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Ellos alían al balcón a aplaudir a las ocho de la noche desde el 14 de marzo.

La abnegación de todos esos sanitarios, del personal que trabaja en los


hospitales públicos, en los centros de atención primaria, los técnicos que
trasladan a los enfermos, les parece cosa como de película. Que haya tanta
gente (¿de dónde salen?) dispuesta a ayudar a los demás, a enfermar,
incluso a morir por el bien ajeno, sin esperar nada a cambio más allá de la
nómina que reciben todos los meses les parece inaudito, increíble. Por eso
salían a las ocho de la noche a aplaudir.
Cuando el primer día salieron en ropa de casa. Pantuflas y chándal él; unos
tenis, mallas, abriguito y fular ella. empezaron con fuerza, con energía, con
rabia también. «Cagüen todo lo que se menea. Tenemos cena el fin de
semana que viene en el club. Y con esta mierda seguro que no podremos
ir». Sin embargo, ella se reía. Todos los vecinos estaban ahí. Saludan a un
lado y al otro. Y a los de frente con la linterna del móvil como si en un
barco estuviesen. «¡Qué maravilla! ¡No falta nadie!» Si cerrasen los ojos
podrían imaginarse estar en los aplausos finales de una representación en el
Real.
Pasan los días y salen con menos ánimo y más vestidos, de calle. El tiempo
avanza y cada día anochece más tarde. Miran de reojo a los vecinos y notan
cada día más faltas. Ella comenta con los de su derecha que se veía venir;
«si es que la gente es tonta; y claro, que vas a esperar de lo público». Él,
con los de su izquierda «toda esta fiesta va a salir por un ojo de la cara.
Total ¿para qué? No se tenía que haber encerrado al país por unos cuantos.
Encima cuando todo esto termine nos van a freír a impuestos».
Hoy continuan acalorados; casi sudando. El sol todavía luce fuerte y
acaban de dejar las cacerolas viejas en el suelo del balcón. Las banderas
cuelgan de los balcones y ventanas. En alguna han estampado la palabra
LIBERTAD. Hablan animadamente con los vecinos, se les ve una chispa
de mala leche en la mirada. «Se van a enterar estos». Han quedado mañana
a la misma hora, pero en la calle; «no hay complejos que valgan». El entra
en casa silbando la Marcha Real mientras ella se queda hablando con la
vecina; «si hija, mañana vamos a la Quirón. Nos van a hacer un chequeo
completito que ya son muchos días encerrados y ya nos somos unos
jovencitos».

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