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2 de mayo de 2021
1
Dosse, François. La historia en migajas. De Annales a la “nueva historia”. Valencia, Edicions Alfons
el Magnanim, 1989, p. 108.
2
Ibid., p. 109.
desagregar este aporte general en dos aportes específicos. Por un lado, Braudel
consideraba que la historia podía ofrecer una noción compleja del tiempo histórico. Esto es,
que el tiempo histórico no es simple sino múltiple. Que por debajo de un flujo temporal que
parece unidimensional es posible captar una multiplicidad de duraciones, que van desde un
tiempo precipitado hasta uno en el límite de lo móvil. El otro aporte, que parece
superponerse al primero, constituye una profundización de la hipótesis de la multiplicidad
del tiempo histórico. Según Braudel, la historia no sólo demostraba que existía una
diversidad de temporalidades sino que evidenciaba que había una de esas duraciones que
se revelaba como sumamente iluminadora. Esto es, no sólo había otras temporalidades
además del tiempo corto sino que las duraciones que permitían volver inteligibles los
fenómenos sociales eran aquella que más se alejaban del acontecimiento. En suma, las
transformaciones desarrolladas en la disciplina histórica dejaban en evidencia el valor
excepcional del tiempo largo. El valor que Braudel le otorgaba a la pluralización del tiempo
histórico y a la potencia de la perspectiva de larga duración tendían a ubicar a la historia en
un lugar privilegiado en el proceso constitutivo de una ciencia total de lo humano. En
términos de Dosse, “la historia ambiciona reconstruir la globalidad de los fenómenos
humanos [...] es la única que puede darles su lugar, sopesar su eficiencia en todos los
saberes parciales”.3
El lugar ocupado por Braudel como continuador del trabajo desarrollado por los
fundadores de Annales le otorga un rasgo particular a su intervención en la problemática del
tiempo histórico. Dicha intervención puede ser desagregada en dos discusiones más
específicas. Por un lado, la propuesta braudeliana forma parte junto a Bloch y Febvre de un
esfuerzo común por superar la historia tradicional e inaugurar una forma renovada del
trabajo histórico. En este sentido, Braudel comparte con la primera generación de Annales
la crítica a la temporalidad acontecimental por considerarla acotada e insuficiente. Por otra
parte, aún formando parte de esta empresa común, la complejización de la noción de
tiempo histórico desarrollada por Braudel tiende a diferenciarlo también del trabajo de los
fundadores de Annales. Es por esta razón que si bien Braudel reconoce el significado de
haber avanzado hacia una temporalidad coyuntural, también considera a ésta en cierto
sentido limitada. Esta doble intervención en el problema de la temporalidad se evidencia en
la historización que el propio Braudel realiza de las modificaciones de la noción de tiempo
histórico en la primera mitad del siglo XX. Según el historiador francés, la superación de la
temporalidad acontecimental debería haber conducido, por su propio movimiento, hacia una
temporalidad más amplia que la coyuntural. Sin embargo, eso no había ocurrido y el
movimiento crítico de la temporalidad acontecimental se había estancado en la
3
Id.,
temporalidad coyuntural. Si bien crítico de esa paralización, Braudel reconocía que lo más
importante era derrotar finalmente al tiempo corto del acontecimiento. Por ello afirmaba que
la superación de la temporalidad coyuntural: “no siempre se ha llevado a cabo y asistimos
hoy a una vuelta del tiempo corto, quizás porque parece más urgente coser juntas la historia
‘cíclica’ y la historia corta tradicional que seguir avanzando hacia lo desconocido [...] dicho
en términos militares, se trata de consolidar posiciones adquiridas”.4
Uno de los aspectos más destacados de la pluralización del tiempo histórico y la
jerarquización de la larga duración lo constituye la transformación que estas operaciones
implicaban en la percepción del/la historiador/a. A diferencia de los modos en los que se
percibía la historia a través de una temporalidad corta y -en menor medida- a través de la
costura entre historia acontecimental e historia coyuntural, adoptar la larga duración
“equivale a prestarse a un cambio de estilo, de actitud, a una inversión de pensamiento, a
una nueva concepción de lo social”.5 Frente a una forma de pensar la historia en términos
de transformación, la larga duración requería familiarizarse con un tiempo casi frenando, en
el límite de lo móvil. Las modificaciones en la percepción que entrañaba la larga duración
era atendido por Braudel en otro texto de la década de 1950 llamado “A favor de una
economía histórica”.6 Allí el historiador francés llamaba a invertir el modo en el cual se
comprendían los acontecimientos. Si la historia tradicional no veía sino estas irrupciones en
el flujo temporal, la pluralización del tiempo y la jerarquización del tiempo largo obligaba a
ver en ellos emergentes de múltiples posibilidades contradictorias. Es decir, ser conscientes
de que por una posibilidad que se ha realizado, existen miles que se han perdido. Los
movimientos derrotados representan precisamente las fuerzas múltiples que frenan los
grandes impulsos y hacen frustrar su desarrollo. Ir contra la corriente implicaba reaccionar
contra la facilidad del oficio, o sea pensar en términos de progreso, para observar la
proliferación de experiencias contrarias cuya derrota también insumió mucho esfuerzo. Es
este sentido Braudel llamaba a recuperar para el análisis histórico el término inercia sin un
valor peyorativo. Es decir, atendiendo todo lo que en una época determinada afecta el
desarrollo de la vida humana. Como veremos más adelante, esta afección tiene la forma de
estructuras que resultan sostenes y obstáculos de tipo geográficos, técnicos, culturales y
sociales.
14
Dosse, François. La historia en migajas. op. cit., p. 116
15
Ibid., p. 111.
16
Ver Aguirre Rojas, Carlos Antonio. “De Annales, marxismo y otras historias. Una perspectiva
comparativa de larga duración”. Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales. N° 19, 1991, pp.
87-108; Aguirre Rojas, Carlos Antonio. “Convergencias y divergencias entre los Annales de 1929 a
1968 y el marxismo. Ensayo de balance global”. Historia Social. N° 16, 1993, pp. 115-141; Bozza,
Alberto. “Los Annales y la historiografía marxista. Una convivencia inmune a la Guerra Fría”. Actas de
las 1ras Jornadas de Historiografía. Río Cuarto, 2015, pp. 159-173.
dificultad adquiere rasgos particulares. Por un lado, es evidente que la perspectiva
estructural braudeliana tiende a converger con las formas interpretativas del marxismo. Aún
más, la obra de Braudel constituyó una fuente privilegiada en el desarrollo de las teorías del
sistema-mundo desplegadas desde el marxismo, tal como lo evidencia la obra de Immanuel
Wallerstein. Sin embargo, por otro lado, está claro que Braudel desarrolla sus análisis
históricos desde un punto de vista diferenciado de la determinación económica. Asimismo,
Braudel es sumamente crítico de los modos en los que el marxismo procesa la relación
entre modelos y realidades sociales.17 Es célebre, al respecto, su afirmación de que “el
marxismo es un mundo de modelos”.18 Al igual que se había levantado Jean-Paul Sartre
contra un marxismo que anulaba lo particular de la historia en nombre de un esquema
explicativo trans-histórico, Braudel advertía en el marxismo un desbalance entre modelo e
historicidad. Resulta ilustrativo del vínculo complejo entre Braudel y el marxismo el hecho de
que el historiador francés se alzara “no contra el modelo, sino contra el uso que de él se
hace, que se han creído autorizados a hacer”.19 Es decir, que tal como lo demuestra la
metáfora del barco y la navegación, Braudel no objetaba la utilización de modelos en la
historia -esto es, sistemas explicativos trans-históricos, concepciones generales sobre el
funcionamiento de la sociedad. Lo que sí señalaba era el perjuicio que implicaba para la
comprensión de la historia la utilización de modelos fijos, inmutables, a los cuales se les ha
concedido el valor de ley.
21
Braudel, Fernand. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 1966, p. 9.
22
Ibid., p. 12.
23
Ibid., p. 23.