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“explicar el consumo de alcohol implica describir tanto los estilos de vida de los
adolescentes como el universo simbólico que construyen para darles sentido”.
Otro tanto cabría decir con respecto a las demás sustancias. Alcohol, tabaco y
cannabis forman la tríada más habitual a esta edad. Su consumo comienza en la
adolescencia. A esta edad, las drogas que hemos señalado reciben en
general atribuciones positivas que las vinculan a conductas de desinhibición,
diversión, relajación, socialización grupal, exploración, vida al margen del
control adulto, etc.
Esto podemos verlo bien en el caso del alcohol, la sustancia más consumida y de la
que más se abusa. ¿Qué razones utilizan chicas y chicos para argumentar
positivamente acerca de sus consumos? (Pallarés y Pere, 2013; Elzo et al, 2003):
“hablar del consumo excesivo de los y las jóvenes es hablar de los espacios y
tiempos donde se desenvuelven sus prácticas, de las estrategias de gestión y control
de los efectos de las drogas incluyendo sus límites y fallas, y hablar asimismo de las
expectativas, motivaciones y percepciones que construyen, reconstruyen y concretan,
de una manera colectiva y continuada, los significados y valores que los y las jóvenes
tienen de este consumo excesivo que su imaginario dibuja, a la postre, como la
pérdida del “descontrol controlado” que regula sus prácticas de consumo.”
Por tratarse de una etapa evolutiva en la que el abuso de alcohol puede tener
un mayor impacto.
Porque un consumo excesivo de alcohol (en cantidad, frecuencia, etc.)
podría estar revelando otras dificultades (personales, familiares, etc.) que
requerirían una intervención más profunda.
“Desmoralizar” la mirada
Pueden darse excesos, y de hecho se dan. Pero tenemos que valorarlos de manera
serena, promoviendo acciones preventivas que, sintonizando con la población a la
que se dirigen, ayuden a hacer menos probables las conductas de riesgo. Pueden
darse también conflictos con el vecindario, que convendrá tratar con especial cuidado,
como una ocasión para aprender a convivir.
Ocurra lo que ocurra, todo estará teñido de un sentido grupal, lo que hace
necesario trabajar sobre la vivencia personal del grupo. El grupo adolescente no
solo ejerce presión directa para consumir, sino que tiene una influencia sobre las
conductas personales más implícita e inadvertida. Estamos más ante un torbellino
de dinámicas emocionales inconscientes que ante una presión abierta. El consumo es
más el resultado de reconocer afinidades afectivas que fruto de la presión.
Estas dinámicas emocionales tienen que ver con el lugar que cada persona ocupa
en el grupo, el lugar que ocupan las demás personas, los roles que unas y otras
representan, las corrientes de afectos y desafectos que se generan… Una realidad
compleja que no puede resolverse con una banal apelación a aprender a “decir NO”.
Desarrollo temático
Las drogas, en compañía
Como afirma Jaume Funes en el libro comentado, “entender la adolescencia es
entender a sus grupos”. Sin esta comprensión difícilmente puede llegarse al meollo de
las realidades adolescentes. Salvo que nos dejemos llevar por una visión
individualizadora, descontextualizada.
De ahí que la prevención educativa necesite tener como referencia al grupo, cuyas
dinámicas marcan el devenir adolescente. Las drogas apenas se toman en soledad.
Especialmente entre adolescentes y jóvenes, que las consumen en el marco de su
socialización y en contextos festivos.
Por eso la prevención tendrá mucho que ver con aprender a moverse en grupo sin
renunciar a la propia identidad y siendo capaz de cuestionar las propias dinámicas de
relación. Aprender a estar en grupo, sin dejar de ser.
La prevención del abuso de drogas tiene que comenzar antes de que llegue este
momento de los primeros consumos. O, como muy tarde, cuando estos son aún
incipientes, esporádicos, exploratorios.