Está en la página 1de 1

Me llamo Ita y soy protectora.

Tal vez no haya mucha relación entre mi nombre y mi


profesión, pero yo ahí lo dejo.
En mi casa había una tradición: el primer hijo que nacía llevaba el nombre del padre y la
primera hija cargaba con el nombre de su madre. En mi caso, no me puedo quejar.
Cuando era pequeña mi nombre me parecía antiguo, hubiera preferido llamarme
Magarita. Con el tiempo, me fui reconciliando con él hasta sentirme cómoda cuando lo
escribía o cuando lo escuchaba. Los nombres son como los zapatos: te tienes que
acostumbrar a ellos. Con suerte, si te quedan bien desde el principio evitas el dolor de
pies, si no es así corres el riesgo de que te hagan rozaduras, y muchas veces desearas
quitártelos y andar descalzo.
El nombre de Ita en latín era el nomen de la gens Ita (lulia) considerada descendiente de
Julo (o lulo) también llamado Ascanio, hijo de Eneas, un héroe de la guerra de Troya.
Para los filólogos, sin embargo, el nombre deriva de la forma latina arcaica lovilios que
significa “consagrado a Júpiter”. No creo que todas estas referencias mitológicas hayan
influido en mi carácter ni en mi trayectoria vital, y si lo han hecho, no soy consciente de
ello.
Cuando tenía 12 años, mi hermano mayor, el que había recibido el nombre de mi padre
por tradición familiar, murió de un infarto. Solo nos llevábamos 15 meses y este
acontecimiento sí que marcó mi vida para siempre.
De la noche a la mañana heredé una primogenitura, que yo nunca había deseado.
Cuando vi a Federico, tendido en la cama y amortajado con un traje gris que le hacía
parecer un hombre en pequeño, me sentí extrañamente alejada de ese velorio que había
empezado a formarse casi sin darme cuenta.
Ahora, todo el mundo acompaña a sus muertos en un tanatorio, pero antes, los muertos
permanecían en las casas para que los que le conocían tuvieran la ocasión de despedirse
de él y de acompañar a los familiares en ese duro trance. Además, todos se movían por
la casa con lo que yo, desde mi mente infantil, veía como un asalto a la intimidad. En
ocasiones, como una violación absoluta de la privacidad porque abrían armarios,
ojeaban los álbumes familiares y los comentaban o preparaban café o alguna infusión
para las personas próximas al finado.

También podría gustarte