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Graciela Frigerio1*
1*
Seminario Infancias, pedagogía y Psicoanálisis. Medellín, febrero 2010.
En: https://mail.google.com/mail/u/0/?tab=wm#inbox?projector=1
estoy diciendo así como restitos sin importancia. Los fragmentos que yo tengo acá,
pueden no ser significativos para ustedes, pero en todo caso, me conciernen y me
afectan, me han afectado, me han alterado y me alteran. Esta seudo- conferencia
tendría así como muchos comienzos, ningún final y renuncia de entrada a toda
pretensión de completud.
No se puede abordar la infancia desde la perspectiva de, habría que
completar el cuadro que nos permitiera aprenderlo todo y disolver todo enigma. La
cuestión de infancia y enigma es una asociación a mantener abierta. Por otro lado,
ustedes ven que elegí, y esto también es un problema personal, elegí escribir en
borrador, ustedes ven, estos son borradores, páginas de colores, tintas distintas,
restos, de otros tiempos, sedimentos de otros tiempos. Quizás esto de escribir en
borrador tenga un pequeño argumento más poético que racional. Hay un poeta que,
me gusta mucho se llama Roberto Juarroz que dice que nosotros somos siempre los
sujetos, el borrador de un texto. Y que no hay que esperar de ninguno de nosotros
que nos volvamos la versión definitiva. Entonces borradores de textos, ensayos, si
ustedes quieren. Uno podría decir una…, es un paseo que uno no sale sin ton ni
son, uno sale dispuesto a asombrarse. De lo que voy a testimoniar acá, es de lo que
a mí me asombra, ustedes están liberados de asombrarse de eso y por supuesto
están liberados de toda expectativa de mi parte a que coincidamos con esto.
En todo caso, antes de empezar, necesito decir que si estos fragmentos para
mi hacen sentido es porque constituyen una constelación de asociaciones. Algunas,
de las decibles, no toda asociación es decible. Tampoco uno puede solicitarle a
nadie que la diga. Recuerdo un texto de una autora, una psicoanalista que abría su
texto contando un relato de un hombre que venía a pedirle que por favor atendiera a
su mujer. Y ella dice y ¿por qué quiere usted que yo atienda a su mujer?, y él le dice
pues porque está loca. Y ella le pregunta pero ¿por qué cree que está loca?, y él
dice porque cuenta todo lo que se le pasa por la cabeza. Hay algo ahí de lo que no
es totalmente decible, de lo que no es totalmente publicable. Pero alterada un poco
por las presentaciones que valoro, que admiro, me encantó escucharlo, podría decir
de cada uno de los que hablaron antes el punto donde me tocan y me conmueven,
pero quizás eso sea cuestión de hoy a la tarde, me sentí como en la obligación de
decir algunos puntos de partida, personales, no necesariamente muy íntimos, lo que
puedo decir de mí.
Podría decirles así, algo así, para empezar, para que sepan desde donde
hablo: tengo, porque ya soy una persona mayor, muchos años de estudio en
diversas instituciones, muchísimos años de estudio; sin embargo, podría decir que a
lo largo de todísimos estos años de pasaje por las instituciones, sólo podría decir
que he tenido unos pocos maestros. Por supuesto, como todos ustedes, tuve todos
los de la primaria, los de la secundaria, todos los de la universidad, del posgrado 1,
del postgrado 2…pero no podría decir que todos los que escuché o que todos los
que estuvieron frente a mí, se me transformaron en maestros. Pero, por eso mismo
y porque creo con Penac que a veces alcanza con que uno se encuentre con un
maestro. Y para Penac, un maestro es aquel que interviene de tal modo en la vida
de uno, que lo pone a salvo de uno mismo y de todos los otros profes. No sé si
logro ser clara. Penac lo dice así: alcanza uno, para que uno esté a salvo. A salvo
¿de qué?, de uno mismo; a salvo ¿de qué? de todos los otros, diplomados de
maestros pero que no ofician de maestros. Entre esos otros maestros, entre esos
maestros que tuve, podría decir, al principio, quiero hacer un pequeño homenaje
pero porque tiene sentido en relación a la conferencia. Fueron como los que conocí,
los que tuve frente a frente, cara a cara. Y podría decir así, para poder estar aquí
hablando de lo que pasa entre grandes y chicos, yo debo hacer como un
reconocimiento un agradecimiento a dos maestras de la primaria, van a ver porque
traigo ese homenaje. Se llamaban la señora De Marcado y la señora De Agüero. Yo
podría decir, debo agradecerles a ellas, que siendo la institución escolar una
institución detestada por mí, que me causaba altísimo sufrimientos,
psicomatizaciones cotidianas; a ellas les debo que me hayan salvado la cabeza. A
ellas les debo no haber renunciado a pensar. Y si traigo este homenaje y digo se los
agradezco, es porque hay una pregunta. Es que ¿hicieron eso por mí por amor?:
Nunca me dijeron que me querían, jamás. Creo que lo que hicieron, el modo en el
que intervinieron poniéndome a salvo de toda inhibición intelectual, era simplemente
para ellas que nunca habían leído a Freud, que no sabían de Piaget, no sé si
habrán leído a Rousseau; ellas hacían lo que creían que tenían que hacer: ni más
ni menos que ejercer su oficio. No es que hicieron una intervención particular. Tal
vez hubiera dicho Estanislao [Antelo], me consideraron. Tal vez hubiera dicho
Estanislao [Antelo] o podría decir yo, así trastocando un cayo, de pronto me sentí
mirada por ellas, escuchada por ellas, ¿es que me preguntaron algo de mi vida?,
jamás; ¿es que se interesaron por la situación de mi familia?, nunca. Simplemente
me miraban ahí, luchando con lo que sigo luchando.
Hay un pequeño texto muy interesante, una poesía de Pessoa cuyo
encuentro le debo a Sarah [Flórez]. Pessoa dice, ahora les cuento porque traigo
esto, hecho filosofía en secreto que ningún Kant escribió. Pero soy y tal vez lo seré
siempre el de la buhardilla, aunque no viva en ella, seré siempre el que no nació
para esto. Seré siempre sólo el que tenía cualidades, seré siempre el que esperó
que le abrieran la puerta de una pared sin puertas. Digo esto lo que es uno ahí
como pendiente, entre el ya no más y el aún no. Entonces, estas mujeres, digamos,
se preocuparon porque yo que sigo teniendo problemas de ortografía, adoro escribir,
leo horas y horas desde que tengo memoria y aun así antes de ellas; ellas me
resolvieron que podían soportar de mi las faltas de ortografía; que podían dejar de
evaluarme, razón por la cual en los dictados sacaba menos diez, menos quince,
solo que después me calibraban con otra cosa. Sentía decisión de ella, menos diez
en el dictado y tenía más no sé cuánto como para que me permitiría ahí rondar.
Pero digo yo le debo mi cabeza, la ausencia momentánea restringida de inhibición
intelectual, a dos maestras que no leyeron a Freud, y no que no sé si sabían de
pedagogía, a dos maestras a cerca de las cuales, no me imagino si me quisieron o
no, que nunca me preguntaron por mi mundo interno pero que sin embargo, me
permitieron tramitar algo en la economía de mi aparato psíquico, en esa discusión
con las reglas.
La regla, dice hay acentos. A mí me encanta subrayar y nunca pude poner un
acento en mi vida. Se dan cuenta lo que es el mundo interno. Pero les debo algo
poder pensar o quizás sería más estricta algo del orden de haber podido sobrevivir,
sobrevivir a tantas cosas, en tiempos de vida y muerte, a un par de interpretaciones
a lo largo de miles de años de análisis con distintos analistas. Quizás tres
interpretaciones en toda la vida alcanzan para que uno esté a salvo de sí mismo. En
todo caso, digo, hay ahí una cuestión que quiero dejar puntuada porque tendría que
ver con lo que nos quedó en relación o pendiente ayer a propósito del amor.
El amor para los pedagogos, es una amor muy particular, quizás recurriendo
a la misma fuente que Estanislao, pero tal vez a otro texto y a otro autor a la misma
fuente en el sentido de la filosofía, me gusta pensar el amor al modo en que lo
define o intenta definirlo Jean Luc Nancy, y él dice: amar designa la posibilidad de
considerar todas las cosas, todo lo que está acá como teniendo valor en sí y por sí
mismo. Entonces, dice, esforcemos de imaginar para el amor una suerte de
pensamiento libre y exigente que toma placer al contactarse con su objeto, y de
acuerdo al objeto toda la estima de lo cual es capaz, se trata, dice Nancy, de un
pensamiento en on, amoroso, de una amorosidad, no de un amor, una amorosidad
como consideración decía Estanislao ayer.
Por eso es que quizás cuando uno vuelve a la poesía, y yo vuelvo a Roberto
Juarroz. Juarroz dice que a veces, lo dice amorosamente, solo pensar a un hombre,
se parece a salvarlo. Pero si hay cuestión de amor o de pensamiento amoroso o no,
es porque existe amor de transferencia, sin el cual no hay cultura posible, no hay
relación con otro, pero estaríamos muy equivocados, y sobre esto sí quiero volver
después, si nos propusiéramos hacer del amor de transferencia una pedagogía,
estaríamos totalmente pervertidos, si intentamos hacer del amor de transferencia
una didáctica, y en este sentido resueno, aunque podríamos discutir con lo que el
profesor Echeverri señalaba al final de la ponencia de la mañana, como
intervención. Pero en todo caso esto es como una pequeña introducción que
justifica porqué estoy acá, desde donde hablo, qué me preocupa.
Después de hacer esta introducción yo me había hecho como un larguísimo
índice que no voy a poder desarrollar, quizás pueda simplemente puntuar porque
utilicé la cuestión de juego, algo vinculado al verbo jugar, a ponerse en juego, a
estar en juego. Quizás por un temor que sería el temor, a que los grandes jueguen
con los niños, en el sentido horrible de jugar con ellos, como experimentar con ellos,
no de ponerse ahí a jugar con ellos, que son dos cuestiones distintas; pero en todo
caso, porque para mí el verbo jugar, muy winnicottianamente, es un verbo
impresionantemente feliz. El juego lo que nos permite es que algo se vuelva otra
cosa, uno podría hacer de esto que es un cartoncito, una balsa, un mensaje secreto,
una superficie, la base de una escultura, la posibilidad de una pelota, un símbolo un
amuleto. Ustedes saben, los amuletos son cuestiones importantísimas en la vida de
los sujetos. Es lo que nos pone a salvo de los terrores, quizás pensar con otros, es
ofrecer amuletos, que las relaciones, que las afinidades intelectuales, que la amistad
intelectual se nos vuelva un amuleto, lo que nos protege de lo que nos aterra.
En este caso mi puntuación sobre el juego, es porque a veces creo, que el
verbo jugar se malinterpreta, se banaliza, o bien que produce efectos perversos;
produce también efectos horribles que no fueron perversos; pero la noción también
de efecto perverso desde la sociología implica algo que escapa a lo que yo quería.
A veces uno ve que ciertas políticas provocan un efecto que no es, que escapan a
lo que querían, es el efecto inconfesable de lo que querían. Doy un ejemplo, cuando
una política se sostiene en una etiqueta borra al otro y a su enigma. Por ejemplo,
cuando decimos vamos a hacer una política para los niños pobres, o decimos
vamos a hacer una política para los niños vulnerables, o decimos vamos a hacer
una política para los niños marginados. La etiqueta cubre siempre al sujeto, hay algo
ahí, de una infancia, para ser más precisa de una niñez estropeada, cuando se
etiqueta; y a veces creo entonces, que las políticas juegan con los niños. Digo, los
etiqueta. Y ahí el niño no puede volverse otra cosa, solo puede ser continuidad de
un origen que lo persiguiera por siempre, en el estigma del etiquetamiento.
No sé si les ha pasado. Yo he escuchado alguna gente que plena de buena
voluntad, de buena leche, diríamos en Argentina, delante de un niño puede decir
nosotros hacemos esto para estos niños vulnerables; acaba de borrarle, de
expropiarle la posibilidad de ser simplemente un niño. Entonces me preocupa este
juego de los adultos, como me preocupa los modos de querer, algunos modos de
querer de los adultos a los niños.
En fin, en todo caso volvamos al tema entre grandes y chicos. Despejar esta
idea del juego, el juego winnicottiano, el juego como aire transicional, el juego como
oferta, el juego con posibilidad de transformar. Y digo esto porque el juego tiene que
ver con la pedagogía, por supuesto también con el psicoanálisis en el sentido que
en el origen del pensar está el juego. Un juego que consiste, ni más ni menos, en
poder representar y hacer presente lo ausente. Ustedes saben, Freud era un
excelente observador, a veces lo registramos como si fuera un sujeto que hubiera
sido solo una gran oreja, una gran oreja con capacidad interpretativa. Pero Freud,
básicamente antes de ser una gran oreja, era alguien que tenía una infinita
capacidad de observación. Y él observaba cómo un niño frente a la ausencia de los
grandes podría cambiar una posición subjetiva. Recuerdan, ustedes, visitaron todos
esa página del juego de la bobina [el carretel], del fort-da, ese juego que condensa
el origen del pensar, que dice: no voy a hacer tu objeto, voy a poder posicionarme
distinto, no serás tú el que me abandona; en todo caso, soy yo el que te echo y te
traigo cuando tengo ganas. Afuera- adentro, ausente- presente, fort da; juego
estructurante para la vida de cada uno de nosotros y juego que pone en evidencia la
fragilidad del aparato psíquico de todo sujeto. Finalmente el juego depende de un
hilo; o podríamos decir nuestra vida psíquica depende de un hilo. Imagínense que
el hilo se corte, que yo ya no pueda traer la bobina, que no la pueda volver a echar,
qué haríamos ahí imposibilitados de laborar, fort da, el primer juego, hacer presente
lo ausente, cambiar de posición, fort-da, hilo-lazo.
Quizás el concepto de lazo, lo que liga con lo ligado, concepto nodal, a lo que
a mí me gusta llamar o nombrar a nuestros oficios como oficios del lazo, sea una
palabra clave para pensar las relaciones entre grandes y chicos. Ustedes dirán,
¿por qué no usa otra expresión que grandes y chicos? Porque la infancia no tiene
palabras, porque la infancia no es una edad de la vida, porque la infancia es un
invento après coup, a posteriori, en diferido, una asignación de sentido que damos
más tarde, mucho después cuando encontramos, solo algunas de las palabras para
referirnos ficcionalmente a ese tiempo en el cual, palabras no teníamos ninguna.
Éramos dependientes de palabras prestadas, de palabras donadas, de sentidos
adjudicados de cuando éramos chicos, de cuando éramos pequeñitos, de cuando
éramos bebecitos, de cuando éramos como María Paulina Mejía, lo señalaba ayer,
esas pequeños manojos de carne, hueso y dolor en las tripas, cuando éramos como
hubiera dicho Winnicott, completando esto, cuando éramos aquellos que de pronto
nos vimos aterrados porque sentimos en el cuerpo la fuerza de gravedad y teníamos
miedo y tuvimos miedo de que alguien nos dejara caer.
La historia entre grandes y chicos depende en gran parte, no exclusivamente,
porque felizmente no hay clausura para esto. Incluso puede ser que nos hubieran
dejado caer, pero para el aparato psíquico existe esa posibilidad maravillosa de que
alguien repare, esa caída primera, si alguien nos dejó caer. Lo que quiero decir con
esto es que nunca en nuestra vida, nada se juega de una vez y para siempre. Nada
se juega entre 0 y 3, nada se juega entre 0 y 6, nada se cierra como juego, mientras
haya posibilidad de un trabajo de elaboración que requiere un otro, un buen
entendedor. Un buen entendedor no es un buen interpretador, un buen entender, es
el que es capaz de sostenernos simbólicamente, es decir de reproducir
simbólicamente esa necesidad de contacto primero, esa necesidad de sentir que
hay alguien dispuesto a barajarnos y a ponernos al abrigo del despeñarnos no en el
sentido del desempeño si en el de caernos en el abismo. Entonces aquí voy
haciendo como una síntesis sólo para permitir que ustedes después compongan
otro rompecabezas, yo para permitirme seguir el mío: amor, lazos, oficios del lazo,
juegos, identidades, après coup, borradores, borradores de un texto nunca definitivo.
Cuando hablamos entre grandes y chicos y decimos elegimos eso porque la
infancia no concluye, porque la infancia no es solo el territorio de los pequeños, es
el modo en que los pequeños internalizamos nuestras relaciones con los grandes y
es el modo de lo que el psicoanálisis dio en llamar el núcleo vivo de lo infantil en el
adulto. Aquello que, seguirá todo el tiempo hasta que cerremos definitivamente los
ojos o nos los cierren, tratando de encontrar unas maneras de comprenderse así
mismo, unas palabras para decir, aquello que es indecible, unos esfuerzos, por
conocer aquello que es incognoscible.
Cuando digo esto quisiera recuperar un pequeño texto de un autor que valoro
mucho, yo comparto algo próximo lo que Hilda Mar nos traía hoy, entre la así
llamada literatura, infantil o no, no lo sé y los textos así llamados, mal llamados
teóricos. Yo creo que la única diferencia es la posición del lector, la diferencia no
está en el texto, está en la manera de leer. Cuando agarra una novela, la agarra con
una posición, cuando uno agarra Castoriadis, lo agarra con otra. Pero uno puede y
debe o debería -les sugiero o los invito a- leer a Castoriadis como una novela, y a
leer algunos de los textos que Hilda Mar nos trajo como verdaderas teorías. Digo,
una teoría no es otra cosa que una ficción, una ficción coyuntural, un esfuerzo
desmedido por intentar comprender lo que no entendemos. Por eso las teorías
felizmente (bullen) se mueven, cambian, se desdicen y cada uno trabaja, sobre el
hueco, sobre la laguna, sobre el error, sobre la dificultad de la teoría anterior.
En todo caso alguien que hace solo literatura y que se llama Erri [Enrico] De
Luca, nos cuenta una leyenda y digo esto porque entre grandes y chicos, lo que se
pone en juego cuando se trata de la infancia es como ya dijimos presente- ausente,
aquí y allá, adentro- afuera; pero también podríamos decir memoria y olvido, una
oscilación entre memoria y olvido. Erri De Luca -estoy traduciendo- dice que la
leyenda cuenta que un ángel borra el recuerdo de lo que un recién nacido ha
conocido en el vientre de su madre. Hay que vaciar su bolso, antes de nacer. En la
placenta, los infantes, es decir, los que aún no tienen palabra, los que aún no tienen
voz; conocen todo el pasado, las lenguas, las aventuras, los peligros y los oficios.
Su esqueleto había sido pescado, reptil, pájaro antes de detenerse en la última
estación. El esfuerzo de expulsión del cuerpo de la madre sirve a que se olvide,
cuando se rompe la bolsa de agua se abre una brecha que se cierra
inmediatamente después, antes de que nos zambullamos en el vacío. Tal es el
mundo por aquel que viene de un vientre. El salto a lo seco, produce la anulación de
toda la sabiduría acumulada en la bolsa de la placenta y uno puede arraigarse
mejor, olvidando, de dónde uno viene.
Traigo esto porque la infancia implica quizás, esa constitución fundante que
resulta de un olvido. Yo les diría casi de una prohibición de saber, usted viene de un
lugar que no le será posible conocer y es justamente esa prohibición de saber, ese
Incognoscible, ese desconocido imposible aprender lo que funda para cada uno de
nosotros, con o sin escuela, unas curiosidades, unas ganas entender; yo le diría,
casi una tentación de elaborar. En todo caso, es lo que como enigma, ese
desconocido incognoscible va abrir todo el espacio de la curiosidad intelectual.
Decimos entre memoria y olvido, entre grandes y chicos. Y aquí cuando uno dice
esto, dice cuando uno nace así habiendo olvidado, uno está en una posición muy
compleja: extranjero radical, heredero de herencias que no siempre uno desearía
haber heredado y frente a las cuales necesita tomar posición; heredero de
herencia que uno deberá rechazar si quiere volverse un sujeto en libertad
condicional; es la única manera de volverse un sujeto; no hay sujeto libre, uno está
siempre en libertad condicional y cuando uno viene, cuando uno nace, uno nace
entre grandes y chicos, uno viene siempre después. Venir siempre después ¡que
problema! Nietzsche lo señalaba en consideraciones inactuales; cuando …decía
en efecto somos el fruto de generaciones anteriores, de sus extravíos, de sus
pasiones, de sus errores, incluso de sus crímenes. No es posible cortar totalmente
esa cadena, podemos condenar los extravíos; pero somos sus herederos. Con esto,
estoy señalando que cuando menciono entre grandes y chicos estoy diciendo hay
algo del orden de lo que ahí se crea; hay algo en aquello que no tiene palabras y
llamamos infancia que está cargado, en lo cual se han depositado unas cosas que
cuando no son tramitadas por los grandes, pasan a los chicos como una demanda
excesiva de trabajo de elaboración.
Así lo señala Marcelo Viñar o así lo destaca y lo subraya otro autor. Ellos
dicen cuando una generación no ha podido elaborar los crímenes, a los que
Nietzsche aludía, sin tener idea de los que vinieron después de los crímenes, que se
siguen sucediendo cuando los grandes no pueden hacerse cargo de elaborar esto,
lo que colocan en los recién llegados es la obligación de “arréglatelas como puedas
y elaborá por mí”. Y esto acorta o limita algo de la novedad de los nuevos, los
nuevos no son totalmente nuevos como una página en blanco, son páginas que
tienen restos y sedimentos de generaciones anteriores. Lo que ocurre entre grandes
y chicos es lo que entre grandes y chicos se pueda tramitar en términos de lo que se
deslizan intergeneracionalmente, transgeneracionalmente y lo que se puede o no
tramitar intra- subjetivamente. Somos así entonces, unos herederos de unos
grandes, de unos fantasmas y no habría que escucharlo tremebundamente
Yo les propongo que lean de Sándor Márai Confesiones de un burgués, el
capítulo que es un tratado sobre identidad. Márai dice: me paso buena parte de la
vida sin darme cuenta y de pronto me empecé a fijar y empecé a estar atento,
descubrí que estaban mis antepasados muertos, quienes no hacen mucho ruido, no
molestan demasiado, pero en vez, de pronto me doy cuenta que tengo un abuelo
presente en el modo en que tomo la copa cuando voy a beber. Y de pronto descubro
que tengo la timidez de una abuela que nunca sonreía en la mesa. Cuando me
encuentro con otros,
Esos antepasados muertos operan, según Bárbara Cameron, entre grandes y
chicos como prestadores de identidad porque no somos sin otros. Porque no somos
sin que nos ofrezcan material identitario para decir yo; esa maravillosa persona que
en la gramática se llama primera figura del singular en realidad no puede hacerse
sin un enorme plural. Y el yo es apenas un esbozo, un bosquejo, una cosita que a
veces no puede ponerse de pie, si no tuvo muchos otros, con los cuales y de los
cuales recibir material identitario. Identificarse a rasgo parcial, quisiera parecerme
a…
Ustedes saben, la identidad, muchas veces y las políticas colaboran -y las
teorías, algunas, ni les cuento- a entenderse como algo definitivo, algo que viene de
entrada y a uno le queda para siempre. Pero la identidad es un trabajo; trabajo
perpetuo que empieza antes de que lleguemos y perdura transgeneracionalmente
después de que morimos. Cuando Cameron toma la noción de prestadores de
identidad dice, cuando uno nace los otros catapultan sobre uno… esto que
Estanislao Antelo decía ayer: a quién se le parece. Es como si nosotros llegáramos
desnudos de identidad y nos vistieran no sólo con la ropita que nos ponen para que
estemos abrigados, sino con esas representaciones de los otros y tendremos así un
rasgo de algunos que no hemos conocido, con los que nunca jugaremos y cuyos
nombres, a veces, en la misma historia familiar se han olvidado. Lo es cierto es que,
cuando uno tiene limitada la oferta de materia prima identitaria la posibilidad de decir
yo y firmar en nombre propio se agota. Por eso importa que haya muchos otros que
los pongan en la posibilidad, en la maravillosa ocasión de nutrirnos de otros rasgos,
de lograr lo que Pontalis, que es un psicoanalista extraordinario -porque es el
hombre que digamos que ha renunciado al dedo- renuncia a darnos la lección, él
dice que no podemos pensar sin conceptos, pero les sugiero que tengamos la
prudencia de no dejarnos atrapar por los conceptos para poder encontrarnos con el
otro, para poder reinterpelar, resignificar los conceptos. No vale la pena hablar del
Nombre del Padre, si no sabemos lo que intrasubjetivamente le acontece a cada
uno en el movimiento de la economía de su propio aparato psíquico; algunos
conceptos se vuelven tan estigmatizantes como las etiquetas de las políticas.
Pero Pontalis dice, necesitamos los conceptos, la filosofía nos lo había
enseñado, las intuiciones sin conceptos son ciegas, pero los conceptos no deben
volverse anteojeras para pensar el mundo, prestadores de identidad. Pontalis dice,
habla, subraya hace el elogio de lo que él va a llamar las filiaciones múltiples, lo va a
hacer de una manera muy curiosa: restituyendo cosas que nosotros detestamos; lo
va a hacer, haciendo el elogio de esas escuelas cuadradas antiguas, tradicionales,
hipernormadas, esas escuelas que decía Pontalis, el mayo del 68 las denunciada
como prisiones. Y él me decía: “no, no estoy de acuerdo con eso; me ha tocado ir
al inicio más cuadrado, rectangular, cartesiano, obtuso de la educación francesa y
no sabía cuando entrara ahí todo lo que iba a hacer a lo largo de la vida, durante los
próximos cinco años. En qué patio, iba a estar, qué profesor le iba a dar clase, qué
iba a leer, cómo lo iban a examinar, en el medio de esa sequedad, en el medio de
esa hiperracionalidad yo encontré la felicidad de las filiaciones múltiples. Tuve 40
profesores, 40 delirantes, 40 maneras de hablar, 40 maneras de enfrentarse con los
saberes y los conocimientos y esa multiplicidad me puso a salvo de la tiranía del
uno.
Digo esto para pensar que a veces hay cosas en lo que criticamos que
merecerían una cierta prudencia. Esto no quiere decir estar de acuerdo con lo que
acontece en establecimientos cuadrados, verdad. Pero quiere decir si, hacer el
elogio de la posibilidad de elegir a otros, de buscar, de salir a buscar rasgos de
identidad para no quedar apresados en uno.
¿Pero qué acontece entre grandes y chicos? Los grandes somos sujetos
terribles, a veces no somos prestadores en el sentido de oferentes de rasgos de
identidad, a veces frente a los más chicos jugamos como prestamistas. Yo te presto
un rasgo, te cobro un interés, te doy algo pero exijo un beneficio secundario. No te
creas que es un regalo. Es algo, que tiene que tener una contrapartida. Prestadores
o prestamistas, es una decisión; quizás una decisión que pase por la generosidad
de la amorosidad. O dicho de otra manera por el modo en que nuestros oficios del
lazo se desempeñan en esa oscilación entre la idea de contrato y la idea de don.
Nuestros oficios son oficios de contrato. Yo les decía hoy, la señora de
Agüero cuándo inventó un sistema para ponerme a salvo del aplazo, no lo hizo
porque me quería, entendía que era su trabajo, la señora de Agüero no me pidió
nada a cambio, ni siquiera el reconocimiento que 50 años después yo insisto en
darle, ella agregó a su trabajo algo que era un don, un don no, en el sentido de
Mouse. Ustedes saben todos ustedes seguramente leyeron a Mouse en estas ideas
del trueque, yo te doy y vos me das, es un debate que podemos abrir si nuestros
oficios se basan en esa idea del trueque muchas veces uno ve esto en las aulas: yo
hago algo por vos y qué me das a cambio.
Quédate quieto, no molestes, en este sentido podríamos salir después a un
debate y una discusión. En un intercambio con Andrés [Felipe Londoño], decía ayer
el problema, es que peleamos cuando, el problemas es cómo llevar a los chicos al
movimiento, no sé por lo menos en las escuelas en las que yo trabajo el problema
para los maestros es cómo lograr que se queden quietos, no como se muevan.
Tenemos 60% de la población “ritalinizada” porque los adultos no soportan el
movimiento de los niños y no pueden hacerse alguna pregunta acerca de porqué se
moverán tanto. Nosotros podríamos decir ¿el 60% de la población infantil necesita
medicación?, sería una hipótesis terrible para el destino del mundo o podríamos
preguntarnos ¿de qué intenta ponerse a salvo un niño cuando se mueve tanto,
cuando se mueve todo el tiempo, cuando está todo el tiempo tratando de correrse
de la sombra del grande? Antelo ayer puso una pregunta interesante: ¿qué hacer
con un niño? Podría ser una pregunta articulada ni siquiera sé si complementaria,
una pregunta difícil, que lo exijo, que nadie se dé la respuesta, simplemente quiero
dejar picando, como se dice, es un juego, todo juego tiene reglas, una idea porque
los grandes hacen chicos.
Hay algunos psicoanalistas, a mi modo de ver los psicoanalistas
contemporáneos más osados, los que se animan a hacerse preguntas políticamente
incorrectas, psicoanalíticamente incorrectas, pedagógicamente incorrectas, que
dicen, preguntémonos ¿porque los grandes hacen chicos?. Por supuesto las
relaciones intergeneracionales, el hecho que hacía chicos es un dato antropológico
existencial; quiero decir, la procreación forma parte desde siempre, de una máquina
de producir carne.
La cuestión, es que para que nazca un sujeto no alcanza, con que aparezca
la carne, tiene que aparecer un sentido, el que nace tiene que nacer a algo que
excede a los padres tiene que nacerle a la humanidad y el que nace tiene que poder
responder a esa pregunta: necesito que mi vida tenga un sentido. Estamos acá en
esta cuestión de nacer más allá de los progenitores, de nacer al mundo, de nacerle
a otros. Yo les decía que a veces los adultos tienen razones para traer a los nuevos
repartoriales y francamente espantosas y debemos a…ese psicoanalista que pilotea
un conjunto, un conglomerado de múltiples disciplinas para pensar las preguntas;
que intenta decir, haber, si blanquéaramos un poco la situación, sin decir que nadie
está habitado por esto, pero ¿por qué un grande tiene un chico? Y dice … a veces
para que lo ponga salgo de la depresión, a veces porque necesita designar un
responsable de sus fracasos: ha sido por ti, te arruiné mi vida, te dediqué mi vida,
toda mi vida estuvo clavada desde que te tuve pensando en ti; a veces para que los
cuiden de viejos.
Ustedes saben, al principio los niños se tenían y nadie tenía mucho pudor al
respecto; los niños se hacían porque eran necesarios, no solamente porque era
imposible evitar que nacieran; lo que hacía que cuando nacían se podían fácilmente
deshacer de esto. Y los invito a retomar esa contrahistoria de la infancia, donde
Norbert Elías cuenta los modos que había, la selección, los modos de lo que ahora
llamaríamos prudente y políticamente correcto, programación familiar o educación
sexual. Elías diría: nace un chico de más, lo dejamos a la vera del camino; estaba
un poco deforme, lo poníamos sobre la parva para que se lo coman los caranchos;
era niña y nos sobraba, la ahogamos en el río, y así de simple. Pero los niños se
hacían, porque era necesario mano de obra para trabajar, si no imposible
mantenerse. Pero esto no daba, horror reconocerlo. Ahora, aparecen unas formas
más sofisticadas y un poco de pudor para reconocer estas cosas sobre todo, tanto
más, que las economías dicen que hay hombres de más. Entonces los niños vienen
por otras razones. Pero también vienen para ocuparse de los viejos, ustedes saben.
Voy a contarles una cuestión y a veces las cosas cuando uno se pierde del
oficio, la realidad le da sopapo. Yo reivindico la palabra oficio y ustedes recordarán
que hace un rato hablaba de los oficios del lazo y la reivindico siguiendo una
propuesta, de resignificación de esta noción, que me gusta más que la de profesión,
que alude a tanta higiene, a tanto barbijo cuando se da de comer a los niños
pensando que se los protege a ellos de que los contagiamos de algo y
enmascarando que nos dan miedo de contagiarnos de ellos, cuando son pobres,
cuando viven en los guetos, cuando vienen menos limpios, cuando no pueden
todavía protestar. Pero en todo caso el oficio, que yo creo que es lo que hacemos:
Aunque uno podría discutir si los oficios, si las viejas maneras de bautizar los oficios
son pertinentes. Por ejemplo, que cubre la palabra maestro, cuando un maestro y
ustedes que están estudiando, dicen, bueno yo estudié para maestro, no de
asistente social, no de psicólogo, no me formaron para esto. Es decir, uno puede
pelearse con el bautismo anterior o decir estamos frente a unos nuevos que
necesitan que hagamos unas cosas cuyo nombre, aún el oficio no tiene. No sé si
logró ser clara con esto, si uno puede pelearse con el viejo bautismo…yo no tengo
porque darle de comer, no me toca sacarle los piojos, ni limpiarle los mocos, ni
lavarle la cola. Pero los niños necesitan que uno les saqué los piojos, les lave la cola
y le suene los mocos; todo eso: o nos peleamos con el concepto de maestros o
decimos que ser maestro incluye unas cosas, que hay que repertoriar unas cosas, o
hay que bautizarlo de otra manera.
Pero en todo caso, Agamben, en un libro, que nunca hubiéramos comprado
por el título, salvo que trabajáramos en otras cosas, porque el título del libro llama
Opus Dei. No me lo digan, pero ¿ustedes hubieran comprado un libro que llama
Opus Dei?, por más Agamben que se trate en la tapa. Pero resulta que ahí, porque
la palabra oficio tiene una historia previa, Agamben dice unas cosas, que para mí
resuelven, disolviendo esa vieja tensión entre teoría y práctica y tengo que volver a
eso de qué hacemos niños para que se queden con nosotros. Él dice, el oficio alude
a lo que el hombre hace y a lo que el hombre es. En consecuencia ser y praxis
entran en una zona de indistinción, en la que el ser se resuelve en sus efectos
prácticos. No les parece extraordinario, la manera, en que viene a salvar …Decía a
ver, estamos teniendo una discusión estéril, desde hace cientos, miles de años entre
teoría y práctica; entre existir y ser; entre ser y praxis. Y él la resuelve así, simple y
sencillamente recuperando el origen de la palabra oficio, que por otro lado tenía que
ver allá lejos y hace tiempo con un verbo tan winnicottiano, con el verbo gére, que
se transformó en administrar; que no es una mala palabra a menos que se vuelva
una ideología. Pero gére en el oficio, allá lejos y hace tiempo significaba asumir y
sostener. ¿De qué otra cosa se trataría? ¿Sería esto cargar? [pregunta a Antelo]. A
lo mejor en la pedagogía uno no puede evitar cargar con algo, en el sentido que en
la pedagogía, quizás uno no puede evitar hacer de holding, de nuevo a barajar, de
nuevo sostener para dar una chance; a que él a modo de barajar primero, no defina
de manera concluyente el destino de la curiosidad intelectual de un sujeto.
Pero todo esto venía a propósito de por qué los grandes hacen chicos, los
hacemos para que nos cuiden de grandes o de viejos, dije también otras cosas
horribles, verdad los hacemos por satisfacción narcisista, los hacemos, los hacemos
a veces en nombre de un deseo que anula todo otro. Un deseo que dice que puede
no haber un otro, para tener un hijo; los hacemos para tenerlos …para estar
orgullosos, para que nos hagan ese complemento fálico, si ustedes quieren, algo
que mostrar.
Pero, resulta que a veces la realidad no lo sopapea cuando se corre el oficio,
y es porque yo, había trabajado mucho tiempo, con una noción, una de esas
nociones que a uno le dice, me dice algo; pero sinceramente me había dado como
una especie de fiaca, una pereza y después entendí porque una fiaca. Me había
dado una pereza, A mi gusta buscar las cosas sobre esa expresión y había hecho
como una extensión de curiosidad, no sé si logro ser clara. La noción me venía bien,
pero me había hecho la economía de la búsqueda, del anclaje de la expresión.
Entonces yo leyendo este grupo de … que la verdad, les digo son las personas que
se hacen las preguntas más osadas, que no tienen ningún empacho en no ser
conformistas y que no tienen ningún empacho en parecerle incorrecto a nadie.
Entonces, ellos decían, a veces uno hace a los niños para que ellos sean lo que
restavek. Restavek, ahora estoy intentando aprender este idioma que es el creole
porque trabajo en Haiti, restavek es una deformación de 2 palabras francesas a esta
vek: “quédate con” entonces uno tiene niños, decía el psicoanálisis bajo la consigna
por restavek mua: “quédate conmigo” “no me dejes” “protégeme por siempre”
“asegúrame que nunca estaré solo” “está a mi servicio”.
Ahora claro, resulta que uno va a los territorios donde uno no debe de ir a un
encuentro con los restavek, que no son un concepto ficcional que indica una
posición subjetiva de: “te tengo para que te ocupes de mí”. sino que son unos
pequeños que son llevados por las familias muy, muy, muy pobres a familias un
poco menos pobres donde dejan a sus hijos con la ilusión de que serán alimentados
y con la promesa de que a cambio, ese niño pueda brindar un servicio. Esa familia
que tiene un poquito más, les dará, el alimento que necesitan y el restavek es la
orden de la familia que deja un niño a manos de otra familia para que sirva a otra
familia a cambio de unos mendrugos que la familia de origen no puede dar esta vez
. Restavek : quédate con, al servicio de… Digo esto porque, ¿qué hace uno con un
niño?, quizás en parte esté relacionado con las razones para tener un niño. Con
razones que incluyen, no el pensamiento amoroso del que habla Anzieu, el amor
del que Estanislao hablaba ayer… sino esas figuras más tenebrosas de las que los
grandes somos capaces, unos cariños.
Cuando ustedes trabajan con niños en las escuelas, en las salitas, en los
territorios, en los centros culturales, seguramente ustedes han tenido la posibilidad
de constatar, que hay formas del querer desbastadoras, que hay amores que matan.
Eso del querer está buenísimo, como pensamiento amoroso, porque el resto, con el
resto hay que vérselas. Cuando uno dice este pensamiento amoroso, recuerdo un
pequeño relato de un libro que se llama La historia del amor, es un libro que tiene
capítulos como de 10 renglones capítulos muy pequeños. Y una niña ya grande, la
que escribe, el libro, la que hace, retomando el título de la conferencia de Hilda Mar,
niños de papel, que por otro lado es el título, un libro magnífico de Philipe Forest
que cuenta cómo se puede hacer el duelo de un niño, mediante la capacidad de
escritura. Pero lo cierto que en esta historia la mujer dice, cuando yo era chica
recuerdas, era así, yo estornudaba, y decías: ¡ah! te has resfriado; toma un pañuelo.
Yo hacía así para rascarme, te pica deja que yo te rasque. Se me caía la no sé que.
no, no, no te molestes yo te la traigo. Y yo subía para dormir, estás bien, sabes que
te quiero, mucho te quiero mucho, lo sabes y todo el tiempo le recordaba que la
quería. Y la autora del libro, dice: a veces cuando yo subía a dormirme y por última
vez me decía no tienes frío, quieres que suba abrigarte. Yo lo que tenía ganas de
decirle, madre por favor no me quieras tanto o como una psicoanalista, madres por
favor liberen a sus hijos.
En fin, entre grandes y chicos están historia de esa sombra, ustedes saben,
el concepto de sombra, no es cualquier concepto, es un concepto fundante de la
cultura, si uno se va a leer El elogio del ojo de Leonardo Da Vinci; donde señala
cuando empezó la cultura, cuando el hombre empezó a ser hombre, y Leonardo Da
Vinci dice fue el origen, un trazo, un simple trazo. Quiero restituir la escena previa al
trazo. Uno podría decir andábamos por ahí, unos animaloides- humanoides
antropolo…, no sé cuánto andaban por ahí y de pronto algo le llamó la atención,
algo lo seguía, pegadito algo cambiaba de forma y de dimensión según se movían,
agrandada, se achicaba se deformaba. Un día, les resultó tan inquietante, que
decidieron capturarlo y ahí sobre la piedra, sobre la arena, sobre el tronco, sobre la
pared de la caverna con otra piedra, con un palito, con una hoja, con el dedo
empezaron a trazar el lazo que circunscribía a la sombra. El primer trazo dice
Leonardo Da Vinci, en el punto, es que inicia la cultura. Capturar la sombra, esto,
digamos, que aparecía también en una de las imágenes que Andrés proyectó: la
sombra del adulto sobre el niño. Claro, para nosotros la cuestión es más compleja
que atrapar eso, la cuestión es cuando el adulto, ha vuelvo a la sombra antes de
llegar ahí. No me puedo imaginar distintas metáforas de la sombra; supóngase, un
calor de morirse, un cielo magnífico, pero que nos achicharra y hay un arbolito. ¡Ay
qué alivio ponerse a la sombra!, estar momentáneamente protegidos, al abrigo, al
fresco, una sombra protectora podríamos nos protege de la intemperie. A la sombra
no sé aquí pero en nuestros contextos a la sombra se dice también de la gente que
está presa discretamente no se dice estuvo en prisión 10 años, se dice estuvo 5
años a la sombra, ¿ustedes utilizan esa expresión allí para decir los presos? estar a
la sombra estar secuestrado estar fuera de...
El psicoanálisis nos cuenta, el psicoanálisis es una ficción, podemos no
creerlas y no nos conmueve, no debemos hacerla una identidad atrincherada,
dejaría de ser el psicoanálisis. Pero el psicoanálisis nos dice que en esta cosa entre
presencia y ausencia, entre lo que se tiene y lo que se pierde, cuando se pierde -y
no hay modo de no perder-, estaríamos locos si no perdiéramos, si no hubiéramos
perdido algo, si no hubiéramos perdido esa ilusión del primer objeto, el alucinado;
pero bueno, cuando algo se pierde y uno no puede elaborar, uno no puede tramitar
lo perdido, dice el psicoanálisis, la sombra del objeto cae sobre el yo. Duelo y
melancolía, fin de todo deseo de vivir, clausura de toda libidinización posible del
mundo y sus objetos. La cuestión es que, a veces entre grandes y chicos, los
grandes se vuelven la sombra del objeto que cae sobre el niño, que los grandes no
sean esa sombra está mal decirlo así parece una orden de un deber ser, vamos a
decirlo de otra manera, que duró para un niño cuando la sombra del objeto cae
sobre uno. Poner a los niños digamos dándoles la chance de que el concepto de
sombra, abra la riqueza de sus metáforas. Quizás de eso se trata entre grandes y
chicos. De todas maneras, entre grandes y chicos se juega todo, nunca
definitivamente. Cuando decimos se juega todo, decimos se inventan unas reglas,
unas reglas son las de la pedagogía, otras reglas son las del psicoanálisis, son
reglas distintas, encuadres distintos, juegos distintos. No hay nada más
enloquecedor para un niño que tratar de cambiarle las reglas al juego. Es decir
utilizar un juego que tiene un nombre, aplicando unas reglas que son de otro juego
que alude a otra cuestión. Pero, entre grandes y chicos parece que no podría haber
sino unos modos de instalar un trabajo, un trabajo psíquico, un trabajo del pensar. El
pensamiento de sólo conciencia y en este sentido ninguna concientización que
suena, inmediatamente racionalización, nos permite tramitar nada. El pensamiento
es un intento, es lo que nos resiste y lo que nos lleva, podría decir Anzieu, que se
ocupó de trabajar tanto el pensamiento como el continente para pensar. Digo Anzieu
que no había desconocido…. Pero es horrible, cuando alguien desconoce,
felizmente algunos no desconocen que vinieron después.
Finalmente algunos, ayer me hicieron una pregunta extraordinaria, yo tenía
30 segundos para responder a la siguiente pregunta, en un reportaje que me
hicieron en esta universidad y me dijeron en 30 segundos diga que encontró en este
seminario. 30 Segundos parece larguísimo, parece poquito, que sé yo y yo dije algo
que creo finalmente fue pasando en el seminario: que me había parecido en este
este encuentro, que había comenzado antes. Que cuando uno acepta ir a un
seminario, cuando a uno le invitan a un lugar, uno dice si, uno dice no. A veces uno
dice si, por algunos presupuestos después uno se arrepiente de haber dicho sí. No
tendría que haber ido, mejor me hubiera quedado; pero en principio uno puede decir
si o uno puede decir no; como un educador puede decir permanezco o me retiro;
como diría Violetta, el problema está una vez uno dijo sí, me voy a quedar, porque
cuando uno dijo si, tiene que hacerse cargo de que respondió eso. Pero puede irse.
Pero yo decía, que a mí me parecía que este seminario, que este encuentro
convocado desde el verbo conversar, tenía una característica, no lo dije así en la
entrevista porque no me daban los 30 segundos pero quiero si compartirlo con
ustedes. A mí me parece que hay algunas instancias entre pares, eventualmente,
donde la diferencia generacional se inscribe, donde hay algo del orden de una
asimetría de las trayectorias de vida, pero a nadie se le ocurre hacer de esa
asimetría la sede de una desigualdad. Donde uno puede recuperar la felicidad de un
viejo concepto que en latín se llamaba la posici study, olviden la pronunciación.
Posición de estudiante, para decirlo en castizo, que significa ni más ni menos que
decir que uno viene después, que uno está dispuesto a recibir, pero que recibir no
lo clausura y que uno puede interpelar. Posición de estudiante quieto o en
movimiento, sedentario o nómade, migrante o territorializado.
Estábamos en el pensar, pensar, pensar algo de la vida interior que no es
interpretable, lo que no debe ser interpretable, hablé cuando el juego al que se
juega es otro juego. Y Charlotte Delbo es una resistente francesa maravillosa, que
escribe después de haber pasado por los campos, un libro extraordinario que se
llama: Mes compagnons les espectres (Mis compañeros los espectros). Y ella dice
que la vida interior y todo esto, venía por la cuestión de la conciencia, es el esfuerzo
de la conciencia para abrazar su existencia. La vida interior, no es otra cosa dice
Charlotte Delbo que aquello que Proust llamaba la Recherche du temps perdu (La
Búsqueda del tiempo perdido).
Infancia podríamos recomenzar y empezar a cerrar es también algo del orden
de un tiempo. Un tiempo sin principio y sin final un tiempo que perdura aunque se
mueva, cambie y se traslade y nos traslademos en el tiempo cronológico. Infancia
es aquello que se encuentra entre lo indecible y lo que buscamos decir, es una
búsqueda inacabada es algo que sólo existe después, cuando se nos vuelve
pensable, se nos vuelve vida interior. Y cuando digo pensable, hay un nombre que
me encanta que ya en … que trabaja sobre las palabras. Y él dice, en realidad
nosotros estamos muy acostumbrados a pensar las palabras con una apropiación
de lo que es. Y sin duda hay algo del nombrar, que se apropia de lo que es, y
podríamos decir, al designar lo que es apropiado, de algún modo, nos pone a salvo
también, a lo que podríamos llamar el incesto con la cosa.
Finalmente podemos para comunicarnos usar las palabras. Si yo digo papel
alcanza con que diga papel, no tengo que andar cargando papel; si digo libro…
Pues la palabra me suplanta la cosa, pero él dice que haríamos un gran progreso si
consideramos a las palabras no como una apropiación de lo que es sino como un
movimiento humano hacia lo inapropiable. Yo creo que la palabra infancia no es algo
que viene a designar lo que es, sino es nuestro movimiento hacia lo inapropiable. Él
dice todavía nombrarlo, hablar es abrir la significación; hablar es estar…maduro y
emocionado. Y esto de estar maduro y emocionado, es lo que sugiere el eco, que el
exterior produce en nosotros un eco, que recibimos, que nos recibe, pero que no
nos retiene hasta acá.