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REPÚBLICA
lo que no sabe que le está prohibido. Para que cese esta igno-
rancia y nadie pueda alegada, es necesario que la ley, toda
ley, sea publicada y esté al alcance de todos; y esta publica-
ción, sujeta a determinadas formalidades, es lo que se llama
promulgación. Preciso es, por lo tanto, que si el Presidente ha
de hacer ejecutar y cumplir todas las leyes, comience por pro-
mulgadas. Sin esta formalidad todo acto que se ejecute en
cumplimiento de ellas es nulo, y la ocultación misma de esas
leyes es criminosa.
Por lo tocante a la potestad reglamentaria, está en la ló-
gica misma de la legislación. No es posible que el legislador
prevea todas las dificultades materiales que suelen ocurrir en
la ejecución de las leyes, ni que determine minuciosamente to-
das las diligencias que en la práctica son consiguientes al cum-
plimiento exacto de aquéllas. Conocedor constante de las nece-
sidades administrativas y de los medios prácticos de acción, el
Presidente es quien puede mejor reglamentar la parte mecánica
de la ejecución de las leyes, con sujeción a las reglas orgánicas
o substantivas que éstas contienen. De ahí la facultad regla-
mentaria, que comprende tres clases de actos en desarrollo de
cada ley; a saber: los decretos, que son de carácter general,
como las leyes mismas; las órdenes que tienden a dar cumpli-
miento general a lo que se decreta, y las resoluciones que or-
dinariamente se dictan con relación a casos particulares, sean
de consultas o de otra naturaleza especial.
B. Propios enteramente de la suprema autoridad adminis-
trativa son los nombramientos de los empleados que han de
funcionar como auxiliares o agentes del jefe del Poder Ejecu-
tivo. Seguramente el mayor talento del gobernante es el de sa-
ber escoger sus auxiliares para el gobierno supremo, y sus agen-
tes, así para todos los trabajos de la administración y todos los
actos propios de la ejecución de las leyes, como para el servicio
diplomático y consular; y tan importantes son los buenos nom-
bramientos, que no es aventurado afirmar que quien bien nom-
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bra o escoge sus agentes bien gobierna. Sin esta facultad, libre-
mente ejercida, y a la cual es inherente la de suspender y re-
mover a los empleados que de él dependen, mal podría el Pre-
sidente llenar sus deberes ni ser responsable ante la nación de
todos y cada uno de sus actos de gobierno. Seguramente debe
hacer uso con equidad y prudencia de la facultad correccional
que tiene, por medio de suspensiones y remociones; pero, salvo
casos muy excepcionales de manifiesta injusticia, nadie ha de
tener derecho a censurar aquellos actos; la ley debe respetar-
los, y el Presidente es y debe ser irresponsable en esto, por cuan-
to su propia responsabilidad y reputación están legítimamente
interesadas en la separación de los empleados que, a su juicio,
no deben continuar funcionando. Sobrado justificada está, por
lo tanto, la atribución exclusiva que tiene el Presidente de
nombrar y remover con libertad los ministros del Despacho,
los gobernadores de los departamentos, y todos los demás em-
pleados (atribución 6~) cuyo nombramiento no corresponda
a otros funcionarios, conforme a la Constitución o a las leyes.
Justo es que, si el legislador estima conveniente atribuír a
ciertos empleados o corporaciones el nombramiento de cuales-
quiera personas para cualesquier empleos nacionales, prevalezca
la disposición especial de la ley, siempre que con ésta no se
viole alguna disposición constitucional; pero también es nece-
sario el principio general que atribuye al jefe del Gobierno to-
dos los nombramientos, salvo disposición constitucional o le-
gal en contrario.
Nos vemos obligados a dar aquí una explicación exculpa-
tiva de un gqve error cometido por el Consejo Nacional Cons-
tituyente.
Cuando se discutió por primera vez, en 29 debate, el ar-
tículo 120 (que en el proyecto tenía el número 118), a nadie
le ocurrió que pudiera objetarse el inciso 69, tradicional en las
Constituciones colombianas, y de notoria necesidad, que estaba
redactado en estos términos:
292 CONSTITUCIÓN DE COLOMBIA