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Apuntes de la síntesis del encuentro de la Asamblea de Responsables de

América Latina con Julián Carrón


En videoconferencia, 28 de marzo 2021

• Mi casa
• Povera voce
• Hoy arriesgaré

Julián Carrón. La síntesis de estos días es una ocasión para volver a mirar de nuevo las
cosas que más nos interesan retener para el camino que estamos haciendo, para que la vida
pueda crecer constantemente y estemos siempre cada vez mejor, en las mejores condiciones
para afrontar los retos que la vida no nos ahorra. Por eso, me llama mucho la atención cuando
me doy cuenta de que se puede perder la vida viviendo, porque es como si se viviera sin
aprovechar lo que sucede para enriquecer nuestra vida de manera de poder afrontar nuevos
desafíos.
Hace dos o tres días, he tenido un encuentro con chicos que están preparando el examen de
Bachillerato al final del liceo y un chico contaba cómo en un cierto momento se ha encasqui-
llado en la preparación del examen. Entonces he empezado a preguntarle: «¿Tú recuerdas
alguna vez en la que has estado en esta situación, en la que te has encasquillado? ¿Cómo has
salido de esa situación?» No me respondió. Se quedó en silencio. Es decir, se encuentra de-
lante de una situación, como es preparar su examen de bachillerato, bloqueado por la dificul-
tad o por el miedo, como paralizado delante de lo que tiene que afrontar, pero no tiene nada
entre sus recursos de lo que ha aprendido durante el pasado para desafiar, para afrontar esta
nueva situación. Por eso siempre me viene a la mente un diálogo que tuve hace tantos años
en Barcelona con dos chicas. Me sucedió algo parecido a lo que me ha sucedido con este
chico que está preparando el examen de bachillerato.
Eran dos chicas que estaban en casa de la familia de la profesora donde yo me hospedaba
cuando iba a visitar a la comunidad de Barcelona. Estaban visitando a esta profesora y, des-
pués de los primeros intercambios, les pregunté dónde vivían la fe. Porque la profesora era
profesora de religión y por tanto estaban ahí por la relación que se había creado con ella.
Después de preguntarles donde vivían y de contarme ellas sin parar todas las actividades que
hacían: una, en una parroquia; la otra, en un grupo del colegio, las desafío diciéndoles: «Pero
vosotras de todo esto, ¿qué aprendéis para vivir? ¿Qué os queda de todas estas actividades
para vivir?». Se puede invitar a las personas a participar de muchas actividades de la vida
social, de la vida cultural, de la vida normal de un país o de una ciudad, pero la cuestión es
si todas estas actividades hacen crecer a la persona, porque si no crece la persona, al final, es
algo que no deja huella en la vida, por tanto, se pierde el tiempo más que ganarlo. A estas
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chicas, no sabiendo en realidad como preguntarles les puse un ejemplo: «Después de todas
estas actividades que hacéis, en el fondo no sabéis qué es lo que habéis aprendido. Vosotras,
de todo esto, ¿qué habéis aprendido?». Silencio. «Si vosotras tuvierais que comunicar algo
de lo que habéis aprendido a una persona ¿qué le diríais?» y les puse el ejemplo: «si vosotras
estuvieseis al final de los estudios de bachillerato y este fuera el último año, ¿vosotras ten-
dríais algo que comunicar con certeza si tuvierais un hermano de 6 años?». Inmediatamente
me dijeron «sí» y les pregunto de nuevo: «Y si tuvierais que comunicar una certeza sobre la
vida ¿qué le podríais decir al hermano vuestro de 6 años?». Nada, no podían decirle nada, se
quedaron como paralizadas. Desde entonces aprendí que uno puede llenar la vida de cosas,
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de actividades y contarnos todo (me habían contado muchas cosas con todo lujo de detalles),
pero al final ¿qué queda de todo esto? Es como si al final, de cada cosa, me hubieran escrito
un folio, hubieran hecho un montón de relatos, tuviera un montón de folios tirados en la
papelera, pero no habían aprendido nada. Entonces desde aquel momento me di cuenta de
que sin esta experiencia donde uno aprende, al final no tiene nada sustancial que comunicar
para la vida, ni siquiera a una persona más pequeña. Me di cuenta al mismo tiempo de que
no era un problema de inteligencia, porque estas personas cuando les pregunté si podían co-
municar algunas certezas sobre la matemática a sus hermanos más pequeños, inmediatamente
me dijeron que sí, es decir, no eran estúpidas, podían aprender, habían aprendido con certeza
cosas sobre las matemáticas, pero no tenían nada para decir sobre la vida. Y entonces me di
cuenta de que era un problema de método. ¿Por qué habían podido comunicar algo con cer-
teza en matemáticas? Porque el profesor o la profesora que habían tenido les había introdu-
cido a un método a través del cual, poco a poco, habían podido aprender algo con certeza y
ahora lo podían comunicar. En cambio, con la vida nadie les había ofrecido un método que
les permitiera aprender y llegar a tener una certeza, que les permitiera poder ofrecer algo a
un hermano más pequeño. Este método es el que les faltaba, no porque estuvieran desintere-
sadas, no porque fueran personas sin inteligencia, no porque no tuvieran deseo, sino porque
nadie les había enseñado el método para aprender de las cosas que sucedían y, por tanto, al
final perdían la vida viviendo, sin darse cuenta.
A esto lo he confirmado después, en muchas ocasiones, porque me daba cuenta de que no
sucedía solo en los más pequeños, sino en los adultos. Muchas tantas veces uno está haciendo
una experiencia que podríamos llamar “A”, se da una experiencia de “B” donde ha sucedido
algo, pero no se da cuenta de lo que ha sucedido y después de “B” retorna de nuevo a “A”
(como si no hubiera sucedido nada, como si “B” no hubiera tenido lugar). Es decir, de las
cosas del vivir nos cuesta trabajo aprender. Es por eso que soy un entusiasta del carisma,
porque el carisma nos ofrece un método para aprender. Desde la primera página de El Sentido
Religioso, don Giussani pone en nuestras manos el método con el cual nosotros podemos
aprender de todo lo que sucede. Tanto es así que Giussani dice en un momento, en otro lugar,
que el genio propio del carisma del movimiento es metodológico, es pedagógico, porque sin
un método, lo que tenemos es una acumulación de hechos de los cuales no aprendemos nada,
como las chicas de Barcelona, como ese chico que está preparando el examen de bachillerato.
Han pasado muchas más horas viviendo la vida general que las horas que han dedicado a
estudiar matemáticas, pero para las matemáticas han aprendido un método que les ha permi-
tido acumular ciertas certezas, para la vida no. Por eso sin un método, sin aprender un mé-
todo, que es lo que el movimiento nos ofrece, perdemos la ocasión de aprender de todo lo
que vivimos y acumular una riqueza para afrontar los desafíos. Y a este método lo aprende-
mos viviendo, no tomándonos un año sabático para aprenderlo. El método se aprende vi-
viendo, no hay que parar la vida para aprender, es justamente lo contrario, es viviendo lo que
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nos pasa con un cierto método que nosotros aprendemos. Como dice don Giussani, la vida se
aprende en concreto, no teóricamente.
Todo esto nos ayuda a mirar juntos la ocasión que hemos tenido este año para aprender.
Hemos tenido que afrontar una circunstancia, como es la pandemia, que nos ha desafiado a
todos. Y el hecho de que todos hemos tenido que vivir lo mismo, tiene como un valor para-
digmático porque habiendo compartido esta circunstancia, podemos ver cómo cada uno de
nosotros ha vivido esta provocación que la realidad no le ha ahorrado a nadie. Y hemos pro-
puesto, como decíamos en la introducción, una hipótesis para afrontar la pandemia. Cada uno
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ha podido ver que, cuando ha puesto a prueba la hipótesis, ha hecho lo que llamamos nor-
malmente la verificación de esta hipótesis y se da cuenta de que ha aprendido. Lo hemos
visto estos días, en el testimonio de unos y de otros, los que han aprendido, los que no han
dejado escapar la ocasión para hacer un camino con la propuesta, con la hipótesis con la que
nosotros nos hemos ayudado a no quedarnos solos afrontándola, sino proponiendo un mé-
todo, una hipótesis, ofreciendo una sugerencia para estar delante de este desafío. Quien lo ha
hecho, quien lo haya verificado (independientemente de que haya acertado o no haya acer-
tado, que se haya equivocado) habrá aprendido que ciertas cosas no funcionan en la vida, que
ciertas cosas no nos responden a los miedos que tenemos, o a las preguntas que tenemos, no
hacen respirar en las situaciones en las que nos asfixiamos, sino que la mayoría de las veces
nos hacen vivir todavía peor la vida. Por eso, solo quien secunda el método que el carisma
nos ofrece podrá vivir un tipo de experiencia que le puede convencer, porque se trata de
cambiar constantemente la forma en la que nosotros entendemos las cosas. Lo hemos visto
en muchas ocasiones en estos tiempos
Habíamos ofrecido como libro del mes el texto de Van Thuan en el que, en una situación
infinitamente más dramática, en su prisión había aprendido a ser libre, libre detrás de las
rejas. Esto se lo ha llevado a casa después de ser liberado y, durante el tiempo en el que ha
estado en una situación mucho peor que la nuestra, ha crecido. No se ha dejado abandonar a
la nada, sino que ha crecido y hemos visto, quien haya leído el libro, cómo llega a resplan-
decer hasta el punto de contagiar a todos los que estaban en contacto con él. A los guardias
los tenían que cambiar constantemente porque quedaban tan asombrados por la vida de este
hombre que los contagiaba a todos y, en el fondo, lo seguían. En este tiempo que vivimos,
como dice don Giussani, no se puede cambiar la vida sino viviendo. Se cambia solo con la
vida. Y por eso solo quién vive una experiencia y después la conserva, la somete a la razón
(lo que pensaba anteriormente, lo somete a la experiencia que ha vivido), podrá alcanzar una
certeza que después comunica viviendo. Quien haya tenido certeza habrá podido ver cómo
ha afrontado su miedo. Quien tenía una certeza, como nos contaba Olavo, ha podido ver qué
es lo que ha podido usar como recurso para estar delante de una situación vertiginosa como
es la que nos contaba ayer, solo, con el COVID, sin saber cómo podía acabar la historia. Y
allí ha encontrado él, dentro de sí, una certeza, una riqueza, una familiaridad con Cristo que
le ha permitido estar delante de una situación tan dramática con esta certeza con la que lo
hemos escuchado ayer porque solo quien vive experiencias de este tipo las puede archivar en
su memoria.
Me asombra cuando le preguntas a uno: «Pero tú ¿cómo has salido de situaciones cuando
estás encasquillado?» y no tiene nada que decir, porque no tiene nada en su archivo. No hay
nada que se haya conservado en su memoria. Dice Giussani: la experiencia se conserva en la
memoria. La memoria es justamente este archivo de la experiencia porque sin que la expe-
riencia sea verdaderamente experiencia no se puede conservar en la memoria porque en el
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fondo la olvidamos. Lo he visto tantas veces con mis alumnos: yo aprendía de lo que sucedía
con ellos, o con lo que ellos me enseñaban o por lo que yo veía suceder en ellos. Y yo, como
aprendía, lo conservaba, lo guardaba en la memoria, pero ellos en muchas ocasiones no se
daban cuenta de lo que había sucedido y, por tanto, no se acordaban de nada. Para que algo
se conserve, como yo recuerdo el caso de las chicas de Barcelona, como recuerdo muchas
otras cosas que me pasaban con mis alumnos de bachillerato cuando daba clases en Madrid,
hace falta aprender de lo vivido. Por eso cuando veo de nuevo a un chico esta semana y le
pregunto si ha vivido alguna experiencia que la ayude a salir de la situación de bloqueo en la
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que se encuentra, me sorprendo porque no le viene nada a la cabeza y a mí inmediata-


mente me vuelve a recordar lo de Barcelona porque me di cuenta de que yo allí aprendí algo.
No es que haya hecho esfuerzos para recordarlo, es que la experiencia que había vivido (como
Olavo que había salido de la situación y no quería perderla) la había conservado en la me-
moria.
Giussani dice, en este capítulo octavo de El Sentido Religioso del que estoy leyendo estas
líneas, que la experiencia, para ser conservada en la memoria, debe ser verdaderamente ex-
periencia. ¿Qué significa esto? Que debe ser juzgada, que la prueba que hacemos, el tipo de
hecho que vivimos tiene que ser juzgado, tenemos que darnos cuenta de qué es lo que hemos
aprendido porque si no, no queda nada, se olvida y solo quedan lamentos y palabras. Y ¿cómo
la inteligencia juzga la experiencia? se pregunta Giussani, y aquí retorna al capítulo primero
de El Sentido Religioso del que hablaba antes: comparando lo que vivo con las exigencias
constitutivas de mi humanidad, es decir, con la experiencia elemental, con el complejo de
exigencias y evidencias que constituyen mi rostro humano. La experiencia elemental es la
inteligencia en acto en su esencia. Solo quien acumula en su archivo esta riqueza de expe-
riencia y la conserva en la memoria, cuando se encuentra delante de situaciones inéditas,
como la que nos ha pasado, podrá desafiar el presente con la riqueza del pasado. Si uno no
ha vivido ningún tipo de experiencia de esto, cada vez es más frágil, cada vez está más des-
provisto de los instrumentos para afrontar la vida y, por tanto, es más vulnerable por el tejido
social, porque está más solo, más desprovisto de todo.
Nos lo decía ayer muy bien nuestro amigo del Paraguay porque muchos de sus profesores
que pertenecen a los gremios no habiendo vivido este tipo de experiencia no saben cómo
afrontar las crisis, las afrontan tan solo parcialmente, solo incrementando los recursos (que
posiblemente era necesario) pero no será esto lo que haga encender el corazón de alguien, el
punto inflamado que es el corazón de un hijo o de un alumno. Me contaban estos días en un
diálogo que tuve con una profesora el caso de un chico que estaba totalmente paralizado en
sus estudios, sin deseos de aprender, y los demás profesores del colegio decían que era inútil.
Y en cambio ella, implicándose con el alumno, ha conseguido comunicarle una estima tal por
su persona, por su vida que ha encendido este punto inflamado y ha puesto en marcha el
mecanismo del yo del niño y él no pierde ocasión de tener relación con su maestra. Todo lo
que le propone la maestra, él lo hace por la relación que se ha creado. Esta es la relación
educativa, si esto no sucede porque uno no ha vivido la experiencia de ser mirado así, como
esta chica ha mirado a este niño, entonces hubiera hecho como el resto de los profesores, que
lo tenían ahí aparcado. En cambio, cuando uno ha vivido una experiencia que le permite
mirar al niño como conociendo de qué está hecho, de qué pasta está hecha la persona, a qué
punto hay que dirigirse para tocar la fibra más íntima, que es el centro de la persona, con una
estima, con una ternura, con una afirmación del valor del otro que le despierta el deseo de ser
él mismo. Lo hemos oído muchas veces a don Giussani: el yo se despierta en un encuentro
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y, por tanto, quien ha tenido esta familiaridad podrá intentar en cada encuentro que tiene,
cualquiera que sea la situación de emergencia en que se encuentre, podrá intentar tocar este
punto inflamado para volver otra vez a poner en marcha el dinamismo más íntimo del otro.
Me lo contaba recientemente una madre que tiene un hijo que tiene dificultades con sus com-
pañeros, de entrar en relación con ellos. El chico vuelve a casa y le dice que no tiene estima
de sí mismo. Por esto la mayoría de las veces no se deja interrogar por los profesores, porque
le da miedo poder no sentir esta estima. Entonces la madre lo mira porque ese día venía
verdaderamente compungido a casa y le dice: «Pero, si no tienes estima de ti ¿por qué lloras?
¿No será que lloras porque tú vales, porque tú tienes estima de ti mismo, porque tú sabes que
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eres valioso?» El hijo quedó tan desconcertado, tan sorprendido por esta afirmación de la
madre que inmediatamente dejó de llorar y sonrió. Esto es tocar el punto de una persona,
pero esto ¿quién lo puede tocar? Una persona como la madre que ha tenido una familiaridad
tal con lo humano que cualquier cosa que ve en sus hijos puede darle esta sugerencia, esta
modalidad de estar delante de él que lo desbloquea de la situación. Como muchas veces nos
sucede a nosotros que hablamos con alguien que nos desbloquea porque tiene una familiari-
dad con lo humano que hace posible que todo vuelva a recomenzar. Esta es la experiencia
que nos ha comunicado Giussani. Si no se genera el sujeto que puede responder a esta emer-
gencia educativa, que puede responder a la situación en el trabajo a los gremios como contaba
nuestro amigo ayer, o con los hijos en casa, o con el marido, con la mujer, o por los amigos
de la comunidad, o de la fraternidad, quien no tiene esto, hace que todo se haga infinitamente
más pesado. En cambio, cuando uno ha aprovechado la vida, como decía ayer Olavo, pues
no quiere perder la belleza de lo que ha vivido, ha sido tan estupenda la experiencia, aunque
haya sido dramática, que no la quiere perder y se pregunta qué la puede sostener cuando
vuelve a la normalidad, para que no vuelva a vivir sin esta tensión que ha vivido en una
situación tan desafiante. Y esta es la razón por la que nosotros estamos juntos. No sería ade-
cuado estar juntos si no fuera porque nos acompañamos a caminar al destino. Ahora después
de haber visto esta experiencia, decía ayer Olavo, ya no le bastará cualquier persona porque
muchas personas pueden vivir con el freno echado, como frenando la vida, en cambio, él
necesita compañeros de camino que le puedan sostener verdaderamente para no perder la
vida viviendo, para no perder la vida en la distracción, sino poder vivir a la altura de la ex-
periencia de humanidad que él ha vivido. Cuanto más desafiados somos, más grabado queda
dentro de nosotros esta experiencia, por eso Olavo decía que no puede volver a la situación
de normalidad sin haber aprendido algo y sin el deseo de no perder lo que ha vivido. Y por
eso la primera emergencia educativa somos nosotros. El generar esta persona que pueda con-
vertirse en un bien para nosotros, como la madre ha sido un bien para su hijo, que lo ha
desencasquillado y ha vuelto de nuevo a sonreír, ha vuelto al colegio y ha dejado que los
profesores le interrogasen y ha comenzado a tener relación con los compañeros, aunque le
costaba trabajo. Ha desencadenado todo el dinamismo para que pueda vivir. Lo mismo su-
cede en cualquier otra situación, solo si una madre ha vivido su propia experiencia humana
puede generar el yo de su hijo, o el profesor el yo de su estudiante, o el colega el yo de su
colega trabajador, o con los amigos, entre nosotros. Es lo que decíamos, hablando con Cris-
tina, la educación como comunicación que se ha manifestado en el diálogo que tuvimos ayer
con ella. Simplemente sugiero volver a retomarlo. Se veía cómo ella, por lo que le había
pasado, ya no podía vivir su relación con sus pacientes sin esta sensibilidad que, aunque la
hacía sufrir, era lo mejor que podía ofrecer, como se muestra en el encuentro con los gitanos
que justamente por el desafío que significan, por el mundo cerrado en el que viven, que al-
guien pueda entrar allí es casi milagroso. Ella, justamente por la experiencia que ha vivido,
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ha desafiado a la madre para que tuviera la posibilidad de curar a su hija. Y la madre, sor-
prendida por la estima que tenía por su hija, ha aceptado y aunque se han ido a otro sitio,
Cristina se las ha ingeniado para poder ponerse en contacto con el médico del lugar adonde
iban para poder continuar el tratamiento de la niña. Y cuando ha vuelto a la ciudad donde
vive Cristina, se ha sorprendido no simplemente de que la niña estaba bien, sino de que la
madre ha traído a toda la tribu. El método que hemos aprendido, mediante el cual Dios cam-
bia al mundo llamando a uno, Abraham, y después genera un pueblo a través de los profetas,
y a través de Cristo, a través de los que elige ahora, así el mismo método sucede en el trabajo,
como Cristina ha mostrado. No existe un método para la salvación, ni un método para vivir.
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Existe un método que es el que funciona en la vida: cuando la madre mira al hijo encasqui-
llado y con solo hacerle una pregunta le desencasquilla y le desbloquea y el hijo empieza a
vivir. Lo mismo le sucede a Cristina con la madre gitana y su hija que después se ensancha.
Imaginaros a los que encontraron después a Cristina, cuando volvió la madre con sus amigos
gitanos, cómo salen contentos de este encuentro porque ven la estima que Cristina tiene por
ellos, cómo se preocupa por su salud, así, será natural que traigan a todo el poblado porque
es de este modo cómo se cambia. Este es el método que Dios ha puesto en marcha, a nosotros
nos parece demasiado lento porque Dios es muy discreto con la libertad de las personas, pero
en cambio, vemos que funciona.
Y, por tanto, la verdadera cuestión es que nosotros podamos vivir un tipo de experiencia que
podamos comunicar a los otros. Y para poder resistir a veces en esta situación, como nos
testimoniaba Olavo, cuanto más nos desafía la vida, más necesitamos tener la consistencia
que nos da Cristo para estar delante de estos desafíos. Por eso se trata de llegar a reconocer
a Cristo en la experiencia, como nos ha dicho don Giussani. Vivir intensamente la realidad
quiere decir vivirla hasta el fondo, hasta que uno se encuentra con el Misterio porque está al
borde del abismo, y es así que la persona es capaz de vivir las circunstancias de un modo
nuevo.
¿Qué es lo que nos hace falta para poder vivir y dejarnos generar? Un lugar que nos genere.
Este lugar es el que Dios, como hemos estudiado en la Escuela de comunidad, ha fijado para
nosotros porque es el que nos ha atraído, el que nos ha hecho fascinar por toda la realidad
desde la vida de la Iglesia a través de la cual Cristo nos ha llamado, a través de la pertenencia
a este pueblo que es el movimiento. Si nosotros aceptamos vivir dentro de esta pertenencia
podremos ser generados y generar al mismo tiempo porque solo en la medida que nos deja-
mos generar podemos generar como ha dicho siempre Giussani. Nadie genera si no es gene-
rado. Cristina no lo hubiera podido hacer, o nuestro amigo Derlis no lo podrá hacer, como
nosotros no lo podremos hacer, si no es porque nos dejamos generar por este lugar en el que
la piedad de Cristo nos ha alcanzado a cada uno como pueblo para poder después servir a la
gloria de Cristo como la Escuela de comunidad nos testimonia. Por tanto, la propuesta del
movimiento está sistemática y éticamente contenida en la Escuela de comunidad. Por eso es
tan fundamental el trabajo sobre el texto de la Escuela de comunidad porque es la modalidad
más concreta de la relación sistemática con el carisma. Sólo la fidelidad a este método que
estamos recordado podrá ayudarnos a no perder la vida viviendo, sino que todo lo que nos
suceda nos enriquecerá y podremos conservarlo en la memoria para afrontar los nuevos desa-
fíos. Con esto comienzo los avisos que están en directa relación con lo que estoy diciendo al
final de mi síntesis.
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