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Cabe subrayar que el interés que en ese modelo historiográfico se mostraba por la
edición y crítica sistemática de las fuentes históricas es una aportación que sigue
conservando buena parte de su validez.
Entre los muchos autores que cabe inscribir en esa “escuela” o tendencia
agrupada en torno a los Annales quizás puede destacarse Emmanuel Le Roy
Ladurie, autor de Les Paysans de Languedoc (1966) Esta es una de esas obras
de historia regional tan frecuentes entre esos historiadores. (Tras efectuar un giro
desde una historia socio-estructural cuantitativa con fuentes seriadas hacia una
historia antropológica y narrativa, Le Roy Ladurie escribió en 1975 Montaillou,
village occitane.)
Enlazando con las inquietudes de la New History, los historiadores del mundo
anglosajón se involucran en una especia de guerra civil metodológica. Se
enfrentan los partidarios del modelo historiográfico clásico y los que abogan por
las nuevas tendencias de apertura a las ciencias sociales. Además, la influencia
de los Annales traspasa el Canal de la Mancha y el Atlántico. Testimonios de este
nuevo clima historiográfico anglosajón son la fundación y evolución de la revista
inglesa Past and Present y de la norteamericana Comparative Studies in Society
and History.
Más allá de los contextos políticos, hay una tendencia bastante compartida: el uso
de la cuantificación que se potencia con la aparición del ordenador. En el decenio
de 1960 es relativamente común aplicar la cuantificación a varios dominios de la
historia social: el comportamiento electoral (en relación con la politología), la
evolución demográfica, la movilidad social y los procesos económicos (los
cliometristas norteamericanos intentan, incluso, una econometría retrospectiva).
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Una de las ramas de la cliometría con perfiles más marcados es la llamada New
Economic History, cuyos representantes norteamericanos más característicos son
Robert W. Fogel y Stanley Engerman. En sus sofisticados estudios de
econometría retrospectiva llegan a aplicar hipótesis contrafactuales. Por ejemplo,
en el estudio de Robert Fogel de 1964 sobre cuál habría sido el crecimiento
económico de Norteamérica sin el desarrollo del ferrocarril. En 1974 Fogel y
Engerman provocan una gran polémica científica y ética cuando publican una obra
que investiga si puede hablarse de una “rentabilidad” económica de la esclavitud
en los estados sureños de la Unión. [12] En una obra posterior (Without Consent
or Contract, 1989), la tesis conclusiva de Fogel es que la esclavitud no termina en
los Estados Unidos porque es económicamente ineficiente sino porque es
moralmente repugnante.
Ya desde comienzos del siglo XX, encontramos unas acusadas diferencias entre
la interpretación más científico-naturalista y objetivista del austro-marxista Karl
Kautsky, secretario de Engels, y la concepción del marxismo del político e
historiador francés Jean Jaurès. Este, autor de una Historia socialista de la
Revolución Francesa (1901-1903), asesinado en vísperas de la Primera Guerra
Mundial, acentuaba en el socialismo su dimensión de aspiración a la justicia y se
declaraba también discípulo de Michelet.
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Después de 1917, tras el triunfo de la revolución bolchevique dirigida por Lenin en
Rusia, el marxismo-leninismo se convierte en ideología oficial del nuevo Estado
soviético y se inicia una dogmatización y simplificación del marxismo. Esta se
incrementa durante la época estalinista (1923-1953). Así la historia, de arma
revolucionaria, pasa a ser sierva de una nomemklatura (la élite gobernante que
monopolizaba el poder político e intelectual en la Unión Soviética y en los países
controlados por esta). [15] Con todo, en algunos países de la Europa del Este que
tenían una tradición más fuerte de pluralismo intelectual y mayores contactos con
Europa Occidental, como Polonia y Hungría, ese control político-ideológico deja
resquicios importantes para la aparición de valiosas obras históricas.
Extremando la afinidad que la historia tiene como verbal fiction (como constructo
lingüístico-literario) con la literatura de ficción, se puede correr el riesgo de abrazar
un relativismo según el cual todas las historias tienen el mismo valor cognitivo.
Según esta lógica, sería casi imposible enfrentarse a los negacionistas que
minusvaloran la Shoah llevada a cabo por el nazismo. [28]
He dedicado en Las huellas del futuro (2012) algunas páginas sobre la posibilidad
de una renovada legitimación de la historia, frente a los retos del postmodernismo
y del giro lingüístico. Esbozo aquí algunas ideas capitales.
Ahora somos más conscientes que hace cincuenta años de que los hombres
podemos infligir a la naturaleza daños difícilmente reversibles. Ante este amplio
margen de incertidumbre algunos intelectuales anteponen en estas cuestiones el
principio de responsabilidad a la confianza ciega en el progreso −o más bien
pseudo-progreso− humano. [36]
Ya el gran humanista erasmiano Juan Luis Vives escribía en 1531 que “el mundo
se ha abierto a la especie humana”, y pocos decenios después Jean Bodin
pensaba que se había creado una comunidad política universal en la que se
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hallaban vinculados todos los hombres “como si no formasen más que una
ciudad”. [38] Esta idea de que existió una primera mundialización ibérica ha sido
articulada por el historiador francés Serge Gruzinski en Les quatre parties du
monde. Histoire d’une mondialisation (2004). En la época del Renacimiento, en
sentido lato, la experiencia de esa (primera) mundialización supuso una enorme
ampliación de campo para reflexionar sobre la plasticidad de la naturaleza
humana. El conocimiento de múltiples culturas amerindias demandaba ya una
nueva lectura de la historia humana.
Hoy, en mucha mayor escala que en el siglo XVI, formamos una cuasi república
universal. Constituimos, por ejemplo, una república universal de internautas y de
productores-consumidores (prosumers). También tenemos mucha mayor
conciencia de nuestra mutua dependencia y responsabilidad con respecto al
entorno natural que compartimos (o disputamos). Todo ello lleva a buscar una
historia que explique cómo se ha forjado la interdependencia creciente entre
países de todos los continentes, áreas culturales y estatus económicos.
En ese mismo congreso de Oslo el tema de una historia global fue abordado
también en otra sección con el título de encuentros culturales entre continentes a
través de los siglos. En la síntesis introductoria, Jerry H. Bentley, fundador de la
revista Journal of World History (1990), destaca que la nueva perspectiva histórica
global no quiere demoler toda historia nacional, sino problematizar sus apriorismos
acríticos y superar sus limitaciones. [39] Remarca también la importancia que han
tenido en los estudios de historia global, desde el decenio de 1960, los sociólogos,
antropólogos, economistas y politólogos, más atrevidos a veces que los
historiadores.
Natalie Z. Davis advirtió en ese congreso de Oslo de que, en su afán por superar
una historia centrada en Occidente, la World History puede correr el riesgo de
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convertirse en una historia, también parcial, de los lugares y pueblos no
occidentales. He aquí, literalmente, su punto de vista respecto a si es adecuado
para la historia global tener una única “master-narrative” (un relato interpretativo
de referencia)
En esta sociedad de las emociones, en las que prevalecen los sentimientos sobre
la reflexión, la historiografía ha de asumir una doble función. Por una parte, debe
hallar formas de ampliar su campo temático de modo que estudie también esos
impulsos más emocionales que racionales, los cuales han sido operativos en la
evolución social. De hecho, hay precedentes. Por citar algunos, en este último
medio siglo, la obra de Jean Delumeau sobre el miedo, o con una tónica más
positiva, la de Theodor Zeldin sobre la felicidad.
NOTAS AL FINAL
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[1] Cfr. Iggers, Georg (1997). Historiography in the Twentieth Century. From
Objectivity to the Postmodern Challenge. Hanover: Wesleyan University Press.
Sánchez Marcos, Fernando (2012). Las huellas del futuro: Historiografía y cultura
histórica en el siglo XX. Barcelona: Edicions i Publicacions de la Universitat de
Barcelona.
Woolf, Daniel, Daniel (2005), “Historiography”, pp. 61-80, accesible en este portal.
[3] Chaunu, Pierre (1981). Histoire et décadence. París: Perrin. [Traducción del
autor]
[12] Fogel, Robert, y Engerman, Stanley (1974). Time on the Cross. The
Economics of American Negro Slavery, 2 vols.
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[13] Bolivar Echevarría sostuvo en el I Congreso de Historia a Debate (Santiago de
Compostela, 1993) que hablar de marxismo en general “implica una posición
cómoda, pero carente de base real” (Historia a Debate, p. 71).
[14] Este fragmento procede de Fontana, Josep (1980). Historia. Análisis del
pasado y proyecto social. Barcelona: Crítica, pp. 145-146. Fontana ha sido uno de
los mejores conocedores −y apologistas− españoles del marxismo y de su
incidencia en la historia.
[17] Stone, Lawrence (1979). “The Revival of Narrative: Reflections on a New Old
History”. Past and Present, n. 85, pp. 3-24.
[19] Iggers, G. y Wang, Q. E. A Global History…, op. cit., p. 273. También cabe
discutir (como hacen P. Burke y R. Chartier) en qué medida puede postularse la
existencia de esas dos culturas enfrentadas. Cfr. “El pueblo y su cultura”, Olábarri,
I. y Caspistegui, F. J., (eds.) (1996). La “nueva” historia cultural: la influencia del
posestructuralismo y el auge de la interdisciplinariedad. Madrid: Complutense, pp.
191-216.
[20] “La única revolución que cuenta” fue el titular de un diario de Barcelona
(29.10.1993) al informar de la presentación del último volumen de la “Historia de
las mujeres en Occidente”, dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot.
[21] Entre la multitud de revistas sobre historia de las mujeres cabe destacar,
como pioneras, las norteamericanas Feminist Studies y Women’s Studies, ambas
iniciadas en 1972.
[22] Scott, Joan W. (ed.) (1996). Feminism and History. Oxford: Oxford University
Press.
[26] Baberowski, Jörg (2005). Der Sinn der Geschichte. Geschichttheorien von
Hegel bis Foucault. Múnich: Verlag C. H. Beck, p. 203, (Traducción del autor)
[28] Friedlander, Saul (ed.) (1992). Probing the Limits of Representation. Nazism
and the ‘Final Solution’. Cambridge, MA: Harvard University Press.
[29] Ricoeur publicó su gran obra Temps et récit, Tiempo y relato (o narración)
entre 1983 y 1985. Puede encontrarse una magistral exposición breve de su teoría
de la narratividad en P. Ricoeur, “Life in Quest of Narrative”, en Wood, D. (ed.)
(1991). On Paul Ricoeur. Narrative and Interpretation. Londres y Nueva York:
Routledge.
[36] Así Jonas, Hans (2008 [1979]). El principio de responsabilidad. Ensayo de una
ética para la civilización tecnológica. Barcelona: Herder.
[38] Vives, Johannes Ludovicus (ed. 1768). De disciplinis, libri XII. Nápoles.
Accesible on-line en http://vivaldi.gva.es (Biblioteca Valenciana Digital, Generalitat
Valenciana).
[39] Bentley, Jerry H. (2000). “Cultural Encounters between the Continents over
the Centuries”, en 19th International Congress of Historical Sciences. Proceedings
/ Actes. Oslo: University of Oslo, 2000, pp. 29-43.
[43] Iggers, Georg; Wang, Q. Edward (2008). A Global History…, pp. 284-290. El
interés que el proyecto de Guha ha despertado en América Latina se percibe en la
obra del historiador mexicano Guillermo Zermeño (2004). La cultura moderna de la
historia. Una aproximación teórica e historiográfica. México D. F.: El Colegio de
México, pp.120-128.