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Mabel Burin

Hasta hace relativamente poco tiempo no se estudiaba el desarrollo en la vida adulta y en la


vejez pues se consideraba que esté acababa en la adolescencia o la juventud época en la que
se alcanzaba la cima del ciclo evolutivo según F López en 1988 se criticaba la hipótesis de que
solo habría crecimiento y desarrollo en la época joven y que a partir de ese momento no habría
desarrollo evolutivo, por lo tanto, carecían de sentido las investigaciones que pretendieron
estudiar la adultez desde esta perspectiva. Cuándo se pusieron en evidencia los cambios en la
vida adulta, se los quiso explicar a través de un modelo universal según el cual un sujeto
mantendría su nivel de desarrollo hasta poco después de los 30 años, y a partir de ahí iniciaría
un lento pero irreversible proceso de crecimiento deterioro.
Con esto se pretende reforzar las ideas tradicionales sobre el proceso evolutivo suponiendo
que para la adultez sólo podría hablarse de estabilidad primero y de deterioro después pero en
ningún caso de un verdadero desarrollo.
Durante las últimas dos décadas se han acumulado datos que contradicen este modelo de
desarrollo humano. En primer término, sí bien algunas generaciones estudiadas podían declinar
sus capacidades intelectuales a partir de los 30 años, tal cómo sucedió con los grupos de
adultos estudiados en los años 40´, sin embargo, se trataba de personas con pobre
escolarización y de bajo nivel profesional. Esto permite suponer que cogeneraciones con mejor
escolarización y con más elevado nivel de profesionalización, sus experiencias cómo adultos se
enriquecen enriquecerán en lugar de detenerse.
Esta hipótesis se afirma en que los cambios evolutivos y generacionales dependen de factores
históricos-sociales que varían de acuerdo con la época y los lugares.
En segundo término, no todas las dimensiones de la personalidad y las conductas cambian en
la misma dirección ni al mismo ritmo. en tanto algunos aspectos de la conducta tienden a
declinar a partir de cierta edad, otros pueden seguir una línea ascendente hasta edades muy
avanzadas. El cambio, por lo tanto, no es un unidireccional ni uniforme sino que las diferencias
individuales son muy grandes.
En tercer término, las diferencias interindividuales entre los sujetos son aún más claras y
acentuadas en la edad adulta, ya que en este periodo la influencia de los acontecimientos
sociales Es mayor que en la niñez y en la adolescencia. Hasta la primera juventud, la mayoría
de los sujetos está sometida a cambios biológicos y sociales relativamente similares, pero
después de esa edad las personas siguen caminos familiares, sociales, etcétera, más
diferenciados.
Todo esto ha llevado a que numerosos autores actuales nieguen el valor de la hipótesis
explicativas, totalizadoras, a la vez que insisten en reconocer que las transformaciones en la
vida adulta son multidireccionales y están multicausadas.
También casi todos los autores coinciden en señalar que en la vida adulta los factores más
determinante de los cambios se deben a las circunstancias generales que afectaron a cada
corte generacional ( ejemplo; los de la posguerra, de los años sesenta, etc). También resultan
relevantes los factores biológicos, tales como la menopausia en las mujeres, o el descenso del
nivel de testosterona en los hombres, dentro de un contexto de significación social, esto es
teniendo en cuenta qué sentidos adquieren estos cambios biológicos para el sujeto femenoo o
masculino que los padece. También se incluyen factores determinantes tales como las
condiciones de la vida familiar, laboral, el lugar de residencia, etc.
Anteriormente he planteado las problemáticas de la adolescencia relacionadas con su
prolongación hasta alrededor de los 30 años y con el hecho de que la incorporación al mundo
del trabajo es tardía o no se produce, provocando el fenómeno que algunos investigadores
actuales llaman de “adolescencia forzosa”. Expliqué también cómo algunos de los factores
sociales que definían la edad adulta con claridad en el pasado han perdido parte de su carácter
normativo. Entonces, en la actualidad qué criterios definen la vida adulta para la mayoría de los
sujetos?
Un primer criterio es la edad cronológica, que conlleva cambios biológicos (de madurez
biofisiológica) con cambios concomitantes en la posición social (final de la escolarización,
mayoría legal de edad, independencia de los padres, etc) y la asunción de nuevos roles
sociales definidos como de adultos. Las características que se requieren para considerar que
un sujeto es adulto depende de aspectos económicos, históricos y culturales de la sociedad en
la cual ese sujeto vive, y de la singularidad subjetiva con que cada persona internaliza estos
formatos sociales de la adultez. Quienes hacen periodizaciones en cuanto a la vida adulta
sugieren que habría una adultez temprana, de los 30 a 40 años, durante la cual se exigiría una
cierta redefinición de los roles de género y de la identidad de género. Esto estaría dado porque
en el periodo anterior los sujetos estaban predominantemente dentro del sistema educativo y
antes de formar sus propias familias los roles de género no estaban tan tipificados. Pero con el
ascenso al mercado de trabajo, la formación de una pareja y al nacimiento del primer hijo, los
roles de género se tipificarian más agudamente, haciéndose más patentes las diferencias de
género entre hombres y mujeres. Algunos autores, como F.López (1988) señalan qué es en el
período de la adultez temprana cuando se hacen evidentes no solo las diferencias sino
también las desigualdades entre hombres y mujeres;
● estás se encuentran con que tienen menos oportunidades para encontrar trabajo y
habitualmente están peor pagadas
● acceden a menos puestos de responsabilidad y autoridad
● sufren las consecuencias de una distribución no igualitaria de las responsabilidades
domésticas
● asumen la mayor parte de las tareas educativas de los hijos pequeños y se les aplica una
moral más rígida tanto en lo referido al desempeño del rol maternal como el ejercicio de
su sexualidad, etcétera.

Con respecto al segundo periodo de la edad adulta, entre los 40 y 50 años aproximadamente,
la mayoría de los investigadores destacan que ésta es la etapa de los grandes logros
profesionales o sociales que llevan a los sujetos a sentirse autorrealizados o fracasos, y
también desarrollan ciertos grados de introspección que los llevan a replantearse su identidad
de género. A esto se ha denominado “los cambios de la mitad de la vida”. Entre estos cambios
se pueden señalar
a) La disminuicion hormonal en los hombres de androgenos y en las muejres de estrogeno
que pueden dificultar las relaciones sexuales, esto se volveria especialmente conflictivos,
como ocurre en los adultos de la generacion actual, tienen un concepto de la sexualidad
predomiantemetne genital.
b) Tal como lo planee en el capítulo anterior, en una sociedad donde el aspecto juvenil es un
valor predominante la figura corporal pasa a ser un aspecto conflictivo de aceptación.
c) Otro rasgo importante de los cambios producidos en esta etapa es la toma de conciencia
de la temporalidad de la vida y de la muerte como una realidad personal, lo cual lleva a
nuevas consideraciones acerca del tiempo, del significado de cada edad e incluso del
sentido de la vida.

Dentro de este contexto, los grupos de maytor riesgo para experimentar o no satisfacción
personal estarían representados por aquellas mujeres que se han centrado
predominantemente en la crianza de sus hijos y para quienes es difícil de encontrar un nuevo
proyecto de vida; en el caso de los hombres, el mayor riesgo en cuanto a la dificultad de
satisfacción personal está en el grupo que hace balance respecto a sus logros laborales y de
las posiciones de poder y de autoridad que ha obtenido.
Algunos autores sostienen que después de este periodo periodo de la mediana edad los roles
de género tienden a flexibilizar se los hombres tratan de dar nuevos significados a las
expectativas sociales o laborales que anteriormente recaían sobre ellos y a las mujeres
buscarían nuevos sentidos a la a los interrogantes sobre su feminidad antes basada
primordialmente en los roles maternal y domésticos puntos varios investigadores afirman que
se iniciaría un proceso hacia la conformación de una personalidad más androgénica es decir,
irá perdiendo peso la especificidad de funciones asignadas por género a hombres y mujeres
haciendo que unas y otros reúnan en sí características consideradas como propias de uno u
otro género en nuestra sociedad. Sin embargo, esta hipótesis supondría cierta naturalidad de
las diferencias y las desigualdades entre los géneros y no ofrece explicaciones respecto a las
relaciones de poder.

La teoría de los recursos (Hesse-Biber y Williamson, citado por López 1988) pone de
manifiesto el peligro que supone considerar las diferencias entre hombres y mujeres como
estables y dependientes de factores biológicos y psicológicos inalterables y no de factores
socio históricos. Está perspectiva serviría al propósito de legitimar formas de opresión y de
ejercicio de poder entre los géneros según esta teoría, el poder de cada miembro dentro del
sistema familiar depende de los recursos que posea. Los recursos son definidos como todo
aquello que un miembro pueda ofrecer para satisfacer las necesidades y los objetivos de los
demás. Cada sujeto tiene intereses objetivos y preferencias que desea satisfacer, y por ello
percibe con más poder a quienes pueden ofrecer más recursos para satisfacerlos.
Los recursos son de variados tipos y significados (económicos, educación, prestigio, social,
atractivo físico, fuerza física, etc). y están estrechamente relacionados con la edad y los roles
de género. En relación con la edad, puede representarse como una curva invertida; los
recursos aumentan progresivamente hasta, aproximadamente, la mitad de la vida, para iniciar
una lenta declinación hasta el final del ciclo vital. Dentro de las familias nucleares los recursos
de los padres ( económicos, de status profesional, etc ) suelen incrementarse en las primeras
décadas de la vida familiar lo cual coincide con qué los hijos aún pequeños carecen casi de
recursos. Se van estabilizando y disminuyendo a partir de los 50 años, cuando los hijos han
crecido habitualmente lo suficiente como para ver incrementado sus propios recursos.
La vejez conlleva casi siempre la pérdida de recursos y la necesidad de cambiar su rol con los
hijos, pasando a depender de ellos en muchos casos. En cuanto a las mujeres este cambio
parece más llevadero que para los hombres, ya que en muchas circunstancias las mujeres de
esta generación pasan de depender del marido a depender de los hijos. Actualmente algunos
grupos de gente de edad están modificando su capacidad de autonomía que aumenta a la vez
que se observa un cambio en las mentalidades de los hijos que se sienten menos obligados a
responsabilizarse de proveer cuidados y atención personal a sus padres mayores.
Los recursos disponibles implican fuente de poder dentro de la familia. El balance de las
relaciones de poder a lo largo del ciclo vital remite a los roles de género que cada miembro de
la familia desempeña y la utilización o no de los recursos disponibles en el ejercicio de sus
roles de género. En el caso de las mujeres, los recursos considerados como propios ( atractivo
físico, capacidad de ofrecer apoyo afectivo, etc) son perecederos y guardan una relación de
influencia que de poder.
Diferenciamos los recursos de influencia de los recursos de poder en que Mediante los
primeros se pueden incidir de manera indirecta y no siempre decisiva sobre las maneras de
pensar y sentir y actuar de otros sujetos; los recursos de poder disponen de las herramientas
necesarias para decidir y actuar y de lograr que otros sujetos también lo hagan por ejemplo
recursos legales sanitarios económicos etcétera.
De acuerdo con algunos estudios citados por F.López, como cabe de esperarse de la
aplicaciones de esta teoría, en los vínculos conyugales es el marido quién tiene más peso en
las decisiones significativas, a la vez que demuestran cómo, cuando la esposa dispone también
de los recursos más importantes, por ejemplo, trabaja fuera del hogar, gana más dinero, tiene
un elevado estatus social, etcétera. Pasa a desempeñar un rol más decisivo en la toma de
decisiones. Cuando ambos llegan a la mediana edad y los hijos dejan la casa, parece necesario
realizar una renegociación del sistema de relaciones en la pareja. Si esto coincide con el final
de la carrera del marido, o con su jubilación, las relaciones de poder tenderán a hacerse más
igualitarias.
Esta teoría deja de lado la importancia que tienen los vínculos afectivos, especialmente los de
enamoramiento y apego en la propia dinámica del poder dentro de la pareja, que lleva a que la
persona más enamorada o de mayor tendencia al apego sea la más dependiente en las
relaciones de poder y a menudo la más dispuesta a ceder espacios en estos vínculos, en
nombre del sostén del vínculo afectivo.
Los estudios de una investigadora norteamericana B.Neugarten en 1975 destacan que habría
una dinámica de transición desde la mediana edad hacia la vejez y ponen énfasis en los
procesos de adaptación. afirma que las normas y las expectativas sociales relacionadas con la
edad cooperan como sistema de control social con incentivo y frenos sobre las conductas y
que los sujetos tenderían a percibirse a sí mismos a determinar su nivel de satisfacción vital De
acuerdo con tales expectativas. estos controles sociales ofrecerían regularidades relacionadas
con las normas sobre la edad y la conducta apropiada para ella, con la las normas sobre la
edad y la conducta apropiada para ellas, lo predica predictibilidad.
Define este concepto como “el ciclo vital normal y expectable”, caracterizado porque los
adultos tienen internalizadas expectativas consensualmente validadas sobre la secuencia de
los mayores eventos de su vida, no solo acerca de cuáles deben ser sino también de cómo
deben ocurrir.
En la adultez habría una aceptación y una anticipación de la secuencia inevitable de los hechos
que le deben ocurrir a una persona al crecer, envejecer y morir. Según esta autora se es adulto
cuando se comprende que el curso de la propia vida es similar al curso de las vidas de los
demás y que los puntos decisivos a lo largo de ella son inevitables. Desde este punto de vista
sostiene que los eventos normales y expectable de la vida no deben en sí mismo constituir
crisis el casamiento la paternidad la menopausia la abuelidad la jubilación etcétera, serían
puntos decisivos normales que se establecen a lo largo del ciclo vital y que producen cambios
en el sentido de la identidad como marcan la incorporación a nuevos roles sociales y precipitan
nuevas adaptaciones, pero en sí mismo no son hechos críticos que puedan cuestionar el
sentido de continuidad del self. Al estudiar lo que caracteriza como patrones de adaptación en
mujeres de mediana edad, ante la menopausia y el cambio de roles que sigue a la partida de
los hijos del hogar.
Neugarten encontró un gran número de variables psicológicas y sociales que incluyen medidas
de
● Ansiedad
● Satisfacción y
● Autoestima
Los resultados que halló le permiten afirmar que la mayoría, superior al 80% atribuyó a la
menopausia poca o ninguna importancia como factor de cambio discontinuidad en la vida de
las mujeres, y que solo aparecía como trastorno cuando no lo percibían como un hecho normal
y natural.
El mismo criterio aplica a los hombres ante la jubilación, fenómeno que, lejos de implicar una
crisis para la identidad masculina, sería un hecho normal y expectable que no acarrearía de por
sí una pérdida significativa. Afirma que los acontecimientos vitales se expecta expect hables
pueden precipitar reacciones críticas en algunas personas, especialmente en aquellas que
están bajo atención profesional por su salud mental, pero que esto ocurriría sólo en una
minoría. Su hipótesis es que si los hechos pueden ser anticipados, el trabajo de duelo se
realizará adecuadamente y la resolución podrá lograrse sin que se interrumpa el sentido de
continuidad del ciclo vital. Son los acontecimientos vitales que no se anticipan los que, a su
juicio, desencadenaría en estados de crisis.

En un estudio realizado por Nancy Datan en 1995 sobre mujeres de mediana edad en Israel, en
cinco culturas israelíes que abarcaban desde modernas inmigrantes entre europeos hasta las
tradicionales habitantes de villorrios y árabe-musulmanes, las conclusiones señalan que el
dilema de la mediana edad para esas mujeres consistía en la transición cultural.
Tanto aquellas más tradicionales como las más innovadoras no tendrían conflictos acentuados
en la mediana edad asociados a la menopausia. Las mujeres que parecerían las condiciones de
la transicionalidad si en cambio sufrirán conflictos, especialmente estados depresivos. Sus
hallazgos son consistentes con los que describió Burin en 1987 cuando se refirió a la crisis de la
mediana edad en las mujeres. más adelante volveré sobre esta problemática.
Algunos investigadores han focalizado su atención en la problemática de la crisis de la mediana
edad en los hombres, tal como E.Jacques 1966. Este psicoanalista inglés, afirma que la crisis de
esta etapa vital se manifiesta en el trabajo creador. sostiene que en la veintena y la treintena el
trabajo creador de los hombres tendría una modalidad exaltada intensa espontánea y que
surge con facilidad. Pero hacia el final de la treintena aparece una modalidad que describe
como escultórica con mayor lentitud entre la inspiración y el producto terminado, con
elaboraciones y reelaboración sucesivas. Ejemplifica esta modalidad del trabajo masculino
citando artistas plásticos y hombres de letras. Según Jacques, la elaboración de la crisis de la
mediana edad exige una relación de la depresión infantil, pero con insight maduro y de los
impulsos hostiles.
En la mediana edad se resignifica harían los conflictos infantiles con la hostilidad, y su
elaboración permitiría que esa crisis vital fuese transitada por mayor o menor éxito por los
hombres.
Algunos grupos de reflexión realizados en nuestro medio con nombres de mediana edad así
como algunas observaciones clínicas en el contexto de psicoterapias psicoanalíticas permiten
comprender que, en el caso de los hombres, si bien uno de los conflictos para elaborar es el
destino de sus impulsos hostiles, otros de sus problemas básicos reside en resignificar su
deseo de ser reconocido y amado por otros hombres. parecería que la raíz de este conflicto se
encontrará en la temprana infancia y se agudizará en la adolescencia, cuando los muchachos
sienten que sus padres se alejan del vínculo amoroso con sus hijos varones. Esto los dejaría en
condiciones de orfandad paterna, un fenómeno qué es ampliamente descrito por E.Badinter
1987 En los hombres de la actualidad como efecto del patriarcado sobre los vínculos familiares.
Sí bien cita algunas investigaciones donde se destaca que la problemática principal entre
padres e hijos sería la del vínculo hostil, finalmente enfatiza que más que de la hostilidad en el
vínculo de lo que se quejan los hijos es de la ausencia paterna en el hogar, no en El sentido
literal sino que la ausencia se refiere a padres presentes en el hogar, pero “fantasmales”
afectivamente ausentes en el aspecto amoroso del vínculo con su hijo. Esto determinaría
rasgos de la subjetividad de los hombres que requerirían un profundo trabajo de reelaboración
cuando los hombres llegarán a la mediana edad.
Sí bien Estoy descubriendo fenómenos relativos a crisis vitales evolutivas dentro del contexto
familiar, con un corte por género y generación, sin embargo existe una tendencia en nuestra
cultura a medicar estos conflictos, de modo tal que cuando hombres y mujeres perciben su
malestar como efecto de esta condición, suelen acudir al médico para su consulta. En estos
casos, la prescripción Abusiva de psicofármacos resulta a una de las consecuencias no
deseadas de esta medicalización de los conflictos debido a la crisis de la mediana edad.
Los psicofármacos son drogas legales, de fabricación permitida y redistribución lícita. A
grandes rasgos se pueden caracterizar los ansiolíticos (remedios para combatir los estados de
ansiedad), los antidepresivos (aquellos que actúan como estimulantes) y los hipnóticos
(utilizados para contrarrestar el insomnio). Su empleo extenso o indebido es causa de honda
preocupación en varios países, incluyendo la Argentina, a partir de los años 30.
En un estudio que he realizado a fines de los ochenta junto con E.Monzarz y S.Velásquez 1990,
hemos detectado actitudes sexistas con que los agentes de salud, especialmente los médicos,
prescriben este tipo de medicamentos. Un ejemplo de esta actitud de discriminación debida al
género se observa en la siguiente práctica asistencial: ante el mismo tipo de consulta que
realizó una persona de mediana edad, supongamos entre los 45 y los 50 años, por ejemplo, a
un médico clínico, por trastornos en su deseo sexual, por sentirse desganada y con dificultad
para levantarse a la mañana, y con escasa motivación para conectarse con amigos y familiares,
la modalidad de atención es diferente según se trate de un hombre o de una mujer.
En el primer caso el médico lo escucha con más atención, lo interroga más a fondo, le pregunta
cómo se iniciaron sus síntomas, cómo son sus condiciones de trabajo, su sexualidad, su ocio;
probablemente le sugiera que cambie sus condiciones laborales, que organice mejor su ocio y
que realice cambios en su sexualidad, y muy en última instancia le prescribiera un
psicofármaco. Pero en el caso de la mujer, probablemente la escuché poco, la interrogue y
menos, quizás te interese apenas por sus condiciones de trabajo, especialmente si es ama de
casa y tal vez le sugiera que lo que le ocurre es normal y esperable para su edad, que
seguramente estará premenopausia y le indicará un estudio hormonal para corroborarlo y
poder medicarla, al tiempo que probablemente le recete un ansiolítico o un antidepresivo.
Este fenómeno qué se observa en casi todos los países estudiados en contexto de medio
urbano, tanto en los más desarrollados como en los subdesarrollados, revela que las mujeres
de mediana edad constituyen un grupo de riesgo para el consumo abusivo de psicofármacos.
En nuestro país, los datos con que contamos son fragmentarios y dispersos, sí bien estudios
recientes revelan que en la provincia de Buenos Aires dos de cada tres habitantes consumen
psicofármacos. Los estudios no contemplan la especificidad femenina en el uso de estas
drogas legales. Un corte por nivel económico social sugiere que las mujeres de sectores más
bajos tienen mayor probabilidad de ser medicadas que los de otros sectores. Son mujeres que
acuden en primer lugar a los servicios de guardia hospitalaria por registrar estados de malestar,
bajo la forma de trastornos psicosomáticos, y suelen recibir la prescripción de un tranquilizante.
En ocasiones son derivadas al psiquiatra, qué refuerzo o varía la medicación prescrita. Pero en
general nuestro sistema de salud no contempla otras alternativas para la consulta de estas
mujeres, cuya situación se agrava por el hecho de que, aún cuando reciban la prescripción de
psicofármacos no estarían en condiciones de comprarlo.
Con respecto a las mujeres de sectores medios, si bien la medicalización es también casi una
constante, suelen realizar un recorrido más extenso visitando primero al médico clínico, o al
ginecólogo y después al psiquiatra, para recibir, finalmente, respuestas similares. A pesar de la
crisis económica las mujeres de los sectores medios conservan todavía la actitud de cuidar su
salud mediante el uso de remedios prescritos por el médico. Suelen contemplar o reemplazar
el uso de psicofármacos con alguna otra forma de atención de su malestar, cómo psicoterapia
grupos de variada índole, gimnasia, dietas, meditación, etc. Sin embargo, aunque disponen de
una mayor variedad de recursos, la presencia de los psicofármacos o algún otro remedio
equivalente es muy frecuente en el procesamiento que las mujeres realizan de las situaciones
de crisis en la mediana edad.

MENOPAUSIA
La menopausia en su acepción estricta significa el cese de las reglas menstruales. El discurso
médico la enmarca dentro de un período mucho más amplio, de límites no demasiados
definidos, al que también se denomina “climaterio”. Investigaciones actuales indican que la
edad promedio de aparición de la menopausia es alrededor de los 50 años; cuando sucede en
torno a los 40 se llama menopausia precoz, y más allá de los 55 años se define como
menopausia tardía.
La OMS caracteriza el climaterio como una fase de transición entre la etapa reproductiva y la
no reproductiva. En la Argentina, de acuerdo con los últimos censos nacionales, casi el 20% de
la población femenina estaría en la edad del climaterio. Hasta épocas recientes la menopausia
fue monopolizada por el discurso y las prácticas médicas en parte debido a los hallazgos de la
medicina que contribuyeron a extender el periodo de vida útil de las mujeres más allá de su
periodo reproductivo, los avances de la industria farmacéutica después de la segunda guerra
mundial y a la sofisticacion que han adquirido ciertas herramientas de la medicina para el
diagnóstico y el tratamiento de algunos trastornos hormonales. Es bastante reciente que la
menopausia entendida como problemática, sea percibida y tratada mediante otros dispositivos,
sociales, psicológicos,etc y no como una enfermedad que deba ser medicada.
Los estudios psicoanalíticos clásicos acerca de las mujeres de mediana edad también
enfatizaban la pérdida de la capacidad reproductora y junto con ella, cierta inamovilidad
psíquica Impediría a las mujeres seguir desarrollando su subjetividad. Helen Deutsch 1947
sostiene que los trastornos psíquicos de las mujeres climatéricas serían inevitables y supone
que sus características e intensidad estarían determinadas por la estructuración psíquica
temprana de la mujer y por sus conflictos infantiles.
Otra psicoanalítica T. Benedek en 1945 se supone a esta hipótesis y afirma que el climaterio no
puede privar a la mujer de lo adquirido durante su madurez psicológica y a través de vínculos
afectivos; por lo contrario, sostiene que la de sexualizacion de sus emociones pueden servir a
la mujer madura para encarar sus relaciones afectivas con mayor serenidad, menor
conflictividad, tirándole además energía libre que antes estaba ligada eróticamente Y que
ahora le facilita una nueva relación con su entorno social. En la Argentina, una psicoanalista
pionera Marie Langer 1964, Afirma que nuestra sociedad aún climaterio libre de trastornos y
de reacciones depresivas Siria considerado considerado algo excepcional, sugiriendo que
existen poderosos factores sociales e históricos que favorecerían la aparición de los trastornos
psíquicos en este grupo de mujeres. Sin embargo, enfatiza que existiría un requisito para que la
menopausia fuera transitada menos conflictivamente: “que las mujeres no queden frustradas en
sus instintos maternales, para que puedan sublimarlos luego, adecuadamente,en su trabajo”.
No discutiré aquí el recurso teórico que apela al instinto maternal de las mujeres pues está
ampliamente debatido en otros capítulos. Solo recordaré ahora que está hipótesis ha sido muy
controvertida a la luz de estudios de género tales como el deseo maternal, el ideal maternal,
etc, en lugar de la noción de instinto maternal.
La mayoría de los estudios psicoanalíticos sobre la menopausia enfatizan la noción de pérdida
de una condición anterior, asociada a la función reproductora. Los conflictos son planteados en
términos de movilidad o detención libidinal (por ejemplo, la movilidad libidinal que asocia la
sexualidad con la maternidad), transformaciones pulsionales ( por ejemplo, la transformación de
pulsiones amorosas en hostiles), juegos identificatorios variados, ilusiones de completud
narcisista, etc. Muchas autoras destacan la resignificación del vínculo hostil con la madre, y la
repetición de conflictos correspondientes a la pubertad y la menarca. Los discursos parecen
centrados en la preservación de una organización pulsional previa a la menopausia, cuyo
paradigma sería el deseo maternal. Para ello, las mujeres deberían adoptar una posición de
resignación y de renuncia, lo cual favorecería mayor fluidez pulsional y un acrecentamiento de
las posibilidades de la sublimación.
Tanto el discurso médico como el psicoanalítico hacen hincapié en los riesgos para la salud
que entraña la menopausia; en tanto el discurso médico destaca los riesgo de osteoporosis y
de trastornos cardíacos debido al déficit estrogénico,La perspectiva psicoanalítica agita
amenazante la imagen de mujeres con trastorno de carácter y personalidad es distorsionadas
por efecto de inadecuadas elaboración Y psíquicas ante la pérdida.
Nuevas perspectivas acerca de las condiciones de salud de las mujeres y de sus modos de
enfermar sugieren que los conceptos clásicos acerca de las mujeres menopáusicas deberían
ser revisados.
Entre los nuevos enfoques se encuentran los estudios de género, que analizar no solo las
relaciones de poder tradicionales entre el sistema de salud y las mujeres en tanto pacientes,
sino también los dispositivos socio históricos por los cuales las mujeres se tornaron sujetos
fragilizados, vulnerables, seres enfermizos a quienes habría que cuidar mediante la
medicalización de sus conflictos.
Debido a que los primeros sucesos de la menopausia suelen coincidir con la mediana edad de
las mujeres, centraré en mi descripción en la llamada “crisis de la mediana edad”.

El concepto de crisis tiene una doble acepción


a) conserva la idea de ruptura de un equilibrio anterior acompaña por la sensación
subjetiva de padecimiento
b) comprende la posibilidad de ubicarse como sujeto activo, criticante, reformulando el
equilibrio anterior.
La edad media de la vida describe un amplio periodo de la vida humana que no está
delineado por hechos demarcatorios clave en su comienzo y en su declinación, pero, a
grandes rasgos, puede considerarse que se inició alrededor de los 35 años y dura hasta
alrededor de los 55 años. Ya señalé que las mujeres ponían en crisis el sistema de
identificaciones con las cuales, hasta ese momento, habían configurado su subjetividad.
También me referí reiteradamente a cómo en la cultura patriarcal el sistema de
identificaciones predominante para las mujeres organiza su feminidad alrededor de la
fertilidad y la maternidad. En estas circunstancias, la crisis de la mitad de la vida puede
asumir dos características: por una parte, pueden configurarse como una crisis negativa,
plena de sufrimientos, donde el sentimiento prevaleciente sería de pena y dolor por la
pérdida rasgos propios de los estados depresivos. Otra alternativa posible es asumir una
posición subjetiva activa ante este estado, caracterizada por reorganización psíquica y
cuestionamiento ante las propias contradicciones y conflictos mediante una actitud de
reflexión crítica. Esta posición de sujeto crítico ante el requerimiento resquebrajamiento
de su sistema de identificación y de su reorganización pulsional como tal como lo
describí en 1987, requerirá la puesta en marcha del deseo hostil y del juicio crítico.
Cuando aludo a la situación de pérdida que padecen las mujeres de mediana edad,
considero que se pueden focalizar los siguientes procesos de duelo por las siguientes
pérdidas:
a) Del cuerpo juvenil
b) de los padres juveniles
c) de los deseos e ideales juveniles
a) En el Duelo por pérdida del cuerpo juvenil, las mujeres de mediana edad se enfrentan
con el cambio de su imagen corporal como el de los elementos claves del sentimiento
de pérdida. En estos casos, las representaciones sociales acerca del cuerpo femenino,
con su énfasis sobre su belleza juvenil y la capacidad reproductora, imprimen en su
subjetividad femenina la necesidad de otorgar nuevos sentidos a su cuerpo de
transición. La reflexión crítica en estos casos podría encontrar un buen eje de análisis
alrededor de las relaciones de poder con el género masculino, que prescribe y legitimiza
las representaciones sociales femeninas: y con el género femenino, que sometería a
semejante ejercicio de poder, oponiéndose escasa resistencia. Sería interesante la
reflexión qué aporte criterios estéticos novedosos para las mujeres maduras, y no sólo
calcos forzados de supuestas bellezas juveniles como criterios hegemónicos.
b) En relación con los padres, las mujeres de mediana edad se encuentran con la realidad
del envejecimiento, quizás la enfermedad y hasta la muerte probable de uno o ambos
progenitores. El trabajo de duelo por pérdida de los padres juveniles implicaría
reconocer la de aquellos padres de su infancia o de su adolescencia con quiénes
padeció conflictos no siempre fáciles de resolver, y que se resignificaría en en este
periodo de su vida. Un elemento clave para la elaboración de este duelo consiste en
que las mujeres de mediana edad pongan en marcha el deseo hostil diferenciador,
otorgando nuevos sentidos en particular el vínculo con la madre. La frase tan conocida
entre las mujeres de mediana edad Yo no quiero ser como mi madre implicaría la
necesidad de esta diferenciación, de este recortamiento. Pero como ya lo hemos
destacado, esta es una problemática difícil de elaborar para las mujeres de mediana
edad, ya que existe un vacío representacional para las mujeres de nuestra cultura sobre
qué posiciones subjetivas y sociales ocupar cuando llegan a la mediana edad.
c) en cuanto al Duelo por pérdida de los deseos y los ideales juveniles como la mayoría de
las mujeres a las que me refiero han gestado deseos e ideales fuertemente orientados a
la construcción de una pareja y una familia. Por otra parte, también han creado ideales
destinados a su desarrollo personal, intelectuales, económicos artísticos etcétera, para
ser desplegados en otros ámbitos más allá del contexto familiar y doméstico.

ESTADOS DEPRESIVOS. “EL TECHO DE CRISTAL”


Anteriormente expuse una hipótesis acerca de los estados depresivos en mujeres de mediana
edad, relacionados con los roles de género femenino tipificados en nuestra cultura. Distinguí
los roles de género tradicionales tales como los de madre, esposa y ama de casa, de aquellos
no tradicionales, cómo el rol en la comunidad, el rol sexual extraconyugal y el rol de trabajadora
extradoméstica remunerada. Un estudio que realice sobre 30 mujeres de 48 a 55 años en la
ciudad de Buenos Aires y su control urbano tuvo como objetivo averiguar si se debían los
estados depresivos. En este grupo de mujeres había por estudios anteriores de los roles de
género tradicionales habían sido caracterizados como potencialmente depresógeno, ya que
configuraban un “piso pegajoso” del cual le resultaba difícil desprenderse, este se configura va
para la mayoría de ellas como factor depresógeno, Tales antecedentes me llevaron a
seleccionar como sujetos para mi muestra a mujeres que hubieran tenido oportunidades
educativas de nivel superior, y que hubieran estado trabajando con ritmo y continuidad en los
últimos 20 a 25 años. Se desempeñaban como médicas,arquitectas, psicólogas, biólogas,
odontólogas, economistas, docentes, etcétera, (en diversas organizaciones laborales
hospitales universidades laboratorios empresas) aún cuando varias de ellas también ejercieron
su profesión de forma independiente. Para analizar sus estados depresivos tuve que descartar
la hipótesis de la menopausia como factor depresógeno, pues algunas de ellas habían tenido
menopausia precoz alrededor de los 40 años, de modo que en el momento del estudio ya
habían pasado 10 años de aquel suceso y no podía considerarse relevante. También tuve que
descartar la hipótesis del nido vacío debido a que como eran mujeres de carrera, muchas de
ellas habían formado su familia tardíamente, de modo que en el momento del estudio tenían
hijos pequeños o púberes. Si existe una condición común compartida por todas ellas con factor
depresógeno: El techo de cristal en sus carreras laborales. Así se denomina a una superficie
superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, es difícil De traspasar, una barrera que les
impide seguir avanzando punto a partir de los estudios realizados desde la perspectiva de
género, que indica cómo la cultura patriarcal construye semejante obstáculo para las mujeres
como me he preocupado por estudiar Cuáles son las condiciones de construcción de la
subjetividad femenina que hacen posible tal composición cultural punto y hallado qué parte del
techo del cristal como límite se gesta en la temprana infancia y adquiere una dimensión más
relevante a partir de la pubertad. Los rasgos encontrados permiten comprender la doble
inscripción del techo de cristal: cómo realidad cultural opresiva y como realidad subjetiva
decepcionante.
Algunos rasgos del techo de cristal son los siguientes
a) Las responsabilidades domésticas: la dedicación horaria de los puestos más altos en la
mayoría de los espacios laborales está diseñada por lo general dentro de un universo de
trabajo masculino, e incluye horarios que habitualmente no están disponibles para las
mujeres - por ejemplo horarios vespertinos o nocturnos- dado que, por lo general, este
grupo de mujeres también desempeñan roles domésticos como madres y esposa, amas
de casa. En la investigación mencione al principio el grupo de mujeres definidas como
transicionales en su desempeño laboral y reconocido los límites del techo de cristal y
realizado enormes esfuerzos tratando de superar tales limitaciones, utilizando recursos
muy diversos: en su mayoría, uno de los efectos de tal esfuerzo consiste en padecer de
estrés laboral.
El entrenamiento predominante de las mujeres de este grupo de edad en el ámbito
doméstico, en los vínculos humanos con predominio a la afectividad, con relaciones de
intimidad, con el acento puesto en las emociones cálidas (ternura,cariño, odio, etcétera)
estaría en contraposición con el mundo del trabajo masculino, dónde los vínculos
humanos se caracterizarían por un máximo de racionalidad y con afectos puestos en
juego mediante emociones frías (distancia afectiva indiferencia etcétera). Las mujeres
caracterizadas como tradicionales suelen encontrar muy dificultoso el pasaje de un tipo
de vinculación al otro; por lo general, consideran inaceptables cambiar sus modos
clásicos de vinculación y renuncian a seguir avanzando en sus carreras. Las mujeres
caracterizadas como innovadoras suelen identificarse con el modo de vinculación
masculino requerido para seguir adelante en sus carreras laborales, estableciendo una
dicotomía entre sus vínculos en el ámbito doméstico y los del ámbito laboral y. el grupo
mayoritario está localizado entre las mujeres caracterizadas como transicionales, que
padecen las tensiones y los conflictos de intentar compatibilizar los dos tipos de
vinculación- con Predominio afectivo y racional- dentro del ámbito laboral
b) El nivel de exigencia: este grupo generacional ha encontrado que en sus carreras
laborales se les requiere el doble que a sus pares masculinos para demostrar su valía. en
su mayoría, perciben que en tanto a ella se le exige un nivel de exigencia en sus
desempeños, a sus pares varones se les acepta un nivel mediano o bueno a la hora de
evaluarlos. En estos casos, en los criterios de evaluación utilizados, se califica por igual el
nivel de exigencia obtenido como calificación por las mujeres con el nivel de bueno
obtenido por los varones. Esto constituía un ejercicio de discriminacion laboral en
perjuicio de las mujeres.
c) Los estereotipos sociales: algunos estereotipos que configuran el techo cristal se
formulan de la siguiente manera: “las mujeres temen ocupar posiciones de poder”, “A las
mujeres no les interesa ocupar puestos de responsabilidad”, “las mujeres no pueden
afrontar situaciones difíciles que requieren actitudes de autoridad y poder ”. Estos
estereotipos sociales inciden en la carrera laboral de las mujeres, haciendo qué se
vuelvan inelegibles para puestos que requieren autoridad y ejercicio del poder. En el
grupo de mujeres estudiadas, tal estereotipo ha sido internalizado de tal modo por ellas
mismas, que casi sin cuestionarlo lo repiten como si fuera resultado de elecciones
propias. Sin embargo, afirmaciones tales como a mí no me interesa ocupar posiciones de
poder Se ven confrontadas con otras actitudes en las que, contradictoriamente decían
asumir trabajos que la representen poder autoridad prestigio reconocimiento social
etcétera. En tanto el grupo de mujeres tradicionales parece refugiarse más en aquellas
afirmaciones, las mujeres agrupadas como innovadoras admiten sus conflictos y tratan de
enfrentarlos con recursos variados cada vez que acceden a tales puestos de trabajo.
d) La percepción que tienen de sí mismas las mujeres: la falta de modelos femeninos con
las cuales identificarse lleva a este grupo general a sentir inseguridad y temor por su
eficacia cuando acceden a lugares de trabajo tradicionalmente ocupados por varones.
Uno de los temores que suelen surgir en ellas es a perder su identidad sexual. La
necesidad de identificarse con modelos masculinos lleva a estas mujeres al fenomeno de
travestismo- vestir ropas que las remiten al universo masculino, preferentemente camisas
y faldas largas, maletín o portafolios- como así tambien cambios en el timbre de su vox,
impostando sonidos mas graves y hablando en tonos mas altos que lo habitual.
Las mujeres que en su carrera laboral desean ocupar puestos hasta ahora caracterizados
como típicamente masculinos deben enfrentar el doble de exigencias que sus pares
varones, Afrontar más riesgos -por ejemplo de acoso sexual-, soportar un mayor
escrutinio de sus vidas privadas, A la vez se les perdonan menos equivocaciones. cuándo
cometen errores, no se les atribuye a la parte correspondiente de su entrenamiento, hasta
experiencia previa o su formación profesional sino el hecho de ser mujer; su pertenencia
al género femenino o pedrería como categoría que explicaría su incapacidad.
e) El principio de logro: otro factor que incide en la composición del techo de cristal y que
resulta discriminatorio contra el género femenino es el llamado “ principio de logro”. Al
evaluar la valía de los miembros de una empresa, una organización tradicionalmente
masculina, en la que permiten hombres y mujeres por igual, algunos estudios describen
cómo funcionan un tipo de adscripción que precede al desempeño en el cargo, aun
cuando esto ocurra de forma velada e imperceptible la mayoría de las veces. En el caso
de las mujeres de este grupo, esto ha llevado a muchas de ellas no solo a ser orientadas
hacia el mercado de trabajo secundario, sino también a la “división secundaria” casi
universal dentro de las profesiones y las ocupaciones lucrativas. Como resultado de este
proceso, incluso mujeres profesionalmente muy cualificadas se ven orientadas de manera
sistemática hacia ramas de estas ocupaciones menos atractivas, poco atractivas y por lo
general peor pagadas. Este fenómeno que ha sido descrito como parte de la división
sexual del trabajo como es bien conocido por la mayoría de los estudios que se realizan
sobre la participación de las mujeres de este grupo de edad en el mercado de trabajo. Sin
embargo, a su alcance no es fácil de medir y además está sometido a diferentes
interpretaciones. Lo qué ha sido bien analizado es que esta situación poco tiene que ver
con el desempeño concreto del trabajo de las mujeres, sino más bien está conectado con
los sustitutos simbólicos antes descritos, que sirven de base para la evaluación. Ocurre
que solo se suele valorar inicialmente a las mujeres como si tuvieran un potencial más
bajo para determinados puestos de trabajo y por lo tanto menor valía para quienes las
empleen, Sino que además suelen mostrar ellas mismas un grado inferior de habilidades y
extra funcionales tales como planificar su carrera demostrar intereses ambiciosos
capacitarse dirigiéndose a determinados fines. por lo contrario, las habilidades extra
funcionales de las mujeres de este grupo se han orientado más bien así ciertos
laissez-faire respecto de su carrera laboral- entendida como complementaria o
secundaria de su carrera principal que sería la carrera maternal o matrimonial- y el hecho
de cultivar rasgos de personalidad tales como demostrar intereses ambiciosos parecería
contrario la configuración de una subjetividad definida como femenina. Entonces no es
accidental que muchas mujeres de mi estudio se sientan en un impasse- un callejón sin
salida- cuándo se refieren a sus carreras laborales. Se les hace evidente qué el talento la
capacidad y la dedicación de sus trabajos incluso con una legislación orientada encontra
de diversas formas de discriminación directa como no les garantiza un éxito laboral
equitativo. La exigencia de igualdad, e incluso las garantías formales de tratamiento
igualitario para todos, por una parte, y por otra parte, las renegociaciones individuales de
las relaciones privadas como la distribución de tareas y responsabilidades domésticas, la
elaboración de normas aceptables para convivir con alguien, solo constituyen condiciones
límite de la necesaria reestructuración de las instituciones laborales y de las relaciones de
poder entre los géneros femenino y masculino.
f) Los ideales juveniles: otro factor que opera en la configuración del techo cristal como los
ideales juveniles cultivados por esta mujeres mientras se estaban forjando una carrera
laboral. Muchas mujeres de Esta generación convalidaron los ideales sociales y familiares
que les indicarían asegurarse de hacer lo correcto y sobre esta base afirmaron una ética
femenina propia de las mujeres de este grupo de edad. en la actualidad, y hallado que
muchas de estas mujeres se encuentran en un mercado laboral cuyo ideales y valores se
han transformado por efecto del pragmatismo imperante para este fin del milenio y que
algunas de ellas se expresan, decepcionadas que el mandato social actual sería
asegúrense de ganar mucho dinero y rápido. Está noción de que el fin justifica los medios,
ya que el valor supremo sería ganar mucho dinero, entra en contradicción con sus ideales
juveniles con los cuales se iniciaron sus carreras laborales. para este grupo de mujeres,
los medios importan tanto como los fines: por ejemplo, la consideración por el otro, el
respeto mutuo, el peso dado a los vínculos afectivos, la la confianza en el prójimo,
constituyen valores irrenunciables y forman parte de los ideales con los cuales
construyeron su subjetividad femenina.
Los ideales generacionales de este grupo de mujeres son puestos en cuestión; sienten
decepción por la ineficacia actual de aquellos valores y junto con necesidades
económicas crecientes debido a la crisis económica en Argentina se ven sumidas dudas,
replanteos, cuestionamientos, poniendo en crisis sus ideales generacionales y genéricos.
Está crisis de los ideales de su generación y de su género para algunas, las mujeres
categorizadas como innovadoras, opera como un motor que pone en marcha nuevos
criterios de inserción laboral; pero para otras, las agrupadas como tradicional tradicionales
constituyen uno de los factores más poderosos en la configuración del “techo cristal”
como factor depresógeno. En estas últimas la crisis de sus ideales generacionales y
genéricos encuentra como única resolución posible la detención pulsional.

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