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“Ciertamente, no es por la gloria, ni por las riquezas, ni por los honores por

lo que luchamos, sino por la libertad; sólo eso es por lo que ningún hombre
honesto renuncia sino con la vida misma”
Extracto de la Declaración de Arbroath 1320
Capítulo 1

Cumberland, Inglaterra
Verano
El Año de Nuestro Señor 1320

En un tranquilo rincón en la Taberna Storey, el Comandante Torin Gray del


ejército Escocés observaba a los hombres que lo rodeaban por debajo de su
capucha negra. Había estado viniendo aquí durante el último par de noches
buscando lo mismo: guardias fronterizos del Castillo de Carlisle que disfrutaban la
libertad de la noche.
Habiéndose criado prácticamente en tabernas, Torin sabía que si uno quería
encontrar a alguien o algo, el mejor lugar para buscar estaba en la taberna local.
Esperaría, sin importar cuánto tiempo tomara. Guardias venían por una copa,
o a olvidar la temida monotonía de patrullar fronteras relativamente pacíficas
cada mañana o cada noche, esperando que sucediera algo; engordando y
holgazaneando cuando nada pasaba. Un poco de vino o whisky, tal vez una lass 1
dispuesta a calmar sus almas cansadas.
Sabía dónde encontrarlos. Se había preparado para esperar. Los necesitaba
para ayudarlo a obtener la entrada a la última fortaleza poderosa de Inglaterra.
Miró su copa, el ale 2 que no había tocado. No estaba aquí para olvidar nada.
Recordó al soldado Inglés que había sujetado a su madre que lloraba y se la había
llevado después de que otro clavara su espada en su padre y lo matara. Ya no
podía recordar sus caras, pero nunca quería olvidar lo que los Ingleses le habían
hecho a su familia.
Dirigió su mirada a una mesa al otro lado de la habitación, donde cinco
hombres estaban sentados bebiendo juntos. Los había estado observando toda la
1
Muchacha, gaélico
2
Cerveza escocesa
noche. Eran bandidos, posiblemente saqueadores, una alianza más organizada de
asaltantes sin ley que vivían a lo largo de las fronteras. Torin podía detectar a un
bandido en cualquier lugar, ya que alguna vez lo había sido, y algunas veces
todavía lo era.
Estos cinco eran groseros y rebeldes. Perfecto para lo que había planeado.
Después de otro cuarto de hora, la puerta de la taberna se abrió y, por fin, su
presa entró con la brisa fresca de la noche. Eran tres de ellos. Llevaban los colores
rojo y azul del rey Inglés en sus tabardos 3 con espadas metidas en vainas a los
costados. Sus párpados cayeron sobre los ojos cansados mientras se abrían paso
entre otros clientes y se sentaban en una pequeña mesa cerca a la chimenea.
Torin levantó el dedo hacia la sirvienta cuando la miró a los ojos. Ella sonrió y
se acercó.
—Una bebida para mi amigo de allá —él le indicó la dirección de uno de los
bandidos y deslizó una moneda extra en su palma.
Su sonrisa permaneció mientras miraba a sus ojos sombríos, pero luego él
apartó la mirada y ella siguió con su tarea. Torin esperó mientras le llevaba la
bebida al hombre que había señalado.
El patrón se volvió para saludarlo. Antes de que tuviera la oportunidad de
volverse con sus amigos, Torin le hizo señas y esperó que el ladrón viniera. No
podía correr el riesgo de que los guardias lo vieran en la mesa con todos esos
saqueadores. No recordarían uno.
—¿Cómo te llamas y qué quieres? —preguntó el ladrón corpulento un
momento después, de pie al lado de la mesa de Torin.
—Torin Gray —le dijo. —Estoy buscando trabajo —por lo general, no sonaba
como un Escocés cuando hablaba con los Ingleses, pero no quería que este
hombre en particular confiara en él.
El ladrón lo miró con sus ojos marrones hundidos y suspicaces. —Quítate la
capucha. Déjame ver tu cara en la luz.

3 Prenda de vestir amplia y larga, de paño generalmente tosco, y con aberturas laterales para sacar las manos. Generalmente los
guerreros la usaban encima de la armadura.
Torin hizo lo que se le pedía, se echó hacia atrás la capucha y soltó una mata
de rizos castaños salpicados de vetas doradas. No tenía miedo de que alguien lo
reconociera. Muy pocos sabían que era una de las armas más letales de Bruce.
—¿Qué tipo de trabajo? —preguntó el ladrón cuando estuvo seguro de que
Torin no era alguien a quien conocía.
Torin dejó brillar su sonrisa mientras deslizaba su mirada hacia los soldados.
—Vi sus bolsos. Son gordos, sus espadas afiladas y sus veloces caballos serían muy
deseados entre los saqueadores.
El ladrón miró a los soldados con los ojos entrecerrados y luego se volvió hacia
Torin. —¿Así que? ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Eres un bandido —dijo Torin audazmente. —¿No es así? —levantó las
manos cuando el hombre buscó un cuchillo en su cinturón. —Fácil, hermano. Yo
también soy un bandido. Pero no puedo derribar a tres de ellos por mi cuenta.
El hombre se rió de su propuesta, tal como Torin había sospechado que haría.
—Somos cinco, Escocés. ¿Para qué te necesitamos?
Torin parpadeó sorprendido, como si no hubiera pensado en eso. —Pero fui
yo quien te habló de sus pesados bolsos.
—Eres un tonto, pero la mayoría de los Escoceses lo son, y no son muy buenos
ladrones —el hombre se rió hasta que su mirada se posó en un broche sujeto a la
léine4 de Torin, debajo de su capa. —¿Qué es esto? —preguntó, poniéndose serio
e inclinándose hacia adelante para apartar el borde de la capa. —¿Un insecto?
La sangre de Torin se heló. Bajó la barbilla y miró hacia arriba por debajo de
sus cejas oscuras. —Aleja tu mano antes de que te la quite —advirtió en un
susurro mortal.
El ladrón le sonrió. —Si haces algo para detenerme, gritaré a los guardias que
un asqueroso Escocés trató de robarles y que yo te lo impedí. Mis primos
responderán por mí.
Torin iba a matarlo, a él ya todos sus primos. No había planeado matar
bandidos, pero lo iba a hacer.

4
Camisa, gaélico
Primero, tenía que terminar esto primero. Él no se distraería. Ya era
demasiado tarde para dar marcha atrás.
Así que se quedó quieto mientras el ladrón le quitaba el broche. Era una
polilla, hábilmente tallada en bronce. Lo había tomado de su casa mientras ardía,
antes de huir. Era de su madre, aunque no lo sabía con certeza.
No luchó por esto ahora ni persiguió al ladrón cuando el hombre lo deslizó en
una bolsa que colgaba de su cinturón, para después alejarse. Torin no
desperdiciaría una oportunidad perfecta para entrar no solo en la fortaleza, sino
también para ser invitado dentro. Tenía una promesa que cumplir a sí mismo.
Su sonrisa estaba envuelta en sombras mientras se ponía la capucha sobre la
cabeza y se levantaba de la mesa para irse.
Fue al establo y esperó junto a la yegua. Iba a ser una noche larga. Se sentía
un poco menos paciente ahora que perdió su broche, pero esperaría.
Dirigió su mirada al Castillo de Carlisle en la distancia, donde residía Alexander
Bennett, Gobernador de la frontera Occidental, defensor de Carlisle.
El Rey Robert de Bruce y su regimiento habían atacado Carlisle hace cinco
años, pero no lograron tomarlo.
Esta vez, no fallarían.
Esta vez, lo tenían a él.
Había acudido a Robert poco después de la derrota del Rey en Carlisle;
después de haberle escrito a Bruce, prometió entregarle la fortaleza de Till, hogar
del Gobernador de Etal. Y luego lo hizo. Su destreza para infiltrarse en cualquier
fortaleza militar y entregar a sus enemigos al Rey Escocés, debilitado y vulnerable,
le hizo ganar el sobrenombre de Shadow entre las fuerzas de Bruce.
Sus habilidades incluían cosas que había aprendido de niño mientras
intentaba sobrevivir solo, cosas como sacar objetos de valor de cualquier bolsillo y
toda clase de robo.
Pero su mayor habilidad fue ganarse la confianza y la amistad de sus enemigos
mientras planeaba su caída. Entró y salió de sus vidas en cuestión de semanas. No
sintió vergüenza ni arrepentimiento por las cosas que había hecho, o por las
personas que había matado. No quería recompensa. Solo venganza.
Aye 5, Shadow 6 era el nombre correcto para él, Torin pensó que encajaba
mejor con su corazón. Porque no era completamente negro. Había destellos de luz
brillando a lo largo de senderos angostos, pero la mayoría de las veces se negaba a
tomarlos. La luz lo disuade de su propósito y, aunque disfruta de lo que puede
encontrar en la luz, elige permanecer en las sombras que se proyectan.
Su propósito en este momento era derribar el Castillo de Carlisle. Ningún
Escocés había sido capaz de penetrar sus muros cortina 7 hechos de piedra. Poco se
sabía sobre las fuerzas de Bennett. ¿Cuántos hombres custodian el perímetro, las
almenas? ¿Cuál es su desempeño en combate? ¿Qué podía hacer desde dentro
para asegurar la victoria escocesa?
Pronto lo descubriría.
Dirigió su mirada hacia el cielo del este que brillaba con la pálida luz de la luna
y un sinfín de estrellas, lo que hacía que la arenisca roja siguiera siendo más difícil
de definir. Por un momento, su belleza lo dejó sin aliento. Puede que sea uno de
los asesinos más hábiles de Bruce, pero siempre se detuvo a apreciar lo que
revelaba la luz.
Tenía trece años cuando irrumpió en la fortaleza de Till, hogar del Gobernador
Henry Alan, y lo sorprendieron guardando para si los objetos de valor de la alcoba
del gobernador. Lo habían golpeado y arrojado al foso durante cuatro días. Pasó
dos de esos días reviviendo en los horrores de su pasado, jurando venganza,
prometiendo al lad 8 dentro suyo que vengaría a su familia y los compensaría por
haberlos dejado, que mataría a todos los soldados Ingleses con los que se cruzara
por la vida de sus amigos que yacen en los bosques. Finalmente, se derrumbó en
el frío suelo de piedra y reflexionó sobre un campo de flores interminables y un
cielo tan vasto como su imaginación.
Tal vez se había vuelto loco en esos días eternos de oscuridad y hambre sin
nada que hacer, pero había aprendido a escapar de esa vida y entrar en otra, llena
de luz del sol y belleza, y una familia, un lugar al que pertenecer.
Tuvo que escapar para vivir y derribar tantas fortalezas como pudo.
Había usado los siguientes cinco años en la guarnición del gobernador,
aprendiendo a pelear, disfrazado de amigo.

5
Si, gaélico
6
Sombra, la sombra se forma porque hay luz y no es totalmente oscura
7
Tipo de construcción. Se considera en su mayoría impenetrable a la vez que elegante.
8
Pequeño niño
Escuchó a los hombres dejar la taberna y parpadeó de vuelta al presente. Se
inclinó para mirar alrededor de la pared del establo y vio a los tres soldados salir y
comenzar a caminar hacia el establo. Esperó a que los bandidos abandonaran la
taberna tras ellos. No pasó mucho tiempo.
Observó cómo se aproximaban a los soldados, con sus rostros cubiertos, y los
rodeaban con los cuchillos extendidos en las manos. No solía matar a los ladrones,
pero no había lugar en su corazón para el perdón. Tenía una tarea que cumplir y
nada lo detendría. Nunca nada lo hizo.
—Entreguen las carteras y no los mataremos —ordenó uno de los ladrones.
Los soldados alcanzaron sus espadas y la lucha se produjo rápidamente. Uno
de los soldados logró acabar con uno de los bandidos, pero los hombres de
Bennett habían bebido demasiado y estaban cansados. Como resultado, los cuatro
bandidos restantes pronto estuvieron sobre ellos.
Torin observó cómo dos de los soldados caían de rodillas y el tercero perdía su
espada. Esperó otro momento hasta que pareció imposible que los soldados
salieran vivos del encuentro.
Salió de las sombras y se echó el manto oscuro sobre los hombros. Metiendo
la mano detrás de su espalda, desenvainó su larga espada y la descargó con fuerza
sobre un ladrón boquiabierto, matándolo donde estaba. Se dio la vuelta hacia el
siguiente y giró su muñeca, haciendo que la hoja bailara a sus órdenes bajo los
pocos rayos de luz solar. Era el hombre que le había robado el broche. El bandido
abrió la boca y lo señaló. Torin le pasó la espada por la garganta con una mano y
alcanzó una daga de su cinturón con la otra. Antes de que el cuerpo del hombre
tocara el suelo, Torin deslizó los dedos en la pequeña bolsa que colgaba del
cinturón del hombre, la cortó y la dejó caer en su bota. Arrojó la daga al cuarto
ladrón y no esperó a ver dónde aterrizó cuando bloqueó un golpe dirigido a su
cabeza del último de ellos.
En ese momento, los soldados se habían puesto de pie y lo vieron estrellar el
pomo de su espada en la cara del fornido asaltante y luego deslizar su espada por
el vientre del hombre, llevando sus rodillas al suelo y luego, su cara.
Con el último de ellos muerto, Torin clavó su espada en el suelo y apoyó las
manos en los muslos para respirar.
—Forastero —dijo uno de los soldados con asombro en la voz. —¿Quién eres?
Torin levantó la vista de sus manos y sonrió. —Sir Torin Grey. Busco una
audiencia con el Gobernador de la Frontera Occidental.
Los soldados lo miraron fijamente y luego compartieron una breve mirada
entre ellos. —¿Por qué? ¿Qué quieres?
—Quiero pelear en su guarnición. Luchar junto a sus hombres.
Sus ojos se abrieron con sorpresa y… alegría. —Luchas bien, Sir Torin —dijo
uno, dando un paso adelante. Él era el que había matado al primer ladrón. Era el
mayor de los tres, tal vez diez años mayor que Torin. Su barbilla era fuerte, sus
hombros anchos y su nariz parecía haber sido rota varias veces. Tenía seis
cicatrices diferentes en la cara que eran visibles a los ojos de Torin. Algunas de las
cicatrices eran más profundas que otras. —Soy Rob Adams, estos son Sir John
Linnington y Geoffrey Mitchell.
—Nos salvaste la vida —dijo Sir John. —Me aseguraré de que Lord Bennett
sepa de tu coraje y habilidad —miró a su alrededor a los cadáveres y se pasó la
palma de la mano por la frente. —Derrotaste a cuatro hombres en menos tiempo
del que nos tomó a nosotros averiguar qué diablos había sucedido. No dudaste ni
una vez.
—La vacilación hace que maten a la gente —dijo Torin, consintiendo.
El caballero asintió y lo estudió por otro momento antes de hablar de nuevo.
—Podemos usar a un hombre como tú contra los atacantes fronterizos.
Actualmente, los Carruther e Irvines son espinas clavadas en nuestros costados.
Intentan cruzar la frontera para robarnos al menos dos veces al mes. El ganado de
nadie estaría a salvo de ellos si no fuera por nosotros y algunas de las otras
familias fronterizas.
Torin había oído hablar mucho de los bandidos. Las guerras entre Escocia e
Inglaterra habían dejado devastadas las ciudades y pueblos fronterizos. Para
sobrevivir, los parientes de ambos lados a lo largo de la Frontera norte, oeste y
este habían formado pequeños ejércitos de asaltantes. Asaltaron sin tener en
cuenta ninguna ley, excepto la suya propia: no podían atacar a sus propios
parientes de comarcas diferentes.
Torin no tenía nada en contra de ellos, salvo que daban su lealtad a quien
pagara más, y no siempre eran los Escoceses. Eran feroces luchadores con una
causa. Comer. Torin lo entendió, pero eso no le impediría matarlos si tuviera que
hacerlo. Se preguntó si los ladrones que había matado esta noche eran
saqueadores.
No importaba. Estaba aquí para comenzar el derribo de la última poderosa
fortaleza de Inglaterra.
—Primero verá a nuestro portero, Charles Corbet —le dijo Sir John. —Él
decide quién puede unirse a la guarnición. Pero requerirá algo más que mi
palabra.
—Por supuesto —asintió Torin y metió la mano en una bolsa en su cinturón
para sacar un pergamino doblado con un sello de cera. —Tengo esta carta del
Conde de Rothbury, Lord William Stone —no tenía idea, ni le importaba, quién era
el conde. Solo sabía que el conde vivía en el Castillo de Lismoor en Rothbury. El
sello de la carta no estaba roto. Nunca había luchado por el conde un día en su
vida. Bruce había proporcionado la carta después de que probablemente obligó a
Rothbury a escribirla. Mientras ayudara a Torin en su causa, no le importaba de
dónde venía.
—Ven —Sir John lo instó hacia el establo. —¿Tienes montura?
Torin se acercó a una gran yegua castaña y blanca con cascos emplumados,
una larga melena y cola blancas y sedosas. Se llamaba Avalon, un nombre que le
recordaba a una historia de su infancia. Una historia que su madre solía contarle.
Avalon había sido paciente durante la noche mientras se ocupaba de su tarea.
Ahora, mientras la liberaba de donde estaba atada flojamente a un poste, le dio
un codazo y él le acarició el cuello, brindándole la atención que buscaba.
—Esa es una buena bestia —felicitó Mitchell, caminando alrededor de ella.
—Avalon no es una bestia —corrigió Torin, plantándole un beso en la nariz
cuando se lo presentó. —Ella es una dama, nacida con poder y gracia, y solo es leal
a mí.
Como para probar su declaración, Mitchell extendió la mano para tocarla y
casi pierde dos dedos.
Sir John y su compañero se rieron, y luego Mitchell se unió a ellos y subió a su
propia montura.
Torin le susurró al oído a Avalon cuando pasó, luego saltó a su silla.
No tuvo que mover las riendas; un ligero toque de su estribo la hizo correr.
Corrió a lo largo del Río Eden y pasó a los tres soldados con su melena flotando
detrás de ella, sus poderosos cascos rompiendo la tierra.
—No presumas, Avalon —dijo Torin, inclinándose y dejando que su lengua
rodara naturalmente solo para sus oídos.
Llegaron al castillo y atravesaron las enormes puertas que entraban en la sala
exterior. Torin examinó las almenas, contando cuántos hombres patrullaban. No
había muchos. Menos de veinte. Estudió qué hombres tenían llaves y quiénes
estaban conscientes y despiertos, aunque era tarde.
Llevaron sus caballos al amplio establo y Torin dejó instrucciones de que nadie
debía tocar su montura. Después de eso, lo llevaron a la puerta de entrada. Se
reuniría con el portero por la mañana. Esta noche, dormiría con el resto de los
hombres.
Torin agradeció a los tres que lo habían acogido y sonrió mientras recostaba
su cabeza para dormir. Él estaba dentro.
Lo llevaron a la fortaleza temprano a la mañana siguiente y el portero lo
contrató después de un examen cuidadoso de su carta de recomendación de
Rothbury, y noticias de lo que había hecho y cómo había luchado la noche
anterior.
Cuando llegó la noticia de que se buscaba a Corbet en el ayuntamiento9, Torin
fue despedido y aprovechó la oportunidad para investigar la torre trasera y la casa
de armas, aunque para entrar necesitaría la llave de nada menos que de Geoffrey
Mitchell, a quien no pudo encontrar en este momento.
Mientras tanto, tenía otras cosas que descubrir. ¿Cuántos hombres se
alojaban aquí? ¿Cuánta comida se almacena en caso de asedio?
Pero pronto Sir John lo encontró en uno de los largos pasillos y lo llevó a un
lado. —Los Hetherington están aquí. El alcaide te ha llamado al ayuntamiento para
dar cuenta de lo de anoche.
Perfecto. Torin había estado esperando conocer al gran defensor del Castillo
de Carlisle. Había descubierto que disfrutaba conociendo a sus víctimas antes de
derribarlas.

9
Plaza, municipio
—Rowley Hetherington, el jefe está aquí con dos de… —Sir John hizo una
pausa con resignación en su mirada y en su voz cuando continuó. —…Sus mejores
guerreros. Dicen que los hombres de la taberna anoche eran parientes suyos y
saben que los matamos. Adams no les ha dicho nada. Dice que te espera.
—Bien —dijo Torin cuando entraron en la fortaleza. —Les diré que lo hice. No
te preocupes por eso.
—Sir Torin —dijo el caballero, deteniéndolo antes de llegar al ayuntamiento.
—Creo que fue una tontería que Lord Bennett aceptara hablar con ellos. No
importa lo que digas, encontrarán una razón para luchar. ¿Has conocido a los
saqueadores? ¿No? Son salvajes, como perros rabiosos...
—Les tienen miedo —Torin no supo si sonreír o darle al caballero la mirada de
disgusto que se merecía.
—Tienen hambre. Cinco de ellos atacaron a soldados de Carlisle anoche. No
les importa a quién roban o a quién matan para conseguir lo que quieren. Sé que
peleas bien, pero una palabra de advertencia: cuando veas a la hija del jefe, Braya,
no te dejes engañar por lo que ves.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Torin, luchando contra el impulso de
sonreírle al tonto. ¿Estaba este guardián de Carlisle admitiendo estar asustado de
un simple forajido? ¿Una mujer forajida?
—Ella es una de las guerreras más feroces de Hetherington.
Torin no pudo evitar la risa que escapó de sus labios mientras recobraban el
paso. —¿Y qué podría engañarme? ¿Es ella bella?
Sir John no dijo nada, pero abrió de un empujón las puertas del ayuntamiento.
Torin entró. Su mirada encontró primero a Alexander Bennett. El gobernador
era más alto de lo que Torin esperaba, y mayor. Sus ojos se dirigieron primero a
Torin y luego a otro bruto descomunal que permanecía detrás de una fila de
hombres de Bennett.
El saqueador era de hombros anchos y musculosos en su reducida jack 10, una
chaqueta corta hecha de pequeñas placas de hierro cosidas entre capas de lona.
Llevaba pantalones cortos y botas de montar, y una espada al costado, al igual que
las dos figuras encapuchadas detrás de él. Su cabeza era calva y bajo un brazo

10
Chaqueta gruesa usada para conservar el calor.
llevaba un gorro de acero. Sus ojos eran del color de una tormenta matutina. Su
piel curtida no hizo nada para disminuir su amenazante postura. De los dos detrás
de él, uno era mucho más pequeño que el otro. Ambos llevaban chaquetas bajo
sus mantos.
—Mi señor —Sir John se acercó a Bennett. —Este es Sir Torin Gray. Corbet ha
aceptado su servicio en tu nombre. Viene con una carta del Conde de Rothbury.
Bennett le indicó a Torin que avanzara. —¿Sir John dice que él y algunos otros
fueron atacados y que viniste en su ayuda?
—Eso es correcto —le dijo Torin, acercándose.
—Entonces explícale a Rowley Hetherington y a su hijo lo que pasó la noche
anterior.
Torin volvió la mirada hacia los saqueadores, hacia el más pequeño: la mujer.
Creyó ver un destello de fuego en su mirada encapuchada. Sintió el aguijón de no
ser reconocido.
Pero no estaba aquí para llamar tonto a Bennett. Todavía no.
Deslizó su mirada hacia el jefe. —Vi a cinco ladrones atacar a los soldados del
alcaide. Los soldados lograron derribar a un hombre, pero estaban en malas
condiciones para luchar contra cuatro más. Así que maté al resto.
La mujer se echó hacia atrás la capucha, dejando al descubierto largas ondas
de lino tejidas holgadamente en una trenza descuidada que colgaba por su lado
izquierdo. Tenía enormes ojos almendrados que lo atravesaban como flechas
azules con llamas punzantes.
—Esa es una declaración audaz y arrogante, Sir Torin —dijo ella con una voz
que le atravesó los oídos como el aguijón de un látigo.
—Y uno mortal —dijo el otro saqueador, quitándose la capucha también. Solo
se parecía a la muchacha en la cara, porque el cabello que caía suelto sobre sus
anchos hombros era tan negro como la mirada que le dirigía a Torin.
Torin no sabía a cuál fruncir el ceño, así que frunció el ceño a los dos. —Si
encuentra la verdad audaz, arrogante o amenazante, entonces realmente temo
por el estado de nuestras fronteras.
Estaba seguro de que escuchó a todos los hombres en el ayuntamiento
suspirar cuando la muchacha sonrió y expuso un hoyuelo travieso en su mejilla
derecha. Volvió a prestar toda su atención a Torin y, por un instante, se olvidó de
lo que estaban haciendo todos allí de pie en el ayuntamiento. No podía ver nada
más que a ella, una luz seductora en medio de sombras mortales. Pensó en las
palabras de Sir John, pero ninguna advertencia fue suficiente. Esta pequeña lass,
más hermosa que un amanecer después de una batalla, ¿era uno de los guerreros
más feroces de Hetherington?
Abrió la boca para hablar, pero el jefe levantó la mano para impedirlo.
Maldita sea, a Torin le hubiera gustado escuchar lo que iba a decir. Él le
ofreció la más mínima de las sonrisas.
—¿Esperas que crea que mataste a cuatro de nuestros hombres sin la ayuda
de los guardias del gobernador? —exigió el jefe con voz grave, arrastrando la
atención de Torin lejos de ella.
Miró al jefe y trató de recordar cuál era su pregunta.
—Tuvo ayuda mía —lo salvó Rob Adams. —Tus parientes pensaron robarnos
después de todo lo que hemos hecho por tu familia contra tus enemigos. Si no
hubiera estado tan borracho, lo habría ayudado a matar más.
Argumentos y amenazas estallaron. Torin desvió su atención de ellos, cuando
ella volvió a captar su mirada. Era Inglesa. No tenía ningún interés en ella o en su
familia. Volvió su atención al gobernador. —¿Debería haber permitido que sus
parientes mataran a tus hombres?
Bennett miró de él a los saqueadores y finalmente al suelo. —No claro que no.
Hombres, por favor acompañen a estas personas fuera.
Capítulo 2

Braya desató su capa y su vaina, y las colgó junto a la puerta de la cocina de su


madre, luego se quitó el pesado jack y lo colgó a continuación. Tenía que quitarse
de la cabeza al nuevo caballero de Carlisle. Era arrogante y había matado a cuatro
de sus primos. Pero él la había mirado con esos grandes, luminosos y helados ojos
verdes como si entendiera cosas sobre ella, cosas que nadie más entendía o quería
entender.
—Ata ese cabello, Braya —gritó su madre en voz baja mientras colocaba dos
tazones en la mesa de caballete de madera en el centro de la cocina.
La fragancia del cordero asado con nabos y zanahorias flotaba desde los
tazones hasta la nariz de Braya. Cerró los ojos e inhaló, luego se deslizó en su
asiento en el banco. Levantó la vista al escuchar a su padre y su hermano entrar en
la cabaña unos momentos después de ocuparse de los caballos. Sabía que su
padre estaba enojado por cómo los había tratado el alcaide; arrojados sobre sus
culos como si sus parientes no hubieran luchado con Bennett durante el intento
de invasión Escocesa, e innumerables veces después de eso. Ella también estaba
enojada.
—El alcaide ha olvidado todo lo que le debe a los Hetherington —dijo su
hermano, Galien, mientras su padre tomaba asiento frente a ella. Galien tenía su
propia cabaña. Y Braya deseó que se hubiera ido de ahí. Era imprudente y trataría
de llevar a su padre a algo que podría hacer que los mataran a todos.
—Le ayudaremos a recordar —prometió Rowley Hetherington. Le sonrió a su
esposa cuando ella puso el último plato sobre la mesa.
Braya le lanzó a su hermano una solemne mirada de soslayo. Galien era ahora
el mayor. Iba a heredar todo este caos y miseria. Ella no lo envidiaba. Sin embargo,
ella sabía que él disfrutaba robando y asaltando tanto como su padre. Lo que pasó
anoche y esta mañana fue más que eso. No sería ni debería ser olvidado. Pero sus
parientes querrían más.
—Bueno —resopló May Hetherington y se limpió las manos en el delantal.
—¿Quién de ustedes me va a decir lo que pasó? ¿Quién va a pagar por matar a
nuestros parientes?
—Los informes eran correctos. Eran los hombres del alcaide, incluido Rob
Adams, que resultó no ser un amigo después de todo —gruñó Galien y arrancó un
trozo de pan del centro de la mesa, ignorando la mano que su padre extendía. Mr.
Adams había sido su amigo durante muchos años. —Y Sir Torin Gray, un extraño
—continuó, trayendo el rostro del bastardo arrogante a la mente de Braya.
—¡Admitió haber matado a cuatro de nuestros primos!
—Mr. Adams afirmó que nuestros primos estaban tratando de robarles —le
recordó Braya.
—Lo cual sabemos que no es cierto —argumentó Galien, mirándola
duramente. —Henry y los muchachos no habrían robado a los soldados de Carlisle
sabiendo que el pacto entre nosotros es frágil. No eran tontos.
Lo serían si permitieran que un hombre los matara a todos.
Braya no dijo lo que tenía en mente. ¿Dónde estaba el sentido en ello? Los
hombres hacían lo que querían. No la escuchaban ni le preguntaban qué pensaba.
No importa cuán hábil fuera, no se había ganado el respeto de ninguno de los
hombres, incluyendo el de su padre y su hermano.
¡Pero ella tenía sus opiniones! Por supuesto, sus primos habrían robado a los
soldados. Habrían robado a cualquiera que no llevara el nombre de Hetherington.
Además, no vivían en su pueblo, sino más al norte, en Hethersgill. No conocían a
los guardias como su familia inmediata. No habían sido allanados por los
Armstrong y los Elliot. ¿Qué les importaba el pacto hecho hace cinco años de
luchar con el alcaide contra los Escoceses a cambio de ser protegidos de familias
más poderosas?
—El alcaide se sentó allí —dijo su padre con furia contenida en su voz grave.
—Se sentó allí sabiendo que sus hombres mataron a los nuestros. No ofreció
disculpa alguna. ¡E Hizo que nos echaran!
Galien golpeó la mesa con el puño y luego se disculpó con su madre.
—Debemos hacerles pagar, padre. Mataron a Henry. Él era como un hermano
para mí. Deseo vengarlo.
El padre de Braya asintió y se inclinó para palmear el ancho hombro de su
hijo. —Lo sé. No temas. Este delito no quedará impune.
Braya quería levantarse de su asiento y gritarles que no hicieran lo que
estaban pensando hacer. Alexander Bennett era un aliado demasiado grande para
perderlo, ¡no por cinco tontos temerarios y alborotadores!
Pero ella no dijo nada. Bebió su leche y comió su cordero y escuchó un plan
que seguramente los mataría. Cuando terminó el desayuno y los hombres
abandonaron la mesa, Braya ayudó a su madre a limpiar. Tenía que haber algo que
ella pudiera hacer para detener esto.
—¿Madre? —preguntó mientras limpiaban. —¿Crees que es prudente que
reunamos a nuestros parientes y ataquemos el castillo? ¿Al alcaide?
—¿Que más hay que hacer? —preguntó su madre, entrecerrando sus
penetrantes ojos azules en su hija. —Alguien debe pagar.
—¿Pero a que costo? ¿Y de verdad crees que el Sr. Adams nos mentiría? Se ha
sentado aquí mismo en esta cocina y ha cenado con nosotros. ¿Y si está diciendo
la verdad y nuestros hombres los atacaron? Un hombre no es culpable por
protegerse a sí mismo, ¿verdad?
Su madre negó con la cabeza. —No en nuestras leyes. ¿Pero qué podemos
hacer? Ya los oíste. Quieren sangre.
—Su orgullo no es motivo suficiente para desechar el apoyo del defensor
—señaló Braya. —¿Quién evitará que los Armstrong o los otros saqueadores nos
roben y luchen contra nosotros si perdemos al alcaide? Si debemos buscar
venganza, solo debemos buscarla contra Sir Torin. Lord Bennett ni siquiera sabía
quién era. Es nuevo en la guarnición. Al alcaide no le importará perderlo. En
cuanto al Sr. Adams, estoy seguro de que papá lo perdonará después de un
tiempo. Tal vez incluso llegue a creerle.
—¿Por qué no le planteaste estas preocupaciones a tu padre?
—Lo haré —le aseguró Braya. —Pero no con Galien alrededor. Intentará
disuadir a papá de cualquier cosa que le sugiero. Sabes que está celoso de que le
supero en algunas cosas.
—Él te ama, Braya —la reprendió su madre con ternura, pasandole el cabello
sobre su hombro. Su sonrisa era cálida, sus mejillas redondas y llenas eran
rosadas. —Nunca olvides eso. La familia lo es todo. Galien moriría por ti. Es
orgulloso, eso es todo.
Braya la amaba. Ella los amaba a todos. Y no podía dejar que comenzaran una
guerra con los guardias fronterizos. Debe haber algo que pueda hacer. —Debo
detener esto antes de que envíen noticias a nuestros parientes.
Besó la mejilla de su madre, agarró su capa y salió al cálido aire de verano.
Miró a la derecha, hacia las onduladas colinas, donde su hermano pastoreaba el
ganado, y hacia el Río Edén más allá de los árboles. Sabía dónde encontrar a su
padre. Giró a la izquierda y corrió hacia el cementerio detrás de la casa.
Lo encontró de pie ante una lápida con el nombre de su hermano mayor,
Ragenald, grabado en ella, aunque el propio Ragenald no estaba en la tumba. Los
soldados de Bruce habían matado a su hermano en Bannockburn. Su cuerpo no
fue recuperado.
Como para recordar a los vivos que la tierra estaba llena de muertos, parecía
más fresco aquí, solo un poco más oscuro, aunque solo era temprano en la tarde.
Braya odiaba estar aquí. Estaba viva y quería seguir así. No quería a más
miembros de su familia en este lugar, por mucho tiempo.
Su padre venía aquí todos los días después de comer. Nadie lo molestaba
mientras estuviera de pie ante la piedra. Braya no supo si le hablaba a la piedra
que era todo lo que quedaba de su hijo, o miraba fijamente la tumba, o si solo
lloraba.
Se apretó el cinturón y lo ciñó su cintura, se acercó en silencio y colocó la
palma de su mano sobre su antebrazo. —¿Padre?
Volvió su rostro encapuchado hacia ella. Se podía ver la alarma en sus
vidriosos ojos grises.
Ella le ofreció una tierna sonrisa. —Perdón por molestarte.
—Está bien —le aseguró en un tono suave y apacible, aliviado por su sonrisa.
—Estaba buscando el consejo de Ragenald con respecto al sinvergüenza Bennett y
sus hombres.
Bien, pensó Braya, entonces aún no había tomado su decisión final. —¿Y te lo
ha dado?
Su amplio pecho cayó por su largo y profundo suspiro. —Ay, no lo ha hecho.
Miró hacia la piedra. Extrañaba a su hermano. Raggie era la única persona en
su vida que alimentaba su deseo de pelear tan bien como cualquier hombre. Era
una saqueadora, tan buena para robar y pelear como los otros hombres, mejor
que Galien. Ella nunca se disculpó con él por eso, y nunca lo haría. Había trabajado
duro, todavía lo hacía, practicando para ser la mejor. Tenía diez años cuando
murió Ragenald. Desde entonces, nadie en su familia, directa o lejana, la elogió o
premió por su habilidad. De hecho, todos los hombres en los juegos, o aquellos
con los que ella había asaltado, la despreciaron solo por estar allí con ellos, ya sea
que haya ayudado a salvar sus miserables vidas o no. —Yo te ofrezco el mío
—dijo, levantando los ojos hacia los de su padre.
Él la miró con indulgencia llenando su mirada y asintió.
—Te ruego que me escuches de verdad, padre, porque algún día podría estar
aquí junto a tu tumba. O tal vez, será mío o de Galien si atacamos el castillo.
—Con la ayuda de nuestros parientes, podemos triunfar sobre ellos —dijo,
ahora también sonando indulgente.
—No dudo de nuestra victoria. Es lo que sucede después de eso lo que me
preocupa —no tenía mucho tiempo para convencerlo antes de que él la despidiera
o llegara Galien. —Perderemos a un poderoso aliado. Sí, es más pacífico ahora en
los meses de verano, pero ¿qué pasa cuando necesitemos atacar con más
frecuencia? ¿Qué harán los otros saqueadores cuando sepan que nuestra
protección se ha ido? —parecía que iba a tratar de responder, así que ella
continuó rápidamente. —Padre, conocemos a Robert Adams desde que era un
niño, antes de que se convirtiera en guardia fronterizo. ¿De verdad crees que te
miraría a los ojos y mentiría? ¿O que mataría a cualquiera de nuestros muchachos
si fueran inocentes? ¿Y si él y Sir Torin son inocentes?
Sacudió la cabeza. —¿Cómo lo sabremos?
—Todavía no lo sé, pero si Sir Torin es culpable, llevemos su cabeza a los
padres de los muchachos caídos. Que la sangre del caballero sea suficiente antes
de que perdamos más, padre. Una guerra con el alcaide nos costará demasiado.
—Si es culpable, enviaré a Galien entre ellos. Yo…
¿Qué? ¿Galien? Braya se apartó de su padre. —¿Lo enviarías sobre mí? ¿Por
qué?
No tenía respuesta, así que ella le hizo preguntas más directas. —¿No soy
mejor luchador que Galien?
—Te has mostrado un oponente digno contra él y el resto de nuestros
parientes en los juegos —admitió. —Pero el extraño derribó a cuatro hombres…
—Demostrando que se necesitará astucia, no solo fuerza para derribarlo
—respondió ella.
Él la miró fijamente y, por un momento angustioso, ella temió que la
descartara a ella ya sus preocupaciones. Luego, sumergió su mirada en la tumba
de su primer hijo. —Aye —dijo finalmente, levantando la mirada hacia ella. —Eres
la más inteligente de mis hijos.
—No queremos perderte, Padre.
Su mirada se suavizó cuando tiró de ella para darle un rápido abrazo.
—Déjame reflexionar sobre mi decisión. Les informaré a todos por la mañana.
Ella asintió, apretándose contra su fuerte pecho. —Sé qué harás lo correcto,
porque has demostrado ser prudente.
Besó la parte superior de su cabeza. —Gracias cariño. Parecería entonces que
te pareces a mí en algo más que la empuñadura de tu espada.
¿Qué fue eso? ¿Un cumplido? ¿La estaba llamando sabia o fuerte?
—Ahora vete —dijo mientras le daba un pequeño empujón, dispersando sus
pensamientos. —Porque debo hablar con tu hermano.
No estaba segura de a qué hermano se refería ya que Galien se dirigía hacia
allí. Pasó junto a él cuando salía del cementerio sin decirle una palabra cuando le
lanzó una mirada inquisitiva.
Terminó el resto de sus tareas matutinas, reflexionó sobre las palabras de su
padre y se encontró sonriendo durante la mayor parte de la mañana. Después de
eso, disfrutó de una conversación en la orilla del río con sus primas, Lucy y Millie.
El tema era, por supuesto, las manzanas: la pasión de embarazada de Millie y la
escasez de ellas durante las redadas.
Cuando agotaron el tema de la fruta roja y crujiente, su conversación cambió
al presuntuoso caballero Inglés que había afirmado haber matado a cuatro
Hetherington sin la ayuda de nadie más.
—¿Es guapo o espantoso? —preguntó Millie, frotándose el vientre hinchado
desde donde estaba sentada en una pequeña roca con los dedos de los pies
sumergidos en el río.
Lucy se rió suavemente detrás de las yemas de sus dedos.
Las chicas eran tímidas y femeninas, apelando a una parte de Braya que
extrañaba cuando atacaba o vencía a los hombres. Incluso se había puesto sus
tirantes y faldas mientras estaba con ellos. Las conocía a las dos de toda la vida y
las amaba como hermanas. Millie estaba casada con Will Noble y esperaba su
primer bebé en cualquier momento.
Braya no quería que hubiera peleas y derramamiento de sangre cuando Millie
estuviera dando a luz.
—No es desagradable a la vista —les dijo, estirada sobre una gran roca. Sus
ojos estaban cerrados contra el sol. Sus pensamientos se llenaron con el recuerdo
de él mirándola cuando el alcaide aun no les había dado aviso.
En contraste con sus cejas doradas oscuras que se ensanchaban hacia arriba,
sus ojos verdes invernales eran grandes y estaban hundidos hacia abajo en las
esquinas exteriores. Juntos, hacían su mirada más sensual, más seductora. Sus
rizos suaves y sedosos eran como un halo de castaño y oro alrededor de su
cabeza. —Es arrogante e impenitente.
—¿Qué decidirá tu padre? —Millie preguntó con preocupación en su voz.
—Creo que hará lo mejor para todos, y eso es vengarse de Sir Torin y dar por
resuelta la fechoría.
—Pero, ¿y si tienes razón? —le dijo Lucy. —¿Qué pasa si nuestros primos
robaron a los soldados de Carlisle? ¿Qué pasa si Sir Torin solo los estaba
protegiendo como él y el Sr. Adams afirman?
Braya sabía que era una posibilidad. Se preguntó cómo podría descubrir la
verdad. No podía pensar en nada y abrió los ojos para volver la mirada hacia su
casa. ¿Qué pasaría si el guardia más nuevo del alcaide fuera inocente de
asesinato? ¿Qué deberían hacer entonces? No había ninguna ley que lo
prohibiera, pero todos los saqueadores menospreciaban matar a hombres
inocentes. Su familia perdería todo apoyo. —No puedo permitir que mi padre
reúna a los Hetherington para una batalla en Carlisle. Nunca creerán el cuento del
caballero.
Se quedó con sus amigas durante otra hora en la que pasó preocupándose.
Cuando tuvo suficiente, regresó a casa por su espada, su arco y su carcaza de
flechas, y partió por su cuenta a través del río poco profundo para cazar un poco.
Distraída por la persecución de las liebres, se desplazó a pie más lejos de lo
que pretendía y casi tropezó con un pequeño claro iluminado por el sol dentro de
la espesura. Solo en el claro había una yegua impresionante. Una especie que
Braya nunca había visto antes.
Manteniéndose justo más allá de la línea de árboles, apenas respiraba,
temerosa de estar soñando con este magnífico ser. Era enorme. Braya pensó que
si se paraba junto a él, su cabeza apenas alcanzaría la parte superior de la espalda
de la criatura. Era blanco con manchas de un rico castaño desde la nariz hasta el
final del lomo. Su melena larga y opulenta y su cola gruesa y ondulante eran de un
blanco puro, al igual que los mechones de pelo canoso que cubrían sus pezuñas.
Braya dejó la protección de los árboles y caminó lentamente hacia la yegua.
Estaba ensillada. ¿A quién pertenecía? No importaba. Quería tomarla. ¡Oh, montar
un animal tan magnífico!
Se acercó poco a poco y extendió la mano justo cuando la yegua giraba su
majestuosa cabeza y miraba hacia su derecha.
Braya bajó la mano y siguió su mirada hasta un hombre que estaba solo al
otro lado del claro. ¡Sir Torin Grey! ¡Él no la había visto!
Alcanzó su espada. Podía acercarse sigilosamente a él y… ¿qué estaba
haciendo él agachándose para oler una flor? Llevó sus dedos a la flor y la levantó
más cerca. Cerró los ojos y respiró como si la fragancia lo devolviera a la vida. Libre
de su capucha, sus rizos bañados por el sol caían sueltos alrededor de su rostro,
acentuando el fuerte corte de su mandíbula ligeramente barbuda. Verlo distrajo a
Braya inconscientemente.
¿Qué diablos le pasaba a ella? Este hombre había matado a sus primos. A
menos que tuviera una buena razón, era un enemigo.
Avalon resopló fuerte y relinchó.
Los ojos del caballero se abrieron y fueron directamente a su montura... y a
Braya de pie junto a ella. Levantó la mano sobre su hombro izquierdo y apretó la
empuñadura de su espada debajo de su manto. En un instante, pasó de glorioso a
la luz de la tarde a elegante y letal.
No estaba segura de poder luchar contra él con un cuchillo. Si realmente
había derribado a cuatro hombres por su cuenta, ella no quería intentarlo. Soltó la
empuñadura y levantó las manos.
—Señorita Hetherington —dijo, sacando su espada de la vaina de todos
modos. Miró a su alrededor en busca de alguien más. —¿Usted está sola?
Su columna se puso rígida. ¿Qué intentaría él si pensara que ella lo estaba?
—No —mintió. —Mi grupo está cerca. Es probable que mi hermano me esté
buscando en este momento.
Él trató ocultar su diversión, pero ella captó la ligera curvatura de sus labios.
No le había creído. —Bueno, te encontrará en buenas manos.
Braya trató de calmar los latidos de su corazón. Se estaba sintiendo mareada.
¿Qué debería hacer ella? ¿Qué iba a hacer? ¿Por qué estaba parada sin hacer
nada? Ya había matado antes, pero esos hombres estaban tratando de matarla
durante una redada. Esto fue diferente. ¿Y si este hombre hubiera estado en el
lugar equivocado en el momento equivocado? ¿Y si hubiera dicho la verdad y se
hubiera encontrado con sus cinco parientes atacando a los guardias fronterizos?
Aunque prefería que él muriera antes que cualquiera de sus parientes, no quería
que lo hiciera si era inocente de asesinato. Apartó su manto a un lado y volvió a
tocar la empuñadura de su espada. Con su mirada en cada movimiento suyo.
—¿Qué estás haciendo tan lejos del castillo, Gray? —ella preguntó.
Manteniendo sus ojos en su mano respondió. —Estaba mirando alrededor,
tratando de conocer Cumberland. Y me alejé demasiado —finalmente levantó su
mirada hacia la de ella. Ella deseaba que no lo hubiera hecho. Sus ojos eran
fascinantes y… melancólicos. Llevándola a un lugar al que no deseaba ir. —Por
favor, llámame Torin.
Se acercó un poco más, tentando a Braya a dar un paso atrás. Estaba
suficientemente cerca como para darle con una flecha. ¿Debería fingir que no
podía pelear? Muy a menudo los hombres la habían juzgado mal, como lo estaba
haciendo Sir Torin al volver a envainar su espada. La mayoría de sus oponentes
tenían cicatrices de su espada por ello. ¿Qué le habían dicho los otros soldados
sobre ella? No importaba. Si intentaba algo, lo castraría más rápido de lo que
podría parpadear.
—¿Y usted, Señorita Hetherington? —preguntó. Su voz era como el canto de
una sirena, seductora, con un trasfondo sutil de algo melodioso. —¿Qué están
haciendo tú... y tu grupo tan lejos de la frontera?
¿Qué tan lejos estaba de casa? Ella lo pensó y tiró de una parte de su labio
inferior entre los dientes. —Estábamos cazando. También nos alejamos
demasiado.
Su mirada se profundizó en ella. Apartó la mirada del poder de eso. El poder
de dejarla sin aliento, impotente e imprudente. Tenía cosas que descubrir sobre él,
y si necesitaba matarlo para evitar una guerra total, podría ser ella quien tuviera
que hacerlo. No dejaría escapar la oportunidad de descubrir la verdad solo porque
el caballero era guapo. Ella mantuvo sus dedos en su empuñadura de la misma
manera.
—¿Siempre te detienes a oler las flores?
—Lamentablemente, no siempre —respondió. Se acercó más hasta que su
cercanía hizo que su sangre se sintiera caliente corriendo por sus venas. Estaba lo
suficientemente cerca como para atravesarlo, o para besarla si se agachaba.
Ella podría terminar con todo ahora. Su padre no tendría que decidir. Su
extensa familia no sería llamada a reunirse y no habría guerra contra el alcaide.
Extendió la mano y, por un momento, Braya pensó que la estaba alcanzando.
Su corazón latía en sus oídos.
—Veo que has conocido a Avalon —dijo, rascando entre las orejas de la
yegua.
—Avalon —repitió, gustándole como sonaba. —Ese… —hizo una pausa para
dejar que su corazón se calmara. —Ese es un nombre encantador. ¿Qué significa?
—¿qué diablos estaba haciendo ella sin aliento por él, haciendo preguntas sin
sentido sobre su yegua cuando tenía tantas otras cosas que averiguar?
—Es un lugar donde un rey legendario fue llevado para recuperarse de sus
heridas después de luchar contra su enemigo. A veces se la llama la isla de las
manzanas.
—¿La isla de las manzanas? —dijo con una suave risa. No pudo evitarlo,
porque sintió como si mil libélulas volaran en su vientre. Aun así, mantuvo los
dedos en la empuñadura. —Qué maravilloso —¿qué rey legendario fue llevado
allí? Quería escuchar más. Pero no debía. Debía preguntar lo que realmente quería
preguntar, luego volver a casa y contarle a su padre lo que pasó.
Pero una luz dorada se derramó a su alrededor, haciéndolo parecer casi de
otro mundo.
—¿Has estado alguna vez en Avalon? —no pudo evitar querer saber. Tal vez le
diría el camino. Le haría la pregunta más importante cuando fuera el momento
adecuado. Todavía era lo suficientemente temprano como para que la extrañen
en casa. A menudo salía sola. Además, le gustaba la historia y también el sonido de
la voz de Sir Torin al contarla.
Él sacudió la cabeza y su cabello cayó sobre sus ojos. Metió los dedos a través
de él y lo limpió. Se parecía más a alguien salido de sus sueños que a un hábil
asesino. —Se dice que es un lugar mágico que produce todas las cosas por sí
mismo. Los campos no tienen necesidad de ser arados. La naturaleza proporciona
todo y la gente vive allí cien años o más.
Sus ojos se abrieron más, causando que su mirada sobre ella se volviera
cálida. —¿Crees que es un lugar real?
—No —dijo, su leve sonrisa se desvaneció cuando dejó caer el brazo a un
lado. —Sin embargo me gusta la idea.
Sí. A Braya también. No peleas. No pasar hambre. Pero estaba en lo cierto. No
era real. —Dime qué pasó con mis parientes en la taberna. Debo saber la verdad.
Él frunció el ceño y deslizó su mirada sombría de su yegua a ella. —Ya le dije a
tu padre lo que pasó.
—Dígamelo, por favor, Sir.
¿Qué más necesitaba? Ya había admitido haber matado a su familia; ya sea si
había tratado de salvar a los soldados de Carlisle o no, al final sus parientes habían
muerto. Era el enemigo de su familia. Debería matarlo y huir. ¿Cómo iba a
demostrarle algo a su padre si tenía a su enemigo en sus manos y no hacía más
que desmayarse por él?
—Siéntate y come conmigo aquí —la invitó. —Y te repetiré lo que me
escuchaste decir en el ayuntamiento.
Sacudió la cabeza y se dio cuenta de que sus dedos no estaban ni cerca de la
empuñadura. —Mi hermano…
—No está cerca. Estás sola —le dijo, mirándola tranquilamente. —No tienes
nada que temer de mí.
Ella lo dudaba. Aunque era reconfortante, había algo innatamente peligroso
en él.
—Si lo hiciera —respondió ella, luchando por no verse afectada por su cabello
despeinado que caía como un halo alrededor de su rostro. —No me encontrarías
fácil de subyugar.
Lo vio apretar la mandíbula como si estuviera evitando que sus palabras
salieran de su boca. Ella pensó que podría haber captado algo oscuro pasando por
sus rasgos. ¿Un desafío, tal vez? A pesar de que no dijo nada.
—De acuerdo —ella concedió y se hizo a un lado cuando extendió la mano de
nuevo, esta vez hacia una bolsa grande atada a la silla de Avalon.
Sabía que era una mala decisión quedarse cuando él se desató la capa, la
extendió sobre la hierba y le ofreció un asiento. Pero cuando se sentó, abrió la
bolsa de comida y seis manzanas rojas y maduras cayeron sobre su regazo, pensó
en Millie y lo reconsideró.
Capítulo 3

Torin estudió a Braya Hetherington mientras observaba a Avalon pastando


cerca. No quería pensar en cómo ella parecía tan delicada con su manto y faldas
ondulantes, o qué brillaba más a la luz del sol: si su cabello o sus ojos. O que ella
era Inglesa.
¿Qué estaba haciendo ella aquí con él?
Tenía la sensación de que los saqueadores no se olvidarían simplemente de
que sus parientes muertos por sus manos. ¿La habían enviado a matarlo? ¿Por qué
no lo había intentado ya? ¿Qué haría si ella lo hiciera? Esperaba que no la
hubieran enviado. Odiaría tener que lastimar a una mujer. Siempre lo había
evitado en el pasado.
Le sorprendió que ella hubiera accedido a quedarse. Era extraña, no
mostrando miedo de estar sola en el bosque con un hombre extraño.
—¿Qué te trae a Carlisle? —ella preguntó.
No podía decirle la verdad. Que venía a tomar el castillo para el Rey Robert de
Bruce. —Había planeado simplemente viajar. No me gusta quedarme en un lugar
demasiado tiempo.
Su expresión se endureció un poco, pero asintió, como si sintiera lo mismo.
—Y ahora que eres parte de los guardias fronterizos del defensor, ¿te quedarás en
Carlisle?
De hecho, no podía esperar para irse cinco respiraciones después de haber
puesto un pie en Inglaterra.
Él le ofreció una sonrisa bien practicada. —Quizás.
No estaba seguro de si le gustaba la forma en que ella lo miraba. Era más
como un examen, uno minucioso, llevado a cabo por ojos llamativos y
estratégicos, tan azules como el vasto cielo de verano. Le dio ganas de ceder a
ellos, dejar a un lado su sentido común y quedarse un rato más.
Apartó la mirada de ella y miró los árboles. Se sentía como en casa. A salvo
hasta…
—Cuéntame qué pasó anoche en la taberna —la voz sedosa de Braya lo hizo
retroceder.
Le contó la misma historia que había contado en el ayuntamiento de Bennett.
Ella le hizo algunas preguntas, que respondió sin dudar. —No sabía que eran
saqueadores o amigos del alcaide —agregó, diciéndole lo que sentía que ella
quería escuchar. —Estaba oscuro y vi que estaban a punto de matar a sus
oponentes.
—Y corriste en ayuda de los soldados —dijo un poco rígida.
—Fui en ayuda de tres que eran atacados por cinco —corrigió. —No me
gustaban las probabilidades.
—Ah, ¿entonces eres un hombre justo?
Torció una esquina de su boca y luego metió una uva en ella. Estaba tratando
de atraparlo en algo. Podía verlo en su mirada brillante y ansiosa. Quería verla
dirigir la conversación a su modo, sólo para descubrir lo buena que era
intentándolo. —Aye, trato de ser justo.
—¿Y crees que fue justo atacar a cuatro hombres sabiendo que tienes la
habilidad de seis? ¿Por qué los mataste a todos? ¿Qué estabas tratando de
probar? ¿Algo para los soldados, tal vez?
Infierno. Por un momento, él simplemente la miró fijamente, dándose cuenta
de que ella era mortal, de hecho. Se había dejado engañar por lo que vio. Era
inteligente, demasiado inteligente. La pasión que pintaba su voz lo instó a
permanecer en silencio, no fuera a decir algo inapropiado y delatarse. —Todos
vinieron hacia mí a la vez —no era falso. —Me hubieran matado.
—¿Mataste a cuatro hombres a la vez? —ella le dirigió una mirada dubitativa.
Él asintió y empujó más comida frente a ella. —He estado luchando durante
mucho tiempo.
—¿Vaya? ¿Y cuál es tu edad?
—Unos veintisiete —le dijo. —¿Y usted?
—Unos veintidós.
—¿Soltera? —preguntó.
Ella asintió y Torin observó con deleite cómo un rubor carmesí se deslizaba
por sus pómulos. —Ningún hombre me tendrá.
Casi se atragantó con el pan. ¿Bromea? ¿Qué clase de tonto no la tendría?
—¿Por qué? ¿Qué te pasa? —preguntó con sospecha nublando sus pensamientos.
—No les gusta el hecho de que puedo pelear mejor que ellos.
Era difícil no sonreírle de forma en que los demás hombres lo habían hecho
esta mañana en el ayuntamiento.
—Me dijeron —dijo en voz baja, observando cómo ella tomaba un trozo de
pan negro y se lo llevaba a la boca. —Que tú eras uno de los guerreros más
feroces entre los saqueadores —y no debe olvidarlo. ¿A quién más enviarían tras
él sino a los mejores?
Como para demostrar que era un tonto por creer tal historia, su sonrisa se
ensanchó, junto con sus ojos y alegría pura llenó su radiante expresión. —¿Lo
cree, mi señor?
Era difícil no verse afectado por ella. Lo que le habían dicho de ella era cierto.
Lo que vio con sus ojos le hizo dudar. Parecía más un ángel que una guerrera.
El asintió. Lo creía. Ella despertaba su curiosidad. No muchas cosas lo hacían.
—Debe ser cierto si algunos hombres te tienen miedo.
—¿Algunos? —el rastro de burla en sus labios le hizo señas para que lo
pruebe.
—Aye, algunos —dijo, haciéndole saber que no era uno de ellos, aunque no la
subestimaría.
Se miraron el uno al otro a través del silencio resonante. Cuanto más la
miraba, más difícil le era apartar la mirada.
—Dime —dijo finalmente. —¿Qué más te dijeron tus amigos?
—¿Mis amigos? —tomó un trago de vino de su bolsa y se dio cuenta de a
quién se refería, luego le ofreció la bolsa. —No me molesto haciendo amigos —él
la miró mientras tomaba un trago. —Pero Sir John te tiene miedo.
Ella asintió y le devolvió la bolsa. —Aye, debería tenerlo. Una vez, cometió el
error de pensar que era débil y trató de forzarme.
Torin no se sorprendió al oír hablar de la naturaleza vil de los Ingleses, incluso
de los que vestían como caballeros. —¿Y qué pasó? —preguntó, mordiendo una
manzana.
Sus ojos bailaban como acianos 11 en la brisa de verano. —Estoy segura de que
lleva la marca de mi espada, pero no tengo interés en averiguarlo.
Torino sonrió. —Te ganaste su respeto a través del miedo.
—No me dejó otra opción —le dijo y siguió picando su pan.
—No lo sabía. Ahora lo hago —trató de sonar impasible, pero su voz era baja y
áspera. Había crecido como huérfano, luego como sirviente, luego como soldado.
Estaba bastante acostumbrado a ver a los hombres imponer su voluntad a las
mujeres. Era uno de los recuerdos más fuertes que tenía de su madre.
John Linnington sería uno de los primeros asesinados cuando llegara el
momento.
Miró la comida que había empacado, esparcida entre ellos. No la había visto
comer nada de eso, pero la mayoría se había ido. ¿Cuatro manzanas? ¿Más de la
mitad del pan y el queso? ¿Había comido tanto? Admitiría que ella lo distrajo, pero
¿de olvidarse de comer?
Rápidamente notó los bultos debajo de su manto. Debía tener hendiduras en
la tela para poder atar las bolsas a su cinturón junto a su espada. Estaba robando
su comida. Tuvo ganas de reír. Se mordió el interior del labio en su lugar. Tal vez su
familia lo necesitaba.
—¿Cuándo hizo Sir John esto?
—Él no ha sido el único —le dijo. —La mayoría de los hombres de la
guarnición han aprendido una dura lección gracias a la punta de mi espada, si
quieres saber la verdad. Hay unos pocos que no lo han hecho.
—¿Sus nombres? —Torin le preguntó en voz baja, sonando solo un poco
interesado. —Los que no tienen.

11
Planta de tallo erguido y ramoso, hojas blandas y lineales, flores grandes en cabezuelas redondas, con receptáculo pajoso, de color
rojo, blanco o azul claro.
Se los dio, incluido el de Rob Adams. —Los conozco a todos. He pasado mucho
tiempo en el castillo con mi padre durante los años que él y Lord Bennett han sido
amigos.
Aye, eran amigos, recordó Torin. Quizá pudiera averiguar más. —¿En qué se
basa su amistad?
—Tenemos un enemigo común.
—¿Vaya? ¿Quién?
—Los Escoceses —le dijo. —Ayudamos a mantenerlos alejados cuando
atacaron a Carlisle hace cinco años y, a cambio, el alcaide nos ofrece su protección
contra otros saqueadores.
Entonces, la derrota del Escocés contra Carlisle se debió a la ayuda de los
saqueadores. Torin iba a tener que asegurarse de que Bennett no volviera a recibir
su ayuda. —Tu padre debe haber encontrado un gran insulto al ser expulsado de
Carlisle.
—Lo hizo —ella miró hacia otro lado. Había más de lo que ella le estaba
diciendo.
—Está planeando algo —era una evaluación obvia, aunque ella pareció
inquieta cuando lo mencionó. —¿Le enviaron a matarme, Señorita Hetherington?
Decidió que ella era tan atractiva frunciendo el ceño como sonriendo.
—No, no lo estaba. Me alejé demasiado y pasé por Avalon —se acomodó
sobre su manto en la hierba y evitó su mirada. Se colocó un mechón de su suelto
cabello rubio detrás de la oreja, cogió una uva y volvió a acomodarse.
Esperó hasta que terminó de acomodarse. Pero al mismo tiempo terminó de
hablar. Su silencio le dijo mucho. Se estaba planeando algo contra él, o contra
Bennett y toda la guarnición. —Debo advertirle, Señorita Hetherington —dijo en
voz baja y tranquila y se acercó un poco más a ella. —Muchos han tratado de
matarme y han fallado. Quienquiera que venga morirá y me sentiré como el
infierno porque me odiarás por ello.
Pasó del rosa al pálido tan rápido que él pensó que podría volverse verde a
continuación. —Sir Torin, ¿Qué pasaría si... —se detuvo y respiró hondo y luego
comenzó de nuevo. —¿Y si soy yo quien viene por la mañana?
Él la miró con tristeza y soltó un suspiro entrecortado. —Ah, espero que no
seas tú.
Ella arqueó una ceja hacia él. —¿Estás diciendo que me matarías?
—Y tú a mí, ¿me matarías? —sorprendido, se dio cuenta de lo absurdo de las
preguntas. Apenas se conocían. ¿Acaso alguno de ellos dudaría en matar al otro si
tuviera que hacerlo?
Ella no respondió. Él tampoco.
—No te encuentro ordinaria o aburrida —le dijo en cambio.
—¿Y encuentras a otros así?
—Aye. Todos ellos. Los conozco. He visto sus rostros y acciones. Son todos
iguales. Tú pareces diferente —su mirada capturó la de ella por un momento antes
de que ella la apartara. —Puede que tal vez me equivoque.
—Tal vez… —respondió ella en voz baja. —…Supones demasiado, demasiado
rápido.
No lo hacía. Sabía que tenía razón sobre ella. Había algo refrescante y
diferente en Braya Hetherington. Estaba empezando a creer lo que había oído
acerca de que ella era una guerrera feroz. Había oído hablar de mujeres guerreras
antes. Todavía se cantaban canciones al otro lado del Muro de Adriano sobre las
temibles reinas Pictas 12. Algo en Braya le recordaba a las nueve hermanas de
Avalon y lo hizo querer sonreír, y no por primera vez.
Este no era el momento de ablandarse con alguien. No le había sucedido
desde la pequeña Florie Moffat cuando tenía siete años y pasaron tres años
después de eso. Solo unos años después de huir de la masacre de su familia, Torin
había regresado de visitar el pueblo de Pitlochry con Jonathon y encontró el
cadáver de Florie junto con la mayoría de los otros niños que tenía que cuidar.
Habían sido asesinados por los Ingleses cuando el campamento de huérfanos fue
descubierto.
Ablandarse dolía, por lo que nunca dejó que sucediera de nuevo. Le resultó
mucho mejor atraer a otros mientras permanecía distante en todo momento.

12
Un ejemplo, Zenobia y Boudicca, la última fue derrotada por los romanos
Podría ser que ella viniera a matarlo por la mañana. Necesitaba conquistarla
hoy para no tener que matarla mañana.
—Perdóname —expió. —Y perdóname por matar a tu familia.
Empezó a levantarse, pero el pequeño toque de las yemas de los dedos de ella
en su rodilla lo detuvo. —Está bien, te perdono —concedió ella, su voz una
melodía conmovedora para sus oídos.
¿Es esa la misericordia que está buscando?
—Pero me temo que no cambiará nada —dijo en un suave susurro. —Lo peor
está por llegar.
Torin deseó no haberla conocido. Estaba atrapada en medio de su batalla y
probablemente terminaría siendo una baja. Ya había salvado a una muchacha, la
joven Julianna Feathers, del infierno que desató en su casa en Berwick. Nada de
eso le había quitado el sueño.
Pero Braya Hetherington era diferente. No estaba indefensa. Tenía que
romper la amistad de los Hetherington con Bennett para que ella no peleara
contra el ejército del rey cuando llegara a Carlisle. O podrían encontrarse en el
campo.
Casi negó con la cabeza ante la idea.
Haría lo que pudiera. Mientras tanto, se mantendría al tanto de lo que
estaban haciendo los saqueadores a través de ella. Tendría que pasar más tiempo
con ella, eso es, si tuvieran algo de tiempo antes de que sus parientes
contraatacaran.
—Entonces disfrutemos de la tarde, porque probablemente sea la última que
pasemos juntos —decir eso dejó un sabor amargo en su lengua.
—Espero que eso no sea cierto —le dijo, y luego se puso escarlata como si no
hubiera sido su intención pronunciar esas palabras en voz alta.
Quería reírse. Casi lo hizo. ¿Qué era ese hechizo que estaba tejiendo sobre él
para hacerle olvidar que era su enemigo, y que odiaba a los Escoceses? Ya podría
haberlo apuñalado cuatro veces y él habría sido demasiado lento y lo
suficientemente distraído como para detenerla.
—Dime, Torin —dijo unos momentos después, tan dulce como la brisa
perfumada. —¿Por qué llevas el nombre de Gray? Es el nombre de una familia de
las Fronteras orientales.
—Gray no es mi verdadero nombre —le dijo. —Lo tomé de niño después de
acostarme en la hierba y mirar al cielo. Sentí una afinidad con las nubes.
Su expresión se suavizó en él. —¿Cuál es tu verdadero nombre? —preguntó
ella, sin molestarse más en fingir interés en comer.
—No recuerdo —solo recordaba a Florie y los otros niños diciéndole que era
Escocés y que dejara de usarlo. Así que lo hizo. Algunas noches, no tenía la certeza
de si Torin era su realmente su nombre. ¿Es posible que se lo haya inventado
cuando era niño?
Cuando su rostro palideció entendió que había dicho demasiado. Al vivir a lo
largo de la frontera, no era inmune a los horrores de la guerra.
—¿A qué edad te quedaste huérfano? —ella le preguntó.
—Cinco.
Instantáneamente, sus enormes ojos color zafiro se llenaron de lágrimas.
—No tenemos que hablar de esto —dijo.
No entendía por qué le había contado de sí mismo. No quería revivir un solo
momento de su vida. —¿Y tú? —preguntó. —¿Cómo es vivir la vida de un
saqueador?
—Es simple. Guardamos y protegemos todo lo que poseemos, o lo perdemos.
Si no asaltamos, no comemos. La tierra no es apta para la agricultura. Nuestro
ganado nos mantiene con vida y cualquier otro saqueador que no sea de nuestra
familia intentará tomarlo. El Rey Eduardo no se preocupa por nosotros, ni
tampoco el rey de Escocia, por lo que vivimos fuera de la ley. Tenemos nuestras
propias leyes que son respetadas e incluso seguidas por algunos guardas. No le
debemos lealtad a nadie más que a nosotros mismos.
—Y al alcaide por ofrecer su protección contra los otros saqueadores —le
recordó Torin.
Ella lo estudió por un momento con ojos curiosos. —Suenas como si
estuvieras preocupado por tal alianza.
—Solo porque la he puesto en peligro —respondió, pero era más que eso. Su
tarea era tomar Carlisle desde adentro. No podía tener fuerzas externas
involucradas.
Probablemente tendría que traicionar a Braya. Ya había traicionado la
confianza de otras personas miles de veces en el pasado. Planeaba traicionar a
Bennett en algún momento en el futuro. Así fue como se había vuelto tan exitoso.
Si lo llamaran para traicionar a la Señorita Hetherington, lo haría.
—Debería volver a casa —dijo ella, sacándolo de sus oscuros pensamientos.
Se puso de pie en un solo movimiento. Estaba lista para irse.
—Déjame acompañarte hasta medio camino —no era que no quisiera dejarla,
aunque si lo pensaba por un momento demasiado, podría admitir que ella era
cautivadora y divertida.
—Puedo cuidarme sola —le aseguró, mostrando su hoyuelo. Ella se movió y
sus caderas se sacudieron debajo de su manto.
Miró la comida que quedaba y sonrió. Todo se había ido. Cogió la bolsa y se la
entregó. —Es probable que necesites esto más que yo.
Sabía cuánto había tomado y que iba a regresar a pie. La bolsa la ayudaría a
llevar la comida metida en Dios sabe qué debajo su manto. —¿La volveré a ver,
Señorita Hetherington?
Ella se volvió hacia él y se detuvo. Su hoyuelo se desvaneció y sus ojos se
agrandaron y se vieron arrepentidos. —Tú podrías.
Capítulo 4

Braya regresó a la villa después de la cena y se encontró con Galien en camino


a su pequeña cabaña ubicada a poca distancia de la casa de sus padres. —Está casi
oscuro. ¿Dónde has estado, Braya?
—Estaba cazando —respondió ella, empujándose para pasar junto a él.
—¿Vaya? —preguntó, alcanzándola fácilmente. —¿Qué mataste?
Apartó el manto del lado derecho de su cadera y reveló la pesada bolsa atada
a su cinturón. —Manzanas, pan, queso y uvas.
Abrió la puerta y lo dejó mirándola boquiabierto de pie en la entrada de la
cabaña. Esperaba que no la siguiera al interior, pero, por supuesto, lo hizo. Su
corazón empezó a latir aún más rápido. Galien no escucharía, y también podría
convencer a su padre de que tampoco escuchara. Se sentía un poco mareada e
inestable sobre sus pies. Tenía que decirle a su padre la verdad sobre dónde había
pasado el día, cómo fue que consiguió la comida. Sobre todo, tenía que hablarle
de Sir Torin Gray.
Encontró a Rowley Hetherington en la cocina, sentado en un taburete junto al
fuego. Su esposa estaba de pie detrás de él y le masajeaba los hombros.
—Braya —su madre fue la primera en saludarla. —Llegas tarde a la cena.
Explicarás el motivo, y luego podrás comer la comida que he reservado para ti
sobre la mesa.
—Gracias Madre. Discúlpame por retrasarme. Yo…
—Braya tiene comida —espetó su hermano. —¡Manzanas, pan, queso y uvas!
Braya se giró para mirarlo con la boca abierta. Deseaba poder golpearlo en la
cabeza con algo. Le preocupaba que él no pudiera mantener el control de su
lengua. ¿Dónde dejaría a su familia cuando su padre ya no esté?
Sin dejar de mirarlo, reveló la bolsa y luego la desató.
Cuando tiró el contenido sobre la mesa, su padre dejó su taburete y se paró a
su lado. —¿Dónde encontraste esto?
Tenía que decírselo porque odiaba mentirle. Ella lo respetaba y admiraba su
liderazgo. Nunca había sido imprudente, ni había antepuesto su orgullo a la
seguridad de la familia. Tenía que hacerle saber cómo se sentía Sir Torin antes que
tome su decisión. Deseaba que su hermano no estuviera aquí, pero no había nada
que pudiera hacer al respecto.
—Mientras estaba cazando, me encontré con un hombre en el bosque
—levantó la mirada hacia la de su padre. —Cuando me di cuenta de que era Sir
Torin Gray…
Tanto él como Galien la miraron con la boca abierta. Braya luchó por
estabilizar su voz. Este no era momento para debilitarse. Nunca ha dejado que
nada la hiciera vacilar. Esto no es diferente. —Hablamos, padre. Me pidió perdón
por matar a nuestros parientes, pero insiste en que estaban a punto de matar a los
hombres del alcaide.
—¿Estabas sola con este asesino? —exigió Galien, mirando atónito.
—¿Te puso una mano encima? —gruñó su padre.
—Si lo hubiera hecho —les dirigió a ambos una mirada incrédula. —¿Crees
que me habría ido sin sangre suya? ¿Acaso no me conoces? Él no me tocó. Me dio
comida y yo robé el resto.
Su padre la miró por un momento, su mirada perspicaz y penetrante en la
poca luz de la habitación. —Eres valiente, hija —su voz baja y grave era dulce en
sus oídos. —A veces hasta el punto de la estupidez.
Su sonrisa se desvaneció.
—Pero estar sola en el maldito bosque con el asesino de nuestros parientes
es, con mucho, la cosa más imprudente que has hecho —levantó la palma de la
mano para detenerla cuando separó los labios para defenderse. —¿Que estabas
pensando? ¿Qué descubrirías la verdad, estando a solas con él? —sus ojos se
agrandaron. —¿Lo hiciste?
—Yo no sé. Quizás. Sí.
—¿Qué es, Braya? ¿Es culpable? ¿Intentaste matarlo? Fue tu sugerencia que
lo matáramos para vengar a los muchachos —su voz bajó, junto con sus cejas.
—Dijiste que él te dio de comer. ¿Qué pasó?
—Hablamos, padre —repitió ella y enderezó los hombros.
—¿De qué hablaron?
—Te lo dije, me pidió perdón por matar a mis primos. Cuando le pregunté por
qué los mató a todos, me explicó que habían venido a por él todos al mismo
tiempo. Al mismo tiempo, padre —esperó un momento, dejando que sus palabras
penetraran. —O él es extremadamente hábil, o los hombres del alcaide mintieron
y lo ayudaron a acabar con los muchachos. Pero ¿por qué el Sr. Adams admitiría
haber matado a alguien si nos iban a engañar? —habló rápidamente mientras
Galien asimilaba todo lo que decía. —No creo que nos hayan engañado. Creo que
Sir Torin es un luchador muy hábil. Pero no desea pelear con nosotros —no le dijo
a su padre que estaba segura de que mataría a cualquiera que estuviera contra él.
O el escalofrío en la espalda que le provocó cuando vio que realmente lo haría.
—Me dijo que estaba preocupado porque había puesto en peligro nuestra alianza
con el alcaide.
Su padre entrecerró los ojos en ella. —¿Crees que estaba diciendo la verdad?
—No tenía ninguna razón para no hacerlo —respondió ella en voz baja.
—Padre —intervino Galien. —¿Vamos a aceptar la palabra de un extraño que
afirma que nuestros muchachos intentaron matar a esos guardias fronterizos?
Oh, Braya no podía creer lo ciego e injusto que era su hermano. —¿Y el Señor
Adams? —ella le preguntó. —¿Desde cuándo nos miente? Viste lo enojado que
estaba porque nuestros muchachos fueron quienes lo habían atacado.
Sus ojos ardían con ira cuando sus miradas se encontraron. —Parece que
olvidas que cinco de nuestros primos están muertos. Cinco, Braya. ¿No eres leal a
tu familia?
—Lo soy, Galien —dijo con los dientes apretados. —Estoy preocupada por el
resto de nosotros si luchamos contra el alcaide y sus hombres. Reúne a todos los
Hetherington que quieras, pero cuando termine la batalla y todos regresen a sus
hogares lejanos, nos quedaremos aquí sin protección frente a otros saqueadores.
Recuerda que no somos amigos de los Armstrong. Perderemos el apoyo que
tenemos. Podríamos perderlo todo... a todos. ¿Y para qué? ¿Orgullo? ¿Venganza?
El rostro de Galien se puso más rojo, haciendo que sus ojos brillaran como
llamas ardientes. —Nuestra familia debe ser…
—¡Galien! —Rowley Hetherington rugió la orden atronadora, drenando el
color de la cara de su hijo. —Ella tiene razón. Sir Torin ha pedido perdón. Si él y
Adams me lo piden, les será concedido.
Galien estuvo a punto de hablar, pero su padre levantó la mano. —No
sacrificaré a más de ustedes. Harás lo que digo y dejarás que este castigo quede
sin cumplir si es lo que deseo. ¿Lo entiendes?
Galien asintió a regañadientes y luego salió furioso de la cabaña.
El padre de Braya se volvió hacia ella sin dejar de mirar a su hermano. —Envía
un mensaje al Sr. Adams mañana. Invítalo a él y a Sir Torin a reunirse conmigo en
el Ayuntamiento en dos días. Diles —instruyó, sus ojos acerados duros y
despiadados. —Si no vienen, llevaré la batalla a Carlisle y todos morirán.
Braya suspiró. Ambos bandos se creían invencibles. Ella era un poco más
consciente. Todo el mundo podía ser derrotado, incluso el líder más renombrado,
o un asaltante con más de veinte años de experiencia. Su padre era fuerte y
experimentado, pero no estaba segura de si eso era suficiente para triunfar sobre
un joven que, si lo que dijo era verdad, había matado a cuatro hombres a la vez.
La fuerza bruta de Galien podría derribar a Torin, pero ¿y si no fuera así? No
quería ver morir a otro hermano. ¿Qué pasaría si su padre trajera la guerra a la
fortaleza y Torin matara a otros cuatro miembros de su familia, antes que más de
ellos perecieran?
¿Qué podría hacer ella para detenerlo? La respuesta no era matar a Torin.
Ahora le daba la oportunidad de disculparse con su familia. —Haré lo que me
pidas, padre.
—Mmm —cogió una manzana y la examinó. —¿Qué te hizo cambiar de
opinión sobre él, Braya?
¿Ahora? ¿Ahora consideraba adecuado pedirle su opinión sobre algo?
—Quedó huérfano de los Escoceses a la tierna edad de cinco años. Tuvo un
momento difícil. Se puede ver en sus ojos. Pero de alguna manera, no sé, tal vez
Dios le muestre favor, ya que sobrevivió y se convirtió en un luchador muy hábil,
uno a quien recomienda el Conde de Rothbury. Y todavía…
—¿Y todavía? —repitió su madre en el mismo tono tranquilo.
—Cuando lo encontré, estaba oliendo una flor. Cuando hablé con él, descubrí
que era genuino.
—Ya veremos —dijo su padre, y luego fijó su mirada en la mesa. —Por ahora,
debo decidir qué hacer con esta comida.
—No hay mucho —señaló Braya sin que se lo pidieran. —Pero me gustaría dos
manzanas para Millie, por favor.
Se las entregó sin protestar y luego colocó las otras dos en bolsas separadas.
Hizo lo mismo con las uvas, el pan y el queso. Los entregaría mañana a las familias
que más lo necesitaran.
Cuando terminó, tomó la mano de su esposa y le deseó buenas noches a
Braya.
Después de una cena de estofado de conejo frío, Braya limpió y salió de la
cabaña para entregar las manzanas a Millie.
Su amiga caminó con ella a la luz de la luna hasta la orilla del río bordeada de
árboles, sin miedo a que la atacaran. Su familia todavía tenía la protección de los
guardias fronterizos. Si los saqueadores atacaban, se encontrarían primero con los
soldados del alcaide. Braya no quería que nada de eso cambiara.
Se sentaron juntas en una gran roca y sumergieron los dedos de los pies en el
agua.
—Todavía no estoy segura de si él no planeó todo para parecer un héroe
frente a los guardias —le confesó Braya a su amiga. —Si ese es el caso —dijo,
sacudiendo la cabeza con desesperación. —Entonces él es realmente despiadado y
mortal.
—Bueno, ¿qué sientes dentro tuyo? —preguntó Millie y luego le dio un
mordisco a su manzana.
—Es encantador —Braya sonrió antes de que pudiera detenerse. —Su
semblante está perfectamente formado y su lengua es tan suave como la de una
serpiente. Le creí cuando me pidió perdón. Creo que es inocente de asesinato. No
me preguntes por qué, porque no puedo decírtelo.
Millie enroscó su brazo alrededor de la cintura de Braya y la atrajo hacia sí.
—Confío en ti, Braya. Si le crees, entonces yo también. Pero ¿estará de acuerdo
con la condición de tu padre de buscar el perdón en el Ayuntamiento?
—Tendré que obligarlo.
—Pero ¿cómo? ¿Y si...? —Millie se detuvo y le lanzó a Braya una mirada
nerviosa. —¿Y si exige un beso?
¿Un beso? ¿Si fuera así, se lo concedería? En ese caso, sería el primero. —Yo...
no estoy segura de lo que haría.
Millie se rió. Braya se unió a ella.
—Cada vez que se acercó a mí hoy —dijo. —Mi corazón latía con fuerza en mi
pecho y mi cabeza se sentía liviana. No sé si lo alejaría.
—Razón de más para que lo hagas venir al Ayuntamiento —insistió Millie,
masticando su manzana. —Si hay algo entre ustedes, él no puede ser un enemigo.
¿Había algo entre ellos? Se habían visto dos veces. La segunda vez, comieron
juntos y se abrieron un poco el uno al otro. ¿Significó algo? Por supuesto no. En el
momento en que la viera pelear, retrocedería con orgullo herido. —No hay nada
entre nosotros —le prometió a su amiga. —Es guapo y parece querer la paz. Es
seductor. Eso es todo.
Se quedó con Millie un rato más y luego regresó a casa y fue a su pequeña
habitación en el otro extremo de la casa. Se desvistió hasta quedar en camisola y
subió a su colchón de paja. Cerró los ojos para dormir, pero pensamientos e
imágenes de Torin invadieron su mente. ¿Qué clase de hombre era detrás de sus
sonrisas contenidas y sus miradas pensativas? Un hombre que conocía historias
sobre reyes legendarios e islas mágicas y que se había puesto el nombre de las
nubes 13. No era lo que ella esperaba. En el ayuntamiento de Carlisle, parecía
arrogante, pero hoy había estado tranquilo y tranquilamente confiado.
¿Iría Torin y se humillaría ante su padre y las familias de las víctimas? Era un
comienzo. Más de lo que tenía esta mañana. Hasta esa mañana, quería ver muerto
a Torin Gray. Ahora, pensaba que sería bueno volver a verlo mañana.
Cerró los ojos y finalmente se durmió pensando en un hombre que olía flores
y montaba una yegua llamada Avalon.

13
Gray, gris
Capítulo 5

Torin se pasó los dedos por el cabello y lo recogió en una delgada tira de
cuero detrás de su cabeza. No le gustaba que le cayera en la cara mientras
practicaba. Cerró los ojos y alzó el rostro hacia el nuevo amanecer.
Se alegró de que la noche hubiera terminado. Porque con él habían llegado
sueños con Braya Hetherington. Sueños de besarla, reír con ella, deseos
desconocidos e indeseados. Tenía un deber que cumplir, una promesa a un
pequeño lad que cumplir.
Se arremangó las mangas de su léine y se ajustó el cinturón en las caderas.
¿Estaba un poco más apretado? No le sorprendería. La comida servida en el
ayuntamiento era rica y llena de aperitivos que hacían que un hombre fuera gordo
y perezoso. Por eso se encontró en el campo de prácticas del pabellón interior,
solo con los gallos a esa hora de la mañana.
Más tarde, invitaría a Sir John y a los demás a practicar con él para descubrir
qué tan buena era su defensa. Aunque no pone muchas esperanzas en una buena
pelea cuando finalmente derrote a Carlisle.
Había regresado al castillo a última hora de la noche anterior y la mayoría de
los hombres habían estado dormidos en sus puestos, al aire libre y vulnerables a
los ataques. Eso le gustó.
Pero no tanto como lo que había oído decir a Braya sobre él antes.
…Mi corazón latía con fuerza en mi pecho y mi cabeza se sentía liviana. No sé
si lo alejaría.
A ella le gustaba. Ella confiaba en él. Era todo lo que necesitaba para la
victoria.
La había seguido hasta su casa la noche anterior. Si su padre estaba a punto
de tomar alguna decisión trascendental, Torin quería saberlo pronto, si era
posible, para planificar mejor su defensa. Además, era bueno saber dónde vivían
los saqueadores.
Desde su posición en los árboles, había visto al enorme joven del
ayuntamiento, quien debía ser su hermano, salir corriendo de la cabaña. Torin se
preguntó si le había dicho a su familia dónde había estado y con quién, y esta fue
su reacción.
No mucho después de eso, la puerta principal se abrió y Braya salió al
crepúsculo. Se había puesto la capucha muy por encima de la cara, pero él sabía
que era ella. Él había seguido su estructura delgada y sus pasos ágiles hasta la casa
de otra muchacha, y luego las siguió descaradamente y escuchó lo que habían
dicho.
Se había enterado de que su padre quería una disculpa pública. Era mejor que
querer una pelea.
¿Y si exige un beso? Su amiga, que estaba embarazada, había preguntado.
Un beso. Torin lo había pensado más de una vez y no se opuso a la idea. Por
extraño que parezca, La Señorita Hetherington tampoco parecía desanimada.
Era exactamente como debería ser, si fuera a tomarla.
¿Podría tenerla? ¿La quería? Ella pensaba que quería la paz. Quería la guerra.
Una batalla sangrienta. Y tenía la intención de ganarla.
Todavía no estoy segura de si él no planeo todo para parecer un héroe ante los
guardias.
Demonios, ella era astuta e inteligente. Tendría que ir con cuidado a su
alrededor. O podría ser la que se interpusiera en su camino. ¿Qué haría él en caso
de que lo hiciera?
Se había infiltrado con éxito en el castillo. Ahora, tenía tres semanas para
planear su ataque. Tres semanas hasta la llegada del Rey Robert y sus hombres,
tanto si había preparado el camino como si no. Podría hacerlo. Los vería a todos
muertos, incluidos los Hetherington si era necesario. No dejaría que una
muchacha lo detuviera.
Un gallo cantó de nuevo mientras balanceaba su pesada espada sobre su
cabeza. Fácilmente lanzó un golpe cortante que arrojó tierra a su alrededor. De la
misma forma en que derribó a uno de los soldados Ingleses que habían invadido la
casa de su infancia. No recordaba sus caras. No necesitaba hacerlo. Todos eran
igual de culpables.
Esquivó un golpe del hombre que había golpeado a su hermano mayor. Con
un giro sin esfuerzo de su muñeca, volteó su empuñadura y la atrapó de nuevo,
clavando su larga espada en el fantasma del bastardo Inglés que mató a su padre.
Liberó su espada y lanzó hacia adelante, en un arco de devastación que arrancó
dos cabezas a la vez. Oyó llorar a su hermano menor. ¿O era su madre? Su madre.
Mira lo que tenemos aquí, una tierna palomita, recordó que dijo un Inglés, para
luego levantarla y llevársela. Dio un paso adelante y barrió su espada sobre su
cabeza, atravesando a sus enemigos invisibles, arrasando con todos, hasta que
quedó solo en medio de la carnicería, después de haber hecho lo que no pudo
hacer cuando era niño. Pero nada cambió. Nunca cambiaba.
Podía retroceder en el tiempo y matarlos a todos, pero aún no quedaría nada
cuando terminara. Nunca recuperaría a sus parientes.
Nunca los tendría de regreso.
Se enderezó, respiró hondo y abrió las fosas nasales y volvió a equilibrar las
piernas. Deja que los hombres duerman. Que se vuelvan ociosos, sin preparación
para la lucha. La fortaleza sin defensa. Carlisle sería el primero en ser tomado.
Se giró al escuchar los cascos de los caballos golpeando el suelo detrás de él y
miró hacia arriba para ver a Braya sentada sobre un caballo negro y sonriéndole.
Ella estaba sola.
La idea de que ella viniera a matarlo no parecía tan descabellada, aunque
sabía por qué había venido. Pero ¿por qué sola? ¿Salía sola tan lejos de su casa a
menudo? ¿O su padre había cambiado de opinión y la había enviado? Mantuvo su
espada en la mano.
Demonios, él no quería lastimarla. ¿Cómo se había ganado su consideración?
¡Él no la había conocido por un día completo! Era mortal como un enemigo,
golpeando como una serpiente.
Ella lo tentó a ser mordido, a abalanzarse como un halcón y tomarla como
presa.
— Señorita Hetherington, es un placer verla esta mañana.
—A usted también, Sir Torin —respondió ella. —Es un guerrero feroz y
preciso. Me gustaría ver algunos movimientos más.
¿Cómo le fue posible olvidar lo hermosa que era hasta que la volvió a ver?
Hizo todo lo posible para no dejar que su apariencia lo afectara, pero fue más que
su belleza natural lo que le cortó la respiración. La ligera inclinación de su barbilla,
la fuerza en sus ojos y la confianza en lo que fuera que sabía que poseía fue lo que
enderezó su columna vertebral.
Ella hacía que su cabeza diera vueltas y sus fantasmas se dispersaran.
Su mirada siguió su pálida trenza que cubría su modesto pecho. ¿Su corazón
latía con locura ahora? —Tal vez podríamos practicar juntos —ofreció.
Se encogió de hombros y bajó la barbilla hacia él, como si no le importara.
—Quizás.
Miró a su alrededor, consciente de repente que ella, una saqueadora, había
entrado en la sala interior sin que la detuvieran. —¿Cómo conseguiste entrar?
—La pared este —le dijo. —Rara vez hay alguien patrullándola y nadie vigila la
pasarela.
Él asintió. —Aye, me he dado cuenta de eso —¿qué más sabía ella sobre las
defensas del castillo? Debería pasar tiempo con ella y averiguarlo.
—Entonces, esta mañana —levantó la vista hacia ella donde se encontraba y
dejó que su mirada fuera un poco suave sobre ella. Aunque no fue difícil. —¿Tu
padre te ha enviado a matarme?
—No —dijo, pasando una pierna por encima de la silla y desmontando.
—Estoy aquí para hablar contigo.
—¿Vaya? ¿Acerca de? —preguntó, fingiendo ignorancia.
Aterrizó como un gato elegante sobre sus pies calzados con botas. Sus piernas
estaban cubiertas por pantalones. Llevaba una jack ceñida sin mangas y un manto
azul cielo. Ella se movió hacia él, confundiendo sus sentidos. —¿Fuiste sincero en
tu disculpa de anoche, mi señor?
—Aye —dijo, conociendo las condiciones de su padre. También sabiendo lo
que ella había dicho anoche acerca de hacerle aceptar si tenía que hacerlo. Se
preguntó cómo haría ella para convencerlo.
—¿Te pararás ante mi padre y pedirías perdón?
Él la miró fijamente, pensando en inclinar su cabeza hacia la de ella y besarla.
¿Intentaría apuñalarlo en su región inferior? ¿En el corazón, tal vez? ¿La besaría
una y otra vez, por el resto de sus días? Él juntó las manos detrás de la espalda
para evitar sentirse demasiado tentado y tirar de ella a sus brazos. —Usted pide
mucho de mí, señora.
—¿Oh? —preguntó ella en un tono entrecortado, destrozando sus esperanzas
de que ella le rogara que lo ayudara. —¿Estás tan lleno de orgullo que no puedes
decirles a algunos padres que lamentas haberles quitado a sus hijos?
Casi puso los ojos en blanco, pero en cambio le sonrió. —Muy bien. Si es tan
importante para ti, lo haré.
¿Había cedido demasiado pronto? Cuando le sonrió, luciendo tan aliviada por
un momento pensó que podría haberse desmayado, alegrándose de haber cedido
ante ella.
—Es importante para mí. Mi padre traerá la guerra aquí si te niegas.
Carlisle en guerra con un puñado de saqueadores podría ser ideal para los
planes de Torin.
—No quiero perder a mi padre o a mi hermano si pelean contigo —agregó en
voz baja, de forma honesta, como un martillo contra sus defensas. Si luchaba
contra los saqueadores, probablemente le quitaría más parientes suyos.
¿Estaba perdiendo la maldita cabeza?
—¿Y el Sr. Adams? —preguntó, mirando a su alrededor. —Ha sido amigo de
mi padre en el pasado. ¿Crees que iría contigo?
Era como si no pudiera detener su propia lengua. —Veré qué puedo hacer
—prometió y le tendió la mano. No quería pensar en encontrarse con ella en el
campo de batalla como enemiga o aliada de Bennett. —Eso no es todo, ¿verdad?
No viajaste hasta aquí solo para hacerme una simple pregunta. Quédate a
desayunar conmigo y déjame acompañarte a casa más tarde.
—No debería.
Él asintió y sonrió en acuerdo, extendiendo su mano hacia ella. —Aye, y sé
que no debería preguntar. Pero soy yo. Quédate.
Sus ojos azules se clavaron en él, buscando… diablos, casi podía sentirla
mirando en torno a las sombras, debajo de esta y otra. Casi miró hacia otro lado,
no dispuesto a dar nada de sí mismo a nadie, para no perderla, ni más de sí
mismo. Pero la dejó buscar, casi desafiándola a mirar en la oscuridad fría y
húmeda y no encogerse y salir corriendo.
—Está bien —dijo ella, finalmente colocando su pequeña mano en la de él.
—Me quedo. Pero con una condición.
Suspiró para sus adentros. ¡Esta familia y sus condiciones! —Muy bien, ¿qué
es?
—Que practiques conmigo primero.
Debería haber esperado que quisiera ponerlo a prueba, palparlo, así como él
había planeado hacer con los otros guardias más tarde. Ella era valiente,
lanzándose a la refriega con él para aprender cómo peleaba, ya que podría ser ella
quien protegiera a su familia de él si venían aquí.
O bien, esta era su forma de matarlo a puñaladas sin que nadie lo presenciara.
—Por supuesto —se alejó de ella, soltando su mano.
Levantó su espada, listo para saber con certeza si ella podría matarlo. La vio
hacer lo mismo con la hoja que colgaba de su cadera.
Le sonrió una vez más, apreciando su disposición y voluntad para luchar. Él
esperaba que fuera una buena luchadora, aunque se veía bastante pequeña, tal
vez de 5 '4”- 14, y tenía un estilo delicado. ¿Cuánto problema le podría dar?
Ella vino hacia él tan rápido que casi no tuvo tiempo de bloquear. Detuvo su
hoja con un rápido corte justo antes de que llegara a su brazo izquierdo. Ella
aprovechó la oportunidad para desaparecer de su vista. Apenas se movió y ya la
tenía detrás de él. Tenía la ventaja de haberlo visto practicar y ver cómo se movía.
No había tenido forma de saber qué tan rápida era ella hasta que estuvo sobre él,
literalmente pegada a su espalda con sus piernas alrededor de su cintura y una
mano cerrada sobre su frente.
¿Cómo sucedió esto? ¿Estaba ella en condiciones de matarlo? ¿Cómo había
llegado allí tan rápido?
No se detuvo y esperó para ver si lo haría o no, sino que giró y trató de
agarrarla. La vio llevar su espada hasta su cuello y la detuvo de su muñeca. Un giro
brusco y su espada cayó al suelo.

14
1,60 metros. Y yo soy más pequeña T.T
Agarrándola de ambos brazos, la arrastró para que lo mirara. Sus piernas
todavía estaban enrolladas con fuerza alrededor de su cintura. Lo miraba
fijamente, su respiración tan fuerte como la de él.
Podía sentir su corazón latiendo locamente en su pecho. ¿Sentiría ella que a él
le estaba pasando lo mismo? Debería quitársela de encima, pero cada terminación
nerviosa de su cuerpo estaba viva y en llamas. Despertado una necesidad que era
puramente física y profundamente conmovedora al mismo tiempo.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos, brillantes y respiró con fuerza contra él.
Quería tomar su rostro entre sus manos y besarla, respirarla, conquistarla. Se dio
cuenta de que se trataba de una fantasía traída a la vida por todos esos
pensamientos. ¡Él no estaba aquí para conquistar a una mujer! Estaba aquí para
derribar hasta el último lugar de defensa de debajo de los pies de Edward y para
matar a tantos Ingleses como pudiera, pero sus muslos estaban fuertes y
apretados alrededor de él. No quería dejarla ir. Quería más que los labios de este
enérgico gato infernal. Quería empujarla contra la pared más cercana, bajarle los
pantalones hasta las rodillas y tomarla hasta que sus mundos cambiaran.
Desenvolvió sus piernas y deslizándose por su cuerpo, despertándolo a la vida.
Apretó la mandíbula. Ella se sonrojó y apartó la mirada cuando sus pies tocaron el
suelo. —Yo lo llamaría un empate — dijo en voz baja, alejándose.
Torin sonrió, y luego se rió y de mala gana la dejó ir. —Eres muy rápida.
—Tengo que serlo —le respondió por encima del hombro mientras se alejaba
de él.
—Cierto —así es, pensó él, alcanzándola. —También eres muy valiente.
—¿Pero?
Él la miró fijamente mientras caminaban hacia el torreón. —Pero ¿qué?
Se giró para mirarlo. Una suave sonrisa levantó sus labios, pero había una
apagada anticipación en sus ojos. —¿Qué más ibas a decir?
Pensó en qué otros cumplidos podría ofrecerle. —Que eres inteligente. Me
llamas feroz, pero casi me cortas la garganta cinco veces.
Braya dejó de caminar y lo miró con los ojos entrecerrados cuando el sol salía
en todo su esplendor. —¿No tienes críticas duras?
Sacudió la cabeza y luego recordó que los hombres no querían casarse con
ella porque luchaba muy bien. Imbéciles. —No, Señorita Hetherington. Soy lo
mejor que conozco, y casi me matas.
Su sonrisa creció hasta que le dio ganas de besarla de nuevo. —Gracias.
—Actúas como si no escucharas elogios a menudo.
—No lo hago —dijo ella y siguió caminando.
—Seguramente tu padre te lo dice.
Ella sacudió su cabeza. —Hace molestar a Galien.
—¿Quién es Galien?
—Mi hermano —dijo ella, entrando en la fortaleza con él. —Mi otro hermano,
Ragenald, solía elogiarme.
—¿Por qué se detuvo?
—El ejército de Bruce lo mató en Bannockburn.
Apartó la mirada. Tenía buenas razones para odiar a los de su clase. Toda su
familia lo hizo, evidentemente. Tenía que ser por eso que ayudaron a Bennett
cuando los Escoceses invadieron hace cinco años. —¿Estuviste cerca de él?
—Aye, él… —dejó de hablar y miró a su alrededor.
Torin se giró para ver qué la silenciaba. Cada hombre en la fortaleza que
finalmente estaba despierto y caminando, listo para comenzar su día, dejando de
hacer lo que estaban haciendo para mirarla.
—¿Esto sucede cada vez que vienes aquí? —le preguntó a Braya.
—A veces —dijo ella, poniendo su mano sobre la empuñadura de su espada.
—Cuando estoy aquí sin mi padre y Galien.
La sangre de Torin hirvió. Su repentino impulso de protegerla fue tan
inesperado y desconocido que, por un momento, fue casi preocupante.
No necesitaba protección, a menos que estuviera sola en un bastión militar
lleno de soldados Ingleses.
Demonios, se suponía que debía esperar hasta que pasara una cierta cantidad
de tiempo antes de que pudiera comenzar a matar. Pero Torin alcanzó su espada.
Si estos bastardos necesitaban convencerse de que ella no estaba sola, felizmente
los complacería.
—¡Señorita Hetherington! —ambos se giraron al oír la voz de Bennett. Caminó
hacia ellos, deteniéndose muy levemente cuando Braya lo enfrentó.
Bennett vestía una túnica larga con medias debajo. Había al menos cuatro
hojas de varias longitudes colgando de su cinturón. Su cabello oscuro colgaba
sobre sus hombros y estaba recogido en sus sienes canosas. Lucía una larga
cicatriz en el puente de la nariz pasando por debajo del ojo, hasta la mejilla. Puede
parecer aterrador para algunos, pero Torin aún no lo había visto practicar, y un
buen luchador necesitaba practicar todos los días.
—No esperaba verte aquí —dijo Bennett, manteniendo su mirada en Braya.
Pasó junto a Torin y se movió para tomar el brazo de Braya. —Puedo llevarla
desde aquí.
—No estoy aquí para verte —le dijo apartando el brazo de su alcance, sin
rastro de temor.
—¿Vaya? —preguntó Bennett. —¿A quién has venido a ver entonces?
—A Sir Torin —le informó audazmente.
El alcaide deslizó su mirada hacia él, mirándolo por primera vez. Se suponía
que Torin se haría amigo de él, no ponerlo celoso de una mujer que nunca podría
tener.
Bueno, no había nada que hacer ahora. Le ofreció a Bennett una sonrisa
arrepentida y colocó su mano en la espalda de Braya para escoltarla fuera de la
fortaleza. —Hablaremos de ello más tarde, mi señor. Le prometí a la Señorita
Hetherington algo para llenar su estómago. Dado que no parece que el castillo sea
un lugar seguro para que coma la hija de Rowley Hetherington, tendremos que
encontrar otro lugar dónde ir.
—Hablaremos de eso ahora, caballero —exigió Bennett, extendiendo la mano
para evitar que Torin se moviera. —No me importa si ambos comen o no. ¿Por
qué están aquí solos? ¿Qué está pasando entre ustedes?
Torin quería sacar su daga y pasarla por la garganta de Bennett en lugar de ser
interrogado por él. ¿Le ayudaría Braya a luchar cuando los hombres del alcaide lo
persiguieran? No. Era demasiado pronto. No saldrían con vida. Había demasiados
hombres. Tenía que esperar hasta que los Escoceses estuvieran parados en las
puertas como estaba planeado.
A Torin no le importaba si el alcaide sabía la verdad. Podría funcionar a su
favor. —Su padre solicita que Rob Adams y yo nos presentemos ante él y le
pidamos perdón por matar a su familia.
—¡Pedir perdón a los saqueadores! ¡Ridículo! ¡Están por debajo de nosotros!
—Bennett cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás con una carcajada. No vio
cuando la rápida mano de Braya liberó su daga y estuvo a punto de clavarla en él.
Torin la atrapó y tiró hacia sus brazos extendidos justo cuando Bennett dejó
de reír y abrió los ojos para mirarlos.
—Su padre ha prometido traer la guerra a Carlisle si Adams y yo no vamos a él
—le dijo Torin.
¿Cuánto más fácil sería tomar el castillo después de que los saqueadores lo
atacaran? Podría incitarlos a pelear entre ellos y su deber estaría a medio cumplir.
Pero tendría que luchar contra ellos, contra ella.
No creo que sea prudente entablar una batalla con los saqueadores cuando
posiblemente los Escoceses vengan aquí.
Bennett frunció el ceño oscuro y lo miró preocupado. —¿Has oído algo?
—Igual que tú —le aseguró Torin, apenas ocultando un gruñido. —Han
tomado las demás fortalezas. ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que
vengan aquí?
—Sí, tienes razón —dijo Bennett afortunadamente después de pensarlo.
—Irás a su aldea con Adams. Y harás lo que dice su padre.
Torin asintió, temiendo haber sellado el destino de sus hombres cuando
llegaran a atacar la fortaleza. ¿A cuántos saqueadores podría llamar Hetherington?
Bennett sabía que necesitaba su ayuda. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa
por ello.
—Ahora —le dijo Torin, inclinándose un poco más. —Si puedes notar que los
hombres miran fijamente a tu invitada —le dio al alcaide un momento para mirar
a su alrededor. —Si debo suplicar el perdón de un hombre por algo que creo fue
correcto hacer, si con eso puedo evitar una guerra, le prometo que no toleraré
que ningún hombre deseche mi arduo trabajo solo porque no pudo mantener su
manos para sí mismo.
Bennett le sonrió, sin importarle un comino su amenaza contra sus hombres.
Descansó su oscura mirada en Torin primero, y luego en Braya. —Me aseguraré de
que los hombres entiendan que no deben tocarla —su sonrisa se amplió en una
sonrisa. —Por supuesto, esa regla también se aplica a ti.
Torin lo miró por un momento, pensando en llevarla al claro más cercano y
acostarse con ella en la hierba. —Por supuesto —respondió, y luego salió del
castillo con ella a su lado.
Capítulo 6

—Tu padre debe comandar un poderoso ejército si Bennett tiene miedo de


perderlos —comentó Sir Torin cuando salían del patio.
Montaron sus caballos, ella sobre Archer, su semental, y él sobre Avalon.
—Podemos reunir a mil hombres —le dijo Braya, y luego sacudió las riendas
de su caballo y se alejó al galope, sin importarle los ejércitos o Bennett o pelear.
Había practicado con Torin, casi lo había vencido, y él no la había despreciado. ¡En
su lugar le había felicitado!
Sin embargo, no había logrado vencerlo. Si hubiera sido una pelea real, la
habría matado. No era grande y musculosa como los hombres. La fuerza no era su
arma. La velocidad lo era. Aunque era tan rápida como un rayo. Él fue más rápido,
impidiendo que acercara su espada a su cuello. Y luego... luego él le dio la vuelta
y… ella pensó en su fuerte cuerpo atrapado entre sus piernas y sintió una especie
de deseo primitivo que no sabía que poseía. Ella no había querido soltarlo. Había
querido besarlo. Millie se habría alegrado si lo hubiera hecho. Lucy se habría
puesto de todos los rojos hasta que necesitara un abanico.
Braya había sentido que sus músculos se tensaban cuando se desprendió de
su cuerpo. Lo sintió duro por todas partes. Él había querido tocarla. Lo había visto
en el calor de su mirada, en su respiración superficial contra su rostro.
Pero no lo había hecho. Eso le alegró. Él no era como los demás.
Por si eso no fuera suficiente, fácilmente accedió a disculparse con su padre y
prometió intentar que el Sr. Adams lo hiciera. Todo estaría bien, gracias a Sir Torin.
Pensaron que el sol se quedaría, pero los cielos se nublaron tan pronto como
dejaron los muros del castillo. No dieron marcha atrás, sino que dejaron volar a
sus caballos por los páramos.
Cabalgaron al sureste, hacia Carleton, manteniéndose alejados del territorio
de los Hetherington del noroeste.
Una de las cosas que todo saqueador apreciaba era un buen caballo. Muchas
veces, la capacidad de escapar rápidamente significaba la vida sobre la muerte. En
ese caso, Avalon era fascinante. Apareció sorprendentemente ligera sobre sus
peludos cascos; el pobre Archer no pudo seguirle el ritmo todo el tiempo, aunque
le dio una buena carrera. Llegaron a una taberna con un mozo de cuadra justo
cuando Braya tuvo que detenerse por el bien de Archer.
Su familia conocía a la mayoría de las familias de Carleton, como los Bell,
dueños de la taberna, por lo que Braya sentía la confianza de comer y descansar
un poco.
—¿No te preocupa que un ladrón te robe a Avalon? —preguntó ella y se sentó
junto a él en una pequeña mesa manchada junto a una gran chimenea que
proporcionaba demasiado calor en un día tan cálido.
—No —le dijo y miró a Yda, la sirvienta que se acercaba a la mesa. —Ella no
permitirá que la tomen. Cualquier ladrón que la toque no será un ladrón por
mucho tiempo. No sin sus dedos —él sonrió y la risa de Yda se escuchó en
respuesta.
—Saludos, Braya —las mejillas de la sirvienta estaban tan rojas que Braya
pensó que se las había frotado con algún tipo de flor para tener ese estado. Pero
era Torin, sus ojos grandes y conmovedores y su boca bien formada. —¿Quién es
tu compañero? —preguntó ella, fingiendo timidez detrás de sus párpados.
—Sir Torin Gray —le dijo Braya, deseando que el decoro adecuado no dictara
que tenía que responder.
Él dirigió su mirada a Yda y luego honró a Braya con una sonrisa sesgada que
la hizo contener el aliento. —Tengo hambre, así que tráeme mucho de lo que sea
que desee la Señorita Hetherington.
—¿Y si lo que pidiera fuera ancas de rana y tripas de cerdo? —preguntó Yda,
apoyando una mano en su cadera.
Torin se frotó el vientre plano. —Yo diría, duplica mi porción.
Braya se rio e Yda se alejó pisoteando, habiendo fallado en su intento de
seducirlo.
—No comerás ancas de rana y entrañas de cerdo, ¿verdad? —Torin le
preguntó, inclinándose con un pequeño rastro de la primera sonrisa genuina que
vio en sus ojos.
En respuesta sacudió su cabeza. —Gachas y dátiles.
Su boca llena se relajó y se curvó. Un rayo de luz entró por una ventana
cercana y cayó sobre sus ojos verde plateado. Bajó la cabeza para protegerse los
ojos en los suaves rizos de bronce bruñido y oro que se le habían soltado de la tira
detrás de su cabeza.
Braya no culpó a Yda por adularlo. Estaba perfectamente diseñado, pero
Braya quería saber cómo qué tipo de hombre había crecido después de quedarse
huérfano a los cinco años. Él sonreía fácilmente, aunque ella había visto algo que
estaba ocultando, algo que acechaba en las profundidades de sus ojos y oscurecía
su alma.
¿Qué era? Lo había visto en él mientras practicaba. Se había movido como
una bestia salvaje, desgarrando y matando en una loca sed de sangre. ¿Por qué
había permitido que la atrajera, la tocara y la tentara a pasar más tiempo con él
del que debería? ¿Quién era él? ¿Un hombre de temperamento apacible que era
bueno con su espada? ¿O alguien mucho más peligroso? ¿Qué estaba haciendo
aquí con él, quería saber más sobre él? ¿Quién le enseñó a luchar? ¿Había amado
a alguien antes? ¿Tenía esposa?
—Eres muy amable al ofrecer tus disculpas a mi familia —le dijo, sintiendo
como si la habitación y las otras cuatro mesas giraran lentamente.
Dejó de mirar por la ventana los cielos oscurecidos y la estudió. Quería
preguntarle en qué había estado pensando.
—No me felicite por algo que hago únicamente para complacerla, Señorita
Hetherington.
¿Por qué haría algo únicamente para complacerla? No le agradó pensar que
su disculpa no era sincera, pero interiormente aún se calentó por eso.
—Por cualquiera que sea la razón, tienes mi agradecimiento —dijo. —Y
también tienes mi agradecimiento por evitar que apuñalara al alcaide. Estoy
tratando de evitar una guerra, no de iniciar una.
—Eres una luchadora hábil —dijo, haciendo que sus rodillas se debilitaran.
—Y, sin embargo, quieres la paz.
—No quiero perder más de mi… —ella casi dijo familia y se encogió en su piel.
Él había perdido todo lo suyo. Tenía que entender.
Lo vio deslizar su mirada hacia la ventana y guardando silencio. Justo cuando
pensaba que él no volvería a hablarle en toda la tarde, su voz profunda y rica llegó
a sus oídos.
—Haré lo que pueda para ayudar.
Ella le ofreció su sonrisa más cálida y luego se echó a reír cuando su vientre
hizo un fuerte sonido retumbante.
—No te gusta Bennett —dijo, todavía sonriendo cuando su risa se calmó.
—Suenas sorprendido —le arqueó una ceja y luego esperó mientras Yda
regresaba con el desayuno, con una ración extra para Torin, y dejaba los platos.
—Lo estoy. Pensé que tu familia tenía un vínculo con él.
—Mi familia no es leal a nadie más que a los Hetherington —le dijo mientras
tomaba tazones calientes de avena y dátiles. —Debiste ver eso después de que
mis primos atacaran a los hombres del alcaide. Eran unos tontos. Necesitamos al
alcaide tanto como él nos necesita a nosotros. Ayudamos a los guardias
fronterizos a mantener alejados a los Irvine y los Carruther, incluso a los Escoceses
si regresan. Ellos evitan que los Armstrong y los Elliot reúnan sus ejércitos contra
nosotros en este lado de la frontera. Es una buena sociedad, pero no hay más
lealtad que a la familia.
Él la miró, considerando sus palabras, luego asintió y continuaron comiendo
por un rato más.
—¿Quién te enseñó a pelear? —le preguntó, queriendo saber más sobre él.
Su cuchara se detuvo a mitad de camino. Bajó la mirada hacia él, quien
protegió su mirada detrás de sus pestañas oscuras. Ella había notado esta misma
reacción cada vez que le preguntaba sobre su pasado. A él no le gustaba hablar de
eso, lo que solo hacía que ella quisiera saber más.
—Me convertí en parte de la guarnición en la fortaleza de Till cuando tenía
siete años, pero me convertí en uno de los hombres más feroces del alcaide, y él
se hizo amigo mío.
—Su fortaleza fue derribada hace cinco años por los Escoceses —dijo Braya,
demostrando que sabía lo que estaba pasando fuera de su propio territorio.
—Poco antes de que los Escoceses perdieran contra nosotros.
—Aye —estuvo de acuerdo. —Yo estaba allí cuando los Escoceses lo mataron.
Eran intrépidos y salvajes, pero también había aprendido a ser esas cosas. Sin
embargo, una vez más, mataron a alguien que me importaba. Juré matar a tantos
Escoceses como pudiera antes de morir.
Ella asintió y luego miró hacia otro lado, escondiendo su mirada para que él
no viera a alguien que no le agradara; un corazón que sangró por demasiados, una
tonta llevada por sus sentimientos. Eran las palabras de los saqueadores que
habían atacado junto a ella.
—Hablas como Galien.
Él se rió suavemente, más por sí mismo que por ella. —No lo conozco, pero
tengo la sensación de que no fue un cumplido.
—No deseo insultarlo, mi señor —le dijo con sinceridad. Era una saqueadora,
una guerrera, y él no la había insultado ni una sola vez.
—Puedo soportarlo, mi lady —respondió con un destello de calidez y
diversión en su mirada. —Se lo aseguro.
Ella le sonrió. No pudo evitarlo. Quería conocerlo y, hasta el momento, le
gustaba casi todo lo que sabía. Casi. —A Galen le gusta pelear y matar a sus
enemigos.
—¿Qué hay de malo con eso?
Su corazón se hundió, pensando que él era otro tonto orgulloso y sediento de
sangre. —¿No crees que hay algo mal cuando disfrutas de asesinar?
—Eso depende de quién esté muriendo.
Le sorprendió su fría respuesta y comenzó a levantarse para irse.
Su mano alcanzándola a través de la mesa la detuvo. —No te vayas. Por favor.
—Somos demasiado diferentes —insistió. —Lucho por comer…
—El sonido de los gritos de mi madre me sacó de mi sueño.
¿Qué? ¿Qué estaba diciendo? Su madre. ¿Le estaba diciendo cómo había
muerto su madre para demostrar que algunas personas merecían morir?
—Me senté y me froté los ojos —continuó con una voz sin alma. —Alguien
estaba allí en la oscuridad y me tiró de la cama hacia los juncos fríos. La llamé. Ella
gritó de nuevo. Mi corazón se sentía como si fuera a estallar de terror. Me llevaron
hasta ella justo a tiempo para ver a otro hombre clavar una hoja larga en el vientre
de mi padre hasta que salió por el otro lado. Luego prendieron fuego a la casa. No
sé si mataron a mis dos hermanos.
—¡Oh, Torín, no! —Braya se hundió en el banco. —No fue mi intención… —su
voz se desvaneció en una tos que produjo para detener el sollozo que quería
escapar de sus labios. —Perdóname —lo tomó de la mano y la cubrió con la suya
mientras un torrente de lágrimas caía de sus ojos. No discutió con él sobre si tenía
o no derecho a sentir lo que sentía por ciertos hombres. Ya que ella no había
perdido a toda su familia por culpa de los Escoceses. —No me di cuenta de lo
terrible que debe haber sido para ti.
La miró y, por un instante desgarrador, no pareció saber dónde estaba. Como
si todavía estuviera allí, perdido en su pasado recordando de nuevo lo que había
sucedido.
Luego su mirada se aclaró y miró su mano cubierta y temblorosa y las lágrimas
que habían caído alrededor de ella. —No —dijo con un tono de barítono suave y
ahumado. —No sé por qué compartí pensamientos tan espantosos contigo. Soy yo
quien debería pedir perdón —deslizó su mano libre. —Es fácil hablar contigo
Braya.
Ella sonrió. Sabe que le es difícil ser honesto con las personas. Le gustaba que
se hubiera abierto a ella.
Un trueno estalló en el cielo gris carbón. Sobresaltada, Yda dejó caer una jarra
de cerveza.
Torin se levantó del banco. —Necesito ver a Avalon. No le gustan los truenos.
—Iré contigo —dijo Braya y lo siguió fuera de la taberna.
No habían caminado más de tres pasos cuando los cielos se abrieron y
grandes gotas cayeron sobre ellos. A Braya no le importó. De hecho, amaba la
lluvia. Limpiaba y nutría. Sin embargo, hacía frío y se apresuró hacia Torin cuando
él abrió su capa para que ella se refugiara debajo.
Corrieron juntos, riéndose bajo su capucha cuando entraron al establo. Torin
se puso serio de inmediato cuando descubrió que Avalon no estaba donde la había
dejado.
—¿Alguien se la ha llevado? —Braya le preguntó mientras corrían de regreso
bajo la lluvia.
—No. Debió haberse asustado y huido.
Gritó el nombre de la yegua, una vez, y luego otra. Su voz, aunque alta y
fuerte, fue ahogada por el viento y más truenos.
Silbó y el sonido agudo atravesó el viento.
El corazón de Braya comenzó a acelerarse al darse cuenta de que la hermosa
Avalon se había escapado. ¿Volvería ella?
Torin siguió silbando y buscándola hasta que ambos estuvieron empapados.
—¿Ha hecho esto antes? —ella le preguntó mientras se dirigían a los árboles.
—Una o dos veces.
—Pero ella volvió —señaló Braya, con la esperanza de consolarlo. ¿Estaba
angustiado? Ella no podía decirlo.
—No, tuve que encontrarla.
—Vaya —el corazón de Braya latía fuerte y rápido. Tenían que encontrarla.
—¡Avalón! —ella gritó.
La buscaron durante otro cuarto de hora, gritando, secándose la lluvia de los
ojos y buscándola por el bosque.
—Separémonos —sugirió finalmente. Él asintió y luego vio algo sobre su
hombro. Parpadeó con sus grandes ojos verdes y Braya no supo si lo que caía de
sus ojos era lluvia o lágrimas.
Dio un paso a su alrededor y Braya se giró para ver a la enorme yegua de pie
entre los árboles. Su melena larga y empapada parecía más gris que blanca cuando
caía en cascada sobre sus ojos abiertos y aterrorizados. Tembló y se adentró más
en los árboles cuando los vio.
—Venga, mi señora —extendió su mano. —Estoy aquí. Estás segura.
Braya se quedó dónde estaba mientras él avanzaba, hablándole en voz baja a
Avalon. Lo vio levantar ambas manos cuando la yegua echó la cabeza hacia atrás y
mordió el aire. Avalon le estaba advirtiendo que no se acercara más. No dejó que
su miedo lo detuviera, sino que continuó hablándole.
Cuando la alcanzó, levantó la mano hasta su nariz. Ella empujó hacia atrás y le
espetó. El corazón de Braya se rompió y latió con fuerza al mismo tiempo. Avalon
tenía tanto miedo que no lo reconocía. No se dio por vencido y, finalmente,
Avalon dejó que le tocara la nariz con una mano y luego las mejillas. Giró su
enorme cabeza hacia él y la restregó contra él. Torin le respondió levantando su
rostro, presionándolo contra el de Avalon.
Braya pensó en la clase de hombre que debía ser para haberse ganado la
confianza de semejante animal. Él fue paciente y, después de un poco más de
persuasión, la condujo hacia Braya.
En ese momento, un hombre salió de entre los árboles y lo detuvo. —Ese es
un buen caballo, hermano —levantando su espada mojada le dijo. —Me lo darás,
y el gel…
Dejó de hablar cuando Braya le clavó la empuñadura de una daga en la nuca.
Se dobló en el suelo, dejándolo frente a Torin. Sonrió, pasó por encima del ladrón
y continuó.
—¿Dónde la conseguiste? —Braya le preguntó mientras secaba Avalon y
dejaba heno fresco en el establo de la taberna.
—Había estado viajando hace dos años y me encontré con un gitano con un
caballo gloriosamente hermoso y un látigo cruel.
—¡Oh, no! —Braya susurró, horrorizada y entendiendo a Avalon un poco
mejor.
—Casi la mató una noche —continuó, recordando. —Quería liberarla. Era solo
piel y huesos. Tirando de su carruaje desde quien sabe cuánto tiempo... Pensé que
estaba al borde de la muerte. Quería que corriera, sin ataduras durante el breve
período de tiempo que le quedara, libre. Pero primero tenía que liberarla del
carruaje. Como puedes imaginar, no quería que nadie la tocara, así que tuve
dificultades para liberarla —le sonrió a Avalon y la acarició. —Finalmente lo logré y
se fue galopando, tan rápido como podía. Pensé que nunca la volvería a ver. Pero
volvió a mí dos noches después en un valle iluminado por la luna y ha
permanecido conmigo desde entonces.
Braya sonrió. No le importaba estar de pie en el heno, alimentando a Avalon y
Archer con zanahorias mientras Torin le contaba historias de la Isla de Avalon y un
rey llamado Arthur.
—¿Cómo conoces estos cuentos?
Torin fue a pararse en la ventana. La lluvia había cesado y las nubes habían
desaparecido. Miró hacia la luz del sol. —Leí sobre ellos.
Braya no estaba segura de haberlo escuchado correctamente. ¿Por qué un
guardia tendría necesidad de leer? —¿Puedes leer?
—Aye. Aprendí cómo mientras vivía en la fortaleza de Till —se apartó del sol y
le sonrió. —También puedo escribir.
—Utilizas bien tu tiempo —dijo con admiración entrelazando su voz. Tales
habilidades eran difíciles y tomaban muchos meses, incluso años, lograrlas.
Sacudió la cabeza, maravillándose de él, y se olvidó de los caballos mientras
avanzaba hacia él. —¿El gobernador te obligó a aprender?
—No —le dijo él, observándola acercarse, convirtiendo sus huesos en líquido.
—Quería leer para poder encontrar la historia de Avalon.
—Eres un hombre muy decidido.
Él sonrió. Una sonrisa bien practicada, que no le llegaba a los ojos. Braya
pensó que no le gustaba este cumplido. ¿Por qué no? ¿Quién era él? Entendió por
qué quería ser un soldado del rey y ayudar a triunfar sobre los Escoceses, pero
había mucho más en él que eso. ¿Quién lo crió? ¿Dónde había estado en los
últimos años, desde que los Escoceses tomaron la fortaleza de Till hasta ahora?
Había mucho más que ella quería saber sobre él. Tanto que sentía que necesitaba
saber.
Él era diferente. Eso fue algo bueno. ¿No es así?
Capítulo 7

Se detuvieron fuera de la ciudad, ambos montados y listos para separarse.


Torin sabía que debería desearle buenos días y dejarla ir a casa, pero no
quería. Quería pasar la tarde con ella... la noche. ¿Qué demonios le pasaba a él? Se
suponía que debía hacerse amigo de los guardias, del mismo Bennett, descubrir
las debilidades de la guarnición, la lista continuaba, y aquí estaba, queriendo hacer
sonreír a una muchacha Inglesa por el resto del día.
—Estaba pensando en ir a Wetheral a buscar algunos suministros —dijo,
tratando de acomodar a un Avalon impaciente y tal vez un poco celosa entre sus
muslos. No necesitaba ningún suministro en Wetheral, pero quería pasar más
tiempo con ella. —Me gustaría ir en tu compañía.
Braya sonrió, lo que lo complació, lo que también lo hizo fruncir el ceño.
—¿Qué tiene un pueblo que no tenga una ciudad? —ella le repuso.
—Una cascada.
Sus ojos se abrieron y brillaron con interés. —Conozco una que está más cerca
—pero luego miró a lo lejos, hacia su pueblo, y negó con la cabeza. —Ya hemos
pasado demasiado tiempo juntos —exhaló un suspiro desfalleciente, como si esto
fuera lo último que quisiera oírse decir. Luego, venciendo la melancolía que se
había apoderado de ella, volvió a sonreír, mostrando su hoyuelo y haciéndolo
dudar de todo lo que creía.
Los Ingleses merecían morir. Pero, no ella. No la quería cerca de ninguna
pelea. No estaban del mismo lado.
—Pasé un hermoso día con usted, Sir Torin. Gracias.
Él le sonrió. Aunque no quería. Lo que quería era dar la vuelta e irse. Avalon
también quería que él se fuera.
Podría haberlo matado esta mañana. La había visto mover el brazo
lentamente para que él pudiera detenerla. —Estaré aquí mañana, esta noche
—agregó en voz baja.
Ella se rio y él quedó encantado por su hoyuelo, la vista de espaldas de ella y
el sonido que hacía.
—Adiós —le dijo, aleccionadora.
Le dejó con las ganas de querer avanzar con Avalon hacia adelante y traerla de
regreso.
—No te moverías, ¿verdad? —le preguntó a la yegua mientras se dirigía al
torreón. No esperó ninguna respuesta. Sabía lo que sería. —¿De qué estás celosa
de todos modos? No siento nada por ella.
Pero ¿qué sabía de sentir nada por nadie? No había querido a nadie desde
que tenía siete años. Honestamente, no quería que le importara ahora. Era
demasiado molesto. Podría hacer que lo maten. ¿Qué tipo de encantos poseía
Braya para dispersar sus pensamientos? Nunca podría haber nada entre ellos. Su
secreto era demasiado grande. Su pasado era demasiado oscuro y su corazón
estaba demasiado consumido por la oscuridad para hacer feliz a una muchacha.
Tenía que quedarse con su plan y no desviarse, mantener sus pensamientos
en lo que había venido a hacer aquí. Traer guerra. Había sido impulsado por un
solo deseo desde que era un joven lad. Usar las habilidades que había aprendido
para matarlos a todos, acabar con ellos, hacerlos pagar.
—Terminará pronto —le dijo a Avalon. —Y luego…
¿Qué? ¿Qué haría? ¿Adónde iría? Después de Carlisle, no habría más
fortalezas que derribar. Tal vez podría establecerse en algún lugar... con... alguien.
Casi se rio de sí mismo y de sus tontas cavilaciones. Era demasiado tarde para el
amor y una familia, aunque era algo que una parte profunda de él siempre había
deseado. ¿Por qué permitía que la Señorita Hetherington despertara ese deseo?
Tenía a una familia, se recordó a sí mismo, y metió la mano debajo de la capa para
tocar el broche con los dedos. Tenía a Avalon. Era suficiente.
No sabía por qué había compartido algo sobre su vida con ella. Nunca nadie lo
había tentado a ser tan honesto. Todavía no estaba seguro de si le había hecho
algún bien. Su habilidad consistía en hacer que la otra persona contara todos sus
secretos mientras él ocultaba los suyos. Pero se sintió a gusto con ella desde el
momento en que se sentaron juntos ayer en el bosque y también hoy en la
taberna. Cuando ella se levantó para irse, enojada por su postura sobre matar, él
no quería que se fuera, así que le contó un poco sobre ese trágico día.
Pero él no había compartido su verdadero yo con ella, ni con nadie más. Era
un niño, avergonzado y lleno de culpa por huir, por escapar cuando sus hermanos
no lo habían hecho. Por no matar a esos soldados. Quería que los demás vieran a
un soldado confiado y en control, no a un niño emotivo y lleno de cicatrices cuyo
propósito al seguir vivo era vengar a su familia.
Montando sobre Avalon cruzó el puente de piedra y atravesó la gran puerta
de entrada exterior. Anotó la hora del día y cuántos hombres miraban por encima
de las murallas en busca de cualquier señal de enemigos del norte.
Saludó a algunos de los soldados de camino a los establos, donde entregó las
riendas de Avalon a un mozo de cuadra y le advirtió que no la tocara.
—Tengo entendido que debo suplicar el perdón de Rowley Hetherington.
Torin giró en dirección a la fortaleza y vio a Rob Adams acercándose detrás de
él. Venía del campo de práctica en la sala interior. Llevaba una léine sin mangas
metida en el cinturón. Sus brazos brillaban por el sudor. Había estado practicando.
Torin casi sonrió y se detuvo para esperar a que lo alcanzara. —Y el del padre
del hombre al que mataste.
—¿Por qué nos disculpamos por defendernos?
Mirándolo, Torin no pudo evitar preguntarse en cuántas batallas había estado
Adams. Incluso le faltaba un lóbulo de la oreja. —Rowley Hetherington ha
prometido traer la guerra aquí si no hacemos lo que pide.
—Él no es tonto —resopló Adams. —Solo hay dos cosas que lo harían traer la
guerra: que su hija sea lastimada o que su esposa sea lastimada. De lo contrario,
es todo ladridos y pequeños mordiscos.
—Pensé que ustedes eran amigos.
—Yo también, y luego su familia trató de robarme y matarme.
A Torin le gustó su confianza y sus ganas de pelear. Lástima que luchara en el
bando equivocado. Adams tenía la habilidad suficiente para matar a un saqueador
mientras aun estando cansado y borracho. Torin tendría cuidado de no formar
ningún tipo de vínculo con él, ya que iba a matarlo en algún momento en el futuro.
Mejor saber ahora cómo luchaba. Torin lo pensó y tiró de sus rizos hacia atrás
para atarlos de nuevo. No había tenido una buena y dura práctica con alguien
hábil en meses. Braya era una oponente habilidosa e interesante, pero quería
besarla como el demonio, no derrotarla. —Hablemos mientras entrenamos
—ofreció. —¿O necesitas descansar?
Adams entrecerró sus ojos oscuros en Torin y luego sonrió, demostrando que
le faltaba un diente en el lado derecho de la boca. —No, no necesito descansar.
Esperaba verte en el campo hoy.
—Estuve aquí justo antes del amanecer —le dijo Torin mientras caminaban
juntos por el patio. Un puñado de hombres estaban practicando.
—Si hubiera sabido que estabas aquí, me habría unido a ti para hacer algo de
deporte —Adams arrancó su espada larga de su vaina. —Pero mejor tarde que
nunca.
Torin sacó su espada de encima de su hombro. Practicar con él también le
daría una ventaja a Adams. A Torín no le importaba. Practicaría con todos en este
maldito castillo hasta que pensaran que sabían cada uno de sus movimientos, y
aun así ganaría.
—No reconozco el acento cuando hablas —comentó Adams y golpeó el aire
con su espada para aflojar su brazo. —¿De dónde eres?
Entonces, Adams estaba familiarizado con muchos tipos diferentes de habla,
lo que significa que se movía mucho. Probablemente era un mercenario. El tipo de
hombre más peligroso. Porque su lealtad pertenecía solo a su bolsa.
—Bamburgh —le dijo Torin, listo para dar cuenta de todos sus antecedentes falsos
si fuera necesario. Bamburgh estaba cerca de la frontera Escocesa en el este, por
lo que si su tono a veces sonaba más como el de los Escoceses, era comprensible.
Rodeó a Adams una vez y abrió la boca para decir más, pero Adams tenía
otras preguntas.
—¿Cómo supiste de mi amistad con Hetherington?
—Su hija me lo dijo —dijo Torin, preparando su espada.
—Aye, escuché que la Señorita Hetherington estuvo aquí esta mañana
—Adams apoyó los pies y levantó su espada. —No sabía que pasabas tiempo con
ella —se adelantó con un largo golpe que hizo que el aire frente a la cara de Torin
silbara.
—Nos separamos justo antes de que me encontraras —le dijo Torin,
enderezándose. Agitó su espada, esquivando por poco las rodillas de Adams, luego
curvó su muñeca y encontró un lugar abierto en la defensa del soldado. Sostuvo el
frío acero de su espada en la ingle de su oponente.
Adams le dio la victoria. Se separaron, preparándose para la siguiente ronda.
—Así que pasaste la mañana en algún lugar con ella —comentó Adams,
levantando su espada sobre su cabeza para bloquear un golpe aplastante de Torin.
—Y regresaste sin una herida.
Había dado el nombre de Adams como uno de los hombres que no la había
acosado.
—Una vez que se dio cuenta de que no tenía intenciones de abusar de ella
—le dijo Torin. —Fue bastante agradable.
Sus espadas se encontraron y se cruzaron entre ellas. Adams empujó contra él
y lo miró directamente a los ojos. —Ella no es tomada en serio y eso puede ser la
ruina de este castillo.
¿Qué demonios significaba eso? Torin paró un golpe de barrido dirigido hacia
su cadera y estrelló su hoja con fuerza contra la de Adams, casi tirando la
empuñadura de las manos del soldado. —¿Cómo es ella una amenaza para este
castillo? —golpeó y golpeó y empujó a Adams hacia atrás con una avalancha de
fuertes golpes.
Adams se defendió valientemente, pero finalmente, golpeó cuando debería
haber bloqueado y cerró los ojos cuando Torin empujó la punta de su espada
contra su garganta.
Torin tomó la segunda victoria y giró sobre sus pies para alejarse, recuperar el
aliento, y pensar en lo que Adams había dicho. ¿Se había perdido algo? Braya no
quería la guerra.
—Ella odia al alcaide —Adams le dijo cuando regresó unos momentos
después. —Y debería. Si Bennett se saliera con la suya, él… —se detuvo y sacudió
la cabeza, incapaz de terminar lo que quería decir. —Él nunca ha ocultado que la
desea, aunque desprecia que luche y no crea que es peligrosa. Si él la toca, me
temo que ella no dudará en causarle todo el dolor que pueda.
Torin se tocó la ingle y tragó saliva.
—En el instante en que Rowley Hetherington se entere de lo que Bennett se
atrevió a hacerle a su hija... bueno, no habrá amenaza de guerra. Simplemente
vendrán. ¿Sabes cuántos de ellos hay? Tantos —dijo respondiendo a su propia
pregunta. —Que no reconocí a los cinco que nos robaron, y llevo aquí doce años.
Bennett morirá. Carlisle caería y llamaría la atención del Rey Eduardo sobre los
Hetherington, especialmente sobre Braya.
Aye, Adams tenía razón. Odiaba a Bennett. Torin debería haberlo visto. Ella se
lo había ocultado, pero el alcaide no la había reconocido la mañana en que estuvo
aquí con su familia. Así como esta mañana, que ni siquiera le permitió tocarla.
Torin ya le había impedido golpear a Bennett con su espada una vez hoy.
También era una amenaza para sus planes. En lo que se refería a los
saqueadores, era un soldado Inglés de Carlisle. Masacrarían a la guarnición, y él
solo no podría luchar contra mil hombres por su cuenta. Demonios, necesitaba
mantener a Braya a salvo del toque de Bennett. Necesitaba asegurarse de que los
temores de Adams no se cumplieran. Tenía que pensar. ¿A quién podría alistar
para luchar junto a él si llegaban mil hombres?
—¿Por qué te preocupas tanto por su vida? —le preguntó a Adams. ¿El
soldado estaba enamorado de ella? No. Torin no vio pasión en sus ojos, ni la
escuchó en la voz del anciano. —Déjame adivinar. Le salvaste la vida.
—De hecho, ella salvó la mía.
—Eres el guerrero más hábil aquí —dijo Torin, sonriendo dudoso. Ella era una
pequeña mujer. ¿Cómo podría salvar a un guerrero como Adams? Pero recordó
cómo ella había practicado con él. Si hubiera tenido otro instante, podría haber
cortado la garganta de Torin.
—¿Qué importa la habilidad cuando te golpean en la cabeza con la
empuñadura de una espada y te dejan inconsciente? Le debo mucho y, además,
me recuerda a mi hermana —Adams explicó encogiéndose de hombros, como si
significara poco para él. El dolor en sus ojos decía lo contrario. —No la he visto en
seis años.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que Torin había visto a sus hermanos?
Veintidós años. ¿Estaban muertos? Tenían que estarlo. Los Ingleses habían
incendiado su cabaña. ¿Se habían llevado a sus hermanos con ellos o los habían
dejado morir en las llamas? No importaba. Lo más probable era que hubieran
muerto más tarde.
Pero él no.
—Bennett no la tocará —le aseguró Torin, parpadeando de vuelta al presente.
—Tiene demasiado miedo de perder el apoyo de los saqueadores, y espero
hacerle recordado cuánto. También hice que se asustara un poco de mi espada.
Adams lo miró con curiosidad. —¿La protegerías de él?
—Aye —le dijo Torin, preparándose para pelear una vez más. —¿No lo harías
tú?
—Aye.
Practicaron un poco más, hablando menos, hasta que apareció Sir John e
informó a Torin que el alcaide quería verlo en su solar privado.
En el camino de regreso a la fortaleza, Torin pensó en Rob Adams. No era
como los otros soldados. Era inteligente y experimentado, y claramente practicaba
todos los días, ya que luchó bien contra Torin. Se preocupaba por Braya, por lo
que probablemente ella pensó que era amigo de su padre, aunque Adams no
había dicho que lo fuera.
Se aseguraría de ver a Adams más tarde y terminar su conversación.
Pero ahora, tenía que encontrar el solar.
Afortunadamente, tenía un buen sentido de la orientación, como resultado de
los años que pasó viviendo en el bosque y de las muchas fortalezas en las que
había vivido desde Till.
Llamó a la pesada puerta de madera y hierro forjado del segundo rellano y le
indicaron que entrara.
—Ah, Gray —dijo Bennett, apenas levantando la vista de una mesa donde
estaba inspeccionando un mapa desenrollado. —Finalmente ha regresado de su
salida con la Señorita Hetherington. ¿Cómo estuvo?
—Instructiva —le dijo Torin, mirando a su alrededor mientras entraba.
Bennett quería a Braya. Aunque pensar en eso le encendía las entrañas, Torin
lo mantendría en mente al tratar con él. Si Torin fuera visto como un competidor
por sus afectos, sería arrojado de culo.
—¿Vaya? —Bennett miró hacia arriba. —¿Cómo es eso?
Que pensara que Torin estaba interesado en ella solo por información. Haría
que Torin fuera útil para el alcaide.
—Rowley Hetherington se sintió insultado por el trato recibido aquí ayer. Eso,
junto con la muerte de cinco miembros de su familia en nuestras manos, cuatro de
ellos en las mías, lo ha tentado a considerar ir a la guerra contra Carlisle. Soy
responsable de mi parte en esto. Hetherington quiere una disculpa. La tendrá. Rob
Adams también está de acuerdo. Él también esperaría una de ti.
—¿De mí? —Bennett frunció el ceño.
—Lo sacaste a él y a sus hijos del culo. Lo conoces mejor que yo. ¿Crees que es
el tipo de hombre que dejaría pasar ese tipo de cosas?
El ceño de Bennett se profundizó y apartó la mirada. —No. Pero no me
disculparé con él.
Oh, diablos, ¿qué estaba a punto de hacer? Él no estaba aquí por la paz. Él era
la Sombra, el portador de la guerra. Guerra que aún podía esperar. Tenía tiempo
de instalarse y planear el ataque. Al rey no le gustaría tener mil saqueadores
esperando cuando llegara aquí. No había otra opción. Por ahora, había que
mantener la paz.
—Tú tampoco deberías —dijo finalmente Torin. —Haz algo mejor.
—¿Cómo qué?
—Invita a algunos de ellos aquí para tomar una copa, tal vez un poco de
música. Haz que se sientan valorados si quieres salvar lo que sea que haya entre
ustedes.
—No creo que sea necesario —se quejó Bennett. —Su ira se esfumará hasta
convertirse en nada lo suficientemente pronto.
Torino se encogió de hombros. —Bueno, creo que también hablo por Adams
cuando digo que amamos una buena pelea. Pero la Señorita Hetherington me
informa que su padre puede reunir mil hombres y, por lo que he visto de su
guarnición, este castillo no duraría ni un día contra mil de ellos. Y luego están los
Escoceses. No quería alarmar a la Señorita Hetherington esta mañana, pero vine
aquí porque había oído que los Escoceses podrían atacar Carlisle este invierno.
Bennett caminó alrededor de su mesa. La mirada de preocupación en su
rostro se hizo más profunda. —¿Dónde escuchaste esto? ¿Qué tan confiable es la
fuente?
—Mi fuente es un soldado de infantería en el ejército de Robert de Bruce. El
bastardo pretende venir aquí y tomar el último bastión de Inglaterra. Juré luchar
contra todos los Escoceses que pudiera. Es por lo que estoy aquí. Quiero ayudarte
a luchar contra los Escoceses, no contra los saqueadores.
Bennett se acercó y lo estudió con ojos entrecerrados y escrutadores. Torin
permaneció inmóvil y sin rastro de engaño bajo su escrutinio.
—Dime, ¿realmente mataste a esos cuatro Hetherington sin la ayuda de mis
hombres?
—Tenía que actuar rápido o todos habríamos muerto. Me habrían robado el
caballo.
—Mmm, rápido. Aye —dijo Bennett, alejándose. —Tendrías que ser rápido
para matar a cuatro hombres antes de que el mío pudiera ayudar.
—Sabía lo que tenía que hacer y eso hice —respondió Torin con una sonrisa
tibia. —Estoy seguro de que no harías menos.
—Por supuesto —Bennett se pellizcó la barbilla entre el pulgar y el índice y
regresó a su mesa. —Me has dado información importante sobre los Escoceses.
Trata de averiguar más.
Torin bajó la cabeza y ocultó la sombra de una sonrisa satisfecha. Estaba
dentro. Ahora, solo necesitaba una razón para entablar una amistad con el alcaide.
—Haga lo mismo con la Señorita Hetherington e infórmeme todo —ordenó y
luego le hizo un gesto con la mano. —Puedes irte.
Torin se movió hacia la puerta y se detuvo en el gran estante de libros en la
pared trasera del solar. Bennet tiene hábito de lectura. —¿Puedo hechar un
vistazo? —se escuchó preguntar, ya alcanzando un volumen de Monmouth.
—¿Lee usted, Señor Torin? —preguntó Bennett, entre sorprendido y curioso.
Torin sonrió, encontrando lo que necesitaba. —Aye, tal vez podríamos hablar
de Monmouth con un poco de vino, cuando tenga un momento o dos.
—Después de nuestra última comida esta noche —dijo Bennett, con un dejo
de exuberancia en su voz que no estaba allí antes. —Tendré tiempo entonces.
—Espero que sí.
—Sí —sonrió el alcaide. —Yo también.
Capítulo 8

Braya caminó por la orilla del río cerca a su casa poco después del mediodía y
escuchó el canto de los pájaros en los árboles. Había estado trabajando desde la
mañana, pero todavía tenía mucho que hacer, gracias a que Galien ocupaba gran
parte de su tiempo preguntándole sobre Sir Torin y cuánto tiempo pasaba con él.
Ella le había dicho que estaba tratando de mantener la paz. Sir Torin se arrepintió
de lo que había hecho. Le había dicho a su hermano que el caballero no era tan
terrible. Solo estaba tratando de proteger a los guardias de Carlisle esa noche.
Pero hablar con Galien fue inútil. Quería venganza. Braya estaba preocupada
de que él fuera tras Torin. ¿Debería advertir al caballero? ¡No! Eso sería como
prepararlo. Galien podría no tener ninguna oportunidad. Tenía que hablar con su
padre al respecto. Iba a tener que intervenir si Galien no aceptaba su decisión.
No quería pensar en nada de eso ahora. Se había escabullido de sus tareas
para poder pensar con claridad sobre... las cosas. Ni su imprudente hermano, ni
preparar comidas, lavar ropa o tenderla para que se seque.
Regresaría antes de que la echaran de menos. Ahora, ella simplemente quería
pensar y caminar.
Se acomodó las faldas y se las subió hasta los tobillos mientras saltaba sobre
rocas y charcos de agua, ansiosa por alejarse de la villa.
Se había arrepentido de su decisión de no acompañar a Torin a Wetheral ayer
cinco respiraciones después de que le dijera que no.
Había disfrutado tanto de su día con él que estaba teniendo dificultades para
dejar de pensar en él y en su familia la noche anterior cuando su tío, Roger, y su
esposa, Cecily, se presentaron para una visita inesperada.
Pensativos, habían traído pan negro y tres tipos diferentes de pastel. Había
suficiente estofado para todos y, después de la cena, comieron pastel y hablaron
de sus vidas. Parecía que los Robson le estaban causando problemas al Tío Roger.
El padre de Braya prometió acudir en su ayuda con al menos sesenta hombres. Su
única condición era que el Tío Roger tenía que hacer lo mismo si lo necesitaban
para pelear.
Braya no había querido escuchar hablar de su familia y la batalla contra
Carlisle. Especialmente por algo que Torin Gray había hecho. Se había disculpado y
se había ido a la cama, solo para soñar con él, su sonrisa, su voz diciéndole... que
su madre estaba gritando y que veía a su padre morir a manos de los Escoceses.
Había querido ir con él cuando se lo dijo. Había querido consolarlo.
Necesitaba consuelo. Podía verlo en sus ojos conmovedores y ardientes. Había
visto demasiado en su vida. Lo más probable es que así haya sido. Se necesitaba
cierto carácter para matar a uno, y mucho más a cuatro a la vez. Lo había visto
practicar y eso la emocionaba y la asustaba al mismo tiempo. Parecía salvaje pero
preciso, como si estuviera luchando contra hombres vivos, derribándolos a todos.
Sus movimientos eran elegantes pero salvajes, un festín para sus ojos. ¿Se estaba
enamorando de uno de los hombres del alcaide? ¿Uno que había matado a sus
primos?
Había accedido a disculparse. Había accedido a hablar con Rob Adams. Si
ambos se disculpaban, evitarían la guerra.
Ella sonrió y miró hacia arriba cuando llegó al final de la línea de árboles... y lo
vio montando a Avalon en el claro. Su corazón dio un vuelco tan fuerte que le
dieron ganas de toser. Parecía un héroe legendario sobre su gran caballo de
guerra. Sus hombros eran rectos y anchos, su cabello teñido de oro por el sol. Su
muslo, que cubría el costado de Avalon, era largo y musculoso. Podía escuchar su
propia respiración, sentía su sangre fluir por sus venas.
Y como si Torin también pudiera oír su respiración, se giró. Cuando la vio, su
sonrisa iluminó sus ojos desde adentro. Ella se sonrojó y bajó la barbilla por un
momento, gustándole que él encontrara agradable su presencia. Ella encontraba
su presencia igual de placentera.
— Señorita Hetherington —saludó y se le acercó.
—Sir Torin —dijo, mirando hacia arriba de nuevo. —¿Qué está haciendo aquí?
Se detuvo, pasó la pierna por encima de la silla y se deslizó hasta el suelo.
Miró hacia atrás para ver si Galien estaba allí. El movimiento la mareó, ¿o fue
la sangre corriendo por sus venas al ver al hombre con el que había soñado toda la
noche?
—Quería darte esto —él le entregó un pergamino.
Ella lo tomó de él y lo miró. Llevaba el sello del alcaide. —¿Qué es?
—Es una invitación del alcaide para ti y diez de tus familiares más cercanos
para cenar y bailar en el ayuntamiento de Carlisle esta noche. Es una muestra de
paz.
Una muestra de paz. Aye. Esto era lo que ella quería. Torin y Rob Adams se
iban a disculpar y no habría peleas. El alcaide había insultado a su padre y ahora
estaba ofreciendo una muestra de paz.
—¿Tuviste algo que ver con esto? —preguntó, continuando su paseo a lo
largo de las orillas.
—Solo un poco, tal vez —admitió, soltando las riendas de Avalon. Alcanzando
a Braya, caminó a su lado. —No quiero pelear contigo ni con tu familia.
—¿Por qué no? —ella no sabía por qué le preguntó. Tenía la sensación de que
sabía cuál sería su respuesta.
—Porque no quiero lastimar o matar a ninguno de ustedes —le dijo en voz
baja.
Era arrogante y reflexivo y hacía que su cabeza diera vueltas. —Gracias
—logró decir. —Y por favor no te preocupes por lastimar o matar a ninguno de
nosotros. No lo harás.
Ella ignoró la inclinación de su boca y metió el pergamino en un bolsillo
escondido entre los pliegues de su manto.
—¿Cómo supiste dónde vivía? —¿y qué hacía todavía aquí? Le había
entregado la invitación al alcaide, pero estaba paseando con ella como si no
tuviera nada más que hacer en todo el día.
—Le pregunté a Bennett. Él me indicó qué camino tomar.
Ella se rió y bajó los ojos. —Lástima que no hayas dicho Sr. Adams o Sir John.
Han estado aquí. El alcaide no.
—Oh, bueno,... él... yo... eh...
Obtuvo una buena cantidad de placer verlo retorcerse.
—Te seguí anoche, solo hasta este punto —se apresuró a explicar cuando le
frunció el ceño. —Es por lo que no estaba seguro de qué camino tomar.
—¿Qué quieres decir con que me seguiste?
¿Era este comportamiento normal para un hombre?
—Quería asegurarme de que llegaras bien a casa. Sé que puedes pelear bien
—dijo, levantando las manos en señal de rendición cuando ella lo miró fijamente.
—Pero no sé con cuántos puedes pelear a la vez si te atacan en la oscuridad.
Ella parpadeó y su mandíbula se puso rígida. —No necesito un guardián, mi
señor.
—Lo sé —le dijo, un profundo sonido gutural desde el centro de su pecho.
—No necesito ser uno.
Caminaron un rato más. No importaba. Le gustaba estar aquí con él. No lo
cuestionaría mientras caminaban. —No importa todo eso —se pasó la mano por la
cara, descartando su conversación anterior. —Cuéntame sobre ti. ¿Dónde pasaste
tus años después de la incursión en la fortaleza de Till?
—En... ehm... en Rothbury.
Cielos, ahora tenía el ceño fruncido. ¿Por qué encontraba tanta incomodidad
al hablar de su pasado?
Ella no iba a tener piedad de él. Empezaba a sentir que él no le estaba
diciendo la verdad, al menos sobre Rothbury.
—¿Quién es el señor allí? —preguntó y miró hacia el río sinuoso a su derecha.
—William Stone —respondió sin dudarlo. —Muy leal al trono.
Ella asintió. —Me sorprende que los Escoceses no hayan asaltado allí todavía.
—Hmm —murmuró y siguió caminando.
—¿Adónde vas? —se detuvo y miró por encima del hombro a Avalon que
pastaba en la hierba, luego de nuevo al caballero.
—Te estaba siguiendo —anunció un poco tímidamente.
—Estás al frente —señaló.
Su rostro se abrió en una amplia sonrisa que casi la hizo caer de rodillas.
—Debo volver al castillo y a mis deberes —dijo, poniéndose serio de nuevo.
Por un momento, se veía tan desgarrado e indeciso que Braya pensó que no se
movería… nunca.
—Quédate —se oyó susurrar. Solo estaba segura de haber hablado por la
forma en que sus tormentosos ojos verdes la recorrieron. —Esperaba que
pudieras quedarte.
Su mirada la mantuvo inmóvil. —Podría si me lo pides.
Ella se rió de nuevo y vio que su mirada se suavizaba y su respiración se
tambaleaba. —¡Lo acabo de hacer! ¿Me harías rogar?
Él asintió, su sonrisa se profundizó hasta convertirse en una sonrisa
juguetona. —Aye, lo haría.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y sacudió la cabeza. Trató de no reírse de
nuevo y fingió estar indignada. —No voy a rogar. Vete a casa ahora. ¡Me despido
ahora!
Lo vio echar la cabeza hacia atrás con una risa breve y burlona. —Suspirarías
por mí. Creo que tú…
Se dio la vuelta para que él no la mirara a los ojos y viera que había estado
suspirando por él, conteniendo la respiración, para que él no la viera temblar
cuando inhalara.
Su risa y su voz se desvanecieron. —No quise insultarte. Realmente no creo
que tú…
Volviendo su mirada hacia él, sonrió, queriendo mantener las cosas ligeras.
—¿Qué?
—…Suspires por mí.
¿Por qué si no pensaría que suspiraría por él? Era misterioso y encantador,
estaba en forma y era un hábil luchador. Estaba segura de que muchas mujeres
suspiraban por él.
—Nunca suspiraría por ti —le dijo y siguió caminando. Sabía que no sonaba
convincente. Tampoco le importaba.
—Ah, me has herido profundamente, mi señora.
Ella sonrió, mirándolo, y luego ambos se echaron a reír. —Entonces
—preguntó ella. —¿Te vas a quedar?
—Aye —respondió él, chocando su hombro con el de ella mientras
caminaban. —Durante el tiempo que me lo permitas.
Hizo que su corazón diera vueltas y saltos mortales. No quería sonrojarse ni
reírse como una lechera enamorada. Ella era una saqueadora por el amor de Dios.
Era hora de que ella...
—¿Tienes hambre? —su voz suavemente melodiosa la acarició.
—Sentémonos.
No pudo evitar ceder al impulso de mirarlo de nuevo. Cayó en la
extraordinaria profundidad de sus ojos, donde las sombras enmascaraban su
propósito. —¿Siempre llevas comida contigo?
Él asintió. —Tengo hambre a menudo.
Ella también asintió. —Igual yo —ella sonrió suavemente y apartó la mirada.
—Muy bien, sentémonos. Hay una zona pequeña y tranquila a la vuelta de esa
curva —ella lo vio regresar con Avalon y recuperar su alforja.
Parecía bastante complacido, a juzgar por las arrugas en los bordes exteriores
de sus ojos cuando la miró. Le gustaba cuando lo hacía sonreír, porque no lo hacía
a menudo. Él se movió hacia una curva y ella lo siguió, mirando detrás de ella en
busca de Galien y encontrando solo a Avalon.
—Ven —instó Torin, guiando el camino.
¿Qué estaba haciendo ella? Sabía poco sobre él con certeza, salvo que podía
matar a más de cuatro miembros de su familia. Y también, pensó en su montura y
que no pisoteaba las flores, sino que las dejaba florecer.
Llegaron a la pequeña ensenada, escondida entre los árboles a lo largo de la
orilla. Ella había estado aquí antes. Sabía que era un lugar hermoso con una
pequeña playa privada bañada por la luz del sol que venía del claro entre los
árboles. No tenía cascada, pero pensó que a él le gustaría.
—Es hermoso aquí —le dijo, su voz llena de asombro. Miró a su alrededor y
absorbió la visión de las libélulas que bailaban sobre la superficie del agua
moteada por el sol, y varias rocas y peñascos de colores entretejidos entre altos
juncos.
Ella sonrió, feliz de haberlo complacido, aunque la asustó muchísimo. No
podía estar enamorándose de él. ¿Qué pensaría su familia? Galien ya estaba
enojado por la cantidad de tiempo que pasaban juntos.
Se quitaron las capas y las extendieron sobre la arena pedregosa. Torin se
sentó a su lado y sacó manzanas, higos, queso, carne seca, tortas de avena y miel,
algunas zanahorias que Braya sospechó que eran para Avalon y más pan negro.
Braya no pudo evitar pensar en cuántas personas podría alimentar. —No es
posible que te comas todo esto y estés en… —casi se traga la lengua para detener
sus palabras. ¿Cómo qué? Estaba en forma. ¿Significaba eso que tenía que
derretirse por completo con él?
Lo vio morder una loncha de cordero seco y comió. Partió un trozo de torta de
avena y lo sumergió en miel. Cerró los ojos y se prodigó en la dulce ambrosía. La
miel solo estaba disponible para los ricos. No comería más, pero llevaría el resto a
casa con su familia, junto con esas manzanas, higos y cualquier otra cosa que
pudiera llevar.
—¿Qué es ese broche? —preguntó ella, entrecerrando los ojos en el insecto
de bronce brillante clavado en su léine. —¿Una abeja?
—Una polilla —le dijo. —Lo uso todos los días.
—¿Vaya? No lo he notado hasta ahora. Es bastante inusual. ¿Dónde lo
obtuviste?
Hizo una pausa por un momento y su mirada fue a otro lugar, un lugar oscuro
y terriblemente molesto. —Lo saqué de mi casa mientras se estaba quemando.
Sospecho que era de mi madre.
Su corazón se aceleró, mirando fijamente su mirada angustiada mientras
regresaba al presente.
—Oh —dijo en voz baja. No se dio cuenta de que extendió la mano para tocar
el broche hasta que él cubrió su mano con la suya.
Él lo protegía. —¿Que paso después? ¿Quién cuidó de ti, mi señor?
Se apartó, soltando su mano. —No soy tu señor.
Había ido demasiado lejos. Sabía que a él no le gustaba hablar sobre su
pasado y lo había presionado. Ella estaba arrepentida.
Volvió a su pastel de avena y comió, manteniendo los ojos en el agua.
—Braya —su voz sonaba tan atormentada en sus oídos que casi se giró y lo
atrajo hacia sus brazos. —No puedo cambiarlo.
Capítulo 9

Torin había inventado una docena de pasados diferentes en caso de que


alguien le preguntara por el suyo. Muy pocos lo conocían. Pensó que podría
decírselo a Braya. Descubrió que una parte de él quería hacerlo, como si
confesarle su alma lo liberara de alguna manera de las ataduras de la culpa y la ira
contenida.
Pero nada lo haría, y se traicionó así mismo al permitirse tener sentimientos
por una mujer Inglesa. Era un Escocés. Vino aquí para traer la guerra. Braya nunca
lo perdonaría por mentirle... si es que sobrevivía.
No podía cambiar lo que se había puesto en marcha. El Rey Robert estaba
llegando. ¿Qué podría hacer Torin para salvarla? ¿Qué podía hacer para evitar
encontrarse en el campo de batalla? No creía que pudiera matarla, y si dudaba por
un instante y ella no, estaría muerto. Se sintió mareado al darse cuenta de que
quién le hizo querer vivir era también lo único que podía matarlo.
—Sé que no puedes cambiarlo —dijo en el más suave de los susurros, sin
entender lo que estaba empezando a carcomerlo. —Pero duele cuando escondes
lo que sientes. Deberías hablar de ello.
Su voz llenó sus oídos como una melodía relajante, atrayéndolo como nadie
más lo había hecho antes que ella.
—A veces pareces como si… —empezó a darse la vuelta. Sus ondas sueltas se
balanceaban y levantaban alrededor de su rostro con la brisa.
El corazón le latía con fuerza en los oídos. Tocó con los dedos un mechón que
le acariciaba la mejilla. —¿Como si?
—Como si… —ella lo miró de nuevo con intrépido abandono enfrentándolo.
—... Estás lleno de oscuridad y solo queda una parte de ti que arde con luz.
Torin buscó sus ojos. ¿Cómo podía ella ver dentro de su corazón y describirlo
perfectamente?
Le escocían los ojos y su visión se nublaba. Por un instante, no estaba seguro
de qué hacer con eso. Cuando se dio cuenta, estaba demasiado aturdido para
apartar la mirada. Nunca nada lo había hecho llorar. Nada desde ese día. Lo revivía
siempre, y cada vez ensombrecía más su corazón. Pero ahora… ¿lágrimas? ¿Qué
diablos le estaba pasando? Se pasó la mano por la cara. ¿Había estado fingiendo
ser Inglés durante tanto tiempo que se estaba convirtiendo en uno de ellos? Había
visto a muchos soldados Ingleses llorando por sus vidas antes de que los matara.
¿Estaba olvidando quién era? Comandante Torin “Shadow” Gray. Llevaba casi una
década cortando gargantas, vengando a sus padres, a sus hermanos, a sus amigos,
a sí mismo.
No era suficiente.
—Perdóname —susurró Braya, destrozando sus defensas con dos palabras
que nadie le había dicho antes. —No quise decir que…
—¿Quiere conocer mis demonios, mi señora?
—Aye —respondió ella sin dudarlo. Enderezó los hombros y levantó la
barbilla. —Lo hago.
—¿Crees que puedes enfrentarte a ellos? —quería sonreír, sonreírle. ¿Estaba
tan confiada? ¿No había venido sola al castillo a verlo? —¿Qué te hace pensar que
puedes?
—Porque yo perdí a Ragenald. Era más que mi hermano. Era mi amigo y el
único hombre en mi vida que creyó en mí.
Torin se pasó los dedos por el pelo. Odiaba tener demonios en primer lugar, y
que Braya también los tuviera. Pensó que era admirable que ella pensara que
podía enfrentarse a él. De hecho, pensó que era el acto más valiente que alguien
le había mostrado jamás.
—Después de que mataran a mi familia —dijo con solemne determinación de
darle lo que quería y averiguar si estaba en lo correcto. ¿Esto le ayudaría? —Tenía
miedo de vivir.
Y estaba avergonzado, pero él no le dijo eso. No pudo. Algunos demonios
eran demasiado oscuros y estaban profundamente escondidos.
—Me escapé, corrí y no me detuve durante dos días. El hambre finalmente
me obligó a parar, pero no comí hasta un día más. Dormí. Soñé con cosas terribles
y me desperté solo y con miedo. Intenté robarle un pescado seco a un vendedor,
pero me persiguió hasta que otro chico me agarró del brazo y me arrastró hacia
las sombras. Era mayor que yo, como mi hermano. Me tomó de la mano y me dijo
que fuera con él.
—¿Cuál era su nombre? —ella preguntó.
—¿Que importaba? —Jonathon. —Salimos corriendo del pueblo y
desaparecimos en el bosque. Ahí fue donde viví con una banda de otros huérfanos
durante los siguientes cinco años. Aprendí a sobrevivir, robando, estafando y
peleando.
—Tenía diez años cuando los Escoceses asaltaron nuestro campamento y
mataron a todos. Había estado robando en uno de los pueblos de los alrededores.
No estaba allí con los demás. Había escapado de la muerte una vez más
—¿fueron estas sus palabras, fue su voz que escuchó salir de sus labios? ¿Por qué
le contaba sobre su vida cuando nunca antes había hablado de ella con nadie?
¿Solo porque ella lo había pedido? No estaba listo para entregar su corazón de
nuevo. No pensaba que alguna vez lo estuviera. La perdería y finalmente se
volvería loco.
—Después de eso, viví solo durante otros tres años, luchando contra todo, tal
parece, para sobrevivir.
Respiró hondo y sacudió la cabeza. —No me siento mejor.
—Tú… —parecía conmocionada. De hecho, sus manos temblaron cuando se
levantaron para limpiarse las lágrimas de sus mejillas sonrojadas. —Nunca jugaste.
No tuviste oportunidad de ser un niño.
—¿Qué?—¿de qué diablos estaba hablando y por qué estaba de pie y
caminando hacia el agua? Cuando ella se quitó los zapatos, se subió las faldas y
entró en la corriente poco profunda, él se puso de pie y la siguió.
—¿Vamos a nadar entonces? —Torin sonrió, quitándose las botas.
—No, pero te vas a mojar —Braya retrocedió y le lanzó un chorro de agua fría.
Torin se rió, un poco sorprendido y empapado. —¿Qué estás haciendo, Braya?
—dio un paso hacia atrás.
Braya se dio la vuelta y corrió con el agua a la altura de la pantorrilla, riéndose
y burlándose de él a medida que avanzaba. La persiguió, inclinándose para recoger
agua en sus manos y lanzarla hacia ella.
Ella respondió empapándolo de regreso.
Cuando la alcanzó para detenerla, falló al principio. Pero luego la agarró por el
codo y tiró de ella hacia atrás, hacia sus brazos. Ella se rió, cayendo entre ellos,
pero se puso seria cuando él captó su mirada en la quietud de la suya.
—Siga hechizándome, mi señora —no pensó en ella sacando una daga y
apuntando a su ingle. No pensó que lo detendría cuando inclinó su cabeza hacia
ella y plantó una serie de besos lentos y sensuales sobre sus labios. Torin estaba
en lo correcto. Braya no lo detuvo.
Torin la atrajo más cerca, deleitándose con la forma de su cuerpo presionado
contra el suyo. Olía al sol de la mañana y a… ganado. La respiró más
profundamente, gustándole que no tuviera miedo de ayudar con el ganado que
había ayudado a robar. Le rodeó la cintura con un brazo y tomó su nuca con la otra
mano, inclinándole la cabeza hacia atrás.
Torin no era más hábil en el arte de besar que Braya. No importaba. No le
impedía besarla sin sentido, hasta que se debilitó en sus brazos y estuvo
demasiado débil para ponerse de pie.
Braya le pasó las manos por el pelo. Quería quitarle la ropa. Pero no. No le
haría eso. Si Torin la dejaba con un hijo y Braya moría... rompió el beso y abrió los
ojos lentamente para mirarla.
—Vamos a secarnos antes de regresar —le sugirió, sonriéndole
soñadoramente.
—Aye —no era lo que Torin quería. Dudaba que fuera lo que ella quisiera
tampoco. Pero era mejor, y mejor que no supiera por qué.
La dejó ir con gran desgana y la vio correr sobre las piedras, de vuelta a sus
capas.
—Hiciste bien en convencer a tu padre de que aceptara mis disculpas, aunque
fuiste bastante atrevida al suponer que se las ofrecería —Torin sonrió, sentándose
a su lado. —A veces la paz es mejor que la guerra.
Sus sorprendentes ojos azules se adentraron más en él que cualquier cosa que
hubiera sentido antes. ¿Qué pasaría si lo encontrara enterrado bajo su vergüenza
y lo sacara del cuello y lo expusiera a todo el mundo?
—Pero a veces —continuó, luchando por mantenerse fuerte. —La guerra llega
de todos modos.
Ella no dijo nada, pero se lanzó hacia adelante y presionó sus palmas a cada
lado de su rostro. —No quiero perder a nadie que me importe. A nadie, Torin.
Torin curvó los dedos alrededor de su cremosa garganta y la atrajo hacia él
para besarla. Sabía que no debería, pero diablos, le importaba un bledo razón
alguna, no cuando la mueca de sus labios los hacía aún más regordetes, más
deliciosos. Cuando el sonido de su voz diciendo su nombre finalmente sonó muy
bien en sus oídos.
¡Pero no! Una alarma sonó en su cabeza. ¡Es Inglesa! ¡No sabe que eres
Escocés! No sabe que a sabiendas guiaste a sus primos a la muerte.
Torin gimió a lo largo de la comisura de su boca, agonizando por cosas en las
que nunca había pensado anteriormente. ¿Por qué Braya era diferente? Había
engañado a cientos, incluido Bennett la noche anterior mientras bebían juntos y se
reían, y planeó la celebración para reconciliar al líder de los Hetherington con el
alcaide.
—Braya…
—Torin —su aliento cayó como vino dulce sobre sus labios. —¿Qué es lo que
te preocupa tanto?
Sacudió la cabeza y se alejó un poco. —Yo… no quiero que me consideres un
bruto si estoy besándote cada vez que me apetece, lo cual sería a menudo, me
temo.
Le sonrió, casi matándolo. —No me he opuesto, mi señor.
Eso era otra cosa. No era un maldito caballero. Era un guerrero, un asesino
despiadado. Planeaba matar a todos los guardias de la fortaleza de Carlisle,
posiblemente al mismo Bennett, y si no fuera por Braya, lo más probable es que su
a familia también.
Su vientre se anudó de dolor, pero lo ignoró. No nació para tener una mujer,
una familia, paz. Todo en él era mentira y, pronto, Braya lo descubriría. Cuando
llegara el Rey Robert, los Hetherington iban a apoyar a Bennett. Demonios, Torin
se estaba asegurando de eso ahora. Se levantó, tirando de su cabello.
Pero, ¿qué más podía hacer? ¿No asistir a la reunión del alcaide para dar su
disculpa? ¿Luchar contra ellos ahora?
La miró sentada sobre su capa, su hermoso rostro inclinado hacia el suyo,
esperando que terminara de hablar. Preferiría posponerlo y pelear con ellos más
tarde. Necesitaba tiempo para pensar en una forma de salvarla.
—Braya, yo no soy el…
Avalon se acercó a toda velocidad desde los árboles y se detuvo cuando llegó
frente a Torin.
Alguien dijo el nombre de Braya. Era la voz de una mujer haciendo eco a
través de los árboles.
—¡Esa es mi prima, Lucy! —dijo ella, saltando del suelo y corriendo por sus
zapatos. Braya la llamó. —¡Aquí, Lucy! —recogió su capa y se la echó sobre los
hombros.
—Braya, es Galien —le dijo Lucy ansiosamente cuando dobló la curva en su
caballo y fijó su mirada atónita primero en Avalon, y luego en Torin poniéndose las
botas. —Te está buscando.
—¡Condenación! —Braya maldijo y se dirigió hacia ella. Necesitaba irse.
Ahora. Lo último que quería era que su hermano la encontrara con Torin. Galien
quería vengarse de sus primos. Hasta que Torin se disculpe públicamente, y su
padre y los demás lo aceptaran, no estaba seguro cerca de Galien.
Se detuvo y se volvió para mirar la comida apilada en la capa de Torin, y luego
a él. Se sonrojó y sonrió, demostrando que la comida significaba mucho para su
familia. —Tengo que irme. Mi hermano es irreflexivo.
Él asintió, no queriendo que ella se fuera. —Toma la comida.
Ella negó con la cabeza, pero Torin insistió y, después de recoger la comida en
la alforja, la ató a la silla de Lucy.
—Tal vez te vea esta noche en la celebración —dijo, sonriéndole mientras
saltaba a la silla de Lucy.
—Tal vez —estuvo de acuerdo Torin, esperando que lo hiciera.
Estaban a punto de partir cuando escucharon el sonido de otro caballo
trotando en la curva.
Torin escuchó a Braya maldecir sobre su cabeza. Era su hermano Galien. Se
acercó en un gran caballo marrón. Su cabello oscuro estaba recogido hacia atrás,
haciendo que los ángulos de su rostro parecieran más duros. Sus hombros eran
tan anchos como una puesta de sol. Estaba claro por su mirada dura y asesina que
prefería ver a Torin muerto que vivo.
—Sir Torin Gray —gritó, acercándose. —Debería matarte donde estás por
mostrar tu rostro tan cerca de las tierras de los Hetherington después de lo que
has hecho.
Avalon se acercó a Torin, y cuando el caballo marrón los alcanzó, Avalon echó
la cabeza hacia atrás, abrió las mandíbulas y chasqueó los dientes.
El hermano de Braya se tomó un momento para calmar a su caballo después
de que casi había perdido parte de su nariz, y luego fijó su mirada asesina en
Avalon.
Torin se paró frente a la yegua, impidiendo que Hetherington hiciera ningún
movimiento contra ella. Casi al instante, Braya estaba allí con él.
—Galien, ¿cuál es el significado de esto? —su voz chasqueó en el aire como
un látigo. —¿Por qué me estabas buscando?
—Pensé que podrías estar a solas con él otra vez —le arrojó el hermano de
Braya. Su acusación y su tono infirieron que algo vil y perverso había ocurrido.
—¿Qué está pasando entre ustedes? ¿Que estabas haciendo?
—Estábamos… —Torin hizo una pausa y arqueó la boca. —…Jugando.
Por un momento, Galien Hetherington pareció demasiado aturdido para
reaccionar. Pero entonces sus ojos comenzaron a arder y alcanzó su espada.
—Mataste a cuatro de nuestros primos.
—Estaba defendiendo a tres guardias que fueron atacados por tus primos y,
sin embargo, mañana iré a pedir perdón a tu padre y a los padres de ellos en el
Ayuntamiento.
—No puedes matarlo, Galien —declaró Braya con la mano en las caderas.
Torin tuvo que luchar contra el impulso de tirar de ella a sus brazos. —Quita tu
mano de tu espada antes de que avergüences a nuestra familia.
—Eres tú quien avergonzará a nuestra familia con tus reuniones secretas con
este asesino.
—Esta no fue una reunión secreta, Galien —se defendió. —Sir Torin nos trajo
una invitación del alcaide —sacó la nota doblada de su bolsillo y se la entregó.
—¿Una invitación a qué?
—Una celebración —le dijo. —Una ofrenda de paz.
Su hermano tomó el pergamino y lo partió por la mitad y luego lo tiró. Braya
le lanzó a Torin una mirada nerviosa. Permaneció quieto y tranquilo.
—Súbete a mi caballo, Braya —exigió su hermano.
—Me iré con Lucy, Galien —le dijo Braya y le dio la espalda antes de que
tuviera tiempo de decir algo más.
Torin dejó de mirarla y dejó que su sonrisa se posara en el hermano. Podía
dejar que los insultos rodaran por su espalda para evitar matar a un hombre,
especialmente si ese hombre era el hermano de Braya. No le molestaba la idea de
que Galien pensara que le había asustado ni nada por el estilo. Sabía de lo que
Torin era capaz y quería mantenerlo alejado de cualquiera de los Hetherington.
—Buenos días, Sr. Hetherington —Torin inclinó la cabeza hacia él y luego saltó
sobre su silla. —Espero verle en el Ayuntamiento mañana.
Se alejó trotando, y luego cabalgó fuera de los árboles y de regreso a Carlisle.
Sabía que lo que estaba sintiendo no era normal. Le importaba lo que Braya
quería. Braya no quería que peleara con su hermano, y no lo había hecho.
Regresó al castillo de mala gana, porque tenía que hacerlo. Tenía un deber para
con Robert, Rey de Escocia. Debería estar allí ahora, preparándolo para el ejército
Escocés. Sabía dónde estaban almacenadas las armas. Torin debería estar allí,
destruyendo lo que pudiera. Había comenzado su amistad con Bennett la noche
anterior, logrando que el alcaide confiara en su consejo y buscara la paz con los
saqueadores. Porque era lo que Braya quería.
Él era lamentable.
Y estaba preocupado.

***
—No me gusta ni confío en él —Galien presionó sus palmas sobre la mesa de
la cocina en la casa de su padre. —No creo su historia sobre nuestros muchachos.
Algo no me sienta bien.
—Hijo, intentaron matar a los guardias. Rob Adams no me mentiría —su
padre se recostó en su silla y lo miró de pie sobre él.
—¿Entonces pusiste tanta confianza en él?
—Aye, lo hago. Lo conozco desde hace mucho tiempo. Me ha confiado
muchas cosas. Cosas que ha sellado y atrincherado detrás de una puerta de hierro
—se inclinó hacia adelante y tomó un sorbo de su taza. Se pasó la mano por la
cabeza descubierta y cerró los ojos por un momento. —Cosas que Rob no quiere
que se revelen nunca. No mentiría para proteger a un extraño. Además, te lo dije.
Me he hecho a la idea. Quiero paz. No quiero perder más hijos.
Galien sabía que nunca lograría que su padre siguiera adelante con esto. Lo
frustraba muchísimo que su padre pudiera ser tan terco como un toro. Pero
cuando Rowley Hetherington se frotaba la cabeza, por lo general significaba que el
tema había terminado.
—Muy bien, Padre. Quieres paz. Confías en Adams. Bien. ¿Pero confías en
Gray con Braya? Están juntos todo el tiempo —no se dio cuenta de que había
alzado la voz o que había balanceado los brazos. —¡Los vi juntos una vez más!
Su padre se puso de pie y apoyó las palmas de las manos encallecidas sobre la
mesa y lo miró fijamente con ojos gris humo que podrían obligar a un antiguo
escandinavo a atravesarlo en lugar de enfrentarlo.
—Tu hermana necesita un hombre que distraiga su mente de pelear. Dejarás
su futuro en mis manos. En cuanto a Gray, tendré su disculpa. Es lo mínimo que
podemos dar a las familias de nuestros muchachos. ¿Entiendes, Galien? ¡Lo
entiendes! —gritó cuando su hijo quería seguir hablando.
Galien asintió. No había nada que hacer con Sir Torin Gray. Pero estaba
seguro de que el hombre estaba mintiendo.
Capítulo 10

Braya entro a Carlisle con Millie y Lucy a su lado y sus padres detrás de ella.
Galien avanzaba pesada y beligerantemente detrás de ellos junto a Will Noble,
enojado porque su padre le había ordenado que asistiera.
Canciones animadas, tocadas con flautas y laúdes por músicos talentosos,
llenaron el ayuntamiento y levantaron el ánimo de Braya. Braya sonrió y señaló a
un malabarista, y luego a un hombre vestido con ropas coloridas de pie sobre los
hombros de un hombre de aspecto idéntico. Se quedó sin aliento ante sus
acrobacias y se sorprendió de que el alcaide hubiera tomado tales medidas por su
familia.
Torin había tenido algo que ver con esto. Una ofrenda de paz. Torin vendría
mañana al Ayuntamiento a disculparse. Era un soldado que quería la paz. El
corazón de Braya se aceleró ante la idea de verlo.
Miró a su alrededor, levantando la mano hacia la gruesa trenza que cubría su
hombro. Llevaba su mejor túnica y sobretodo. Ambos estaban confeccionados en
lana suave, teñidos para que coincidieran con el color del mar. Su túnica se
ajustaba a su cuerpo, un poco fuera de los hombros y tenía mangas largas y
ajustadas que terminaban justo sobre sus nudillos. La mitad superior de su bata
sin mangas se ajustaba como un corpiño, ajustado alrededor de su cintura y en
pliegues de lana con hilo plateado cosido en delicados patrones.
Le encantaban los pantalones y las botas, pero no le importaba ponerse ropa
más femenina cuando la ocasión lo requería.
Lucy no había dejado de hablar de Sir Torin durante todo el camino a casa
esta tarde. Había usado palabras como ardiente y paciente, encantador y serio.
Braya estuvo de acuerdo con todas las descripciones de su amiga, ya que había
visto más. Lo había visto reír, lo había oído calmar a su yegua. Había algo en él...
no los recuerdos envueltos en la oscuridad, sino la luz, la gentil quietud de él que
la atraía inmensamente. Nunca había sentido algo así.
Lo encontró de pie con el alcaide y el Señor Adams ante un gran tapiz en la
pared norte. La luz dorada del hogar y las velas bailaban a su alrededor, lanzando
salpicaduras de cobre y bronce a través de su cabello y en su rostro. El mango, la
empuñadura y la protección de su espada sobresalían por encima del hombro
izquierdo. Llevaba los pantalones y las botas bajo un tabardo de soldado rojo y
azul, el mismo que llevaban todos los guardias. Pero no se parecía en nada a los
demás. Parecía una estatua de algún dios de la guerra que había cobrado vida para
crear un torbellino.
Sus ojos ya la habían encontrado, impidiendo que se moviera, que su sangre
fluyera.
—Braya —susurró Lucy cerca, tirando de ella. —Vamos, estás retrasando a
todos.
Braya sonrió y levantó su pie detrás de ella, fingiendo que sus faldas estaban
enganchadas. —Adelante —gritó alegremente cuando lo “reparó”.
No podía soportar mirarlo después de lo que acababa de hacer. ¿Hasta qué
punto era tonta gracias a Torin Gray? Ella movió los pies. Uno después del otro.
Continuamente.
—¡Ah, Hetherington! —el alcaide se adelantó y le tendió el brazo a su padre.
—Tienes mi agradecimiento por venir —ofreció un rápido y cortés saludo a su
madre y a los demás.
—Tu invitación —dijo su padre con una practicada sonrisa. —No decía para
qué es esta celebración.
—Vaya, es para ti —explicó el alcaide. —Para los Hetherington. Por su ayuda
en el pasado…
Braya dejó de escuchar. Esta fue la disculpa de Bennett por tirarlos de culo. Su
padre aceptaría porque era sabio.
Le dolían los pies, metidos en zapatos diminutos. Ella quería sentarse. Su
vientre rugió. Ella quería…
—Perdóname.
La voz de Torin atravesó sus oídos como tambores mientras acortaba la
distancia entre ellos. Ah, él venía a sacarla de aquí y a sentarla en una silla. Ella
hizo todo lo posible por no sonreírle demasiado.
—Sir Torin Gray —gruñó su padre. —Espero verte en el Ayuntamiento
mañana.
—Aye, me verá allí, Señor Hetherington. Pero en este momento, creo que esta
mujer —se volvió hacia Millie. —Debería estar sentada. Permítame mostrarle su
asiento.
—Su esposo puede hacer eso —dijo el padre de Braya con una sonrisa que
parecía un poco más genuina que la que le había ofrecido al alcaide. —Sin
embargo, puedes mostrarnos al resto de nosotros.
—¡Por supuesto! —gritó el alcaide. —¡Sir Torin les mostrará a todos sus
asientos, donde comerán, beberán y disfrutarán de la noche!
Torin asintió y señaló a Will y Millie en dirección a una silla acolchada al final
de la enorme mesa de caballete instalada en el pasillo.
Braya trató de llamar su atención mientras Torin conducía a su familia al
frente de la mesa y los invitaba a sentarse en los primeros diez lugares a la
derecha e izquierda de la cabecera. Él no la miró por más de un respiro antes de
seguir adelante.
Su padre se sentó en el primer lugar a la derecha, su madre a su lado. Galien
se sentó en el primer lugar a la izquierda, y el tío de Braya se sentó a su lado. A
Braya le gustaría sentarse lo más lejos posible del alcaide, pero quería estar cerca
de su madre si estallaba una pelea, así que se sentó a su lado. Tampoco quería
sentarse entre los soldados, incluso de los que tenían esposas. Lucy se deslizó en
el asiento a su derecha y las dos se sonrieron.
Miró por encima del hombro de Lucy y vio a Torin caminar hacia el final de la
mesa, ver cómo estaban Millie y Will, y luego moverse hacia el otro lado y tomar
asiento en uno de los pocos que quedaban al otro lado.
Había elegido sentarse lejos de ella cuando sabía que había dos lugares
adicionales para los miembros de su familia ya que le había dado a Millie un
asiento especial. ¿La ignoró por el bien de su padre? A ella no le importó en
absoluto y decidió hacer lo mismo con él.
—¿Qué es esto? —el alcaide hizo un puchero mientras se acercaba a su silla
en la cabecera de la mesa y ve a Galien sentado a su izquierda. —Viejo amigo,
esperaba poder disfrutar de la compañía de su hija a mi izquierda. Estoy seguro de
que al joven Galien no le importaría intercambiar asientos.
Le importaba un comino insultar y mortificar a su hermano.
—Me quedaré donde estoy sentada, mi señor —dijo Braya, incapaz de evitar
que su ira agudizara su tono.
El alcaide lanzó una mirada inocente a su padre y luego a ella. —¿He hecho
algo para ofenderte?
No lo había hecho, pero Braya sabía que quería hacerlo. Aun así, no podía
decir cómo se sentía realmente sin arriesgar el frágil pacto que su familia tenía con
él.
Braya sacudió su cabeza.
El alcaide sonrió y Braya miró hacia la mesa. Estaba decorada con sábanas
blancas y frescas. Había ramos de flores, jarras de cerveza y vino, y suficiente
comida para alimentar a todos en su aldea durante un par de semanas. Lástima
que ella no disfrutaría nada de eso.
—Entonces te invito a que te sientes conmigo —lo escuchó decir con una voz
dulce y enfermiza.
No pudo evitar mirar a Torin cuando se puso de pie. Parecía que estaba a
punto de ponerse de pie y detenerla, pero no lo hizo. Braya se alegró. No quería
ninguna pelea.
¿Torin lucharía por ella?
Pasó al lado de Galien en su camino al asiento. Él no dijo nada. Braya miró al
alcaide por avergonzar a su hermano y arruinar la noche.
—¿Alcaide? —su padre se inclinó hacia adelante en su asiento y miró a su
anfitrión. —Ahora, me harás la misma cortesía, espero.
—Por supuesto —estuvo de acuerdo Bennett, arrastrando su mirada
satisfecha de Braya a su padre.
—Esta noche —dijo el líder de los Hetherington. —Me gustaría conocer al
hombre que se arrodillará ante mí mañana. Yo conoceré la medida de su
sinceridad. Trae a Sir Torin y siéntalo junto a mi hija para que pueda hacerle
algunas preguntas. Y pon al Sr. Adams a su lado. También tenemos cosas que
discutir.
Braya miró a su padre boquiabierta. ¿Sentar a Torin a su lado? ¿Que era esto?
¿Se atrevería a sonreírle a su padre? ¿Miró de reojo el largo banco y viendo si
venía Torin?
—Por supuesto —dijo el alcaide con una sonrisa rígida y llamó a Torin. —Ven
a compartir algunas palabras con Rowley Hetherington.
¡Vaya! ¡Braya quería besar a su padre! Casi no pudo ocultar su sonrisa cuando
se giró para ver a Torin venir. Sabía que lo que estaba empezando a sentir por él
era más que una simple atracción. Era difícil apartar los ojos de Torin y del
balanceo de sus caderas bajo el tabardo ceñido al cinturón. Luchó por no mirar la
belleza de su perfil envuelto en un halo de rizos desteñidos por el sol, sus cejas
fruncidas sobre ojos acerados cuando se volvió para mirarla. Casi no podía tragar.
—Entonces, dígame, Señorita Hetherington —la voz a su derecha arrastró sus
oídos. Apretando la mandíbula, escuchó el resto de lo que el alcaide tenía que
decir, dándose cuenta de que no iba a dejarla sola por un momento para hablar
con Torin. —¿Qué piensas del hombre que mató a cuatro de tus primos?
Se apartó de Torin y fijó su mirada gélida en su anfitrión. Entonces, el alcaide
iba a ser más que una plaga entonces. Iba directo a la yugular, ¿verdad?
—¿Qué importa lo que yo piense de él cuando sea mi padre quien decida qué
hacer? Y si importa, entonces me gustaría saber ¿a quién? —ella inclinó la cabeza
hacia él. —¿A ti?
El alcaide abrió la boca para responder.
—Seguramente —continuó, interrumpiéndolo. —Pero tú no te debes
preocupar por lo que yo pienso —Braya arqueó una ceja dorada hacia él y terminó
inexpresivamente. —Y si lo haces, déjame ser franca. No tienes por qué hacerlo
por mí.
Se volvió y saludó al hombre que se había sentado a su lado. —Buenas
noches, Sir Torin. Es bueno verte de nuevo —Braya miró por encima del hombro al
Sr. Adams y también lo saludó. Le tenía cariño al Sr. Adams. Siempre había sido
amable con ella y su familia.
—Señorita Hetherington —Torin sonrió y Braya quiso respirar aliviada. Torin
estaba aquí. Y la noche mejoró. Saludó a sus padres y a su hermano e incluso le
sonrió a la pobre Lucy sentada al lado de Galien.
Después de que sus padres saludaran al Sr. Adams y le agradecieran por venir
al Ayuntamiento mañana, compartieron sonrisas, lo cual era un buen augurio.
—Sir Torin —su padre se volvió hacia él a continuación. —Escuché que la
comida aquí es bastante buena.
Braya se llevó la mano a la boca para ocultar su sonrisa. Su padre se refería a
la comida que Torin le había dado para que la llevara al pueblo. Le había dicho a su
padre que no creía que el alcaide lo supiera. No creía que a Lord Bennett le
agradara saber que uno de sus guardias más nuevos estaba regalando su comida.
—Las manzanas son especialmente buenas —respondió Torin y le dio un
golpe suave en la pierna a Braya por debajo de la mesa.
La tocó muchas veces más mientras comían, rozando su dedo meñique sobre
el de ella en la mesa, su muslo contra el de ella, debajo. No era necesario tocarla.
Braya podía sentirlo cerca de ella, como una carga de calor, incendiando sus
terminaciones nerviosas.
—Ahora que estáis todos juntos —dijo el alcaide, atrayendo su atención hacia
él. —Por qué no nos contáis lo que pasó en la taberna.
Sr. Adams comenzó a hablar primero. Su historia coincidía con lo que Torin le
había contado.
—No tenía idea de que eran Hetherington —le dijo el Sr. Adams a su padre.
—Sabes que habría hecho cualquier cosa en mi poder para no matar a nadie si lo
hubiera sabido.
El padre de Braya asintió y soltó un largo suspiro desde lo más profundo de su
pecho. —No hay mucho más que le pueda preguntar, Sir Torin. Confío en que Rob
Adams me esté diciendo la verdad. En ese caso, también debes estar diciendo la
verdad.
Galien apretó los puños y parecía a punto de hablar, pero afortunadamente,
se mordió la lengua.
El alcaide trató de entablar conversación con Braya, pero ella le respondió
todo con la menor cantidad de palabras posible hasta que el alcaide finalmente
dirigió su atención a los demás en la mesa.
Torin apenas le hablaba directamente, pero compartía leves e íntimas sonrisas
con ella cuando los demás estaban demasiado absortos en sus propias
conversaciones como para prestarles atención.
Hacía que el latido de su corazón se acelerara y que el estómago se le llenara
de mariposas. Una docena de veces quiso volverse y mirarlo sin ocultárselo a su
familia o al alcaide. Pero mantuvo sus ojos sobre su plato y en su madre.
Cuando terminó la cena, los músicos tomaron sus instrumentos y tocaron,
muchos abandonaron la mesa para bailar o estirar las piernas y socializar.
Braya dejó la mesa con Lucy y las dos fueron a ver a Millie en el otro extremo.
Braya sentía los ojos de Torin sobre ella mientras reía y bailaba con Will Noble
y Rob Adams. Permaneció cerca de Braya pero no la invitó a bailar. Cuando
finalmente se cansó de ser ignorada, se acercó a él. —¿Qué te pasa? ¿Te disgusto
ahora?
Sus ojos la estudiaron minuciosamente, pero no ofreció otra reacción, excepto
decir. —Nada de ti me desagrada, Braya. Pero el alcaide está celoso.
—¿Y qué? Déjalo ser. ¡Él no es nada para mí!
—Él puede destinarme a cualquiera de las fronteras —explicó en voz baja,
rápidamente, y le dejó la conclusión a ella. —Cuanto menos sepa el alcaide, mejor.
—Aye —estuvo de acuerdo ella, comprendiendo ahora por qué Torin apenas
le había hablado en toda la noche. —Pero extraño hablar libremente contigo.
Estaba lo bastante cerca para que Torin rozara su mano contra la suya, que su
pulgar se demorara un poco y luego acariciara sus nudillos. —Aye —dijo,
acercándose un poco más, como si no pudiera mantenerse alejado. —Creo que
también extraño hablar contigo.
Quería que él la besara, que la tomara en sus brazos y le dijera… ¿qué? ¿Que
se preocupaba por ella? ¿Qué haría cualquier cosa para mantener la paz con su
padre?
—Encuéntrame en la sala interior —dijo en una voz profunda y baja que fue
directamente a la cabeza de ella. —Cerca de las escaleras del norte…
—¡Milord! —gritó alguien. Sir John Linnington se abrió paso ensangrentado
hacia el alcaide. —Los Armstrong, mi señor. Están afuera. ¡Están atacando a
Carlisle!
Capítulo 11

Torin sacó su espada de su vaina y se volvió para mirar a las esposas de los
hombres, a Millie, los músicos, todos los que no sabían pelear. Torin y los hombres
iban a tener que protegerlos a todos.
Infierno. El castillo estaba bajo ataque.
Lo primero que tenía que hacer era asegurarse de que eran, de hecho, los
Armstrong y no los escoceses.
—Braya —dijo, girándose hacia ella y entregándole la empuñadura de su
espada. —Protege a tu madre. Tu hermano ya se fue del ayuntamiento y no veo a
tu padre.
—¿Adónde vas? —le dijo, agarrando sus brazos. —No tienes armas —Braya
no estaba dispuesta a dejarlo salir sin una espada.
—Conseguiré una. Debo ir a echar un vistazo y ver a qué nos enfrentamos.
Quédate aquí. Volveré por ti.
Quería besarla, pero el bastardo de Bennett todavía estaba aquí, gritando
órdenes.
—Ve, Braya —instó. —Mantén a Millie contigo también. ¿Sí?
Braya asintió y se separaron, luego salió corriendo del ayuntamiento. ¿Habían
abierto una brecha en la pared exterior? ¿Cuántos había? Esperaba que no fueran
Escoceses. Todavía no. Torin no estaba listo. ¿Listo para qué? ¿Enfrentarla con la
verdad? ¿Dejarla? Morir o… vio a Rob Adams al salir de la fortaleza. —¿Que sabes?
—Lo mismo que tú —gritó Adams. Luego. —Necesitas una espada —apartó
una de donde varias estaban apoyadas contra la pared junto a la puerta y se la
arrojó.
Torin le dio las gracias y abrió la pesada puerta de madera. Lo primero que lo
golpeó fue el aire refrescantemente fresco. Lo segundo fue el sonido de los
guardias gritando preguntas y órdenes. Demasiadas voces, pocas instrucciones. No
se preocupó por eso. Todavía no. No si eran sus hombres los que estaban afuera.
Envainando su espada prestada, comenzó a correr hacia las escaleras
almenadas.
Cuando las alcanzó, subió de dos o tres a la vez, sacó un arco y un carcaj lleno
de flechas que colgaban de la pared. Se arrodilló a lo largo de la pared almenada y
se dio cuenta de que había seis guardias detrás de él, siguiéndolo. Les indicó que
avanzaran y que se prepararan para disparar. Si los Escoceses llegaban antes,
mataría a los seis y seguiría matando a tantos guardias como pudiera. Si fueran los
Armstrong, los dejaría pelear un rato y eliminaría a algunos guardias. Menos de los
qué preocuparse más tarde. Colocó su flecha y miró por el costado. Los
Armstrong, vestidos con calzones, jotas y gorros de acero, se alineaban en la colina
justo fuera del muro exterior.
Disparó su flecha y golpeó a un Armstrong en el otro lado. Disparó a dos más y
derribó a dos hombres más antes de escuchar a Bennett gritar con voz clara abajo.
—¡A las murallas! ¡A las murallas! ¡Están rodeando el castillo!
El corazón de Torin se hundió. ¡El muro este! ¡Nadie lo vigilaba! No quería
pelear con ellos aún, pero si se les permitía atravesar el muro, podrían llegar a la
fortaleza... y Braya estaba en la fortaleza. Bajó corriendo las escaleras y casi
atropelló a Bennett en un esfuerzo por llegar a Avalon. —¡Consigue tu caballo!
—le dijo. —¡Reúne a algunos de los hombres y encuéntrame en el muro este!
No esperó una respuesta o que el alcaide lo alcanzara, sino que corrió hacia el
establo. Avalon se levantó sobre sus patas traseras y pateó el aire en cuanto lo vio.
Torin la soltó y sin molestarse en ensillarla, saltó sobre su lomo y salió corriendo
del establo, agarrando su melena blanca.
Cuando llegó al muro exterior este, encontró a Rob Adams solo y reteniendo
al menos a quince hombres. Cuatro estaban muertos o cerca en el suelo a su
alrededor. Torin no desmontó ya que algunos de los saqueadores tenían monturas
y llegaron al interior del muro a través de la puerta sin vigilancia.
Era como si los saqueadores supieran sobre el muro desprotegido y la puerta.
Torin no había estado aquí el tiempo suficiente para saber si Los Armstrong
estaban al tanto de esa información. Pero estaba seguro de que no podían saber
nada sobre la celebración de esta noche y que seguramente casi todos los
guardias del castillo estaban en el torreón mas no en los muros. Había un traidor
en algún lugar del castillo.
No se preocupó por eso ahora, sino que levantó su espada y lanzó a Avalon
hacia el enjambre de saqueadores que se aproximaba. Ella se movía con él, un
caballo de guerra hecho de puro músculo y fuego, guiada por el poder de sus
muslos.
Pasó su espada por la garganta de un hombre y la sangre salpicó su rostro
como pintura de guerra. Le cortó el pecho a otro mientras mantenía a Avalon a un
ritmo acelerado. No disminuyó la velocidad ni dudó, sino que cortó a dos más,
derribándolos de sus caballos con un golpe mortal. Un bruto grande y peludo se
abalanzó sobre él, levantando su hacha, listo para cortar el brazo izquierdo de
Torin. Pero Torin se movió con la habilidad de un asesino eficiente, deslizándose
ligeramente hacia la derecha con Avalon debajo de él. Al mismo tiempo, levantó
su brazo derecho y giró su espada, quitando la cabeza del bruto de sus hombros.
Derribó tres Armstrong más con una facilidad magistral y una satisfacción
malhumorada. No estaba aquí para matar saqueadores y proteger a los Ingleses,
pero todos los jinetes que se acercaban se encontraban con flechas voladoras
emplumadas, cascos mortales o dientes enormes antes de acercarse a Torin, y
cuando se acercaban, morían.
Pero Avalon no podía mantener alejados a cinco caballos a la vez, de todas
direcciones... y Torin estaba teniendo dificultades para luchar contra los jinetes.
Uno lo apuñaló desde su flanco trasero izquierdo mientras que otro jinete
galopaba desde la derecha y pasaba su espada cerca a la garganta de Torin. Se
recostó casi plano sobre la espalda de Avalon, evitándolos a ambos.
Pero había otra espada que venía de la derecha. Bajó la hoja, pero se detuvo a
centímetros del hombro de Torin con el sonido metálico de bloqueo que envió
chispas.
Rob Adams sacó su espada y mató al hombre en su silla.
Torin le sonrió. Adams asintió y luego ambos continuaron peleando.
Uno de los Armstrong podría haberlo matado y encendió la ira de Torin lo
suficientemente bien como para cortar las extremidades de dos hombres más
antes de notar una figura de pie en lo alto de las almenas del torreón. Braya. Su
cabello ondeaba como un banderín detrás de ella. Lo estaba mirando. Algo saltó
en su corazón... o en su vientre. No podía decir cuál.
Braya se volvió de repente para mirar atrás, como si alguien la hubiera
llamado por su nombre. Observó con horror cómo ella levantaba su espada y
desaparecía más allá de la pared.
¡Los Armstrong habían abierto una brecha en el torreón! ¿Cuántos estaban
adentro? De repente, sintió como si retrocediera en el tiempo... cuando encontró
a Florie, cuando vio morir a su padre y su casa fue incendiada con su familia
dentro.
Esta vez, no iba a correr.
Tiró de la melena de Avalon y la giró hacia la fortaleza.
Ahora, no se detendría.
Ahora, trataría a los Armstrong como un enemigo principal.

***

Braya dejó de ver pelear a Torin y se encontró con los ojos abiertos y
temerosos de Millie cuando alguien golpeó la puerta. Quería ver qué estaba
pasando afuera y pensó que las almenas podrían ser el lugar más seguro para ir.
Había llevado a su madre y a sus dos amigas más queridas a lo alto de la fortaleza,
donde una pesada puerta de madera protegía las almenas superiores.
¿Podría ser su padre, Galien, o Will? Ella no gritó y se llevó el dedo a los labios
para mantener a los demás callados.
—Abra la puerta, señora —una voz que nunca había escuchado gritó y puso su
corazón a latir con fuerza. —Te vimos subir aquí con los demás. Abre la puerta o la
romperemos. Nadie vendrá a salvarte.
Por un momento, su miedo se desvaneció y la ira tomó su lugar. Ella inclinó un
borde de sus labios en una sonrisa de disgusto. Le gustaría abrir la puerta y
matarlo por decirle eso. Si estuviera sola, podría haberlo hecho. Aunque tenía que
admitirlo, esperaba que alguien viniera a ayudarlos. Podía matar, pero no más de
uno a la vez.
¿Cuánto aguantaría la puerta?
Uno de los atacantes lanzó un fuerte hachazo contra la puerta. Braya se
sobresaltó ante el poderoso golpe y el crujido que lo siguió. Estaba agradecida de
haber estado en más redadas de las que podía contar. Tenía miedo, pero había
tenido hombres corriendo hacia ella antes en medio de un caos peor que este. Ella
no perdería su mando. Pero su familia. Tenía miedo por ellos. Corrió hacia las otras
mujeres y se aseguró de que tuvieran listos los cuchillos que habían tomado de la
mesa.
—Si alguno de ellos se acerca a ustedes… —otro crujido de la madera bajo la
fuerza del hacha sonó en todos sus oídos. Lucy gimió. Millie rezó en voz baja y se
llevó la mano al vientre. May Hetherington sostuvo su cuchillo listo y asintió. Braya
pensó que casi podía escuchar los latidos del corazón de su madre desde aquí.
—…No duden en matarlos —continuó.
Se dio la vuelta cuando otra hacha se unió a la primera. Iba a tener que
proteger a su familia. Mordió con fuerza para evitar que le castañetearan los
dientes. Había al menos dos hombres fuera de la puerta. El metal aterrizó una vez
más y atravesó la madera.
Braya levantó la espada de Torin y supo que era demasiado pesada para
luchar con ella. Pero Braya todavía podría usarla. Tendría que atacar a su agresor
por la espalda y apuñalarlo. Se apresuró hacia la puerta y esperó detrás de ella.
Su corazón latía contra sus costillas, a través de sus venas, haciéndola sentir
un poco enferma. Miró a través de la azotea a su madre. May Hetherington le
guiñó un ojo. Braya sonrió, reuniendo fuerzas de su madre como siempre lo había
hecho.
Si hubiera uno, ella lo mataría. Si hubiera más, ella también los mataría. Tenía
que hacerlo.
Estaban casi dentro. Unos cuantos golpes más. Rezó y esperó que estuvieran
demasiado cansados para moverse a velocidad. Comenzaron a patear, y la mirada
de horror en los rostros de Millie y Lucy le dijo a Braya que los hombres casi
habían terminado. Ella preparó la espada.
La puerta se astilló y se derrumbó y el primer hombre salió. Braya no perdió
tiempo y clavó la espada de Torin en su espalda, usando todo su peso corporal.
Sacó un cuchillo de un pliegue de sus faldas y se volvió para pasarlo al siguiente
hombre antes de que el primero cayera. Le cortó la cara y luego apuntó a su
cuello. Él gritó y la golpeó en la mandíbula con el dorso de la mano.
Braya salió volando y aterrizó sobre su trasero. Su cuchillo cayó hacia el otro
lado. ¡No! ¡Su madre! Luchó con todo lo que tenía en sí misma para no cerrar los
ojos, para no rendirse a la oscuridad y al sueño. ¡Tenía que salvarlos!
Su agresor se agarró el rostro ensangrentado y luego la levantó por el cabello
y cerró los dedos alrededor de su garganta. Escuchó a alguien gritar.
Millie. Miró el corte que le cruzaba la cara, el ojo, y lo golpeó con el puño. Eso
lo enfureció aún más y apretó su agarre hasta que ella ya no pudo respirar.
Sintió que sus fuerzas comenzaban a fallar. No.
Esos dedos se aflojaron, y luego la mano se apartó de su cuello. Braya aspiró
una profunda bocanada de aire y casi se hundió en el suelo con el agresor cuando
repentinamente su cuerpo sin vida fue empujado lejos de ella.
Torin se puso en su lugar. Sus ojos muy abiertos y aterrorizados eran una
esmeralda sorprendente contra su rostro cubierto de sangre cuando se acercó a
ella para mantenerla firme. —¡Braya! —Torin respiró, levantando sus dedos a su
garganta ensangrentada. —¿Estás herida?
Se tomó un momento para mirar los tres cadáveres detrás de él y el cuchillo
en la espalda de su agresor. Braya negó con la cabeza y luego comenzó a temblar.
La habrían matado a ella y al resto.
Él estaba ahí. Él la salvó. Nadie la había salvado antes.
Sin otra palabra, Torin comenzó a acercarla. Braya también quería abrazarlo.
Si no se sintiera tan débil, se habría arrojado a sus brazos, pero su madre y sus
primas estaban allí para abrazarla.
Torin le sonrió levemente cuando Braya dejó sus manos. Ella le devolvió la
sonrisa.
Oyeron más pasos corriendo por las escaleras. Torin pisó a su primera víctima
que yacía muerta en el suelo y sacó su espada del cuerpo del hombre, luego
apuntó hacia la puerta.
—¡May! —eran el padre y el tío de Braya. Justo detrás de ellos estaba Will
Noble. Salieron corriendo a los brazos de su familia.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Braya después de un momento y se
alejó para mirar por encima del muro.
—Es seguro —dijo Torin, acercándose a ella. —Los Armstrong perdieron un
gran número. El resto se está retirando.
Braya se giró para mirarle. Lo había visto luchar allí abajo, protegiendo la
puerta. Había movido su espada como si fuera parte de él, cortando a su enemigo
como si no estuvieran contraatacando. Nunca había visto a nadie moverse como
Torin. Era una fuerza en sí mismo. Y luego había venido por Braya, matando a
cuatro en la puerta, incluido su agresor.
—Las salvaste —su padre repitió sus pensamientos, moviéndose hacia ellos.
—¿Qué puedo hacer para agradecerle, Sir Torin?
—Reconoce que tu hija casi da su vida haciendo lo mismo —respondió Torin, y
sesgó su mirada invernal hacia Braya.
Braya hizo todo lo que pudo para no saltar a sus brazos.
Con una mirada de agradecimiento en el rostro, miró hacia la sala, llena de
muertos. —¿Dónde está tu hijo?
—Aquí.
Todos se giraron al escuchar la voz de Galien. Se paró en el marco. Su rostro
estaba pálido. Su jack estaba ensangrentado. —¿Alguno de ustedes está herido?
—No, no, gracias a Dios —aseguró su padre mientras Braya y su madre corrían
hacia él.
Después de asegurarle a su familia que la sangre no era suya y que estaba
bien, su padre los reunió encaminándolos hacia la puerta. —Necesitamos
encontrar al alcaide. Esperemos que aún esté vivo.
—Aye —asintió Galien en voz baja. Cuando Braya se movió para pasarlo, tomó
su mano y se la llevó a los labios. —Si algo te hubiera ocurrido a ti o a madre…
—hizo una pausa, incapaz de continuar.
—Están ilesas —dijo su padre. —Gracias a Sir Torin... y a Braya.
—Aye, y a Braya —coincidieron su madre y sus primas.
Braya se preguntó cómo podía pasar uno de los mejores momentos de su vida
en medio de tantos malos.
Mientras bajaban apresuradamente las escaleras, Braya hizo una oración
silenciosa de agradecimiento por la seguridad de su familia y por la de... él. Torin
se había adelantado y Braya lo observaba, con la esperanza de que se volviera y la
mirara como lo había hecho en las almenas. Como si su próximo aliento y todos
los demás dependieran de verla. Pero Torin ya había llegado al rellano de abajo y
hablaba con el Sr. Adams mientras el hombre mayor se limpiaba la sangre de la
cara.
—El ayuntamiento está a salvo —les gritó Torin y abrió el camino hacia el
interior. Braya y Galien ocuparon la retaguardia.
Antes de que Braya entrara en el salón, el alcaide se acercó a ella. Echó un
vistazo al moretón que se hinchaba a lo largo de su mejilla y extendió la mano.
—¿Qué es esto? ¿Quién se atrevió a levantarle una mano, Señorita Hetherington?
—Un Armstrong muerto —respondió ella, alejándose para evitar su toque.
Él sonrió, sin preocuparse realmente de que algún hombre le pusiera la mano.
—Al igual que muchos otros parientes que trajo aquí con él esta noche. La sala
interior está llena de ellos. Los Armstrong han sido derrotados, me informaron,
que fue gracias a los esfuerzos del Sr. Adams y Sir Torin. Se dice que los dos
mantuvieron la puerta este solos. Por otra parte —se rió. —Sabemos cómo se
mejoran los cuentos.
—Los cuentos son ciertos —le dijo Braya con frialdad. —Mantuvieron todo el
muro este por sí mismos. Los vi.
Quería decirle que le repugnaba, pero ¿por qué enojar al viejo sapo? Los
Armstrong habían demostrado esta noche que eran un poderoso enemigo.
Necesitaban el ejército de Bennett. Aun así, nadie esperaba que los Armstrong
fueran tan audaces como para asaltar la fortaleza del defensor.
—¿Qué hará con esta familia audaz e ilegal, mi señor? —exigió.
—Debo esperar y mencionarlo ante los otros guardianes el día de la tregua ya
que los Armstrong tienen familia en tierra Escocesa. Pero créanme, me aseguraré
de que los Armstrong paguen por esto —respiró y pareció acercarse a ella. Bajó la
cabeza y levantó un dedo a su mejilla de nuevo, tocándola esta vez.
—Especialmente por esto, palomita.
Capítulo 12

Braya Hetherington no era su mujer.


Torin no quería que lo fuera, pensó mientras sacaba a Avalon, y a otro caballo
del establo y miraba el cielo de la mañana. Él no quería una mujer. Se las había
arreglado bastante bien solo toda su vida. Además, Braya iba a odiarlo cuando
descubriera quién era y por qué estaba realmente aquí.
Buscó en la sala interior. ¿Dónde diablos estaba Adams? Tenían que estar en
el Ayuntamiento de Rowley Hetherington dentro de una hora. Torin odiaba no
estar en el lugar donde se suponía que debía estar. Incluso había ensillado el
caballo de Adams para ahorrar tiempo.
Como últimamente tenían la desagradable costumbre de hacerlo, sus
pensamientos volvieron a Braya. No podía mantenerse alejado de ella. Incluso
había insistido en escoltarla a ella y a su familia a casa la víspera después del
ataque. Él no había querido dejarla. Y ahora la extrañaba. Le hacía sentir mal que
se estuviera permitiendo sentir un vínculo con alguien. Una lass Inglesa. Una lass
Inglesa que odiaba a los Escoceses. No parecía haber nada que pudiera hacer para
detenerse. No había estado seguro de querer detenerse, hasta que pensó que
podría llegar demasiado tarde a las almenas la noche anterior. Había tratado de
llegar a ella rápidamente, pero los Armstrong habían tratado de detenerlo. Tuvo
que golpear, cortar y apuñalar para abrirse camino a través de ellos. Y lo hizo,
dejando atrás decenas de muertos.
Cuando la alcanzó y la encontró forcejeando en los brazos de un maldito
bastardo, Torin pensó que podría volverse loco de rabia.
Si pensó que negarse su atención toda la noche en favor de Bennett había
sido duro, entonces resistirse a Braya porque su familia estaba mirando había sido
lo más difícil que jamás había logrado.
Sin embargo, se alegró de haberlo hecho. Necesitaba mantener la cabeza
despejada. Iba a encontrarse con el mensajero del rey esta noche. Le tenía buenas
y malas noticias. La buena noticia era que, desde la última víspera, había veintidós
soldados Ingleses menos en Carlisle. La mala noticia era que Carlisle estaba lleno
de saqueadores. El ejército del rey debe estar preparado para posibles combates
intensos.
Él traía la guerra.
¿Qué más le diría al rey? ¿Que algo terrible le estaba pasando a su corazón y
que aparentemente se sentía muy indefenso como para detenerlo? Y qué era tan
terrible, el rey podría preguntar. A Torin le gustaría poder decirle que, debido a
una lass Inglesa, estaba teniendo dudas sobre cosas sobre las que nunca había
tenido dudas antes. Cosas como la guerra.
Su familia necesitaba a Bennett. ¿De qué les serviría un defensor Escocés
después de que Bennett fuera reemplazado? Tal vez debería reconsiderar matar al
alcaide y, en su lugar, debería obligarlo a jurar lealtad a Robert. Así se evitarían
muchos asesinatos, especialmente si los saqueadores se unían a la lucha.
Se había vuelto loco. No había mostrado piedad en el pasado. Nunca hubiera
dejado vivir al señor de una fortaleza, ya sea que el señor quisiera jurar lealtad o
no. Quizás otros comandantes lo hicieran de manera diferente, y por eso había
tantas tierras incautadas aún ocupadas por Ingleses. Torin no creía que un hombre
cambiara alguna vez la forma en que veía a su captor. La sumisión viene del
miedo, y en el instante en que el hombre tenga la oportunidad de luchar contra su
señor, lo haría. Si el alcaide servía a Edward con su espada una vez, Torin lo
mataba.
Tenía muchos demonios. Nunca había creído que se libraría de ellos. Todavía
no lo hacía. Pero últimamente, se encontró haciendo cosas por la paz, ¡como pedir
perdón, de todas las cosas! O convencer a Bennett para que invite a los parientes
de Braya al castillo para una noche de fiesta y celebración... y una oportunidad
para que Torin vuelva a verla. O matar al enemigo de su enemigo por ella.
Solía viajar solo. Estaba acostumbrado a guardar sus pensamientos para sí
mismo. Ni una sola vez en todos sus años desde que lo dejaron salir del pozo en la
fortaleza de Till había dejado que alguien atravesara las paredes que había erigido
alrededor de su corazón.
Nunca antes se había sentido solo, y si lo había hecho, encontraba una moza
dispuesta a ocupar su cama y nada más. Si alguna vez necesitaba un oído, tenía el
de Dios y el de Avalon. Si alguno de ellos escuchaba, él no lo sabía.
Pero ahora que se encontraba en tal situación y en un terreno desconocido,
deseaba que hubiera alguien que pudiera responderle.
—Ah, estás listo —saludó Rob Adams cuando entró en la sala interior y
encontró a Torin apoyado en el hombro izquierdo de Avalon, y su propio caballo,
ensillado y listo para partir.
—Y esperando —respondió Torin con el destello de una sonrisa antes de
empujar su caballo.
—Sé que llegué un poco tarde, pero ¿no estás dolorido? —Adams se frotó el
hombro. —Me duelen los brazos.
—Practico todos los días —le aconsejó Torin y saltó sobre su silla.
—Yo también —se defendió Adams, luego sacudió la cabeza y colocó su bota
en el estribo. —Me estoy haciendo viejo.
Torin casi le lanzó una sonrisa genuina. Diablos no. Torin no podía… no quería
hablar con Adams. Sí, había salvado el trasero de Torin anteriormente, pero eso no
significaba que fueran amigos, no realmente. Pero había algo que Torin quería
terminar de hablar con él.
—¿Has pensado en lo que hablamos anoche, después de la pelea? Conoces a
los hombres mejor que yo. ¿Quién habría ido a los Armstrong y les habría
informado que Carlisle podía ser atacado?
—¿Por qué tiene que ser alguien en el castillo? —Adams preguntó mientras
cabalgaban hacia la puerta exterior.
Torin se volvió hacia Adams. —¿Crees que fue un Hetherington?
Adams se encogió de hombros debajo de su tabardo mientras su caballo
seguía el lento trote de Avalon. —Podría ser. Ninguno de los suyos murió.
—Pero Braya y su madre… —no. Los hombres que intentaban llegar a las
almenas tenían intenciones mortales. Ninguno de los Hetherington se habría
arriesgado a semejante peligro para sus mujeres. Pero, de nuevo, ¿qué mejor
manera de vengarse sin ser culpado por la muerte de los hombres de Carlisle?
—¿Rowley Hetherington pondría a su esposa e hija en tal riesgo?
Adams negó con la cabeza sin necesitar tiempo para pensar en ello. —No, no
lo haría.
—¿Puedes decir esto con certeza?
—Sí, seguro.
—¿Puedes decir lo mismo de su hijo?
—Me gustaría —respondió Adams solemnemente. —Él no pondría en riesgo a
su familia a propósito, pero es temerario, resentido y se sabe que ignora las
consecuencias cuando su orgullo está en juego. Aun así, no creo que pusiera en
peligro a su madre y a su hermana.
Cabalgaron en silencio hasta que llegaron a los árboles a lo largo del río. El
agua estaba fría pero lo suficientemente poco profunda para pasar sin problemas.
—¿Qué debemos hacer al respecto? —preguntó Adams, guiando su montura
sobre piedras resbaladizas.
—No hay nada que podamos hacer —le dijo Torin, sujetando suavemente las
riendas de Avalon y dejándola caminar a su propio ritmo en el agua. —Pero si él es
el responsable de lo que pasó, me aseguraré de que pague. Y si Galien es el
responsable, entonces los Armstrong probablemente tenían instrucciones de
asegurarse de que tú y yo pereciéramos. Viste lo enojado que estaba cuando su
padre dijo que creía que estábamos diciendo la verdad. No hay nada más siniestro
que la pasión.
Adams le lanzó una escéptica mirada de soslayo. —¿Crees que la pasión es
siniestra? ¿La Señorita Hetherington sabe eso de usted?
—¿Qué importa si lo hace o no? —preguntó Torin, haciendo todo lo posible
por sonar desinteresado.
—Vamos, Gray —se rió Adams. —Está muy claro en tus ojos cuando los pones
sobre ella. Estás encantado por ella. No hay nada de qué avergonzarse…
—No estoy avergonzado —refutó Torin con rigidez.
Maldita sea, ese no era el punto que debería estar discutiendo.
—Ella es hermosa —señaló Adams como si Torin no se hubiera dado cuenta.
—Al igual que otras cien mujeres —respondió Torin.
Por alguna razón, sus palabras hicieron sonreír a Adams como si estuviera al
tanto de algo que nadie más conocía. El hombre mayor asintió. —Pero otras cien
mujeres no pelean y matan con una espada y todavía creen en la paz.
—Ella desea la paz —lo corrigió Torin. —Por el bien de su familia.
—¿Y qué tiene de malo la lealtad a la familia de uno? —Adams le preguntó.
—¿No eres leal a los tuyos?
—Por supuesto que lo soy —le dijo Torin, dándose la vuelta. —Vamos a
cabalgar. A este ritmo, nunca llegaremos allí —no esperó respuesta alguna y no
vio la amplia sonrisa de Adams mientras se alejaba.
No les tomó mucho más llegar a la gran cañada salpicada de ovejas y cabañas
con techo de paja. Un grupo de personas los recibió y los condujo primero al
establo, prometiéndoles que sus caballos estarían bien cuidados.
—Nadie debe tocar mi caballo —les advirtió Torin, sabiendo que su inclinación
natural era robar. —Ella le cortará los dedos a cualquiera que lo haga,
mostrándome quién ignoró mi advertencia —sus ojos brillaban con el suave
resplandor de unas cuantas linternas. —Si alguien piensa en llevársela, déjame ser
perfectamente claro. Si hay algo que puede llevarme a tirar todo al infierno y
hacer que me retracte de lo que dije aquí hoy y mate a quien tenga que matar, es
mi caballo.
Después de que juraron no tocarla, los aldeanos los condujeron hacia una
gran estructura construida de piedra y madera.
—Los tienes convenientemente asustados —Adams se acercó para decirle.
—Sonabas completamente serio.
Torin frunció el ceño hacia él. —Lo estaba —dijo y los siguió adentro.
Las paredes del ayuntamiento estaban cubiertas de gruesos tapices
magistralmente elaborados. Velas de cera de abeja ardían en dos enormes
candelabros circulares de madera que colgaban del techo. Debajo de ellos, se
colocaron varias filas de bancos largos y tallados de cara al frente del salón, donde
Rowley Hetherington se sentó con su esposa y su oído inclinado hacia un hombre
inclinado sobre su silla para hablarle.
Torin miró alrededor del salón mientras más personas se agolpaban en el
interior y rápidamente llenaban todos los bancos. Encontró a Braya rápidamente,
como si su alma supiera instintivamente dónde buscar. Ya estaba sentada en el
tercer banco del extremo derecho con sus primas, Millie y Lucy, y un puñado de
hombres. Torin entrecerró los ojos sobre ellos. ¿Quiénes eran?
Los olvidó muy pronto cuando Braya, al encontrarlo también, le sonrió. Su
mirada se hundió en su cuello magullado y sintió que le hervía la sangre.
Braya levantó los dedos hasta su cuello, haciéndole darse cuenta de que sabía
dónde estaba mirando. Mirando su boca. Quiso devolverle la sonrisa.
Se veía radiante con su cabello largo derramándose sobre un abrigo blanco
con costuras doradas y una falda color azafrán debajo. Pero diablos, podría haber
usado un saco de pies a cabeza y Torin todavía querría sonreírle.
Adams empujó su hombro contra él para que se moviera. Torin no se había
dado cuenta de que habían sido invitados a sentarse en el banco delantero. Se
pasó los dedos por los rizos y dio un paso adelante.
En algún lugar del banco delantero, una mujer lloraba. Torin miró hacia otro
lado.
Rowley Hetherington hizo las presentaciones y, después de volverse hacia los
padres de sus víctimas, comenzaron las disculpas.
Torin nunca había pedido que lo perdonaran por matar a alguna de sus
víctimas, así que no tenía idea de qué esperar. Los padres de los muchachos, que
eran todos luchadores y alborotadores, parecían manejar el luto mejor que las
madres, quienes lloraron e incluso maldijeron a Torin y Adams por lo que habían
hecho.
Torin intentó que no le importara un carajo, pero eso era más fácil cuando
uno mataba a un hombre y no tenía que enfrentarse a su familia. Se dio cuenta de
que nunca encajaría aquí, como no había encajado en ningún otro lugar. Siempre
le había divertido cuando estos locos deseos se apoderaban de él. No significaban
nada, solo algunos viejos restos de cuando era un niño y tenía una familia y un
hogar, ya sea en Invergarry o en el bosque.
Decidió poco después de llegar al ayuntamiento de los Hetherington que
quería irse. Nunca esperó que el padre de Braya se pusiera de pie y les dijera a
todos sus parientes que Torin había ayudado a Braya a salvar a su esposa y sus
sobrinas, incluida su sobrina o sobrino que aún no había nacido.
Por esto, había dicho el líder de Hetherington, le debía mucho a Torin.
Tal vez, pensó Torin mientras escuchaba, el líder podría mantener a sus
parientes fuera de las peleas de Bennett y Torin consideraría la deuda pagada. Ah,
pero no era tan fácil. No importaba si luchaban contra los Escoceses o no, ellos...
Braya descubriría que él lo era. Un soldado Escocés. Su enemigo. Todos
terminarían mirándolo como Galien lo miraba ahora, sentado en la primera fila
con sus tíos.
—Sir Torin —la voz clara de Braya resonó en medio del suave clamor.
Se giró en su asiento y dejó que su mirada se deleitara con ella.
—...También es la fuente de comida extra que mi padre ha compartido con
algunos de ustedes.
—¿Qué comida extra? —alguien exclamó.
—¿Por qué no se compartió con todos nosotros? —gritó alguien más, seguido
de más murmullos descontentos.
¿Qué tan serio se iba a poner esto? Torin pensó y miró los rostros a su
alrededor por primera vez. La mayoría estaban limpios. Todos eran delgados, no
demasiado, pero ninguno pesaba una piedra más de lo que debería. La mayoría,
en todo caso, pesaba menos.
Braya le había robado comida para llevársela. Su mirada volvió a ella.
—No había suficiente para distribuir uniformemente a todos —la voz de su
padre anuló a todas las demás. —¿O todos ustedes me creen tan injusto?
—esperó, su mirada recorriendo cada fila. Nadie habló, salvo para asegurarle que
creían lo contrario.
Observándolo, Torin recordó a algunos de los grandes jefes de clan de Escocia.
—Los más necesitados entre nosotros recibieron una parte —les dijo el líder a
todos.
—Traeré más —Torin no sabía por qué se ofreció como voluntario, y con tanta
prisa, pero no parecía tener control de su boca o de sus pensamientos. —Hay
mucho en la fortaleza.
—Si te atrapan, perderás tu lugar en la guardia —le advirtió Adams, sus ojos
oscuros sombríos. Pero entonces, sus labios se curvaron en una sonrisa sinuosa.
—Pero aún no me han atrapado, así que no veo por qué te atraparían a ti.
Torin lo miró por un momento, sorprendido de escuchar a Adams decir tal
cosa y feliz de que lo hiciera. Otra razón para odiar a Bennett; por llenar su barriga
mientras los parientes de su “amigo” pasaban hambre.
—Podemos trabajar juntos —sugirió Adams. —Y traer el doble de la porción
una vez al mes.
Torin sonrió, pero arrugó la frente. —Estaba pensando más como una vez a la
semana.
Todos los que estaban al alcance del oído se quedaron en silencio y esperaron
con esperanzada anticipación a que continuara.
Cualquier cosa para traer sufrimiento a los soldados ingleses. —Tú y yo
sabemos que a los guardias les vendría bien menos comida y mucho más tiempo
en el campo de práctica.
—Aye —estuvo de acuerdo Adams. —Pero, ¿A dónde les dirás que se ha ido la
comida?
—Les diré que la tiré —le aconsejó Torin, levantando las manos. —Que se lo
di de comer a los cerdos o a los caballos. No me importa. Y después de lo de
anoche, no necesito preocuparme. El alcaide no liberará a ninguno de nosotros de
nuestro servicio a él.
Adams lo pensó por un momento, luego asintió y se volvió hacia los aldeanos.
—La comida estará aquí todas las semanas. Todo lo que podamos proporcionar.
Los vítores aumentaron, incluso de algunos de los enemigos más formidables
de Torin, como Galien y las madres de los muchachos.
Pronto, se repartieron vasos de agua fresca y las puertas del salón se abrieron,
dejando entrar aire fresco y sol. La reunión estaba llegando a su fin.
Torin encontró la mirada de Braya y, por mucho que maldijera las emociones
que ella le hacía sentir, estaba agradecido de no estar más allá de sentirlas, por su
bien. Quería complacerla, ya fuera manteniendo la paz o alimentando a su familia;
todo lo que hacía, parecía que lo hacía por ella. Nunca había sentido cosas como
esta antes, pero no estaba perdido acerca de lo que le estaba pasando. Torin no
era un tonto. Sospechaba que podría estar perdiendo lo que le quedaba de
corazón. No se había guardado de cuidarla porque no había pensado que fuera
posible. Se dijo a sí mismo que era lo último que quería en su vida, pero no estaba
seguro de que eso fuera cierto.
—Por barrigas más llenas —gritó el padre de Braya, levantando su copa
cuando todos tuvieron la suya.
Torin levantó su copa. Sí, podría brindar por eso.
—Por amistades nuevas y duraderas —dijo Adams a continuación.
Torin sonrió, más porque se esperaba eso de él que por lo que creyera. La taza
se sintió un poco más pesada.
—Y por la paz.
Las palabras de Braya lo perforaron como flechas. Su sonrisa se desvaneció
aunque luchó por mantenerla intacta. No importaba lo que él quisiera. Él traía la
guerra. Pronto, no habría nada entre ellos más que odio.
Capítulo 13

Braya sonrió a una de sus tías, pero no detuvo sus pasos en su camino hacia
Torin. Muchos miembros de su familia ya se habían ido a casa, de regreso a sus
quehaceres. La celebración había terminado. No habría peleas, sino más comida.
Había sido un gran éxito. Braya quería agradecer a los dos hombres que lo habían
hecho posible.
Quería pasar más tiempo con su caballero, porque eso era Sir Torin: su
caballero, trayendo lo que su familia necesitaba, lo que ella necesitaba. Era un
hombre que no se inquietaba por su habilidad. No había tratado de maltratarla, y
Braya dudaba que fuera porque tenía miedo de lo que ella podría hacer. No
parecía estar asustado por mucho.
Quería hablar con Torin y conocerlo más.
—Debes pensar que es un verdadero héroe —dijo Galien, moviéndose frente
a ella y bloqueando su camino.
Braya miró hacia el cielo y dejó escapar un suspiro apretado. —¿Quién?
—preguntó con una sonrisa fría. —¿Padre? ¿Por ser tan sabio y sensato y por
tener en primer lugar a los que vivimos, en sus pensamientos?
—Nos mantengo primero en los mios, Braya —argumentó su hermano en voz
baja. —Cinco de nosotros fueron asesinados. Si no hay castigo por sus muertes,
otros pensarán poco para intentarlo también.
—¿Y qué respeto ganará la guardia fronteriza si los robos y los intentos de
asesinato quedan impunes? Muchas veces, como puedes ver, nos han protegido.
Nuestros enemigos les temen. Una vez que eso desaparezca, tendremos un gran
problema.
—¿Qué me importa el respeto a los guardias fronterizos? —Galien le gruñó y
sacudió la cabeza. —Te perdonaré por tu falta de buen juicio, Braya. Estás
enamorada —dijo la última palabra como si quisiera escupirla de su boca.
—Sir Torin es un buen hombre, Galien —argumentó, sabiendo lo que él
insinuaba. —No lo trataré como algo menor porque estaba tratando de
mantenerse con vida esa noche y resultó ser capaz de pelear mejor que nuestros
primos.
Su hermano parecía como si quisiera decir algo más o estrangularla.
Tomó la sabia decisión de permanecer en silencio y alejarse.
Con el camino despejado, volvió a fijar la mirada en Sir Torin. Lo encontró
enfrascado en una conversación, que parecía bastante agradable, con su prima,
Louise.
Braya aminoró el paso, embelesada mientras Torinl metía los dedos entre los
rizos que colgaban sobre sus ojos. Maldita sea, ¿Louise lo encontraba tan
irresistiblemente guapo como Braya? Se preguntó qué le estaría diciendo Louise.
Su prima soltó una risita y Torin desvió la mirada. Su mirada se encontró con la de
Braya.
Cualquiera que se molestara en mirar podía ver claramente que su boca se
suavizaba, sus ojos se calentaban en ella, acercándola más.
—Louise —dijo, alcanzándolos. Braya les ofreció una sonrisa agradable.
—Esperaba tener unas palabras con nuestro invitado antes de que se retire.
—Por supuesto —dijo su prima y se fue rápidamente, luciendo un poco
decepcionada.
Sola, Braya se acercó un centímetro más a Torin para poder saborear su
aroma. —Quería agradecerte por prometer traer comida. Sé el riesgo que estás
tomando...
—No hay riesgo —le aseguró Torin.
—Bueno, de cualquier manera, es muy amable. Significa mucho para mí y
quería agradecerte por ello y por venir a las almenas.
Casi había exhalado su último aliento a manos de Armstrong, pero Torin había
llegado y la había salvado. Luego Torin la había elogiado por haberlos salvado.
Había querido encontrarlo anoche y caer en sus brazos, de la forma en que quería
hacerlo en las almenas. A su padre le agradaba Torin, a pesar de lo que pensara
Galien. Tal vez Torin la cortejara, se casara con ella...
¿Braya lo querría? Por supuesto. Era pura magnificencia con un corazón
bondadoso a pesar de la vida que había sufrido. Estaba en forma y era inteligente,
y sería un excelente reiver, si alguna vez quisiera convertirse en uno.
—Mi señora.
Habló y liberó a cientos de mariposas en su vientre. Le gustaba que la llamara
señora aun cuando no era más que una ladrona.
—Esperaba que pudieras pasar la tarde conmigo.
Sintió que su rostro se sonrojaba. Señor, ayúdala a mantener la compostura y
no dejes que él vea lo feliz que estaba. —Me gustaría eso —le dijo en voz baja.
—Pero tengo tareas.
Su sonrisa se desvaneció y dio un paso atrás y bajó la cabeza. —Perdona...
—Encuéntrame en una hora en el claro donde nos conocimos —sin otra
palabra, ella le dio la espalda y salió del ayuntamiento.
Afuera, la cálida brisa le apartó el cabello de la cara. Corrió a casa para
comenzar con sus tareas diarias para terminarlas más rápido. Para poder estar con
él.
Un poco más de una hora después, sacó a Archer del establo y se dirigió en la
dirección que la llevaría al pequeño claro.

***

Torin dejó a Avalon al otro lado del claro y observó a Braya desde las espesas
zarzas.
Durante los primeros momentos, mientras lo esperaba, se paseó por el claro,
luciendo un poco preocupada. ¿Estaba dudando de sus buenos sentidos como lo
hacía él? ¿Por qué? Braya no era la que estaba mintiendo y engañando. Se odiaba
a sí mismo por permitir que Braya se metiera bajo su piel y que le importara. Pero
diablos, estaba indefenso contra eso. Como si un torrente, lo inundara, quitándole
la razón y el buen juicio. Por Braya, pasó la última hora pensando en qué sería de
su familia, quienes pasarían hambre, después de que los Escoceses acabaran con
Carlisle. La guerra, aunque ellos no tuvieran parte en la lucha, les iba a hacer daño.
Braya lo sabía.
Si luchaban contra los Escoceses, contra Torin, y él mataba a alguno de ellos,
estaría atormentado por lo que sus madres le dirían.
Demonios, los Hetherington no eran su dilema por el que preocuparse. Estaba
cumpliendo su promesa. Estaba cumpliendo con su deber. ¿Desde cuándo el
deber no era lo primero?
Torin la miró a través de las hojas mientras Braya estudiaba los parches de
hermosas flores de malva comunes y luego se inclinaba para llevarse una a la
nariz.
Torin sonrió y dio un paso adelante donde ella pudiera verlo.
Braya levantó la vista por debajo de sus largas pestañas y le devolvió la
sonrisa. —Huelen bien —le dijo con su dulce voz.
Torin se acercó a Braya, atraído por ataduras invisibles, y llevó su mano a la
mejilla de ella. Quería besarla. Era todo lo que había pensado desde que la besó
por última vez. Había querido besarla la última noche cuando temía haberla
perdido. Quería entrar en territorio de Los Armstrong y matar a más de ellos. Torin
se preocupaba por ella. No dejaría que se arruinara. No ahora.
Bajó su mirada a su cuello, limpio de sangre pero manchado con moretones
rojos y morados. —¿Cómo está su garganta, señora?
—Me duele un poco —dijo llevando sus dedos a su cuello. —Nada que no
pueda soportar. Estoy agradecida de estar viva para sentirlo.
Torin la miró a los ojos y vio que la chispa de fuego que normalmente
iluminaba su mirada se había oscurecido. Will Noble le había dicho lo que su
esposa le contó cuando se escondieron del ataque. Braya le había dicho a Millie
que estuvo cerca de morir si Torin no hubiera llegado a tiempo.
Pasó su mano sobre la cabeza de Braya y luego ahuecó la parte posterior de
ella y la atrajo hacia un fuerte y tierno abrazo. Ella entró de buena gana, cediendo
inmediatamente a su toque. Quería consolarla del recuerdo de estar al borde de la
muerte. No era lo mismo que luchar por vivir. Cuando la pelea terminó y vio a la
muerte a la cara, cuando el vacío frío y negro de ella lo abrumó, no había nada
más aterrador.
Torin la abrazó hasta que Braya se separó lo suficiente para mirarlo.
¿Era el corazón de Torin latiendo como un tambor contra el pecho de ambos?
¿Qué diablos pensaría de él que se enamora de una muchacha tan rápido? ¿Ceder
ante ella cada necesidad y deseo?
—Te debo mucho —Braya le susurró, llevando su mano a la mejilla de él.
—No me debes nada.
Dejó que dirigiera su rostro hacia el de ella y cubriera su boca con la suya.
Braya se abrió a él y él hundió su lengua dentro de ella, dejando que un hilo de
fuego bajara por su espalda.
Braya movió su lengua en un baile que lo puso tan tenso como la cuerda de un
arco. Nadie antes que ella le había hecho sentirse igual. Extendió su mano
pasándola por su columna y ahuecó su trasero.
Braya cerró sus suaves labios alrededor de su lengua cuando él la retiró un
poco, pensó que podría volverse loco por la necesidad de ella. Torin no dejó de
besarla, sino que la saboreó, la provocó, y la inhaló como si fuera a morir si no lo
hacía.
Torin pensó que moriría.
Quería más de ella y llevó su boca hacia su garganta. Sus besos eran suaves
contra la piel magullada. Él no sería demasiado atrevido con Braya, ya que las
cosas podrían escalar demasiado rápido y no la pondría en una posición
vergonzosa cuando se fuera.
Demonios, Torin no se quedaría aquí. Podría si lo deseara después de que los
Escoceses tomaran Carlisle, pero no había futuro con Braya.
Él podría tener que pelear con ella.
Braya debió sentir su repentino malestar porque se retiró un poco y le sonrió.
Se deleitó al ver sus labios rojos e hinchados y sus mejillas sonrojadas.
Tenía que encontrar una forma de resistirse a ella para permanecer firme en
su deber, fuerte en su promesa. Hacer que paguen. Hacer que todos paguen.
—Vi algunos arbustos de morera no muy lejos de aquí —dijo, dejándolo ir
lentamente. Los brazos de ella deslizándose por sus hombros y alejándose de él lo
tentaron a alcanzarla y tirar de ella hacia atrás.
—Ven, vamos a recoger algunos —Braya se separó, lanzándole una brillante
sonrisa y se alejó rápidamente.
Torin la miró por un momento, sus cejas se ensancharon hacia arriba en los
bordes, junto con sus labios. Corrió tras ella hacia las zarzas, escuchando el sonido
de su risa a través de los árboles.
Era juguetona, letal, y condenadamente seductora. Ella lo hacía sentir
primitivo, instintivo. Quería perseguirla, atraparla y ponerla contra un árbol. O
seguir jugando con ella.
Tal vez, podrían hacer ambas cosas.
Dejó de correr cuando llegó a donde Avalon y Archer disfrutaban de los rayos
de sol.
—Lo até a un árbol cerca del claro —la escuchó murmurar Torin cuando la
alcanzó. Braya fijó su mirada en la firme y sensata Avalon. —¿Ella se soltó y soltó a
Archer también?
—No la até —dijo. —Y Aye, probablemente desató a Archer.
—¿Qué tipo de caballo es ella? —Braya se maravilló y luego se acercó a ellos y
jadeó. —¡Se están comiendo las bayas!
Le dio un pequeño empujón a Avalon y Torin extendió la mano para tirar de
ella antes de que la yegua le mordiera los dedos a Braya. Pero Avalon no intentó
morderla y Torin la tomó en sus brazos en su lugar.
—A ella le gustas —le dijo, pasando sus labios por su mejilla. —Es un caballo
muy inteligente.
—Así que Avalon es el cerebro y tú eres la fuerza —dijo, riéndose cuando él le
besó el lóbulo de la oreja hasta el cuello.
—Y tú eres la belleza —susurró, serpenteando sus brazos alrededor de ella.
—Qué lengua de plata tiene, Sir Torin.
Le pasó la punta por sus labios y gimió en su boca cuando Braya se abrió para
él. Ella enroscó sus brazos alrededor de su cuello mientras caían de rodillas sobre
la tierra blanda, besándose.
Nada le importaba en ese momento excepto ella. Quería decirle, mientras la
besaba hasta dejarla sin aliento, que no se había preocupado por nadie en tanto
tiempo que no estaba seguro de saber qué hacer. Quería contarle todo; incluso
sobre la culpa y la vergüenza que llevaba consigo. Pero no podía dar tanto de sí
mismo. No a ella. Y esa era su inquietud. Braya era a quien Torin quería contarle.
Tenía miedo. Tenía miedo de amarla y perderla, y las probabilidades de
perderla eran muy altas. ¿Qué quedaría de él esta vez?
¿Cómo podía encontrar tanta pasión en una mujer Inglesa? ¿Cómo podría
traicionarse a sí mismo? ¿Sería perseguido para siempre? ¿Cuándo terminaría?
Torin se retiró de su beso y tomó su rostro entre sus manos. No sabía qué
decir, así que presionó su frente contra la de ella y cerró los ojos.
—¿Es usted el marido de alguien, mi señor?
Abrió los ojos y la miró fijamente. —No. No soy.
—¿Estás lejos de alguien que amas?
Parecía tan preocupada por su respuesta que tuvo que sonreírle. —No amo a
nadie, mi señora.
Braya no parecía aliviada, así que la besó esperando que ayudara. No lo hizo.
Parecía más abatida incluso.
—Estoy atormentado por muchas cosas —le dijo en voz baja y se hundió en el
suelo.
Braya lo siguió. —Dímelo a mí.
No podía. ¿Cómo podía decirle quién era, qué era? Incluso si no la estaba
engañando, ¿cómo podría decirle cómo se había escapado de su familia ese día?
¿Qué pensaría Braya de él? Su familia lo era todo para ella. Torin lo entendía. Si no
hubiera perdido a dos familias a manos de los Ingleses, se habría sentido de la
misma manera.
—He vivido la mayor parte de mi vida para… —se detuvo, dándose cuenta de
que era la primera vez que esas palabras, en ese orden, habían salido de sus
labios. No estaba seguro de cómo se sentía al respecto, o qué significaba. Todo lo
que sabía era que quería decirle algunas cosas, aunque no todas.
Braya se acercó a él, casi en su regazo, y le pasó los dedos por un lado de la
cara. Ella no dijo nada, y tal vez por eso Torin sabía que podía confiar en ella con lo
que quería decirle.
—Por venganza —continuó, cerrando los ojos ante su toque. —Cada cosa que
hice o dije tenía un propósito, y ese propósito era vengarme de los... Escoceses.
Hace aproximadamente un mes, estaba en Berwick y escuché a algunos de los
hombres de Bruce hablando sobre la posibilidad de viajar aquí este invierno, tal
vez antes. Vine con la esperanza de pelear. Pero ahora me temo que te unirás a la
batalla.
Sus ojos eran grandes, su rostro pálido. —¿Ellos están viniendo?
Torin asintió, manteniendo su mirada fija en Braya. —Creo que lo están.
Sus ojos inmediatamente se llenaron de lágrimas. —Nunca he visto a un
soldado Escocés. Era demasiado joven para pelear su guerra contra el alcaide. Mi...
padre es mayor —sus lágrimas cayeron sobre sus manos que sostenían las de ella.
Braya lo dejó ir y se limpió los ojos. —¿Cuándo estará satisfecha tu venganza?
—preguntó suavemente.
—No lo sé, Braya. Pero ahora mismo, deberías hacerle esa pregunta a tu
padre. ¿Volverá a arriesgar a toda su familia luchando contra los Escoceses por
algún pacto que tiene con Bennett para mantener alejados a los atacantes
enemigos…? —aye, claro, entonces. No fue Galien quien informó a los Armstrong.
Torin no creía que sus ojos pudieran volverse más azules cuando la verdad se
mostró a ella también. —El alcaide está trabajando con los Armstrong. Bennet
preparó el ataque.
Torin sonrió ante su inteligencia.
—Es la manera perfecta de mantenernos en deuda con él. Hacer que nuestros
enemigos ataquen. Mostrarnos cuánto lo necesitamos a él y a sus hombres. Tú
—corrigió ella —Y el Señor Adams. Oh —ella se erizó. —¿En cuántas otras cosas
nos ha mentido? ¿Cuántas otras veces nos protegió de los enemigos que trajo a
nuestras puertas? Y todo para asegurarnos de que volviéramos a luchar de su lado
si los Escoceses regresaban.
—Aye —pensó Torin, y ahora también podría tener a los Armstrong de su
lado. Tendría que hacer algo al respecto. Pero por ahora, Braya era el único en su
mente.
—Tienes mi espada, Braya. Lo juro —no tuvo problemas para hacerle la
promesa. Estaba aquí para matar a Bennett, no para luchar contra los Escoceses
con él. —Pero ahora más que nunca, necesitas convencer a tu padre de que su
deuda con el alcaide ha terminado. Debe dejar de lado su venganza y no apoyar a
Bennett cuando lleguen los Escoceses. Muchos morirán. Los Escoceses son un
ejército formidable.
¿Fue suficiente? Se alegró de que fuera Bennett quien trajera a los Armstrong
aquí. Ahora era menos probable que el padre de Braya luchara por él. Tenía que
ser suficiente.
Demonios, debería haberse negado a disculparse y eso habría causado
discordia entre los Hetherington y Bennett, pero había mantenido la paz... por
ella.
—¿Tú que tal? —le preguntó ella, tomando sus manos de nuevo. —¿Lucharás
contra este formidable ejército?
—Debo hacer lo que vine a hacer aquí —le dijo, mirando hacia otro lado.
—Le pides a mi padre que renuncie a su venganza pero tú te aferras a la tuya
—acusó, y con razón. —¿Y qué tal si tenemos un alcaide Escocés? ¿De qué lado
crees que se pondrá en una redada?
—No importará si todos están muertos, Braya.
Braya se estremeció y Torin la atrajo hacia sí y cerró sus brazos alrededor de
ella. —No pretendo molestarte. Pero quiero que dejes las peleas de Bennett a
Bennett.
—No necesitas preocuparte por mí —susurró ella contra su cuello.
—Lo sé —sonrió, amando su confianza, pero deseando que no tuviera tanta.
—Puedes cuidar de ti misma.
—Tengo seguridad garantizada —interrumpió ella y presionó sus labios contra
los de él. —Contigo a mi lado.
Capítulo 14

Torin se sentó bajo el cielo iluminado por la luna, junto al Río Eden, en las
afueras de la ciudad. Roger MacRae, uno de los mensajeros del rey, acababa de
dejarlo llevando el mensaje de Torin bajo su manto. Torin le había escrito al rey,
como lo había hecho docenas de veces en el pasado, dándole toda la información
que había reunido hasta el momento sobre la fortaleza. Sabía exactamente
cuántos hombres residían en la guarnición y cuántos patrullaban las fronteras.
Sabía cuántas armas poseían y estaba aprendiendo lo bien que peleaban. La
mayoría de ellos estaban mal entrenados y serían fáciles de derribar.
Si no fuera por los Hetherington, especialmente por Braya, los planes de Torin
no habrían cambiado. El ejército Escocés podría estar aquí en los últimos días de
julio como estaba planeado, pero muchas cosas habían cambiado desde que había
venido aquí.
Hace unos días no había una mujer en su vida que empezara a importar más
de lo que quería admitir, por la que temía estar dispuesto a hacer cualquier cosa.
¿Había dicho suficiente, la había asustado lo suficiente como para advertir a
su padre esta noche? Eso esperaba. Sus soldados estaban llegando. Todo lo que
podía hacer era posponerlo un poco pidiéndole al rey otra semana antes de que
llegaran las tropas. No tendría forma de saber si Robert haría lo que le había
pedido, aunque siempre lo había hecho en el pasado. El rey confiaba en él. Y Torin
no lo decepcionaría.
No había mucho tiempo. Si los Hetherington insistían en pelear, Torin tendría
que llevarse a Braya para mantenerla a salvo.
¿Adónde diablos la llevaría y cómo pelearía entonces? ¡No! Tenía que estar
aquí. Quería ver caer la fortaleza.
Torin contempló la superficie del río salpicada de luna. Era hora de que
comenzara a preparar a Carlisle para su destino. Se aseguraría de que los
Hetherington no pelearan.
Aun así, no pasaría mucho tiempo hasta que Braya supiera la verdad y esto
terminara, de la forma en que estaba destinado a terminar. Nunca debería haber
comenzado algo en primer lugar.
¿Por qué había pedido otra semana? ¿Por qué quería prolongar esto una vez
más?
Escuchó un sonido y miró por encima del hombro para encontrar a Rob
Adams viniendo detrás de él. ¿Qué diablos estaba haciendo despierto y fuera de la
ciudad? ¿Cuánto tiempo había estado merodeando?
—¿Qué estás haciendo aquí? —Torin le preguntó con un tono duro en su voz.
—A menudo salgo cuando todos los demás están dormidos —Adams
respondió, como si estuviera repitiendo el clima. —Lo encuentro más tranquilo.
¿Había visto a Torin hablando con MacRae? Torin estuvo tentado de
preguntarle. ¿Y si lo hubiera hecho? ¿Lo mataría Torin si empezaba a hacer
demasiadas preguntas? Aye.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó a Torin y se sentó a su lado en el
césped.
—Buscando la paz —respondió Torin y cruzó los brazos sobre las rodillas.
Mantuvo la mirada en el agua que tenía delante y no dijo nada más. Dejaría que
Adams capte la pista de que no quiere hablar con nadie y se fuera.
Él no lo captó.
—¿Sobre qué buscas la paz? —preguntó molesto. —¿Es la Señorita
Hetherington?
Torin lo miró boquiabierto. ¿Le había dado a Adams alguna razón para que
sea tan atrevido? —Preferiría no hablar de mi...
—Está claro —dijo el hombre mayor, ignorando la mirada de advertencia de
Torin, incluso si probablemente no podía verla. —¿Qué te atormenta de ella?
¿Que ella es la hija del líder? ¿Que ella es una hábil espadachina? ¿Que ella...?
—¡Adams! —Torin levantó las manos. —¡Suficiente! No tengo intenciones de
compartir mis sentimientos con nadie, sobre nadie. ¿Lo entiendes?
—Por supuesto. Sabes que solo pretendía ayudarte con tu dilema.
¿Torin se veía tan mal entonces? —No necesito ayuda con mi… no tengo un
dilema.
—Por supuesto no.
—¿Te burlas de mí? —preguntó Torin, deseando que no hubiera luna llena
para no tener que ver la sonrisa burlona de Adams y al menos fingir ignorancia.
—Tal vez solo un poco —admitió el hombre mayor. —Solo un hombre tan
seguro de sí como tú negaría su atracción por ella.
—No estoy seguro y no niego mi atracción por ella —confesó Torin en voz
baja, sin darse cuenta de cuánto de sí mismo estaba revelando.
Adams disimuló suavemente su sonrisa. Torin no podía estar seguro, ni le
importaba.
—Creo que sé quién alertó a los Armstrong de nuestra debilitada defensa, y
no fue Galien Hetherington —dijo, cambiando de tema.
—¿Quién era entonces?
—Bennett —Torin le explicó lo que sin darse cuenta se había dado cuenta esta
noche. —Braya… la Señorita Hetherington está de acuerdo.
Adams asintió. —Tiene sentido que quiera mantener a los Hetherington bajo
control, especialmente después de todo lo que ha pasado. ¿Cómo lo
demostramos?
A Torin no le importaba demostrarlo. Bennett, el defensor, estaría de rodillas
muy pronto. —¿Nosotros?
—Aye —desafió Adams. —Nosotros. No me fio de él desde hace muchos años.
—Entonces, ¿por qué trabajar para él? —preguntó Torin en voz baja y grave.
—Era esto o convertirme en un saqueador como el resto de mi familia
—respondió Adams.
Torin se volvió para fijar sus ojos en él en la penumbra. —¿Qué quieres decir?
¿Eres un Hetherington?
—Mi madre era una Hetherington —le dijo Adams. —Mi padre, un Forster.
Bennett no permite que los salteadores se conviertan en guardias, así que cambié
mi nombre, dejé a mi familia y vine aquí hace muchos años.
La familia materna de Adams pertenecía a los saqueadores. Eso explicaba por
qué los ayudaba. Por qué los consideraba amigos y por qué Adams se había
sentido menospreciado por su ataque.
Aun así, Torin no se sentiría tentado a confiar demasiado en él.
—Dijiste que Braya te salvó la vida. ¿Que hizo ella?
—Me convenció de que me perdonara a mí mismo por algo que hice una vez.
Torino sonrió. —¿Y eso te salvó la vida?
—Aye. Lo que hice fue bastante terrible. Y estaba listo para poner fin a mi vida
por la culpa.
—Aye, entiendo la culpabilidad —coincidió Torin en voz baja.
Se sentaron un rato sin hablar. Eso estaba bien con Torin.
—Soy medio Escocés —dijo finalmente Adams, y luego sonrió ante la mirada
de asombrada incredulidad de Torin. —Mi padre, Forster, es Escocés.
—¿Rowley sabe eso?
—Lo hace —se rió Adams. —Sólo odia a los soldados Escoceses.
Torino asintió. —Así es, lo había olvidado.
¿Qué haría Adams si Torin le dijera la verdad? Le vendría bien un aliado de
este lado del muro. Los Escoceses no venían a dañar a los saqueadores. Quizá le
podría ayudar a evitar que los Hetherington peleen. —Tienes una historia
interesante, Adams.
—¿Qué hay de ti, Grey? Dijiste que eres de Bamburgh, ¿verdad?
Torin pensó en decirle la verdad. Que era un Escocés. Y que estaba aquí para
derribar la fortaleza. O Adams se unía a él o moría. —Sí. Bamburgh.
—¿Qué hay de tu familia?
Torin estaba preparado para esas preguntas. Tenía que estarlo. Debía tener
un pasado, de lo contrario la gente no confiaría en él y se volvería en su contra.
Como no quería contar la suya propia, tenía muchas inventadas y listas para
contar. —Mi padre era herrero —levantó los dedos y los pasó débilmente sobre el
broche de polilla prendido a su léine debajo de su manto. —Mi madre era tan
buena como cualquier madre, imagino.
—¿Era? —le preguntó el hombre mayor, y mostrando que lo entendía. —¿Te
la quitaron a una edad temprana?
Torin asintió con la cabeza. No había mencionado nada sobre su muerte,
¿verdad? —Aye, así fue —dijo, antes de que pudiera detenerse. —Al igual que
todos en mi familia, todo me fue arrebatado en un momento.
—Oh, diablos, Gray, mis disculpas —la voz afligida de Adams resonó a través
de los árboles, a través del agua. —No tenía ni idea.
—No es necesario disculparse —le aseguró Torin en voz baja, contento de que
terminaran de hablar de eso.
—¿Cómo paso?
Torin cerró los ojos para evitar que se quemaran. —Fuego.
—Que Dios te ayude, muchacho —se lamentó Adams. —¿Cómo sobreviviste?
Torin se levantó, se sacudió los pantalones y se volvió hacia la fortaleza.
—Corrí.

***

—Galien —dijo Braya, con un tono de advertencia en su voz. —Yo de ti


escucharía la voz de padre sobre este asunto.
—Muy pronto —dijo su hermano, sentado al lado de su padre en la mesa.
—La voz de mi padre será la mía.
—Hasta entonces —gruñó Rowley Hetherington junto a él. —Mi voz es mía y
si vuelves a interrumpir mi decisión sobre este asunto, ¡la mía será la única voz
masculina que se escuchará en esta casa durante mucho tiempo! —gritó, llegando
a su fin.
Galien cerró la boca y no volvió a abrirla.
—Ahora, Braya, dime otra vez por qué tú y Sir Torin creen que fue el alcaide
quien aconsejó a los Armstrong que atacaran.
Braya le contó pacientemente a su padre, por segunda vez, todo lo que ella y
Torin habían hablado esa noche. —El alcaide quiere que pensemos que lo
necesitamos, y… lo hacemos, pero no tanto como nos han hecho creer. Él es quien
nos necesita.
—Es realmente ingenioso —murmuró su padre entre dientes. —El bastardo.
—Padre —comenzó Braya cuando se inclinó sobre la mesa y le tocó el brazo.
Miró preocupada a su madre sentada a su lado. —Él es el que nos necesita porque
los Escoceses están regresando.
Galien le dirigió una mirada de sorpresa y miedo. —¿Cómo sabes eso?
—Sir Torin escuchó a los Escoceses hablar de ello cuando estuvo en Berwick el
mes pasado.
—Padre —su hermano se giró por completo en el banco para mirarlo. —Si
esto es cierto, debemos enviar el llamado para que nuestros otros hermanos se
reúnan.
—Es cierto —intervino Braya. Era hora de que su voz comenzara a ser
escuchada. No estaba de acuerdo con su hermano y estaba cansada de guardar
silencio al respecto. Su espada valía más que el silencio. —Pero ¿por qué
deberíamos luchar por un hombre que nos engaña con poca consideración si
nosotros, sus invitados, fuimos arrebatados en contra de nuestra voluntad o hasta
incluso asesinados? No quiero arriesgar mi vida ni la tuya por él.
—No tienes una base firme para tu argumento, hermana. No sabemos con
certeza si el alcaide tuvo algo que ver con los Armstrong. No hay prueba. No
quiero tomar la palabra de un hombre que no conozco. Un hombre que mató a
cuatro de mis primos y se queda al margen mientras el ejército Escocés diezma a
Carlisle y toma el control. ¿Dónde quedamos nosotros entonces?
¡No! Vio que las palabras de Galien tenían sentido para su padre. Braya
sacudió su cabeza. —Padre, por favor, no nos lances a una guerra que quitará más
hijos a sus padres, más hermanos a sus hermanas, o padres, esposos. No, te lo
ruego, no nos envíes a la muerte por el alcaide.
—Braya —Galien levantó la mano. —No es solo por el alcaide, sino también
por Carlisle y Cumberland. Luchamos contra los Escoceses hace cinco años y
ganamos. Volveremos a ganar.
—¿A qué costo? —ella exigió y miró de nuevo a su padre.
—Déjenme, ustedes dos —les dijo y un gesto les señaló para que se fueran.
Braya se levantó y dejó la mesa, la cocina, y salió de la casa. No quería estar
cerca de nadie. Se acercaba la guerra. Su familia probablemente iba a pelear. Torin
había llamado a los Escoceses “un ejército formidable”. ¿Qué era lo mejor para su
familia? Si ayudaban a Bennett y éste volvía a conquistar a los Escoceses, las cosas
seguirían igual. Si no ayudaban y la fortaleza caía, los Escoceses se sentarían en
Carlisle y todo cambiaría.
Quizás, a la larga, pelear no sería un error.
Deseaba estar con Torin ahora. Miró hacia el establo. Podría tener su caballo
listo en minutos. ¿Qué más iba hacer aquí aparte de preocuparse? Torin no quería
que ella peleara. ¿Cómo le diría que era su deber hacerlo? Braya tendría que
pelear. Era por lo que había estado entrenando, lo que había tratado de probar
toda su vida. Era la mejor luchadora de los Hetherington. Ganaba todas las
competencias en todos los juegos y podía vencer a casi cualquier hombre al que se
enfrentara. Si su familia iba a la guerra con los Escoceses, no tenía más remedio
que unirse a ellos.
Cuanto más pensaba en decírselo, más quería ir con él. Pensarían en algo
juntos. Braya pensaba con más claridad cuando estaba con él. Se dio a sí misma
una docena de razones por las que necesitaba ir… ir a ensillar a Archer y
encontrarlo, besarlo como lo había besado ayer. El recuerdo de su boca sobre la
de ella, el sabor de él, el olor de él... casi se echó a reír a carcajadas mientras corría
hacia el establo.
No podía esperar para verlo. Para…
—¡Braya! —se giró para encontrar a Will Noble corriendo hacia ella. —¡Es
Millie! ¡Creo que viene el bebé!
¡El bebé! Oh, ninguno de ellos pensó en el bebé y en qué clase de mundo lo
estaban trayendo. —¡Madre! —gritó hacia la casa. —¡Madre! ¡Es Millie! —no
había tiempo para preocuparse por su familia ahora. Millie la necesitaba.
***

Braya salió de la casa de Millie y Will, y se apoyó contra el marco de la puerta.


Respiró hondo y se deleitó con el aire fresco de la tarde. A inicio de la tarde del día
siguiente. Santo Dios, diecisiete horas.
Pobre Millie. Había sido un parto difícil. Su bebé nació con los pies por
delante. Gracias a Dios, las mujeres mayores habían venido a tomar el relevo. La
madre de Braya y sus tías, incluida la madre de Millie, sabían qué maniobras
especiales usar para ayudar al pequeño David a venir al mundo.
Braya se alegró de haber estado allí para observar y aprender, pero también la
asustó muchísimo y le hizo darse cuenta de que Millie era más valiente que ella. Se
sintió un poco conmocionada, aturdida y un poco enferma del estómago por lo
que acababa de presenciar. No era la primera vez que presenciaba un parto, pero
nunca se acostumbraba y nunca lo haría. Era la experiencia más violenta y salvaje
en la vida de una mujer.
Con Millie y su bebé a salvo en manos de las mujeres mayores, Braya salió de
la casa necesitando un descanso y un poco de aire.
Cerró los ojos contra la madera fría y pensó en su cama.
Un suave toque a lo largo de su sien le abrió los ojos.
—¡Torín! —Braya se sobresaltó al verlo. ¿Estaba soñando? Le sonrió a sus
hermosos ojos verdes. —¿Qué estás haciendo aquí?
—Tu padre me dijo dónde estabas —su voz sonó en sus oídos como una
canción familiar y relajante.
—¿Mi padre? —ella se rió suavemente. —Creo que le gustas.
Dejó que la alejara de la puerta de Millie y la dirigiera hacia la suya.
—Tu padre y yo hablamos largo y tendido —le dijo mientras caminaban. —Es
un hombre sabio.
—¿De qué hablaste? ¿La guerra? —su corazón latía en sus oídos. Se sintió más
despierta. ¿Lo había soñado todo? ¿Seguían llegando los Escoceses?
—Aye, la guerra.
Se sintió un poco mareada y se aferró a su brazo para apoyarse. —¿Y?
Él dobló su brazo y colocó la mano de ella dentro de su codo, luego la cubrió
con la suya. —Y todavía está indeciso.
Ella suspiró y apoyó la cabeza en la parte superior de su brazo mientras
caminaban lentamente. —Galien quiere pelear, por supuesto.
—Sí, lo sé. Se sentó con nosotros.
Braya levantó la cabeza de su brazo y lo miró. Si no hubiera estado tan cerca
como para sentir el calor de su cuerpo y contar la cantidad de cabellos en su
hermoso rostro, habría jurado que era un sueño.
—¿Qué haremos, Torín? Millie acaba de tener un hijo y necesitará a su padre.
—Convenceremos a tu padre de que no pelee —su profunda voz se filtró a
través de ella hasta los huesos. —Mañana. Esta noche, tienes que dormir. Has
estado despierta durante dos días y dirás cosas que no recordarás cuando
despiertes.
Torin le sonrió. Todas las horas con Millie y lo demás se desvaneció junto con
todas las preocupaciones de la guerra. —Prefiero quedarme despierta contigo.
Su sonrisa se profundizó y su mirada sobre ella se calentó. —No me tientes a
ser desconsiderado y sacarte de tu cama.
Oh, cómo deseaba tentarlo. Quería tentarlo para que la llevara a algún lugar
apartado y sereno, tranquilo y acogedor. Abrió los ojos. ¿Se acababa de quedar
dormida?
Sospechó que sí cuando Torin se abalanzó y la levantó para acunarla en sus
brazos.
Ella chilló y luego se rió con sorpresa. El último hombre que la cargó de esa
manera fue un Milburn con malas intenciones. Ella lo había librado de esas
intenciones con un cuchillo en el ojo. —No tiene que llevarme, mi señor —Braya
no lo decía en serio. Sus piernas se sentían entumecidas debajo de ella. Y no
quería que la soltara. Torin era fuerte y la llevaba como si pesara tanto como un
suspiro. Sus brazos eran duros, pero cálidos. La amoldó a sus piernas y espalda y la
recostó contra su amplio pecho y apretado vientre con los dedos de una mano
enroscados alrededor de su cadera y la otra, justo debajo de su pecho.
Le encantaba mirarlo desde este ángulo, su cabeza inclinada sensualmente
sobre ella, listo para plantar un beso perfecto en su boca.
Oh, ¿por qué tenía que estar tan cansada? Sino le rogaría que la llevara más
allá de los árboles.
—Te llevaré a tu cama, lass.
Oyó su voz como si estuviera a cientos de leguas de distancia. No. ¡Quería
estar más cerca de él!
¿Acaba de llamarla muchacha?
Capítulo 15

Torin miró el rostro dormido de Braya y sintió que el corazón daba un salto y
la respiración le fallaba por un momento.
¿Cómo era que se preocupaba tanto por ella? Había hecho todo lo posible por
la paz entre los hombres de Bennett y su familia y ahora, solo unos pocos días
después de presentarse ante su familia y disculparse, se enfrentaba a luchar
contra ellos en un campo de batalla aún más grande. Sabía lo que vendría. Había
fallado en mantener posiblemente a mil enemigos lejos de los hombres del rey...
sus hombres. Debería haber dejado que los saqueadores y los guardias fronterizos
se pelearan por cinco tontos muertos. ¿A quién importaban? Seguramente no lo
habrían hecho... hasta conoció a sus familias.
Infierno.
Llegó a la puerta de la casa de Braya y llamó. Sabía que su padre estaba
dentro. Lo había dejado no hace mucho.
Rowley abrió la puerta. La mirada de asombrada incredulidad en su rostro
cuando vio a su hija dormida en los brazos de Torin fue tan cómica que Torin casi
le sonrió.
—Ven —se hizo a un lado y le indicó a Torin que entrara. —Te mostraré su
cama.
Torin lo siguió al interior. Galien se quedó en la entrada de la cocina viendo el
espectáculo, casi tan sorprendido como su padre.
Torin se preguntó qué estaban viendo que producía tal reacción. ¿La
vulnerabilidad de Braya? Era menuda, pero no débil ni indefensa.
De repente se sintió honrado de que ella se permitiera ser vulnerable frente a
él.
Infierno. Estaba en problemas.
Nunca se había sentido así por nadie, ni siquiera por Florie. Braya tenía su
espada. Torin mataría por ella. ¿Qué significaría eso para Bruce y sus hombres?
Siguió al padre Braya hasta el otro extremo de la casa, hacia una pared con
cortinas. Le apartó la cortina y Torin miró hacia el pequeño y acogedor espacio
tenuemente iluminado donde ella dormía.
Torin sonrió ante su humilde vida. ¿Qué podría darle si la tomaba como su
esposa?
La depositó en su cama de paja y se demoró sobre ella por un momento extra.
Estaba pensando en Braya como su esposa. ¿Qué diablos le estaba pasando?
Tenía el Castillo de Bothwell en Glasgow, o su fortaleza más pequeña en
Thornhill, ambos entregados por Bruce.
—¿Hablaste con mi esposa?
Torin se apartó de Braya y miró a su padre. —¿Mi esposa?
—¿Qué? —preguntó el mayor, confundido. —¿Su esposa?
—No no. No estoy casado —Torin sabía que sonaba como un tonto. Se sentía
como uno. —Perdóname —dijo con una risa suave mientras se alejaba de su
habitación. —No escuché lo que dijiste.
—Por supuesto —su padre asintió, mirándolo como si le hubiera salido un
tercer ojo. —Te pregunté si hablaste con mi esposa.
Torin sentía que su rostro se encendía. ¡Maldita sea todo! ¡Era un guerrero
que nunca perdía una batalla y ahora estaba sonrojado!
—Eh, no, no la vi ni le hablé.
—Creo que iré a verla. Si no durmió la siesta, estará peor que Braya.
Antes de que Torin tuviera la oportunidad de decir una palabra, Rowley
Hetherington corrió hacia la puerta principal, sacó su jack de un gancho cercano y
desapareció afuera.
A solas con Galien Hetherington, Torin miró al hombre en su camino hacia la
puerta. No confiaba en que Galien no lo apuñalaría por la espalda mientras salía.
—Gray.
Torin se detuvo y lo miró, esperando lo que fuera que el hermano de Braya
quisiera decirle.
No es que a Torin realmente le importara. Galien no ocultaba que no le
gustaba. Torin sentía lo mismo. Galien era imprudente y se dejaba llevar por sus
emociones. No era un buen rasgo en un líder. Terminaría matando a toda su
familia.
—¿Cuáles son tus intenciones con mi hermana?
—Tengo la intención de mantenerla con vida.
—Braya puede hacerlo sola —declaró su hermano.
Torin se alegró de escuchar a Galien admitir lo hábil que era su hermana,
aunque no se lo dijo.
—Y nos tiene a mí y a mi padre.
—Y a mí —dijo Torin con un silencioso suspiro de agonía. ¿Cómo podría tener
su espada si él estaba del otro lado? Parpadeó y fijó su mirada resplandeciente en
su hermano. —Pero todos fracasaremos frente a lo que viene. No es tu lucha.
—Si ganan —argumentó Galien, pero lo ofreció en voz más baja. —Habrá un
nuevo guardián y los saqueadores serán masacrados.
—Solo si luchas contra ellos. No se han sacrificado saqueadores en ningún
otro lugar de Escocia, ¿verdad? A Robert de Bruce le importan un carajo los
ladrones.
Los ojos oscuros de Galien se estrecharon sobre él. —Hablas como si supieras
estas cosas con certeza. Como si... conocieras a Bruce. ¿Es así?
¡Infierno! Torin hizo todo lo posible por no reaccionar o mirar instintivamente
por el pasillo hacia donde Braya dormía. Alguien generalmente lo descifraba.
Normalmente, Torin mataba a quienquiera que fuera y escondía el cuerpo. Pero
este era el maldito hermano de Braya.
—Hablo por experiencia. Eso es todo.
Galien lo miró con los ojos entrecerrados. —¿De dónde vienes? Le he
preguntado a otros y nadie ha oído hablar de ti.
Torin se preguntó, por un momento fugaz, si podría salirse con la suya
matando a Galien y enterrarlo. O si todos sus planes estaban a punto de fracasar
por su culpa.
—¿Has viajado a Bamburgh entonces? —Torin lo desafió, luego se acercó,
cansado de insinuaciones. —Si tienes algo que decir, hazlo —gruñó, abandonando
toda indiferencia y desapego. —Eres un tonto orgulloso. No hagas que tu padre y…
posiblemente tu hermana mueran. Te prometo que, si los Escoceses no te hacen
responder por ello, lo haré yo.
Pasó su mirada mordaz sobre Galien una vez más, dejando que la promesa se
hundiera, y luego salió de la casa.
Maldición. Probablemente debería haberlo matado. ¿Y si Galien compartía sus
sospechas con su hermana?
Regresó al castillo, practicó durante una hora con Adams y luego se retiró a la
cama. Tenía mucho en qué pensar además de Braya o su hermano, como un plan
de ataque. Una vez que los Escoceses estuvieran fuera de los muros, Torin
comenzaría a derribar a los guardias de Carlisle. Quizá tuviera que matar a Adams,
pero haría todo lo posible por evitarlo. Adams no era un Inglés de sangre pura y,
además, a Torin le gustaba. No le gustaban muchos.
Torin se aseguraría de que los Hetherington no lucharan por Bennett. Si
tuviera que matar a algunos guardias antes de que llegaran los Escoceses y culpar
a uno de los Hetherington, como a Galien, por ejemplo, lo haría. Una vez que
Bennett acusara al hijo de Rowley, el líder de los saqueadores retiraría su apoyo.
Torin se encargaría de ello. Una semana extra le daría el tiempo que necesitaba.
Por supuesto, su plan podría fracasar si pasaba demasiado tiempo y el padre
de Braya tenía la oportunidad de llamar a la guerra contra Bennett. Torin estaría
en la misma posición en la que había estado hace días con dos batallas en sus
manos y solo una en la que quería pelear y ganar.
Demonios, todo tenía que ser perfecto, o lo más cerca posible de la
perfección. Demasiado podría salir terriblemente mal. No había planeado que
Bennett posiblemente tuviera otros mil hombres de su lado. El Rey Robert
tampoco lo apreciaría. Si los Escoceses sufrían otra derrota ante Carlisle, el golpe
sería demasiado grande. Habría fracasado, y no podía permitir que eso sucediera.
Ya no importa si su decisión de mantener la paz entre los saqueadores y
Bennett fue correcta o incorrecta. Tenía que seguir avanzando. Tenía que derribar
esta última fortaleza o la culpa y la vergüenza de su vida nunca cesarían. Tenía que
mantener a salvo a Braya, y no solo a Braya, sino también a su familia.
Se quedó dormido preguntándose cómo se había permitido enamorarse de
una muchacha que arriesgaría tanto.
Se despertó a la mañana siguiente sin respuesta y con un problema aún
mayor.
Según Adams, a quien Torin encontró de camino al gran salón, Rowley
Hetherington había sido llamado al castillo. Debía venir solo.
—¿Por qué fue enviado a buscar? —preguntó Torin, tratando de no sonar
demasiado preocupado.
—Bennett mandó a buscarlo anoche —le informó Adams, sin prestar atención
a la calma forzada de Torin. —O eso he oído. Está acusando a Hetherington de
traicionar a los guardias en favor de los Armstrong.
Torin miró el pasillo iluminado por velas hacia las escaleras que conducían al
solar de Bennett, luego lo rodeó y se dirigió hacia allí. Bastardo. ¿Por qué haría
una acusación cuando él mismo era quien lo había hecho?
—¿Adónde vas?
—A averiguar qué está tramando —fuera lo que fuera, Torin lo descubriría.
No dejaría que hubiera sorpresas. Mantendría a Braya a salvo de cualquier
enemigo. Su oscuro y polvoriento corazón dependía de ello.
Cuando llegaron a la puerta del solar y llamaron, Bennett los invitó a pasar.
Torin no estaba allí para beber o sentarse. Estaba aquí para averiguar una cosa.
Aun así, no haría ni diría demasiado para que el defensor sospechara algo sobre él,
aparte de que Torin era audaz y descarado.
—¿Por qué ha mandado a buscar a Rowley Hetherington? ¿Qué ha sucedido?
Bennett lo miró bajo unas cejas sombrías y sospechosas.
Torin cuadró la mandíbula e inclinó la barbilla. Bennett no lo confrontaría.
Tenía miedo de Torin, como debía ser.
—Necesitaremos a sus hombres cuando vengan los Escoceses —dijo Torin,
tratando de desviar los pensamientos de Bennett de donde sea que se dirijan.
—Ahora no es el momento de convertirlo en un enemigo.
—Tendremos a sus hombres —prometió finalmente Bennett con una curva de
sus delgados labios. —Él no tendrá más remedio que enviar por ellos.
—¿Por qué no?
—Le diré que creo que la Señorita Hetherington nos traicionó con los
Armstrong.
Torin se quedó en silencio por un momento mientras la conmoción se
asentaba. ¿Qué? ¡Esta escoria no podía hablar en serio!
—Ella nos odia —continuó, ignorando el rostro pálido de Torin. —Provoca
conflictos entre nosotros y su padre, y lo peor de todo que lo hace cuando más
necesitamos a los saqueadores de nuestro lado. Solo hay una forma de evitar que
intente provocar una guerra entre nosotros.
No, no, se dijo Torin. Bennett estaba hablando de Galien, no de Braya. Ella
buscaba la paz.
Miró a Bennett con rabia oscureciendo su expresión. —Sabes perfectamente
bien que no fue ella quien nos traicionó con los Armstrong.
Bennett se encogió de hombros. —Dije que le iba a decir que creía. En verdad,
no sé cómo sabían que éramos vulnerables. Debo tomar a la Señorita
Hetherington como mi esposa y asegurar la promesa que tenemos con su familia
de pelear con nosotros cuando los Escoceses vengan a Carlisle.
Torin se habría reído, pero no había nada gracioso en esto. Mataría a Bennett
antes de que estuviera cerca de casarse con Braya.
—Braya nunca estará de acuerdo —murmuró Adams. —¿Forzarás a una mujer
a tu cama?
—Si pudiera garantizar nuestra seguridad contra los Escoceses, sí, lo haría
—respondió Bennett.
—Nada garantizará tu seguridad contra los Escoceses —señaló Torin con los
dientes apretados. —Son feroces, salvajes y si vienen aquí, vendrán a matarte
—si pudiera, Torin lo mataría ahora mismo. Pero por sí mismo no sería capaz de
mantener la fortaleza hasta que llegaran los Escoceses. Tendría que esperar.
Deseaba no haberle pedido a Bruce otra semana más.
—Con la ayuda de los saqueadores, los Escoceses perdieron hace cinco años
—dijo Bennett con una sonrisa. —Me aseguraré de que volvamos a contar con su
ayuda con mi matrimonio con Braya Hetherington.
—Ella te matará antes de que los Escoceses lleguen aquí —señaló Adams con
una mueca.
Bennett se rió, tentando a Torin a saltar sobre la pequeña mesa que los
separaba y romperle los dientes. —Estoy seguro de que Hetherington estará de
acuerdo en que esto es lo mejor. Continuaré manteniendo a los Armstrong y otros
guerrilleros alejados de su familia y tendré su protección contra su odiado
enemigo, los Escoceses. Es un plan perfecto.
No si Torin lo mataba primero. Apretó las manos en puños y se obligó a
quedarse quieto y tratar de parecer no amenazador. —Esas son buenas noticias,
mi señor. Podemos usar a los hombres. Ahora, si me disculpa —tuvo que dejar el
solar antes de arruinar todos sus planes y matar a Bennett donde estaba. Torin era
un excelente espadachín, el mejor que conocía, de hecho. Pero incluso él no podía
luchar solo contra todos los guardias de Carlisle.
Sonrió y salió sin esperar a que Bennett respondiera. Tan pronto como estuvo
fuera del solar, cerró los ojos y apretó la mandíbula. La idea de que Bennett
obligara a Braya a casarse con él fue suficiente para que Torin lo arriesgara todo.
No, se dijo a sí mismo. Braya no era suya. No tenía derecho a actuar como si lo
fuera. Iba a tener que cambiar eso. ¿Qué pretendía hacer? No lo sabía, pero no iba
a dejar que Bennett se acercara a ella nunca más.
Pronto se dio cuenta de que Adams estaba detrás de él. —No me preguntes a
dónde voy. Es mejor para ti si no sabes lo que voy a hacer.
—Ya lo sé —dijo Adams arrastrando las palabras. —Voy contigo.
Se volvió de inmediato y levantó la mano para detener el avance de Adams.
—No voy a... no volveré hasta que lleguen los Escoceses.
El hombre alto y mayor asintió. —Necesitarás a alguien a tu espalda hasta que
la lleves a donde sea que la lleves.
Torin lo miró directamente a los ojos. —¿No intentarás detenerme?
—¿Por qué diablos crees que lo haría? —Adams le preguntó con franqueza.
—No quiero a la Señorita H... Braya con él.
¿Querría a Braya con Torin? —Su padre probablemente intentará detenerme.
Adams asintió. —Tendrás que convencerlo de que puedes mantenerla a salvo
de la traición del alcaide —movió el pulgar por encima del hombro hacia el
torreón. —Y de luchar contra los Escoceses.
Aye, pensó Torin, Adams entendía. Torin realmente no quería compañía, pero
nunca estaba de más tener otra espada y, además, le vendría bien un poco de
consejo. ¿Era normal que le doliera cada músculo, cada hueso, la cabeza?
—Muy bien, vámonos.
Después de ensillar sus caballos, partieron hacia el pueblo de los
Hetherington. Torin se sorprendió de que Rowley aún no hubiera llegado a
Carlisle. Sin embargo, se alegró y no pensó más en ello mientras él y Adams
cabalgaban hacia el río y luego lo cruzaban.
—¿Qué tan serias son las cosas entre tú y Braya? —Adams le preguntó
mientras se iban. —Y no intentes decirme que no lo son. Es claro ver cuando la ves
o incluso cuando le hablas. ¿La amas?
¿Cómo debería responder? ¿Con la verdad? ¿Cómo podía amarla cuando era
un idiota mentiroso, su enemigo, que la estaba engañando para que se enamorara
de él? Se sintió un poco enfermo. Era lamentable y necesitaba ayuda. —Nunca he
estado enamorado —confesó. —A menos que cuentes cuando tenía siete años.
Adams lo miró fijamente con una mirada de incredulidad, y luego su rostro
curtido y lleno de cicatrices esbozó una sonrisa. —¿Bromeas, muchacho? ¿Nunca
has amado?
Torino negó con la cabeza. —No sé con certeza si lo que siento por Braya es
amor, pero no dejaré que Bennett la tenga.
—Yo tampoco, pero no estoy enamorado de ella. ¿Qué sientes? —Adams
clavó los dedos en su vientre. —Aquí.
Torin apretó la mandíbula, pero luego la aflojó. No sería indultado para
callarse sobre este asunto. Pero ¿lo ayudaría Adams? ¿Cómo se sentía acerca de
que Torin estuviera con ella? —Me siento retorcido en nudos, desgarrado,
esperanzado y más desesperanzado que nunca.
La sonrisa de Adams se amplió, trayendo algo de alivio a Torin. Adams había
dicho que Braya le recordaba a su hermana. Torin, de hecho, sintió como si le
estuviera confesando su corazón al hermano mayor de Braya, Ragenald, y
recibiendo su bendición.
Se acercaron al pueblo y vieron a alguien corriendo hacia ellos. Era una mujer
la prima de Braya, Lucy. Estaba pálida y sus ojos parecían estar hinchados y rojos
por el llanto.
El corazón de Torin comenzó a acelerarse.
—¡Es Braya! —gritó, casi alcanzándolos. —¡Se la llevaron! ¡Los Armstrong se
llevaron a Braya!
Capítulo 16

Por un momento espantoso, Torin se vio de vuelta en la cocina de su madre,


observando... en el bosque, encontrando a sus amigos. Sintió que la bestia oscura
dentro suyo se movía, turbulenta, despiadada, decidida a encontrar y matar a
todos los enemigos.
—¿Dónde está su pueblo? —le preguntó a Adams con calma desde lo alto
sobre el lomo de Avalon.
—Está al sur de aquí —respondió Adams, y luego miró a Lucy. —¿Los hombres
los persiguieron?
Ella asintió.
—¿Hace cuánto tiempo?
—Hace menos de una hora. Oh, ¿la encontrarás? —volvió la mirada hacia
Torin. —¿La traerás de vuelta?
Torin asintió, y luego le dio un ligero tirón a la rienda izquierda de Avalon y se
fue. No le habló a Adams en el camino hacia el sur, sino que montó Avalon fuerte y
rápido hasta que vio señales de los Hetherington en la distancia. Habían detenido
su avance. ¿Por qué?
Empujó a Avalon con más fuerza y ella siguió con facilidad, su larga melena
blanca ondeando tras de ella cuando pasó junto al caballo de Adams.
Cuando alcanzó a los saqueadores, vio a Rowley de pie con otros hombres,
incluido a Galien. Se deslizó de la silla de Avalon antes de que se hubiera detenido
por completo, la dejó ir por donde quisiera y corrió hacia la familia de Braya.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué se han detenido?
—Más adelante está la villa fortificada de Armstrong —le informó su padre.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió Galien, y luego se volvió cuando tanto
su padre como Torin le lanzaron miradas asesinas.
—No sabemos a dónde se han llevado a Braya —continuó su padre. —Si no
nos apresuramos, quién sabe lo que podrían hacerle antes de que la alcancemos.
Torin asintió y luego se inclinó. —Entraré en la villa y la encontraré. La sacaré
y te ayudaré a matar a los que se la llevaron.
Su padre lo miró fijamente. Podía sentir los ojos de Galien sobre él también.
—El alcaide —continuó. —Ha acusado a su hija de conspirar con los
Armstrong contra él y sus guardias, y planea obligarlo a aceptar casarla con él. Por
eso le convocó al castillo.
—Lo mataré —prometió Rowley Hetherington. —Sospecho que él también
tiene algo que ver con esto.
—Aye. Tal vez quiera dar peso a su acusación al hacer que la “atrapen” con los
Armstrong.
Torin se sintió aliviado, ya que incluso Galien parecía convencido.
—Dame dos horas para entrar y encontrarla —exigió Torin. —Ven en
cualquier momento después de eso.
—¿Por qué puede entrar solo? —Galien se quejó.
—Puedo encontrar una manera de entrar a cualquier fortaleza enemiga —le
dijo Torin directamente. —Lo he hecho muchas veces. Si algo sale mal, podría
costarle la vida a Braya. Por favor confía en mí. Puedo recuperarla. Estamos
perdiendo el tiempo.
Su hermano le dio una mínima inclinación de cabeza.
Su padre lo miró a los ojos. Torin podía sentir la fuerza en la mirada del
anciano. Podía ver la esperanza allí. —No le fallaré —prometió.
—¿Cómo planeas hacer esto? —preguntó su padre. —¿Cómo sabremos
cuando la hayas encontrado?
Torin extendió la mano y palmeó su hombro y finalmente sonrió. —Lo sabrás.
—Cuando Adams y su caballo finalmente lleguen aquí —dijo mientras se
alejaba. —Dile que no me siga. ¡Y que nadie toque mi caballo!
***

El tiempo de vacilar había terminado.


Afortunadamente, los árboles rodeaban la villa de Scorney, y Torin estaba en
una casa en los árboles. Sabía cómo escalarlos, esperar en ellos, escuchar en lo
alto de ellos sin que nadie lo supiera.
Miró a su alrededor desde donde estaba sentado sobre una rama gruesa. Al
este había un gran pasto salpicado de ovejas. Al norte, docenas de cabañas que se
extendían por las verdes colinas.
Los Armstrong tenían mucho. ¿Por qué diablos eran una amenaza para los
Hetherington? No necesitaban asaltar. Torin pensó que tal vez recibieran un pago
de Bennett para atacar de vez en cuando solo para que el alcaide pudiera
defender a los Hetherington.
Después de esto, seguramente el padre de Braya no lucharía por él.
Torin observó a los hombres que corrían hacia una casa grande al oeste de él.
No sabía quién era el líder, pero sospechaba que vivía en esa casa. También
sospechaba que Braya estaba allí con él.
Sabiendo adónde ir ahora, Torin se bajó del árbol y se subió la capucha. Se
dirigió a la taberna, donde esperaba oír algún chisme, algo que le ayudara a entrar
en la casa sin que lo detuvieran. Si su líder acababa de regresar con un
Hetherington, se hablaría de ello.
—Nunca vi a una mujer pelear como lo hizo. Te digo, en un momento, temí
que pudiera alcanzar a John.
Torin se acercó al pequeño grupo de hombres que estaban de pie en la parte
trasera de la taberna. El hombre estaba hablando de Braya, sin duda.
—No entiendo por qué insiste en cumplir las órdenes de Lord Bennett y
buscar peleas con esa gente —dijo otro hombre.
—No importa si lo entiendes o no —argumentó el primer hombre. —John
hace lo que es mejor para la familia.
El oído de Torin captó otra conversación a su izquierda. La voz de una mujer.
—El nuevo cocinero ya debería estar aquí.
Torin se apartó de ella y recorrió con la mirada a la gente de la taberna. Se
dirigió hacia la puerta cuando vio entrar a un hombre alto y regordete. Llevaba
una bolsa al hombro y una cacerola de hierro en la cadera y miraba a su alrededor
como si estuviera perdido. El nuevo cocinero.
Torin sonrió y corrió hacia él. —¿El cocinero?
—Aye —el hombre sonrió. —Yo…
—Ven —Torin deslizó su brazo alrededor del hombro del cocinero. —Déjame
llevarte a la casa —acompañó al cocinero hasta la puerta, lo condujo hasta la parte
trasera de la taberna y lo golpeó en la cabeza con la empuñadura de su espada. Su
víctima solo estaría fuera durante una hora o menos, suficiente tiempo para que
Torin hiciera lo que tenía que hacer.
Desató la cacerola, se ajustó la capa para ocultar la espada que tenía en el
costado lo mejor que pudo y volvió a llevar el utensilio de cocina al interior. Se
dirigió hacia la mujer. Resultó que estaba sentada con otras dos mujeres en una
mesa.
—Perdóname —dijo después de atravesar la taberna en tres zancadas y
bajarse la capucha. Su cabello caía alrededor de su rostro en anchas mechas de
diferentes tonos dorados. —Parece que estoy perdido. Soy el nuevo cocinero.
Las muchachas dejaron de hablar entre sí y lo miraron desde las puntas de sus
gastadas botas hasta la sartén que colgaba de su mano, hacia arriba hasta sus
anchos hombros cubiertos y su cabeza aureolada.
—¿Siempre llevas tu sartén en la mano? —preguntó una de las muchachas,
riendo detrás de sus dedos.
Torin sonrió con indulgencia. Sus ojos brillaban como campos verdes de
verano iluminados por el sol, atractivos y misteriosos. —Si dejo que cuelgue de mi
cadera, se interpondrá en el camino de mi espada.
Las tres mujeres se rieron. Dos se sonrojaron.
—¿Saben adónde debo ir?
Dejaron de sonreír al instante y recordaron su deber. —¡Aye! Síguenos, vamos
de regreso a la casa —dijo una de ellas, poniéndose de pie. Las otras la siguieron.
—Elaine te llevará a la cocina.
Se inclinó levemente y las dejó pasar.
—Eso a tu lado, ¿es una espada? —preguntó una de ellas.
—Aye, señorita —le dio una mirada curiosa. —Lo mencioné hace un
momento.
—Aye, pero pensé… —su rostro se puso escarlata. —No importa.
Salieron de la taberna y se dirigieron a la casa grande. Torin le sonrió. —Es
peligroso ahí fuera. Necesito protegerme.
Ellas estuvieron de acuerdo y le hablaron de la mujer salvaje que su líder
había capturado desde su cama. Ella había arañado, mordido y pateado la mitad
del camino hasta que Lord John tuvo que golpearla y noquearla.
La sangre de Torin hirvió. Apenas podía contener su rabia. Sus manos se
cerraron en puños a sus costados.
—¿Está la gatita montés en la casa? —preguntó cuándo llegaron. Estaba bien
construido con dos pisos de piedra y madera. —¿Debería tener mi espada lista?
—Los guardias no te dejarán entrar con tu espada —le dijo una de ellas.
A Torín no le importaba. Conseguiría otra.
—Ella está adentro, pero no temas. Está encerrada arriba.
—No confío en los candados —respondió con una sonrisa dubitativa que
oscureció sus helados ojos esmeralda. —Las cerraduras tienen llaves.
—Richard Bells es el único que tiene una llave.
—¿Y dónde está Richard Bells? —preguntó mientras entraban a la casa.
Fueron recibidos de inmediato por cuatro guardias que exigieron la espada de
Torin, pero no su sartén. La cosa estaba hecha de pesado hierro forjado.
Probablemente podría hacer tanto daño como una espada hasta que se volviera
demasiado pesado como para empuñarlo.
—Richard está protegiendo la puerta —le dijo una de las muchachas con
cabello color jengibre cayendo sobre sus hombros mientras le entregaba su
espada. —Ven. Te mostraré la cocina y luego tu habitación.
Ah, Elaine.
Torin sonrió y la siguió. No tenía mucho tiempo. Les había dicho a los
Hetherington que le dieran dos horas. Ese momento se acercaba rápidamente.
Aun así, no era como si fueran a atacar después de dos horas. ¿Lo era?
Vio la cocina e hizo todo lo posible por mostrar interés. Elaine lo llevó a su
habitación y se fue de mala gana cuando Torin le mostró incluso menos interés
que a las ollas recién forjadas en la cocina.
Esperó un momento, luego salió corriendo y se apresuró por el pasillo. Buscó
por un momento las escaleras y al encontrarlas, las subió lentamente.
Antes de llegar a la cima, miró de un lado a otro en el pasillo. Vio a dos
hombres en el extremo sur que custodiaban una puerta. ¿Cuál era Richard Bells?
No importa, pensó, subiendo el resto del camino.
Los dos guardias lo vieron de inmediato y sacaron sus armas.
Torin avanzó. Levantó las manos y luego se rió de la sartén frente a su cara.
—Soy el nuevo cocinero —bajó la sartén. —Elaine dijo que el guardarropa estaba
aquí arriba.
—Hay uno debajo de las escaleras. La pequeña puerta a tu izquierda —le dijo
uno de los guardias con una advertencia en su tono.
Ambos hombres eran altos y anchos de hombros. Ambos estaban armados
con espadas. Uno de ellos tenía una llave balanceándose de una cuerda en su
cadera.
—Ustedes dos se ven como si no hubieran tenido una comida adecuada en
semanas.
—Meses —corrigió el hombre que no era Richard. —El último cocinero era
terrible.
Torin sonrió y levantó su sartén de nuevo. —Remediaré eso.
El que no era Richard sonrió. Richard no lo hizo. Torin agitó la sartén hacia él y
se apartó de la sangre que le salpicaba la cara. Golpeó al compañero de Richard a
continuación, evitando por poco un golpe de la hoja del hombre en su garganta.
Cuando ambos hombres estuvieron en el suelo, dejó caer la sartén y sacó la llave
de la cuerda de Richard. Lo encajó en la cerradura.
Empujó la puerta y vio a Braya acostada en una cama. Su boca, al igual que
sus muñecas estaban atadas. Y sus tobillos estaban atados entre sí.
El corazón de Torin lloró de rabia por ella y de alegría a la vez por encontrarla
con vida.
Cuando lo vio, dejó escapar un suspiro que hizo que sus hombros se
hundieran de alivio.
Se movió rápidamente, sacó un cuchillo que tenía escondido detrás de su
espalda y la desató. Quería hacer un alboroto. Sintió que la furia crecía en él y casi
la soltó cuando vio su mandíbula hinchada y morada.
—Vamos, Braya —Torin la levantó y la condujo a la puerta presionándola
cerca de él para poder besar su rostro magullado.
—Cómo hici…
—Luego, amor. Todavía tenemos que salir de aquí.
Ya fuera de la habitación, se inclinó para tomar la espada de Richard y luego
se inclinó nuevamente para tomar la de su compañero. Le dio una a Braya y luego
la condujo por el pasillo hasta las escaleras. Corrieron hacia abajo y casi llegaban a
las puertas delanteras cuando dos guardias los notaron y se apresuraron a detener
su partida.
Torin estaba listo con un golpe en dirección al vientre del primero y luego otro
al pecho del siguiente.
Empujó a Braya detrás de él mientras más hombres corrían hacia ellos, con las
armas en alto.
Tenían que salir. Tenía que enviar una señal a los demás para que vinieran.
Hizo un trabajo rápido con tres hombres, uno de los cuales tenía su espada, la
que recuperó. Braya acabó con dos más.
Torin agarró una antorcha de la pared y salieron corriendo de la casa. Podía
oír a los hombres detrás de él. Tomó la mano de Braya mientras corría y arrojó la
antorcha sobre la taberna cuando llegaron. Corrió adentro y gritó. —¡Fuera!
¡Váyanse todos! ¡Es un incendio!
Todos salieron. Las llamas envolvieron el techo. El humo se elevó hacia arriba
y hacia afuera como una nube sobre el pueblo. Se estaba volviendo difícil de ver,
pero los guardias de Armstrong estaban por todas partes.
Salió a la multitud y comenzó a luchar contra los guardias. Pronto, pudo
escuchar sonidos de ataque. Los Hetherington estaban aquí. Sabían que el humo
era la señal. Bien por ellos. Lucharon junto a ellos, a su lado, contra los
Armstrongs. Pero era consciente de Braya luchando por su vida cerca de él, así que
la tomó de la mano y corrió con ella hacia las afueras de la villa.
Sabía que Braya no dejaría a su familia, y la admiraba por ello, más de lo que
podía imaginar. Torin la salvaría de las manipulaciones de un hombre poderoso,
pero no la alejaría de proteger a su familia. Por lo que primero tenía que encontrar
a John Armstrong.
No tuvo que esperar mucho.
—¿Adónde crees que vas con mi mujer?
John era un bruto corpulento con el pelo amarillo recortado y una larga
cicatriz en la barbilla. Llevaba pantalones, un jack, y empuñaba una espada larga y
un escudo.
Nada lo ayudaría.
Torin soltó la mano de Braya y avanzó con confianza. —Lucharé contigo por
ella.
Capítulo 17

Si Torin perdía, Braya los mataría a ambos.


Braya los observó, temiendo por Torin, porque había luchado contra esta
montaña de hombre y él era fuerte. Pero Torin sabía pelear y parecía ansioso por
pelear contra John Armstrong.
Balanceó su espada y acabó con la vida de un hombre que venía hacia ella con
un hacha. Vio a Rob Adams corriendo hacia ella y dejó que la abrazara cuando la
alcanzó. Su padre fue el siguiente en abrazarla y cuidarla, y el siguiente en
presenciar al guerrero más salvaje que sus ojos alguna vez habían visto.
Torin rodeó al Armstrong como un depredador evaluando a su presa. No tenía
ninguna expresión en su rostro excepto por la ira, oscura y peligrosa. Se movió
rápidamente, corriendo y luego saltando hacia atrás, cortando, balanceando,
golpeando y, lo más impresionante, esquivando, desviando golpes y
combinaciones mortales.
John Armstrong no era el líder por ser guapo. Porque no lo era. Pero sí era un
hábil luchador, capaz de proteger a los Armstrong de los guardias occidentales.
¿Podrá Torin vencerlo? Braya movió la cabeza. El Sr. Adams no parecía
preocupado, pero su padre sí.
No tomó mucho tiempo darse cuenta de que Torin estaba cansando al
voluminoso líder a la vista de toda su gente. Armstrong no podía seguir el ritmo de
sus rápidos movimientos. Cada vez que el líder balanceaba su pesada arma y
fallaba, agotaba su fuerza. Estaba cada vez más débil por momentos.
Su padre debe haberse dado cuenta de lo mismo porque gritó. —¡Acaba con
él!
Torin se agachó, evitando un golpe en la cabeza, y levantó los puños. Uno de
ellos, el que estaba envuelto alrededor de la empuñadura de su espada, golpeó a
Armstrong en la mandíbula.
El líder gritó de dolor. Torin levantó su bota y lo pateó sobre su espalda, y
luego cayó sobre él. Levantó su espada y parecía listo para hundirla en el hombre
que la había secuestrado.
—¡Torín, no! —Braya lo llamó y corrió hacia él. —Nunca tendremos paz con
los Armstrong si lo matas.
Se volvió para mirarla mientras ella se arrodillaba a su lado.
—¡Por favor! ¡Por favor, muéstrale misericordia!
No estaba segura de sí Torin lo haría, y le dolía el corazón. Sabía que Galien no
mostraría piedad. En este caso, tampoco pensó que su padre lo haría. Los
hombres y su orgullo. ¡Lo que se había hecho, se lo habían hecho a ella! Si ella
podía mostrarle misericordia, ¿por qué diablos no podrían ellos?
Torin levantó su espada. El corazón de Braya se aceleró. Clavó la hoja en el
suelo y se volvió hacia su prisionero mientras el corazón de Braya se derretía por
todas sus costillas.
—Le dirás a los Hetherington quién te indujo a hacer esto —exigió. —Les dirás
la verdad o morirás.
—Bennett —gritó el líder, agarrándose la cara. —Fue el alcaide.
Braya no quería creer que Bennett llegaría tan lejos, pero así era. Sabía que su
padre nunca daría su apoyo después de esto. Se alegró por eso.
—Dejemos este lugar —gritó a los demás mientras se levantaba. Se volvió
hacia Torin mientras él se enderezaba y pasaba por encima del líder Armstrong.
—Llévame a casa.
Quería abrazarlo, besarlo. Había mostrado misericordia cuando claramente
quería matar a su enemigo. Torin la escuchó e hizo lo que le pidió. Ninguno de los
otros hombres la escuchaba nunca.
¡Ay, al diablo con eso! A ella no le importaba lo que pensara su familia. Echó
los brazos alrededor de su caballero y cayó contra él, con cuidado de no golpearse
la mandíbula magullada. —Gracias, Torín. Gracias por venir por mí.
—Ven —le respondió en un tono reconfortante. —Tenemos más de qué
hablar. Regresarás conmigo en Avalon.
Cuando ella estuvo de acuerdo, se volvió hacia los aldeanos y los guardias de
Armstrong, incluso hacia el propio Armstrong. —No pelearán del lado de Bennett
por ningún motivo o iré por cada uno de ustedes. En cuanto a los Hetherington, si
los atacas de nuevo, tendrás que preocuparme por mí, Torin Gray. No seré
misericordioso la próxima vez.
Los Hetherington lo tenían. ¿Iba a establecerse aquí entonces?
Braya quería la paz pero sabía que, a veces, algunas personas solo entendían
la paz a través del miedo. Así que, que teman a Torin Gray. Él había venido por
ella… ¿cómo había logrado entrar al pueblo? Sabía por incursiones anteriores que
era casi impenetrable. ¿Cómo sabía dónde encontrarla? ¿De qué otras cosas
quería hablar con ella? Tenía muchas preguntas, pero, sobre todo, ¿qué había
dicho o hecho él para calmar a Galien?
Salieron del pueblo y Torin llamó a su caballo. La yegua blanca y castaña salió
de entre los árboles y corrió hacia ellos. Braya pensó que Avalon era la criatura
más hermosa que había visto en su vida, pero no estaba segura de estar lista para
montarla.
—Me morderá —dijo mientras el caballo se acercaba.
—Me aseguraré de que no lo haga —le aseguró Torin.
Sin esperar su respuesta, la levantó y la ayudó a montar. Avalon giró la cabeza
y Braya estuvo segura de que estaba a punto de perder un trozo de su pierna, pero
Avalon no la mordió. Por un momento, Braya tuvo la necesidad de sonreír,
orgullosa de sí misma por evitar la ira de Avalon.
Cuando Torin saltó detrás de ella, finalmente se sintió segura.
—Cenarás con nosotros esta noche —invitó su padre a Torin cuando los
alcanzó. —Tenemos cosas que discutir.
Torin negó con la cabeza. —Si Bennett sabe que Braya está libre, vendrá por
ella. No podemos quedarnos en tu villa.
—Entonces... —la voz de su padre se hizo más grave. —¿Adónde debe ir?
—Braya se quedará conmigo.
El corazón de Braya se hundió y se aceleró al mismo tiempo. —Un momento.
¿Qué está pasando? ¿Qué más ha hecho Bennett?
Notó la mirada de soslayo que su padre le lanzó a Torin y se erizó entre sus
muslos. —¿Que ha sucedido?
—Quiere casarse contigo.
Braya se dio la vuelta para mirar a Torin a los ojos y se rió. —No me importa lo
que él quiera. No me tendrá.
—Hizo todo lo posible para que te secuestraran, Braya. Quiere la protección
de tu familia contra los Escoceses —se volvió hacia su padre. —Deberías
prometerle tu lealtad como cambio en vez del matrimonio con tu hija. Si te
pregunta más, dile que la he tomado y que planeo casarme con ella.
Braya se dio la vuelta por completo y lo miró boquiabierta. —¿Qué estás
diciendo?
—Debo evitar que te tenga.
—No —dijo Braya sacudiendo su cabeza. —No me casaré contigo por esa
razón.
—Ahora déjame decirte algo —exclamó su padre. —No te di mi permiso para
esto.
—El alcaide dijo que no tendrías más remedio que aceptar casarla con él
—discutió Torin con él, con los dos. —No se detendrá solo por esto. Debo llevarte
a algún lado.
—¿Donde? —exigió su padre.
—No lo sé todavía.
—Llévala a Rothbury —sugirió Adams. —Al conde. Ya trabajaste para él antes.
Estoy seguro de que la acogerá y está lo suficientemente lejos como para…
—¡No deseo ir al Conde de Rothbury! —Braya insistió. —No correré ni me
esconderé de Bennett. Voy a…
—¿Quieres que luchemos contra los Escoceses? —preguntó su padre.
Braya tragó y sacudió la cabeza.
—Entonces harás lo que te digo. Discutiremos esto más a fondo con tu madre
y decidiremos qué es lo mejor.
Se mantuvieron en silencio durante el resto del viaje a casa. Braya tenía miedo
de darse la vuelta y mirar a Torin. ¿Era sincero? ¿Se casaría con ella para
mantenerla a salvo de Bennett? Habría sido más receptiva si no tuviera
sentimientos por él. Quería más que protección. Quería que él sintiera algo por
ella, algo poderoso y profundo.
Cuando los Armstrong se la llevaron, pensó en Torin y en el tipo de vida que le
gustaría con él. Sabía que su familia vendría por ella, pero no tenía idea de lo que
haría Torin. No había esperado que él entrara a escondidas en la casa, matara a los
guardias y la rescatara antes de la comida de la tarde.
Braya se recostó contra su pecho. Torin cerró su brazo alrededor de ella con
más fuerza. ¿Se preocupaba por ella? ¿Qué pasaría después de que la llevara a
Rothbury? ¿Por qué diablos pensaba Bennett que Braya se convertiría en su
esposa? ¡El bastardo había tramado su secuestro! Quería matarlo la próxima vez
que lo viera, probablemente por eso Torin quería sacarla de Carlisle.
Regresaron a la propiedad de Hetherington y fueron recibidos por su madre,
Lucy y una docena de personas.
En lugar de que las cosas se difundieran de boca en boca, alertaron a todos
para que acudieran al ayuntamiento.
Cuando todos llegaron, Torin les dijo que creía que los Escoceses llegarían
pronto. Si los Hetherington peleaban con Bennett y perdían, pagarían un alto
precio. Si se mantenían al margen, aunque eso significara la pérdida de Bennett,
los Escoceses los dejarían en paz.
—Ustedes no contáis la máxima protección contra vuestros enemigos que
creéis tener —les dijo. —El alcaide ha estado detrás de cada incursión y de los dos
últimos ataques para asustarlos a todos. Hetherington —señaló a su padre.
—Puedes reunir a mil hombres y lo harías porque odias a los Escoceses.
—Aye —estuvo de acuerdo su padre.
—Razón por la que eras una presa fácil —le dijo Torin y miró hacia otro lado
antes de que su padre lo mirara con furia.
Braya se tapó la boca con la mano y sonrió ante la audacia de su caballero.
Pero tenía razón, y su padre lo sabía.
—No lucharemos por Bennet —aseguró su padre. —Aunque no sé por qué te
doy mi palabra.
—Porque tu hija no podrá mantenerse alejada si no te escucha decirlo.
Su padre fijó su mirada amorosa en la de ella, y Braya se secó los ojos una vez
más. —No pelearemos si vienen los Escoceses.
Braya arrojó sus brazos alrededor de él y le dio las gracias en su oído. Cuando
la soltó, quiso arrojarse a los brazos de Torin a continuación.
—¿Galien? —le preguntó a su hermano. —¿Y tú?
Él arrugó la cara hacia ella. —Nunca le prestaría mi espada a un bastardo que
te secuestró al levantarte de la cama y luego te golpeó.
Braya le sonrió, aunque con la mandíbula herida le dolía hacerlo, agradecida
por enésima vez que Dios había enviado a Torin, un hombre de paz, a sus vidas.
Incluso su hermano había dejado de ser tan discutidor.
—Se la devolveré —prometió a sus padres. —La llevaré al lugar que Adams
sugirió antes.
Iban a ir a Rothbury entonces, pensó Braya. Extrañaría terriblemente a todos,
pero una parte de ella estaba encantada con la idea de un viaje al pasado de Torin.
¿Cómo fueron sus años en Rothbury? ¿Cómo sería estar a solas con él todos los
días mientras ellos...?
—Robbie —dijo su padre, volviéndose hacia el Sr. Adams. —Me gustaría que
ayudaras a escoltar a mi hija.
—Por supuesto —dijo el Sr. Adams, divertido por la mirada oscura de Torin.
Braya notó que aparentemente, su caballero quería tenerla a solas. Y ella también
lo quería.
—Bien, entonces —meditó Torin, girándose hacia las puertas. —Deberíamos ir
ahora.
Braya se despidió entre lágrimas y prometió regresar pronto para verlos de
nuevo. Irse era lo más difícil que había tenido que hacer en su vida. Se prometió a
sí misma no volver a hacerlo nunca más. Se alegró de que Torin estuviera con ella.
Se reunieron afuera unos momentos después con Avalon, Archer y el Sr.
Adams, listos para irse. Sabía que lo que había hecho el alcaide era imperdonable,
pero Torin lo vio como una amenaza digna de su urgencia. Braya se apresuró hacia
Archer, cogió su silla de montar y montaron en dirección norte.
Una hora más tarde, Torin todavía no había mencionado el tema del
matrimonio. Braya estaba empezando a preocuparse de que no lo hubiera dicho
en serio. —¿Por qué viniste por mí? —le preguntó, manteniendo a Archer cerca de
Avalon, a quien no parecía importarle en absoluto.
Torin la miró de reojo y se movió en la silla, haciendo que Avalon sacudiera la
cabeza con enojo. Se detuvo y le respondió. —Porque no iba a dejar que un
hombre te secuestrara.
Esa era una respuesta agradable, pero no personal. ¿Acaso dejaría que otro la
tuviera por otros medios? —Hmm —murmuró ella. Braya deseó no haberlo
cuestionado. No estaba preparada para su respuesta distante.
—¿Qué quiere decir, mmm? —le preguntó, exigiendo una explicación. —¿Qué
hubieras preferido que dijera?
Braya lo miró. —¿Qué quiere decir qué? ¿Crees que estás bajo algún tipo de
hechizo y no puedes decir lo que quieres decir? ¿Todo lo que digas debe ser lo que
yo quiero?
—En verdad, no sé…
—¡Dijiste lo que querías la primera vez!
Torin parpadeó como si lo hubiera abofeteado. Braya le sonrió. Ella no se
había dado cuenta de que le estaba gritando. No quería que pensara que estaba
tan afectada por él.
—¿Qué dije la primera vez?
Esta vez, Braya realmente quería abofetearlo. Se las arregló para mantener su
sonrisa intacta mientras hablaba. —Viniste por mí porque no ibas a dejar que un
hombre me secuestrara.
En respuesta, Torin inclinó la mirada hacia el Sr. Adams y no dijo nada.
Braya pensó que era mejor así. Así evitaría golpearlo con su espada si no
mantenía la boca cerrada. Se quedó mirando las copas de los árboles por un
momento o dos antes de que la siguiente pregunta apareciera en su cabeza.
—¿Cómo pasaste a través a los guardias en el pueblo y entraste a la casa de John
Armstrong?
—Aye —la secundó el Sr. Adams. —No nos has contado esa parte. Cuando
llegué y hablé con el padre de Braya acerca de tu promesa de entrar solo,
encontrarla y sacarla de ahí, me dijo que dijiste que lo habías hecho antes, muchas
veces.
¿Muchas veces? Braya pensó. ¿Cuándo? ¿Cómo un niño ladrón? ¿Cómo un
soldado de Etal? ¿Cuándo estuvo en Rothbury? Había demasiado sobre Torin que
no sabía.
—En el pasado… —comenzó e hizo una pausa, luego continuó. —Me he
encontrado en situaciones en las que necesitaba entrar y salir de un lugar
rápidamente.
—¿Por qué? —preguntó el Sr. Adams.
—Lo hacía de niño —le informó Braya.
—Oh —dijo Adams en un susurro fantasmal.
—Vamos —dijo Torin, sonando impaciente. —No hay razón para volverse
solemne y pesimista sobre cosas que no pueden cambiar —tosió en su cabeza.
—No pueden ser cambiadas. Tenemos un largo camino por recorrer. Al menos un
día y medio. No lo hagamos una eternidad.
Braya estuvo de acuerdo. Torin necesitaba hacer cosas que lo hicieran reír de
vez en cuando. —Los caballos están bien descansados. ¡Hagamos una carrera con
ellos!
Torin rió y luego se inclinó sobre el ancho cuello de Avalon y acarició su
melena canosa. —Intimidaría a sus monturas.
—¡Ha! —Braya gritó con una risa corta y luego hizo una mueca por el dolor de
su mandíbula magullada. —Si ella es tan rápida como tú eres arrogante, entonces
sin duda tienes razón. Pero démosle a ellos una oportunidad —se volvió hacia el
Sr. Adams con una brillante sonrisa, negándose a dejar que el dolor se apoderara
de su alegría. —¿Qué le parece, Señor Adams? ¿Está usted con nosotros?
Adams asintió y luego sacudió las riendas de su caballo.
—Les daré a ambos una ventaja —gritó Torin.
Braya negó con la cabeza y cabalgó más cerca del Sr. Adams. —No hagas
galopar a tu montura hasta que el bastardo arrogante nos de alcance.
Ambos mantuvieron un ritmo lento y esperaron a que finalmente moviera su
trasero y fuera tras ellos. —Van lento a propósito —se rió, alcanzándolos.
—Aye —admitió ella. —Quería decirte que no necesitas jugar estos juegos
tontos. Ganaré. De hecho, incluso llegaré a Rothbury antes que tú.
Torin echando la cabeza hacia atrás, se rió.
—Porque si no gano, tomarás mi mano en matrimonio como le dijiste a mi
padre qué harías.
Su risa se desvaneció. —¿Así que eres mi premio?
Braya negó con la cabeza, manteniendo a su caballo a paso lento. —Tu
responsabilidad. Una santa o una arpía, depende de ti. Pero tuya si pierdo.
Parecía tan indeciso que, por un momento, Braya se sintió insultada. Torin no
la dejaría perder. —¿Y si ganas? —finalmente le preguntó en voz baja.
—Si gano, puedes olvidar que alguna vez existí y seguir con tu vida sin mí.
Después de decir eso, Braya se encontró con su firme mirada verde e inclinó la
barbilla. Sería fuerte. Ella lo haría.
Torin despegó rápidamente hacia adelante dejándolos en una nube de polvo.
Braya empujó a Archer con fuerza, pero no demasiada. Sabía que Torin no dejaría
que perdiera. Quería saber lo que realmente sentía por ella. ¿Había algo entre
ellos que pudiera convertirse en algo más grande? ¿O era simplemente un
caballero amable y despiadado que haría lo mismo por cualquiera?
Braya estaba segura que Torin frenaría a Avalon y la dejaría ganar, pero él
corrió con ella y el Sr. Adams a través del valle, sobre el Muro de Adriano y se rió
cuando vio a Braya darle alcance.
Aunque Braya deseaba tener respuestas, no le importaba si era en otro
momento. El viento que azotaba su cabello estaba perfumado con brezo y otras
flores silvestres. El sol era cálido y le daba de lleno en la cara. Se sentía libre de los
confines del deber, de las incursiones y de la obediencia. Se sintió vista,
escuchada. Por fin.
Y estaba con Torín. Le gustaba estar con él. Veía algo en sus ojos a veces como
inocencia y pureza. Tal vez por eso eran tan claros porque mostraba las sombras
que se proyectaban de algo dentro él. ¿La dejaría pasar? ¿Alguien alguna vez
podría? Braya pensaba que sentía algo por ella. Tal vez Torin no quisiese que así
fuera, o tenía miedo. A Braya no le importaba. Lo quería en su vida. Si tuviera que
robarle el corazón desde esas sombras, lo haría. Ella apelaría a la luz y lo obligaría
a decidir.
Pero luego.
Ahora no le importaba si Avalon parecía volar sobre campos y flores, o si Torin
llegaba antes que ella a su destino, o si Adams también vencía al pobre Archer.
Solo cerró los ojos por un momento y se dejó llevar.
Se detuvieron en una pequeña taberna en el pueblo de Gilsland para tomar
algo para ellos y sus caballos. No tuvieron que abrir las raciones que su madre
había empacado porque Torin tenía monedas y las usó para comprarles comida.
—Me venciste, mi señor —dijo Braya en broma mientras comía pequeños
bocados. —Sabes lo que significa.
—No —objetó. —Dijiste que primero debías llegar a Rothbury. Ese es el final
de la carrera.
—No —dijo después de un momento. —Hagamos que sea quien entre
primero en la casa de Lord Rothbury y luego me dirás si quieres casarte conmigo o
no.
Braya se puso de pie y dejó la mesa, a la vista de ambos hombres.
Su sonrisa se desvanecía a medida que avanzaba. ¿Qué pasaría si Torin no
eligiera ninguno? ¿Entonces qué?
Capítulo 18

Acamparon esa noche en las afueras del norte de Newbrough y se quedaron


despiertos bajo las estrellas. Adams se recostó contra el tronco de un viejo roble,
mientras que Braya y Torin se sentaron más cerca del fuego.
Torin pensó en lo que le había dicho a Hetherington que le dijera a Bennett.
Que Torin se la había llevado e iba a casarse con ella. Torin se lo dijo. Se casaría
con ella, y ahora Braya quería saber si lo había dicho en serio. Entendió las
opciones que le daba Braya y qué la motivaba. Quería ver cuán comprometido
estaba con lo que dijo. Al menos, eso era lo que Adams le había dicho.
¿Qué demonios sabía Torin del amor y de los tiernos sentimientos de una
dama? ¡Sería un marido terrible! Pensó que le había dado una buena respuesta
cuando ella le había preguntado por qué había venido por ella. Pero estaba
equivocado, de nuevo, según Adams. No había entendido por qué había
mencionado el tema del matrimonio. Braya lo estaba convirtiendo en un tonto.
Si pudiera se casaría con ella. Aunque lo más probable era que ya no tuviera
otra oportunidad.
Torin no quería tener este tipo de tonterías nublando sus pensamientos,
afectando sus decisiones, pero temía que ya fuera demasiado tarde.
—¿Cómo es la villa donde vive Lord Rothbury? —preguntó Adams, mordiendo
una manzana.
—Vive en el Castillo de Lismoor —respondió Torin. Él nunca había estado allí.
—Es un castillo como cualquier otro. Debería escribirle una nota mañana y
enviarla con anticipación para que pueda estar preparado para nosotros.
—¿Está casado el conde?
Torin miró a Braya y asintió. Eso esperaba. Odiaba engañarla. Sabía que
cuantas más mentiras le dijera, más difícil sería para ella perdonarlo alguna vez.
No era como si lo perdonara de todos modos.
—¿Cómo es ella? —preguntó con una voz tranquila y melosa.
Fue difícil para él evitar que sus pensamientos se desviaran hacia la deliciosa
inclinación de su labio inferior, la seductora curva de su mandíbula, su dulce y
suave mentón que nunca era altivo... sus doradas trenzas cayendo alrededor de su
rostro, alrededor de sus dedos como cuando la abrazó.
—Es perfecta —le dijo sonriendo, incapaz de evitarlo. —Para el conde.
Demonios, ella era exquisita a la luz del fuego... y todo el tiempo, haciendo
que su cabeza diera vueltas en todas direcciones. Observó también su mandíbula
morada, sintiendo la misma rabia que sintió mientras luchaba contra Armstrong.
Su vida estaba rota, pero siempre se había mantenido unido de algún modo.
Hasta ahora. Hasta que se hizo añicos a los pies de Braya. Ella le había pedido que
mostrara misericordia. Sin tener idea de cuánto le había costado. Le había costado
una gran parte de su defensa. Defensa que necesitaba. Todo lo que había
conocido toda su vida era venganza. Había oscurecido su alma, lo que lo había
convertido en salvaje y de corazón duro, como la vida que llevaba, no una vida con
una mujer como ella.
Y, sin embargo, conocerla, cuidarla, lo hacía querer ser el tipo de hombre
digno de ella.
Demonios, debería irse a la cama antes de seguir pensando tonterías.
Torin era Escocés. Uno de los comandantes del Rey Robert de Bruce.
¿Importaba acaso? Braya no lo querría al final, y estaba seguro de que siempre la
recordaría.
Debería haberse ido a la cama, no quedarse despierto por demasiado tiempo,
hablando de sus familias y de quiénes habían perdido. Braya les contó que
Ragenald se unió a los Ingleses para luchar en Bannockburn y nunca regresó.
Torin les contó sobre sus hermanos y los pocos recuerdos vagos que tenía de
ellos. En su mayoría eran malos recuerdos, de terror en los rostros de los niños y
llanto, recuerdos que rezaba para poder olvidar.
Uno o dos no eran tan malos. Esos fueron los que compartió. —Recuerdo que
mi hermano mayor me hizo tropezar en el chiquero. Mi madre nos encontró
jugando en el barro y trató de regañarnos mientras se reía —sonrió al pensar en
ello. No lo había hecho en años. —Mi hermano pequeño tenía solo dos años
cuando… —hizo una pausa mientras sombras pasaban por sus ojos. Luego sonrió
de nuevo. —Él siempre estaba en la cadera de mi madre, incluso mientras ella me
leía. Pienso que de nosotros tres, lo amaba más a él.
—Las madres son más reacias a dejar ir al hijo más pequeño —lo tranquilizó la
voz de Braya desde el otro lado de las llamas. Lo hizo querer ir hacia ella y
llevársela.
—Puede que sí —se rió suavemente en su lugar. —Pero todos en el pueblo
hicieron un escándalo por él. Recuerdo que mi otro hermano y yo nos sentíamos
celosos de él.
—¿Cuáles eran sus nombres? —le preguntó ella, pareciendo como si ella
también estuviera ansiosa por ir a él. Maldita sea, Adams.
—No recuerdo sus nombres.
Torin notó las lágrimas brillantes que iluminaban sus ojos. Se sentía triste por
él, triste porque los Escoceses le habían hecho esto.
Apartó la mirada. Su mentira era demasiado grande.
Adams habló de su querida hermanita, Edith, que se había casado a los quince
años con un Laird Escocés y se la habían llevado a las Tierras Altas.
—Recuerdo cuando se fue —dijo Braya en voz baja, mirando las llamas. —Fue
el mismo año en que murió Raggie.
—Aye —murmuró Adams, luego terminó su manzana. —Fue difícil para todos
nosotros.
—Vamos a buscarla cuando todo esto termine —Torin estaba seguro de que
se había vuelto loco, porque solo un loco haría planes con un hombre al que
probablemente tendría que matar. Su mirada se deslizó hacia Braya. Le estaba
sonriendo. Le gustaba la idea. Por supuesto que lo hacía. Y a él también le gustaría
que viniera.
—¿Cuándo acabará todo? —preguntó Adams.
Braya lo miraba por encima de las llamas, esperando su respuesta.
Torin se la dio. —Después de que los Escoceses hayan tomado Carlisle.
Los gloriosos ojos azules de Braya se encendieron con fuego desde adentro,
tan calientes como las llamas entre ellos. —No podemos permitirles.
Sus ojos en ella se oscurecieron bajo su ceño fruncido. —¿Preferirías a
Bennett sobre un Escocés después de todo lo que te ha hecho a ti y a tu familia?
—ahora, esperaba su respuesta. Esperaba que ella no odiara tanto a los Escoceses.
—¿Cómo sabemos que los Escoceses no serán peores? —ella preguntó con
seriedad. —Tú, más que nadie, sabes lo crueles y salvajes que son.
—Como le dije a tu familia en el gran salón, los Escoceses no son conocidos
por matar a los saqueadores de las fronteras. Si saben que los Hetherington son
mil y hay otros que lucharían al lado de tu familia, los Escoceses les dejarán en paz.
—¿Cómo se puede confiar en ellos? —ella argumentó.
No podía decirle la verdad; que fueron los Ingleses quienes le quitaron todo.
No podía defender a los Escoceses sin delatarse. Braya lo odiaría. No estaba
preparado para eso.
—Quizás no usen a tu padre como un peón para pelear sus batallas. Puede
que no secuestren a su hija, la aten a una maldita cama y la golpeen como si no
fuera el más delicado de los seres.
Braya sonrió, seduciéndolo con su hoyuelo. —No soy tan delicada.
—Lo eres para mí —dijo en voz baja para que solo ella pudiera escuchar.
Cuando los Armstrong se la llevaron, pensó que se volvería loco. Ni por un
momento pensó en que ella estaba muerta o a punto de estarlo. Se habría
quedado ciego de furia si lo hubiera hecho. Torin no iba a perderla a ella también.
¿Era amor lo que sentía por ella? Tenía que hablar con Adams a solas. ¿Qué
haría en el caso de que si lo fuera? No estaba seguro de querer dejarla. Nunca.
Y lo más trágico de todo era que la perdería por ser quien era y por lo que
había hecho.
—Deberíamos dormir un poco —le dijo Braya con ternura. Torin extendió su
mano para tocar su moretón y la miró a los ojos. —Voy a vigilarte.
Ella sonrió devastando su corazón. —Y yo cuidaré de ti.
—Y yo cuidaré de los caballos —gritó Adams en voz baja desde su lugar contra
el árbol.
Los tres se rieron y miraron las estrellas por un rato más.
Torin no durmió mucho pensando en lo que le diría a Lord Rothbury cuando
llegara a Lismoor. El conde probablemente creería que Torin era Escocés ya que
estaba luchando por Robert.
Luchando por Robert.
Abrió los ojos y observó a Braya mientras ella dormía frente a él, al otro lado
de las llamas. Debería llevarla al Castillo de Bothwell, pero estaba en Escocia,
demasiado lejos para viajar y volver a tiempo para luchar.
Además, ella debería saber la verdad.
Mañana, pensó, después de escribir una carta a Rothbury, se lo diría.

***

Lord Rothbury, Nicholas MacPherson de Lismoor, conocido por algunos como


William Stone, releyó en voz alta la misiva que recibió del Comandante Gray del
ejército de Bruce.
Se sentó en una mesa en el salón de reuniones en la torre trasera con Cain, su
hermano, quien estaba de visita con su esposa, Aleysia, para el nacimiento del
primer bebé de Nicholas. Con ellos también estaba el Padre Timothy y el amigo
cercano de Nicholas, Sir Richard.
—No tengo idea de quién es Gray —les dijo a los demás. —Si está al servicio
de Robert, ¿por qué no sabe mi verdadero nombre?
—Los dos con los que viaja son Ingleses, mi señor —le recordó el Padre
Timothy después de escuchar la carta. Dice que es una especie de espía, así que es
probable que no sepan que es Escocés, o que tú lo eres. Si está trabajando para
Bruce, será mejor aceptarlo cuando lleguen aquí.
—Ojalá hubiera escrito por qué venía —Nicholas frunció el ceño. —No me
gusta la idea de extraños en mi casa cuando mi esposa está por dar a luz. Peor
aún, ¿y si los guardias de Carlisle los están persiguiendo?
—Que traigan a todo el ejército Inglés —dijo su hermano con su voz
naturalmente melodiosa y desafiante. —Aquí me tienen.
Nicolás asintió y sonrió. Podía luchar, gracias a que su hermano le había
enseñado, y comandaba una guardia adecuada, pero era más diplomático.
Además, nadie peleaba como Caín. Si tuvieran que pelear, Nicholas se alegraba de
que su hermano estuviera aquí.
Dejando a un lado sus pensamientos sobre los Ingleses y sus camaradas
Escoceses por el momento, dobló el pergamino y lo metió en su jubón de lana gris.
—Regresemos al torreón y a mi esposa. Pronto seré padre.
—Tal vez no demasiado pronto, hermano —se rió Cain, dando la vuelta a la
mesa y pasando el brazo por encima del hombro de Nicholas. —Solo han pasado
cinco horas. Recuerda que mi hijo tardó casi veintitrés horas en llegar.
—Lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer en lugar de hace dos años —le
respondió Nicholas con el ceño fruncido oscureciendo sus ojos de plata ahumada.
Habían viajado a Invergarry para el nacimiento del primer bebé de Cain y Aleysia.
—Mattie también lo recuerda. Estuvo un poco asustada al respecto. Ahora que
está pasando por eso. ¿Por qué no puedo estar allí con ella?
—Las doncellas de Aleysia y Mattie están con ella —le recordó Richard
mientras salían del salón de reuniones. —Ellas saben qué hacer. Tu no.
Cain se inclinó más cerca de su oído. —Estuve al lado de Aleysia cuando tuvo a
Tristán. Casi me arranca los ojos. Las cosas que dijo, creo que nunca las olvidaré.
Nicholas se alejó y lo miró fijamente desde el pasillo tenuemente iluminado,
luciendo menos seguro que hace un momento. Hasta que Cain volvió a reír y lo
golpeó en el pecho.
Nicholas pensó que prefería a su hermano cuando era solemne y serio. —Creo
que iré con mi esposa de todos modos.
El Padre Timothy levantó la mano para protestar. —No creo que debas...
—Hazlo —susurró Cain, acercándose de nuevo.
—Distraerás a las mujeres —dijo Sir Richard, pensando en detenerlo cuando
pasaron de las enormes puertas y luego llegaron a la estrecha puerta de la torre.
Antes de irse, Cain lo jaló por el hombro y lo miró a los ojos. —¿Eres lo
suficientemente valiente, hermanito?
Nicolás asintió. Aye, lo era. Sonrió al mismo tiempo que Caín.
—Entonces ve —su hermano le dio un empujón hacia la puerta. —Y recuerda
que este castillo es tuyo cuando tu esposa te diga que te vayas.
Nicholas salió corriendo de la torre y bajó las escaleras de piedra. Había
querido ir con ella desde que comenzó esta laboriosa tarea, pero había mucho que
hacer. El Padre Timothy, amante de las celebraciones, había comenzado a
planificar algo una hora después de que comenzaran sus dolores. Como el cura no
vivía aquí, sino en Invergarry con Cain y su familia, no sabía a quién acudir para
nada, y gran parte del personal femenino estaba con Mattie, por lo que acabó
acudiendo a Nicholas.
Cruzó el corto sendero y avanzó rápidamente hacia el torreón. Mientras
avanzaba, se preguntaba cómo sería su vida como padre. No pudo evitar sonreír al
pensar en todo lo que había cambiado en los últimos dos años y medio. Ya no era
un sirviente sino un conde, y no iba a pasar su vida con Julianna, como siempre
había soñado, sino con Mattie, una mujer que lo amaba apasionadamente, una
mujer que había tomado el lugar de todas las demás. Ella se deslizó a su corazón
cuando pensó que nunca volvería a amar y entonó una nueva canción.
Entró en la fortaleza, listo para ayudarla a comenzar su nueva vida juntos,
ansioso y listo para ello.
No perdió un momento con Rauf, su mayordomo, cuando Rauf exigió saber
cómo se suponía que el cocinero prepararía tanta comida en tan poco tiempo.
No dejó que sus pensamientos divagaran demasiado hacia las tres personas
que pronto llegarían y si posiblemente un ejército llegara con ellos.
Vio a Emma, la enfermera de Tristan, persiguiendo al muchacho por el pasillo.
Su corazón se llenó de amor por su familia, pasó rápidamente junto a Emma y
gritó que Cain estaba en camino.
Cuando llegó a la puerta de su dormitorio, alguien, Mattie, gimió de dolor.
Nicholas casi empujó la puerta hacia abajo. Quería correr adentro, pero se quedó
debajo del marco de la puerta por un momento, paralizado por la incertidumbre
sobre qué hacer a continuación.
Aleysia y las otras mujeres lo miraron, sobresaltadas. Esperaba que la enérgica
esposa Normanda de Cain le gritara, pero no dijo nada cuando él entró y corrió
hacia su esposa.
—Paloma mía, aquí estoy —se subió a la cama y se inclinó sobre ella.
Su cabello rubio pálido estaba húmedo por el sudor. Había círculos oscuros
debajo sus ojos y su piel estaba pálida. Apenas tuvo tiempo de sonreírle antes de
que otra ola de dolor se apoderara de ella.
Intentó consolarla, pero fracasó. Aun así, al final, estaba agradecido de haber
llegado a ella. Agradecido de estar allí para abrazarla mientras ella lo dejaba a él y
a su hijo solos en la tierra.
Capítulo 19

Torin se agachó al borde de un pequeño acantilado y miró hacia el Río Coquet


y a Braya bañándose en él. Sabía que debería darse la vuelta, pero verla lo tomó
por sorpresa cuando estaba buscando bayas para el desayuno y terminó cautivo.
No importaba que ella no estuviera frente a él. Su espalda larga y cremosa,
envuelta en ondas de luz, oro brillante, y la seductora curva de su cintura, le
aceleraron la sangre y le hicieron tensar los músculos. Una parte de él quería
seguir mirándola, haciéndole desear pintar o poner en palabras lo que pensaba de
ella y cómo la veía, como una flor viva, perfectamente trabajada por Dios.
La otra parte quería arrancarse la ropa y lanzarse hacia ella... abrazarla y
besarla, sumergirla más profundamente en las olas y hacerle el amor. Pero
primero…
Moviéndose súbitamente, Braya se volteó y levantó la vista, como si hubiera
sentido su mirada.
Instintivamente, Torin retrocedió y luego huyó.
¡Infierno! Sacudió la cabeza mientras se alejaba corriendo como el cobarde
que era. ¿Por qué estaba huyendo? ¿Por qué la idea de enfrentarse a ella ahora lo
hacía querer seguir corriendo? Debería volver. No. Ya parecía tonto. Sin embargo,
no la evitaría. La idea de no estar con ella lo irritaba y preocupaba al mismo
tiempo. Iba a tener que acostumbrarse a no estar con ella lo suficientemente
pronto. No quería apresurar lo inevitable si no era necesario.
Bajó la empinada colina y rodeó la orilla del río. La encontraría, se disculparía
y luego todo continuaría igual en el campamento.
Braya estaba fuera del agua y vestida con su camisola cuando él llegó. El fino
lino se adhería a su cuerpo mojado.
Torin tragó y ordenó a sus ojos que apartaran la mirada. Ellos rechazaron.
—No fue mi intención… —demonios, él apenas podía pensar y finalmente se
dio la vuelta cuando ella alcanzó su léine. —Estaba buscando bayas y te encontré,
perdóname por mirar, pero eres como la luz del sol que finalmente se abre paso
por entre las nubes.
—Torín —su voz rodó por sus oídos como la corriente de un arroyo
ondulante.
Se volvió hacia Braya justo cuando ella lo alcanzaba. Cerró los brazos
alrededor de su cuello y se acomodó perfectamente a su cuerpo. ¿Podía sentir su
corazón latiendo contra el suyo?
—Torin, hay algo que debo decirte —dijo, mirándolo a los ojos. —Yo... estoy
enamorada de ti.
Nada en su vida podría haberlo preparado para esto. No había amado ni había
sido amado en veinte años. Le tenía miedo. De hecho, era a lo único que temía.
No. Lo que temía era perderla, perderla a ella. Quería creer que estaba
enamorado de Braya. Mejor eso que volverse loco y terminar en el camino,
suplicando clemencia cuando nunca la había concedido. Hasta hace poco.
—Braya —Inclinó su cabeza hacia ella y respiró sobre sus labios. —Yo…
—No —suplicó ella. —No digamos más.
Cerró los brazos alrededor de su delgada cintura y la atrajo hacia sí. Se sentía
bien en sus brazos. Se sintió restaurado en los de ella.
Braya abrió su boca a la de él y agarró su manto con ambas manos mientras
Torin la apretaba contra él. Deslizó su lengua dentro de ella, rozando suavemente
sobre la de ella en un baile que liberó su alma y lo capturó completamente al
mismo tiempo.
Deslizó las manos por su elegante espalda y las apoyó en los suaves
montículos de su trasero. Sus músculos se tensaron. Su beso se hizo más
profundo. Todo lo que tenía que hacer era levantarla, liberarse de sus calzones y
tenerla justo aquí. Ahora mismo.
Pero no era un bruto. No con mujeres. Él sonrió contra sus dientes. Incluso
con mujeres que intentaban matarlo.
—¿Qué tiene de divertido esto? —Braya rió y se apartó con una sonrisa
juguetona inclinando sus labios rosados e hinchados. Hinchados por él.
Torin gruñó desde lo más profundo de su garganta y cerró los ojos, y luego se
rió cuando ella lo empujó y se alejó hacia el agua.
Se desató el manto, se quitó su léine y las botas. Braya movió su dedo hacia
Torin, diciéndole que no la siguiera. Por supuesto que lo haría, tan pronto como
saliera de su cinturón. ¡Él se rió y sacudió la cabeza para sí mismo de que ella
pudiera hacerlo sentir tan lamentable que olvidaría cómo quitarse el maldito
cinturón!
¡Por fin! Lo arrojó a un lado y la persiguió. Cuando se acercó, ella chilló y le
tiró agua. Se inclinó y le salpicó la espalda hasta que ella gritó y corrió de nuevo. Él
la persiguió a través de la orilla poco profunda, sobre guijarros y otras piedras,
sintiéndose mejor que nunca en su vida.
Se detuvo de repente y miró hacia el agua. Algo nadó a través de sus piernas.
Su sonrisa se desvaneció y levantó los brazos en el aire.
Braya se detuvo y lo observó. —¿Qué estás haciendo?
Se apartó los rizos húmedos de los ojos y le lanzó una mirada preocupada.
—Sentí que algo me rozaba las piernas.
—Era solo un pez —dijo. Podía oír el humor en su voz y casi admiró lo mucho
que se esforzaba por mantenerlo alejado. —¿Por qué te ves tan alarmado?
—No me gusta lo que no puedo ver.
—¿Puedes ver esto? —preguntó ella, recogiendo puñados de agua y
arrojándoselos.
Cuando saltó tras ella, ella gritó y se rió y cayó en sus brazos.
Él la besó con exquisito cuidado, deleitándose en cómo ella tocaba sus
hombros desnudos. Sus dedos trazando los ángulos de sus brazos lo hicieron
desear más que besos.
—Recuerde la carrera, mi señor —dijo con una sonrisa burlona. —¿Me dejarás
ganarte el castillo, o me tomarás como tu esposa?
—Te tomaré como mi esposa —murmuró, inclinándose para capturarla a ella
y su boca una vez más.
Pero... no podía tomarla con tanto entre ellos, y no podía llegar al castillo
primero mientras tenía tantos secretos.
—Pero Braya, escúchame. Yo… yo… vivo con una gran… vergüenza —Torin la
soltó y se pasó la mano por la cara. —Me atormenta todos los días.
—¿De qué te avergüenzas, mi amor? —le preguntó, la preocupación llenando
su mirada mientras le pasaba suavemente los dedos por su mandíbula.
Torin no podía hacer esto. No quería admitirlo, no quería escucharlo salir de
sus propios labios.
Pero necesitaba hacerlo. Y ella era la única a la que quería contarle. —Yo los
dejé —le dijo. Solía soñar con decirlo, confesarlo en voz alta. Siempre se preguntó
si cambiaría algo. Lo hizo. —Me escapé mientras mis enemigos quemaban mi casa
y mataban a toda mi familia. Yo me escapé.
Las lágrimas llenaron sus ojos al instante. Le encantaba que ella las arrojara
por él. Nunca había tenido el oído comprensivo de nadie. Incluso si hubiera tenido
uno, nunca habría dicho esto en voz alta. Ni siquiera a Avalon.
—¿Qué podrías haber hecho, Torin? —le preguntó, tocándole la cara con
ambas manos suaves ahora. —No eras más que un bebé. No eras el hombre que
eres ahora. No puedes culpar a ese niño por las decisiones que tomó después de
vivir solo cinco años. No es justo, Torin. Estás alimentando la vergüenza en lugar
de matarla.
—La estoy matando al matar a mi enemigo.
—No —ella sacudió su cabeza. —Nunca te será suficiente.
—¿Qué lo haría, entonces? —preguntó, esperando que ella tuviera una
respuesta.
Volvió a rodearlo con los brazos y caminó con él de regreso a la orilla. —No lo
sé. Eras un bebé indefenso, Torin. Tu padre no pudo detenerlos. ¿Por qué crees
que podrías haberlo hecho tú?
Torin pensó un momento y luego negó con la cabeza. —Yo, no sé —al final se
rió y ella se rió con él.
¿Sería bueno decirle que era un soldado de Robert de Bruce?
Buscó su cinturón con su espada y cuchillos. Todos se habían ido. Se paró
frente a una hermosamente empapada Braya Hetherington.
Ella lo empujó y sacó un cuchillo de un bolsillo de sus pantalones. Algo cayó
de los árboles.
No algo. Alguien.
Escuchó a Braya expulsar un sonido estrangulado hacia el gran Escocés brutal
y de pelo largo que aterrizaba sobre sus dos pies a su derecha, con una larga
Claymore 15 en su mano derecha. Iba vestido con un léine de manga larga y un
plaid 16 de las Highlands con cinturón. Demonios, era lo suficientemente
desalentador como para hacer que Torin deseara no haber venido aquí.
—Comandante Gray —cantó el Escocés, acercándose, sin miedo. —Lord
Rothbury recibió su carta. Le entristece no estar viendo a nadie en este momento.
—¿Y quién eres tú? —Torín le preguntó.
—Comandante Cainnech MacPherson.
Adams apareció en su caballo con Avalon y Archer cerca. Saltó de su silla y
empujó hacia adelante, con la espada desenvainada. —¿Dónde está Lord
Rothbury? ¿Qué has hecho con él?
—Gray —la voz del Comandante MacPherson se volvió plana y mezclada con
una advertencia. Pero fueron sus ojos azul glacial los que convencieron a Torin de
que decía la verdad. —Controla la lengua de tu hombre antes de que la pierda.
—Vaya, yo… —Adams se enfureció y avanzó.
—Guarda tu espada —advirtió el Escocés en un susurro mortal. —Antes de
que pierdas tu brazo también.
—¡Adams! —Torin le gritó para llamar su atención. Cuando lo hizo, sacudió la
cabeza. —Tengamos una mente sana.
Adams finalmente asintió y envainó su espada.
—Nuestras ropas —Torin se volvió hacia el Escocés. Extrañaba su plaid, su
orgullo. Él también era un Escocés. Sabía lo salvajes que eran. No necesitaban
estar luchando contra este hombre.
MacPherson les arrojó la ropa, pero se quedó con las armas. —Puedes tener
esto de regreso cuando te vayas, lo cual harás ahora. Date prisa, antes de que
decida tomar tu caballo. Supongo que la gloriosa yegua blanca y castaña es tuya.
Torin asintió y luego le advirtió rápidamente que Avalon le quitaría los dedos.

15
Las Claymore medían aproximadamente 140 centímetros y pesaban unos 2,5 kilos.
16
Tartán, tela a cuadros, que podía ser usada como kilt, gabán, etc.
—¿Avalon? —el Comandante le frunció el ceño. —¿Dónde he oído ese
nombre antes? —no esperó una respuesta, pero movió su mano frente a su rostro
y los agitó para que se alejaran. —Vamos.
Necesitaban entrar. Adams estaba de mal humor por dormir contra un árbol
toda la noche. Y había visto a Braya frotando su espalda.
—Necesito hablar con Rothbury, Comandante —insistió Torin. Le diría que
venían los Escoceses. —A él y sólo a él. Es de...
La hoja de MacPherson cortó el aire y se detuvo en la garganta de Torin.
—Dije que Lord Rothbury no verá a nadie hoy.
—Comandante.
El Escocés deslizó su aguda mirada hacia Braya, quien de alguna manera se las
había arreglado para moverse detrás de él cuando no estaban mirando. Él ignoró
el cuchillo que ella sostenía en su garganta y sonrió.
—No creas que tengo miedo de matarte, Escocés —le advirtió. —Mueve tu
espada lejos de él o muere.
Demonios, pensó Torin, no era momento de sonreír.
—Gray, ¿es ella tu mujer? —exigió MacPherson, luciendo irritado ahora.
Torin fijó sus ojos en ella. Braya lo estaba mirando, esperando escuchar su
respuesta con terrible anticipación.
—Aye —dijo él sin apartar los ojos de los de ella. —Es mi mujer. No le hagas
daño.
La expresión de Braya se suavizó por él, y su agarre en la empuñadura de su
cuchillo se aflojó.
Torin no estaba seguro de cómo el Comandante MacPherson lo hizo, pero se
movió antes de que cualquiera de ellos tomara su siguiente aliento. Su brazo se
disparó. Sus anchos dedos sujetaron la muñeca de Braya, bajándola junto con el
cuchillo de su garganta. Casi al mismo tiempo, y sin soltarla, se colocó detrás de
ella, logrando de alguna manera no romperle el brazo, y capturó también su otra
muñeca.
—Suéltalo —ordenó.
Braya no tuvo más remedio que obedecer.
Torin había visto suficiente. Dio un paso adelante, pero Adams se apresuró a
blandir su espada.
—¡No! —Torin estiró su brazo. Braya bloqueó el cuerpo del Escocés. ¡No había
nada que Adams pudiera hacer sin lastimar a Braya!
MacPherson rodeó con un brazo a Braya y la puso con él en cuclillas. Sacó una
pierna, atrapó a Adams detrás de los tobillos y lo hizo caer por completo.
Adams aterrizó de espaldas con un ruido sordo.
—No deseo lastimarte —dijo el letal Escocés a Adams.
—Ah, bueno, es demasiado tarde para eso —se quejó Adams cuando trató de
levantarse.
Torin lo ayudó a ponerse de pie mientras el comandante soltaba a Braya y
sacudía su plaid.
—Puedo hacer esto todo el día, lass —le dijo MacPherson. —Créeme, he
tenido mucha práctica.
Torin fue a pararse al lado de Braya, asegurándose de que no hubiera más
sorpresas de nadie. No podía estar enojado con el comandante. Se había
protegido a sí mismo contra ella, y a sí mismo y a Braya contra Adams.
—Practicas a menudo —comentó Torin.
—Todos los días. Debemos —parecía como si tuviera algo más que decir,
como, sí, ¿estás de acuerdo? Pero no dijo nada más y dirigió su mirada a Braya
cuando ella habló a continuación.
—¿Qué está haciendo un Escocés con Lord Rothbury? ¿Rothbury se ha vuelto
traidor entonces?
El comandante la midió con ojos curiosos. —¿Qué hay de ti? Eres más
peligrosa de lo que pareces.
—Comandante.
—Ahora sacad vuestros culos de aquí.
—Comandante —Torin avanzó. —Mi amigo necesita una cama.
MacPherson posó sus ojos en él y, por un instante, Torin pensó que lo había
visto antes, puede que lo recuerde luego. Nunca había visto a nadie moverse
como acababa de hacerlo MacPherson. Quería practicar con él, no convertirlo en
un enemigo.
—¿Qué es lo que no…? —el comandante dejó de hablar cuando el broche de
Torin captó la luz y casi lo cegó. —Dónde… —estiró la mano hacia el broche. Torin
dio un paso atrás. Los ojos del comandante brillaron sobre él. —¿De dónde
sacaste algo tan extraño?
Infierno. Debería haberse puesto el manto y mantener el broche tapado.
¿Debería contarle una historia que se había inventado o la verdad? MacPherson
no había lastimado a Braya. La había protegido. Tal vez era el tipo de hombre que
entendía estas cosas. —Es inútil. Sólo tiene valor para mí.
—¿Por qué?
—¿Por qué quieres saber? —Torín desafió.
—¿Lo robaste?
—No —respondió Torin, sin saber por qué se sintió insultado. —Era de mi
madre.
Afortunadamente, eso puso fin a las preguntas del comandante. De hecho,
parecía bastante... conmocionado. Sus ojos brillaban como mares de zafiro bajo la
luna llena. Los trazó a lo largo de la cara de Torin, empapándose de él, admirando
la fuerza de sus hombros.
—¿Comandante? —Torin enarcó las cejas. Estaba empezando a sentirse un
poco incómodo, como si el Escocés estuviera tratando de entrar en los
pensamientos más íntimos de Torin.
MacPherson parpadeó fuera de lo que fuera que estaba pensando y luego
sonrió. —Tomen sus caballos y vengan conmigo.
Fuera lo que fuera lo que acababa de pasar para que cambiara de opinión,
Torin se alegró por ello.
MacPherson permaneció en silencio mientras los conducía al Castillo de
Lismoor, pero Torin lo sorprendió mirándolo a él y su broche mientras rodeaban
otra colina, donde más hombres se hicieron visibles en la cálida niebla de la tarde.
—¿Qué es lo que está buscando, Comandante? —Torin preguntó audazmente
cuando vio al comandante mirándolo fijamente una vez más.
—¿De dónde eres?
—¿Por qué? ¿Por qué me preguntas eso?
MacPherson no respondió cuando llegaron al muro exterior de la pequeña
fortaleza. Lo siguieron al interior y llevaron sus caballos al establo. Después de eso,
subieron unos escalones de piedra y llegaron a unas gigantescas puertas de
madera al este y a una pasarela al oeste que conducía a una torre. Se detuvo y se
volvió hacia Braya y Adams. —Ustedes dos entren con Amish y el Padre Timothy
aquí.
Se volvieron para encontrar más hombres detrás y alrededor de ellos.
Torin reconoció la túnica del sacerdote y se acercó a él.
—Tú no, Gray —gritó MacPherson. —Quédate aquí. Hay cosas que debo
preguntarte.
—No —respondió Torin. —Entramos todos juntos o ninguno de nosotros
entrará y Rothbury perderá información vital sobre nuestra villa.
El comandante se rió y luego miró a Adams, agarrándose el costado. —Te
quedas aquí o dormirán en el bosque esta noche.
Torin no se tomó mucho tiempo pensando en su respuesta. —¡Vayan con
ellos! —les dijo a Braya y Adams.
Se fueron, pero Braya se detuvo y miró por encima del hombro. Ella lo miró y
luego se secó los ojos cuando entró primero en Lismoor.
Capítulo 20

Torin no sabía adónde diablos lo estaba llevando MacPherson ni por qué.


Miró hacia atrás pero ya no podía ver a Braya. Maldita sea, no había querido
dejarla. Lo había hecho por Adams. Esto era lo que conseguía por encariñarse.
Miró a su alrededor. Lismoor estaba bien protegido. ¿Cómo había ganado
Rothbury a tantos hombres?
William Stone. Torin siempre lo había considerado un Inglés que se había
vuelto traidor a su rey. Si eso era cierto, ¿por qué incluso los Escoceses lo seguían?
—¿Cómo conoces al conde? —Torin le preguntó mientras cruzaban la
pasarela.
—El conde es mi hermano.
Torín se detuvo. ¿El conde era Escocés? —¿Cuándo fue que tomaron Lismoor?
—Hace dos años —el Escocés le dijo con una inclinación de su boca. —Y él no
lo hizo. No es un guerrero de corazón. Pero puede pelear cuando tiene que
hacerlo, y muy bien.
—Hace dos años. No comprendo. Me dijeron que William Stone era el conde.
—Lo es, pero su verdadero nombre es Nicholas. Nicholas MacPherson —el
comandante lo miró fijamente como si estuviera esperando algún tipo de reacción
por parte de Torin.
Torin sonrió y luego reanudó sus pasos. El conde debe usar Stone cuando el
rey lo necesita para sonar más Inglés. Infierno. ¿Cómo les explicaría esto a Braya y
Adams?
—Ese movimiento de barrido que usaste fue muy impresionante —le dijo al
comandante. —¿Dónde lo aprendiste?
—Mi esposa me lo enseñó.
Torín se rió. —¿Tu esposa?
—Aye. Es la mujer más feroz que he conocido. No te cruces con ella.
Torino negó con la cabeza. —No lo haré.
Llegaron a la torre y subieron una hilera de estrechas escaleras hasta una
puerta que conducía a otro juego de pesadas puertas de madera. Se detuvieron y
MacPherson se volvió hacia él en la penumbra antes de que entraran.
—Mi madre tenía un broche como ese —comenzó. —Mi padre se lo hizo.
Torin no estaba seguro de si su corazón estaba latiendo. ¿Qué estaba diciendo
MacPherson? ¿Por qué estaba hablando de que su madre tenía un broche como el
de Torin?
—Los broches suelen ser similares —le dijo Torin. ¿Iban a entrar a hablar o
no?
—Recuerdo el día en que él lo hizo —continuó el comandante. Torin no
estaba seguro de por qué sentía que el mundo estaba a punto de cambiar, o por
qué estaba tan asustado.
—Fue una sorpresa —el Escocés sonrió, como si estuviera allí, reviviendo ese
día. —Mi madre no tenía idea de que él lo había estado haciendo para ella. Pero
nosotros lo sabíamos. Mi hermano y yo —hizo una pausa para respirar hondo.
Torin no respiró en absoluto.
—Perdóname —pidió el comandante con una breve risa. —No recuerdo cómo
firmaste tu nombre en la carta al conde. ¿Es Tomás?
—Torín.
Los ojos del Comandante MacPherson se humedecieron. Torin se sintió como
si estuviera en un sueño. Uno que había tenido cientos de veces antes. Pero no
pudo ser. No podía ser. Se negó a permitir que su mente considerara la idea de
que este podría ser uno de sus hermanos. Todo era simplemente uno de esos
extraños eventos, como a veces solían pasar. —Solo es un broche. Tiene que
haber un centenar de ellos como este —aunque no, solo había uno. Torin siempre
se había referido a su padre como herrero. Él había forjado el broche. Solo uno.
—Al principio —continuó el comandante, claramente tratando de evitar que
su voz temblara. —Mi padre no pudo encontrarla para darle el broche.
Los ojos de Torin se llenaron de lágrimas cuando un recuerdo pasó por su
mente. Se tragó la avalancha de emociones, incluida la culpa y la vergüenza que
amenazaban con brotar de su olvidado corazón antes de hablar. —Estábamos en
el jardín.
—Aye, aye, estabas en el jardín con ella. Siempre lo estabas, hermano —el
comandante sujetó a Torin por la cara, con una mano áspera y fuerte en cada
mejilla, y lo miró a los ojos. —Och, diablos, eres tú. Eres tú, Torin —arrastró a
Torin a su fuerte abrazo. —Pensamos que nunca te encontraríamos. Soy Cainnech,
tu hermano.
Cainnech, su hermano. Esto era real. Se recordó. No había mayor prueba que
esto. El hombre que le quitaba el aire era real. Cainnech, su hermano. Aye. Torin
reconoció la fuerza en los ojos de su hermano y el gesto desafiante y decidido de
su ceño.
Llevó sus brazos alrededor de Mac…MacPherson.
Era Torin MacPherson. Lo había olvidado, pero ahora le dio un sentido de
pertenencia. Era un MacPherson y tenía a su hermano de vuelta.
Tenía dos.
—¿Lord Rothbury también es mi hermano? —preguntó, retirándose de su
abrazo.
—Aye —le dijo Cainnech, su sonrisa desvaneciéndose. —El bebé.
Torin sacudió la cabeza con incredulidad. —¿Cómo sobrevivió? ¿Cómo
sobreviviste? ¿Dónde han estado?
—Serán largas conversaciones las que tendremos. Pero ahora, Nicky necesita
verte —Cainnech se apartó y se pasó la mano por la cara. —Hubo una tragedia
temprano esta mañana. La amada esposa de Nicky murió dándole a su hijo. La
enterramos esta tarde. Está muy afligido. No puedo consolarlo. Creo que Dios te
envió aquí con nosotros para ayudarlo.
—¿Dónde está el?
Cainnech señaló las puertas. —Él está en el salón de reuniones, se mantiene lo
más lejos posible de su bebé y de las constantes condolencias. Perder a Mattie le
ha quitado mucho. Quizá recuperarte ayude a curarlo.
Torin se pasó las manos por los ojos y asintió, y luego, con el corazón
acelerado, siguió a Cainnech a través de las puertas.
Ahora Torin entendía por qué Cainnech lo había estado mirando antes y por
qué ahora él mismo no podía apartar los ojos de su hermano. Su tono de piel era
diferente, pero Torin vio rastros de sí mismo en los sutiles matices de las
expresiones del comandante.
Cainnech MacPherson era un guerrero temible. Torin estaba seguro de que
cualquiera que viniera contra él moriría donde estaba. Era impresionante, incluso
en la confianza de su forma de andar.
—¿Luchas por el Rey Robert? —preguntó en voz baja justo antes de que
entraran al salón.
—No tanto como antes. Si me necesitan, iré. Ahora dime qué estás haciendo
en Northumberland.
—Infiltrándome en Carlisle —le dijo Torin. —Soy el primero en entrar y el
último en salir. El rey pronto llegará para tomar la fortaleza. Necesito estar ahí.
Su hermano lo miró fijamente y encorvó la frente y una comisura de la boca
hacia arriba. —Entonces, ¿qué estás haciendo en Lismoor?
—Mantengo a salvo a la Señorita Hetherington. Es una guerrera habilidosa y
una firme enemiga de los Escoceses. Ella también es una... ehm... una saqueadora.
—¡Una bandida! —su hermano echó la cabeza hacia atrás y se rió. —¡Ven!
Debemos decírselo a Nicolás.
Entraron en el gran salón, amueblado en nogal oscuro y pesado. Un enorme
hogar refrigerado fue tallado en la pared norte. No había necesidad de un fuego
en este cálido día de verano.
Torin miró hacia el frente del salón, pero las dos sillas más grandes estaban
vacías.
Cainnech comenzó a caminar hacia el fondo del salón, hacia una silla en las
sombras y un hombre que estaba sentado solo.
—¿Qué es? —el joven arrastró las palabras cuando Torin y Cainnech se
acercaron. —Déjame en paz, Caín.
—Nicky, el Comandante Gray ha llegado.
El hermanito de Torin lo miró. —Lo siento, Comandante. No quiero ver a
nadie.
Torin se deslizó en el banco al otro lado de él. —Tiene mis más profundas
condolencias, Milord.
El Conde de Rothbury se inclinó hacia adelante, exponiendo su rostro a Torin.
Torin no lo recordaba, pero se parecía mucho más a Cainnech que a Torin. Sus
ojos eran un poco más plateados que azules, y estaban inyectados en sangre e
hinchados.
—Larga vida a tu hijo —dijo Torin, sosteniendo una taza que alguien le puso
en las manos hace un momento.
Cainnech vitoreó. Nicholas levantó su taza pero solo miró a Torin.
—Te he visto antes —insistió Nicholas. —En Berwick. Hace dos años. Estabas
allí antes del ataque.
—Sí. Lo estaba —les dijo Torin.
—¿Estuviste en Berwick? —Cainnech le preguntó. —¿En la masacre de los
aldeanos?
—No —dijo Torin rápidamente. —Ahí no. Yo estuve en la fortaleza. Eché abajo
el castillo y maté al gobernador Feathers. Luego llevé a su hija a un lugar seguro.
Yo…
—¿Su hija?
—Sí, Julianna. La llevé a una Abadía en…
—Sé dónde está —le dijo Nicholas, mirando como si estuviera obsesionado
por algo más que la muerte de su esposa. —Hablé con ella allí.
—¿Conoces a la hija del gobernador?
Nicholas asintió, mirando a lo lejos. —Lo hice. Viví en el Castillo de Berwick
toda mi vida.
El corazón de Torin se hundió. ¡Oh, no! Acababa de encontrar a sus hermanos
solo para enterarse de que había destruido a la familia de uno de ellos. Ahora, no
quería decirle a Nicholas MacPherson quién era. Ahora, quería que el suelo se
abriera de par en par y se lo tragara entero. —¿Fuiste adoptado por los Feathers?
—No —dijo Nicholas con voz hueca. —Fui comprado por ellos. Por Stone. Yo
era un sirviente hasta el asedio.
¿Creció siendo un esclavo? ¿Comprado por Stone? William Stone. Ese era el
nombre que le habían dado los Ingleses. Torin cerró los ojos, odiando aún más a
los Ingleses por lanzarlos en estos caminos. —¿Feathers te trató bien?
—No. No lo hizo —le dijo su hermano menor, haciendo que Torin se alegrara
de haberlo matado. —A veces, Julianna hacía soportable estar vivo, así que…
gracias por salvarla.
Torin quería dejar caer la cabeza entre sus manos y suspirar de alivio por no
haber hecho nada para que sus hermanos lo odiaran.
—No recuerdo haberte visto allí —le dijo a Nicholas.
Su hermano se encogió de hombros. —No se me permitía entrar al gran salón,
ni a ninguna de las habitaciones privadas del alcaide. Me quedé principalmente en
las habitaciones de los sirvientes o en los establos.
Torin asintió, sintiéndose enfermo, y deslizó su mirada hacia Cain, que se veía
igual. Su hermano había sido un esclavo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Nicholas le preguntó, su voz endureciéndose a
una amenaza de advertencia. —¿En mi castillo? ¿Estás aquí para intentar matarme
como hiciste con el alcaide?
—Nicky —dijo Cainnech suavemente. —Él es Torin, nuestro hermano. Lleva la
polilla de bronce que padre hizo para madre.
Torin señaló su broche.
—No recuerdo ninguna polilla —suspiró Nicholas en su taza.
—Sí —le dijo Cainnech, sentándose a su lado. —Y eso es todo. Él es Torin,
nuestro hermano. Recuerda a mamá y su jardín —se giró para sonreírle a Torin y,
por centésima vez, Torin se dio cuenta de que tenía a sus hermanos de vuelta.
—¿Torín? —Nicholas se puso de pie, como si se despertara. Primero miró a
Caín. —¿Estás seguro? Solo tenemos tu memoria para guiarnos.
—Aye —dijo Cain. —Estoy seguro.
Los ojos de Nicholas eran estanques de agua iluminados por la luna que se
derramaban sobre sus largas pestañas hasta sus mejillas. —¿Torín? Te hemos
estado buscando.
Torin se levantó y se abrió paso alrededor de la mesa y hacia el abrazo de sus
hermanos.
Estaba en casa. Por fin. Todo lo que siempre había soñado estaba aquí. Todo
lo que siempre quiso. Una familia…
Todo menos Braya. Quería contarle sobre sus hermanos y la alegría que
encontró hoy. Lo hizo sentir un poco culpable de estar tan eufórico cuando el
corazón de su hermano estaba roto. Braya le diría que tal vez Nicholas necesitaba
un corazón fresco y ligero en su vida en este momento.
—Hermanos, debo ir a ver a la Señorita Hetherington. Le prometí seguridad y
la he abandonado.
—¿Señorita Hetherington? —Nicholas preguntó, luego respondió a su propia
pregunta. —Ah, uno de los dos sobre los que me escribiste. ¿Es Inglesa?
—Lo es —confirmó Torin.
—Uno de los bandidos que me atacó —le informó Cainnech con un destello
de diversión en los ojos. —Y… —dijo, cruzando los brazos sobre el pecho y
mirando a Torin. —Estás enamorado de ella.
—Creo que sí, Cainnech. Soy inexperto en asuntos del corazón.
—Caín —corrigió su hermano mayor. Entonces. —No estaba preguntando.
Estás enamorado de ella.
—¿Lo estoy?
—Aye.
—¿Cómo lo sabes? —Torín le preguntó.
—No importa cómo lo sé, muchacho. Importa si tú lo sabes. Piensa en cómo
te hace sentir pensar en ella con otra persona. O si la perdieras... —lanzó una
mirada de disculpa a Nicky. —De cualquier manera, deberías ir a verla.
Torin asintió y luego los miró a ambos. —Ella no sabe que soy Escocés.
—Nicholas ya había deducido eso de tu carta —le dijo Cain, poniendo su brazo
alrededor del hombro de Torin. —Hay muchas cosas sobre las que tengo
curiosidad. Estoy seguro de que tú y Nicholas sienten lo mismo.
—Aye —asintió Nicholas. —Reunámonos más tarde esta noche cuando tus
invitados se hayan ido a dormir.
Torin asintió y luego se volvió hacia el más joven, notando que también era el
más alto. —Ven con nosotros. Preséntame a mi sobrino, ¿Aye?
—Aye —dijo Nicholas, trayendo sonrisas a los rostros de sus hermanos. —Caín
también tiene un hijo. El joven Tristán y otro más en camino.
Torin tenía sobrinos y una hermana en ley. Esperaba no estar soñando todavía
y si lo estaba, no le importaba quedarse dormido.
Lo acompañaron a la fortaleza y se encontraron con el sacerdote en el
camino.
—Será mejor que vengan rápido —les gritó antes de alcanzarlos para que
ellos supieran a qué se refería. —¡Esa pequeña muchacha que has permitido
entrar aquí ha apuñalado a Amish en la pierna!
Capítulo 21

A Braya no le importaba de quién era este castillo: ¡Inglés, Escocés o el mismo


maldito rey! Ella quería respuestas. ¿Adónde habían llevado a Torin? Si ella y el Sr.
Adams no fueran prisioneros, ¿por qué no la llevarían con él?
Sacó un cuchillo que se había levantado de la mesa en el gran salón y apuntó.
—¡Mi amigo necesita una cama! —ella gritó. —¿Qué tipo de personas son ustedes
que no pueden ver cuando un hombre necesita descansar?
Cuando el Escocés grande, pelirrojo y con cicatrices en la cara llamado Amish
se acercó a ella, lo apuñaló. ¿Qué demonios se suponía que debía hacer? Nadie
estaba ayudando. El sacerdote estaba tratando de ayudar, pero no le daba
ninguna respuesta sobre Torin y ya había tenido suficiente.
Cuatro hombres intentaron agarrarla. El pobre Sr. Adams trató de detenerlos.
Había sido herido antes por el otro Escocés corpulento que cayó de los árboles,
por lo que desafortunadamente le era de poca ayuda.
Y ella no era Torin y no podía luchar contra cuatro hombres.
Pero podía evitarlos y tratar de atacar uno a la vez. Lo había hecho muchas
veces en los juegos. Nunca había sido clavada al suelo en ninguna competencia.
Significaría la muerte, así que primero aprendió a escapar y luego a luchar.
Ahora vio una abertura entre los hombres y corrió a través de ella. Como era
de delgada complexión y ligera pasó como un suspiro. Dio la vuelta y cortó a uno.
—¡Suficiente! —una mujer gritó con autoridad.
Ah, finalmente, la anfitriona de este lugar. Quizás ahora obtendría algunas
respuestas. Los cuatro patanes obedecieron a la mujer cuando les ordenó guardar
sus espadas y hachas y se apartaron de su camino. Braya quería ver a la mujer que
comandaba a hombres de aspecto tan salvaje.
Estaba embarazada, de unos seis meses. Era impresionante con una tez pálida
y clara y una larga trenza negra que cubría su hombro. Sus ojos eran grandes,
verdes y agudos como el acero en Braya.
—Amish, haz que Duncan mire eso —ordenó y, milagrosamente, Amish, el
bruto pelirrojo, se fue sin pelear.
La mirada de la mujer nunca dejó a Braya. —¿Quién eres y cómo entraste en
el castillo?
—Llegamos con Sir Torin Gray. Una vez estuvo al servicio del Señor de
Rothbury, su esposo.
—El conde no es mi marido —dijo la mujer en un tono menos autoritario.
Sonaba triste. Profundamente triste.
Braya lamentaba lo que sea que hubiera sucedido, pero quería ver a Torin y lo
quería ver ahora. —Nos cruzamos en el camino aquí con un Escocés diabólico que
saltó de los árboles.
—Ese es mi esposo —le dijo la mujer con una leve sonrisa en los labios.
—Vaya —Braya se sintió tonta por llamarlo Escocés diabólico. —¿Eres
Escocesa?
—Norman —dijo la mujer. —Recuerdo que se habló de que el Comandante
Gray vino aquí y de que Lord Rothbury no quería ver a nadie después de que su
esposa...
—Nuestro amigo, el buen Sr. Adams, fue herido por su marido —dijo Braya
señalando al Sr Adams ahora apoyado débilmente contra la pared.
—…Murió dando a luz a su hijo —terminó de decir la mujer.
Braya se detuvo y la miró, atónita al escuchar noticias tan horribles. ¡Oh, no
tenía idea! Pobre hombre. —No lo sabíamos —logró decir. —Mi prima y mejor
amiga recientemente tuvo una niña. Fue un parto difícil. No sé qué hubiera hecho
si ella hubiera muerto —sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Qué habría hecho Sir
William?
El salón quedó en silencio por un momento y luego la mujer habló. —Katie,
trae a dos hombres contigo y lleva al Sr. Adams a una cama y luego envía por el
médico.
—Aye, mi señora —una mujer madura con una trenza gris debajo de una
barba y una diadema se adelantó. Se movió rápidamente, eligiendo a dos de los
hombres para ayudar a llevarse al Sr. Adams.
Braya tenía que esperar y rezar para que no lo lastimaran. Pero... algunos de
ellos eran Escoceses.
—Gracias —Braya pensó que era más prudente ser amable que pelear. No
tendría oportunidad contra tantos. ¿Dónde diablos estaba Torin? Primero había
desaparecido él, ahora el Sr. Adams se había ido. Estaba sola. No era tonta;
además, no quería pelear con una mujer embarazada. —Siento mucho lo de Lady
Rothbury —dijo mientras la bella mujer aspiraba y se secaba los ojos llorosos.
—¿Era amiga tuya?
—Era mi mejor amiga.
Braya no podía imaginar el horror que debió sentir.
—Lamento que te hayan tratado tan mal aquí —dijo la mujer de cabello
oscuro. —Todos hemos sufrido una gran pérdida. Debes perdonar nuestros
terribles modales.
—Por supuesto —Braya dio un paso adelante, queriendo consolarla. —Soy
Braya Hetherington de Carlisle.
—¡Braya! —la voz de Torin atravesó el gran salón cuando entró con el
sacerdote y otros dos hombres. Uno de ellos fue el Escocés que vestía a cuadros,
quien corrió hacia su esposa para asegurarse de que no había resultado herida. El
otro se parecía casi exactamente a él, con el pelo más corto y rizado y una
mandíbula más cuadrada y con hoyuelos. Sus ojos eran del mismo color, azul
profundo y plateado, con cejas que se hundían más en el centro y fluían
naturalmente hacia arriba en las esquinas exteriores, muy parecidas a las de Torin.
También estaba vestido con un plaid, pero debajo vestía un abrigo azul y
pantalones negros con botas brillantes.
Los tres eran más guapos que todos los hombres que Braya había visto en su
vida. El Escocés inclinó su boca hacia ella de una manera curiosa que hizo que ella
mirara a Torin. ¡Él también le sonrió! El único que no sonreía era el gemelo más
pulcro y menos divertido, aunque en una inspección más cercana, parecía un poco
más joven.
Braya estaba tan feliz de ver a Torin que no le importaba quién sonreía. Se
olvidó de todos los demás y corrió a sus brazos. —No sabía adónde te habían
llevado —gritó, aplastándose contra él. —No sabía si te habían matado.
—¿Por qué lo mataríamos? —le preguntó el brutal Escocés.
—No lo sé —replicó ella, levantando la cabeza del cálido pecho de Torin.
—¿Por qué prácticamente rompiste la espalda de mi amigo?
—Me atacó —se defendió el salvaje.
—Te ataqué —argumentó Braya en voz baja. —Y no intentaste romperme la
espalda. Aunque lo admito, pensé que me habías roto la muñeca cuando barriste a
mi alrededor.
—¿Qué es esto? —la esposa del comandante la miró boquiabierta. —¿Lo
atacaste?
A Braya no le importaba si esta mujer tenía seis meses de embarazo, una
parte de ella tenía miedo. —Él nos atacó primero —se defendió, esperando que
fuera suficiente.
Ella le sonrió y luego se volvió hacia su esposo y le dio un fuerte pellizco en el
brazo. Cain se retorció y fulminó con la mirada a su esposa, luego apretó la
mandíbula para contener su ira.
—¿Cómo pudiste dejar que alguien que te atacó entrara a Lismoor, sin
compañía, a través de este pasillo, donde tu esposa se sienta afligida, demasiado
enferma como para cuidar a tu propio hijo, durante demasiado tiempo?
Aunque su voz se elevó de un gruñido murmurado a un gruñido febril, su
esposo no retrocedió. —No estaban solos. Amish y el Padre Timothy estaban con
ellos.
—Amish ha sido apuñalado en la pierna y el Padre Timothy corrió a buscarte
—se volvió hacia el sacerdote. —Gracias, por cierto, Padre.
El sacerdote sonrió, perdonándola al instante.
—¿Y Adams? —Torin se lanzó hacia adelante, dejándola ir.
—Hice que lo llevaran a una habitación para que lo cuidaran —le respondió,
deteniéndolo. —Haré que te lleven con él después de que uno de ustedes me diga
lo que está pasando.
—Mi amada esposa, Aleysia —dijo el comandante, presentando a su esposa y
volviendo a sonreír.
Torin ya había retrocedido, llevándose a Braya con él. Ahora, trataba de
empujarla detrás de él.
Pero Braya se mantuvo firme y se volvió hacia él. —Adelante. Preséntame.
Torin se rió y de repente Braya le hizo recordar a un depredador que acababa
de descubrir a su presa. Así él le presentó al Escocés, el Comandante Cainnech
MacPherson.
Cainnech MacPherson inclinó la cabeza hacia ella y sonrió. —Me dirás más
tarde cómo te las arreglaste para apuñalar a mi comandante. Solo hay otro
guerrero además de mí que puede derrotar a Amish, y es mi esposa —se volvió y
le sonrió. —Estoy impresionado con tu habilidad.
Tragó saliva y sus ojos se dirigieron instintivamente a Torin, que le guiñó un
ojo. Él entendía lo que significaba para ella que su habilidad fuera reconocida por
un hombre, un guerrero. Lo entendió desde el primer momento en que estuvieron
juntos en el mismo salón y el alcaide había ignorado su presencia. Y sabía lo que
significaba para ella que su padre la elogiara por ayudar a salvar a su familia de los
Armstrong.
Braya le sonrió y luego miró al comandante. —Gracias mi Señor.
—El Conde de Rothbury —continuó Torin con la introducción. —Nicholas
MacPherson, el hermano de Cainnech.
—¿Nicholas MacPherson? —preguntó Braya, confundida. —Pensé que
William Stone era el conde.
—Lo es —dijo Rothbury. —Lo soy —sonrió levemente y comenzó a empezar
de nuevo, pero Aleysia, la esposa del Highlander, lo detuvo.
—¿Por qué se han entrometido en esta familia en este difícil momento? —le
preguntó a Torin con naturalidad.
Braya apartó la mirada. Ninguno de ellos había tenido idea de la tragedia que
había caído sobre el conde o Lismoor. Se sentía terrible por estar aquí y por luchar
contra los hombres de Lismoor.
—Necesito la ayuda del conde con asuntos relacionados con Escocia —le dijo
Torin a Aleysia.
Ella lo miró fijamente, estudiándolo, y si Torin estaba mintiendo, habría
sucumbido a su escrutinio, Braya estaba segura de eso.
—Estos asuntos son tan urgentes que tú…
Cainnech MacPherson se inclinó y dijo algo en voz baja al oído de su esposa.
Ella permaneció inmóvil por un momento y luego, así como así, suspiró y levantó
las manos. —No importa nada de eso. Solo quiero ver a mi hijo. Cainnech, llévame
con él, por favor. Edith —llamó a otra doncella. —Lleva a la Señorita Hetherington
a una de las habitaciones vacías de arriba para que pueda descansar después de su
viaje. Sir Torin —hizo una pausa por un momento, como si algo se le atascara en la
garganta cuando lo miró. —El Padre Timothy le encontrará una habitación en el
torreón. Si… se va a quedar, se puede arreglar algo más. O tal vez quieras ir a…
—Vamos, mi amor —le dijo Cain a su ahora dócil esposa. —Creo que escucho
a Tristán llorar.
Él la acompañó y otra mujer se paró en el lugar de Aleysia. —Soy Edith. Venga
conmigo Señorita Hetherington.
—Iré contigo en breve —le dijo Torin. —Vamos a ver a Adams después de eso,
sí.
—¿A dónde vas ahora? —Braya lo dejó ir y frunció el ceño.
—Tengo algunas cosas más que conversar con el conde —se acercó más y
hundió la boca en su oreja. —Ha perdido a su esposa esta mañana.
Braya miró hacia el conde y su corazón se rompió de nuevo por él. Ahora tenía
un bebé. ¿Sabría ser padre? —Mi más sentido pésame, mi señor —ofreció
gentilmente. —Es bueno pasar tiempo con un amigo.
Él y Torin se conocían. Rothbury probablemente disfrutó de volver a ver a su
viejo amigo. Braya se preguntó qué era exactamente lo que Torin había hecho a su
servicio. Se acordaría de preguntarle más tarde. Por ahora, lo dejaría.
Cuando Torin tomó su mano, dejó que lo hiciera y lo miró, sonriendo como
una soñadora bobalicona, mientras él le besaba los nudillos.
—Volveré a ti —prometió él, enderezándose. —Adams y tú estáis a salvo aquí.
Braya asintió. ¿Incluso después de que apuñaló a Amish? Bueno, el tiempo lo
diría. Estaría lista para cualquier tipo de ataque.
Observó a Torin irse con el conde y el sacerdote, luego siguió a Edith fuera del
gran salón a través de una entrada diferente de la que había entrado la primera
vez. Descendió tres escalones de piedra hasta una red de pasillos y otras dos
escaleras de piedra. Tomaron un camino que conducía a unas habitaciones más
pequeñas, que eran castillos en comparación con su pequeño rincón en el salón de
su casa. Su cama estaba hecha para una reina, con cuatro postes de madera
maciza y cobertores coloridos sobre un colchón de plumas tan lujoso como las
nubes. Cayó en él con un suspiro de puro placer. Su colchón de paja no estaba mal
y siempre estaba fresco, pero esto... esto era celestial.
Oh, ella podría dormir aquí por días. De hecho, podría dormir aquí ahora.
Edith dijo algunas cosas sobre algo... que no recordaba. Quería refrescarse antes
de ver a Torin, pero no se atrevía a levantarse de la cama y no le pidió ayuda a
Edith. No había dormido desde que fue secuestrada, y después de dormir, o
intentar dormir, en el suelo duro y frío del bosque la noche anterior, cayó en un
sueño profundo, el tipo de sueño que un cuerpo necesita para relajarse. Soñó con
un ejército de Escoceses que atravesaba los campos, asaltando un castillo que no
era ni Lismoor ni Carlisle. Uno de ellos giró sobre su caballo, sus rizos ondeando
sobre su rostro, su plaid chasqueando detrás de él en el viento como un banderín.
Sostuvo un hacha en alto sobre su cabeza y la bajó cuando la vio. Era Torín.

***

Torin dejó que una enfermera le pasara un bebé envuelto en lana blanca con
rayas negras. Sostuvo a su sobrino, Elias MacPherson, suavemente mientras las
lágrimas llenaban sus ojos porque un ser tan pequeño no tenía a su madre. Esta
era su familia. Lo que había esperado y pedido por toda su vida.
—Es tan pequeño —comentó y sonrió a su hermano. —Se parece a ti.
—Aye. Mattie era... era... —su voz se quebró en un sollozo y Torin esperó
mientras su hermano se recuperaba. —Era muy rubia. Muy hermosa.
La enfermera de Elias regresó y lo tomó de los brazos de Torin. Nicholas no lo
abrazó. Torin quería preguntarle qué haría ahora, pero era demasiado pronto para
que Nicholas lo supiera y no debía apurarse con él.
—Entonces, Torin —el sacerdote finalmente le habló. Le había estado
mirando, pero no había dicho mucho hasta ahora. —No tenías idea todos estos
años que Cainnech sirvió en el mismo ejército que tú.
Torino negó con la cabeza. Le gustaba el Padre Timothy. Tenía ojos amables,
expresivos y una sonrisa generosa. —No. No recordaba sus nombres ni siquiera
nuestro apellido. Pensé que mis hermanos estaban muertos.
—Siempre creí que eras lo suficientemente astuto como para lograrlo —dijo
Cain, entrando en la guardería y escuchándolos. Estaba inclinado y sostenía a su
hijo de la mano mientras caminaban juntos. —No le gusta que lo carguen. Él tiene
su propia mente como su madre.
—Y su padre —señaló el Padre Timothy.
—¿Qué quieres decir, viejo? —argumentó Cain. —Soy tranquilo y ecuánime.
El sacerdote se rió y Nicholas lo siguió. —Tienes el temperamento de un lobo
con sarna.
Cain le dio a su hermano menor una mirada herida, luego los olvidó y se
inclinó hacia su hijo. —Conoce a tu tío, Torin.
—Dios es bueno —declaró el Padre Timothy, sonriéndoles.
—Dios es bueno —repitió Cain y miró a Nicholas, quien no dijo nada.
—Saludos, Tristán —dijo Torin y ya no podía recordar por qué había estado
tan enojado toda su vida.
Los hermanos se sentaron con el Padre Timothy, y el pequeño Tristán y
hablaron sobre sus vidas separados. Cain les contó que el Padre Timothy estuvo
con él durante los peores momentos de su vida.
Nicholas había tenido a Julianna Feathers.
Torin se dio cuenta de que no había tenido a nadie. Florie estuvo durante
unos años, y luego nadie. Había aprendido a confiar en sí mismo, en su propia
destreza y se había convertido en la Sombra de Bruce.
—Diablos, he oído hablar de ti —le dijo Cain. —Se habla mucho de ti entre los
hombres de Robert.
Fue agradable escucharlo, pero Torin tenía problemas, así que después de
encontrar la habitación de Braya y ver que ella estuviera profundamente dormida
en su cama, y también de visitar a Adams por un tiempo, regresó con sus
hermanos en el salón de reuniones de la fortaleza. Unas cuantas jarras de whisky
ayudaron a contarles sus preocupaciones. —Creo que me he enamorado de la
Señorita Hetherington y temo decirle la verdad.
Les contó que Ragenald y su familia odiaban a los hombres de Robert, y que
quería regresar a Carlisle y terminar con esto. Les habló de su promesa a su yo de
cinco años y lloraron juntos. También se rieron juntos, y repetidas veces durante la
noche, Nicholas les dijo que se alegraba de que estuvieran allí.
—Escúchame, Torin —dijo Cain, y luego sacudió la cabeza con incredulidad.
—Todavía no puedo creer que esté hablando contigo, hermanito.
—Tampoco yo —se rió Torin con él y estrechó otra taza contra la suya en un
brindis. Esperaban emborrachar a Nicholas pero, al final de la noche, estaban
todos hundidos en sus copas.
Regresaron juntos al torreón y Torin se despidió de sus hermanos y luego fue
de puntillas a la habitación de Braya.
Encendió una vela y la miró. Todavía estaba dormida, pero cuando él se movió
para irse, ella estaba allí, en la oscuridad a su espalda, agarrando su brazo,
impidiendo que se fuera.
—Quédate.
No apagó la vela cuando echó el pestillo de la puerta en lugar de salir por ella,
sino que encendió cuatro velas más alrededor de la cama, para poder verla mejor
cuando la desvistiera.
Capítulo 22

Extrañaba a Torin. Se había pasado el día preocupándose por él e imaginando


diferentes maneras para que le dijeran si es que estaba muerto.
Se habría vuelto loca si le hubieran dicho eso. Le encantaba estar con él. Le
encantaba hacerlo sonreír, y hacer que su mirada se volviera cálida y acalorada.
Aunque confiaba en sus propias capacidades la mayor parte del tiempo, se sentía
segura con él. Lo había visto pelear. Estuvo magnífico mientras derribaba a los
Armstrong, ¡en ambas ocasiones! Y luego, justo cuando ella luchaba por su último
aliento, la salvó.
Braya lo amaba. Amaba su corazón melancólico y solitario y no quería nada
más que hacerlo feliz. No podía esperar para estar con él, y cuando finalmente
llegó a su habitación, no estaba dispuesta a dejarlo ir.
—Quédate.
Echó el cerrojo a la puerta y encendió más velas alrededor de la cama hasta
que la habitación quedó bañada en una suave luz dorada. No esperó a que ella
saliera a la luz para desvestirla, sino que se puso delante de ella. Se inclinó para
besarla y luego comenzó a desatarle la túnica. Braya se había despertado antes, se
había refrescado y se había cambiado de ropa, con la esperanza de que Torin
viniera a buscarla.
Olía a turba y whisky. Lo absorbió y se embriagó con sus besos. No lo
recordaba quitándose la túnica. Ella pudo habérsela quitado, o esa pudo haber
sido la suya. De cualquier manera, toda su ropa terminó tirada por el suelo. Estaba
de pie desnuda delante de él salvo por sus medias hasta la rodilla. No le
importaba. No podía pensar cuando él colocó su brazo detrás de su espalda y se
inclinó para llevarse su pezón a la boca.
Sus labios estaban húmedos y cálidos, y sus dientes arañaron suavemente su
capullo sensible. Ella se arqueó un poco para ofrecerle más. Lo tomó con avidez,
arrastrándola hacia arriba para poder succionar y jugar con el.
Braya gritó suavemente cuando un dolor sordo que comenzó debajo de su
vientre viajó hacia abajo, entre sus piernas, y se convirtió en el foco de todos sus
pensamientos hasta que su boca sobre ella la hizo querer rogar por más, por algo
para satisfacer su hambre.
Respondiendo a su pasión, Torin la levantó y la llevó a su cama. —Te lo
advierto —le dijo Braya, apretando su cabello en su puño. —Es más cómodo que
una nube. Podrías quedarte dormido.
Torin se rió suavemente y la dejó en la cama. —¿Cómo podría quedarme
dormido contigo en mis brazos?
Braya gimió mientras se hundía y luego lo recordó y trató de esconderse con
las manos.
Torin se puso frente a ella en el borde de la cama y parecía que iba a saltarle
encima. —Est… —se detuvo y sacudió la cabeza para sí mismo y luego comenzó de
nuevo. —No cubras lo que estoy grabando en mi mente. Un día, le pagaré a un
artista para que te pinte usando mi memoria —estuvo en silencio por un
momento más, luego tiró de su léine sobre su cabeza y se quitó las botas.
Braya lo observó, hipnotizada por su aspecto, el sonido de su respiración,
pesada y rápida. Él se movió hacia la luz y su propia respiración se detuvo. ¿Cómo
podría haber tocado un corazón como el de Torin? Sabía que aun mantenía
fantasmas de su pasado. Pero no le importaba. Era misericordioso y amable, y
muy, muy hermoso.
Braya le sonrió para aliviar la repentina incertidumbre en sus ojos. No quería
parar. Para probárselo, tiró de los cordones de sus pantalones.
Animado por su audacia, Torin casi se los arrancó y los arrojó a un lado.
El colchón de plumas suaves y docenas de almohadas esparcidas por todas
partes la rodeaban. Empujó algunas fuera de su camino y trepó sobre ella, entre
sus piernas. Bajó la cabeza hasta su boca. Sus ardientes y exigentes besos le
robaron el aliento y la capacidad de pensar. Trazó un rastro de besos desde su
barbilla hasta sus senos, deteniéndose en cada uno para darle la atención que
requerían. Arrastró sus dientes sobre su suave y plano vientre y se puso de
rodillas.
Ella estaba bastante sorprendida al ver el cambio muy notable en esa parte de
él. Era como si hubiera cobrado vida. Por ella. Braya sabía que no había terminado
de crecer. Millie le había dicho que la polla de un hombre podía ponerse más dura
que el acero. Aunque Braya lo había dudado.
Torin levantó una de sus piernas y puso su pie sobre su pecho. Se encontró su
mirada lánguida y le sonrió mientras comenzaba a desatar la cuerda que sostenía
sus medias. Hizo lo mismo con la otra pierna, pasando las medias por la rodilla y
bajando por la pantorrilla, hasta los pies, besándolos.
Se estaba poniendo más duro. Más grande. Braya estaba cada vez más
preocupada de que pudiera ser demasiado. ¿Y qué?, se dijo.
Torin no le dio tiempo a preocuparse por eso, sino que deslizó los dedos por la
parte interna de su muslo y la tocó donde le dolía. Ella se sobresaltó, sin estar
segura si su toque debiera sentirse como una marca caliente.
Ella gimió y se lamió los labios secos.
Como si no pudiera controlar la necesidad de besar su boca, Torin se hundió
en ella y la presionó contra los duros y flexibles músculos de su cuerpo. Braya se
resistió cuando sintió sus dedos todavía en su punto crucial, con su brazo entre
ellos. Estaba preparándola, mojándola para recibirlo.
Braya cerró los ojos con fuerza, esperando que terminara de una vez.
—Braya —le susurró cerca de sus oídos.
Abrió los ojos para verlo sonriéndole. —No tengas miedo, muchacha. Seré
paciente.
—Eres más grande de lo que imaginaba.
—Se hizo aún más grande por el sonido de tu voz suave y sensual contra mis
oídos.
Pasó las yemas de los dedos por el capullo hinchado entre sus muslos. Lo que
le hizo abrir más las piernas y echar la cabeza hacia atrás. Él atrapó sus gritos en su
boca y hundió su dedo en ella.
—Estás tan apretada —dijo Torin con los dientes apretados. Guió la punta de
su lanza hacia su abertura y empujó suavemente. Se mordió el labio para evitar
empujar dentro de ella.
Braya no tenía miedo. Sabía que Torin no haría nada para lastimarla
deliberadamente. Y ella quería esto, entregarse a él. Aun cuando no sabía mucho
acerca de tener un amante. Había estado demasiado ocupada aprendiendo a
tomar hombres en el campo de batalla, no en su cama. Lo que sabía, lo aprendió
de segunda mano de Millie y Lucy, y sus otros primos varones. Sabía lo que les
gustaba a los hombres, aunque se sonrojó ante la idea de llevárselo a la boca.
Braya se relajó debajo de él. ¿Por qué no debería? Era pesado sí, pero no
tanto como para aplastarla. Era cálido y duro por todas partes.
Pasó las palmas de sus manos sobre sus hombros esculpidos, el grueso tendón
que acordonaba sus brazos.
Quería más de él, todo de él, así que cerró las piernas alrededor de las suyas.
Torin la miraba con algo indómito que finalmente liberó en el brillo verde
plateado de sus ojos. Él sonrió, y en esa sonrisa vio su corazón, expuesto solo para
ella.
Se abrió a él y él la tomó lentamente de forma deliberada, permaneciendo
cerca de ella, diciéndole lo hermosa que era para él.
—Sé mi esposa, Braya —gruñó, finalmente rompiendo su barrera.
—Aye —entonces Braya dejó salir un grito ahogado cuando una lanza de dolor
la atravesó. Era demasiado grande. Demasiado caliente. Entonces el dolor
desapareció y el placer consecuente hizo que su cabeza diera vueltas; le hizo
evocar pensamientos de mantenerlo encerrado para siempre en el abrazo de
acero de su vaina y muslos.
—Podría abrazarte así por siempre —lo amenazó con una risa curvando sus
labios.
Torin cerró los ojos y se retiró casi por completo. Braya se rió y trató de
abrazarlo, apretando su agarre, ondulando sus caderas debajo de las de él. Pero él
era demasiado poderoso.
Luego abrió los ojos y los fijó en ella. —No es una jaula lo que me unirá a ti,
Braya, sino algo… más profundo —se precipitó dentro de ella, profundo y largo,
dejando que lo acercara y sujetara con fuerza. Así lo hicieron, mientras él entraba
y salía, una y otra vez hasta que ella lo arañó y tembló en su abrazo.
Tomándola de sus caderas se dio la vuelta, tumbándose boca arriba y
dejándola a horcajadas sobre él. Braya se rió suavemente con sorpresa y pensó en
lo profundamente que se sentía así, empalada en él.
Torin se lamió sensualmente los labios y comenzó a mover sus caderas en sus
manos. —Te va a gustar esto, mi amor —le prometió con confianza y puso sus
gruesos brazos debajo su cabeza.
Ah, así lo tenía hasta la empuñadura. Aquí estaba al mando. Braya se inclinó y
tomándole la nuca con la mano, lo levantó. Pasó la otra mano por su vientre
firmemente definido y hacia arriba a través de los rizos en la parte posterior de su
cabeza. Ella se sostuvo mientras se ponía en cuclillas y ejercía su poder como una
reina, hasta que no quedó nada de ellos.

***

Torin sostuvo a Braya en la mullida cama y escuchó el ritmo de su respiración


mientras la tarde se convertía en medianoche. ¿Estaba dormida? No le había dicho
la verdad, y ahora... diablos, había estado borracho, demasiado débil para
resistirse a ella. De hecho, no quería resistirse a ella. Quería hacer exactamente lo
que hizo. Quería estar con ella, siempre en su cama, dentro de su cuerpo. Si
Bennett la tocaba, lo desgarraría miembro por miembro. Torín la amaba. De
alguna manera, había penetrado sus paredes y lo derribó como un general
entrenado. ¿Qué iba a hacer ahora?
Pensó que estaba dormida. Pero no lo estaba. Braya se movió como una brisa
sobre él, cubriéndolo con sus cabellos de color amarillo pálido. Besó su pecho, sus
hombros y su cuello. Se subió a sus caderas y miró a su alrededor, como si hubiera
llegado a la cima de una montaña y estuviera disfrutando de las vistas. Torin se rió
y tomó sus nalgas entre sus manos. Era suave por fuera, dura y apretada por
dentro.
No le tomó mucho tiempo ponerse lo suficientemente duro como para
empalarla. Esperando un poco, la dejó frotarse arriba y abajo de su eje. La miró y
se prometió a sí mismo recordar siempre cómo se veía, desnuda y hermosa,
deleitándose con él.
Braya se deslizó hacia arriba sobre él. Estaba mojada y lista para ser tomada.
Movió las caderas, y cuando cabalgó hacia abajo de nuevo, se empujó dentro de
ella.
Braya cerró los ojos con fuerza y no gritó. No la dejó ir mientras los volteaba y
cubría su cuerpo con el suyo. Le hizo el amor, mirándola a los ojos, diciéndole lo
que significaba para él. Se hundió profundamente, tomándose su tiempo, en cada
toque una caricia curiosa.
Había encontrado a la mitad de su familia hoy y perdido su corazón por
completo a causa de una bandida Inglesa.
Las rodillas de Braya se doblaron y quedaron planas a ambos lados. Encajaban
perfectamente, Torin mantuvo los brazos de ella sobre su cabeza y besándola
mientras un fuego abrasador los envolvía. Se movió lentamente, derramándose
mientras las llamas lo lamían, y la línea entre el dolor y el placer dejó de existir.
Más tarde, él se tumbó encima de ella, ambos tirados en la cama, el uno sobre
el otro.
—¿Sabías que el conde era Escocés?
Torin parpadeó, demasiado cansado para responder. —No —dijo
honestamente.
—¿Sabe que odias a los Escoceses? —le preguntó. —¿Es por eso que no te lo
dijo?
Maldita sea, quería decírselo antes de que ellos… ¿cómo diablos se suponía
que iba a decírselo ahora? —¿Braya…?
—¿Le dijiste lo que le hicieron a tu familia, Torin? Probablemente nunca
querrá admitir que es Escocés de nuevo.
Se movió incómodo en la cama. Braya va a odiarlo. Va a odiarlo mucho. Se
había acostado con un Escocés. Tal vez, debería esperar hasta después de la
guerra por Carlisle. Si moría, no tendría que decirle nada.
—Aye, él sabe lo que le pasó a mi familia.
—Allí, ¿ves? —dijo con la mejilla presionada contra su pecho y los ojos
cerrados. —Estaba avergonzado.
—Aye.
—Sin embargo, lo compadezco —dijo en voz baja. —Pobre hombre.
Aye, Nicky había pasado por mucho. Vendido a los dos años y criado como un
sirviente Escocés en la casa de un alcaide Inglés. Oh, si Torin hubiera sabido hace
dos años cuando tomó Berwick que su hermano menor vivía en las habitaciones
de los sirvientes, siendo golpeado por robarle un beso a la hija del gobernador,
Torin lo habría rescatado. Pero Caín lo había salvado. Demonios, su corazón se
llenó de orgullo de que fueran sus hermanos.
—Sin embargo, no me gusta Cainnech MacPherson. Es un bruto.
Torin se encogió de hombros y sonrió, pensando en su hermano mayor. —No
es tan malo.
—Tal vez no —su voz cayó suavemente sobre su pecho. —Me han dicho que
los montañeses son los más salvajes de todos.
Torin miró al techo. Le rompió el corazón sanador que ella odiara tanto a los
Escoceses. ¿Le daría alguna una oportunidad? Era un Escocés, que traía guerra.
Incluso su manera de hablar era una mentira.
Y sabiendo todo eso, todavía le había hecho el amor. Cerró los ojos. No la
culpaba si trataba de matarlo, o prometía no volver a hablar con él nunca más. No
debió acercarse a ella borracho.
—Braya —susurró al aire. —Lamento haberme quedado.
Ella se levantó de encima de él, y su cabello cayendo sobre un lado de su
rostro horrorizado hizo que quisiera correr hacia la puerta.
—¿Por qué dices eso, Torin? ¿Estuve terrible? Fue…
—No —le dijo, apoyándose en los codos. Sabía que se suponía que debía estar
sintiendo remordimiento en este momento, pero quería sonreírle. Fue
tremendamente difícil no hacerlo. —Fuiste... diablos, estuviste... perfecta, como
un laúd ardiente tocando una canción que solo yo podía escuchar, y que bailamos
juntos.
Braya sonrió. Se relajó. No sabía por qué haría todo lo posible para hacerla
feliz.
—¿Pero desearías que no lo hubiéramos hecho? —le preguntó, luciendo igual
de preocupada.
—Ojalá no lo hubiéramos hecho mientras estaba tan afectado por el whisky.
Te mereces más que eso. Mucho más de lo que obtuviste de mí.
—No, Torín —Braya llevó sus dedos a sus labios. —Lo que me diste fue todo lo
que siempre quise. Por favor —ella negó con la cabeza para calmarlo cuando iba a
hablar. —Disfrutemos este momento. ¿Cuántos más tendremos? No quiero hablar
de Escoceses ni de jóvenes viudos ni de tristeza. Háblame de nuevo sobre Avalon.
O sobre la isla de las manzanas.
Torin sonrió porque Braya recordaba todo. Y sí, tenía razón. No quería pensar
en todas las razones por las que no debería estar aquí. Todas las razones por las
que debería irse. Era feliz por primera vez en su vida. Su niño interior estaba
tranquilo.
Volvió a contarle de las nueve hermanas que gobernaban Avalon, incluida
Morgen, quien, según el poeta Geoffrey De Monmouth, superaba a sus hermanas
en belleza y en el arte de la curación. —Morgen fue la primera de las nueve —le
dijo, conociendo la historia en su totalidad. —Y podía cambiar su forma y surcar el
aire con alas nuevas. Cuando lo deseaba, se deslizaba desde el cielo hasta nuestras
costas.
—Me sorprende que no hayas llamado al caballo Morgen —comentó Braya,
mirándolo. —A menudo me recuerda a un ser mágico.
—Quería que recordara de dónde venía —le dijo en voz baja. —Si le
recordaba esa palabra con frecuencia era porque quería que recuerde su hogar en
caso de que se quede aquí demasiado tiempo y se olvide.
Braya sonrió soñadoramente. —¿Crees que nos llevará a casa con ella cuando
se vaya?
—Desearía que nos llevara esta noche —murmuró, luego besó su cabeza y
cerró los ojos para dormir.
Le diría la verdad por la mañana. No podía hacerlo ahora. Quería dormir con
ella en sus brazos y despertar a su lado por la mañana.
Braya le había hecho algo, lo había cambiado. Toda su vida había soñado con
sus hermanos. Había rezado para que estuvieran vivos y no murieran en las llamas
esa noche. Nunca los habría encontrado si no hubiera estado tratando de
mantener a Braya alejada de Bennett. Le había traído cosas buenas a su vida,
incluida la risa. Lo más importante, dejó de sentirse agobiado por la vergüenza y la
culpa por primera vez desde que era un niño. Se sentía libre para amar, y amarla.
—¿Torín?
—¿Aye?
—Gané la carrera. Hicimos un trato.
—Aye, amor. Te sacaré de mis pensamientos mañana.
Ella rió suavemente y lo empujó del costado, luego lo besó y le habló de su
hermano Raggie hasta que se durmió.
Capítulo 23

Braya abrió los ojos a la luz que entraba por las ventanas sin postigos. Por un
momento, se olvidó de dónde estaba. Recordando, suspiró con deleite en la
comodidad de su cama. Sintió un pesado brazo esparcido sobre su vientre, una
pierna larga, aún más pesada, tirada sobre la suya. Sonrió desde lo más profundo
de su corazón y se giró para mirar a Torin durmiendo a su lado.
Oh, cómo amaba su rostro. Sus seductores rizos cayendo sobre sus ojos
dormidos. Sus labios bien formados relajados y esperando ser besados. ¿Lo
molestaba un poco? Parecía bastante tranquilo.
De hecho, desde que ayer regresó de hablar con el conde y su hermano,
parecía menos melancólico, hasta que la miró. ¿Estaba haciéndolo infeliz por
alguna razón? Incluso la noche anterior, después de acostarse juntos, se había
arrepentido de haber ido a su habitación. ¿Por qué? ¿Por qué le pediría que fuera
su esposa si lo entristecía?
¿Y por qué no estaba enojado con el conde por haberlo engañado todos estos
años? Nicholas MacPherson era Escocés, un salvaje, aunque no se vestía ni
hablaba como tal. ¿Cómo podía Torin perdonarlo después de lo que los Escoceses
le habían hecho a su familia?
Quería despertarlo y preguntarle, pero no estaba segura de querer una
respuesta.
Estaba siendo tonta. Torin no era infeliz a su alrededor. Ella lo hacía reír, y si
se salía con la suya, lo haría reír hasta que envejecieran juntos.
Y, por supuesto, perdonó al conde. Habían sido amigos. El conde no había
matado a su familia. Sin embargo, había perdido a su amada esposa y Torin solo
estaba tratando de ayudarlo a pasar el día. Esperaba que lo hubiera hecho, pero
tal vez ahora era el momento de irse. No se sentía cómoda con los Escoceses.
Pero habían sido más que amables con ella. El comandante incluso la había
felicitado por su habilidad. Y su cama era condenadamente cómoda.
—Te ves hermosa por la mañana —la voz profunda y aturdida de Torin la
atravesó y la calentó por dentro.
—Ni siquiera me he peinado.
—No lo hagas —le dijo, cerrando los ojos de nuevo. —Estás perfecta así.
Él era perfecto, pensó Braya, mirándolo.
—¡Ah! —dijo, abriendo los ojos. —Tenías razón sobre esta cama. Quiero
dormir por una semana más —Braya pasó sus dedos por sus rizos y le sonrió.
—¿Nos quedamos en la cama todo el día?
—Me encantaría —Torin rió y los acercó más. Era mucho más grande que ella
y rápidamente la cubrió.
Llamaron a la puerta.
Nuevamente, y más fuerte esta vez cuando ninguno de los dos se movió para
responder.
—¡Gray! ¡Abre la puerta! —era Adams. —Sé que estás ahí.
—¿Qué diablos está haciendo fuera de la cama? —Torin le preguntó a Braya
mientras dejaba la cama y se tropezaba con sus calzones.
—Debe estar sintiéndose mejor —adivinó y salió de la cama envuelta en las
coloridas sábanas. Estaba de pie detrás de la puerta cuando Torin se acercó
descalzo y con el torso desnudo y la abrió.
—Adams, ¿qué estás haciendo fuera…
—¿Dónde está? —exigió el amigo de la familia de Braya. —¿Ella lo sabe, Gray?
¿Sabe que eres Escocés? ¿Qué viniste a Carlisle para prepararlo para la derrota
contra los soldados de Bruce?
Seguro que estaba soñando pensó Braya al escucharlo. Esto no estaba
pasando. ¿Torin era Escocés? ¿Un espía para Bruce? ¡No! ¡No! Él estaba aquí para
traer... ¿guerra? Sacudió su cabeza. No lo creía.
—¡Braya! —gritó el Sr. Adams.
No le importaba lo que pensara el Señor Adams sobre cómo iba vestida; ella
salió de alrededor de la puerta. —Estoy aquí, Mr Adams. ¿Quién te dijo algo tan
vil?
—Descubrí la verdad por accidente —le dijo y luego miró a Torin. —El bebé
del conde tiene una niñera, y ella vino a hablar con Edith, que me estaba trayendo
comida. ¡Le contó a Edith todo sobre cómo eres el hermano perdido del conde y
cómo incluso el Comandante MacPherson lo creía desde que te presentó a su hijo
como el Tío Torin!
¿Sus hermanos? Ella no podía comprender lo que se le estaba diciendo. ¿Era
el hermano de ellos? No. ¡Braya lo había llevado con su familia! ¡Los ayudó a
confiar en él! Ella misma había confiado en él. Lo había dejado... ¡no!
—Braya —intentó Torin. —Hablemos solos.
Se volvió hacia él con la mirada endurecida y su corazón roto a sus pies.
—Entonces todo es verdad.
—Sí, pero te lo ruego, dame la oportunidad de…
Ella lo abofeteó con fuerza en la cara. —¡Fuera!
Se dio la vuelta antes de volver a golpearlo. Las lágrimas se derramaron por su
rostro mientras Torin se movía para tomar sus botas y su léine. Braya se los arrojó
y le gritó que saliera de nuevo cuando no se movió lo suficientemente rápido.
—Braya. No me iré —dijo. —Hablaré contigo primero.
Bueno, si él no se iba, ¡lo haría ella!
Con un ajuste rápido de su manta a su alrededor, pasó junto a él y el Sr.
Adams, y salió furiosa de la habitación.
No tenía idea de adónde iba. Se dio cuenta demasiado tarde de que debería
haberse vestido correctamente primero, pero quería alejarse de Torin. Y ahora se
apresuró tras ella, el Sr. Adams también, pero a un ritmo más lento. No la
detendrían. ¡Dejaría a Lismoor en su frazada, subiría a Archer y volvería a casa!
Se abrió otra puerta y Aleysia, esposa del comandante, salió de una habitación
llevando a su hijo adormilado de la mano.
Cuando vio a Braya vestida con ropa de cama, Torin corriendo por el pasillo
detrás de ella en calzones, y el Sr. Adams fuera de su lecho de enfermo, hizo
retroceder a su hijo tambaleándose tras ella.
—¿Qué diablos está pasando aquí? Señorita Hetherington, ¿adónde va?
—Me voy a casa —Braya se detuvo para decirle.
—¿Vestida así? —preguntó Aleysia con una ceja de cuervo levantada.
—Mi señora —Torin se detuvo junto a Braya quien se alejó un paso de él.
—Perdone nuestra indecencia —dijo, tirando su camisa sobre su cabeza y
empujando sus brazos dentro de las mangas. —Tuvimos un asun…
Braya se volvió hacia él, boquiabierta. —¿Tuvimos qué? ¡Eres un Escocés, un
soldado de Bruce, y me lo ocultaste todo este tiempo!
Aleysia la miró en su manta y a Torin, tratando de vestirse. Ella negó con la
cabeza hacia él. —Ve a buscar al Padre Timothy. Es muy bueno en cosas como
esta.
—¿Cómo qué? —Braya preguntó. —Un hombre que jura que puedes confiar
en él y resulta ser un mentiroso…
—Braya —intentó Torin, poniendo una mano en su hombro.
Apartó su mano de un golpe y volvió su atención a Aleysia, principalmente
para que Torin no viera las lágrimas que derramaba por él. —Lady MacPherson, su
marido no debería creer las afirmaciones de este hombre de que es su hermano.
¡No se puede confiar en él! —tuvo que alejarse para que él no la viera
desmoronarse.
Aleysia abrazó a Braya y la condujo hacia la puerta de sus aposentos.
—Entra —le ofreció suavemente. —¡Ustedes no! —regañó a Torin y al Sr. Adams
mientras Braya lloraba entre sus brazos. —¡Ya la han molestado suficiente!
Aleysia no estaba dispuesta a quedarse parada y escucharlos defenderse, así
que levantó a su hijo y, girando sobre sus talones, arrastró a Braya a la habitación
y les cerró la puerta en las narices.
Cuando Braya entró en la habitación, se detuvo y casi vuelve a salir cuando vio
al comandante sentado en una silla poniéndose las botas. Él levantó la mano.
—No te molestes, me iré —se puso de pie y se acercó a ellas. —Los he oído
—hizo un gesto hacia la puerta. —Torin no está pretendiendo ser alguien más,
muchacha. Ha demostrado quién es a mí y a Nicholas.
—Pero los Escoceses mataron a su familia.
—No, los Ingleses mataron a nuestros padres.
Mentiras. Todas mentiras. Todo para traer la guerra.
—Gracias por su amabilidad, comandante, milady, pero me iré tan pronto
como pueda vestirme.
Cain suspiró y sacudió la cabeza. —Ha perdido mucho. Ahora, también te
perderá a ti.
Ella se alejó. Debería haberlo pensado antes. Ella peleó con su hermano por
él. Puso en ridículo a su padre al hacer que Torin fuera al ayuntamiento a
disculparse por... oh, Dios mío, sus primos. —Mató a mis primos.
—¿Perdón?
Ella no respondió, pero abrió la puerta de un tirón y se apresuró al pasillo. Lo
vió allí, esperándola.
—¡Mis primos! ¿Qué pasó esa noche, Torín? ¡Me dirás la verdad!
Vió su rostro palidecer. Parecía enfermo.
Braya se detuvo en seco. —¿Qué? —¡oh, ella no quería pensarlo, escucharlo!
—¿Los asesinaste a sangre fría?
—¡No! —exclamó el Sr. Adams, no sea que la culpa recaiga sobre él también.
—¡Eso no es lo que pasó! ¡Me atacaron a mí y a los demás!
Pero Torin no dijo nada, y eso fue más condenatorio que cualquier falsa
defensa que pudiera haber inventado. Se alegró de que no lo intentara. Habría
levantado uno de esos cuchillos que el comandante había metido debajo de su
cinturón unos momentos antes y habría apuñalado a Torin con él.
—Me voy, Torin —dijo con frialdad y falsa calma. Debajo de la superficie, un
laberinto de emociones retorcidas amenazaba con estallar. —Permíteme vestirme
y prepararme para el viaje con el Sr. Adams. No me sigas o se convertirá en una
batalla entre nosotros y uno de nosotros morirá. Regresaré a casa, incluso si eso
significa que debo casarme con el alcaide. Porque sería mejor que tú.
Enderezó los hombros y esperó a que él se apartara de su camino. Cuando lo
hizo, volvió sola a su habitación y cerró la puerta con llave.
Se vistió mientras su vientre se retorcía con un dolor que nunca antes había
sentido. No era real. Torin no era real. Por supuesto, quería que su familia se
mantuviera alejada de los Escoceses. Sabía que Carlisle ganaría con los
saqueadores de su lado. Tenía que decirle a su familia.
Oh, su familia. ¿Qué les diría? ¿Cómo la perdonarían después de que les dijera
lo que una vez sospechó pero que había sido demasiado terrible de creer, por lo
que lo apartó de sus pensamientos? Había matado a sus primos para parecer el
héroe ante los guardias. ¡Aye! ¡Y así conseguir entrar a Carlisle para su propósito
mortal!
Su padre nunca la perdonaría. Él le decía que ella pensaba con el corazón y
que por eso era mejor ser hombre. Tenía razón, al menos en una cosa. Había
tomado sus decisiones con el corazón y no con la cabeza. Braya había confiado en
él. Lo había visto disfrutar de la dulce fragancia de una flor. Había mostrado
paciencia con su yegua y misericordia con un hombre que no lo merecía, y le hizo
pensar que era un tipo diferente de hombre.
Pero no lo era. Era un hombre con sed de sangre, con hambre de batalla.
Y como él deseaba tanto una guerra, ella se la daría.
Tuvo mucho en qué pensar durante su viaje a casa con el Sr. Adams. Al
principio no hablaron mucho, solo consolándose con el silencio del otro. Pero la
traición de Torin los cortó a ambos.
—Quizás había accedido a pelear contra nosotros con sus primos y luego se
volvió contra ellos —aventuró el Sr. Adams. —Pero no parecían conocerlo. Aunque
estaba oscuro y mis ojos ya no son tan buenos como antes.
Braya negó con la cabeza. —No sé qué hizo ni cómo estuvo involucrado, pero
lo estuvo. Mintió al respecto. Me di cuenta cuando le pregunté. Nada de lo que
dijo era verdad.
—No puedo afirmar sobre eso.
Braya respiró hondo. Si el Sr. Adams intentaba convencerla de que los
sentimientos de Torin por ella eran reales, le diría que no importaba. Eso no
cambiaba nada.
—Nos dijo la verdad sobre sus hermanos.
Su corazón vaciló un poco y lo maldijo. Había encontrado a sus hermanos. De
verdad, era un milagro. Uno alegre. Quería ser feliz por él, pero su corazón estaba
demasiado roto y todo lo que podía ver eran mentiras.
—El comandante me dijo que fueron los Ingleses quienes mataron a sus
padres.
El Sr. Adams asintió. —Lo supuse una vez que supe la verdad. Debe tener
mucho odio por los Ingleses.
—Los vio matar a su padre —le dijo Braya con voz hueca. —Tiene recuerdos
inquietantes.
—Aye. Debe estar muy desgarrado por los acontecimientos recientes.
Sí, asintió Braya en silencio y luego deslizó su mirada hacia Adams. —¿Por qué
le das tu lástima? No la merece.
—Lástima o no —dijo el Sr. Adams. —Encontró a sus hermanos y te perdió,
todo el mismo día.
—Y si me sigue —le dijo. —Perderá su vida hoy también.
El Sr. Adams permaneció en silencio, pero la miró fijamente. —Tú lo amas.
—Fui una tonta —gritó y se secó los ojos. —Confié en él, me enamoré de una
sombra.
—Yo también confiaba en él, Braya. Y me niego a creer que los dos estábamos
tan equivocados acerca de alguien. Hay bondad en él.
En lugar de responder, porque no estaba segura de tener algo que decir que
no fuera un juramento mordaz, tiró de las riendas de Archer y siguió adelante,
alejándose del engaño, lejos de Torin Gray... MacPherson.
Capítulo 24

Braya no pensó que el dolor empeoraría, pero estaba equivocada. Cuanto más
se disipaba el shock inicial, peor se sentía. Decírselo a su padre no ayudaría en
nada, incluso con el Sr. Adams allí como testigo. Todavía no podía decírselo a
Galien ni a los demás. Tampoco podía soportar el ridículo que estaba segura de
que le vendría después de insistir en que Torin era inocente y pedirle que se
disculpara con todos.
Pero nada de eso era lo peor. No. Lo peor era que se había entregado a él.
Había accedido a casarse con él. Se había acostado con él y… no podía pensar en
eso. No quería recordar lo lasciva que había sido con él. La idea la conmocionaba y
avergonzaba. ¿Era Torin tan cruel que no solo la engañaría, sino que la usaría para
satisfacer sus propios deseos lujuriosos?
Pero se había arrepentido de haber acudido a ella.
Ojalá no lo hubiéramos hecho mientras estaba tan afectado por el whisky. Te
mereces más que eso. Mucho más de lo que obtuviste de mí.
¿Se arrepentía de haberla engañado? ¿O su arrepentimiento era solo otra
mentira?
Fuiste... diablos, estuviste... perfecta, como un laúd ardiente tocando una
canción que solo yo podía escuchar, y que bailamos juntos.
Recordó su voz, tan significativa, tan sensual, su toque, tan tierno y paciente.
Braya lo quería de vuelta, y estaba enojada con él por arruinarlo así.
Cerró los ojos y lloró por milésima vez hoy.
—¿Braya?
Abrió los ojos y se los secó al oír la voz de Galien.
—¿Puedo pasar? —preguntó, sorprendentemente gentil.
Cuando asintió, Galien se sentó cerca de ella en el suelo junto a su colchón de
paja detrás de la pared de cortinas que separaba su habitación del resto de la casa.
—Hablé con papá.
Braya gimió por dentro y se preparó para lo que fuera que su hermano iba a
decir. No le importaría si la ridiculizaba por confiar en un Escocés si su corazón no
se sintiera como si lo estuvieran arrancando.
—Entonces, Gray tiene una agenda.
—Aye —dijo débilmente. Esa era una buena manera de decirlo. —Tenías
razón sobre él todo el tiempo. Debería haberte escuchado.
Galien se tambaleó un poco. Si hubiera estado de pie, Braya pensó que se
habría caído. —Yo… ojalá me hubiera equivocado.
Ella sonrió y se limpió una lágrima de su mejilla.
—Te preocupas por él —no era una pregunta.
Primero aunque negó con la cabeza, lloró más fuerte y finalmente asintió.
Su hermano no dijo nada por un tiempo, simplemente se sentó con ella y la
atrajo hacia sí mientras lloraba, lo que solo la hizo llorar más fuerte. Galien no
había confiado en Torin y ella no lo había escuchado.
—Él... él me mintió, Galien —le dijo entre sollozos y lágrimas. —Los Escoceses
se han apoderado de todos los fuertes. También quieren a Carlisle. No podemos
dejar que lo tengan.
—Aye —dijo, con sus sombríos ojos gris oscuro. —Pero si luchamos,
lucharemos contra él. Estarás luchando en su contra. No creo que sea sabio.
Braya lo miró, sin saber si su hermano había sido reemplazado mientras
estaba fuera, con alguien que se parecía a él. —¿Desde cuándo te importa lo que
es sabio?
Le sonrió. —Desde que mi hermana está involucrada. Braya, eres una hábil
luchadora. Mejor que la mayoría…
Ella levantó la cabeza y lo miró boquiabierta. ¿Estaba escuchando bien?
Aunque le dolía el corazón, no pudo evitar sonreír.
—... Pero tu corazón está involucrado —continuó. —Estar herido o enojado
con él es muy diferente a matarlo en el campo de batalla. Si luchamos contra los
Escoceses, no creo que debas venir con nosotros.
Ella se sentó. —Pero yo…
Sacudió la cabeza. —No. Padre está de acuerdo. Es demasiado peligroso para
ti.
Braya saltó de su colchón y se paró sobre él. —¿Qué estás diciendo, Galien?
—preguntó enojada. —¿Que no lo mataré si tengo la oportunidad?
—Estoy diciendo que no puedes matarlo —respondió. —Por mucho que odie
decir esto, creo que estás enamorada de él. Te quedaste dormida en sus brazos,
Braya. Es la primera vez que te veo confiar en alguien hasta ahora.
Cuando ella abrió la boca para protestar que no amaba al guerrero de las
Tierras Altas, él levantó la mano. —No he terminado. Ahora que sabemos la
verdad, debemos preguntarnos si traerá a los Escoceses hacia nosotros. No creo
que lo haga.
Galien levantó la mano y abrió la cortina, luego esperando a que ella saliera.
—Tendrás tu turno ante padre, pero al menos escúchame, hermana.
Braya asintió y permaneció en silencio.
—Cuando quiso ir solo al pueblo de los Armstrong, me pidió que confiara en él
y vi algo en sus ojos que me convenció de que tú significabas mucho para él. Te
rescató de John Armstrong y te salvó de ellos en las almenas del castillo, y en
ambas ocasiones su mirada sobre ti decía mucho sobre su corazón. El Escocés te
quiere.
—Entonces, ¿Qué es lo que estás diciendo? —le preguntó, llegando a la
cocina. —¿Dejamos que los Escoceses luchen contra Carlisle por su cuenta?
—Incluso con nuestra ayuda, es posible que Carlisle no gane —respondió su
padre desde su asiento en la mesa. —Si el resto de los hombres de Bruce pelean
como él, nadie tendrá una oportunidad.
—Si quieres la paz, hermana, mantenerte al margen de la lucha te ayudará a
conseguirla. Grey no traerá a su ejército en tu contra.
—¿Y nuestros primos? —se giró para preguntarle mientras él apoyaba su
cadera en la mesa. —¿Todavía crees en su inocencia?
—Nunca lo hice —respondió Galien.
—No importa —resopló su padre. —Lo perdonamos. Matarlo a sangre fría
ahora te convertiría en una asesina aquí en las fronteras.
—Pero padre —se acercó a él y se sentó en el asiento junto a él. —Los
soldados de Bruce mataron a Ragenald. ¿Tendrías un alcaide Escocés?
Su padre la miró a ella y luego a su esposa e hijo. —Aye. Prefiero un Escocés
sobre Bennett, cuyas intenciones hacia ti son malas.
Braya negó con la cabeza, ¡no podía creer lo que escuchaba! Se volvió hacia su
hermano. ¿Galien? ¿Galien hablaba de paz? Ella... ¿sobre la guerra? Guerra contra
Torín. Los Hetherington tenían parientes que eran Escoceses. Y no le importaba
quién era el alcaide, siempre que no fuera Bennett. Estaba de acuerdo con ellos,
entonces, ¿por qué su sangre estaba hirviendo de ira hacia ellos?
A su familia no parecía importarle que Torin los hubiera engañado a todos,
incluso a los guardias fronterizos. Vino aquí para la guerra y fingió ser pacífico...
misericordioso. Braya quería hacer algo para lastimarlo. No necesitaba que su
familia lo hiciera. De hecho, no quería que su familia peleara y muriera,
especialmente no contra Torin. Solía tener pensamiento lógico, cuando la cara
hermosa y la lengua mentirosa de Torin no la perseguían y recordaba la seguridad
de su familia.
Pero la lógica no era rival para un corazón herido, y la hacía pensar en
lastimarlo, en matarlo si tenía la oportunidad.
—Puede que ni siquiera regrese —dijo, cerrando los brazos alrededor de sí
misma. No sabía qué era peor. Matarlo y nunca volver a verlo, o que él elija
mantenerse alejado. —Te dije que encontró a sus hermanos. Probablemente se
quede en Rothbury, y cuando los Escoceses lleguen a nuestro pueblo, no estará allí
para detenerlos.
Su padre parecía un poco preocupado por eso y se volvió hacia Galien. —Trae
a Rob Adams aquí. Necesitamos incluirlo en esta decisión.
Galien fue, pero no antes de que Braya lo jalara por la manga de su chaqueta.
—¿Qué te ha pasado? Eres agradable y sensato. ¿Por qué el repentino cambio?
—Creo que estaremos a salvo si ganan los Escoceses. Si Carlisle gana, quiero
llevar la batalla y al resto de los Hetherington allí y asegurarme de que Bennett
muera por lo que intentó hacerte. No siempre soy un tonto imprudente, hermana.
Al contrario de lo que piensas —él sonrió, le guiñó un ojo y salió.
—Braya.
Se volvió hacia su padre.
—Debes permanecer oculta. Nadie sabe que estás aquí. Yo quiero mantenerlo
así.
—Quería ver cómo estaba Millie.
Él sacudió la cabeza. —No, querida. Si Bennett te descubre, puede intentar
otra cosa.
—¡Dejalo! Yo lo…
—¡Braya! —su padre levantó la mano. —Vuelve a tu cama y descansa. Has
pasado por mucho. No estás pensando con claridad.
Braya cerró las manos en puños, pero no dijo nada.
Estaba pensando perfectamente. Mejor de lo que había hecho en una
semana.
Sin otra palabra, salió de la cocina, volvió a su habitación y a su pequeña y
espinosa cama. Recordó su cama en Lismoor y luchó contra el escozor de las
lágrimas que se formaban en sus ojos. Lo amaba. Ella todavía lo amaba. Le había
dejado tocarla, conocerla, respirarla y saborearla. Y él le había estado mintiendo
todo el tiempo. ¿Cómo podía haberla besado con tanto significado sabiendo que
eran enemigos? ¿Cómo podía haberse acostado con ella, pidiéndole que se casara
con él, sabiendo que era una mentira?
Se quedó en la cama el resto del día, y cuando cayó la noche y sus padres
dormían, se puso un par de pantalones negros y una léine debajo de su chaqueta y
salió de la casa.
Pensó que podría ir a visitar a Millie y al bebé. Millie y Will nunca le dirían al
alcaide que había regresado. Estaba segura de que sería seguro y, además,
necesitaba la atención de una amiga.
Fueron las luces en la distancia, más cercanas que las estrellas, moviéndose en
formación, provenientes del norte, lo que la hizo cambiar de dirección y dirigirse al
establo de Archer.
Su sangre se heló. Los Escoceses habían llegado a Carlisle.
Estaría allí Torin con su rey, quizás con sus hermanos. ¿Qué haría lo llegara a
ver? No tenía un arma. Podría regresar a traer una y posiblemente despertar a su
padre. No, ella siguió adelante.
Quería verlo por última vez.
Antes de encontrar un cuchillo y clavarselo.

***

Torin se movió rápido cuando le llegó la noticia de que el ejército Escocés


avanzaba hacia Carlisle. Estaba contento de que sus hermanos lo acompañaran,
pero lo que no quería era que pelearan contra los Hetherington.
Le sorprendió que el rey no le hubiera concedido más tiempo. Eso fue malo.
Nada estaba en su lugar. Debió envenenar la cena de los guardias, su agua,
matando a sus enemigos como si fuera una plaga. Sabía quién guardaba las llaves
de la sala de armas y se suponía que ya estaba en posesión de la llave. Nada
estaba hecho. ¿Importaría? El ejército Escocés era mucho más hábil que los
guardias de Carlisle. Los hombres de Bruce saldrían victoriosos.
¿Pelearía Adams? ¿Lo harían los Hetherington? Se sentía como si la sangre se
drenara de su rostro y se negara a regresar hasta que viera a Braya con vida. Rezó
para que su familia no estuviera peleando. ¡Maldita sea, se suponía que debía
estar en la seguridad de Lismoor ahora!
Él y sus hermanos alcanzaron al ejército, y después de enterarse de que el rey
no estaba con ellos, se separaron del pelotón y cabalgaron con fuerza hasta que
llegó la noche.
Pero Torin no pudo dormir y se levantó de nuevo mientras sus hermanos
dormían bajo las estrellas. Viajó al territorio de Hetherington solo con Avalon,
aunque no presionó a su querida amiga a ir más rápido, sino que dejó que ella
fuera a su propio ritmo.
Mientras viajaban, pensó en Braya. Debería haberle dicho la verdad en el
momento en que empezó a sentir algo por ella. Era demasiado tarde para eso
ahora. Así que se aseguraría de que ella estuviera a salvo.
Pero llegó demasiado tarde. Supo rápidamente por la madre de Braya que su
hija había desaparecido en algún momento de la noche y que los hombres habían
ido al castillo a buscarla.
Su corazón latía en sus oídos. ¿Por qué la buscaban en el castillo?
—Porque —le dijo su madre. —Lo más probable es que te estuviera buscando
a ti.
Torin cerró los ojos y tiró de su cabello. Esto no iba a terminar bien. ¿Cómo la
protegería? ¿Y su padre y su hermano? Infierno.
Le prometió a su madre que haría todo lo posible para llevarlos a todos a casa
y se fue a buscarlos.
Al acercarse el amanecer, buscó fuera de la ciudad, a lo largo del Edén, pero
no encontró nada. Esperaba que su padre la hubiera encontrado y que no
estuviera sola.
Iba a tener que entrar en el castillo. ¿Qué tal si Bennett la hubiera
encontrado? ¿Y si Adams les hubiera contado a los otros sobre él? No podía
enfrentarse a toda la maldita guardia solo.
Iba a tener que encontrar una manera de entrar sin ser notado. Era en lo que
era bueno.
La puerta este.
Dejando a Avalon junto al río para refrescarse y descansar, entró en la
fortaleza a pie, con la espada levantada y lista, a través de la puerta este. No sería
visible para nadie.
Pero alguien lo hizo.
—Torín.
La vio parada más allá de la puerta envuelta en su manto con capucha. Su voz
sedosa resonó en la pasarela vacía.
Bajando su espada, caminó hacia ella mientras el sol salía por el horizonte. La
luz se mezcló con la niebla, arrojándola en un brillo etéreo mientras se bajaba la
capucha. Ella era su risa, su alegría, y haría cualquier cosa por no perderla. Y más,
para no hacerle daño.
—Estaba cumpliendo con mi deber —le dijo. —Tú y tu familia no formaban
parte del plan.
—¿El plan? —ella se burló.
—Aye, Braya. Un ejército no ataca sin un plan —se paró cerca. Podía olerla,
mirar sus ojos azul claro. Quería arrastrarla a sus brazos. Sus músculos se
acalambraron con la necesidad. Recordó cómo se sentía encima de él, debajo de
él, cerca de su corazón. —Tú no eras parte de eso. Se suponía que no debía
enamorarme de ti, muchacha. Nunca pensé que me pasaría, con nadie.
—Si me quisieras, Torin, me habrías dicho la verdad. ¿Eres tan cobarde?
—Aye —le dijo. —Sí. Lo soy. Tenía miedo de perderte. Sabía que nunca…
Braya dio un paso adelante y le abofeteó la cara. El crujido resonó en toda la
sala exterior y atrajo a dos hombres de entre las sombras, y luego a otro más.
Los hermanos de Torin. Galien.
—Sabías que nunca me quedaría contigo. Me engañaste y me usaste para tu
propio deseo egoísta.
—No —sostuvo. —Me enamoré de tu sonrisa y tu espíritu. No sabía qué
hacer. Yo fui un cobarde. Perdóname, Braya.
—¿Qué tenemos aquí?
Ambos se giraron al oír la voz de Bennett. Geoffrey Mitchell estaba
ligeramente detrás de él cuando apareció. Empujó a otro hombre hacia adelante y
poniéndole un cuchillo en la garganta. Era Rowley Hetherington. Lo habían
golpeado, su ojo izquierdo estaba cerrado por la hinchazón.
—¡Padre! —Braya corrió hacia él y terminó en los brazos de Bennett.
—¡Bennett! —gritó Galien. —¡Te mataré!
—Te quedarás donde estás si quieres que tu familia viva —terminó con Galien
y dirigió su atención a Braya. —Señorita Hetherington —cerró su brazo con más
fuerza alrededor de ella, capturando sus brazos para que no pudiera moverlos.
—He mandado llamar al sacerdote.
—Bennett —la voz de Torin era como un hacha cayendo en la nuca de alguien.
—Déjala ir antes de que te mate donde estás parado.
La advertencia fue amenazante, lo que hizo que los ojos de Braya se abrieran
de par en par.
—La tengo a ella y a su padre, Gray. Hagas lo que hagas, uno de ellos morirá.
Braya trató de pisotearle, pero Bennett movió su pie con rapidez y el talón le
pasó por los dedos.
Bennett sonrió ante su lucha por liberarse y le puso el cuchillo en la garganta
con su mano libre. Las mejillas de Braya se pusieron redondas y rojas. —Ay, hace
mucho que te imagino en mi cama, palomita. Te he querido debajo de mí gritando
mi nombre…
Palomita. Torin no se movió. No estaba seguro de estar respirando. Su visión
se llenó de rojo. Bennett. Bennett era uno de esos hombres hace tantos años. Él
fue quien…
Los ojos de Torin estaban muy abiertos y sin parpadear mientras embestía
como un toro salvaje suelto.
Bennett volvió su atención hacia él, horrorizado por la velocidad a la que se
movía Torin. No tuvo tiempo de hacerle nada a Braya.
Torin apretó los dedos alrededor de la muñeca de Bennett para separarlo de
la garganta de Braya. Sus ojos eran como llamas. Podía sentir el fuego creciendo
en él, derramándose con la rabia de veintidós años de resentimiento.
Todavía sosteniendo la muñeca de Bennett, se movió para alejar a Braya con
la espalda mientras levantaba su espada y cortaba el brazo de Bennett.
La sangre salpicó el manto de Torin.
Braya se alejó rápidamente cuando Bennett la soltó, gritando y tratando de
agarrar la herida sangrante y no a ella.
Geoffrey Mitchell soltó a Rowley Hetherington y saltó hacia delante. Torin lo
tomó por el cuello y hundió su espada en la garganta de Mitchell.
Era vagamente consciente de que Hetherington corría hacia su hija y su
hermano se unía a ellos.
Se volvió hacia Bennett, apuntándolo con su espada ensangrentada. Sentía
como si se estuviera volviendo loco. Finalmente dando el paso al precipicio. No
mostraría piedad esta vez.
—Hace veintidós años incendiaste una pequeña villa en Invergarry —le dijo
empujando la punta de su espada debajo de la barbilla de Bennett. Ya no podía
controlar cómo hablaba o cómo se veía. —¿Recuerdas? Responderás o te cortaré
el otro brazo.
Bennett gimió y cerró los ojos.
—Habíais asaltado la casa de un hombre, su mujer y sus tres hijos pequeños
—dijo Torin, ayudándole a recordar. Cuando Bennett no dijo nada, Torin levantó
su espada.
—Sí. Aye, lo recuerdo —exclamó Bennett, abriendo los ojos para mirarlo.
Debe haber sabido que no iba a salir vivo de esto, porque se atrevió a preguntar.
—¿Cuál de ellos eres tú?
La espada de Torin se balanceó. Su brazo tembló. Por un instante, fue más
consciente de quién estaba allí. Braya, sus hermanos, la familia de Braya y eso fue
suficiente.
Torin apretó los dientes y luego exhaló. —Yo soy el que se escapó.
—¡Torin! —gritó Cainnech. —Recuerdo a este bastardo. Mátalo o lo haré yo.
—Los tres lo haremos —replicó Torin, manteniendo una mirada mordaz en el
alcaide.
—La llamaste palomita —continuó Torin. —¡Era nuestra MADRE! —gritó en la
cara de Bennett.
Se volvió hacia Braya y su familia. —Encuéntrennos junto al río. ¡Vayan! ¡El
ejército está por llegar!
Se volvió hacia Bennett cuando no quedaba nadie más que sus hermanos.
—¿Quién más entre los de ese día todavía vive?
—Adams —le dijo Bennett. —Rob Adams.
La cabeza de Torin dio vueltas y sus manos formaron apretados puños.
Adams. Su amigo. Se sentía enfermo por dentro y se alejó cuando su hermano se
adelantó.
—Soy el que vendiste —dijo Nicholas, sosteniendo un cuchillo largo en la
mano.
—Soy el que mantuviste contigo en el campo de batalla —le dijo Cainnech y lo
atravesó en las entrañas con su Claymore.
Nicholas hundió su cuchillo en el ojo de Bennett.
Torin sintió un gemido largo y gutural que brotaba profundamente de sí
mismo. Lo dejó salir, liberando tanto, y luego cortó a Bennett desde la ingle hasta
el cuello.
Adams. Levantó su rostro ensangrentado de Bennett a las puertas.
Capítulo 25

Desde un lugar escondido entre los árboles con su padre y su hermano, Braya
observó al ejército Escocés entrar por la enorme puerta exterior de Carlisle
después de que se abriera desde el interior. Todavía no sabía si era correcto que
su familia no luchara por Carlisle. ¿Y si tener un alcaide Escocés fuera peor que
tener Bennett?
Oh, pero ¿cómo podría alguien ser peor que Bennett? Su corazón se desgarró
por Torin, por sus hermanos. Tomar en cuenta a un hombre por su dulce cariño
enfermizo, como lo había llamado su madre, era demasiado difícil de comprender,
por lo que Braya dejó de intentarlo.
Torin tenía tantos demonios a los que renunciar, tantas sombras. ¿Sería
suficiente encontrar al hombre culpable de destruir la vida de Torin y matarlo? ¿Y
qué pasaba con ella y Torin? ¿Podría perdonarlo por no decirle que era su
enemigo? ¿Que era enemigo de su padre?
Giró a Archer hacia él ahora, tan agradecida de que su padre estuviera bien.
—Padre, aún no me has dicho lo que piensas de Torin.
—Es un espía.
—Aye, lo es.
—Supongo que Bennett y sus hombres fueron quienes mataron a su familia.
—Tenía cinco años —le dijo Braya. —Lo criaron otros niños abandonados
hasta los diez —pero, ¿algo de eso era cierto? Aye, se respondió. A Torin le
resultaba difícil hablar de ello. Y después de ver liberada la furia que había
mantenido contenida durante tanto tiempo, ella le creyó.
Su padre y su hermano estaban callados.
—¿Crees que esté muerto? —preguntó Galien, sus ojos buscando en las
almenas.
—No —ella negó con la cabeza. —Es un luchador experto.
Ambos asintieron, probablemente recordando lo rápido que agarró a Bennett
y lo desarmó, en todos los sentidos de la palabra.
—¿Dónde está el Sr. Adams? —ella preguntó. —¿Crees que pelee con Torin?
—No sé dónde está —respondió su padre, luego escupió un poco de sangre.
—Mi diente está flojo.
—Nunca había visto tantos Escoceses —dijo Galien con un pesado suspiro. Vio
venir a un jinete y levantó su espada.
Braya miró y vio que era Cainnech MacPherson.
—Torin quiere que los acompañe a todos a casa —gritó, acercándose.
Braya negó con la cabeza. —No me voy a casa. ¿Dónde está Torín? ¿Está vivo
entonces?
—Aye, él vive —dijo, alcanzándola.
—Bueno. Todavía puedo matarlo —murmuró.
Cain sonrió.
—¿Y si nos siguen? —preguntó Galien. —No tendremos ninguna posibilidad.
—Nadie los seguirá —aseguró Cainnech y los empujó hacia adelante. —Aquí
no tienen nada que hacer.
—No me voy a casa, Comandante —Braya cuadró los hombros. —Y no aprecio
que tu hermano me dé órdenes. No soy su esposa. No le pertenezco.
—Braya… —imploró su padre.
—No. Padre, me rompió el corazón porque, sí, tengo uno, y a veces dejo que
me gobierne. Tal vez me gobierne ahora, pero quiero hablar con él. Tengo cosas
que decirle. Me quedaré.
—Él vendrá a ti —insistió MacPherson.
Braya sacudió su cabeza. —Deseo ir a él. ¿Dónde está?
El comandante se rió. Le llamó la atención lo hermosos y amenazantes que
eran los hermanos. —No encuentro humor en esto, Comandante. Te pregunto de
nuevo, ¿Dónde está él?
Su hermano suspiró. —¿Eres la razón por la que tu padre está sangrando
aquí? Él no se irá sin ti.
—Entonces, cuanto antes me lleves a Torin, antes podremos irnos a casa
—sus ojos brillaron y su barbilla se levantó con desafío.
El comandante la miró en su silla de montar desde la bota hasta la coronilla de
lino y volvió a sonreír, sacudiendo la cabeza. —Mi hermano nunca tuvo una
oportunidad —luego se rió.
—Bien. Ven conmigo —se rindió ante ella. Entonces Caín miró a su padre y a
su hermano. —Ustedes dos quédense aquí. La ayudaré si lo necesita.
Braya agradeció sus palabras. Una vez más. Quizás el salvaje no era tan malo
después de todo.
Su padre le rogó que no fuera, pero no estaba en condiciones de detenerla.
Sorprendentemente, Galien se detuvo y prometió llevarlo a casa.
Siguió a Archer y alcanzó al comandante rápidamente. —¿Está muerto el
alcaide?
—Aye, y en el infierno —dijo, disminuyendo la velocidad.
Braya no volvió a mencionar a Bennett, dejándolo permanecer muerto. Se dio
cuenta de que él era responsable no solo del sufrimiento de Torin, sino también
del de Cainnech y Nicholas. Lo sentía por ellos.
Pero el comandante parecía un poco más jovial que sus hermanos. Al menos
más que el conde. Torin había empezado a reír últimamente.
—Pero vives —comentó con un toque de complicidad en sus ojos.
—Algunos de nosotros lo hacemos.
Sabía que estaba hablando de sus hermanos. No podía ayudar al pobre conde
viudo, pero... —Tu hermano, Torin, estará bien después de hoy, al parecer.
—¿Cómo sabes eso, lass?
Muchacha 17. Así era como soñaba que Torin la había llamado. —Él mató a su
fantasma.
Caín asintió y luego se encogió de hombros. —Y ahora tendrá uno nuevo.
17 lass
Se refería a ella. No lo negó. No es que fuera su culpa. —Si me hubiera dicho
la verdad, no le habría dado la oportunidad de sentir nada por mí.
—Es un soldado, te guste o no. Tenía un deber con su rey y no sacrificaría toda
su misión por amor. Eso es lo que hace un soldado.
—Pero lo hice, sacrifiqué todo —dijo Torin desde debajo de un roble gigante,
donde los esperaba en lo alto de Avalon. Atrapó a Braya con la mirada cuando
pasó junto a él y ella se detuvo. El comandante sonrió y continuó.
—Me dejé distraer al pasar tiempo contigo —le dijo Torin, desmontando y
acercándose a ella. —Al escuchar de los padres de mis víctimas lo que mis actos
les habían ocasionado. Te permití apartar mis ojos de mi tarea y cambiar mi
corazón de la venganza a la misericordia.
—¿Pero no a la honestidad? —le preguntó, deslizándose de su silla.
Torin se movió para atraparla. Braya lo empujó lejos. —No, Torín. Tú... tú me
tomaste —susurró y bajó la barbilla, demasiado avergonzada para mirarlo.
—Nunca habrías tenido la oportunidad si hubiera sabido quién eras.
—Torin MacPherson —dijo Torin en voz baja, dejando caer las manos a los
costados. —Incluido yo, si hubiera sabido quién era, podría haber tomado mejores
decisiones.
No quería compadecerlo, pero ¿cómo diablos no hacerlo? No tuvo a nadie
que se preocupara por él durante su crianza. Nadie que le haya enseñado a
bromear, a... amar.
—¿Estás diciendo que podría haberme resistido si hubieras sabido que eras un
MacPherson?
Torin le sonrió, luego cerró los ojos y se pasó los dedos por los rizos.
—¿Quién me creería?
—Nadie de por aquí. Eso es seguro —le aseguró Braya con una risita. Luego se
puso seria. —¿Están todos muertos?
—¿Los guardias? No. Ninguno de ellos está muerto.
—¿Qué quieres decir con ninguno? El ejército ha cabalgado directamente a
través de esas puertas. Seguramente han matado a los guardias.
—¿Te gustaría entrar y ver?
¿Dentro del castillo invadido por Escoceses? No.
—Nadie te hará daño —le prometió.
Pero ella negó con la cabeza. Todo cambiaría desde ahora. Iban a tener un
alcaide Escocés. No tenía idea de cómo iba a ser eso o lo que significaría para su
familia. Ahora se negaba a llorar por eso, pero deseaba tener un arma para atacar
a Torin.
—Me aseguré de que los guardias tuvieran la opción de luchar o rendirse.
Eligieron rendirse, para vivir, y no habrá guerra.
Braya asintió mientras una ola de calor fluía sobre ella. No a la guerra. Lo
había hecho por ella. Puede que sea un Escocés, pero era misericordioso...
—Gray —la voz del Sr. Adams lo interrumpió. —Te he estado buscando
mientras trataba de evitar a tus hermanos.
Braya bajó la ceja hacia él. —¿Por qué estabas tratando de evitar a sus
hermanos?
—No le dijiste.
—¿Decirme qué? —Braya le preguntó a cualquiera de ellos.
—Estuve allí cuando su familia… cuando ellos… —el Sr. Adams no pudo
terminar.
Braya estaba segura de que sus oídos la estaban engañando. ¿Torín lo sabía?
Seguramente lo mataría. Lo miró con nerviosismo.
Él lo sabía.
Su mirada se oscureció en el guardia mayor y sacó su espada de detrás de su
espalda.
—¿Cuál fuiste tú? —Torin le preguntó en voz baja.
—He vivido mi vida avergonzado de ese día.
—¿Es este el secreto que casi te mata? —Braya le preguntó.
El asintió.
—¿Cuál, Adams? —preguntó Torin, su paciencia se estaba agotando.
—Yo estaba de guardia afuera.
Braya pensó en hablar, pero el Sr. Adams no se había quedado de guardia
afuera de su cabaña mientras sus amigos le hacían cosas imperdonables a su
familia.
—Hice la promesa de matar a todos los involucrados —dijo Torin y tomó su
empuñadura con ambas manos.
El Sr. Adams cerró los ojos. —Haz lo que debas, pero lo siento de mi parte.
Siempre lo he lamentado.
Torin miró a Braya. Ella le sonrió. Era hora de que cesara la matanza y
comenzara una nueva vida. —Tienes a tus hermanos de vuelta —le recordó, con la
esperanza de aliviar un poco su dolor. Braya lo perdonó por no decirle la verdad,
pero eso no significaba que iba a dejar que se saliera con la suya.
—Adams —empujó al guardia con la mano y Adams abrió los ojos,
sorprendido de seguir con vida. —Hablaremos más tarde, ¿sí?
Los ojos oscuros del Sr. Adams se veían un poco brillantes. Braya trató de
ocultar su sonrisa. Nunca lo había visto llorar antes. Adams parpadeó y asintió,
luego dio media vuelta y se fue.
Cuando estuvieron solos, Torin se volvió hacia ella y la encontró sonriéndole.
—Entonces, ¿dónde vivirás?
—Estaba pensando en preguntarle al rey por este lugar. Quiero ser el alcaide.
Su corazón saltó. Oh, ¿qué podría ser mejor que eso?
—Por supuesto, sería justo —le aseguró.
—Por supuesto —estuvo de acuerdo Braya, tratando de permanecer seria.
Luego dijo. —¿Crees que el rey estaría de acuerdo?
Torin se encogió de hombros. —Podría. Me ha concedido otros castillos.
—¿Y con quién vivirías aquí?
—Mi esposa, por supuesto.
Braya asintió y se dirigió hacia Archer. —Bueno, espero que tú y ella sean muy
felices, Escocés.
Él agarró su muñeca y la tiró hacia sus brazos. —Lo seremos —sumergió su
boca en la de ella y Braya no lo detuvo.
Más tarde, lo haría, sólo para hacerlo sufrir. Pero no ahora. Ahora, agarró
puñados de su léine y se deleitó en su abrazo.
—Braya, tú…
—Habla con naturalidad —le insistió con fingido disgusto. —Si debo
acostumbrarme a ese maravilloso tono melódico tuyo, bien podría comenzar
ahora.
Su boca llena y sensual se inclinó en una sonrisa. —Muy bien, moza. Eres la
única mujer a la que he amado o que amaré.
Braya lo miró y sonrió, más feliz que nunca. —No sé si me lo creo. Tendrás
que demostrármelo.
—Pasaré el resto de mis días haciéndolo si me dejas —prometió. Se volvieron
a besar, convirtiendo su sangre en fuego como muestra de un preludio de más por
venir. —Y por la noche, te llevaré a Avalon.

***

Nicholas entró en la habitación de su hijo y se acercó a la diminuta cama con


cortinas. El bebé estaba dormido. Nicholas no quería despertarlo. Observó su
carita, perfecta en su creación. Sus ojos recorrieron las mejillas sonrosadas del
niño, la protuberancia de su nariz y su mechón de cabello negro.
Su esposa murió por traerlo al mundo.
Se esforzó por sentir algo más que dolor e… ira, pero no llegó nada.
Dejaría al bebé para que las enfermeras lo criaran mientras él viajaba.
Necesitaba alejarse de Lismoor, del fantasma de su amada Mattie. Estaba en todas
partes: en la cocina a pesar de que tenían una cocinera perfectamente buena, en
el gran salón riéndose con los aldeanos, sonriéndole en su cama.
Cerró los ojos, escondiéndose de su hijo, la vida que cambiaría para
recuperarla a ella.
—Perdóname —susurró y se secó el ojo. —Parece que no nací para el amor
—pensó en la primera persona a la que había amado. Su inalcanzable Julianna. La
había perdido primero, y luego, cuando finalmente encontró la felicidad para sí
mismo con Mattie, también le fue arrebatada. Sacudió la cabeza. No más.
—Tengo que irme.
El bebé se agitó y algo en él se agitó con él. Pero su ira le ayudó a rechazarlo.
Se alejó de su hijo, de Lismoor, de su vida.
Lo necesitaba para sobrevivir. Y después de haber vivido en un mundo que no
fue diseñado para su protección, ya sea esclavo o libre, regresaría y repararía
cualquier otra cosa que estuviera rota.
Pero esa es otra historia.

Fin

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