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Las puertas se abrieron con un gran estrépito iluminando el salón del trono con

un color verdoso. Un viento de un olor hediondo soplaba con fuerza y comenzó a


desplazar todos los objetos de la sala. El cuerpo sin vida del Rey Demonio Leoric yacía
a un lado de la alta puerta metálica labrada y la luz proveniente del otro lado le daba un
aspecto aún más aterrador a su cenicienta tez a la vez que unos destellos bailaban en su
oscura sangre que se esparcía por las grandes losas de mármol. Una vibración se
extendía por la estancia, aumentando de intensidad por momentos, volcando
candelabros, descolgando cuadros y tapices, y quebrando columnas y muros de piedra.
- ¡Te dije que no debías usar a Turkan!- El mutilado bárbaro intentaba
aferrarse a una de las columnas con el único brazo que le quedaba.- ¡Esa daga es peor
que el mismo Leoric!
- ¡No había otra solución!- Sus voces intentaban sobreponerse al rugido
del viento.- ¡Sal de aquí!
- ¿Y enfrentarme a Hilda para explicarle tu muerte? ¡Ni loco!
- ¡Es una orden Caín!
- ¡Al séptimo infierno con tu orden! ¡Si tú te quedas yo me quedo,
Ferahem!

El elfo sabía perfectamente que el bárbaro hablaba muy en serio. Su cabeza


dolía, aunque no tanto como su agujereada pierna, intentando poner solución al último
recurso que sabía que era utilizar la Daga del Destino Turkan.
Ferahem sabía lo que se acercaba al otro lado de la puerta. La muerte del Rey
Demonio Leoric había dado paso a algo aún peor. Lo innombrable de otro plano. Algo
que solo se podía encontrar en los mitos.
Una sensación de desesperación recorría el cuerpo del herido elfo. No le hizo
falta más que una última mirada a su amigo bárbaro para saber que ambos habían
llegado a la misma conclusión.
Ferahem se acercó a Caín y le pasó un brazo por la cintura, dejando que apoyase
el brazo que le quedaba sobre sus hombros. El viento les empujaba con tal fuerza que
les resultaba difícil mantener los pies sobre el ahora resbaladizo mármol. Con un último
esfuerzo se dirigieron con paso firme hacia la cegadora luz de la que parecía querer salir
una gigantesca forma demoníaca. El cuerpo del Rey Leoric pasó deslizándose a su lado.
Columnas caían destrozando sillas y mesas de madera. Partes del techo se
desprendían cruzando el suelo de mármol y dejando un gran agujero por el que
desaparecían el resto de cosas que se deslizaban con la fuerza del viento. Con un grito
en el que ambos pusieron toda la fuerza que les quedaba dieron los últimos pasos antes
de cruzar el umbral mientras todo a su espalda se desmoronaba.
***
- ¿Y qué pasó entonces?- Los ojos de varias personas con una curiosidad no
saciada le miraban fijamente.
- Eso es algo que tendremos que averiguar en la próxima sesión.
Con soplidos de decepción y gestos arrugados todos sabían que la tercera partida
de la campaña había terminado. No les gustaba, pero sabían que el Dungeon Master no
iba a cambiar de opinión.
Mientras todos recogían la mesa de miniaturas y dados recordando entre risas
momentos de esa misión, una de las voces surgió entre el grupo de amigos.
- Alejandro, ¿te puedo decir una cosa?
- Claro.
- Estás loquísimo.
- Lo sé.- Una sonrisa y un sentimiento de satisfacción recorrió su cuerpo.

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