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Chicos y chicas:

Cuando Sergio me pidió que preparara estas palabras para despedirlos, inmediatamente dije que
sí. Después, me arrepentí. No, mentira. Pero sí pensaba de qué manera encarar estas palabras sin
caer en lugares comunes y medio cursis del estilo: es momento de que salgan y abran las alas, el
mundo los espera, etc., etc.

Una vez terminado el discurso, no creo haberlo logrado del todo, pero por lo menos lo intenté.
Vamos entonces.

Estamos en los momentos culminantes de un proceso de cinco años muy particulares. Sé que en
algún punto es lo que no debe ser nombrado pero su paso por la escuela secundaria estuvo
marcado, inevitablemente, por la pandemia. Momentos de confusión, dolor, soledad, y también
de nuevas formas de trabajo y de pensar la escuela y la escolaridad. Dejamos de vernos en
segundo y nos reencontamos en 4to. Me acuerdo esos primeros momentos. Estaban muy
cambiados, mucho más grandes. De hecho, recuerdo particularmente estar hablando con Maxi y
preguntarle: ¿cómo es tu nombre? No lo había reconocido. No sé si se notó, pero intenté disimular
ese instante de confusión.

En fin, tras estos años difíciles, llegó quinto año. Un año que creo que aprovecharon para disfrutar
(mucho) y estudiar (un poco menos). Aclaro, no es un pase de facturas. Un año con novedades,
con salidas a las prácticas, las pasantías, el viaje de egresados, la fiesta… Pero bueno, no quiero
hacer un resumen. Ya lo vieron, lo vivieron, bien o mal, mejor o peor. Este debería ser el
fragmento del discurso en que debo decirles: “tras haber pasado cinco años maravillosos de
escuela secundaria, es momento de que salgan y abran las alas, el mundo los espera”. Pero, ¿a qué
mundo? Chicos, no voy a mentirles, el mundo está complicado. Por si no se enteraron digo. Y,
además, ustedes salen del Luján Porteño. Esto lo digo como profe y también como ex alumno.
Cuando terminé el colegio, hace muy poco tiempo, era común que me dijeran: qué difícil va a ser
adaptarse a un mundo tan grande saliendo de uno tan chiquito. Y es que, como bien sabemos, los
egresados del Luján nos criamos en una suerte de micromundo: el colegio, el parque, el club, la
parroquia. Y así en loop. Un mundo chico, tampoco color de rosas, pero sí contenedor, en el que
cada uno tiene un nombre y donde todos te conocen.

Entonces, recapitulando: el mundo al que salen es desolador y encima vienen del Luján Porteño.
Me fui de lo cursi a las malas noticias. Pero no. Hay un secreto para sobrevivir y ser feliz en este
mundo tan complejo: no se adapten. O por lo menos no se adapten completamente. ¿Qué quiero
decir? Así como haber pasado por esta escuela los enfrenta al desafío de pasar de lo chico a lo
grande, del micro al macro mundo, también les da herramientas. Lleven eso que aprendieron, más
allá de las aulas, al mundo exterior. (Ahora sí me pongo cursi). Esa cultura del gesto, del
encuentro, del compartir cara a cara y día a día. Hagan de este mundo grande, tremendo, hostil
algo mejor. No hace falta mucho. Creo sinceramente que, si algo se llevan de nuestra cultura
institucional, es la capacidad de mirar al otro. Entonces, otra vez, no se adapten a la lógica del
descarte, de la burocracia fría y despersonalizada. Más que cualquier contenido que hayan podido
aprender formalmente, esa caja de herramientas está adentro de ustedes.

Por último: les deseo que vivan apasionadamente. Que estudien algo que los apasione, que
aspiren siempre a más, que abran la cabeza, que escuchen música nueva, que sean creativos, que
lean libros y vean películas, que hagan amigos y se enamoren, que crean en algo y lo defiendan. ¡Y
que vuelvan! Siempre va a estar abierta la puerta para los que quieran venir a charlar un rato,
contarnos su vida, ver cómo crecen. Eso sí, ¡traigan facturas!

Los queremos mucho.

Profes del Luján Porteño.

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