. Para que ello ocurra, es necesario también
que los consumidores dispongan de suficientes ingresos, y que estén acostumbrados a comprar en
el mercado los productos que no puedan o no quieran elaborar por sí mismos.
Cuando la mayoría de la población en un país vive en el nivel de subsistencia, no dispone de
excedentes para adquirir bienes industriales, y en muchos casos elaboran en el hogar ciertos
productos básicos. La escasa producción y/o la baja demanda no es un obstáculo insalvable, ya
que puede destinarse la producción a exportación, en la medida que los países estén integrados al
comercio internacional.
El incremento de la población puede ser producto tanto del crecimiento vegetativo como de la
inmigración, que en muchos países jugó un papel central entre los siglos XIX y XX. Argentina y
Estados Unidos son claros ejemplos.
 Los recursos naturales: es otro de los condicionantes de los procesos de industrialización, en la
medida en que garantiza, o no, la provisión de materias primas y energías necesarias para la
actividad industrial. Comprenden la cantidad y fertilidad de la tierra, el clima, la topografía, la
disponibilidad de agua y la posición geográfica.
Las regiones dotadas de carbón gozaron durante décadas de amplias ventajas comparativas, como
Gran Bretaña y Bélgica. Otros favorecidos por las riquezas minerales fueron Estados Unidos y
Rusia, aunque con trayectorias muy diferentes.
Sin embargo, también en este campo las ausencias pueden ser suplidas: si un país no posee
determinados recursos, puede importarlos. Necesita uno o más mercados externos que lo provean
y de los recursos monetarios para pagarlo (como Inglaterra, cuya industria más dinámica fue el
algodón y la materia prima no podía producirse localmente por razones climáticas. Se importaba
de EE.UU. Pasó también con Japón e Italia).
 La tecnología: la definimos como el uso del conocimiento para especificar modos de hacer las
cosas de una manera reproducible; se la puede clasificar en tecnología dura (bienes tangibles) y
tecnología blanda (no tangibles, técnicas o know how). La innovación fue la que hizo posible el
incremento sostenido de la productividad.
J. Schumpeter la definía como la introducción de un nuevo bien, un nuevo método de producción,
un nuevo mercado, la conquista de una nueva fuente de materia prima o de bienes
semimanufacturados, e incluso la creación de una nueva organización industrial.
Los economistas clásicos suponían que el crecimiento económico tenía límites precisos,
determinados por la disponibilidad de los factores de producción. El camino para escapar a estas
limitaciones del principio de rendimientos decrecientes, fue la innovación tecnológica y
organizativa. La Revolución Industrial en este sentido implicó:
 La utilización de nuevas fuentes de energía inanimada.
 La utilización de maquinarias y nuevo transporte.
 La utilización de sustitutos para materias primas (carbón, hierro).
 Nuevas formas de organización de la producción y el trabajo (sistema de fábrica).
 El marco jurídico: North considera que las instituciones son un condicionamiento básico del
desarrollo económico, y que las diferencias institucionales son las que explican las diferencias en
la performance económica de las naciones. Los derechos de propiedad entonces condicionan el
crecimiento, porque al garantizar expectativas de ganancia fomentan la inversión. Para Max
Hartwell, los cambios jurídicos que se fueron dando desde el siglo XVII ampliaron las libertades
económicas e hicieron más explícitos y menos limitados los derechos de propiedad.
Los trabajos de ambos autores reflejan una posición fuertemente mercadista y privatista, y
consideran que en general las regulaciones obstaculizan el desarrollo. Otros autores, en cambio,
consideran que un marco regulatorio puede ser motor de la industrialización, como Patrick

33
O’Brien, quien remarcaba que la legislación protectora que gravaba con altos impuestos la
importación de telas de algodón en Inglaterra favoreció el desarrollo de la industria desde
principios del siglo XVIII.
En lo que refiere a legislación laboral, en la sociedad preindustrial existían normas muy precisas
que regulaban salarios y actividad laboral, pero la tendencia posterior fue de ir suprimiendo las
reglamentaciones, favoreciendo la iniciativa individual y la liberalización del mercado del trabajo,
llegando a abolir los gremios y asociaciones obreras, medidas revocadas en el siglo XIX ante la
reacción y lucha de los trabajadores.
 El papel del Estado: A lo largo del siglo XIX, y hasta la crisis de 1929, las políticas económicas
generalmente se inspiraron en los principios del liberalismo. Otras teorías, en cambio, consideran
que el Estado debe tener un rol más dinámico. Por ejemplo, Friedrich List afirmaba que para
fomentar la industrialización debía protegerse la producción nacional con impuestos a la
importación, como lo había hecho EE.UU. Por otro lado, los economistas clásicos y neoclásicos
siempre fueron partidarios de un Estado mínimo, que se limitara a garantizas la defensa, ley y
orden.
La teoría keynesiana sostiene que el Estado debe implementar políticas fiscales y monetarias
activas para contrarrestar los efectos de los ciclos económicos y mantener el pleno empleo. Estas
políticas fueron aplicadas durante la Gran Depresión (1929-1932) para contrarrestar sus efectos, y
la corriente de pensamiento tuvo un gran eco en la segunda posguerra, desde la Europa occidental
hasta incluso Asia-Pacífico.
El consenso keynesiano comenzó a ser cuestionado a mediado de los 70’, mayormente en
occidente, ante las crisis económicas de dicha década y las nuevas teorías económicas
(monetarismo, expectativas racionales, nueva escuela austríaca), volviendo a la idea del Estado
mínimo. Esta visión dominó hasta la década de los 90’, cuando nuevamente se ve cuestionada.
En forma paralela, cobró relevancia la visión del marxismo, con economías diversamente
reguladas por el Estado, eliminando la propiedad privada de los medios de producción; el principal
exponente fue la Unión Soviética.
El Estado puede asumir un camino de completo libre comercio, un camino de altos aranceles a la
importación y regulación, o bien de planificación total. La historia económica nos sirve en todo
caso para mostrar esta multiplicidad de caminos, con sus resultados negativos y positivos, no
existiendo recetas infalibles.
 Las instituciones financieras: la financiación fue muy importante durante la industrialización.
Se utilizaban dos tipos de crédito en la industria, el de corto plazo, para financiar cierto tipo de
operaciones como el pago de salarios o la compra de materia prima, y el de largo plazo, para
financiar la inversión en capital fijo: edificios, maquinaria y equipo. Al analizar la financiación
emergen dos cuestiones:
1) la acumulación de un stock de capital disponible para ser prestado, que proviene de la capacidad
de ahorro de una sociedad; comenzó en el siglo XIX con los ferrocarriles, servicios públicos y
desarrollo de recursos locales (cómo la minería).
2) Las vías a través de las cuales el ahorro se transforma en inversión productiva. Si se atesora o
invierte en actividades rentísticas (bonos) la oferta es escasa. Si en cambio se lleva a actividades
productivas, la situación cambia.
En la medida en que la industrialización fue avanzando desde Inglaterra al resto del mundo, los
requerimientos de inversión se incrementaron, debido a que por efecto del avance tecnológico
fueron surgiendo nuevos bienes, cuya fabricación y puesta en marcha implicaba una inversión y
una escala mucho mayores. La disponibilidad de capital constituyó un requisito indispensable para
el proceso de industrialización.
 El sistema educativo: la importancia del capital humano en el desarrollo económico ha sido
enfatizada desde el siglo XVIII. No es sencillo establecer una correlación directa entre estas las
tasas de alfabetización y de escolaridad con el desarrollo, aunque desde el punto de vista
cualitativo no puede ignorarse que un país con un buen sistema de educación básica debería contar
con ventajas a la hora de emprender un proceso de industrialización. En cuanto a la educación de
elite, ella garantiza la formación de los cuadros técnicos y empresariales, y permite sustentar el
desarrollo científico y tecnológico.
Cameron: “mientras que para los niños que trabajan en las fábricas no era necesario saber leer
y escribir, es inconcebible que una industrialización que ponga en juego una tecnología avanzada

34
y que se extienda a una amplia gama de industrias, pueda realizarse sin una población
trabajadora altamente alfabetizada”. Desde fines del 1920 comenzó a utilizarse la expresión
capital humano, inicialmente por A. Pigou (discípulo de Marshall), y luego difundido por T.
Schultz y Gary Becker.
 El empresario innovador: Marshall proponía considerar al factor empresarial u organización
como un cuarto factor de producción, agregándolo a los tres clásicos (tierra, trabajo y capital).
Solow enfatizó que el crecimiento económico no puede ser explicado sólo a partir del incremento
de inputs de los factores clásicos (aparece la idea del residuo, una parte del producto que no es
explicada por el crecimiento de los medios de producción, sino a factores ligados al capital
humano).
Schumpeter sostenía que la teoría económica debía explicar las alteraciones del equilibrio;
consideraba a los empresarios innovadores como el fenómeno fundamental del desenvolvimiento
económico. El modelo que plantea es del empresario individual, el “patrón” de fábrica,
característico de las primeras etapas de industrialización. Aunque sigue existiendo, desde fines del
siglo XIX se ha ido produciendo la expansión de las grandes empresas, siendo reemplazado el
empresario por la organización.

La Revolución Industrial en Gran Bretaña

La Revolución Industrial comenzó en Inglaterra, para luego extenderse a otras regiones. Los países
continentales que primero transitaron el camino fueron Bélgica, Francia, Suiza y Alemania. Luego los
escandinavos, el Sur y el Este, incluyendo Rusia. Para finales del siglo XIX, prácticamente todo el territorio
europeo. Fuera de este continente, el único con industrialización temprana fue EE.UU. Por tanto, una
inquietud común a muchos historiadores es analizar por qué Europa fue la primera región industrial, y no
otra.

Algunos autores, como Eric Jones, afirman que no hay que


dar prioridad al estudio de los elementos únicos del caso
inglés, y que es mucho más instructivo considerar que Gran
Bretaña estuvo afectada por fuerzas en conjunto de todo el
continente europeo.

Para D. Landes, la clave debe ser buscada en ciertos rasgos culturales y políticos de la sociedad europea a
fines de la Edad Media. Entre ellos: la iniciativa económica privada, el respeto a los derechos de propiedad,
y la consolidación de unidades políticas en competencia entre sí.

El segundo elemento clave para el autor es el “alto valor atribuido a la manipulación racional del medio
natural”, lo cual puede descomponerse en: “la racionalidad, y lo que podríamos llamar el sentido de
dominio faustiano sobre el hombre y la naturaleza”. En esta interpretación, Landes coincide con Max
Weber acerca de la vinculación entre la ética protestante y el desarrollo del capitalismo. Pero también
sostiene que la ciencia, permitiendo el desarrollo tecnológico, constituyó el puente perfecto entre
racionalidad y dominio (en el sentido de riqueza y poder). Agrega que, sin duda, estas ventajas se vieron
reforzadas por la conquista de territorios extraeuropeos, con consecuencias muy desiguales entre países
colonizadores y colonizados.

Paul Bairoch se pregunta por qué el desarrollo comenzó en Inglaterra, y enumera ocho respuestas posibles,
enfatizando el peso de algún factor determinado. Dichos factores son la religión y las mentalidades, la
estructura política, la dotación de recursos, el comercio internacional, la colonización, la existencia de
grandes núcleos urbanos, un nivel avanzado de desarrollo, y un crecimiento demográfico rápido. Llega a la
conclusión de que no son excluyentes de Inglaterra, sino que se encuentran en diversos países europeos.

Contrastando con China, los elementos decisivos serían cuatro: el espíritu europeo abierto al cambio, las
características geográficas, el fraccionamiento político (fomentando la competencia), y la existencia de
ciudades más modestas que las de los grandes imperios asiáticos (que absorbían una proporción
demasiado alta de los excedentes agrícolas).

Inglaterra era uno de los países más ricos del mundo al iniciarse la Revolución, y su situación era muy
diferente a la de los países subdesarrollados del siglo XX. Desde fines del siglo XVII, la población inglesa
comenzó a aumentar a un ritmo muy acelerado. El crecimiento demográfico tuvo como causa inmediata el

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aumento de la fecundidad, y en menor medida, el descenso de la mortalidad. Durante más de un siglo, los
incentivos para casarse aumentaron continuamente, a medida que las rentas reales crecían.

En los siglos precedentes, los aumentos de la población generaban a la larga un alza en los precios de los
alimentos, al tiempo que la capacidad productiva llegaba s sus límites. El desequilibrio desembocaba en
aumento de la mortalidad y reducción de la fecundidad, descendiendo la población. Por esta razón, los
economistas de la época cómo Malthus o Smith veían al crecimiento demográfico como un proceso que
terminaría en el desastre o una recesión. Las previsiones de Malthus no se cumplieron, el crecimiento
poblacional de Gran Bretaña no desembocó en ningún período de hambre y mortalidad. Lo que no percibían
los contemporáneos era que las condiciones de vida diferían significativamente a las de los años
precedentes.

La principal actividad económica de la Inglaterra del siglo XVIII era la agricultura; la Revolución Industrial
no hubiera sido posible sin una precedente revolución agrícola, que al incrementar la producción había
permitido y fomentado un desarrollo sin precedentes de los sectores industrial y minero. La nueva
agricultura permitió romper con el circulo vicioso de la contraposición entre agricultura y ganadería, y
combinó tres elementos que se reforzaron mutuamente: la introducción de cultivos novedosos, la
alimentación de la ganadería en establos, y la supresión del barbecho (por la rotación de cultivos). Desde
mediados del siglo XVII comenzaron a utilizarse arados de hierro, que eran más fáciles de manejar y
requerían menos animales de tiro. Alrededor del 1700 es inventada la primera sembradora, aunque fue poco
utilizada hasta principios del siglo XIX.

En el caso inglés, las innovaciones en las técnicas agrícolas fueron acompañadas por modificaciones en
los sistemas de propiedad. La desaparición de los campos abiertos se dio como consecuencia de las Leyes
de Cercamiento (Enclosure Acts) que establecían la obligatoriedad de cercar tierras que podían ser de
cultivo, pastoreo o incultas. Estas leyes se multiplicaron en la segunda mitad del siglo XVIII por la presión
de los grandes propietarios. El resultado fue que una proporción muy alta de los pequeños propietarios se
vio obligada a vender sus tierras. Los campesinos expulsados se transformaron, en su mayoría, en jornaleros
o arrendatarios con contratos de corto plazo. Mientras aumentó la desigualdad y la concentración de
propiedad, se contribuyó a incrementar la producción agraria, al crecer la superficie de terreno cultivado.
Algunos autores sostienen que también incentivó la difusión de innovaciones, ya que los grandes
propietarios disponían de mayor capital e información. Los estudios recientes revelan que este proceso no
fue automático: algunos aplicaron nuevas técnicas agrarias, otros dejaron la decisión en manos de los
arrendatarios, y una parte ni siquiera lo intentó.

La actividad industrial en Gran Bretaña tuvo un crecimiento sostenido a lo largo de todo el siglo XVIII,
pero con un modelo irregular regional y sectorialmente. Coexistieron la producción artesanal, el sistema de
trabajo a domicilio y la manufactura centralizada. Además de la organización gremial, existían formas
cooperativas de producción entre artesanos de un mismo oficio. La industria textil, y algunos sectores de la
metálica, se vieron fuertemente favorecidas por el sistema a domicilio. La manufactura centralizada
predominaba en la minería, la metalurgia, una parte de la industria textil, el vidrio, la cerveza, el papel, la
sal, entre otros. En general, estas últimas conllevaban técnicas de trabajo intensivo, de ahí el uso del sistema
de fábrica.

Se conformó un mercado interno, favorecido por el crecimiento de la población, la ausencia de fronteras


aduaneras internas y de cargas feudales, la dimensión reducida del territorio, el sistema de transportes y
comunicación (con un sistema fluvial de canales, nuevos puentes y carreteras) que redujo costos, y las
necesidades de consumo crecientes de las clases medias. Los cambios en las preferencias de consumo de
estos últimos se vieron fuertemente influenciados por el comercio internacional, con las telas de algodón
estampadas y la decoración chinesca. Se conformó también un mercado externo, al ser este país la principal
potencia marítima mundial desde el siglo XVI, con importantes territorios coloniales y un muy buen manejo
de la política exterior. El Estado había aumentado la expansión económica y comercial, mediante el triunfo
en guerras y tratados de comercio preferenciales.

Mientras que algunos autores estiman que el mercado interno jugó un papel decisivo, otros se lo atribuyen
a las exportaciones. Hay escasa estadística disponible, pero se cree que el comercio exterior no tuvo un
papel decisivo en las primeras décadas, sino que una vez en marcha el proceso de cambio, una proporción
creciente de la producción se destinó al mercado externo.

36
Los cambios económicos determinantes de la revolución

La industria del algodón pasó en pocas décadas, de tener un papel insignificante a ser la principal actividad
industrial, y fue el primer sector que utilizó máquinas en gran escala. Presentaba una serie de ventajas: se
prestaba mejor que la lana a la mecanización, porque era más resistente; tenía un mercado de consumo más
amplio por su diversidad de usos y adaptabilidad a cualquier clima; y la elasticidad de la oferta de materia
prima era mayor que la de la lana.

Por otro lado, es destacable la industria metalúrgica, que en los primeros tiempos tuvo un crecimiento
menor que el sector del algodón, pero su peso fue decisivo porque la creciente oferta de metal barato facilitó
la mecanización de las demás industrias, la difusión de la máquina a vapor y la transformación de los medios
de transporte. Desde principios del siglo XVIII fueron introduciéndose importantes innovaciones en la
metalurgia del hierro, lo que permitió obtener un producto más resistente y más barato.

Respecto a las fuentes de energía, fue dejándose de lado la madera cómo combustible y, además del carbón,
proliferó el uso del coke, un combustible derivado de este que resulta de mayor pureza luego de un proceso
de destilación, lo que no sólo mejoró la obtención de energía sino también estimuló el uso de hornos de
fundición cada vez mayores, lo cual redundó en economías de escala que abarataron costos. También fue
importante la energía hidráulica (por ejemplo, el water frame en la producción de hilado de algodón) a
través de los molinos de agua. La dotación de recursos naturales cumplió un papel decisivo en los primeros
tiempos de la Revolución Industrial, y es un hecho que Gran Bretaña contaba con abundantes yacimientos
de carbón y hierro, lo cual condicionó sus ventajas comparativas con las demás naciones. Aunque en el
largo plazo es un bien no renovable, los yacimientos de carbón eran tan vastos que la demanda resultó muy
pequeña respecto a las reservas disponibles.

Además de las innovaciones tecnológicas, el proceso de industrialización requería empresarios dispuestos


a adoptarlas, y a introducir nuevas formas de organización del trabajo. Los ingleses contaron con un sector
empresarial dispuesto a motorizar estos cambios y correr los riesgos necesarios. Este punto ha sido
profundamente discutido, y algunos autores sostienen que los riesgos no eran tan altos como suele
suponerse. Sin entrar en polémica, es importante distinguir entre la función empresarial y la gerencial. Los
empresarios son quienes desempeñan funciones estratégicas, mientras que los gerentes o managers
ejecutan las ideas propuestas por esos empresarios. Aunque durante décadas ambas funciones hayan estado
en las mismas manos, no dejan de ser diferentes: por una parte, debían enfrentarse a problemas de orden
estratégico (como adoptar nuevos métodos de producción u organización); y por otra, se presentaban
problemas concretos en la gestión cotidiana de la firma, muchos completamente nuevos. Con la Revolución
Industrial nace también el management moderno, el sistema de fábrica y una ampliación en la dimensión
de las empresas. Como se mencionó, existen diversas posiciones. Más allá de que el componente
empresarial haya o no sido la clave del éxito inglés, es cierto que, sin empresarios dispuestos a introducir
innovaciones, el cambio no hubiera sido posible.

Cabe destacar, entre los factores favorables a la Revolución, el bajo costo de las inversiones iniciales,
debido a que en general las máquinas eran poco costosas y sencillas, muchas fábricas se instalaron en
edificios ya existentes, la mano de obra era barata y las condiciones de contratación eran muy flexibles. Los
beneficios también resultaron muy elevados. Lo realmente complejo era reclutar, organizar y controlar a la
masa trabajadora. Con la expansión del sistema de fábrica fue surgiendo un nuevo tipo de empresario, el
capitalista industrial. La mayoría de estos provenía del sector mercantil, y fue constituyendo una burguesía
industrial que tomó relevancia a la par de la burguesía comercial y la financiera. Las empresas eran
mayoritariamente individuales o compuestas por un número reducido de socios. Lo que diferenciaba a las
grandes de las pequeñas y medianas empresas no era el tipo de máquinas, sino la cantidad, la escala.

La demanda de crédito fue limitada, y pudo cubrirse satisfactoriamente con la oferta disponible. En los
primeros años, la industria se financió con los propios capitales empresarios. El crédito se destinaba
fundamentalmente a capital circulante, y aún las inversiones más costosas eran bajas respecto a otros gastos.
Los bancos funcionaron no sólo como intermediarios, sino también como creadores de crédito, y otorgaron
más a largo plazo que lo que se suponía, actuando incluso como accionistas en compañías.

Es importante mencionar también que el desarrollo industrial fue heterogéneo por regiones, y sólo algunas
áreas geográficas sufrieron el impacto de los cambios. La disponibilidad de recursos naturales y la

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localización de la oferta de mano de obra, sobre todo calificada, condicionaron a cada región. Algunas
se fueron especializando en la producción de determinados bienes de acuerdo con la presencia de
trabajadores especializados de oficio en la zona. Una vez comenzada la Revolución, la diferenciación
regional se mantuvo, aunque no necesariamente en las mismas áreas. Ello explica en gran medida porque
el cambio fue significativo a pesar de que las cifras a nivel macro indiquen un crecimiento lento.

Las consecuencias sociales de la industrialización

La industrialización modificó paulatinamente la sociedad británica y los efectos se hicieron visibles sobre
todo a mediados del siglo XIX. Entre 1751 y 1851 la población casi se triplicó (de 6.5 a 18 millones),
consecuencia del aumento de la fertilidad y la natalidad, directamente relacionado a las nuevas
condiciones económicas. Si bien la economía creció a un ritmo sostenido, la nueva riqueza se repartió de
forma muy desigual, sobre todo en los primeros tiempos de la industrialización. Si bien respecto a este
tema existe polémica, existen razones suficientes para afirmar que la renta real per cápita, en el mejor de
los casos, se encontraba estancada entre 1770-1820 más que en cualquier otro periodo desde inicios del
siglo XVII, y que los salarios reales mejoraron recién a partir de 1820.

El carácter de largo plazo del crecimiento de la industria de fábrica debió permitir un cierto ajuste frente a
los cambios y la posibilidad de elaborar algún tipo de respuesta a las nuevas condiciones. Incluso así, es
evidente que la industrialización fue introduciendo profundas modificaciones en las condiciones de trabajo
y de vida. La población creció y se concentró en las ciudades. Con el desarrollo urbano y la expansión de
los servicios fue creciendo la clase media urbana. Junto con las fábricas nació un nuevo tipo de trabajador,
el obrero industrial o proletario, cuyas condiciones de trabajo se diferenciaron marcadamente de las de los
oficios manuales tradicionales. Este nuevo agente ya no era propietario, sino que vendía su fuerza de trabajo
en el mercado, a cambio de un salario. Fue el comienzo del gradual surgimiento de una nueva clase obrera.

Durante la primera mitad del siglo XIX los empleos tradicionales se vieron amenazados por la innovación
y la competencia del trabajo no calificado. Ello generó la radicalización política de artesanos y
trabajadores a domicilio, así como movimientos de resistencia contra las nuevas formas de producción,
cuyo clímax llegó en la década de 1810. Las condiciones de trabajo habían cambiado radicalmente con las
fábricas. Los trabajadores habituados a formas de trabajo más flexibles, de horarios irregulares y sin
supervisión directa, debieron adaptarse al nuevo escenario. El uso de maquinarias fue modificando el
grado de calificación requerido a los obreros para realizar su trabajo, lo cual varió según la rama de
la industria. Aun así, tendió a crecer en general el número de trabajadores no calificados respecto a los
calificados. A su vez, surgieron nuevos trabajadores calificados, encargados de la reparación y el
mantenimiento de máquinas: los mecánicos.

También se incrementó el trabajo de las mujeres y los niños, aunque esto no era novedad,
sino que el cambio radical fueron las condiciones laborales. La actividad más característica
de las mujeres era el hilado, y podían trabajar mientras desempeñaban otras tareas, cómo
vigilar los rebaños o cuidar a los niños. Con la mecanización de las fábricas, las mujeres
pasaron a trabajar en otras industrias rurales o en los nuevos oficios urbanos que florecieron
desde la década de 1830.

La división sexual del trabajo había estado relacionada, desde sus orígenes, con las diferencias de fuerza
y/o destreza, lo que implicaba que ciertas tareas podían ser desempeñadas sólo por hombres (minas,
metalurgia), y otras sólo por mujeres (textiles), cuyas tareas generalmente eran consideradas inferiores y
por tanto recibían una paga mucho menor por su trabajo. Incluso aquellas que realizaban trabajos calificados
eran infravaloradas (por ejemplo, en los talleres de Wedgwood, Londres, una pintora de flores ganaba 2/3
de lo que percibía un hombre por la misma tarea). Cuando comenzaron a utilizarse máquinas accionadas
por energía inanimada, la situación se modificó parcialmente, y las mujeres pudieron desempeñar algunas
de las tareas antes reservadas para los hombres, pero seguían percibiendo menores salarios.

Al igual que las mujeres, en la época preindustrial los niños trabajaban dentro de la unidad doméstica. Con
la Revolución, comenzaron a trabajar masivamente en las fábricas. Eran más dóciles que los adultos,
recibían una paga mucho menor e incluso eran más adecuados para ciertas tareas que requerían manos
pequeñas o baja estatura. Una gran cantidad de testimonios e informes gubernamentales confirma que las
condiciones solían ser inhumanas.

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Los optimistas han enfatizado que, en el largo plazo, la industrialización permitió un incremento del
bienestar para toda la sociedad: no sólo una mayor abundancia y variedad de bienes, sino también mejores
condiciones sanitarias y educativas, y un aumento sostenido de la expectativa de vida. Desde este punto de
vista, no puede negarse que un obrero inglés del siglo XX vive mejor que un noble del siglo XVII. Los
pesimistas, aun reconociéndolo, sostienen que esto no puede ocultar los altísimos costos sociales que se
pagaron en los comienzos de la industrialización, pagados por personas de carne y hueso durante varias
generaciones.

U6: LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL O SEGUNDA REVOLUCIÓN


ECONÓMICA
“Historia Económica Mundial” – María I. Barbero

Las economías industriales en la segunda mitad del siglo XIX: la revolución de los transportes

El transporte desempeñó un papel estelar en la segunda mitad del siglo XIX, más específicamente a partir
de la década de 1830, tanto en la integración de los mercados como en el incremento de la demanda de
bienes industriales generada por su construcción. El detonante fue la energía a vapor, que cambió
radicalmente el transporte por tierra (ferrocarril) y por agua (barcos a vapor). A finales de siglo comenzaron
a producirse los primeros automóviles y medios de transporte accionados por electricidad, como tranvías,
subterráneos y ferrocarriles. Ya entrado el siglo XX, se logró desarrollar el transporte aéreo.

El ferrocarril permitió por primera vez abaratar y


agilizar el transporte por tierra, que hasta entonces era
costoso y, sobre todo, lento, lo cual dificultaba las
comunicaciones en los casos en los que no existían vías
fluviales o marítimas. En el siglo XVIII comenzó la
construcción de canales, que continuó a lo largo de esta
época, pero sólo permitió agilizar las comunicaciones
internas en áreas donde la geografía lo permitía. El
ferrocarril, en cambio, pudo construirse en cualquier tipo
de terreno y salvar toda clase de obstáculos. En las áreas
en las que existían buenas comunicaciones por agua, los
ferrocarriles no compitieron, sino que complementaron a los canales y ríos.

Hacia 1850, sólo los países más industrializados contaban con una extensión importante de vías férreas. En
la segunda mitad del siglo, la construcción se aceleró. Con Gran Bretaña y la Europa noroccidental a la
cabeza, los desarrollados completaron sus redes y los periféricos comenzaron a tender sus líneas. Hacia
1880, prácticamente todas las vías férreas estaban unidas entre sí, sustentando el crecimiento económico
del continente en toda la fase expansiva del ciclo económico 1850-1895 (esta etapa fue el kondratieff
ferroviario según J. Schumpeter).

La construcción masiva de ferrocarriles demandó crecientes inversiones de capital. Mientras que los
países industriales (Gran Bretaña, Bélgica, Francia, Alemania, EEUU) utilizaron capitales nacionales
(privados o públicos), en los de industrialización tardía primó la inversión extranjera. En este último caso
los efectos de eslabonamiento hacia atrás resultaron mucho menores, sobre todo en las primeras etapas.
Desde fines del siglo, los distintos Estados intentaron nacionalizar los ferrocarriles o, al menos, exigir que
fueran equipados por industrias locales.

Los barcos a vapor permitieron la expansión europea hacia el resto del mundo, y desempeñaron un papel
fundamental en el comercio que sólo se dejaría de sentir a partir de 1840, año aproximado donde aparecen
innovaciones revolucionarias en su desarrollo. Sin embargo, incluso hacia la década de 1870 todavía
existían veleros, los clippers, que eran más veloces. Las innovaciones de 1840, entre ellas el reemplazo de
la rueda por la hélice, la hélice de tres palas en vez de cuatro, y posteriormente el motor compuesto en 1860,
permitieron abandonar hasta las velas auxiliares. En 1870 aparecen los cascos de acero, reemplazando a la

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madera, permitiendo no sólo mayor solidez sino también instalar motores más potentes y aumentar el
tonelaje. En 1890 se incorpora la turbina a vapor, y junto con la reducción en los costos de producción del
carbón y el acero, se consolida el transporte marítimo. Se abarató la construcción, aumentó la eficiencia en
el abastecimiento de combustible y surgieron puertos de gran escala.

El concepto de revolución tecnológica

“Segunda Revolución Industrial” normalmente hace referencia al conjunto de innovaciones técnico-


industriales, fundadas en el acero barato, la química, la electricidad, el petróleo, el motor de combustión
interna, la nueva empresa moderna, y los nuevos tipos de gestión del trabajo y organización industrial, que
emergen durante el último tercio del siglo XIX. Se trata entonces de una revolución tecnológica, que se
distingue por su capacidad de transformar el aparato productivo de una economía ya industrializada, y que
como tal tiene un impacto global en la dinámica del crecimiento económico, en las formas socio-
institucionales y en el régimen de acumulación de capital.

Es importante tener en cuenta la distinción de Schumpeter entre la invención, que se produce en la esfera
científico-técnica; la innovación, que tiene lugar en la esfera técnico-económica a través de nuevas
combinaciones de recursos productivos; y la difusión, que en última instancia transforma a las dos
anteriores en un fenómeno económico-social.

Desde el aspecto tecnológico pueden distinguirse dos tipos de innovaciones:

 Macroinvenciones: son radicales, por definición una ruptura capaz de iniciar un nuevo rumbo
tecnológico, crear una nueva industria, un nuevo mercado, o un nuevo tipo de organización
industrial.
 Microinvenciones: son incrementales, las mejoras sucesivas a las que son sometidos todos los
procesos productivos y los productos, perfeccionando la eficiencia técnica, mejorando la
productividad y precisión de esos procesos, elevando la calidad, disminuyendo costos, o
ampliando el mercado.

Las radicales son una verdadera revolución tecnológica. Pero la articulación e interacción de las
incrementales alrededor de los núcleos tecnológicos de las radicales interrelacionadas, configuran un tipo
de dinámica de la revolución, que sigue una lógica denominada paradigma tecnológico. Una vez
determinado este último, es posible predecir la evolución y el sentido de los costos relativos. La
previsibilidad permite establecer los principios orientadores del rumbo económico; de esta manera, el
paradigma guía el comportamiento de los agentes y termina enraizado en su conciencia colectiva, hasta
convertirse en sentido común a escala global.

Respecto a cuáles son los agentes de los procesos de innovación, existen dos posturas extremas que
dominaron el escenario del debate entre expertos. Por un lado, la del science push, que pone énfasis en la
oferta de conocimiento científico y técnico en el proceso de innovación, de manera lineal (invento-
innovación-difusión, vinculada al pensamiento schumpeteriano). Por otro lado, la del demand pull, que se
centra en la demanda del mercado, las inversiones de capital y su relación con el nacimiento de las
innovaciones (pensamiento neoclásico).

La innovación tecnológica

Desde la década de 1840 a finales de siglo, podemos considerar que fue la era del ferrocarril, por el nivel
de difusión exponencial que tuvo ese medio de transporte. Con la Segunda Revolución Industrial, esto no
sólo se mantuvo, sino que se potenció: surgieron una serie de perfeccionamientos en las tecnologías de
vapor y del hierro, por medio del acero y las turbinas.

También hay que destacar las mejoras en la producción y consumo de carbón. Su supremacía absoluta
como fuente de energía estuvo marcada por el impresionante aumento en su producción a la par de la
reducción de sus costos, lo que condujo a una tendencia a la baja de su precio. Se abrió así la posibilidad
de un nuevo insumo básico barato, de uso extensivo, y con una oferta muy elástica, que perduró incluso
hasta la Primera Guerra Mundial.

Las más profundas transformaciones fueron en la industria del hierro, al desarrollarse la industria del
acero, una variedad especial del primer metal que contiene una pequeña cantidad de carbono. Se lo conocía

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con anterioridad, pero su producción era en pequeña escala y con altos costos. Entre mediados de la década
de 1850 y 1880 una serie de innovaciones (proceso Bessemer, el horno de los metalúrgicos Martin y
Siemens, el convertidor de Thomas y Gilchrist, etc) volvió más eficiente su producción y abarató el
precio del acero entre un 50 y un 70%. Esto dependió más de las inversiones de capital (fijo) que de la
oferta científica: debido a los altos costos de los nuevos procesos, para aplicarlos se necesitaba un umbral
mínimo de cantidades de acero a producir, es decir, se requerían niveles de inversión y producción que
condujeron hacia un fuerte proceso de concentración del sector.

La máquina a vapor mantuvo su papel estelar, y superó las limitaciones que la industrialización imponía
incrementando su eficacia y eficiencia productiva a través de innovaciones. Para ponerlo en perspectiva, en
la segunda mitad del siglo XIX existían las máquinas compuestas, de doble y triple acción, que podían
desarrollar más de 1.000hp (caballos de fuerza). Hacia finales de siglo, la capacidad llegaba a los 5.000hp.
Con la turbina a vapor se terminó por desplazar a la energía hidráulica, incluso en la producción de
electricidad.

Cronológicamente estamos lejos de ver al petróleo como el factor clave que junto a los insumos
petroquímicos y otros materiales energético-intensivos conducirá a la industrialización hacia rumbos que
abrirán un nuevo paradigma. Sin embargo, sus primeros pasos tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo
XIX. Hacia 1859 comenzó su explotación comercial en EE.UU. Al igual que la electricidad, el gas natural,
y el querosén, se utilizó durante aquellos años primordialmente para la iluminación. Otras fracciones se
utilizaron también para lubricantes, cuya demanda aumentó rápidamente con la extensión de la maquinaria
con piezas móviles, y con propósitos medicinales.

El petróleo fue empleado para fines limitados, hasta llegada la primera década del siglo XX, con
el surgimiento del motor de combustión interna, que lo transformó en la principal fuente de
energía para todo tipo de transporte. Con la nafta y la gasolina, sumado a los experimentos de
inventores e ingenieros, y la iniciativa empresarial (Peugeot, Renault, Citroën, Ford, Morris),
comenzó a formarse la industria automotriz.

A principios del siglo XIX, A. Volta inventaba la batería. Desde 1820, varios científicos investigaron el
fenómeno de la electricidad. En 1831, M. Faraday inventa el generador manual al descubrir la inducción
electromagnética (generación de electricidad haciendo girar un imán dentro de una bobina de cable). A
partir de estos conocimientos, S. Morse desarrolla el telégrafo eléctrico en 1840. H. Hertz descubre luego
las ondas eléctricas, la base de la radio, y formula la teoría ondulatoria de la luz. Sin embargo, la difusión
del uso industrial de la electricidad se retrasó por las dificultades que implicaba la invención de un
generador económico eficaz.

Hasta la década del 1870, la electricidad competía con el gas y el querosén como fuente de iluminación.
Recién alrededor del 1880, el perfeccionamiento de la lámpara eléctrica incandescente (J. Swan y T.
Edison) inauguró una nueva era de la industria eléctrica. En ese mismo año, Ernest W. von Siemens
inventa el tranvía eléctrico, con consecuencias revolucionarias en el transporte. Surgieron luego motores y
maquinaria eléctrica y electrodomésticos. Al generar calor, la electricidad también pasó a emplearse en la
metalurgia (como en el aluminio). Posteriormente se desarrollaron el telégrafo, el teléfono, las emisiones
radiofónicas y la cinematografía. Nacen así las grandes compañías como Phillips, Siemens, General
Electric, entre otras.

La industria química fue otro de los grandes núcleos tecnológicos de punta que caracterizaron a la Segunda
Revolución Industrial, con innovaciones, nuevos productos y procesos productivos. La institucionalización
de la I+D en las corporaciones químicas fue requisito ineludible para su desarrollo. Se desarrollaron los
colorantes sintéticos, explosivos, las fibras y caucho sintéticos, telas artificiales, la industrialización de los
residuos minerales, y la industria farmacéutica. Estas innovaciones tuvieron un efecto multiplicador en
algunas ramas de la industria y otros sectores de la economía, como en la rama metalúrgica
(descubrimiento de nuevos metales como el zinc, aluminio, níquel, magnesio, cromo) y la rama alimenticia
(latas esterilizadas y cerradas herméticamente, refrigeración artificial). Estas innovaciones dieron origen a
la agricultura científica y permitieron que regiones como Argentina o Australia pudieran exportar hacia
Europa alimentos perecederos.

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El nacimiento de la empresa moderna

La empresa moderna nace en la segunda mitad del siglo XIX, entendiéndola como una gran organización
burocrática jerarquizada y descentralizada, administrada por gerentes asalariados (no necesariamente por
sus dueños), cuya forma jurídica más característica es la S.A.

De acuerdo con A. Chandler, tiene una serie de rasgos que la diferencian netamente de la empresa
tradicional, característica de las primeras etapas de industrialización. En primer lugar, respecto a
dimensiones y actividades, ya que las modernas son grandes empresas que han integrado y combinando
diversas funciones, combinando la producción y la distribución. Estas mayores dimensiones fueron, en
gran medida, una consecuencia de la Segunda Revolución Industrial y de las características de las ramas
más dinámicas de la industria en las últimas décadas del siglo. En los sectores capital-intensivos, los
requerimientos de escala fueron altos, y las dimensiones necesariamente grandes (siderurgia, química,
petróleo).

También contribuyó al surgimiento de la gran empresa la ampliación de los mercados, al incrementarse


el volumen de producción incluso en rubros que no requerían imprescindiblemente economías de escala,
pero que permitían la fabricación en serie con la incorporación de innovaciones tecnológicas (cigarrillos,
alimentos enlatados, bebidas destiladas, carne de grandes frigoríficos). Cabe destacar que también fueron
influyentes en las grandes empresas las estrategias de integración horizontal y vertical, y los de
integración hacia atrás y hacia delante de la cadena productiva. Además, la dinámica de expansión de
las empresas llevó a implementar estrategias de diversificación, ampliando el espectro de bienes
producidos para maximizar eficiencia.

El crecimiento de la firma implicó sistemas de gestión mucho más complejos y una estructura que se
adecuara a las nuevas realidades. El desarrollo de un management sistemático en gran escala respondió a
estas necesidades de coordinación y eficiencia. El tradicional método de base familiar o de transmisión de
una persona a otra se revelaron inadecuados e incluso contraproducentes. Hacia fines de siglo, comenzaron
a aparecer los principios del management científico, con una separación creciente entre la preparación y
control de la producción, y la ejecución. El proceso de separación propiedad-gestión estuvo estrechamente
vinculado al incremento de los volúmenes de capital que las grandes empresas requerían, con la
consecuente demanda de crédito bancario y el auge del mercado de capitales, sumado a los métodos de
compraventa y transferencia de acciones, que terminó por incrementar el número de grandes empresas.

La organización burocrática implicó un funcionamiento más eficiente de las empresas a través de la


adopción de normas generales e impersonales, de la planificación, la racionalización de los procesos de
producción y la adopción de sistemas más sofisticados para contabilidad y ventas. Este fue el comienzo de
las managerial capabilities, es decir, la formación de los administradores de empresas, surgiendo las
primeras escuelas de negocios en EEUU y Alemania.

Taylorismo y Fordismo

Con la Segunda Revolución Industrial se produjeron cambios profundos en el proceso de trabajo,


proponiendo una organización más racional del mismo. El taylorismo fue la propuesta de organización
científica del trabajo elaborada por F. Taylor en la década de 1890. Sostenía que los cálculos de costos y
tiempos de producción no debían efectuarse sobre la base de la costumbre, sino a partir de un estudio
científico en cada tipo de actividad. Proponía, además, un sistema de premios y castigos, con reducciones
o aumentos en la paga de los trabajadores según su cumplimiento de las normas.

Esto implicó que el aumento de la productividad del trabajo necesitaba condiciones que se reforzaban entre
sí, cómo la creación de un departamento de planificación que establezca las normas y controlara su
cumplimiento, y un sistema de división del trabajo basado en especialización, en el sentido de la reducción
del trabajo a tareas específicas y repetitivas, lo cuál hizo posible la entrada masiva de trabajadores no
especializados en la producción. Con el establecimiento de métodos y tiempos, sumado al maquinismo y el
sistema de fábrica, los obreros de oficio perdieron el poder que tenían en determinar ellos mismos el ritmo
de producción, al eliminarse los tiempos muertos y homogeneizarse el trabajo. Pero, como contracara, se
logró multiplicar radicalmente la productividad, mejorando el rendimiento y la eficiencia.

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El fordismo fue una forma específica de management científico,
ideado por Henry Ford a principios del siglo XX, que implicó una
articulación entre el proceso de producción y un modo de
consumo, conllevando a la definitiva consolidación de la
producción en masa y la universalización del trabajo asalariado.
Se caracterizó por la cadena de producción semiautomática,
que se orientó a la producción en serie y a gran escala de bienes
de consumo. De allí se extendería a la producción de los
componentes intermedios normalizados que pasaban a integrar la
fabricación de los mencionados bienes de consumo. Al unificarse
el proceso de trabajo, se logró transformar las distintas relaciones de valor entre sectores, lo que llevó a la
disminución del valor unitario de las mercancías de consumo masivo.

Este método retomó los principales conceptos del taylorismo, intensificando cada vez más el trabajo y su
mecanización. Cambiaron la escala de producción, la naturaleza de los productos, las condiciones de los
costos. Nació la estandarización, y se redujeron notablemente los costos y los tiempos de fabricación, al
reducir de manera considerable el tiempo de desplazamiento y manipulación de los insumos.

Los países de industrialización tardía

En la segunda mitad del siglo XIX es cuando la industrialización se difunde hacia la Europa periférica (el
este y sur del continente, y Escandinavia). En dichas regiones hubo cierto desarrollo industrial, pero nada
comparable con los países pioneros; las condiciones en las que se dio la industrialización fueron muy
distintas a la Europa Occidental. La estructura social y económica era más arcaica, además de que
comenzaron el proceso tardíamente, con otro contexto internacional, con la desventaja de tener que
competir con los países que ya llevaban una ventaja. El mercado ya estaba crecientemente integrado y los
intercambios comerciales se habían expandido de modo significativo.

Esto se debió a la disponibilidad de recursos naturales y la mayor o menor dificultad de las


comunicaciones y el desarrollo de sistemas de transporte. También fue condicionado por la
disponibilidad de capitales, los cuales fueron incluso exportados desde los países más desarrollados, junto
con instituciones bancarias y nuevas formas de crédito, sumado a la dimensión de los mercados, la mayor
o menor tasa de urbanización, la cultura, y el marco institucional de cada país.

En estos casos el rol del Estado fue muy activo. A. Gerschenkron afirmó que en la mayor parte de los casos
los Estados contribuyeron a crear condiciones favorables a la industrialización con el fin de compensar las
debilidades de los mecanismos de mercado y de cerrar la brecha en aumento entre países industrializados
y no industrializados. Por otro lado, Pollard destaca que desde la década de 1870 la intervención estatal
fue cada vez mayor también en los países de industrialización temprana, como respuesta a la depresión
económica iniciada en 1873 y como síntoma del creciente nacionalismo europeo.

En estos países, la agricultura representaba la principal fuente de ocupación y de ingreso, limitado al


autoconsumo. Pero fue integrándose crecientemente en el mercado internacional proveyendo alimentos y
materias primas agrícolas. Las transformaciones más importantes en Europa Oriental fueron la
emancipación de los campesinos de la servidumbre en el siglo XVIII (que comenzó en Prusia para
extenderse hasta Polonia y Rusia) y la difusión de la economía de mercado en las áreas rurales. En la
Europa del Sura (Italia, España y Portugal), la servidumbre había sido abolida antes, pero las condiciones
de opresión de los campesinos persistieron en algunas regiones, obstaculizando la industrialización. El caso
de los países escandinavos fue diferente, ya que las condiciones para los campesinos fueron más favorables,
resultando en una sociedad abierta a la innovación y orientada hacia el mercado.

Rusia

 Se inició bajo el régimen zarista, en el marco de un sistema de mercado y propiedad privada;


luego se prolongó durante la URSS, ya con los medios de producción en manos del Estado y la
planificación centralizada.
 Pedro el Grande (zar, 1698-1725) impulsó la modernización por medio de la importación de
tecnología occidental, alcanzando una significativa capacidad industrial en el siglo XVIII, con
mucha influencia militar. Se vieron beneficiados además por la gran cantidad de recursos

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naturales y mano de obra disponibles, permitiéndoles competir militarmente con Occidente
durante un siglo y medio.
 Una de las contradicciones de Pedro fue el reforzamiento de los lazos de dominación feudales y
la servidumbre, además de la inexistencia de la propiedad privada de la tierra, casi
exclusivamente limitada al hogar de cada familia.
 Con la guerra de Crimea (1854-56) y la derrota ante Francia-Gran Bretaña mostró su atraso frente
a las potencias en proceso de industrialización. Alejandro II (zar, 1856) tenía un carácter
reformador, y dio lugar a que la emancipación de los siervos fuera abordada desde el poder. En
1861 se pusieron en marcha ciertas disposiciones que le otorgaron a los campesinos la libertad
personal, pero debieron pagar por su acceso a la propiedad de la tierra que trabajaban.
 En estos mismos años se inició la construcción de la red ferroviaria, acompañado por el
crecimiento de la producción de carbón, y en menor medida de hierro, aunque no hubo un
aprovechamiento integral de estos recursos ya que las firmas privadas construyeron con material
importado.
 Alejandro III (zar, 1881-93) fomentó la exportación de cereales, con el incremento de la presión
impositiva indirecta sobre algunos productos de consumo (vodka, tabaco, azúcar…) forzando a
los campesinos a la comercialización de sus cosechas.
 Sergio Witte, ministro de finanzas del zar, y luego de su hijo Nicolás II, buscó movilizar los vastos
recursos del país para crear una base industrial que pudiera enfrentarse al escenario
internacional, acompañado por las exportaciones agrarias. Su estrategia giraba en torno al
proteccionismo y la apertura al capital extranjero, otorgándole al Estado un papel central en la
movilización de recursos y gestión de las instituciones. Tres logros son destacables: 1) la
estabilización de su moneda, el rublo, con el patrón oro; 2) el impulso otorgado a la construcción
del Ferrocarril Transiberiano; y 3) la penetración comercial en el extremo oriental del
imperio.
 En esos años, Rusia se convirtió en la quinta potencia industrial del mundo, aunque en términos
de PBI per cápita se encontraba muy rezagada.
 Entre 1906 y 1911 se modificó la estructura agraria, liberando a los campesinos y permitiendo las
parcelas comunales en propiedad privada, facilitando la compraventa de tierras. Así se creaban
las condiciones para el surgimiento de una clase media propietaria.

Los escandinavos:

A mediados del siglo XIX eran principalmente agrícolas y parecían destinados a ser abastecedores de
alimento y materia prima. Sin embargo, en la segunda mitad de siglo iniciaron un exitoso proceso de
industrialización, que se aceleró en 1870. Hoy se encuentran entre los más ricos del mundo.

Pudieron sostener la industrialización a partir de la expansión de la exportación de productos primarios y


de los eslabonamientos hacia atrás y adelante generados por no sólo el sector agrario sino también la
minería. Así, controlaron en los mercados internacionales áreas de especialización donde tenían ventajas
comparativas. No había límites claros entre sectores industrial y agrícola; este último incluso creó un
mercado interno para los productos industriales. Además, paulatinamente se fue reemplazando la
exportación de bienes primarios por productos crecientemente elaborados.

Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia poseían a mediados de siglo una serie de características comunes,
a saber:

 Mantenían un amplio comercio ultramarino basado en pocos productos de exportación (cereales,


pescado, madera, hierro).
 Contaban con una muy buena localización geográfica.
 Todos carecían de carbón, aunque Suecia y Noruega tenían abundancia de madera y buena
disponibilidad de energía hidráulica.
 Hacia mediados de siglo, las zonas rurales estaban superpobladas, lo cual causó un proceso de
emigración. Como contrapartida, habían sido abolidas las instituciones feudales y se formó un
mercado rural con eslabonamientos hacia el sector industrial.
 Contaban con un sistema educativo de alta calidad, con fuerte énfasis en la ciencia aplicada y la
educación para adultos, contribuyendo a la capacitación de mano de obra.

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 El Estado asumió un rol tempranamente activo en proporcionar infraestructura y servicios
administrativos y sociales, manteniendo la actividad productiva en manos privadas.

Dinamarca: Fue el país donde la agricultura tuvo el papel más decisivo en el crecimiento e
industrialización. Hasta los años 70, los cereales eran el principal producto de exportación; pero frente a la
competencia con el cereal extraeuropeo, los productores decidieron sustituirlos por carne y lácteos. En
consecuencia, se generó un fuerte ingreso de divisas y un aumento de la renta agrícola, que contribuyó
a incrementar la demanda de bienes industriales. Esta especialización le permitió seguir ocupando un papel
destacado como país exportador, desarrollando luego la innovación tecnológica y los controles de
calidad, favorecidos por el desarrollo de las cooperativas y la educación técnica. Al mismo tiempo, el
desarrollo de un mercado interno para los bienes de consumo favoreció el desarrollo de una industrial local
sustitutiva de importaciones.

Suecia: Su industrialización se basó en la creciente explotación de los recursos mineros y forestales,


sumado a la exportación de bienes industriales cada vez más elaborados. Este país tenía la ventaja de poseer
yacimientos de mineral y abundancia de madera, que se utilizaba como combustible. A fines de la década
de 1860, comenzó la moderna producción de acero de alta calidad, utilizando carbón importado,
aprovechando sus recursos hídricos cuando comenzó a emplearse energía eléctrica. Al mismo tiempo, se
fue incrementando la producción de maquinaria y de productos de metal con alto valor agregado, que
requerían mano de obra muy calificada y tecnología avanzada.

Los ciclos económicos

Entre el 1800 y 1913, para el conjunto de países desarrollados, el PBN per cápita creció a un promedio
anual del 1,1%, tasa al menos 10 veces mayor que la de etapas de expansión precedentes. Uno de los rasgos
característicos de la etapa industrial capitalista es la aparición de nuevos tipos de fluctuaciones
económicas. Antes, las fluctuaciones de corto plazo estaban condicionadas por la producción agrícola y
solían ser crisis de subsistencia. En el largo plazo existían, en cambio, ciclos de larga duración
caracterizados por una sucesión de fases positivas y negativas de una duración de dos o tres siglos.

Pueden identificarse cuatro momentos diferentes en los ciclos: la expansión/auge, la crisis, la


recesión/depresión, y la recuperación. Los ciclos largos o de Kondratieff fueron descubiertos por el
economista ruso basándose en los movimientos de precios. Tienen una duración aproximada de 50 años,
divididos a su vez en dos periodos, uno de alza de precios y otro de descenso. El paso siguiente es la
recuperación y el comienzo de un nuevo ciclo. De acuerdo con la periodización de Kondratieff, un primer
ciclo u onda larga, transcurre entre 1789-1849, con su fase ascendente en la primera parte hasta 1814, y
luego la descendente. El segundo se verifica entre 1850-1896, con la fase de ascenso hasta 1873. El tercer
ciclo fue identificado entre 1896 y 1914. Los ciclos de Juglar son ciclos comerciales o de corta duración
por 4 o 5 años de alza de precios y buenos negocios, a los que sigue una crisis, y luego una depresión.

1850-1873 Onda larga con alza de precios => expansión, enorme crecimiento mundial con la
industrialización.

1873-1896 Gran Depresión => perturbación y depresión del comercio. Para muchos no fue una crisis
económica en sentido estricto, sino una fase de cambios estructurales unidos a una reducción de la
expansión económica.

1896-1913 La Belle Époque => constelación de las innovaciones de la Segunda Revolución Industrial.

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U7: El fin del Orden Liberal Mundial
“Historia Económica de Europa” – Clough & Moodie

Entre los años 1873-75 comenzó la Gran Depresión de precios. Las depresiones, al igual que los periodos
de prosperidad que las preceden, tienen muchos rasgos en común. Así como la prosperidad se demuestra
por el predominio del crédito generoso, de un activo mercado monetario, y de un nivel elevado de precios
tanto para los valores como para las mercancías, la depresión también se distingue por un mercado
monetario pesado. Pero cada depresión tiene asimismo sus propias características e incidencias especiales.

Hoy en día nos parece que la crisis es más vasta porque recibimos informaciones inmediatas acerca de lo
que sucede en el mundo, porque descubrimos enseguida la relación entre las quiebras que se registran en
centros remotos, y porque también captamos al instante el efecto de un pedido de auxilio que llega desde
otra región perturbada. Existen buenas razones para que la depresión comercial de los últimos años
resulte más dilatada cuando se la compara con las demás conocidas hasta ahora. Pero es asimismo
cierto que las relaciones comerciales en sí mismas están más extendidas que antes de la aparición de los
ferrocarriles y los telégrafos. Las comunicaciones y la globalización han destruido las barreras
naturales que se levantaban entre las diferentes comunidades del mundo comercial.

En contexto de depresión, la industria conspicua que ha fracasado es la de la explotación de nuevos países


provistos de escaso capital excedente (y cuya actividad económica reside principalmente en la producción
de materias primas y alimentos para la exportación) por parte de los viejos países que tienen grandes
capitales excedentes y que se hallan primordialmente consagrados en la industria. La expansión de nuestro
comercio exterior estuvo manifiestamente vinculada con la expansión general de nuestras inversiones
extranjeras, y no fue el resultado de las causas accidentales o temporarias a las que se ha atribuido.

Ha habido una contención muy desproporcionada de las inversiones extranjeras, lo que contribuiría en
buena medida a explicar la depresión actual. También ha habido una disminución de singular magnitud
en nuestro comercio de exportación, que se ha restringido con frecuencia en periodos de depresión,
pero nunca hasta el extremo que se ha observado recientemente. Desde la época del libre comercio no se
había producido semejante declinación de nuestro comercio exterior, así como tampoco había habido
ningún caso anterior de expansión tan desmedida.

A menos que la depresión sea permanente, sus efectos no serán peores que los habituales, si es que en
realidad no ha pasado ya lo más grave. El desorden se ha generalizado por todo el mundo en razón de que,
desde el punto de vista industrial, el mundo se parece cada vez más a un país.

“1929, la primera gran crisis del capitalismo contemporáneo” – Rapoport & Brenta

La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias

La Primera Guerra Mundial marcó el inicio de un periodo de


profundos cambios para el capitalismo. Implicó una merma en los
vínculos entre los países y una desarticulación en la forma en que
esas relaciones se desenvolvían. En el terreno monetario, el patrón
oro dejó de regir los cambios entre las monedas nacionales; en
el comercial, junto con el fin del patrón oro el multilateralismo
dejó de ser viable y comenzaron a ponerse en evidencia niveles
crecientes de proteccionismo; por último, se advirtió claramente
la declinación del poder británico y el inicio del predominio de
EEUU.

Con la guerra, Europa había quedado destruida y debilitada. Una clara expresión el fin de la hegemonía de
Gran Bretaña fue la declinación de la libra esterlina. Durante el conflicto bélico y en los años posteriores,
la moneda sufrió una fuerte pérdida de valor frente al dólar, que pudo equipararse a la divisa inglesa como
moneda de intercambio internacional. Una vez finalizada la contienda, EEUU emergió como la mayor
potencia mundial, principal acreedor de Europa merced al abastecimiento de mercancías y el otorgamiento
de préstamos a los países aliados. El avance estadounidense se reflejó no sólo en el intenso crecimiento de

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sus exportaciones sino también en el cambio en su composición. Antes de la guerra eran principalmente
productos agrícolas y materia prima. Hacia principios de la década de 1920, el 60% de las mismas estaba
compuesto por productos manufacturados.

El país norteamericano tenía también un liderazgo absoluto en las ramas dinámicas de la producción
que serían cruciales en los años siguientes, cómo los automóviles. Se sumaba también el rol del mercado
financiero internacional: al finalizar la guerra, el dólar se convirtió en la referencia para transacciones
internacionales, sosteniéndose su posición en el poder de la industria yankee y en el nivel de sus reservas
de oro. En 1920, EEUU poseía 1/5 del stock total del metal existente en el mundo.

Por otro lado, el sistema comercial internacional de la posguerra adolecía serios problemas. La división
internacional del trabajo vigente antes del conflicto se sostenía alimentándose a sí misma, ya que los países
europeos producían y exportaban productos manufacturados mientras absorbían insumos y
materias primas del resto del mundo. EEUU, sin embargo, seguía siendo un gran productor primario,
por lo cual, una vez desarrollada su industria, no requería mucho de la producción externa. Esto
podía volverse inviable en el mediano plazo, sobre todo para países como Argentina.

El impacto de la guerra fue importante también para los países periféricos. El retroceso del capital inglés
en muchas regiones y el avance estadounidense se convertían en un eje clave de la década siguiente. A su
vez, durante la guerra se incrementaron las posibilidades para las exportaciones de los países
productores de bienes primarios, lo que los benefició con ingresos en divisas.

La consecuencia periférica más importante posiblemente sea en Rusia. En 1917, estalló en este país una
revolución que iba a intentar cambiar la forma de organización política, social y económica, con la
consecuente conformación de la URSS. Hacia comienzos de siglo, se trataba de un país atrasado, pero con
pretensiones territoriales imperialistas y amplias masas de campesinos muy pobres. A estos actores se
sumaron los nuevos sectores obreros y de clase media, protagonistas de la revolución de 1905 que, si bien
fracasó, dio origen a los primeros soviets (asambleas de obreros y campesinos). Advertido el gobierno
zarista, en los años siguientes intentó llevar adelante una modernización a partir de un régimen sumamente
represivo liderado por el primer ministro Stolypin.

Pero ese proceso se vio interrumpido por la entrada de Rusia en la Guerra, sufriendo una
serie de sucesivas derrotas. En 1917 se llevó a cabo una revolución más organizada y
puso fin al imperio zarista. El caos dominaba mientras los soviets mantenían un poder
paralelo al del gobierno provisional de A. Kerensky, que representaba a una coalición
burguesa. Los bolcheviques (liderados por Lenin, posteriormente el Partido Comunista)
fueron adquiriendo un poder creciente entre trabajadores y campesinos. Finalmente, el
gobierno provisional es derrotado y se nombra a Lenin como jefe de gobierno de Rusia.
Las primeras reformas incluyeron la expropiación de tierras y su traspaso del Estado a
los campesinos, formando cooperativas agrarias. Le siguió la nacionalización del comercio exterior, de la
banca, de las grandes empresas, de los comercios mayoristas, y del transporte.

Este programa condujo a una guerra civil que se extendió hasta 1921. Así, entre 1918 y ese año, la
economía se organizó en un contexto de comunismo de guerra, donde la industria se militarizó en medio
de fuertes racionamientos ante la escasez de alimentos y productos básicos. Con el apoyo del campesinado,
triunfaron los bolcheviques. Así, se creó en diciembre del 1922, la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS). El Estado se convirtió en el eje central del desarrollo económico y social a través de la
propiedad estatal de los medios de producción y de mecanismos de planificación.

Al mismo tiempo, en 1919 se buscó concretar los tratados de paz y el Pacto de la Liga de las Naciones,
buscando el armisticio posguerra, con la posterior firma del Tratado de Versalles. Sin embargo, las medidas
punitivas en materia de reparaciones de guerra no tardaron en echar sombras sobre las perspectivas de una
paz duradera. El Tratado dañaba el comercio exterior alemán (ver Las consecuencias económicas de la
paz, J. M. Keynes, 1919). Alemania entregaba el grueso de su marina mercante a los países vencedores;
debió también transferir sus colonias de ultramar a Gran Bretaña y Francia. Por último, transfirió también
las inversiones privadas de ciudadanos alemanes en aquellos territorios. Finalmente, el Comité de
Reparaciones fue facultado para solicitar el pago de U$D 5.000 millones, independientemente de los
acuerdos propiamente dichos. El potencial industrial alemán resultó duramente afectado. Los aliados

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comprometieron al país a entregar anualmente 25 millones de toneladas de carbón repartidas entre
Francia, Bélgica, Italia y Luxemburgo.

Keynes estimó que, aún bajo la improbable hipótesis de un pago diferido a treinta años, Alemania no estaría
en condiciones de abonar más de 2.000 millones de libras esterlinas. Las reparaciones tornaban ilusoria la
posibilidad de tener una balanza comercial que allegara los recursos para cumplimentar los pagos. La
llegada del nazismo al poder en 1933 fue un resultado, entre otras cosas, de ese error que imponía al
país sacrificios imposibles de cumplir.

El orden monetario, hiperinflaciones y deuda

El sistema monetario internacional basado en el patrón oro entró en crisis. Europa se encontraba en una
situación sumamente débil para sostener el régimen cambiario. Para su perduración requería una posición
financiera sólida, con abundancia de reservas en ese metal. Además, el continente europeo se encontraba
fuertemente endeudado con EEUU que, al convertirse en el principal acreedor mundial, presionó
constantemente por la vuelta a la estabilidad cambiaria en el Viejo Continente.

Las oscilaciones de los tipos de cambio daban la posibilidad a varios países europeos de exportar barato;
en cambio, la estabilidad para el país norteamericano implicaba el cobro regular de los intereses de sus
préstamos y un orden financiero internacional. Por tanto, obligó a Alemania a estabilizar su divisa, a la vez
que concedió préstamos a Inglaterra y Francia con la condición del retorno al patrón oro. Estos países
tenían una reticencia a estabilizar las monedas por las inevitables consecuencias deflacionistas. La
inflación y la deflación fueron dos fenómenos opuestos que acecharon Europa en los años 20 (por ejemplo,
la hiperinflación alemana, o los intensos episodios inflacionarios de Austria).

En 1923, el gobierno de EEUU decidió intervenir para frenar la hiperinflación en el país germano y sanear
el cuadro monetario. Un grupo de expertos elaboró un plan, que fue presentado en abril de 1924. El mismo
establecía que Alemania debía pagar anualmente 125 millones de libras esterlinas, sin precisar el número
de anualidades. El problema monetario se encaró instituyendo una nueva moneda con el respaldo de
valores inmobiliarios reales, cuya paridad era equivalente a un billón de marcos alemanes viejos. El llamado
Plan Dawes comenzó por emitir bonos por una fracción de la deuda alemana, que pasó a comercializar
simultáneamente en varias plazas.

Alemania constituyó un área privilegiada para la exportación de los excedentes de capital de EEUU,
pero esos flujos, alentados por una alta tasa de interés y no siempre aplicados de forma productiva,
alcanzaron un nivel que puso en cuestión la capacidad real alemana para pagarlos, debido sobre todo al
déficit constante de balanza comercial provocado por el proteccionismo estadounidense. El formidable
crecimiento alemán promovido por esas inversiones se asentaba sobre bases endebles, lo cual quedó en
evidencia con el crack del 1929. A la vez, se produjo la caducidad del Plan Dawes, cuya vigencia era de
cinco años. Una nueva comisión de especialistas intervino, culminando las negociaciones ese año, con el
Plan Young. El país recuperó el control tanto político como financiero, pero en 1931, debido a la crítica
situación internacional, no pudo abonar la cuota correspondiente y el plan quedó en suspenso.

El crack de Wall Street

En 1929, voces aisladas pronosticaban un desplome del mercado, pero los expertos financieros y la gente
de Wall Street descartaban la posibilidad de crisis. Sin embargo, desde junio de ese año, la producción de
acero venía disminuyendo de la misma manera que el volumen transportado por ferrocarril, y la industria
de la construcción se derrumbaba. La tendencia general de la industria era descendente.

A principios de septiembre, el alza de los valores accionarios alcanzó su nivel más alto, para comenzar a
declinar. Se multiplicaron las ventas, hasta que en octubre el pánico se hizo presente con la venta de
6.500.000 títulos. Posteriormente, se supo que un consorcio de banqueros (convocados por JP Morgan)
dispuestos a sostener el mercado había provocado una suba de precios para luego vender todos sus valores.
De todos modos, no se pudo evitar el martes negro del 29 de octubre.

Numerosos títulos se liquidaron a precios irrisorios y muchas órdenes de venta no encontraron


compradores. Bancos y empresas industriales especularon y perdieron, debiendo suspender la emisión de
nuevas obligaciones. Las ventas de bienes de consumo se detuvieron y muchas empresas de las ramas

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que estaban en auge (automotriz, electrodomésticos, etc.) se vieron obligados a despedir a miles de
trabajadores, dando lugar a altos niveles de desocupación y miseria.

Las causas del crack de la Bolsa hay que buscarlas, en gran medida, en el desenfreno especulativo que se
propagó a lo largo de la década de 1920. El mercado de valores comenzó nutriéndose de los capitales que
no encontraban colocación en el aparato productivo estadounidense; y luego absorbió grandes sumas
europeas. La ausencia de regulación y control de las actividades financieras permitía el florecimiento de
toda clase de negocios con el objetivo de satisfacer la sed de beneficios fáciles.

La política de la Federal Reserve también alimentó la burbuja con continuas expansiones de liquidez que
facilitaban las condiciones de acceso al crédito, que terminó traduciéndose en préstamos meramente
especulativos que resultaban rentables mientras los precios de los activos siguieran creciendo. Según los
economistas neoclásicos, las razones del colapso y la depresión hay que buscarlas en los shocks exógenos
que sacudieron el buen funcionamiento del sistema (las condiciones de alta liquidez pre 1928 y las políticas
contractivas de oferta monetaria posteriores).

En cambio, para los economistas keynesianos, el fenómeno monetario no tuvo importancia, pues las tasas
de interés descendieron notablemente tras el crack, mientras que la oferta monetaria aumentó; la verdadera
causa para estos fue la inestabilidad del crédito y la fragilidad del sistema bancario (Kindleberger).

Los autores marxistas buscaron explicaciones de economía real en el largo plazo, y algunos consideran
que la crisis de los 30 es un resultado normal del capitalismo en su fase monopólica, que conduce a la caída
del consumo y a la depresión.

Los regulacionistas franceses consideraban que, cómo la estructura productiva encontró nuevas formas
de organización que le permitieron alcanzar escalas inéditas, pero no se ampliaron igualmente las
posibilidades de consumo, a medida que se llegaba al límite se fueron agotando las posibilidades de
incrementar las ganancias en los mercados de bienes, generando la necesidad de rentabilidad fuera
de la economía real. En la década del 1920 en EEUU, se combinó el crecimiento de la productividad del
trabajo con el estancamiento salarial y el aumento de la tasa de ganancia. El crédito se convirtió en la
herramienta fundamental para sostener el consumo. Así, la creciente afluencia de capitales se hallaba tras
la especulación que era alimentada por la política monetaria.

Robert A. Gordon (sociólogo, EEUU) atribuye la crisis a la existencia simultánea de:

 Sobreinversión pre 1929, que creó exceso de capacidad en la industria, el comercio y el sector
residencial. (La crisis no es de subconsumo, sino de sobreinversión).
 Los excesos financieros de la década del 1920, que montaron una superestructura de valores de
capitales inflados cuyo colapso debilitó fuertemente al sistema bancario.
 La restrictiva política de créditos de los bancos comerciales después del estallido de la crisis.
 Las dificultades en el balance internacional de pagos, con tres fenómenos negativos: 1) la
declinación de los préstamos de EEUU hacia el exterior, 2) erráticos movimientos de capitales a
corto plazo, y 3) una seria superproducción primaria.

La Gran Depresión en EEUU

El momento más grave de la Gran Depresión fue 1929-1933, con una seria caída del PBI, de la inversión,
del consumo de bienes durables, de los precios y del empleo. El impacto se prolongó durante diez años
y el desempleo llegó a casi uno por cada cuatro miembros de la PEA. La política económica adoptada por
el gobierno norteamericano no hizo otra cosa que empeorar la situación. La necesidad de preservar el
equilibrio presupuestario fue respaldada tanto por republicanos como por demócratas. No podía
incrementarse el gasto público para implementar políticas expansivas. Esto sucedía en medio de una
profunda deflación y tras un formidable crecimiento de las reservas de oro.

En principio se descartó la idea de devaluar el dólar ya que violaba las reglas del patrón oro. Hubo intentos
fallidos de organización internacional para terminar con la crisis; Francia y Gran Bretaña propusieron fijar
una relación estable entre el dólar, la libra y el franco, pero EEUU no adhirió. Roosevelt comenzó a aplicar
el plan New Deal y la situación comenzó a mejorar, implicando un fuerte intervencionismo estatal. La
recuperación en los años siguientes fue, sin embargo, inestable. Con las medidas de tinte más heterodoxo,

49
se incrementó el déficit presupuestario. La teoría económica ortodoxa tenía un peso menor en las decisiones
de política económica.

En abril de 1933 se declaró el fin del régimen de patrón oro en EEUU, por lo cual se
prohibieron las salidas del metálico al extranjero, y se devaluó finalmente el dólar,
dando mayor competitividad a la economía norteamericana y un manejo más autónomo
de la política monetaria. Los países de la periferia se vieron seriamente afectados por
la caída de los precios internacionales de la materia prima y los alimentos, con la
contracción del comercio mundial. Así se dio inicio al periodo conocido como los cien
días, que hace referencia al tiempo en que el Congreso de EEUU trató una serie de
proyectos de política económica presentados por Roosevelt.

Entre las medidas del New Deal – primera etapa – se destaca:

 La creación de la Administración de Recuperación Nacional (NRA), que controló directamente


los precios, la producción de las industrias, las horas máximas de trabajo y los salarios mínimos.
 La Ley de Ajuste Agrícola y una política de subsidios al sector agropecuario.
 La Public Works Administration (PWA) que debía controlar la puesta en marcha de las obras
públicas, buscando fomentar el empleo.
 El proyecto de la Autoridad del Valle del Tennessee, con el fin de generar y distribuir energía
hidroeléctrica, e implementar obras de infraestructura para transformar las condiciones de
agricultura.
 La Federal Emergency Relief Act, con el objetivo de reducir la desocupación y la pobreza a través
de la ayuda directa a los estados y la contratación pública de desocupados.

Estrictamente, no podemos calificar estas políticas como keynesianas, pero Roosevelt estaba influido por
economistas heterodoxos y ciertos ambientes académicos. La influencia de Keynes comenzó a sentirse
recién con la Teoría General en el 1936. Pero el presidente reconoció desde su primer discurso presidencial
el fin del modelo de acumulación vigente. Enfrentaba un gran desafío: existían importantes masas de
producción que no podían venderse y grandes sectores de la población carentes de poder adquisitivo
para comprarlas.

Puede considerarse el año 1935 como el inicio de la segunda etapa del plan, más radical y favorable a los
trabajadores que la primera. Se iniciaron intensas sesiones legislativas para tratar las iniciativas más
audaces de la administración. Se creó la Works Progress Administration (WPA) para dar trabajo y renta a
los desocupados, y en ocho años el proyecto empleó a 8.500.000 personas. También surgió la ley Wagner,
que otorgaba derechos a los trabajadores, y la ley de Seguridad Social. Estas leyes fueron el comienzo de
una nueva organización sindical y el inicio del Partido Laborista Americano, que apoyó en 1940 la
reelección de Roosevelt. Entre los proyectos más polémicos del presidente se encuentra la reforma
impositiva, que elevó un 79% la tasa de ganancias de los ingresos superiores (en los años 20 era sólo del
35%), junto con la ley Bancaria y de Utilidades de Empresas Públicas, para aumentar el control sobre
esas instituciones.

La necesidad de elaborar nuevas leyes disminuyó después del 36. Cuando los indicadores económicos
comenzaron a mostrar una mejoría que parecía robusta, crecieron las manifestaciones contra los aumentos
del gasto público. Estas presiones indujeron al gobierno a implementar una política de equilibrio
presupuestario, cuya consecuencia fue una retracción del gasto que afectó severamente a la economía,
entrando nuevamente en recesión hacia 1937. El desempleo pasó del 15% al 20% de la PEA, y el
crecimiento de la producción se frenó. En el año siguiente el Estado aceleró su rol de agente promotor y el
gasto público aumentó en un 50%, pero hacía 1939 el tema se discutía menos porque la atención pública
fue puesta en la política exterior y la defensa nacional.

La Gran Depresión en Europa

Hacia fines del 1929 y el año 30’, se pensaba que podría llegar una pronta recuperación. Sin embargo, el
panorama europeo se tornó sombrío cuando en 1931 se produjo una crisis financiera propia que disipó
cualquier perspectiva acerca del final de la depresión, con la quiebra del banco más importante de Austria,
el Credit-Anstalt. Las corridas de propagaron país a país, el patrón oro había llegado a su fin (a pesar de
que, en algunos lugares, como EEUU, perduró hasta 1933). La repatriación de capitales efectuada por

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los bancos norteamericanos para afrontar la crisis de liquidez agravó la situación europea. En varios
países la recuperación comenzó en 1932, pero fue en el 33 cuando ese proceso efectivamente tomó fuerza.

En septiembre del 31, Gran Bretaña abandona el patrón oro. La política británica se caracterizó por el
dinero barato y el proteccionismo. No se produjo un aumento del gasto público y los gobiernos no
impulsaron ningún plan de obra pública, ni de generación de empleos; más bien se limitaron a incentivar
la actividad privada. La recuperación de este país fue importante y sostenida. El PBI creció en un 25,8%
entre 1933-1938, aunque el desempleo se mantuvo en niveles altos. La recuperación tuvo dos elementos
principales: 1) el sostenimiento del mercado interno, y 2) el repliegue del sector externo sobre el
Commonwealth, abandonando el libre comercio y volviendo al sistema de preferencias imperiales en la
Conferencia de Ottawa (1932).

Alemania fue uno de los países europeos que más intensamente sufrió la depresión a principios
de la década del 30’, pero también el que más vigorosamente se recuperó. Entre 1930-32, se
implementó una política deflacionista: los salarios de los funcionarios disminuyeron en un 10%,
y en general los gastos públicos, salvo el militar, sufrieron una merma. Se aumentó la tasa de
interés y se logró mantener una balanza comercial excedentaria, pero estas medidas no
pudieron evitar grandes salidas de capital (sobre todo norteamericanas). En 1932, los
conservadores toman la presidencia, mientras que el partido nazi se constituyó en la primera
fuerza del Parlamento, al obtener el 37% de los votos. En 1933, el presidente nombra a Hitler
canciller de la República de Weimar, y pronto abolió la república e inició la dictadura.

La política nazi se caracterizó por una fuerte intervención estatal en la economía con el apoyo de las más
grandes corporaciones alemanas. La actividad comenzó a recuperarse en 1933 a partir de un fuerte
incremento del gasto público, apuntalado y acentuado en una segunda etapa con una política de rearme. El
gasto militar pasó del 3% al 20% entre ese año y 1939. A su vez, el producto creció cerca del 60% y la
producción industrial se duplicó. Todo esto en el marco de políticas autoritarias y racistas, principalmente
contra la población judía.

En Francia, triunfa el Frente Popular en 1936, liderado por León Blum, socialista moderado que intentaba
reemplazar la deflación por una “reflación”: mejorar el poder de compra de los trabajadores y realizar
grandes obras públicas. También quitó el control sobre la Banca de Francia a la oligarquía financiera
de las doscientas familias (núcleo principal del establishment francés). Se lograron alzas en los salarios
del 7% al 15% y una buena negociación con los sindicatos, aprobando leyes sociales importantes sobre el
tiempo de trabajo y los salarios de los funcionarios públicos.

España, en cambio, enfrentaba problemas internos: la Guerra Civil Española (1936-39) fue considerada el
preludio de la Segunda Guerra Mundial y consecuencia directa de la depresión. En 1936, el Frente
Popular conformado por comunistas, socialistas y radicales, ganó los comicios de dicho año. El general
Francisco Franco lo veía como una amenaza y encabezó un levantamiento hacia Madrid, con el apoyo del
nazismo y Mussolini. El gobierno republicano organizó una resistencia militar, con ayuda de la URSS. En
abril de 1939 triunfa el franquismo y su dictadura se extendería hasta la muerte de Franco en 1975.

La Segunda Guerra Mundial

Los años de la Gran Depresión debilitaron el sistema de relaciones internacionales y favorecieron los
regímenes autoritarios y corporativos (Alemania nazi, Italia de Mussolini, Japón). Se superó finalmente
no por las políticas activas aplicadas en los países más desarrollados (como el New Deal) sino por el
inmenso proceso de destrucción de recursos y de vidas que significó la Segunda Guerra. Durante el
transcurso del conflicto la producción mundial creció a casi más de un 20% como consecuencia del
esfuerzo productivo y a pesar de las consecuencias negativas, pero fue heterogéneo entre países. Las ramas
vinculadas al aparato militar fueron, por supuesto, las que más se destacaron. Las de bienes de consumo
decrecieron o se mantuvieron estables.

Ya en vísperas de la finalización de la guerra, los países aliados fueron preparándose para diseñar la
construcción de un nuevo orden económico internacional y se reunieron en la Conferencia Económica
Internacional de Bretton Woods, en EEUU. Durante el año previo se discutieron el Plan White y el plan de
John M. Keynes. El primero aspiraba a crear un organismo que otorgara financiamiento a los países con
problemas en sus balanzas de pagos, buscando asegurar el pleno empleo mediante créditos que mantengan

51
políticas expansivas. Keynes coincidía en la necesidad de regular los flujos de capitales, pero no estaba de
acuerdo en que Gran Bretaña renunciara al libre manejo de su política económica interna y, en particular,
a la administración del valor de la libra. El orden financiero no debía depender de las políticas de
Washington.

Luego de largas discusiones entre estadounidenses y británicos se llegó a un acuerdo para crear el FMI,
por un lado, y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), luego Banco Mundial, por el
otro. Finalmente se aprobó la creación de un sistema monetario internacional que procuraba lograr un
cierto equilibrio entre los tipos de cambio. Mediante este esquema, cada país se veía obligado a establecer
una paridad fija de su moneda en términos de oro o de dólares, aunque la misma podía modificarse. Se
desechó el plan de Keynes de crear una moneda internacional y se aceptó la primacía de la moneda
norteamericana. Este fue el punto más importante en el afianzamiento del liderazgo económico de EEUU.

Washington aspiraba a alcanzar una economía abierta con comercio multilateral, tipos de cambio fijos y
convertibilidad de las monedas nacionales, a la vez que los países europeos se enfrentaban a los problemas
de reconstrucción de sus economías. Las restricciones impuestas por el FMI para lograrlo entraban en
profunda contradicción con los abultados déficits comerciales que presentaban la mayor parte de los
países europeos al final de la guerra. Esta distancia insalvable imposibilitó la implementación de un acuerdo
general hasta los años 50.

En el plano político, las naciones aliadas fueron generando las condiciones para el surgimiento de la ONU.
Para lograr la participación de la URSS, el presidente Roosevelt tuvo que negociar con Joseph Stalin
importantes acuerdos sobre áreas de influencia en Europa y Asia. La derrota alemana había creado un vacío
de poder en Europa Central, a la vez que los soviéticos afianzaban su influencia en el lado oriental. El
sucesor de Roosevelt, Harry Truman, comenzó a oponerse al avance de los soviéticos y sus aliados,
dejando las bases para la política de contención del comunismo.

Europa demandaba grandes cantidades de recursos, pero no tenía productos de exportación ni divisas
suficientes para importar. Mientras tanto, EEUU disponía de enormes excedentes de producción, y temía
no poder evitar una nueva depresión. Por esta razón surge el Plan Marshall, en 1947, que apuntaba en
particular a la renovación de la infraestructura europea, el incremento de la producción, y el sostenimiento
de políticas que propiciasen al mismo tiempo crecimiento y estabilidad monetaria-financiera.

En la primera etapa de implementación produjo resultados favorables (1948-49), creciendo la


producción industrial del continente a un promedio del 30% anual. Desde un punto de vista geopolítico, fue
decisivo para hacerle frente al comunismo, no sólo por la ayuda a los países vencedores sino también a
Alemania. Las reformas en el oeste de Alemania dieron pie a que la URSS bloqueara Berlín occidental,
hecho que significó el comienzo de la Guerra Fría y precipitó la creación de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN) en 1949, cuya contrapartida militar constituyó el Pacto de Varsovia entre los
países del Este de Europa.

52
U8: El capitalismo de la segunda mitad del siglo XX
“Historia Económica Mundial” – María I. Barbero

El periodo que inicia en el 1945 con el fin de la guerra, culmina en 1972-73 con una profunda crisis
económica, cuya manifestación más visible fue la subida de los precios del petróleo. La expansión del
capitalismo fue acompañada por una creciente presencia del estado, un crecimiento económico nunca
antes visto, y el enfrentamiento entre dos grandes potencias. El mundo se escindía en dos bloques: el
capitalista occidental bajo EEUU, y el comunista oriental, bajo la URSS.

Este escenario dio lugar a la idea de Estado de Bienestar. Los gobiernos se manifestaron dispuestos a crear
sistemas de seguridad social, y a asumir un rol activo con incidencia directa en la actividad económica. Uno
de los nuevos y más destacados rasgos de la economía fue la producción a bajo costo de una enorme y
diversificada cantidad de bienes, a favor del desarrollo de nuevas tecnologías y la introducción de
métodos de producción cada vez más eficientes. La consecuencia fue la necesidad de dar salida a los
excedentes de producción, para lo cual el desarrollo de técnicas publicitarias llevó a la consolidación de la
sociedad de consumo de masas. Por otro lado, la concentración de los beneficios del desarrollo industrial
en los países del norte condujo a un incremento en las desigualdades relativas al avance producido en los
países del sur que, si bien en cierto grado lograron industrializarse, no lograron desprenderse de la
dependencia de la exportación de producción primaria.

Posguerra: el Plan Marshall, la reconstrucción europea y Bretton Woods

A diferencia de lo que ocurrió en 1918, al terminar la Segunda Guerra los países buscaron llegar a
acuerdos razonables y duraderos. Los cambios territoriales fueron enormemente significativos; se
concretó una división en esferas de influencia occidental y soviética, punto de partida de la división de
Europa en dos bloques.

El proceso de reconstrucción se vio dificultado por la inflación originada en la existencia de una cantidad
enorme de dinero y una limitada oferta de bienes de consumo. En cada país se aplicaron políticas
económicas variadas para sortear estas complicaciones, que iban desde un fuerte intervencionismo estatal
hasta un liberalismo ortodoxo, con resultados positivos en ambos extremos: se contuvo la inflación y se
aceleró el crecimiento económico, hasta el punto que se ha afirmado que la ayuda del Plan Marshall se
hizo efectiva sobre unas economías nacionales que ya habían iniciado su recuperación.

Uno de los rasgos más novedosos del escenario de la posguerra


fue la emergencia de lo que se denominó economía mixta, que
se basaba en una relación entre el sector privado, el Estado y los
sindicatos. Después de lo ocurrido en los años 30, quedó claro
que la intervención estatal creciente fue consecuencia de la
incapacidad de la economía de mercado en ese momento para
resolver los problemas de la crisis. Pero surgieron teorías que
intentaban fundamentar el nuevo derrotero que estaba
tomando la economía. La búsqueda de un consenso social y político más amplio posible se plasmó en la
constitución de gobiernos de coalición en los que tomaban parte activa los partidos de izquierda y los
sindicatos, que implicó la adaptación de las reformas políticas a las necesidades de estos. El papel del
Estado era defendido también por un amplio espectro social que abarcaba tanto a los partidos de centro y
derecha como a industriales, banqueros y comerciantes. Se desplegó así el Estado de Bienestar, una
estructura intervencionista que fue mucho más allá en sus funciones respecto de sus planteos iniciales.

El crecimiento post 45’ se vincula con una modificación en el volumen de los factores trabajo y capital
utilizados para generar el producto nacional; más específicamente, aumentos en el producto por unidad de
factor. Este incremento en la productividad de los factores se origina en el avance tecnológico, las
economías de escala, y las mejoras en la organización empresarial. También fue importante el
incremento en la oferta de trabajo, como consecuencia del crecimiento natural de la población, los
cambios en la tasa de población activa, y el aumento de esta como consecuencia de los movimientos
internacionales y la absorción del desempleo encubierto. En general, todos los países incrementaron sus
inversiones en educación en los 50 y 60, tanto en términos reales como en relación al producto bruto
interno.

53
La irrupción de nuevas tecnologías y sistemas de organización, junto a la renovación de plantas y equipos,
fomentó el progreso técnico. Esta revolución tecnológica estaba en el centro de las tres características
fundamentales del aparato productivo posbélico: la producción en masa, la automatización, y la
industrialización de la ciencia. La difusión de procesos continuos con funcionamiento automático o
semiautomático contribuyó a la generalización de la organización fordista del trabajo, con una
simplificación y un fraccionamiento de las tareas, además de un desplazamiento de la actividad humana
hacia el control, el mantenimiento, y la regulación. Otro elemento fundamental fue la gran expansión de
las empresas multinacionales, un fenómeno que no era nuevo, pero el número de estas firmas y su
instalación en decenas de países implicó un salto a gran escala. Este proceso se vio influenciado por 1) el
aprovechamiento de salarios y costos bajos en determinados países, 2) las ventajas fiscales relativas para la
instalación de plantas, 3) las menores restricciones en el cuidado del medio ambiente, y 4) la búsqueda de
nuevos mercados.

El crecimiento económico de la posguerra está asociado de modo significativo a la expansión de la


demanda y al despliegue de la sociedad de consumo. Esto repercutió sobre la actitud de los empresarios,
que reaccionaron multiplicaron las inversiones en producción de bienes de consumo durables, como la
construcción; en actividades vinculadas al ocio y la moda; y en infraestructura, estimulando a la vez las
actividades privadas con subvenciones y créditos en condiciones favorables. Se llegó así a una estructura
empresarial dual: por una parte, una profundización en el proceso de concentración oligopólica de firmas,
y por otra, el desarrollo de una gran cantidad de empresas pequeñas orientadas hacia servicios y bienes que
satisfacían los gustos impuestos por la moda.

Esta expansión tuvo una estrecha relación con las decisiones políticas. Las recomendaciones sobre la
liberalización del comercio exterior formuladas en la reunión de Bretton Woods condujeron a una baja
sustancial de las barreras aduaneras y al desarrollo de formas de cooperación económica, con
consecuencias positivas para la creación de nuevas y crecientes oportunidades de inversión. Asimismo,
el Estado realizó contribuciones significativas a través de medidas impositivas y crediticias que
beneficiaron a los exportadores.

La búsqueda de acuerdos internacionales sustituyó las decisiones unilaterales; el Acuerdo General sobre
Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) fue la primera manifestación de ese nuevo espíritu. Sus
principios fundamentales eran dos: la igualdad de trato y el multilateralismo, teniendo como trasfondo
la defensa del librecambio, al que se le reconocían excepciones, justificadas por la necesidad de garantizar
el pleno empleo y el desarrollo. Fue icónica también la creación del Mercado Común Europeo y el
surgimiento de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA). En 1955 se iniciaron conversaciones
para una unión aduanera que abarcase a los países de esta última comunidad, que derivó en la creación de
la Comunidad Económica Europea (CEE) a través del Tratado de Roma firmado en el 57’.

Con la constitución del CEE se dieron las condiciones necesarias para que los países que quedaban fuera
de la misma formaran su propio bloque comercial. Éste fue la Asociación Europea de Libre Comercio
(EFTA), fundada en 1959, que incluía a Austria, Dinamarca, Gran Bretaña, Noruega, Portugal, Suecia y
Suiza (la Europa de los siete). Los acontecimientos posteriores condujeron a un acercamiento de varios
países de la EFTA a la CEE. Se avanzaba así en la idea de una efectiva unión europea, que se extendiese
hasta el ámbito político. Esto motivó otros proyectos de bloques regionales, como la Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), la Unión Aduanera Ecuatorial, etc; la mayoría intentos
frustrados, pero que sentaron las bases para el desarrollo de futuras integraciones.

La creación del FMI tras Bretton Woods implicó un nuevo sistema monetario con pautas para lograr
monedas fuertes. Su funcionamiento dependía de la situación dominante de EEUU, el país acreedor del
mundo occidental, dueño hacia fines de la década del 40’ del 60% de las reservas de oro del mundo. El
sistema fue el golden exchange standard (patrón de cambios oro) que incluía como reservas a las divisas
de aceptación internacional. Con las complicaciones de Gran Bretaña, la libra esterlina pasó a segundo
plano y la hegemonía fue del dólar.

La moneda norteamericana asumió un papel contradictorio en el nuevo sistema: en el interior de EEUU no


era convertible en oro, de manera que no había un control externo sobre la oferta monetaria; los
gobiernos podían contraer/expandir de acuerdo con la política económica que deseaban implementar. La
emisión podía utilizarse para financiar los déficits de balanza de pagos. En cambio, en el terreno

54
internacional el dólar sí era convertible en oro y se constituía en el respaldo mayoritario del resto de las
divisas.

Estados Unidos no sólo salió políticamente victorioso de la guerra, sino que impuso su preeminencia
económica. Los enormes recursos disponibles de su extenso territorio, junto con las exigencias militares de
la Guerra Fría, explican el desvío de fondos hacia esos rubros. Hubo una rápida reconversión de la
industria bélica hacia la producción de bienes de consumo, alentada por la reducción de impuestos y el
mantenimiento de un elevado nivel de gastos gubernamentales. El problema principal de la posguerra fue
la inflación, resultado de una situación en la que la desaparición de los controles impuestos por la guerra
desató una espiral de precios-salarios que llevó a un aumento del costo de vida entre 1945-49, culminando
con la primera recesión de la posguerra.

La superación de este deterioro se logró por el impacto del Plan Marshall y el estallido de la guerra de Corea
en 1950. La llegada de los republicanos al gobierno en el 53’, con Eisenhower como presidente, puso fin
a los 20 años demócratas y enfrentó a los nuevos gobernantes con un Estado que había asumido
responsabilidades en el bienestar de los ciudadanos. Hubo una aceptación del papel del gobierno federal en
las cuestiones sociales, pero no existió una consecuente política fiscal y monetaria destinada a actuar
sobre la demanda. La evolución del ciclo económico se manifestó en las recesiones de 1957-61.

Con el retorno de los demócratas en 1961, de la mano de J. F. Kennedy y luego de L. B. Johnson, volvieron
a implementarse los principios keynesianos, con una política fiscal activa y la utilización sistemática del
déficit presupuestario; a esto se le llamó la New Economics. Si bien se logró un fuerte crecimiento, se
desencadenó un proceso inflacionario que selló el fracaso de las técnicas macroeconómicas aplicadas. Así
asume Nixon (1969-74), que buscando combatir la inflación viró el gobierno a la ortodoxia con ajustes
monetarios y presupuestarios, pero el alza de precios no se detuvo. El entonces presidente suspendió la
convertibilidad en oro del dólar en el 71’ y estableció estrictos controles para atacar la inflación, con un
resultado de recesión y altos niveles de desocupación. Cuando en 1973 estalla la crisis del petróleo, la
economía norteamericana ya estaba en serios problemas.

La crisis del petróleo en la década de los 70’

El crecimiento de la economía mundial se frenó de manera significativa a partir de 1974, debido al aumento
del precio del petróleo y, en general, de las materias primas. Una de las consecuencias fue que una parte
de los petrodólares se recicló con salidas de capital hacia los bancos europeos y norteamericanos,
produciendo un gran incremento de la liquidez.

La situación de la moneda norteamericana se fue deteriorando a lo largo de la década de 1960 como


consecuencia del déficit sistemático de balanza de pagos que enfrentaba el país, y la continua salida de
capitales hacia el exterior bajo la forma de gastos militares y de inversiones de las empresas. Los activos
de la Reserva Federal cayeron del 60% del 49’ a apenas el 10% de las reservas mundiales. En 1971 se
hundió el sistema de paridades fijas que había caracterizado el mundo occidental en años anteriores; en
adelante las monedas no tendrían vinculación directa con el oro. En consecuencia, los mercados
financieros serían los proveedores de la oferta monetaria internacional.

Ante los problemas económicos, los gobiernos se abocaron en prevenir las dificultades provenientes de una
caída del comercio internacional con políticas de corte keynesiano basadas en la expansión monetaria, la
ampliación del crédito y el aumento del gasto. Estas decisiones contribuyeron de manera decisiva a un
incremento sostenido de los precios que, si bien se venía manifestando desde los 50’, a finales de los 60’
se potenció como consecuencia de la espiral precios-salarios desencadenada en una coyuntura de pleno
empleo. Así surge la estanflación, con la persistencia de la inflación y la irrupción de una fuerte
desocupación.

55
Cuando a fines de la década se produjo una segunda crisis del petróleo,
como consecuencia de la guerra entre Irán e Irak, los gobiernos se
encontraron frente a un agravamiento de los problemas. Se produjo una
modificación en las orientaciones de la política económica, dando prioridad
al problema de la inflación y al tratamiento de los desequilibrios exteriores,
y dejando en segundo plano los objetivos de crecimiento y pleno empleo.
Las políticas de control de precios e ingresos fueron el paso intermedio a
los controles monetarios. En esta época, Friedman se transformó en el
nuevo mentor intelectual en reemplazo de Keynes, y se hizo eco de la
Escuela de Chicago. Aun así, las recetas monetaristas no se aplicaron de
manera consecuente; sus efectos económicos y sociales de corto plazo no
podían ser asumidos por los gobiernos en tal coyuntura, sin un costo político mediante. La existencia
de una situación de liquidez en el mercado financiero, potenciada por la cuantía de los petrodólares,
condujo a que en la segunda mitad de los 70’ se produjera un enorme incremento de los préstamos
internacionales (8.7 mil millones en el 72’ a 81 mil millones en el 80’).

Las condiciones que favorecieron la expansión del crédito internacional cambiaron al comenzar la década
de 1980. La deuda se había contraído con tasas de interés variables y un dólar depreciado; ambos elementos
se modificaron súbitamente. La tasa de interés aumentó del 8% anual en el 79’ al 17% dos años después,
como consecuencia de la política monetaria de la Reserva Federal, y el dólar se apreció aproximadamente
un 30%. A esta circunstancia se agregó la recesión económica internacional, que limitó las posibilidades
de exportación de los países endeudados, y la caída de los precios de las materias primas (excepto
petróleo). El volumen de la deuda total de los países no desarrollados se elevó, comparado con el PBI,
del 26% al 33%. Comparado con las exportaciones, del 110% al 148%. El pago de los servicios de la deuda
pasó del 15% de las exportaciones al 40% entre 1980-82. Ante esta situación, no extraña que México,
Brasil, Argentina, Perú y Venezuela declararan luego la moratoria y buscaran renegociar la deuda. El tema
de la deuda externa se transformó en el centro de la atención. Los acreedores públicos y privados, reunidos
en el Club de París, intentaron inicialmente negociar exclusivamente el modo en que los países deudores
iban a cumplir con sus pagos, pero quedó en claro que el problema era mucho más grave.

Como resultado, se frenó la concesión de préstamos nuevos a los países endeudado. Posteriormente se
implementó el Plan Baker, en el 85’, buscando reprogramar los pagos de la deuda planteando la
posibilidad de tomar nuevos préstamos sujetos a condiciones de ajuste monetario pactadas con el
FMI. Ante el escaso éxito de esta iniciativa, a fines de década se propuso el Plan Brady, con los mismos
preceptos anteriores, pero incorporando la idea de que los países endeudados que lograran un equilibrio
macroeconómico podían acceder a los mercados internacionales de capitales, y otras variantes como
la recompra de la deuda, la reconversión en nuevos préstamos, e incluso la posibilidad de condonar una
parte de la misma.

Los años ochenta y el fin de la Guerra Fría

Las tasas de crecimiento bajas se mantuvieron pasados los 70’, aunque con heterogeneidades, cómo los
éxitos coyunturales de las políticas liberales de Ronald Reagan en EEUU y Margaret Thatcher en Gran
Bretaña, y las dificultades experimentadas por la economía alemana en el proceso de constitución de la
Unión Europea. Un rasgo distintivo de estos años fue el predominio de las posturas monetaristas. Frente
al keynesianismo que emergía desde la izquierda, las concepciones defendidas por Friedman fueron
naturalmente asociadas a la derecha. Se puso especial atención en la responsabilidad de los gobiernos por
la excesiva emisión monetaria, déficits presupuestarios, e inflación, y la disminución del gasto público se
convirtió en uno de los objetivos predominantes.

El acontecimiento más importante de la década fue el acelerado y


sorprendente proceso que culminó con el fin de la Guerra Fría y la caída
del mundo socialista. Lo ocurrido a partir de 1985 ha planteado un enigma
al que se han dado múltiples y contradictorias respuestas. El 9 de septiembre
de 1989 cae el muro de Berlín, que dividía a la Alemania Oriental de la
Alemania Occidental, marcando el fin de la cortina de hierro. En menos de
11 meses después, el país germánico terminaba por reunificarse.

56
La URSS era no sólo una superpotencia militar sino también la tercera economía del mundo, el mayor
productor de petróleo y gas, y el único país de importancia autosuficiente en recursos energéticos. Aun así,
la tasa de crecimiento del PBI venía disminuyendo desde la década de los 70’ y se estancó en la década
siguiente, mientras que el PBI per cápita tuvo un comportamiento aún más pobre.

Su problema endémico de la producción agraria se neutralizaba gracias a la disponibilidad de divisas


provenientes de las exportaciones de petróleo y gas. La situación política estaba controlada a pesar del
descontento de la gente, que manifestaba acciones individuales como robos o alcoholismo, y la disidencia
en el país era intelectualmente poderosa pero numéricamente débil. Nos encontramos ante una paradoja
de un trascendental cambio histórico concretado sin la intervención de movimientos sociales importantes y
sin una guerra.

Los estudiosos debaten acerca de cuál fue la fuerza impulsora de la


perestroika: para algunos fue la idea de Gorbachov y sus colaboradores
respecto a que era imprescindible aplicar reformas para retomar el
ritmo de crecimiento, enfrentando el desafío tecnológico estadounidense.
Se trataba de un proyecto neoburocrático, en el que el papel principal
seguía correspondiendo al Partido Comunista. Desde una perspectiva
diferente, otros afirman que los protagonistas actuaron con la
convicción de que la imitación del modelo económico occidental era la
única solución para un sistema que requería más de una simple reforma.

Gorbachov habría accedido al poder dispuesto a mantener el socialismo, pero con el paso del tiempo fue
tomando conciencia de la necesidad de cambios más profundos, destinados a introducir una economía de
mercado. Sin embargo, la causa de pérdida del control del proceso fue que en el curso del mismo se
perdieron precarios apoyos que sostenían a los reformadores: mientras que para la burocracia se estaba
llegando muy lejos con los cambios propuestos, para la minoría que quería un proceso rápido el accionar
de Gorbachov, lleno de contradicciones y marchas atrás, era más bien una traba que un impulso real.

Luego de adoptar medidas con una intención inicial de producir cambios dentro del sistema, sin modificar
los postulados de planificación centralizada, Gorbachov intentó producir un cambio acelerado hacia una
economía de mercado con el Plan de los 500 días, que tuvo como consecuencia una reacción política de
los sectores del statu quo a frenar el proceso. El resultado fue una crisis profunda, con el PBI cayendo
un 9% entre 1989-91. “La Unión Soviética se quedó sin plan y sin mercado”.

El panorama hacia el siglo XXI

El tránsito de siglo estuvo marcado por dos cuestiones importantes: por una parte, los impactos de todo
orden producidos por las transformaciones tecnológicas de la tercera revolución industrial, entre los que
la denominada globalización ocupa un lugar destacado; por otra, el escenario creado tras el hundimiento de
la experiencia socialista que se desarrolló en la URSS, que abrió camino al triunfo del capitalismo.

La última década del siglo XX estuvo caracterizada por la aparición de transformaciones tecnológicas
que modificaron de manera notable los procesos productivos. La recomposición de la crisis de los años
previos fue resultado de la convergencia entre las nuevas oportunidades y una demanda social cada vez
más exigente, con la diversificación del consumo, la exigencia de productos menos uniformes, la calidad
garantizada. Una reconfiguración de la sociedad de consumo bajo otras premisas.

Respecto a las innovaciones materiales, este periodo se caracterizó por el desarrollo de los plásticos,
impulsados por los shocks petroleros. También de las cerámicas y los llamados materiales compuestos
(fibra de vidrio, resinas). Además, hubo importantes mejoras en los materiales tradicionales, como los
metales y el papel, destinadas a elevar la productividad de los recursos naturales. El objetivo final era
minimizar los insumos requeridos por unidad de producto. El resultado fue el crecimiento ininterrumpido
del número de materiales de alto rendimiento y el acortamiento del ciclo de vida de los mismos, que
intensificó la competencia.

57
Por otro lado, ya desde la década de los 70’ se aceleraba el auge de las
tecnologías de la información y comunicación (TICs), con la
microelectrónica, la informática, las telecomunicaciones, y posteriormente la
digitalización, con los semiconductores y el microprocesador. Las
tecnologías de base (componentes electrónicos, componentes de transmisión,
digitalización) se combinaron en una dinámica interactiva hasta acelerar y
hacer posible la fusión de un sistema de tratamiento de la información (la
informática) y uno de comunicación (el teléfono) que llevaron a un sistema
mediático de imágenes y sonidos. Uno de los rasgos más significativos de esta revolución tecnológica es
su velocidad de difusión, si bien marginando todavía a amplios sectores de la población. En sus inicios,
todo el planeta pudo conectarse por el nuevo sistema, aunque con profundas desigualdades.

La biotecnología tenía un potencial revolucionario hacía varias décadas, pero la capacidad de manipular la
información genética dio lugar a los procedimientos de clonación, investigación iniciada en los 70’ pero
culminada a finales de siglo. En 1990, el gobierno de EEUU puso en marcha el Proyecto Genoma Humano,
un consorcio científico público cuyo objetivo era establecer el mapa del genoma humano, el
desciframiento de los códigos químicos del ADN que componen los genes contenidos en los cromosomas
de la célula. Diez años más tarde se concretaba el objetivo.

Los sistemas informáticos comenzaron a ser aplicados en el diseño y control de los procesos de producción,
con las tecnologías de gestión. Esto permitió pasar del esquema tradicional de grandes plantas y producción
uniforme a un sistema flexible de fabricación de unidades adaptables a una creciente diferenciación de
productos, cuyo valor reside en la capacidad de satisfacción de mercados minuciosamente estudiados.
Un cierto posfordismo, en el que “la producción se acomoda al cambio constante sin pretender
modificarlo” – B. Coriat.

El impacto de la nueva realidad implicó un cambio radical en el mercado de trabajo, con una desaparición
progresiva del empleo agrícola, una disminución del empleo industrial, una ampliación de la demanda
de puestos de trabajo en servicios para la producción, la salud y la educación, y una flexibilización
del mercado laboral, que abarcaba no sólo a los que carecen de formación sino también a los calificados.
El resultado final fue heterogéneo, dependiendo de cada región. En EEUU la reestructuración del mercado
laboral terminó por disminuir los niveles salariales, mientras que en la Unión Europea se manifestó a través
de una fuerte presión para flexibilizar las leyes laborales.

Este fue el inicio de la globalización. Los capitales ahora se movilizaban de manera instantánea durante
las 24 horas en los mercados financieros; la ciencia y la tecnología también empezaron a organizarse en
flujos globales. Incluso el transporte de las mercaderías experimentó una disminución de sus costos y una
transformación de su composición, con productos cada vez más livianos, que ocupan menos espacio. En
cuanto al trabajo, la movilidad de la fuerza laboral estuvo acotada por las restricciones que imponen
los países ricos a la entrada de mano de obra de los países pobres. Pero, como contrapartida, las firmas se
desplazan más fácilmente para instalarse allí donde encuentran las condiciones laborales más
favorables.

58
DESARROLLO CAPITALISTA EN AMÉRICA LATINA
U9: El modelo Primario Exportador
“La Historia Económica de América Latina desde la Independencia” – Thomas V. Bulmer
El crecimiento guiado por exportaciones y la economía no exportadora

En el siglo anterior a la Primera Guerra, Latinoamérica siguió un modelo de crecimiento guiado por las
exportaciones. El éxito de este camino implica dos condiciones:

 Un rápido aumento de las exportaciones y de las exportaciones per cápita, junto con
incrementos de la productividad de la mano de obra del sector exportador.
 La transferencia de las ganancias de la productividad del sector exportador a la economía no
exportadora

El sector exportador pudo aportar un estímulo de crecimiento e inversión de diversas maneras. Por
ejemplo, puede promover las inversiones en ferrocarriles, que generarían un efecto cadena de inversiones
en aserraderos (para conseguir madera), bienes de capital (locomotoras) y talleres de reparación y
mantenimiento de vagones. El crecimiento de algunos sectores de la economía no exportadora estuvo tan
estrechamente relacionado con la suerte del sector exportador que podemos considerarlos actividades
complementarias.

Sin embargo, había también actividades que no necesariamente se beneficiaban del crecimiento del sector
exportador, pues su demanda podían satisfacerla las importaciones, más que la producción interna. En los
albores del siglo XIX, la mayor parte de la mano de obra latinoamericana estaba empleada en la
agricultura o en industrias domésticas que producían bienes para el mercado interno. Al aumentar las
exportaciones per cápita, las importaciones empezaron a crecer y los establecimientos que producían
para el mercado interno se enfrentaron a una mayor competencia extranjeras. Salvo circunstancias
excepcionales, el crecimiento del sector exportador no logró un gran aumento del ingreso real per cápita.

En términos de fuerza laboral, el sector más importante que competía con las importaciones era la
agricultura para uso interno (AUI), representando todavía en 1913 el mayor componente de la PEA en
casi todas las repúblicas, y una mayoría en muchos países. Era un sector heterogéneo y generaba una
producción que, en principio, siempre podía ser reemplazada por las importaciones. El otro sector de
relevancia era la industria doméstica. Los establecimientos eran muy pequeños, de tecnología sencilla, y
la mano de obra constituía el principal insumo. No obstante, como su producción consistía en artículos que
competían con las importaciones de manufactura, podemos verlo como tal. La esclavitud no era
desconocida, pero era más habitual el trabajo asalariado. Existían incluso gremios con ciertos
privilegios y alto nivel de protección.

Si bien la proporción de mano de obra absorbida por la agricultura de uso


interno se redujo lentamente durante todo el siglo, como resultado tanto
del crecimiento del sector exportador como de la urbanización, se mantuvo
con enorme importancia. La elevada proporción de fuerza laboral en casi
todos los países fue un reflejo del bajo nivel de productividad. La
agricultura representaba una proporción del PBI mucho menor que su
participación total.

A menudo se lo llama erróneamente sector de subsistencia. En primer lugar, en unos cuantos países los
artículos de exportación eran también los típicos de la dieta nacional, como el trigo en Argentina o la
carne en Uruguay. En segundo lugar, podía esperarse que la productividad del trabajo en la agricultura para
uso interno resultara beneficiada por algunos de los cambios relacionados con el crecimiento del sector
exportador. Lo más importante fue el descenso de los costos de transporte ante la construcción de
ferrocarriles. Los grandes agricultores también podían esperar beneficiarse del crecimiento de las
instituciones financieras vinculadas al sector exportador, mientras que la mayor productividad de este,
una división más refinada del trabajo, y el crecimiento demográfico, ampliaban el mercado para la AUI.

59
Sin embargo, en ciertas circunstancias, la relación de esta con la agricultura de exportación (AEX) podía
ser negativa, con consecuencias adversas para la primera. Las mejores tierras fueron monopolizadas por
la AEX, reduciendo a la AUI y haciendo que los cultivadores se dedicaran a otras cosas o se trasladaran
a tierras menos productivas. Aunque en muchos casos habría sido físicamente posible reemplazar alimentos
importados por producción nacional, esto no siempre tenía sentido económico. El costo de oportunidad –
en materia de tierra, mano de obra y capital empleados – debía ser más bajo que el costo de importar.
Para la mayoría de los países latinoamericanos, en el siglo XIX escaseaban la fuerza laboral y el capital,
y la tierra abundaba, pero no siempre se disponía de terrenos apropiados para el cultivo de alimentos
importables (como el trigo). Durante todo el siglo se registraron fuertes aumentos de productividad laboral
de la AUI, pero se concentraron en general en el Cono Sur. La producción agrícola neta por trabajador
en Argentina era más de seis veces superior a la de Brasil, y casi cuatro veces mayor que la de México.

Nada podría demostrar mejor el deplorable estado de la AUI en la mayor parte de América Latina que la
industria ganadera. Con abundancia de tierras, buenos pastos naturales y mucha agua, la mayor parte de
estos países tuvieron una ventaja comparativa potencial en la ganadería. Sin embargo, fuera de los
principales exportadores de carne, la calidad de los rebaños se consideraba en general mala. Solo tres
países (Argentina, Paraguay, y Uruguay) pudieron jactarse en 1914 de tener el doble de vacas que
habitantes, y la mayoría tenía menos de una cabeza de ganado per cápita.

Durante el siglo XIX, la escasez de fuerza laboral hacía que los trabajadores desplazados de la AUI por
técnicas que elevaban la productividad encontraran empleo en otra parte. En cambio, el excedente de mano
de obra que llegó a producirse en el siglo XX hizo que todas las propuestas de mejorar la productividad
laboral de la AUI por medio del progreso técnico, ahorrador de mano de obra, tuviera altos costos sociales.

La manufactura y sus orígenes

La expansión del sector exportador promovió la urbanización, el desarrollo de una clase obrera y una
clase media asalariadas, y amplió el mercado para los productos manufacturados. Como con la AUI, este
aumento de la demanda se pudo satisfacer con una mayor producción nacional o con importaciones. En
el primer caso, creó oportunidades de transferir las ganancias al sector no exportador, generando así las
manufacturas modernas.

En los primeros decenios del siglo XIX el ingreso real per cápita fue bajo en toda América Latina y por
tanto la demanda de bienes manufacturados fue modesta, satisfaciéndose por importaciones. Tras la
abolición de las restricciones coloniales al comercio exterior, se produjo un auge importador que no se pudo
sostener, y los países de la región volvieron a una situación en la que una alta proporción de la escasa
demanda de estos productos era satisfecha por la producción local. Esta producción local consistía casi
enteramente en artículos artesanales, y no manufacturas modernas.

Las principales excepciones al predominio de la industria doméstica se encontraban en el sector exportador.


Las materias primas que necesitaban cierto grado de procesamiento solían trabajarse en
establecimientos de gran escala, que podríamos llamar fábricas. Sin embargo, el hecho de que
virtualmente estos establecimientos modernos cayeran dentro del sector exportador significa que el
aumento de la demanda interna de artículos manufacturados, asociada con la expansión de las
exportaciones, se dejó sentir sobre todo en el sector artesanal. En ciertas partes de Europa había ocurrido
un proceso similar, que condujo a la protoindustrialización, donde las unidades en pequeña escala se
transformaron en modernos establecimientos manufactureros con mayor productividad y maquinaria
moderna.

Los especialistas han buscado un proceso similar en Latinoamérica, pero la respuesta tiende a ser negativa.
Las fábricas modernas con frecuencia fueron competidoras directas y contribuyeron significativamente a
la perdida de importancia del sector manufacturero a partir de 1870. La incapacidad del sector artesanal
para transformarse en actividades de alta productividad puede atribuirse a:

 Los costos fijos de capital.


 La ausencia de barreras de ingreso en el sector, que mantuvo bajos los márgenes de utilidad y
dificultó el autofinanciamiento de la expansión.
 Falta de financiamiento y poco interés de las instituciones financieras en realizar préstamos.

60
 Carencia de poder de negociación, ya que los empresarios del sector no formaban parte de
ningún tipo de elite.
 La dependencia en la mano de obra familiar impuso límites a las dimensiones de cada
establecimiento.

Esta imposibilidad hizo que el crecimiento de la capacidad manufacturera tuviera que recaer
desproporcionadamente sobre las nuevas fábricas modernas, para evitar el aumento del consumo
satisfecho por importaciones. Sin embargo, también la industria moderna tuvo que superar obstáculos
antes de poder iniciar la producción a gran escala. Entre estas:

 El abasto de energía; sólo unos pocos países (Brasil, Chile, Colombia, México) disponían de
yacimientos de carbón, incluso de mala calidad. Importarlo era, además, muy caro. En toda la
región abundaba el agua, aunque en estado natural era impredecible, con temporadas de fuerte
sequía o lluvia excesiva. Aun así, la electricidad a finales del siglo XIX y la construcción de plantas
hidroeléctricas a comienzos del XX sorteó el obstáculo.
 Las manufacturas modernas necesitaban mercado; las minúsculas ciudades de la época de la
Independencia y una mano de obra rural que sólo recibía una pequeña porción de las ganancias en
efectivo no constituían la combinación ideal para emprender la manufactura en gran escala. La
demanda era acotada. Sin embargo, gradualmente la expansión de las exportaciones fue
ensanchando el mercado.
 Se requerían transportes, no sólo para vender el producto sino también para abastecerse de sus
insumos de bienes intermedios y de capital, lo cual se fue resolviendo con los ferrocarriles y el
transporte marítimo.
 Necesitaba financiamiento; las reglas bancarias no favorecían los préstamos a largo plazo que
requería la industria, y muchos bancos siguieron apoyando las exportaciones de materias primas,
con cuya expansión estaban ligadas a menudo sus propias fortunas.
 Precisaba un abasto confiable de materias primas; que no siempre tenían que ser de origen
nacional ya que la ventaja comparativa podía basarse en el uso de materias importadas. Sin
embargo, para importar se necesitaba un flujo creciente de divisas, por lo que la expansión de las
exportaciones era un requisito inicial.

Superar todos estos obstáculos no garantizaba que las manufacturas modernas fuesen rentables. No
obstante, para las firmas que vendían en el mercado laboral siempre existía la posibilidad de influir sobre
los precios mediante la manipulación de instrumentos políticos, como impuestos a la importación.

Los primeros ejemplos de fábricas modernas que atendieron al mercado local fueron en general los talleres
textiles. Su aparición no se debió tanto a la disposición de materias primas (algodón o lana) como a la
existencia de un mercado grande y protegido, y a economías de escala en su producción. Todos tenían
que vestirse y las importaciones de textiles durante este siglo redundaron en gravámenes relativamente
altos. La producción fabril destinada al mercado interno no quedó firmemente establecida hasta el último
cuarto del siglo XIX. La posición predominante que ocupaba el proceso de alimentos y bebidas reflejó la
ley de Engel (relación inversa entre el nivel del ingreso familiar y la proporción del mismo destinada a
alimentos; la demanda de alimentos era inelástica para el ingreso).

La industria y los precios relativos

La tasa de crecimiento de las manufacturas se ve afectada por los incentivos que se ofrezcan. En América
Latina, previo a la Primera Guerra el incentivo más importante fue el precio de la producción interna en
relación con la competencia de las importaciones. Este precio relativo incluía cinco variables principales:

1) El precio de cada artículo era influido por la tasa de crecimiento del ingreso real y por el ritmo
al que iban modificándose los precios nacionales.
2) El precio en divisas de las importaciones y su ritmo de cambio.
3) El ritmo al que se iban reduciendo los costos de transporte internacional.
4) El tipo de cambio nominal.
5) La estructura proteccionista encarnada en la tasa arancelaria nominal.

Algunas de estas variables (por ejemplo, la 3) estaban fuera del control estatal, pero no así con los
gravámenes. Durante todo el primer siglo posterior a la Independencia la función de los impuestos fue,

61
básicamente, el aumento de los ingresos gubernamentales. Situación distinta a otros países fuera de
Latinoamérica, donde los gravámenes abundaban, pero específicamente adoptados para proteger
producción nacional. La renuencia de los países latinoamericanos a modificar esos gravámenes no se debió
sólo a que sus ingresos dependían de ellos. Las manufacturas seguían siendo muy importantes y los gremios
artesanales aún ejercían cierta influencia. Para el sector artesanal, los aranceles tuvieron una función
proteccionista, y los artesanos lucharon por retenerlos.

Durante el tercer cuarto del siglo XIX en muchos países surgió una tendencia hacia la liberalización
aduanera (Brasil, Chile, Colombia). Estos cambios no se debieron tanto a una pérdida de influencia del
sector artesanal, como a la creciente conciencia de que una reducción tarifaria podía aumentar los
ingresos si la elasticidad de los precios de importación era mayor a 1 (se puede aumentar el total de
ingresos reduciendo el precio). En esta época fue cuando América Latina llegó a estar más cerca del libre
comercio y, sin embargo, el nivel de proteccionismo estuvo muy lejos de ser nulo.

En el último cuarto de siglo, cuando los precios de las importaciones se iban reduciendo, se presenció un
aumento del proteccionismo en los principales países, lo que se logró dejando intactos ciertos derechos
específicos, y elevando las tasas implícitas del arancel promedio. El sistema aduanero siguió siendo la
principal fuente de ingresos del gobierno, pero se combinó con un elemento protector en aquellas repúblicas
en que el nivel de ingreso per cápita o el tamaño de la población hicieron posible la introducción de
manufacturas modernas.

Hacia 1913 la proporción latinoamericana de los derechos cobrados en relación con el valor de las
importaciones era al menos tan grande como en Australia (16,5%) o EEUU (17,7%); y en algunos países,
como Brasil (39,7%), Uruguay (34,4%) o Venezuela (45,8%) era considerablemente superior. Estas cifras
solo nos dan una medida aproximada, porque los países utilizaban para las importaciones valores
oficiales que no necesariamente reflejaban los reales, con el objetivo de evitar la evasión de impuestos
por parte de los importadores.

Es imposible tomar en cuenta todos los factores que influyen en la tasa proteccionista. Aún así, en general
los precios en libras y dólares de los bienes de importación se habían reducido en el último cuarto de
siglo, pero aumentaron en el decenio anterior al año 13’. Es probable que el efecto neto para aquellos
países que durante un tiempo no habían revisado sus valores oficiales consistiera en que la protección oficial
quedara ligeramente por debajo de la real, mientras que donde se habían revisado los valores oficiales a
comienzo del siglo ocurrió lo contrario (como Argentina). Los países latinoamericanos dejaron libres de
derechos ciertas importaciones, pero la proporción nunca fue superior al 20% porque la obtención de
ingresos seguía siendo el principal objetivo. El papel de los impuestos aduaneros para aumentar los ingresos
gubernamentales se debió a la falta de otras fuentes políticamente aceptables.

La creciente experiencia de los políticos, junto con el ingreso y las funciones proteccionistas de los
gravámenes, produjeron las tasas efectivas de proteccionismo más altas para algunos bienes de consumo.
Los precios relativos no sólo dependían del gravamen, sino también de otras variables. El descenso de los
precios de las importaciones y la reducción del costo de los fletes internacionales durante la segunda
mitad del siglo XIX se compensaron, hasta cierto punto, por la depreciación del tipo de cambio. Las
únicas naciones que no estuvieron en libertad de alterar el TC fueron las que adoptaron el patrón oro. En
esas circunstancias el descenso del precio pudo haber tenido graves consecuencias de rentabilidad para la
producción nacional que competía con las importaciones. Sin embargo, los primeros países
latinoamericanos que adoptaron el patrón oro lo hicieron a finales de siglo, cuando los precios de las
importaciones estaban a punto de aumentar. Los precios nacionales todavía podían subir más rápido que
los extranjeros, y en ese caso los países que habían adoptado el patrón oro serían incapaces de emplear
la devaluación como mecanismo para restaurar la competitividad.

En general, la verdadera tasa proteccionista no estuvo muy por debajo del resto del mundo. Aun así, las
desventajas a las que se enfrentaban las manufacturas de la región eran tan grandes que la protección
casi seguramente fue menor a la requerida para lograr un desempeño industrial congruente con el nivel del
ingreso real per cápita y las dimensiones de la población. Los impuestos a la importación fueron deficientes
en diversos aspectos que afectaron de manera adversa el crecimiento, la distribución y la asignación de
recursos.

62
En el caso argentino, la principal debilidad de su industrialización correspondió a los sectores textil y de
confección. Mientras los alimentos procesados, bebidas, tabaco, materiales de construcción, químicos y
hasta metales estaban bastante avanzados y bien protegidos, los sectores textiles se encontraban sumamente
subdesarrollados, muy por debajo de los niveles aledaños como Brasil o México. La debilidad de la
industria argentina era muy específica y no se debía a alguna conspiración de los terratenientes. Pero
es innegable que los industriales fueron incapaces de alcanzar el nivel de los agroexportadores. Se tomaron
medidas políticas para promover la industria, pero no siempre fueron congruentes. El cambio de la política
arancelaria en el último cuarto del siglo XIX, en favor de mayor protección, no se debió al surgimiento de
poderosas asociaciones industriales. La mayoría de los nuevos industriales eran inmigrantes,
comerciantes o mineros, y su influencia no podía compararse con la de los terratenientes y los
agroexportadores.

Los cinco países que habían avanzado en términos de industrialización antes de la Primera Guerra Mundial
(Argentina, Brasil, Chile, México y Perú) habían logrado un alto nivel de sustitución de importaciones en
bienes de consumo. Con la guerra, una vez suprimida la competencia de las importaciones europeas y
norteamericanas, los industriales latinoamericanos pudieron exportar a los países vecinos con éxito
considerable. Por lo tanto, la incapacidad de competir en tiempos de paz se debió sin duda a precios
muy altos, calidad muy baja, o ambas cosas. Sin duda era necesaria una protección arancelaria en
América Latina, pero el hecho de que los productores de bienes de consumo no lograran exportar en
condiciones normales nos lleva a preguntarnos si en algún sentido los aranceles no eran demasiado
altos. El problema de la competitividad internacional se debió en gran parte a la incapacidad de la
competencia nacional para reducir los precios por debajo del nivel permitido por la protección
arancelaria.

Diferencias regionales en vísperas de la Primera Guerra Mundial

Hacia 1914 la región había estado siguiendo un modelo de desarrollo guiado por exportaciones y comercio
irrestricto durante casi un siglo. Todos los países se habían integrado más a los mercados mundiales,
pero con heterogeneidades regionales; por ejemplo, el ingreso per cápita era casi cinco veces mayor en
Argentina que en Brasil. Los países con mejor desempeño en exportaciones per cápita se encontraban en
el Cono Sur y el Caribe (Argentina, Chile, Uruguay, Cuba, Puerto Rico).

Un buen desempeño de las exportaciones no necesariamente garantizaba un rápido crecimiento de la


economía no exportadora. Debemos distinguir tres grupos de países:

 Altas tasas de crecimiento de las exportaciones y aumento de productividad del sector no


exportador (con certeza, Argentina y Chile; podría incluirse Uruguay).
 Altas tasas de crecimiento de las exportaciones y poco aumento de productividad en el sector no
exportador (Cuba y Puerto Rico).
 Crecimiento de las exportaciones modesto y nivel de productividad bajo del sector no exportador.

Los tres países del primer grupo representan el éxito latinoamericano previo a la Primera Guerra. Sin
embargo, aunque el desempeño a largo plazo fue favorable respecto a la región, su éxito fue sólo
relativo. A niveles internacionales su desempeño no fue tan sobresaliente. Las exportaciones per cápita
en 1913, aún en Argentina, estaban por debajo de los niveles por ejemplo de Australia, Canadá, Nueva
Zelanda, Suecia y Noruega, y la diferencia era aún mayor en el sector manufacturero.

Los países del segundo grupo eran economías pequeñas, por lo que resultaría tentador sostener que el débil
estímulo del rápido crecimiento del sector exportador fue consecuencia de las dimensiones de su economía,
pero esto se contradice con el caso uruguayo. La poderosa presencia extranjera en ambos países fue
determinante. El carácter semicolonial inhibió la adopción de una política fiscal, monetaria y de tipo de
cambio que guiara el desarrollo de la economía no exportadora.

El tercer grupo incluye a todos los demás países. La tasa de crecimiento de las exportaciones per cápita a
largo plazo había sido muy desalentadora, y el nivel de exportaciones per cápita en 1913 muy bajo. Algunos
(México y Perú) habían mejorado su desempeño en los últimos años antes de la guerra. Sin embargo,
incluso excluyendo ambas repúblicas, 14 países no lograron obtener una tasa satisfactoria de
crecimiento ni mostraron dinamismo.

63
U10: Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI)
“La Historia Económica de América Latina desde la Independencia” – Thomas V. Bulmer

La segunda posguerra

A principios de los años 50 las repúblicas latinoamericanas se enfrentaron a un dilema: optar


explícitamente por un modelo de desarrollo hacia adentro, que redujera la vulnerabilidad ante shocks
externos; o seguir adelante con el crecimiento guiado por exportaciones, sobre la base de alguna
combinación de intensificación y diversificación de las mismas. Diversas instituciones internacionales y
regionales presionaban para influir en la decisión, a conveniencia de sus intereses. Aunque el FMI
favorecía la política hacia el exterior como la solución a las dificultades de la balanza de pagos, la CEPAL,
dirigida por Raúl Presbish, defendía la política hacia el interior. El péndulo intelectual empezó a desplazarse
hacia la industrialización por sustitución de importaciones. Sin embargo, muchos gobiernos se
resistían aún a abandonar por completo el desarrollo guiado por exportaciones, como reconocimiento al
papel clave en términos económicos, sociales y políticos que aún desempeñaba el sector exportador.

La etapa fácil de la ISI ya se había consolidado en algunos de los países latinoamericanos (Argentina,
Uruguay, Brasil, Colombia, México, Chile), pues la supresión de las importaciones había reducido a niveles
modestos la participación de los bienes de consumo en el total de importaciones. Los demás países se
enfrentaron a un dilema mayor. Unos cuantos (Bolivia, Paraguay, Perú) habían coqueteado con la política
hacia el interior en los primeros años tras la Segunda Guerra Mundial, pero los resultados habían sido
desastrosos; un desplome de las reservas de divisas, cuellos de botella en la oferta, y presiones
inflacionarias.

La tasa de crecimiento del producto no dejó de ser impresionante para muchos miembros de ambos grupos,
pero durante la década de 1960 cundió la insatisfacción. El grupo que miraba hacia adentro se vio afectado
por crisis de balanza de pagos, presiones inflacionarias y conflictos laborales. El que veía hacia afuera
también sufrió problemas de balanza de pagos, y vulnerabilidad a condiciones externas adversas. Por
consiguiente, ambos grupos consideraron que la integración regional era una solución parcial a sus
dificultades. Tenían algo en común: una distribución desigual del ingreso y la riqueza, que heredada del
periodo anterior no mejoró demasiado, y en algunos casos hasta empeoró.

El modelo hacia adentro

Las dos décadas posteriores a 1929 habían obligado a los gobiernos latinoamericanos a adoptar toda una
serie de medidas en defensa de su balanza de pagos, que había brindado nuevas oportunidades de
desarrollo industrial, el cual avanzaba a un ritmo muy rápido. La industria en las LA6 (Argentina, Brasil,
Chile, Colombia, México y Uruguay) se había convertido el sector de vanguardia y la demanda ya no estaba
abrumadoramente determinada por los altibajos del sector exportador. Así, se crearon las condiciones
para una industrialización explícita basada en el mercado interno.

El modelo hacia adentro fue adoptado por casi todas las naciones en las que ya se habían completado las
primeras etapas de industrialización. Se vio que la base de la pirámide se asentaba firmemente sobre los
establecimientos industriales que habían surgido de la protección ante importaciones. Sin embargo, la
protección ofrecida a la industria había sido ad hoc, a menudo incoherente y tendiente a la defensa
de la balanza de pagos, más que a las necesidades del sector.

El paso hacia una protección explícita no estuvo libre de influencias externas. Aun así, en general, la presión
internacional tuvo éxito y el proteccionismo llegó a depender en mayor medida de instrumentos más
ortodoxos (influencia del FMI). Las tasas nominales de los aranceles eran extremadamente altas, por
encima de las que América Latina había aplicado en períodos anteriores, y mucho más altas que cualquier
tasa jamás adoptada en los países desarrollados. Estas altas tasas introdujeron una cuña entre los precios
mundiales y los nacionales, imponiendo una pesada carga a los consumidores. Pero para los productores
esto era la mitad del problema: la medida crucial para ellos era el cambio de valor agregado por unidad de
producción creado por el sistema proteccionista.

Habría cabido suponer que el sector privado interno respondería con el suficiente dinamismo para que
fuese innecesario recurrir al capital extranjero. Sin embargo, ese sector, al que se le debía la mayor parte

64
del aumento de la capacidad manufacturera anterior a los 50’, padeció dos graves limitaciones en la
posguerra:

 No tuvo acceso al financiamiento adicional necesario para las nuevas industrias a gran escala.
 Y carecía de la tecnología requerida.

El giro de la estructura industrial hacia los productos de consumo duraderos y los bienes intermedios
y de capital aumentó el tamaño mínimo de la inversión, y exigió un acceso a la tecnología que no
siempre se podía obtener en el mercado abierto. Las repúblicas que miraban hacia adentro se vieron
obligadas a revisar su legislación sobre la inversión extranjera directa, y crear las condiciones que parecían
apropiadas para atraer grandes empresas multinacionales. Al final, lo que las atrajo fue el mercado cautivo
al que ya habían estado exportando. El muro arancelario impedía la entrada de exportaciones, pero
radicándose dentro incluso se encontraban protegidos de la competencia foránea.

A falta de suficientes inversiones del sector privado interno se organizaron empresas estatales para apoyar
el programa de industrialización. Aunque las principales inversiones públicas se hicieron en
infraestructura social, algunas ramas de la industria también se consideraron apropiadas para la
inversión pública, ya que el sector privado no aportaba el financiamiento y los productos eran demasiado
importantes para dejarlos a control de firmas extranjeras. Así en 1953, por ejemplo, Brasil crea Petrobras.

Gran parte del sector industrial era de altos costos e ineficiente en muchos sentidos, no sólo a raíz de la
necesidad de pagar más caro por los insumos importables que el precio mundial, sino también porque el
mercado interno solía ser demasiado pequeño para sostener empresas del tamaño óptimo. El alto costo
de la producción dificultó el ingreso de los bienes manufacturados al comercio internacional. Esto incluso
se complicó por la sobrevaluación cambiaria y por el pesimismo respecto a las exportaciones, que marcó
la política durante la década de 1950.

La falta de dinamismo de las exportaciones, aunada a la necesidad de importaciones crecientes, causó una
serie casi interminable de problemas de la balanza de pagos en los países que miraban hacia adentro.
Los programas de estabilización tendían a ser costosos, porque sólo era posible rebajar las importaciones
si se reducían las compras de bienes intermedios y de capital, con efectos negativos sobre la producción y
la capacidad. Además, la limitación hizo que el crecimiento excedente del activo circulante no pudiese
derramarse sobre importaciones de bienes de consumo, por lo que la expansión monetaria (y el déficit
presupuestario) se asociaba a una demanda excesiva de bienes nacionales y altas tasas de inflación. La
combinación de presiones, sumado a cuellos de botella en la oferta, obligó a los países que miraban hacia
adentro a entrar en acuerdos constantes con el FMI.

Los países que miraban hacia afuera

Aunque no se opusieran a la industrialización, las restantes repúblicas de América Latina (LA14) no


consideraban que a finales de los 40’ fuese viable un modelo basado exclusivamente en el desarrollo hacia
adentro. El cambio estructural había sido modesto desde los 20’ y estos países aún mostraban los rasgos
clásicos de guiados por exportaciones, donde la producción, el ingreso, el empleo y el ingreso público
estaban muy correlacionados con los altibajos de un puñado de productos primarios de exportación.

La infraestructura siguió concentrándose en las necesidades del sector exportador, y el abasto de energía
era inadecuado para lograr una expansión importante de las actividades secundarias. La élite económica
de muchas de estas repúblicas seguía teniendo poder político y no toleraba una política abiertamente hostil
al sector exportador primario, que seguía siendo su base tradicional. El compromiso por este modelo fue
reforzado por tres países (Bolivia, Paraguay y Perú), donde la élite si perdió poder político después de la
guerra, y donde se adoptaron fugazmente políticas dirigidas hacia adentro, con resultados desastrosos.

Tras el fracaso, mientras los tres países retornaban a la ortodoxia, los LA14 formaron un bloque, cuyas
exportaciones muestran un comportamiento en marcado contraste con el resto de Latinoamérica. A medida
que los LA6 miraban hacia adentro, su parte del mercado mundial se reducía del 8,9% en 1946 a 3,5% en
1960. Los LA14 sólo experimentaban una modesta reducción, que podría atribuirse casi por entero a su
especialización en productos primarios, en una época en que el comercio de los mismos iba creciendo con
menor rapidez que el mercado mundial. Para la década de los 60’, los LA14 sumaban la misma
participación en el comercio mundial que los LA6.

65
En la mayoría de los casos la política que miraba hacia afuera fue acompañada por una diversificación de
las exportaciones, lo que significó la promoción de nuevos productos primarios o el intenso desarrollo de
exportaciones menores. El desarrollo guiado por exportaciones en la posguerra no careció de ventajas, y
ayudó a las repúblicas más pequeñas a evitar algunos de los excesos de los países que miraban hacia adentro.
Con las exportaciones y los modestos influjos de capital, los tipos de cambio se mantenían estables. La
devaluación fue rara en el grupo de los LA14. Dado que los países que miraban hacia afuera estaban
relativamente abiertos, la estabilidad del TC implicó estabilidad de precios.

En estos países, el exceso de circulante se reflejó en dificultades de la balanza de pagos por el aumento
relativo de las importaciones respecto a las exportaciones, y no en alzas de precios internos. Resultaron
inevitables los programas de estabilización, en general bajo los auspicios del FMI. El éxito de estos
programas fue más sencillo en los países que miraban hacia afuera, ya que:

 El carácter relativamente abierto de las economías hizo que los bienes de consumo aún
representaran una proporción considerable del total de importaciones.
 Las medidas del FMI para mejorar la balanza de pagos cayeron en terreno más fértil, porque los
LA14 ya estaban comprometidos con alguna forma de crecimiento por exportaciones.

Asimismo, el escenario presenció un aumento de firmas extranjeras. En toda la región, salvo Bolivia, las
compañías del exterior dominaban las exportaciones de minerales y estaban firmemente establecidas en
muchas ramas dinámicas en términos de comercio exterior. Los intereses nacionales solían dominar en las
ramas de actividad con menores tasas de rendimiento, lo que limitaba las oportunidades de acumulación de
capital dentro y fuera del sector exportador.

Sin abandonar el sector exportador, los LA14 vieron como se podría injertar la promoción industrial en
el modelo exportador. La ISI finalmente llegó a ser importante en las repúblicas más pequeñas, aún si
estas se resistieron a la adopción del modelo hacia adentro. Sin embargo, la nueva industria fue todavía más
intensiva en importaciones que las naciones grandes, por lo que los ahorros netos de divisas fueron
modestos.

La integración regional

A finales de los 50’, todas las repúblicas latinoamericanas habían entrado en la primera etapa de
industrialización, y algunas ya hasta se habían vuelto semindustrializadas. Sin embargo, la industria en
general fue ineficiente y de alto costo, pese a la abundancia de mano de obra barata no calificada. Las
series de producción eran pequeñas, el tamaño de plantas subóptimo, y los costos unitarios eran altos a
niveles internacionales. La obtención de divisas siguió dependiendo de un puñado de productos
primarios. Los países más grandes habían ampliado la producción industrial más allá de los bienes de
consumo no duraderos, estableciendo fábricas de bienes de consumo duraderos e intermedios (incluso
básicos). Sin embargo, aún en los países grandes la industria fue intensiva en importaciones, por lo que
el rápido desarrollo económico se asoció con frecuencia con dificultades de la balanza de pagos.

Según la CEPAL, cuya influencia era considerable en toda Latinoamérica, la solución era la integración
regional: la abolición de las barreras nacionales arancelarias y no arancelarias en toda la región sería
el instrumento para ampliar el mercado interno y permitir la explotación de economías de escala, así como
la reducción de los costos unitarios, mientras mantenía una protección contra las importaciones de terceros
países.

Esta visión no habría bastado, por sí sola, para impulsar a América Latina hacia la integración durante los
60’, si no hubiese encontrado apoyo exterior. En realidad, la ISI había creado grupos influyentes, algunos
de cuyos miembros tenían algo que perder con un comercio más libre en la región, y el nacionalismo aún
era una poderosa fuerza política. Empero, una versión limitada de la integración regional encontró el apoyo
de ciertos países, cómo los del Cono Sur (Argentina, Chile, Uruguay, Brasil), y las repúblicas
centroamericanas.

El compromiso, por visionario que fuera, no pudo ocultar el enorme problema al que se enfrentaba la
integración en el contexto regional. Nadie tomó muy en serio las referencias a un mercado común, que
implicaría libre desplazamiento de mano de obra y capital, pero había que escoger entre una unión
aduanera con arancel externo común, y una zona de libre comercio con libertad a cada país para imponer

66
sus propios gravámenes a terceros. Además, los aranceles previos, aunque altos en todos los países de la
zona, variaban considerablemente uno a otro. Por lo que abolirlos en el comercio intrarregional seguiría
implicando diferentes ajustes nacionales.

Otros problemas eran, por un lado, la escala de las barreras no arancelarias al comercio intrarregional,
ya que el transporte de bienes entre los países latinoamericanos seguía plagado de inconvenientes; y por
otro, las ventajas que se esperaban de la integración en materia de bienestar social. Aún si se pudiera
suponer que el bienestar neto mejoraría, la distribución de beneficios netos entre los países miembros sería
nueva causa de preocupación. El provecho de la integración regional en el modelo latinoamericano
tendía a aumentar para países que lograran reemplazar las importaciones extrarregionales por
producción nacional y exportaciones intrarregionales.

Los tecnócratas de la CEPAL y diversos políticos eran conscientes de muchos de estos problemas cuando
plantearon la integración en los 60’, aunque las soluciones propuestas distaron de ser adecuadas. El primer
plan que se adoptó formalmente fue la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), con el
objetivo de suprimir todos los aranceles al comercio intrarregional para 1971. En los primeros años fue
un éxito y se negociaron concesiones tarifarias. Sin embargo, comenzó a complicarse llegar a acuerdos
para terminar por paralizarse a finales de la década de 1960. El ALALC nunca alcanzó su objetivo.

En 1969 los países andinos firmaron el Pacto Andino cuyos objetivos eran más ambiciosos. Se quería crear
una unión aduanera, con una tarifa externa común (TEC) y una legislación que asegurara que los
beneficios de la integración fuesen para los factores internos de la producción, y no para las empresas
multinacionales. Al igual que este Pacto, a fines de los sesenta se crea el Mercado Común
Centroamericano (MCCA), también con el objetivo de una unión aduanera y una TEC. Sin embargo, en
contraste con sus predecesores, no tuvo que enfrentarse a grupos de presión establecidos en las
manufacturas, que se mostraran hostiles a las concesiones intrarregionales. Con la parcial excepción del
MCCA, los esfuerzos latinoamericanos por crear un marco institucional que promoviera la
integración no tuvieron mucho éxito. El comercio intrarregional como participación del total en este
organismo llegó a su cúspide en 1970, y luego se redujo constantemente.

Crecimiento, distribución del ingreso y situación social

Antes de la Segunda Guerra Mundial escaseaba la información estadística sobre las repúblicas
latinoamericanas. En los 50’ la situación mejoró. Todos los países generaban estadísticas y la participación
de organismos internacionales garantizó una posibilidad razonable de comparación entre países. La medida
de desarrollo más utilizada es el PBI a precios constantes. La tasa de crecimiento de la región había
aumentado entre 1940-1970 y durante los 60’ tenía un promedio del 5,4% anual. Sólo en Uruguay,
Venezuela y República Dominicana la tasa cayó las tres décadas, pero en los dos últimos casos seguía
manteniéndose alta en los sesenta.

Sin embargo, el crecimiento demográfico fue acelerándose durante casi todo el periodo, ante una explosión
demográfica. Analizando entonces el PBI per cápita, la posición sigue siendo satisfactoria en términos
generales. El nivel de esta variable se calcula sobre los precios de un año determinado. Las distorsiones
relacionadas con la ISI imprimen un sesgo ascendente al componente manufacturero del PBI, ya que el
valor del producto neto supera con mucho a su valor en precios mundiales. No obstante, el uso de tipos de
cambio oficiales para convertir las monedas nacionales en dólares da a las cifras un sesgo descendente
porque en general el poder adquisitivo de los TC fue más bajo. La recopilación de información se amplió
para incluir los indicadores sociales, muchos de los cuales también narraron una historia alentadora. La
esperanza de vida en la región iba en ascenso, y la mortalidad disminuyendo. La inscripción a las
escuelas aumentaba con rapidez, y el analfabetismo iba en retroceso.

La rápida urbanización de América Latina fue un reflejo del crecimiento demográfico, la migración rural-
urbana, y de la insistencia de muchos países en actividades vinculadas a las ciudades. No era sorprendente
encontrar grandes problemas en el funcionamiento del mercado laboral, ya que el crecimiento de la
población implicaba un aumento de la oferta de mano de obra. Pese a estas dificultades, no hay pruebas
contundentes de desempleo creciente en la región. Unos pocos estudios indican la posibilidad de
subempleo, lo cual constituye un recordatorio de que crecimiento y desarrollo no son lo mismo.

67
Fue notoria la desigual distribución del ingreso, reflejado en altos coeficientes de Gini, sobre todo en los
activos como tierras, capital financiero y físico, y capital humano. La tradicional división de las propiedades
agrícolas en minifundios y latifundios produjo una fuerte concentración de tierras en muy pocas manos.
La riqueza urbana también estaba muy mal distribuida: con acciones que rara vez se negociaban en los
mercados financieros, la propiedad de las nuevas actividades estaba notablemente concentrada en un
número bastante pequeño de familias que coincidían en los consejos de administración. El perfil salarial
también sugería una brecha de los sueldos entre los niveles más altos y los más bajos, muy superior a la
de los países desarrollados, en gran parte reflejo de la desigual distribución del capital humano (y
educación) que dejó con poca o nula instrucción a una alta proporción de la fuerza laboral.

Una consecuencia de la desigual distribución fue un proceso de desarrollo que concentró los beneficios
del crecimiento en los deciles superiores. No fue tanto que los pobres estuviesen volviéndose más pobres,
sino que, aunque hubo una modesta alza en los niveles de vida en los deciles inferiores, el rápido
incremento demográfico aumentó el número absoluto de quienes vivían en la pobreza, así como la
miseria. De este modo, el relativo descenso de la pobreza seguía siendo congruente con la clasificación de
una gran proporción como pobre. La pobreza y el subempleo urbano reflejaron el rápido crecimiento de
la fuerza laboral vs la creación relativamente lenta de empleos en el sector formal. El resultado fue una
verdadera explosión del sector informal, con productividad y salarios bajos.

Esta desigualdad constituyó un desafío para los gobiernos, que se mostraron en general sensibles a las
necesidades de los ciudadanos, y una amenaza para quienes gobernaban en nombre de una pequeña elite.
Al mismo tiempo, en toda América Latina se ejercía presión sobre estos para que emprendiesen una
reforma social, por razones tanto económicas como políticas. La presión política en favor de la reforma
llevó incluso a la Revolución Cubana.

Se buscó abordar la cuestión por medio de la política fiscal. En toda la región el sistema fiscal descansaba
pesadamente en impuestos indirectos (regresivos), por lo que podía esperarse que un paso hacia los
impuestos directos (en particular, progresivos sobre la renta) mejorara la distribución ex post impuestos.
Con la excepción parcial de Colombia y Costa Rica, los resultados fueron decepcionantes. Se
introdujeron nuevos impuestos sobre la renta, pero cundió la evasión y sólo una pequeña proporción de la
población adulta llegó a pagar siquiera una parte de los gravámenes. Del lado de los gastos, el decil inferior
se benefició con las escuelas primarias y clínicas, pero los deciles intermedios y superiores fueron los
principales beneficiados.

El gasto en educación se consideró un medio importante de mejorar a largo plazo la distribución y todos
los países experimentaron un alza en la proporción de la población escolarizada. No obstante, la tasa privada
de retorno de la inversión en educación secundaria y terciaria solía ser mayor que la de la primaria, y los
mayores porcentajes de aumento de la matrícula se encontraron en estos sectores.

Por esta época surge la idea de la reforma agraria y de las expropiaciones. El argumento que respaldaba
a la primera se debía a la relación inversa entre el tamaño de los campos y su rendimiento por hectárea.
Estudios demostraron que las propiedades pequeñas, que utilizaban más mano de obra por unidad de tierra,
tenían mejor rendimiento que las grandes (“ley de rendimientos inversos”). La expropiación, con o sin
indemnización, representó una alternativa más radical. Aunque las nacionalizaciones no hayan sido raras
en Latinoamérica, han afectado sobre todo a compañías extranjeras. Puede haber sido eficaz, pero iba
asociada más a trastornos políticos que políticas económicas, y era demasiado radical para la mayoría de
los gobiernos.

La inflación también empeoró los problemas para las repúblicas que miraban hacia adentro. Las modestas
ganancias de periodos de auge fueron anuladas por los programas de estabilización para combatirla. Solía
creerse que el éxito de una devaluación dependía de una caída de los salarios reales, con consecuencias
severas para los trabajadores de bajos ingresos, incapaces de defenderse por medio de sindicatos poderosos.

68
U11: Las políticas económicas desde fines del siglo XX y el XXI
“La Historia Económica de América Latina desde la Independencia” – Thomas V. Bulmer

A comienzos de los 60’ se creía que la integración regional restauraría el dinamismo del modelo de
desarrollo hacia adentro para las repúblicas más grandes, proporcionando una plataforma de
industrialización para las más pequeñas. Sin embargo, no generó los beneficios esperados, principalmente
por los problemas de balanza de pagos, y el prestigio de la CEPAL iba en descenso. La elite política
latinoamericana buscaba otras ideas sobre comercio y desarrollo.

A comienzos de los 70’, la economía y política internacionales habían experimentado ciertos cambios que
obligaron a la región a ver con nuevos ojos las barreras a la exportación, entre ellos:

1) El alza en los salarios reales de los países desarrollados, y la enorme diferencia entre estos y
los salarios de los países en vías de desarrollo, que terminó por animar a las multinacionales a
establecer una nueva división internacional del trabajo más intensiva de mano de obra, y a
radicarse en los países en desarrollo.
2) El éxito asiático del modelo de crecimiento guiado por exportaciones (en el sureste de Asia).
3) La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), y otras
organizaciones internacionales, que buscaron privilegios para los países menos desarrollados.
4) El desplome del sistema de Bretton Woods en 1971, poniendo fin al sistema de cambios fijos. Se
relajó la política monetaria y aumentó la liquidez mundial. Empeoró el pesimismo acerca de las
exportaciones, ante el alza de los precios de los artículos de primera necesidad y del petróleo.

Todos estos cambios provocaron la sustitución de las exportaciones, promoción de las exportaciones, y
desarrollo de la exportación de productos primarios. En definitiva, se aplicó el modelo ISI, aunque con
algunas variantes.

 Promoción de Exportaciones (PE): se basó en el reconocimiento de que el mercado interno


no era lo bastante grande para mantener empresas de dimensiones óptimas y el compromiso de
proteger las manufacturas contra la competencia exterior. Intentó injertar en la ISI incentivos
para exportar manufacturas (Argentina, México, Colombia, Haití, República Dominicana, y
Brasil que fue el que mejores resultados mostró).
Si bien crecieron las industrias internas, aumentó el valor agregado por unidad de producción
en el mercado nacional, a la vez que los TC sobrevaluados y los gravámenes a los insumos
importados perjudicaban a los exportadores. Esto desincentivaba la exportación. La estrategia
requería una política fiscal y crediticia que ofreciera incentivos adicionales a los exportadores:
reducciones arancelarias, exenciones fiscales, facilidades de crédito, y subsidios.
El uso de subsidios iba en contra del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), por
lo que la mayoría de los países no ingresó al mismo hasta los 80’ (Argentina en 1967); aunque no
pudieron protegerse de la represalia de las medidas antidumping de las naciones importadoras
(salvo Brasil).
En todos los países se adoptó una reforma aduanera, con el objetivo de rebajar los gravámenes
de los insumos importados para producir, y posteriormente, exportar.

En un nivel superficial, la estrategia de PE tuvo éxito. La proporción de artículos manufacturados en el


total de exportaciones aumentó en forma notable en todos los países. Redujo la inestabilidad de las
ganancias por exportación, y redujo la concentración geográfica de las exportaciones. Tuvo menor éxito
en su intento de abrir las economías y restaurar al sector exportador: la proporción de exportaciones/PBI
casi no aumentó, y el patrón de la demanda estaba marcadamente influido por la distribución del ingreso,
concentrando en los deciles superiores y dando preferencia a los bienes de consumo duradero, intensivos
en capital.

 Sustitución de Exportaciones (SE): se basaba en la idea de que el desarrollo económico de la


región había sido distorsionado por la ISI, la intervención estatal y el corporativismo. La
solución estaría entonces en un giro hacia el centro, más orientado al mercado y menos protegido,
que eliminaría la tendencia antiexportadora. Se esperaba lograr un aumento de la proporción
de las expo e impo respecto al PBI, y también producir una ISI negativa, es decir, el reemplazo
de la producción local de alto costo por importaciones menos costosas.

69
Este modelo fue adoptado en los 70’ por Chile, Perú, Uruguay y Argentina. El paso hacia la
economía de libre mercado fue de la mano con la represión política, lo que hizo difícil distinguir
el efecto sobre el desempeño de la política económica y de la política autoritaria. La adopción de
la SE en estos países fue un reflejo de la frustración por el fracaso de las otras políticas, que
habían generado inflación, crisis de balanza de pagos y recesión.
La piedra angular de la estrategia fue la liberalización del comercio, con una maxidevaluación
al inicio para lograr una revaluación del TC efectivo real, y luego la moneda se fue ajustando
para compensar la diferencia entre inflaciones interna y mundial. La represión fue tan severa que
al principio los salarios reales cayeron con rapidez. Se emplearon también reducciones
arancelarias. El resultado fue un crecimiento veloz de las exportaciones, y en menor medida
de las importaciones.
Proliferó la visión monetarista en la lucha contra la inflación, atacando el déficit fiscal con
recortes del gasto, en un esfuerzo por reducir la cantidad de activo circulante. Se fortaleció el
mercado interno de capitales, se liberaron las tasas de interés, y se simplificaron las regulaciones
bancarias. El descenso del déficit redujo la necesidad de que el gobierno dependiera del Banco
Central, pero la liberalización financiera aumentó los depósitos y el ahorro, creciendo nuevamente
el activo circulante. Las autoridades consideraron una nueva liberalización de la balanza de
pagos, y se cambió la política cambiaria para favorecer las exportaciones, por una destinada a
combatir la inflación.

Resultó desastroso: las importaciones se multiplicaron y las exportaciones padecieron por el TC


sobrevaluado continuamente. Se aceleró el déficit de balanza de pagos, que fue financiado con préstamos
externos. Las tasas de interés siguieron altas pese a las entradas de capital, generando una crisis financiera.
En 1981-82 aplicaron medidas drásticas para proteger la balanza de pagos, con lo que las tasas de inflación
comenzaron a acelerarse, al tiempo que caían la producción, el PBI real y el ingreso real per cápita.

 Desarrollo de Exportaciones Primarias (DEP): las 11 repúblicas restantes (Bolivia, Ecuador,


Paraguay, Panamá, Venezuela, Cuba y los centroamericanos) no se sintieron atraídos por la
estrategia de SE ni PE, debido a que su base industrial era demasiado frágil para soportarlas. Se
encontró un modelo alternativo guiado por exportaciones, gracias al auge de los precios de los
productos primarios en los 70’, dando poco margen a las exportaciones manufacturadas.
Proliferó el contrabando de pasta de coca y los narcodólares, que contribuyen a explicar los TC
estables y alta inflación interna en países como Bolivia.
La abundancia de divisas sostuvo los TC que habían dependido del dólar ya antes de que se
desplomara Bretton Woods. Los acuerdos con el FMI fueron escasos y atarse al dólar conllevaba
un TC efectivo estable, al ser EEUU el principal socio comercial de estos países. Consideraron
que lo importante era conseguir renta económica asociada con los recursos naturales no
renovables, con el objetivo de canalizar financiamiento hacia el sector no exportador.

El DEP no tuvo el éxito esperado. Sólo Ecuador y Venezuela aumentaron su participación en las
exportaciones mundiales. Seguía siendo alta la vulnerabilidad a shocks externos y la economía interna
seguía siendo débil para compensarlo. Las importaciones aumentaron con tal rapidez que cayeron en el
déficit de balanza de pagos durante casi todo el periodo de los precios altos de la energía. Los gastos en
el sector público crecieron con gran rapidez para eliminar el excedente. Los países pidieron prestadas
enormes sumas en el mercado internacional de capitales, cuya gran mayoría se despilfarró e incluso llevó
a la fuga de capitales.

El Estado, la empresa pública y la acumulación de capitales

La fuerza impulsora del desarrollo económico latinoamericano en los 100 años previos al 1930 había sido
el sector privado. Esto cambió con el giro a la ISI, que acentuó fuertemente el rol del Estado, con un gran
número de inversiones públicas. En términos generales, la relación entre el sector público y el privado fue
armoniosa, cooperando entre sí. Inevitablemente hubo momentos de fricciones entre los sectores, que
socavaron la estabilidad política y económica. La intervención estatal fue vista en general con malos ojos.
Aun así, el descontento fue limitado, hasta llegados los 80’. Ni siquiera los países de la SE, con su
insistencia en las fuerzas del mercado, la empresa privada y la inversión extranjera, estaban dispuestos a
hacer retroceder en medida importante los límites del Estado.

70
Los privados no habían podido evitar la introducción de impuestos sobre la renga en el siglo XX, y la
estructura de la carga impositiva era progresiva solo en el papel, con abundantes exenciones, proliferando
la evasión. Durante la posguerra, mientras los países desarrollados se preocuparon por el desfase fiscal, los
latinoamericanos intentaron resolver el efecto Oliveira-Tanzi: la inflación socavaba el valor real de los
ingresos fiscales. Los ingresos podían complementarse con préstamos, pero la debilidad de los mercados
internos de capital y el limitado acceso al crédito externo fijaron restricciones al déficit que podían
permitirse sin riesgo inflacionario.

Hubo también una ausencia de oportunidades lucrativas para los privados por la inversión pública,
derivando en la creación de nuevas empresas de propiedad del Estado. Los servicios públicos fueron
expropiados y la industria minera extranjera resultó atractiva para los gobiernos nacionalistas. El petróleo
también fue objetivo de las firmas estatales. Las industrias de bienes de consumo eran dominadas por
privados, pero no ocurría lo mismo con los sectores intermedios, cómo la siderúrgica y la petroquímica,
donde proliferaron empresas estatales.

El financiamiento a largo plazo también fue bien visto. Con la represión financiera y las altas tasas de
inflación, las financieras privadas preferían los préstamos a corto plazo a clientes directos, antes que
proyectos de riesgo a largo plazo. Las firmas estatales desempeñaron un papel importante en la
acumulación de capital, al principio limitado por la escasez de financiamiento. Sin embargo, la limitación
se relajó durante los 70’, ya que los préstamos al sector público eran aún más atractivos para los bancos
extranjeros que los privados, debido a la garantía pública de pago. No obstante, el ritmo de ascenso de
formación de capitales fijos no fue sostenible, y terminó desplomándose en los 80’.

El crecimiento basado en la deuda

En los 40’ la inversión extranjera en la región aumentó, pero resultó en decepción. El capital a menudo se
obtenía en el país, y no había garantía alguna de que el vendedor reinvirtiera sus ganancias allí mismo.
Latinoamérica requería de préstamos externos para complementar el ahorro interno y financiar la
acumulación de capital. Las fuentes multilaterales más importantes fueron el FMI, el Banco Mundial y el
BID. El interés de estos por prestarle a la región surgió de:

 La formación del mercado de eurodólares, que requirió encontrar nuevos prestatarios.


 La difusión de sucursales y oficinas de representación de los bancos internacionales.
 La adopción de tasas de interés flexibles y primas elevadas.

La primera crisis del petróleo estimuló aún más los préstamos, a raíz de los petrodólares. La segunda crisis
volvió a impulsarlos. Para los importadores de petróleo, contar con préstamos sin condiciones fue un
medio de financiar el déficit de balanza de pagos o de presupuesto. Para los exportadores, el alto precio
ofreció una oportunidad de aumentar la producción o diversificar la economía. El entusiasmo por
prestar a Latinoamérica fue desigual, mostrando una abrumadora preferencia por los países grandes,
desinteresándose por las repúblicas más pequeñas (salvo Costa Rica, Panamá y Uruguay).

El crecimiento de la deuda en la región fue sostenible hasta la segunda crisis (1978-79), porque la tasa
nominal de interés de los préstamos estaba por debajo de la tasa de crecimiento nominal de las
exportaciones. Las ganancias por exportación aumentaron rápidamente, por lo que pudieron pedir prestados
los recursos necesarios para pagar los intereses sin riesgos mayores.

Luego de la segunda crisis, los países desarrollados cayeron en recesión, arrastrando la baja de precios
de los bienes y provocando un deterioro en la tasa de intercambio de los países importadores de petróleo
latinoamericano. El crecimiento basado en la deuda se hizo insostenible, derivando en el déficit de cuenta
corriente, aumento de importaciones, y la fuga de capitales.

“Estudio Económico de América Latina y el Caribe” – CEPAL

Los años ochenta: crisis de endeudamiento

La década de los 80’ estuvo marcada por la eclosión de la crisis de la deuda externa, iniciada en México
en 1982. Varios países de la región habían incurrido en un acelerado proceso de endeudamiento externo

71
público y privado con la banca internacional. En Latinoamérica se tradujo en la imposibilidad de continuar
sirviendo su deuda cuando, en un contexto de recesión internacional que aumentó la tasa de interés en
EEUU, se deterioraron los términos de intercambio en la región.

Esto culminó en masivas devaluaciones, con un impacto inflacionario, reducciones del ingreso real, y
transferencias de alrededor del 6% del PBI hacia el exterior. Desde el punto de vista financiero, redundó
en problemas para el acceso al financiamiento privado externo incluso para países que no enfrentaron
dificultades de capacidad de pago.

Los noventa: crecimiento inestable con shocks financieros externos y desequilibrios internos

Con la implementación del Plan Brady a partir de 1989, se comenzó a reanudar el financiamiento externo
para la región, que contribuyó a la reactivación económica y marcó el inicio de un nuevo ciclo financiero
expansivo entre 1990-97, hasta el surgimiento de la crisis asiática. Mejoraron los términos de
intercambio, a la vez que crecieron los flujos de inversión, producto de la inversión extranjera directa
(IED), las privatizaciones de empresas estatales, la titularización de la deuda externa, y el inicio de un
nuevo ciclo de inversiones en sectores exportadores de productos básicos.

No obstante, desde la segunda mitad de los 90’ hasta el año 2002, el crecimiento de la región estuvo
marcado por fuertes turbulencias internas y externas. Varias de las crisis financieras de esta década
surgieron a raíz del ingreso de capitales combinado con sistemas financieros insuficientemente
regulados y abiertos. Además de la crisis asiática en 1997, también sucedieron la crisis del tequila en
1995, la crisis de la Federación de Rusia y la de Turquía en 1998. Más tarde, en el 2001, a la cesación
de pagos de Ecuador le siguió Argentina, cuyas raíces fueron similares a las crisis anteriores.

Desde el 2000 hasta el presente: la variabilidad externa como determinante del crecimiento

A partir de 2003 la mejora en los términos de intercambio inauguró una nueva etapa, de mayor crecimiento
y relativa estabilidad. El grupo de países que más creció entre 2003 y 2012, sobre todo con el auge de los
precios de bienes primarios hasta 2008, fueron los países exportadores de hidrocarburos, y de minerales
y metales. Les siguieron los países exportadores de productos agrícolas y agroindustriales. Argentina,
Brasil y México, clasificados como economías grandes y diversificadas, exhibieron un desempeño
heterogéneo que puede explicarse en gran medida por su estructura exportadora. En el caso del Caribe, su
crecimiento estuvo determinado por la demanda de servicios proveniente de los países desarrollados. En
definitiva, la región estuvo condicionada por la influencia externa.

La acumulación de capital y su financiamiento han sido insuficientes y variables

Los ajustes macroeconómicos requeridos para enfrentar la crisis de la deuda se tradujeron en una
importante reducción de la inversión, que como porcentaje del PBI disminuyó en forma sostenida
durante la primera mitad de los 80’ y se mantuvo baja desde las turbulencias de los 90’ hasta el año
2007. Desde este último año hasta 2012, la inversión se mantuvo en alza. Se observan cuatro hechos
estilizados:

1) En 8 de los 19 países (Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, El Salvador, Guatemala, Paraguay y


Uruguay) el total de la inversión pública y privada como porcentaje del PBI se mantuvo en forma
prolongada en niveles inferiores al 20%.
2) En 15 de los 19 países la inversión pública como porcentaje del PBI disminuyó en el periodo 1990-
98 en comparación con la década del 80’. A partir de 2003 se aprecia una recuperación en 8 de los
19 países.
3) La inversión privada aumentó en la década de los 90’, en 14 de los 19 países.
4) Durante los años 2003-2010 se verificó un alza adicional de los coeficientes de inversión total,
aunque de manera heterogénea.

A partir de la segunda mitad del 2003 se observó en muchos países un aumento significativo del ingreso
nacional bruto disponible, lo que incidió en el alza del ahorro nacional, público y privado. La contrapartida
de un menor uso del ahorro externo fue la reducción del endeudamiento como porcentaje del PBI, la
acumulación de reservas internacionales netas, y los ahorros públicos acumulados en fondos soberanos.
De esta forma, el rasgo que más distingue al periodo 2003-2010 de la década anterior es la capacidad de
financiar con ahorros nacionales la inversión regional, lo que implicó mayor sostenibilidad y menor

72
vulnerabilidad en el crecimiento. Además, se adoptaron progresivamente marcos institucionales y políticas
fiscales con un mayor énfasis en el equilibrio de las finanzas públicas, con horizontes de mediano y
largo plazo.

En el curso de las tres décadas analizadas, la inflación siguió generalmente un curso descendente,
especialmente a partir de los 2000. Sin embargo, entre 1980-99 muchos países (como Argentina, Brasil,
Perú) exhibieron ritmos inflacionarios extremadamente elevados, desencadenando hiperinflaciones. Otros
países se mantuvieron en niveles apenas superiores al 30% anual. En ambos casos se debió a los ajustes
cambiarios requeridos para corregir los desequilibrios previos.

DESARROLLO CAPITALISTA EN AFRICA Y ASIA


U12: La experiencia de algunas regiones y países
La colonización de África

1800-1880: África antes de la colonización europea

Egipto, Marruecos, el Imperio Otomano (su rama libia), el Sultanato de Zanzíbar (en la costa Este) y
el Estado afrikáner al norte de la Colonia del Cabo. Estos cinco países, a mediados del 1820, eran los
únicos que no estaban bajo el control europeo. Lo que los caracterizaba no era sólo su condición de
africanos (no eran colonias) sino también su adelanto tecnológico. Tenían ejércitos con armas de fuego
modernas y comerciaban con las potencias europeas.

En África predominaban los Estados de origen tribal, pequeños territorios gobernados por monarquías
familiares históricas. La mayoría fue desapareciendo a medida que avanzaba el siglo XIX y llegaban los
colonos europeos. La llegada de estos al África subsahariana provocó una desarticulación de los antiguos
patrones comerciales y culturales.

Los colonizadores explotaron el comercio marítimo, que los reinos africanos no habían desarrollado (los
portugueses fueron los pioneros). La presencia de comerciantes musulmanes dio lugar a nuevos Estados,
como el Sultanato de Utetera o el Reino de los Lozi, que desarrollaron el comercio de marfil y las
plantaciones de caucho. Aparecieron imperios comerciales, que basaban toda su economía en la
exportación de materias primas, pero que, pese a su poder, no pudieron hacer nada contra la invasión
europea.

El descubrimiento de la riqueza mineral del sur del continente en la década de 1870 detonó la lucha
europea por esos territorios. Esa rápida carrera llevó a siete de los países europeos a controlar todo un
continente en menos de treinta años. Para el año 1900, toda África estaba bajo control occidental.

1880-1950: un continente invadido por inmigrantes

La superioridad militar fue la responsable de que los europeos colonizaran en poco tiempo un continente
tan grande como África, y factor determinante de que el control se alargara hasta la mitad del siglo XX. La
superioridad tecnológica era sólo un pretexto para llevar a la practica la superioridad moral que los europeos
creían tener sobre los africanos. Además de derramar sangre, los europeos implantaron las costumbres
occidentales, terminando con las tradiciones locales milenarias. Abolieron las monedas existentes,
introdujeron impuestos, y cambiaron los modelos de comercio. Sólo un Estado logró hacer frente a los
europeos: Etiopía, que aplastó a un ejército italiano en la batalla de Adua (1896). Liberia, un estado de
esclavos libres, también logró sobrevivir, a pesar de una importante pérdida territorial frente a Gran Bretaña
y Francia.

La descolonización durante el siglo XX

Después de la Primera Guerra Mundial, los movimientos independentistas africanos tomaron relevancia,
pero fue recién tras la Segunda Guerra cuando las fuerzas aliadas, para quitarse la carga económica
de mantener grandes imperios, prometieron la independencia de sus colonias en África. En la mayoría

73
de las colonias británicas y francesas la transición a la independencia fue pacífica, pero otros países
requirieron del uso de armas para conseguir librarse.

Tras los procesos independentistas, el continente estaba en una situación de inestabilidad política, pobreza
económica y dependencia de las potencias debido a la deuda pública. Numerosas guerras civiles y
conflictos nacionalistas ensombrecieron el periodo de independencia. La introducción de nuevas
ideologías (marxismo y neoliberalismo), las diferencias raciales, los nacionalismos y las fronteras
artificiales fueron (y son) algunos de los causantes de la inestabilidad y los problemas en África.

1990-2015: la inversión como forma de colonización

China ha sido el principal socio comercial de África en los últimos años, lo cual puede nivelarlo como
un colonizador al nivel de los europeos en el siglo XIX. El proceso de colonización está implícito en la
llegada de enormes cantidades de dinero extranjero, la extracción de recursos petrolíferos y gasísticos
por parte de firmas extranjeras, y la presencia militar de países no africanos. China tiene un interés
económico especial; no así Francia, que se excusa en la “obligación moral” de proteger la Francáfrica, y
Reino Unido, con un estilo menos discreto.

Hoy más de 2500 empresas chinas hacen negocios en el continente, especialmente en los sectores de
finanzas, telecomunicaciones, energía, manufacturas y agricultura. Estas firmas también construyeron
ferrocarriles y autopistas, pabellones deportivos y palacios de congresos, sumado a una decena de
proyectos hidroeléctricos y puertos. El interés del gigante asiático radica en los recursos del
continente: cobalto, diamantes, uranio, petróleo, oro, cromo, manganeso.

Francia ha intervenido militarmente el suelo africano en 44 ocasiones. Hasta la década de los 90’ fue
de manera unilateral, pero hoy actúan de manera más precavida, bajo el mandato de algún organismo
internacional. Han establecido bases militares y desplegado tropas en numerosos países. Aunque la labor
del ejército francés es importante para frenar el avance de los yihadistas (terrorismo musulmán), se
duda de la buena voluntad. Un informe de la ONU, por ejemplo, acusó a soldados franceses de violar
niños a cambio de comida. Aunque no toda acción francesa en el continente está sujeta a la condena pública.
En 2015, por ejemplo, se planificó una inversión importante para el desarrollo de infraestructuras
(carreteras, agua, electricidad) con Nigeria.

Las explicaciones de este despliegue se pueden encontrar en tres dimensiones:

 Histórica: Francia tiene un vínculo con muchos países africanos, y por tanto hay sinceras
intenciones de ayudar a sus antiguos hermanos.
 Humanitaria: muchos países necesitan ayuda para crecer y desarrollarse; tras haber saqueado la
región en el siglo XIX, practican una suerte de cooperación por remordimiento.
 Económica: se han enfocado en aquellos países con recursos naturales estratégicos, como Malí,
Argelia y Senegal. Hoy en día, algunos países tienen que pagar tributos por supuestos beneficios
que obtuvieron en la esclavitud y colonización.

El Reino Unido está en África exclusivamente para extraer recursos, principalmente energéticos. Las
firmas privadas tienen vía libre para actuar y empresas como Shell tienen la exclusividad de la explotación
del petróleo y el gas. Las consecuencias de la completa desregulación de las firmas extranjeras, no sólo
británicas sino de todos los países, ha generado un alto grado de influencia en el control político, la
destrucción del medio ambiente, negocios fallidos, y alteración arbitraria de los precios.

Crecimiento sin desarrollo

La estrategia actual de inserción de África en el mundo se basa en la exportación de materias primas


minerales y energéticas. Hoy en día el continente es la región con la tasa de crecimiento más alta del
mundo. Recuperó su importancia geoestratégica, por los importantes recursos que los demás países
necesitan para mantener sus procesos de industrialización.

Sin embargo, este crecimiento ha sido conseguido por un conjunto de factores:

 La fuerte demanda de materias por parte de los países emergentes.

74
 Los recortes drásticos en materia social y de desarrollo humano.
 El fin de las guerras en algunas regiones.
 La lucha contra la corrupción.
 El dinamismo de la economía popular.
 La destrucción medioambiental.

El crecimiento en muchos países africanos no se manifiesta a través de una reducción de las desigualdades,
sino por el aumento de estas, y de las injusticias sociales. Los países con altas tasas de crecimiento o ricos
en recursos naturales generalmente ocupan los últimos lugares en el ranking mundial del Índice de
Desarrollo Humano (IDH). Según los autores neoliberales, la fase de crecimiento es fundamental para
satisfacer después las necesidades esenciales y erradicar la pobreza. Pero en realidad se trata de un
crecimiento frágil, por no conseguir mejorar la calidad de vida, y depender ampliamente del precio de las
materias primas.

La integración a la economía mundial es una condición necesaria, pero no suficiente. El bloqueo del
desarrollo para muchos países africanos se debe no sólo a la especialización en la exportación de
commodities con débil valor agregado, sino también a la débil industrialización, y al proteccionismo de
los países del Norte con las subvenciones de sus productos, que han invadido los mercados locales. Es
un modelo de crecimiento elitista, porque excluye a la población de los beneficios, y no consigue resolver
los problemas estructurales como el desempleo, la marginación social, y la criminalización.

Lo anterior, sumado a la corrupción y a la represión de distintos gobiernos, ha generado que muchas


tierras africanas hayan sido vendidas o alquiladas a extranjeros, con el objetivo de conseguir divisas y
luchar contra el subdesarrollo y la pobreza. El resultado, según denuncian varias ONGs, ha sido la
expropiación y el empobrecimiento de las comunidades locales, a las cuales se les quita el principal medio
de supervivencia.

Japón a partir de 1945


La ocupación aliada de la posguerra

Terminada la Segunda Guerra en el 45’, las fuerzas aliadas llegaron a ser tratadas con respeto e incluso
hasta privilegios por los japoneses, derivando en la ocupación aliada, formando incluso un Consejo Aliado
para el país asiático, con representantes soviéticos, chinos, británicos y estadounidenses. La mayoría del
personal de ocupación era norteamericano, como también D. MacArthur, quien había sido designado
Comandante Supremo de las Potencias Aliadas (CSPA).

En medio de la desolación de las ciudades bombardeadas (Hiroshima, Nagasaki) había escasez de casi todo:
la comida estaba racionada y por debajo de las necesidades mínimas nutricionales para sobrevivir.
MacArthur, pese a su actitud arrogante al poder, respondió con rapidez a la emergencia solicitando
suministros de ayuda con alimentos y medicinas, que salvaron muchas vidas.

Incluso después de la rendición, el gobierno japonés siguió ejerciendo y manejando la administración de


rutina. Aunque la autoridad del CSPA era en última instancia decisiva, las autoridades ocupantes estaban
allí sólo en calidad de supervisoras. En 1946, Japón llevó a cabo sus primeras elecciones de la posguerra,
con las mujeres votando por primera vez, saliendo triunfante Yoshida Shigeru.

La capacidad del CSPA para supervisar se vio obstaculizada por la escasez de hablantes competentes del
idioma japonés y de especialistas familiarizados con la cultura japonesa. No obstante, tenía influencia para
estimular a la Dieta japonesa, el poder legislativo, para que emprendiera reformas radicales. Debido
a que muchos estadounidenses tenían al New Deal de Roosevelt como trasfondo, el impulso inicial de las
reformas hacía hincapié en la sindicalización, la redistribución de tierras agrícolas, la desintegración de
monopolios, y la igualdad de derechos.

Las nuevas leyes y disposiciones no eran suficientes, Japón necesitaba una nueva constitución. Como las
propuestas locales no satisfacían la revisión de las autoridades ocupantes, los estadounidenses redactaron
la nueva constitución, originalmente en inglés. Después de revisiones, entró en vigor en 1947 hasta el
día de hoy. La autoridad del emperador se redujo de manera oficial y pasó a ser simplemente un símbolo

75
del Estado. El poder soberano ahora residía en el pueblo, virando a la democracia, donde todos los
ciudadanos mayores de 20 años podían votar. A pesar de la autoría estadounidense del documento, se
mantuvo un sistema parlamentario al estilo británico. El primer ministro ya no era elegido por el
emperador, sino por la Dieta.

En la práctica, hasta el 2009, el partido dominante fue casi siempre el Partido Liberal Democrático
(PLD). A pesar de la existencia continua de múltiples partidos de oposición, éste fue en efecto el dominante,
con sólo una breve excepción a mediados de los 90’. La explicación radica en que la principal oposición
proviene en general de los socialistas, cuyo atractivo popular en Japón fue limitado. Por el contrario,
el PLD procuró desde siempre paz y prosperidad, con la promesa de beneficios para la mayoría. La
excepción de 1994 se logró a raíz de una coalición tripartita que unió a los conservadores del PLD con los
socialistas, dando al país su primer ministro socialista desde 1948. Para 2009, las críticas contra las
políticas económicas del PLD, inefectivas en apariencia y pérdida de atractivo entre los jóvenes,
influyeron en la derrota electoral contra la oposición.

La constitución japonesa produjo involuntariamente una democracia estable con tintes inusuales,
sumado a los derechos de prestaciones sociales, seguridad, salud pública, niveles de calidad de vida
mínimos, e igualdad de género. Muchos estadounidenses lamentaron la desmilitarización japonesa que
impuso la constitución, ya que pasó de ser enemigo en la Segunda Guerra a convertirse en un importante
aliado contra el comunismo durante la Guerra Fría. Aun así, con el tiempo Japón invirtió fuertes sumas
de dinero en potencial de autodefensa. Además, EEUU asumió gran parte de la responsabilidad de la
defensa militar y fue autorizado a mantener bases en las islas japonesas. La presencia militar
norteamericana continúa a la fecha y sigue vigente la constitución inicial.

La recuperación económica y el “Estado desarrollista”

Como resultado de la guerra, millones de personas vivían en la indigencia. La dificultad de la recuperación


se agravó por la falta de materias primas. Superado esto, desde 1955 a 1973, el crecimiento anual
promedio del PBI de Japón fue mayor al 10%, multiplicándose por veinte. Para el 68’, superó a
Alemania Occidental y se convirtió en la 3ra mayor economía del mundo. A la vez, el sector industrial se
convirtió en uno de los más desarrollados de todo el planeta.

Las corporaciones japonesas se convirtieron en enormes productoras de artículos más grandes y complejos
(cómo Toyota). Probablemente el éxito se debió a la ruina de la guerra, que sirvió como un borrón y cuenta
nueva. La distribución del ingreso tendió a ser la más equitativa del mundo, con población
mayoritariamente de clase media, esperanza de empleo seguro de por vida, y pagos basados en la
experiencia. Se benefició de la constante abundancia de capital para invertir, quizá por los altos índices
de ahorros personales del país.

Las medidas gubernamentales también fueron un factor, convirtiendo al país asiático en un estado
desarrollista, una economía de mercado orientada a la planificación. Al inicio emprendió su camino en
dirección a un mercado capitalista laissez-faire de corte angloestadounidense tras un periodo inicial de
industrialización fomentada por el Estado. Pero el punto muerto económico de los 20’ y la depresión con
el crack del 30’ dieron un impulso al país por encaminarse hacia la racionalización industrial. El
capitalismo guiado por el Estado terminó siendo un híbrido entre la experiencia japonesa previa a la
guerra y las prácticas de la ocupación aliada de la posguerra.

El ingreso per cápita de Japón superó al de EEUU en 1988. Hacia 1991, el país asiático se había convertido
en el principal donante de ayuda extranjera en el mundo, eclipsando a Norteamérica. Se decía que los
japoneses practicaban políticas comerciales de un neomercantilismo proteccionista, ya que
supuestamente no había abierto su propio mercado a los productos extranjeros. La década de los 80’ fue
marcada por guerras comerciales entre el país y sus aliados.

La realidad es que, para esa década, ya habían sido levantadas la mayoría de las restricciones
proteccionistas de la posguerra y, aun así, el mercado japonés permanecía poco dispuesto a la entrada
de productos extranjeros. Los funcionarios plantearon múltiples debates acerca de la necesidad de
internacionalizarse y ajustarse, a la vez que revivía un interés por la identidad nacional. A medida que el
país prosperaba, aspectos de la cultura japonesa supuestamente tradicional habían llegado a ser exaltadas
como razones de su éxito (preferencia por la familia, prioridad de la armonía sobre la competencia,

76
búsqueda del consenso). Muchas empresas instauraron programas de entrenamiento espiritual donde
los empleados moldeaban su carácter.

A finales de la década de 1980, surgieron dificultades: durante algunos años la industria japonesa
compensó el aumento en costo relativo de sus exportaciones con inversiones aceleradas, lo que, sumado al
aumento del valor de cambio del yen, dio lugar a valores de activos inflados y una burbuja económica.
La bolsa japonesa se disparó y los precios inmobiliarios alcanzaron niveles increíbles. En los 90’
inevitablemente estallaron las burbujas. El dilema de Japón es que es capaz de producir más de lo que
puede consumir su mercado interno. Hoy en día, su economía se encuentra estancada. Con baja tasa de
natalidad y la esperanza de vida más larga del mundo, se convirtió en la sociedad que más rápidamente
envejece del planeta.

MODELOS DE DESARROLLO CAPITALISTA


U13: Los modelos capitalistas del siglo XX
El modelo norteamericano
 El objetivo principal era la maximización de la creación de riqueza a los efectos de beneficiar a
los consumidores, sin prestar atención a su distribución (neoclásico).
 Caracterizado por el capitalismo gerencial: grandes corporaciones en las que los propietarios
individuales son reemplazados por empresas oligopólicas.
 La dicotomía anterior dio lugar a una tensión sin resolver: los defensores de los consumidores
piden mayor accionar gubernamental, contra los que sostienen que, salvo cuando hay fallas de
mercado, la mejor defensa para los consumidores es la competencia.
 En las empresas no existe un desarrollado sentido de responsabilidad social y asumen mínimas
obligaciones respecto a sus empleados.
 El rol del Estado está condicionado por la tensión política: conservadores (republicanos) vs
progresistas (demócratas).
 El Congreso y el Ejecutivo son responsables de la política fiscal, pero el control de la política
monetaria lo ejerce la FED (Reserva Federal) con autonomía.
 Existen políticas antitrust y de preservación de la competencia, buscando impedir la concentración
empresarial. Las firmas norteamericanas están mucho más limitadas que sus rivales en la
disposición a compartir información, tecnología y recursos, lo que para muchos constituye una
desventaja en la competencia a nivel mundial.

El modelo japonés
 Economía autosuficiente, mediante la progresiva implementación del neomercantilismo, con
asistencia y protección estatal específica con el objetivo de incrementar la productividad y
controlar la economía de mercado.
 Subordinan el objetivo de eficiencia económica a la equidad y la armonía social.
 Poseen un sistema educativo de alto nivel.
 Poseen un alto nivel de ahorro, que redujo el costo del capital y facilitó la inversión industrial.
 Debilidad gubernamental: la independencia y el poder de la burocracia del gobierno estuvo
acompañada por su fragmentación. El resultado fue la existencia de frecuentes conflictos políticos
y jurisdiccionales, que representó un obstáculo para hacer frente a los problemas económicos y
financieros.
 Su sistema corporativo se caracterizaba por:
=> Un mercado de trabajo dual, con un sector caracterizado por el empleo de por vida, y otro
(mayoritario) integrado por empleados en empresas pequeñas, con poca seguridad y que no se
benefician del sistema.
=> La obtención de capital a partir de bancos estrechamente vinculados a las corporaciones, lo que
asegura un bajo costo de financiación.

77
=> La consideración de que es de su responsabilidad la protección de quienes las apuntalan.
=> En lugar de buscar la maximización de beneficios, quisieron incrementar las ventas y reforzar
su poder en los mercados.

El modelo alemán
 Comparte rasgos con los dos anteriores: intenta equilibrar el accionar del mercado con la
intervención en el terreno social.
 Sus objetivos fueron la exportación, el ahorro interno, y la inversión antes que el consumo.
 El mercado actúa con considerable libertad y el Estado limita su intervención (menos que Japón)
 Constituye la representación más acabada del Estado de Bienestar característico de Europa
Occidental.
 El Bundesbank, si bien no tiene la independencia de la FED, destaca por su influencia sobre la
sociedad, siendo defensor de la moneda y feroz enemigo de la inflación.
 Invirtió sumas considerables en I+D, además de otorgar subsidios y protección a actividades en
crisis. No obstante, desde los 90’ muchos sectores fueron privatizados.
 Su estructura empresarial se compone de poderosas organizaciones de alcance nacional. Empresas
de tamaño medio con enorme capacidad exportadora, sumado a una estrecha integración entre la
industria y el sistema financiero (esto último, similar a Japón).

La dinámica económica de los últimos años, en vistas al siglo XXI


Estados Unidos

Para EEUU, la década de los 90’ fue un periodo de euforia a raíz de dos recesiones: 1991, y 2001 con la
caída de las Torres Gemelas. Con el presidente Clinton (1993-2001), a pesar de su política orientada a
disminuir el gigantesco déficit fiscal heredado de los republicanos, la economía norteamericana creció a
valores constantes, y se redujo la desocupación.

En contrapartida, el crecimiento no se manifestaba en los salarios reales, que prolongaron su tendencia


a la baja iniciada en los 80’. Además, la burbuja especulativa acompañó y superó buena marcha de la
economía, resultando una bomba de tiempo que explotó en 2001.

Con la gestión de Bush, volvieron las políticas de corte ultraliberales, con recortes en los planes de ayuda
social, privatización del sistema de pensiones y reducción de impuestos. Con el 11 de septiembre, viró
el timón hacia un keynesianismo de guerra, aumentando el gasto militar y, en consecuencia, el déficit.

Además, hubo un incremento del consumo de las familias a raíz de la baja en la presión fiscal. Incluso
la balanza comercial se recuperó. A pesar de esto, las desigualdades sociales se profundizaban, por el
deterioro de los salarios y la precarización laboral.

Unión Europea

A principios de 2002 ya se introducía el euro como moneda única y pasaban a ser 25 (en 2004) los países
miembros. Aún así, los resultados económicos no han sido brillantes. En algunos países importantes se
rechazó la constitución por parte de la ciudadanía (como Francia y Holanda). Se sumó el recelo por la
incorporación de países cuya inserción va a demandar la transferencia de enormes cantidades de recursos
para equiparar sus estructuras con los desarrollados.

 Si bien genera el 22% del PBI mundial y concentra el 40% del comercio, ese empuje viene
acompañado por un crecimiento económico que no ha superado el promedio global.
 Han sido muy inestables macroeconómicamente.
 Los países desarrollados bajaron su nivel de desempeño, aunque hay excepciones (España,
Grecia, Portugal).
 Hubo un atraso a la hora de implementar las TICs y el gasto en I+D fue insuficiente.
 El crecimiento de la productividad del trabajo fue bajo.
 Las exportaciones perdieron competitividad.

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De cualquier manera, la vigencia del modelo social europeo y el elevado consumo interno, lo vuelven un
espacio preferente de la inmigración. Los inmigrantes realizan tareas que en muchos casos los europeos
no quieren realizar, a la vez que su aporte a la seguridad social sostiene un sistema sometido a fuertes
tensiones por el bajo crecimiento demográfico.

La Rusia postsoviética y la Europa del Este

En los 90’ cae la URSS, fragmentándose en múltiples Estados y conformando un nuevo sistema económico
basado en relaciones capitalistas. Así, se reemplazaron los mecanismos de gestión administrativa estatal
de la actividad productiva por otros sustentados en el accionar del mercado.

La escasez de cereales y el agotamiento de divisas ponía al país en riesgo de quedarse sin alimentos y
entrar en cesación de pagos, por lo que era momento para políticas de shock. Siguiendo los criterios del
FMI, se aplicó un ajuste, con la liberalización de la economía, estabilización, y privatización masiva
mediante vouchers o certificados, buscando transferir la propiedad de las firmas estatales a los empleados.
La apuesta fracasó: un número limitado de compradores acaparaba gran cantidad de vouchers, obteniendo
la posibilidad de comprar empresas muy por debajo de su valor real.

En el 95’ entra en vigencia una nueva fase de privatizaciones y el programa Préstamos por Acciones: los
bancos e instituciones financieras competirían por ofrecer las mejores condiciones de financiación, y el
vencedor recibiría paquetes accionarios de las principales firmas del país. Los acreedores se pusieron de
acuerdo para no realizar ofertas elevadas, y el resultado final fue que unos pocos bancos se hicieron con el
paquete accionario pagando precios irrisorios. Se creó una oligarquía de unos pocos grandes
empresarios (y el lobby empresarial ruso es evidente hoy en día).

Estos cambios llevaron a la creación de una infraestructura de mercado y la búsqueda de la inserción en


el comercio mundial. Sin embargo, el PBI a precios constantes y el PBI por habitante cayeron, hubo una
fuerte inflación, y con la presencia del FMI se incrementó el endeudamiento externo, sin expectativas
positivas.

Posteriormente, con el gobierno de Putin, con un tinte autoritario y nacionalista, la situación económica
mejoró notablemente entrado el siglo XXI. Las marcas negativas de la transición persisten y aumentó el
crimen organizado, debido a la incapacidad del Estado para hacer respetar la ley.

El resto de los países (Bulgaria, Rumania, Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, Estonia, otros) enfrentó
una situación traumática, con caídas del PBI y fuerte disminución en la población. Hubo dos etapas en
su transición económica al capitalismo: la del ajuste, buscando moderar el crecimiento de la demanda,
mantener el equilibrio de las cuentas públicas y restringiendo la oferta monetaria; y la liberalización de los
mercados, con una privatización masiva y la integración al mercado mundial.

El replanteo de la situación desde la perspectiva capitalista obligaba a atacar las bases redistributivas del
sistema burocrático: en lugar de igualar remuneraciones, había que impulsar la diferenciación de los
ingresos, premiando el esfuerzo, la productividad y la acumulación. Como resultado, las modestas tasas
de crecimiento han ido acompañadas de altos niveles de desocupación.

EL SOCIALISMO
U14: Las experiencias de la URSS y China
“Historia del siglo XX: El nuevo Estado” – E. Hobsbawn
Los comunistas chinos llegaron al poder en el 1949 y comenzaron a atender problemas políticos y
económicos inmediatos de su nación. El país difería muchísimo de la Rusia de 1917: Mao reafirmaba el
compromiso con los objetivos socialistas, pero sus metas inmediatas eran la creación de un Estado fuerte y
la construcción económica. El establecimiento del autoritarismo estatal proveyó un orden político.

Los chinos disfrutaban de condiciones iniciales más favorables que los rusos:

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 Los bolcheviques habían sido forzados a una guerra civil que los debilitó. En China la guerra
civil fue combatida y ganada durante los cinco años de la revolución.
 Los chinos sólo enfrentaron una resistencia contrarrevolucionaria dispersa, siendo menos
dependientes del antiguo régimen que los bolcheviques.
 El Partido Comunista chino había llegado al poder con mucho más apoyo popular.
 China no estaba totalmente aislada ni amenazada en el mismo grado por la intervención
anticomunista extranjera.

Pero estas ventajas fueron eclipsadas por el terrible atraso social y económico. Mao consideraba que la
Democracia Burguesa previa dejó a China en una bancarrota oprimida por Occidente. El nuevo estado no
sería una república burguesa, sino una república popular: una dictadura “democrática” del pueblo, un
Estado bajo el liderazgo de los trabajadores y basado en la alianza obreros-campesinos. La “democracia”
sería entonces, sólo para el “pueblo”, y aquellos excluidos de esta concepción (imperialistas, terratenientes,
burguesía burocrática) serían privados de sus derechos y suprimidos.

Democracia significaba tres cosas:

1) Sentido convencional: libertad de expresión, de asociación y derecho a voto.


2) Una etapa de desarrollo económico y las políticas gubernamentales que correspondían a esta etapa.
Un proceso de desarrollo moderno para asentar las bases materiales de una futura sociedad
socialista.
3) El pueblo eran los miembros de cuatro clases sociales: los obreros, el campesinado, la pequeña
burguesía y la burguesía nacional. Los partidos políticos eran más de nombre que una realidad, ya
que ninguno tenía apoyo popular significativo ni suficiente estructura.

La cooperación de no comunistas afianzó la convocatoria nacionalista y el apoyo al nuevo régimen, lo


que garantizaba a los empresarios privados y las empresas capitalistas, al menos por el momento. La
tarea era crear una nueva estructura política en un país con comunicaciones y transporte primitivos, con
fuertes lealtades tradicionales. La unificación se logró gracias a la propaganda y la eficaz organización
del Partido Comunista Chino (PCCh), que incluía miembros del Ejército Popular de Liberación y derivó
en un elaborado sistema de controles políticos. Emergió así un aparato burocrático centralizado y
militar, siendo dividido el país en 6 regiones militares hasta 1954.

La creencia marxista establece que todo éxito revolucionario duradero exige la destrucción completa de las
instituciones políticas del antiguo régimen. Lenin atribuyó el fracaso de la revolución rusa a la persistencia
de viejos métodos zaristas. Allí radica la diferencia con el éxito del gigante asiático.

El poder del nuevo gobierno chino descansaba en las fuerzas de violencia: el ejército y la
policía. El mito del gobierno maoísta era que estaba caracterizado a través de educación
ideológica y persuasión moral. Mao propugnaba una política benevolente para gobernar al
“pueblo”, empleando métodos democráticos de persuasión y no de compulsión,
diferenciándolos de la dictadura sobre los reaccionarios como clase. Por detrás de estos
métodos (educativos, técnicas psicológicas, campañas de “reforma de pensamiento”) se
encontraban instituciones convencionales, fuerzas de violencia organizada.

Entre 1949-53 hubo importantes logros sociales y económicos, pero también estuvieron marcados por la
severa represión política y el terror. La burguesía y los terratenientes habían huido a Hong Kong, Taiwán
o EEUU, y muchos de los que se quedaron se oponían o temían a los comunistas, pero no hubo movimientos
políticos que se cohesionaran.

También fue una amenaza a la supervivencia del nuevo Estado un acontecimiento externo: la guerra de
Corea en 1950. China sostuvo que sus tropas eran “voluntarios” ayudando a su país socialista, y los EEUU
sostuvieron que su ejército estaba bajo el comando de las Naciones Unidas (ambas ficticias). La guerra
impuso una carga sobre la frágil economía china, pero en contracara, conllevó beneficios políticos. Por
primera vez un ejército asiático había derrotado a uno occidental, lo que estimuló el sentimiento de orgullo
nacional incluso hasta en los anticomunistas.

La amenaza a los que se enfrentaban era esa combinación mortal entre guerra civil y la invasión
extranjera. En Taiwán, el revivido régimen nacionalista hizo todo para convertir una posibilidad en una

80
realidad contrarrevolucionaria, ayudado y apoyado por el lobby chino en EEUU. En consecuencia, las
prácticas del gobierno se tornaron más represivas. Mao sanciona entonces el decreto sobre
“Regulaciones para el castigo a los contrarrevolucionarios”, planificado para:

 Infundir una verdadera atmósfera de terror en la sociedad a través de campañas oficiales contra
todas formas de disidencia política.
 Intensificación de la represión política secreta.

Para fines de 1951, el país retornaba a los métodos previos de control administrativo y burocrático,
habiendo eliminado por completo a la oposición potencial.

Las ciudades y la economía urbana

Las ciudades cayeron en manos de los comunistas más rápido de lo esperado, pero el talento administrativo
escaseaba. Mao notó que la captura de estas, las cuales eran las bases principales de los enemigos, era el
objetivo final de la revolución. La dicotomía entre el campo revolucionario y las ciudades
conservadoras había llegado a ser una noción fijada en la mentalidad maoísta.

La tarea de gobernar se complicó ante las caóticas condiciones: desempleo y subempleo masivos, adicción
al opio, prostitución, falta de niveles de sanidad y servicios municipales, y muy alta inflación. El
descontento político ante la miseria se intensificó por las prácticas corruptas y los métodos terroristas
de control político, con ejecuciones y arrestos arbitrarios.

El apoyo político se basaba en:

 Los comunistas encontraron sus más entusiastas y activos partidarios en las áreas urbanas entre
los estudiantes secundarios y universitarios, a pesar de que el idealismo estaba mezclado con el
oportunismo y la hipocresía. Se creía que el PCCh era la única fuerza capaz de lograr un cambio.
 La burguesía nacional difícilmente podría ser entusiasta con un gobierno que proclamaba el
socialismo y el comunismo, pero se podía esperar que sus nuevos gobernantes cumplieran con la
promesa de controlar el capitalismo sin eliminarlo inmediatamente.
 La clase obrera y las masas de pobres urbanos eran los que más se beneficiaban con el régimen,
a pesar de ser los menos conocidos. Como eran miembros de una clase victimizada por la opresión
socioeconómica, dieron la bienvenida al triunfo del nuevo régimen.

Dieron la bienvenida al nuevo orden, aunque solo fuera por un profundo rechazo hacia el viejo. Las
sospechas y desconfianzas permanecieron subordinadas al deseo compartido de paz, orden,
restauración y reforma.

Las políticas económicas no fueron puramente nacionalistas, pero en los primeros años se ajustaron en gran
medida a la concepción maoísta de la revolución. Se formó un tipo de economía mixta: a la burguesía
nacional se le permitió continuar con la propiedad privada de sus empresas industriales y comerciales
y dirigirlas de una manera formalmente capitalista. Sin embargo, el funcionamiento del sector privado
estaba restringido: los precios, los salarios, las condiciones de trabajo, y el suministro de insumos eran
fijados directamente por el Estado. La época del capitalismo nacional alcanzó su pico en 1952-53 y
declinó rápidamente, cuando las firmas privadas fueron confiscadas y nacionalizadas sin compensación.
Para el 56’ el sector privado de la economía había dejado de existir.

Reforma Agraria: la revolución burguesa en el campo

En 1952 la aristocracia agraria dejó de existir como clase social. La revolución comunista china en el
campo, al expropiar a los terratenientes y redistribuir la tierra entre el campesinado, creó una amplia
clase de propietarios campesinos individuales dedicados a la pequeña producción capitalista.

La reforma era necesaria para:

 Mantener la base de apoyo popular del nuevo régimen.


 Destruir a la clase de aristócratas y así eliminar la potencial amenaza contrarrevolucionaria.
 Establecer un poder político en las aldeas y promover el Estado centralizado.
 Expandir la producción agrícola, existiendo esperanzas de un desarrollo industrial moderno que
proveería la base para la transformación socialista en el campo.

81
La aristocracia derivaba su riqueza de las rentas de sus arrendamientos, pero contribuyendo poco y nada a
la producción. La necesidad de mantener la productividad de la economía rural durante el curso de
transformación social revolucionaria fue reconocida como esencial para la vialidad política y económica
del nuevo Estado. Mao afirmaba que era necesario mantener al campesino rico, a costas del
terrateniente, a fin de facilitar la pronta recuperación de la producción en las zonas rurales.

Los terratenientes desposeídos recibirían parcelas de tierra del mismo tamaño que los campesinos para que
puedan ganarse la vida con su propio trabajo. A los campesinos ricos les estaba permitido involucrarse en
dos tipos tradicionales de explotación rural: contratar trabajadores agrícolas, y arrendar parte de sus
propiedades a granjeros. La promesa fue dejada incumplida, porque todo intento de obtener completa
igualdad en el campo habría causado estragos en la economía rural. Por lo que esta reforma no resolvería
el problema de la pobreza del campesinado, lo cual requería un incremento de la producción agrícola
total, desarrollo industrial y tecnologías modernas.

La reforma agraria era considerada sólo la primera etapa. Comenzaba la organización de asociaciones
campesinas y milicias populares, lo que conllevó una serie de problemas:

 La resistencia de las clases rurales privilegiadas y la exigencia de tierra de los campesinos pobres
fueron muy fuertes.
 Las autoridades provinciales debían adaptar el movimiento a las necesidades locales.
 En el Sur el poder terrateniente era mayor que en el Norte, y la organización del PCCh más débil.
 La aristocracia utilizaba lazos de parentesco para protegerse y a veces sobornaban a los
campesinos.
 Los norteños querían una reforma agraria completa y rápidamente.

La determinación del estatus de clase y la propiedad de la tierra fue el preludio de la confiscación de esta y
su redistribución. Se inauguró un periodo de lucha de clases. La guerra de Corea estalló en el mismo mes
en que fue promulgada la Ley de Reforma Agraria. Para el PCCh significaba el temor por una
contrarrevolución, y la reforma comenzó a tomar la característica de terrorismo, terminando por destruir
a la aristocracia.

Entre 1950-52 aumentó el producto total agrícola. Los efectos disruptivos de la reforma fueron
compensados por nuevos proyectos de irrigación y control de inundaciones, y por un incremento en la
superficie cultivada. La aristocracia fue reemplazada por una nueva dirección rural de activistas jóvenes
campesinos ligados a la estructura política nacional. El gobierno se apropió de la mayor parte del
excedente económico agrario, con el fin de utilizarlo para la industrialización.

El ascenso de Deng Xiaoping y la crítica al maoísmo

La época post-maoísta comenzó encubierta con una fachada de continuidad del maoísmo. Luego de
dirigir el aplastamiento de la Banda de los Cuatro (1979), Hua Guofeng fue el nuevo presidente del PCCh,
legitimado por supuestos arreglos de Mao en su lecho de muerte. Durante su breve mandato, Hua llegó a
grandes extremos para imitar las últimas décadas de su predecesor. Convocó una serie de conferencias
sobre agricultura bajo la consigna aprender de Dazhai, la brigada que Mao había establecido como el
modelo del igualitarismo y la auto confianza.

Pero, habiendo construido una elaborada fachada maoísta, se dispuso lentamente a abandonar las
políticas de la época maoísta tardía y retornar en gran medida al maoísmo de los 50’. El nuevo régimen
eliminó las políticas más oscurantistas del periodo de la Revolución Cultural (1966-76). El gobierno
promovió los intercambios culturales internacionales, en una cierta liberalización, y apoyó la
publicación de nuevas traducciones de los clásicos de la literatura occidental, rechazando el temor xenófobo
a la contaminación “burguesa” extranjera. Se sumaron nuevas políticas educativas (y cierto retorno a las
viejas).

El gobierno de Hua buscó mitigar el descontento entre los trabajadores y campesinos tanto como entre los
intelectuales. A los trabajadores de las empresas estatales se les otorgó un aumento de salarios. Las políticas
agrícolas estatales permitían mayores parcelas familiares privadas para la producción subsidiaria y
apoyaban la expansión de los mercados rurales. Se aumentó la compra de tecnología a los países
capitalistas avanzados, financiada con exportaciones chinas de carbón y petróleo; buscaron la

82
mecanización de la agricultura, y tanto la productividad como la producción industrial iban en
ascenso, a través de reglas de trabajo más estrictas en las fábricas y mayores premios materiales para
los trabajadores.

Hua intentó dejar una marca en la historia del país como un modernizador económico. Su programa estaba
basado principalmente en los documentos políticos que Deng Xiaoping había esbozado para el Consejo
de Estado (1975), aunque la deuda con él no fuera reconocida. El esfuerzo de Hua para lograr las Cuatro
Modernizaciones (fortalecer la industria, agricultura, defensa, ciencia y tecnología) se plasmó en su
propuesta Plan de Diez Años (para 1976-85), con el cual pretendía dar un empuje a la industria pesada,
de la clase frenética del Primer Plan Quinquenal. Pero no pudo explicar cómo se obtendrían las enormes
sumas necesarias para financiarlo, ni tenía en cuenta los problemas económicos heredados, por lo que el
plan fue abandonado, llevando a la desaparición política de Hua.

El triunfo de Deng Xiaoping

El hecho de que Deng mismo hubiera estado entre las víctimas de la revuelta le ganó la
simpatía y el apoyo de millones que habían sufrido durante la década anterior. Su objetivo
era condenar a Mao al olvido histórico junto con la Banda de los Cuatro. Mientras Deng tenía
el apoyo de los dirigentes veteranos de las poderosas burocracias militar y civil, Hua sólo podía
representar a un sector mucho menos importante de la burocracia. Este último reclamaba la
herencia de Mao y de la Revolución Cultural, pero en un momento en que el aura de Mao estaba
palideciendo y la Revolución estaba siendo criticada públicamente.

La muerte de Hua se vio apresurada por sus propios destinos políticos. Persistió obstinadamente en
mantener una campaña para criticar la línea revisionista contrarrevolucionaria de Deng durante los últimos
meses del 78’. Para el año 1978, la popularidad de Deng crecía, mientras una continua purga de
“izquierdistas” en la burocracia hacia lugar para sus viejos y nuevos aliados políticos.

Deng fue el último miembro importante de la remarcable generación de dirigentes chinos del Cuatro de
Mayo. Tenía el apoyo de la mayoría de los dirigentes más viejos del PCCh, muchos de los cuales habían
sido sus asociados de larga data. No menos importante fue el amplio apoyo que disfrutaba entre los
comandantes militares, en parte fruto político de los estrechos lazos que había cultivado con los oficiales
del Ejército Rojo durante los años de la revolución. Durante el desorden, la promesa de regularidad y
estabilidad social era enormemente atractiva para los mayores, tanto civiles como militares, y por esto
miraban a Deng cada vez más como su líder natural. Además, el mandatario les había ofrecido a los
intelectuales un papel importante y lucrativo en lograr las Cuatro Modernizaciones, prometiéndoles mayor
status y autonomía profesional.

El momento más dramático fue el nuevo juicio del Partido sobre el incidente de la Plaza de Tian’anmen
(Pekín, China, abril de 1976). Oficialmente condenado como “acto contrarrevolucionario”, había servido
de pretexto para la destitución de Deng. La prensa oficial alabó ahora el heroísmo de los manifestantes
que se habían reunido en la plaza. En el tiempo transcurrido entre los dos juicios del Partido, el incidente
había adquirido enorme importancia contra un Estado despótico. Los dirigentes del PCCh se reunieron
en conferencias, para el tercer pleno. Fue un triunfo decisivo, sino completo, para Deng y su “facción
práctica”, permitiéndole el control total sobre el Partido.

Deng siguió a su triunfo con una gira triunfal por los EEUU a inicios del 1979. Fue accidental beneficiario
político de la diplomacia de real politik iniciada por Mao y Zhou anteriormente, lo que se sumó a su ya
considerable prestigio interno y externo. Menos halagüeñas fueron las arrogantes amenazas públicas de
Deng a “enseñarle una lección a Vietnam”. El pretexto fue la ocupación vietnamita y la expulsión del
régimen genocida apoyado por China de Pol Pot (Camboya). La guerra de Vietnam causó grandes
pérdidas humanas y económicas de ambos lados, y empañó la imagen internacional del nuevo régimen de
Deng.

El movimiento por la democracia de 1978-81

Deng pronto descubrió que tenía enemigos. Los jóvenes activistas, inspirados en las promesas de
democracia y legalidad socialistas, demostraron extraordinarios poderes intelectuales y capacidades

83
organizativas, estableciendo rápidamente sus propias sociedades semipolíticas y publicando una creciente
variedad de periódicos mimeografiados.

A pesar de que la mayoría del Movimiento por la Democracia había apoyado la ofensiva de Deng por el
poder en el 78’ y todavía esperaba que este condujera a la democratización, los dirigentes eminentemente
leninistas del régimen post-maoísta no aprobarían un movimiento que operaba más allá del control
organizativo del PCCh. La mayoría de los jóvenes mantenía una posición anti-autoritaria inflexible,
rechazando la insistencia del Partido en mantener el monopolio de liderazgo político.

La represión comenzó en la primavera del 79’, cuando el gobierno prohibió los periódicos y las
organizaciones no oficialistas, arrestando a los dirigentes. En este contexto, Deng denunció a sus
aliados democráticos de otro tiempo como anarquistas y criminales y, de manera más concluyente,
los acusó de haber revivido los perniciosos métodos políticos de la Revolución Cultural. En lugar de
las “cuatro grandes libertades” de Mao, Deng proclamó los “cuatro principios cardinales”: mantenimiento
del camino socialista, dictadura del proletariado, liderazgo del Partido Comunista, y el marxismo-
leninismo. Para 1981, el Movimiento por la Democracia había desaparecido de la vista pública. La
mayoría de los dirigentes estaban en la cárcel y los pocos activistas sobrevivientes habían sido reducidos a
una precaria existencia subterránea.

Deng estaba consolidando su control sobre las burocracias del PCCh y el Estado, destituyendo
metódicamente de posiciones de autoridad a todos aquellos considerados como fieles a Mao, y
reemplazándolos por miembros de su propia facción. El nuevo orden político fue formalmente consagrado
cuando el Partido reunió su XII Congreso en 1982, ratificando las políticas de Deng y su renovación en la
dirigencia. A comienzos de los años 80’ no había duda de que era el “líder supremo” de China.

Las reformas del mercado y el desarrollo del capitalismo

Durante el reinado de Deng, la promesa de democracia fue rota (por lo antes expuesto), pero el Estado
comunista relajó en general su control sobre la comunidad china, liberando a cientos de miles de
prisioneros políticos y disminuyendo los controles ideológicos. En sus formas distorsionadas estalinistas (y
maoísta), tanto en teoría como en la práctica, el socialismo tendía a ser medido por el grado de control
estatal sobre la producción, poco atractivo para los reformadores, que atribuían los problemas de la
economía china a un sistema de planificación estatal excesivamente centralizado y burocratizado.

Así, en las discusiones entre intelectuales y dirigentes del bando de Deng, nunca fue considerada seriamente
una alternativa genuinamente socialista al control económico. Inspirados en los modelos aparentemente
exitosos de socialismo de mercado, en países como Hungría y Yugoslavia, calcularon que los mecanismos
de mercado podrían ser utilizados para mejorar la calidad y cantidad de la producción, sin que el Partido
renunciara al poder político o el Estado perdiera el control sobre las “cumbres dominantes” de la economía.

El uso de medios y métodos capitalistas para alcanzar objetivos socialistas fue aprobado ideológicamente
por medio de una interpretación de la teoría marxista más ortodoxa de la aceptable en el periodo de
Mao. Los teóricos de Deng pusieron un énfasis especial en la tesis marxista de que el socialismo
presuponía al capitalismo.

El programa de reforma económica comenzó en el 79’, aprobado oficialmente por un mandato algo
ambiguo del tercer pleno de combinar el “ajuste por el mercado” con el “ajuste por el plan”; de esta forma
se satisfacía tanto a los defensores de las reformas pro mercado como a aquellos que deseaban preservar la
supremacía de la planificación estatal. El nuevo gobierno redujo radicalmente las inversiones en la
industria pesada y la construcción en beneficio de la agricultura y la industria ligera. Los precios
pagados a los campesinos por los productos agrícolas fueron aumentados sustancialmente.

Las políticas iniciales estimularon la industria ligera y el sector agrícola, a la vez que proporcionaban a
los habitantes del campo y de las ciudades mayores ingresos para adquirir bienes de consumo, que
ahora estaban siendo producidos e importados en cantidades cada vez mayores. Volvió el apoyo del
gobierno a los emprendimientos empresariales, privados y vagamente colectivos, con la intención de
llenar el vacío de larga data en los sectores de venta al por menor y de servicios, mitigando también las
tensiones sociales producidas por el desempleo, al aumentar la oferta de puestos laborales. Los

84
vendedores ambulantes y los pequeños restaurantes al aire libre pronto fueron seguidos por hoteles de
muchos pisos, clubes nocturnos y tiendas de lujo. Este fue el nacimiento del capitalismo chino.

Los ingresos de las familias rurales y la relativa prosperidad del campo, han sido mantenidos desde
mediados de los 80’ no por los aumentos en la producción ni en la productividad agrícola, sino más bien
por el crecimiento asombrosamente rápido de la industria, bajo la forma de empresas “municipales y
aldeanas”. El progreso económico rural con Deng implicó también grandes costos:

 La descolectivización socavó objetivos y programas de largo plazo, al retornar a las granjas


familiares y frustrando la mecanización agrícola.
 Generó masivos problemas ambientales en todo China, como la desforestación (y por tanto,
inundaciones).
 El socavado a los valores colectivistas generó un vacío ideológico que fue rápidamente llenado
por costumbres, creencias, supersticiones y rituales tradicionales, reviviendo valores “feudales”
que Deng y sus teóricos habían condenado.
 Se incrementaron las desigualdades regionales, especialmente entre las zonas costeras y el
interior.

Mientras la mayoría del pueblo chino todavía vive en el campo, cada vez menos cantidad está dedicada a
la producción agrícola. La abolición del sistema de comunas reveló que la fuerza de trabajo rural era
excedente. Ha surgido una nueva estructura social rural, compuesta por cuatro grupos sociales cada
vez más diferenciados:

1) Una elite burguesa de propietarios de facto de empresas comerciales e industriales, junto con
granjeros y terratenientes, funcionarios locales del PCCh, administradores profesionales, y
personal técnico.
2) Un campesinado muy reducido dedicado al cultivo familiar.
3) Una clase de obreros asalariados muy extendida y rápidamente creciente, principalmente
industriales.
4) Una subclase de trabajadores migratorios.

“Historia del siglo XX: El final del socialismo” – E. Hobsbawn

China había formado una sola unidad política durante un mínimo de 2000 años. Aun más, durante la mayor
parte de este tiempo, el imperio y probablemente la mayoría de sus habitantes, habían creído que su país
era el centro y el modelo de la civilización mundial. Con pocas excepciones, los demás países con
regímenes comunistas (como la URSS) se consideraban culturalmente atrasados y marginales.

El gigante asiático consideraba su civilización clásica, su arte, escritura y sistema social de valores como
una fuente de inspiración modelo para otros. Que no tuvieran ningún Estado vecino amenazando su
seguridad confirmó aún más el sentimiento de superioridad. Sin embargo, fue un país caracterizado por
la inferioridad tecnológica y, en consecuencia, inferioridad militar, debido al propio sentido de
autosuficiencia y confianza de la civilización tradicional china. Esto fue lo que les impidió hacer lo
mismo que los japoneses: una modernización adoptando modelos europeos.

A diferencia de Rusia, el comunismo chino prácticamente no tenía relación directa con Marx o el marxismo.
Se trataba de un movimiento sólo influido por un “marxismo-leninismo” estalinista. Eran totalmente
comunistas, no sólo porque todos los aspectos de la vida campesina estaban colectivizados, sino porque
la libre provisión de seis servicios básicos (comida, cuidados médicos, educación, funerales, cortes de
pelo y películas) iba a reemplazar los salarios y los ingresos monetarios. Naturalmente, esto no funcionó,
al no darle la libertad de elegir a los habitantes. Esto causó que en determinados momentos los aspectos
más extremos del sistema se abandonaran.

Pese a lo mucho que nos pueda impresionar el relato de los 20 años del maoísmo, que combinaron
inhumanidad y oscurantismo con absurdos surrealistas de pretensiones, comparado con los niveles de
pobreza del tercer mundo, el pueblo chino no iba mal. De todos modos, el movimiento no sobrevivió a
la muerte de Mao en 1976 y dio lugar al ascenso de Deng.

85
En los 80’ se hizo evidente que algo andaba mal en los sistemas que se proclamaban socialistas. En
vez de convertirse en uno de los gigantes del comercio mundial, la URSS parecía estar en regresión a
escala internacional. Pasó de exportar maquinaria, equipamientos, transporte, metales y manufactura, a
depender de las exportaciones energéticas (petróleo y gas). Incluso los indicadores sociales básicos, como
la mortalidad, habían dejado de mejorar.

Con la excepción de Hungría, los intentos serios de reformar las economías socialistas europeas se
abandonaron desesperanzadamente tras la primavera de Praga. El régimen había dejado de intentar hacer
algo respecto de una economía en visible decadencia. Además, a diferencia de la URSS de entreguerras,
el socialismo estaba ahora cada vez más involucrado en la economía mundial, por lo que ya no era
inmune a las crisis que surgieron desde la década de los 70’.

La crisis internacional del petróleo tuvo dos consecuencias aparentemente afortunadas:

 A los países productores de petróleo, como la URSS, el líquido negro se les convirtió en oro. La
bonanza permitió posponer la necesidad de reformas económicas y sostener el gran caudal de
importaciones. Se dice que esta es la causa para que el país encauzara una postura más activa en
competencia con EEUU, embarcándose en una carrera suicida para intentar igualar los
armamentos norteamericanos.
 La riada de dólares que salía de los multimillonarios países de la OPEP, y que se distribuía a través
del sistema bancario internacional en forma de créditos a cualquiera que los pidiera.

Esto hizo que la crisis de los ochenta fuese más aguda, puesto que las economías
socialistas eran demasiado inflexibles para emplear productivamente la afluencia de
recursos. Europa oriental tuvo que enfrentarse a una fuerte crisis energética, con escasez
de comida y de productos manufacturados, siendo el comienzo del final para el
socialismo europeo. La única forma inmediata de enfrentar la crisis era el tradicional
recurso estalinista de las restricciones y las estrictas ordenes centrales, implementado
en 1981-84. En este contexto, con la crisis de deuda en puerta, Gorbachov se convierte
en el líder de la Unión Soviética (1985).

La “era de estancamiento” que Gorbachov denunció había sido, de hecho, una era de aguda fermentación
política y cultural entre la elite soviética. El rechazo de la enorme y extendida corrupción fue el
puntapié inicial para el proceso de reforma; de allí que encontrara un apoyo sólido para su proyecto
económico y político. El nuevo líder inició su campaña de transformación del socialismo soviético con los
dos lemas de la perestroika (reestructuración, tanto económica como política) y la glasnost o libertad de
información. El segundo era mucho más específico que el primero: significaba la introducción de un
Estado democrático constitucional basado en la ley y el disfrute de libertades civiles, tal como se suelen
entender. Esto implicaba la separación entre el Partido y el Estado, y el fin del sistema de partido único.

Lo que condujo a la URSS con creciente velocidad hacia el abismo, fue la combinación de estas, implicando
la desintegración de la autoridad y la destrucción de los viejos mecanismos que hacían funcionar la
economía, sin proporcionar ninguna alternativa. En consecuencia, deterioró drásticamente el nivel de
vida de los ciudadanos. La desintegración económica aceleró la desintegración política y se
retroalimentaron. Ya no existía una economía nacional efectiva, sino una carrera de cada región hacia la
autoprotección y autosuficiencia, o intercambios bilaterales. El colapso se hizo irreversible a finales de
1989 y principios de 1990.

La crisis final no fue económica sino política. Para prácticamente todo el establishment de la URSS, la
idea de una ruptura total era inaceptable. Gorbachov negoció un tratado de la Unión, que intentaba
preservar la existencia de un centro de poder federal, con un presidente de elección directa.
Desgraciadamente, fue tomado como otra de las fórmulas de Gorbachov, condenada al fracaso como
todas las demás. Dos días antes de que el tratado entrara en vigor, se decidió que un Comité de
Emergencia tomaría el poder en ausencia del presidente. No se trató de un golpe de estado (no se arrestó
a nadie ni se tomaron las estaciones de radio), pero se buscaba reestablecer el orden y el gobierno.

86
Aun así, para 1991 no había ni poder central ni obediencia universal, por lo que la
reafirmación simbólica de la autoridad era insuficiente. Las inconsistencias institucionales
llevaron a Boris Yeltsin a ser elegido como presidente de Rusia mediante una mayoría
sustancial de electores, quien aprovechó la oportunidad para disolver y expropiar el
PCCh, y tomar para la república rusa los activos que quedaban de la URSS. Rusia pasó
a ser considerada internacionalmente como la sucesora natural de la fenecida Unión
Soviética, marginando a los demás Estados. Sin embargo, los problemas económicos
persistieron.

“¿Hacia dónde va China?” – A. Argañarz

Al examinar los resultados del viraje que Deng Xiaoping impuso a China, la mayoría de los ensayistas
coinciden en señalar una “restauración capitalista que puede tratarse de un capitalismo de Estado,
dueño actualmente del mayor PBI de la economía global”. Todo se reduce a señalar que el viraje habría
llevado al abandono del socialismo, a pesar de que los chinos digan lo contrario. Tampoco importa que
su gobierno imponga planes y metas, que los principales bancos y empresas sean estatales, la ciencia y
tecnología estatales, y la propiedad pública del suelo.

En primer lugar, dicho “intervencionismo” no debería juzgarse igual cuando el sector estatal es dominante
y nada escapa a su control, que cuando sólo se impulsa, regula, promueve, una economía en la cual la firma
privada es omnipresente. En segundo lugar, el desarrollo del capitalismo en Alemania y Japón tuvo lugar
antes del fenómeno del imperialismo moderno estudiado por Lenin. En aquel contexto, el dilema se reducía
a sostener el proteccionismo y mantener un carácter militar. En tercer lugar, China tuvo una destrucción
previa de la burguesía local, expropiada por la revolución de los primeros años.

Sin embargo, nada justifica afirmar que un triunfo final del socialismo contara con garantías,
descartando otro desenlace: al ceder espacios al capital privado se aceptan los términos de una lucha y el
riesgo que supone “dormir con el enemigo”. Pero apostar al modelo que, muerto Lenin y derrotado Trotsky,
se impuso en la URSS, lleva sin remedio a la ineficiencia y el parasitismo burocráticos, con final conocido.

La desintegración de la URSS proviene de la esclerosis y deformaciones que sufrió el marxismo en el


periodo posterior al triunfo de Stalin, que consagró la utopía de construir el socialismo en un solo país. Por
otro lado, es notable el desinterés de los líderes chinos por formular una teoría basada en su
experiencia, en términos que permitan aplicarla en otros países semicoloniales, ya que su realidad guarda
significativas similitudes con las que son habituales en las economías emergentes.

Antes de la revolución, China era una semicolonia del imperialismo mundial. Sus socios en el país eran
una corrupta burguesía, terratenientes feudales y capitalistas extranjeros. Ninguno de ellos cumplía el rol
de reinvertir los frutos del trabajo nacional y generar desarrollo económico. Este sistema generó periódicas
hambrunas, con millones de muertos. Actualmente, cuenta con un PBI igual o superior al de los EEUU,
pero su producción per cápita es muy inferior (U$D 8.826 contra U$D 59.531; Banco Mundial, 2017).
El ritmo de crecimiento del gigante asiático es superior y tiene márgenes para seguir desarrollándose.
Numerosos síntomas de esto son visibles en nuestros días en Europa y EEUU. En este último país, el
proteccionismo de Trump y la competencia geopolítica y económica con China ha sido una evidente
reacción.

Sin ceder el timón a la mano invisible, China ingresa en un proceso de desarrollo


inédito por su vigor y continuidad, mientras el poder imperialista juega a sostener la
hegemonía global contando con el dominio de las tecnologías de punta. El impulso
mayor vino del interior de las empresas locales y comunales, que canalizaron las
energías de la población campesina, estimulada por el régimen de la
“responsabilidad individual y familiar”, que provocó un retorno a muy antiguos
hábitos del mundo rural, combinando las exigencias del trabajo agrario con la producción aldeana de bienes
industriales. El capital extranjero, que fue atraído a las “zonas especiales” de la costa, provino sobre
todo del éxodo chino, por la renuencia de las empresas del mundo occidental y del Japón.

87
Un país como China, cuyos dirigentes aún se declaran comunistas y partidarios de alcanzar el nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas, necesario para construir el socialismo, sea cual sea el daño ocasionado
por los vínculos con el estalinismo, las desigualdades que se observan en él y el pragmatismo rampante
que informa en sus acciones está mejor preparado para dar los virajes que requiere ingresar en la
nueva época. Lo que no excluye otro desenlace en la lucha de clases. Conflictos obreros no faltan en el
país, y asoman muchas veces cuestionamientos al país.

PANORAMA DEL SIGLO XXI


U15: Aspectos económicos y sociales del siglo XXI
“Crónica de la Decadencia y capitalismo global” (2009) – J. Beinstein

Para 1999, todavía bajo la dominancia del neoliberalismo, atreverse a anunciar que la supuesta victoria de
la globalización no era otra cosa que el puntapié inicial a una crisis gigantesca liderada por el parasitismo
financiero, significaba desafiar lo que aparentaba ser una evidencia apabullante. Al comenzar los 2000, el
desinfle de la burbuja bursátil en los EEUU colocaba al capitalismo mundial al borde del precipicio, pero
el desastre fue rápidamente eludido por parte del nuevo gobierno norteamericano, con una estrategia de
fuga hacia adelante, en torno a dos ejes:

 La promoción de una nueva burbuja financiera centrada en los negocios inmobiliarios, y


 El despliegue de una gran ofensiva militar en Eurasia.

El colapso financiero estalló en septiembre de 2008, y se presentó una crisis múltiple (financiera,
ambiental, energética, alimentaria, tecnológica, etc) sistémica o general de la civilización burguesa.
Marcó un punto de inflexión en el proceso recesivo que se venía gestando en los EEUU a lo largo de
ese año, y la recesión comenzó a extenderse rápidamente a nivel planetario al tiempo que se evidenciaban
síntomas muy claros de tránsito global hacia la depresión.

Volcker (ex director de la FED) admitió que esta crisis es muy superior a la del 29’, porque el crack de
Wall Street y la depresión que siguió están asociados a la utilización exitosa de los instrumentos de
corte keynesiano, con la intervención estatal masiva. Pero ahora, la avalancha de dinero que arrojan sobre
los mercados auxiliando a los bancos y algunas firmas transnacionales no sólo no frena el desastre en curso,
sino que además está creando las condiciones para futuras catástrofes inflacionarias, próximas burbujas
especulativas.

Desde hace más de cuatro décadas, el capitalismo global con eje en los países centrales soporta una crisis
económica de sobreproducción aun teniendo demanda creciente. La droga financiera fue su tabla de
salvación mejorando los beneficios e impulsando el consumo en los países ricos, aunque a largo plazo
envenenó por completo al sistema. Por consiguiente, se diferencian dos actividades: una real, y otra
financiera.

Una de las principales características de una decadencia civilizatoria como la que estamos presenciando es
la existencia de una profunda crisis de precepción en las elites dominantes. Sin embargo, la acumulación
de datos económicos negativos y su proyección realistas para los próximos meses nos están señalando que
la gran catástrofe anunciada por Soros y Volcker tiene muy altas probabilidades de producirse. A ese
desenlace contribuyen la importancia comprobada de los supuestos “factores de control” del sistema
(gobiernos, bancos centrales, FMI, etc) y la rigidez política del Imperio.

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A estos síntomas económicos y políticos debemos agregar la crisis energética
y la alimentaria, que pueden volver a manifestarse una vez se detenga el
proceso deflacionario. Y detrás de esas crisis parciales encontramos la
presencia de la crisis del sistema tecnológico moderno incapaz de superar,
en tanto componente motriz de la civilización burguesa, los bloques
energéticos y ambientales creados por su desarrollo depredador.

La economía mundial está altamente transnacionalizada, conforma una


densa maraña de negocios productivos, comerciales y financieros que penetra
profundamente en las llamadas “estructuras nacionales”, inversiones y
dependencias comerciales las atan de manera directa o indirecta a los núcleos
decisivos del sistema global.

Las turbulencias aparecen saturadas de explicaciones superficiales acerca de errores gerenciales o


de políticas públicas. A veces se establecen vínculos entre ellas, por ejemplo, la especulación financiera
como causa de la inestabilidad de los precios del petróleo o de ciertos productos agrícolas, o bien la relación
entre costos energéticos y precios de los alimentos. La incertidumbre es encubierta por las autoridades
de ciertos países centrales o de los organismos internacionales que los representan (FMI, Banco
Mundial, OCDE).

La crisis financiera debe ser entendida como expresión de la hipertrofia de las actividades especulativas.
En los países centrales pudo ser postergada gracias a un complejo mecanismo de desarrollo mundial de
negocios financieros, pero esto terminó por engendrar uno de los factores decisivos de la crisis total del
sistema. La tasa de crecimiento económico mundial fue cayendo tendencialmente. Esto se tradujo en
altos niveles de desocupación y precarización laboral, agravados por la guerra tecnológica entre las
empresas que buscaban preservar o conquistar mercados cada vez más duros.

La desaceleración económica causó déficits fiscales (me parece que el autor algo no está viendo acá) . Un
achicamiento del gasto público o una mayor presión tributaria habrían tenido efectos recesivos. Por otra
parte, existían excedentes financieros de empresas y bancos (cómo los petrodólares) con serias
dificultades para colocarse productivamente, debido al menor ritmo de crecimiento. La solución al
problema fue encontrada por medio del aumento de la deuda pública.

Esto se vio facilitado por la liberalización financiera y cambiaria, que empujó hacia arriba las tasas
reales de interés y eternizó la inestabilidad de las paridades entre las monedas fuertes. Los Estados
necesitaban fondos que desbordaban las disponibilidades monetarias locales, por lo que acudieron a
inversores internacionales, viéndose obligados a eliminar las trabas de libre circulación de monedas, y a la
compra-venta de títulos. La interacción de todos estos fenómenos creció sin cesar hasta convertirse en una
hipertrofia financiera global.

Por otra parte, se acentuó el fenómeno de las “economías emergentes”: hacia allí fueron los flujos
monetarios que adquirieron e instalaron empresas, compraron papeles públicos y privados, todo aquello
en una lógica de beneficios altos y rápidos que expandieron aun más la marea financiera. La caída y
posterior desmantelamiento de la URSS y otros países del Este europeo, generó en la década de los 90’ una
gran evasión de capitales hacia las economías centrales.

Lo que fue presentado como la incorporación de países subdesarrollados y ex socialistas a la economía


mundial, terminó siendo la implantación de sistemas de depredación que desarticularon aún más a esas
economías. Explotación de trabajadores y recursos naturales, negocios ilegales, tráfico de drogas y
armas, prostitución, golpes de mano sobre patrimonios públicos, etc. La crisis asiática del 97’ apareció
en su momento como una catástrofe de la periferia emergente; sin embargo, debería ser vista como una
crisis global cuyo corazón se encontraba en los países centrales, envueltos por la desaceleración productiva
y el parasitismo.

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La sobrevaloración de activos financieros ha sido un mecanismo de
concentración mundial de ingresos y de saqueo económico que
ampliaba cada vez más la brecha entre los aparatos productivos
dominados por la lógica del parasitismo especulativo y masas
crecientes de pobres y marginados. El proceso de financierización de
las últimas cuatro décadas es una etapa superior al proceso de
expansión del capitalismo iniciado a fines del siglo XIX, alejado de la
cultura productiva. El siglo XXI trae consigo la irrupción de dinámicas
de autodestrucción del sistema, pero también de recomposición salvaje,
de barbarie, reedición actualizada y a escala ampliada de la tentativa
hitleriana.

La producción petrolera de EEUU comenzó a decaer desde comienzos de los 70’. La recesión
internacional en la que estamos ingresando (2009) anuncia la desaceleración del consumo petrolero,
lo que debilita la suba de precio, incluso con bajas en ciertos periodos, tendencia reforzada por el repliegue
de fondos especulativos que apostaban al alza de su cotización.

Una nueva era de crecimiento económico prolongado necesitaría sincronizar sistemáticos ahorros de
energía y reemplazos de recursos energéticos y mineros, en general no renovables, por recursos
renovables. O en su defecto, recursos no renovables sometidos a nuevas técnicas de explotación, que
aumenten la eficiencia y/o reduzcan la contaminación.

La irrupción de los biocombustibles demuestra que efectivamente esa ola no existe como alternativa, al no
lograr superar la penuria energética. Además, el acaparamiento de tierras fértiles y productos agrícolas para
este fin reduce la oferta alimentaria, con el riesgo de hambre y suba de precios. La utilización a gran escala
de energía nuclear, además de plantear graves problemas de seguridad, enfrentaría un rápido agotamiento
de las reservas de uranio; se estima al 2030 aproximadamente (desmitificado esto en los últimos años; ya hay
estudios sobre el buen impacto que tendría combinar nuclear + renovables).

La crisis alimentaria está estrechamente asociada al tema energético. Las transformaciones neoliberales que
liquidaron economías campesinas tradicionales contribuyeron al problema; por su parte, la aparición de
nuevas presiones en la demanda de alimentos (como en China) y las avalanchas especulativas sobre estos
productos, empujaron los precios hacia arriba. Pero fue principalmente la crisis energética la que
impulsó los costos agrícolas al alza, a través de mayores precios en los hidrocarburos.

La economía norteamericana se presenta como el centro generador de las tres crisis (energética,
financiera, alimentaria). Su hipertrofia parasitaria especulativa, militar y consumista, alimenta el desorden
financiero mundial. La concentración de ingresos fue decisiva: las clases altas no convirtieron sus
mayores ingresos en ahorro e inversión, sino en la base de una desenfrenada carrera consumista, por
lo que el ahorro personal tendió a ser nulo. En contracara, los salarios de los sectores más pobres
perdieron velocidad de ascenso hasta declinar en términos reales en los últimos años, sumado a la
precarización laboral y la consecuente pérdida de competitividad de los sistemas industriales. La crisis
norteamericana también tuvo raíz en la sobreproducción global. Las grandes economías centrales y las
nuevas emergentes han podido crecer gracias a la capacidad de absorción de mercancías y capitales por
parte del mercado estadounidense.

En consecuencia, la transgresión y la criminalidad se hicieron presentes. El Estado, las firmas y las


familias fueron acumulando deudas, mientas el dólar declinaba. La degradación fue agravada por el fracaso
imperialista centrado en la conquista de una extendida franja territorial euroasiática, donde se
encuentran reservas globales de petróleo.

El gasto militar ha llegado a niveles nunca antes alcanzados. Nos encontramos ante una grave “crisis de
percepción” de los mandos militares de la OTAN, extensibles a las elites dominantes de esos países. Estas
guerras coloniales fracasadas del nuevo siglo muestran la confrontación entre aparatos militares
imperialistas extremadamente costosos y sofisticados, y resistencias armadas populares que pese a la
pobreza de sus integrantes demuestran una enorme creatividad técnico-militar.

90
El Estado intervencionista fue producto superador de las crisis capitalistas ocurridas desde comienzos del
siglo XX; su ascenso estuvo siempre asociado al del militarismo, a veces de manera visible y otras bajo
disfraz democrático. Aunque en numerosos países subdesarrollados, el Estado fue el pilar fundamental de
una amplia variedad de proyectos emancipadores. El neoliberalismo aparentó ser la expresión de una
globalización superadora de los estrechos capitalismos nacionales; el mercado era postulado como espacio
superior de desarrollo y su libertad como la condición indispensable para el éxito. En realidad, se trataba
del vigoroso monstruo financiero devorando a sus padres estatal-productivo-keynesiano.

La diferencia esencial con los tiempos pre modernos, es que hoy nos encontramos ante un desastre
ambiental de extensión planetaria y de intensidad nunca antes alcanzada. La separación ideológica entre
el hombre y la naturaleza, considerada como objeto de explotación, es indisociable de la división del
trabajo entre los hombres superiores, opresores, y los inferiores oprimidos, considerados también material
de explotación. El capitalismo no inventó ese estilo, pero lo llevó hasta tal nivel que la supervivencia de la
especie humana dependerá cada vez más de las perspectivas de superación de esa larga historia de
disociación ideológica cuyos resultados prácticos plantean el peligro del colapso planetario.

La urbanización también fue factor de conflictos. Desde comienzos de los 80’, cuando la desocupación y
el empleo precario en los países centrales se hicieron crónicos, y cuando la exclusión y la pobreza urbanas
se expandieron velozmente a la periferia, el crecimiento de las grandes ciudades fue cada vez más
equivalente a la involución de las condiciones de vida de las mayorías.

“Convergencias. Orden y declinación del Capitalismo” – J. Beinstein


Hacia el final de su recorrido histórico, el capitalismo se vuelca prioritariamente hacia las finanzas, el
comercio y el militarismo en su nivel más aventurero, “copiando” sus comienzos cuando Occidente
consiguió saquear recursos naturales, sobreexplotar poblaciones y realizar genocidios, acumulado de ese
modo riquezas desmesuradas, lo que le permitió expandir sus mercados internos, invertir en nuevas formas
productivas, desarrollar instituciones, capacidad científica y técnica. En suma, construir la civilización.

Los conceptos crisis y decadencia son ambiguos. Hablamos de crisis cuando nos enfrentamos a una
turbulencia importante del sistema. El concepto de decadencia suele ser asociado a la idea de
irreversibilidad, de trayectoria ineludible, de camino más o menos lento, accidentado o calmo hacia la
extinción.

Muchas veces una crisis prolongada aparece como un mundo que se derrumba, cuando puede llegar
a ser el taller que forja una nueva era. La llamada larga crisis del siglo XVII que afectó a Europa y que
se fue convirtiendo gradualmente en la base de lanzamiento de la modernidad occidental, fue vista por
buena parte de sus contemporáneos más lúcidos como una época de desastres y decadencia universal, visión
que se prolongó hasta bien entrado el siglo XVIII. Esta larga crisis fue una enorme trituradora histórica
de viejas estructuras y mentalidades generando el declive de las monarquías absolutistas de Occidente, y
más adelante favoreciendo el ascenso del capitalismo industrial, marcado por la Revolución Industrial en
Inglaterra, la Revolución Francesa, y las guerras napoleónicas.

Otras veces, no. Tiempo después, Europa vivió una crisis relativamente larga entre 1914-1945, que fue
pensada por los bolcheviques como la declinación universal del capitalismo, que abría las puertas a su
superación revolucionaria, socialista-comunista. En realidad, se trató de un proceso complejo que
combinaba elementos incipientes de decadencia, significativos pero insuficientes para conformar una
avalancha global imparable, con otros de recomposición y rejuvenecimiento, una masa de inventos e ideas
técnicas que se fueron transformando en innovaciones, y sobre todo la presencia de los aparatos militares,
con el famoso keynesianismo de guerra. No socavó el sistema, sino que lo adaptó.

Los comunistas de los años 20’ subestimaban la capacidad de recomposición del mundo burgués,
pero la extrema derecha, la sobreestimaba. Le atribuían una esperanza de vida demasiado prolongada.
El sistema no podía regresar al siglo anterior, ya que sus bloqueos estructurales lo obligaban a utilizar la
intervención estatal en la economía, para desarrollar nuevos espacios de rentabilización como la industria
de guerra y las grandes obras públicas. Así, muchos sectores terminaron por mutar ideológicamente desde
el liberalismo al totalitarismo fascista, bajo el paraguas legitimador del nacionalismo.

91
Ya entrados los años 80’, apareció lo que los medios de comunicación anunciaban como una
recomposición neoliberal del sistema. Sin embargo, los datos demuestran que se producía un deterioro
sistémico. Las tasas de crecimiento productivo global, principalmente en los países centrales, se
fueron reduciendo como tendencia de largo plazo, a la vez que la economía mundial se financierizaba.
Los Estados, las empresas y los consumidores se endeudaron vertiginosamente, hasta quedar aplastados por
estas deudas. Esta larga degradación tiene todas las características de una decadencia: se trata de una
trayectoria de aproximadamente cuatro décadas, desde los años 1968-74. A partir de allí, la expansión del
capitalismo global se combina con un deterioro de sus componentes fundamentales, militarización,
desigualdades sociales, y una nueva dinámica tecnológica.

También se ha producido un cambio significativo en la geografía económica y la geopolítica mundial,


donde una parte significativa de la periferia presenta niveles relativos de desarrollo que la hacen menos
sometida a la jerarquía global tradicional, y más independiente políticamente. Por ejemplo, la suma
de los PBI de Brasil, India y China, es hoy equivalente a las grandes economías occidentales (Inglaterra,
Francia, Canadá, Alemania, EEUU, etc), y el comercio entre los países del Sur ya es casi igual al que existe
entre los países del Norte. Aún así, ninguna de las economías importantes de la periferia está en
condiciones de convertirse en una superpotencia mundial. (esto quedó viejo si analizamos el caso de China).

Éxitos!

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