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Una de las razones por las cuales me propusieron este encargo, es precisamente
porque no soy epidemiólogo. Es decir, no soy un experto en desmenuzar datos
estadísticos o en hacer complejos procesos matemáticos que nos permitan
atestiguar hipótesis o formular evidencias. Solamente soy un clínico, un profesor
universitario que escucha historias, que comparte inquietudes, que intenta
interpretar el pensar y el sentir de los seres humanos. En suma, un ciudadano
preocupado por mi país, por su futuro, y por lo tanto, por nuestro presente. Me
interesan las formas del vivir, las maneras como nos relacionamos, y el impacto
que todo esto puede tener sobre nosotros.
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humano, el consumo de drogas, siendo un asunto de la humanidad, es
precisamente el medio por lo que todo aliento de lo humano se anula.
En este sentido, una encuesta que nos permita ver el estado de la situación del
consumo de drogas en los jóvenes estudiantes, nos está abriendo la puerta para
visualizar un futuro posible, al mismo tiempo que nos invita a crear las
condiciones para hacer viable un devenir entre nosotros.
¿Cuál es la situación actual del problema en el país? ¿Cómo perciben los jóvenes
la problemática? ¿Qué factores están asociados al consumo? ¿Cómo y qué hacer
después? Es decir, ¿cuál es la demanda de ayuda? EL documento es claro y
accesible, para ser comprendido por quienes no somos especialistas en la
metodología. A partir del momento en que se haga público, se convertirá –creo
yo- en un documento obligado para contrastar y en referente para aquellos que
quieran comprender no sólo a los jóvenes que consumen, sino a la población
estudiantil en general.
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una señal de alerta de que las drogas -las sustancias tanto lícitas como las ilícitas-
amenazan instalarse en la vida adolescente.
¿Están los jóvenes, como los adultos, en la antesala del desconcierto más grande
respecto a lo que puede ofrecerles alivio, consuelo, placer, realización?
Por otro lado, el estado civil de los padres también aparece ligado
significativamente; tanto así que, en los hogares en donde los padres están
separados o divorciados, el consumo de los jóvenes es mayor que en el de los que
son casados o convivientes.
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Curiosamente, si bien en los hogares de padres solos el consumo es ligeramente
más alto que en los que conviven o están casados, no lo es de un modo
significativo. Este y otros datos de la convivencia familiar (padre-nueva pareja /
madre-nueva pareja, etc.) estarían hablando de cómo el tipo de relación de
pareja o afectiva del o los padres es muy importante. Bowlby, ya hace muchos
años, nos enseñó cómo las formas de apego se constituían en una especie de
“guiones para las relaciones”. Desde el apego seguro al desorganizado transitan
las formas de vínculos saludables o patógenos.
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Por otro lado, la actitud hacia las drogas y el consumo de los profesores de
sustancias lícitas o ilícitas, así como el que ellos (los profesores) lo hagan en la
propia escuela o en las cercanías y que sean vistos, está relacionado
significativamente no sólo con el consumo de sustancias legales (alcohol y tabaco)
sino sobre todo con aquellas drogas ilegales, como lo indican varios datos de la
encuesta.
Otra señal preocupante en la encuesta son los niveles de integración social, que
muestran nuevamente una división crónica de nuestra sociedad. Los niveles de 48
% de integración media y 3 % de integración baja, nos dice que hay un número
muy alto de estudiantes que no logran incluirse o lo hacen deficientemente, en el
sistema educativo, con los profesores y con los compañeros. Significativamente,
la menor integración social está directamente vinculada al aumento del consumo.
¿cómo lograr esa mayor integración?
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Otro aspecto a tener en cuenta es el referido a la formulación del pedido de ayuda
y a los servicios ofrecidos, habiéndose encontrado en el estudio un número
importante de jóvenes que reclaman por ser escuchados, pero al mismo tiempo en
muchos de ellos se ha encontrado insatisfacción con la calidad de los servicios e
instancias que la sociedad les ofrece. Por otro lado, un número importante de
jóvenes no se allanan a la posibilidad de buscar ayuda. Esa quizá es una tarea que
nos compete a todos: la de entender que buscar ayuda es más un signo de salud
que una señal de debilidad.
Creo que hay algunas líneas de acción que, a mi parecer, se desprenden del
documento. No se trata para nada de un recetario, o unos pasos determinados y
programados a seguir, sino unos cuantos peldaños para pensar, imaginar y andar.
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afectiva, de reconocimiento; espacios que hemos llamado “enriquecidos”, que
son a su vez enriquecedores de vida humana. Espacios en los que y desde los que
se promueva la percepción y el interés por el otro. Hoy se sabe que el mejor
aprendizaje se logra cuando hay armonía, cuando se sostiene en el afecto que
permite que nuestro sistema neurológico integre la información.
Siguiendo esta línea, diríamos que nuestro país requiere que esos adolescentes
devengan hombres. Que sean generosos no sólo con quienes los rodean, sino
también con quienes los necesitan más allá de su entorno inmediato; que la ética
del ser se transforme en la del hacer; que lo que valga no sea lo que creo ser, o a
lo que creo pertenecer, sino lo que hago con los demás para construir un futuro
compartido; que en la relación de los hombres y las mujeres -como en las familias
saludables- se entrelace la capacidad para amar, la capacidad para sobrellevar y
sobreponernos a la pena, y finalmente para ayudar a sus miembros a pensar.
Nuestra preocupación no creo que deba ser sólo luchar porque no se consuman
drogas; esto debe ser el resultado de un proyecto de vida compartida en el que se
pueda crear ilusión, esperanza, generosidad y sentido de futuro entre todos los
hombres y las mujeres de nuestro país; en otras palabras: crear una cultura de
vida humana para la vida.