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Desarrollo temático

Las decisiones no se toman porque sí


El consumo adulto, juvenil y adolescente de alcohol, tabaco y cannabis es
considerable en nuestra sociedad, tal y como señalan las encuestas del Plan Nacional
sobre Drogas. Tan extendido está el uso recreativo de estas sustancias que resulta
difícil concebir una celebración sin su presencia en formatos, dosis y combinaciones
variables.

En cierta medida, adolescentes y jóvenes reproducen modelos de generaciones


anteriores, adaptados a sus contextos sociales y culturales, a su estilo de vida, a
su poder adquisitivo, a la permisividad actual de la que habla el psicoanalista
italiano Massimo Recalcati en El complejo de Telémaco, etc.

Como escribió el sociólogo Javier Elzo en 2003 en relación al alcohol:

“los jóvenes no son un ente al margen de la sociedad, y el consumo abusivo de


alcohol por parte de muchos adolescentes y jóvenes, durante las noches de los fines
de semana y fiestas en general, no puede estudiarse, menos aún entenderse, si no se
sitúa dentro de unos hábitos y de unos patrones culturales que conforman la sociedad
española en su conjunto”.

Para entender las relaciones adolescentes con las drogas es necesario


contextualizarlas, identificar los rasgos sociales y culturales del entorno en el que
aparecen, los significados que se les atribuyen, las expectativas y discursos de
quienes las consumen...

No es posible comprender estos consumos al margen del contexto en el que se


producen. Como no es posible “hacer prevención” desconociendo los factores
socioculturales y simbólicos que subyacen a los consumos adolescentes de
drogas.

El valor simbólico de las drogas


Abordar educativamente el significado que atribuyen a las drogas los diversos
colectivos de una comunidad (adolescentes, en el caso que nos ocupa), es un
componente clave de la prevención. Como escriben Joan Pallarés y David Pere
Martínez en ¿Beber para crecer?:

“explicar el consumo de alcohol implica describir tanto los estilos de vida de los
adolescentes como el universo simbólico que construyen para darles sentido”.

Otro tanto cabría decir con respecto a las demás sustancias. Alcohol, tabaco y
cannabis forman la tríada más habitual a esta edad. Su consumo comienza en la
adolescencia. A esta edad, las drogas que hemos señalado reciben en
general atribuciones positivas que las vinculan a conductas de desinhibición,
diversión, relajación, socialización grupal, exploración, vida al margen del
control adulto, etc.

Esto podemos verlo bien en el caso del alcohol, la sustancia más consumida y de la
que más se abusa. ¿Qué razones utilizan chicas y chicos para argumentar
positivamente acerca de sus consumos? (Pallarés y Pere, 2013; Elzo et al, 2003):

 Los consumos adolescentes y juveniles de alcohol forman parte de su mundo


relacional y recreativo: salidas en grupo, los fines de semana, en espacios de
ocio, en busca de diversión al margen de la supervisión adulta…
 Los principales efectos esperados del consumo de alcohol son
la desinhibición y la diversión, en una significación positiva de la sustancia.
 Prácticas como el botellón son valoradas positivamente porque, entre otras
cosas, se producen al margen del control adulto.
 El alcohol es percibido como un objeto de consumo más, del que cabe
obtener resultados gratificantes si se aprende a manejar.
 La experimentación con el alcohol es valorada como un modo de aprender a
manejar sus relaciones con la sustancia, maximizando los beneficios
esperados y minimizando los efectos indeseados.
 Su percepción de los riesgos les permite diferenciar consumos considerados
aceptables (limitados a los fines de semana, en espacios de ocio y ejerciendo
cierto control) de los vistos como problemáticos (beber entre semana,
emborracharse siempre que se sale, etc.)

Significados a tener en cuenta a la hora de diseñar propuestas


preventivas

Como dice Montserrat Cañedo en el estudio que coordinó en 2017 bajo el


título “Sudar material. Cuerpos, afectos, juventud y drogas”:

“hablar del consumo excesivo de los y las jóvenes es hablar de los espacios y
tiempos donde se desenvuelven sus prácticas, de las estrategias de gestión y control
de los efectos de las drogas incluyendo sus límites y fallas, y hablar asimismo de las
expectativas, motivaciones y percepciones que construyen, reconstruyen y concretan,
de una manera colectiva y continuada, los significados y valores que los y las jóvenes
tienen de este consumo excesivo que su imaginario dibuja, a la postre, como la
pérdida del “descontrol controlado” que regula sus prácticas de consumo.”

Que el consumo de drogas adquiera (o no) un tinte negativo va a depender


de multitud de variables interrelacionadas: la edad, la dosis, la frecuencia, el
consumo simultáneo de varias sustancias, las conductas que se practiquen mientras
se consume o bajo los efectos del consumo...
Todo ello estrechamente relacionado con las formas de vida que empiezan a
ensayarse al margen de la supervisión adulta.

El papel estelar del alcohol


Dada la omnipresencia del alcohol en nuestra sociedad, es preciso prestar
una atención especial a los consumos adolescentes (aunque no solo):

 Por tratarse de una etapa evolutiva en la que el abuso de alcohol puede tener
un mayor impacto.
 Porque un consumo excesivo de alcohol (en cantidad, frecuencia, etc.)
podría estar revelando otras dificultades (personales, familiares, etc.) que
requerirían una intervención más profunda.

Confrontados educativamente con los consumos adolescentes de alcohol,


debemos pensar más en el lugar simbólico que ocupa esta conducta  en su
proceso de socialización que en el carácter más o menos espectacular de
determinados consumos.

Tratar de comprender su sentido, para poder actuar con eficacia, frente a la


tentación del juicio de valor y la estigmatización, tan simplista como inútil.

“Desmoralizar” la mirada

Como escribía Eusebio Megías en 2007 para explicar el proceso de estigmatización


de los consumos adolescentes de alcohol:

“así se cerró un círculo perfecto de retroalimentación de la situación: adolescentes y


jóvenes se comportan de manera ‘extraña’, la sociedad no entiende y se alarma, la
alarma subraya los extremos más negativos, los medios recogen esos extremos, el
énfasis en las noticias generaliza la percepción del fenómeno, la percepción
generalizada termina por atribuir esos comportamientos al colectivo juvenil, esa
representación se instala e influye en todos, que terminan por creer que ‘los jóvenes
son así’, los jóvenes también incorporan esa convicción y finalmente se comportan
como se espera que lo hagan, y el círculo vuelve a reiniciarse”.

La conocida “profecía autocumplida” de Merton.

Es necesario superar miradas moralistas, tan habituales en el campo que nos


ocupa y en cuanto tiene que ver con la adolescencia. Adoptar una perspectiva
centrada en la salud, el bienestar y el desarrollo personal, que trate de influir
sobre los procesos de socialización y los significados simbólicos atribuidos al
alcohol por quienes lo consumen (Baigorri, 2006).
La relevancia del grupo
Salvo casos excepcionales, el consumo adolescente y juvenil de drogas se inscribe
en una lógica grupal, socializadora, que necesitamos reconocer. En general, no
estamos ante adolescentes y jóvenes que se reúnen para beber o fumar porros. Se
trata, más bien, de adolescentes y jóvenes que salen a encontrarse, a divertirse. Y,
además, beben y/o fuman tabaco y/o consumen cannabis.

Pueden darse excesos, y de hecho se dan. Pero tenemos que valorarlos de manera
serena, promoviendo acciones preventivas que, sintonizando con la población a la
que se dirigen, ayuden a hacer menos probables las conductas de riesgo. Pueden
darse también conflictos con el vecindario, que convendrá tratar con especial cuidado,
como una ocasión para aprender a convivir.

Ocurra lo que ocurra, todo estará teñido de un sentido grupal, lo que hace
necesario trabajar sobre la vivencia personal del grupo. El grupo adolescente no
solo ejerce presión directa para consumir, sino que tiene una influencia sobre las
conductas personales más implícita e inadvertida. Estamos más ante un torbellino
de dinámicas emocionales inconscientes que ante una presión abierta. El consumo es
más el resultado de reconocer afinidades afectivas que fruto de la presión.

Estas dinámicas emocionales tienen que ver con el lugar que cada persona ocupa
en el grupo, el lugar que ocupan las demás personas, los roles que unas y otras
representan, las corrientes de afectos y desafectos que se generan… Una realidad
compleja que no puede resolverse con una banal apelación a aprender a “decir NO”.

Desarrollo temático
Las drogas, en compañía
Como afirma Jaume Funes en el libro comentado, “entender la adolescencia es
entender a sus grupos”. Sin esta comprensión difícilmente puede llegarse al meollo de
las realidades adolescentes. Salvo que nos dejemos llevar por una visión
individualizadora, descontextualizada.

Cada persona toma decisiones en sus diversos contextos de socialización, y lo hace


con cierta autonomía. Pero en esta etapa vital encontramos, en gran medida,
decisiones tomadas en un marco grupal, por indicación grupal, para satisfacer las
demandas grupales, para integrarse plenamente en el grupo… Para ser a través del
grupo, gracias al grupo. El grupo es el ecosistema clave que condiciona la
socialización adolescente.

De ahí que la prevención educativa necesite tener como referencia al grupo, cuyas
dinámicas marcan el devenir adolescente. Las drogas apenas se toman en soledad.
Especialmente entre adolescentes y jóvenes, que las consumen en el marco de su
socialización y en contextos festivos.
Por eso la prevención tendrá mucho que ver con aprender a moverse en grupo sin
renunciar a la propia identidad y siendo capaz de cuestionar las propias dinámicas de
relación. Aprender a estar en grupo, sin dejar de ser.

¿De qué vamos a hablar?

Escribe Jaume Funes en su libro Educar adolescents… sense perdre la calma, que “si


alguna característica define la adolescencia es que se trata de un tiempo dominado
por una multiplicidad de primeras veces.” La primera vez que se bebe alcohol, la
primera vez que se fuma tabaco, la primera vez que se prueba un porro... Y eso por
ceñirnos a las drogas, porque si cogiéramos altura y sobrevoláramos esta etapa
evolutiva con los ojos bien abiertos… nos acabaríamos mareando.

La prevención del abuso de drogas tiene que comenzar antes de que llegue este
momento de los primeros consumos. O, como muy tarde, cuando estos son aún
incipientes, esporádicos, exploratorios.

Este proceso requiere tener en cuenta algunas cuestiones relacionadas con esta


edad tan escurridiza, con los contextos en los que se producen los consumos y con
los significados que chicas y chicos atribuyen a las sustancias.

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