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Si no está en el método, la unidad de la disciplina debe fundarse en el objeto. Esto nos lleva
a la tercera parte de la definición: el tiempo. Esto es, tal vez, lo más interesante de la
historia estructural propuesta por Braudel y la segunda generación de Annales. Braudel va a
emparejar a la Historia fuertemente con la Geografía, pudiéndose hablar incluso de
geohistoria. Él concibe al tiempo dividido en tres duraciones: corta, media y larga, esta
última llamada generalmente por su nombre en francés, longue duree. Pero esta división
implica también una jerarquización. Mientras la corta duración se identifica con la historia
política tradicional y una historia evenementielle, las duraciones media y larga son las más
relevantes para Braudel. Efectivamente, la media duración está identificada con los
procesos sociales y, sobre todo, económicos, en tanto que la longue duree es el tiempo de
las mentalidades y de la relación entre sociedad y medio ambiente. Esta última duración es
una duración si no inmóvil sí muy lenta, es el tiempo de las civilizaciones.
Un par de comentarios sobre esto. En cierto sentido, el humanismo que caracterizaba a la
primera generación va a ser abandonado por esta segunda a favor de la cuantificación
siendo la economía en un sentido “matemático” y la demografía los principales
protagonistas. Esta larga duración se va a complementar con una historia macro, de
unidades territoriales que exceden lo nacional y lo regional, El Mediterráneo… es
directamente una historia de Europa. Veremos que la caracterización braudeliana de los
tiempos históricos será fuertemente criticada por su tendencia a “apilar” tiempos en lugar
de ponerlos en relación. Revel afirma que entre esta generación y la anterior existe una
lógica de paradigmas que se suceden pero no se eliminan. Si bien está será la tendencia
dominante en la historiografía, quedan algunos resabios de historia social “a la Bloch” o “a
la Febvre” (Vernant, Vidal-Naquet). Se le ha cuestionado también la inmovilidad. Sin
dudas no es una historia “inmóvil” pero si está fuertemente anclada en la duración larga y
media, en la construcción de medidas de tiempo que exceden en general los siglos y son
reemplazados por “ciclos” o “tendencias” que abarcan largos períodos de tiempo. Ejemplo
de esto es la primera y mayor obra de Braudel, que ya venimos comentando, El
Mediterráneo. La obra está organizada en tres partes. La primera está dedicada al tiempo
geográfico, a la descripción del medio y las condiciones casi permanentes. La segunda se
encarga del tiempo de lo social, en particular de los ciclos económicos. La última pertenece
a las acciones concretas y concientes de los hombres, en particular a la historia política
tradicional, de batallas y grandes hombres. La preeminencia está puesta como dijimos, en la
construcción de una historia lenta y profunda de los grandes movimientos de las
civilizaciones, puesto el foco además sobre la historia medieval y moderna.
Esta historia cuantitativa estará fuertemente anclada en unas prácticas regulares, más o
menos repetibles, de las que carecían Bloch y Febvre cuando planteaban su historia social y
de mentalidades. Braudel y los miembros de la segunda generación dejarán descansar
fuertemente el que hacer historiográfico en este tipo de prácticas y se mantendrán, en
general, alejados de la teoría. A excepción de Vilar, que es marxista, lo cual es una rareza
en el campo historiográfico francés de este período, el acento estará fuertemente puesto en
el empirismo, en la eficacia metódica de la historia serial que se impone como la forma
hegemónica de hacer historia.
Hacia el final de este período, con el ascenso de la tercera generación, pero todavía bajo la
hegemonía de Braudel se va dar un fenómeno de “corrimiento del sótano al desván”. El
gran tema con las mentalidades es que se las concibe, como mencionamos anteriormente,
como una dimensión más de la realidad, así, intentan aplicarse la misma metodología que a
los social, lo cultural e incluso lo económico. Se intentan descifrar las actitudes frente al
amor y la muerte, por ejemplo, a partir de siempre predisposición “civilizatoria” a
considerarlas de alguna forma en particular. Lo que posibilita en parte la aparición de este
tipo de historia de mentalidades, que se aleja de la practicada por Bloch y Febvre, es la
ampliación del acervo documental a casi cualquier elemento que pueda ser considerado
como huella del pasado. La pregunta es entonces por aquello que tienen en común
Napoleón y el último de sus soldados, el rey de Francia y el más común de los campesinos.
Sin embargo, en contraposición a la historia serial, la historia de las mentalidades va a ser
cuestionada por su imprecisión conceptual: como rasgo descriptivo y explicativo.
Así como la Historia con Braudel se vuelve dominante en el campo de las ciencias sociales
francesas, va a comenzar a ser fuertemente impugnada desde una corriente que va a
instalarse con fuerza a partir de los ’60, el estructuralismo. Efectivamente, durante los años
dorados de la empresa historiográfica bradudeliana, la Historia pretendió funcionar como
un metalenguaje de todas las ciencias sociales. Como reacción a la primacía braudeliana, y
con fuerza a medida que las ciencias sociales le disputan el terreno a la historia en la
universidad: en particular la antropología estructural de Levi-Strauss y la lingüística de
corte saussureano. A grandes rasgos, se cuestiona fuertemente la preeminencia de la
diacronía por sobre la sincronía y lo que se plantea es el estudio estructural de los
fenómenos en lugar de su desarrollo en el tiempo.