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Aquel amanecer de principios de julio del año tal, llegué con prisas por sentir el

nuevo mundo. “Muy pequeñita”, decía papá. “Esta niña no va a salir para adelante” Y
en seis días mi alma ya era cristiana. Sobre mis diminutos hombros llegó un nombre
con peso. Tradición familiar me avalaban: mi padre, mi padre y mi bisabuela materna
como honor al patrón de nuestro pueblo San Benito.
El ser de mi denominación, Benedicta, que proviene de benedictino (II
integrante de la orden de San Benito; fundada en Italia por San Benito de
Nursia en el siglo VI y II perteneciente a la orden de los benedictinos. Esto significa
que mi origen nominal es latino, del latón medieval benedictinus derivado del latín
tardío Benedictus 'Benito'.
Benito, Benedicta: “bien nombrado por el bautismo" o "Aquel que Dios
bendice" o "Bendecido" Viene de benedictus: 'bendecido', 'bondadoso'. Es un nombre
especialmente ligado al ritual de bendición cristiano, mediante el cual se atraían cosas
buenas sobre la persona bendecida. Benito es la forma popular cristiana de Benedicto.
Sí, me siento bendecida. Sí, me siento fatisfecha por los días, los años y las décadas que
me ha rozado e inundado el alma. A pesar de que no siempre nuestra relación
Benedicta-yo fuera perfecta.
Mi identidad se completa; entonces. Soy un poco latina, un poco italiana,
española, andaluza e íntegramente de Lebrija (provincia de Sevilla). Así pues… Tengo
y me unen lazos y raíces con los que un gran personaje, humanista de nuestra lengua
castellana supo en su momento crear la primera gramática del castellano, Elio Antonio
de Nebrija; publicada en 1492 (tres meses antes del descubrimiento de América).
¡Increíble, pero cierto!  
En mi niñez y adolescencia, la afinidad entre ambos no era buenas, no teníamos
cohesión, no nos comprendíamos. Levábamos vidas separadas; decidiendo, pues, que;
quizás, me vendría mejor hacer un cambio. Y… llegó a mi vida Beni; aunque qué
fortaleza y trabajo continuado para que me identificaran con mi nuevo ser. ¡Qué
tremendo caos, a partir de entonces! En el colegio e instituto Benedicta, con los amigos
Beni, y en casa Mari (como homenaje a mi segundo nombre…)
Pasados los años, comprendí que ni nombre me acompañaba a mí, no yo a él.
Decidí que no le daría más importancia. Lo principal era mi ser, mi yo. Desde aquel
momento, nuestra relación cambió. Ya somos una materia única e infinita que se
complementan. Nuestras almas se comprenden, viajamos con rumbo, aunque sin
destino; soñando cada mañana en que el azar, el devenir y la vida quisieron que aquel
día de verano nos uniéramos para siempre. Agradecida, pues.

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