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1º Edición Diciembre 2020

©Marliss Melton
LA RECOMPENSA DEL CABALLERO NEGRO
Título original: The Black knight´s Roward
©2020 EDITORIAL GRUPO ROMANCE
© Editora: Teresa Cabañas
tcgromance@gmail.com

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, algunos lugares y situaciones son
producto de la imaginación de la autora, y cualquier parecido con personas, hechos
o situaciones son pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda
rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del copyright, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, así como su
alquiler o préstamo público.
Gracias por comprar este ebook.
Índice

Índice
Agradecimientos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
Si te ha gustado este libro también te gustará
Para mi hija Grace, a quien le dediqué la primera edición
de esta historia hace trece años. Cómo vuela el tiempo. Y,
mira, ¡las dos hemos crecido!
Marliss Melton

Para mi hermana, Toni, que probablemente nunca me


dejaría en un priorato durante cinco años y no volvería a
buscarme. Probablemente.
Sydney Jane Baily
Agradecimientos

Sin lectores, especialmente los lectores cero, ¿dónde estarían


los autores?
Hace aproximadamente un año y medio le pedí a mi colega
y amiga de toda la vida, Sydney, que trabajara conmigo para
resucitar una vieja historia que había escrito en mis primeros
años de publicación. By starlight fue publicada en 2003, y
aunque la trama y los personajes tenían un gran potencial,
ambas sabíamos que la historia podía ser mucho mejor que la
suma de sus partes (para citar a Aristóteles).
Investigamos este emocionante período de la historia
anglonormanda, experimentamos con giros en la trama,
escribimos y reescribimos, y nuestra creación tomó forma y,
finalmente, se completó. Sin embargo, un libro a menudo
parece una entidad sin vida hasta que tú, el lector, echa un
vistazo a sus páginas.
Por este libro, agradecemos a nuestros primeros críticos, a
nuestros dedicados lectores cero —Ann, Brenda, Cheryl,
Sarah, Anna Marie y Bella— por tomarse el tiempo para
asegurarse de que nuestra creación tuviera la vida que
queríamos. ¡Gracias a vosotras, maravillosas damas, y a todos
nuestros leales lectores!
QUERIDO LECTOR
Cuando se crea una novela tan antigua como esta, hay una
delgada línea para caminar entre la realidad de los
acontecimientos históricos y una historia tan buena como
aplastante. En The black knight’s reward, encontrarás
personajes históricos, como el rey Enrique II y el obispo
Enrique de Blois, y lugares reales que todavía puedes visitar
hoy, como los castillos de Arundel, Wolvesey y Wallingford,
así como la Catedral de Winchester y Portchester. Entretejidos
personajes de ficción basados en personas reales, algunos con
nombres reales y otros con nombres ficticios. En general,
esperamos que te sientas como si estuvieras en medio de una
aventura romántica del siglo XII.

-Marliss Melton y Sydney Jane Baily


Prólogo

En las afueras de Jerusalén, 1130 d.C.

E l sol se desplomó detrás de las montañas bajas al oeste,


corriendo el velo de la noche detrás de él mientras Luke
recorría la colina cerca de su casa. Decidido a contemplar la
primera aparición de la estrella mágica, había subido la colina
tan rápido como sus delgadas y jóvenes piernas le habían
permitido. Sin aliento, pero contento de haber llegado antes de
la aparición de la estrella, el niño se desplomó sobre una gran
roca plana para recuperar el aliento.
Hasta ahora, ninguna estrella había perforado el oscurecido
dosel de arriba. Luke miró cuesta abajo hacia su casa, una
estructura pequeña, un poco fuera de lugar, plantada en el
estrecho y polvoriento camino. Más allá, las antorchas
cobraban vida a lo largo de las murallas de Jerusalén.
Su madre se preocupaba por él si volvía a casa tarde. Por
otra parte, tenía pan en su mochila, tomado de un comerciante
que se había girado imprudentemente, y había encontrado una
baratija de plata en el suelo que se podía empeñar para comer.
Sus hallazgos asegurarían el perdón de su madre cuando,
finalmente, llegara a casa.
Dirigiendo la mirada hacia arriba, Luke jadeó con deleite
cuando la primera aguja de iluminación se clavó en el cielo
oscuro seguida, inmediatamente, por el guiño de miles de
estrellas. Con ojos un tono más claro que los de su
compatriota, y que lo traicionaban como el hijo de un infiel,
buscó en los cielos el cúmulo de estrellas que su padre le había
señalado una vez.
«¿Ves la estrella brillante en la parte superior?». La voz de
su padre volvió a él hablando en francés normando, una lengua
que Luke no había escuchado en cinco meses. «Es una estrella
mágica. Si le pides un deseo, este se hará realidad».
Hasta esa misma mañana, Luke se había olvidado por
completo de la estrella mágica. Sin embargo, la brillante
baratija se la había recordado, y durante todo el día había
esperado la oportunidad de subir a la colina para tratar de
encontrarla.
James d’Aubigny, heredero del conde de Arundel, había
llenado la cabeza de Luke de visiones esperanzadoras, como
estrellas mágicas y más. Había obsequiado a su hijo con
historias de una tierra exuberantemente verde y sombreada por
enormes árboles, de prados regados por arroyos plateados y
tachonados de castillos de piedra. Había hecho dibujos para
Luke, leído libros sobre reyes y guerreros poderosos, hombres
cuyas armaduras los protegían de las espadas de los
sarracenos, hombres de una fe tan fuerte que habían viajado
grandes distancias para someter y convertir a los incrédulos.
Esas historias se habían convertido en una parte tan
importante para Luke que la tierra que su padre llamaba
Inglaterra le parecía casi más real que el país árido y
polvoriento en el que había nacido y vivido durante sus siete
años. Su padre le había prometido que volverían a casa juntos
cuando terminaran sus tareas de mantenimiento de la paz. Sin
embargo, cinco meses antes, James había muerto
abruptamente de una enfermedad devastadora que su sangre
occidental no había podido combatir, dejando a su hijo y a su
amante sarracena en la miseria.
Luke había lamentado la promesa de Inglaterra, perdida por
la muerte de su padre, casi tanto como había lamentado la
muerte de su apuesto y fogoso padre. De la noche a la mañana,
su vida se convirtió en una miserable mancha borrosa.
Amenazando de muerte a Esme, la madre de Luke, por su
vergüenza, su pueblo había echado a madre e hijo fuera de las
murallas de la ciudad. Sin desanimarse, y con la ayuda de su
hijo pequeño, ella construyó una choza de hojas de palmera y
un jardín, con la esperanza de ganarse la vida en ese suelo
mezquino. Cuando su cabra comió malas hierbas y murió,
envió a Luke a la ciudad a mendigar. O a robar.
Ninguna de esas tareas le convenía. Su padre lo había
criado para que fuera un niño honesto, orgulloso de su
herencia normanda. Sufrió el desprecio de los locales
sarracenos, y soportó su burla y sus insultos sabiendo todo el
tiempo que era un paria, que nunca pertenecería a ese lugar.
Esta noche, Luke prometió que cambiaría todo eso.
Durante un momento de pánico, buscó las estrellas
brillantes que estaban arriba, temiendo haber perdido la
estrella mágica para siempre. Entonces, su mirada cayó sobre
la luz más brillante a la altura de un cúmulo de estrellas, y
exclamó su alegría en voz alta.
—Estrella mágica —susurró, su corazón latiendo
urgentemente dentro de su pecho—. Deseo… —Se cortó a sí
mismo. No, no podía darse el lujo de apresurarse, pues solo
tenía un deseo, un deseo que su padre le había aconsejado que
guardara durante un tiempo que era, realmente, necesario.
Se llevó una mano a la boca para evitar soltar algo
precipitado. Era egoísta considerarse solo a sí mismo mientras
hacía una petición mágica. Después de todo, su madre había
sufrido aún más que él, siendo rechazada por su familia y sin
ser bienvenida dentro de las murallas de la ciudad.
Pensaría en un deseo que los salvara a los dos.
—Estrella mágica —dijo de nuevo, hablando despacio y
con cuidado—. Deseo una vida mejor para los dos, para mi
madre y para mí.
Se preguntó si debía decir algo más, pero la estrella hizo un
guiño y se oscureció, como indicando que era demasiado tarde
para añadir detalles específicos.
Con un temblor de anticipación, Luke estiró el cuello para
mirar hacia el valle de abajo. Si su deseo se hubiera cumplido,
habría luz en la ventana y fuego para cocinar.
Para su decepción, la cabaña permaneció oscura.
La realidad llevó el temblor de Luke a una calma
desesperada. Un vacío persistente llenó su vientre,
recordándole que no había comido en absoluto ese día.
Tocando los panes de su mochila, su único consuelo, se regañó
a sí mismo por privar a su madre de comida.
De pie, saltó de la roca a la tierra reseca y, volviéndose
hacia su casa, fue cuesta abajo.

A miles de leguas de distancia, en un castillo de piedra, el


conde de Arundel agarró una misiva en su temblorosa mano.
La carta, como las que Santiago había enviado antes, estaba
rígida por los muchos meses que había tardado en llegar de
Tierra Santa. Esta carta, sin embargo, no había sido escrita con
el garabato distintivo de su hijo. Más bien, estaba garabateada
por la mano de un extraño, informando al conde que su único
heredero había muerto.
A través de ojos nublados por las lágrimas, la mirada de
lord William d’Aubigny se posó en estas palabras, palabras
que lo sacaron de la desesperación total: Luke, hijo de
James…
¿James había dejado un hijo? Sí, y al parecer, el niño
permanecía bajo la custodia de su madre, una mujer sarracena
llamada Esme, y vivían en las afueras de Jerusalén.
—Mayordomo —gritó el conde, levantándose de su silla
con el vigor de un hombre mucho más joven—. Preparaos para
un largo viaje. Vamos a Jerusalén a recoger los restos de mi
hijo y a buscar a mi nieto.
Capítulo 1

North Yorkshire, A.D. 1155

L ady Merry de Heathersgill observó a la priora caminar


lentamente a lo largo del refectorio. Con un susurro de
túnicas negras, la madre Agnes del Monte Grace tomó su lugar
detrás de la mesa de roble junto a su colega sentado, el abad de
Fors. Su figura angular, más alta por su toca, bloqueaba la luz
del sol que entraba a través de la hendidura de la pared de
piedra que tenía detrás de ella. Pero incluso con gran parte de
su rostro en la sombra, las pocas velas que había en la sala
revelaron un ansioso resplandor acechando en sus ojos
marrones mientras se preparaba para pronunciar su veredicto y
su sentencia.
Las monjas —muchas de las cuales, como Merry, eran hijas
de nobles— y los novicios, se habían reunido para escuchar el
veredicto, pero permanecían acurrucados al fondo de la sala.
Aunque todavía era septiembre, un frío invernal entraba por
los azulejos de piedra bajo los pies de Merry. Oprimiendo las
rodillas para evitar que temblaran, Merry estaba sola, acusada
y, sin duda, a punto de ser declarada culpable.
A pesar del grueso hábito gris que llevaba, un escalofrío se
deslizaba por su columna vertebral como una araña de patas
largas, y con cada respiración superficial su corazón latía
desesperado.
Mirando al abad, más conocido por su fabricación de queso
que por su buen sentido común o su pensamiento profundo, se
preguntó si podría intentar suavizar su sentencia. No, al ver su
expresión de distracción, Merry sabía que estaría de acuerdo
con la priora. Después de todo, había sido la perspicacia
comercial de madre Agnes la que había creado un lucrativo
mercado para el queso Wensleydale de los monjes.
¿Cuántos latigazos establecería la madre?, se preguntaba.
¿Y sobreviviría a ellos?
—Hermana Mary Grace —entonó la madre, su voz era tan
seca como hojas caídas—, blasfemáis el nombre que os dieron
cuando hicisteis el primer voto de obediencia, un voto que
habéis roto de manera tan atroz e irrevocable. A partir de
ahora, solo seréis Merry de Heathersgill, porque ya no sois una
hermana santa.
El corazón de Merry latió más rápido. Podría aguantar
cinco, diez incluso. Más que eso y quedaría irreparablemente
mutilada. Con tanta piel abierta no quedaría mucho para coser,
aunque una de las monjas expertas en bordado lo intentara. En
cualquier caso, ¿quién la ayudaría a sanar cuando era ella
quien trataba a sus hermanas? Ninguna otra alma en el priorato
podría crear un bálsamo para evitar infecciones.
—Después de un largo interrogatorio y deliberación —
continuó la priora—, os encontramos culpable de intento de
asesinato y de herejía.
Merry se tragó su consternación y mantuvo la barbilla en
alto, su mirada fija en la madre Agnes.
Había sido entregada a Monte Grace para evitar la
persecución por practicar el arte de sanar. Aunque algunos en
su existencia anterior habían dicho que había hecho curas
milagrosas, otros la habían acusado de motivos oscuros,
incluso de asesinato. Una vez exiliada a Monte Grace,
esperaba vivir en paz. Sin embargo, incluso después de cinco
años de residencia con las hermanas, todavía no había hecho
los votos perpetuos.
¿Cómo podría hacerlo? Prometer su vida a Dios bajo la
tutela de madre Agnes parecía una blasfemia, pues en este
supuesto santuario solo había experimentado crueldad e
intolerancia.
Su juicio había sido una farsa de principio a fin. Los
testigos presenciales de sus crímenes habían sido claramente
coaccionados para hablar en su contra o sufrir la ira de la
madre, que era temible y, a veces, fatal.
Una de sus hermanas la había visto después de retozar
desnuda bajo la luna llena. Otra la había pillado copulando con
el diablo en la tierra boscosa detrás del priorato. Otros la
habían espiado bebiendo una poción que tenía todas las
cualidades de la sangre humana.
¡Cuentos de tonterías y fantasías! Lo único cierto es que la
habían visto en compañía de un gato. ¿Y cómo podría ser eso
un crimen?
Esas mismas monjas le habrían dado las gracias si la priora
hubiera muerto. Pero seguía viva. En el último minuto, Merry
había puesto solo dos hojas de henbane en el vino de la priora
en lugar de tres. Oh, cómo deseaba tener un corazón más duro.
Su renuencia a asesinar a cualquier ser vivo podría ser,
irónicamente, su muerte.
—La herejía es un crimen grave cometido contra Dios y la
Santa Iglesia —añadió la priora, saboreando claramente su
victoria sobre la problemática joven.
La mandíbula de Merry se apretó de repente.
—¿Qué hay de vuestros crímenes, madre? —Su reto resonó
en el, repentinamente, silencioso refectorio—. ¿No son
penosos, habiendo sido cometidos contra mujeres indefensas,
algunas simples chicas, bajo su misericordia?
Las monjas que estaban detrás de ella dieron un grito de
asombro. El abad salió de su letargo para compartir una
mirada de ojos abiertos con la priora. Tenía que saber del
perverso placer de la mujer en empuñar su látigo, pero, como
los otros ancianos, optó por hacer la vista gorda.
—¡Silencio! —Levantando ambos brazos, Agnes parecía
un gran pájaro negro—. ¡El acusado no debe hablar! ¿Cómo os
atrevéis a calumniarme cuando habéis demostrado ser una
abominación a los ojos de Dios? —Estrechó la mirada hacia
Merry—. Iba a mostrar tolerancia cristiana reduciendo mi
sentencia a veinte latigazos, pero he cambiado de opinión. —
Se detuvo, y luego terminó con una voz tan áspera y profunda
que podría haber pertenecido al propio Mefistófeles—. ¡La
muerte es el único castigo adecuado!
La sangre rugió en los oídos de Merry, ahogando los gritos
de horror que ahora provenían de sus hermanas. Eso era,
entonces. Ella moriría en el priorato, y su vida de miseria y
miedo, finalmente, habría terminado. Que así sea. Solo que….
«la cuerda, no», rezó, temiendo el pensamiento de una lenta
asfixia si su cuello no se rompía de inmediato. A un
ahogamiento podría sobrevivir porque nadaba bastante bien.
Aun así, optaría por tomar una bocanada de agua y hundirse en
el silencio dichoso del fondo del río cercano.
Las palabras de la priora irrumpieron su ensueño fatalista.
—La Iglesia os condena a arder mañana al amanecer, y
mañana arderéis.
¡Arder! Merry aguantó su postura decidida a no desmayarse
mientras el suelo parecía moverse bajo sus pies. La sentencia
cruel e implacable le pareció absurda. Había oído que la
quema era común en el sacro Imperio Romano o en el dominio
de los francos, pero rara vez ocurría en Inglaterra.
El abad de Fors, que hasta entonces había permanecido
sentado y en silencio, se puso en pie con incertidumbre. Merry
solo lo escuchó decir:
—La ejecución admite la derrota —argumentó en voz baja
—. ¿Estamos seguros de que no podemos salvar el alma de
esta mujer? Es el deber de la Iglesia, después de todo.
Agnes la miró con expresión amarga. Después de todo, la
priora sabía, como Merry, que las leyes de Inglaterra prohibían
a los clérigos matar. Tendría que ser entregada a un tribunal
laico para tal castigo, ¿no era así?
Quizás, considerando todo esto, Agnes levantó las cejas
inquisitivamente y le preguntó:
—¿Queréis hacer una confesión completa de culpabilidad?
Merry pensó en esa opción.
Declararse culpable y pedir perdón, automáticamente,
evitaría una sentencia de muerte. Sin embargo, veinte golpes
del látigo de la madre Agnes eran tan probables de matarla
como las llamas, y, sin duda, serían tan dolorosos como fuera
posible, sacándole los ojos con un latigazo, partiéndole la
espalda con otro…
—Pero no soy culpable —contestó Merry, asombrada de
que su voz sonara tan firme. No había cometido ninguna
herejía. Su único crimen había sido proteger a sus hermanas de
la ira de la tiránica-sádica-priora. El año pasado, cuando la
madre las azotó, Merry se aseguró de que hubiera una
consecuencia: un ataque que hizo que la mujer se mordiera la
lengua, que le saliera un sarpullido que no desapareciera y
verrugas en las manos, todo diseñado para hacer que Agnes
dudara antes de levantar su látigo de nuevo. Y todo había sido
en vano.
La priora era sometida ocasionalmente, pero no reformada.
Su víctima más reciente, una joven novicia, había sufrido
una infección por las heridas de los látigos en la espalda,
muriendo a pesar de los mejores intentos de Merry de curarla.
En represalia, había puesto beleño en el vino de la madre
Agnes, y la priora había soportado una purga de las entrañas
tan violenta que podría haberla dejado muerta. No la había
matado porque Merry no era una asesina.
Claramente, la priora ahora quería venganza.
Sospechando durante mucho tiempo que la única razón por
la que se le había ahorrado el látigo en los últimos años era el
hecho de que su hermana se había casado con el Asesino de
Helmsley, Merry decidió invocar sus conexiones.
—Tendréis que notificárselo a mi familia —afirmó
desesperada.
Los ojos de la madre se abrieron de par en par.
—Vuestra familia no se preocupa lo más mínimo por
vuestro destino, de lo contrario, habría escrito hace mucho
tiempo —señaló—, u os habrían visitado.
Es cierto que su hermana mayor, Clarisse, y su madre,
Jeanette, no se habían puesto en contacto desde que la llevaron
a Monte Grace. Dados los problemas que les había causado en
su juventud, era poco probable que desearan salvarla. Solo su
hermana menor, Katherine, podría preocuparse, pero ¿qué
podría hacer para ayudarla?
Merry se enfrentaría a su muerte sola. Desde el día que
cambió su vida para siempre —cuando la hospitalidad de su
padre hacia extraños había causado su muerte y la destrucción
de su familia— no había encontrado justicia ni paz en ninguna
parte, ni siquiera en un priorato. ¿Qué importaba si moría
mañana?
—Bueno, ¿tenéis algo que decir en vuestra defensa? —dijo
la priora—. ¿Os arrepentís de haberos apartado de la Iglesia y
de haber hecho un pacto con Satanás? ¿Dónde está vuestra
penitencia?
En su afán de escuchar a Merry pedir misericordia, la priora
se inclinó sobre la mesa, su rostro saliendo de la sombra y
adentrándose en la iluminación de las velas.
Merry retrocedió alarmada, pues el parecido entre esta
tirana y su miserable padrastro, Ferguson, era increíble. Era la
mirada escalofriante de sus ojos, junto con la horrible mueca
de desprecio en su rostro. Afortunadamente, Ferguson murió
hacía mucho tiempo, asesinado por su propia madre.
La justicia ardió repentinamente dentro de ella,
devolviéndole el frío y soltando su lengua una vez más.
—Prefiero morir que quedarme en este infierno de tierra
con vos, Agnes —contestó—. Si voy a arder en este momento,
que así sea. Pero por desfigurar a los inocentes bajo su
protección y causar su muerte innecesaria, es vos quien arderá
por toda la eternidad.
Luke d’Aubigny, comandante del ejército del rey y nieto del
conde de Arundel, nunca sufrió las debilidades de los hombres
mortales o, al menos, eso es lo que se dijo a sí mismo cuando
fue empujado al agotamiento. Había instado a su ejército a
cabalgar a través de la noche, marcando el paso de sus
soldados, lo que hacía imposible dormir en la silla de montar.
Sosteniéndose ante el pomo de la silla de montar, su casco
ennegrecido por el calor parecía brillar con un gris apagado y
triste a la luz de la madrugada. Con la cota de malla bajada y
la capucha alrededor de sus hombros, Luke pudo estirar el
cuello para ver a su ejército en flagrante estado de alerta.
Detrás de él y de su aturdido escudero, Erin, que se había
quedado medio dormido en su silla de montar, una veintena de
soldados cabalgaba en filas ordenadas, dos caballos al frente.
El arrepentimiento le alcanzó por haber forzado a sus
hombres a seguir cabalgando a paso acelerado. Sin embargo,
aún quedaba mucho por hacer y muy poco tiempo para ello.
Su división del ejército del rey había prometido un año de
servicio para la destrucción de adulterinas: fortalezas
construidas sin sanción real. Nueve de los doce meses ya
habían pasado, y solo habían destruido un castillo en
Lincolnshire, mientras que otro en Drax, en el norte de
Yorkshire, todavía tenía que ser arrasado.
A falta de tres meses, los hombres se preguntaban si
completarían su tarea.
Luke, sin embargo, no sufría tal preocupación. Marcaba un
ritmo agotador, ensangrentando sus dedos, inspirando a sus
hombres para que estuvieran a la altura de sus expectativas.
Realmente, creía que todo era posible. Después de todo, solo
tenía que mirar de dónde venía y hacia dónde tenía que ir. Aun
así, su mirada se dirigía hacia un futuro aún más brillante.
Es cierto que había comenzado su vida como un bastardo
mitad inglés, mitad sarraceno, pero, ciertamente, le ayudó el
hecho de que había salvado la vida de Enrique en un incendio
cuando el rey aún era un niño y él un adolescente desgarbado.
Había sellado su fama al salir de la construcción en llamas,
con la capa en llamas y con el joven Enrique ileso en sus
brazos, lo que le valió el ahora famoso sobrenombre de Fénix.
Luke se había convertido en el líder militar más confiable y
eficiente del rey. Para el beneficio de su señor y para salvar
matanzas innecesarias, prefería hacer treguas antes que luchar.
Por eso, era muy respetado, tanto en el extranjero como en
casa. Sin embargo, este asunto impopular de derribar
estructuras no sancionadas construidas en el reinado de
Esteban estaba poniendo a prueba incluso las habilidades
diplomáticas de Luke.
Sí, había tenido suerte. Y al igual que el ave fénix, Luke se
sentía casi inmortal. Había salido ileso de las batallas, con la
dignidad y el aplomo intactos y sin verse afectado por el
drama que le rodeaba. Lo habían llamado imperturbable e
inefable.
Sin embargo, en realidad, si Erin o cualquiera se atreviera a
preguntarle cómo se sentía acerca de su empresa real, se daría
cuenta de que su corazón ya no estaba en el trabajo. No, no
desde una semana antes, cuando un comunicado había llegado
por mensajería informándole del brusco declive de su abuelo.
Nadie habría culpado al comandante del rey si hubiera vuelto a
casa con el trabajo sin terminar para atender al conde de
Arundel.
Ah, cómo adoraba al hombre que lo había sacado de una
vida de miseria y pobreza, y lo había traído a Inglaterra.
Luke era un hombre dividido entre la familia y el deber. Sin
embargo, a pesar de ser un vasallo leal, había dejado de lado
sus preocupaciones personales en nombre del servicio a su rey,
vadeando páramos y montañas para transmitir el alcance del
brazo de Enrique.
Trató de no parecerse a un hombre que había cabalgado
durante la noche. Echando un ojo protector sobre sus leales
seguidores, se aseguró de que nadie se hubiese caído de la silla
de montar al quedarse profundamente dormido. Luego fijó sus
arenosos y cansados ojos en el oscuro horizonte buscando su
destino, un priorato donde por fin podría descansar su ejército.
—Gracias al buen Dios —murmuró observando sus paredes
desde la distancia y en la tenue luz. Espoleando su alazán al
galope, se dispuso a llegar a las puertas allanando el camino a
sus hombres, como era su costumbre.
Escuchando a Erin ordenando a los hombres a que lo
siguieran, Luke sonrió. Sin duda, el muchacho estaba ansioso
por una comida y una paleta, en ese orden. No solo eso, el
escudero estaba decidido a ser el portavoz de su señor. Luke
no sabía cómo le seguía el ritmo el delgado joven, pero lo
hacía.
Construido en el borde de las colinas, el priorato resultó ser
un pequeño recinto de aspecto sombrío. Con el cielo
volviéndose plateado detrás, parecía muy poco acogedor, con
las puertas y las ventanas cerradas como una tumba.
Luke movió su caballo a lo largo de la entrada, el gran
tamaño del mismo empequeñeciendo la estrecha puerta que se
encontraba en el muro de piedra. Gesticulando para que Erin
alertara a los ocupantes de su llegada, el joven desmontó
rápidamente, sin duda, contento de sentir el suelo bajo sus
pies. Se movió sin aparente rigidez hacia la cuerda de la
campana y tiró de ella.
Al poco tiempo, la mirilla se abrió.
—¿Quién está ahí? —preguntó la voz de una chica
asustada.
Erin miró a Luke, quien asintió para animarlo.
—El ejército real del rey Enrique —dijo Erin, suavizando
su jactanciosa respuesta con humildad. —Buscamos descanso
y una comida detrás de vuestras paredes.
Para su mutua sorpresa, la mirilla se cerró de golpe. Erin
miró sorprendido a Luke, quien se encogió de hombros ante el
joven y le hizo un gesto para que lo intentara de nuevo. Vio
como Erin tiraba de la cuerda de la campana por segunda vez.
Pasó un rato largo antes de que la mirilla se abriera de
nuevo. Una voz muy diferente habló, áspera y desagradable.
—Yo soy la priora. ¿Por qué estáis aquí?
Erin dio un paso atrás. La priora misma había llegado a la
puerta. ¡Qué extraño! Volvió a mirar a su comandante.
Su grosería —cuando ella sabía, claramente, quiénes eran
— provocó la irritación de Luke en nombre de sus
hambrientos y cansados hombres. Colocó su pierna sobre la
parte trasera de su caballo y desmontó con un gemido.
Empujando suavemente a Erin hacia un lado, se acercó a la
puerta y se enfrentó a la mirilla, viendo nada más que una
sombra al otro lado.
—Servimos a vuestra excelencia, el rey Enrique —dijo
Luke, incapaz de mantener la brevedad de su voz—.
Necesitamos un lugar para dormir y comida. Ahora. —La
orden era tácita pero clara.
Sin embargo, increíblemente, la priora discutió con él.
—Habéis elegido un mal momento para venir —gruñó la
mujer. ¿Un mal momento? Luke se sintió con ganas de
alcanzarla a través del pequeño agujero de la puerta y
estrangularla. Luego, con voz grave, añadió—: Hay una
infección dentro de estas paredes. Estamos en cuarentena.
Luke vio que no había ninguna bandera negra atada a la
puerta como advertencia. Aun así, dio un paso atrás por
precaución.
—¿Qué clase de enfermedad es? —preguntó.
—Una especie de viruela —dijo la priora con voz ronca—.
Es horriblemente contagiosa. Esta mañana, quemaremos los
cuerpos de las hermanas muertas. Será mejor que os vayáis.
Dicho eso, cerró la pequeña abertura entre ellos.
Luke cerró los ojos y, por un breve instante, permitió que la
compasión por él y por todos sus hombres lo bañara. ¡Jesús!
Una comida sencilla y unas horas en el suelo protegido por
paredes en lugar de al aire libre. ¿Cómo se había vuelto tan
difícil de conseguir?
Miró a Erin, que dejó caer la cabeza en la más absoluta
miseria. Luke podía oír a su ejército acercándose a ellos. No
quería decepcionar las expresiones de alivio en sus rostros.
Luke se volvió para enfrentarlos.
—Descansad en el suelo —dijo mientras el primero de sus
soldados se acercaba a ellos—. Nos han negado la entrada —
añadió sin inflexión.
Mientras los hombres se lamentaban en voz alta y se
deslizaban de sus caballos, Luke sacó una cuerda de su alforja
y miró fijamente a su escudero.
—Venid conmigo, Erin —instruyó—. Pierce —dijo por
encima de su hombro, dirigiéndose a su segundo al mando—.
Voy a investigar.
Luke se dirigió hacia la esquina del edificio, escuchando a
Erin siguiéndolo un segundo después mientras rodeaba la
pared del priorato. La hierba, quebradiza por la sequía del
verano, crujía bajo sus botas. Al llegar a un segmento de la
pared más o menos labrado, Luke vaciló quitándose los
guanteletes antes de pasar una mano por la escarpada
superficie.
Contento con lo que sentía, se despojó de su aventail para
que la malla no lo agobiara, y se desabrochó la vaina,
dándosela a un Erin de boca abierta. Entonces, empezó a
desatar su abrigo púrpura.
—¿Vais a escalar la pared, mi señor? —Erin lo adivinó, con
un indicio de agradecimiento.
Luke asintió.
—Ayudadme a sacarme la malla.
Doblándose en dos, estiró los brazos y dejó que Erin
luchara para quitarle la pesada capa de cadena de hierro que
cubría la cabeza de Luke. Rápidamente, se despojó de la
armadura que le quedaba y se puso en pie solo con su
gambesón acolchado, sus calzas de lana y sus botas.
Mientras los primeros rayos pálidos de la luz del sol
iluminaban la fría piedra gris, Luke lo reconsideró.
—Puede que no necesite la cuerda.
Con cuidado, torciendo las puntas de sus dedos sobre la
piedra saliente y encontrando un punto de apoyo en las grietas,
escaló la pared. En menos tiempo del que le había llevado
desnudarse, el Fénix estaba mirando por encima de la gruesa
partición.
Para satisfacción de Luke, tenía una vista sin restricciones
del patio del priorato. Su mirada se dirigió de inmediato a la
figura que estaba en el centro de la hoguera, y sintió como si
una fría hoja de espada le atravesara los pulmones, haciéndole
jadear. No se trataba de un cadáver a punto de ser quemado,
sino de una niña viva luchando contra unas cuerdas que la
ataban a una estaca.
¡Por la sangre de Dios! ¡La priora quería quemarla viva! El
recuerdo de haber luchado contra el fuego pasó por su mente,
junto con el terror que la memoria había incitado.
Los músculos de su mandíbula se flexionaron. Había
sospechado algo inapropiado desde el momento en que la
primera monja asustada había cortado la comunicación. La
figura en la hoguera era también una monja vestida de pies a
cabeza con un traje negro hecho a mano. Apenas era una
mujer por su aspecto, su cara joven y estrecha, sus ojos
enormes mientras miraba el cielo del amanecer para evitar ver
a los trabajadores esparciendo paja a sus pies.
El asco se convirtió en vida en su interior. ¿Cómo se había
producido una injusticia de este tipo? La ley ecuménica
prohibía a la Iglesia promulgar tales castigos. La palabra
santuario no significaría nada si la Iglesia tuviera un poder tan
terrible.
Su mirada se dirigió hacia la oscura figura que rodeaba la
pira como un buitre. Alta y angular, empuñaba lo que parecía
ser un látigo en una mano. ¡En el nombre del cielo!
—¡Deprisa! —Su áspera voz llegó a sus oídos traicionando
su identidad como priora—. ¡Quiero más sebo!
Claramente ella esperaba terminar el asunto con rapidez,
sin duda, desconfiando del ejército que había fuera de sus
muros. Un intento de negociar sería una pérdida de tiempo,
supuso.
Eso dejaba solo un curso de acción, una alternativa con
graves ramificaciones. Ningún mortal, ni siquiera un
comandante del ejército del rey, tenía derecho a entrar en una
casa santa sin ser invitado. Por otro lado, el honor exigía que
Luke salvara a los condenados. Alejarse lo convertiría en un
asesino tanto como la priora.
Calculando sus probabilidades de éxito, miró hacia abajo.
—¿Qué veis, mi señor? —preguntó su escudero, su cara de
niño mirándole.
—Una niña que está siendo ejecutada en la hoguera —dijo
Luke.
Erin jadeó.
—¿Es una bruja? —preguntó.
Luke envió una mirada pensativa a la víctima. No podía
decir mucho de ella, envuelta en una túnica negra y con una
devota cubierta en la cabeza.
—No existen las brujas —contestó, frenando la
imaginación de su escudero. Al menos, no había encontrado
ninguna en sus viajes. Sanadores, paganos, incluso adivinos,
algunos que afirmaban practicar la brujería o la nigromancia,
pero todos inofensivos.
Viendo que las monjas habían dejado de salpicar sebo en la
paja y se estaban alejando de ella, rápidamente, ideó un plan.
Con una sonrisa en su larga cara, la priora se acercó a su
víctima.
—No creáis que podéis suplicar ahora —se mofó—. Os
burlasteis de mi oferta de caridad, ¿recordáis?
Luke dirigió su mirada a la joven monja condenada, curioso
de escuchar su respuesta.
—No necesito vuestro perdón. —Su voz era tan firme como
el acero y más mayor que su apariencia—. En verdad, sois vos
quien debería pedirme perdón.
Las cejas de Luke se elevaron en admiración. Tal desafío
ante la tiranía merecía recompensa, sin importar las
consecuencias. Consideró sus probabilidades de éxito. Con
solo monjas presentes, salvo un hombre vestido de abad y
otros dos clérigos, no se enfrentaría a ninguna resistencia seria.
—Lanzadme mi espada —le dijo a Erin.
Los jóvenes cumplieron con un preciso levantamiento de la
pesada espada que Luke cogió con la mano, colocándola sin
hacer ruido en la parte superior de la pared.
—Colocad mi cota de malla en vuestro caballo —añadió—,
y hacedlo rápido. Decidle a sir Pierce que debemos irnos de
aquí inmediatamente. Todos los hombres deben montar a la
vez. Buscadme en la puerta. ¡Deprisa!
Erin sabía que no debía interrogar a su comandante. El
muchacho recogió la malla, las chausses, los guanteletes y la
vaina con cinturón dentro del círculo de sus delgados brazos y
se alejó tambaleándose, gruñendo con el esfuerzo.
Poniendo ambas manos sobre la parte superior de la pared,
Luke se elevó hasta la cornisa. Nadie lo había visto, pues todos
los ojos estaban fijos en la priora mientras ella bajaba su
antorcha con floritura hacia la hoguera. La leña más cercana a
ella explotó en llamas.
El humo negro se elevaba hacia arriba y luego se disipaba
con la brisa de la mañana. También lo hizo la valentía de la
víctima. Incluso desde una distancia de unos doce pies, podía
ver sus ojos abiertos de par en par por el terror. Su esbelto
cuerpo se apretó contra las cuerdas.
Cuando el resto de la yesca y las ramitas se encendieron
creando una trampa de fuego, Luke se dio cuenta de que tenía
menos tiempo del que había apostado. Cogiendo su arma
desafió la larga caída al suelo, rodando para amortiguar su
caída sobre la tierra. Agarrando su espada con firmeza corrió
hacia el estruendo de la conflagración, y los años pasaron
como si estuviera en Normandía una vez más, viendo cómo la
cocina del castillo de Carrouges se convertía en un infierno
mortal.
Merry cerró los ojos contra las llamas invasoras. Apretó los
puños atados detrás de su espalda sintiendo cómo sus uñas
rompían la piel de las palmas. La hambrienta llama absorbió el
aire que la rodeaba, haciendo casi imposible respirar. Se apretó
contra la estaca, temiendo el primer contacto de fuego contra
sus pies descalzos.
«Sé valiente», se aconsejó a sí misma, pero pudo sentir los
gritos que brotaban en su interior.
«Piensa en algo agradable», se dijo a sí misma e,
inmediatamente, pensó en Kit, el felino fornido que había
entrado por la pequeña ventana de su celda en su primera
noche en el priorato. Se preguntó con una punzada de dolor
quién le daría de comer después de su muerte.
De repente, la plataforma se estremeció y una bocanada de
aire fresco golpeó su cara. Sus ojos se abrieron y encontró a un
hombre en el escenario, a su lado.
Desconcertada por su llegada, lo miró con asombro
silencioso, viendo como su espada desaparecía a sus espaldas
y la soga que la ataba a la estaca se desplomaba
repentinamente.
—Agarraos a mí —instruyó.
Ella lo rodeó con sus brazos y con mucho gusto. Dado su
hermoso rostro, solo podía ser un ángel que venía a liberar su
alma. Y ni siquiera sintió dolor. Después de todo, Dios había
sido misericordioso. ¡Gloria a Dios!
Al instante siguiente, el mundo se puso patas arriba cuando
el ángel la levantó sobre uno de sus anchos hombros. Saltó de
la plataforma por encima de las llamas que se elevaban. Aun
así, las largas lenguas del fuego lamieron el vello de Merry,
chamuscando su cabello y liberando un olor nocivo. Se quitó
la cubierta de la cabeza y la tiró al suelo. Viéndola rodar en el
polvo detrás de ellos, se preguntó por primera vez si estaba
realmente destinada al cielo.
¿Y si el ángel no se hubiera llevado su alma, sino su
caparazón mortal? Eso tenía mucho más sentido, porque
mientras corría hacia la puerta su hombro duro golpeó su
vientre. La incomodidad confirmó el hecho de que ella todavía
era de la tierra y, aparentemente, aún estaba en peligro de
abandonarla.
Incapaz de respirar, Merry estiró el cuello para ver a la
priora persiguiéndolos. Con el látigo trenzado en la mano,
Agnes corría detrás con los dientes descubiertos como un lobo.
Otros siguieron su estela, muchos de ellos maravillados,
algunas de sus hermanas incluso sonriendo.
El salvador de Merry se los llevó a todos a la salida.
Tirando del travesaño, abrió la puerta de madera y, de repente,
ella se vio rodeada de caballos y armamento reluciente.
La puso de pie a una velocidad vertiginosa y ella se
tambaleó. Antes de que ella pudiera orientarse, su espada silbó
más allá de su cabeza y fue envainada en una vaina atada a su
silla de montar. Sus fuertes manos le atravesaron la cintura y,
al instante, Merry aterrizó de forma inquietante sobre la misma
gran montura, con su hábito de lana amontonado en sus
muslos y sus piernas colgando precariamente a ambos lados de
la gran montura.
—¡Cabalgad! —Su salvador de pelo oscuro gritó con
autoridad y, a su alrededor, los caballos saltaron en un
movimiento estruendoso. Al mismo tiempo, su cuerpo grande
y duro estaba a horcajadas en el espacio detrás de ella y sus
brazos la envolvieron mientras él tomaba las riendas.
Contuvo la respiración a la espera de que el caballo de su
salvador galopara hacia delante cuando la voz de la priora la
recorrió.
—¡Parad!
La punta de un látigo silbaba junto a su mejilla y Merry se
echó hacia atrás, golpeando con fuerza al hombre que tenía
detrás de ella.
—¡Entregádmela inmediatamente! —La madre Agnes
insistió, y el látigo vibró de nuevo amenazando a ambos.
La priora era una mujer desalentadora, pero el salvador de
Merry era aún más formidable. Retorciéndose en su asiento,
Merry vio sus oscuras cejas caer en un inquietante ceño
fruncido. Al mismo tiempo, soltó una mano de las riendas,
volvió a sacar su espada de su vaina y giró su caballo hacia la
anciana monja.
Claramente, no era un ángel, sino un guerrero de algún tipo
y más bien temible. Sin embargo, su voz, al confrontar a la
madre Agnes, estaba en desacuerdo con su disposición para la
batalla. Firme y digno en contraste con la ira indecorosa de la
priora, el tono del hombre reconfortó a Merry.
—Como representante del rey Enrique, señora, es mi deber
intervenir. Dijisteis que quemaríais los cuerpos de los muertos
esta mañana. Esta santa hermana no me parece muerta.
Echó un vistazo a Merry, su pensativa mirada corriendo
sobre su cara volteada.
—¡Está muerta de espíritu, muerta para la Iglesia! —La
priora se enfureció. —¡Cómo os atrevéis a interferir en asuntos
de interés religioso! ¡Esta bruja trató de envenenarme! —Miró
a Merry con ira.
—Ciertamente —dijo el guerrero con suavidad—.
Entonces, la llevaré al obispo más cercano para que sea
juzgada en un tribunal eclesiástico. Me parece que habéis
olvidado a quién servís.
¿Llevada ante el obispo más cercano? El corazón de Merry
dio un vuelco. ¡No, no soportaría una segunda prueba!
—¡No toleraré esta interrupción! —dijo la priora—. ¿Cómo
os llamáis? Tengo la intención de presentar una queja formal
contra vos. ¡Cómo os atrevéis a saltar mi muro!
—No es vuestro muro —corrigió suavemente el guerrero,
acercando su caballo a la monja—. Es la pared de Dios. Y mi
nombre es Luke d’Aubigny —respondió—. Quejaos todo lo
que queráis, estaré preparado para dar cuenta de vuestras
acciones si lo hacéis.
Despidió a la madre con esas palabras y tiró de las riendas
para alejar al caballo. Sin embargo, Merry no podía apartar su
mirada de la cara hirviente de la monja. Madre Agnes retiró su
látigo.
—¡Cuidado! —Merry gritó.
La espada centelleó por el rabillo de su ojo cortando el
látigo en dos. Entonces, su salvador espoleó a su montura
hasta convertirla en un galope, cabalgando hacia el rastro
dorado de polvo que el ejército había dejado atrás.
Cien metros más adelante, el hombre que estaba detrás de
ella colocó su espada sobre su regazo.
—Sostened esto —pidió, cogiendo las riendas con ambas
manos.
Los dedos de Merry se cerraron alrededor del arma pesada.
Ella registró la suave y fresca calidad de la hoja, su filo afilado
como una navaja. Sus sentidos parecían extrañamente
elevados, de modo que el sol recién salido la cegó, la hierba
llenó sus fosas nasales con perfume polvoriento, y el viento se
movió a través del tejido de su atuendo de monja, refrescando
su piel y recordándole que no solo estaba viva, sino que estaba
fuera de las paredes del priorato y que podría estar cabalgando
hacia la libertad.
Sin embargo, en lugar de alegría solo la cubrió la
desesperación. Había estado tan cerca de la muerte que acogió
con agrado su olvido, si no su manera. ¡Cuánto mejor para un
ángel haber tomado su alma! Además, según este hombre,
sería sometida a otro juicio. Sin duda, la priora estaría presente
para conseguir una segunda condena.
No quería volver a oír esas sucias mentiras, acusaciones de
que había fornicado con el diablo, que le había puesto una
marca de conquista en el trasero. De hecho, se le obligaría a
desnudarse y mostrar la marca de nacimiento una vez más
delante de todos. Por todos los cielos, estaba cansada de ello.
¡Ella, simplemente, no podía vivirlo de nuevo! De ninguna
manera.
Una silenciosa furia hirvió a fuego lento, superando la
conmoción de su indulto y la desesperación que la consumía.
Irguiendo la mandíbula, Merry levantó la mirada y vio que ya
estaban cerca del ejército. Pronto, estaría rodeada por docenas
de soldados, no solo por uno. No se le había pasado por alto
que su salvador no llevaba protección de ningún tipo. Ella
miró hacia abajo, a su espada, recostada sobre sus muslos, y
movió una mano para agarrar el extraño pomo. El acero había
sido golpeado en forma de alas. ¡Si ella misma tuviera alas
para volar!
No estaría bien matar al que la salvó. Su alma iría
directamente al purgatorio si hiciera eso. Tampoco podía
herirlo, aunque quizás si lo hacía, podría ser capaz de
empujarlo fuera de su caballo y alejarse galopando. Pero,
¿adónde iría después de eso? Si hubiera tenido adónde ir
habría dejado el priorato hacía años. En cualquier caso, los
soldados del rey estarían sobre ella en un instante.
¡Otro juicio más! No, si no pudiera escapar de su salvador,
sería mejor quitarse la vida e ir al purgatorio, pero al menos no
iría allí a costa del alma de otro. ¿Podría lograrlo mientras
estaba cautiva en el caballo? El movimiento de balanceo por sí
solo podría hacer que la punta se deslizara entre sus costillas si
pudiera inclinar la espada correctamente.
¡Los dientes de Dios, la espada era larga! Luchó un
momento, extendiendo el pomo lo más que pudo. Deslizó la
punta bajo su brazo, tratando de inclinarla hacia su corazón…
y tuvo éxito en pinchar al hombre que estaba detrás de ella.
—¿Qué estáis haciendo?
Con una mano, la rodeó para coger el pomo y arrancarle la
espada. La volvió a meter en la vaina de la silla de montar y, al
mismo tiempo, detuvo repentinamente a su caballo.
Merry debería haber sabido que su artimaña no sería fácil.
Peor aún, había enfurecido al guerrero en su intento. ¿La
mandaría muy lejos con un buen golpe?
—¿Intentabais mataros o matarme? —exigió incrédulo, su
aliento abanicando la parte superior de su cabeza descubierta.
Cuando ella no dijo nada, él capturó su mandíbula e inclinó
su cabeza a medio camino, por lo que se vio forzada a mirarlo
a los ojos.
Con el corazón latiendo salvajemente en su pecho, Merry
trató de aplastar un terror familiar que se elevaba como las
llamas ardientes que había enfrentado, haciendo que le costara
respirar. La fuerza en las yemas de sus dedos la asombró.
Obviamente, podía romperle el cuello sin recurrir ni siquiera a
una parte de su poder.
Con un jadeo tardío, se dio cuenta de que los motivos para
salvarla no podían ser puros. Ningún hombre era tan noble. Su
intención era la malicia física hacia su persona; de eso, ella
estaba segura. Sin duda, nunca había tenido la intención de
llevarla ante un obispo para que fuera juzgada, al menos, no
antes de agredirla.
Pasando su pierna abruptamente sobre el cuello del caballo,
contó con el elemento sorpresa mientras se deslizaba de la silla
de montar y caía sobre el terreno firme. Sin pensar en sus
heridas rodillas, volvió a levantarse, sorda a la orden del
guerrero de que se detuviera. Con las hierbas secas sintiéndose
como mil púas bajo sus pies, no podía entender por qué le
dolía tanto correr, por qué su velocidad y gracia habituales se
veían obstaculizadas.
Merry solo sintió consternación, no incredulidad, cuando
dos poderosos brazos la agarraron por detrás y la levantaron
sin esfuerzo de sus pies. Aun así, no se rendiría fácilmente.
Golpeando sus talones contra él repetidamente, ella hizo
contacto doloroso con sus botas duras y sus músculos firmes.
Después de un momento de inútil lucha, se dio cuenta de que
estaba gastando su fuerza en nada. Mejor conservarla para más
tarde, y se dejó llevar.
Qué miserable era su existencia. Había pasado años en el
bosque, evitando ser violada por su padrastro y sus hombres
que habían ocupado la casa de sus padres; durante otros cinco
años, había esquivado el látigo de la priora en muchas
ocasiones, no dejando que la mujer la golpeara como lo hacía
en los otros noviciados y monjas; e incluso había escapado de
una muerte segura quemándose en la hoguera.
¡Solo para enfrentar la ruina a manos de un guerrero
demasiado poderoso para vencerlo!
Su labio se curvó ante la idea de estar a su merced.
Lo que sabía de los hombres como el que actualmente la
mantenía en pie sin esfuerzo, lo había aprendido de primera
mano. Bárbaros sedientos de sangre que usaban a las mujeres
sin piedad y con dolor. Su propia madre había sido violada por
una bestia así.
—Si me forzáis —advirtió, invocando la única defensa que
la había mantenido casta durante tanto tiempo—, vuestro
miembro se marchitará y se caerá. ¡Lo juro! Porque soy una
hechicera poderosa —añadió casi sin aliento—, y lamentaréis
el día en que me hicisteis daño.
Capítulo 2

¿Unacongeló
hechicera poderosa? La advertencia de la joven mujer
a Luke, aunque no porque la creyera. ¿Qué señal
le había dado de que pretendiera forzarla? Le había salvado la
vida, por el amor de Dios.
Sin embargo, su corazón latía como el de un pájaro debajo
de su antebrazo, diciéndole que su miedo era real. Relajó un
poco el agarre.
—Confundís mi intención, señora. —Se obligó a sonar
tranquilo, pero, en realidad, se sintió profundamente ofendido
—. Mi ejército espera, y hemos cabalgado toda la noche para
llegar hasta aquí. Debemos encontrar un lugar para acampar y
comer las provisiones que nos quedan —añadió—, antes de
que los hombres empiecen a descuidarse por el cansancio y se
vuelvan peligrosos.
Cuando ella no dijo nada más y permaneció, simplemente,
colgada sin vida en sus brazos, él agregó:
—Volveréis a subiros a mi caballo. ¿Entendido?
—¡No volveré a ser juzgada! —dijo con prisas—. ¡No lo
haré!
Ah. Entonces entendió su miedo. Era tan fuerte que ella
había intentado apuñalarse con su espada. ¿O esperaba
pincharle?
—No habrá juicio —dijo contra su oreja, ignorando el
hedor del cabello chamuscado—. Lo dije solo para apaciguar a
la priora, lo que claramente, no funcionó. —Recordó con
disgusto el látigo de la temible mujer—. No temáis. Tengo la
intención de devolveros a vuestra familia.
Cuando su boca se abrió con sorpresa y la tensión la
abandonó, aprovechó la oportunidad para apartarla de sus
brazos para verla mejor. Ella apoyó sus manos contra su
pecho, resistiéndose a su sujeción.
—Vuestros pies se han quemado —dijo él, impaciente por
el miedo irracional que ella le tenía—. No deberíais caminar
sobre ellos. ¿No sentís el dolor?
Mientras su amplia mirada se fijaba en sus pies, notó cuan
intensamente verdes eran sus ojos. Su pelo, aunque salpicado
de ceniza, tenía un rico tono rojo. Si a eso le añadimos su
mentón puntiagudo y su cara ennegrecida por el hollín,
ciertamente, se veía como una hechicera. Casi sonrió ante la
idea fantasiosa.
Volviendo a su caballo, la puso de nuevo sobre la silla de
montar dándose cuenta de que sus hombres esperaban al borde
de un denso bosque. Incluso a distancia, podía discernir el
resentimiento en sus posturas. Y no era de extrañar. Se les
había negado el descanso en el priorato, y, aun así, él los
agobiaba con la necesidad de devolver a esta mujer a su
familia. A pesar de todo eso, no podía arrepentirse de su
impulso de salvarla. La chispa de la vida en la animada
pelirroja brillaba demasiado como para permitir que se
apagara tan cruelmente…
Montó detrás de ella por segunda vez.
—Sentaos —la advirtió, espoleándolos enérgicamente hacia
adelante. Ella cayó contra él, su cuerpo rígido como un lucio.
Alcanzó a sus soldados junto a un arroyo que separaba las
colinas de un bosque oscuro y extenso.
—¿Y ahora qué, mi señor? —preguntó sir Pierce.
Medio esperando una represalia de la despiadada priora y
su rebaño de monjas, Luke miró por encima de su hombro
hacia el priorato, y luego se encogió de hombros. No podía
pedir a sus hombres que cabalgaran un poco más lejos.
—Descansaremos bajo esos árboles —le dijo a su mariscal
de campo, señalando los árboles del otro lado del arroyo.
Entonces, él mismo guio el camino, conduciendo su caballo
a través de las aguas turbulentas.

Merry conocía bien el bosque. Ella había recolectado plantas


para brebajes a la luz de la luna, después de que le hubieran
quitado sus privilegios para trabajar en los jardines del
priorato. Allí abundaban los arándanos, la raíz de regaliz y la
hierba de San Juan.
—Pido disculpas por detenerme tan pronto —dijo su
salvador en su oído—, pero mis hombres están más allá del
cansancio. Después de unas horas de descanso, continuaremos.
Merry asintió. No temía que la priora los persiguiera
inmediatamente. Dentro del priorato solo estaban el abad y los
clérigos que lo habían acompañado, y luego sus hermanas. No,
nada excepto un acto de Dios podría arrebatársela a este
ejército.
Era su salvador a quien ahora temía, aunque él había
hablado amablemente con su voz profunda y resonante, como
el propio bosque. Recordó el nombre que le había dado a la
priora. Luke d’Aubigny. No significaba nada para ella.
Claramente, como comandante de un rey, era un noble, pero
ella no conocía su título, ni de dónde venía.
Distraída por el coro de gemidos mientras el ejército
desmontaba, Merry cambió su atención. Los hombres parecían
increíblemente cansados. Algunos tropezaban, otros caían
sobre mantas de lana que habían desenrollado de sus
monturas, otros encargándose primero de cuidar de sus
caballos. Muchos llevaban abrigos púrpuras con el emblema
dorado de un ave fénix y llevaban cotas de malla. Otros iban
peor vestidos. Vasallos y mercenarios, supuso.
Su líder también desmontó. Con los pies firmemente
plantados en el suelo, su cabeza todavía le cubría la cintura. Le
echó una mirada rápida y enigmática. Quizás no sabía qué
hacer con ella. Ciertamente, no había otras mujeres en el
grupo: ni sirvientas, ni esposas.
Ella miró hacia otro lado, apenada por haberse llamado a sí
misma hechicera y haberle metido esa idea en la cabeza. La
verdad es que debería haberle dado las gracias a él, pero con
su futuro sumido en la incertidumbre, no estaba segura de estar
particularmente agradecida.
—Vuestra malla, mi señor —anunció un joven cuya voz
rompió la mitad de la frase. Guio un caballo de carga a su
paso.
—Lo haré después de descansar —dijo el comandante—.
Traed un poco de agua para la dama.
El joven con el pelo rubio no podía tener más de quince
años. Curioso hasta el punto de ser grosero, miró a Merry, aún
sobre el caballo. Ella lo ignoró, no le gustaba su mirada
atrevida. Sus mejillas estaban destrozadas por pústulas
furiosas comunes en los adolescentes. Un remedio que
despejaría su cutis en una semana le vino a la mente.
—Es solo una niña —determinó el joven con asombro.
Merry le lanzó una mirada condescendiente, acostumbrada
a ser tomada por una chica más joven debido a su estatura y a
los rasgos de su cara.
—Soy mayor que vos —lo corrigió.
—Erin, traed el agua —repitió su líder.
El chico dio un paso atrás y llevó una cantimplora de cuero
al arroyo. Eso dejó a Merry sola frente al escrutinio del
guerrero. De hecho, su mirada se movió desde su cautelosa
cara hasta sus pies.
—Mostradme vuestros pies —exigió, buscando su talón
derecho.
Se puso rígida para soportar su toque, pero no fue
desagradable. Además, seguía siendo suave. Sus cejas se
juntaron, y a ella le llamó la atención el contraste entre su dura
expresión y su tierno tacto. Bajó la mirada a sus propios pies,
sorprendida al ver las ampollas rojas y llenas de líquido que
los salpicaban.
—No puedo sentir nada —se maravilló.
—Lo haréis —contestó con seriedad. Entonces, le preguntó
—: ¿Por qué no lleváis calzas ni zapatos?
Todavía un poco fascinada por la visión de sus plantas
heridas, le contestó:
—Madre Agnes me las confiscó. Demasiado derrochador
dejar que se quemen —dijo ella.
Ambos se quedaron en silencio un momento, sin duda
pensando lo mismo con respecto a los valores deformados de
la priora en cuanto a lo que debería arder y lo que no debería
arder.
—¿Y vuestras manos? —preguntó.
Se las ofreció para que las inspeccionara. Mientras las
acunaba con los dedos calientes y seguros, una extraña
emoción persiguió sus brazos, acelerando el latido de su
corazón.
Tenía ronchas de las cuerdas y cuatro pinchazos
autoinfligidos en la palma de la mano, pero sus manos se
habían salvado de las quemaduras.
—Descansaréis aquí mientras yo procuro tratamiento para
vuestras quemaduras —dijo, señalando un tronco caído. Luego
miró a sus hombres, que ya estaban acampando—. Gervaise
—llamó a un hombre rechoncho que momentos antes se había
acostado en su petate, masticando algo que podría haber sido
queso. Con obvia reticencia, el hombre se levantó y se
tambaleó—. Buscad un ungüento para las quemaduras de esta
dama —dijo el comandante, ignorando la mirada resentida con
la que Gervaise la atravesó. Volviéndose hacia ella, lord Luke
levantó los brazos para ayudarla a desmontar.
Apoyando sus manos sobre sus anchos hombros, dejó que
el guerrero soportara su peso. Mientras él la bajaba sus
cuerpos se rozaron, haciéndole notar su duro cuerpo
masculino. Se dejó caer junto al árbol caído y se fijó en su
escudero que se acercaba con la cantimplora.
—Agua, mi señor —dijo Erin, ofreciéndosela. A ella le
preguntó—: ¿Cuántos años tenéis exactamente?
—Casi veintitrés —dijo, con la esperanza de que eso
aplacaría su interés, así como el de su señor, que supuso que
tendría unos treinta.
—Sois una bruja, ¿no? —insistió el escudero—. Por eso las
otras monjas estaban dispuestas a quemaros.
El corcho se soltó de la cantimplora atrayendo
momentáneamente todas las miradas.
—Atended a vuestro caballo —ordenó el señor Luke al
muchacho, poniendo fin a su interrogatorio y mirando
fijamente a los jóvenes hasta que se alejaron para desatar su
caballo de carga.
—¿Cuál es vuestro nombre, señora? —preguntó el
guerrero, entregando a Merry la bota.
—Merry —dijo ella apresurada, repentinamente deseosa de
beber, de lavarse el sabor ahumado de su boca y de calmar su
garganta irritada.
—¿Merry por Saturnalia o María madre de Dios? —
preguntó.
Ella se detuvo, la cantimplora se inclinó en el aire. ¿Por qué
importaba? Su madre siempre había dicho que su padre la
consideraba una niña pequeña y alegre desde el momento en
que llegó al mundo, de ahí su nombre, aunque la segunda
opción era más apropiada para una monja. De cualquier
manera, sin embargo, había fallado al no estar a la altura de su
nombre.
—El primero —dijo ella—. Lady Merry du Boise.
—Soy Luke d’Aubigny —dijo—. Ese joven un poco
presuntuoso es mi escudero, Erin. A mi caballo, lo llamo
Suleyman. Y tenéis hollín en la cara —agregó, entregándole
una tela que sacó de su cinturón.
Su autoconciencia aumentó, Merry roció agua sobre el
cuadrado de tela y se limpió las mejillas. La tela se volvió
bastante negra. Sin duda, era un desastre sucio.
El hombre corpulento, Gervaise, regresó con una olla de
barro.
—Un ungüento para las quemaduras, mi señor —anunció.
Merry miró la olla sospechosamente.
—¿Puedo preguntar qué es?
—Grasa de oveja hervida con corteza de saúco —dijo el
hombre.
Ella no deseaba herir su orgullo, pero no se pondría eso.
—Gracias —dijo—, pero la grasa solo inflamará las
quemaduras. Encontraré algo más apropiado.
Sacando el pecho, Gervaise miró a su señor en busca de
instrucciones.
—Id y descansad —le aconsejó lord Luke. Solo la frialdad
de su tono traicionó su irritación.
Desconcertada, Merry continuó restregándose la cara.
—¿Me he quitado el hollín? —preguntó distraídamente,
deseando poder caminar hacia el río.
Su atención se centró en ella con atenta cortesía, aunque
desconcertante.
—No del todo —dijo, extendiendo su mano—. ¿Puedo?
Ella renunció a la tela sin darse cuenta de que él mismo
quería lavarle la cara. Antes de que pudiera escabullirse, él le
agarró la barbilla con firmeza y le pasó el paño por la nariz y
por debajo del labio. Merry contuvo la respiración hasta que le
dolieron los pulmones.
Se dio cuenta de que sus ojos eran del color del ámbar, un
claro tono marrón salpicado de oro. Largas y gruesas pestañas
rodeaban esos ojos, tan oscuras como su brillante cabello
negro que llevaba suelto. Su longitud no suavizaba en absoluto
las líneas masculinas de su nariz recta y su barbilla cuadrada.
Tenía que admitir que era interesante verlo.

Al borrar la última mancha de la cara de la joven, Luke se dio


cuenta de que había pasado por alto su silenciosa belleza.
Cierto, su nariz tenía una inclinación insolente y estaba llena
de pecas, pero su piel era de porcelana bajo ellas; sí, su
barbilla era puntiaguda, pero sus labios sonrosados estaban
inclinados, y el inferior estaba tentadoramente lleno. Su mayor
gloria eran sus ojos de color esmeralda, que emitían una
pureza que era muy atractiva, al mismo tiempo que brillaban
con pensamientos internos que podían ser tan traviesos como
inocentes. Le pareció una extraña combinación de picaresca y
sensualidad.
Erin, que ahora estaba echando la malla en el suelo
preparándola para engrasarla, también notó el color de sus
ojos.
—He oído que las brujas tienen los ojos verdes —dijo,
inclinándose hacia adelante para mirarla más de cerca.
La joven se puso rígida en su observación.
—Conozco una hierba que limpiará esas pústulas de vuestra
cara —respondió con agrado.
Su escudero se echó hacia atrás, claramente mortificado
porque ella había señalado su defecto.
—¡Meteos en vuestros asuntos! —dijo él, frunciendo el
ceño y dándose la vuelta.
—Así es —murmuró la desaliñada monja, el color
apareciendo en sus mejillas.
Luke mantuvo la boca cerrada. Erin se había merecido una
reprimenda por su grosería. El chico se dio la vuelta y suspiró.
—No puedo encontrar una de sus chausses, mi señor —
admitió.
—Buscadla por los alrededores —instruyó Luke.
Mientras Erin volvía sobre sus pasos, Luke tiró la toalla
sobre el tronco y se sentó al lado de su nueva carga. Sin
embargo, un sonido como el llanto de un niño lo hizo girar,
buscando la fuente. Un animal del color del jengibre corría
entre la maleza hasta aterrizar en el regazo de Merry, haciendo
que estallara en una risa encantada.
La música de su regocijo lo dejó atónito. Nunca había oído
un sonido tan provocativo. De hecho, tenía a todos los
hombres despiertos girando la cabeza en su dirección.
—¡Kit! —exclamó, besando al gran gato atigrado entre las
orejas, mientras él se frotaba bajo su barbilla—. ¡Me
encontraste!
El ronroneo del animal hizo vibrar el bosque.
—¿Este es vuestro gato? —Era una pregunta estúpida, pero
aún no se había recuperado.
—Tenemos compañía —dijo ella—. Aunque no estoy
segura de si él es mío o si yo soy suya.
Luke la observó mientras acariciaba al felino de la cabeza a
la cola. ¿Por qué no había oído hablar de las monjas
propietarias de gatos?
Pasándose una mano por el pelo, buscó controlar los
pensamientos salvajes que corrían por su cerebro. Por
supuesto, no era una hechicera, ya que un animal normalmente
distante y asustadizo acababa de saltar a su regazo y era
totalmente manso. Merry no era más que una joven corriente
que necesitaba ser escoltada a un lugar seguro. Cuanto antes
pudiera hacer eso, antes podría cumplir su misión y regresar a
Arundel para estar con su abuelo moribundo.
—¿De dónde venís? —preguntó—. Os llevaremos a casa
directamente. —Ella acarició a su gato, permaneciendo
obstinadamente en silencio. Un cosquilleo de alarma se deslizó
a través de él—. Debéis tener un hogar —insistió.
—Tuve uno —dijo ella, finalmente—, pero no me querrán
de vuelta.
—¿Ellos, quiénes? —preguntó mirando a Erin, que se
arrastraba sobre sus manos y rodillas, mirando debajo del
tronco y buscando en los altos pastos la parte de la armadura
que faltaba—. ¿Vuestra familia? —Ella asintió, el ceño
fruncido arrugándole la frente. Sensible a su repentino
desaliento, Luke le preguntó suavemente—: ¿Cuánto hace que
no os ven?
Ella arrugó la nariz
—Cinco años —dijo al fin.
Así que tenía dieciocho años cuando la echaron.
Brevemente, se preguntó por qué lo habían hecho, pues algo le
decía que ella no había ido al priorato por un deseo devoto de
ser monja.
—Mucho puede cambiar en cinco años —dijo, pensando
que ella solo necesitaba tranquilidad.
Entonces, ella levantó los ojos hacia él, y él casi dio un
paso atrás ante la furia que ardía en ellos.
—¡Deberíais haberme dejado quemar! —exclamó—.
¡Hubiera sido mejor para todos si hubiera muerto!
Con esa sorprendente revelación, Merry salió corriendo del
tronco agarrando a su gato contra su esbelto cuerpo. No había
dado más que cinco pasos cuando dejó caer al animal con un
grito de agonía y cayó acurrucada en la tierra, balanceándose
de un lado a otro sobre sus pies heridos. El gato volvió a
consolarla, frotando su cabeza contra cualquier parte de su
cuerpo que pudiera.
Luke y su escudero compartieron una mirada de
consternación. En un momento, esa extraña joven parecía
fuera de sí, y al siguiente necesitaba ser rescatada. Agachada
como estaba, Luke no pudo evitar sentir lástima por ella.
—Lady Merry —dijo, agachándose a su lado—. Tal vez,
deberíais poner los pies en el arroyo.
Cuando ella lo miró, él se alegró de ver que ella no estaba
llorando, aunque su boca dibujaba una línea de dolor. Y
mientras ella lo miraba con los ojos perdidos, sus cejas se
inclinaron trágicamente, lo que hizo que su estómago se
acalambrara. «Qué extraño su nombre de nacimiento», pensó,
porque parecía una de las mujeres menos felices que había
conocido. Entonces, recordó la asombrosa belleza de su risa.
—Ojalá pudiera haceros sonreír tan fácilmente como ese
gato. —Se oyó a sí mismo decir.
La idea lo sorprendió, dado todo lo que ya había hecho por
ella. ¡Jesús! ¿En qué estaba pensando al hacer una declaración
tan tonta?
Su ceño fruncido solo aumentó y luego desapareció de
golpe, como nubes que se movían frente al sol en un día
caluroso.
—Sí, me gustaría poner los pies en la corriente —admitió,
disimulando el dolor que sin duda sufría.
Él mantuvo sus brazos abiertos, y ella extendió los suyos
con cautelosa confianza. Aunque el cansancio tiraba de él,
Luke encontró que apenas le costaba levantar su esbelta figura.
Se abrió paso entre los hombres dormidos y se dirigió hacia el
arroyo donde la luz del sol bailaba sobre la corriente de agua.
El gato les siguió de cerca, notó con alegría.
Entrando en las sombras, Luke la colocó sobre una roca
calentada por el sol donde ella deslizó sus pies en el agua. Se
le escapó un silbido.
—¿Mejor o peor? —preguntó.
—Mejor —dijo ella, mirando hacia arriba. Sus ojos
parecían absorber el verde del bosque.
Merry se sentó en silencio mirando el agua clara. Su gato
caminaba de un lado a otro de la orilla, como si se preguntara
cómo unirse a ella sin mojarse las patas.
Luke se rascó la mandíbula rasposa. No sabía qué hacer. Su
cuerpo exigía dormir, pero no parecía prudente dejarla
desatendida en su estado actual. Quizás, sintiendo su
vacilación, ella le dedicó una plácida sonrisa.
—Id y descansad —lo invitó—. Me sentaré y cuidaré de
mis pies. No es como si pudiera huir de vos —añadió,
burlándose de sí misma.
El cansancio se apoderó de él, diciéndole que sería inútil
para sus soldados si no aprovechaba este indulto. Señaló hacia
el tronco.
—Dormiré cerca —respondió. Luke llamó a su escudero
para que dejara su búsqueda—. Descansad, Erin.
—Todavía no puedo encontrar la mitad de sus chausses, mi
señor.
—Entonces se han perdido. Se os debe haber caído en el
priorato. Dormid ahora —ordenó. Tomando la capa de su
mochila, Luke la sacudió al pie de un olmo. Quitándose las
botas, las dejó secar. Suprimió un gemido por sus músculos
doloridos y se acostó en la cama improvisada. Colocó las
manos detrás de su cabeza y echó un último vistazo a Merry.
El gato había dado un salto maravilloso y se había sentado
cómodamente en su regazo. Inmóvil, ella sostenía a su
mascota. Luke tuvo un momento de duda de que algo malo
pasaría si cerraba los ojos. Sin embargo, el peso del
agotamiento era demasiado para luchar contra él. Sus párpados
a la deriva se cerraron y se entregó a la felicidad del sueño.

Merry esperaba que el sol de media mañana descongelara el


lugar de su corazón que había estado congelado durante
semanas, posiblemente años. Ella llamaba a ese lugar
desesperación. Madre Agnes habría dicho que era la semilla de
Satanás plantada en ella la noche en que el diablo se llevó su
alma.
Una visión de Ferguson jadeando sobre su madre indefensa
pasó por su mente. Quizás Agnes tenía razón. Ni siquiera el
sol podía descongelarla en este momento. Nada podía disipar
la desesperación que se apoderaba de ella dada su situación
actual: condenada como hereje y sin esperanza de indulto
incluso si volvía a casa.
¡Y sus pies estaban llenos de ampollas y doloridos!
Ni siquiera la suave caricia por el pelaje de Kit pudo calmar
su desolación. Un caballo relinchó y ella se volvió para mirar
el terraplén y al hombre que la había arrebatado de la muerte.
¿Realmente, había sido rescatada? ¿Por un hombre que no
tenía otro motivo que verla a salvo en casa? Lo contempló
mientras dormía. De hecho, era casi imposible apartar la vista.
Su cara era algo exótica, con sus cejas negras, pómulos
afilados, y su nariz recta. Se maravillaba de que un hombre
pudiera parecer tan… tan varonil y, sin embargo, tan amable.
«Ojalá pudiera hacerte sonreír de nuevo», le había dicho.
Imposible. La alegría momentánea de ver a Kit había sido
un sentimiento extraño, y su risa había sonado rara incluso a
sus oídos. Sin embargo, las circunstancias parecían haber
cambiado a su favor. Su mirada descendió por el cuerpo del
guerrero, sobre el ancho y musculoso pecho, el plano de su
abdomen, hacia sus poderosos muslos. Con los brazos
cerrados detrás de su cabeza, su camisa acolchada se había
subido dejando la protuberancia de su hombría claramente
delineada bajo sus calzas de lana.
Merry apartó de él la mirada, mortificada de haberle mirado
allí. ¿Qué pensaba?, ¿que no tendría la misma arma que los
demás hombres? Necesitó varias respiraciones
tranquilizadoras para aclarar su mente. ¿Y si la llevaba de
vuelta a Heathersgill como prometió? ¿Entonces, qué?
Por un momento, se entregó a la fantasía de que su familia
le daría la bienvenida. Su madre, Jeanette, correría hacia ella
con los brazos abiertos; los campesinos la llenarían de sonrisas
de bienvenida. Su corazón se encogió con arrepentimiento.
No, no la querrían de vuelta, dado lo que era: una chica llena
de dolor y una presunta asesina. Ferguson había matado a su
padre, se había casado con su madre, y entonces el mundo se
había convertido en un lugar temible. Los hombres de su
padrastro habían intentado quitarle la inocencia en más de una
ocasión, y ella los había evitado viviendo en el bosque y
usando brebajes peligrosos cuando era necesario.
Solo Sarah, la curandera local, la había ayudado. Había
tomado a Merry bajo su cuidado, convirtiéndola en aprendiz
de su vocación. Con Sarah, Merry había descubierto su don
para curar enfermedades, así como para causarlas.
Había encontrado una razón para seguir viviendo.
Todo podría haber terminado bien. Después de dos años de
tiranía, Ferguson había sido destruido, asesinado por la mano
de su propia madre en un extraño giro de los acontecimientos.
Además, su hermana mayor, Clarisse, estaba casada con un
hombre fuerte que podía protegerla del mal del mundo,
aunque, en opinión de Merry, él mismo había perpetrado
bastante de ese mal.
Sí, su familia había sobrevivido a la profanación del
escocés y la esperanza de la felicidad había regresado, aunque
brevemente. Entonces, sin ninguna causa discernible, los niños
comenzaron a morir. Campesinos y villanos volvieron sus ojos
llenos de dolor hacia Sarah y Merry, gritando: «¡Brujas!
Si la madre de Merry, con la ayuda de Clarisse, no la
hubiera llevado a Monte Grace, con el marido de Clarisse
proporcionando la dote a la priora, podría haber muerto antes.
Al final, había sido condenada de todas formas.
Merry se despertó de recuerdos dolorosos. El gato se había
quedado dormido en su regazo. El calor de su piel, en
combinación con su túnica negra, calentaba su piel quemada.
Se inclinó sobre el agua, deseando su frescura.
La visión de su reflejo la horrorizó.
¿Su pelo se había vuelto gris de la noche a la mañana? Se
puso una mano en la cabeza. No, estaba salpicado de ceniza
haciéndola parecer una anciana.
Miró a los hombres durmiendo. ¿Quién se daría cuenta si se
metía en el agua y se bañaba?
Poniendo a un Kit descontento a su lado en la roca, se quitó
el hábito de monja y se quedó en ropa interior. Se fue hasta el
borde y se deslizó. Se le escapó un grito ahogado. El frío
chorro de agua hizo que le dolieran los huesos, pero suavizó la
piel. Sus pies tocaron el fondo de guijarros e hizo un gesto de
dolor. Después de unos momentos, Merry sintió que sus
músculos se aflojaban mientras se aclimataba al agua.
Disfrutando de una sensación de libertad, dejó que la corriente
la arrastrara a aguas más profundas ignorando los maullidos de
Kit. Vio un montículo de flor de jabón en la orilla opuesta y
nadó a través de aguas más profundas para llegar a ella.
Arrancando un tallo y varias hojas, aplastó la planta en su
mano liberando las propiedades de la hierba, que frotó en su
cuero cabelludo, haciendo espuma en sus trenzas a medida que
las desenrollaba. Esto era más que una limpieza física,
reconoció. Era una limpieza de su espíritu. El pasado había
quedado atrás. Si Dios quería, ella comenzaría su vida de
nuevo.
Se sumergió para darse un último enjuague.
Capítulo 3

U n grito de angustia desconocido despertó a Luke y


resonó en sus oídos mientras se sentaba.
Inmediatamente, dirigió su mirada hacia el lugar donde había
dejado a la joven. El gato estaba solo, su espalda arqueada y
erizada, su cola moviéndose nerviosamente mientras emitía un
aullido lastimero. De Merry solo quedaban sus túnicas en un
montón negro.
Ahogando un grito, Luke se puso de pie y salpicó en las
aguas poco profundas, haciendo que Kit le silbara y se alejara.
Recorrió con la mirada el río de arriba a abajo. No había
ninguna señal de la monja rescatada.
¡Los dedos de los pies de Cristo! ¿Qué había estado
pensando para dejar a la dama sola? Ya había expresado su
deseo de morir. ¡Y parecía que se había ahogado! Fue entonces
cuando la vio: una alfombra de burbujas flotando en la
superficie del agua a cierta distancia río abajo. Maldijo y se
tambaleó hacia el área, cayendo en aguas más profundas.
Mitad nadando, mitad corriendo, llegó al lugar donde Merry
había caído. En ese mismo instante, su cabeza salió a la
superficie, su pelo fluyendo hacia sus ojos. Debió de haberla
asustado, porque con un grito confuso ella se alejó de él.
—¡Alto, señora! —insistió, cogiendo uno de sus brazos.
El inmenso alivio de que ella estuviera viva fluía a través
de él en una corriente mucho más fuerte que la del arroyo.
Sujetándola firmemente para que no volviera a deslizarse bajo
el agua, Luke volvió por donde había venido. Sin embargo, en
lugar de relajarse contra él, ella luchó por liberarse
obstaculizando su progreso.
—Estaos quieta —ordenó, mirándola a sus ahora enormes
ojos—. No dejaré que os quitéis la vida de esta manera.
—¿Quitarme la vida? —Ella lo miró fijamente—. No me
estaba ahogando, imbécil. ¡Me estaba lavando!
¡Lavando! Se dio cuenta de que ella hablaba en serio, pues
todavía tenía espuma en el cabello rojo y ardiente. ¿Espuma?
¿Cómo, en nombre de Dios, había conseguido jabón?
Sintiéndose un poco tonto, mantuvo una mano en su brazo.
—Podríais ahogaros fácilmente —señaló.
—Tonterías. He nadado hasta aquí muchas veces —
respondió ella.
Miró a su alrededor.
—¿Aquí? —Estaba seguro de que ella estaba mintiendo—.
¿No estabais confinada al priorato? —La suave corriente
amenazó con llevar su delgado cuerpo lejos de él una vez más,
y él la agarró con más firmeza.
—¡Soltadme! —gritó.
Al oír el pánico en su voz, se esforzó por mantenerse firme
y luego la soltó levantando ambas manos en el aire.
—Estoy intentando ayudaros —explicó, maravillado por el
hecho de que estaba parado en medio de un arroyo sosteniendo
una conversación sin sentido. Una rápida mirada sobre sus
hombros le aseguró que sus hombres seguían durmiendo y no
eran testigos de esta locura.
—No necesito vuestra ayuda, gracias. Soy muy hábil
nadando. —Ella se alejó de él, cortando ágilmente el agua.
Podía ver que ella decía la verdad. Obviamente, no corría
peligro de ahogarse. También pudo ver que solo usaba su traje
de lino y que era casi transparente. No solo había sido ridícula
su conversación, sino que esta monja estaba prácticamente
desnuda.
¿Qué podía hacer, sino seguir adelante?
—¿Salíais del convento por la ociosidad de nadar?
—Solo de noche —dijo. Luego, con expresión de
perplejidad, añadió—: Solo cuando la luna estaba llena. —Esa
declaración lo desconcertó aún más, pero la vio girar sus ojos
hacia el cielo—. La luna llena me permitía ver. —Señaló hacia
la costa—. Estas hierbas que crecen, puedo usarlas para todo
tipo de cosas.
Luke miró el verdor que ella le había indicado y se dio
cuenta de que iba en serio. Era una locura: una joven mujer
merodeando bajo la luna llena en busca de hierbas. No es de
extrañar que se pensara que era una bruja. La sospecha se le
metió en la cabeza.
—¿Qué tipo de cosas podéis hacer con ellas?
Otro giro de sus ojos luminosos.
—Tratamientos —dijo—. Las hermanas vinieron a mí
cuando estaban enfermas. —Ella pisó el agua delante de él, su
ropa interior blanca ondeando a su alrededor. Entonces, lo
golpeó, como una especie de ángel salvaje.
—Volved conmigo —dijo Luke, de repente molesto porque
su sueño había sido interrumpido para nada—. Venid, antes de
que os enfriéis.
La volvió a agarrar de la mano y la remolcó detrás de él,
ignorando sus intentos de liberarse. No pudo evitar notar lo
pequeña que era su mano, lo fácil que era superar su
resistencia.
Se detuvo junto a la roca para agarrar la túnica de Merry
que estaba al lado del gato cauteloso, y luego tiró de la
muchacha hasta la orilla de la hierba antes de soltarla. Ella
cogió el hábito negro y él vio cómo ella se lo agarraba al
pecho, quizás tardando en darse cuenta de su estado.
Girando, Luke dio un paso hacia su manto abandonado,
dándole tiempo para cubrir lo que ella había revelado sin
saberlo. Sin embargo, su grito de dolor lo hizo girar y ella lo
obsequió con la visión de un trasero perfectamente redondeado
al que se aferraba su empapado traje de lino, mientras ella se
agachaba sosteniendo su pie. En un instante, se metió
apresuradamente el hábito por la cabeza ocultando su esbelto
cuerpo. Ella se giró y lo atrapó mirándola.
—¡Estoy ilesa! —gritó ella, con la cara sonrojada—. Me
golpeé el pie contra una roca.
Él no pudo hablar. Cuando se pasó la pesada túnica de lana
sobre la cabeza y la colocó en su lugar tan rápido, se deslizó
hacia un lado llevándose su ropa interior con ella. Sin querer,
estaba mirando un pezón rosado perfecto: el pezón de una
hermana santa.
Debería arrodillarse y pedir el perdón de Dios por sus
impulsos pecaminosos. Sin embargo, el único pensamiento
racional que se le ocurrió fue el de maravillarse de que una
prenda tan fea hubiera ocultado tal perfección. Con el aliento
enredado en su garganta, Luke apartó la mirada, separándose y
haciendo un gesto vago detrás de él para advertirle de lo
ocurrido.
—¡Oh! —la oyó exclamar cuando, supuestamente,
descubrió su escote torcido.
Él se obligó a hablar como si nada hubiera pasado.
—¿Tenéis hambre?
—Supongo —dijo ella en una tenue respuesta.
Sacó un trozo de pan y un trozo de queso de su alforja y se
volvió solo después de rezar para que ella estuviera
decentemente cubierta. No pudo ver muchas más cosas de su
tentadora carne femenina. No agradeció especialmente los
sentimientos que ella despertaba en él. No entonces, no
mientras estaba en esta misión, no mientras su abuelo se estaba
muriendo.
Ella se había sentado en el suelo junto a su capa, así que él
se sentó frente a ella aliviado de encontrarla convenientemente
envuelta desde el cuello hasta el tobillo.
Merry se había servido una manzana, así que esperó,
eligiendo cuándo interrogarla con cuidado. Pasó un minuto, y
creyó que podía sentir los granos del tiempo deslizándose
entre sus dedos. A su abuelo le quedaba tan poco… y a él le
quedaba mucho trabajo por hacer.
—¿Dónde vivís? —Rezó para que ella se lo dijera esta vez
—. Vuestra familia querrá saber que estáis a salvo.
Se puso rígida perceptiblemente.
—No me han preguntado sobre mi bienestar en los últimos
cinco años —dijo.
Su fría respuesta lo inquietó. Tal vez, realmente, era una
paria.
—No lo sabéis con certeza. Tal vez, alguna palabra llegó al
priorato de la que no estáis al tanto. —Se encogió de hombros,
poco convencida—. Decidme a dónde llevaros —insistió—.
Os llevaré a donde queráis. Sois monja, ¿verdad? ¿Hay algún
otro lugar en el que podáis residir?, ¿un convento cerca de
vuestra casa, tal vez?
Estudió su manzana a medio comer y luego dio otro
mordisco. Por fin, tragó y suspiró.
—No soy realmente una monja. Al menos, no hice mis
votos, salvo el primero de obediencia. —Puso una expresión
amarga que le hizo saber lo que ella pensaba de ese voto en
particular.
Luke reconoció con alivio que no había sentido lujuria por
una monja, sino, simplemente, por una mujer. Aun así, ella era
un desconcierto.
—Dijisteis que no habíais tenido contacto con vuestra
familia en cinco años. ¿Permanecisteis como novicia en el
priorato todo ese tiempo?
—Sí. —Ella se encogió de hombros y él se preguntó si se
dignaría a explicárselo. Luego agregó—: Mi familia me llevó
allí para protegerme, aunque no tenía vocación por la vida
religiosa. No me importa el trabajo duro, ni siquiera los
matines. Sin embargo, si hubiera buscado una existencia
espiritual, habría sido la de una ermitaña, no la de una monja.
Ciertamente, no podría dedicar mi vida a la Iglesia con esa
mujer espantosa como mi maestra espiritual.
Sabía que se refería a la Madre Agnes, ¿y quién podría
culparla? Después de masticar otro trozo de manzana, lo miró
a los ojos.
—Simplemente, no podía jurar dedicarme a una vida bajo
su tutela.
—Comprensible, señora —admitió—. Sin embargo, no sois
una ermitaña, así que, por favor, decidme a dónde debería
llevaros.
«De este modo me liberaré de esta pesadilla de retraso y
distracción», pensó.
Pasaron unos segundos y Luke se dio cuenta de que estaba
tomando una decisión.
—Llevadme a Heathersgill, entonces, porque no se me
ocurre otro lugar a donde ir. —Su resignado tono le tiró del
corazón.
—¿Es esa vuestra casa, Heathersgill?
—Sí —contestó, pero la mirada en su cara no hablaba de
recuerdos felices.
Aun así, necesitaba más información que el nombre de una
casa o de un pueblo del que nunca había oído hablar.
—¿Dónde está?
Ella cogió un trozo de queso y él sofocó un gemido
mientras ella le daba un delicado mordisco, deliberando.
Finalmente, contestó:
—Se encuentra al norte de aquí y ligeramente al este, creo.
—Entonces, está cerca —dijo esperanzado.
—Varias horas de viaje a buen ritmo. —Estuvo de acuerdo,
pero luego concentró sus ojos en él y le preguntó—: ¿Qué es
lo que hacéis? Dijisteis que servíais al rey.
Ella había cambiado la conversación abruptamente.
—Sirvo al rey Enrique —reconoció.
—¿El conde de Anjou? —Su suave frente se arrugó—. ¿El
hijo de Matilda? ¿El rey Esteban está muerto, entonces?
Su pregunta traicionó su existencia enclaustrada.
—Sí, su hijo murió hace casi dos años —explicó—.
Eustace se ahogó con un hueso de pollo, o eso se dijo.
Para su sorpresa, una sombra se deslizó por la superficie de
sus ojos.
—Qué triste —reflexionó—. Tenía más o menos mi edad,
creo. —Se detuvo y se dio tiempo para asimilar nuevos hechos
—: ¿Qué hacéis por el rey Enrique?
No quería hablar de su misión actual.
—Yo mando este ejército. Mantenemos la paz —dijo
escuetamente.
Su mirada se deslizó sobre él, llevándola desde la cabeza
descubierta hasta sus largas piernas cruzadas. Su mirada
inocente hizo que Luke aguantara la respiración. Recordó
cómo se veía bajo ese feo hábito, tanto sus caderas como sus
nalgas, y su mente se quedó en blanco, excepto por el recuerdo
de su suculento pezón a la vista. Fácilmente, podía imaginarse
sus labios rodeándolo.
—¿Hay una guerra? —Sus cejas, ligeramente más oscuras
que su pelo, se flexionaron con preocupación.
Agitó la cabeza, tanto para aclarar sus pensamientos como
para responderle.
—No es una guerra. Solo hay focos de resistencia. Tengo
mucho que hacer —añadió, recuperando el control de la
conversación y su mente errante—, y, por lo tanto, señora,
debo llevaros rápidamente a casa. ¿Vuestro padre vive?
Tenía sus razones para preguntar, pero al ver su expresión
de dolor se arrepintió al instante.
—No —dijo ella, apartando la mirada y apretando el puño
contra su estómago.
—¿Vuestra madre? —presionó más suavemente.
Ella se quedó mirando su regazo.
—Madre vive en Heathersgill. La última vez que supe algo
de ella fue que estaba prometida a Roger de Saintonge. Sir
Roger —se corrigió ella misma—. Es el senescal de
Heathersgill.
—Entonces, tenéis un señor —dijo con alivio—. ¿Quién es
él, por favor?
Por su expresión, el hombre no era alguien que le importara
demasiado.
—El marido de mi hermana —dijo con desagrado—. El
Asesino, como se le llama por sus actos brutales.
Luke se sentó más derecho.
—¿El Asesino de Helmsley? —No podía ocultar su
sorpresa—. ¿Christian de la Croix es vuestro cuñado?
Ella le echó una mirada que decía que no estaba contenta,
pero solo se encogió de hombros.
—Lo conocí en Dunstable —admitió—, donde los barones
se reunían para protestar contra el… —se calló a punto de
mencionar sus desagradables deberes.
Su mirada verde se agudizó.
—¿El qué?
Él suspiró.
—La destrucción de adulterinas.
—¿Qué son? —Inclinó la cabeza con su cara en forma de
corazón.
Luke gimió interiormente.
—Estructuras construidas sin la aprobación de la corona —
le dijo. Era una buena política desde el punto de vista del rey,
pero era muy poco popular, por supuesto, entre los barones,
los mismos hombres a los que pretendía mantener en orden—.
Tal vez, deberíais ir a ver a vuestra hermana para que os
proteja —agregó—. Sí, os llevaré a Helmsley, aunque esté más
lejos de mi camino.
Recordaba bien al Asesino, un hombre inmenso y feroz
como un gladiador, con un brazo de espada del tamaño del
tronco de un árbol. Con la muerte de su padre, su cuñado era
precisamente el hombre que debía proteger a Merry de la
persecución a la que inevitablemente se enfrentaría.
—¡Helmsley! —Ella pronunció la palabra como una
maldición—. ¡No, no iré allí!
Su vehemencia le hizo detenerse.
—¿Por qué no, si vuestra hermana vive allí?
Miró hacia el agua.
—El Asesino no me dará la bienvenida.
Los ojos de Luke se entrecerraron.
—¿Qué causa le disteis?
Ella lo miró fijamente y él se quedó impresionado por lo
malévola que se veía con la boca apretada y los ojos
entrecerrados. De hecho, como la imagen de una hechicera.
Su cara se relajó y ella admitió:
—Maldije su hombría el día que se casó con Clarisse. —Su
confesión no lo escandalizó; después de todo, ella lo maldijo
de manera similar—. Quería que se lo pensara dos veces antes
de golpearla —explicó.
Estaba dolorosamente claro que Merry había sido testigo de
un exceso de violencia en su corta vida. Trató de
tranquilizarla.
—Sir Christian no parecía un hombre que golpeara a su
esposa —contestó—. Hablé con él largo y tendido. Hablaba
amorosamente de su señora, y de sus hijos también. Creo que
tiene al menos tres, lo que indica que trata bien a vuestra
hermana —añadió, ofreciéndole una sonrisa.
Levantó la mano como si le repeliera el pensamiento de la
procreación.
—Por favor, llevadme a Heathersgill —suplicó.
—Estaríais más segura en Helmsley —insistió.
Ella ladeó la cabeza una vez más. Los centros oscuros de
sus ojos parecían expandirse.
—¿Qué tiene que ver mi seguridad con esto?
Era demasiado perspicaz para engañarla de manera
convincente, así que Luke optó por ser franco con ella.
—La priora puede enviar a alguien a buscaros —advirtió—.
No tenía derecho a sacaros de un priorato. La Iglesia,
probablemente, querrá que volváis.
El color se evaporó lentamente de sus mejillas, haciendo
que se arrepintiera de su decisión de decírselo.
—Le disteis vuestro nombre a la priora —recordó—. ¿No
os meterá en problemas?
Sus inesperadas palabras lo cogieron desprevenido. ¡Ella
estaba preocupada por él! Aunque él la consideraba extraña,
podía admitir que también era bastante simpática.
—No temo por mí, señora. Es vuestra seguridad lo que me
preocupa. No os voy a mentir. Tendréis que permanecer detrás
de gruesos muros y bajo protección durante algún tiempo, lo
suficiente para que la priora os olvide o, tal vez, pierda su
posición de poder. —Entrecerró los ojos recordando lo que la
enfadada mujer había dicho—. ¿Es verdad que tratasteis de
matarla? —Aún no podía decidir si Merry era capaz de
asesinar o no.
Volvió a dibujar su boca en una línea apretada.
—Si hubiera querido matarla, estaría muerta. —Lo dijo
claramente, sin emociones, mientras daba un trocito de queso a
su gato que se le había subido al regazo—. Ella golpeó a una
novata hasta la muerte con su látigo —añadió—.
Aparentemente, por el placer de hacerlo.
No se sorprendió al enterarse de la crueldad de la priora.
Fue la dureza de Merry la que lo impresionó. Parecía tan
vulnerable, de huesos finos, pequeña y, en ese momento, más
bien destartalada, con el pelo mojado que le caía por la
espalda. Sin embargo, se había enfrentado a la priora para
defender a sus hermanas religiosas. De nuevo, la impresión de
ella como un ángel salvaje flotaba en su mente cansada.
—Estaríais más segura en Helmsley —reiteró. En verdad,
se dio cuenta de que deseaba estar seguro de que nada malo
pudiera pasarle.
—No voy a ir allí. —Agitó la cabeza, negándose de nuevo.
La opción de forzarla se le cruzó por la cabeza, pero la
descartó. Helmsley estaba más lejos de su camino, y él y sus
hombres ya estaban apurados de tiempo.
Irían a Heathersgill, entonces. Su madre y el senescal del
Asesino, si estaba en la residencia, tendrían que defenderla lo
mejor que pudieran.
—Como deseéis —dijo, poniéndose en pie—. Tenemos que
irnos pronto. —Su mirada se posó sobre la humedad de ella, el
atuendo de monja—. Os resfriaréis si viajáis en él.
Quería librar a Merry del feo y tosco hábito que sin duda le
recordaba su persecución, así que se dirigió silenciosamente
hacia su escudero dormido, al mismo tiempo que sentía los
ojos de la dama sobre él.

Merry lo miró, desconfiando de la intención del comandante,


mientras apreciaba su sigilo —sorprendente para un hombre
tan poderoso—. Él se agachó junto a su escudero sobre una
rodilla para despertar suavemente al joven.
El aturdimiento inicial de Erin dio paso a una mirada
ceñuda y oscura, que envió en su dirección mientras se
arrastraba y cogía un bulto de su caballo, entregándoselo con
aparente renuencia a Luke.
Sir Pierce se acercó y agitó su cabeza leonina.
—¿Debo despertar a los hombres, mi señor?
—Sí —le dijo Luke a su mariscal de campo—. Decidles
que coman. Pueden usar la olla y cocinar si tienen algo que
valga la pena cocinar. Nos iremos inmediatamente después.
—Mi señor —le preguntó el hombre a su líder—, ¿por qué
un descanso tan breve? Iversly solo está a veinte millas al
noroeste de aquí. Llegaremos fácilmente antes del anochecer.
—Primero debemos llevar a la dama a Heathersgill. —La
respuesta de Luke y su tono no permitieron ningún argumento,
y no se dio ninguno, aunque Merry apostó sus ojos a que sir
Pierce estaba hirviendo por dentro.
Lord Luke regresó a ella con la ropa de Erin.
—Es mejor para vuestros pies si vais sin zapatos o calzas
—aconsejó, entregándole el paquete.
Merry se levantó lentamente, mirando la ropa y luego a él.
Al poco tiempo, el campamento se agitaba con los soldados
bostezando y estirándose.
Adivinando su dilema, el comandante miró a su alrededor y
luego cogió su capa del suelo. Después de sacudir la hierba y
las hojas con unos cuantos golpes, la levantó como una
pantalla para protegerla de los ojos de sus hombres.
Merry miró la amplia cortina de tela, sin saber si la ocultaba
por completo o no.
—Por favor, daos prisa.
La velada impaciencia de Luke hizo que se pusiera las
calzas de chico que se le cayeron a los tobillos, antes de
levantar su hábito y sacárselo por la cabeza. Por un momento
aterrador, se quedó en topless bajo el sol antes de meterse
apresuradamente en la túnica teñida de azul de Erin que le
llegaba hasta las rodillas.
—Hecho —dijo, atando el cordón de las calzas para
asegurarse de que quedaban sujetas en sus esbeltas caderas.
Luke bajó el manto y evaluó su transformación. Por el
ángulo de sus cejas, ella adivinó que parecía nada menos que
ridícula, pero él guardó su opinión y se alejó para ponerse su
malla.
Erin estaba listo para sostener solo una pierna de las
chausses de Luke, y este soltó un molesto chasquido con la
lengua.
—Solo la cota de malla —dijo Luke irritado.
—Sí, mi señor. —Los hombros de Erin cayeron
avergonzados por haber perdido la otra pierna.
—No importa —suspiró Luke—. Os pedí que cargarais
demasiado y con demasiada prisa. Haré que me hagan otra
cuando termine esta tarea y me vaya a casa.
Las orejas de Merry se animaron con la palabra y se
preguntó dónde estaría la casa de este hombre. ¿A qué
distancia estaría de allí? ¿Tenía una familia esperando su
regreso?
Pronto se vistió con una cadena de malla negra hasta la
rodilla. Tomó su aventail de las manos de Erin y se la colocó
sobre la cabeza antes de tirar de ella hacia abajo para colgarla
sobre sus hombros. Por último, Erin le entregó su abrigo
púrpura con un orgulloso fénix dorado sobre él.
—¿Lista para montar? —preguntó enérgicamente. Ella
buscó su ropa desechada—. Tiradla al arroyo —dijo con un
brillo en los ojos—. No la necesitaréis de nuevo.
Con gusto, Merry arrojó el hábito de la lana rasposa al
agua, aferrándose solo a su turno. Volviéndose hacia atrás,
encontró una sonrisa en los labios del guerrero.
—Libertad —murmuró, como adivinando su satisfacción.
Sentía una repentina sensación de euforia y apenas podía
contener una sonrisa. De hecho, se sentía malvadamente
liberada con ropa de chico. Entonces, sin previo aviso, el
comandante la agarró por la cintura y la arrojó casi sin
esfuerzo sobre la espalda de Suleyman.
Casi se muerde la lengua al caer tan repentinamente en la
silla de montar. Su breve sentido de libertad la despojó del
recuerdo de su dominio físico. Recuperó su buen humor al ver
lo fácil que era montar sin el hábito amontonado entre sus
piernas. Metiendo su ropa bajo la correa de la silla para
mantenerla segura, estaba lista para lo que le esperaba.
En ese momento, Kit maulló lamentablemente desde su
lugar en el tronco, estirándose, con la clara intención de llegar
a ella.
—Él quiere venir conmigo —anunció ella, pero lord Luke,
simplemente, miró al gato y se dio la vuelta. Merry esperó
mientras recorría el campamento. Cuando por fin regresó
preparado para montar tras ella, ella insistió—: Por favor,
¿podemos traer al gato? Lo llevaré en mi regazo. No será
ningún problema, lo juro. —Poniendo la mano sobre el pomo,
se encontró con su mirada inescrutable—. ¿Por favor? —
repitió ella, sintiendo su capitulación mientras ella ponía una
dulce expresión.
Él se alejó para recoger a Kit, que siseó su disgusto, y
depositó al gato atigrado en el regazo de Merry. Antes de que
ella pudiera darle las gracias, lord Luke se subió a la silla de
montar y empujó a Suleyman a andar con paso firme.
A pesar de las caricias de Merry, el gato reaccionó
aterrorizado ante esta nueva posición, hundiendo sus garras en
su antebrazo.
—¡Ay! —gritó, mientras la sangre brotaba rápidamente.
Una gran mano agarró a Kit por el pescuezo y lo dejó caer
en una de las grandes alforjas que colgaban a cada lado de la
silla. Un tirón al cordón y la cabeza del gato desapareció.
«¿Podría Kit respirar allí?», se preguntó, a punto de expresar
sus dudas cuando lord Luke le agarró la muñeca, levantándola
para inspeccionar las tres limpias líneas de las que brotaban
sangre.
Por segunda vez en menos de una hora, chasqueó la lengua
en señal de desaprobación.
—El gato es medio salvaje —exclamó—. Deberíais haberlo
dejado atrás.
Para su alarma, pasó la yema de su pulgar distraídamente a
lo largo de la pálida piel de la parte interna de su brazo,
haciendo que todo su cuerpo sintiera un hormigueo ante la
sensación desconocida. La soltó casi de inmediato, y ella sintió
por la repentina tensión en él que no había querido hacer nada
de eso.
—Los arañazos no son demasiado profundos —proclamó
antes de parecer que se acomodaba a la cabalgata, ignorando
con firmeza su presencia.
La especie masculina había sido durante mucho tiempo un
misterio para Merry. Asignó su impulso de acariciarla a la
lujuria que era característica de todos los guerreros.
Afortunadamente para ella, este hombre en particular era más
disciplinado que la mayoría. Pero por civilizado que pareciese,
ella permanecería vigilante para que no cayese presa de sus
más bajos instintos y necesitase huir con prisa.
Parpadeando, levantó la vista y vio que habían abandonado
el bosque y estaban cruzando los páramos ondulados. Al aire
libre, el sol de septiembre les golpeaba en la cabeza. Solo la
brisa que rozaba las hierbas silvestres alrededor de las patas de
sus caballos insinuaba el clima más frío que se avecinaba.
Ya más relajada, sin más discursos entre ellos, Merry se
dedicó a admirar las plantas y los arbustos florecientes. Sarah
le había enseñado las propiedades de la mayoría de la flora
local: brezo, taninos y perejil de leche; hierba de zanahoria,
suculencia y clarividencia silvestre, todas ellas modestamente
exhibidas en estos solitarios campos.
Sus pensamientos se dirigieron a su familia, imaginando
cómo la recibirían y si el pasado sería perdonado.
Inesperadamente, se dio cuenta de que había apoyado la
espalda contra su compañero de silla de montar. Entonces se
puso rígida, pero, poco a poco, se relajó de nuevo, confiando
en la cautelosa seguridad que él le había inspirado.
En las pocas horas que lo conocía, lord Luke se había
ganado su respeto de mala gana. Él le había salvado la vida,
hecho por el que aún no le había dado las gracias, aunque no
tenía ningún deseo de romper la calma pacífica para hacerlo en
ese momento. Él había sido cortés con ella durante toda la
mañana, a pesar de que ella había amenazado su hombría.
Además, se estaba esforzando por llevarla a su casa, donde
pensó que estaría a salvo.
Nunca en su vida se había imaginado la existencia de un
hombre así: un guerrero caballeroso y civilizado. Su padre
había sido un hombre amable, pero había sido un erudito, no
un soldado. Luke, por otra parte, pertenecía a una raza de
hombres que no podía evitar asociar con el malvado escocés
Angus Ferguson, y con hombres que derramaban sangre por
placer, hombres que no tenían un código moral más alto que el
cumplimiento de sus propias concupiscencias.
Sin embargo, aparte del hecho de que, claramente, lord
Luke estaba entrenado para luchar, tenía poca similitud con
Ferguson. Mientras que el escocés bruto había sido grosero y
desenfrenado, el comandante era digno y disciplinado.
Su mirada se desvió de izquierda a derecha, escudriñando a
los soldados que viajaban con ellos. Los que tenían malla
también tenían armas que se erizaban en la espalda, fundas en
la cintura y alforjas. Dos estandartes inmaculados eran
sostenidos por un jinete a la cabeza del grupo justo a su
izquierda; una bandera era el estandarte de la corona real, la
otra mostraba un ave fénix dorado sobre un campo púrpura.
Lord Luke era, claramente, un buen líder militar, tan bueno
como para convertirse en un comandante honrado del rey.
—¿Por qué os llaman Fénix? —preguntó ella, rompiendo
por fin el silencio.
—Saqué al rey Enrique y a su hermano de un incendio —
dijo con naturalidad—, cuando éramos todos muy jóvenes. —
Su agradable voz retumbó en su oído, dando lugar a un
maravilloso escalofrío que siguió su curso por su columna
vertebral.
«Ah, qué inteligente», pensó ella. El fénix era un pájaro que
resurgió de sus propias cenizas y adoptó una nueva vida. El
rey debía de haber sentido que tenía una deuda con Luke.
—¿Así es como llegasteis a liderar a tantos hombres? —
preguntó.
—En parte. Mi abuelo es el conde de Arundel. —Eso
también lo dijo sin una gota de arrogancia, aunque incluso
Merry había oído hablar del gran castillo en el sur de
Inglaterra. La emperatriz Matilde se había quedado allí cuando
intentaba convertirse en su reina, y el rey Esteban la había
sitiado entre sus muros—. Mi familia ha servido durante
mucho tiempo a la familia real —añadió Luke—, a veces con
una gran recompensa, a veces a un gran costo.
El rastro de dolor en su voz la impulsó a dejar en paz al
comandante y a no pincharle más. Sin embargo, mientras
intentaba concentrarse de nuevo en la tierra que la rodeaba,
parecía que no podía sacudir su recién descubierta conciencia
de él. Sus largos miembros la rodeaban como una fortaleza.
Sus grandes manos agarraban las riendas sin apretarlas, pero
con confianza. Durante un momento, estudió sus dedos, largos
y capaces, como si pudiese hacer mucho más que empuñar una
espada o un hacha.
En ese momento, Kit hizo un lamentable ruido, atrayendo la
mirada de Merry hacia la alforja cerrada.
—Él tiene calor —adivinó ella—. ¿No vamos a dejarlo
salir?
—¿Para que pueda arañaros otra vez? —Su tono dejaba
claro que el gato debía quedarse donde estaba. Sin embargo,
aflojó el cordón y la cabeza del gato salió al aire libre.
Kit miró el paisaje con desconcierto, pero no hizo ningún
esfuerzo por liberarse. Después de un momento, pareció
acomodarse, contento de ser un pasajero.
Habían comenzado su ascenso a las Cleveland Hills, donde
había muchas cosas que llamaba la atención. La tierra se
elevaba bruscamente por todos lados, acolchada con coloridas
flores y tachonada de rocas deformes. Aquí y allá, los tejos
arrojaban sus ramas hacia arriba como pidiendo lluvia. Un
halcón probó las corrientes de un cielo impecable, sus alas
apenas se movían.
Merry respiró hondo, buscando el aroma de su hogar. Su
casa, un lugar donde nadie la recibiría, excepto quizás su
hermana menor.

Sin que ella lo supiera, las largas hebras de su cabello


acariciaron los hombros de Luke y también su rostro.
Inhalando su limpia y herbaria fragancia, era imposible no
pensar en Merry como una mujer, en lugar de la chica que él
pensó que era. Su cuerpo pequeño y flexible encajaba
perfectamente en los planos del suyo.
Luke había intentado —y fracasado— no darse cuenta de lo
tentadores que eran sus senos que se movían bajo la túnica de
Erin. En el arroyo, ella se veía tan femenina con el atuendo de
su escudero que él había sentido una extraña necesidad de
secuestrarla y quedarse con ella para sí mismo.
Por ninguna razón que él pudiera nombrar, esa mujer
pelirroja lo atraía. No podía descifrar exactamente por qué,
pues ella era todo lo que él no era: impulsivo, ilógico y
desenfrenado. Sin embargo, había algo en ella que hechizaba,
tal vez, su vulnerabilidad. Cualquiera que fuera la razón, su
interés en la dama lo conmocionó, pues dentro de seis meses
se casaría.
Sus pensamientos debían ser todos para su prometida,
Amalie. Sin embargo, esa dama no despertaba su ardor ni su
imaginación. No era que su prometida fuera poco atractiva,
sino todo lo contrario. Muchos otros la habían llamado
exquisita, expresando envidia por la buena fortuna de Luke.
Sin embargo, a diferencia de la mujer que actualmente rodeaba
con sus brazos, Amalie, con sus ojos de color azul pálido y su
cabello rubio, parecía incolora. ¿O era su comportamiento el
que le daba esa percepción? Sin pasión, desapegado, incluso
altanero. Sin embargo, Amalie era inteligente, de
temperamento uniforme y no tenía ni un solo ápice de
imprudencia en su cuerpo.
Aunque él admiraba la gracia real de Amalie, ella nunca lo
había excitado sexualmente. Se había convencido de que el
deseo lujurioso no tenía lugar en el matrimonio. Era un
hombre cerebral, no un hombre impulsado por sus apetitos.
Había razones más importantes para su compromiso, como el
poder, la tierra, la alianza. Sin embargo, al experimentar el
susurro del deseo por una mujer que apenas conocía, Luke
sintió una sombra de pesar por el hecho de que su lecho
matrimonial fuera desapasionado.
Encogiéndose de hombros, sintió que el cuerpo de Merry se
levantaba y caía contra él. Ella nunca se enteraría de su
atracción hacia ella; en verdad, él apenas estaba dispuesto a
reconocérselo a sí mismo. Sin embargo, él ya había actuado
fuera de lugar al comérsela con los ojos como un joven
cachondo y luego acariciándole el antebrazo. El impulso de
hacerlo le había cogido totalmente por sorpresa. En un
momento él había estado mirando las gotas de sangre en su
piel impecable, y al siguiente estaba acariciando su suavidad e
imaginando que la conocía más íntimamente.
Él fingiría que nunca había sucedido. Ciertamente, no se
rendiría a un impulso tan precipitado de nuevo.
Era una mujer extraña, nada que ver con las esposas de los
nobles que había conocido, ni con sus hijas. Incluso ahora,
Merry estaba levantando su nariz pecosa al aire, olfateando
como lo hacía su gato. Su fascinación por las plantas y los
arbustos lo desconcertaba. Plantas altas, plantas pequeñas,
plantas rasposas y sin adornos, todas ellas atraían tanto su
mirada que presionaba sus pechos contra el antebrazo de él
esforzándose por lograr una mejor visión.
Contra su voluntad, se imaginó el peso de esos pechos
llenando las palmas de sus manos. Su repentina sacudida en la
silla de montar lo asustó. Ella se había estirado para buscar a
tientas un arbusto salvajemente cubierto de vegetación y con
ramas lo suficientemente altas como para que pudiesen pasar
bajo su sombra. Podría haberse caído de la silla de montar si
Luke no la hubiera agarrado por la espalda.
—¡Jesús, señora! ¿Qué estáis haciendo? —exclamó.
—Consiguiendo bayas.
Levantó su presa para que la inspeccionase. Un denso
racimo de brillantes bayas negras colgaba de un tallo teñido de
rojo. Partiendo la piel de una baya con la uña de su pulgar,
tocó la carne con la punta de la lengua. Luke se la quitó de la
mano junto con el resto, esparciéndolo por el suelo.
—¿Por qué habéis hecho eso? —preguntó ella, tratando de
girarse y enfrentarlo en la silla de montar.
—¿Queréis envenenaros?
La comprensión suavizó su mirada indignada.
—Si se hubiesen aplicado frescas, las bayas de saúco
habrían aliviado las quemaduras de mis pies —explicó.
Al darle la espalda, él se tragó más protestas, aunque sus
hombros se desplomaron por la decepción. Se había olvidado
de sus heridas, al no haberse quejado. Sintiéndose tan inquieto
como cuando la encontró bañándose en el arroyo, Luke dio la
vuelta a su montura y regresó a la zarza con sus abundantes
regalos.
—Gracias —dijo con voz apagada mientras arrancaba dos
ramos grandes y él mantenía su montura quieta.
Cuando ella ya tenía su premio en el regazo, instó a
Suleyman a que siguiera caminando lentamente en dirección a
su ejército, que había continuado a buen ritmo. En silencio,
Merry comenzó a tratar sus heridas mientras observaba con
curiosidad. Levantando un pie desnudo sobre el cuello ancho
del caballo, machacó las bayas pequeñas lo mejor que pudo
con las palmas de las manos y luego las aplicó —pulpa y jugo
— a sus plantas llenas de ampollas. Tuvo que apoyarse en él
para hacerlo, y él cedió a la tentación de asomarse por el frente
de la túnica abierta de Erin. La pendiente de sus altos y
blancos pechos era casi su perdición.
Terminó con el pie derecho y se dispuso a hacer lo mismo
con el izquierdo, permaneciendo en silencio mientras se
concentraba.
—¿Os duele? —preguntó, ignorando la agitación de sus
entrañas.
—Sí —dijo simplemente.
Su valentía lo impresionó. Deseaba saber qué consuelo
ofrecer.
—Hecho —dijo, tirando los tallos antes de limpiarle los
dedos en sus calzas de escudero, dejando vetas negras y
púrpuras. Sus dedos estaban igualmente manchados, pero
parecía que no le importaba.
Con alivio, Luke pateó su montura al galope, apresurándose
a alcanzar a los demás antes de perder el juicio.

Cuanto más se acercaban a la cima de la colina, más bajo se


hundía el sol en el valle que había detrás de ellos, de modo que
sus sombras les golpeaban hasta la cresta. Ante ellos, la única
torre de Heathersgill se alzaba negra contra un cielo de cobalto
al atardecer. Un frío otoñal que se filtraba de las sombras los
había acompañado la última parte de su viaje, haciendo que
todos los jinetes desearan ver el final.
Dos antorchas gemelas iluminaban la puerta exterior del
castillo con un resplandor acogedor. Sin embargo, el empinado
y estrecho camino que conducía a él abrazaba la ladera de la
colina, por un lado, dejando una traicionera caída por el otro.
Con la inclinación, Merry quedó prácticamente sentada sobre
los muslos de Luke, incapaz de poner ni un dedo entre ellos.
Los hombres del Fénix se habían callado mientras guiaban
sus monturas en una sola fila detrás de su líder. Se pegaron al
interior de la carretera, temiendo que un casco extraviado en la
oscuridad pudiera hacer que un hombre y un caballo se
desplomaran a su muerte. Cuando llegaron a lo que parecía ser
la última curva, un grito se elevó cerca del final de la comitiva,
seguido de un relincho aterrorizado.
Luke detuvo a Suleyman y le dio las riendas a Merry antes
de desmontar. Ella, rápidamente, lo perdió de vista mientras
pasaba a su ejército en la carretera. Aguzó los oídos cogiendo
trozos de conversación, hablando con acentos de alarma. Kit
dio un maullido de miedo, y ella se agachó para acariciar su
cabeza, empática con su miedo. Para cuando Luke se reunió
con ella, dedujo que un caballo se había caído por el costado
del sendero.
—Era un caballo de carga —confirmó, empujándola hacia
adelante para hacer espacio en la silla de montar.
Para sus sensibles oídos, parecía enfadado.
—¿Está muerto? —preguntó ella, sintiéndose de alguna
manera culpable. Después de todo, Heathersgill era su hogar.
—Creo que sí. No hay sonidos que vengan de abajo.
Una sensación de desasosiego se apoderó de ella. ¿Y si la
muerte del caballo fuera una advertencia para ella? ¿Un
presagio de que no debía volver? El vello de su cuello se erizó
y, al mismo tiempo, parecía como si una banda de hierro
rodeara su pecho, dificultando la respiración. Sin darse cuenta,
se encogió contra el ancho torso del comandante, obteniendo
consuelo de su solidez.
Demasiado pronto para su incierto estado de ánimo,
llegaron a la puerta familiar de su infancia.
—¡Llamad a la puerta! —exclamó lord Luke. Su voz
resonó en la pared de piedra y en el valle detrás de ellos. Al
mismo tiempo, Erin puso su montura a su lado, listo para tirar
de una cuerda y convocar al guardián en nombre de su señor.
Una silueta cobró vida dentro de la pequeña estructura de la
cabaña del guardia, y una cara apareció en la estrecha
hendidura de madera. Merry reconoció al hombre irascible que
siempre había controlado las puertas. Después de la muerte de
su padre, Edgar los traicionó para mantener su propia cabeza.
Él había guardado las puertas de Ferguson, el temido escocés
que se había convertido en su padrastro.
—¿Quién sois? —gruñó, entrecerrando los ojos en la
noche.
—Soy lord Luke d’Aubigny. Me gustaría hablar con
vuestro amo o ama inmediatamente.
—Un momento, señor, un momento —murmuró Edgar, y
luego desapareció de la vista solo para aparecer un instante
después cuando la pequeña puerta de su caseta de vigilancia se
abrió y salió portando una antorcha. Dando un paso hacia la
montura del comandante, la mirada de Edgar se fijó en su
persona.
—¿Sois vos, bruja? —bramó, haciéndola saltar.
Su corazón empezó a galopar y recordó lo mucho que
detestaba al hombre por haberse inclinado ante su brutal
padrastro. Obviamente, el sentimiento era mutuo. Después de
un sorprendente silencio, la pregunta provocó un murmullo
entre las tropas. Los muslos de Luke se tensaron alrededor de
Merry, aunque su voz traicionó poca agitación cuando repitió
su petición de una audiencia con el señor o la señora de
Heathersgill.
El guardián puso una cara insolente antes de ordenarles que
esperasen. Luego desapareció dentro de su cabaña solo para
reaparecer al otro lado de la barbacana, presumiblemente, para
ir a buscar al senescal y a la madre de Merry.
Merry luchó por conseguir aire, ya que sus pulmones
parecían repentinamente incapaces de expandirse, y escuchó
sus sibilancias. ¿Por qué le había dicho al Luke donde vivía?
—¿Estáis bien, señora? —Luke puso una mano sobre su
hombro y ella se estremeció, queriendo esquivar su toque. Le
quitó la mano inmediatamente, pero, aun así, ella sabía que
tenía la necesidad de saltar de su caballo y correr lejos de
cualquier contacto humano.
—Sí. —Se asfixió al final, aunque su corazón martilleó en
su caja torácica. Sin duda, Luke podía sentirlo a través de su
espalda. Apretó los puños con las palmas húmedas, sintiendo
que se acentuaban los latidos en las plantas de sus pies.
¿Su madre la recibiría en casa?
¿Y adónde iría si no se le permitiera permanecer allí?
Capítulo 4

E speraron lo que parecía una eternidad. Entonces, de


repente, el sonido de unos pies que corrían se podía
escuchar sobre los cascos y la respiración laboriosa de los
caballos. El travesaño rallado y las bisagras de las puertas de
hierro gimieron mientras se inclinaban hacia dentro, revelando
al principio nada más que un negro rectángulo de oscuridad.
Un momento después, una mujer corrió a la luz de la
antorcha acompañada por un hombre con rizos plateados, su
brazo izquierdo en cabestrillo.
Luke conocía la identidad de la mujer por su parecido con
Merry. Aparentemente, ya se había preparado para ir a la
cama, ya que su largo pelo color canela estaba suelto, cayendo
sobre sus hombros y bajando por su espalda mientras corría.
Excepto por las líneas de preocupación que marcaban su cara,
podría haber sido la hermana de Merry.
—¡Madre! —susurró la joven parecida a un duendecillo
que se sentaba tan rígidamente frente a él.
—¡Merry! —gritó la mujer, lágrimas evidentes en sus
amplios ojos tan parecidos a los de su hija.
Luke desmontó. Consciente de lo apropiado, levantó a
Merry de la silla de montar y la puso de pie, ayudándola a
cojear hacia adelante.
—¡Oh, Merry! —La mujer volvió a llorar, abrazando a su
descendencia, envolviéndola completamente en lo que parecía
ser un abrazo de bienvenida. Entonces, sus palabras llegaron a
sus oídos—: Mi querida hija, no deberías haber venido aquí.
Luke vio a su joven carga endurecerse con la advertencia.
Su mirada se deslizó hacia el hombre que había acompañado a
la madre de Merry. El guerrero con cicatrices no se parecía en
nada a Merry. Su cara era un mapa de heridas de guerra,
incluyendo una cicatriz en la boca que le daba una sonrisa
perpetua. El senescal del Asesino, adivinó Luke.
—Lord Luke d’Aubigny —se presentó.
El hombre asintió.
—Os recuerdo de Dunstable y os reconocería de todos
modos por vuestro heraldo —añadió, señalando la bandera del
Fénix. Se inclinó con desconfianza—. Soy Roger de
Saintonge, esposo de esta dama y vasallo del señor de
Helmesley.
—Christian de la Croix —dijo Luke, ofreciéndole una
sonrisa de pesar—. Lo recuerdo bien, pero no a vos, señor,
lamento admitirlo.
Sir Roger asintió como si se tratara de una circunstancia
común.
—Sois bienvenido aquí —dijo—. Por favor, entrad.
La madre de Merry habló.
—¿Qué hay de los que saben de la recompensa? —
preguntó con voz asustada.
—¿Recompensa? —Luke se volvió hacia ella.
La madre de Merry liberó a su hija lo suficiente como para
hacerle a Luke una reverencia.
—Soy lady Jeanette —se presentó—. Vos debéis de ser el
que ayudó a mi hija a dejar el priorato. Os lo agradezco de
todo corazón, pero no es seguro para ella estar aquí.
—¿Cómo habéis oído hablar de esto ya? —Estaba
asombrado de que la noticia de la huida de Merry del priorato
pudiera haber llegado a sus oídos.
La mujer tomó las manos de Merry, las apretó juntas y
luego levantó una en su propio corazón. Sus ojos llorosos
volvieron a mirar a su hija como si se sorprendiera de que
estuviera de pie frente a ella. Fue sir Roger quien contestó.
—Un mensajero llegó hace una hora, ordenándonos que
esperásemos el regreso de Merry. —Dedicó una mirada hostil
a la hija mediana de su esposa—. Supongo que se ha metido
en problemas, ya que la Iglesia ha dado una recompensa por su
regreso.
Merry se mordió el labio, sin palabras. Luke, sin embargo,
no sufrió tal aflicción.
—La priora quería quemar a vuestra hija por hereje —le
dijo a Jeanette, quien jadeó y se cubrió la boca con su mano
libre. A sir Roger le dijo—: ¡No hubo ningún juicio
eclesiástico sancionador! Además, el castigo estaba claramente
fuera del ámbito de la Iglesia. Seguramente, no le negaréis
refugio a una hija de esta casa. —No pudo evitar el tono frío
que se había colado en su voz.
Lady Jeanette habló con la voz llena de emoción.
—No es que no la queramos aquí —le aseguró, incluyendo
a su silenciosa hija en su mirada desesperada—. Solo temo por
su vida. La recompensa mencionada es lo suficientemente
grande como para que cualquier hombre intente
arrebatárnosla. ¡Y tenemos una fortaleza tan pequeña!
Sir Roger puso un brazo sobre los hombros de su esposa.
—Mi esposa ha visto las defensas de este lugar romperse
antes —explicó en voz baja.
Merry aún no había dicho nada y su mirada afligida hizo
que Luke se diera prisa. Recordó su estúpida promesa de
hacerla sonreír de nuevo.
—¿Dónde está Katherine? —preguntó Merry,
sorprendiéndolo con su repentina pregunta.
—Vuestra hermana vive en York donde atiende a vuestra
prima Emma —contestó su madre.
Merry pareció encogerse de estatura.
—Ella no está aquí, entonces —dijo en voz baja, mirando al
suelo como si la última gota de vida se le hubiera escapado.
—¿Qué vamos a hacer? —susurró lady Jeanette,
volviéndose hacia su marido.
—Les dejaremos entrar, por supuesto —respondió sir
Roger—. D’Aubigny y yo decidiremos el mejor curso de
acción. Ven. —Tomó la mano de su esposa e inclinó la cabeza,
haciendo un gesto a Luke y a Merry para que le siguieran—.
Vuestros hombres también son bienvenidos —añadió—,
aunque nuestra guarnición es pequeña.
Luke asintió. Sin embargo, cuando la madre de Merry
intentó tomar su mano y acompañarla, Luke intervino.
—Se hirió los pies en el priorato —explicó. Con un
sentimiento de ternura que se negó a analizar, levantó a Merry
de sus pies sin sentir ninguna resistencia en su esbelto cuerpo
mientras la colocaba en la silla de montar. Tomando las
riendas, guio su montura a través de las puertas de
Heathersgill.
Dos emociones se arremolinaron dentro de él. La primera
era la preocupación por el destino de Merry y la mención de
una recompensa por su captura. La segunda era pura
frustración. Se había esforzado por devolver a la dama a su
casa, dejándose menos tiempo para completar su misión final.
Sin embargo, tenía dudas de que la familia de Merry se la
quitara de las manos. ¿Qué haría con ella, entonces? A su
ritmo actual, su abuelo moriría antes de llegar a Arundel.

Luke se limpió la cara con una mano cansada. Sus párpados


arañaban sus ojos cada vez que parpadeaba, y devolvió la
mirada fija del hombre sentado al otro lado de una mesa baja y
redonda que contenía dos copas de vino a medio beber. Los
ojos marrones de sir Roger no estaban exentos de simpatía.
Estaban ellos dos solos, en un pequeño solar situado frente
a la gran sala. Después de una rápida comida de jamón
ahumado, pan y trucha en salsa de perejil en compañía de la
familia de Merry, sir Roger había atraído a Luke instándole a
probar su mejor vino especiado. Ansioso por terminar la
noche, Luke había aceptado de buen grado.
Sin embargo, deseaba no haberlo hecho. Sir Roger se sintió
obligado a relatar la trágica historia de la vida de Merry con
insoportables detalles. Luke se había enterado de que su
infancia había sido interrumpida por el asedio de un escocés
brutal, un salvaje llamado Ferguson que había matado a su
padre y que obligó a su madre a contraer matrimonio. Lady
Jeanette, como era de esperar, había caído en un estado de
locura temporal, y Merry parecía haberlo hecho también.
—Se convirtió en un animal salvaje —explicó sir Roger—,
usando harapos, manteniéndose en la inmundicia, y echando
maldiciones sobre cualquiera que se enfrentara a ella,
especialmente, a los hombres. Había una mujer que vivía en
las colinas —añadió el caballero—, una mujer astuta con
conocimientos de curación. Ella era la única que podía domar
a Merry. Sarah la hizo aprendiz de su arte. —Sir Roger suspiró
—. Me han dicho que la unión se convirtió más en una
maldición que en una bendición cuando Merry intentó varias
veces envenenar a Ferguson, plantando así las semillas de su
reputación posterior. —El caballero recogió la copa de vino—.
Finalmente, el escocés fue abatido por mi esposa, Jeanette.
Luke sabía que sus ojos se habían ensanchado con asombro
ante la idea de que la gentil dama, tan amable anfitriona
durante toda la cena, hubiera asesinado a alguien.
—Sí —añadió sir Roger asintiendo con la cabeza—. Ella lo
apuñaló en el cuello mientras él luchaba con mi señor.
—El Asesino —murmuró Luke, buscando otro sorbo de
vino.
Sir Roger hizo una mueca de dolor.
—No dejéis que os oiga llamarlo así —dijo—, y tampoco
su encantadora esposa, lady Clarisse, la hermana mayor de
vuestra Merry.
¡Su Merry! Luke casi se ahoga cuando el vino se le atascó
en la garganta. Instantáneamente, una imagen de ellos
enredados y haciendo el amor sacudió su cerebro. La desterró
apresuradamente.
—Merry podría haberse enmendado como hizo su madre —
El caballero mayor continuó diciendo—: Podría haber
recuperado la alegría, pero su destino estaba ligado al de Sara,
y cuando los bebés comenzaron a morir aquí y en los
alrededores, ambas fueron culpadas de ese azote. Mi esposa
llevó a Merry a Monte Grace, salvándola así del juicio, pero
Sara no fue tan afortunada. Fue juzgada por asesinato y
ahorcada.
—¿Tratada como una bruja? —preguntó Luke.
—Sí —aclaró sir Roger—. Aunque mi esposa juró que no
lo era. El único diablo por aquí era Ferguson, y, ciertamente,
hizo su trabajo demoníaco aterrorizando a esta familia. Se
esperaba que Merry redescubriera su tranquilidad en el
priorato —reflexionó, extendiendo los dedos—.
Aparentemente, no lo ha hecho. La Iglesia la ha nombrado
hereje. Se ha ofrecido una recompensa de cuarenta peniques
por su regreso.
—Buen Dios —exclamó Luke. ¡Casi tres onzas de plata por
Merry! La gente saltaría de los árboles y arbustos para tratar
de llevársela.
—Además, aunque los campesinos le profesan amor, es
solo cuestión de tiempo antes de que sea traicionada —terminó
sir Roger.
La preocupación y el resentimiento sacudieron a Luke. No
le gustaba la manera en que se veía envuelto en un dilema que
no era de su incumbencia.
—Ella es vuestra pariente —se oyó a sí mismo decir—,
aunque solo sea por matrimonio. Llevadla a Helmsley donde
su cuñado pueda cuidarla. Dudo que haya alguien dispuesto a
arrebatársela al Ases…, quiero decir, a sir Christian —añadió,
recordando el aspecto intimidatorio de ese guerrero.
Sir Roger emitió otro suspiro ponderoso.
—Sí, tenéis razón. Y lo haría esta misma noche si pudiera.
Sin embargo, la mayoría de mis hombres de armas ya han ido
a Helmsley para servir a mi señor. Lo hacen durante quince
días cada dos meses. Seríamos un pequeño ejército lamentable
contra los espías de la Iglesia y los muchos cazadores de
recompensas. Luego está este maldito brazo mío: fui arrojado
de un caballo. No me duele en este momento, pero es mi brazo
de espada y, por lo tanto, me impide empuñar un arma. Hay
otro obstáculo.
«Por supuesto que sí», pensó Luke de manera poco amable.
Aun así, escuchó cómo sir Roger se inclinaba hacia delante,
lanzando su voz a un nivel de confianza.
—No me atrevo a dejar sola a mi esposa por la noche. Lady
Jeanette sufre horribles pesadillas de las que no puede
despertar. Tampoco puede salir de la torre del homenaje sin
ataques similares. Es una consecuencia de que haya soportado
tanto a manos de ese diablo.
Luke luchó para que no se le notara su desprecio.
Seguramente, una sirvienta podría ser llamada para proteger a
su esposa de sus sueños. Cerró brevemente los ojos y cedió a
la necesidad de apretar los dedos contra la sien.
—¿Qué sugerís? —preguntó, invocando los últimos
resquicios de su habilidad diplomática. Abriendo los ojos,
atravesó al caballero con una mirada—. ¿Reclamamos la
recompensa nosotros mismos y entregamos a la chica? —
Sabía que su tono goteaba de sarcasmo, pero le faltaban los
recursos para suavizarlo.
Sir Roger palideció, su perpetua sonrisa tomando un
repentino giro hacia abajo.
—No —protestó, claramente horrorizado de que Luke
bromeara así—. Mi señora adora a su hija. Haría cualquier
cosa para protegerla.
Salvo escoltarla hasta la misma Helmsley. Luke se prohibió
señalarlo. Tomó el último sorbo de su vino, listo para
descansar en una cama cómoda.
—¿Qué es lo que queréis de mí? —exigió.
Sir Roger le echó una mirada incómoda.
—Os pido que llevéis a Merry bajo vuestra protección al
cuidado de sir Christian —dijo la predecible respuesta—. Ella
estará a salvo bajo el estandarte real, mientras que yo solo
puedo ofrecer una escasa protección.
—Helmsley —gruñó Luke—, se encuentra al sur y al este,
¿no es así? Voy al norte y al oeste hasta Iversly. —Fue un
rechazo tan educado como pudo expresar—. Por orden del rey
—le recordó al anciano.
Sir Roger se encogió de hombros.
—Entonces, debo admitir que solo quedan tres hombres
armados —dijo, confesando un estado de vulnerabilidad
escandaloso—. No dejaré que mi esposa acompañe a su hija.
Tampoco puedo proteger a Merry si se queda. Hay demasiados
que preferirían disfrutar del dinero de la recompensa que de su
compañía.
El desaire a Merry no le pasó desapercibido. Luke sintió
una chispa de indignación.
—¿Quién la defenderá —respondió—, sino su propia
familia?
Sir Roger miró hacia otro lado, reconociendo la pregunta
con vergüenza.
—Mi señor la protegerá —prometió—, cuando ella esté a
salvo dentro de sus muros. Debéis llevarla con vos
dondequiera que vayáis, o, sin duda, la estaréis sentenciando a
morir. Tal vez, cuando hayáis terminado con los asuntos del
rey, podáis llevar a mi hijastra a Helmsley.
Fue un insulto más para Merry, no solo que su padrastro no
le diera protección bajo su propio techo, sino también que la
enviara con un ejército de hombres como si fuera un objeto.
El silencio cayó sobre la acogedora cámara, interrumpido
solo por el suave crujido del brasero. Luke dejó que su mirada
flotase sobre los muebles simples, el tapiz útil, los juncos
limpios en el suelo. Trató de entender lo que había ocurrido en
esta pequeña fortaleza. ¿Cómo es que la niña del medio se
había vuelto tan distante que incluso sus parientes deseaban
lavarse las manos de ella?
Una visión repentina lo asaltó, recordándole que una vez
había estado en una situación similar: un paria entre la gente
de su madre, el hijo de un cruzado que había tenido una mujer
sarracena y un hijo. Si no fuera por el abuelo normando que lo
había buscado y encontrado, probablemente, seguiría viviendo
en Jerusalén, robando para ganarse la vida. O, más bien, habría
sido asesinado por ladrón. En esos tiempos difíciles, su abuelo
había sido la única persona que le había tendido una mano de
bienvenida. ¡Qué diferencia había marcado esa amabilidad!
¡Había pasado de ser un niño de la calle a un comandante de
las fuerzas del rey de Inglaterra!
Conociendo la transformación que una persona podía hacer
en la vida de otra, Luke se dio cuenta de que no podía darle la
espalda a ese asunto, sin importar las molestias. Merry no era
muy diferente de los huérfanos que había recogido de varios
pueblos de Europa desde que empezó a disfrutar de su propio
cambio de fortuna. La ayudaría como a tantos otros,
manteniendo así vivo el espíritu de esperanza que su abuelo le
había inspirado.
Su abuelo, que en ese momento se estaba muriendo.
Levantó los ojos hacia el hombre sentado frente a él. La
lealtad de sir Roger era hacia su señor, a quien había enviado
la mayor parte de su ejército. Su siguiente preocupación era
con su esposa, cuya fragilidad protegía. Después de todo, no
era debilidad lo que mostraba, sino fidelidad al deber. Y el
deber, por muy atormentador que fuera, era algo que Luke
entendía.
—¿Está sir Christian en guerra? —preguntó por curiosidad.
El caballero agitó la cabeza.
—Necesitaba manos para reconstruir Glenmyre, otra de sus
fortalezas.
—Ah. —Luke se sintió golpeado. Cada músculo de su
cuerpo sufría de fatiga, por lo que no quería más que un
camastro en el que tumbarse. Si para ganar una cama tenía que
hacer un juramento de escoltar a lady Merry a Helmsley, que
así fuera.
Golpeó la mesa con la palma de su mano, haciendo que sir
Roger se sobresaltara, su brazo en cabestrillo flexionándose
como si fuera a coger una espada.
—La llevaré a Helmsley —gruñó Luke, antes de empujar
su silla. Se levantó abruptamente, sin importarle si sus
acciones eran groseras. Este hombre ya le había pedido
demasiado y no le había dado ni una palabra de
agradecimiento por rescatar a su hijastra.
Ahora que lo pensaba, Merry tampoco le había dado las
gracias.
Sin embargo, cuando sir Roger se dirigió hacia la puerta,
finalmente, murmuró una palabra de gratitud. Luke frunció el
ceño, ya que parecía que el hombre solo había mostrado
aprecio una vez que supo que Merry estaría fuera de sus
manos por la mañana. Luke se encontró a sí mismo
preguntándose si el Asesino sería igualmente reacio a tomar a
la hereje condenada bajo su protección.

El sueño se le escapaba.
Luke miró el dosel de la cómoda cama que le habían dado y
se enfureció en silencio. Su cuerpo yacía inmóvil, exhausto,
pero su mente estaba llena de resentimiento. Ya estaba
apremiado por el tiempo y se retrasaría varios días más. Había
arriesgado mucho para salvar a la dama de la hoguera y, aun
así, se había visto obligado a desviarse más de su camino en su
nombre. Mientras tanto, su abuelo enfermo esperaba
diariamente su regreso.
Se puso de costado y le dio un puñetazo a la almohada. Una
cinta de luz de luna se deslizaba a lo largo de la grieta de las
cortinas de su cama, indicándole que las contraventanas de la
ventana debían de estar entreabiertas. Quizás dormiría mejor
con la luz bloqueada.
Tiró las sábanas hacia atrás y se arrastró hacia la ventana.
Por supuesto, una de las contraventanas se había abierto.
Mientras la cerraba, una fría ráfaga de viento le atravesó el
pecho. Haciendo una pausa, y por costumbre, observó las
paredes y los tejados de abajo. No pasaba nada malo. Estaba a
punto de cerrar la contraventana cuando un movimiento cerca
de la torre del homenaje le llamó la atención.
Luke metió un hombro por la rendija de la ventana y miró
hacia abajo. Su habitación, situada en el tercer nivel de la torre
del homenaje, ofrecía una vista aérea de las paredes de piedra
que había debajo de él. Algo blanco estaba siendo bajado por
la ventana directamente debajo de la suya. Una cuerda,
adivinó, mirando su descenso. No, era una sábana.
Intrigado, observó hasta que la sábana se detuvo a solo
unos metros del suelo. Obviamente, alguien tenía la intención
de dejar la torre del homenaje por la ventana. Recordando la
recompensa por la captura de Merry, el pulso de Luke se
aceleró inmediatamente. Retrocedió de la ventana lo suficiente
como para meter los pies en las botas y coger su espada.
Volviendo a la ventana, se preguntó si debía esperar y
observar, o apresurarse a bajar las escaleras y enfrentarse a su
secuestrador. Confrontar, decidió, preocupado por el estado
actual de Merry. Su agresor habría tenido que atarla
fuertemente y amordazarla o golpearla en la cabeza para
asegurar su silencio. De lo contrario, ¿cómo podría alguien
transportar a una mujer retorciéndose por una cuerda de
sábanas anudadas?
Justo cuando estaba a punto de salir de su habitación, una
visión de dos piernas bien formadas, vestidas con calzas de
niño, salió por la ventana que tenía debajo de él. La silueta
dulce que le siguió era inconfundible. Mil posibilidades
aguijonearon su mente mientras la cabeza y los hombros de
Merry aparecían con un montón de cosas atadas alrededor de
su cuello y colgando bajo su brazo izquierdo.
Cuando se acercó a la cuerda improvisada, Luke se dio
cuenta de que ningún villano estaba forzando a Merry a salir
por la ventana. Se iba voluntariamente, de la manera más
atrevida y temeraria posible.
Con horror tardío, pensó en los nudos que podrían
deshacerse y en la tela que podría rasgarse. Merry colgaba dos
pisos por encima del patio empedrado, las sábanas moviéndose
por debajo de ella como la cola de un gato. Y pensando en un
gato, estaba seguro de que había oído un maullido
amortiguado que salía del bulto de su espalda.
A punto de gritar su nombre, se silenció a sí mismo. No, no
debería asustarla en este momento. Abandonando su
habitación, bajó a toda velocidad por un pasillo negro como el
carbón. Iba hacia la habitación de Merry para levantar la
sábana él mismo.
Localizando su recámara, agarró el pestillo y le dio un
empujón a la puerta, pero no se movió. La había asegurado
desde adentro.
Tendría que interceptarla afuera. El miedo agudo le
atravesó la columna vertebral. ¿Y si se caía antes de que él
llegara? ¿La encontraría abajo con los huesos rotos? O peor,
¿con el cráneo roto?
La imagen lo atormentaba, haciéndolo temerario en las
escaleras de la torre, de modo que casi se rompe el cuello antes
de salir de la torre del homenaje. Mirando a su alrededor,
recuperó el aliento. ¡Por los ojos de Dios! Estaba en el lado
equivocado del edificio.
Corriendo a su izquierda, rodeó el edificio. Para su
consternación, la sábana colgaba y se movía como un
fantasma delgado, pero no había señales de Merry. Su mirada
se dirigió al patio. Estaba vacío. Durante los pocos segundos
que había corrido por las escaleras, ella había vuelto a subir o
se había deslizado hacia abajo y se había perdido en la noche.
Apostaría por lo último. Sin embargo, no podía ver ninguna
señal de ella. ¿Por dónde perseguirla?
Cruzando el patio y con el aliento sobresaliendo en el
silencio, se preguntó por primera vez adónde iría la dama. Ella
le había dicho una vez que buscaba hierbas a la luz de la luna,
pero, seguramente, no estaba haciendo tal cosa en este
momento tan delicado de su vida.
El instinto lo llevó hacia la salida de la torre del homenaje.
Con cautela, su constante compañera, se mantuvo en las
sombras sintiendo el peligro en esta salida de medianoche. La
piel de gallina onduló sobre su pecho desnudo, haciéndole
desear haberse detenido para ponerse una túnica o, al menos,
su camisa de lino.
En sus entrañas sabía que Merry estaba huyendo. Ella no se
había mostrado contenta de regresar a Heathersgill y,
seguramente, la cautelosa bienvenida de su madre, sin
mencionar el deseo de su padrastro de que se marchara
rápidamente, había sido una amarga decepción.
Al recordar su mirada afligida, Luke respiró
repentinamente. Sí, ella estaba huyendo, ¡tonta! ¿Dónde, en el
nombre de Dios, pensaba que podía esconderse y estar a
salvo? Se agachó a través de las sombras de la puerta interior
del patio sin sorprenderse de encontrarla ligeramente
entreabierta. Aceleró su paso, intentando interceptarla antes de
que llegase demasiado lejos. De repente, se detuvo.
¿Por qué debería ir tras ella? Por su bien, se le había pedido
que fuera a Helmsley. ¿Y si el Asesino la rechazaba cuando
llegaran? ¿Qué haría con Merry, entonces?
Tal vez, podría ir a un lugar mejor. Quizás conocía un lugar
más seguro fuera de estas paredes. Sus pensamientos se
desintegraron y volvió a la razón. Estaban aislados en
Cleveland Hills sin ningún vecino cercano. Si intentaba vivir
como una ermitaña, sufriría frío y hambre, y quedaría sujeta a
cacerías implacables por parte de aquellos que buscaban la
recompensa. Y no tenía ninguna duda de que al final la
atraparían. Un pensamiento aún más espantoso congeló su
sangre: puede que se quitara la vida antes de eso. Después de
todo, ella había expresado el deseo de morir.
Comenzando a moverse de nuevo, estaba casi en la puerta
principal cuando el sonido de las voces lo hizo agacharse
detrás de una carreta. De los dos tonos de disputa, las palabras
beligerantes de Merry le llegaron claramente.
—Atrás, Edgar. Quiero irme.
El guardián respondió con una vehemencia áspera.
—Así es, os vais. Fue vuestra culpa, bruja, que perdiera a
mi único hijo. Murió junto con el resto de niños.
—Yo no maté a vuestro hijo. —Esta vez la voz de Merry
fue lanzada con una nota de arrepentimiento—. Sarah y yo
hicimos todo lo posible para salvar a los niños. Fue una
enfermedad la que se los llevó.
—Mentís. Recuerdo cuando me echasteis una maldición…
—¡Eso fue por traicionar a mi padre! —Su tono subió tan
bruscamente como había caído—. Os inclinasteis ante
Ferguson para salvar vuestra miserable cabeza. Traicionasteis
a mi familia…
—¡Y vos os llevasteis la mía! Os entregaré a la Iglesia y
nunca me arrepentiré.
Decidiendo que era el momento de intervenir, Luke
apareció de entre las sombras y llegó a los dos a tiempo para
ver a Edgar agarrar el brazo de Merry. Su gato saltó del fardo
con un maullido de alarma.
—¡Soltadla! —ordenó Luke. Demasiado tarde, vio el
brillante reflejo de una corta espada en la mano del guardián.
—Apartad —gruñó el guardián—, o derramaré sus entrañas
sobre el suelo. —Presionó el cuchillo contra el abdomen de
Merry.
Al reconsiderar su enfoque, Luke protestó:
—No recibiremos ninguna moneda por su muerte, buen
hombre.
—¿Qué? —Edgar balbuceó.
—Sí, voy tras la recompensa, igual que vos.
El guardián miró con desconfianza.
—Pero fuisteis vos quien la trajo aquí.
—Cierto —admitió Luke—. Pensé que su familia pagaría
por llevarla a salvo a casa, pero no me darán ni un centavo por
todas mis molestias. —Bajó su espada—. Me gustaría
entregarla a la Iglesia. Al menos, pagarán. —Escuchó el
aliento de Merry y se arrepintió un momento de este
subterfugio que la había asustado—. Puede que vos y yo
lleguemos a un acuerdo —propuso, observando atentamente la
expresión de Edgar.
—¿Qué queréis decir?
—Si desaparecéis con la hija de esta casa —razonó Luke—,
vuestro amo sabrá que os la llevasteis. No podréis regresar.
Cuando me vaya mañana, me la llevaré. Puedo esconderla para
que nadie se entere. Os daré treinta peniques ahora y solo
ganaré diez.
—¿Tenéis treinta peniques? —preguntó con desconfianza.
—En mi cámara. Iré a buscarlos enseguida. Vamos —
exhortó Luke—, no tenéis nada que perder.
—¡Canalla! —gritó Merry repentinamente—. ¡Pensé que
erais diferente! —Luchó contra el agarre de Edgar, sin tener en
cuenta que la hoja le rasgaba el vientre.
Luke luchó por mantener una expresión descuidada.
—Señora —fingió burlarse de ella—. Soy un mercenario de
oficio. Deberíais saber que solo trabajo por dinero, ya sea del
rey o de otro modo, y vuestra familia no me ha ofrecido nada.
—Esperaba que ella lo reconociese como una verdadera
mentira, pero su cara solo reflejaba indignación.
Se volvió hacia el guardián.
—Vamos, ¿tenemos un trato? Treinta peniques para vos y
diez para mí.
La cara de Edgar temblaba de codicia.
—Trato hecho —dijo—. Id a buscar mis monedas.
Retendré a la bruja hasta entonces.
—Si lo preferís… —Luke se encogió de hombros. Puso su
espada en su mano izquierda y extendió la derecha como si
estuviese listo para cerrar el trato—. Os agradezco que la
hayáis atrapado —añadió con una sonrisa agradable—. Casi se
me escapa.
Edgar cayó en su trampa y buscó el apretón de manos de
Luke. Dejando caer su arma un poco, alcanzó el apretón de
manos de Luke solo para dar un grito cuando Luke lo apartó
de Merry y lo arrojó contra la pared. El golpe sonó como un
crujido que le sacudió los huesos, y Edgar perdió su espada
que voló de sus manos y se estrelló contra las losas.
—Sostened esto —pidió Luke, poniendo la empuñadura de
su espada en las heladas manos de Merry. Giró justo a tiempo
para cumplir con el encargo del guardián.
Con un rugido, Edgar se abalanzó sobre Luke y los dos se
estrellaron contra la pared de enfrente. Luke levantó los brazos
y golpeó a Edgar derribándolo y dejándolo de rodillas. Un
corte en la parte superior en la mandíbula hizo que el guardián
se tambaleara hacia atrás donde cayó en un desmayo mortal.
Después de la lucha, Luke se detuvo para frotarse los
nudillos doloridos. Luego cuadró los hombros, se palpó
brevemente las costillas rotas y se giró. Para su consternación,
se encontró mirando la punta de su propia arma.
Merry sostenía la espada ante ella, necesitando ambas
manos para mantenerla en alto. Su objetivo era apuntar
directamente a la barbilla de Luke.
—No hay necesidad de eso —dijo.
Tembló tanto que la luz de la luna bailó en la punta de la
hoja.
—Debería mataros ahora —contestó entre dientes.
Su comportamiento tenso le pareció aún más alarmante.
Esta era la Merry que deseaba haber muerto en la hoguera.
Esta era la Merry que se habría ensartado con su espada si no
la hubiese detenido.
—¿De qué serviría eso? —preguntó.
—Libraría al mundo de otro bruto amante de la guerra —
contestó ella.
—Ah —dijo—. Bueno, matadme si es necesario. Sin
embargo, no quedará nadie para llevaros a Helmsley.
La punta de la espada vaciló.
—Dijisteis que me ibais a entregar.
Él suspiró.
—¿Ni siquiera ahora confía en mí, señora? Sabéis que no
soy un mercenario. —La miró desde su alta posición—. Esta
noche le prometí a sir Roger que os llevaría a Helmsley, y
mañana os llevaré allí.
—¡No quiero ir a Helmsley! —gritó ella, bajando la espada
hasta que su punta se apoyó en los adoquines—. ¡No quiero ir
a ningún lado más que a las colinas para que me dejen en paz!
Su mirada cayó sobre el bulto que aún tenía bajo su brazo.
—Entonces, ¿tenéis lo que necesitáis? —preguntó sin
pasión—. ¿Un abrigo pesado? ¿Alimento suficiente para
atravesar las nieves? ¿Un pedernal para encender el fuego,
suponiendo que encontréis leña? ¿Un arco y flechas para
cazar, un cuchillo afilado y una olla? Veamos, ¿qué me he
olvidado?
Era obvio que el fardo que llevaba Merry no tenía casi
nada, quizás algo de comida y un poco de vino. La duda
arrugó su frente. En ese momento, Kit salió de entre las
sombras y comenzó a rodear los pies de Luke.
—Ah, sí, el gato. Debéis tener el gato —terminó con
sequedad, agachándose para recoger al animal aturdido que
permaneció rígido mientras cerraba la distancia entre ellos y lo
empujaba a sus brazos. Al mismo tiempo, cambió suavemente
a Kit por su espada.
Acariciando sus delgadas y frías manos en el intercambio,
recordó lo agradable que se había sentido al tenerla entre sus
piernas durante las horas de cabalgata. Un impulso por
estrecharla contra él y no soltarla se apoderó de él.
Ignorándolo, le hizo señas hacia la puerta.
—Idos, entonces. Edgar no va a deteneros ahora.
—¿Qué hay de vos? —Su pregunta fue temblorosa.
—¿Qué hay de mí?
—¿No me detendréis?
Extrañamente, sonó más como un alegato que como
cualquier otra cosa. Cruzó los brazos sobre el pecho.
—No, ¿por qué iba a hacerlo? Esto me salvará de tener que
abandonar mi camino para ir a Helmsley. —Se sintió bastante
cruel por señalar ese hecho, aunque era descaradamente cierto.
—Por supuesto —dijo ella, y él vio como su rostro se
transformaba en una máscara desafiante y decidida—. Os
agradezco que hayáis quitado a Edgar de mi camino.
Cuando ella dio un paso atrás, él la vio hacer un gesto de
dolor. Su mirada cayó sobre las botas que ella llevaba,
obviamente, puestas para proteger sus plantas quemadas.
¿Hasta dónde pensaba que llegaría en un estado tan
lamentable? La incertidumbre lo pellizcó de nuevo. ¿Debería
detenerla?
Entonces, la razón se reafirmó. Realmente, no tenía tiempo
para llevarla al castillo del Asesino, no cuando su abuelo
estaba tan enfermo.
—Tengo que irme antes de que me encuentren. —Se dio la
vuelta y caminó con una extraña cojera hacia el patio exterior.
Sin moverse, Luke vio a Merry bajar al gato,
aparentemente, confiando en que se mantendría cerca, y luego
empezó a luchar con el pesado travesaño de hierro. Por fin, fue
a ayudarla, deslizando la barra hacia los lados y abriendo la
puerta él mismo.
Se deslizó por la abertura sin hacer ruido, el gato a sus pies.
Parado en la entrada, Luke vio cómo su forma se
transformaba en una sombra mientras descendía por el
empinado camino de carros. Instantáneamente, supo que no
dormiría el resto de la noche, no mientras pensaba en su
tropiezo con ella en la empinada cima. Pasándose una mano
por el pelo por segunda vez en unos minutos, casi la detuvo
por la fuerza. Los lobos, sin duda, merodeaban por las colinas
que ella había mencionado, y lo que era peor, pícaros y
ladrones. Y cazarrecompensas.
—¿Estáis segura de que no preferís vivir en Helmsley? —le
preguntó antes de poder morderse la lengua.
La oscura y sombría forma se detuvo.
—No, lord Luke, preferiría no hacerlo. —Volvió a caminar.
—Merry. —Volvió a llamarla, haciéndola detenerse una vez
más. Deseaba poder ver sus ojos o su boca—. ¿Qué hay de
vuestra otra hermana y vuestra prima en York?
Dudó y luego le contestó.
—No sé nada de la gente de esta prima de mi madre, creo.
Y mi hermana es solo una niña. No, yo no llevaría mis
problemas a su puerta.
Mujer testaruda. Ella pensaba que vivir en la selva era
preferible a vivir con extraños en York o bajo el techo del
Asesino.
—Si cambiáis de opinión —dijo, dándose cuenta de que
esperaba que ella lo hiciera—, encontradme en el camino de
las carretas al amanecer. —Por lo que él sabía, era la única
forma de salir de la cima.
Creyó haberla visto asentir con la cabeza. Sin embargo, sin
respuesta, se dio la vuelta y se fundió en la oscuridad. Luke
miró fijamente el lugar donde ella se había detenido,
impresionado por la idea de dejarla caminar hacia su muerte
prematura o, en el mejor de los casos, hacia una vida de
persecución. Por lo que él sabía, ella no se lo merecía.
Se maldijo a sí mismo, pues había estado pensando de
manera egoísta al preocuparse más por las molestias de su
retraso que por su vida. Su abuelo estaría decepcionado; estaba
seguro. Corriendo unos metros hacia la oscuridad, la llamó.
—¡Merry! —La salvaje e irregular ladera estaba desierta—.
¡Merry! —gritó de nuevo—. Vuelve.
Si ella lo escuchó o no, no se dio cuenta. Su propia voz fue
todo lo que regresó, un eco burlón. Los insectos cantaban en la
hierba alta mientras él permanecía de pie disgustado consigo
mismo. Maldita sea. Sin embargo, no podía haber ido muy
lejos. Él la recuperaría. Entonces, la tímida luna se escondió
detrás de una nube, dejando las colinas envueltas en una
oscuridad antinatural. Recordando el destino del caballo de
carga, volvió a la puerta. El aire exterior era muy frío contra su
piel.
No estaba preparado para perseguirla con el pecho desnudo
y sin antorcha. En cualquier caso, conocía el terreno mucho
mejor que él y podía esconderse fácilmente. Quizás, el destino
estaba decidiendo por él. Caminó lentamente hacia la torre del
homenaje. Mejor fingir ignorancia sobre el asunto de su
desaparición y volver a su cama. Al amanecer, se pondría en
camino, ya no se retrasaría más. Si la familia de Merry sufría
por no saber dónde estaba la señora, la culpa era de ellos por
no cuidarla, razonó.
Entrando en el pasillo exterior, Luke cerró la puerta, luego
cambió de opinión y dejó el travesaño sin trabar por si ella
regresaba. Pasando por encima del todavía inconsciente Edgar,
Luke volvió sobre sus pasos, pero su progreso parecía lento.
Siempre se había creído un hombre íntegro, pero el sabor
amargo de la aversión hacia sí mismo se burlaba de él al decir
que no era nada de eso.
Con pies de plomo rodeó el edificio, manteniendo la mirada
desviada para no ver las sábanas colgantes cuando cruzó el
patio interior. Una vez en su habitación, se sentó pesadamente
sobre la cama y se quitó las botas. A través de la ventana
abierta, la inconstante luna salió de su escondite y desapareció
de nuevo. Parecía un símbolo de Merry y de la incertidumbre
de si pasaría la noche ilesa.
Con un gemido de cansancio, se desplomó de nuevo sobre
el colchón, casi inmediatamente cayendo en sueños llenos de
horribles visiones de Merry deslizándose por la ladera de la
colina hacia las rocas de abajo. Varias veces se despertó
sudando, saltando para acechar por la ventana y mirar hacia
abajo, hacia su cuerda improvisada, enfermo del corazón por
verla colgando todavía.
«Esta es mi penitencia», reflexionó, porque hasta esta
noche nunca había roto un voto.
Capítulo 5

A currucada y con el gato en su regazo, Merry se consoló


con el ronroneo gutural de Kit mientras intentaba
calentarse. La planta de sus pies ardía, no de calor, sino con
punzadas que la dejaban sin aliento. Se había puesto de
espaldas contra una roca con la esperanza de que su anchura la
protegiera del viento que silbaba colina abajo y tiraba de su
exigua ropa.
«Qué tonta soy», se lamentaba por dentro. Todo había
cambiado en tan solo cinco años, transformando las colinas en
un país extranjero. El frío la había cogido desprevenida. Solo
tenía a su gato para calentarse y no una capa, como había
señalado sabiamente Luke.
Se dio cuenta de lo mal que había planeado su futuro.
Cinco años antes las colinas habían sido su refugio contra
los soldados de Ferguson. El terreno rocoso parecía seguro
comparado con la amenaza que representaban sus hombres.
Sin embargo, Luke tenía razón al haberla llamado cuando se
marchaba, sin importar cuán poco entusiasmado lo hiciera.
Ella había echado un último vistazo a su oscura silueta
contra la puerta y, por el más breve instante, él había fingido
que, realmente, deseaba su regreso. Quizás, la sensación de
compañía que había sentido al compartir su silla de montar era
algo que él también había experimentado.
Luego se había movido rápidamente por el empinado
camino y si él la había llamado de nuevo, ella no lo había oído
por encima de los vendavales racheados. Sin duda, se había
alegrado de que se fuera. Como él había dicho, podía
continuar con su misión sin las molestias de su persona.
Sin embargo, ¿por qué había desafiado a Edgar, viniendo a
su rescate como un salvador con el pecho desnudo? De todos
modos, una vez que Edgar fue sometido, Luke había estado
dispuesto a lavarse las manos de ella. La traición se extendió a
través de su ser, tan amarga como el ajenjo. Se estremeció por
el frío, golpeada hasta la médula por la profundidad de su
aislamiento. De la familia, de los amigos, de cualquier
comunidad, incluso echaba de menos a sus hermanas del
mísero convento.
«Sé fuerte», se aconsejó a sí misma. Aunque su madre la
había acogido con beneplácito, el miedo de Jeanette había sido
palpable e inquietante. Claramente, ella quería que su hija se
fuera, ya fuera por su seguridad o por la de la gente de
Heathersgill.
Además, el hecho de que su hermana menor no estuviera
allí había sido un golpe decepcionante. Tal vez, Katherine se
había vuelto demasiado obstinada para que sir Roger la
manejara. Merry sonrió un poco. Sí, Katherine era un espíritu
salvaje. Quizás, debería ir a su casa en York, y las dos podrían
encontrar una manera de ganarse la vida.
La fantasía murió rápidamente. La presencia de la Iglesia
era abrumadora en York. Deteniéndose en una relajante caricia
a Kit, Merry reconoció en silencio que no tenía un concepto
real de lo que se sentiría al ser cazada por una recompensa. De
ser una presa. Sus oídos se aguzaban con cada sonido. Cuando
dos ciervos salieron corriendo de un matorral cruzándose en su
camino y desapareciendo, casi saltó de su piel. Eventualmente,
alguien la encontraría. Era inevitable, y no deseaba arrastrar a
su hermana menor al peligro de estar en su compañía.
Solo lord Luke, con sus guerreros armados unidos bajo su
poderoso heraldo Fénix, parecía capaz de protegerla de la
persecución. Pero ella tampoco lo necesitaba. Por la mañana,
si aún no se había congelado, recogería más bayas de saúco
para sus pies, y luego, con la primera luz del amanecer,
buscaría la cabaña excavada en la roca de Sarah y se
aprovecharía de los bienes que aún quedaban, como mesas y
sillas, utensilios de cocina, botellas de hierbas y polvos.
Encendería una hoguera para calentarse y hacerse un hogar.
Con tal visión para darse valor, Merry cerró los ojos y soñó
con su vida futura. De hecho, ella sabía que estaba soñando
cuando Sara pisó entre las rocas y se colocó a su lado,
cubriéndola con el calor de su manto de lana. El olor a ceniza
de madera, pino y tanino se aferraba a ella, haciendo que su
presencia pareciera real.
—Merry, no debes tratar de vivir como yo —advirtió Sarah,
su voz áspera con la edad—. No es tu camino a seguir.
Merry estaba en la gloria con el calor que brotaba del
manto de su mentora.
—Quiero ser tan buena como tú —le dijo con el alma gentil
—. Quiero curar a los enfermos.
—Lo harás —le prometió—, pero no aquí.
—No hay lugar para mí más que en las colinas —se
lamentó Merry.
—Sí, lo hay —insistió Sarah—. Con el que te salvó. Ve al
camino de las carretas al amanecer.
Ella supo entonces que su sueño era su propio deseo. Ver a
Luke de nuevo. Para sentirse segura.
—Él no me quiere a su lado.
—Quizás —admitió Sarah—. Aun así, te necesita, hija mía.
Sin ti, seguramente sufrirá algún daño.
De repente, no había nadie a su lado más que Kit frotando
su cabeza contra ella, maullando en voz alta, mientras la
palabra «daño» resonaba en sus oídos. Comenzó a despertarse,
su corazón latiendo rápidamente. El resplandor plateado en la
parte superior de las rocas la sorprendió. Había dormido toda
la noche. Ya había amanecido, el cielo despejado traía la
promesa del buen tiempo.
Se levantó con las rodillas temblorosas, preguntándose si su
sueño era una mera alucinación o una señal que la guiaba
hacia su destino. ¿Los Fénix van a sufrir un daño? Se dio
cuenta de que no podía soportar la idea, no cuando él ya la
había salvado más de una vez, no cuando ella no le había dado
las gracias.
Tomando una decisión repentina, Merry llamó a Kit para
que la siguiera y se apresuró en dirección al barranco. Las
plantas de sus pies protestaron levemente. Gracias a los santos,
porque si quería interceptar a Luke en el camino de las
carretas, tendría que moverse con rapidez.

Luke se rascó la nuca en un vano esfuerzo por apaciguar los


pinchazos que sentía allí. Dejar Heathersgill sin conocer el
paradero de Merry le puso dolor de estómago.
El rostro angustiado de lady Jeanette había sido su
perdición esa mañana. Había sentido una confesión arder
repetidamente hacia su lengua, pero se la había tragado,
incluso cuando la buscaron tanto por dentro como por fuera
del castillo. No había dejado rastro.
Todos asumieron que alguien había secuestrado a Merry
por el dinero de la recompensa, y todas las señales apuntaban
al guardián, que había huido durante la noche. Sin duda, Edgar
se había ido para evitar que Luke revelara cómo el hombre
había tratado de cambiar a la hija de su ama por una moneda.
Por parte de Luke, se alegró de no tener que mirar su rostro
resplandeciente o, lo que era peor, oírle acusarlo a él de la
misma conspiración. En cambio, un joven de constitución
robusta abrió la puerta y, después de que Luke y sus hombres
bien descansados pasaran por allí, la cerró una vez más sobre
la atribulada casa.
Con la tarea infructuosa fuera del camino, Luke intentó
desterrar a Merry de sus pensamientos. Apenas podía entender
que la había llevado hasta allí para que huyera. Aun así,
mientras conducía a sus hombres por el camino sinuoso, se vio
a sí mismo mirando esperanzado en cada curva. Miraba al
cielo, temeroso de los buitres, y giraba rápidamente la cabeza
hacia el más mínimo sonido.
¿O se alegraba de haberse deshecho de ella o la quería de
vuelta? ¿Cuál era la respuesta? Apretó la mandíbula con asco.
El recuerdo de sus ojos verdes como el musgo lo perseguía. Su
olor a hierbas se había aferrado a su camisa, atormentándole
con la agonizante posibilidad de que ella ya estuviera muerta.
«Olvídala», se ordenó a sí mismo. Tenía suficientes asuntos
en su mente sin tener que preguntarse si una mujer podría
sobrevivir sola en Cleveland Hills.
Sin embargo, al acercarse al pie de la gran colina sin
señales de ella, su consternación aumentaba con cada paso que
daba Suleyman. Habían pasado más allá del punto en el que
Merry podría interceptarlos. Frunció el ceño. Probablemente,
ella estaba a salvo en el bosque que conocía tan bien,
escondida…. fría y hambrienta.
¡Las heridas de Dios! Con los dedos temblorosos se frotó
los ojos llorosos e intentó recomponerse. Acababa de bajar la
mano cuando la cabeza de un caballo apareció en la siguiente
curva. «No es Merry», se dijo a sí mismo, incapaz de aplastar
una pizca de esperanza. Pero cuando el resto del camino se
hizo visible, se dio cuenta de que era, en efecto, Merry.
La alegría saltó sobre él y espoleó a su propia montura al
galope, casi atravesando el espacio entre ellos para abrazarla.
Aunque su pelo estaba despeinado y lleno de hierba, podía ver
una luz que brillaba en sus ojos, una chispa que no había visto
antes. Y sus pómulos eran como manzanas rojas, como si
hubiera cabalgado duro para saludarlo.
No podía contener la sonrisa que se apoderó de los bordes
de su boca. Para su asombro, la dama le devolvió la mirada
con una deslumbrante sonrisa propia, haciendo que se quedara
sin aliento en la garganta.
—¿De dónde habéis sacado el caballo? —Escupió las
primeras palabras que llegaron a sus labios, cuando sus
soldados los alcanzaron.
—Es vuestro. —Se inclinó hacia adelante para acariciar el
cuello de la yegua—. La encontré en el barranco. Apenas está
herida, salvo algunos arañazos en la rabadilla y una ligera
cojera. Lamento tener que montarla, pero no quería perderos.
Después de esa breve explicación, se mordió el labio
inferior con expresión incierta. Tal vez pensaba que él podría
rescindir su oferta. Debería haber reconocido las marcas del
animal o, al menos, las alforjas, pero estaba totalmente absorto
en Merry, que se sentó delante de él cuando pensó que nunca
más volvería a poner los ojos en ella. Parecía que no podía
arrancar la mirada de sus blancos dientes mordiéndole el labio
inferior.
—¡Sir Pierce! —exclamó Luke, volviéndose para
enfrentarse a su asombrado mariscal de campo—. Mirad, es el
caballo que perdimos anoche. Lady Merry lo encontró en el
barranco.
Un murmullo de asombro se extendió por los soldados. Los
hombres instaron a sus monturas a que se acercaran para
inspeccionar el caballo, y más de unos pocos levantaron la
vista para evaluar también al jinete. Merry se sintió
visiblemente inquieta ante la atención.
—Debe de ser una bruja para levantar un caballo de entre
los muertos —dijo uno de sus hombres.
Varios otros corearon su comentario.
—Sí, una bruja.
Merry, que ya había sido acusada antes de ello, guardó
silencio, aunque el color parecía desprenderse de su cara. Luke
solo podía poner los ojos en blanco ante tal ignorancia. Con
qué facilidad la semilla de la superstición podía echar raíces y
florecer. Esta semilla en particular, sin embargo, podía ser muy
peligrosa, y estaba decidido a no dejarla florecer en sus filas.
Tirando de las riendas de Suleyman, Luke se volvió para
mirar hacia el pequeño grupo. Observando a sus soldados
emitió una advertencia:
—¡No toleraré que se hable así! ¿Está entendido? —Se
detuvo, abarcando con los ojos a tantos individuos como
pudiese ver su mirada—. Es solo por la gracia de Dios que el
caballo vive. Deberíais agradecerle a lady Merry que no
hayamos perdido nuestro paquete de suministros.
Su declaración fue seguida de un silencio absoluto. Los
hombres le miraron con asombro. No era propio de él
reprender. Siempre se lo dejaba a sir Pierce, mientras que él
seguía siendo su frío y sensato líder. Sin embargo, no se
arrepintió ni un ápice de su despliegue de carácter, con su tono
alto e inusual. Se volvió abruptamente hacia Merry, con el
control recuperado otra vez.
—Os agradezco lo del caballo. Enviaré a un jinete de vuelta
inmediatamente a vuestra familia con la noticia de que os
hemos encontrado. —Luego, en un tono enérgico de
desagrado, añadió—: Vuestra madre estaba muy angustiada
por vuestra ausencia.
Sus ojos se oscurecieron como si estuvieran magullados, y
sufrió remordimientos instantáneos por castigarla. ¡Jesús! Qué
curioso fue regañarla cuando era él quien le había abierto la
puerta para que huyera; sin embargo, el miedo de su madre
había sido crudo y palpable, y contagioso. Su propia
preocupación de que ella hubiera sucumbido a los elementos
tenía algo que ver con su persistente irritación.
Despachando a un hombre de vuelta a Heathersgill con la
noticia de que la habían encontrado, él miró al cielo, cerró los
ojos un momento para recibir orientación y decidió qué hacer
a continuación.
Volviéndose hacia sir Pierce, le dijo:
—Debemos ir directamente a Iversly. Cuando terminemos
allí, llevaremos a lady Merry a Helmsley en nuestro camino
hacia el sur, y no antes. No podemos permitirnos más retrasos.
Merry actuó como si hubiera hablado con ella.
—¿Entonces me llevaréis con vos?
Se giró para mirarla fijamente, notando que la luz de sus
ojos volvía.
—Sí, pero el tiempo es importante para mí.
—No seré una carga para vos —prometió con prisas—. Me
apartaré de vuestro camino.
Escondió su escepticismo detrás de un suave asentimiento.
—Tendréis que cabalgar conmigo si ese caballo tiene un
esguince —dijo—. Erin, agregad el paquete de la yegua a
vuestras alforjas.
Tan pronto como dio la orden, encontró que Merry se había
bajado del caballo, aterrizando levemente sobre sus pies a
pesar de sus heridas, y le extendía una mano. Claramente, ella
quería cooperar, un cambio bienvenido.
Frunció el ceño, preguntándose qué había pasado durante la
noche para alterar su forma de pensar. Aun así, la alcanzó,
levantándola para que se sentara ante él. Inmediatamente, se
calmó la agitación que lo había atormentado toda la mañana,
aunque necesitó toda la fuerza de voluntad para no abrazarla y
enterrar su nariz en su fresco y perfumado cabello.
—¿Dónde está el gato? —preguntó, buscando distanciarse.
Ella abrió su bolsa para que él pudiera mirar dentro.
—Ah —dijo, extrañamente contento de que aún tuviera a su
querida mascota.
—¿Dónde está vuestra cota de malla? —preguntó ella,
apoyando la palma de su mano en su muslo desprotegido.
El toque de su mano lo llevó a la conciencia instantánea.
—Todavía desaparecida —dijo, empujando a su caballo a
moverse. Necesitaba liberar su repentina energía con un viaje
vigoroso—. Agarraros fuerte —advirtió—. Quiero recuperar
algo de tiempo.
Con eso, espoleó a Suleyman hasta ir al trote y luego galopó
hasta adelantar a su ejército. Cabalgaron en silencio durante
mucho tiempo.
—¿Tenéis hambre? —le preguntó Merry al final, cuando el
sol había aparecido unos centímetros. Metió la mano en su
bolsa y sacó una barra de pan salpicada de pelo de gato.
—Gracias —declinó—, comí antes de que sonaran las
campanas en la casa de vuestra familia.
Se encogió de hombros, quitó el pelaje de color jengibre y
mordió el pan con gusto. Un cómodo silencio cayó entre ellos,
interrumpido por el ritmo del caballo bajo ellos y de los
estruendosos ecos del resto de los caballos que iban por detrás.
Una golondrina y su pareja pasaron volando, atrapando
insectos en sus picos abiertos. El sol quemó el último indicio
de frío en el aire, dejándolo fresco y caliente.
Una pesadez inesperada contra el pecho de Luke lo hizo
bajar la mirada. Merry se había dormido, un trozo de pan aún
agarrado en su pálida mano. Su cabeza se había inclinado
hacia un lado y su mejilla descansaba contra su corazón.
La ternura lo rozó inesperadamente. Mantuvo el ritmo de su
caballo para no perturbar su sueño. Una pequeña sonrisa le tiró
de los labios. ¡Qué infantil era dormirse en sus brazos! Sin
embargo, la forma en que sus senos se balanceaban bajo la
túnica de Erin no dejaba lugar a dudas de que ella era una
mujer completamente madura, afortunadamente, sin darse
cuenta de su efecto sobre él.
Su sonrisa murió. Seguramente, su decisión de llevarla a
Iversly no era motivada por el deseo que sentía de pasar más
tiempo en su compañía y quizás incluso… Frunció el ceño
ante el inquietante pensamiento. No, por supuesto que no. La
necesidad de llegar rápidamente a Iversly era muy real.
Además, no era un joven inexperto gobernado por sus antojos.
Podía encontrar a una dama deseable y nunca ceder a la
necesidad de acariciarla o besarla, aunque la idea de hacerlo
aceleraba su pulso y le provocaba un picor caliente en la piel.
Recordó cómo había acariciado su piel casi en contra de su
voluntad, y su confianza en sí mismo vaciló.
¿Y si no era tan disciplinado como creía? Tal vez, lo mejor
era mantenerse alejado de ella. Sin embargo, mientras
compartían la silla de montar, eso era imposible. La única
alternativa era dejarla ir con otro de sus hombres. Descartó esa
opción tan rápido como se le ocurrió.
Sus soldados creían que era una bruja. La superstición iba
de la mano con la ignorancia, especialmente, para hombres
que estaban tan lejos de casa. Afortunadamente, su miedo a
ella como una criatura diabólica les había hecho pasar por alto
su formidable belleza. ¡Por el momento, al menos!
No, Luke no confiaba en nadie más que en sí mismo. Sabía
que podía resistirse a sus encantos. Era a Amalie a quien él
quería, no por su cuerpo, sino por sus líneas de sangre reales,
sangre que limpiaría la mancha de su nacimiento ilegítimo,
asegurando que el título de su abuelo pasara a través de él a
sus hijos.
Solo tenía que concentrarse en su objetivo final y Merry
dejaría de tentarle. Después de su trabajo en Iversly, la
entregaría a Helmsley y la pondría al cuidado del Asesino,
olvidándose de ella a partir de ese momento.
Envolvió sus pensamientos en esa idea ordenada, como un
bebé envuelto en una manta, y los guardó.

Merry se despertó en el mismo momento en que el caballo que


estaba debajo de ella se detuvo. Se levantó rápidamente,
golpeando la barbilla del Fénix.
—Shhhh, quedaos quieta —susurró, tocando su hombro
con una mano.
Sus ojos se abrieron de par en par ante la advertencia. Un
rápido barrido a su alrededor reveló que se habían detenido en
un denso bosquecillo de árboles. Pinos de cicuta los rodeaban
por todos lados, envolviendo a su grupo de jinetes en la
sombra.
¿Se habían detenido a dar de beber a los animales? Aguzó
los oídos por si escuchaba el sonido del agua corriente, pero
todo lo que oyó fue un silencio espeluznante, interrumpido de
vez en cuando por el crujido de las agujas de pino.
El miedo se extendió a través de ella al dejar volar su
imaginación. En cualquier momento, ladrones o forajidos
asesinos saldrían de detrás de los árboles. Otros bajarían de las
ramas con la intención de atacar a las fuerzas reales.
Un repentino golpeteo de cascos sacudió el bosque. Merry
jadeó alarmada y agarró el muslo de Luke con una mano, su
gato envuelto con la otra. Él puso un brazo alrededor de sus
hombros, pero no hizo ningún movimiento para levantar su
espada. Un feroz gruñido se elevó por encima del estruendoso
sonido, erizando el vello de su cuello y brazos, y luego una
bestia se lanzó a través de la maleza hacia ellos, su largo
hocico moviéndose, sus ojos girando aterrorizados.
Sobre unas delgadas piernas que se agitaban
desesperadamente bajo su gran cuerpo, el jabalí pasó
corriendo. Cinco hombres a caballo le seguían de cerca, los
jinetes con lanzas. Era una cacería, no un ataque humano.
Merry suspiró aliviada y se desplomó contra su compañero
con la piel húmeda.
Rugiendo fuerte, el jabalí se giró, destrozando el lecho de
agujas de pino mientras seguía su camino en un desesperado
intento de escapar de la trampa de los caballos que se cerraban
a su alrededor. Un cazador se inclinó hacia abajo mientras
pasaba y clavó la lanza al jabalí en la columna vertebral. El
animal dio un grito torturado, pero siguió corriendo. La lanza
se fue con él, moviéndose obscenamente en su carne
desgarrada.
Otro cazador se encontró con el jabalí de frente y apuntó su
arma con más cuidado. Mientras la bestia corría hacia delante,
el hombre envió la lanza puntiaguda que se clavó
profundamente en el cuello del animal. Una fuente de sangre
brotó. El jabalí tropezó, pero se mantuvo en pie, chillando de
agonía y terror.
Merry era incapaz de mirar hacia otro lado. La sangre
bombeaba del animal con cada latido de su corazón. Intentó
correr, pero no pudo hacer que sus pies se movieran. En la
derrota, se derrumbó, aún bramando.
Las imágenes pasaban por su mente. El cuerpo de su padre,
tendido en un montón roto, cortado en el cuello. La sangre
saliendo a chorros. Y Ferguson limpiando la sangre con la
túnica de su padre antes de envainar su espada. Los ojos del
escocés enloquecidos por la lujuria se levantaban para
observar a su madre pálida.
—No —susurró Merry, deseando que los recuerdos
retrocedieran. Su estómago hirvió y la bilis subió por su
garganta. Tragó convulsivamente, aspirando profundamente
con la esperanza de que las náuseas pasaran.
El segundo cazador desmontó. Al arrancar las lanzas del
cadáver del jabalí, el sonido de desgarrar carne torturó la
imaginación de Merry. Volteó la cabeza jadeando más rápido
para tomar aire fresco. El hedor de la sangre y la muerte
colgaba espesamente en la arboleda. Necesitaba escapar.
—¿Señora? —La pregunta de Luke parecía venir de lejos.
Merry agitó la cabeza. Moviéndose demasiado rápido para
ser detenida, se resbaló de la silla de montar y dejó caer su
bolsa, sorda ante el grito de asombro de Kit. Ella corrió detrás
del árbol más cercano y vomitó su pobre desayuno. Jadeando,
esperó a que se le pasaran las náuseas.
—¡Merry! —la llamó Luke.
¡Por la misericordia de Dios, la estaba siguiendo!
Limpiándose la boca se volvió apresuradamente, dándose
cuenta tardíamente de que los ojos de todo el regimiento
estaban sobre ella. Algunos soldados parecían perplejos, otros
simpatizantes, y otros brillaban de desconfianza.
Luke se acercó a ella. Con el ceño fruncido de
preocupación la tomó por el codo.
Ella deseaba que el suelo se la tragara. No le gustaba
revelar la debilidad.
—Estoy bien —dijo ella con fuerza, tirando de su asidero.
Volviendo al caballo, mantuvo su mirada deliberadamente
apartada del cuerpo del jabalí.
—Necesitábamos carne —explicó el Fénix, acercándose
por detrás de ella—. Es grosero aparecer en una fortaleza con
cincuenta hombres y que no haya forma de alimentarlos.
Ella lo miró fijamente. Su mirada de búsqueda la hizo
preguntarse si había adivinado la fuente de su angustia. Él le
ofreció su cantimplora de la mejor piel, y ella bebió de ella,
primero enjuagando el sabor agrio y escupiendo tan
delicadamente como pudo, y luego bebiendo agradecida la
cerveza de sabor limpio. Entonces, mientras Luke la ayudaba a
subir a la silla de montar, Merry escuchó claramente a un
soldado decir a otro:
—El espíritu del jabalí entró en su cuerpo. Ha sido una
posesión demoníaca. —Su cabeza se giró para escuchar sus
últimas palabras—: Sin duda, es la razón por la que enfermó.
Su compañero no dijo nada, aunque ella lo vio asentir con
la cabeza. Merry dejó caer la barbilla sobre su pecho,
deseando poder bloquear las palabras feas. ¿Por qué
continuaban pensando que era una bruja? No había hecho nada
malo…. no desde hacía mucho tiempo, en todo caso.
Por el rabillo del ojo, vio girar al Fénix y, para su asombro,
se dirigió hacia el soldado culpable que permanecía a caballo,
en silencio y mirando fijamente. Agarrando al hombre por la
parte delantera de su túnica, Luke bajó su cara al nivel de la
suya. Merry se esforzó por escuchar lo que se decía, pero
apenas habló en susurros. El hombre palideció y asintió
vigorosamente con la cabeza.
Cualquier advertencia que Luke le hubiera dado, el hombre
pareció tomarla en serio. Sin embargo, en el momento en que
su comandante lo liberó y se dio la vuelta, el soldado lanzó
una mirada de advertencia a Merry. Obviamente, la culpó por
su humillación.
Con un pinchazo de miedo, Merry miró hacia otro lado.
¿Cuánto tiempo podría el Fénix mantenerla a salvo? Sus alas
protectoras solo se extendían hasta cierto punto. Cuando,
finalmente, la dejase en Helmsley como un bebé no deseado
en la puerta de una casa, ¿quién la protegería entonces?
¿El Asesino al que había maldecido tontamente? ¿O la
apartaría de su castillo como lo habían hecho sir Roger y su
madre?
Emitió un suspiro de preocupación. Su futuro parecía tan
incierto.
Además, ¿qué había de las palabras de Sara de que Luke
sufriría daños sin ella? ¿Era eso realmente una advertencia o
había sido, simplemente, un sueño sin más?
Sir Pierce recuperó el jabalí y el ejército se puso en marcha.
Con Luke una vez más en la silla de montar detrás de ella,
pensó en cuánto tiempo había pasado desde que la salvó de la
hoguera.
—Lo siento, soy una carga para vos —se disculpó Merry,
mientras se lanzaban a través de la luz del sol.
Su acompañante no dijo nada, aunque estaba segura de que
la había oído. Su corazón se volvió pesado. Quería asegurarse
de no ser demasiado problemática, pero, aparentemente, ni
siquiera podía darle eso.
Una hora más tarde se detuvieron a dar de beber a sus
caballos. Merry buscó un lugar privado en el bosque para
hacer sus necesidades. Distraída por una cañada de flores
silvestres, se entretuvo un momento para tejer una corona de
flores de achicoria. De regreso hacia los caballos, se tropezó
por accidente con el mismo soldado que había recibido la
reprimenda de Luke. Estaba meando contra un árbol. Se quedó
helada, esperando que él terminara y se fuera, pero él levantó
la vista y la espió.
—Perdonadme —murmuró rápidamente, apresurándose a
pasarlo.
Antes de que ella lo consiguiera, él dibujó sus labios hacia
atrás con una mueca y acarició su miembro lascivamente,
disfrutando de su horrorizada expresión.
Merry se apresuró a acercarse a los caballos. «Tonta», se
regañó a sí misma. No debería haberse alejado tanto de los
demás. Aun así, ¿por qué debería vivir siempre con miedo? El
latido de su corazón se aceleró no solo con la certeza de que el
hombre tenía la intención de hacerle daño, sino también con la
ira de que continuaba burlándose de ella a pesar de la
advertencia de su comandante.
Dondequiera que miraba, había villanos que se
aprovechaban de los débiles. Pensó en Ferguson y en la priora,
y su ira creció hasta que tembló con ella. Se protegería del
soldado como había hecho con la madre Agnes, pero ¿de qué
hierbas disponía? Abundaban las plantas tóxicas en estos
bosques, pero la mayoría de ellas requerían preparación y ella
no tenía tiempo.
Su mirada se posó sobre un gran crecimiento de algarroba,
con sus flores blancas advirtiendo a cualquier transeúnte
descuidado que se alejara. Arrancando algunos trozos con
cuidado, los llevó rápidamente hacia el arroyo donde los
caballos tenían metido el morro en el agua. Los soldados se
arremolinaban sin rumbo fijo. La mayoría de ellos la evitaban,
sin duda, pensando en la advertencia de su comandante.
Luke y sir Pierce estaban inclinados sobre un mapa de
cuero, determinando la mejor ruta hacia Iversly. Merry se
acercó a Suleyman y tomó una manzana de su alforja. Se
agachó bajo su cabeza y se movió río abajo hasta el caballo del
soldado ofensor, encontrando al animal por sus marcas.
Levantando la solapa de la alforja, Merry apretó los tallos
de la planta soltando la savia en su capa y con cuidado de no
tocar la sustancia ella misma. Si todo salía según lo planeado,
la savia pegajosa causaría una dolorosa sensación de ardor y
levantaría ampollas de curación lenta en el cuello del soldado
y en cualquier otro lugar donde la capa tocara su piel.
Satisfecha de haber hecho algo para defenderse, tiró a un
lado los tallos aplastados y alimentó con su manzana a su
caballo antes de volver a caminar río arriba. Agachándose bajo
la cabeza de Suleyman, se encontró cara a cara con el Fénix.
Ella sofocó un grito ahogado, pero no pudo ocultar su
consternación al encontrarse con él tan pronto.
Sus ojos se entrecerraron al ver la expresión culpable de
ella.
—¿Qué habéis hecho? —exigió sin preámbulos.
Su tono frío congeló la sangre en sus venas.
—Nada —dijo, agarrando el cuello de Suleyman para
protegerse—. Compartí mi manzana con los caballos, eso es
todo.
Su mirada parpadeó hacia las otras monturas. Dio un paso
adelante, acorralándola contra el costado de su caballo. Con el
enorme animal a su espalda y un hombre inflexible ante ella,
el corazón de Merry latía de miedo.
—Señora —advirtió, su voz baja y letal—, basta con que os
deje traer a vuestro gato con vos. No hagáis que me arrepienta
de haberos traído haciendo algo impulsivo.
Ella intentó mantener su mirada ardiente y fracasó. Se
concentró un momento en el profundo bronceado de su grueso
cuello antes de que su mirada se desviase hacia un lado. En ese
momento, una mariposa casi aterrizó en la oreja del caballo
antes de alejarse flotando, y ella observó su ligero y fácil
progreso con envidia.
Él suspiró.
—¿Habéis oído algo de lo que he dicho? —Su tono goteaba
de frustración.
Un destello de ira le dio el valor de mirarlo a los ojos.
—¡Vos no sois al que le dicen que está poseído! —le dijo
ella con fervor.
La comprensión calentó la helada cualidad de su mirada.
—Dejadlo ir —le dijo, hablando más suavemente esta vez
—. Os protegeré de hombres como Cullin.
Ella se maravilló de su percepción y lo miró con
consideración, con muchas ganas de creerlo. Sería maravilloso
no tener que mirar por encima de su hombro con miedo. Sin
embargo, Luke no siempre podía estar lo suficientemente
cerca como para protegerla, incluso durante el corto tiempo en
que ellos la acompañaban. Sus deberes se lo impedirían.
—Por favor —añadió él, sorprendiéndola con una petición
—, no encendáis sus supersticiones. No sois una bruja, ni una
hereje. Sois, simplemente, una dama. Si hacéis ese papel, los
soldados olvidarán su estupidez.
Tragó con fuerza, pensando en la savia del manto de Cullin
y, de repente, sintió la necesidad de confesar su culpabilidad.
Excepto que, entonces, el Fénix pensaría peor de ella, y se dio
cuenta de que no quería eso. Decidida a mantener su
transgresión en privado, hizo un simple gesto de conformidad.
Sin previo aviso, él levantó las manos sobre su cabeza para
enderezar su corona de flores, que se había deslizado hacia un
lado. Merry se quedó perfectamente quieta, saboreando el
gesto. Era solo una muestra de comprensión, pero tenía el
poder de suspender su respiración.
—Parecéis un duendecillo de madera —dijo, con el
fantasma de una sonrisa en sus hermosos labios. Luego,
rápidamente, apartó las manos. Con un repentino fruncir de
ceño, se alejó y marchó en medio de sus soldados, pidiéndoles
que montaran. Juró que llegarían a Iversly al anochecer.
Mientras continuaban hacia el oeste, marcando un ritmo
que sacudía los dientes de Merry, las palabras de Luke
resonaban en su cabeza, dándole mucho en lo que pensar. «Por
favor, no encendáis sus supersticiones. No sois una bruja. Los
soldados olvidarán su estupidez».
¿Lo harían? No era una bruja, es cierto. Sin embargo, ella
era una curandera entrenada y, a menudo, se culpaba a los
curanderos cuando la enfermedad golpeaba o no se podía
hacer prosperar a los bebés enfermos. Con la claridad de la
retrospectiva, se dio cuenta de que no debería haber puesto la
planta en la alforja de Cullin. Lord Luke tenía razón. Si los
soldados adivinaban que lo había hecho, se enfurecerían, y
pedirían su castigo. «¿Y si se amotinaban contra el Fénix y la
entregaban a la Iglesia?». Oh, piedad, ¿nunca aprendería?
Pensó en Sarah. Los curanderos no infligían sufrimiento a
nadie, eso era lo que le había dicho la sabia mujer un día,
cuando le enseñaba a crear una cataplasma para reducir la
fiebre de un joven. Merry casi derramó lágrimas por su propia
estupidez. De ahora en adelante, juró usar su habilidad solo
para el bien, contando con que el Fénix la protegiese, tal y
como él había prometido.
Capítulo 6

E l barón de Iversly estaba detrás de su puerta cerrada,


agarrando la reja de hierro con sus manos de venas
azules. Sus manos y su barba blanca eran todo lo que podía ver
Merry, porque el sol se había hundido detrás de una colina y
las sombras de la noche se habían engrosado y extendido.
—Entonces —oyó al barón gruñir cuando Luke y su
mariscal de campo se acercaron a la puerta—, habéis venido.
—Su tono era pesado y condenado, y Merry se preguntó qué
tarea les había encargado el rey a los Fénix—. No puedo
alimentar a un ejército —gruñó a través de la puerta cerrada.
—Trajimos una contribución a sus cocinas. —Luke indicó
el jabalí muerto, una grotesca sombra colgada sobre la espalda
de uno de los caballos de carga.
Siguió el silencio hasta que, por fin, el barón pidió que se
levantara el rastrillo. Rugió hacia arriba, revelando a un
hombre aún más viejo de lo que Merry había imaginado.
Excesivamente alto, le dio la espalda al ejército y se dirigió
hacia su fortaleza.
Dentro del patio exterior, Luke ayudó a Merry a desmontar.
—Mi escudero cuidará de vuestro gato —dijo, entregándole
su bolsa a Erin—. Que no le pase nada malo —le reiteró al
muchacho.
—Sí, milord. —Y Erin se fue con los mozos de cuadra para
asegurarse de que la montura del Fénix y las de sus soldados
estuvieran bien cuidadas.
A regañadientes, ella lo vio irse, esperando que Kit no
huyera o viniera a buscarla. Probablemente, había sabuesos
dentro de la fortaleza, y ella se resistía a causar revuelo al traer
al gato dentro.
—Venid —le exhortó Luke, que ya se estaba volviendo
para seguir al barón. Ella corrió junto a él con los pies todavía
doloridos.
El Fénix, sir Pierce y Merry entraron en el patio interior a
través de un arco de piedra y, unos metros más lejos, pasaron
al bien iluminado edificio principal, mientras que el resto de
los soldados se quedaban ocupando la extensa guarnición. Allí
encontrarían refugio y comida.
A la oscura luz de la tarde, el barón sin duda no se había
fijado en ella, o si lo había hecho, quizás la había considerado
una escudera. Sin embargo, mientras se dirigía hacia el centro
de la sala, la baronesa, que esperaba con las manos anudadas
ante ella, la atravesó de inmediato con una mirada curiosa.
—Han venido —dijo secamente el barón—. El Fénix y su
mariscal de campo, sir Pierce. Caballeros, mi esposa, lady
Iversly.
La baronesa les dibujó una distraída reverencia.
—¿Quién es esta mujer? —preguntó, sus ojos fijos en
Merry. Su esposo la miró con sorpresa por segunda vez antes
de esbozarle una reverencia.
—Es lady Merry de Heathersgill —explicó Luke—. La
estoy escoltando hasta Helmsley.
La pareja de ancianos observó el atuendo de chico que ella
llevaba con muda curiosidad. Cuando Luke no dio más
explicaciones, volvieron a prestarle atención a él. La tensión
pareció aumentar una vez más, y Merry se preguntó de nuevo
sobre la tarea de Luke. ¿Tenía la intención de inspeccionar sus
libros de contabilidad?
La baronesa indicó la mesa alta con resignación.
—¿Nos acompañan a la cena? —sugirió, su invitación no
muy cálida.
—Con mucho gusto —contestó Luke con suavidad.
Lady Iversly los precedió al estrado.
—Nuestros hijos están en Tierra Santa, así que tenemos
mucho espacio en nuestra mesa. Por favor, tomad asiento.
Siguiendo a Luke hasta la mesa, Merry observó la sala.
Aunque estaba lo suficientemente limpia, había telarañas en
las vigas, y las flores secas adornaban las macetas de la mesa
larga y casi vacía. Una sensación de intemporalidad colgaba
sobre la habitación, realzada por los lienzos amarillentos.
A los pocos minutos de estar sentados, una sirvienta les
trajo un tazón para que se lavaran las manos. Un rápido
estudio del puñado de hombres sentados en una mesa inferior
determinó que los vasallos del barón eran tan viejos como él.
Parecían incapaces de defender su fortaleza en caso de
necesidad.
Inmediatamente, una zanjadora de truchas a la parrilla en
salsa de hierbas fue colocada ante ella. Merry compartía la
suya con Luke, sentada como estaba a su izquierda. Comió
con gusto, descubriendo que el hambre la había alcanzado por
fin. Sin comentarios, Luke comió en silencio a su lado, con la
mirada que iba del barón a la baronesa, a su mariscal de campo
y de vuelta a su comida. El silencio era espeso y
desconcertante.
La impaciencia de Merry por escuchar su negocio aumentó,
pero cuando se reanudó la conversación, ella todavía no tenía
respuestas. Luke hizo preguntas sobre sus vidas, sus hijos,
incluso sus siervos, a las que ellos respondieron con respuestas
cortantes. Cogiendo su vino para pasar un trozo de pan, se dio
cuenta de que el Fénix estaba dirigiendo la conversación con
extrema cortesía, claramente, intentando tranquilizar al barón
y a la baronesa. Pero, ¿por qué?
Por fin, cuando a todos se les sirvió una medida de vino
con especias y se terminaron los tazones de natillas con sabor
a pétalos de rosa, Luke dejó su copa con un propósito.
—Comprended que tengo una tarea difícil que hacer —
empezó, su tono suave—. El rey ha declarado que las
estructuras construidas sin carta deben ser derribadas. Necesito
ver la carta de Iversly —agregó disculpándose.
¡Derribadas! Merry se tambaleó cuando el propósito de
Luke salió a la luz. Había sido enviado por el rey Enrique para
destruir construcciones ilegítimas. Ah, sí, las había llamado
adulterinas. ¡Qué nombre tan horrible para un castillo tan
hermoso!
Al inclinarse, Merry evaluó la reacción del barón. Su
expresión se había oscurecido por el resentimiento, pero estaba
preparado para la petición. Dirigiendo un dedo a su
mayordomo, tomó un pergamino enrollado del hombre y se lo
extendió a Luke. El pergamino era marrón. Por el bien de la
pareja de ancianos, Merry esperaba que en esa carta se
cumplieran los requisitos.
Luke leyó el documento en su totalidad y luego lo apartó
cuidadosamente.
—Esta es la carta original —reconoció—. Está firmada por
el abuelo del rey y permite un torreón central, un muro
exterior y una puerta de entrada. ¿Puede presentar una carta
que le conceda el derecho de construir una guarnición,
levantar su muro exterior y construir una torre en cada
extremo?
El corazón de Merry se hundió. Le maravillaba que Luke
hubiera tomado tantos detalles durante su camino dentro de la
fortaleza, pero, obviamente, él conocía su tarea y la hacía bien.
La cara de lord Iversly estaba llena de emoción.
—Ahora, atendedme bien —gruñó, agarrando los brazos de
su silla—. Antes de ir a derribar mis muros, deberíais pensar
en la seguridad de este país. Durante tres años, he desviado a
los escoceses y a los galeses. He mantenido al enemigo fuera
de Inglaterra, particularmente, para que los mimados señores
del sur pudieran sentarse en sus lujosas fortalezas y beber vino
español. —La saliva salió volando de su boca con la fuerza de
su última declaración.
El estómago lleno de Merry comenzó a revolverse. Echó
una mirada de preocupación a la baronesa y vio que la cara de
la mujer se había vuelto blanca. Lady Iversly puso una mano
de restricción en el brazo de su marido.
—El rey Enrique no os dejará indefenso —juró el Fénix—.
Llevaré vuestra petición de reconstrucción directamente a su
Excelencia, y vos volveréis a construir con su autoridad.
—¿Dónde está la sabiduría en eso? —desafió el barón, una
vena apareciendo en su arrugada frente—. ¿Destruir solo para
reconstruir? No tiene ningún sentido. He pasado mi vida al
servicio de quienquiera que se siente en el trono de Inglaterra,
¿y así es como se me paga? —El barón echó hacia atrás su
silla en una muestra de asco—. Entonces, maldita sea su
Excelencia —dijo, de pie— ¡Fuera! —Agitó un dedo hacia el
Fénix—. Salid de mi casa —dijo, de repente—. Salid y llevaos
a vuestros hombres con vos.
Era una petición ridícula, ya que el Fénix tenía órdenes
reales y sus hombres ya estaban establecidos dentro de las
murallas de Iversly. Los ancianos hombres de armas no tenían
ninguna posibilidad de sacar a los soldados más jóvenes de sus
puertas.
Merry contuvo la respiración. Todos los ojos estaban
puestos en el señor Luke, que no dijo nada. Le devolvía la
mirada al barón, ordenándole en silencio que fuera práctico.
Lady Iversly tiró de la manga de su marido.
—¡Ian, por favor! —le suplicó. —Sentaos y tratad de ser
razonable.
El barón se la sacudió.
—No seré razonable —tronó—. Los términos del rey no
son razonables. A los barones de la frontera nunca se les ha
dado suficiente voz en el…
Cortó sus palabras y se llevó una mano al corazón. Sus ojos
se abrieron de par en par, casi saltando de sus cuencas.
—¿Ian? —gritó la baronesa.
Lord Iversly parecía congelado en su sitio, de pie, pero sin
respirar. Su esposa se puso de pie y lo abrazó.
—¡Ian! —gritó de nuevo, aterrorizada por su
comportamiento.
Merry había visto suficiente.
—Está teniendo un ataque de apoplejía —le dijo a la sala
en general—. Se va a caer —agregó como advertencia.
Luke se puso de pie justo a tiempo para evitar que el barón
se cayera del estrado. La baronesa gritó. Luke bajó al barón
inconsciente sobre las tablas de la plataforma, y Merry se
deslizó de su silla para ofrecer ayuda.
Ella había visto hechizos de apoplejía antes. Conocía los
peligros que presentaba para los órganos internos, las
consecuencias que a menudo se producían.
—Dadle aire —le pidió a la señora Iversly que,
prácticamente, yacía encima de su marido suplicándole que se
levantara.
Luke la miró con una mirada severa, y en sus ojos ella leyó
impotencia. La confianza se elevó en ella porque esa era su
fuerza.
—Cálmese, milady —le dijo a la baronesa—. Solo está
durmiendo. Debe estar lo más cómodo y abrigado posible.
¿Hay alguien que pueda llevarlo a sus aposentos?
Para entonces, un número de hombres armados, sirvientes y
vasallos estaban mirando a través de las patas de las sillas para
ver mejor. Viendo sus cabezas grises y blancas, Merry
determinó que todos ellos juntos no serían capaces de llevar al
larguirucho barón por las escaleras.
—Pierce y yo lo haremos —dijo Luke, que debió de haber
tenido los mismos pensamientos.
—Bien —dijo Merry—. Entonces, tomadlo bajo los brazos,
pero mantened su cabeza baja. Por favor, sujetadle las piernas
lo más alto que podáis —le dijo al resistente mariscal de
campo de Luke.
Ambos hombres deslizaron al barón hacia el borde del
estrado, llevándolo en sus brazos. Merry sacó confianza de su
obediencia. Siguiendo a la temblorosa baronesa, se
desplazaron en grupo en dirección a las habitaciones.
—Aquí dentro —les dirigió lady Iversly. Llevaron al barón
por un pasillo con corrientes de aire, y luego subieron por unas
escaleras retorcidas. Por fin, llegaron a la habitación del barón,
una cámara de gran tamaño iluminada por dos lámparas de
aceite. Una enorme cama con cortinas de un color
indeterminado les hacía señas.
Merry apartó las cortinas y tiró de las mantas hacia atrás.
Luke y sir Pierce contaron hasta tres y depositaron su carga en
el centro de la cama. La baronesa se preocupaba
frenéticamente por su marido, lo que dificultaba mucho la
colocación de las extremidades del hombre debajo de la ropa
de cama.
Merry se inclinó sobre su paciente, esperando ver sus
párpados revolotear. Mientras respiraba para pedir una vela, el
Fénix la cogió del brazo.
—Venid, los dejaremos —dijo.
Merry negó.
—Ya he visto esto antes. Tal vez, pueda ayudarlo.
—Nos vamos —repitió en un tono que usaba con sus
hombres.
—¡Si lo dejo ahora, puede morir! —susurró ella.
Al oírla, la baronesa se lamentó.
Luke le apretó el brazo a Merry.
—Inmediatamente, mi señora —exigió a través de los
dientes apretados—. No debéis llamar la atención.
Merry luchó contra su poder.
—No lo entendéis. Puedo ayudarlo.
—Esta vez no. —Usando su fuerza superior, la empujó
hacia la puerta. No tuvo más remedio que abandonar a lord
Iversly.
—Esperad —llamó la baronesa secándose los ojos—.
Debéis tener habitaciones aquí en la fortaleza.
—Dormiremos en la guarnición —contestó Luke con más
delicadeza.
—Una dama no duerme con soldados —replicó lady
Iversly. Todavía agachada sobre su marido, desenganchó las
llaves que colgaban de su faja y llamó a uno de los sirvientes
desde el pasillo.
—Nevil —le dijo al mayordomo—. Haga el favor de poner
a milady en la habitación de Ewan y a los dos hombres en la
de Selwin. Las habitaciones están limpias, aunque huelan a
moho. Ha pasado…. tanto tiempo desde que mis hijos se
alojaron en casa. —Ella le entregó al hombre su llavero y,
mientras se daba la vuelta, le envió a Merry una mirada
implorante.
No se podía confundir con nada más que una súplica de
ayuda. La determinación de Merry se duplicó. Apaciguaría al
Fénix y luego regresaría a la habitación del barón para ayudar
si podía.
El trío siguió a Nevil hasta el pasillo.
—Volved al trabajo —gritó el malhumorado mayordomo a
los sirvientes que quedaban—. No hay nada que podáis hacer
salvo rezar. Por aquí —añadió. Los condujo a corta distancia
por el pasillo y metió una llave en la puerta—. Esta era la
habitación de Ewan que el… —echó un dudoso vistazo al
atuendo de Merry— …la dama puede usar. Pero no toquéis
nada —advirtió, agarrando una antorcha encendida del pasillo
—. La baronesa quiere que todo esté como estaba cuando los
señores regresen.
Murmuró algo en voz baja mientras entraba en la
habitación y luego usó la antorcha encendida para encender
tres velas que quedaban en la habitación.
Merry olvidó su resentimiento momentáneamente. Mientras
las llamas se iluminaban, ella vio una hermosa cámara con
cortinas de color verde intenso y tapices a juego. El olor a
desuso saludó sus fosas nasales mientras se adentraba más
profundamente. Su mirada cayó sobre el polvo que cubría el
armario.
—¿Cuánto tiempo hace que Ewan y Selwin se fueron? —
preguntó por curiosidad.
Nevil le dedicó una mirada oscura.
—No llevamos la cuenta del tiempo —contestó.
—Abrid la ventana —le sugirió Luke al sirviente. Nevil lo
hizo y luego salió de la habitación, llevando a sir Pierce a la
siguiente cámara.
El Fénix se detuvo, su mirada fija en la cara de Merry.
—No debéis ofrecer vuestros servicios —le advirtió de
nuevo.
—¿Por qué no? —preguntó ella, su columna rígida por el
resentimiento.
—La Iglesia tiene clérigos y soldados buscándoos por todo
el condado —le recordó—. No debéis llamar la atención.
Al final del pasillo vino el gemido de una cerradura cuando
Nevil abrió otra puerta.
—Mi bienestar palidece en comparación con el del barón,
¿no creéis? Tengo que ayudarlo.
Se acercó lo suficiente como para poner sus manos sobre
los hombros de ella.
—Si ayudáis al barón y este muere, entonces, ¿qué? Seréis
culpada.
—¡No morirá si le ayudo! —insistió ella.
Puso un dedo en sus labios, silenciándola, y las discusiones
se diluyeron como luciérnagas derritiéndose en la oscuridad.
—Mientras estéis bajo mi protección, haréis lo que yo diga
—le dijo—. Podéis consolar a la baronesa si queréis, pero
nada más. No intentéis curar con pociones ni nada de eso.
Dadme vuestra palabra.
Ella no podía pensar, no podía respirar porque su dedo se
extraviaba a través de la plenitud de su labio inferior, dejando
un rastro de placer a su paso.
—A veces, pienso que sois una bruja —murmuró,
apartando su mano.
Las entrañas de Merry temblaban y también su voz, cuando
descubrió que se había convertido en un susurro ronco.
—Dijisteis que era una dama.
Su mirada se posó en los pechos de ella mientras daba un
paso atrás deliberadamente.
—Haría bien en recordarlo. —Luego se volvió hacia la
puerta y echó una última mirada hacia atrás—. Descansad bien
—dijo, desapareciendo en el pasillo.
Cuando su corazón reanudó su latido normal, Merry se dio
cuenta de que se había salido con la suya al no darle su
palabra. Escuchó el sonido de Luke entrando en la habitación
de al lado de la suya, y luego se sentó en su cama en medio de
la colcha descolorida.
En el momento en que estuvo segura de que él estaba
durmiendo, se escurrió de su habitación para consolar a la
afligida baronesa, prometiéndole un tónico que, por la gracia
de Dios, salvaría la vida de su marido.

El sonido de la piedra rompiéndose despertó a Merry a la


mañana siguiente. Abrió los ojos. La luz que irradiaba a través
de las frágiles costuras de la cortina de su cama ya era
brillante. ¡Jesús! Se había quedado dormida.
Volvió a tirar las sábanas mohosas y se apresuró a ir al
lavabo.
El Fénix había empezado, claramente, su trabajo de derribar
estructuras no autorizadas. No había perdido el tiempo,
reflexionó Merry restregándose la cara. El agua estaba fría a
diferencia de los cubos humeantes que habían llegado tarde la
noche anterior, junto con una gran bañera de cobre, una
muestra de la gratitud de la baronesa.
Merry había prometido preparar un tónico a primera hora
de la mañana. El alivio de la lady Iversly era todo lo que
necesitaba para desafiar al Fénix. Pero la baronesa le había
advertido que la física del castillo había muerto dos años antes,
y que no había medicinas disponibles.
Con los dedos apresurados, Merry desenredó las trenzas de
su cabello haciendo que cayera en olas, aún húmedas por su
baño tardío. Pasó sus dedos rápidamente a través de los
mechones antes de apresurarse hacia la habitación del barón.
La puerta del barón se abrió al tocarla.
—Está despierto —gritó la baronesa, pálida—. Intenta
hablar, pero no puede. Se pone más agitado por momentos.
Merry encontró al barón apoyado contra una montaña de
almohadas, con un sirviente sobre él. Cuando intentó hablar,
solo se le escapó un gorgoteo. Esperaba no llegar demasiado
tarde para ayudar.
Tomando la mano temblorosa de la mujer, dijo:
—Querida lady Iversly…
La señora mayor la interrumpió:
—Me llamo Adelle. Podéis llamarme así.
Merry asintió.
—Adelle, por favor, llevadme a vuestro jardín de hierbas.
Sus esperanzas se hundieron minutos después, pues el
jardín de hierbas parecía un cementerio con lápidas inclinadas.
La negligencia había matado a la mayoría de las plantas.
—Esto no funcionará —admitió. El trueno de los picos
arrojó una nube de oscuridad sobre el jardín cerrado—.
Tenemos que encontrar una planta silvestre. Apresurémonos a
ir a la sala exterior.
Juntas, las mujeres dejaron la fortaleza. Cuando cruzaron el
patio, Kit saltó de una ventana abierta en la guarnición para
saludarlas.
—¡Kit! —Merry lloró, recogiéndolo para darle un beso
rápido en la cabeza—. Yo también te he echado de menos.
Con la mirada curiosa de Adelle, dejó al gato en el suelo
apresuradamente y continuó su curso. Sin importarle su
traición, Kit la siguió alegremente.
El trío entró en el patio donde el sol ya había escalado las
paredes, infundiendo al aire un calor veraniego. Normalmente,
esta franja de tierra entre el interior y el exterior de los patios
se habría utilizado para el entrenamiento. En Iversly, sin
embargo, las malas hierbas habían sitiado el campo de práctica
y se habían apoderado de él. Los hombres de armas eran
demasiado viejos para perfeccionar sus habilidades.
Merry miró intranquilamente a la torre oriental. Aunque
medio escondido por el andamiaje que habían erigido y que
estaba rodeado de hombres, Luke era fácil de espiar en el
pasillo de la muralla. Mientras que la mayoría de los hombres
usaban túnicas sin mangas y gorros sobre sus cabezas para
protegerse del sol, él estaba de pie sin camisa, de espaldas a
ella mientras dirigía la operación. Un clamor metálico llenó el
aire, y la roca golpeó la tierra no muy lejos.
Temiendo que la espiara y adivinara su intención, Merry se
apresuró a doblar la esquina con la baronesa y Kit cerca. Una
vez fuera de la vista del ejército, fijó su mirada en el suelo y
comenzó la búsqueda de un tratamiento.
Habían llegado al otro lado del castillo antes de que ella
encontrase lo que necesitaba. Los duros tallos de la agripalma,
con sus diminutas flores rosadas, crecían en gruesos macizos.
—¡Aquí! —Merry gritó triunfante, arrancando varias
plantas y raíces de la tierra.
Sarah había usado a menudo una forma en polvo de la
agripalma para asentar el vientre de las mujeres embarazadas.
Sus cálidas propiedades calmaban el corazón e inducían a la
tranquilidad, y era el remedio perfecto para contrarrestar la
agitación del barón.
Aliviada por haber encontrado algo, Merry agarró los
largos tallos con una mano.
—¿Hay otra entrada? —le preguntó a la baronesa.
Adelle frunció el ceño, sin entender.
—Ahí está la puerta de entrada —admitió—, pero la
mantenemos cerrada.
—¿No tenéis la llave?
—Yo no. El maestro de armas se la queda.
Merry tragó con fuerza.
—Tendremos que ser rápidas, entonces —dijo, sin dar
ninguna explicación. Se mantuvo cerca de la pared y dejó que
la dueña de la casa la condujera de vuelta a la entrada
principal, aliviada de que Kit, al menos, estuviera persiguiendo
grillos y hubiera dejado de seguirla.
El repentino silencio le advirtió que los soldados estaban
descansando. Mirando a la vuelta de la esquina, maldijo su
sincronización. Los hombres habían descendido de la torre
para reunirse alrededor de un barril de cerveza. Pasar a
hombres sin camisa no era una circunstancia que ella hubiera
disfrutado, y menos en ese momento, sabiendo que el
comandante tendría algo que decir si la veía.
Girando sobre sus pies, decidió esperar su momento hasta
que su camino estuviera despejado.
—¿Qué pasa? —preguntó la baronesa. Un largo mechón de
canas había escapado libre de su tocado. Sus ojos azules
reflejaban sufrimiento y desconcierto.
Merry se apiadó inmediatamente de ella. No podía
permitirse el lujo de dejarse amedrentar por las demandas de
lord Luke.
—Si el Fénix me prohíbe ayudaros —le dijo a la mujer—
debéis hablar por mí o vuestro marido no será tratado.
—¿Por qué lo prohibiría? —preguntó la baronesa—.
¿Quiere que mi marido muera?
—¡No, no, no es eso! —le aseguró—. No quiere que me
culpen si… —titubeó, y luego se precipitó hacia adelante—, si
vuestro marido no mejora —terminó, dando la excusa de
Luke.
—¡Debe mejorar! —gritó la baronesa. Ella arrancó los
tallos de la agripalma de la mano de Merry y marchó sola
hacia la vuelta de la esquina. Merry no tuvo más remedio que
apresurarse a seguirla. Corrió directamente hacia el Fénix que,
aparentemente, se había puesto en camino en busca de ellas.
Saltando hacia atrás, Merry sintió consternación al
encontrarse cara a cara con él tan abruptamente. Ella lo había
visto sin camisa antes, pero solo en la oscuridad. Esta mañana,
su torso brillaba de sudor; sus músculos eran abultados. Con el
pelo negro recogido en su frente, sus ojos marrones dorados
parecían más afilados que nunca, como los de un águila. El
ligero pliegue entre las cejas hizo que el estómago de Merry
cayera. Estaba muy agradecida de que la baronesa sostuviera
la agripalma.
—Buenos días —dijo Merry, forzando la ligereza de su
saludo—. Lady Iversly y yo estábamos dando un paseo.
Apartó su mirada el tiempo suficiente para saludar a la
baronesa
—Hace calor para dar un paseo —comentó, con tono
escéptico. Su mirada se dirigió hacia los tallos que estaban en
las manos de la baronesa.
Merry miró la línea de cabello oscuro que se extendía desde
el pecho de Luke hasta la cintura de sus calzas. La visión le
hizo perder la pista de la conversación.
—El calor es tremendo —coincidió lady Iversly—. Buenos
días.
La mujer cuadró los hombros y pasó junto a Luke, que se
apartó a un lado. Sin embargo, bloqueó el camino de Merry
cuando se dispuso a seguirla.
—¿No le he dejado claros mis deseos, señora? —exigió en
voz baja. Gemelas llamas de ira parpadeaban en sus ojos.
Ella levantó la barbilla y trató de mirarlo con desprecio, una
hazaña imposible mientras él se erguía sobre ella.
—¿Os digo yo cómo hacer vuestro trabajo? —respondió
ella—. No. Volved a derribar torres y dejadme a mí con las
mías.
Rápido como una serpiente, rodeó su brazo con una mano y
la agarró firmemente.
—Mi trabajo no matará a un anciano —respondió—. Si no
puedo confiar en que no os metáis en problemas, os mantendré
a mi lado.
Su boca se abrió con sorpresa, pero ella no le creyó.
Seguramente, ella sería una carga demasiado pesada para que
él le siguiese en medio de la demolición.
—Es vuestro trabajo lo que lo ha hecho enfermar —
respondió bruscamente, tratando en vano de liberarse de su
agarre de dedos de hierro—. Apuesto a que, si detuvierais
vuestra destrucción, él se recuperaría en un día.
La baronesa volvió entonces, mirando fijamente al Fénix y
agarrándose del otro brazo de Merry como para arrebatársela.
Lentamente, liberó a su cautiva.
—Discúlpenos —dijo lady Iversly en tono ofendido—.
Estábamos disfrutando de la compañía de la otra. —Se llevó a
Merry a la fuerza.
«Bien hecho», pensó Merry. Disfrutando de su victoria, no
pudo resistir echar una mirada hacia atrás, y se alegró al notar
un leve sonrojo en los pómulos de lord Luke mientras las
miraba con el ceño fruncido.
Se dio cuenta con asombro de que había disfrutado de su
confrontación. No tenía sentido que ella encontrara placer en
desafiarlo. No solo era un guerrero, sino que ella estaba
totalmente a su merced. Él podía hacer con ella lo que
quisiera: encerrarla en su habitación o castigarla físicamente si
así lo deseaba. Solo que ella no temía que él tomara tales
medidas. La había tratado bien, no le había puesto las manos
encima hasta ese momento, y se había contentado con
sermonearla cuando otro hombre podría haberla golpeado.
Más que eso, ella había comenzado a darse cuenta de cierto
poder dentro de sí misma, algo de lo que Luke desconfiaba. Él
no olvidaba sus deseos, estaba segura. Exactamente, tendría
que descubrir por sí misma cuánto podría salirse con la suya
Mientras tanto, la emoción de desafiarlo chisporroteaba en
su sangre. Por el momento, de todos modos, había obtenido el
indulto que necesitaba para tratar la enfermedad del barón.

Con el sol golpeando sobre sus hombros, Luke vio a la pareja


huir, agarrando su ramo de flores feas como niñas robando
dulces de la cocina.
¡La sangre de Dios, la mujer lo había desafiado
completamente! El movimiento de su flamante cabello era
como la ola de un estandarte de seda a la cabeza de un séquito
que se lanzaba a la batalla. ¡Estaba tentado a perseguirla y
ponerla sobre sus rodillas! Solo que él nunca había golpeado a
una mujer en su vida, y no tenía la intención de empezar, no
importaba lo mucho que la dama necesitara que le enseñaran
moderación.
¡No había un hombre en su ejército que hubiera ignorado
una orden directa de él! Había dejado sus deseos
perfectamente claros: no debía tratar al barón. Tendría suerte si
no mataba al viejo con esas malas hierbas.
Apretó los dientes. ¡Jesús! ¡Con tales sucesos, la acusarían
de brujería incluso antes de que se fueran de Iversly! Sus
buenas intenciones no servirían de nada si la baronesa se
volvía en su contra. Sin embargo, por el momento, la afligida
mujer había puesto su fe en Merry, y parecería despiadado
arrancarle a la joven de su lado.
Lo haría mañana, en cambio, antes de que Merry se
convirtiera en el chivo expiatorio de la muerte de un anciano.
Recordando sus palabras de despedida, experimentó un
desgarrador sentimiento de culpa. Si el hombre muriera, no
sería culpa de Merry. En eso, ella había dicho la verdad. Era la
amenaza de arrasar su castillo lo que había provocado el
ataque. Luke movió los pies, incómodo con sus conclusiones.
Independientemente de la causa, sin embargo, Merry sería
culpada, ya que el barón se había derrumbado en su compañía
y aún más si ella intentaba darle alguna poción. ¿No tenía
sentido de autopreservación?
Luke entrecerró los ojos. No, no lo tenía, así como tampoco
tenía sentido de la obediencia. Merry no había respondido a
una orden directa. Claramente, necesitaba medios más sutiles.
Tendría que hacerla creer que controlaba su destino cuando, de
hecho, no lo hacía. Ya se había ocupado antes de los de su
clase, aunque solían ser nobles testarudos acostumbrados a
salirse con la suya.
Diseñó un plan bastante simple. Mañana a esa hora, estaría
a salvo bajo sus alas y fuera de peligro.
Mientras subía los escalones de la torre de dos en dos, un
pensamiento inquietante le produjo satisfacción. ¿Estaba
pensando, realmente, en la seguridad de Merry o estaba
buscando maneras de mantenerla en su compañía?
No había sido capaz de sacarla de sus pensamientos en toda
la mañana.
Sacudiendo la cabeza, maldijo su impulso de tocar sus
labios la noche anterior. Descubrirlos suaves y rellenos solo
había aumentado su interés por ella. Su suave jadeo de placer
había resonado en su mente desde entonces, emocionándole
con todos y cada uno de sus recuerdos.
Se había preguntado si su sabor sería igual que olía, cómo
la luz del sol y las hierbas.
No, no le llevaba a ninguna parte pensar en tales cosas.
Rescató su mente de los peligrosos pensamientos y volvió a su
lugar en el andamio, al lado de sus hombres. Juró en silencio
que no volvería a pensar en Merry hasta que terminara el
trabajo del día.

Merry se metió un mechón de cabello rezagado detrás de la


oreja y se enderezó. Le dolía la espalda por estar agachada
durante todo el día sobre el barón, pero, finalmente, le había
persuadido a tragar. ¡Ojalá se hubiera bebido toda la taza de la
infusión! Era tan suave que se necesitaría mucho más que un
sorbo para que lord Iversly mejorara.
Instruyendo a Adelle para que lo intentara de nuevo, le dio
las buenas noches a la dama y se marchó de la cámara del
señor, con la intención de caer en su propia cama. La noche se
había apoderado repentinamente de ellos, y ella no había
disfrutado de un momento de respiro en todo el día.
Mientras cerraba la puerta tras ella, una sombra se
desprendió de la pared del pasillo. Reconociendo su alta
forma, Merry suprimió un gemido. Luke, claramente, la había
estado esperando. Ella estaba deseando probar su recién
descubierto poder sobre él, pero aún no. No cuando se sentía
como un trapo escurrido.
Se detuvo ante ella, sus amplios hombros encogiendo el
ancho del pasillo. Se dio cuenta de que se había bañado
recientemente, reconociendo la agradable fragancia de su
jabón, aunque aún no había identificado la hierba que lo
perfumaba. Casi se inclinó hacia adelante para olerlo mejor,
deteniéndose a tiempo, pues eso la haría pensar para siempre
en este hombre impresionante que estaba de pie ante ella.
—Quisiera tener unas palabras con vos, mi señora —
comenzó con su habitual y cortés manera.
Ella lo miró inquisitivamente, golpeada por lo guapo que
parecía con la suave luz de una antorcha. Su oscuro pelo
brillaba, con las puntas húmedas y rizadas.
—Escuché que hicisteis una infusión de la hierba que
recogisteis en el patio exterior.
—¿Hierba? —replicó ella, cortando su inspección—. La
agripalma no es una hierba. Es una planta benigna con
cualidades calmantes. No es probable que lo mate, así que, si
queréis sermonearme, podéis ahorraros el esfuerzo.
Él le ofreció una pequeña sonrisa, aparentemente
imperturbable por su espinosa interrupción.
—Permitidme ir directamente a mi propuesta, entonces.
Vuestra experiencia es necesaria en el muro.
El aire salió de los pulmones de Merry y lo miró fijamente.
—¿Qué queréis decir?
Sus ojos brillaban a la luz de las velas del candelabro de la
pared y, por un momento, parecía estar regodeándose.
—Tres de mis hombres resultaron heridos cuando una parte
del muro cayó sobre ellos esta tarde. Gervaise trató sus cortes
con un ungüento que los hinchó a todos.
Imaginando el resultado, no pudo evitar hacer una mueca
de dolor.
—Gervaise es solo un barbero —dijo burlándose del
hombre. Entonces, lo pensó mejor—. Es probable que sea
bueno con las sanguijuelas y que ponga los huesos en su lugar,
cosa que yo no hago —agregó en su defensa.
—Sí, pone los huesos, pero necesitamos a alguien más
hábil para tratar rasguños y heridas. —Inclinó un poco la
cabeza hacia un lado, esperando, atento.
Merry percibió la trampa.
—¿Qué hay del barón? —preguntó ella, recordando su
desacuerdo—. No puedo, simplemente, abandonarlo.
—¿La infusión está hecha? —preguntó.
—Sí.
—Entonces, dejad que la baronesa cuide a su marido.
Habéis hecho más que suficiente.
¿Eso era sarcasmo? Si era así, estaba envuelto en tal
frialdad que no podía discernirlo. Ella lo miró a través de sus
pestañas.
—¿Y si rechazo vuestra oferta? —preguntó ella,
probándolo. Su sangre empezó a burbujear ante la perspectiva
de desafiarlo de nuevo.
—Haced lo que queráis —dijo, encogiéndose de hombros
—. Mis hombres han sobrevivido a cortes y rasguños antes.
Consideró cómo esas heridas eran propensas a pudrirse. Sin
embargo, la situación del barón era mucho más delicada.
—Me necesitan mucho más aquí —decidió—. Vigilaré al
barón hasta que mejore. —Levantó la barbilla un poco,
desafiando al guerrero para que se lo prohibiera.
Su expresión se mantuvo perfectamente impasible.
—Solo señalo el riesgo. Os ponéis en peligro al tratarlo —
agregó.
—Tonterías. —Encontró inmensamente agradable
contradecirlo—. La infusión es tan suave que podría beberla
en este mismo instante y no sufrir ningún efecto nocivo. Si el
barón muere de algo, será de un corazón roto. —Ella le lanzó
una mirada inquisitiva.
Su expresión no cambió, pero sus ojos parecían arder de
adentro hacia afuera.
—Estoy bajo las órdenes de la corona para hacer este
trabajo en particular —dijo sucintamente, defendiéndose sin
sonar a la defensiva.
—Yo también estoy llamada a un trabajo particular —
replicó ella, apoyando sus manos sobre sus caderas.
—Hacedlo con los eridos del muro, donde vuestras
habilidades tendrán más éxito.
—¿Qué? ¿Creéis que ya he fallado? —suspiró—. Apenas
he empezado a tratar al barón y, aun así, me acusáis de
fracasar.
—Es viejo, señora. Es probable que muera sin importar las
habilidades que vos poseáis.
—No me rendiré con él por tal motivo —confesó.
Dio un repentino paso adelante, un movimiento abrupto que
traicionó por fin su autocontrol.
—Me jurasteis que no causaríais problemas, señora —le
recordó. —Solo os pido que mantengáis vuestra palabra.
Sus rasgos parecían más duros en la sombra. Ella sintió que
debía tenerle miedo. En vez de eso, la velocidad de su sangre
la volvió imprudente. Con la barbilla en alto, ella lo miró
directa y desafiantemente a los ojos.
—Mantendré mi palabra y no me meteré en problemas
como prometí. —Estuvo de acuerdo—. Pero con una
condición.
Era su turno de parecer cauteloso.
—Decid.
—No más interferencias. Debéis permitirme hacer mi
trabajo, como vos hacéis el vuestro.
Él vaciló, una mirada de frustración asomó a sus ojos.
—Heridas y cortes —dijo—. Podéis tratar eso y nada más.
Levantó las manos frustrada.
—Entonces, podéis derribar solo las torres y dejar la
muralla y la guarnición intactas.
Se irguió en toda su altura.
—Vuestro papel como curandera no tiene nada que ver con
mi misión para el rey Enrique.
Al escuchar esa mínima irritación en su tono, Merry se
felicitó a sí misma por romper su autocontrol.
—Al contrario. Es vuestro trabajo el que me ha dado a mi
último paciente. —Ella sabía que lo estaba incitando;
simplemente, no podía evitarlo.
—Milady-. —La agarró por los hombros y le dio una sola
sacudida—. No os atreváis a decirme cómo hacer mi trabajo.
«No me digáis cómo hacer el mío». Sí, deseaba
contraatacar con esas palabras, pero se le atascaron en la
garganta, congeladas por la abrumadora conciencia de su
fuerza. Si de repente desatara su ira sobre ella… Quizás no
había sido sabia al ponerlo a prueba, después de todo.
Su agarre se aflojó lentamente. Entonces, su mirada cayó en
los labios de ella, y su rostro cambió, se suavizó, y su ira fue
reemplazada por una expresión de deseo. Con un suave
gemido, Luke inclinó la cabeza y, sorprendentemente, sin
avisar, apretó su cálida boca contra la de ella.
El corazón de Merry suspendió sus latidos. Se preparó para
la violación, pero estaba paralizada, incapaz de apartarse. Sus
labios rozaron los de ella, la suave presión demasiado ligera
para ser amenazante, demasiado real para ignorarla. Mientras
él moldeaba su boca a la de ella, el placer brillaba
inesperadamente, estimulando su corazón en un repentino
galope.
Su pulgar presionó su mandíbula hacia abajo y ella se dio
cuenta con un grito ahogado de que él quería besarla más
profundamente. Sus labios se abrieron con su jadeo, y su
lengua se deslizó entre ellos.
Una lánguida caricia le siguió mientras se burlaba de sus
labios, de la parte interior de sus mejillas, incluso de su lengua
con movimientos tranquilos. Los párpados de Merry se
derritieron. Sus dedos en la barbilla eran lo único que la
mantenía erguida, mientras sus miembros se convertían en
líquido.
Luego cortó el beso abruptamente, soltando sus manos y
retrocediendo. Cuando sus ojos se abrieron, volvió a ser el
Fénix, con su fría compostura y su desalentador autocontrol.
Sin su apoyo, Merry se tambaleó hacia atrás, contra la pared.
Su corazón latía con asombro mientras, aturdida y
desorientada, miraba a Luke.
¡La había besado! Él la había besado y ella no solo había
sobrevivido a su beso, sino que había probado la magia pura
en sus labios. Había sido…. placentero, no aterrador. ¿Quién
podría haberlo adivinado?
—Os despertaré al amanecer —dijo secamente, su
expresión imposible de leer. Girando sobre sus talones se
alejó, desapareciendo en la oscuridad del pasillo.
Un momento después, oyó que la puerta de su habitación se
cerraba firmemente tras él. La sangre chocó contra los
tímpanos de Merry. El recuerdo de su beso perduraba como un
cálido y perturbador sueño. Parada en el oscuro pasillo,
cuestionó la realidad de lo que había sucedido. El Fénix la
había besado. No se parecía en nada a los besos descuidados
que había recibido de uno de los sucios soldados de Ferguson,
cuando luchó con uñas y dientes para alejarlo, y ganó. El beso
no había sido frío como ella podría haber esperado del
comandante de un ejército. No, en absoluto. El beso de Luke
había sido, a la vez, apasionado y gentil, mostrando
moderación incluso ante su inclinación a continuar.
¿Cómo era posible que quisiera que la besaran de nuevo?
Se rio suavemente en la oscuridad, una risa que era en parte
asombro, en parte alivio y en parte intuición femenina.
¡Piedad! Ella tenía más influencia sobre él de la que había
imaginado. No solo se había salido con la suya regañándolo
por sus deberes, sino que lo había provocado hasta el punto de
besarla. Y muy dulcemente.
Rezó a Dios para que le diera la oportunidad de provocarlo
una vez más.
Capítulo 7

M erry levantó la pesada trenza de su cuello y notó una


brisa refrescante. A diferencia de los hombres, no podía
quitarse la túnica que llevaba puesta, y un constante chorro de
sudor goteaba entre sus omóplatos y sus pechos. El sol brillaba
sobre la pared de granito y hacía que los estantes almenados a
ambos lados estuvieran demasiado calientes para sentarse
sobre ellos. Así que, Merry se quedó de pie, sin nada que
hacer, mientras los soldados la rodeaban envolviéndola en un
trueno de metal resonante y piedras voladoras.
Sería mucho más útil en el castillo que con los hombres. De
hecho, nadie le había dejado ni siquiera mirar sus rasguños del
día anterior, y mucho menos tratarlos. Manteniéndose a un
lado, se mantuvo fuera del alcance de las astillas y fragmentos
voladores. Solo estaba lo suficientemente cerca para ser
llamada si era necesario, y para ser olvidada hasta entonces.
El calor había absorbido toda la humedad de su boca.
Pequeños granos de roca y escombros habían llegado a su
lengua reseca. Anhelaba una taza de sidra fresca, pero el Fénix
aún no había hecho un descanso. Él y sus hombres trabajaban
como ella nunca antes había visto a nadie trabajar, derribando
la torre como si sus vidas dependieran de ello.
Por mucho que lo intentase, no podía comprender el
propósito de crear una abierta brecha en la pared exterior.
¿Qué pasaría si Malcolm, el actual rey escocés, de repente,
tuviera la idea de invadir Inglaterra como lo había hecho su
abuelo, David? ¿Y si los galeses decidieran crear problemas?
¿Cómo podría defenderse sin torres desde las que lanzar
flechas de volea o echar aceite caliente sobre los atacantes?
Seguro que los Fénix entendían la locura de derribar la
fortaleza del barón. Se imaginó que él estaría destrozado por
dentro, ya que ningún hombre podría considerar que esto era
una acción sensata. Sin embargo, estaba atado por su deber:
¿cómo podría un vasallo desobedecer a su rey y no sufrir
terribles consecuencias?
Su mirada volvió hacia él, de pie, sin camisa y blandiendo
un garrote con una robusta cabeza de metal. Los músculos de
sus hombros y espalda se flexionaban y ondulaban mientras
trabajaba junto a sus hombres, esforzándose tanto como ellos
por un trabajo que no podía ser otra cosa que repugnante para
él.
Además, parecía ignorar las quejas de sus hombres sobre su
presencia. Desde el momento en que Luke la había escoltado
por las escaleras de la torre, ella había sufrido sus miradas.
Claramente, temían un desastre inminente mientras —la bruja
— estaba entre ellos.
Con un movimiento de cabeza, Merry lanzó una mirada de
preocupación hacia la habitación del barón. A pesar del calor,
sus ventanas estaban bien cerradas. Ella sabía perfectamente
por qué había sido obligada a permanecer allí, para no tener
que atender al barón. De hecho, ella no había tenido tiempo ni
siquiera de comprobar su estado después de que Luke la
despertase de un sueño profundo al amanecer. El Fénix se
había movido con extrema rapidez tras sacudirla. Cuando ella
abrió los ojos, él ya estaba cerca de su puerta, ladrando una
orden para que ella se levantara y se encontrara con él afuera.
Luego desapareció, como temeroso de lo que pudiera ocurrir si
se quedaba solo con ella en la alcoba.
No podía deleitarse con eso, ni sentir ningún triunfo. En su
lugar, rezó para que Adelle tuviera más suerte que ella en
conseguir que lord Iversly bebiera la infusión. ¿Y si la
baronesa no hubiera tenido éxito y el barón afectado hubiese
muerto?
Luke tenía razón, por supuesto. Se necesitaba poca
imaginación para ver cómo se la podía culpar por la muerte del
barón. Ella misma había llegado a esa conclusión, o no estaría
de pie bajo el sol, sofocada, preocupada y rezando.
Al alejar la túnica de su cuerpo tirando del escote, dirigió su
mirada sobre la pared hacia las salvajes colinas de la lejanía.
Una línea de nubes oscuras marcaba el horizonte, prometiendo
un eventual alivio del calor. En voz baja, murmuró una frase
que Sarah le había enseñado para convencer a las lluvias que
daban vida.
—Lluvia para empapar el suelo, hasta que abunden las
hierbas.
El soldado más cercano a ella giró rápidamente, su pico
suspendido en el aire.
—¿Qué dijisteis? —exigió, una mirada de desconfianza en
sus ojos.
Con un gemido interior, Merry reconoció a Cullin. Ella lo
observó con una mirada neutra, pero no pudo evitar que su
mirada se deslizase hacia los bultos rosados que crecían en su
cuello.
—No estaba hablando con vos —contestó ella,
experimentando una sutil reivindicación. El perejil había
hecho su trabajo, y luego algo más.
—Sí, lo hicisteis. Os escuché maldecir a alguien en voz
baja. Más vale que no haya sido a mí. —Dio un paso
amenazador hacia ella.
Ella se alejó de él, aliviada al ver que Luke se dirigía hacia
ellos.
—¿Hay algún problema? —dijo el comandante,
dirigiéndole al hombre una mirada oscura.
Cullin se rascó el pelo grasiento y de color arena. Anillos
de sudor manchaban su camiseta bajo los brazos.
—La bruja acaba de maldecirme —murmuró—. No me
gusta que esté cerca.
Merry se sorprendió al ver un destello de ira en la cara de
Luke.
—En primer lugar —contestó el Fénix con una voz tan
fuerte como el garrote de metal que llevaba—, ella no es una
bruja. En segundo lugar, no me importa mucho si aprobáis su
presencia o no. Ella está aquí por petición mía. A partir de
ahora, la llamaréis lady Merry. ¿Está suficientemente claro?
A través de sus regordetes párpados, Cullin la miró con
ojos estrechos. Ante su líder murmuró una breve afirmación y
les dio la espalda.
Luke tomó a Merry por el codo y la dirigió a cierta
distancia por la pared, donde era menos probable que incitara a
las supersticiones de ese soldado.
—¿Qué le dijisteis? —exigió, la frustración impregnando
su tono.
—Nada —insistió ella. ¿Para qué molestarse en explicar su
pequeña oración por la lluvia?—. ¡Tengo sed y calor, y estoy
cansada de estar aquí sin hacer nada más que sudar!
Sus dedos se enroscaron alrededor del codo de ella,
haciéndola muy consciente de su presencia física.
—Tened cuidado de cómo habláis con estos hombres —le
aconsejó—. Algunos son muy incultos, especialmente, los
mercenarios como Cullin.
—¡Os lo dije, no le dije ni una palabra!
—Bajad la voz.
Se preguntó si le serviría de algo provocarlo en ese
momento. No, decidió, su control se mantendría en presencia
de sus hombres. Además, si se ablandaba, pensarían que ella
había embrujado a su comandante y su opinión sobre ella
empeoraría.
Aun así, lo pilló mirándole la boca y un escalofrío la
atravesó.
—Alejaos de Cullin —repitió, dando un visible paso atrás.
Ah, así que lo había tentado. Ella le ofreció una sonrisa de
conocimiento y luego levantó su cara a la brisa. Quizás había
algo en la oración de lluvia de Sarah, después de todo, porque
las nubes se habían acercado.

Luke frunció el ceño ante el perfil de Merry. Dios lo ayudase,


él quería agarrarla y besarla en ese momento,
independientemente del público. Ella también lo sabía,
pequeña descarada, sonriéndole así.
¡Idiota! Se reprendió a sí mismo. Besarla la noche anterior
había sido un impulso del que se había arrepentido
inmediatamente. De alguna manera, ella lo había provocado a
perder los estribos. ¿Cómo se atrevía a decirle que desafiase a
su rey y dejase su trabajo sin terminar? La había besado solo
para silenciarla, para dejar claro que sus juicios no eran
bienvenidos. Sin embargo, no podía borrar el sabor de ella de
su lengua, y anhelaba volver a besarla.
El darse cuenta de ello lo dejó perturbado. Merry era la
última clase de mujer a la que debería encontrar intrigante.
Ella encarnaba todo lo impulsivo y emocional, dos tendencias
que él encontraba perturbadoras y contraproducentes para su
éxito. Sin embargo, sin razón aparente, no podía desterrar el
recuerdo del beso de anoche. Tampoco podía negar su deseo
temerario de besarla de nuevo.
¡Jesús! Si no se conociera tanto, diría que ella lo había
hechizado.
—Manteneos alejada —agregó, frustrado por sus
pensamientos errantes. Quizás era demasiado tarde para
protegerla de acusaciones si el barón sucumbía.
No había dado cuatro pasos cuando los gritos de sus
hombres capturaron su atención.
—Ese maldito gato —gritó una voz—. ¡Apartadlo de la
pared! —gritó otro.
Luke vio al gato de Merry corriendo entre los pies de sus
hombres mientras se dirigía hacia él. Con una maldición
abrasadora, Luke avanzó con la intención de cogerlo. Al
encontrarse perseguido, Kit se quedó inmóvil, se dio la vuelta
y se escabulló entre los pies de otro soldado que todavía movía
su hacha. Sorprendido por el roce del pelo contra sus piernas,
el hombre quitó los ojos de su herramienta. Luke vio la
consecuencia inevitable y observó impotente, incapaz de
prevenir lo que sucedió después. La punta del pico se estrelló
contra la espinilla de Philippe. Un rugido de agonía partió el
aire húmedo y, al mismo tiempo, Merry jadeó tras él.
El corpulento mercenario de Poitiers dejó caer su hacha
como si fuera una serpiente venenosa y se dobló, su gorra
resbalando sobre su sudorosa cabeza. Con otro rugido de
dolor, se desplomó sobre su espalda agarrándose la parte
inferior de su pierna y maldiciendo profusamente.
Olvidando al gato que había desaparecido durante la
conmoción, Luke corrió hacia el hombre caído y se arrodilló.
Examinó la pierna de Philippe, donde una brillante mancha de
sangre brotaba de los pantalones del hombre. Quitando la tela
de la pierna herida, Luke sintió que se atrancó un poco. Miró
debajo de la tela. ¡Caramba! Un trozo de hueso atravesaba la
piel del hombre.
—Encontrad a Gervaise —ordenó al hombre más cercano.
—¡Mierda! —gritó el gigante en agonía. Las gotas de sudor
que salpicaban su cabeza calva se convirtieron en riachuelos al
apretar los dientes.
—Por favor, dejadme pasar. Haceos a un lado.
Por encima de los sonidos de confusión, Luke oyó a Merry
abriéndose paso entre sus hombres. Ellos se apartaron como la
hierba larga ante una brisa persistente. Un instante después,
ella se arrodilló frente a él compartiendo una mirada antes de
prestarle atención a Philippe. Luke, como sus hombres, la
miraba con desconfianza. Después de todo, ella había sido
prácticamente la causa del accidente.
—Gervaise llegará en breve —la informó, indicando que no
necesita atender esta lesión en particular.
Merry lo ignoró.
—¡Que alguien me traiga una flecha o un palo! —dijo ella.
Estudió la herida de Philippe, y Luke vio que el color
desaparecía de su hermoso rostro.
—Viene Gervaise —repitió—. No hay nada que podáis
hacer por él.
Philippe gimió cuando una nueva ola de dolor se abatió
sobre él.
—¡Necesito una maldita flecha! —Merry gritó, frenética
por sacarlo de su miseria.
Los hombres retrocedieron, algunos de ellos se santiguaron
como para protegerse del mal. Luke estaba a punto de llevarse
a Merry cuando alguien le dio una flecha con la punta rota. Se
inclinó sobre Philippe y le puso una mano tierna en la mejilla.
—Morded esto, señor —le ordenó—. Hacedlo ahora.
Respondiendo a la mezcla de ternura y autoridad, el gigante
abrió su mandíbula una fracción y ella le clavó el palo entre
los dientes, impidiéndole apretar sus muelas hasta convertirlas
en polvo. Varios transeúntes murmuraron con aprobación y
Luke decidió dejarla continuar.
El sudor seguía brotando de la cabeza de Philippe. Merry
señaló a otro soldado.
—Vos, buscadme un frasco de vino o algo más fuerte, si lo
tenéis. ¡Id, daos prisa! —Ella le hizo un gesto con la mano y el
hombre, quizás temiendo que le lanzara un maleficio, se
apresuró a obedecer.
Merry se encontró con la mirada de Luke una vez más.
—Necesitamos un gran bloque de hielo para evitar que la
pierna se hinche. Enviad a un hombre a las cocinas a preguntar
—sugirió.
—Iré yo —dijo un soldado voluntario que estaba cerca.
En ese momento, Gervaise, finalmente, se unió a ellos,
resoplando tras su larga caminata por las escaleras de la torre.
—¡Ah! —gritó, arrojándose al lado del hombre herido.
Inspeccionó la ruptura con algo parecido al regocijo.
—Esto llevará algo de trabajo —dijo. Dejó caer una bolsa y
empezó a buscar dentro de ella.
—¡Aquí no! —Merry gritó alarmada—. ¡Por la sangre de
María!, ¡este lugar es asqueroso! ¡El hombre ni siquiera ha
tomado vino todavía!
Gervaise se ofendió de inmediato con su lenguaje.
—¿Pensáis decirme cómo hacer mi trabajo? —le gritó—.
¡He estado colocando huesos desde antes de que llegarais al
mundo desnuda y gritando!
—¡Gervaise! —lo interrumpió Luke. No le gustó la
mención de Merry desnuda, ya que podía ver el repentino
interés en los ojos de los hombres que, sin duda, estaban
imaginando su cuerpo desnudo—. Haremos lo que la señora
dice —decidió Luke.
En ese momento, un soldado le entregó un odre y él se lo
pasó a Merry, quien lo agarró con una rápida sonrisa de
gratitud. Se sintió mejor por poner su fe en ella. Quitando la
flecha de los dientes del gigante, Merry le ayudó a vaciar la
bota. Philippe tragó con tanta ansiedad que apenas derramó
una gota.
—Dadle otro momento —le suplicó Merry. Acarició el
pecho del gigante, canturreando palabras de consuelo. Parecía
ajena a su público cautivo—. Y será mejor que traigáis más
vino.
Luke miró a sus hombres, preguntándose qué pensaban de
ella entonces. No le sorprendió ver la amplia gama de
expresiones en sus rostros, desde la esperanza hasta el interés
desvergonzado y la superstición salvaje. Ella tenía el mismo
efecto en él.

Por fin, los párpados de Philippe cayeron. Dejó de murmurar


blasfemias. Merry observó mientras Luke y otros dos hombres
lo levantaban del suelo. El gigante volvió a la vida mientras
luchaban por llevarlo por las escaleras y por el patio, hasta su
catre en la guarnición. Una vez allí, colocó trozos de hielo
alrededor de su pierna herida, debajo de ella y a ambos lados.
—Podría hacer más por su dolor —dijo Merry, mirando la
herida y el hueso ensangrentado. Le habían cortado las calzas
a Philippe, revelando el alcance de sus heridas. La sangre ya
no se filtraba por la herida, gracias en parte al hielo—. Solo
necesito encontrar algo de valeriana o mandrágora.
—Ya ha vaciado dos odres —señaló Luke—. Es un
guerrero, Merry; puede tolerar el dolor. Mira su mano derecha.
Se dio cuenta por primera vez de que a Philippe le faltaba el
dedo anular. Claramente, no era ajeno al sufrimiento. La
repulsión obstruyó su garganta al considerar lo que pasaría
después. Si se le diera tiempo, podría hacer que el hombre se
sintiera mucho más cómodo con el doloroso procedimiento
que debía seguir, por no hablar de evitar la infección. Pero no
pudo contradecir al Fénix frente a sus hombres.
Su mirada se deslizó hacia Gervaise, que la miraba con
obvio desprecio.
—Hacedlo, entonces —le dijo a Gervais—. Esta es vuestra
área de especialización. Ella no tenía que mirar. Caminando
hacia el otro lado del pasillo de la guarnición, se detuvo ante el
ennegrecido foso de fuego que se iluminaría más tarde esa
noche.
Abrazándose, Merry luchó para sofocar los temblores que
se apoderaron de ella. El mareo se agitaba en su vientre, pero
se negaba a sucumbir. Los curanderos no caían en shock cada
vez que veían sangre. Sin embargo, ella lo hacía casi todo el
tiempo. Un terrible fracaso que esperaba superar.
Un trueno y luego otro ahogó los angustiosos gemidos del
gigante mientras Gervaise trabajaba para corregir el hueso. El
oscurecimiento del cielo hizo que la luz incierta se filtrara a
través de las estrechas ventanas de una pared. Una inquietud
similar se apoderó de ella mientras esperaba a que pasara la
parte más difícil.
Los soldados habían aprovechado el accidente de Philippe y
la tormenta que se acercaba para permanecer inactivos, por el
momento. Erin esculpía un trozo de madera. Si bien los
hombres la ignoraban en su mayor parte, ella sentía sus
miradas penetrantes y acusadoras como pinchazos en su piel.
Oyó a uno decir que mataría a su gato si lo encontraba.
Inesperadamente, una voz resonó en su oído, tan cerca, que
Merry dio un salto.
—Así que, fue a Philippe a quien maldijisteis con vuestras
palabras, ¿no?
Girando, encontró a Cullin apoyado en una viga central a su
lado.
—No me habléis —murmuró ella retrocediendo.
—¿Por qué no? —la desafió persiguiéndola—. ¿Me haréis
lo mismo que le hicisteis a Philippe? —Él recorrió con una
mirada insolente su atuendo de chico y Merry se apartó,
disgustada por la mirada astuta de sus ojos de color pizarra.
—Yo no maldije a Philippe —contestó ella—. Obviamente,
fue un accidente.
—¿Y que el caballo de carga cayera por el desfiladero y
saliera vivo? ¿Eso también fue un accidente? —se mofó—. ¿Y
qué hay de las ampollas en mi cuello y espalda? Supongo que
no tenéis nada que ver con eso, ¿verdad?
Merry miró hacia el otro lado de la habitación, esperando la
intervención de Luke. Una bifurcación de relámpagos dividió
el cielo afuera, iluminando la hermosa cara del Fénix durante
un instante. Se inclinó sobre el catre de Philippe, vigilando de
cerca el trabajo de Gervaise.
Un trueno sacudió las piedras bajo los pies de Merry.
Mirando el rostro torpe y cruel del hombre que tenía ante ella,
se mordió la lengua y guardó silencio como le había pedido
Luke, negándose esta vez a ponerse a la altura de las burlas de
Cullin.
—Será mejor que os cuidéis, bruja —añadió con un
trasfondo sedoso—. U os daré una lección.
¡Dulce madre María! Una amenaza más fue todo lo que
necesitó para perder el control.
—Alejaos de mí —advirtió—, u os echaré una maldición.
Sus labios retrocedieron con una sonrisa salvaje.
—Ya lo habéis hecho —contestó espeluznantemente.
Puede que se refiriera a la planta, pero su mirada cayó sobre
sus pechos, empujados hacia arriba por sus propios brazos
envueltos alrededor de ella para sofocar su temblor.
Con un escalofrío de repulsión, Merry se giró y se acercó a
Erin. Cuando se detuvo de su talla y levantó una mirada hostil,
ella pasó junto a él hacia el único refugio de la guarnición,
bajo las alas del Fénix.
Encontró a Philippe inconsciente. El gigante se había
desmayado por el dolor. Gervaise estaba ocupado lavando la
sangre de sus innumerables herramientas. Luke señaló a un
montón de vendas.
—¿Podéis envolverle la pierna? —le preguntó.
Para su ojo perspicaz, Merry pensó que Luke se veía un
poco gris a pesar de su piel bronceada, pero su expresión
permanecía tan imperturbable como siempre.
—¿Gervais no quiere hacerlo? —preguntó, observando que
la herida había empezado a sangrar por el tirón y la
remodelación de la pierna. Tragó con fuerza y miró hacia otro
lado.
—Podéis hacerlo vos, señora —le dijo Gervaise
generosamente. Estaba claro que fijar el hueso era la única
parte que le interesaba.
Merry echó un vistazo desde las vendas en la carne
maltratada de Philippe.
—Me gustaría hacer una pomada primero —dijo ella,
levantando los ojos para suplicarle a Luke—. Seguramente,
habéis oído hablar de la consuelda —agregó—. Es excelente
para curar huesos rotos. Puede haber raíces vivas en el jardín
del castillo…
—Ni ungüentos, ni pociones, ni bálsamos —contestó,
sonando cansado. Señaló los vendajes—. ¿Queréis envolverle
la pierna o lo hago yo?
Lo que Merry quería era golpearlo en la cabeza y gritarle
que la consuelda era un remedio común usado en cualquier
hogar. No tenía que temer que ella matara a su soldado con
una hierba inofensiva, ¡por Dios!
Consideró salir por la puerta de la guarnición y dirigirse
directamente al jardín de hierbas, ignorando su negativa. Sin
embargo, las nubes de afuera se habían multiplicado, y la
lluvia se precipitó contra los adoquines en fuertes gotas. Sería
bastante difícil encontrar algo en la lluvia torrencial.
En vez de eso, cogió la bota medio llena que se había traído
por si acaso Philippe se despertaba y roció su herida con ella,
ignorando el grito ahogado de Gervaise. Sin duda, odiaba
desperdiciar buen vino. Luke permaneció en silencio y
vigilante, aunque ella estaba dispuesta a hablar con él en caso
de que él la criticara. El vinagre habría sido mucho mejor para
evitar la infección, pero ella no se atrevió a pedir ni siquiera
eso.
Con el corazón apesadumbrado, vendó y envolvió la pierna
de Philippe, agradecida de que el gigante se hubiera
desmayado y no pudiera quejarse.
—Las claras de huevo, al menos, habrían ayudado a cerrar
la herida. —No pudo evitar quejarse.
Momentos después, se sorprendió cuando el Fénix se puso
en cuclillas junto a ella. Asintió aprobando su trabajo y luego
la miró fijamente.
—Estáis pálida, señora. ¿Os encontráis bien?
Ante sus palabras, ella escondió sus temblorosos dedos y
miró hacia otro lado.
—Por supuesto —mintió. Podía sentir el calor de su cuerpo,
dada su proximidad. Sintió un impulso abrumador de apoyar
su cabeza en su hombro para ceder a su fuerza. El impulso la
sorprendió tanto como lo había hecho su beso la noche
anterior. Siempre había dependido de su propia fuerza, no
confiando en otro para consolarla, y menos aún en un hombre.
No la tocó, pero pareció inclinarse más cerca.
—Mantuvisteis la calma cuando todos los demás estaban
aterrorizados —añadió él, sus ojos brillaban con respeto.
Merry se calentó de adentro hacia afuera. De repente, ya no
estaba cansada, sino eufórica.
—Venid —añadió, de pie y extendiendo su mano—. Ha
sido una larga mañana. Unámonos a lady Iversly para la
comida de mediodía. Podéis preguntar por la salud del barón
—dijo amablemente.
Echó una mirada hacia atrás, hacia el inválido dormido, y
Merry deslizó su mano en la de él, deleitándose con el calor de
su palma y la firmeza de su agarre. No fue solo su beso lo que
la complació.

Esa noche sus sueños eran un tapiz de imágenes, la mayoría de


ellas sangrientas. Hacia el amanecer, sin embargo, soñó con
Luke y las imágenes de sangre y huesos dieron paso a cosas
mejores.
La esperaba en la sala exterior, de pie sobre una cama de
mariposas. Tomó ambas manos en las suyas, sus ojos brillantes
de admiración. Entonces, él comenzó a dar vueltas y vueltas,
hasta que cayeron sin aliento sobre las flores. Le ató una venda
sobre los ojos.
—No tengáis miedo —murmuró. Ella no le tenía ningún
miedo—. Recostaos.
Ella se reclinó sobre la fragante cama y él la besó, no solo
la boca, sino también el cuello y los hombros, incluso los
pechos. Se sentía llena de calidez y placer. Su boca se movió
más abajo, y sopló su cálido y cosquilloso aliento sobre el
suave plano de su vientre, que yacía expuesto a él.
Le lamió ligeramente la cadera, el muslo. No sintió ningún
reparo en su lenta seducción, sino que se abrió desplegándose
como una flor.
De repente, le quitaron la venda de los ojos. Para su horror,
no era Luke quien se le acercaba, sino Cullin, el mercenario.
Le apretó los pechos, aunque en el sueño no había dolor. Le
mordió el hombro. Mientras separaba sus piernas
preparándose para embestir dentro de ella, Merry gritó y su
propia voz la despertó.
Al sentarse sobre la cama, trató de desterrar las visiones
que aún tenía en la cabeza y calmar los latidos de su corazón.
Aun así, un sudor húmedo bañaba su piel mientras aguzaba los
oídos para escuchar los sonidos de un intruso. Entonces oyó un
rasguño, quizás alguien que intentaba abrir las contraventanas.
Recordando el estado de ánimo de algunos de los soldados de
Luke, Merry se levantó temblando de la cama y cogió el
atizador junto al brasero. Muy lentamente, se acercó a la
ventana. Extendiendo la mano, agarró la perilla y tiró de la
contraventana para abrirla.
Un cielo azul oscuro perfilaba la silueta de Kit. Siseó y
arqueó la espalda mientras ella jadeaba y dejaba caer el
atizador con un ruido sordo.
—¡Kit! —exclamó ella—. ¿Cómo llegaste aquí? —Lo
arrancó del umbral y lo levantó contra ella, encontrando que su
pelaje estaba húmedo y fresco—. ¿Te han estado
persiguiendo?
Mirando con cautela hacia afuera, solo vio un patio vacío.
Kit debía de haber saltado al techo de la cocina, y luego debió
abrirse paso por la estrecha cornisa para llegar a la ventana de
su segundo piso.
Cerrando la contraventana contra el aire nocturno, llevó al
gato a su cama. En el momento en que ella lo puso sobre las
mantas, él empezó a ronronear. Deslizándose bajo las sábanas,
le acarició el miedo que le quedaba.
—No te preocupes, querido gatito. No dejaré que te hagan
daño —le prometió. Con el latido de su ronroneo en la oreja,
ella se quedó dormida otra vez.

—Soy cojo e inútil, señora. Un inválido —murmuró Philippe,


moviéndose para ponerse cómodo—. No deberíais tener que
quedaros conmigo.
Merry miró al soldado cuyos pies sobresalían por encima
del extremo de su catre. Ella pensó que estaba dormido. Luke
se la había llevado minutos antes y le había encargado que
cambiara las vendas de Philippe mientras él y sus hombres se
dirigían a continuar con sus labores.
Por lo que Merry podía ver más allá de las contraventanas
cerradas, el sol aún no había superado el horizonte, y los
hombres ya estaban de vuelta en el muro, astillando la
tranquilidad con el sonido de sus golpes.
Dejó su taza de cerveza acuosa, se levantó y se inclinó
sobre el hombre.
—Creedme —le aseguró—. Prefiero cuidar de vos a estar
en esa pared sintiéndome inútil.
Gruñó a modo de respuesta. El resplandor de la hoguera
iluminó sus ojos azules.
—Gracias por vuestra atención —dijo bruscamente con esa
voz tan acentuada—. Vuestro tacto es suave.
¡Otro cumplido! Se quedó quieta un momento, abrumada
por la alegría.
—Gervaise puso el hueso en su sitio —dijo al fin—. Esa
parte que no pude hacer. Teníais mucho dolor —agregó.
Levantó su desfigurada mano hacia el aire.
—Quizá fue peor que cuando perdí el dedo —admitió.
Ella miró el espacio donde estaba su dedo.
—¿Cómo sucedió eso?
—Es una larga historia.
Miró a la vacía guarnición.
—¿Tenéis otros asuntos que atender? —le preguntó.
Philippe se rio.
—No. Si realmente queréis escuchar la historia, os la
contaré.
Merry regresó al palé donde había estado sentada: una
estera de paja sobre un banco que estaba fuera del alcance de
los bichos que se arrastraban entre los juncos.
El catre de Philippe crujió mientras se apoyaba en un codo.
—Puede que no lo creáis —empezó—, ¡pero yo nací hijo
de un pescador! —Sonrió tan ampliamente que sus blancos
dientes brillaron en el oscuro amanecer—. Vivíamos en
Poitiers, mi padre y yo, y pescábamos todos los días bajo los
acantilados de Briand. En ese castillo vivía la mujer más
exquisita que he visto en mi vida, aparte de vos —añadió con
gallardía, haciéndola reír—. Se llamaba Marguerite, y su padre
era el conde de Poitiers. Para celebrar su decimoséptimo
cumpleaños dentro de seis meses, decidió organizar un torneo
para determinar quién debía casarse con su hija. —Philippe
bajó la voz—. Había visto a lady Marguerite muchas veces
caminando por los acantilados mientras pescaba abajo. No era
un guerrero entonces, solo un pescador. Aun así, le rogué a mi
padre: «¡Vende nuestro bote de pesca, mon père, y ganaré a la
dama!». Mi padre creía en mí, así que compró una cota de
malla y un caballo a cambio de nuestro barco. Durante medio
año me entrené. Aprendí viendo a otros pelear. Por fin, llegó el
momento del torneo.
—Vos inventáis cuentos —interrumpió Merry, aunque ella
estaba encantada con este y con la animada manera en que
Philippe lo contaba.
—No, ¡es verdad! Lo juro por mi espada. Me puse un título
y falsifiqué los documentos necesarios —continuó Philippe—.
Deberíais haber visto a Marguerite, sentada con los
espectadores el día del torneo. Todavía recuerdo que su
vestido era plateado y azul, su pelo dorado. Era tan hermosa
que mi corazón se olvidó de latir. Juré que sería mi esposa,
aunque tuviera que morir para ganarla.
—Habríais sido un marido pobre, de hecho, si hubierais
muerto en el campo —bromeó. Ambos se rieron.
—Comencé a luchar —continuó—. Todavía con aliento
llegué a la ronda final con los mejores caballeros de Francia.
Me sentía seguro de mis habilidades, ya que hasta ese
momento había sido fácil desbancar a mis oponentes.
Entonces, el duque de Orleans me barrió de mi caballo y me
corté la frente contra mi yelmo. Había tanta sangre en mis ojos
que no podía ver. Aun así, luché, y la multitud empezó a
animarme. En un instante, el duque cortó el dedo de mi mano
derecha, Mon Dieu, ¡el dolor era terrible!
—¿Qué hicisteis entonces? —preguntó Merry con prisa,
imaginando la escena para sí misma.
—Por supuesto, moví mi espada a mi mano izquierda, la
cual continúo usando hasta el día de hoy. No me rendiría, tanto
amaba a mi señora. Por desgracia, solo soy un hombre y
terminé el día de espaldas.
Merry suspiró con consternación.
—Entonces, no la ganasteis —concluyó con tristeza.
—Yo no. —Lució desanimado por un momento. Luego se
iluminó—. Los más grandes señores de Francia habían sido
testigos de mi fuerza y determinación. Muchos se ofrecieron
para ser mi señor, incluyendo al conde de Anjou, el padre del
rey Enrique.
—¡Así que pasasteis de ser el hijo de un pescador a servir a
la realeza! —exclamó felizmente—. Esa es una historia que
vale la pena contar.
—Una verdadera —juró. Se encogió de hombros—. Así
que, aquí estoy —añadió, con un toque de ironía.
Merry apretó las manos en su regazo.
—Lamento que mi gato os haya causado daño —se
disculpó en voz baja—. Solo me buscaba a mí.
—No os preocupéis, señora —contestó amablemente el
gigante—. Fue un accidente que yo mismo provoqué.
Merry se dio cuenta entonces de que la habitación se estaba
volviendo más clara.
—Sois un hombre amable —dijo ella. Inmediatamente,
tomó una decisión—. Además, os merecéis algo mejor que
estar aquí con dolor o que vuestra herida se os pudra.
—¿Qué otra opción tengo? —preguntó.
—¿Confiáis en mí? —Ella contuvo la respiración,
mirándolo. Si decía que no, entonces ella dejaría de intentar
curar o ayudar hasta que se alejase del Fénix y de todos sus
hombres.
Philippe apenas dudó.
—Sí. No os he visto hacer nada malo.
Ella sonrió.
—Muy bien. Dadme diez minutos y volveré para trataros
bien la herida y cambiaros las vendas. Si alguien viniera
mientras yo no estoy… —se calló. Luke se pondría furioso si
supiera lo que estaba haciendo.
—Le diré a cualquiera que fuisteis a vuestras necesidades.
Se puso de color escarlata, pero asintió, agradecida por sus
tácticas discrecionales.
—Seré tan rápida como pueda.
Fiel a su palabra, Merry corrió rápidamente como si los
demonios la persiguieran. No había demonios, pensó,
simplemente, la idea de que Luke la espiara y la detuviera
antes de que pudiera encontrar lo que necesitaba. Primero fue
a la bodega de raíces y tomó tres patatas y luego a la cocina a
por un rallador y una sopera de miel. No había tiempo para
hacer nada con hojas de plantas o flores, pero si veía cicuta, le
llevaría unas hojas para masticar.
Sin incidentes, regresó al lado de Philippe en menos de diez
minutos llevando sus tesoros. Él frunció el ceño al ver las
patatas y la miel en la canasta.
—¿Estáis cocinando algo para mí, ma petite?
—No, señor —dijo ella riendo—. Esta raíz ayudará a que
vuestra herida sane espléndidamente. —Colocando un paño
limpio, ella cortó las patatas y luego se volvió hacia él y le
desenvolvió la pierna. Gimió y puso una mueca de dolor al
tocarla. Mirando a sus ojos azules, le preguntó—: ¿Es terrible
el dolor? Os traje algo que os ayudará a ignorarlo. —Volvió a
meter la mano en la cesta y le mostró tres hojas verdes y
plumosas.
—Sí, es malo —admitió, mirando el verdor en su mano con
la misma curiosidad y precaución.
—Cicuta —le dijo en voz baja—. Podéis masticar un poco
y sentir… bueno, os sentiréis un poco fuera de vuestra cabeza,
pero no os importará el dolor porque dejaréis de sentirlo.
Asintió, pensativo.
—Confío en vos, señora, pero no quiero perder la cabeza,
como decís. Puedo soportarlo. Continuad con vuestros
cuidados.
—Muy bien. —Metió las hojas bajo su palet—. Estarán
aquí si las necesitáis.
Cuidadosamente, desenvolvió el vendaje de su pierna.
Afortunadamente, la hemorragia había cesado. Limpió la
herida de nuevo mientras el gigante miraba. Entonces,
mientras ella abría la sopera y le ponía miel en la herida, él se
rio.
—Eso es nuevo para mí —dijo.
Se encogió de hombros, contenta al menos de que él no
siguiera gimiendo.
—Es realmente maravilloso para luchar contra la infección
—le dijo. El siguiente tratamiento, para ayudar a que la herida
sanase lo entretendría. Puso las virutas de patata en capas
sobre la miel. Claro que sí, soltó una carcajada.
—Debe estar bromeando conmigo, señora.
—Os ayudará a sanar. Lo prometo. —Puso un paño limpio
sobre las virutas para mantenerlas en su lugar. Luego le
envolvió unas vendas frescas alrededor de la pierna,
asegurándolas firmemente. A su favor, solo emitió un gruñido
de dolor.
—Vuestro turno de contar una historia —le dijo cuando ella
terminó su trabajo.
Merry miró hacia otro lado mientras se limpiaba las manos.
Hilos de luz amarilla iluminaban ahora los toscos catres, la
carpintería de las vigas, las paredes encaladas. Las únicas
historias que se le ocurrieron fueron las que no quería revivir.
—No tengo nada que contar —mintió.
El gigante la miró durante un momento de discernimiento,
y luego asintió una vez.
—No importa, porque tengo otra —admitió alegremente—.
Y esta historia es aún mejor que la mía. Es la historia del
Fénix y cómo se levantó de las cenizas.
Al mencionar el nombre de guerra de Luke, el corazón de
Merry latió más rápido. Había estado en sus pensamientos
toda la mañana, gracias en parte al sueño que había
comenzado tan placenteramente la noche anterior.
—No mucha gente lo sabe —comenzó Philippe en voz baja
—, pero nació bastardo. —Miró rápidamente a la puerta como
si temiese que le oyesen por casualidad—. Su padre era un
cruzado cuando Jerusalén fue capturada. No regresó a casa
después de esa victoria, sino que permaneció con Godfrey y
Baldwin para proteger la ciudad de los mahometanos. Incluso
después de la muerte de Godfrey, el padre de Luke se quedó en
el este. Tomó a una mujer sarracena para que fuera su amante
y Luke vino de su unión.
Merry era consciente de que su mandíbula se había
aflojado. Por fin supo por qué tenía rasgos exóticos que lo
marcaban como normando o sajón: ¡era medio sarraceno! Su
pelo negro y su tez oscura habrían venido de su madre.
—Cuando el padre de lord Luke murió de fiebre años
después, el niño fue olvidado —continuó Philippe—. Hablaba
el idioma de los sarracenos; vivía entre ellos, pero era tratado
como un paria cuando su abuelo, el conde de Arundel, lo
encontró en las calles de Jerusalén.
—¿Lo buscaba su abuelo? —lo interrumpió Merry.
—Sí, lo había estado buscando durante algún tiempo. Con
la muerte de su único hijo, este nieto se había convertido en su
heredero. Lord Arundel trajo al niño a Inglaterra y lo civilizó.
Lo enseñó a leer, tanto en latín como en francés. Durante la
Segunda Cruzada en la que se perdió la Ciudad Santa, sirvió
como traductor.
Maravillándose por el colorido pasado de Luke, Merry
volvió a considerar al comandante. ¿Se contentaría alguna vez
con volver a casa a Arundel en la costa de Sussex y vivir una
vida pacífica?
—¿Heredará el título de su abuelo? —preguntó en voz alta.
Los ojos de Philippe brillaron.
—Es cierto, es un espurio y hay leyes, pero tiene sangre
noble y común. Y la sangre del padre prevalece en este caso, o
así lo prometió nuestro rey a lord Luke. Además —se detuvo
para encogerse de hombros—, nadie sabe, incluido Luke, si su
padre se casó con la madre de Luke. —Recostado de espaldas,
Philippe cruzó los brazos sobre su pecho—. Nuestro
comandante puede no ser considerado así, pero es un señor de
todos modos. Como Guillermo el Conquistador —terminó con
otra risita.
—¿Cómo terminó salvando al rey Enrique? —preguntó
ella, recogiendo la taza que había dejado sin terminar y
hundiéndose de nuevo en el palé cercano.
Philippe aclaró su garganta para obtener un efecto
dramático.
—El conde de Arundel, siendo partidario de Matilde,
acogió al joven Luke en casa de su medio hermano, sir Robert
de Gloucester. Mi señor pasó su adolescencia en Normandía
como escudero de Robert de Gloucester. Allí se ganó su
famoso nombre.
Merry era consciente de que la guarnición podría caerse al
suelo a su alrededor y ella se quedaría en su sitio exigiendo
que Philippe terminara su historia.
—Estaba terminando su entrenamiento en el castillo de
Carrouges, donde Matilde vivía con sus tres hijos. Enrique y
Geoffrey eran los mayores, unos diez y ocho años en ese
momento. Había sido un verano seco como este, y una
mañana, cuando los cocineros pusieron en marcha los hornos,
las cocinas se incendiaron. Todos los combatientes, incluido
yo mismo, fuimos llamados a apagar el fuego, pero este
continuó a pesar de nuestros esfuerzos. Al mismo tiempo, se
corrió el rumor de que los jóvenes condes habían sido vistos
por última vez en las cocinas, ¡pero nadie podía encontrarlos!
Enrique y Geoffrey habían desaparecido!
Merry se aferró ansiosamente a la cazuela de barro, aunque
sabía que ambos niños habían vivido.
—Como el fuego no podía ser vencido, se nos dijo que nos
alejáramos. El techo se derrumbaría en cualquier momento.
Lord Luke ignoró el peligro. Corrió hacia el edificio donde
pensamos que, seguramente, moriría. Parecía que había pasado
toda una vida, y pensé que estaba acabado. El fuego rugió más
alto. Aunque el techo aguantó, estábamos seguros de que todos
los que estaban dentro estaban muertos. Entonces, de repente,
apareció saltando por la ventana con su capa en llamas y un
niño en cada brazo. ¡Había arriesgado su vida para salvarlos!
Si no fuera por él, Enrique no estaría hoy en el trono —
concluyó Philippe, golpeando con su mano el marco de la
cama.
Estaba maravillada con la historia. Luke había mencionado
algo de su valentía, pero era mucho más modesta.
—Él cambió el curso de la historia —reflexionó ella.
—De hecho, lo hizo, ma petite.
—Así que por eso su espada tiene un ave fénix en la
empuñadura.
Philippe asintió.
—La espada fue un regalo de Matilda. Fue nombrado
caballero ese mismo día. Enrique lo nombró comandante poco
después de ganar el trono, y lord Luke ha sido su vasallo más
leal desde entonces.
Merry miró hacia abajo, sorprendida de encontrarse con los
nudillos blancos agarrando la taza. El relato de Philippe la
llenó de admiración y orgullo y, extrañamente, de
arrepentimiento.
—Como veis —resumió Philippe—, la historia de mi señor
es grandiosa, al pasar de la nada a la nobleza. Sin embargo,
escalará aún más alto: el Fénix está prometido, ya sabéis, con
la prima del rey.
¡Prometido! La noticia le quitó el aire de los pulmones. Un
vacío que no podía nombrar se instaló en la región de su
pecho. Luke estaba comprometido con la prima del rey
Enrique, ¡nada menos! Una mujer cuya ascendencia real
aseguraría la transmisión de su título y podría traer mayores
recompensas. Una mujer a la que valía la pena aferrarse.
Pero él… la había besado.
¿Cómo podía haberlo hecho cuando su prometida esperaba
su regreso a casa? A menos que la hubiera besado solo para
silenciarla. Parpadeó con fuerza, y luego miró hacia las
profundidades ámbar de su cerveza de agua para evitar
encontrarse con la mirada perceptiva del gigante. ¿Había
malinterpretado el beso por completo? ¿Había sido la única
que lo había disfrutado? ¿Qué sabía ella de besos? Muy poco,
ya que antes de anoche solo había recibido besos no deseados
que le habían impuesto hombres lascivos y sucios.
El vacío en su interior se extendió.
—Disculpe, señor —murmuró ella, dejando a un lado su
cerveza y caminando una corta distancia. A mitad de camino a
la puerta, recordó la orden de Luke de que se quedara quieta.
Su mirada se dirigió hacia los restos de la comida matutina de
los hombres, un surtido de alimentos esparcidos sobre una
mesa baja. Se acercó a ella pasando por encima de la olla y el
pan de cebada seco antes de servirse un trozo de queso duro y
blanco. Lo comió sin saborearlo. Luego buscó una manzana,
solo para distraerse con la suciedad que aún había en el dorso
de su mano, en su muñeca y un desgarro en su manga.
Su mirada consternada bajó hasta la ropa que había usado
desde el día en que Luke la rescató. Las calzas de Erin tenían
tierra en ambas rodillas. Sabía que tenía manchas de hierba en
el trasero. Una capa de polvo había vuelto la túnica azul casi
gris. Peor aún, no había tenido tiempo de lavarse la cara o
peinarse esa mañana.
Bajó los ojos contra la vergonzosa noción de sí misma
como deseable, incluso cuando el calor quemó un camino
despiadado hasta sus mejillas. ¿Cómo podía haber pensado
siquiera por un momento que tenía dominio sobre el poderoso
Fénix? No era más poderosa que la cucaracha que ahora
pasaba junto a su zapato derecho. Peor que eso, parecía una
plebeya vestida como iba, ¡y además llevaba ropa de chico!
Un chico sucio y problemático. Sin embargo, no era un chico.
¡Era una dama! La hija de un padre gentil.
—Philippe —dijo, mirando con preocupación al gigante de
Poitiers. Tenía las manos cerradas detrás de su cabeza redonda
y había cerrado los ojos—. ¿Puedes arreglároslas sin mí
durante una hora más o menos?
—Mais oui —dijo—. Iba a tomar una siesta.
—¿Hay algo que pueda conseguiros antes de irme?
—Un orinal, si podéis encontrar uno —murmuró
ruborizándose un poco.
Merry fue a buscar uno al baño que estaba conectado a la
guarnición por una pasarela cubierta. Philippe miró hacia otro
lado mientras lo colocaba junto a su catre.
—Os veré pronto —dijo ella, ganando solo un
asentimiento.
Al acercarse a la puerta, él añadió suavemente:
—Gracias, ma petite.
Saliendo de la guarnición, corrió por el patio esperando
escuchar un grito de alguien que la espiaba. Si lograba entrar,
aprovecharía la oportunidad de evaluar la respuesta del barón a
su infusión. Luego le pediría a lady Iversly el vestido que la
baronesa había tratado de ponerle dos días antes y, por último,
le rogaría que le diera otra tina para bañarse.
¿Por qué la urgencia desesperada de mejorar su apariencia?
Solo había una razón por la que Merry lo reconocería incluso a
sí misma. Tenía que considerar el recuerdo de su padre y el
orgullo de la casa du Boise. Si Luke se había entretenido con
ella, solo podía culparse a sí misma. Sin embargo, ahora que
ella sabía que estaba prometido a otra, debía recordarle que
ella era, en efecto, una dama, y no una bruja o un niño, y,
ciertamente, no alguien con quien él debiera jugar.
No, a menos que quisiera que lo maldijeran de nuevo.
Capítulo 8

L uke siguió a su ejército sudoroso hacia la guarnición.


Ignorando el estruendo de su estómago, les permitió
apresurarse hacia el caballete de comida que tenían delante.
Después de todo, cenaría en la sala principal en breve. Los
hombres estaban hambrientos, ya que les había obligado a
trabajar durante la comida del mediodía, prometiéndoles un
final más temprano. Y mantuvo su palabra, lo que no tenía
sentido.
La tarea ante ellos parecía interminable, y cada día traía la
posibilidad de que su abuelo muriera antes de su regreso.
Entonces, ¿por qué dar un indulto a sus hombres cuando todos
eran capaces de continuar con su trabajo hasta el anochecer?
Sospechó lo que no quería admitir: que estaba ansioso por
la compañía de Merry. Negó esta conclusión inmediatamente,
al recordarse a sí mismo que ella podría tratar a Philippe con
toda clase de hierbas viles e incluso entrar en el castillo y
envenenar al barón si no la vigilaba. Él había jurado entregarla
a Helmsley y lo haría, viva y bien, siempre y cuando la
mantuviera alejada del peligro, lo que significaba mantenerla
cerca.
El deseo de ver su adorable rostro no tenía nada que ver con
eso.
Pero al entrar en la guarnición, la buscó inmediatamente.
Sobre las cabezas de sus hombres, no podía distinguirla. Luke
bordeó la mesa de caballetes donde los hombres competían por
asientos. Alrededor del pozo de fuego, se detuvo
abruptamente.
Allí estaba ella, casi irreconocible con una bata de color
verde bosque. Inclinándose tiernamente sobre Philippe, su
cabello era una cortina de seda dorada con la luz del fuego,
que la hacía arder. Sus pechos se hincharon sobre el escote
cuadrado del vestido. Su cara era una imagen de concentración
mientras quitaba las vendas de la extremidad herida de
Philippe.
En ese instante, Luke fue sacudido por la ineludible
revelación de que había estado deseando verla todo el día. Más
que eso, quería desesperadamente poner vendas en los ojos de
todos los hombres presentes para evitar que se quedaran
mirando las curvas superiores de los senos de Merry.
A decir verdad, ¡tal vez ella lo había hechizado! Tragó
pesadamente, buscando la fría compostura que le ayudaba a
mantener la cabeza cuando otros perdían la suya. Con
inquietud, Luke se acercó a la pareja. Se detuvo a la cabeza del
catre de Philippe y se sintió aliviado al encontrar al gigante
durmiendo. Cuando Merry lo miró, el color floreció en sus
sedosas mejillas y apartó su mirada casi de inmediato.
—Mirad esto —le ordenó, moviéndose para que Luke
pudiera ver la pierna del gigante.
Esperaba ver que la espinilla de Philippe se había hinchado
a grandes proporciones, quizás con los bordes de las heridas
inflamados. En vez de eso, vio una pierna bien curada y
cubierta con….
—¿Eso es patata? —empezó, pero Merry lo cortó.
—Esto no habría pasado —dijo ella con fiereza—, ¡si ayer
hubiera puesto consuelda en la herida!
Él dio un paso más cerca. ¿Qué se estaba perdiendo?
—¿Qué es lo que no habría pasado, señora? No veo nada
malo, excepto que su pierna parece un almuerzo para los
cerdos.
Ella suspiró con exasperación.
—Ahí. —Quitó las patatas de la herida—. Mirad cómo se
ha movido un poco el hueso y ya no está perfectamente
alineado. Y ahí —señaló una sección hinchada y rojiza no más
grande que un pétalo de flor—. Infección —declaró
levantando una mano.
La miró a los ojos tormentosos y sintió la lengua hecha
nudos.
—Además, está carcomido por la fiebre —continuó ella,
calentando su indignación—. Su piel ha estado caliente al
tacto toda la tarde. Todo sería mucho peor si no lo hubiera
tratado con patatas y miel.
¿Miel? Por un breve momento, se imaginó goteando miel
dorada sobre sus pezones o entre sus muslos y…
—Será vuestra culpa si él muere —añadió, sus ojos
peligrosamente brillantes—. ¡Es un buen hombre y me niego a
asumir la culpa!
Luke no podía recordar la última vez que había sido
castigado por una mujer. Amalie tenía maneras más sutiles de
mostrar desagrado. Merry no le ocultaba nada.
Comenzó a caminar a lo largo del catre de Philippe de un
lado a otro, con los brazos cruzados por debajo de sus pechos,
lo que acentuaba la sombra entre ellos. Luke la miraba, su
mente incapaz de moverse más allá del hecho de que parecía
una dama perfecta. Y era un misterio para él cómo el olor de
su cabello parecía llenar la gran sala.
Ella se volvió hacia él de repente.
—¿No tenéis nada que decir en vuestra defensa?
Sacado de su trance, miró a sus hombres y quedó
consternado al verlos mirando el intercambio con interés.
Algunos de ellos se habían olvidado de comer mientras
observaban la apariencia cambiada de Merry.
—Solo pensáis en ese… ese miserable muro y en derribarlo
—agregó, señalando en dirección a la torre oriental—. ¿No os
preocupan vuestros hombres? —Señaló a Philippe que se
había despertado, y miró con perplejidad a su cuidadora y a su
comandante.
—Se preocupa por nosotros. —Erin, en defensa de su
señor, saltó del banco con un trozo de pan rallado en la mano y
la otra mitad ya en la boca.
Era hora de llevar su conversación al exterior. Luke se
acercó a su escudero y le puso una mano agradecida sobre su
hombro.
—Gracias, Erin, pero la señora me estaba dirigiendo sus
quejas a mí. Venid —añadió, mirándola a los ojos y señalando
con la cabeza hacia la puerta—. Demos un paseo, ¿de
acuerdo?
Para su consternación, ella simplemente lo miró, su
columna vertebral tan rígida como un lucio.
—¿Un paseo? ¿Vuestro hombre tiene fiebre y queréis dar
un paseo?
—Al jardín de hierbas —añadió entre dientes. No podía
creer que ella le hubiera hablado así delante de su ejército.
Debía de parecerles un tonto. Si ella lo rechazaba ante ellos,
¿cómo salvaría las apariencias?
Entonces, sus labios rosados y suaves se convirtieron en
una “O” de sorpresa. Ella cogió su falda y la levantó antes de
pasar rápidamente por delante de él, y él suspiró aliviado.
Siguiendo su tentadora fragancia por la puerta, se dio cuenta
de que cada centímetro de él estaba lleno de conciencia. Al ver
el suave balanceo de sus caderas, el zumbido se convirtió en
dolor.
Cuando se acercaron al patio, la cogió por el codo y la giró
para mirarla a los ojos. Había menos testigos a la intemperie,
solo un anciano sirviente atando un jamelgo a un carro.
—Merry —comenzó, pero su mirada se dirigió brevemente
a la deslumbrante y blanca extensión de su pecho, y casi se
olvidó de lo que quería decir—. No deberíais haber montado
un escándalo ante mis hombres —dijo.
Se soltó del brazo y levantó la barbilla.
—Tengo vuestra atención, ¿no?
Poco sabía ella que siempre había tenido toda su atención.
Su mirada se inclinó hacia la insinuante visión de su escote.
—¿De dónde sacasteis este vestido? —dijo—. Os burlasteis
de mis órdenes y visitasteis el castillo, ¿no?
Sus cejas se elevaron.
—¿Burlarme de vuestras órdenes? ¿Acaso estoy en vuestro
ejército y debo obedecer vuestras órdenes?
Ignoró la pregunta.
—Supongo que también visitasteis al barón.
Ella esbozó envió una sonrisa de superioridad.
—Lo hice, y por esa razón ha mejorado mucho. De hecho,
se levantó de su cama y caminó hasta la ventana. ¿No lo
visteis? Os vio trabajar durante bastante tiempo.
Sí, Luke había visto al barón. Mirando desde el pasillo de la
pared, se había encontrado con el viejo de pie en su ventana,
mirándolo fijamente. Se parecía tanto a su abuelo que, por un
momento, Luke había pensado que se trataba de un fantasma.
El incidente lo había inquietado tanto que tuvo que dejar su
porra.
Cerrando los ojos brevemente, Luke buscó la última gota de
su paciencia, normalmente, sin fondo.
—¿Aumentasteis sus medicamentos? —preguntó a través
de los dientes.
—Por supuesto que lo hice. Dos largos tragos al día son
necesarios para que la infusión surta efecto.
Sus sienes palpitaban.
—Entonces, ignorasteis mis deseos una vez más —
concluyó—. No solo olvidáis lo que más os conviene —
añadió, consciente de que su tono había empezado a subir—,
sino que os burláis de mí con vuestra rebeldía. Desperdicio mi
aliento advirtiéndoos. Curad a Philippe como mejor os
parezca. —Señaló con la mano en dirección a la guarnición—.
Si queréis que os consideren bruja, no detendré a nadie. ¡No
soy vuestro guardián!
Con el impulso de agarrar a la mujer y aplastar sus labios
contra los de ella, se dirigió hacia la construcción dejándola
donde estaba. ¡Por los dedos de los pies de Cristo! Ella le
había hecho perder los estribos de nuevo, y él no podía
recordar la última vez que le gritó a alguien. ¿No sabía ella de
los peligros de jugar con las artes curativas? ¿Con patatas y
miel? Todo lo que había hecho fue corroborar las
supersticiones de sus hombres, haciendo probable que uno de
ellos intentara devolverla a la Iglesia por la recompensa. No es
que pudiera culparlos. Estaba casi listo para hacerlo él mismo.
No, eso no era verdad. Para él, no era más que una mujer
tan preocupada por el bienestar de los demás que no se daba
cuenta de los riesgos que corría. Sus dedos se flexionaron con
frustración y la miró fijamente. Tenía los ojos bien abiertos, la
boca exuberante, mirando a todo el mundo como si fuera un
gato pateado lejos de su hogar.
La culpa tardía lo pellizcó.
Mientras ella bajaba la mirada a los adoquines, su ira se
convirtió en polvo. Antes de que se diera cuenta, había vuelto
sobre sus pasos.
—Mis preocupaciones, Merry, son por vuestro bienestar —
insistió, deteniéndose ante ella—. He oído a mis hombres
hablar. Es cierto que desconfían de vos. Sería mejor dejar que
la infección de Philippe siga su curso antes que elaborar un
bálsamo curativo para él.
Ella agitó la cabeza.
—Si no hago nada, su fiebre aumentará. —Su suave voz era
inflexible—. No me importa lo que vuestros hombres piensen
de mí. Philippe está sufriendo. ¿Quién le ayudará, si no soy
yo?
Ella levantó entonces su mirada hacia él, la imagen de una
mártir perfecta. Viendo que nada la disuadiría de atender a los
enfermos, suspiró al rendirse. Ceder a sus deseos era mejor
para él que intimidarla para que obedeciera los suyos.
—Que así sea. —Apenas podía dar crédito a las palabras
que salían de su boca, pero la única forma de asegurar su
seguridad era apoyándola abiertamente—. Venid, vos y yo
trabajaremos juntos —decidió con tristeza—. Mostradme el
jardín de hierbas.
La sonrisa que iluminaba su cara ahuyentó sus
remordimientos instantáneamente. Cuando ella le cogió de la
mano, una ligereza como nunca antes había conocido animó su
espíritu mientras ella le llevaba en dirección a las cocinas.
De repente, parecían cohortes en una misión común.
Juntos, se movieron a lo largo de un sendero casi
demasiado estrecho para que dos pudieran caminar de lado,
pero él la agarró con fuerza, en lugar de soltarla. El gigantesco
seto le pinchó el hombro, pero la suavidad del pecho de ella
contra su costado le recordó que incluso el sacrificio no estaba
exento de recompensa.
—Esto es todo —declaró mientras se encontraban con un
patio cubierto de vegetación rodeado por tres lados por los
muros del castillo. Ella se alejó de él, saltando por un pasillo
de piedra triturada.
—El jardín está en condiciones deplorables. Nunca
debieron dejar que llegara a esto. —Con un cacareo de
desaprobación, Merry se inclinó sobre una planta de hojas
anchas para romper el tallo, dejando a la luz la hierba rezagada
que crecía a su lado—. Sin embargo, todo lo que tiene que ver
con Iversly parece viejo y desarreglado —añadió,
enderezándose con una mirada de desconcierto—. ¿Os habéis
dado cuenta?
Sin esperar una respuesta, se dio la vuelta y continuó
moviéndose a lo largo de las filas de vegetación caída.
La mirada de Luke bajó por la estrecha curva de su cintura
hasta sus caderas sutilmente acampanadas. Se sentía contento
al verla trabajar mientras se detenía ocasionalmente,
examinando hojas, rompiendo pedazos de tallos secos,
olfateando, y en algunos casos probando y cacareando en voz
baja.
Una y otra vez, sus pechos se elevaban contra el escote de
su corpiño mientras se inclinaba hacia adelante, revelando
pálidos globos de carne que hacían que su boca se llenara de
saliva de forma inapropiada. Rayos de sol del atardecer
danzaban a lo largo de los largos mechones de su pelo suelto,
convirtiéndolos en lenguas de seda ardiente que él ansiaba
tocar.
—¡Ajá! —gritó, agachada como una niña para cavar en la
tierra seca—. Las hojas están muertas, pero la raíz aún vive.
—Ella se burló de un pequeño y feo pedazo de tierra y lo
levantó para que él lo viera—. Consuelda —dijo ella,
triunfante—. La conocéis, ¿verdad? ¿Comfrey?
Se encogió de hombros ante ella, lo que significaba que no
habría distinguido la consuelda de una margarita.
—Oh, mirad aquí —gritó, saltando sobre un racimo de
flores de naranja que brotaban al borde del jardín—.
Caléndulas. —La vio arrancar de un puñado hojas, flores y
todo lo demás, y ponerlos a un lado—. Precisamente, lo que
Philippe requiere. —Se enderezó abruptamente, recogiendo
sus tesoros—. A las cocinas —lo informó.
Minutos más tarde, su curiosidad se agitó mientras
aplastaba la consuelda en un mortero, soltando los jugos.
¿Podría una cosa tan pequeña ayudar a Philippe a enmendarse?
—Mi madre siempre preparaba el oro de María cuando
estábamos enfermos.
Mientras volvían a la guarnición como niños llevando un
ramo de diente de león para su madre, se dio cuenta de que
había pasado de prohibir el uso de hierbas a ayudar e instigar a
una mujer buscada por la Iglesia por esa misma ofensa.
Agitó la cabeza ante su propia debilidad. Demasiado para
mantenerse firme. ¿A qué se rendiría ahora? ¿Al deseo de
besarla de nuevo? Anhelaba repetir esa indiscreción en
particular, incluso sabiendo que no le serviría de nada. ¡Los
dedos de los pies de Dios! ¿Cómo es que esa mujer
aparentemente inofensiva se había convertido en una amenaza
para su hasta ahora imperturbable autocontrol?

Merry se dio la vuelta en su cama y volvió a cerrar los ojos.


Sin embargo, no podía dormir, ni siquiera con la fuerte
presencia de Kit ronroneando a su lado. Las horas que pasaba
despierta eran por su propia culpa, pues odiaba dejarse caer en
un profundo sueño y tener otra pesadilla como la que había
sufrido la noche anterior.
En vez de eso, consideró las palabras de Luke de antes. «Si
queréis que os consideren bruja, no detendré a nadie. ¡No soy
vuestro guardián!».
Si no era su guardián, entonces, quizás, tampoco seguía
siendo su protector, dejándola enfrentarse a una terrible tirana
sin nadie que la defendiera. Había dejado claro que, después
de todo, le permitiría ejercer su oficio. ¡De hecho, él la había
ayudado! ¿Ya no le importaba si ella era condenada?
En un círculo aparentemente interminable, reflexionó sobre
la emocionante historia de Philippe de cómo Luke se convirtió
en el Fénix. Recordando la noticia de su compromiso, sus
temores se duplicaron. Luke no era un talismán que pudiera
usar a voluntad para mantener a raya a los lobos. Le debía su
lealtad a otra mujer y, tarde o temprano, dejaría a Merry atrás
y regresaría con el primo del rey.
¿Quién la protegería entonces? ¿El cuñado a quien había
maldecido tan tontamente?
Sintiéndose inquieta, tiró de las sábanas. El brasero se había
apagado y la habitación se había enfriado, pero ella no sintió el
frío. Cruzando hacia la ventana, abrió la contraventana para
ver una luna pálida colgando en el cielo oscuro salpicado de
nubes plumosas. El humo de leña provenía de un incendio
cercano.
Poniendo su peso en el alféizar de la ventana miró hacia
abajo, a las estructuras que se extendían debajo de ella.
Philippe estaba durmiendo en la guarnición. ¿Y si la fiebre
hubiera vuelto? Si él moría los soldados la culparían. Ella
había visto sus miradas de desconfianza, sus comentarios
susurrados cuando le puso el bálsamo en la pierna incluso con
la aprobación de Luke.
¿Qué haría falta para que uno de ellos la traicionara a la
Iglesia y revelara su paradero?
De repente, compartió el miedo a las represalias y entendió
por qué Luke había estado tratando de advertirla: si Philippe
muriera, sería a ella y no a Gervaise a quien culparían. Sin
saber qué hora era, Merry buscó la bata y los zapatos blandos
que Adelle le había prestado, tomó una vela y salió de su
habitación.
Momentos después, se abrió paso a través de un laberinto
de cuerpos dormidos en la guarnición. El aire fresco que se
filtraba a través de las ventanas hacía poco para disipar el olor
de los cuerpos manchados de sudor. Aguantando la
respiración, se dirigió al catre de Philippe y encontró al
gigante de Cherburgo durmiendo de costado, lo que era una
buena señal para Merry.
Colocando una mano suave en su hombro para no asustarlo,
colocó la palma de la mano en su frente encontrándola fría al
tacto, gracias a los santos.
A pesar de su gentileza, Philippe se tambaleó y se despertó
agitado.
—Shhh —susurró Merry—, soy yo.
—¿Eh? —Se irguió sobre un codo, jadeando por el dolor
que le causaba el movimiento—. ¿Qué hacéis aquí, ma petite?
Se había acostumbrado al apodo. Su cariño por él también
había crecido en los últimos días que habían pasado juntos.
—Tenía que ver por mí misma si estabais bien.
—Sí —susurró—, perfectamente bien. No deberíais estar
aquí, no de noche. Es peligroso. Volved a la torre del
homenaje.
—Inmediatamente —le prometió—. Solo quería estar
segura.
—Marchaos —dijo—. Lord Luke no lo aprobaría.
Merry puso una mueca de dolor ante la verdad de eso. Con
sus temores por Philippe aplacados, se le ocurrió tardíamente
que entrar en la guarnición a esa hora y vestida solo con su
ropa de dormir, había sido precipitado. Lord Luke
desaprobaría tal comportamiento.
Enderezándose, se apresuró a volver a través de la masa de
los cuerpos. Su rodilla entró en fuerte contacto con el extremo
de un banco y reprimió un grito, deteniéndose por un momento
para frotar su carne dolorida. Una mirada furtiva reveló que su
torpeza había despertado a varios soldados. Para su alivio,
simplemente, se dieron la vuelta agotados por sus labores, y se
volvieron a dormir.
«Date prisa», se dijo a sí misma.
Había llegado a la salida del patio cuando una mano
invisible salió disparada de la oscuridad para agarrarla por el
cuello. Otra mano cubrió su boca con la misma rapidez
sofocando su grito de alarma. Girando la cabeza, luchó para
ver a su secuestrador. La luz de la luna que se filtraba a través
de la puerta abierta apenas arrojaba un brillo suficiente en la
cara de Cullin para que ella lo reconociera.
—Ya os tengo, bruja —le susurró al oído—. Pensasteis que
podíais hechizarme y magullarme la piel sin pagar el precio,
¿verdad?
Asfixiada bajo su mugrienta palma, Merry se retorció para
escapar. Sin embargo, su agarre se apretó y se las arregló para
llevarla afuera con él hacia el baño comunal —una habitación
grotesca que contenía fosas en el suelo que conducían a
trincheras lejos del castillo, así como dos grandes tinas de
madera que podían ser llenadas para bañarse—, a pocos
metros de donde dormía el ejército.
La esencia de sus intenciones la empaló de terror. Había
presenciado la violación de su madre. La idea de tal violencia
perpetrada contra su propia persona la mareó.
El pánico floreció en ella y luchó desesperadamente, pero
sus pulmones convulsionaron con la necesidad de aire,
debilitando sus esfuerzos. Ella lo arañó a lo largo de su brazo
hasta hacerle sangre, pero, aun así, él la empujó por el pasillo
cubierto mientras ella arrastraba sus talones sobre la piedra. En
segundos, se abrió camino hacia el retrete de piso de piedra,
vacío a esa hora. También estaba oscuro, excepto por la débil
luz de la luna.
Merry había visto la habitación antes. Aquí era donde los
hombres se bañaban y se aliviaban. Entre las fosas del inodoro
de un lado y una pared con tuberías salientes del otro, la
habitación apestaba a desperdicio y oscuridad. El agua goteaba
sin parar de los tubos con corcho que traían agua de las
cisternas del techo.
La mano que le tapaba la boca se levantó sin avisar.
Mientras aspiraba aire bendito en sus pulmones, Cullin agarró
su cabello en un puño y tiró tanto su cabeza hacia atrás que
temió que le rompiera el cuello.
—Tengo un regalo para vos, lady Merry —gruñó,
pronunciando su nombre con desdén. Empujó su ingle contra
su trasero—. Algo mejor que la polla del diablo a la que estás
acostumbrada.
Un grito burbujeó en la garganta de Merry, pero el terror
bloqueó su liberación. Lo miró impotente mientras él le abría
su bata de seda y recogía el camisón que llevaba debajo,
preparándose para arrancárselo del cuerpo. Recordando su
pesadilla de varias noches antes, Merry se giró hacia él y
levantó su rodilla hasta incrustársela en el estómago.
Él la soltó y Merry corrió hacia la puerta, y luego por el
pasillo hacia la guarnición, rezando para que un soldado
decente se despertase y la ayudase. En la lucha anterior había
perdido sus zapatillas. El dolor se le clavó como una puñalada
en las plantas de los pies, lo que dificultó su progreso mientras
intentaba huir de Cullin.
A pocos pasos de la puerta, le cogió el pelo por segunda
vez. Su cuero cabelludo ardió de dolor.
—¡No! —gritó, encontrando por fin su voz—. ¡Ayuda, por
favor!
Cullin la rodeó por la cintura y le cubrió la boca por
segunda vez y evitó que sus extremidades agitadas lo
golpearan mientras la llevaba de vuelta a la cámara aislada.
Volviéndose hacia el barril de agua más cercano, golpeó su
abdomen contra la rígida tapa de madera. Con sus pulmones
aplastados sus gritos se debilitaron. Con una mano, Cullin
presionó su cráneo contra la fría pared de piedra detrás del
barril, tratando de levantar el dobladillo de su camisón con la
otra. Ella apretó los ojos y los cerró. Las visiones de la
violación de su madre se mezclaban con los terribles
momentos que ella soportaría.
Mientras la inoportuna cabeza de su hombría pinchaba sus
muslos, un grito a todo pulmón surgió de ella destrozando el
silencio de la noche.
—¡Callaos, bruja! Os merecéis lo que os pase.
Un golpe de revés envió un rayo de luz a través de su visión
mientras su cabeza golpeaba la pared.
La pisada de los pies calzados con botas pareció salir de los
desagües y se hizo más fuerte. Un repentino chillido rasgó el
aire; el de Cullin, se dio cuenta, mientras su peso se levantaba
abruptamente. Al girar la cabeza vio un destello de acero. Una
súplica incomprensible llegó a sus oídos junto con el
asqueroso sonido de una espada deslizándose sobre la carne.
Entonces, su atacante se derrumbó donde estaba, golpeando el
suelo de la losa con un feo ruido sordo. Su salvador se volvió
y Merry vio primero sus ojos.
—Luke —susurró ella.
Intentó decir más, pero su voz le falló. Ella tropezó hacia él,
sabiendo que la pesadilla terminaría en el instante en que ella
estuviera en sus brazos.
Colapsando contra él, apretó los ojos para protegerse de la
verdad de lo que había pasado. Luke se mantuvo rígido,
inflexible, con la rabia todavía temblando en su poderoso
cuerpo. Presionando su cara contra el pecho de él, lo encontró
sin camisa, su piel suave y cálida, y exóticamente perfumada.
—Perdonadme. —Incluso en su angustia sabía que ella
había causado todo esto, incluyendo la muerte de Cullin.
Solo entonces sus brazos la envolvieron, atrayéndola contra
el refugio de su cuerpo. Merry se acercó más, confiando en su
solidez para mantenerla erguida. Lágrimas calientes brotaron
de sus ojos. Sintió la humedad con sorpresa, sin recordar la
última vez que había llorado.
Una luz se encendió cuando alguien golpeó un pedernal.
Parpadeando, se dio cuenta de que varios hombres estaban en
la puerta, todos ellos mirando el cuerpo sin vida de Cullin en
el suelo y luego mirándola con recelo y desconfianza.
—Lleváoslo fuera. —La instrucción de Luke fue
pronunciada con voz ronca, apenas reconocible.
Los hombres se miraron entre sí, sin moverse. Luego, sin
decir palabra, varios se adelantaron y la mitad de ellos sacaron
por la puerta a Cullin, todavía caliente y goteando sangre.
El último hombre miró hacia atrás.
—¿Adónde lo llevamos, milord?
Luke dudó.
—Dejadlo fuera de las puertas —dijo, en el mismo tono de
pedernal—. Dejad que los lobos y los carroñeros se lo coman.
Merry se estremeció con la respuesta escalofriante.
—Erin. —La voz de Luke cortó la habitación una vez más
—. Tomad mi espada y limpiad la hoja.
Su escudero se apresuró a coger la espada que Luke le
entregó, y salió de la habitación con un rápido:
—Sí, señor.
Mientras la luz se apagaba y los hombres se retiraban, ella
se quedó perfectamente quieta, temiendo contemplar el lado de
Luke que ella sabía que acechaba en todos los guerreros, el
lado que ella temía que pudiera transformarlo en alguien cruel
y violento.
—¿Cómo llegasteis aquí? —Finalmente habló, y ella ya
sabía que la culpaba.
—Lo siento —dijo ella, su voz sonando débil, su respuesta
terriblemente ingenua.
Bajo su tenso abrazo, sintió un escalofrío pasar a través de
él.
—¿Perdón? —Sus manos se cerraron sin avisar sobre la
parte superior de sus brazos—. ¡Por los dientes de Dios, en un
instante te habría violado! —Le dio la más mínima sacudida,
enviando un susto de miedo a través de ella—. ¿Qué tontería
os obligó a dejar el torreón sin compañía?
La humedad saltó a sus ojos ante su voluminosa
reprimenda; sin embargo, fue su tono, más que el volumen lo
que la afligió. Su voz irradiaba ira y desilusión, más que el
respeto y la admiración que ella ansiaba.
—Tenía que saber si Philippe estaba bien —se ahogó,
forzándose a sostener su mirada sin pestañear—. Si no lo
estaba, sabía que me culparían por su muerte. —Se
estremeció, reviviendo lo que casi había ocurrido.
Para su sorpresa, en vez de sacudirla de nuevo Luke
maldijo largamente en una lengua que ella no reconoció, y
luego la apretó contra él, meciéndola como si fuera un bebé.
Con tremendo alivio, Merry quedó laxa contra su cuerpo, con
lágrimas inundando sus ojos y mojando la suave piel de su
pecho.
—Decidme —dijo él, respirando entrecortadamente—.
¿Estáis herida?
—No. —Sacudiendo la cabeza, sintió el vello de su pecho
contra su sien. Un miserable sollozo resonó sin previo aviso.
—Merry —exclamó Luke, su tono repentinamente
atenuado, gentil—. Silencio, ahora. —La abrazó más fuerte,
acariciando el costado de su cabeza sin darse cuenta de la
ternura con que lo hacía—. Estás a salvo. Ya no puede hacerte
daño.
Luchó por contener la oleada de llantos que siguió, pero no
parecía tener más control de sus emociones que un pájaro
controlando el viento. Emitiendo otra serie de maldiciones en
otro idioma, Luke la levantó de sus pies y la llevó de la casa de
baños al aire fresco de la noche. Avergonzada y agotada,
Merry escondió su cara contra su cuello mientras la
transportaba a través del patio, lejos del zumbido de las voces
masculinas que venían de la guarnición.
Las noticias del incidente habían llegado a la torre del
homenaje que tenían delante. Sir Pierce estaba de pie en el
gran salón, el mayordomo detrás de él encendiendo una
antorcha. Luke cruzó hacia él, dando a Pierce órdenes sucintas
para que se dirigiera a los hombres, diciéndoles que
mantuvieran el incidente en privado.
Tan pronto como su mariscal de campo partió hacia la
guarnición, lady Iversly apareció en las escaleras de la torreta,
con sus trenzas de rayas grises balanceándose hacia sus
caderas.
—¡Mi niña! —exclamó, corriendo hacia ellos—. Llevadla a
sus aposentos —le ordenó a Luke, como si fuera su sirviente.
Luego subió a toda prisa por las escaleras que tenían delante,
encendiendo de nuevo el brasero de la habitación de Merry
junto con cuatro grandes velas.
Mientras Luke ponía a Merry de pie, Kit saltó de su cama
para saludarla. Luke se asustó y luego levantó la mirada del
gato hacia Merry, con la expresión reservada. A ella se le
quedó el aliento atascado en la garganta. ¿Qué significaba la
extraña expresión de él?
Ella frunció el ceño, pero, aun así, Luke se echó atrás,
contento de entregarla al cuidado de lady Iversly. Luke se
detuvo en la puerta, abrió la boca como para decir algo y luego
la volvió a cerrar. Asintiendo a la baronesa, envió a Merry una
última mirada inescrutable antes de salir de la habitación.
Un escalofrío de abandono se apoderó de ella. La
desesperanza, oscura e insidiosa, tiró de ella mientras se
sometía a los cuidados de la baronesa. Algo había cambiado
como resultado del terror de esta noche. Lo que era,
exactamente, no lo podía decir. Solo sospechaba que debido a
lo que había pasado, el Fénix la había abrazado tiernamente
por última vez.
Capítulo 9

A delle enhebraba su aguja con la destreza de una mujer


mucho más joven. Viendo a su acompañante ocupada,
Merry cruzó el gran salón hacia una de las pocas ventanas y se
asomó. Ella y la baronesa habían disfrutado de un desayuno
tardío y pasarían el día en ociosidad, dándole a Merry la
oportunidad de recuperarse.
Una fresca brisa tocó su cara magullada mientras se ponía
de puntillas para ver por encima de la pared interior del patio
hacia la torre oriental. Un rayo de anhelo pasó a través de ella
mientras espiaba a Luke posado sobre el andamio, lanzando su
porra contra la pared maltrecha. Se había puesto una túnica
azul en deferencia al clima otoñal. Se agitó con la brisa,
adaptándose a la forma de su poderoso cuerpo mientras
lanzaba la porra en movimientos fluidos. Ella quiso que él
mirara en su dirección, pero permaneció de espaldas a ella.
—Es tan agradable tener a una persona joven aquí —
comentó Adelle, inconsciente de la agitada incertidumbre de
Merry. Los acontecimientos de la noche anterior habían
cambiado algo en la actitud de Luke hacia ella. Cómo eso
afectaría a su futuro, no lo sabía.
Aun así, se regañó a sí misma por vestirse como una dama
que se comportaba tan precipitadamente; sin duda, había
perdido el respeto del Fénix para siempre. Debía verla como
una fuente de exasperación. Además, qué comparación más
lamentable con su prometida real. Peor aún, si no lo había
hecho ya, Luke pronto recordaría esa noche y concluiría que
Merry era la culpable de que Cullin desatara su brutalidad
contra ella, que era culpa de ella que hubiera tenido que matar
a uno de sus propios hombres.
Abandonando la ventana, regresó hacia la silla que había
dejado vacía y volvió a tomar su anillo de bordado. No era la
primera vez que la baronesa mencionaba el placer de su
compañía. Merry cosió un par de hilos, miró a su acompañante
y le preguntó con la mayor delicadeza posible:
—¿Cuánto tiempo hace que se marcharon Ewan y Selwin?
La respuesta fue silencio. Sin embargo, la mano de Adelle
comenzó a temblar. Luchó para mantener su expresión serena,
pero se arrugó abruptamente, haciendo que Merry dejara de
coser y cayera de rodillas ante la mujer mayor.
—Perdonadme —suplicó—. No debería haber preguntado.
No es de mi incumbencia.
Adelle acarició su mano y se tragó su dolor con visible
dificultad.
—Se fueron hace doce años y seis lunas —admitió. Las
palabras sonaban oxidadas, como si solo hubiera contado en su
cabeza y nunca en voz alta. —Merry contuvo una exclamación
—. Ian y yo fingimos que los volveremos a ver, pero sabemos
la verdad. —Su barbilla se tambaleó mientras levantaba la
mirada hacia las telarañas que goteaban de las vigas. Luego
volvió a mirar a Merry una vez más y las lágrimas comenzaron
a correr por su pálido rostro.
Sorprendiéndose, Merry abrazó a la baronesa. Ella había
sospechado que Selwin y Ewan se habían ido hacía mucho
tiempo, y el dolor de Adelle se cernía sobre sí misma, llenando
su corazón de dolor por su pérdida.
Qué egoísta había sido por revolcarse en sus propias heces,
por no reconocer el sufrimiento de lady Iversly antes. No solo
era probable que sus únicos hijos hubieran muerto, sino que se
vio obligada a ver cómo se arruinaban partes de su casa
mientras su marido yacía a las puertas de la muerte.
Las lágrimas de empatía pincharon los ojos de Merry.
Dulce misericordia, después de años de creerse incapaz de
llorar, se había convertido en una fuente de lágrimas. A través
de la garganta apretada, ella murmuró consuelo. Aunque, ¿qué
derecho tenía ella a decir que todo terminaría bien? ¿Cómo
podía ser así cuando la señora no tenía nada que anticipar
salvo la destrucción de su casa y la muerte de su marido?
¡Era muy injusto!
Merry se echó hacia atrás, hirviendo a fuego lento por la
necesidad de enmendarse, mientras la baronesa se frotaba la
cara con un pañuelo y trataba de recuperar la compostura.
—Debéis hablar con él. —La voz de Merry temblaba de
indignación.
—¿Hablar con quién, querida?
—Con el Fénix —insistió Merry, cada vez con más
determinación—. No sabe la difícil situación de vuestros hijos.
Estoy segura de que, si lo supiera, cesaría esta terrible
destrucción y os dejaría en paz.
La baronesa puso una mano a cada lado de la cara de
Merry.
—No serviría de nada, niña —dijo con tristeza—. Sé qué
clase de hombre es. Mi Ian es igual. Hace lo que cree que es su
deber. Hará lo que le ordene el rey.
—No —protestó ella, agitando la cabeza—, él hará lo que
es correcto. Debéis decírselo. Debéis rogarle que…
Adelle la silenció con una mirada.
—No le rogaré nada —contestó ella, cuadrando los
hombros.
Los ojos de Merry se abrieron de par en par.
—Entonces, dejadme decírselo —sugirió ella, más
humildemente.
—No servirá de nada —contestó la baronesa, apretando sus
labios.
—Solo dejadme intentarlo —repitió—. ¿Qué daño puede
hacer? Él podría darse cuenta del daño hecho y dejaros en paz.
La respuesta de la baronesa fue darle una palmadita en la
mejilla.
—Eres una chica de buen corazón —dijo.
Merry parpadeó, apenas comprendiendo el cumplido.
Durante muchos años, nadie la había llamado otra cosa que
bruja malvada, incluso asesina.
—¿Por qué no te quedas con nosotros cuando el Fénix se
marche? —preguntó Adelle, revelando el alcance de su
soledad.
Conmovida por la oferta, Merry apretó su mano y le sonrió
con tristeza.
—Le agradezco su amabilidad, pero tendré que irme. —
Dudaba de que el barón, con sus ancianos vasallos, pudiera
protegerla si la Iglesia descubría su paradero. Solo su cuñado,
el Asesino, tenía esa clase de poder.
Mientras tanto, olvidaría su propia vergüenza y miseria. Se
acercaría a Luke para hablarle de la situación de la baronesa.
Seguramente, si él supiera el alcance de su sufrimiento,
encontraría en su corazón piedad para la mujer.

Luke descansó la pesada punta de su porra a sus pies y,


finalmente, cedió al impulso y miró hacia la torre del
homenaje. Antes había visto a Merry mirando a través de una
ventana. Su influencia sobre él lo consternaba aún más, porque
podía sentir sus ojos clavados en él sin siquiera darse la vuelta.
Su simple mirada dio lugar a una serie de emociones
contradictorias: el alivio de conocer su seguridad, la rabia de
que casi había sido violada mientras estaba bajo su protección,
y algo más. Algo que se negó a analizar demasiado a fondo.
Al ver a Merry esa mañana, descubrió que lady Iversly
había pasado la noche en su habitación. Un sentimiento
parecido a la envidia se había apoderado de él al darse cuenta
de la devoción de Adelle.
¡Ridículo! Merry se merecía todos los cuidados tiernos que
pudiera recibir. En realidad, no podía haber dicho lo que
sentía, pues sus emociones parecían cambiar con cada latido
de su corazón. Por un lado, culpaba a Merry por hacer que
desenvainara su espada contra uno de sus propios hombres, y
la hacía responsable de su propia violencia punitiva que había
hecho que sus hombres esa mañana lo consideraran como si
fuera un extraño. De hecho, había perdido su confianza por el
momento, todo porque ella había entrado en la guarnición en
estado de desnudez. Por otro lado, había escuchado a sus
soldados culparla a ella también, y su respuesta fue una
inmediata indignación. Corría el rumor de que ella había
hechizado a Cullin invitándole a atacarla y a sellar su propia
perdición. El comentario ignorante había puesto su sangre a
hervir. Como si su extraña belleza no fuera lo suficientemente
tentadora, la pusieron en el papel de hechicera. El miedo de
que uno de ellos aún se la llevara por el dinero de la
recompensa lo perseguía a diario.
Entonces, ¿cuál era esa emoción que lo hacía sentir tan
irascible, tan desprovisto de su control habitual? «Es una mera
preocupación», se aseguró a sí mismo. Merry era su
responsabilidad. Le había prometido a sir Roger que la
entregaría a salvo al Asesino, cosa que aún no había hecho, y
no era de los que se tomaban a la ligera sus promesas.
Su labio superior se curvó en una mueca de burla, porque
sabía que era mucho más que la preocupación lo que lo había
llevado a tal confusión. La violación que Merry casi había
experimentado la noche anterior le había dejado un sabor en la
boca tan irritante que tenía ganas de escupir. Tras esa
confesión vino la desconcertante revelación de que no quería
que ningún hombre tocara a Merry… solo a él.
Dio un par de pasos hacia atrás, casi derribando el estrecho
andamio. Un paso más y podría haber caído en picado hasta la
muerte.
«Considéralo una advertencia», pensó, limpiando el sudor
de su frente. No tenía derecho a considerar a Merry como de
su propiedad personal, ni a codiciarla cuando estaba
comprometido con otra persona. Hacerlo solo podría causar
daño a Merry que, sin duda, esperaría más de él que una
posesión rápida y una despedida más rápida todavía. También
se dañaría a sí mismo, porque tenía la sensación de que
saborearía una pasión con ella que no olvidaría y que nunca
experimentaría con lady Amalie.
Razonando esto, esperaba que su anhelo disminuyera. Sin
embargo, el trabajo agotador había aumentado su resistencia e
hinchado sus músculos, haciendo que sintiera cada centímetro
de su cuerpo y de su hombría. La necesidad de buscar alivio
entre las piernas de una mujer lo mantuvo en un estado de
semiexcitación.
Tal vez debería llamar a una de las sirvientas del castillo.
Jugó con la posibilidad de cambiar una moneda por un
revolcón rápido, pero fue la visión de Merry la que le vino al
imaginarse el dulce alivio, sus pechos maduros balanceándose
debajo de él. Acostarse con otra mujer solo lo inflamaría más.
Mejor ignorar sus necesidades y concentrarse en su trabajo.
Con ese pensamiento en mente, levantó la mirada para
evaluar sus logros. La torre oriental había sido casi nivelada,
de modo que solo una gran pila de escombros cubría el paseo
de la muralla. Sus hombres tiraron las piedras más pequeñas
por el lado donde cayeron, mientras que otros rompieron los
bloques más grandes en pedazos.
Viendo sus movimientos desdichados, pudo ver de
inmediato que no tenían corazón para este trabajo inútil. Con
caras largas y cejas fruncidas, trabajaban en silencio.
Faltaban las bromas habituales y los insultos de buen
carácter.
Dos mercenarios, amigos de Cullin, habían desertado de
Iversly en la noche, presumiblemente, para enterrar a su
compañero en lugar de dejarlo ser devorado por los
depredadores. No habían regresado, por lo que era la primera
vez que Luke perdía hombres a causa de la deserción. La
tentación de culpar a Merry apareció en él una vez más y
luego retrocedió.
Si alguien tenía la culpa era él mismo. ¿No había insistido
él en que fueran a Iversly y no al sur, a Helmsley? Si la
hubiera llevado de inmediato a su cuñado, seguro que se
habría retrasado unos días, pero ¿y qué? Probablemente, se
retrasaría en cualquier caso. La inquietud de sus hombres y su
propia incapacidad para concentrarse les había retrasado
mucho.
Con la necesidad de desahogar sus frustraciones golpeó con
la porra. ¡Crack! Trozos de roca bañaban sus pantorrillas
mientras la cabeza roma miraba ineficazmente la pesada
piedra. Maldiciendo su pobre puntería, Luke lo intentó de
nuevo, esta vez logrando romper la losa por el centro.
Mientras se movía hacia otra, un parpadeo de color llamó su
atención, atrayéndolo hacia la torre del homenaje.
Sin embargo, no era el objeto de su obsesión quien lo
miraba, sino el barón de Iversly, cuya costumbre se había
convertido en estar de pie en la ventana de su habitación,
observando. La porra en la mano de Luke creció de repente en
peso al encontrarse con la mirada del barón.
«¡Solo cumplo con mi deber!». Trató de defenderse a través
del espacio entre ellos. Quizás era el orgulloso ángulo de sus
hombros, pero lord Iversly se parecía más que nunca al abuelo
de Luke. Incluso a través de la distancia entre ellos, su triste
estoicismo golpeó con piedad el pecho de Luke.
Extrañamente, las palabras de su abuelo regresaron a él. «Me
estoy muriendo, Luke. Pero me esforzaré por aguantar hasta
que regreses».
Con asco, Luke dejó que el mango de su porra cayera hacia
la pared. Varios pares de ojos giraron en su dirección.
—Me tomaré un descanso —dijo, después de llamar la
atención de sus hombres. Empezó a caminar hacia las
escaleras de la torre.
—¿Deberíamos comer, mi señor? —dijo su mariscal de
campo, frunciendo el ceño.
—Sí, comed —respondió Luke, aunque el sol aún estaba
cerca de la cima.
Bajó las escaleras de dos en dos. Normalmente, no tomaba
su comida de mediodía en el gran salón, pero hoy haría una
excepción.

—¿Caminaréis conmigo, mi señora? —preguntó Luke, usando


el borde de la mantelería para limpiarse las manos, como era
costumbre—. Tenemos un asunto que discutir.
A pesar del tono frío de Luke, el pulso de Merry se aceleró.
—Sí, así es. —Estuvo de acuerdo, aunque luego frunció el
ceño.
A lo largo de la comida, ella lo había buscado, ya que no
había entendido exactamente lo que había cambiado entre
ellos. Él se mantuvo civilizado pero callado. La tensión de los
músculos de su mandíbula traicionaba la impaciencia, y, sin
embargo, sus palabras y acciones eran solícitas. Obviamente,
la culpaba por el drama de la noche anterior, pero trató de
seguir siendo el cortés comandante.
Mientras la acompañaba desde la mesa, Merry interceptó la
rápida mirada de Adelle. La baronesa no podía ocultar su
esperanza de que Merry intercediera por ella. Merry le envió
una pequeña sonrisa de aliento. Haría lo que pudiera.
Solo el temor de escuchar de sus labios cualquier tipo de
denigración, la hizo recelar de hablar con él. Sin embargo, sin
importar cómo se sintiera Luke hacia ella en el presente, la
difícil situación del señor y de la señora Iversly era más
importante que la suya, porque eran viejos y les quedaban
pocos años de felicidad.
Luke fue el primero en romper el silencio mientras
caminaban desde el pasillo hasta el patio interior.
—¿Cómo os va hoy?
Su abrumador tono formal se vio mitigado por la
preocupación que suavizaba su aspecto mientras miraba de
reojo a la magullada mejilla de ella. De hecho, la había estado
mirando durante toda la comida.
—Bastante bien, gracias. —Su corazón comenzó a latir con
fuerza ante la urgencia de su misión.
Con la hierba crujiendo bajo sus pies, le hizo un gesto para
que se dirigiera hacia la puerta.
—Caminemos por el patio exterior —sugirió,
entrecerrando los ojos contra el vívido brillo del sol.
—Como deseéis. —Tomando el brazo que le ofreció, ella
se preguntó por el propósito de una caminata tan larga.
Claramente, tenía algo importante que decirle. Se preguntaba
si era mejor escucharlo primero y luego plantear sus propias
preocupaciones.
La sala exterior estaba desierta. Merry entornó los ojos
mientras observaba el andrajoso agujero donde había estado la
torre. No había hombres trabajando.
—¿Qué os saca de sus labores? —preguntó ella.
—Detuve la demolición para poder reunirme con vos
después de la comida. He tomado una decisión.
Deteniendo sus movimientos, que también detuvieron los
suyos, ella se volvió hacia él con la esperanza de que hubiera
decidido dejar de destruirlo.
—¿Qué habéis decidido? —preguntó.
Mirándola desde su altura superior, hizo que apareciese un
pliegue entre sus negras cejas.
—Os llevaré a Helmsley mañana. —Su respuesta la dejó
muda—. Nunca debí haberos traído aquí para empezar. —
Continuó Luke, con una voz sin inflexión—. No tenía ni idea
de que uno de mis hombres pudiera… —Dirigió su mirada al
moretón de su mejilla—. Me hago totalmente responsable de
lo que pasó y de lo que casi pasó.
Su conmoción se calmó, la amargura brotando para tomar
su lugar, porque ella podía ver claramente la verdad a través
del velo de su autoculpabilidad. Era a ella a quien él
consideraba responsable de la muerte de Cullin. La culpaba
por completo y no podía esperar a deshacerse de ella.
Ella se esperaba un golpe así, pero se dio cuenta de lo
repentino de su decisión. ¡Ser eliminada tan pronto! Le dejaba
tan poco tiempo para mitigar la situación de lord y lady
Iversly. Le dejaba tan poco tiempo para estar cerca…
Parpadeando frente a la torre devastada, ella detuvo sus
propios pensamientos angustiados y se esforzó por parecer no
afectada por la decisión de Luke. Tenía que usar el tiempo que
le quedaba para ablandar su corazón.
—¿Volveréis aquí después de entregarme? —Para su alivio,
su voz sonaba firme, aunque débil.
Su ceño fruncido se hizo más profundo.
—Por supuesto —dijo—. Debo cumplir las órdenes del rey.
Ella asintió, tragándose el bulto que se había alojado en su
garganta.
—Hay algo que vos debéis saber sobre los hijos del barón
—continuó, luchando para mantener su tono constante—.
Ewan y Selwin se fueron hace más de doce años. Nadie ha
sabido de ellos en todo este tiempo. —Se detuvo un momento
para dejar que la implicación se apoderase de él—. El barón
no tiene herederos —terminó, luchando por mantener su
mirada sin traicionar el dolor que había en ella.
No era una tarea fácil, especialmente, cuando miraba a los
ojos marrón dorado de Luke mientras guardaba silencio. El
desconcierto pareció cruzar su rostro sorprendentemente
guapo.
—Sus hijos están muertos, su marido corre el riesgo de
morir —continuó Merry—, y su casa está siendo destruida.
¿No creéis que ya es hora de mostrar algo de piedad, Luke? —
Ella buscó el más mínimo ablandamiento en su conducta—.
¿No podríais decirle al rey Enrique que destruisteis las
estructuras ilegítimas y dejar el resto en pie? — sugirió.
—Queréis decir que mienta —interrumpió, con firmeza—.
¿Mentir a mi rey?
Una oleada de ira hizo retroceder el dolor en su pecho
—No es mentir —insistió—, es ocultar parte de la verdad.
¿Quién sufrirá por ello? ¿Cómo podéis decir que destruir esta
fortaleza no es más que una idiotez? El rey tendrá que
fortalecerla de nuevo. ¿Dónde está el sentido en eso?
—Ya os lo he dicho, no os corresponde cuestionar las
órdenes de Enrique más de lo que me corresponde a mí. —Su
voz cayó en una nota peligrosa—. Le di mi palabra a su
Excelencia, y siempre he sido obediente a su mandato. —Los
músculos de sus hombros se tensaron mientras su mirada se
elevaba hacia la torre occidental que aún esperaba ser
destruida.
Las rodillas de Merry temblaban ante la injusticia de la
situación de la baronesa, así como la suya propia. La crueldad
de Luke le provocó una furia repentina, haciendo que anhelara
hacerle daño.
—Vos, Luke d’Aubigny, poderoso heredero del conde de
Arundel, no sois más que la marioneta de un tirano —
denunció, con las manos a los costados. —Ignorando la mirada
de sorpresa que cruzó sus rasgos, ella continuó—: He perdido
todo el respeto por vos. Además, no tengo intención de ir a
Helmsley cuando me necesitan aquí. ¿Qué hay del barón? ¿Y
qué hay de Philippe? —Se enfureció—. ¿Quién cuidará su
pierna?
Su expresión de asombro se convirtió en una máscara
endurecida.
—Gervaise lo tiene todo bajo control.
—¡Ja! ¡Gervaise ni siquiera sabe cómo bajar la fiebre! ¿Y si
el barón sufre otro ataque? ¿Quién consolará a lady Iversly si
su marido sigue a sus hijos a la tumba? ¿Vos? —Cruzó los
brazos sobre el pecho. Sus ojos brillaban con determinación.
—El barón no es vuestra responsabilidad —replicó—, y
tampoco la baronesa, ni Philippe. Sin embargo, vos sois la
mía. Claramente, no puedo protegeros mientras cumplís con
esta obligación.
—¡No iré a Helmsley! —Pateó un pie, levantando polvo—.
¡No hay nada para mí allí, sino una vida de exilio!
—No hay nada para vos aquí —corrigió.
Un silencio significativo siguió a su comentario.
«Tú estás aquí», gritó el corazón de Merry. El orgullo le
impedía decir las palabras porque no tenía ningún derecho
sobre él. Además, estaba claro que sus sentimientos de afecto
no eran correspondidos.
—Prometí llevaros a Helmsley —continuó, espaciando
cuidadosamente sus palabras—. ¿Qué diferencia hay al ser una
cuestión de semanas?
¿Qué diferencia había? Ella lo estudió entonces, queriendo
llevarlo con ella a su sombrío futuro. Los dedos le picaban por
ansiar tocar su pelo negro, para descubrir si se sentía tan
sedoso como parecía. Su amabilidad, así como la de Philippe,
habían aliviado su temor a la brutalidad masculina, a pesar del
ataque de Cullin. Sin embargo, solo Luke le había hecho
querer algo más, algo que, aparentemente, no era su destino
sentir.
Todo había cambiado desde la noche anterior, como ella
sospechaba. Se había convertido en algo más que una molestia
con la muerte de Cullin y la pérdida de otros dos hombres. Si,
ella era un deber oneroso, y él no anhelaba ni siquiera unas
pocas semanas más en su compañía, sino más bien, cumplir
con su deber inmediatamente.
—Por el amor de Dios, no me miréis así. —Sus rudas
palabras la hicieron parpadear a través de las lágrimas que se
agolpaban en sus ojos. ¿Eso era arrepentimiento en su voz?—.
Merry —Se había quedado sin palabras. Al instante siguiente,
sus manos acunaron cada lado de su cara. Ella jadeó,
asombrada por su tacto y aliviada por la suave forma en que le
ahuecó las mejillas—. Debéis entender que hago esto por vos.
—Cuando antes su voz había sonado fría, ahora resonaba con
sentimiento—. No puedo manteneros a salvo aquí, ni de la
Iglesia, ni de mis hombres y, tal vez, ni siquiera… —Se
contuvo y tragó visiblemente—. Estaréis más segura en
Helmsley con la familia de vuestra hermana para protegeros.
Lo veis, ¿verdad?
El bulto en su garganta se expandió. Ser depositada en la
casa del Asesino antes de tiempo, para no volver a ver a Luke
nunca más…. ¡encontró ese pensamiento intolerable! Por el
bien de lady Iversly, encontró su voz.
—Os ruego que consideréis la situación de lady Iversly
antes que la mía.

Asombrado por las palabras de Merry, Luke enjugó una


lágrima errante de su mejilla, su pulgar parecía moverse sobre
ella por sí mismo, su lengua demasiado enredada con la
confusión como para decir algo.
Ella lo había vuelto a hacer, se dio cuenta. Ella había
confundido su determinación de permanecer distante poniendo
en duda su deber, interfiriendo en asuntos que no eran de su
incumbencia. Su insistencia en el tema lo enfurecía, ya que no
era un hombre que dejara una tarea sin terminar.
Sin embargo, el enojo se transformó en una admiración
reacia al verla defender audazmente a la baronesa, dejando de
lado su propio futuro incierto y exigiéndole que considerara la
difícil situación de lady Iversly. Ella había hecho lo mismo por
Philippe. Y antes de eso, había desafiado a la priora para
defender a sus compañeras monjas. Merry du Boise era una
defensora de los desanimados e indefensos. La fuerza de su
espíritu, encapsulada en una forma tan diminuta como
seductora, lo dejó asombrado. Pisotear a ese espíritu, ser la
causa de su angustia, lo llenó de remordimientos.
Buscó alguna forma de mitigar su crueldad.
—No deseo herir a la baronesa —le dijo—. Pero esto es
algo que hay que hacer. Debo cumplir los deseos del rey
Enrique.
—Por el bien de la justicia, podríais desafiarlo —sugirió
ella sinceramente.
—Sois un angelito loco. —Las palabras se le escaparon
antes de que pudiera recuperarlas. Gracias a Dios, ninguno de
sus hombres estaba cerca para oírlo. Sin embargo, al mismo
tiempo, experimentó una extraña euforia al dar voz a sus
pensamientos. Su frente se arrugó de confusión.
—Nunca he conocido a una mujer que diga lo que piensa
con tanta claridad —explicó.
Poniendo los ojos en blanco, le ofreció su irónica sonrisa.
—No es un atributo que me haya servido de mucho —
admitió.
El giro de sus labios lo sedujo. Por la sangre de Dios, la
encontró irresistible, desde su fuerte oposición hasta su
valiente defensa de los necesitados. Sus pulgares se desviaron
sobre la suavidad aterciopelada de sus mejillas.
—No sois una bruja —insistió—. Aun así, me temo que de
alguna manera me habéis hechizado —confesó, reconociendo
un peligroso deseo de deslizar sus manos en la caída de satén
de su pelo, mientras sus hermosos ojos se abrían de par en par
ante sus palabras.
No le serviría de nada ceder a sus impulsos. Aun así, vio
con fascinación como sus dedos se hundían en sus ardientes
cabellos, encontrándolos imposiblemente sedosos. La acercó
más, incluso cuando se advirtió a sí mismo que no lo hiciera.
La suavidad de sus pechos contra el suyo hizo latir su corazón.
Cediendo al hambre abrasador que había estado
combatiendo, la besó aplastando la exuberante plenitud de sus
labios bajo los suyos, preguntándose cómo se había abstenido
tanto tiempo sin volver a probarla. Para su satisfacción, ella se
ablandó debajo de él, abriendo tímidamente sus labios y
ofreciendo la dulzura de su boca.
Se sumergió mareado por la necesidad, provocado hasta la
temeridad por su pequeño gemido de rendición. Rodeando su
cintura la arrastró fuertemente contra él, impulsado a sentirla
presionada desde la boca a los muslos. El deseo se apoderó de
él, a la vez que lo consternaba y lo excitaba con su poder. Su
cerebro buscó y no pudo ejercer control sobre sus instintos
más básicos.
Por primera vez en su vida, actuó a merced de sus
impulsos, cada nervio de su cuerpo esforzándose por llenarse
de ella.
—¡Parad! —Ella apartó la boca de la de él—. Por favor —
suplicó con voz entrecortada—. Liberadme.
Se tomó un momento para que el significado de sus
palabras penetrara. Al darse cuenta de que la tenía atrapada
contra él, su erguida hombría presionando la parte inferior de
su vientre, bajó los brazos con una sensación similar a la de
asombro y retrocedió. La razón hizo a un lado su deseo.
Merry se quedó ahí parada, respirando rápido. Su
mandíbula funcionaba como si quisiera decir algo, pero no
podía.
Las palabras también eludieron a Luke. Arrastrando ambas
manos a través de su pelo, intentó ralentizar su palpitante
corazón.
—Os escoltaré hasta Helmsley al amanecer —masculló,
consciente de que su tono sonaba duro. Era él mismo a quien
culpaba de su debilidad, no a ella, pero Merry se estremeció y
retrocedió. Con un grito estrangulado, se agarró las faldas y se
las arremolinó, huyendo de él como si los sabuesos del
infierno la persiguieran.
Caminando confundido, Luke la vio huir. La culpa surgió y
dio unos pasos hacia adelante, con la intención de llamarla.
Entonces, la razón apareció una vez más. ¿Qué podría decirle
si no podía explicarse a sí mismo sus propias acciones?
¿Esto era obra de ella o de él? Ella lo había provocado
demasiadas veces con su boca descarada. Sus lágrimas le
habían exigido que la consolara con un beso. Sin embargo, ella
fue la que lo había cortado. Tragó incómodo. Claramente, la
culpa era toda suya entonces, demostrando que no era el
guerrero lógico y disciplinado que siempre había creído que
era.

Merry durmió con dificultad y luego se agitó, sin saber lo que


la había despertado. El brasero se había apagado y un aire frío
se filtraba a través de las contraventanas agrietadas. Adelle,
por insistencia de Merry, se había retirado a su propia
habitación horas antes. Kit, que se había acurrucado a su lado
cuando se quedó dormida, aparentemente, se había deslizado
por la ventana para cazar de noche, como era su costumbre.
Afligida por una sensación de aislamiento, Merry se metió
más profundamente bajo las sábanas, buscando calor y refugio
de los sueños que la afligían. Al oír el chirrido de la
contraventana levantó la cabeza de la almohada para escuchar,
más allá de su cama con cortinas. Su corazón se sacudió y el
vello se le erizó cuando, para su horror, las cortinas de la cama
se abrieron abruptamente y allí estaba Cullin, su cara goteando
sangre. Él le sonrió.
—Me creísteis muerto, ¿verdad? —se mofó.
Demasiado aterrorizada para emitir algo más que un
gemido agudo, Merry retrocedió. Cullin la cogió, agarrándola
por el tobillo con un mordaz agarre y la atrajo
inexorablemente hacia él.
—Terminemos con esto.
Ella luchó contra él con la misma desesperación que antes,
arañándole los ojos y la cara ensangrentada hasta que él le
clavó las muñecas en el colchón. Sus piernas se sentían
extrañamente pesadas, como si se las hubiera atado a los
postes en las esquinas de la cama.
Miró fijamente a la oscuridad negra como la tinta, incapaz
de comprender la fuerza sobrehumana que tenía. En las
sombras de la cama encajonada, era difícil ver su cara, pero el
hombre sobre ella tenía una barba y una cabeza llena de pelo
desgreñado y enmarañado. Ella lo estudió con consternación,
notando la forma familiar de su torso, y un frío clavo de miedo
la atravesó.
No era Cullin en absoluto. Era Ferguson. El hombre que
había asesinado a su padre. El que había violado a su madre.
El diablo que había destrozado su idílica infancia y no había
dejado nada más que ruina y desesperación.
—Ahora, Merry —gruñó entre dientes amarillos—. He
vuelto por vos.
Capítulo 10

erry! ¡Despertad!
-¡M—Dulce niña, estamos aquí. Estáis a salvo.
Las voces sacaron a Merry de su horrible pesadilla.
Abrió los ojos, repentinamente libre del peso que la había
mantenido inmóvil un momento antes.
Ferguson se había ido. La llama de una vela bailaba ante el
rostro preocupado de Adelle. La gran sombra junto a ella entró
en la esfera de la luz de las velas revelando a Luke, su cabello
oscuro y despeinado de estar en la cama.
—Era solo un sueño, señora —añadió, sosteniendo su
mirada herida.
Desconcertada, sintiendo que si dejaba que sus párpados se
cerraran regresaría a la temible pesadilla, Merry se sentó,
tirando de la ropa de cama con ella como un escudo. Encontró
su boca tan seca como un lecho de río poco profundo antes de
las lluvias de primavera.
—¿Puedo beber algo, por favor?
La baronesa salió de la habitación para traerle algo,
llevando la vela con ella y dejando a Merry y Luke en la
oscuridad. Merry se estremeció cuando los recuerdos se
apoderaron de ella. Un segundo después, una vela cobró vida y
luego otra. Volviendo a la cabecera de su cama, él la miró
aparentemente desconcertado.
—Sufristeis un sueño espantoso, ¿verdad?
Atrapada en los vestigios de su terror, Merry colocó las
rodillas bajo su barbilla y las envolvió con sus brazos para
sofocar sus temblores. El recuerdo del beso de Luke ese
mismo día ayudó a disiparlos.
—¿Tenéis frío? —preguntó.
—Sí —dijo, aunque el recuerdo la había calentado
considerablemente—. Dejé la ventana abierta para Kit.
Se dio la vuelta para asegurar las contraventanas,
murmurando algo sobre su gato que ella no pudo escuchar.
Luego agregó un ladrillo de turba al brasero y lo volvió a
encender. Una alegre llama saltó iluminando aún más la
habitación. En ese momento, la baronesa reapareció portando
un cáliz.
—Para vos, querida —canturreó ella—. Esto debería
consolaros. — Dándoselo a Merry, le lanzó a Luke un rápido y
desaprobatorio ceño fruncido.
Llevando el cáliz a los labios, Merry inhaló el reconfortante
aroma del vino caliente condimentado con clavo. El primer
sorbo le calentó el estómago, pero no pudo apagar el aleteo
que se había instalado allí.
—¿Mejor? —Adelle puso una mano sobre su hombro.
—Sí, gracias —dijo Merry, extrañamente deseosa de que la
mujer los dejara en paz, aunque no podía confiar en que Luke
se comportara como debía—. No es necesario que os quedéis
conmigo —agregó, incluyendo a Luke en su mirada, pero
manteniéndola una fracción de segundo más de lo que debería
—. Estoy bien, de verdad. Era solo un sueño. Tal vez, la
habitación estaba demasiado fría. —Miró a la baronesa y
asintió—. Hace mucho más calor ahora.
Luke mantuvo su mirada en ella y Adelle ajustó sus mantas,
claramente reticente a irse.
—¿Estáis segura? No quiero que volváis a sufrir esos
sueños.
—No lo haré —le aseguró Merry.
—Bueno, en ese caso. —La baronesa le envió a Luke una
mirada puntiaguda—. La dejaremos con sus sueños, entonces.
Tenéis un largo viaje por la mañana —agregó, con los
hombros caídos al pensar en ello. Levantándose lentamente, se
dirigió a la puerta esperando que Luke se uniera a ella. Luke
envió a Merry una mirada interrogativa y la siguió. La
baronesa cerró la puerta con firmeza tras ellos.
Una poderosa y abrumadora necesidad de llamarlo de
vuelta la hizo morderse el labio inferior. ¿Por qué iba a desear
su compañía cuando él había dejado claro que deseaba
liberarse de ella, solo para contradecir esa afirmación
besándola como si no quisiera dejarla ir? La había besado
como si solo su beso pudiera apaciguar un fuego que rabiaba
en él. Su intensidad la había asustado, sí. Como lo había hecho
la férrea longitud de su hombría pinchando su vientre con
insistencia.
Sin embargo, ella no había estado mucho más asustada que
aturdida por un profundo e inexplicable anhelo de ser poseída
de la manera que ella más temía. ¡No tenía sentido! Al día
siguiente, la llevaría a Helmsley y la dejaría allí. Tampoco
debía olvidar que tenía una futura esposa esperándole.
«Olvídate de él», se aconsejó ella misma. Olvidar al ángel
oscuro que la había rescatado y defendido de todos los demás.
Él era más de lo que ella jamás podría tener.
El vino dulce y especiado pesaba sobre sus extremidades y
la llenaba de un dolor vacío. Luke la encontraba atractiva, eso
era obvio, pero no era suficiente para ganarlo de la manera que
ella deseaba. Ella nunca podría tenerlo para sí misma, pues él
era un favorito del rey y, por tanto, ya estaba comprometido.
No sabía el tiempo que había pasado cuando escuchó el
bajo gemido de la puerta que se abría. Supo de inmediato
quién era, incluso antes de que la manga blanca de la camisa
de dormir de Luke lo traicionara. Se tragó la repentina
opresión en la garganta. Cerrando la puerta silenciosamente
detrás de él, le dio la espalda mientras la miraba desde lejos.
Se sostuvo rígidamente.
—¿Me queréis aquí? —Su voz era espesa, baja e incierta.
¿Lo quería? Su orgullo luchaba con el anhelo constante que
él inspiraba. Tal vez, ella tenía alguna posibilidad de
convencerlo de que se quedara quieto. Aprovechando esa idea
levantó su copa a modo de respuesta.
Mientras tiraba de la cuerda a través del agujero para
impedir que alguien de fuera levantara el pestillo, su corazón
empezó a golpear como el de un conejo atrapado. Era su única
oportunidad de hacer que cambiara de opinión sobre llevarla a
Helmsley. Haría lo que fuera necesario para asegurar ese
resultado. Cuando se acercó a ella, vio que solo llevaba calzas
de lino sueltas debajo de su camisón y nada en los pies.
Respiró profundamente para calmarse. La cuerda de la puerta
crujió y ambos quedaron congelados, mirando hacia la puerta
en espera de la interferencia de lady Iversly.
Tomando la copa olvidada de su mano, notó que estaba casi
vacía y luego se terminó el vino antes de bajarla al suelo. Se
enderezó, la miró y suspiró.
—Habladme de vuestro sueño —le pidió.
Un escalofrío amenazó con ahuyentar su calor, pero
anhelaba exorcizar las visiones de su mente compartiéndolas.
—Lo he soñado muchas veces, un sueño aterrador con
Ferguson, excepto que empezó con Cullin. Entró por la
ventana con la cara cubierta de sangre.
Los músculos de la cara de Luke se tensaron.
—¿Y luego?
—Luego se convirtió en el escocés que mató a mi padre. —
Se rascó la mejilla, preguntándose cuánto decirle y si le servía
de algo volver a visitar esa pesadilla tan real.
Luke recordaba el nombre claramente.
—El marido de vuestra madre lo mencionó.
Una mirada afligida entró en sus ojos y asintió. Sentada
como estaba, con las rodillas apoyadas en el pecho, no parecía
más grande que una niña. Solo Luke sabía las curvas que
yacían escondidas bajo su camisón. Era un tonto por haber
regresado a su habitación. La debacle de esa tarde había
dejado dolorosamente claro que su deseo por Merry excedía
los límites de su autocontrol.
Sin embargo, después de haberla visto sacudida hasta la
médula minutos antes, había sido incapaz de mantenerse
alejado. Se había asegurado de que la consolaría sin enredarse
de nuevo. Una parte de él sabía que era una mentira descarada.
—Violó a mi madre —susurró ella—. Él la llevó a la
cámara alta y yo los seguí…
Sus palabras interrumpieron todos los pensamientos
lascivos de su mente.
—No tenéis que contarme esto —le aseguró, avergonzado
de su debilidad privada en lo que a ella respecta.
Ella agitó la cabeza.
—No, dejadme. Nunca le he dicho las palabras a nadie en
voz alta. El cuerpo de mi padre aún estaba caliente, tirado en
el suelo de nuestro comedor. Tomé un cuchillo de la mesa y
me escabullí de los otros invasores. —Sus palabras fueron
dichas como si apenas pudiera empujarlas desde su garganta
—. Tenía la intención de apuñalar a Ferguson por la espalda,
matarlo antes de que pudiera hacernos más daño. Pero él
estaba…. estaba inclinado sobre mi madre, cuya cara había
empujado contra el colchón. Apenas podía verla debajo de él.
—Se rompió, su cara era un cuadro de horror y asco—. Quería
apuñalarlo, pero no pude hacer nada. —Ella levantó los ojos
hacia él, su cara destrozada por la culpa—. ¡Estaba congelada
por el miedo, una niña estúpida, de pie, temblando, mientras
dejaba que él la lastimara!
Arrojando la precaución al viento, y quizás sellando su
destino, se acercó a la cama para sentarse junto a ella,
apoyándose en la cabecera de roble oscuro. Luego, contra todo
sentido común, la rodeó con un brazo respondiendo a la
comodidad que ella requería. Debajo de la fina tela de su
camisón, sus formas se sentían heladas y rígidas.
—Tranquila, señora —dijo, sintiendo su temblor contra él
—. No debéis culparos. Ese cuchillo no lo habría detenido en
ningún caso, habría sido como la picadura de una abeja a un
lobo. Probablemente, lo habría enfurecido lo suficiente como
para volver su asqueroso ataque contra vos. —Se detuvo,
pensando en cómo reaccionaría un guerrero violento con
lujuria en su corazón—. Nada lo habría detenido. Estaba fuera
de vuestro control. ¿Cuántos años teníais entonces?
—Catorce años —susurró, pareciendo tomarse en serio sus
palabras.
—¿Así que esperabais que una chica de vuestra edad
defendiera su casa de una banda de asesinos? ¿No es pedir
demasiado? Incluso para vos —añadió en voz baja, sabiendo
que ella era valiente y feroz.
—Quizás —admitió en voz baja.
—Así es. —Acarició su brazo con movimientos suaves,
fascinado por cómo ella se calentaba bajo su tacto. Ella se
inclinó hacia él pareciendo adormilarse, su cabeza sobre su
hombro, sus labios sobre su oreja.
—He soñado muchas veces que Ferguson, de hecho, me
hacía lo mismo que a mi madre. —La oyó reflexionar—.
Porque me quedé allí mucho tiempo, y luego desperté en mi
habitación, durmiendo con mis hermanas.
Un pensamiento lo atravesó como una espada. Por Dios, ¿el
escocés también había violado a Merry? Se echó hacia atrás,
buscando una respuesta en su lejana expresión.
—Él era como el diablo —continuó ella—. En mi juicio en
el priorato, me preguntaron si el diablo me había violado, y les
dije que tal vez lo había hecho. No podía recordarlo. —Se
frotó la frente como si la verdad estuviera encerrada dentro—.
Me condené a mí misma con esa tonta confesión.
Luke tragó, su boca, de repente, tan seca como la tierra.
—¿Lo recordáis ahora? —preguntó, aunque, en realidad, no
quería saberlo.
Ella lo miró y agitó la cabeza.
—Como dije, he tenido el sueño muchas veces. Tan a
menudo que parece que lo hizo. No puedo recordarlo. ¿Me
alejé del terrible asalto de mi madre y me quedé dormida? ¿O
también me atacó a mí, haciéndome desmayar? Tal vez,
alguien me llevó con mis hermanas. No lo sé.
Luke apoyó sus labios contra la frente de ella. La sed de
sangre brotaba en él mientras la besaba. Si Ferguson estuviera
vivo, habría encontrado una forma de vengarla. No era de
extrañar que Merry hubiera luchado en sus brazos desde el
primer día que la tocó. Después de lo que había sufrido, ¿cómo
podía saber que él no quería hacerle daño?
Entonces, Cullin había vuelto a dar vida a los recuerdos.
—Lo siento. No debí abrazaros tan fuerte esta tarde…
—También he soñado con vos.
Se retiró, desconcertado de que ella pudiera haber
confundido la violencia que Ferguson había cometido con lo
que él había hecho.
—¿Qué habéis soñado? —se atrevió a preguntar.
—Que nos encontrábamos en un campo de mariposas. —
Una pizca de sonrisa bailó en sus labios, seduciéndole—. Me
disteis vueltas y vueltas, y me mareasteis. Vi que las flores
reflejaban el oro de tus ojos.
La respuesta de ella lo tranquilizó y lo desconcertó.
—¿Eso es todo? —preguntó bruscamente.
La luz suave no podía ocultar su hermoso rubor. Cuando se
lamió el labio inferior con incertidumbre antes de contestar,
casi se deshizo.
—Me besasteis —añadió—, como lo hicisteis hoy. Excepto
que me besasteis… en todas partes. —Entonces, bajó las
pestañas.
Ya debería estar acostumbrado a su habilidad para
atraparlo, para reducirlo a un varón instintivo sin ninguna
habilidad para razonar en absoluto. ¿Sabía lo que estaba
haciendo, coqueteando con él tan abiertamente? Latía
apresurado tanto en la región de su pecho, ya que su latido se
aceleraba con sus palabras, como en la parte inferior, ya que su
cuerpo apreciaba la escena sensual que ella retrataba.
—¿Por qué me besasteis hoy cuando queréis lavaros las
manos de mí tan de repente? —preguntó ella.
Él cambió de posición con la esperanza de ocultar la
evidencia de su excitación.
—No tengo una respuesta para eso —admitió finalmente—.
En lo que a vos se refiere, parece que hago una serie de cosas
sin razón definible. —Le envió una sonrisa.
—¿No queríais besarme? —De repente, parecía
decepcionada.
—No, bueno, no al principio.
—Sin embargo, pareció gustaros.
—Debo confesar que sí. —Se le escapó una risita.
Su conversación no solo aceleró el ritmo de su corazón,
sino que también acortó su respiración, haciéndolo muy
consciente del olor de ella.
—¿El acto puede ser tan agradable como besarse?
Su inocente pregunta lo excitó aún más y respiró con
fuerza.
—Puede serlo. —Se esforzó por mantener el tono uniforme.
—Sin embargo, a veces puede ser horrible —dedujo—,
doloroso y antinatural. ¡Ya lo he visto!
—Confundís el acto placentero con la violación —la
corrigió.
—¿Cuál es la diferencia?
¿Hablaba en serio? Frunció el ceño ante su serio rostro.
—Seguramente, ya sabéis la respuesta —contestó, decidido
a permanecer neutral.
—¿La sé? ¿La sabré alguna vez? —Sus preguntas retóricas
lo desconcertaron—. ¿Y si muero antes de casarme? —
preguntó más específicamente—. ¿Y si me cuelgan por hereje
o me queman en la hoguera como estuvieron a punto de hacer?
Si es así, nunca aprenderé la diferencia entre desear a un
hombre y ser forzada.
Su corazón latía con repentina intensidad. ¿Le estaba
pidiendo que le hiciera una demostración?
—No moriréis como una doncella, señora. —La
tranquilizó, palmeando estúpidamente su mano con la suya,
cuando lo que realmente quería era chuparle los delicados
dedos hasta que ella le rogara que la tomara—. Mañana, os
llevaré a Helmsley para asegurar vuestro futuro. Algún día
tendréis un marido para satisfacer vuestra curiosidad, sin duda.
—Incluso mientras decía las palabras, no le gustaba la idea de
que Merry yaciera con otro hombre.
Su mirada se dirigió hacia donde su camisón se abrió,
dejando al descubierto la parte superior de sus pechos para que
él los viera, e incluso la parte superior de un pezón rosado en
forma de media luna. Él sofocó un gemido de deseo. Su piel
parecía tan suave como la crema fresca. Allí estaba ella,
vulnerable y en sus brazos, preguntándole sobre el acto de la
cópula. No podía creer que se hubiera puesto en una posición
tan delicada. Al mismo tiempo, la anticipación engrosó su
sangre, y no podría haberse movido de su lado ni aunque la
habitación estuviera en llamas.
—No hay ningún hombre vivo que desee casarse conmigo
—argumentó girando a medias en sus brazos y apretando sus
pechos sin darse cuenta, pero de manera tentadora, contra su
costado mientras inclinaba la cabeza para mirarlo—. Soy
demasiado vieja para llamar la atención de un hombre. Y no lo
olvidéis, he sido acusada de intentar asesinar a la priora y
condenada por herejía. —Ella agitó la cabeza, haciendo que
sus pechos se movieran y su asta se endureciera aún más—.
En cualquier caso, no deseo casarme. Si sobrevivo a la
persecución de la Iglesia, entonces encontraré un lugar para
ejercer mi oficio de sanadora. Estoy segura de que tendría
éxito si se me diera la oportunidad. Un marido solo interferiría
en mis planes.
Sonrió débilmente ante su confianza y descubrió que
prefería pensar en ella como una sanadora solterona antes que
como una esposa. Su cuerpo cálido y delicioso nunca había
conocido el placer del clímax y pensó que eso era un terrible
desperdicio.
—¿Y vos? —preguntó de repente, interrumpiendo sus
lascivos e inapropiados pensamientos—. ¿Tomaréis una
esposa?
Se dio cuenta de que ya había pasado el momento de
liberarse. Merry lo había clavado con su mirada verde y no
podía escapar sin responder.
—Eventualmente —prevaricó.
—Según Philippe, estáis prometido con una prima del rey
—dijo ella, con la voz más fuerte.
¡Maldito Philippe y su lengua! Luke sintió que su irritación
aumentaba. No quería hablar de lady Amalie ni del rey.
Ninguno de los dos tenía sitio en la alcoba de Merry. Pero se
dio cuenta de que era mejor que ella lo supiera para que no
pudiera sacar ninguna conclusión en cuanto a un posible futuro
para ellos, y ella no debería permitirle ninguna libertad. Ni un
beso, ni un toque.
—Lo estoy —reconoció con voz neutral.
—¿Es hermosa? —preguntó, implacable en su búsqueda de
información.
Luke se movió, quitándole el brazo de los hombros.
—Sí —dijo con brevedad. Amalie era encantadora. Más
importante aún, ella era su prometida… y él estaba acostado
en la cama con Merry, abrazándola—. Debería irme.
Necesitaréis descansar para el viaje que tenemos por delante.
Para su asombro, ella se puso de pie y de rodillas,
empujándolo hacia atrás, contra las almohadas.
—No, no os iréis —se negó a dejar que se levantara—. No
hasta que tenga vuestra disculpa por jugar conmigo.
—Nunca quise jugar…
Ella interrumpió sus protestas colocando sus palmas sobre
sus hombros y manteniéndolo allí.
—Mentís —contestó ella, su tono beligerante—. Me
hablasteis como si mis pensamientos tuvieran peso para vos.
Me besasteis y me enseñasteis lo que se siente al conocer el
deseo. ¿Cómo podéis decir que nunca jugasteis conmigo?
La miró sin habla. Al cernerse sobre él con sus trenzas
pesadas sobre sus pechos, se dio cuenta de que comprendía su
enojo e incluso se regocijaba por ello. Aparentemente, ella
sentía el mismo anhelo por él que él sentía por ella, y tenía
derecho a expresar su frustración. Si nunca la hubiera
besado…
—Disculpaos —exigió, apretando con más fuerza su mano.
El buen Dios sabía que estaba igualmente frustrado por no
tener salida. Sí, estaba contento de ser el centro de su ira y
culpa.
—Lo siento —dijo con sinceridad. Y lamentaba haber
aceptado tan fácilmente cuando el rey propuso el compromiso
beneficioso entre él y Amalie. Lamentaba no haber conocido
primero a esta atractiva, intrigante e inductora de deseos.
Dada la tensión de su boca, sus palabras no lograron
tranquilizarla.
—No —respondió ella, moviendo su agarre a su pelo—.
Me gustaría que os disculparais con un beso —decidió, un
destello en sus verdes ojos.
Su corazón dio un latido y luego saltó al galope.
—Eso sería imprudente —contestó, usando esa parte de su
cerebro que pronto se quedaría muda si ella no lo liberaba. La
otra mitad de su cerebro ya creía que un beso era exactamente
lo que ella necesitaba, y él también, y no solo un beso, sino un
abrazo completo.
—¿Imprudente? —se mofó ella. Se inclinó abruptamente
hacia delante, sus labios flotando tan cerca de los suyos que
podía sentir la suave caricia de sus pétalos—. ¿Qué tiene que
ver la sabiduría con estos asuntos? Es lo que quiero —insistió
—. Los hombres toman lo que quieren sin pedirlo. Por una
vez, me gustaría hacer lo mismo.
La promesa de su boca y la amenaza audaz de sus palabras
lo intoxicaron. Luke encontró que no podía negarla, atrapado
como un insecto alado en una telaraña de su tejido; aunque no
dijo nada que la provocara, tampoco intentó disuadirla, y
cuando sus labios aplastaron los suyos, no pudo contener su
gemido de placer.
Ella lo besó con una perversidad que absorbía el aire de sus
pulmones. Se movió hacia arriba, desesperado por sentir sus
pechos contra su pecho, encantado de darle lo que ella
claramente quería.

El corazón de Merry latía con fuerza. Estaba loca por exigirle


a un hombre que era el doble de su tamaño y mucho más
fuerte. Sin embargo, se sentía extrañamente invencible, muy
consciente de su poder femenino, un poder que había crecido
constantemente desde su primer encuentro con Luke.
Poniendo su lengua entre sus labios, ella lo escuchó gemir
mientras lo acariciaba de la manera en que él le había
enseñado. No podía disimular su necesidad de ella, lo sentía en
el calor de su piel, en el latido de su corazón, en la elevación
de su aliento, y al extenderse sobre él, sintió su hombría, una
larga y tensa arma de deseo apretada contra su muslo.
Con un triunfo embriagador, se burló y retrocedió con su
lengua, y esta vez fue recompensada con su sofocado gemido.
Sus manos subieron, capturando sus pechos doloridos en sus
grandes palmas. Ella no dudó en que le pusiera las manos
encima, ya que deseaba que la tocara. Sin embargo, cuando
sus pulgares rodearon los tiernos picos de sus pezones
provocando chispas de placer entre sus piernas, ella se echó
hacia atrás con un jadeo, poniendo sus manos sobre las de él
para detener sus movimientos.
Luke le sonrió, sus ojos brillando de alegría.
—Dos pueden jugar a este juego, señora —advirtió.
Superando su resistencia, volvió a colocar sus pulgares
intencionadamente sobre sus pezones, enviando flechas de
excitación directamente a sus entrañas—. ¿Debo parar? —
preguntó.
No, ella no quería que se detuviera. Sensaciones puras y
dulces la asaltaban. La insensatez la espoleó de nuevo
mientras recordaba el poco tiempo que le quedaba con él.
Agarrando el dobladillo de su camisón, empezó a quitárselo.
Luke hizo un intento a medias por detenerla.
—No necesitamos hacer esto —dijo con voz ronca que
implicaba que lo contrario era cierto.
Sacudiéndolo, ella se sacó la ropa por encima de la cabeza
hasta que el resplandor de la vela fue lo único que quedó
cubriéndola.
La expresión aturdida y apreciativa de Luke evitó que se
estremeciera con repentina vergüenza. Había llegado tan lejos
como se atrevía. Lo que venía después siempre había sido el
resultado de sus pesadillas, aunque confiaba en que Luke no
terminaría mal esa noche.
Aun así, sin tener idea de cómo proceder, se quedó helada.
—¡Merry! —La exclamación de asombro de Luke ayudó a
descongelarla de nuevo. Con una mano temblorosa trazó la
línea de su clavícula, haciendo a un lado las trenzas que
ocultaban sus rosados pezones de la vista—. Sangre de Dios,
eres aún más hermosa de lo que me había imaginado.
Su alabanza trajo un sofoco a su piel ya calentada y una
alegría secreta a su corazón asediado. Se levantó de rodillas y
se acomodó ante ella. ¿La reclamaría, entonces? Era su
ferviente deseo que lo hiciera, en el fondo de su corazón,
cuando todavía quedaba la promesa de unas pocas horas entre
ellos.
Inclinándose hacia adelante, Luke la levantó y la empujó
contra él, su suave cuerpo desnudo apretado contra el de él.
Merry pensó que podría disolverse en llamas mucho más
bienvenidas que las que experimentó en la hoguera. Con la
mayor delicadeza, él depositó un beso en sus labios separados.
Suspiró aliviada, porque parecía que su deseo se haría
realidad. Sus labios se deslizaron suavemente hacia su
mandíbula. Le siguieron besos por el cuello, provocando que
se le pusiera la piel de gallina por todas partes, incluso en los
muslos. Sentía la cabeza ligera y pesada mientras la inclinaba
para darle un reinado más libre.
Sus labios se movieron inexorablemente hacia sus pechos.
Se llevó uno a la boca y Merry jadeó, sus dedos flexionados
sobre sus hombros. Su cálida lengua lamió el doloroso pico
hasta que pensó que se desmayaría.
—Sabes tan dulce —murmuró, sonando como un hombre
hambriento al que por fin le habían dado un delicioso bocado.
Él llevó su boca al otro pezón tirando suavemente de él.
De repente, sus brazos se cerraron alrededor de ella y la
arrastró hacia las almohadas, presionándola sobre su espalda.
Las manos de Merry volaron instintivamente hacia el pecho de
él para protegerse.
—¡Espera! —gritó, temerosa del momento en que él la
empalaría.
—Shhhh —silenció sus protestas con un suave beso,
profundizándolo poco a poco—. No os lastimaré, señora —
juró en voz baja, su boca contra la de ella.
Se relajó. Los dedos que ella le había llevado hasta el pecho
tiraron de su ropa, buscando sentir su piel debajo. Él la
complació y se inclinó hacia atrás para pasársela por la cabeza
y tirarla a un lado. Luego dudó, mirándola fijamente.
—¿Estáis segura de que esto es lo que queréis? —le
preguntó, con la voz espesa.
En la luz ámbar de la sala, su rostro parecía estar fundido
en bronce. Sus ojos se habían oscurecido a un marrón
profundo y suave. La mancha de color en sus pómulos
traicionaba su excitación, su deseo de tenerla. Y su cuerpo, era
como si un dios hubiera revivido de una estatua de cobre.
—Sí —susurró ella, intrigada por su excitación y deseosa
de verlo desnudo—. Estoy segura. —Ella nunca confiaría en
otro de la misma manera que confiaba en Luke. Él tenía que
ser el que la iniciara, el que enterrara sus temores para
siempre. El primero, el último, el único.
La miró durante un momento solemne.
—Lamento deciros que no puedo daros más que a mí
mismo esta noche —advirtió.
Parecía más de lo que jamás necesitaría. Más de lo que ella
esperaba. Sin embargo, ella experimentó una pizca de
arrepentimiento por sus palabras.
—Lo entiendo —dijo. Ella era una mujer con un precio por
su cabeza, mientras que él era el Fénix, el servidor de
confianza del rey. Era suficiente conocerlo, experimentar una
conexión con él diferente a todo lo que ella había conocido
antes, o que conocería de ahí en adelante.
Ante sus curiosos ojos, Luke se levantó y empujó sus calzas
por las caderas, quitándoselas en un solo movimiento que lo
dejó tan desnudo como a ella. Los ojos de Merry se abrieron
de par en par. Apenas se había acostumbrado a ver su pecho
desnudo. Mientras él tiraba a un lado la última de sus ropas,
ella miró fijamente a su barbilla.
—Podéis mirarme, duende —la invitó con un toque de
humor que rompió la tensión carnal entre ellos.
Su mirada se movió rápidamente hacia arriba,
preguntándose por el cariño que había salido de su lengua tan
fácilmente. «Duende», la había llamado. Mejor que bruja,
supuso.
Su mirada se hundió inevitablemente, casi
involuntariamente, en el vello oscuro…. y más abajo. Había
visto antes las partes privadas de un hombre, pero ninguna tan
magnífica que despertase su admiración. La hombría de Luke
sobresalía orgullosamente de su cuerpo, elegante y de tono
cobrizo, como el resto de él. La visión no infundió miedo en
su corazón, solo aprecio, hasta que lo imaginó tratando de
empujarlo dentro de ella. Lo miró con ojos dudosos.
—No encajará —lo informó ella, solemnemente.
Su boca se movió como si supiera que tenía ganas de
sonreír.
—Sí, lo hará —dijo—, y muy bien. —Luke le tomó la
mano y se la llevó hacia él—. Tócame —la invitó.
Se sorprendió al descubrir su arma tan suave como la piel
de un bebé y tan dura como un lucio. Mientras acariciaba
suavemente la punta con los dedos y bajaba por su
desalentadora longitud, saltó ante su caricia. El aliento de
Luke le recordaba con fuerza el poder que ella ejercía sobre él.
Con un impulso temerario, ella cerró sus dedos sobre él
firmemente, acariciando su cuerpo.
Luke rechinó los dientes y cerró los ojos, sometiéndose a su
voluntad por un momento… luego un momento más.
—Suficiente —dijo finalmente, apartando su mano—.
Recuéstate —instruyó—. Déjame prepararte.
Se preguntó cómo podía estar preparada para una intrusión
de tal magnitud. Tensa e insegura, se echó hacia atrás como él
le había ordenado. Se inclinó sobre ella, descansando solo
partes de su musculoso cuerpo sobre el suyo, y una vez más
bajó su boca a la de ella. Besándola con una habilidad que
alivió sus miedos, sintió el placer reuniéndose en su centro
femenino, entre sus piernas. Allí sintió calor líquido, como si
su cuerpo se estuviera preparando para su robusta invasión.
Ella se encontró tratando de separar sus piernas para él,
aunque él las había inmovilizado suavemente.
Su boca la liberó, y para alegría de ella, la usó para
atravesar la longitud de su cuerpo, desde el cuello hasta los
pechos, donde se detuvo para amamantarlos, antes de seguir
los besos por los planos y las suaves curvas de su abdomen.
Al recordar el sueño que había tenido, Merry sonrió con un
deleite asombroso. La boca húmeda y caliente de Luke parecía
derretir los huesos de su cuerpo. Se sintió relajada, confiando
en él completamente, y anticipando lo que vendría con un afán
desenfrenado.
Cuando su boca se asentó en el interior de su muslo, ella
suspiró, sin alarmarse por sentirlo allí.
—Ábrete para mí —jadeó, separando sus piernas.
Abrió las piernas. Ya se había tocado allí antes. Ella sabía
qué clase de placer podía despertar y, sin embargo, nunca
había asociado ese placer con un hombre, nunca se imaginó a
un hombre haciendo eso por ella. El pensamiento la excitó más
allá de lo soportable. Su pecho subía y bajaba.
Para su deleite, la boca de Luke era aún más eficaz que sus
propios dedos. Sus labios acariciaron el vello rizado y ella
jadeó. Su lengua, firme y segura, lamió el labio de un lado de
su núcleo femenino y luego el otro. No tenía idea de que esos
pétalos suaves eran tan sensibles.
Cuando él apuntó al centro de su placer y lo golpeó, ella
soltó un pequeño zumbido y apretó las sábanas en éxtasis.
Trabajó suavemente, provocando y pasando su lengua
alrededor del brote rígido y luego sobre él, antes de aumentar
tanto la velocidad como la presión.
Su dedo se deslizó en su abertura y ella se puso tensa, pero
no hubo dolor. Moviendo su dedo hacia delante y hacia atrás,
encendió una fricción que hizo que ella se tambaleara con su
tacto, queriendo más. Insertó otro dedo y los empujó más
profundamente.
De repente, dudó.
Se sintió decepcionada al sentir que se retiraba. Las
sensaciones que había provocado se acercaban a un punto
crítico. En realidad, le dolió cuando él se detuvo. Con pesar,
ella lo miró mientras él se elevaba sobre ella.
—Merry —dijo, acomodando sus caderas cómodamente
entre sus muslos. Capturó su cara en sus manos, su expresión
grave dándole una pausa.
—¿Qué pasa? —preguntó. Por un horrible segundo, ella se
imaginó que había algo que no le gustaba, pero él le dedicó
una sonrisa de aliento.
—Vuestra virginidad está firmemente alojada. Ferguson
nunca os tocó.
Ella parpadeó, y cuando registró el significado de sus
palabras, lágrimas de alivio le apuñalaron los ojos. La duda de
su pasado desapareció para no volver a lastimarla. Estaba
inmaculada.
La cara de Luke se volvió plácida, controlada, resignada.
—Podemos detener esto ahora —dijo, sorprendiéndola—.
Sois casta. Podéis quedaros así. Deberíais… —Él frunció el
ceño, luchando internamente entre su deseo y lo que era
correcto—. Debería dejaros y salvar vuestra inocencia como
regalo para vuestro futuro marido.
La profundidad de la bondad de Luke la conmovió en ese
momento. Mirando su rostro oscuro, ella sabía que nunca
habría otro hombre para ella. Luke era el único capaz de mirar
más allá de sus rarezas y ver a una mujer digna de respeto.
—No —le contestó ella, bajándole la cabeza para darle un
beso febril—. Quiero esto. Os quiero a vos.
Él cerró brevemente los ojos y luego los volvió a abrir, un
fuego ardiendo en sus doradas profundidades. Ella lo sintió
temblar y se dio cuenta exactamente de cuánto control había
ejercido para contenerse.
—Habrá un poco de dolor —añadió—, ya que eres virgen.
Su impaciente anticipación se desvaneció un poco,
reemplazada por la preocupación.
—Oh —dijo con menos entusiasmo.
—Será breve —le aseguró—. Os he preparado, ¿no?
Ella asintió. ¡Él lo había hecho! Su cuerpo estaba bastante
agitado por la necesidad, suavizado y húmedo en su interior.
Con un sonido gutural tomó el mando del siguiente beso,
devorando su boca con un hambre que la dejó temblando, pero
no asustada. Sintió como la cabeza de su hombría empujaba la
resbaladiza abertura. La intrusión era espesa y estirada, pero,
hasta ahora, indolora. Profundizó su reclamo y el pecho de
Merry se expandió ante la sensación embriagadora de que él
tomaba su cuerpo, llenándola. No era tan horrible someterse a
la voluntad de otro.
Con manos persuasivas, él la animó a levantar las piernas a
cada lado de él, y ella respondió voluntariamente. Bajó la boca
y la besó, al mismo tiempo, empujando su asta hacia adelante.
Un dolor agudo y rápido quemó a Merry, y ella gritó contra
su boca. Sin embargo, con la misma rapidez, el escozor
disminuyó. Levantó los labios y ella jadeó para respirar,
apartando sus uñas de sus torturados hombros.
Ella anhelaba que él se moviera dentro de ella, sabía que
eso intensificaría su placer, así que se retorció debajo de él.
Sin embargo, se mantenía perfectamente quieto.
—¿Estáis bien? —preguntó.
—No —dijo ella—. Estoy… No sé cómo estoy. ¿Habéis
terminado?
Ella sabía que era una pregunta estúpida, porque él todavía
estaba dentro de ella. Él parecía tener problemas para
concentrarse en su pregunta. Cerró los ojos, con un brillo
apareciendo en su frente.
—No —dijo con voz ronca—. No os mováis.
Ella comprendió entonces que, si se movía, él perdería el
control y esparciría su semilla dentro de ella, tomando su
placer mientras le daba el suyo propio. ¿Por qué, se preguntó,
no querría él buscar ese objetivo? Tal vez, era demasiado
desinteresado. Quizás no tenía ninguna intención de derramar
su semilla en ella; después de todo, estaba comprometido con
otra.
Dudó solo una fracción de segundo antes de tomar su
decisión. No se arrepentiría si esta unión engendrara un bebé
para que ella lo amara y apreciara. En cuanto a Luke, ella
conocía su deseo orgulloso: quería que él experimentara el
éxtasis en sus brazos, tal vez, que pensara en ella incluso
cuando se acostara con su futura esposa.
En lugar de quedarse quieta como él le había advertido,
movió sus caderas en un movimiento ondulante que fue
totalmente instintivo. Para su sorpresa, el movimiento
encendió un encantador y apasionante placer en lo más
profundo de su ser.
—¡Mm! —suspiró, moviéndose de nuevo.
A través del rugido de la sangre en sus oídos, escuchó la
maldición de Luke. Sin embargo, en lugar de protestar contra
sus movimientos, se unió a ella empujando más
profundamente antes de retirarse, y luego empujando de
nuevo. Sus caderas, avanzando y arrastrándose hacia atrás a lo
largo de su pasaje femenino, aumentaron su abrumador deleite,
construyendo un crescendo que la hizo contener la respiración.
Cuando llegó el momento del clímax, apenas podía
acreditar su poder. Su liberación fue más demoledora que todo
lo que había experimentado sola. Agarrando sus hombros con
impotencia, sus piernas se extendieron hacia él, y su éxtasis se
estrelló sobre ella y lo arrastró consigo.
El llanto ronco de Luke se mezcló con el de ella. Enterró su
cara contra la mandíbula de Merry y empujó una, dos, tres
veces más, y luego se desplomó. Su peso, de repente, se sintió
mucho más pesado, aunque a ella no le importó en absoluto.
Cuando su respiración entrecortada disminuyó, un
momento de felicidad se posó sobre ella, suave como una
manta. Merry cerró los ojos maravillada por la belleza de la
conexión física entre un hombre y una mujer. A decir verdad,
no tenía ni idea de que podía ser tan terrenal, tan confirmadora
de vida, ¡tan placentera! Tan completamente opuesta a su
miedo a ser forzada.
Su corazón todavía martilleaba. Aunque se sentía un poco
cansada, no podía esperar a experimentar tal deleite de nuevo
y se preguntaba si eso sería posible la misma noche.

Luke se movió. Levantó la cabeza y la miró fijamente, con sus


ojos desenfocados aclarándose lentamente. La mirada que le
dedicó envió un rayo de anhelo a través de su corazón. Nadie
la había mirado nunca con tanta ternura y respeto.
Luego, con un parpadeo, esas emociones huyeron,
reemplazadas por algo más agudo, algo que parecía
arrepentimiento. Murmuró una maldición en su lengua
extranjera y, con un siseo, se apartó de ella abruptamente.
—¡Jesús! —añadió, desconcertando a Merry mientras salía
de la cama y rodeaba su habitación como un animal enjaulado
—. ¿Dónde puedo encontrar un paño?
Ella se irguió sobre sus codos, fascinada por la visión de él
completamente desnudo y paseando por su habitación.
—Mirad en el lavabo —dijo ella.
Vertiendo agua del cántaro en el cuenco de madera, agarró
la toalla que estaba junto a él. Con movimientos apresurados,
la sumergió en el agua, la escurrió, y se la acercó rápidamente
con expresión sombría. Merry se alejó de él, confundida y
asustada por el ceño fruncido de su cara.
—Límpiaros —gruñó, empujando la toalla hacia ella—.
Adelante —dijo.
No, no iba a limpiarse delante de él. Le quitó la tela de la
mano y la apretó entre los muslos. Merry jadeó ante el frío
contacto y apretó sus piernas con vergüenza.
—Escuchadme. —La voz urgente de Luke rompió su
confusión—. Coloqué mi semilla dentro de vos. Es algo que
juré no hacer nunca: engendrar un hijo con una mujer que no
sea mi esposa. Debemos quitar todo lo que podamos.
Mientras ella estaba sentada en un silencio aturdido, él
agarró el paño para volver al lavabo y enjuagarlo, pero no
antes de que Merry viera que su propia sangre la manchaba.
Tocó su punto sensible con los dedos, encontrándose aún
húmeda con la semilla de él y con su propia sangre de
doncella.
Luke regresó, pero ella ya había agarrado el borde de la
colcha para taparse sus partes inferiores. Esta vez, al quitarle
la tela, ella la deslizó debajo de la sábana presionándola en la
unión de sus muslos. Él pareció más angustiado. Se sentó en el
borde de la cama y la miró con un ceño fruncido y sombrío.
Sus pensamientos pesaban mucho.
—Si os quedáis embarazada, solo tenéis que enviarme una
nota a Arundel, está al oeste de Sussex.
—Sé dónde está —dijo ella. Le había preguntado a Philippe
sobre la casa de la familia de Luke. Ahora, parecía un lugar
lejano y mítico, uno que ella sabía que nunca vería. Además,
¿qué pasaría después de recibir una misiva así?
Asintió con la cabeza.
—El bienestar del bebé sería de suma importancia para mí.
Sus palabras no lograron tranquilizarla. En todo caso, le
pusieron un peso aplastante mientras le recordaban su futuro
vacío. Una vez entregada a Helmsley, ya no era un problema
de Luke. La carga de su bienestar recaería sobre su cuñado.
Luke se ocuparía de su bebé si fuera necesario, pero en cuanto
a ella….
¡El bebé! La idea de tener uno despertó su espíritu. ¿Y si
Luke la hubiera dejado embarazada? Entonces ella tendría una
parte de él para mantenerlo como suyo para siempre. Esa
esperanza iluminaría los sombríos pasillos de los días
venideros.
—No os preocupéis por un posible bebé —le dijo ella,
sujetando su mirada—. Solo tengo que tomar una tintura de
henbane —comentó, queriendo aliviar sus preocupaciones—,
y vuestra semilla se marchitará antes de que se forme un bebé.
Frunció el ceño ante su solución.
—El Henbane es veneno, ¿no? Os lo prohíbo, Merry. No
haréis tal cosa. —Él extendió su mano, y ella sacó la toalla de
debajo de las sábanas y se la dio. Aparentemente contento de
que se hubiera llevado la mayor parte de su semilla, la arrojó
al otro lado de la habitación.
Para sorpresa de Merry, se subió a la cama y la atrajo una
vez más contra él. Sus sentidos volvieron a la vida ante la
abrasión de la carne de él contra la de ella. Bajo el nítido vello
de su cuerpo, su piel era cálida y lisa, musculosa. Apoyado en
un codo la miró, su expresión inescrutable en la luz ámbar.
Con su mano libre trazó una línea desde su hombro hacia sus
pechos y hasta sus caderas. Su piel sensible reaccionó con un
escalofrío.
—¿Os he hecho daño? —preguntó en voz baja.
Arrullada por su ternura, ella anhelaba aliviar el ceño entre
sus oscuras cejas.
—No —le aseguró ella, sonriendo—. Fuisteis muy amable.
Fue una experiencia… extraordinaria —agregó, incapaz de
evitar su sonrisa soñadora.
Contra su cadera, sintió cómo se agitaba su hombría.
La acarició de nuevo, esta vez dibujando círculos invisibles
alrededor de sus pechos. Respondieron de inmediato a la
atención, alcanzando su punto máximo y enrojeciéndose como
pequeños capullos de rosa. Merry entornó los ojos y la
satisfacción zumbó en su garganta. Su corazón comenzó a latir
con la anticipación de unirse a él una vez más.
La hombría de Luke se hinchó más a medida que se
apretaba contra su cadera. Llevó sus labios a la sien de Merry
y luego le besó la línea de su mandíbula.
Ella no dudó esta vez, volviéndose hacia él y presionando
sus pechos contra su torso. Entonces lo besó con hambre,
deseosa de explorar su nueva fuente de placer.
—Enséñame todo lo que sabes —le suplicó, poniendo una
pierna sobre sus caderas y acercándolo.
—Espíritu travieso —bromeó Luke. Enlazando sus manos a
las de ella, las levantó y las puso sobre su cabeza para
mantenerla cautiva. Atacando sus pechos con sus labios y
lengua, sacó gemidos de placer de su garganta.
—Dulce dama —murmuró entre lametones—. Me hacéis
olvidar.
—¿Olvidar qué? —jadeaba de vértigo. Nunca había sido
más feliz en su vida.
Rodó repentinamente sobre ella, ajustándose mientras ella
abría sus piernas en ferviente anticipación. En el portal de su
entrada dudó, como si se balanceara al borde de un precipicio.
—Quién soy —terminó, sus ojos vidriosos mientras se
lanzaba lenta pero implacablemente dentro de ella.
Se quedaron boquiabiertos de asombro mutuo cuando la
urgencia se apoderó de sus sentidos. Merry arqueó sus caderas,
y él se acercó a ella, respondiendo con cada músculo a las
exigencias de su entusiasta hambre. Sin peligro inmediato de
derramar su semilla, Luke tomó muy en serio el encargo de
Merry. En las horas siguientes, le enseñó todo lo que sabía tan
bien como pudo.
Merry se sintió florecer hasta completarse. Nada en su vida
se había sentido tan correcto, tan perfecto, como esta fusión de
cuerpos…. y le parecía, de espíritus. Ambos se lo entregaron
todo, arqueándose, agarrándose, acariciándose, burlándose y
probando, pero nunca lo suficientemente cerca.
Horas más tarde, al caer en un sueño agotador, con su
cuerpo tierno pero saciado, se dio cuenta con nostalgia
agridulce de que los mejores momentos de su vida habían
quedado atrás.
Capítulo 11

L as frías gotas de lluvia que golpeaban la cara de Merry


parecían pequeñas flechas, pero ella apenas se estremeció
ante ellas. Bajo el manto que lady Iversly le había dado como
regalo de despedida, el frío apenas parecía afectarla. Tampoco
el dolor de espalda que le producía cabalgar desde el sol hasta
el atardecer del día anterior la hizo quejarse. Ella no sintió
nada más allá de la insensible incredulidad de que Luke no le
había dicho más que una frase desde que comenzó su viaje.
En lugar de abrazarla, solo tenía el consuelo de un gato
empapado y miserable, pues cabalgaba sola. Luke se había
puesto su cota de malla como precaución contra el peligro. Un
pequeño grupo de sus mejores soldados, igualmente bien
armados, los acompañaba, al igual que su escudero. Le habían
dado su propio caballo para poder pasar un buen rato sin forzar
a Suleyman, le había explicado concisamente Luke el día
anterior. Sin embargo, de manera inusual, cabalgaba con el
yelmo atascado en la cabeza, lo que dificultaba la
comunicación y hacía imposible el contacto visual.
No era el tierno y agridulce final de su tiempo juntos que
Merry había imaginado. Sin embargo, Luke seguía siendo un
caballero cortés. Ella no podía culparlo. La mañana anterior se
había despertado sola en la cama que habían compartido,
salvándola de la desgracia a los ojos de Adelle, ya que la
baronesa había sido la que la había despertado. Durante el
largo viaje Luke se había ocupado de su comodidad,
deteniéndose a menudo para que pudiera estirar las piernas o
hacer sus necesidades. Y cuando la lluvia cayó sobre ellos en
la noche, él le levantó una tienda de campaña para que ella no
tuviera que dormir al aire libre como el resto de los soldados
que viajaban con ellos. No se había reunido con ella bajo la
tienda.
De hecho, no había hecho ningún intento de prolongar su
intimidad. Se había esforzado mucho por no tocarla. A
diferencia de la cama caliente que había compartido con él la
noche anterior, ningún lugar parecía tan frío y solitario como
esa tienda seca.
Intentó razonar consigo misma para levantarse el ánimo.
Luke había dejado perfectamente claro que su noche juntos era
todo lo que podía dar de sí mismo. Ella esperaba poco más que
eso. Sin embargo, anhelaba alguna muestra de cariño de su
parte, algo que pudiera llevar con ella, ¿era pedir demasiado?
En lugar del amistoso compañero que había sido durante el
camino hacia Iversly, solo le ofreció una cordialidad distante,
tan educada que, de hecho, ella casi podía creer que se había
imaginado su noche de éxtasis.
Al levantarse esa mañana para enfrentarse al segundo día
de su viaje, Merry había sufrido la desagradable sospecha de
que había venido a su habitación aquella noche para satisfacer
sus necesidades y no para consolarla, y que, a pesar de su
aparente reticencia caballeresca a quitarle la inocencia, en
realidad, esa había sido su intención. Dada la forma en que la
trataba actualmente, no era imposible imaginar que la dejara a
las puertas de Helmsley, apenas deteniéndose, y aliviado de
cumplir con su deber.
¿Podría ser que la mejor noche de su vida no hubiera
significado nada para él?
La posibilidad disminuyó su alegría del recuerdo, dejándola
en silencio en su silla de montar mientras su viaje seguía.
Desesperadamente, repitió cada matiz de su intimidad,
buscando evidencias de que su ternura había sido una farsa.
Quizás había confundido el hambre posesiva que había ardido
en sus ojos y en su tacto con la lujuria común. Quizás ella
había malinterpretado su gentil moderación. O, tal vez, era
demasiado ingenua como para darse cuenta de que sus actos
eran comunes, como siempre lo habían sido entre un hombre y
una mujer que se unían carnalmente.
Lo que habían experimentado, lo volvería a hacer con su
prometida. Esa idea la enfermó. Bajando la mirada a sus
manos agarradas al pomo, reparó en que muy pronto ya no lo
volvería a ver. El simple pensamiento parecía inaceptable. ¿En
qué momento él se había vuelto tan vital para su alegría? ¿Fue
cuando él le hizo esa promesa, hace semanas, de conseguir
hacerla sonreír de nuevo?
Ella agitó la cabeza confundida, pero de una cosa estaba
segura: no se había imaginado su bondad, ni su ternura, ni su
deseo. Era un guerrero con una disciplina y control
impecables. Quizás solo por esa razón no podía leer ni una
pizca del íntimo amante que era. Se había puesto el manto de
distanciamiento que representaba su cota de malla.
La lluvia volvió a caer, llevando a Merry más adentro del
manto de Adelle. Temblando de frío y humedad, su tristeza se
convirtió en ira. Debía de saber que el final sería así, pero
incluso sabiendo que la había condenado a sufrir. No debería
haberle dado tanto de sí misma. Debería haber seguido con sus
costumbres, haberse protegido a sí misma y sus sentimientos,
como siempre había hecho.
Al menos, no había sido herida, ni abandonada por su
familia ni aislada en el priorato. En realidad, ni siquiera la
priora, que la había condenado a muerte, había perforado la
frágil armadura que Merry había usado durante años. Solo
Luke había penetrado las capas de su amargo caparazón. Con
su cortesía y su moderación civilizada, se había ganado su
confianza. Combinado con su aspecto imposiblemente
agradable, se las había ingeniado para convertirse en el
hombre perfecto para ella, irresistible. Y eso fue su culpa.
A partir de ese momento, además de la vida de miedo
constante a la que fue condenada, escondiéndose por el resto
de sus años de la Iglesia y de los perseguidores que anhelaban
la recompensa, también debía soportar la realidad de que la
felicidad había sido alcanzable. ¡De hecho, la había
experimentado poderosamente! Pero de ahora en adelante se le
negaría, pues quien había despertado tanta alegría,
simplemente con una mirada, una palabra o un toque, no podía
devolverle su afecto.
Revolviéndose en sus pensamientos turbulentos, Merry se
dio cuenta de que habían llegado a las afueras de una pequeña
aldea que antes estaba envuelta en una neblina lluviosa, cuyo
nombre era un misterio. Al entrar en su plaza principal, había
poco que ver más que un grupo de cabañas bajas e inclinadas
que se apiñaban alrededor de un pozo central. En un día tan
inhóspito de septiembre, la plaza yacía desierta. Aun así, el
olor a cerdo asado salía de un edificio de piedra amarillento
con un techo imposiblemente inclinado. El letrero de afuera,
crujiendo entre las húmedas ráfagas de viento, estaba
demasiado gastado para poder leerlo.
Luke hizo la llamada para que se detuviera y se volvió
hacia ella.
—Mi señora, ¿tenéis hambre? —preguntó.
Fríamente educado. Ella intentó leer sus ojos a través de las
rendijas de su yelmo, pero permanecieron ocultos. Ella había
escuchado por casualidad cómo les decía a sus soldados que
llegarían a Helmsley al anochecer.
—Lo estoy —dijo, buscando retrasar lo inevitable. Tal vez,
si se detuvieran y partieran el pan juntos una vez más, podría
arrancarle una palabra de arrepentimiento al despedirse, si no
un afecto absoluto, que aliviara su dolorido corazón.
—Comeremos aquí —anunció, dirigiéndose a los nueve
hombres que los acompañaron. Desmontando, Luke la ayudó a
levantarse de su silla con un contacto mínimo, y luego dejó a
Erin para que enganchara su caballo y el de ella a los postes.
Los otros desmontaron e hicieron lo mismo.
Todos los hombres, excepto el designado para vigilar los
caballos y las provisiones, fueron hacia la puerta del edificio.
Ignorando la silenciosa oferta de Luke de escoltarla, Merry los
siguió hasta la humeante morada. Le llevó un momento
adaptarse a la oscuridad.
—Por aquí. —Luke señaló una habitación lejos del fuego
humeante.
Su mirada se deslizó con nostalgia hacia la chimenea, ya
que su manto estaba húmedo por la incesante llovizna. El área
estaba llena de hombres: agricultores, cazadores,
comerciantes. Aparentemente, ya habían estado bebiendo
durante un tiempo, ya que el licor agudizaba sus risas y
aumentaba el volumen de su conversación, haciendo que la
taberna fuera tan ruidosa como una reunión del día de los
inocentes.
Luke indicó que debía sentarse al final del banco, lo más
lejos posible de los juerguistas. Mientras él se sentaba junto a
ella, colocando su yelmo en su regazo y arrancando los dedos
de los guanteletes, sus esperanzas de reconciliación
aumentaron. Al menos, por primera vez ese día, pudo ver su
cara. Aun así, ella resistió el impulso de estudiarlo, de
memorizar su perfil. Esperando una palabra de él —cualquier
palabra—, ella echó hacia atrás su capucha sin darse cuenta de
que la luz del fuego encontró un reflejo en las ardientes
longitudes de sus trenzas.
Al cabo de un rato, una muchacha bien dotada vino a
recibir sus órdenes, y los borrachos que la miraban con los
ojos bien abiertos repararon en Merry. Por el rabillo del ojo,
los vio codearse unos a otros hasta que todos se quedaron
mirando. La taberna se silenció de repente. Luke se acercó un
poco más, y el placer floreció en el corazón de Merry. ¿Estaba
celoso? ¿Protector? Ella miró esperanzada su perfil
sombreado, pero su mandíbula solo se había endurecido. Le
dio a la camarera el pedido de su mesa, vino caliente, pan y
cualquier olla que se estuviera sirviendo. Luego volvió a mirar
fijamente hacia la chimenea y a los hombres, que se
apresuraron a contemplar el paisaje.
El corazón de Merry se estremeció de expectación. Aunque
no era exactamente un lugar privado, el ruido en la taberna
permitía al menos una conversación modesta para los que
estaban sentados uno al lado del otro. No había ninguna razón
por la que Luke no pudiera hablar con ella tan familiarmente
como lo había hecho la otra noche. Ella lo imaginó
disculpándose por sus fríos modales, asignando su
distanciamiento a su comportamiento militar. Sin embargo, a
medida que pasaban los minutos, sus esperanzas comenzaron a
disminuir, ya que él permanecía en silencio.
Su ira estalló con vigor: ira hacia Luke por la manera fácil
en que había pasado de un amor ardiente a un protector
desapasionado. Enojo con ella misma por querer más de él de
lo que podía dar. Con una desesperada necesidad de disipar la
tensión, Merry se puso de pie atrayendo la mirada sorprendida
de Luke. La luz del fuego iluminó su erguida figura, y los
hombres que estaban al otro lado de la habitación volvieron la
cabeza para admirarla. Ella miró a Luke, sus rodillas
temblando con una emoción demasiado poderosa como para
nombrarla.
—Voy al retrete. —Pasó inteligentemente sobre el banco y
se dirigió hacia la salida trasera, buscando el retrete o, de
hecho, cualquier lugar donde las lágrimas que presionaban sus
ojos no se notaran.
Empujando una pesada puerta en la parte trasera del
edificio, entró en la neblina. Después de unos pasos se atrevió
a mirar rápidamente por encima de su hombro, lo que reveló la
forma sombría de Luke que la perseguía. Ella aceleró su paso,
corriendo por el patio fangoso hacia la fea estructura de la
parte trasera. El pantano apestaba a pesar de las bajas
temperaturas. Merry se alejó de él y se dirigió a un bosquecillo
de árboles, donde esperaba ocultarse para tener unos minutos
de paz.
Para su consternación, las pisadas de Luke se hicieron más
fuertes. Se detuvo bajo un roble, sus ramas y hojas la protegían
de la lluvia. Apretando sus manos con frustración, trató de
respirar hondo para recuperar su buen humor, sin ganas de
recibir una charla sobre los peligros de estar en el área
boscosa. De todos modos, se sentía más a gusto allí que en el
interior.
Extrañamente, él permaneció a pocos metros, justo detrás
del bosque, esperando. Tal vez, pensó que se estaba aliviando.
Ella sonrió irónicamente. En verdad, él debía de pensar que
era una mujer salvaje, de hecho, que rechazaba las
comodidades discutibles del retrete en favor de los árboles.
Puso los ojos en blanco, quería gritar. Ella nunca
encontraría la serenidad con él allí de pie, esperando para
escoltarla de vuelta adentro.
—Los dientes de Dios —murmuró, y luego regresó por el
bosquecillo. Al acercarse a él, miró su plácida cara, puso los
ojos en blanco, miró más allá de él, y se dispuso a pasarlo.
Él le agarró por la parte superior del brazo, casi
levantándola de los pies mientras la detenía.
—Soltadme —ordenó ella, mirando primero su mano sin
guantes en su brazo antes de levantar los ojos imperiosos hacia
los suyos.
—Señora, no seáis así —le suplicó en voz baja.
Tan cerca de ella, pero tan lejos.
—Oh, soy «señora» otra vez, ¿verdad? —escupió—.
Después de todo lo que hemos compartido, ya no podéis
llamarme por mi nombre de pila. —Ni por el apodo que él le
había puesto, se dio cuenta con una punzada en el corazón.
—Merry —gruñó, apretando su agarre.
Ella soltó el brazo de su agarre y se fue corriendo de vuelta
a la posada. Sin embargo, la atrapó antes de que ella pudiera
abrir la puerta. Un segundo más tarde, la cogió,
inmovilizándola contra las duras vigas del edificio. La
exasperación tiñó su desagradable sermón.
—Os dije que no esperarais nada de mí —dijo, sin
importarle la lluvia que caía por su cabeza desnuda—. Fui
honesto y bastante claro. Os exijo que dejéis esta rabieta, que
no salgáis corriendo sin protección y, por el amor de Dios, que
os comportéis como una dama.
La amargura que se había gestado en ella durante años
hirvió a la superficie. Lo último que ella quería de él era un
sermón sobre su comportamiento.
—Si yo fuera una dama —siseó, su rostro en llamas—,
entonces no me llevaríais a Helmsley, ¿verdad? Estaría a salvo
en el seno de la casa de mi madre y no sería una hereje
condenada que huye por su vida. Si yo fuera una dama, no os
habríais acostado conmigo como si fuera una común… —Se
interrumpió, incapaz de decir la palabra.
La cara de Luke registró su sorpresa, y permitió que lo
apartara de ella antes de que ella abriera la puerta y huyera a
ciegas hacia la habitación principal de la posada y,
directamente, a los brazos de uno de los bulliciosos jóvenes
que se reunían para beber, comer y posiblemente hacer
travesuras.
—¡Vaya, vaya! —gritó, consiguiendo ponerle una mano a
cada lado de la cintura y girarla—. ¿Qué tenemos aquí? —La
empujó hacia el círculo de sus compañeros, que la acogieron
calurosamente.
Desconcertada y momentáneamente superada, Merry se
dejó llevar ante el fuego. Temblorosa y fría, encontró su
calidez como un consuelo, la amabilidad de los juerguistas
como una distracción del escalofriante recordatorio de que
Luke le había dado todo lo que podía.
Su ira se le fue de las manos abruptamente, dejándola
enferma por haberse humillado ante el Fénix. Él le había
advertido, era cierto, que no podía haber futuro entre ellos.
Aun así, ella se había entregado voluntariamente. Más que eso,
prácticamente, le había exigido que se acostara con ella, le
había instado a derramar su semilla dentro de su vientre.
El mismo joven que la había agarrado la instó a sentarse y
ella lo hizo, ciegamente, sus pensamientos a lo lejos. No era
justo esperar nada más de Luke, ni siquiera arrepentimiento.
Oh, cómo desearía haber sido capaz de mantener la
compostura que él tenía, como sin duda lo habría hecho la
prima del rey que había capturado su corazón. No, tal dama, la
prometida del heredero de Arundel, nunca habría permitido las
libertades que Merry había permitido, ni se habría encontrado
en una situación tan desesperada.
Alguien tiró de sus trenzas devolviéndola bruscamente al
presente. De repente, todos los hombres se acercaron
demasiado, exclamando su asombro por el rico tono rojo de su
cabello. Uno que, claramente, había bebido demasiado
extendió una mano hacia su regazo. Merry lo abofeteó,
despertando coros de diversión.
—Ah, es una zorra —comentó otro.
—No queremos haceros daño —dijo su astuto compañero
—. Probablemente, podamos complacerte mejor que el
caballero que te escolta. —Señaló hacia la puerta vacía.
Luke aún no había aparecido, pero sus soldados se sentaban
rígida e indecisamente en sus asientos. Habían empezado a
murmurar entre ellos, a buscar a su señor, pero nadie se acercó
para traerla de vuelta al redil.
—Tomaros un trago. —Uno de los extraños le metió en la
mano un vaso de madera medio vacío. Merry no era tonta. Los
hombres fingían ser amigables, pero sabía su intención animal
mientras se amontonaban a su alrededor, mirándola con
hambre.
Tratando de mirar más allá de sus hombros, imploró a los
soldados de Luke, pero o no se dieron cuenta o decidieron que
no valía la pena pelear por ella. Solo Erin parecía inquieto
cuando miró a la vacía puerta, claramente, esperando el
regreso del Fénix. Intentó levantarse del banco y escapar por
su cuenta, pero una pesada mano se posó sobre su hombro. El
pánico se apoderó de ella mientras se encogía de hombros,
solo para tener otra mano sobre ella, esta vez sobre su rodilla.
Si se tomaran más libertades, ¿alguien podría detenerlos o se
preocuparía lo suficiente como para hacerlo?
—Decid —gritó uno de los hombres, de repente. Se volvió
hacia el fuego donde estaba sentado un pequeño cazador—.
Mirad de nuevo este pelo antinatural. ¿Recordáis al jinete?
Su referencia la dejó perpleja, pero sus compañeros lo
entendieron. Todos los ojos se volvieron hacia ella de nuevo.
El mismo cazador le preguntó audazmente:
—¿No sois vos la bruja que quiere la Iglesia?
El latido del corazón de Merry se suspendió un momento y
se estremeció, confirmando su suposición sin quererlo. Su cara
cayó bajo escrutinio mientras los demás se inclinaban para
estudiarla.
—¿Qué fue lo que dijo el clérigo? —preguntó alguien.
—Randall lo escuchó. Preguntadle a él.
Otro hombre, presumiblemente Randall, miró a Merry.
—El viejo clérigo dijo que el hereje que se les escapó era
una dama de veinte años —dijo, sus ojos escudriñando su
rostro. Asintió con la cabeza como si ya hubiera confirmado su
edad—. Dijo que su cabello se teñiría como las llamas del
infierno. Escapó de la ejecución con la ayuda de un caballero
que decía servir al rey.
—Gran recompensa, ¿no? —preguntó el hombre pequeño.
—¡Cuarenta peniques por su regreso! —confirmó Randall.
Un murmullo general se elevó entre los hombres y los
jóvenes.
—¡Cuarenta peniques!
—¡No me digáis!
—Las heridas de Dios —exclamó un borracho, sus palabras
difuminadas—. ¡Esta joven debe de ser ella!
—La dama está conmigo. —La voz autoritaria de Luke
cortó su murmullo como una hoja a través de la mantequilla—.
Soltadla —añadió.
Cuando los borrachos y los juerguistas no obedecieron lo
suficientemente rápido, la espada ancha de Luke salió de su
vaina. Con movimientos bruscos, la usó para apartar a los
hombres de su camino. La luz del fuego se deslizó a lo largo
de la larga y ancha espada y brilló torpemente sobre su
ennegrecida malla, haciendo que el Fénix pareciese más un
diabólico guerrero oscuro que un salvador angélical.
Al encontrarse de repente libre, Merry sabía que recordaría
a Luke para siempre como su ángel vengador, con gratitud y
cariño. Él era digno de sus pensamientos más amables.
El hombre que estaba cerca de la punta de la espada de
Luke se rio a carcajadas.
—Buen caballero. —Sonrió, poniéndose de pie y
arrastrando a Merry con él—. Por supuesto que esta señora no
es la hereje en cuestión. Solo bromeábamos con ella, ¿no es
así, amigos?
Los otros fueron lentos en responder. Luego, con unas
pocas miradas compartidas y menos palabras, recogieron sus
pertenencias y se pusieron sus mantos. Comenzando a
escabullirse, varios salieron por la puerta trasera y el resto se
apresuraron a salir por el frente. El que estaba al lado de Merry
persistió en dirigirse a Luke.
—¿Esta señora es su esposa, entonces? —preguntó,
sujetando suavemente su codo.
—Os dije que la soltaseis —le recordó Luke. Cuando el
hombre no lo hizo, hizo una señal para que sus hombres se
levantaran de su comida. Lo hicieron, desenvainando sus
armas.
Merry contuvo la respiración, tensa ante la idea de una
confrontación violenta. Ella había causado esto,
inadvertidamente, pero aun así… Jadeó, pues en un abrir y
cerrar de ojos, la mano que había estado a la altura de su codo
estaba apretando una hoja contra su garganta.
—Moved el pulgar y le cortaré el cuello. —La suave voz
del hombre se había transformado en la de un asesino sin
conciencia.
Recordando la noche en Heathersgill, cuando Luke había
usado sus palabras para engañar a Edgar, Merry oró para que
lo hiciera de nuevo. El pánico envió toda la sangre de su
cabeza directamente a su palpitante corazón.
La espada de Luke se levantó una fracción, y la daga en el
cuello de Merry le rompió la piel. Gritó ante la punzante
intrusión y se preguntó si había sido mortalmente herida, pero
sintió que solo una gota de sangre caía por su cuello.
Luke dio un paso atrás asombrado. Su mirada voló hacia la
de él y se quedó allí, rogándole que hiciera no sabía qué. Tras
un momento, dejó caer su arma al suelo de juncos sobre
piedra.
—¡No le hagáis daño! —Su tono sombrío la alarmó aún
más.
Riéndose entre dientes ante su victoria, su captor retrocedió
hacia la salida delantera, arrastrándola a su paso, la espada
presionando contra su garganta.
—Si hacéis un movimiento para seguirme, le cortaré la
garganta por completo. Muerta, ella no vale nada, pero aun así
conseguiré unos buenos centavos incluso por su cadáver.
Recordadlo, muchacho.
Saliendo de la taberna, el hombre la empujó bruscamente
hacia la lluvia y hacia un caballo que esperaba sostenido por
uno de sus compañeros. La empujó a los brazos del otro
hombre, montó y luego dejó que el otro la levantara. Juntos,
mientras ella luchaba, lograron levantarla sobre el regazo de su
secuestrador.
—¡Ja! —El caballo saltó hacia delante. La silla de montar
se elevó cortando su grito de terror y vaciando el aire de sus
pulmones.
¡Se la estaba llevando! ¡Lejos de Luke!
Intentó levantarse para aliviar la incomodidad de estar boca
abajo sobre los muslos del hombre, pero una mano implacable
la empujó hacia abajo, una y otra vez. Una oscura mancha de
cascos, barro, y hierba pisoteada fluía a través de su visión.
Cerrando los ojos con fuerza, Merry se concentró en tomar
aire, pues la silla de montar bajo su vientre seguía golpeando
su estómago. Luchó por comprender lo que había sucedido.
Debido a su propia estupidez, su maldito temperamento y sus
expectativas poco realistas, había caído presa de un
cazarrecompensas, de hecho, de más de uno. Parecía estar en
medio de media docena de jinetes. Sin duda, Luke se sentiría
frustrado o quizás contento de haberse librado de ella.
Pensar en él trajo lágrimas de remordimiento a sus ojos
mientras lloraba en su interior. Probablemente, había arruinado
cualquier esperanza de que él la persiguiera. ¿Por qué debería
molestarse en salvarla cuando todo lo que había obtenido por
sus esfuerzos era su punzante reprimenda? Ella no merecía ser
liberada de esta debacle. No era más que una arpía de la peor
clase, y, sin duda, merecía ser castigada por su mezquindad.

Mirando a través de la ventana sin contraventanas, Luke


esperó a que los malhechores salieran fuera de la aldea antes
de dar la señal para perseguirlos. Sus hombres, sintiendo su
fría furia —y quizás censura contra su inacción— salieron
silenciosamente de la taberna detrás de él.
Se detuvo en seco ante la vista que lo esperaba. El soldado
de guardia yacía tendido bajo el vientre de los pocos caballos
que quedaban, degollado. La mayoría de sus caballos se
habían ido, robados por los hombres que se habían llevado a
Merry.
Luke juró en su lengua sarracena. Era imposible
perseguirlos con solo tres caballos. Suleyman, que no toleraría
a ningún otro jinete que no fuera Luke, era uno de ellos.
Mirando a un furioso Kit sobre la silla de montar, con el pelo
todavía puntiagudo, Luke tuvo que preguntarse si el gato
también había ayudado en esa circunstancia.
Las otras monturas eran la dócil yegua de Merry y la
gruñona yegua de Erin, ambas pasadas por alto por su falta de
velocidad. Luke miró fijamente en la dirección de las siluetas
grises que desaparecían por el mismo camino por el que
entraron, un camino de carros que iba de norte a sur,
ampliamente conocido como Rutland Rigg.
Solo podía llevar consigo a dos hombres, y como un
caballo era demasiado pequeño para soportar el peso de un
soldado con cota de malla, Erin tendría que ser uno de ellos.
Luke hizo una señal a su mejor arquero para que tomara el
segundo caballo. Sacando al gato de la espalda de Suleyman,
Luke ordenó a sus hombres que esperaran su regreso.
—Mejor que no le pase nada a ese maldito gato —añadió
—, ¡o lo pagaremos en el infierno!
Entonces, el trío se fue tras los secuestradores de Merry.
Habiendo visto cuán rápido era el captor de Merry al
cortarle la garganta vulnerable, Luke no deseaba poner a
prueba la determinación de ese hombre. Indicó que debían
abandonar Rutland Rigg y cruzar el páramo hacia una colina
de forma irregular que sobresalía del campo. La niebla y el
terreno ondulado mantendrían su grupo oculto hasta que
pudieran acercarse lo suficientemente cerca como para
sorprender a los buscadores de recompensas.
La furia se estremecía a través de él. ¿Cómo había podido
dejar que algo así sucediera? ¿Cómo? Había sido engañado
por la aparente intoxicación de los hombres, olvidando que la
imprudencia y la cerveza iban de la mano. Además, se había
distraído por el furioso desconcierto en los ojos de Merry,
impotente para consolarla de una manera significativa. Pero
eso no era excusa para bajar la guardia, ni siquiera por un
momento.
Afortunadamente, había tenido el ánimo de volver a
ponerse el yelmo y los guantes. Sus oponentes estaban
armados, pero no protegidos por la cota de malla. Incluso con
su mayor número, confiaba en su habilidad para alcanzar e
inmovilizar a cada uno de ellos. Si podía hacerlo sin causar la
muerte de Merry era otra cuestión.
Volvió a maldecir, haciendo que Erin se quedara
boquiabierto; el joven había aprendido suficiente sarraceno
como para distinguir una maldición sucia de una maldición
leve. La lluvia se filtró a través de las ranuras del yelmo de
Luke, casi cegándolo. A paso de galope, Suleyman se resbaló
en el barro y luego se enderezó. ¿Cómo es que todo se había
desviado tanto del control de Luke?
Hasta el fatídico día en que había sacado a Merry de la
hoguera, su vida había sido una línea recta que lo guiaba hacia
sus metas. Era el favorito del rey. A pesar de su sangre
manchada, el título de conde pasaría a través de él a su
heredero. A la muerte de su abuelo, Luke se haría cargo de
Arundel, el castillo que le había encantado desde la primera
vez que lo vio.
Sin embargo, desde que había rescatado a Merry, sus
ambiciones se habían desenfocado, menos claras. Ella había
retrasado la finalización de su trabajo. Ella había puesto en
duda el propósito de sus deberes para con la corona. Ella lo
había engañado para que no se comprometiera con Amalie.
Ella había destrozado su equilibrio.
Sin embargo, moriría antes de entregarla al destino que los
secuestradores tenían en mente. Le había jurado a sir Roger
que la llevaría a Helmsley. Pero sabía que no era su promesa lo
que lo desesperaba por recuperarla. Era la violación que sin
duda sufriría a manos de los hombres antes de que la
cambiaran por una recompensa. Merry, su Merry, no podía
dejarla soportar una pesadilla así. Se había nombrado a sí
mismo su protector.
¡Y qué pobre protector había sido, habiéndose aprovechado
de su vulnerabilidad para calmar su fascinación por ella!
¡Ah, Jesús! Si tan solo hubiera podido hablar con ella en la
taberna para ofrecerle todo el consuelo que pudiera. Sabía que
su comportamiento impersonal la había desanimado. No tenía
la intención de que sus acciones tuvieran ese efecto.
Simplemente, no conocía otra forma de aplastar los
sentimientos que roían su corazón. Era una táctica que
utilizaba deliberadamente en la batalla para separarse de sus
emociones.
La verdad sea dicha, su deseo por ella no había disminuido
de ninguna manera después de su noche juntos, y ese
conocimiento lo aterrorizaba. Por los huesos de Dios, la había
tomado tantas veces esa noche que ella le había rogado que la
dejara descansar brevemente. ¿Autocontrol? Se había
desvanecido bajo su hechizo.
¡Qué tonto pensar que podría desviarse del camino recto y
estrecho y no perder el rumbo! Nunca debería haberse rendido
a su atracción por la hechicera pelirroja. Esa noche no solo
había fracturado su visión del futuro, sino que también había
herido el generoso espíritu de Merry. Él sabía que ella era
demasiado desinteresada como para no dar una porción de su
corazón junto con su cuerpo. Debió haberlo pensado mucho
antes, pero, en vez de eso, pensó en hacer de ella su amante,
manteniéndola para sí mismo. Una idea vergonzosa. Su propia
madre había sido la amante de su padre, convirtiéndola en una
paria para su pueblo. Merry, con su inteligencia y generosidad,
merecía un destino mejor que ese.
Se prometió que ella tendría un futuro que valdría la pena
vivir, pero antes tendría que rescatarla.
Con sombría determinación, llevó a sus dos compañeros
hacia la base de Roseberry Topping. La extraña colina se podía
ver a kilómetros de distancia en el páramo abierto. Eso les
daría un medio para alcanzar a los cazarrecompensas sin ser
vistos.
Instó a Suleyman a que subiera por un estrecho sendero que
supuso que conducía a la cima, pero no tenía intención de
llegar tan lejos; en vez de eso, escogería el mejor lugar para
una emboscada. Se imaginó que pronto escucharía a los
cazarrecompensas tronando en la carretera principal. Él y sus
compañeros tendrían que apresurarse si quisieran
sorprenderlos. Subiendo hacia arriba, resbalando sobre la
arenisca húmeda, llegaron a una cresta a mitad de la pendiente.
Luke dio la señal para que Erin y el arquero, Cyrus,
desmontaran.
—Esperad hasta que tengáis un buen avistamiento —le dijo
Luke a Cyrus. —Entonces apuntad a ese bastardo que tiene a
la dama. Coged a tantos de los otros como podáis. —Miró a
Erin, quien agarró su arco más pequeño con una mano de
nudillos blancos. Con un poco de compasión, Luke se dio
cuenta de que esta sería la primera prueba de batalla del chico
—. Bajaré para enfrentarme a ellos a mano —añadió,
deseando de nuevo tener más soldados de a pie—. Vosotros
dos me protegeréis lo mejor que podáis.
—Sí, señor —respondieron el hombre y el joven. Ataron
sus caballos, se agacharon y treparon hasta el borde de la
cresta, encontrando buenas posiciones de vigilancia en el
barro.
Luke dio la vuelta a su caballo y forjó su propio descenso a
través de los esqueléticos arbustos, con los oídos aguzados al
oír el sonido de Cyrus dando en el blanco. Sobre el suave
golpeteo de la lluvia que había comenzado a caer una vez más,
los caballos que se acercaban emitieron un sonido como de
trueno. Luke exhortó a Suleyman a bajar por la superficie de la
roca traicionera, incitándolo a la imprudencia para atrapar a su
presa.
Un grito repentino rompió el silencio, asegurándole que
Cyrus había comenzado su trabajo mortal. Luke pasó
alrededor de un afloramiento de piedra y cargó su espada
firmemente en las manos. Sus únicas ventajas, aparte de las de
los arqueros, eran la velocidad y la sorpresa. Los
secuestradores habían caído en un estado de confusión al ver
herido a uno de sus hombres, como de la nada. Los caballos,
asustados al principio, no respondieron a las órdenes de sus
jinetes desconocidos.
Mirando a través de las rendijas de su yelmo, Luke buscó al
que sostenía a Merry. No pudo verla entre la multitud de
jinetes. Por un terrible segundo, temió haber sorprendido al
grupo equivocado. Entonces, reconoció algunos de sus propios
caballos y aumentó su velocidad.
Una flecha silbó en el aire y otro hombre aulló en agonía,
cayendo de su caballo. Mientras los secuestradores luchaban
con sus monturas, Luke se abalanzó sobre ellos, su espada
balanceándose. Atrapó a un hombre en el brazo, casi
cortándolo, y levantó a otro de la silla de montar con el lado
plano de su espada. No era su intención matarlos a todos. Ni el
secuestro ni ser caza recompensas eran delitos punibles con la
muerte. Sin embargo, al menos uno de ellos había matado a
uno de sus soldados, y Luke no se afligiría demasiado si
alguno de ellos pagara el precio final.
Llevando a Suleyman de un lado a otro, su búsqueda de
Merry se interrumpió cuando un jinete tontamente valiente se
encontró con él de frente. Cruzando espadas con él, Luke lo
empujó de su asiento, golpeándolo bajo los cascos de un
animal encabritado. El crujido del hueso y el chillido que lo
acompañaba señalaban a un enemigo menos con el que lidiar.
Luke observó la escena fangosa en busca de Merry. Por fin
la vio, embarrada y sola, tratando de evitar el alboroto de los
caballos y las peligrosas peleas. Él espoleó a Suleyman hacia
ella, aunque ella aún no lo había visto. Si podía subirla a su
caballo se irían, dejando que el resto de los merodeadores se
ocuparan de sus heridos y enterraran a sus muertos.
Con el corazón en la garganta la llamó, su propia voz
extrañamente desconocida para sus oídos, ya que estaba
empapada de miedo. Cuando ella levantó la cara pálida, él se
sintió aliviado. Acercando su caballo a ella, extendió una
mano.
—Agarraos —gritó—. ¡Deprisa!
Pero en vez de mostrar alivio, una expresión de aflicción
cruzó su rostro.
—¡Cuidado! —gritó, todavía sin dar un paso hacia él.
Por el rabillo del ojo vio a un hombre que se levantaba del
lodo como si hubiera estado allí tumbado, esperando. Luke se
dio cuenta de que lo habían engañado para que se acercara a
Merry como cebo. Un segundo hombre se enderezó en la silla
de montar y empuñó una daga malvada. Llevando cota de
malla, Luke tenía poco miedo de que el cuchillo penetrara en
sus bien forjados eslabones de hierro.
—¡Deprisa! —le dijo a Merry.
Apostando a que tenía tiempo suficiente y solo una
oportunidad de recuperarla, acercó un poco más a Suleyman,
dándose cuenta de que sus manos estaban atadas detrás de ella.
Merry se dirigió obedientemente hacia él, girándose un poco
para darle acceso a sus ataduras. Por segunda vez desde que se
conocieron, cortó las cuerdas de sus brazos con su espada.
Entonces, sus dedos se cerraron sobre los de ella y él la
arrastró hacia arriba, protegiéndola de la daga que pasó a toda
velocidad hasta caer inofensivamente en el lodo.
Preocupado por proteger a Merry, Luke se dio cuenta de
que había perdido de vista momentáneamente al otro
secuestrador, que se había levantado del barro para atacar a
pie. Sin avisar, el hombre corrió hacia él mientras levantaba
una pica de madera afilada con el propósito de matar jabalíes u
otros animales de caza. Con un brazo alrededor de Merry, que
aún no se había asegurado, con sus delgados brazos todavía
sobre el cuello del caballo, no pudo levantar su escudo sin
tirarla al suelo.
El hombre cargó, claramente decidido a clavar su pica en la
cabeza o en el pecho de Suleyman o en el cuerpo colgante de
Merry. Si ella no hubiera estado peleándose por subir a la silla,
él habría arrastrado al caballo sobre sus patas traseras para
pisotear al atacante. En cambio, Luke tiró de las riendas hacia
la derecha girando su caballo para proteger tanto al animal
como a la mujer.
Luke se llevó la peor parte del ataque. La punta de la pica
hizo un contacto impresionante con su pierna. Se estremeció
de asombro, habiendo olvidado hasta ese momento que le
faltaba la mitad de sus chausses. El dolor, tan terrible como
inesperado, le quitó el aliento. Lanzando un rugido mientras la
pica despedazaba la carne de su muslo, Luke no pudo hacer
más que estimular el lado derecho de Suleyman y, con suerte,
pisotear al atacante; pero el caballo se balanceó hacia la
izquierda y el hombre lo esquivó rápidamente.
Luke miró hacia abajo para ver la pica saliendo de su
propia pierna. La agarró con mano temblorosa, recobró el
aliento, y dio un fuerte tirón para liberarla.
—Ah —gritó, incapaz de evitar rugir de dolor. La sangre
brotaba del enorme agujero empapando sus calzas en un
instante y corriendo por el interior de su bota.
Con la agonía irradiando por su columna vertebral, luchó
por levantar su espada. Al tener que usar ambas manos soltó
sin querer a Merry, quien cayó al suelo y tropezó. Intentó
averiguar su paradero y si ella había sido lastimada, pero un
sonido como el del mar rugió en sus oídos, empañando todas
sus habilidades. De hecho, como si fuese un niño, su propia
espada parecía demasiado pesada como para blandirla.
Con total impotencia, vio como el atacante se inclinaba
para coger un arma, quizás otra pica, quizás una espada. La
oscuridad flotaba en los bordes de los ojos de Luke y se
cerraban constantemente.
¿Era así como se sentía la derrota? Pero todavía estaba lo
suficientemente alerta como para ver el bulto de furia pelirroja
que se arrojaba al cuello del hombre por detrás.
Una daga apareció en su mano, tal vez, la misma que había
lanzado el jinete. Merry la clavó en las costillas del hombre,
sin dudar en matarlo.
Sabiendo que la inconsciencia era inevitable, Luke se
deslizó un trozo de cuero por encima de los hombros, un
artilugio concebido para mantenerlo en la silla de montar
precisamente en esas circunstancias. Apenas había logrado
ajustarlo cuando todo se volvió negro.
Merry empujó a su secuestrador a un lado mientras ella se
deslizaba por su espalda y lo veía caer de frente sobre el
camino embarrado. Era lo que se merecía por haber intentado
matar al inmortal Fénix.
Levantando los ojos de preocupación hacia Luke, ella lo
encontró todavía sobre su caballo, pero inclinándose
pesadamente sobre la melena de Suleyman, con la barbilla
contra el pecho. Ella no podía ver nada de su cara a través de
su yelmo, pero, extrañamente, su cabeza no se volvió hacia
ella ni dio una orden como esperaba. Acercándose a él lo
llamó por su nombre. No hubo respuesta. Se dio cuenta
entonces de que el cabestro de cuero sobre sus hombros era lo
único que lo mantenía sentado.
—¡No! —Con un grito de dolor, ella lo agarró agitando su
brazo para despertarlo.
Algunos de los hombres a los que solo había herido estaban
empezando a revivir, pero Luke no lo hizo.
Merry miró con temor a su alrededor. En cualquier
momento, el enemigo caería sobre ella y la volvería a capturar
matando a Luke si no estaba ya muerto. Incapaz de montar su
caballo de guerra sin ayuda, metió su pie en el estribo de otro
caballo sin jinete y se arrastró hasta su silla de montar. Con
determinación nacida del terror, giró en círculos y se las
arregló para agarrar las riendas de Suleyman y colocarlas
cautelosamente sobre la cabeza de su caballo, todo mientras
relinchaba y brincaba, sin duda oliendo la sangre de su propio
jinete. Pateando su montura con sus zapatillas de cuero,
abandonaron la sangrienta escena.
El sonido de caballos persiguiéndola la hizo mirar hacia
atrás asustada. Se encontró perseguida, no por sus captores,
sino por los fieles caballos que habían robado y que estaban
acostumbrados al liderazgo de Suleyman. Ella los guio en
dirección a la taberna.
Rezó a Dios para que los hombres de Luke la recibieran
entre ellos. No habían hecho nada para evitar que los
malhechores la agarraran en la taberna. Además, tenía pocas
dudas de que la culparían plenamente si Luke moría, como
debían. Esto había sido su culpa por completo. Sin embargo,
ella necesitaría su ayuda para salvarlo.
Y Luke, querido Luke —las lágrimas le picaban los ojos y
se reunían en un nudo en la parte posterior de su garganta—,
necesitaría toda su capacidad si alguna vez volviera a abrir sus
gloriosos ojos de color marrón dorado.
Capítulo 12

E rin y Cyrus se encontraron con Merry en las afueras del


mismo pueblo donde el resto de su pequeña banda
esperaba. Con la ayuda de los hombres armados de Luke,
llevaron a su líder dentro de la taberna poniéndolo sobre la
misma mesa en la que se habían sentado apenas dos horas
antes.
—¡Quitadle el yelmo! —los instó Merry, atravesando a los
hombres que se habían reunido alrededor del golpeado Fénix
—. Respirará mejor.
Nadie cumplió con su petición. Los nueve hombres miraron
atónitos a Luke, lidiando con el concepto de su mortalidad
como si nunca se les hubiera ocurrido antes.
—¡Malditos seáis todos! —maldijo, levantando los puños
en su frenética necesidad de detener la hemorragia de Luke—.
¡Escuchadme! Erin, quitadle el yelmo. Cyrus, traed algo, lo
que sea, para limpiar su herida. Ya sea vino o la cerveza más
fuerte.
Para su alivio, ambos hicieron lo que ella les pidió.
—Debemos quitarle las calzas y luego atarle algo por
encima de la herida para que no muera desangrado.
Cyrus le entregó una jarra que ella olfateó antes de asentir
con la cabeza.
—¿Algo para atarlo? —les preguntó en general mientras,
con cautela, empezaba a sacar trozos de sus calzas en la
desgarrada carne.
Luke gimió.
—Todavía está vivo —les recordó—, y lo seguirá estando
si me ayudáis a cuidarlo.
La miraron con ojos aburridos. El maullido de su gato
moviéndose entre sus pies con ruidosos y perturbadores
maullidos, era el único sonido que llenaba la silenciosa
taberna. Erin, que todavía tenía el yelmo de Luke, fue el
primero en romper el silencio.
—Haced lo que ella dice —suplicó con su voz aguda—.
¡Mi Señor Fénix no puede morir! Debemos tratar de salvarlo.
Manos torpes se pusieron a trabajar, cortando un mantel de
lino en tiras. Erin y otro hombre despojaron a Luke del peso de
su cota. Lo despojaron de su camiseta acolchada mientras
Merry rociaba la herida con el contenido de la jarra.
—Otra —dijo ella, empujando el recipiente vacío en las
manos de Cyrus.
Con un poco de sangre despejada, la visión del muslo
mutilado de Luke hizo que varios de sus soldados
retrocedieran con gritos de consternación y oraciones
susurradas. Otros lamentaron la ausencia de Gervaise, que se
había quedado atrás.
—¿Cómo os llamáis? —preguntó Merry, volviéndose hacia
el soldado taciturno a su izquierda.
—Hugh de Tyburn —contestó.
—Hugh, necesito que levantes su pierna mientras la ato.
Erin — añadió, dirigiéndose al fiel escudero de Luke—, siento
decirte esto, pero tienes que mantener la herida unida lo mejor
que puedas. —Decidió que sus manos más pequeñas lo harían
mejor que las manos más grandes de los hombres.
Con estos dos ayudantes, Merry logró atar la herida lo
suficiente como para retardar la hemorragia. Con sus manos
empapadas en sangre, anudó con fuerza las puntas de la tela y
se quitó el pelo de los ojos, dejando una mancha de sangre
pegajosa en la sien. En una pausa, se permitió mirar la cara de
Luke, blanca como el hueso, pero apacible, con sus pestañas
negras apoyadas en sus mejillas como si estuviera
simplemente durmiendo. Ella era totalmente culpable de su
condición, y nunca se perdonaría a sí misma si lo perdiese.
—¿Y ahora qué? —preguntó Erin, interrumpiendo sus
sombríos pensamientos.
Se dio cuenta de que él le había preguntado como si, de
repente, fuera su líder.
—Estamos más cerca de Helmsley que de Iversly, así que
lo llevaremos al castillo del Asesino a toda prisa. Mi hermana
y yo lo cuidaremos allí.
Los hombres de Luke la miraron atónitos y asombrados.
¿Se dieron cuenta de los temblores que sacudían sus hombros?
Quizás, a la tenue luz del fuego de la taberna, no pudieron
notar la palidez de su piel, ni siquiera su humedad. Todo lo
que vieron fue a una mujer de pelo rojo, ojos verdes y
decididos, y una mancha de sangre de su líder en la frente. Lo
único que se escuchaba era a su gato, que continuaba
maullando mientras caminaba alrededor de sus pies.
Podrían haberse negado a llevarlo a cualquier parte excepto
al cuerpo principal de su ejército. Sin embargo, algunos
asintieron con la cabeza y luego todos parecieron estar de
acuerdo.
Merry suspiró aliviada. Por una vez, su extrañeza la había
ayudado mucho. Obviamente, los hombres del Fénix no se
atrevieron a discutir con la bruja, no fuese que cayeran bajo su
hechizo. O quizás, menos probable, estaban empezando a
confiar en ella.
—Por favor, debemos darnos prisa —los instó.
Se pusieron a trabajar colocando a Luke sobre una tosca
camilla creada con dos largos fustes y una manta. Mientras
Merry observaba, fijaron la parte delantera de los postes a una
de las sillas de montar del caballo equipada con grupas de
cuero para este propósito. Desgraciadamente, imaginó que los
combatientes estaban acostumbrados a transportar a los
heridos.
Dos hombres caminaban detrás del artilugio, sosteniendo el
otro extremo y manteniendo a Luke en alto y horizontal. Se
turnaban para llegar al castillo tan rápido como si estuvieran
todos a caballo.
Sin embargo, Helmsley aún estaba a varias horas de
distancia. Luke necesitaría sobrevivir al menos ese tiempo si
ella quería salvarlo.

—¿Cómo estás?
Mirando desde el cabezal de la cama de Luke, Merry
encontró a su hermana mayor, Clarisse, de pie en la entrada.
Ni siquiera había oído los gemidos de las bisagras, tan agotada
estaba. Las cuatro gruesas velas de la sala se habían
consumido. Sin embargo, todavía arrojaban suficiente luz
como para dorar el cabello sin trenzar de color rojo dorado de
Clarisse. Llevaba un abrigo sobre su camisón, indicando a
Merry lo tarde que era.
—Vivirá —dijo ella, inclinando la cabeza hacia un lado
para aliviar el nudo en su cuello.
Era su respuesta estándar, de la que se había negado a
desviarse en los últimos tres días, ¿o eran cuatro? Su negativa
a dejar morir a Luke parecía ser lo único que lo mantenía vivo.
Ella había oído el rumor de que sus soldados lo consideraban
muerto, tan pálido y quieto había estado a su llegada y tan
superficial su respiración. Después de eso, no dejaría que
nadie más que Clarisse se le acercase, asumiendo que los
soldados del Fénix serían cuidados y alojados junto a los
hombres del Asesino en la vasta guarnición de Helmsley.
Merry había velado a Luke todo ese tiempo, apenas
recordando comer o dormir, excepto cuando su hermana la
obligaba a tomar una taza de caldo y un trozo de pan, o insistía
en que cerrara los ojos por un momento.
Había tratado sus heridas con las hierbas más finas del
jardín de su hermana, con hierba cruzada, hierba nudosa y
hierba de San Juan. Lo había limpiado, cosido y vendado.
Había hecho una cataplasma curativa y preparado una tintura
antiséptica. Le metía caldo tibio por la garganta y una buena
cerveza. Cuando la fiebre se disparó, ella le había enfriado la
piel con un paño húmedo y tés de salvia, flores de saúco y
milenrama. De hecho, había hecho de todo menos estar a la luz
de la luna y llamar a los ángeles para que la ayudaran, y estaba
a punto de hacerlo.
Clarisse cerró la puerta silenciosamente detrás de ella y se
acercó a la silla de Merry. Por un momento, ambas observaron
el sueño del guerrero de pelo oscuro; pues en verdad, parecía
que estaba en un sueño confortable, respirando con facilidad, y
ya no gimiendo de dolor inconscientemente. La barba
oscurecía las líneas de su mandíbula. Su pecho se levantó y
cayó bajo una brillante sábana blanca. Excepto por el vendaje
en su pierna y la apariencia hundida de sus mejillas, no había
nada en su apariencia que reflejara la gravedad de su herida ni
la cantidad de sangre que había perdido. Para Merry seguía
siendo tan llamativo como el día en que lo conoció.
—¿Cómo está su fiebre? —preguntó Clarisse.
Merry puso una mano en la frente de Luke, acariciando los
sedosos mechones de pelo.
—Disminuye —dijo, tratando de sonar esperanzadora—,
pero sigue igual. —El temblor de su voz reflejaba su
preocupación general. Ella había luchado para mantener los
humores de su cuerpo en equilibrio, pero la fiebre no lo
dejaba, probablemente, porque carecía de la humedad
necesaria para combatirla—. No es un terrible fuego ardiente,
sin embargo… está ahí.
Sus dedos atravesaron el pelo por encima de su oreja. Tan
espeso y suave. Ella había disfrutado cuidándolo, saboreando
el ocio de estudiar su oscura belleza sin tener que guardarse su
fascinación por él.
Clarisse aclaró su garganta, y Merry apartó la mano con
aire de culpabilidad. Miró a su hermana y se encontró en el
centro de la mirada perspicaz de Clarisse.
—Pareces un demonio de las profundidades del infierno,
Merry —dijo con su típica honestidad—. No es de extrañar
que tu paciente no se levante. Tal vez, lo haya hecho y luego
se haya desmayado de nuevo después de ver tu apariencia.
Merry escuchó la burla en la voz de su hermana y no se
ofendió. Si no fuera por Clarisse, Merry se habría muerto de
hambre estos últimos días y no habría dormido en absoluto. Se
llevó la mano a su propio cabello y se dio cuenta de que hacía
tiempo que se le habían deshecho las trenzas, probablemente,
cuando cabalgaba sobre los muslos del secuestrador. Desde
entonces no había hecho nada más que atarlo con una cinta.
Sin duda, parecería un nido de pájaros o un manojo de ramitas.
—No solo tu pelo, querida hermana.
Clarisse se llevó una mano a la frente, y Merry se preguntó
si era posible que todavía tuviera la sangre de Luke en su cara.
¡Dios mío, debía parecer una loca!
Clarisse sonrió.
—Ven, te he preparado un baño. Duerme esta noche y
estarás descansada mañana cuando despiertes. —Empezó a
tirar de Merry hacia la puerta.
Clarisse era un poco más alta que Merry y estaba
acostumbrada a salirse con la suya. Merry, exhausta, entregó a
su paciente a la misericordia de Dios y se dejó arrastrar fuera
de la habitación. Bajaron un poco por el pasillo hasta otra sala.
—Esta habitación es para ti —dijo Clarisse. Al abrir la
puerta, su hermana le reveló una habitación bien iluminada,
con una cama de caja tapizada en seda púrpura. Las velas
salpicaban los muebles, rodeando una enorme tina de madera
llena de agua. El vapor aún se elevaba de la superficie. Un
rastro de aceite de rosas perfumaba el aire.
Merry miró secamente a su hermana. Durante meses
después del asedio de Ferguson, Clarisse había intentado
atrapar a su hermana pequeña y salvaje, para que se bañara.
Merry había sido como un animal en aquel entonces; ¡cuán
diferente era ahora, pues estaba encantada de tomar un baño!
Clarisse le sonrió tiernamente.
—Pareces tan cansada —dijo, tocándole la mejilla—.
Mejor no te dejo sola para que no te duermas y te hundas bajo
el agua. Date la vuelta, por favor. Vamos a quemar este sucio
vestido y a sumergirte en la bañera.
Dejando que su hermana la despojara del otrora preciado
regalo de la baronesa, Merry sintió que un agradable letargo se
filtraba en sus miembros. Con Clarisse, ella podía bajar la
guardia y no analizar sus palabras cuidadosamente como había
hecho con lady Iversly. Cuando estaba desnuda, Merry entró
en la bañera y se hundió en el agua hasta la barbilla, emitiendo
un gemido de satisfacción. Soltando el aliento, se hundió por
completo, flotando ingrávida por un momento antes de salir a
la superficie. Clarisse le dio una toallita y luego comenzó a
enjabonarse el cabello con jabón perfumado.
—Así que —dijo ella, masajeando el cuero cabelludo de
Merry—, has devuelto la deuda que le debías a este hombre, el
Fénix, salvando su vida. —Era una invitación a la discusión.
—Aún no se ha despertado —le recordó Merry.
—Lo hará. —La certeza de Clarisse la animó—. Has hecho
milagros con sus heridas —añadió—. Nunca he visto a un
curandero más hábil que tú.
Merry se sonrojó ante la alabanza, su espíritu reviviendo
del estado de desesperación adormecida en el que había vivido
durante días.
—Gracias —murmuró.
—Sarah te enseñó bien, pero has aprendido desde entonces.
—Sí —dijo Merry, disfrutando de la sensación del agua
tibia y de las suaves caricias de su hermana en su cabello.
Luego, Clarisse se sentó en un taburete al lado de la bañera
y comenzó a frotarla con un paño, empezando por las orejas y
trabajando hacia abajo. Los párpados de Merry se derritieron.
Dejó caer la cabeza hacia atrás.
—¿Quién es ese Fénix tuyo? —Clarisse preguntó después
de un momento.
¿De ella? Merry sintió que sus labios se curvaban en una
sonrisa de ensueño que no podía ocultar.
—Su nombre es Luke… su abuelo es el conde de Arundel.
—Oh —exclamó Clarisse, y sus manos se detuvieron
mientras encajaba el alto estatus de ese hombre—. Y su
naturaleza, ¿qué hay de eso?
Merry podía pensar en cien palabras para describir a Luke,
pero decir demasiado revelaría su fascinación por él.
—Es valiente y amable, disciplinado y civilizado. No es
como los otros guerreros.
—Como mi marido, quieres decir —dijo Clarisse con
ironía.
Merry abrió un ojo.
—Se han conocido, ¿sabes? Luke y el… quiero decir,
Christian. —Decidió que lo mejor era hablar mejor de su
cuñado, un hombre por el que le había dado veneno a su
hermana para que lo matara el día de su boda. Es más, había
oído que no le gustaba su nombre de guerra, el Asesino de
Helmsley—. No conozco bien a tu marido —añadió—. Al
menos, eso es lo que me dijo Luke.
Clarisse sostuvo la mano de Merry, levantando su brazo
para poder restregárselo por un lado hasta el hombro y volver
a bajarlo.
—Bien dicho de él —comentó—. Es una pena que no
estuviera cuando maldijiste la hombría de Christian.
Merry se hundió más profundamente en el agua.
—Eso fue hace seis años —murmuró, sintiéndose de
repente como una niña otra vez—. Solo quería protegerte.
—Lo sé —la tranquilizó Clarisse—. Pensaste que era como
Ferguson. No lo es, Christian es tan manso como los demás.
Merry visualizó al Asesino en su mente y resopló, pero el
hecho de que su hermana pareciera tan feliz testificaba la
verdad de sus afirmaciones.
—Ahora dime —continuó Clarisse—, ¿qué quiere Luke
contigo?
Merry escondió su desesperación tras sus ojos cerrados.
—Tiene la intención de dejarme aquí.
La comprensión de que la abandonaría tan pronto como se
recuperara lo suficiente como para cabalgar se apoderó de su
corazón. De repente, la tarea de ocultar su desdicha se volvió
excesiva y, en su actual estado de agotamiento, su cara se
arrugó bajo la desesperación que la inundó repentinamente.
—Él cree que aquí estaré a salvo —añadió—, que Christian
retendrá a los buscadores de recompensas e incluso a la propia
Iglesia. —El silencio de Clarisse podía significar cualquier
cosa, pensó Merry, incapaz de convocar la energía para
preguntarle. Quizás su hermana tenía dudas de que hasta su
poderoso esposo pudiera ayudarla—. Puedes echarme,
hermana —añadió, girando la cabeza para encontrar la mirada
leonada de Clarisse—. Sin duda, traeré problemas a tu puerta
como he hecho en otras partes. Si, realmente, he salvado la
vida del comandante, entonces mi propósito está completo. Es
todo lo que quería hacer.
Los ojos de Clarisse brillaron.
—¡No digas esas cosas! —la regañó, frotando el jabón en la
toalla—. Ponte de pie, por favor —añadió. Acostumbrada a
obedecer a su hermana, Merry se puso en pie con dificultad.
Clarisse comenzó a frotarla con vehemencia, dando un
resplandor rosado a la piel de Merry—. Te convertiste en una
mujer en el convento —comentó, su único comentario sobre
las hermosas formas de Merry.
Una vieja angustia floreció de nuevo en su mente.
—Podrías haberlo sabido si me hubieras escrito —dijo en
voz baja.
Clarisse se enderezó bruscamente.
—¿Qué quieres decir? Mamá te escribía una vez a la
semana, y yo te escribía casi tan a menudo como cuando nació
Rose. ¡Eres tú la que no respondió!
Merry miró el serio semblante de su hermana. Clarisse no
había mostrado más que preocupación por ella desde su
repentina aparición. El amor mandón que le había dado desde
su nacimiento no había disminuido en modo alguno con los
años que habían pasado separadas.
Inmediatamente, lágrimas calientes escaldaron sus mejillas
antes de caer en el agua del baño. Debería haber sabido que su
familia no la habría abandonado.
—La priora debió de haberme ocultado las cartas.
Con un chasquido de su lengua, Clarisse dejó caer el paño y
la alcanzó.
—Oh, querida hermana, qué terrible para ti —dijo
abrazándola con fuerza, ignorando el hecho de que su bata se
estaba mojando—. ¿Cómo pudiste pensar que te habíamos
abandonado? Nunca te habríamos dejado sin noticias nuestras.
¡Nunca! —Acarició la espalda de Merry—. Qué crueldad ha
hecho la priora. ¿Qué clase de mujer es? Tienes que creerme,
dejarte allí era lo último que queríamos —añadió—. Debiste
vernos a mamá y a mí llorando todo el camino a casa.
Pensábamos que era la única forma de mantenerte a salvo, ¿no
lo ves?
Merry asintió, pero no pudo hablar por la espesa emoción
que había en su garganta. ¡Su familia la amaba! ¿Cómo había
llegado a dudar de lo que parecía tan obvio?
Por fin, Clarisse rompió las distancias.
—Esta vez te mantendremos a salvo —juró. Una mirada de
determinación cruzó sus delicados rasgos. Merry había visto
esa mirada antes cuando Ferguson gobernaba su fortaleza.
Para derrotar a su padrastro, Clarisse había encontrado un
campeón en la forma improbable del Asesino, un señor de la
guerra mucho más poderoso que el engañoso escocés.
—Sé de la gente que se reúne fuera de las puertas —
admitió Merry, sintiendo el familiar agarre del miedo—. Sé
que me quieren y que aumentarán en número.
Durante dos días, una multitud se había reunido al otro lado
del foso de Helmsley, alzando sus voces en un canto,
exigiendo que «la dama del diablo» fuera entregada a la
Iglesia.
—Bueno, no pueden tenerte —la informó Clarisse con
firmeza—. Ahora, siéntate y enjuágate el jabón. Luego te
secaré el pelo y te llevaré a la cama. —Dicho eso descartó el
tema del futuro incierto de Merry, que sería discutido y
determinado en un momento posterior.
Al hundirse de nuevo en el agua, Merry solo se reconoció a
sí misma que, aunque el Asesino era poderoso, no estaba por
encima de los dictados de la Iglesia, ni de la voluntad de la
población. La gente se perturbaba al saber que había un hereje
excomulgado, y tal vez incluso una bruja, en medio de ellos.
Querían que se enfrentara a su destino, y todos y cada uno de
ellos esperaban ser los afortunados en obtener la recompensa.
Sin embargo, mientras Luke viviera, Merry estaría en paz, sin
importar sus circunstancias inciertas.

—¿Me has oído, mi señor? —le preguntó Clarisse a su esposo


más tarde ese mismo día. Yacía en su enorme cama,
amamantando a su tercer hijo, un segundo hijo si no se
contaba a Simón, que no era de su sangre pero que ella había
criado desde la infancia. Y siempre contaba a Simon.
El bebé Chauncey, como su hermana mayor Rose, era tan
pelirrojo como su tía Merry. Chupaba contento y prestaba
tanta atención al tono estridente de su madre como al del
guerrero que estaba al otro lado de la sala.
—¿Hmmm? —Christian se inclinó hacia adelante en su
silla y marcó la línea en su texto donde lo había dejado. Por
fin, levantó la cabeza y le prestó toda su atención a su esposa.
—Ella lo ama —repitió Clarisse, dejando que las palabras
mágicas colgaran en el aire por un momento—. Nunca pensé
que vería el día en que Merry dejara que un hombre se
acercara lo suficiente para capturar su corazón.
Su esposo se puso de pie, y la silla vacía pareció dar un
gemido de alivio. Estiró su poderoso cuerpo y luego se acercó,
sosteniendo la mirada de Clarisse.
—¿Lo dijo ella? —preguntó con obvia duda—. Es difícil
imaginar que tu hermana ame a un hombre.
—¿Cómo te atreves a decir tal cosa? —respondió ella—. Si
hubieras visto las cosas terribles que ella ha visto, tampoco te
habrían gustado mucho los de tu especie. No, ella no dijo que
lo amaba, pero no lo necesitaba. Pude verlo en su cara, es
obvio que es así.
—Ah —dijo su esposo, yendo hacia el borde de su cama.
Bajando sobre un codo, estudió la succión rítmica de
Chauncey—. Cachorro codicioso —gruñó, dedicándole una
mirada envidiosa.
—Escúchame —exigió Clarisse. Su esposo arrastró su
mirada desde la visión de sus senos expuestos—. Ella ama al
Fénix. Piénsalo —añadió—. Es la respuesta a todo.
El guerrero le envió una mirada de desconcierto. Al final,
su expresión se aclaró.
—¿Quieres decir que deberíamos ofrecerle a Merry? —
adivinó—. ¿Para ser su amante? Entonces, él la protegerá.
—¡Oh! —Clarisse le dio un puñetazo en el hombro y salió
con los nudillos magullados—. No, gran patán, ¡para ser su
esposa!
Arqueó una ceja y trató de mantener su cara impasible.
—Su esposa —repitió—. Mi amor, ¿sabes quién es ese
hombre?
—Por supuesto que sí —respondió ella—. Toda Inglaterra
sabe quién es, aunque Merry habló de él como si yo no hubiera
oído hablar de cómo salvó a nuestro rey. Por lo visto, su
enclaustramiento la tenía al borde de la ignorancia. —Le pasó
una mano por el pelo a su hijo—. Sin embargo, sea conde o
no, mi hermana es digna de él. ¡Es la mejor curandera de todo
el norte de Yorkshire! ¡Lo más probable es que de todo el
reino!
Para su frustración, Christian agitó la cabeza.
—Clarisse, el trono tendrá planes para él.
—Tal vez, podría estudiar los conocimientos de medicina si
fuera su esposa —continuó Clarisse, ignorando su comentario
—. Hay universidades fuera de Londres. Con su ayuda,
Oxford podría ser persuadido de aceptar a una mujer como
estudiante. ¡Podría convertirse en la primera mujer médica de
Inglaterra!
—Vas demasiado lejos —dijo, haciendo una mueca y
besándola rápidamente para silenciar sus protestas. Su hijo
puso una mano regordeta contra su barbilla y lo empujó.
Christian retrocedió con un gruñido de indignación fingida—.
Así que no lo compartirás, ¿eh?
El bebé ignoró las bravuconadas de su padre y siguió
amamantándose. Derrotado, Christian se acercó hasta la
ventana más cercana. La vista que lo saludó le trajo una
espeluznante maldición a los labios. Fuera de las puertas de
Helmsley, las antorchas aún ardían. El puñado de
cazarrecompensas que se habían presentado hacía unos días
para exigir la liberación de la bruja se había convertido en una
horda de gente, sospechosa y asustada. Los aldeanos de la
ciudad de Abbingdon se habían unido a ellos, alzando sus
voces en un canto. Ethelred, el abad de Rievaulx, no tardó en
llegar.
Afortunadamente, Ethelred y Christian eran amigos desde
hacía mucho tiempo. En su propia habitación ese mismo día,
Christian había pedido ayuda al abad para combatir el
veredicto de culpabilidad de Merry.
Ethelred explicó que, como su cuñada ya estaba
excomulgada y condenada por la Santa Sede, todo lo que
podía hacer era buscar una apelación. Si fuera cierto que la
priora había celebrado un juicio sin sanción, entonces habría
que celebrar otro juicio con la presencia de la priora del Monte
Grace para testificar. Había muchas posibilidades de que
Merry volviera a ser una hereje.
Christian cerró la contraventana. Había visto este tipo de
histeria masiva antes. La reciente inundación que había
arrasado con las cosechas dos semanas antes ya estaba siendo
atribuida a la bruja que se encontraba dentro de sus muros. La
gente común era supersticiosa, y superaba en número a las
almas más razonables.
Aunque todavía no había abordado el tema con su esposa
—Dios sabía que le costaría semanas de sueño en una
habitación de huéspedes—, tenía la intención de entregar a
Merry a Ethelred, sabiendo que el buen abad haría todo lo que
estuviera a su alcance para ayudarla. Era la única manera de
limpiar su nombre y mantener la paz a sus puertas. Ojalá
hubiera otra manera, pues no deseaba la furia de su esposa,
cuyo amor apreciaba más que todas las cosas. Si la sugerencia
de Clarisse fuera posible…
Quizás el Fénix podría encontrar una forma de absolver a
Merry de sus crímenes. Christian se dio la vuelta
pensativamente y encontró a su esposa observándolo.
—Si alguien puede protegerla, es él —añadió, como si
conociera sus pensamientos—. Tal vez, hasta pueda obtener el
perdón de la corona en su nombre.
Christian se apoyó en el alféizar de la ventana y se cruzó de
brazos.
—La corona tendría que apelar primero a Roma —dijo,
odiando aplastar la luz de esperanza que brillaba en los ojos de
Clarisse. Sabía que su familia significaba todo para ella. Su
preocupación en estos últimos días se había hecho palpable,
haciéndole sentir incómodo. Él, realmente, temía
decepcionarla.
—¿Qué te hace pensar que el Fénix se la llevaría con él? —
preguntó, siguiendo el juego.
La frente de Clarisse se arrugó.
—Bueno —dijo seriamente—. Por un lado, mi hermana es
una mujer hermosa. Su cuerpo podría tentar a un santo a
disolverse.
Chasqueó su lengua ante su irreverencia.
—Eso la convertiría en una buena amante —señaló—, no
necesariamente en una buena esposa.
Fue un error decirlo. Las mejillas de Clarisse se sonrojaron
con un color más profundo. Sus ojos brillaban como dagas
gemelas.
—¡Ella ha salvado la vida de ese hombre, por todos los
cielos! Yo diría que eso lo pone en deuda con ella mil veces
más. ¿Has olvidado cómo te ayudó a recuperar la vista?
¡Cómo te atreves a relegar a mi hermana a la categoría de
amante! Es tan hija de un noble como yo.
Christian se estremeció. El tema de las amantes era
delicado, ya que una vez cometió el error de pedirle a Clarisse
que fuera la suya.
—No quise insultarte, de verdad —dijo, volviendo a la
cama. De hecho, nunca se había sentido tan aliviado como
cuando Merry le había dado gotas curativas para sus ojos,
contrarrestando una sustancia desagradable con la que el
escocés lo había cegado—. Le agradecí por curar mis ojos, y
aún estoy agradecido. Sin embargo, estamos hablando de un
comandante cuyo poder proviene directamente del rey. Un
hombre como él tiene la intención de casarse con una duquesa
normanda o, al menos, con una condesa inglesa, no con la hija
de un modesto señor, por muy honrado y erudito que fuera.
Clarisse vio la razón en el argumento de su marido, pero se
negó a echarse atrás.
—Hay una manera —lo informó ella obstinadamente—.
Merry dice que es amable y valiente, y también considerado y
respetuoso. Si insistiera en que tiene una deuda de gratitud con
mi querida hermana, tal vez, aceptaría casarse con ella.
Christian se sentó pesadamente en la cama.
—No es tan simple —contestó.
Su esposa suspiró y se mordió el labio inferior entre los
dientes.
—Quizás, si él la deja embarazada —añadió ella,
levantando los ojos lentamente.
Christian sintió que su mandíbula se aflojaba.
—No estás sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo —
dijo.
Miró hacia abajo, hacia la curvatura de la mejilla de
Chauncey.
—Sé que ha tenido relaciones con ella —dijo en voz baja
—. Me di cuenta por su sonrisa cuando habla de él.
Su marido hizo un ruido de asfixia.
—No significa necesariamente que esté embarazada —
señaló, indignado en nombre del hombre.
—Pero podría estarlo —contestó dulcemente.
Con una maldición susurrada, cayó de nuevo en la cama
junto a ella, asustando a su hijo.
—Me encantaría deshacerme de ella —murmuró.
Su esposa dio un grito ahogado y le dio un puñetazo en el
brazo otra vez.
—Te digo que ha cambiado —insistió—. Ya no está llena
de veneno. Todo lo que necesitaba era la amabilidad de un
extraño. Ella es el alma dulce que era antes de la redada de
Ferguson. Por favor, esposo, ¡trabaja conmigo en este asunto!
Quiero que el Fénix se case con ella. Su influencia puede ser
lo único que la mantendrá alejada de la ejecución. Cualquier
cosa que sea que pienses de ella, no merece morir, y es
probable que él sea su única esperanza. Además, más allá de
eso, ¡ella lo ama! ¿O has olvidado lo que es estar enamorado?
Se giró abruptamente hacia ella frunciendo el ceño, lo que
en un momento dado la habría hecho palidecer.
—¿Olvidado? —preguntó poniendo una mano detrás de su
cabeza—. No, lo recuerdo bien. Es algo así.
La besó con una sensualidad tan descarada que ella no
podía confundir su interés. Chauncey dio un grito que les
recordó que estaba aplastado entre ellos.
—Este chico debe estar en la guardería. —Christian se
abrió camino. Sacó al bebé sin ceremonias del pecho de su
madre y marchó con él hasta la puerta. Al abrirla, gritó a la
doncella de su esposa.
Minutos después, Doris, resoplando, se llevó al bebé, pero
no sin antes lanzar un guiño descarado a su ama.
—¿Por qué tienes que gritar? —Clarisse se quejó—. Todo
el mundo en el castillo sabe qué es lo que vamos a hacer
cuando gritas así.
Se acercó a la cama, desabrochándose el cinturón al mismo
tiempo.
—No me importa lo que piensen —replicó, dejándolo caer
al suelo junto con sus calzas. Observó el creciente interés de
su esposa por el color de sus mejillas. Con un gruñido, se
arrastró a la cama con la intención de recordarle exactamente
lo que era estar enamorado.
—¿Qué hacemos con mi idea? —preguntó Clarisse un buen
rato después, mientras se acurrucaba contra él. Lo vio
luchando por recordar el tema del que habían estado hablando
—. Sobre el Fénix casándose con mi hermana —dijo ella.
—¿Sigues pensando en eso? —gimió—. ¿Después de lo
que acabo de hacer para distraerte?
—Bah —respondió ella—. Ya deberías saber que eso no
funcionaría.
—Pagarás por ese comentario, señora —prometió—.
Mientras tanto, tengo una pregunta para ti. —Cogió un
mechón de su pelo y lo dejó caer entre sus dedos—. ¿Por qué
tienes que entrometerte en este asunto? Este es un asunto serio,
no una broma de casamenteros.
Ella le quitó la mano de un bofetón.
—¿Quiere decir que no debería intentar salvar la vida de mi
hermana? —preguntó poniéndose rígida.
Sus posibilidades de un segundo asalto se arruinarían si no
se rendía ante ella. Soltando su mechón de pelo, dejó caer la
cabeza. En un concurso de voluntades, su esposa siempre
ganaba.
—¿Qué debo hacer? —preguntó con resignación.
Por el rabillo del ojo, vio su sonrisa de satisfacción.
—Te lo haré saber cuando llegue el momento. Ahora,
simplemente, debemos dejarlos solos. El resto se resolverá por
sí solo.
Christian murmuró en voz baja.
Clarisse entrelazó las manos detrás de la cabeza en un gesto
que aprendió de él. Esperaba que el acuerdo matrimonial se
llevara a cabo gracias a los corazones involucrados. Su esposo
no necesitaba saber que su tamaño y su fiera reputación eran
las únicas garantías reales que tenía de que el Fénix aceptara
casarse con su hermana. Porque si lord Luke no aceptaba la
mano de Merry, ella invocaría el poder del Asesino para forzar
el asunto a su manera particular.
Luke luchó por levantar sus párpados. Quería decirle a la
mujer que se inclinaba sobre él que estaba consciente, que
podía sentir cada miembro de su cuerpo y que, por lo tanto,
sabía que estaba sano y curado. Sin embargo, sus
pensamientos fluían unos dentro de otros como un alud de
lodo, y no podía hacer que sus ojos se abrieran ni que su boca
hablara. Una fuerza desconocida lo mantenía atrapado en una
red de inmovilidad. Si su suposición era correcta, se debía a
alguna hierba diseñada para mantenerlo descansando y sin
sentir dolor.
Pronto se dio cuenta de que Merry —porque podía darse
cuenta de que ella era la que lo cuidaba por su tacto y su olor
— iba a bañarlo. Mientras él sentía que habían pasado por este
ritual antes, dada su rápida y eficiente mano, él nunca había
estado consciente durante ninguna parte de tan íntima e
incluso humillante atención.
Sentirla tirar de la manta hacia atrás y exponer su pecho al
suave aire trajo una aguda conciencia de su desnudez. En
algún momento del camino, ella le había quitado la ropa.
Escuchó un chorro de agua seguido por el sonido del jabón
contra un paño. Saltó un poco cuando la tela caliente golpeó su
hombro, pero ella no pareció darse cuenta. Empezó a bañarle
el pecho con movimientos circulares.
Luke le echó un vistazo entre las pestañas y la vislumbró
antes de que se le cerraran los ojos. Llevaba una bata amarilla
cremosa, del color de las mariposas. Le hizo pensar en el
sueño que ella compartió con él la noche que se fueron. El
recuerdo de esa noche llevó a su cuerpo a una conciencia aún
más aguda. Juró que podía oler el aroma de la menta y la
lavanda de Merry, cubierta con un toque de pétalos de rosa.
Ella se había recogido el pelo en una sola trenza en la parte de
atrás, probablemente, para mantenerlo apartado y no hacerle
cosquillas cuando se inclinó sobre él. El recuerdo de lo
glorioso que era su cabello, fresco y sedoso contra él, calentó
su piel. ¿O era la causa de su calor la fiebre que a su vez lo
incapacitaba para hablar o moverse?
Una repentina brisa sopló sobre su pecho, dando lugar a un
cosquilleo que le puso la piel de gallina. Merry chasqueó la
lengua y fue a cerrar una contraventana. Aguantó la
respiración anticipando su regreso.
—No puedo permitir que os relajéis —dijo ella, hablando
con él como él sospechaba que había hecho desde el principio.
Para entonces, había deducido que estaban en Helmsley,
habiendo escuchado la voz de otra mujer en dos ocasiones.
Dada su semejanza con la de Merry, la voz tenía que
pertenecer a su hermana. Se maravilló de cualquier milagro
que hubiera ocurrido para llevarlos allí.
Lo último que recordaba de la noche en que se lesionó fue
una visión de Merry lanzándose sobre su atacante. ¿Lo había
salvado del cazarrecompensas y lo había llevado a salvo a
Helmsley?
Una toalla cayó sobre su pecho cuando Merry empezó a
acariciarlo. El corazón de Luke latió más rápido. Habiendo
lavado su torso, ¿se mudaría a otras regiones de su anatomía?
Su cuerpo parecía saber la respuesta. Ella tiró de la manta
hasta la barbilla y luego levantó el otro extremo hasta su
cintura.
Se ahogó con una protesta que se alojó en su garganta, sin
llegar a articularse. Tragó, movió la lengua, pero cualquier
esfuerzo más allá de eso se encontró con la derrota. Mientras
que el aire frío que tocaba su mitad inferior era una bendición
para su piel caliente, la imagen mental de él desnudo lo
perturbó y lo excitó.
El paño dio otra salpicadura en el cubo. La oyó retorcerlo.
Luego le tocó el muslo derecho. Ella acarició su pierna ilesa
con suaves y minuciosos movimientos que hicieron mucho
para aliviar su mortificación, pero no su intriga. Moviéndose
hacia su pierna izquierda, su tacto se suavizó
perceptiblemente. Dada la sensación de tirantez de su piel,
imaginó varios puntos de sutura donde la lanza lo había
empalado. La carne le picaba y ella parecía saberlo, pues
pasaba los dedos suavemente por los enojados bordes de su
herida. Fue un alivio y un tormento que sus dedos danzaran
sobre su muslo, tan cerca de su hombría que era difícil no
pensar que su tacto era sexual.
Al darse cuenta de que estaba aguantando la respiración, la
dejó salir, seguro de que ella notaría la diferencia y lo
adivinaría consciente. En vez de eso, ella continuó con sus
quehaceres, atormentándolo con su toque ligero. Para su
vergüenza, su sexo comenzó a engrosarse y a elevarse.
Seguramente, ella se daría cuenta de que él estaba al tanto y le
concedería algo de modestia.
De repente, su mano se detuvo. Esperó a que le bajara la
manta a toda prisa mientras luchaba en vano para levantar sus
pesados párpados y formar una palabra. La sala se quedó
insoportablemente en silencio. Solo podía preguntarse si ella le
miraba la polla o la cara. Nuevamente, trató de indicarle que
estaba despierto.
—¿Estáis soñando? —le preguntó finalmente.
No podía formar la palabra «no». Todo lo que logró fue una
breve vibración de sus cuerdas vocales. Esperaba su
interpretación. Tras un largo silencio, la oyó sumergir de
nuevo el paño en agua. Ella reanudó su tarea, y él se encogió
de hombros. Muy bien, si ella escogía ignorarlo, entonces él
no era responsable de la respuesta inapropiada de su cuerpo.
Se rindió a sus quehaceres decidido a disfrutarlos.
Tras secar la herida empezó a untarla con un ungüento, su
tacto exquisitamente ligero, incluso placentero mientras la
extendía. Se dijo a sí mismo que era su imaginación cuando
sus dedos rozaron sus partes íntimas. Su respiración se hizo
superficial. Todos sus sentidos se esforzaron hacia su tacto con
la esperanza de que ella lo volviese a hacer. Y lo hizo,
trazando la piel de su escroto, como si observara cómo su
carne se contraía. El hambre rugió a través de él, convergiendo
en su ingle con un latido inmediato. Su asta, sabia, estaba
derecha y rígida, rogando que la tocara.
Si pudiera hablar, probablemente, pediría alivio. Quizás era
bueno que no pudiera hacerlo.
Sin embargo, por su propia voluntad, ella lo tocó. La palma
de su mano corrió suavemente a lo largo de él, dándole placer
instantáneo. Hizo eso varias veces, aumentando su
anticipación con cada golpe. De repente, algo húmedo fue
aplicado a su carne rígida y tensa. ¿Quizás la misma pomada
que le puso en la herida? Un poco tímida, comenzó a mover la
mano hacia arriba y hacia abajo, como había hecho esa noche
en Iversly.
¿Sabía lo que estaba haciendo? El éxtasis se apoderó de él
haciendo superflua la pregunta. ¿Qué importa si ella intentaba
llevarlo al clímax? Era una bendición que no podía rechazar.
Su corazón galopó con deleite. Tal vez estaba soñando. Logró
echar otro vistazo a través de sus pestañas y se aseguró de que
no era un sueño. La mirada de concentración intensa de Merry
permaneció en él después de que sus párpados se hundieran.
Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo. La intención de
ella lo hizo enloquecer de lujuria. Bajo la embestida de su
resbaladiza palma, no pasaría mucho tiempo antes de que se
agotara. Se preguntaba por sus motivos. ¿Estaba disfrutando
de su poder sobre él?
El placer de su caricia tenía proporciones insostenibles. Un
clímax abrasador se apoderó de él, y su semilla brotó sin saber
dónde. Para su asombro, escuchó por casualidad su suave risa,
un sonido más bien bajo, como uno de los ronroneos de Kit.
¡La duendecilla descarada!
Ella lo acarició una vez más, haciéndolo estremecer. Luego
lo limpió cuidadosamente, quitando todos los rastros del
desastre que había causado. De repente, quizás debido al
regalo energizante que ella le había dado, Luke se dio cuenta
de que podía abrir los ojos. Lo hizo, desesperado por ver su
belleza. En ese momento, ella lo miró a la cara y se observaron
fijamente. Sus ojos se abrieron de par en par. Un color
desenfrenado apareció en su rostro.
—¡Estabais despierto! —Sonó como una acusación.
Se las arregló para asentir con la cabeza. Buscando su
lengua intentó asegurarle que su toque le había complacido
inmensamente, que estaba agradecido más allá de toda
creencia. Sin embargo, con un sonido como un sollozo, se giró
en su catre.
«No te enfades», intentó decir mientras ella se dirigía a la
puerta.
Luego la cerró detrás de ella y se fue.
Luke maldijo su lengua inmóvil. La vergüenza tardía causó
que un rubor le invadiera las mejillas. La había humillado más
allá de toda aceptación. ¡Debería haber mantenido los ojos
cerrados! Sin embargo, tal vez podría hacer que su partida
fuera menos difícil para Merry, quien, a pesar de su reprobable
trato hacia ella, parecía haberse apegado a él más allá de toda
medida. Que se hubiera acostado con ella, una dama, ¡las
heridas de Dios!, eso iba en contra de todas las normas de
decencia con las que siempre había tratado de vivir. Podría
haberle causado la ruina.
Nuevamente, consideró la posibilidad de mantenerla como
su amante, imaginando que se entregaba a su pasión sin
límites. Culpando sus débiles pensamientos a las hierbas que
ella debía haberle dado, abandonó esa línea de pensamiento
como una tontería.
¿Dónde estaban las metas que había plantado tan
firmemente en su mente? Arundel era todo lo que quería o
necesitaba. Casi había logrado ignorar los últimos vestigios de
su bastardo nacimiento. La respetabilidad que había buscado
mantener en estos últimos diez años se consolidaría a través de
su matrimonio real. No podía permitir que su hambre por
Merry lo alejara de sus ambiciones.
Sin embargo, al revivir su dulce toque, su ferviente intento
de complacerlo, su cuerpo lo traicionó y su miembro se
conmovió de nuevo ante el recuerdo. Con el corazón hundido,
se dio cuenta de que nunca más volvería a estar tan satisfecho.
Merry levantó la cabeza de la almohada lo suficiente como
para darse cuenta de que Kit se había movido desde el pie de la
cama para enroscarse en su cabeza. Se sentó, su ronroneo lo
suficientemente fuerte como para ahogar los ruidos del patio y
los cánticos más lejanos de las puertas.
¡Madre de Dios! Nunca había estado tan mortificada. Ella
había pensado que Luke estaba profundamente dormido, y no
solo dormido sino inconsciente para el mundo de los vivos.
Incluso le preguntó si estaba soñando y no dijo nada. ¡Nada!
Ella había sucumbido a su lujuriosa fascinación de su
impresionante cuerpo, sin pensar nunca que él lo notaría. ¡Y
había estado despierto todo el tiempo!
Gimió de nuevo, derramando una caliente lágrima de
vergüenza. Eso fue todo. No soportaba volver a mirarlo a los
ojos. ¡Nunca! Seguramente, su opinión sobre ella había caído
mucho más bajo que antes, si es que eso era posible. Primero,
ella lo había seducido para que se acostara con ella y lo había
obligado a derramar su semilla dentro de su vientre, y ahora,
en contra de toda decencia, lo había acariciado hasta el clímax
sin su consentimiento.
¿Qué diría él si ella confesara que no había podido evitarlo?
Al verlo despierto por su tacto, ella quería que volviera a
conocer el placer, aunque solo fuera en sus sueños. Había sido
herido casi mortalmente al ir tras ella.
Su noble caballero. Él venía en su defensa una y otra vez,
sin importar lo poco que ganaba. Ella suspiró por lo que él era
y por todo en lo que se convertiría. No podía ser fácil ser un
hombre de honor e integridad, un sirviente obediente de su rey.
No era de extrañar que se hubiera apartado de ella después de
su noche en Iversly. De repente, pudo ver sus motivos con
bastante claridad. La única forma de protegerla de los sueños
tontos sobre lo que nunca podría ser era romper con ella,
quizás sin darse cuenta de que le estaba rompiendo el corazón
en el proceso.
Él había tenido el valor moral de hacerlo, y ella lo
confundió con indiferencia. Entonces, había hecho otra
indescriptible transgresión contra él. No, ella no podría volver
a hablar con él. Enviaría a la sirvienta, Maggie, para cuidarlo.
El solo pensamiento le causó una aguda puñalada de envidia.
Por supuesto, Maggie no debía bañarlo como lo había
hecho ella, solo le entregaría comida y bebida, y ordenaría la
habitación y la ropa de cama. Luke se estaba recuperando. En
poco tiempo, podría bañarse y aplicar el ungüento a su propia
herida, incluso vendársela él mismo. Pronto, ya no la
necesitaría.
Se dio cuenta de que había levantado la cabeza de la
almohada. Se acabaría entonces, realmente, se acabaría. Su
deuda con el Fénix quedaría saldada. No le quedaba más
remedio que pasar el resto de sus días encarcelada tras los
muros de Helmsley, y eso solo si el Asesino la dejaba
quedarse.
Muy lentamente, bajó la cabeza sobre la almohada. Con su
inquietud, Kit había dejado de ronronear y podía escuchar las
voces infernales cantando en las puertas. En una semana, la
multitud se había triplicado y sus demandas se volvieron más
violentas. Algunos habían empezado a tirar piedras por encima
del muro. Un estúpido tonto disparó una flecha en llamas a un
techo de paja antes de que los soldados del Asesino apagaran
el fuego y los echaran.
Sería un milagro si su cuñado la dejaba quedarse. ¿Por qué
iba a hacerlo si ni siquiera podía abrir sus propias puertas?
Vivían como si estuvieran sitiados, recurriendo a los productos
secos del almacén, de la bodega y de los jardines del castillo,
en lugar de acudir al mercado diario. Ella era dolorosamente
consciente de que todo era por su culpa.
El Asesino, el temible guerrero que era, la evitaba desde la
mañana hasta la noche. No es que ella lo culpara. Cerró los
ojos, sintiéndose derrotada. Ya fuese que permaneciera en
Helmsley o cayera en las garras de un buscador de
recompensas y fuera entregada a la Iglesia, estaba condenada
de cualquier manera. Condenada a querer a un hombre que
nunca podría tener. Ya era hora de aceptar su destino en la
vida. Puede que incluso reconociera que había nacido maldita.
Sin embargo, estas últimas semanas, ¿no había sido
también bendecida? Ella había experimentado la dicha del
acoplamiento. Además, gracias a Luke, había descubierto que
su familia todavía la amaba. Incluso se le había dado la
oportunidad con el barón, con Philippe y con Luke de usar sus
habilidades para el bien.
Desafortunadamente, sus bendiciones habían tenido un
precio: su corazón, antes intacto, arrancado de ella, astillado y
dolorido.
Durante la última quincena se había enamorado del
inalcanzable Fénix. No podría haber dicho cuándo fue, si fue
en el momento en que la sacó del fuego o la primera vez que la
besó. O si su amor había llegado más tarde, cuando él le había
enseñado la diferencia entre el acto sexual consensual y el ser
brutalmente forzado.
Solo sabía que su corazón ya no estaba en su pecho, porque
la sensación de vacío era absoluta. Ella había entregado su
corazón a lord Luke, lo quisiera o no.
Capítulo 13

L uke se sentó en la cama, la única cortesía que pudo reunir


dada su pierna herida. La mujer que entró en su
habitación no era la criada, Maggie, que le traía su comida y
su ungüento de hierbas y le quitaba las vendas sucias.
Tampoco era Merry, cuyo rostro anhelaba ver, cuya presencia
había pedido cien veces solo para que se le dieran excusas
poco convincentes de por qué no podía venir.
Aun así, no había duda del parecido de esta mujer con la
que atormentaba sus pensamientos, despierto y dormido. Lady
Clarisse era una mano más alta que Merry, su pelo un tono
más apagado, de color rojo miel. Lo llevaba trenzado con
cintas azules tejidas a través de las largas trenzas. Vestida con
un vestido de seda azul y con la cabeza adornada con un aro de
oro, se veía como él imaginaba que podría ser una reina, todo
lo contrario de lo que su hermana menor había hecho durante
la mayor parte del tiempo que la había conocido, vestida con
la sucia ropa de un niño.
Apenas le miró, se dirigió hacia las contraventanas y las
cerró de un golpe. ¿Se lo imaginó, o su acción causó un ligero
aumento en el rugido al otro lado de la ventana? Ella se volvió
para mirarlo, de pie muy derecha y midiéndole con sus ojos
francos y ambarinos. Tal vez, era una reina, en verdad, pues
era como si una gran multitud se hubiera reunido para oír
hablar a la realeza.
—Buenos días —murmuró él repentinamente, consciente
de su andrajosa túnica gris. Gracias a Dios que llevaba puestas
las calzas, que se había asegurado de ponerse mientras estaba
en la cama para no molestar a la asustadiza Maggie.
La encantadora esposa del Asesino no se dignó a responder.
En vez de eso, ella le ofreció una inspección minuciosa con
una mirada despreciativa en sus ojos críticos. Preparado para
la batalla con esta formidable mujer, Luke luchó por
mantenerse en pie.
—No os molestéis —le hizo señas para que se volviera a
acostar—. Os arrancaréis los puntos y os desangraréis hasta
morir, y eso no nos servirá a ninguno de los dos.
Se volvió a tumbar en la cama, preguntándose por el tono
de su voz, que sugería que su muerte la molestaría.
—Se os ve bien —agregó, su mirada tocando brevemente
su muslo, aunque su vendaje estaba oculto por su ropa—. Mi
hermana os ha salvado la vida. Espero que seáis consciente de
ello.
—Supongo que sois la señora de este castillo —dijo,
haciendo todo lo posible para que su conversación se
desarrollase en un marco más amigable—. Y una excelente
anfitriona, por todo lo que he experimentado dentro de esta
habitación.
Inclinó la cabeza.
—De hecho, soy Clarisse, la hermana de Merry —confirmó
—. Supongo que no os acordáis de mí. Solo estabais medio
vivo cuando os trajo aquí. Merry nunca se apartó de vos la
primera semana. Estaba segura de que moriríais.
¿Parecía decepcionada de que él no lo hubiera hecho? Luke
se aferró desesperadamente a la cortesía.
—Le agradezco vuestra atención —dijo cuidadosamente—.
No solo la de vos y la de vuestra hermana, sino también la de
vuestros sirvientes.
Su cordialidad, finalmente, tuvo el efecto que él quería.
Emitió un suspiro de preocupación, sus hombros cayendo.
—Merry dijo que erais un hombre amable —admitió—.
Estaba empezando a tener mis dudas.
—¿Mi señora? —Su estómago se apretó con preocupación.
—Debéis haber dicho algo muy duro para molestarla —
terminó, arqueando una ceja hacia él.
—¿Molestarla? —repitió, sintiendo calor subiéndole por la
columna.
—Sí. Se ha encerrado en su habitación durante días,
negándose a salir, apenas comiendo. Me pregunto qué le
dijisteis y por qué angustiasteis a la mujer que os cuidó tan
obedientemente.
La dama bien podría haberle arrojado un huevo a la cara.
No hubo forma de esconder su tenue rubor a sus ojos de gata.
Ella dio un paso o dos en su dirección, haciéndole retroceder
cautelosamente contra las almohadas.
—Puede que seáis el Fénix, lord Luke —le informó ella
con una voz tan fuerte como los enlaces de su cota de malla—,
pero en lo que a mí respecta, sois, simplemente, un hombre, un
hombre tan mortal y tan sujeto a los deseos como el resto de la
humanidad. Mi hermana sostiene que sois honorable. Es mi
sugerencia entonces que hagáis lo honorable y ofrezcáis por su
mano. —Inmediatamente, las protestas saltaron a sus labios,
pero ella levantó una mano para impedirlas—. Hasta que sepa
que lo habéis hecho —añadió—, os haré personalmente
responsable de la salud de mi hermana.
La preocupación por Merry siguió a su afrenta.
—¿Se encuentra mal?
—¿Me estáis preguntando si está embarazada? —Los ojos
de Clarisse se entrecerraron.
Estaba pálido. ¿Cómo podía saber Clarisse que habían
hecho el acto?
—No, yo… —Se quedó callado. ¿Qué podría decir? Esto
no estaba yendo bien. En su mente, claramente, era un canalla
que se había aprovechado de su hermana y luego había dicho
algo para hacer sufrir a Merry.
—Apenas come —continuó la dama—. No tiene ganas de
vivir. Es como si ella hubiera dado su vida para salvar la
vuestra.
La alarma se disparó en él. Tragó notando la boca
repentinamente seca.
—Señora, os ruego que la enviéis a mi habitación —dijo—.
He pedido verla, pero nunca aparece. Aún no puedo caminar, o
llamaría a su puerta yo mismo.
La mujer golpeó un dedo impaciente e inclinó la cabeza
pensativamente. Podía ver la inteligencia de Merry en el
comportamiento de su hermana.
—Haré lo que pueda —respondió Clarisse, no sin
pesimismo—. Aunque debo deciros que le he rogado que
venga a la sala principal a comer, y me he sentado a hablar con
ella hasta que mi voz se ha enronquecido, pero ella apenas
habla y nada parece levantarle el ánimo.
Sus manos se dirigieron a sus caderas delgadas mientras
ella lo observaba de nuevo, haciéndolo sentir como si no
estuviera usando calzas, una camisa, o cualquier otra cosa.
—Os advierto, lord Luke, que, si la habéis deshonrado de
alguna manera, aunque ella me diga lo contrario, entonces
debéis enmendarlo de inmediato. O le pediré a mi marido que
os haga una visita.
Con una mirada significativa se retiró, perfumando el aire
con lavanda mientras salía de la habitación.
Luke cayó contra sus almohadas. Ni siquiera había tenido la
oportunidad de preguntar por la multitud de afuera. El
propósito de la visita de lady Clarisse había eclipsado todo.
¡Los huesos de Dios! Merry lo estaba evitando por vergüenza.
Sin embargo, no tenía nada de qué avergonzarse. Era él quien
debía sentir vergüenza por deleitarse con sus tiernos
quehaceres y por no reunir la fuerza para detenerla.
Sí, era su debilidad lo que le había causado tanta vergüenza
que no se atrevía a salir de su habitación. Si tan solo pudiera
hablar con ella, la haría ver que la culpa era toda suya. La
angustia de Merry lo preocupaba, sí, pero las conclusiones de
Clarisse le preocupaban más. ¿Cómo había llegado a la
conclusión de que él había deshonrado a su hermana? Merry
no se lo habría dicho, estaba seguro. ¿Era la intuición
femenina la que hacía que Clarisse estuviera tan segura?
¡Sin embargo, ella había llegado a adivinar que su
exigencia de que tomara a su hermana como esposa era
ridícula! Incluso una dama del país, seguramente, entendía que
sería el rey el que escogería a la novia de Luke. Sin embargo,
si Enrique no lo hubiera hecho ya, entonces…
Sacudió la cabeza, pensando un momento en cómo sería si
se casara con Merry du Boise. La imaginó en Arundel, vestida
con la última moda cortesana, con una faja de amatista en sus
esbeltas caderas. Sorprendería a los sirvientes rechazando un
tocado y cavaría de rodillas en los jardines. Los niños que
vivían bajo la protección del castillo, huérfanos a causa de
guerras o enfermedades, la adorarían, ya que ella era
exactamente el tipo de persona que volvería locos a los niños y
harían travesuras.
Habría mejores travesuras que disfrutar en la habitación del
señor y de la señora. Se sintió sonreír ante la noción de horas
interminables explorando su deliciosa persona.
¿Qué pensaría su abuelo de esta curandera pelirroja? Luke
se dio cuenta de que no tenía ni idea. Lord William no era de
los que jugaban en el campo de la política; hacía lo que quería.
En cuanto a la elección de esposa de Luke, su abuelo no había
mostrado ni cariño ni aversión por Amalie en las dos
ocasiones en que se conocieron. Simplemente, cortesía.
Recordando a Amalie, Luke apartó su fantasía
instantáneamente. Cierto, había encontrado la idea de Merry
como su esposa mucho menos perturbadora de lo que se había
imaginado, pero ella no era la prima del rey. El insulto si Luke
rompía su compromiso le haría un daño tremendo a sus
perspectivas. Tal vez irreparable. Por despecho, el rey podría
fácilmente arrancar Arundel de la familia de Luke y legarlo a
otro cuando lord William falleciera.
Perder Arundel era impensable. El castillo de su abuelo era
el único hogar verdadero que había conocido. Desde el
momento en que vio por primera vez su mágica silueta, se
enamoró de Arundel. Todos sus años de servicio en la corte de
Matilde, su perseverancia, habían sido por el castillo que tanto
valoraba. Había luchado por el padre del rey Enrique en
Rouen. Le salvó la vida a Enrique y le prometió lealtad eterna.
A cambio, el rey lo colmó de honor y lo cargó con
innumerables tareas infructuosas, como arrasar con
adulterinas. Al final, su servicio valdría la pena cada año,
siempre y cuando Arundel permaneciera en la familia
d’Aubigny y siguiera siendo su hogar.
Ciertamente, su vida no era suya. Últimamente, había
empezado a darse cuenta de que Enrique le había impuesto los
objetivos más desagradables, enviándolo a los más lejanos
confines del dominio normando, cuando quería más que nada
estar al lado de su abuelo. ¿Por qué? Porque el rey sabía que,
si alguien podía hacer algo y hacerlo bien, era Luke.
Una ola de nostalgia lo invadió por volver a Arundel y al
lado de su abuelo. Su distinguido y elocuente abuelo, un
hombre al que respetaba por encima de todo, no viviría mucho
más tiempo. Lord William d’Aubigny, una vez una figura alta
e imponente, había despreciado al rey Esteban en apoyo de
Matilda y, aun así, logró aferrarse a sus tierras a través de años
de lucha civil. Nunca se apresuró a obedecer a su señor feudal.
Si él había tratado de modelar su vida según la de su
abuelo, entonces, era una réplica pobre.
Bajó la cabeza, muy consciente de sus defectos. A
diferencia de su abuelo, no siempre seguía su conciencia. En
vez de eso, ejecutaba los mandamientos de su rey, aferrándose
al deber y la lealtad en lugar de lo que era moral o de lo que
tenía sentido. ¿No era más que un mercenario? Respiró
profundamente al pensar en ello.
Un sabor amargo llenó su boca al imaginar al barón y a la
baronesa de Iversly, quienes ahora lloraban la pérdida de sus
defensas externas, así como la pérdida de sus hijos. Su
conciencia decretó que dejara de atormentarlos. El deber le
exigía que terminara la tarea que se le había encomendado.
¿Debería haber tratado de ofrecer consejo al rey en vez de
seguir ciegamente sus órdenes? Si no se imponía en algún
momento, Enrique continuaría tratándolo como algo menos de
lo que era, de lo que sabía que podía ser.
Se frotó sus arenosos párpados. Habiendo tenido demasiado
tiempo para pensar estas últimas semanas, se dio cuenta de que
Merry tenía razón al haberlo llamado marioneta de un tirano.
Era exactamente lo que era, al menos, en la actualidad, aunque
no necesariamente se deducía que lo fuera a ser siempre.
Podría poner fin a la destrucción en Iversly, desterrando de una
vez por todas la desgarradora imagen del anciano en su
ventana. ¡No, él no tenía que sacrificar su conciencia, por no
mencionar el sentido común, por el bien del deber! Podía
desafiar a su rey en ese pequeño aspecto y no preocuparse
demasiado de que Enrique lo despojara de su autoridad.
Se liberó un gran peso de sus hombros y respiró de forma
reparadora. Inmediatamente, enviaría una misiva a Iversly con
la orden de que cesaran sus labores y se reunieran con él en
Helmsley. No podía ordenarles que reconstruyesen, pero si se
detenían ahora, lord Iversly conservaría, al menos, una torre
útil. En cuanto a él, podría partir hacia Arundel en el instante
en que sus hombres lo alcanzaran. Rezó a Dios para encontrar
a su abuelo con vida.
Con un temblor de emoción en los dedos, Luke buscó el
pergamino y la tinta que había pedido antes para sufragar su
aburrimiento. Lady Merry cruzó por su mente y dudó. ¿Qué
hacer con su situación y las demandas de lady Clarisse?
No estaba obligado a casarse con Merry. Le había
explicado, claramente, las circunstancias de su compromiso.
Ella no tenía expectativas en ese sentido, estaba seguro. Aun
así, dejarla desamparada y humillada no era propio de él. Él
explicaría por escrito la situación, culpando a su debilidad
masculina y a la potencia añadida de las hierbas que ella le
había dado. Por supuesto, se disculparía profusamente. Eso
debería sacarla de su depresión, razonó. A pesar de la
insistencia de lady Clarisse, no le debía nada más que una
disculpa a Merry.
Entonces, ¿por qué tenía esa extraña sensación de opresión
en su caja torácica? ¿A qué se debía la cadencia desigual de su
corazón?
Balanceó el tintero sobre el colchón a su lado, cuidando de
no manchar las sábanas. Le irritaba no tener una respuesta en
su propia mente. Nunca tuvo una respuesta en lo que
respectaba a Merry. La mujer había causado un trastorno
irreparable en su vida. Casi deseó no haberla visto nunca.
Ah, pero entonces nunca habría conocido los límites
superiores del éxtasis. Nunca se habría dado cuenta de lo
ciegamente que seguía los dictados del rey.
Quizás, después de todo, él tenía una pequeña deuda con
ella.

Merry resistió el impulso de recoger el pesado pergamino y


tirarlo por la ventana abierta. Sin embargo, alguien podría
leerlo y conocer sus secretos más íntimos. En vez de eso, lo
lanzó sobre su cama, agarrando el poste de la misma para
apoyarse mientras miraba la limpia letra de Luke. No había
manchas donde la tinta había sangrado en el pergamino. No
había errores. Sin incertidumbres.

Lady Merry,
Dejaré Helmsley tan pronto como pueda montar. Os
agradezco que me hayáis cuidado. Excepto por una cicatriz
impresionante, quedaré como nuevo y sin cojera. Sois, en
verdad, una curandera del mejor calibre. Mis disculpas por
pensar menos.
Os dejo a salvo al cuidado de vuestra familia, seguro de
que vuestra hermana y su marido os defenderán de cualquiera
que pretenda haceros daño.
Además, os ruego que vuestra conciencia no se turbe por lo
que pasó entre nosotros en Iversly. Sea lo que sea, me ha
cambiado para mejor. En cuanto al desafortunado suceso de
Helmsley, os ofrezco mis más sinceras disculpas. Bajo la
influencia de vuestras hierbas curativas y traspasado por
vuestra belleza, me aproveché de vuestra generosidad.
Simplemente, no pude convocar la voluntad para detener
vuestras atenciones.
Por mi debilidad, os ruego que me perdonéis.
Por los recuerdos inolvidables, os ofrezco mi humilde
gratitud.
Estad en paz ahora, después de todo lo que habéis
soportado. Si algo llega a buen término, como ya hemos
hablado, solo tenéis que enviar un mensaje a Arundel, y yo me
encargaré de mis obligaciones para con vos…

Vuestro,
Luke d’Aubigny

Las palabras en el pergamino comenzaron a desdibujarse, y


Merry agarró más fuerte el poste de la cama mientras sentía un
mareo provocado por una emoción excesivamente poderosa.
Le rogaba que lo perdonara. No era necesario. Finalmente,
se había dado cuenta de que las hierbas que le había dado para
el dolor le habían impedido hablar. Enamorarse de él había
sido cosa suya. Le advirtió desde el principio que no podía
ofrecerle nada. Era una tonta por haber esperado más.
Él se iba. Ella había esperado su partida todo el tiempo,
pero ahora se quedó paralizada al descubrir el final tan cerca.
Esperaba que se quedara más tiempo, que se recuperara más
plenamente. Una herida como la suya requería, al menos, otro
mes de reposo en cama. Se arriesgaba a volver a lesionarse al
montar tan pronto.
Su mareo dio lugar a náuseas repentinas. Pensando que el
aire fresco podría ayudar, Merry se tambaleó hacia la ventana
y sacó la cabeza tomando grandes bocanadas de aire de otoño
hacia sus pulmones. Los gritos que venían de más allá de la
puerta alejaron sus pensamientos de su miseria actual hacia la
multitud que se había convertido en una horda. A menudo, sus
cánticos crecían lo suficientemente fuerte como para que ella
pudiera discernir la palabra «bruja». Sus gritos hicieron que se
le calentara la piel, que se le enfriara y luego se le calentara.
Cuando la multitud se hizo demasiado ruidosa, el Asesino
ordenó a sus arqueros que la dispersara, pero no se alejó por
mucho tiempo.
De puntillas para ver más allá de la pared exterior, Merry
discernió la parte superior de varias tiendas, muchas más que
la última vez que había mirado. Solo pudo concluir que
algunos habían decidido dormir allí por la noche. ¡Pensar que
la odiaban tanto que habían puesto sus vidas en suspenso con
la esperanza de apoderarse de ella y entregarla a la Iglesia!
Si se hubiera rendido como casi lo había hecho varios días
antes, probablemente, ya estaría muerta. Sin haber descubierto
el milagro que la impulsó a levantarse y dar la bienvenida a un
nuevo día, se puso una mano sobre su abdomen. Luke se iba.
Sin embargo, le había dejado un consuelo, una razón para
seguir adelante. Se había dado cuenta de ello el día anterior. Se
había sentado rápidamente y calculado con los dedos. Llevaba
una semana de retraso. Dos semanas antes de eso ella y Luke
se habían acostado juntos. ¡Llevar el bebé de Luke era un
milagro! Era una redención del tipo más improbable. Se había
recuperado de su oscura desesperación, había abierto las
ventanas y pedido comida. Poco después, la vomitó de nuevo.
Sin embargo, se había ido a la cama con una sonrisa en la cara.
Pero, pronto, Luke iría. El padre de su hijo estaría
cabalgando y era probable que no volviera a verlo nunca más.
Respecto a las onduladas colinas que tenía ante ella, del color
del trigo que anunciaba que el clima más frío había llegado,
Merry se preguntó a sí misma si debía decírselo. Él había
prometido que a cualquier hijo suyo no le faltaría nada. Sin
embargo, con la ayuda del esposo de su hermana, ella podía
darle a su bebé cualquier comodidad que pudiera necesitar.
Además, decírselo a Luke no cambiaría nada de sus
circunstancias. Todavía estaba comprometido con la prima del
rey. Merry seguía siendo una fugitiva perseguida por la Iglesia.
Además, cuando su condición se notase, sin duda sería
etiquetada como algo más que una hereje.
Solo si algo le sucediera a ella, Dios no lo quisiera, enviaría
a su hijo a Arundel, segura de la acogida y el cuidado de Luke.
Sin embargo, en la actualidad, ella se negaba a ser una carga
para él. No, nunca más. Ella no pediría lo que él no podía dar.
—Adiós, mi señor Fénix —susurró ella, imaginándolo
sobre su caballo, cabalgando. Recordó los pasajes de su carta:
«os ruego que vuestra conciencia no se turbe por lo que pasó
entre nosotros en Iversly. Sea lo que sea, me ha cambiado
para mejor».
Su boca se curvó en una triste e irónica sonrisa. También la
había cambiado para mejor. Ya no estaba enojada con el
mundo, desconfiada, anhelando la muerte. Sí, la había
conmovido profundamente, sea lo que sea lo que hubiera
ocurrido entre ellos.

—¿En busca de aire fresco, d’Aubigny?


Sorprendido al oír que se dirigían a él, Luke cesó su
doloroso cojeo al otro lado de la gran sala y estiró el cuello.
Un momento antes, el pasillo parecía vacío. Le desconcertaba
cómo el gigante pudo permanecer oculto hasta entonces, a
plena luz del día. Sus instintos se habían vuelto claramente
lentos en sus horas de confinamiento.
El Asesino debía de haber estado leyendo en una de las
sillas talladas ante la chimenea. Su anchura había disfrazado al
gigante, que estaba de pie ante él con un grueso tomo en la
mano, como Luke rara vez había visto. Al dejarlo en el
asiento, sir Christian se acercó con una mirada de amigable
determinación.
Luke pensó en la misiva que llevaba dentro de su cinturón.
No había ninguna razón para que su anfitrión no supiera de las
órdenes de Luke para su ejército o de su deseo de irse. Aun
así, había un peligro en que el gigante supiera demasiado. Por
un lado, podría decírselo a su soberbia esposa, que sin duda
redoblaría sus esfuerzos para ver a Luke y a Merry casados.
—Pensé que un paseo por el patio interior me vendría bien
—explicó Luke mientras Christian se acercaba a él. De hecho,
se dirigía a la guarnición para entregar la misiva a uno de los
pocos hombres que lo habían acompañado.
—Excelente —contestó su anfitrión—. Entonces, os
acompañaré.
Luke hizo un gesto de asentimiento y usó el bastón que
había encontrado junto a su cama para continuar su tortuoso
progreso. Lo avergonzaba y lo irritaba tener un acompañante
que era testigo del esfuerzo que requería poner un pie delante
del otro.
—¿Cómo está sanando vuestra pierna?
La pregunta de sir Christian traicionó la consideración
superficial. Inmediatamente, Luke adivinó que tenía algún
tema de conversación en mente.
—Me han dicho que debería estar muerto —dijo Luke—,
así que no puedo quejarme. —Pero eso no impidió que todos
los nervios de su cuerpo gritaran en protesta.
El Asesino dio un gruñido de aprobación.
—Merry tiene un don, de eso no hay ninguna duda —dijo
—. Me habría quedado ciego hace años si no hubiera sido por
su ayuda.
Así que, el tema de su conversación se aclaró de repente,
haciendo que el corazón de Luke latiera un poco más rápido.
—¿Es eso cierto? —murmuró, sin sorprenderse lo más
mínimo de que ella no se hubiese jactado de sus logros.
—Creo que ella hubiese preferido escupirme en los ojos,
pero mi esposa insistió en que Merry podía hacerme ver de
nuevo. Sin duda, habría sido un inválido cascarrabias, y
Clarisse no podía imaginar una vida así a mi lado. —Se rio de
buen humor—. De todos modos, es una pena que no haya un
lugar cerca para que lady Merry estudie. Le iría bien como
practicante de medicina con mentores que la guiaran. Sin
duda, Persia es el lugar para ella.
Luke se negó a ser arrastrado al tema del futuro de Merry.
Merry no podía estudiar medicina y eso era todo, tampoco
pensaba que a ella fuera a gustarle lo relativo a la disección de
cadáveres, la amputación de partes del cuerpo o la extirpación
de tumores. Incluso si se casaba con ella, cosa que no podía
hacer, sus talentos de sanación iban por un camino diferente al
de cualquier médico que hubiera conocido.
El descenso por los escalones de la construcción atrajo la
atención de Luke hacia la tarea casi imposible de doblar la
rodilla porque su herida parecía arder y rasgarse a cada paso.
Empapado de sudor, se detuvo en el escalón de abajo y puso la
espalda contra la pared. A través de la puerta abierta, podía ver
la guarnición, su destino. El Asesino también se detuvo,
apoyándose indolentemente contra la pared opuesta y con la
mirada desconcertante. Si los instintos de Luke funcionaban
bien, diría que estaba pensando en el mismo asunto que había
mencionado su esposa. Luke estaba seguro de que no quería
oírlo, así que se apartó abruptamente de la pared y salió
cojeando por la puerta.
«Cobarde», se burló de sí mismo cuando empezó a cruzar
la sala interior. Entonces, la punta de una caña se deslizó por el
borde de un adoquín y tropezó, casi cayendo de rodillas antes
de recuperar el equilibrio.
El ardor en su muslo trajo a sus labios una serie de
maldiciones sarracenas. Doblado en dos, vio los pies de
Christian de la Croix, el cual puso una mano reconfortante
sobre su hombro. Al mismo tiempo, se hizo consciente de los
mismos gritos y cánticos que le habían preocupado durante
días. Se había convencido de que se estaba celebrando un
festival en las cercanías, aunque le había parecido extraño que
nadie en el castillo asistiera. Cuando le preguntó a la
asustadiza Maggie, ella había rezado, se había santiguado y
había huido de la habitación.
Enderezándose centímetro a centímetro, Luke trató de
determinar hasta qué punto se había vuelto a lesionar. Sintió
humedad en sus calzas, indicando que su herida sangraba de
nuevo. Tal vez, había sido demasiado ambicioso pensando que
podría hacer este viaje tan pronto. Irguiéndose en toda su
altura, se encontró con la mirada preocupada del gigante.
—¿Podríais transmitir un mensaje a mis hombres de mi
parte? —El dolor le quebró la voz.
—Por supuesto.
Luke buscó debajo de su cinturón y sacó el pergamino.
—Podéis leerlo —dijo, notando curiosidad en la expresión
del guerrero mientras se lo quitaba.
El Asesino desenrolló el documento, escaneó el contenido y
luego lo volvió a enrollar, con aspecto aliviado.
—Es una buena idea —dijo—. La vista de vuestro ejército
dispersará a la multitud. —Hizo un vago gesto hacia la pared
exterior—. Podríamos incluso hacer que pareciera que el
ejército real ha venido a reclamar a mi cuñada.
Nada de esto tenía sentido para Luke. Tal vez, fue el
intenso latido de su pierna lo que le hizo pensar con lentitud.
Protegió sus ojos contra la luz del sol y entrecerró los ojos al
hombre.
—¿Reclamarla?
El Asesino volvió a señalar hacia el ruido.
—Sí. Seguramente, habéis escuchado sus demandas —
señaló hacia la puerta principal—, aunque vuestra habitación
mira hacia el este.
Luke cambió su postura para no caerse.
—No os sigo.
—La horda fuera de las murallas está exigiendo que libere a
Merry —dijo sir Christian deliberadamente—. Por supuesto,
no os acordaréis —añadió el Asesino—, pero la noche que
llegasteis aquí llovió tan fuerte que el aguacero arruinó la
mayor parte de las cosechas de los villanos. Al mismo tiempo,
algunas de las vacas de los pequeños agricultores se ahogaron.
Culparon de sus desgracias a la bruja de Monte Grace que,
según los rumores, había venido a Helmsley. Aunque he tenido
cuidado de mantenerla fuera de la vista, el rumor persiste.
Luke tragó contra el desasosiego que se arremolinaba en su
interior. Pobre Merry. ¿Sería siempre tratada como un animal
salvaje? Envió a su acompañante una mirada de reflexiva.
—¿Creéis que mis soldados podrían ayudar a dispersar a la
multitud?
—Deberían —dijo el guerrero—, especialmente, si os la
lleváis atada para que parezca una prisionera.
Esta vez Luke dio un paso atrás, trayendo otro destello de
dolor. Levantó una mano.
—Esperad un momento. No dijisteis nada de llevarme a
Merry conmigo. Le prometí a vuestro senescal que la llevaría a
Helmsley. Nada más. Vosotros sois su familia —insistió,
sintiendo que su temperamento se elevaba en proporción a su
dolor—. Por lo tanto, ella es vuestra responsabilidad. Vuestro
problema. Por el amor de Dios, ¡cumplid vuestro deber con
ella!
—Vos sois los que habláis del deber, d’Aubigny —contestó
el gigante igualando el calor de Luke—. Habéis seducido a la
dama y la habéis dejado a un lado.
Escuchar la verdad declarada lo silenció
momentáneamente. Entonces, Luke recordó que ella lo había
seducido tanto como al revés.
—¿Es eso lo que Merry os dijo? —Un pulso comenzó a
latirle en las sienes.
—No —dijo Christian, su tono se estaba enfriando—. No
ha dicho ni una palabra contra vos, ni contra mí, ni contra mi
esposa.
La confusión lo silenció una vez más.
—Entonces, ¿por qué me condenáis? —preguntó,
finalmente.
—Está embarazada —contestó el guerrero. Las cuatro
palabras dejaron sin aliento los pulmones de Luke. Sintió que
se le caía la mandíbula—. No encuentro placer en golpear a un
hombre que está herido —añadió Christian—, pero Clarisse
esperará que os golpee contra los adoquines si no reparáis el
mal que le habéis hecho a su hermana.
Atónito, Luke solo podía mirar fijamente al hombre que lo
miraba. ¿Merry estaba embarazada? Entonces, su exquisita
noche en Iversly había dado sus frutos después de todo, a
pesar de sus tardíos intentos de evitar que eso ocurriese.
—¿Estáis seguro?
Los ojos de sir Christian se entrecerraron.
—Mi esposa rara vez se equivoca.
Los recuerdos de la piel caliente de Merry asaltaron a Luke.
Los recuerdos de su implacable pasión le hicieron cerrar los
ojos momentáneamente. Una parte de él pensó que era
totalmente apropiado que un niño fuera concebido ante tal
intensidad. ¡Un niño! ¡Su hijo o hija! ¡Parecía una bendición
repentina, una bendición del cielo!
Un grito particularmente fuerte de «bruja», llegó a los oídos
de Luke desde el exterior y abrió los ojos para contemplar la
mirada sombría y prohibitiva del Asesino. ¡No, no era una
bendición! Era terrible. El resultado de la mala disciplina y la
falta de control. Había conocido el riesgo, pero no había sido
capaz de ayudarse a sí mismo, bombeando su semilla
profundamente dentro de ella, no solo una vez, sino una y otra
vez.
¡Por Cristo! ¡No podía casarse con una mujer en contra de
los deseos del rey! ¡No podía! Peor aún, ¿cómo iba a casarse
con una mujer excomulgada de la Iglesia? ¿Qué sacerdote los
casaría? Aunque encontrara uno, ¿cómo mantendría Arundel
en la familia después de menospreciar al rey?
—Escuchad. —El Asesino se movió amenazantemente,
capturando toda la atención de Luke—. Si la lleváis desde aquí
con vuestro ejército, la gente pensará que la ley ha venido a
intervenir. Volverán a sus granjas y la olvidarán. Incluso los
buscadores de recompensas pueden ser engañados. ¿Quién
habrá oído hablar de Merry en el sur de Inglaterra? Puede que
esté a salvo de la persecución allí.
Luke agitó la cabeza. ¿Cómo podían los parientes de Merry
hacerle esto?
—Ella será perseguida de otras maneras —replicó con voz
entrecortada—. Enrique no estará contento. Estoy prometido a
su prima, ¡maldita sea! —Permitió que el Asesino viera su
indignación.
Los labios del gigante se convirtieron en un desdén
intrépido.
—Si morís aquí —señaló en voz baja—, a todos les
parecerá que moristeis de una infección. —Sus ojos brillaron.
La ira dio paso a una sonrisa a regañadientes. Luke no pudo
evitar apreciar la honestidad de Christian. Si tan solo los
cortesanos del rey fueran tan francos como el Asesino. En la
corte de Enrique, uno nunca sabía con certeza qué amigo se
convertiría en enemigo para proteger sus propios intereses.
Se obligó a considerar la propuesta de Christian. Por un
lado, Luke había trabajado desde la adolescencia para asegurar
su posición legítima en Arundel. Desafiar al rey rompiendo su
contrato de esponsales pondría en peligro su herencia. Como
conde, su abuelo y todos los demás condes eran meros
arrendatarios que debían sus tierras directamente al rey.
Mantener la cabeza baja aseguraba el paso de la propiedad de
padre a hijo y a nieto. En vez de eso, estaba levantando la
cabeza muy deliberadamente, lo suficientemente alta como
para ser cortada, aunque solo fuera metafóricamente. ¡Dios!
¡Esperaba que solo fuera metafóricamente! Uno nunca sabía,
porque al desafiar a Enrique estaba pinchando una serpiente
que podía retorcerse y atacar de forma errática.
Por otro lado, tendría a Merry, con su cuerpo cálido y suave
apretado contra el suyo. No había necesidad de descubrir si
Amalie era tan fría entre las sábanas como lo era en público.
Ya sabía todo lo que necesitaba saber sobre Merry, con su
espíritu generoso y su rápido ingenio e incluso su naturaleza
fogosa; algunos dirían que era una molestia, pero también
entrañable y seductora como el infierno.
¿Y qué había del bebé? Si Luke desafiaba al Asesino y, de
alguna manera, escapaba de Helmsley, ¿podría, realmente,
condenar a su hijo nonato a lo vasto desconocido? Era sencillo
superar la ilegitimidad si tu padre te reclamaba como el fruto
de sus entrañas. Si no, y si la madre del bebé era capturada,
juzgada por segunda vez y condenada una vez más a muerte, y
su protector estaba a cientos de kilómetros de distancia… No,
ni siquiera podía imaginarse tal cosa.
Así que, ahí estaba. Dejando que su corazón y su
conciencia fueran su guía, tomó una decisión. Que Dios le
concediera la fuerza para enfrentarse al rey y a la Iglesia.
—¿Y bien? —presionó el Asesino, apretando su mano en
un puño.
Luke miró los nudillos del gigante y supo que tenía ganas
de reírse de sus absurdas circunstancias. Recordaría este
momento para siempre como un punto de inflexión. Puede que
algunos lo llamaran lunático, pero no había vuelta atrás. De
ahí en adelante, se vería obligado a tomar una decisión ilógica.
Sin embargo, de repente, se sintió mucho más ligero. El
cielo nunca se había visto tan azul. El aroma de los pasteles de
manzana salía dulcemente de la cocina. Por fin, pudo hacer lo
que le había irritado desde que recibió la noticia de la
enfermedad de su abuelo: volver a casa, a Arundel. Y llevaría
a casa a una novia. No importaba lo que ocurriera, incluso la
insoportable pérdida de Arundel y la peligrosa finalización del
favor del rey, él ganaría mucho con esta unión: una vida de
pasión y un bebé que apreciar.
Capítulo 14

L a voz sonora de Ethelred de Rievaulx se extendió lejos de


los escalones de la capilla de Helmsley con palabras
dulces de compromiso eterno, honor y fidelidad. Una fresca
brisa de octubre agitaba los mechones de pelo que escapaban
del recogido en la cabeza de Merry, pero ella apenas tomaba
nota del cielo azul, ni de los aromas tentadores que se
desprendían de la cocina donde se preparaban los preparativos
para una fiesta de bodas. Los dedos calientes de Luke
cautivaron toda su atención mientras se enroscaban
suavemente alrededor de los suyos, temblando ligeramente.
—¿Luke d’Aubigny, hijo de James, nieto de lord Arundel,
William d’Aubigny, conde de Arundel, Lincoln y Sussex,
juráis por vuestro honor y vuestra espada defender a lady
Merry, nacida de lord Edward du Boise de Heathersgill, para
nutrirla, amarla y apreciarla, mientras viváis?
Buscando la expresión de Luke, Merry se preguntó si
todavía se sentía débil por su terrible experiencia, o si este
momento era tan maravilloso para él como lo era para ella. Si
él le devolviera la mirada, quizás lo sabría, pero había fijado
su atención en Ethelred y aún no la había mirado realmente.
La terrible sospecha de que había sido coaccionado para
contraer matrimonio había mantenido su estómago revuelto.
Después de todo, él le había escrito esa carta diciéndole adiós.
Había estado a punto de irse, así que, ¿por qué el cambio de
opinión?
Según Clarisse, que le había informado de la propuesta de
Luke, él se había dado cuenta de que tenía una deuda con ella
por haberle salvado la vida. Su hermana juró que el
comandante había expresado sentimientos tiernos por ella,
pero ¿qué pasaría si Clarisse hubiera exagerado para aliviar
sus temores?
Debió preguntárselo ella misma dos noches antes, cuando
estaban sentados uno al lado del otro en la mesa alta. El rostro
hermoso e inmaculado de Luke le había asegurado, al menos,
que no había sido físicamente coaccionado. Un toque de color
apagado había aparecido en sus mejillas cuando sus ojos se
encontraron. La había saludado cordialmente, pero apenas la
volvió a mirar. Asaltada por la incertidumbre, ella había
reunido el valor para preguntarle sobre su cambio de opinión
cuando una zanjadora de tierna y escamosa solla se había
deslizado sobre la mesa entre ellos. Un olor a pescado suave
había amenazado con arruinar el estómago de Merry, así que
había huido de la gran sala para no deshonrarse. No había
podido regresar.
La mañana siguiente había marcado la llegada de su
hermana menor a Helmsley, lo que le había impedido volver a
hablar en privado con Luke. Encantados de reencontrarse
después de más de cinco años, Merry y Clarisse habían pasado
todo el día con Katherine, quien se había deslizado entre los
alborotadores de la puerta escoltada por su leal sirviente,
Hugh.
Al ver como su hermanita había crecido le recordó a Merry
que los años pasaban. El cabello de Katherine seguía siendo de
un rubio cobrizo y brillante; sus hoyuelos aún estaban llenos
de travesuras. Sin embargo, el sorprendente cambio tanto en su
estatura como en la forma de su cuerpo demostró que ya no
era una niña.
Enviada para escapar de los recuerdos de una familia
destrozada y de la imprevisibilidad de su madre, a menudo
inestable, Katherine estaba floreciendo en la casa de su prima.
Viviendo con la poderosa familia de Bulmer, cuyo jefe era
Bertram, sheriff de York, Katherine estaba expuesta a muchas
personas que nunca hubiera conocido mientras estaba
escondida en Heathersgill, incluyendo barones visitantes y
jóvenes condes del continente. Merry se alegró al descubrir
que ni el formidable sheriff ni su pulida esposa habían alterado
la propensión de su hermana menor a la alegría.
Con un talento innato para bromear que hizo reír a las dos
hermanas mayores hasta que las lágrimas cayeron por sus
rostros, Katherine las deleitó con sus imitaciones de los
imperiosos barones que había conocido y sus, a menudo,
ridículas esposas. La narración de historias había dado paso,
por necesidad, a las adaptaciones y ajustes finales, ya que un
vestido de novia y un ajuar se cosían en un tiempo récord, con
cuatro costureras trabajando durante las tres noches anteriores
para completarlo.
De pie en un taburete con sus hermanas ofreciendo palabras
de aliento, Merry se había dado cuenta de que su vida estaba
cambiando para mejor. El Fénix, poderoso, consumado, rico y
guapo, había pedido su mano en gratitud por haberle salvado
la vida. Sus días de persecución estaban a punto de terminar,
pues él la llevaría a su fortaleza en el sur y ella comenzaría de
nuevo su vida como la señora de Aubigny, donde nadie había
oído hablar de Merry, la bruja de Heathersgill.
Queriendo mantener el sueño, fuera ilusorio o real, había
tomado el camino del cobarde al no exigir un momento
privado con su futuro esposo la noche anterior. Ahora ya era
demasiado tarde, el sacerdote ya estaba hablando y la
oportunidad se había perdido.
Se había despertado temprano esa mañana para ser frotada
y pulida, aceitada y perfumada. Le habían cepillado el pelo y
lo habían tejido en dos trenzas que serían deshechas justo
antes de que ella se uniera a Luke en los escalones de la
capilla. Su cabello colgaba en ondas suaves hasta la cintura.
Clarisse y Katherine le habían rogado que comiera mientras
caminaba por sus aposentos, pero no había tomado nada más
que caldo.
Después de que el resto del castillo hubiera consumido una
comida al mediodía, había sido envuelta en su vestido de seda
verde, tan verde como el mundo natural que amaba. Con un
cinturón plateado de preciosos eslabones de ámbar y una
diadema que hacía juego sobre su cabeza, apenas había
reconocido su reflejo en el largo y pulido escudo que acababa
de colocar dentro de su habitación.
Viéndose a sí misma tan transformada, había sido bastante
fácil aferrarse a la creencia de que Luke había cambiado de
opinión. Incluso ella podía admitir que su cara y su figura eran
lo suficientemente bellas como para justificar ser su consorte.
Con la diadema de plata en la cabeza, hecha con tres piedras
de ámbar, parecía casi tan regia como una reina, nada que ver
con una bruja.
Pero ¿qué pasaría si su familia se las hubiera arreglado para
manipular incluso al poderoso Fénix con la esperanza de
salvaguardar su futuro? Después de todo, ¿por qué rompería
Luke su contrato de esponsales con la prima del rey?
Su corazón latía de incertidumbre mientras sondeaba su
expresión cerrada. Vestido con una túnica de seda de color
púrpura tan rápidamente cosida que no había tenido tiempo de
recrear su famoso emblema, irradiaba un poder acorde a su
posición. Su cabello había sido recortado una o dos pulgadas y
estaba atado con una tira de cuero negro. Sus pies con botas
negras y la daga con joyas que colgaba de su cinturón le daban
un aire formal, al igual que su rostro remoto, la misma
máscara de soldado que había usado cuando partieron de
Heathersgill.
Solo el temblor en sus manos indicaba que sus nervios
podrían estar tan alterados como los de ella.
¿Tendría él miedo de cada palabra que saliera de su propia
boca? ¿Estaba tan aterrorizado por el futuro como ella?
Al escuchar su nombre, Merry regresó al presente. Con una
voz tan insustancial como el aire, repitió los votos cuando
Ethelred los pronunciaba, mientras que bajo los pernos de seda
de los que estaba cosido su vestido, sus rodillas temblaban
incontrolablemente ante la posibilidad de que, de repente, se
hundiera en el suelo y vomitara en las botas de Luke.
Entonces, él le apretó las manos, lenta y suavemente, y
cerró su mirada con la de ella, al fin, dándole fuerza y calma.
La incertidumbre y las náuseas pasaron. Agradecida por su
aliento, sus palabras se hicieron más fuertes, y ella concluyó
su parte de los votos matrimoniales con una nota de confianza.
Luke entonces anunció su intención de renunciar a
cualquier dote, diciendo que ella era un regalo para cualquier
hombre. Su corazón palpitaba de esperanza. ¿Serían las
palabras verdaderas o, simplemente, un gesto vacío que hizo
que todos los que estaban al alcance del oído murmuraran con
aprobación? Su volumen se elevó mientras él le entregaba una
bolsa de monedas para que las dispersara como ella deseara.
Después vino el intercambio de anillos. Sintiendo que
Clarisse le clavaba en la palma de la mano un anillo para su
novio, Merry se preguntaba de dónde había sacado Luke uno
para ella. ¿Tendría otro en Arundel para Amalie?
El Asesino, dándole a Luke el anillo de Merry, lo golpeó
fuertemente en el hombro alterando su equilibrio. Luke se
tambaleó y Merry lo agarró automáticamente, dándole su
apoyo mientras se enderezaba con una mueca de dolor. Su
mirada se encontró por fin con la de ella, y no había duda de
que la frustración latía a fuego lento en sus profundidades.
¡La sangre de Santa Ana! ¡Debía haber sido coaccionado!
Ante su grito de consternación, su expresión se suavizó y
una pizca de sonrisa curvó sus labios.
Ella lo miró fijamente, confundida.
—¡Esperad! —Se volvió hacia Ethelred para pedirle que
suspendiera el sacramento, pero el abad habló primero
pidiendo que intercambiaran sus anillos. Luke deslizó una fría
banda de filigrana de oro incrustada con una esmeralda en el
dedo de Merry, bloqueando el aliento en sus pulmones.
Todavía tambaleándose, Merry también le puso un anillo a
Luke.
Luego todo terminaría y ya sería demasiado tarde para
discutir sus opciones. Merry se quitó el saco de monedas de la
muñeca y lo volcó en la palma de la mano antes de arrojar las
monedas al pequeño grupo de espectadores, todos sirvientes
del castillo, a los que se les había advertido que no hablaran
del matrimonio y, en particular, de la novia a nadie que no
estuviera en la torre del homenaje.
La atención de Merry fue capturada por el parteluz que
brillaba con la luz de la tarde. Llena de temor, de pie en el
espacio resonante y rodeada de nubes de incienso, Merry se
atrevió a creer que su unión con Luke era bendecida no solo
por Ethelred, sino por Dios Todopoderoso.
Juntos rezaron. Mirando el perfil de Luke mientras se
arrodillaba junto a ella, se preguntó por qué rezaba. ¿Por una
larga y feliz unión, o por un alivio inmediato de una situación
que le parecía opresiva e intolerable? Plagada de dudas,
cargada de excitación nerviosa, anhelaba volver a su cama
mientras el cansancio tiraba de ella. Sin embargo, todavía
quedaba la misa, la primera como marido y mujer, que tenían
que soportar. Después de eso, al salir de la capilla, sin duda
algún espectador bien intencionado mantendría la tradición y
empujaría a un bebé en sus brazos, le aplastaría el pastel en la
cabeza, o le arrojaría algunos granos maduros, deseando
innecesariamente la bendición de la fertilidad sobre ellos.
Por fin, el abad le dio a Luke el beso de la paz y le ordenó
que se lo pasara a Merry, un beso que sellaría su unión para
siempre. El corazón de Merry comenzó a latir porque Luke no
la había besado desde su noche juntos en Iversly, el recuerdo
de esa noche en desacuerdo con la santidad de este momento.
Se volvió hacia ella y sus miradas se encontraron de nuevo.
Esta vez no leyó ira, ni resentimiento. ¿Qué es lo que estaba
sintiendo? ¿Resignación?
Levantando una mano, puso su pulgar sobre la mejilla de
ella. La ternura de su tacto calmó su pánico interior. Bajó la
cabeza y sus pestañas se cerraron.
El sabor y el calor de sus labios sobre los de ella eran tan
familiares, tan queridos, que sus ojos ardían con agudo alivio.
Profundizó el beso, presionando su boca contra la de ella con
una dulzura que trajo un bulto a su garganta. ¡Él la cuidaría de
verdad!
Luego levantó la cabeza y encontró una extraña mirada en
sus ojos.
—Eres hermosa, esposa —dijo, su mirada pareciendo
desvestirla mientras se inclinaba para acoger su adornada
figura.
¡Esposa! Su corazón saltó ante la palabra poco habitual. Las
paredes de la capilla entraron en un giro lento cuando empezó
a marearse. Agarró el material de la túnica de su marido para
estabilizarse. Era demasiado tarde. Merry se desmayó.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Luke, mientras abría los ojos.


Al encontrarse en su cama y en su propia habitación, Merry
se empujó contra las almohadas de plumas de ganso y aceptó
la bebida que él le puso en las manos.
—Lo suficientemente bien —contestó, olfateando la copa y
reconociendo el dulce y empalagoso aroma del vino de bayas
de saúco. Sabiendo que beberlo era peligroso para una mujer
con un hijo, ella le dio las gracias y solo fingió tomar un sorbo.
Luke estaba ahí parado, aún en su túnica púrpura, la extraña
mirada que había iluminado sus ojos antes había desaparecido,
reemplazada por una expresión de preocupación.
—Hermana. —Clarisse apareció repentinamente a la vista,
forzando a Luke a retroceder un paso—. ¿No fue suficiente
drama una boda apresurada? ¿Tuviste que desmayarte como si
estuvieras envenenada inmediatamente después de la misa?
Merry sonrió ante el intento de su hermana de restarle
importancia a la situación.
—Lo siento.
—No, no importa. —Clarisse le dio una palmadita en la
mano—. Iré a dar la noticia de que has vuelto con nosotros. —
Sacando la diadema de plata y ámbar que se le había torcido
en la cabeza, la dejó a un lado y preguntó—: ¿Hay algo que
pueda traerte?
Merry anhelaba una infusión que calmara su estómago. ¿Se
atrevería a pedírsela sin revelar su condición?
—Sí —dijo Merry, eligiendo cuidadosamente sus palabras
—. Tengo sed. ¿Tienes algo de raíz de jengibre? ¿Podrías
pedirle a un cocinero que remoje el jengibre en un poco de té
de manzanilla o, si no hay, en agua pura?
Los ojos de su hermana se abrieron de par en par.
—La cocinera está preparando un banquete de bodas,
querida, pero veré qué se puede hacer sin que me arrojen una
sartén a la cabeza.
—Cualquier cosa servirá —asintió.
Excepto el vino de saúco, que había sido dejado en su
habitación para su primera supuesta noche juntos. La
comprensión de que esa hora se acercaba retumbó a través de
ella como un relámpago, agudizando su conciencia de Luke
cuando Clarisse cerró la puerta y desapareció. Luke le
preguntó de nuevo:
—¿Estás bien?
Considerando que se sentía cohibido, Merry se preguntaba
cuándo contarle lo del bebé, si es que alguna vez lo hacía. Tal
vez, ella debería hacerle creer a todos, incluyendo a Luke, que
su hijo había sido concebido dentro de los límites del sagrado
matrimonio, en su noche de bodas… esa misma noche.
—Sí —insistió. Viendo un ligero rubor en su cara que no
había estado allí antes, se dio cuenta de que podría no estarlo
—. Tal vez, deberías sentarte. —Había estado pensando solo
en sí misma—. Debe de dolerte la pierna por estar de pie tanto
tiempo.
Con un gruñido de reconocimiento, se sentó bastante rígido
en el borde del colchón. Un silencio incómodo cayó entre
ellos.
—Me has dado un buen susto, señora —declaró,
finalmente.
Ante su mirada de sondeo, ella rompió el contacto visual.
—Fue culpa mía. —Respiró hondo y volvió a expulsar el
aire—. Estaba nerviosa y no comí mucho ayer, y nada más que
caldo hoy.
Su confesión de nerviosismo no suscitó comentarios. Por
fin dijo:
—¿Te recuperarás a tiempo para la comida y las fiestas?
La perspectiva de sentarse en el gran salón del Asesino,
asaltada por los variados olores de los muchos alimentos, la
consternó. ¿Cómo se las arreglaría para permanecer sentada en
la mesa alta del estrado sin vomitar delante de todos? ¿Y por
qué este bebé intentaba matarla de hambre?
Él se inclinó hacia delante para llamar su atención.
—Si no te sientes capaz, Merry, tus hermanas pueden
celebrarlo sin nosotros, y tú y yo podemos quedarnos aquí.
Que piensen de nosotros lo que quieran.
Sentimientos encontrados la asaltaron con su oferta. Por un
lado, no había nada que ofendiera más a su hermana mayor
que el hecho de que ella evitara los festejos, después de todo el
esfuerzo que Clarisse había puesto en ellos. Por otro lado,
Merry anhelaba evitar el festín y el jolgorio. Hacerlo no solo
evitaría que se enfermara en público, sino que le daría tiempo
para hablar a solas con Luke. Ya estaban solos, se recordó, y
estaba desperdiciando el tiempo temiendo la inevitable fiesta y
soñando con té de manzanilla. Ojalá pudiera hacerle la
pregunta que la había atormentado durante días.
Debía hacérsela o se volvería loca.
—¿Por qué te casaste conmigo? —En ese momento, las
palabras salieron. Simple y llanamente. De repente, su corazón
comenzó a lanzarse contra sus costillas porque no estaba del
todo segura de que le gustara su respuesta.
Por supuesto, él desvió la mirada hacia la copa que ella
agarraba.
—Había varias razones —dijo.
Siempre el diplomático. Sin embargo, Merry no aguantaría
que fuera tan elusivo.
—Nómbralas —pidió ella.
Miró hacia arriba a los ojos de ella y luego hacia abajo,
hacia la copa otra vez.
—En primer lugar, está el asunto de que me salvaste la vida
—respondió con un tono razonable—. Si no fuera por tus
notables habilidades como curandera, estaría muerto ahora
mismo. Soy negligente por no haberme disculpado antes
contigo. —Ella volvió a ver su mirada, su expresión era la
imagen de la sinceridad—. Gracias, Merry, por salvarme la
vida.
Su garganta se apretó ante la formalidad de sus palabras.
—Tú me salvaste de que me quemaran viva —señaló—.
Una vida por una vida. No entiendo por qué pensaste que me
debías algo. Entonces, ¿es por eso que te casaste conmigo, por
gratitud?
Evitó sus ojos mirando hacia abajo, hacia el cobertor de la
cama.
—En parte.
La admisión de Luke se asentó sobre ella como un velo de
encaje de tristeza.
—¿Y la otra parte? —Él dudó. Tratando de mantener la
impaciencia de su voz, lo retó—: Luke, no he olvidado que me
escribiste una carta de despedida. ¿Reconsideraste y decidiste
que lo mejor era tener una esposa con mis habilidades?
Estúpidamente, todavía esperaba una declaración de
ternura. Después de todo, su beso después de la misa no había
sido un beso de gratitud. Su corazón latía pesadamente
mientras esperaba su respuesta. La mirada de Luke se posó en
el corpiño de su precioso vestido verde. ¿Podría ver el pulso
saltando bajo los huesos de su pecho? Sin previo aviso,
extendió una mano colocándola en su vientre, antes de mirarla
directamente a los ojos. Asustada, casi derramó el contenido
de la copa. Con su mano libre se la quitó y la colocó en la
mesa al lado de la cama, junto a su diadema de plata, y se
acercó más.
—Tu hermana dice que llevas a mi hijo. Me gustaría oír la
verdad de ti.
Merry se calentó y luego se enfrió.
—¿Mi hermana? ¿Cómo podría saberlo? Nunca se lo dije.
Nunca esperé que hicieras… —Incapaz de terminar, le apartó
la mano de la barriga.
Él se puso rígido y retrocedió.
—¿Nunca esperaste que hiciera qué?
—¡Casarte conmigo, por supuesto!
La respuesta de ella lo hizo ponerse de pie. Poniendo una
mueca de dolor, la observó desde las alturas.
—¿Me habrías dejado marchar sin conocer a mi propio hijo
y sin sentir remordimientos? —Cuerdas de músculo abultadas
en su cuello y traicionando la ira repentina.
La consternación la atravesó.
—Ese no era mi razonamiento —insistió—. No quería ser
una carga para ti…
—Un niño no es una carga —declaró, volviéndose para
cojear por la sala. Se detuvo para mirar fijamente al brasero
vacío.
Con creciente consternación, Merry miró la espalda rígida
de Luke mientras reconocía la aleccionadora verdad: se había
casado por obligación y por el bien de su hijo. Nada más.
—Por supuesto que no. —Se obligó a pensar con la cabeza
y no con el corazón, que dolía con cada latido y que temía que
fuera demasiado tarde para proteger—. ¿Cómo sabes que no
habría avisado a Arundel como me ordenaste? —Aunque ella
nunca lo hubiera hecho por miedo a que él le quitara el bebé.
Como adivinando sus pensamientos, se volvió lentamente y
dijo:
—Un niño debe permanecer con su madre. —Los rayos del
sol descendente recorrieron su cara—. Pero también con su
padre. ¿No estás de acuerdo?
Ella dudó, haciendo que sus hermosos labios se aplastaran.
—En un mundo ideal, sí —respondió ella—. Pero ambos
sabemos que este mundo no es así. ¿Qué dirá el rey? —agregó
ella, indagando más en los motivos de Luke.
Su expresión se volvió instantáneamente cautelosa.
—Eso es cosa mía —dijo, volviendo a mirar su barriga—.
No deberías preocuparte en tu estado. ¿Estás segura de que te
sientes bien?
Tomando nota de su evasión, decidió sacar el asunto a
colación en otro momento, ya que la reacción del rey a su
matrimonio, seguramente, afectaría a su futuro juntos.
—Pregúntame eso de nuevo y estoy segura de que
empeoraré —dijo con ternura. Solo para sí misma, reconoció
que no estaba bien, sino más bien enferma de corazón. ¿Cómo
pudo dejar que Clarisse la convenciera de que Luke se había
casado con ella por amor?
Lo había hecho por el bebé y, tal vez, para tener la
bendición de la Iglesia, pues había disfrutado de su intimidad a
la inversa: de eso estaba segura. Tristemente, en lugar de
pensar en la noche de bodas, se opuso a la idea de volver a
acostarse con él. Su innecesaria gratitud y su obsesión con su
hijo nonato le habían quitado algo, algo que no tenía nombre.
La creencia de que la había amado lo suficiente como para
desafiar a su rey y olvidar a su prometida había resultado ser
una ilusión vacía. ¿Cómo pudo pensar que ella, de todas las
mujeres, llegaría a tener ese tipo de efecto en el poderoso
Fénix?
Un breve golpe en la puerta impidió que se siguiera
discutiendo. Dos pasos dentro de la habitación y Clarisse
dudó, quizás sintiendo la tensión entre la pareja recién casada.
Aun así, les dio una amplia sonrisa a ambos y levantó una gran
taza de peltre.
—Jengibre y manzanilla —dijo triunfante—. Precisamente,
como lady d’Aubigny pidió.
Merry se estremeció. Buen Dios. De casi quemarse en la
hoguera a la esposa de un futuro conde. ¿Qué había hecho
ella? No, esto no era un buen presagio para el rey Enrique. Lo
sabía. Ofreciendo a Clarisse una sonrisa agradecida a cambio,
Merry tomó la taza y sorbió con gratitud. El brebaje tenía un
poder curativo instantáneo. Tomó otro trago y suspiró.
—Gracias. Realmente, lo necesitaba.
—Hmm —dijo Clarisse pensativamente—. Ojalá hubiera
sabido de un remedio tan relajante cuando estaba… en tu
condición.
El calor impregnó la cara de Merry. ¡Y pensar que todo el
mundo conocía su secreto cuando ella misma no había dicho
nada!
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó.
Clarisse sonrió y se encogió de hombros.
—Desde hace más tiempo que tú, lo más probable. He
tenido suficientes embarazos para conocer las señales. Las
náuseas, gracias a Dios, no durarán para siempre. Te lo
prometo. Ahora, bebe.
Dividiendo una mirada astuta entre el nuevo marido y la
nueva esposa, Clarisse volvió a mirar hacia la puerta.
—Espero que eso te ponga en tu sitio, querida hermana.
Los invitados esperan veros a los dos en el gran salón en
breve. Lord Luke —añadió, haciendo una pausa en la puerta
—, cuidad amablemente el tocado de vuestra mujer y volved a
atarle el vestido. No estaría de más que le peinarais el pelo
también.
Dirigiendo una dulce sonrisa a su expresión desconcertada,
cerró la puerta y desapareció.
Luke apartó la mirada de la puerta para mirar a Merry.
—¿Siempre ha sido tan mandona?
—Sí, infernalmente. Te acostumbrarás.
Dio un paso en su dirección.
—¿Estás lo suficientemente bien para cenar? Si no puedes
hacerlo, me enfrentaré a ese dragón y le diré que las
festividades deben tener lugar sin nosotros.
A pesar de la tristeza que aún pesaba sobre ella, Merry
sonrió ante el intento de Luke de aligerar el ambiente. La
infusión calmaría su estómago y aliviaría su tensión.
—No, no puedo dejar que te enfrentes a tal amenaza —
aseguró siguiendo el juego—, porque solo me llamarían para
curar tus heridas una vez más.
Se rio.
—Pondría mi vida de nuevo en tus manos, sin dudarlo —
aseguró.
Ella se puso seria ante la idea. «Querida Santa Ana», rezó.
«Que no vuelva a necesitar mis servicios de esa manera».
Porque, tal y como demostraron sus razones morales para
casarse con ella, era ante todo un hombre decente. Aunque no
se había casado con ella por amor, la trataría bien; ella no tenía
miedo por eso. Aferrarse a su dolor no serviría de mucho.
Vació la taza y la dejó a un lado, decidida a disfrutar esta
noche con Luke y sus hermanas.
—Ayúdame, esposo —pidió, decidida a cumplir con su
deber—. Parece que te has convertido en mi doncella —
añadió, extendiendo una mano hacia él—, así que, trabaja
rápido mientras los invitados esperan.
—Sí, mi señora —ceceó con voz de doncella, haciendo una
reverencia antes de ponerse en pie.
La cogió de la mano una vez más y se miraron.
Ciertamente, mirándolo a los ojos y sintiendo su cálido tacto,
debía proteger su corazón contra la tonta idea de que él se
preocupaba por ella más allá del bebé. Aunque su esperanza
no se había extinguido del todo, temía que fuera algo peligroso
y casi deseaba que lo fuera.

Mucho más tarde, Luke vio a Merry bailando con sus


hermanas en un baile de villancicos, sus manos unidas, sus
voces alzadas en una canción. Sentado en su silla, ya que su
muslo no le permitía bailar, miró sus ardientes cabezas —todas
de diferentes tonos de rojo— con aprecio. Merry parecía más
feliz de lo que había estado durante la discusión anterior.
Su sonrisa se desvaneció.
Ella le había preguntado sin rodeos por qué se había casado
con ella. Había respondido tan honestamente como pudo. Sin
embargo, no había sido completamente comunicativo, ya que
para explicar su efecto sobre él desafiaba incluso su facilidad
con las palabras. Ella le había encantado desde el momento en
que él le limpió el hollín de la cara y notó su belleza. Algo le
había impedido confesar su apego por ella. A causa de su
miedo, lo más probable.
Sí, temía lo que pudiera suceder cuando Enrique se enterara
de su matrimonio no autorizado. No solo eso, sino que temía el
poder de Merry sobre él, si ella supiera con qué frecuencia
pensaba en ella y de qué manera. Porque, simplemente,
mirándola reír y cantar con una voz fuerte y desafinada, no
podía esperar a sentirla retorcerse debajo de él, su cuerpo
elevándose a su tacto, su glorioso cabello derramándose a
través de su lecho nupcial. No podía esperar a revivir la pasión
que habían compartido en Iversly. Era tarde. No debería tener
que esperar más.
Bajando deliberadamente su taza a la mesa, se puso en pie
atrayendo miradas expectantes mientras salía del estrado y se
dirigía hacia la multitud que bailaba.
Lady Clarisse lo vio llegar primero, se detuvo y, con una
mirada de complicidad, dio la vuelta a su hermana para que se
enfrentara a él.
La brillante mirada de Merry se encontró con la suya, pero
luego su boca se abrió en un suspiro y dio un pequeño pero
revelador paso hacia atrás. Luke escondió el ceño fruncido. Su
esposa, aparentemente, no estaba tan interesada en acostarse
con él como lo estaba él en acostarse con ella.
La determinación lo envalentonó a marchar hacia ella,
escondiendo su cojera lo mejor que pudo. Los invitados a la
boda vitorearon mientras él la levantaba de sus pies,
sosteniéndola en alto contra él. Sus manos volaron a sus
hombros mientras él se giraba y se dirigía hacia las escaleras.
Ella se retorcía para liberarse.
—¡Bájame de una vez, Luke! Te volverás a lesionar.
—No lo haré —contestó, consciente de que su muslo
protestaba poderosamente, pero su espíritu estaba dispuesto
más allá de toda medida. Quería hacer una declaración
pública, una que ella notase bien. Ahora era su señor y esposo.
Su voluntad debería ser la de ella.
Sin embargo, las escaleras demostraron ser demasiado,
incluso con su ligero peso añadido. Con una mueca de dolor,
la puso de pie y la sujetó firmemente de la muñeca para que no
huyera y volviera con sus hermanas.
—Testarudo —dijo ella, mirándolo fijamente—. Tendrás
suerte si eso no te hace retroceder una semana. —Luego,
alzando sus faldas, se unió a él para subir la escalera de
caracol de Helmsley, con los hombros rectos y una mirada de
resignación en el rostro.
Sometido por la traición de su cuerpo todavía en proceso de
sanación, Luke la miró de reojo. ¿No debería ella estar tan
ansiosa como él por reavivar la pasión que habían compartido
antes? Por Dios, él había hecho todo lo que su familia le había
pedido y se había casado con ella desafiando a su rey para
convertirla en una mujer honesta.
¿No era ni siquiera una pizca agradecida por sus
sacrificios?
Abriendo la puerta de su habitación, ella entró y echó un
vistazo a las docenas de velas y a la cama enterrada en pétalos
de rosa, y se puso las manos en la cara como si estuviese
superada.
La preocupación hizo a un lado el resentimiento de Luke.
—¿Merry? —La rodeó para verla mejor—. ¿Qué te aflige?
¿Te encuentras mal?
Sus hombros se elevaron en una respiración visible, y luego
bajó lentamente sus manos hacia los costados. Durante un
largo momento, ella solo lo miró, su expresión imposible de
leer. Su mirada tocó su cara, sus hombros, y luego se deslizó
hacia abajo como si ella estuviese pensando en las horas que
vendrían.
—Estoy lo suficientemente bien —le informó.
—Bien —dijo, dando un paso incierto en su dirección—.
¿Estás preocupada? —preguntó, mientras se decía a sí mismo
que el estado de ánimo de ella no era su problema. Después de
todo, era su familia la que había pedido esto; había exigido su
unión. Aun así, no le gustaba la idea de llevar a una mujer
renuente a su cama.
Merry ladeó la cabeza ante la pregunta.
—¿Por qué debería estar preocupada? —Ella se hizo la
pregunta tanto como él—. He ganado un marido guapo y
poderoso, que promete protegerme de los males de mi pasado.
Sus ojos se entrecerraron, y ella se mordió el labio inferior,
rezando para que no se diera cuenta de su cinismo.
—¿Te parezco guapo? —dijo en su lugar.
—Por supuesto. —Se pasó el pelo por encima de los
hombros—. ¿No te lo dicen todas las mujeres?
Sus cejas se movieron como si pensase que ella exageraba
enormemente.
—No, porque les gustan los hombres de piel más clara. Me
han llamado Caballero negro por mi piel morena.
—Hmm. Bueno, tu moreno me agrada bastante. —Ella
podía admitir que lo encontraba atractivo. La pasión no les
faltaría en su matrimonio, solo el amor mutuo.
Su honestidad lo hizo sonreír con curiosidad.
—Tu color también me agrada a mí —dijo, cogiendo un
mechón de su pelo y dibujándolo lentamente entre sus dedos.
La caricia acortó su aliento porque sabía lo que vendría
después, y no tenía aversión a ello. Mientras su corazón se
rebelaba, su cuerpo lo deseaba. Si él no la amaba, que así
fuese. Ella aceptaría su ardor y tomaría su placer de él, y
estaría satisfecha.
Ella levantó la barbilla y le dio la espalda.
—Desátame, esposo —lo invitó, mostrándole los lazos de
seda que él le había atado unas horas antes. Sus rodillas
temblaban ante su temeridad. Para su alivio, sin comentarios,
él se acercó y cogió el largo de su pelo en sus manos,
poniéndoselo sobre uno de sus hombros.
Su corazón latía más fuerte mientras esperaba. Sin
embargo, en lugar de desatarla de inmediato, le rodeó la
cintura con las manos, inclinó la cabeza y besó la curva
expuesta de su cuello con besos que hicieron que se le pusiera
la piel de gallina.
¡Luke! Ella se debilitó, recostada contra su duro cuerpo,
emocionada por la sensación de su excitación presionando tan
formidablemente contra su trasero. Conociendo su poder para
arrancarle el placer y no el dolor, ella se echó hacia atrás con
audacia, acariciándole a través de sus calzas.
Luke gruñó bajo y luego respondió capturando sus tiernos
senos. Exprimió suavemente la recién encontrada plenitud de
ella, pasando los pulgares por encima de las sensibles cumbres
y haciendo que el placer apareciera más bajo. Sin poder hacer
nada más que arquear su cabeza contra su hombro, ella se
deleitó con su toque.
Continuando con su caricia, retiró una mano para tirar de
sus cordones, deshaciéndolos uno por uno, con una lentitud tan
deliberada que la anticipación se acumuló en ella hasta sentirse
casi desesperada por salir de su vestido.
Por fin, su vestido de novia colgaba suelto de sus estrechos
hombros, dejando que se convirtiera en un charco de seda
verde que cubría sus tobillos y pies. De espaldas a su marido,
solo llevaba una camisa de primera calidad. Incluso su suave
tejido parecía casi áspero contra la elevada sensibilidad de su
piel.
En un movimiento rápido, se lo deslizó por los hombros y
lo dejó caer. Entonces, ella comenzó a girar, lista para ser
envuelta en el abrazo de Luke.
—Espera —dijo él, sus manos yendo hacia su cintura y
manteniéndola quieta—. ¿Qué es eso?
Ella sintió cómo su dedo tocaba su nalga derecha, y gimió
hacia dentro, tragándose la vergüenza que le atravesaba el
corazón. Debía confesarle lo que le habían dicho en el
priorato.
—Es la marca del diablo. Nací con ella.
De manera inesperada, él maldijo salvajemente.
—Nunca volverás a decir esas palabras —le advirtió-—. Es
una estupidez. ¿Cómo pudo el diablo marcarte en el vientre de
tu madre? En West Sussex, nadie pensará que eres una bruja,
ni siquiera tú misma. ¿Está claro? —Acarició la marca plana
con la yema de su pulgar—. Parece un corazón —añadió con
más suavidad—, o una fresa. Creo que te sienta bien.
Sus palabras la bañaron y limpiaron, lavando su
humillación. Se volvió hacia él, consciente de que sus pezones
ahora empujaban contra el aire fresco de la noche. Él emitió
un gemido de apreciación y ella lo dejó mirar un momento
antes de que bajara la cabeza para aplastar sus labios contra los
de ella, clavándole la lengua en la boca con exigencia.
Si la pasión era todo lo que tenían, entonces, a los ojos de
Dios, ella tomaría ese regalo y se lo devolvería a él diez veces
más. Haría que el cuerpo le doliera por ella, se aseguraría de
que él no soñara con ninguna otra.
Cuando la acercó a él, pudo sentir su corazón latiendo
fuerte y rápido en su ancho pecho. Ahuecando sus nalgas, la
levantó del suelo deslizando el bulto de la parte delantera de
sus calzas con firmeza en el cálido hueco en la unión de sus
muslos.
—Te quiero, esposa —declaró con la voz llena de deseo.
Volviéndose hacia la cama, puso una mueca de dolor, sin duda
sintiendo el tirón de su herida, mientras la acomodaba sobre
los muchos pétalos de rosa que allí había.
Guirnaldas de lirios y rosas rodeaban su cabeza,
derramando su dulce perfume sobre ella, y casi se rio de la
sensibilidad decorativa de su hermana. Se acordaría de
agradecerle la cama matrimonial perfecta.
Miró al hombre perfecto. Una mancha rojiza teñía sus
pómulos mientras se echaba hacia atrás para pasar su túnica
por encima de su cabeza, junto con su camiseta. La visión de
su poderoso pecho, tan bronceado, elegantemente moldeado
con músculos firmes y endurecidos hizo que se arqueara con
anhelo. Tocando su labio superior con la lengua, abrió las
piernas en un silencioso mensaje de deseo, y fue
recompensada con una puñalada de traviesa anticipación.
Luke recordó lo glorioso que había sido entre ellos y lo
glorioso que sería esa noche. Una pequeña porción de su dolor
se alivió. Sí, ella haría que él la deseara para siempre.
A través de sus pestañas, ella vio como él se despojaba de
sus botas y sus calzas. Al segundo siguiente, se irguió frente a
ella tan implacablemente masculino, tan descaradamente
excitado que se le secó la boca. No se detuvo en la cicatriz roja
que se estaba curando con sus puntos de sutura
cuidadosamente hilados. No, todo lo que pudo hacer fue
tenderle las manos.
Se arrastró por encima de ella, estremeciéndose solo una
vez debido a su lesión. Flotando un momento, la miró con
tantas expresiones fugaces que no podía leerlas todas: deseo,
asombro, posesividad, frustración, resentimiento.
Este último la atravesó, pero, al instante, sus manos estaban
sobre su cuerpo desnudo, emocionándola. Se derritió contra la
cama, su cuerpo cantando con ganas, deliciosamente
vulnerable, segura de su encanto. Él la miró fijamente.
—Estás aún más hermosa desnuda. —Luego bajó la cabeza
para poner su cálida lengua sobre los pezones rígidos.
Con un zumbido de aprobación, ella le arrancó la cinta de
cuero de su pelo y pasó los dedos a través de su cabello
oscuro. Cuando su cabeza bajó, ella murmuró con aprobación,
sus caderas se elevaron por sí solas para enfrentarse al calor
abrasador de su hábil boca.
Cuando soñó por primera vez con él besando su cuerpo en
un campo de mariposas, ¿sabía que se convertiría en un ritual
en el que ella se deleitaría? Separando los muslos hacia él,
echó la cabeza hacia atrás y se rindió a sus dulces atenciones.
¿Qué haría ella si se lo quitaran? El pensamiento
paralizante casi le robó el placer, pero luego metió un dedo en
su ya húmeda abertura y luego otro. Acariciándola, le dio una
vuelta a su corazón excitado, y ella olvidó sus preocupaciones
cuando el éxtasis se la llevó.
—¡Luke! —gritó su nombre al darse cuenta de que lo
amaba, siempre lo amaría, sin importar lo que él sintiera por
ella. ¿Cómo podría no hacerlo?
Tan pronto como su clímax bajó, él se levantó sobre ella,
enganchó una de sus rodillas bajo su codo y se deslizó dentro
de ella, reclamándola en un profundo golpe posesivo.
—Merry —susurró su nombre, sus ojos ardiendo de deseo.
Aplastando sus labios contra los de ella, empezó a bombear
con vigor rítmico dentro de su resbaladiza vaina. Merry jadeó,
no con dolor, sino con un deleite animal fundamental. Ella
quería todo lo que él podía darle, y más.
Al clavarle las uñas en los hombros, ella le instó a que fuera
más profundo, más rápido. Sus labios y lenguas se unieron en
la danza de la zambullida y la retirada.
Ella gritó su floreciente placer y él, inmediatamente, se
quedó quieto.
—¿Te he hecho daño?
Ella apretó su mano contra él, desesperada por lograr lo que
sabía que vendría después.
—No. No te detengas —le suplicó.
Se dio la vuelta repentinamente, llevándola con él sin
romper el contacto, de modo que Merry se encontró a
horcajadas sobre él, su hombría enterrada dentro de ella.
—De esta manera, no te haré daño —explicó—. Móntame,
esposa —añadió con una sonrisa malvada.
Impulsada por la necesidad hirviente dentro de ella, se
movió tímidamente sobre él, arriba y abajo, encontrando un
movimiento que parecía complacer a ambos.
Luke la miraba a través de sus pestañas. Una pequeña
sonrisa flotaba en las comisuras de su sensual boca mientras
apretaba sus pechos suave, pero firmemente. A medida que sus
movimientos se aceleraban, él movió una mano hacia sus
ardientes rizos, buscando y encontrando la protuberancia
endurecida por el placer. Una caricia y ella gritó de gozo.
Un brillo de sudor cubrió a Merry. Sus muslos se apretaron
alrededor de él mientras ella se empujaba contra los dedos. Él
movió las caderas hacia arriba llenándola hasta la saciedad.
Sin previo aviso, ella se deshizo, temblando y gritando en
éxtasis, consciente de que él también estaba experimentando
su liberación. Mientras ella se alejaba de lo que parecía ser un
punto tan alto como las estrellas, él tiró de su cuerpo repleto
sobre el suyo, envolviéndola con sus brazos.
Merry, con la nariz apretada contra su cálido cuello, inhaló
las fragancias mezcladas de lo masculino y del sexo, así como
la sutil fragancia sin nombre que era solo de Luke.
Puede que nunca le devolviera el amor que ella le tenía,
pero haría todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de
que su pasión por ella permaneciera alta. Sí, estaba empezando
a pensar que eso sería suficiente.
Capítulo 15

M erry apenas podía respirar bajo el saco de arpillera que


cubría su cabeza. El terror se apoderó de su corazón,
aunque sabía que estaba a salvo en presencia de su marido y
sus hombres. Hubiera preferido una mordaza, sin atar. Sin
embargo, el saco, según había oído decir al Asesino, era para
evitar que ella echara el mal de ojo a los que presenciaran su
partida; de ese modo, no se le podría culpar más por
circunstancias que escapaban a su control.
Merry vio el saco más como una muestra de venganza. Su
cuñado no era un hombre que perdonara fácilmente, y desde
que ella lo maldijo en su propio banquete de bodas, su relación
había sido menos que amistosa.
Sin embargo, en este caso, ella aceptó que él la estaba
ayudando, aunque solo fuera a instancias de su hermana. Sir
Christian había difundido el rumor de que sería detenida por el
propio ejército del rey y, de hecho, los restantes soldados de
Luke, treinta y seis hombres, habían descendido sobre
Helmsley el día anterior para dar crédito a la historia.
Sentada en el lomo de un caballo, Merry se quedó quieta,
con las manos atadas con una cuerda tan gruesa que le rozaba
las muñecas y le causaba un sinfín de recuerdos temerosos de
las dos últimas veces que había sido atada de la misma
manera. Sin embargo, la cruel soga sirvió para su propósito,
reforzando la ilusión de que estaba siendo llevada cautiva.
Sin vista, inmóvil, sin nada que hacer, Merry intentó
imaginar su nueva vida en Arundel, al lado de su marido. Sin
embargo, una cierta fragilidad había invadido su corazón.
Habiendo escuchado a sir Pierce informar a Luke de que la
torre oeste de Iversly se había dejado en pie según lo
ordenado, ella había tratado de agradecerle su amabilidad. En
vano. Luke había rechazado su primera mención de Iversly,
negándose a discutir el asunto. Su áspera reticencia parecía
otra señal de que albergaba arrepentimiento por haberla
salvado en primer lugar, y por haberse casado con ella.
—Ya es hora, Merry.
El sonido de la voz de Luke la condujo al presente mientras
levantaba el saco. Luke la miró desde su silla de montar.
—Recuerda, todo esto terminará pronto —la animó, aunque
ella pudo escuchar la tensión en su tono—. Pase lo que pase,
sigue montando. Te protegeré, te lo prometo.
Ella intentó alcanzarlo automáticamente, pero la pesada
cuerda le apretó las muñecas impidiéndole que lo hiciera.
Además de la cuerda, que la marcaba como prisionera, su pelo
había sido dejado suelto para que no se cuestionara su
identidad como hereje cazada.
Con una última y preocupada mirada, Luke le puso el saco
sobre la cabeza. Merry escuchó el sonido de las pezuñas en
retirada de Suleyman que llevaban a Luke lejos de ella y un
escalofrío le atravesó la piel.
—¡Adiós, hermana! —exclamaron Clarisse y Katherine que
se acercaron para estrechar sus manos, aunque ya habían
abrazado e intercambiado abrazos en numerosas ocasiones.
—¡Te escribiré! —Clarisse lo prometió por segunda vez.
—Algún día te visitaré —agregó Katherine en una nota
llorosa.
Merry se aferró a su querida familia, lamentando que su
madre no hubiera podido vencer sus temores el tiempo
suficiente para asistir a su boda.
—Recordadme —les dijo ella, con la voz apagada por el
saco—. Os echaré de menos a las dos. Decidle a madre que
estoy a salvo…. y feliz —añadió, aunque eso estaba lejos de la
verdad.
El caballo se adelantó y el miedo apuñaló a Merry, porque
sabía que la vida que había conocido había terminado. Iba tan
lejos hacia el sur que podría no volver a ver a su familia por
mucho tiempo, si es que alguna vez lo hacía. De hecho,
mientras que el futuro tenía una nueva promesa en la forma de
su bebé nonato, el vínculo incierto con Luke proyectaba una
sombra oscura ante ella.
El sonido de la bajada del puente levadizo se fusionó con
los gritos de despedida de sus hermanas. El rugido de la
multitud se hizo de repente más fuerte. Tragando aire,
sometida a un ataque de pánico, supo de inmediato cómo se
había sentido Kit, y cómo debía sentirse incluso entonces,
dentro de su bolsa junto a la silla de montar —a oscuras y sin
aire—, hacia Dios sabe dónde.
Cuando los engranajes del puente levadizo dejaron de
vibrar, la montura de Merry se adelantó. Lo supo en el instante
en que la multitud la vio, ya que rugieron a la vez, su volumen
haciendo que se encogiera en su silla de montar. Trató de
imaginar lo que veían, y si su partida de Helmsley parecía un
arresto auténtico.
Antes de que el saco se moviera alrededor de su cabeza,
había vislumbrado el estandarte del rey en exhibición, su
emblema carmesí y dorado ondeando en la cabeza de la
comitiva. El estandarte de Luke, por otra parte, había sido
guardado para que no fuera reconocido por ningún buscador
de recompensas. Todos sus soldados habían pulido su
armadura. Cada lanza, cada arco, cada espada fue puesta a la
vista de todos para desanimar a los que buscaban problemas.
Merry estaba sentada en medio de ellos como el más peligroso
de los criminales. Le habría parecido gracioso si no estuviera
tan aterrorizada.
«Que Dios me ayude», rezó, temiendo las palabras de odio
que sabía que serían dirigidas hacia ella. Los rugidos se
hicieron aún más fuertes, hasta que las maldiciones y las
denuncias se volvieron distintas. Incluso con la cabeza
cubierta, podía oler el olor acre de la violencia. Su estómago
se agitó. Sus voces se alzaron en coro.
—¡Colgadla! ¡Quemadla!
—¡Atrás! —gruñó Luke, su voz tranquilizadoramente
cerca. Su ejército se acercó a ella presionando hacia delante,
abriéndose paso a través de la horda con sus monturas.
A pesar de los guardias que la flanqueaban, el pánico de
Merry siguió creciendo. ¿Y si los cazarrecompensas se
atrevieran a atacarla y, de alguna manera, se las arreglaran
para secuestrarla de nuevo? Peor aún, cualquiera que tuviera
un arma podría arrojársela o soltar una flecha en su dirección.
Jadeó para respirar bajo el sofocante saco, incapaz de tomar
suficiente aire para alimentar su galopante corazón.
De repente, algo duro rebotó en su hombro, provocando
una chispa de dolor. Cuando se estremeció por el golpe del
objeto invisible, fue golpeada de nuevo, esta vez por un
pequeño objeto puntiagudo directamente en su frente. Una
roca, se dio cuenta, apretando su montura con alarma y
recordando la advertencia de Luke de permanecer sentada.
Se oyó un grito y su caballo rompió en un trote estridente.
El viento sopló sobre el saco y lo llevó hasta la mitad de su
cabeza, permitiéndole ver momentáneamente. Para calmar su
creciente temor, estiró el cuello y buscó el yelmo de Luke. Él
se desvió de la formación y cargó su caballo contra los
espectadores.
Con su espada en alto, su punta destrozando el cielo azul,
desafió a los individuos que llevaban piedras. Salieron
corriendo del peligro, soltando sus crudas armas mientras él
cabalgaba de un lado a otro, alejando a Merry de sus atacantes.
Solo cuando ella estaba a salvo y lejos de la horda, él giró su
caballo y corrió para volver a unirse a su ejército.
Con los gritos de la muchedumbre desvaneciéndose detrás
de ellos, Luke se acercó a ella.
—¿Estás herida? —preguntó, su voz hueca detrás de su
yelmo. Extendiendo una mano, le arrebató el saco de la
cabeza.
—No. —Vislumbrando furia en los ojos oscurecidos por el
yelmo, ella se agachó para tocar su frente con las muñecas
atadas. Una roncha crecía en ella, pero no notó sangre.
Con un poco de enfado, Luke volvió a extender la mano y
liberó el nudo que mantenía sus muñecas atadas. Introdujo la
cuerda en su alforja.
Merry lo miró con curiosidad. Quizás, después de todo, él
se preocupaba por ella. ¿O se preocupaba solo por el bebé que
llevaba?
—Nos detendremos y descansaremos cuando el sol esté alto
—la informó—. Dime si te sientes incómoda o si algo anda
mal. ¿Quieres algo en este momento?
Mirando seriamente a través de las rendijas de su yelmo,
era tentador creer que sentía ternura por ella. Y la ternura,
decidió, aunque no era exactamente amor, podía ser nutrida y
cultivada hasta que uno apenas notara alguna diferencia. La
comprensión fortaleció su determinación de aprovechar al
máximo su situación.
—Nada, gracias. Los engañamos, ¿verdad? —Mirando
hacia atrás a través de la distancia que habían recorrido, vio a
la multitud casi dispersa desde las puertas de Helmsley.
—Sí —respondió inequívocamente—. Deja que tu mente
esté tranquila. De ahora en adelante, tendrás una nueva vida.
Sus palabras tenían la intención de ser un consuelo, y, sin
embargo, el más mínimo hilo de duda cosido en su tono
sugería que Luke estaba preocupado. Lo más probable es que
temiera la respuesta de Enrique a su matrimonio no
autorizado. De la misma manera que el rey ordenó que las
adulterinas fueran derribadas en todo su reino, él también
podía destruirla a ella y a la frágil unión de Luke.
Se aseguró a sí misma que el rey era un hombre razonable,
aunque no tenía pruebas para apoyar su afirmación.
Habiéndose casado con Eleanor de Aquitania tan solo un año
antes, comprendería la motivación del amor…
Ella frunció el ceño. Pero Luke no la amaba. Había dejado
perfectamente claro cuáles eran sus motivos para casarse con
ella: la valoraba como curandera y como madre de su hijo. Los
reyes, por otro lado, eran bastante tolerantes con los hijos
ilegítimos, ya que tenían muchos. Enrique no vería razón
alguna para que Luke pensara que era necesario casarse con
ella por tener un bebé.
Una insidiosa maleza echó raíces en el jardín de la mente
de Merry. ¿Podría Luke, bajo la presión de la corona, decidir
dejarla de lado?

Salió del agua temblando. Luke permaneció en la orilla, lo


suficientemente cerca para vigilarla y lo suficientemente lejos
para darle privacidad, aunque en opinión de Merry, la
oscuridad era suficiente.
Era una noche clara de octubre, la víspera de Todos los
Santos, según su estimación. Prácticamente, podía sentir a los
espíritus de los muertos merodeando entre los troncos de los
robles que les rodeaban. Al día siguiente, llegarían a Arundel a
media mañana, después de nueve días en el camino. Quería
lucir lo más cuidada posible, considerando que había estado al
aire libre durante más de una semana.
Con los dientes castañeteando y los dedos rígidos, Merry
luchó por volver a ponerse el vestido, dejando que se secara en
ausencia de un paño. Había usado el último trozo de jabón de
Luke para bañarse, desafiando la temperatura para lavarse el
polvo y la suciedad del viaje.
Consciente de que Luke se acercaba, se bajó el vestido a
toda prisa. Cogió su capa y se la puso rápidamente sobre sus
hombros. Sin decir una palabra, la escoltó con un ligero
apretón de manos sobre su codo hacia la hoguera.
Siempre caballeroso, pensaba Merry alegremente. Nada de
su comportamiento le daba motivos para quejarse. Desde su
partida de Helmsley, él la había colmado de atenciones
dándole las porciones más suaves de pan y sirviéndole la
mejor salsa. Se habían detenido cada pocas horas, para que
Merry pudiera hacer sus necesidades y estirar las piernas. En
cada arroyo en el que ella pedía bañarse, él insistía en que el
agua estaba demasiado fría para ella, y que podía enfriarse.
Merry ya había tenido bastantes mimos. En esta, su última
noche en el camino, había esperado a que los hombres se
durmieran, y luego se había levantado de su saco de dormir.
Tomando el último trozo de jabón de Luke, ella había
marchado directamente hacia el agua sin dar ninguna
explicación.
Con todo su corazón, esperaba que Luke la persiguiera
prohibiéndole que se bañara. Ella anhelaba una razón para
discutir con él, para desahogar sus frustraciones y miedos
embotellados. En vez de eso, la enfureció que la siguiera en
silencio. La observaba desde lejos, haciendo que se preguntara
si todavía encontraba su cuerpo redondeado con la vida que
llevaba dentro, tentador. Ni una sola vez en su viaje había
impuesto sus derechos matrimoniales.
Se sacudió los pensamientos de los derechos de su marido
junto con las gotas de agua en su piel. ¿Qué pensaba él, que
ella podía entrar en Arundel con el aspecto de un rufián o
como una presa que había sido arrastrada a través de los largos
pastos? Ella quería que la gente la viera como la esposa de
Luke, no como un perro callejero que él había recogido en el
camino, aunque una parte de ella reconoció que era
exactamente eso. La gente de Arundel, incluido el abuelo de
Luke, probablemente, se desmayarían de horror al pensar en
tenerla como dama de su castillo.
Luke no había hecho ningún esfuerzo por tranquilizarla. De
hecho, había dicho muy poco sobre su casa. Cada vez que ella
le preguntaba, él respondía bruscamente y luego se ponía
melancólico y malhumorado. Cuanto más al sur viajaban, más
reticente se volvía, manteniéndose en silencio.
Por el contrario, los soldados que cabalgaban por todos
lados se habían vuelto más alegres, especialmente, en los
últimos dos días, sus rostros envueltos en sonrisas ante el
pensamiento de los cálidos brazos que les esperaban. En el
largo viaje de regreso a casa, no se había hablado de
maldiciones o hechizos, ni había habido resentimientos, ni
susurros. Philippe había cabalgado a su lado buena parte del
tiempo, regalándole historias de batallas ganadas y perdidas.
Incluso Erin, que había aceptado sin discusión la cataplasma
que le había hecho para sus mejillas con granos, compitió por
su compañía, lanzándole miradas secretas y coloreándose
ferozmente cada vez que ella lo atrapaba. Su piel ya se había
aclarado, lo que le daba confianza e incluso lo hacía atractivo.
Merry reflexionó que, o bien se había ganado la lealtad de
los soldados salvando la vida de su señor, o bien consideraban
prudente respetarla, ya que ahora era su señora. En cualquier
caso, eran los hombres que solían temerla los que le habían
impedido estar sola. En cuanto a Luke, había cabalgado más a
menudo en la parte delantera o trasera de la comitiva que a su
lado. Sus tardes, aunque en compañía del otro, pasaban sin
tocarse y apenas hablando.
Ahora, helada, frustrada y temerosa de lo que le depararía
el día siguiente, sacudió su brazo de la mano de él, su
caballerosidad repentinamente empalagosa, y la golpeó como
si fuera falsa.
Si fuera un verdadero caballero, le diría que no tenía nada
que temer. Si la amase, le prometería que la protegería de
cualquier cosa desagradable. Por supuesto, él no la amaba, que
era precisamente la fuente de su inquietud.
—Podrías tropezarte con una raíz —advirtió, agarrándole el
codo de nuevo.
—Si lo hago, estoy segura de que me atraparás antes de que
me estrelle contra el maldito suelo. —Sabía que su tono
rivalizaba con el de una arpía, pero ya no le preocupaba
interpretar a la agradecida esposa.
Una vez más, tirando de sí misma se adelantó a él,
marchando a través del círculo de hombres durmiendo para
calentarse junto al fuego moribundo. Desde el rabillo del ojo,
vio a Luke acercarse a su saco de dormir. Normalmente,
dormía bajo una tienda que él erigía para protegerla de los
elementos, pero esta noche ella había dicho que dormiría bajo
las estrellas. Esa noche, la víspera de Todos los Santos, los
espíritus que buscaban refugio querrían entrar en la tienda.
Prefería dormir al aire libre que arriesgar su compañía.
Extrañamente, él accedió a sus deseos sin hacer
comentarios.
Como era su costumbre, Luke se había quitado la cota de
malla, la cual despreciaba para dormir. Con su llegada a
Arundel al día siguiente, Erin la había limpiado hasta que se
quedó dormido.
Pensando en las horas siguientes, Merry suspiró. Era
imposible compartir una cama con Luke y no recordar su
noche de bodas. Casi podía imaginar que nunca habían
compartido tal pasión. La distancia que había impuesto entre
ellos la desestabilizaba, pues si ya no la deseaba, entonces,
¿qué poder tenía ella sobre él? Ninguno en absoluto. Si a él se
le había apagado la lujuria por ella tan pronto, ella no tenía
nada más que ofrecerle una vez que su bebé llegase al mundo.
Seca, excepto por su pelo, Merry se tomó su tiempo para
exprimir el exceso de agua y luego lo peinó en el resplandor
del fuego para secarlo un poco antes de tejerlo en dos gruesas
trenzas. Mientras tanto, Luke estaba sentado en el lado opuesto
del fuego, mirándola.
Con sus trenzas completas, se acercó a la manta que
compartía con Luke y se quitó los zapatos de cuero suave.
Consciente de la consideración constante de Luke, se acomodó
en su mitad de la manta sin sorprenderse cuando él vino y se
agachó a su lado, realizando su ritual nocturno de esconder los
extremos cómodamente alrededor de ella. Solo entonces se
deslizó en el espacio junto a ella y se cubrió. Se tumbaron uno
al lado del otro, con los codos apenas tocándose.
Merry giró la cabeza y estudió su perfil. Había hecho el
hábito de consolarse a sí misma de esa manera, mirando su
hermoso rostro y diciéndose a sí misma que él era de ella, al
menos, por el momento. Tenía pocos motivos para quejarse, en
realidad. Luke era muy cordial. Rara vez perdía los estribos.
¿Cuántas mujeres eran golpeadas por sus maridos? ¿Cuántas
cambiarían gustosamente a sus maridos por uno como Luke?
Cada uno de ellas. Decidida a intentar ahuyentar la soledad
que sentía en su compañía, se volvió un poco de lado y le hizo
a Luke la pregunta que se había preguntado desde la primera
vez que olió su piel:
—¿Cuál es la fuente del inusual olor de tu jabón?
—Sándalo —dijo. La luz de una estrella iluminó su mirada
mientras giraba la cabeza para mirarla—. Es un árbol nativo de
mi tierra natal.
—Nunca he oído hablar de él. —No era de extrañar que el
olor la hubiera atrapado.
—Tengo otros aceites en casa que podrían ser nuevos para
ti, y hierbas que traje del este como semillas, que he cultivado
durante años.
Se acercó apollándose en su codo, intrigada.
—¿Qué tipo de hierbas?
Se encogió de hombros.
—Solo conozco los nombres locales de la mayoría de ellas,
no las palabras en inglés. Una se llama regaliz. Otro es opio,
que proviene de la semilla de la amapola silvestre.
—Conozco bien la amapola —le dijo ella.
—No de este tipo. En Jerusalén, las flores crecen tan altas
como un hombre. Sus semillas pueden ser tóxicas además de
medicinales.
Fascinada, se acercó más.
—¿Me contarás más de tu tierra natal? —suplicó—. ¿Y de
Arundel?
Dudó.
—En cuanto a lo primero, te mostraré dibujos en libros que
poseo. Y, sí, te contaré más sobre el lugar en el que nací, si es
que estás realmente interesada. En algún momento, pero no
ahora. En cuanto a Arundel, lo verás por ti mismo mañana. —
Su tono se volvió remoto—. Lo sabrás todo entonces.
Le pareció una respuesta extraña.
—¿Quién vive allí además de tu abuelo? —insistió. Solo le
había dicho que el conde estaba enfermo. Atribuyó gran parte
de su silencio a la preocupación de que su abuelo pudiera
haber muerto durante su ausencia.
Volvió a dudar.
—Hay niños —admitió inesperadamente—. Cuatro de
ellos, a los que encontré en varios lugares. Le gustarás a los
huérfanos, estoy seguro.
Esa era la primera vez que mencionaba a un niño que vivía
en su casa. En la tenebrosa luz del fuego, ella le miró con la
boca abierta. ¿Qué otros secretos guardaba su marido?
—¿Qué quieres decir con que los encontraste?
—Es tarde, Merry —respondió—. No quiero hablar.
Se puso rígida. ¿Por qué pensaba que no le debía ninguna
explicación por nada? ¿Sentía algún placer perverso al dejarla
en la ignorancia? ¿O no la consideraba lo suficientemente
importante como para informarla?
Con una maldición murmurada, Merry se apartó de él y
buscó el otro lado del saco de dormir. Estaba tumbada frente al
fuego y en los oscuros bosques, donde sin duda acechaban los
espíritus. Kit estaba por ahí en alguna parte, haciéndoles
compañía.
¿El fuego moribundo era suficiente para ayudar a los
muertos a encontrar su camino a casa, o los invitaría a su
campamento? Le había preguntado a Luke si podían colocar
una o dos velas a lo largo del camino para animarlos en su
camino. Por supuesto, él se había negado. De alguna manera,
dudaba de que pudiera dormir un instante esa noche.
Una hora más tarde, aún estaba despierta, sus oídos
aguzados por los sonidos del bosque. Sin previo aviso, el
brazo de Luke la rodeó, empujándola hacia la curva de su
cuerpo. Merry dio un gemido ahogado, porque su calor
ahuyentó el frío que no se le había ido desde que se sumergió
en el arroyo. Además, su fuerza la liberó del temor de que
algún espíritu demoníaco les sorprendiese de repente. Ella
estaba a salvo en los brazos de Luke. Cerró los ojos y se
dirigió hacia el olvido.
De repente, su mano se cerró sobre su pecho haciendo que
sus párpados se abrieran una vez más. ¿Sabía él lo que estaba
haciendo?, se preguntó. Muy suavemente, apretó su plenitud.
Merry recuperó el aliento. Jugó con el pezón de ella,
haciéndolo erguir instantáneamente. El deseo la descongeló de
dentro hacia fuera y, sin embargo, en otro momento, supo que
él podía volver a estar distante.
Quizás él volvería a dormirse, supuso. No lo hizo. En
cambio, se acercó más, su sexo una gruesa columna contra los
globos de su trasero. En conflicto, intentó apartarse de él, pero
luego él le acarició el cuello y el placer cayó en cascada sobre
ella, haciendo que se arqueara contra él. De la oscuridad salió
su voz espesa, ronca.
—Hueles bien —murmuró en su oído—. Irresistible.
El resentimiento de Merry vaciló bajo el calor de su ardor.
Su cuerpo estaba dispuesto a someterse a su posesión, pero
ella no podía olvidar que, poco antes, él se había negado
incluso a hablar con ella. Una batalla interna se desató en su
interior. No estaba del todo segura de qué ganaría, si la pasión
o el orgullo.
Por detrás, le deslizó el vestido hacia arriba. Debajo no
llevaba nada, ya que no había querido mojar su camisola o sus
calzas. Tenía la intención de volver a ponérselos por la
mañana. Su mano recorrió la longitud del muslo de ella,
moviéndose hacia arriba.
Si ella no se resistiera a él ahora, sucumbiría a su deseo y se
sentiría aún más vacía más tarde, cuando su amado rostro se
convirtiera en una máscara de fría cortesía. Empujando su
mano de su cadera, ella se alejó de él lo más lejos posible, su
cadera y su hombro tocando las hierbas salvajes junto a su
manta.
—No me toques —ordenó ella, manteniendo su voz
tranquila para que sus hombres no oyeran si alguno estaba
despierto.
Un silencio ominoso —quizás incluso un silencio de
conmoción— siguió a sus inesperadas palabras. Entonces, con
la voz molesta, él le dijo:
—Tengo todo el derecho a tocarte, esposa.
Ella estaba agradecida de escuchar emoción en su tono,
aunque fuera una ligera cólera. Eso le daba el derecho a estar
enfadada a cambio, especialmente, cuando él usaba la ternura
como una señal de propiedad de su persona, como si ella no
fuera más que Suleyman.
—No, no tienes derecho —siseó ella, retorciéndose para
enfrentarse a él—. Te has convertido en un extraño para mí.
Piensa de mí lo que quieras, ¡pero no voy a retozar con un
extraño! —Dejó caer la cabeza sobre la manta.
Su aliento expulsado, que sonaba largo y cansado, llegó a
sus oídos. Se puso de espaldas y miró al cielo visible, ahora
que los árboles estaban desnudos. Ella lo miró durante unos
momentos en silencio. Sin avisar, sacó su mano y agarró la de
ella haciéndola ponerse tensa, pero no hizo nada más.
—Perdóname, Merry. —Su tono áspero, tan lleno de
emoción, la sorprendió—. Hay mucho que pesa en mi mente
en este momento.
La compasión enfriaba el calor de su ira.
—Te preocupas por tu abuelo —adivinó.
—Sí —dijo con brevedad.
—Cuidaré de él cuando lleguemos a casa —prometió.
Giró la cabeza, mirándola en la oscuridad.
—Gracias —dijo más amablemente. Miró hacia el cielo y
un largo momento de silencio se aposentó entre ellos—. ¿Ves
esas estrellas de ahí? —Señaló hacia arriba, atrayendo la
mirada de Merry hacia la cúpula estrellada que tenían sobre
sus cabezas. Las estrellas parecían especialmente brillantes,
más brillantes incluso que la luna resplandeciente.
—¿Cuáles? —Ella se acercó más para ver su brazo.
—Aquellas de allí. ¿Ves la más brillante, la de arriba?
—Sí, la veo.
—Cuando era niño mi padre me enseñó esa estrella antes de
morir. Dijo que solo tenía que mirarla y que mis deseos serían
atendidos.
Él hizo una pausa, dándole la oportunidad de verlo como a
un niño, con sus ojos dorados y sus rizos negros. Su corazón
se ablandó inmediatamente. ¿Se parecería su bebé a él?, se
preguntó, encantada por la posibilidad.
—Mi madre y yo éramos muy pobres después de la muerte
de mi padre —continuó—. Sentimos un profundo aislamiento.
Había oído su historia de Philippe, pero le gustaban los
detalles cuando Luke se los contaba, aunque era casi doloroso
para ella imaginarlo nacer en la miseria y la incertidumbre.
—Vivíamos en las afueras de Jerusalén. La gente había
amenazado a mi madre con apedrearla hasta la muerte si
oscurecía sus puertas. En lo que a ellos respectaba, se había
entregado a un infiel, se había deshonrado a sí misma y a su
familia. Yo era, por supuesto, el engendro del infiel. Mi madre
se resintió conmigo por ello después de la muerte de mi padre,
e hice lo mejor que pude para compensarla.
No sorprendida por la injusticia y la brutalidad perpetradas
por sus semejantes, Merry sintió que su ira se elevaba mientras
seguía embelesada en cada palabra. Ante la idea de una madre
culpando a su hijo, sacudió la cabeza con perplejidad.
—¡Qué injusto! ¿Cómo podría culparte por lo que estaba
más allá de tu control? —Vio cómo él se encogía de hombros.
—En cualquier caso —continuó—, cuando tenía siete años
recordé las palabras de mi padre. Subí a la roca más alta para
desearle a esa misma estrella que nuestras vidas fueran más
fáciles.
Merry sintió que su corazón se hinchaba de compasión. Se
dio cuenta de que ella y Luke tenían algo en común después de
todo. Ambos habían sufrido, ambos habían sido perseguidos, y
ambos perdieron a sus padres a una edad temprana.
—¿Se cumplió tu deseo? —preguntó.
—No de inmediato. Quizás seis meses después. Un inglés
apareció en nuestra cabaña con un puñado de hombres. Me
miró y me llamó «nieto». Le pagó a mi madre una suma de
dinero y me trajo a su casa, a Inglaterra.
—¿No se molestó tu madre al verte marchar? —preguntó,
incapaz de entender a una madre que cambiaba a su hijo por
monedas.
—No, realmente —dijo ecuánime—. Parecía aliviada más
que nada. No estoy seguro de si su vida se hizo más fácil por
mi partida, pero no habría podido ir a peor.
—¿Estabas feliz de dejar tu casa?
—Encantado. Fue el milagro que deseaba. Mi padre me
había hablado de Inglaterra y de lo verde que era. También
sobre los castillos y lo grandiosos que eran. Todo lo que
siempre quise fue verlo con mis propios ojos. De repente, iba a
vivir allí con un hombre que se parecía a mi padre, un hombre
que tenía dinero para comida y caballos. ¿Qué más podría
querer un chico? Pasé de los harapos a la seda. Hasta el día de
hoy, miro a esa estrella y me maravillo de mis circunstancias.
Merry miró hacia arriba, al brillante punto de luz. Debido a
la historia de Luke, la estrella pareció de repente eclipsar a
todas las demás que la rodeaban. Sin una palabra para expresar
su gratitud —tanto a Luke por haberle dicho algo de sí mismo
como a la estrella por haber oído su deseo—, puso su cabeza
sobre su hombro y lo abrazó.
—Ah, Merry —murmuró abrazándola. Soltó un profundo y
preocupado suspiro.
Ella esperó a que él volviera a hacerle el amor. Ahora que
él le había dado algo de sí mismo, ella renunciaría a su terco
orgullo. Sin embargo, no hizo ningún movimiento para
hacerlo. En vez de eso, besó la parte superior de su cabeza de
una manera que golpeó el corazón esperanzado de Merry con
ternura. Momentos después, escuchó sus suaves ronquidos.
Capítulo 16

West Sussex, noviembre de 1155 d.C.

L ejos al sur, la tierra por la que cabalgaban le pareció a


Merry más dócil que los páramos salvajes de su hogar.
Bosques de haya y arce, con solo unas pocas hojas brillantes,
salpicaban de color las suaves colinas inclinadas. Los valles
estaban divididos en rectángulos, todos de diferentes tonos de
marrón y verde. Los campos no habían sufrido ninguna sequía
aquí, pero daban todos los indicios de un rendimiento
saludable. En una gran parcela, el trigo de invierno rodaba
bajo la maleza del viento; en otra, el centeno plumoso de
cuatro pies de altura esperaba la cosecha. Un arroyo de cristal
corría entre sauces en busca del mar.
—Ya estamos cerca —dijo Luke.
Discerniendo tensión en su tono, ella lo miró de reojo. Se
había quitado el yelmo, y mientras cabalgaban a través de un
bosquecillo de robles blancos, las sombras de las ramas caían
sobre su rostro en rápida sucesión. La preocupación le había
puesto un pliegue permanente en la frente. Ella sabía que él
estaba pensando en su abuelo y deseaba darle la seguridad que
necesitaba, pero la vida, ella lo sabía, era algo frágil. Era muy
posible que su abuelo ya hubiera desaparecido de la tierra.
—Allí —dijo de repente, señalando el horizonte—, mira
más allá de esa colina.
Merry siguió su dedo y vio el contorno de un tejado, uno
con almenas que creaba un patrón como una corona.
—¡Lo veo! —afirmó, incapaz de alzarse sobre los estribos
para ver mejor.
Mientras bajaban a través de un valle y subían por la colina
opuesta, Arundel tuvo una vista gloriosa, una majestuosa y
magnífica estructura de piedra. ¡Su nuevo hogar!
Su cuero cabelludo se erizó de asombro mientras observaba
sus majestuosas proporciones. Levantándose desde las orillas
de zafiro del río Arun y construido sobre terraplenes de tierra,
asomaba en un majestuoso esplendor, custodiado por un
inmenso muro cortina hecho de piedra de Caen de Normandía
y piedra de la abadía de Quarr, de la isla de White, le informó
Luke con una nota de orgullo. No podía ver nada más allá de
la gruesa muralla, excepto el techo del castillo, colocado como
una corona sobre un trono.
Cuidadas casitas de campo con sus propios jardines
vallados acurrucadas en la base de la pared exterior, como
leales súbditos que hacen la corte. Cuando se acercaron, las
mujeres y los niños salieron corriendo a saludarlos. La
mayoría de los soldados se salieron de la fila y se dirigieron a
sus casas.
Merry, Luke y los solteros que habían permanecido a su
servicio durante todo el año se agolparon sobre el puente
levadizo y bajo la imponente puerta de la entrada. Una vez
dentro del patio del castillo, se sorprendió al ver que no había
ninguna sala exterior o interior. Más bien, los terrenos del
castillo estaban divididos en dos pabellones por una pasarela
elevada que los guiaba hacia arriba, hacia el torreón central.
Mirando por encima de la pared, y luego hacia la torre del
homenaje, se dio cuenta de que había sido construida sobre
una loma de, al menos, cien manos de altura.
Era como ascender al cielo, se maravilló.
Debajo de ellos, en los pabellones este y oeste, y desde las
ventanas de la torre del homenaje, muchas almas les hacían
señas y les saludaban. Sintiendo su curiosa mirada, se
preguntaba por sus conclusiones. ¿La tomarían por una
campesina? El vestido que llevaba para viajar se había
desteñido del azul huevo de un petirrojo a gris monótono.
Estaba deshilachado y polvoriento por las horas que habían
pasado en el camino.
Pasando por debajo de un portillo elevado, entraron en el
vientre de la torre del homenaje, un patio a escala reducida,
meticulosamente barrido, con puertas y ventanas por todas
partes donde miraba. Una banda de niños irrumpió
repentinamente a través de una de estas puertas, tropezando
unos con otros en su apuro por saludar primero a Luke.
¡Los niños!, recordó Merry.
—¡Mirad, mi señor! —gritó el primer niño en llegar a ellos
—. ¡Encontré una rana en el cuerno de tinta de dame Maude!
—Levantó a una pequeña y descontenta rana negra para que la
inspeccionara.
—Me pregunto cómo llegó allí. —Luke meditó, mirando al
chico más grande que sonreía detrás de él—. Creo que lo
mejor es ponerla en el agua —agregó, bajándose de la silla de
montar.
Todos los niños trataron de saltar sobre él a la vez.
—¡Lord Luke! —gritaron, compitiendo por su atención—.
¿Qué nos trajisteis? —preguntó un alma valiente.
Una sonrisa de perplejidad tiró de la boca de Merry. La
visión de ellos rodeando al majestuoso Fénix como si fuese un
juguete la hizo revaluar a su marido. ¿Quién iba a imaginar
que tendría tanta debilidad por los niños? A estos los había
recogido, claramente, en el curso de sus viajes, pues la niña
más pequeña era tan oscura como un gitano, la pareja de
hermanos era rubia, y el hijo mayor era un joven con pecas en
la cara.
Luke metió la mano en una de sus alforjas.
—¿Habéis sido todos lo suficientemente buenos para los
regalos? ¿Le hicisteis caso a la enfermera?
—Sí, sí —gritaron todos a la vez.
El corazón de Merry se ablandó cuando él le regaló a la
niña más joven una muñeca de peluche cosida y rellena de
hilo, de cabello tan oscuro como el suyo; los hermanos rubios
recibieron cada uno una bolsa de jengibre azucarado que Luke
había comprado en el viaje de regreso a casa; y el hijo mayor
recibió una daga toscamente tallada, su primera daga, por la
mirada de asombro que tenía en su cara pecosa.
Como testigo del placer en los rostros de todos los niños,
Merry puso una mano sobre su vientre todavía plano y pensó
en la suerte que había tenido su hijo al ser de Luke.
En ese momento, una mujer mayor con los dedos
manchados de tinta y las mejillas agradablemente rellenas hizo
su aparición. Con una reverencia a Luke, llamó a los niños a
sus estudios, amenazándolos con encerrarlos en la guardería.
—Tened piedad, Maude —dijo Luke, haciendo que la
mujer abandonara su severo semblante y volteara los ojos—.
No he visto a los niños en cuatro meses. Además, hay alguien
aquí que quiero que conozcan, y vos también —añadió,
haciéndole señas para que se acercara.
Se acercó al caballo de Merry y la ayudó a bajar de la silla
de montar.
—Todos, esta es mi esposa, lady Merry —dijo en un tono
neutro que no traicionó ni orgullo ni temor, aunque el
estómago de Merry se apretó para escuchar su nuevo título.
—Merry —añadió, señalando a cada niño de mayor a
menor—, estos son Rauf, Peter, Heloise y Edeline.
Cuatro pares de ojos en tonos que iban del avellano al azul
y al marrón se habían ensanchado hasta alcanzar el tamaño de
un centavo, a medida que se conocía la identidad de Merry.
Todas sus bocas se abrieron. Luego, guiados por Maude,
recordaron sus modales y se inclinaron o hicieron una
reverencia.
—Y esta es su enfermera y tutora, dame Maude —agregó
Luke.
Maude le hizo una reverencia, su expresión reflejando una
franca curiosidad.
Merry hizo una reverencia automática a todos ellos, sus
rodillas temblando mientras esperaba algún tipo de juicio:
risas o una despreciativa mueca de desprecio, o, simplemente,
una exclamación de incredulidad. Sin embargo, después de su
asombro inicial, los niños rieron con deleite.
—¿Dónde os encontró? —preguntó el mayor, Rauf, como
si Luke hubiera descubierto a Merry bajo una roca o tras un
arbusto de brezo.
—¿Queréis ser nuestra mamá ahora? —preguntó la
pequeña Edeline, con sus ojos marrones llenos de asombro.
En ese momento, Kit sacó la cabeza de su alforja, evitando
que Merry tuviera que responder.
—¡Un gatito! —gritó la niña mayor. Heloise, recordó
Merry.
Liberando a Kit de su recinto, Merry lo sostuvo un
momento para calmarlo en este nuevo y ruidoso lugar. Luego,
después de acariciar su pelaje y murmurar palabras
tranquilizadoras, se volvió hacia Heloise, que parecía estar
totalmente enamorada de él.
—¿Cuidarás de él por mí? —pidió ella—. Al principio,
podría estar un poco nervioso —añadió mientras la cara de la
niña se iluminaba de placer. Kit se acomodó inmediatamente
en los brazos de Heloise, lo que le hizo arrullarlo
maternalmente—. Puedes ir a buscarme si me necesitas —
aseguró Merry a la chica.
Luke puso fin a las bromas.
—Mi señora ha tenido un largo viaje y necesita descansar
—dijo a los niños—. Ve con dame Maude ahora y termina tus
lecciones.
Todos ellos obedecieron, aunque eso no impidió que Peter
pusiera su rana bajo la nariz de Edeline para hacerla gritar.
Merry abrió la boca para comentar la vivacidad de los
niños, pero fue cortada por la aparición de un jorobado que
entabló una breve conversación con Luke. Presentado como
Ewan, el hombre se volvió y tomó las riendas del caballo de
Merry, partiendo hacia los establos sin decir nada más. Los
soldados restantes ya se habían ido a cuidar sus monturas,
incluido Erin, que se había llevado a Suleyman.
Luke la sorprendió al tomar su mano.
—Ewan dijo que mi abuelo vive. ¡Ven, vamos a verlo ahora
mismo!
Con sus pies girando, Merry se apresuró a seguirle el ritmo.
El abuelo de Luke, el señor de todo aquello, tendría una
opinión de ella, una que pesaría mucho sobre Luke si era
desfavorable.
Al entrar en la gran sala, su preocupación se convirtió en
una gran consternación. La sala en sí estaba más allá de lo que
ella se había imaginado. Tapices ornamentados cubrían las
paredes. En lugar de juncos, las costosas alfombras orientales
amortiguaron sus pasos en las losas. Una inmensa mesa
dominaba toda la pared norte; una chimenea moderna ocupaba
la otra. Las ventanas altas y ajimezadas mantenían los vientos
otoñales en el exterior, mientras que las escaleras retorcidas
desaparecían en el cuarto muro, dando acceso a los niveles
superiores.
Luke fue inmediatamente asaltado por los sirvientes, que
abandonaron inmediatamente la mesa alta para saludarle.
Merry apartó la mirada de los exóticos tapices y de las
coloridas urnas para evaluar a los habitantes del castillo.
Aunque Luke la tomó de la mano, no se tomó el tiempo para
presentarla, pues estaba ansioso por llegar al conde.
Simplemente, reconociendo a los sirvientes como un grupo, y
diciéndoles que iba directo a lord William, corrió hacia las
escaleras tirando de ella junto con él.
En el último momento, se soltó de su agarre y se quedó
detrás de él.
—Quizás deberías ir solo —sugirió ella—, y avisarle
primero. Estoy feliz de quedarme aquí. —Ella retrocedió más,
sin querer enfrentarse a la posibilidad del rechazo de su
abuelo.
El sonido de pasos ligeros interrumpió la protesta de Luke.
Merry levantó la vista para ver a una mujer opulenta que
descendía hacia ellos. Su pelo rubio pálido estaba cubierto por
un velo tachonado de perlas que combinaban con su vestido de
color crema, también con adornos de perlas. Dudó al ver a
Merry, luego, evidentemente, retiró la mirada y dirigió sus
palabras solo a Luke.
—Estás en casa —dijo con la voz fría, pero acogedora—.
Qué sorpresa. No te esperábamos hasta Navidad.
Una rápida mirada a Luke reveló a Merry su expresión de
aturdimiento. Aparentemente desconcertado, por un momento,
no le devolvió el saludo a la mujer, sino que esperó a que ella
se le acercara. Lo hizo, extendiendo ambas manos, con la
sonrisa preparada y practicada en sus labios teñidos de rosa.
Merry sintió una oleada de envidia cuando las fuertes manos
de Luke se cerraron sobre las de la desconocida.
—Amalie —dijo. Había algo más que una pizca de
preocupación en su tono—. ¿Qué te trae a Arundel?
Merry se congeló, repentinamente incapaz de moverse, de
respirar. Ni siquiera en sus peores fantasías se había imaginado
el encuentro con la prometida de Luke tan pronto. Además, no
podía imaginarse que fuera tan extraordinariamente refinada
y… fría. Quizás, fue su mirada desdeñosa y helada, en
marcado contraste con las cálidas sonrisas de los niños, lo que
la hizo parecer tan distante.
—He estado cuidando a tu abuelo, por supuesto —
respondió Amalie con un leve reproche—. No había nadie más
que instruyera a los sirvientes, pobre hombre. Confío en no
haberme pasado de la raya. Después de todo, seremos una
familia en unos meses —agregó con una mirada
condescendiente.
Oh, cielos, ¡era incluso peor de lo que ella temía! Merry
casi se tambaleó hacia atrás cuando un repentino mareo la
atacó. Ella había asumido que Luke había escrito para
informar a la mujer de su compromiso roto, quizás enviando
una misiva con uno de sus soldados. Claramente, no lo había
hecho. La dama no tenía ni idea de que se había casado con
otra persona y, por un breve instante, Merry se encontró
sintiendo lástima por la prima del rey.
Entonces, Luke le echó un rápido e incómodo vistazo. ¡Las
heridas de Dios! Obviamente se resistía a decir quién era ella.
Su repentino mareo se convirtió en sudor frío. Sabía que había
palidecido, porque sus piernas se estaban debilitando.
—¿Quién es esta mujer? —preguntó Amalie, sin dejarle
espacio para eludir el tema.
—Lady Merry —contestó neutralmente. Mirando entre las
mujeres, añadió—: Amalie Plantagenet —completó las
presentaciones—. Traje a Merry aquí para atender a mi abuelo
—añadió, enviando un destello de advertencia a Merry para
que se callara.
¡La sangre de Santa Ana! No la había presentado como su
esposa. El suelo empezó a levantarse ante ella. Luke no la
miraba, no veía la reacción que sus palabras traicioneras
habían producido. Solo miraba a Amalie.
—Ella es famosa por su curación —agregó, cortando todo
lo que Merry podría haber dicho para contradecir su
afirmación.
—¿En serio? —La prima del rey miró a Merry con
discernimiento, y luego le dijo a Luke—: Ella misma parece
medio enferma, casi enferma.
Luke la miró una vez más, dándole la más mínima sonrisa
de aliento a la que Merry no pudo responder. En vez de eso, se
dedicó a respirar hondo, con la esperanza de devolverle el
color a su rostro, y evitar un colapso a los pies de esa mujer.
Apoyada en la pared, se abanicó con la mano y dejó que Luke
siguiera hablando.
—No, solo siente los efectos de nuestro largo viaje.
Necesita descanso y sustento. ¿No es cierto, mi señora?
Merry asintió con la cabeza, deseando en ese momento
estar en cualquier otro lugar y, preferiblemente, acostada.
—Ahora la iba a llevar con mi abuelo. ¿Cómo está el
conde? —preguntó Luke.
Merry apenas escuchó la respuesta de Amalie, excepto para
enterarse de que había pedido consejo al propio cirujano real.
—Te aseguro —dijo Amalie, cuadrando sus hombros con
indignación de reina—, que si el cirujano real no puede
ayudarlo, esta mujer tampoco podrá.
—Eso está por verse —dijo Luke, anticipándose a nuevos
argumentos—. Iré a verlo inmediatamente, pero quizá la
señora deba descansar antes de visitarlo. —Hizo un gesto para
que Merry diera un paso al frente.
Al apartarse de la pared, no estaba segura de cómo la
sostendrían sus rodillas. Cuando regresó a su lado, oró para
que Luke la reconociera ahora como su esposa. Seguramente,
su sorpresa al ver a Amalie había pasado, al menos, lo
suficiente como para que él le dijera que su contrato
matrimonial había sido cancelado.
—Iré contigo —se ofreció Amalie.
—Me gustaría hablar con él a solas —insistió Luke,
cogiendo el brazo de Merry. Se acercó a ella, dándole un
apretón de manos en silencio.
Se dio cuenta, entonces, de que no tenía intención de
decírselo a Amalie en ese momento, no delante de ella.
Deseaba guardar su secreto a la prima del rey el mayor tiempo
posible, aunque ya había errado al decírselo a los niños. Sin
duda, si hubiera sabido que su prometida estaba dentro, no se
lo habría dicho, porque debía de darse cuenta de que se le
estaba acabando el tiempo. La noticia de que lord Luke se
había casado ya habría llegado a todos los rincones del castillo
a través de Maude y los niños, y cualquier otra persona que
hubiera estado en el patio. Para la cena, Amalie lo sabría, de
una forma u otra.
«¿Por qué jugaría él a un juego así?», se preguntó ella con
pánico privado.
Manteniendo su mirada fija en Luke, quiso que dijera la
verdad. Por el rabillo del ojo, vio la propia mirada de Amalie,
quizás sacando la conclusión de que Merry era la mujer de
Luke. Con un fuerte ataque de indignación, Merry abrió la
boca para corregirla, pero la presión de los dedos de Luke
aumentó mientras la empujaba alrededor de Amalie y subía las
escaleras. Al llegar al segundo nivel, ella se liberó de sus
garras.
—¿Por qué no se lo dijiste? —preguntó, temblando con la
fuerza de su consternación.
—Por favor, baja la voz —advirtió, caminando rápidamente
por el pasillo. Al final, se detuvo y se volvió hacia ella, su cara
dibujada en el sombrío pasillo—. Lo siento —dijo
inmediatamente—. Tienes todo el derecho a estar enfadada
conmigo. ¡Confieso que no esperaba encontrarme con Amalie
tan pronto!
—¡Tan pronto! ¡Hemos estado casados durante casi dos
semanas! Seguramente, podrías haberle enviado una misiva
diciéndole que las circunstancias habían cambiado.
Se frotó la frente, revelando todo el alcance de su tensión.
—Como dije, no sabía que estaba aquí. Cualquier mensaje
que enviara habría ido al castillo de Wallingford, de todos
modos. Además, escribir para decirle a la prima del rey que ya
no me quiero casar con ella… no es así como se hacen las
cosas…
Ella lo cortó.
—No, puedo ver que no lo es. La forma en que se hace es
humillándome. Después de todo, ¿quién soy yo sino la mujer
con la que te casaste? Aparentemente, me trajeron aquí solo
como curandera para tu abuelo.
—Eso no es verdad —contestó, con una voz que temblaba
de sentimiento—. No tenía intención de humillarte. Pero
tampoco podía humillarla a ella. Eso sería una tontería por mi
parte en este momento y podría ser peligroso. Esperaba
decírselo a Enrique en persona para evaluar su estado de
ánimo y tomar medidas para apaciguarlo. Entonces, se lo
habría dicho a Amalie. —Ella se esforzó mucho por creerle,
trató de desterrar la traición que apretaba su corazón—. Estoy
caminando por una delgada línea, Merry —continuó, sintiendo
su lucha—. Ten paciencia conmigo y déjame trabajar en ello.
Su seguridad no podía abolir su dolor.
—¿Cuándo se lo dirás?
—Pronto —le prometió—. Antes de que los niños y Maude
se las arreglen para hacerlo.
—Entonces, quizás solo tienes horas, si no minutos —
murmuró ella, intentando sacar consuelo de su promesa.
—Tiene poca interacción con los huérfanos —suspiró—.
Sin embargo, sin duda, tendré que decírselo apresuradamente y
antes de que pueda arreglar una visita a Enrique como
esperaba.
Su cara mostraba la tensión bajo la que estaba, y Merry se
encontró sintiendo, repentinamente, lástima por él. Estaba en
un aprieto. Entonces, su expresión se iluminó.
—Déjame presentarte a mi abuelo —la instó—. Su
habitación está al final del pasillo.
—No me siento bien —insistió—, Amalie lo notó. Necesito
recostarme.
Él no podía discutir eso; después de todo, ella llevaba a su
hijo. Solo quería enterrar su rostro en una almohada y
derramar las lágrimas que presionaban sus ojos. Cierto, ella
había temido ser rechazada por los de Arundel. Sin embargo,
sentía como si el mismo Luke la hubiera rechazado.
Él la miró en silencio.
—Te mostraré nuestra habitación —dijo, debidamente
subyugado—. Puedes conocerlo después de descansar.
Llevándola por un pasillo curvilíneo, se detuvo ante una
puerta doble, cuyas dos mitades creaban un elegante arco
apuntado. Insertó una llave en el herraje negro de la puerta
izquierda y luego la abrió de par en par.
Merry tomó nota apática de la cama elaboradamente tallada
y de las paredes encaladas que la confrontaban. Encantadora
pero prohibitiva, como todo lo relacionado con su nuevo
hogar, que estaba por encima de su posición esperada en la
vida. Puso los ojos en blanco ante su propia estupidez: ¿había
pensado, realmente, en ser la dama de un futuro conde?
Cruzando la habitación, se subió a la gruesa alfombra de
lana que anclaba la cama. Cortinas púrpuras de damasco con
hilo de oro le impedían llegar a su destino. Las apartó
tímidamente. Al mismo tiempo, vislumbró un desafortunado
reflejo de sí misma en el espejo más claro que jamás había
visto, colgado de la pared más cercana. Un grito de horror
llenó sus pulmones. A pesar de haberse lavado en el arroyo la
noche anterior, su cara y su cabello estaban cubiertos de polvo.
El dobladillo de su vestido estaba aún más desgastado de lo
que se había imaginado, y no podía adivinar qué clase de
suciedad, incluso el sudor de un caballo, cubría su falda. Pensó
en la exquisita Amalie y su interior se marchitó.
Ni siquiera debería estar de pie junto a la exquisita cama,
como un cerdo fangoso en el palacio del rey. Sin embargo,
obligada por su cansancio, Merry se metió sin decir palabra en
la oscura caja blanda. El colchón, en sí mismo, estaba cubierto
por una funda de seda púrpura que combinaba con las cortinas
colgantes. Los colores del Fénix. Ella suspiró y se derrumbó,
boca abajo, consciente de que Luke aún no se había movido de
su posición.
—Déjame —dijo ella, deseando más que nada estar sola.
Cerrando los ojos contra todo el rico color púrpura, esperó,
con sus párpados ardiendo.
Silencio. Entonces, por fin, oyó a Luke retirarse y cómo
abría la puerta.
—¿Estarás bien? —le preguntó—. ¿Hay algo que quieras?
¿Quizás un poco de vino?
Ella lo consideró. Había algunas cosas que quería, sí, pero
nada de lo que él le pudiera dar en ese momento marcaría la
diferencia. Entonces, recordó su apariencia.
—Me gustaría un baño —dijo tontamente—. Mi baúl
también. —Clarisse había tenido la amabilidad de regalarle no
solo su vestido de novia, sino también suficientes vestidos
para que pudiera mantener su dignidad de nueva dama
residente en Arundel, hasta que pudiera conseguir más
material.
A pesar del mal comportamiento de Luke, Merry no se
avergonzaría a sí misma ni a su familia de du Boise cuando se
presentara a cenar. El clic del pestillo de la puerta hizo que se
pusiera en marcha. Luke se había ido. Cerraba la puerta sin
decir nada más. ¿Qué esperaba ella? Más promesas vacías.
El miedo a la desaprobación que había sufrido durante su
boda se había hecho evidente por fin.

Un golpe en la puerta la sorprendió. Desorientada, se asomó


desde la cama a la suntuosa habitación y vio un gran cofre de
madera con bandas de cuero, un gran escritorio con patas tan
gruesas como troncos de árbol y un lavabo de mármol
colocado sobre un soporte de ébano. Jarrones de cuello largo y
coloridos tapices completaban la decoración. De alguna
manera, antes había pasado por alto el inconfundible aroma
del aceite de sándalo de Luke que flotaba en el aire. Solo el
aroma calentaba su cuerpo, ya que ahora asociaba el aroma
con la piel desnuda de Luke.
Un segundo golpe la llevó a mirar las enormes puertas
dobles.
—Entrad —dijo ella, dándose cuenta un momento después
de que su voz era demasiado suave—. Entrad —repitió más
fuerte.
Una puerta se abrió rápidamente y entró una joven.
—No deseo molestaros —dijo, haciendo una reverencia—.
Su señor pidió que trajeran sus cosas y también un baño.
Merry asintió a la sirvienta de pelo castaño, solo unos
pocos años más joven que ella. Sorprendida de haberse
quedado dormida debido a su confusión, descubrió que, de
hecho, se sentía descansada tras su breve siesta, aunque su
boca estaba seca por la sed. Para su satisfacción, la joven
sirvienta llevaba una bandeja con un cáliz y una jarra.
—Aguamiel, lady d’Aubigny —dijo la chica, notando el
interés de Merry.
Merry se encogió ante el título, aparentemente, la noticia se
había difundido. Aunque había nacido como una dama,
también había sido una niña salvaje toda su vida, y ni en su
casa ni en el convento había vivido en un lugar donde se la
había tratado formalmente. A esto llevaría tiempo
acostumbrarse.
La sirvienta se apresuró, volvió a hacer una reverencia
mientras Merry se sentaba, y luego vertió el líquido dorado en
la copa antes de dárselo. Merry tomó un largo trago.
—Es delicioso —admitió.
—Sí, el conde siempre ha tenido un apicultor, y nuestro
aguamiel es conocido en todas partes por sus cualidades dulces
y florales. —La niña se dio la vuelta para dejar la bandeja en
el suelo, y luego se giró de nuevo—. Por supuesto, deberíais
estar bebiéndolo ahora y, por lo menos, por quince días más.
—Mi luna de miel —murmuró.
—Sí —dijo la chica.
Merry se lo tragó, tratando de no sonrojarse.
—Decidme vuestro nombre —le pidió ella.
—Soy Tilly —dijo la sirvienta, y volvió a hacer una
reverencia—. Detrás de mí, están Gavin y Gavin, el más
joven. —Miró por encima de su hombro—. Vamos, traed el
baño de nuestra dama.
Dos hombres, uno mayor y otro más joven, pero tan
parecidos como dos guisantes en una vaina, entraron portando
una de las bañeras de madera más grandes que había visto
Merry. Dos podían caber fácilmente en ella, pero era para ella,
aparentemente. Detrás de ellos, un riachuelo de sirvientes
llevaba cubos. Eran al menos ocho y cargaban dos cada uno.
«Mercy», pensó Merry, asombrada al ver a tanta gente
haciendo lo que Tilly les.
—Hemos calentado el agua a ebullición —se jactó Tilly,
señalando innecesariamente al agua que se vertía en la bañera
—, y tenemos piedras calientes para mantenerla así.
Con eso, dos jóvenes con cubos de cobre entraron y
arrojaron piedras en su baño, causando que chisporroteara y se
empañara.
—Cuidado. No ensuciéis la alfombra —ordenó Tilly.
Otro hombre llevaba vestidos sobre su hombro que dejó
cuidadosamente sobre el baúl que ya estaba en la habitación.
—Todos fuera —ordenó Tilly, desafiando a su joven edad
con su tono de mando—. ¿Puedo ayudaros a desvestiros, mi
señora? —preguntó—. Lord Luke dijo que yo iba a ser vuestra
asistente personal.
Halagada, Merry pensó inmediatamente en su marca de
nacimiento y casi rechazó la oferta. Sin embargo, la sirvienta
no solo pensaría que era extraña, sino que ya estaba radiante
ante la perspectiva de ser la ayudante de la nueva esposa. Así,
con un asentimiento de acuerdo, Merry decidió que podía
ocultar la marca de nacimiento deslizándose en el agua tan
pronto como se quitara la bata. Lo último que necesitaba era
hablar de la marca del diablo en su nuevo hogar.
Saliendo de la cama para desvestirse, Merry pronto se
encontró envuelta en agua caliente. Tilly la enjabonó y lavó su
cabello, pidiendo después que inclinara la cabeza hacia atrás
para poder enjuagarla con vinagre de sidra de manzana.
Para alivio de Merry, no tuvo que hablar mucho de su
desafortunada historia, ya que la sirvienta estaba feliz de llenar
el silencio con su conversación unilateral. Escuchando, Merry
aprendió mucho del abuelo de Luke, que según Tilly era muy
cariñoso. Amalie, por otro lado, a Tilly no le importaba.
—La forma en que irrumpió aquí y pensó que estaría
durmiendo en la habitación de lord Luke mientras él no
estuviera. ¿Podéis imaginarlo?
Merry asintió mientras se sentía muy contenta de no haber
tenido que presenciar la ropa de cama arrugada de Amalie o
ver cómo se llevaban sus cosas de la habitación de Luke.
—Qué sorpresa oír decir que se fue y que consiguió otra
esposa. Y una encantadora. —Tilly volvió la cara para sonreír
directamente a Merry.
Merry sintió que se le encendía la cara.
—Gracias.
—Pero la verdadera conmoción será para lady Amalie —
continuó Tilly—, y eso no es mentira. En nombre de todas las
cosas santas, si tuviera una onza de sangre roja en ella, sin
duda la oiríamos gritar cuando las noticias lleguen a sus oídos.
Es tan fría como una serpiente, si me disculpáis por decirlo.
Merry asintió. Obviamente, a la niña le importaba poco si
se le excusaba por sus chismes, pero Merry tomó nota de ello.
Si la situación cambiaba y las historias fueran sobre ella,
entonces, no tenía duda de que Tilly estaría diciéndoles a todos
que su nueva dama era una bruja.
Algún tiempo después, el gemido de la puerta al abrirse atrajo
la atención de Merry del diario de Luke, que había descubierto
después de su baño. Aunque aún estaba cansada del viaje y
sentía como si pudiera volver a dormirse si cerraba los ojos,
había estado totalmente absorta en la fascinante crónica de sus
viajes.
Esperando ver a Luke, que había estado ausente desde su
llegada, sus ojos se abrieron de par en par con consternación al
contemplar a Amalie de pie en la entrada. Desde su situación
ventajosa junto a una pequeña ventana con una vista
impresionante del valle, vio a Amalie contemplar la cama
arrugada y el baño que aún no había sido retirado. Su mirada
giró entonces hacia Merry, sentada en la gran silla de roble con
una vela encendida a su lado.
El miedo atravesó a Merry mientras la mujer caminaba
hacia ella, sus faldas crujiendo siniestramente en el incómodo
silencio. Al detenerse ante Merry, Amalie se cruzó de brazos y
sujetó a Merry a la silla con una mirada que no era nada
acogedora.
Era imposible saber si la mujer había oído la noticia o no.
Sintiéndose en clara desventaja, Merry dejó el diario de
Luke cuidadosamente a un lado y se puso de pie lentamente.
Vestida con un vestido verde pálido de lana ligera, su cabello
ahora lavado, secado y peinado, se sentía mejor equipada para
enfrentar a esta adversaria real que cuando se habían conocido
antes, a pesar de ser media cabeza más baja que Amalie. Aun
así, ella preferiría no haberla visto de nuevo sin Luke a su
lado. Aparentemente, no tenía elección.
Las llamas de las muchas velas doraban el cabello rubio
plateado de la dama y hacían que sus ojos azules pálidos se
asemejaran a los de las piscinas cubiertas de hielo. Cuando las
palabras finalmente se formaron en los labios de Amalie, no
fueron lo que Merry esperaba.
—Pobre tonta —se lamentó, aunque ni una gota de simpatía
calentó su tono—. Creéis que os habéis salvado, ¿no? Un
caballero oscuro os ha rescatado de una vida de desesperación
y os ha convertido en su bella esposa. ¿Estoy en lo cierto?
Merry se quedó tan fría como el lavabo de mármol.
¿Cuánto le había contado Luke a Amalie de sus
circunstancias? De una cosa estaba segura: no había
mencionado que era buscada como hereje. Le había prometido
que nadie en Arundel lo sabría. Sin embargo, no pudo pensar
en una respuesta al desaire de Amalie, por lo que permaneció
en silencio, habiendo aprendido de su trato con la priora que
sus palabras, a menudo, empeoraban las cosas.
—Luke mencionó que le salvasteis la vida. Elogió vuestras
maravillosas habilidades curativas. —Amalie ladeó la cabeza
y miró a Merry con una mirada insolente—. Creo que lo
cautivasteis con vuestras otras habilidades, ¿sí?
Merry sintió calor en la cara. ¡Esta mujer casi la estaba
llamando puta!
—Sin embargo, hombres como Luke hacen deporte a
menudo y lo hacen sin proteger su nombre. Entonces, ¿por qué
se ha casado con una don nadie de Heathersgill? —Agitó su
cabeza rubia, perpleja.
Aunque sus pensamientos se aceleraron, Merry se calló,
optando por dejar que Amalie llegara a sus propias
conclusiones.
—Dejadme adivinar. —La mujer se golpeó con un largo y
enjoyado dedo en la barbilla—. ¿Será que os dejó
embarazada? —Miró fijamente a la cara de Merry y, por lo
visto, fue recompensada con el estallido de sorpresa en los
ojos de Merry—. Ah, ya veo. —Chasqueó la lengua y miró a
su rival con fingida piedad—. Qué noble —comentó—. Por
supuesto, rescatar y asumir responsabilidades es precisamente
lo que hace Luke. Durante años, ha dado un hogar a los niños
abandonados y a los inadaptados. Sois un poco vieja, sin
embargo, para un papel tan patético, ¿no creéis?
El corazón de Merry había empezado a latir tan fuerte que
su vientre resonó como un eco.
Amalie le lanzó otra mirada de consideración.
—Sabía que nunca se casaría con una mujer de vuestra
posición por su propia voluntad. Por supuesto, cuando se trata
de niños, no piensa como los demás hombres.
En su mente, Merry volvió a ver a los niños. Incluso el
jorobado podría haber sido traído a Arundel debido a su
deformidad. Era fácil imaginar que Luke la consideraba,
rechazada como estaba por la sociedad y excluida de su casa
en Heathersgill, como otra marginada a la que él había
rescatado.
Amalie asintió con la cabeza.
—Bien jugado, debo decir —alabó—, aunque a la larga no
sea aconsejable. Al menos para vos.
—No sé a qué os referís —dijo Merry. Si la mujer la dejara
en paz, podría pensar.
Sin embargo, la prima del rey no había terminado.
—Por parte de Luke, este matrimonio apresurado es muy
inteligente. Él obtendrá un bebé de vos. Al mismo tiempo,
sabe con absoluta certeza que Enrique nunca tolerará vuestra
ridícula alianza. —La mujer hizo un gesto de desdén con una
delicada mano blanca—. Enrique exigirá la anulación, y vos…
se detuvo y agitó la cabeza con una expresión de lástima en su
rostro perfecto—, bueno, seréis enviada de vuelta al lugar de
donde vinisteis. —Amalie se encogió de hombros y parpadeó,
sus ojos tan duros como un estanque congelado en invierno—.
Siento mucho derribar vuestras ambiciones —añadió. Luego
dejó que su mirada se desviara hacia la arrugada ropa de cama
—. Tal vez, si tenéis suerte, él os mantendrá como su amante
—añadió, burlándose de ella—. Sin embargo, incluso vos
debéis daros cuenta de que él nunca quiso manteneros como su
esposa. —Con un movimiento de seda, Amalie le dio la
espalda a Merry y caminó con gracia hacia la puerta—. Os
deseo lo mejor con el viejo conde —añadió por encima del
hombro—. En mi opinión, ha sobrevivido mucho tiempo a su
utilidad. Lo más amable que podéis hacer por él es
envenenarlo.
Con esas impactantes palabras, se escabulló de la
habitación tan familiarmente como había entrado.
Merry miró la puerta cerrada hasta que los granos del roble
se enfocaron. Rememoró cada palabra que Amalie le había
dicho, luego cerró los ojos y apretó la mano contra su frente.
Las náuseas se elevaron y luego retrocedieron. Sus dedos
temblaban. ¿Exactamente, cuánto le había dicho Luke a la
mujer? ¿Amalie, simplemente, había adivinado que Merry
estaba embarazada o Luke había inventado excusas para
casarse con ella? ¿Había insinuado que la buscaban por bruja?
Después de todo, Amalie había recomendado envenenar al
conde, como si hubiera sabido que Merry había intentado
envenenar a la priora. Seguramente, Luke nunca habría
revelado sus secretos más oscuros. No cuando le prometió que
empezaría su vida de nuevo con él.
A menos que lo que había dicho Amalie fuera cierto. A
menos que Luke hubiera esperado todo este tiempo a que
Enrique insistiera en una anulación, declarando su matrimonio
inválido. Sería una solución fácil. Insistiendo en que había
hecho todo lo posible, Luke se encogería de hombros y la
dejaría de lado.
Aturdida por la profundidad de tal traición, Merry luchó por
respirar. Miró el diario que había estado leyendo, un relato de
los viajes de Luke a Jerusalén y sus encuentros con líderes
sarracenos. Hacía solo unos minutos ella se había sentido
cerca de él otra vez. Ella creía en su integridad, en su bondad.
¿Era todo una ilusión?
Recogiendo el tomo, se acercó al gran cofre donde lo había
encontrado, junto con tesoros de monedas de oro, extrañas
figuras, bloques de piedra de jabón y frascos con tapones de
aceites exóticos. Ella guardó el diario cuidadosamente y cerró
la tapa con firmeza.
De la misma manera, enterró su ingenuo sueño de que Luke
algún día le devolvería su amor. Levantándose, caminó a
ciegas hacia la cama, se acostó sobre el contrapanel y dejó que
su cabeza se hundiera en la almohada. Renunciaría a la cena,
pues no estaba preparada para enfrentarse a la gran sala o a la
gran cantidad de gente nueva que habitaba en Arundel. Menos
aún, quería enfrentarse a la presencia astuta de Amalie o
incluso al propio Luke.
Sin embargo, ni una sola lágrima cayó de sus ojos. Se había
formado un escudo de escarcha alrededor de su corazón, y ella
acogió con beneplácito la protección que ofrecía, ya que el
dolor que venía de la traición era demasiado insoportable. Juró
dos cosas al sucumbir al agotamiento: no se convertiría en la
amante de Luke, ni dejaría a su bebé atrás.
Capítulo 17

L uke miró a su esposa dormida, conmovido por la manera


inocente en que ella abrazaba su almohada. A la luz de su
única vela, su pelo vertía llamas fundidas sobre la ropa de
cama blanqueada. Su piel brillaba después del baño que había
disfrutado recientemente. El olor a jazmín permanecía en la
habitación, diciéndole que había encontrado los aceites.
¿Sostenía la almohada cerca imaginando que era su esposo?
De alguna manera, dado lo que había pasado ese día, lo
dudaba.
Cuando ella no se había presentado a la cena, sus peores
temores se manifestaron cada vez más. Él no podía salir de la
gran sala en su primera noche de regreso, pero había enviado
una bandeja cargada de delicadezas para Merry. Y, sin
embargo, allí estaba, intacta, sobre su mesa de escritura. Con
un suspiro de preocupación, colocó la vela a su lado y se
volvió hacia el lavabo. Aunque él mismo disfrutaría de un
baño, bastaría con frotarse para no despertarla.
Se quitó la camisa, haciendo un gesto de dolor al ver lo
apretados que estaban los músculos de sus hombros. Los
encogió para aliviar la tensión, pero con las amenazas de
Amalie aún sonando en sus oídos no pudo relajarse.
Desnudándose, comenzó a frotarse con un paño
humedecido en la fría pero fragante agua de baño de Merry. La
piel de gallina siguió el camino de la toalla fría. Su mente se
agitó incómoda, sufriendo incertidumbres tras la partida de
Amalie justo antes de que el castillo se sentara a cenar.
Había planeado disolver su compromiso de tal manera que
no ofendiese su orgullo real. Esperaba tener el tiempo libre
para hacerlo de una manera precisa y cuidadosa, de la misma
manera que se había acercado a los guerreros sarracenos para
negociar la liberación de los rehenes. Ni una sola vez se le
había ocurrido que Amalie estaría en Arundel. Ahora el daño
estaba hecho. A sus ojos, él había violado su compromiso
matrimonial y alardeaba de su nueva esposa para deshonrarla.
Recordó la conmoción rápidamente oculta que había golpeado
su encantadora cara cuando confesó que Merry no estaba allí
solo para cuidar de la salud de su abuelo, sino que, en realidad,
era su esposa, la nueva dama del castillo.
Amalie no lo había atacado ni se había enfurecido. No, ella
nunca habría hecho eso. Ella tendría que haber sentido por él
con una pasión ardiente y devota para haber reaccionado de
esa manera. En vez de eso, su ira era escalofriante, ya que no
tenía nada que ver con perder al hombre que creía que sería su
marido. Era más bien la perspectiva de perder el prestigio y
perder la grandeza de Arundel lo que la desagradaba. Lo había
dicho.
Con la ira de Amalie, se requeriría un milagro para evitar
que Enrique reaccionara amargamente.
Luke se lavó detrás de las orejas y admitió el miedo que lo
afligía. El precio de violar su compromiso matrimonial podría
ser más de lo que podría soportar. El precio podría ser, en
efecto, su herencia, negada a él por haber roto una promesa a
la corona. No habría nada que ni siquiera su abuelo pudiera
hacer si Enrique quisiera sacarlo de la línea de su familia.
Por lo menos, había vuelto a casa para encontrar a su
abuelo con vida, aunque enfermo, un caparazón oscuro del
hombre que Luke conocía. ¿Podría Merry marcar la
diferencia?
Se detuvo para mirarla, dándose cuenta de que estaba
vestida como si hubiera querido asistir a una cena en el gran
salón. Su sencillo vestido, ahora enredado alrededor de sus
extremidades, enfatizaba la curvatura de su cadera y la
estrechez de su cintura. Parecía tan despreocupada a pesar de
llevar a su bebé, que el impulso de refugiarse en ella se elevó
en él. No podía permitir que nada pusiera en peligro su futuro,
¡tanto ella como su hijo pertenecían a Arundel!
Sin embargo, el rey no lo vería de esa manera. A ella la
vería como una usurpadora y a él como un súbdito
desobediente. El miedo hizo que su corazón latiera más rápido.
No era la primera vez que se preguntaba si se vería obligado a
elegir entre Arundel y su nueva familia en construcción. Si tan
solo su abuelo no estuviera en peligro de morir, dejando
abierta la cuestión de quién heredaría el castillo y sus tierras,
entonces, Enrique tendría tiempo para aceptar el matrimonio
de Luke, para acostumbrarse a la rebelión inusitada de Luke.
En cambio, nunca fue más obvio que el control del conde
sobre la vida era tenue.
Sir William se había convertido en un esqueleto viviente,
sin apenas carne en sus viejos huesos, escandalizando a Luke
por su dramática transformación. Casi peor era que,
claramente, había perdido la cabeza, divagando sin sentido. Lo
más doloroso para Luke era que no parecía haberlo
reconocido, después de toda la preocupación que había
gastado tratando de regresar a casa rápidamente. Agitó la
cabeza, nunca se había imaginado a su orgulloso e inteligente
abuelo llegando a un final tan penoso.
No, decidió, ni siquiera Merry podía curar a un hombre en
ese estado.
Escurriendo el paño, buscó una toalla de las que habían
traído para Merry, y no pudo evitar mirarla de nuevo, solo para
encontrar sus ojos verdes abiertos. Al otro lado del espacio
entre ellos, ella miró su desnudez. A la luz parpadeante de la
vela, ella le recordó el aspecto que tenía cuando se conocieron,
cuando estaba atada en el centro de una pira. Su expresión
tensa y sus ojos enormes.
—Siento despertarte —se disculpó, de repente consciente
de su desnudez mientras su mirada se deslizaba hacia abajo.
Cogió un paño para secarse y se lo envolvió alrededor de las
caderas. Ella lo miró en silencio, su rostro aún aprensivo—.
¿Estás bien? —preguntó con repentina preocupación. Mientras
se acercaba, ella se encogió de nuevo contra las almohadas. Se
acercó con cautela al borde de la cama—. Todavía estás
enfadada conmigo —adivinó. De repente, solo quería que
Merry lo perdonara, que lo invitara a tocarla—. Le dije a
Amalie que tú y yo estábamos casados —aseguró—. Se fue de
Arundel hace unas horas.
Su mirada cayó sobre su largo y elegante cuello, perfumado
ahora con el aceite de jazmín. Si ella pudiera entender el
miedo que sufría pensando en su futuro, entonces, ella sabría
por qué había estado callado y alejado las últimas dos
semanas. Ahora que él necesitaba su consuelo, ella había
retirado su calor. Era su propia y maldita culpa.
—Ella vino a verme —dijo Merry, sin decir nada más
La alarma hizo a un lado su ensimismamiento.
—¿Ella? ¿Te refieres a Amalie? ¿Qué te dijo? —Sabía que
no podía ser bueno.
—Dijo que yo era, simplemente, otra de tus inadaptados. —
Merry habló en voz baja y él tuvo que esforzarse para oírla—.
Que me trajiste aquí solo temporalmente, sabiendo que tenías
una forma de escapar de nuestro matrimonio.
Por un momento, se quedó mudo.
—Ella no sabe nada de por qué nos casamos —dijo,
incapaz de evitar el gruñido de su voz.
—Sí, lo sabe. Ella sabe que estoy embarazada —replicó,
subiendo un poco el tono—. Debes habérselo dicho. ¿De qué
otra manera podrías excusar tus acciones a tu prometida
excepto culpándome a mí por haberte atrapado? —El color
iluminó el pálido alabastro de las mejillas de Merry, ya fuera
por vergüenza o enfado—. Amalie jura que el rey anulará
nuestro matrimonio en cuanto se entere —añadió. Su glorioso
cabello parecía resplandecer a la luz de la vela—. ¿Contaste
con eso cuando te casaste conmigo? —preguntó con una nota
desgarradora.
Luke había sospechado que Amalie no tenía corazón; ahora
estaba seguro de ello.
—No, no lo hice —prometió, aunque recordó claramente
que había considerado la idea de la anulación en caso de que
Enrique amenazara con negarle la primogenitura de su padre
—. No está en el poder de Enrique disolver un matrimonio, de
todos modos —razonó, enojado con Amalie por haber lanzado
amenazas a sangre fría—. Solo la Iglesia puede hacer eso. —
Aunque Enrique había nombrado personalmente al obispo de
Westminster y, sin duda, podía controlar al hombre.
Su corazón se hundió con el temor de imaginar a Amalie
yendo apresuradamente a Londres y al domicilio de Enrique.
Merry escudriñó su rostro con ojos que lo veían todo, ojos
tan secos y llenos de dolor como un desierto.
—Entonces, ¿nunca pensaste que Enrique no reconocería
nuestro matrimonio? ¿Puedes afirmarlo? —exigió saberlo.
Quería negarlo completamente, pero se dio cuenta de que
no podía mentir, no cuando ella le imploraba tan directamente.
—Me arriesgué a convertirte en mi esposa —dijo en su
lugar—. Nadie puede forzarnos a anularlo. —Él le ofreció lo
que esperaba que fuera una sonrisa alentadora, pero sintió que
el suelo bajo sus pies se movía. Ella no le devolvió la sonrisa.
—¿Para qué me necesitas? —le preguntó ella
inesperadamente.
En ese instante, sus ojos verdes pasaron de enormes charcos
sin fondo en los que podía hundirse fácilmente a rendijas de
gato estrechas que buscaban sacar a la luz los secretos de su
alma. Para verla sonreírle de nuevo con anhelo, él le contaría
gustosamente todos esos secretos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, sin comprenderla.
—Dime por qué te casaste conmigo —exigió ella, su voz
dura y plana—. ¿Qué quieres de mí?
Las palabras llegaron hasta su interior, tocando algún
núcleo vulnerable que no estaba preparado para reconocer por
el precio que le costaría. Se retiró a un terreno más seguro.
—Quiero que cuides a mi abuelo —respondió
razonablemente—. Quiero que seas la madre de mi hijo. Ya lo
eres.
Su mirada se desvió hacia un lado para concentrarse en la
pared detrás de él, y supo que la estaba perdiendo. Con pavor,
buscó la manera de traerla de vuelta.
—Te quiero para esto, Merry —añadió, inclinándose
rápidamente hacia adelante. Cogió los labios de ella con los
suyos, sin obtener más respuesta que la resistencia de labios
firmes, aunque la besó tiernamente—. Y para esto —añadió,
deslizando su boca hacia la columna de su cuello y besando el
lugar donde su sangre latía, donde sabía que el aroma del
jazmín sería cálido y acogedor. De hecho, su olor lo llenó de
repentina desesperación—. No me niegues esta noche —
susurró contra su piel—. No me rechaces.
Se hundió aún más abajo y acarició la hinchazón de sus
pechos a través de la tela de su vestido. Escuchó su aliento y
se sintió muy animado. Tirando de su corpiño, buscó sus
pezones a través del camisón de lino que había debajo.
—¿Por qué ahora? —gritó, tirando ineficazmente de su
pelo—. Solo me tocaste una vez en nuestro viaje hasta aquí.
Levantó la cabeza para echarle un vistazo. La respuesta le
pareció obvia.
—¿Delante de mis hombres? No te faltaría al respeto.
—Ahora me faltas al respeto —contestó con fiereza.
Estaba equivocada en eso. Esperando derrotar su resistencia
para siempre, le metió una mano por la parte interior de la
pierna, subiendo el dobladillo de su vestido. Él deslizó el
pulgar en la carne de su suave mujer y llevó su pasión a la
superficie. Ella trató de apretar las piernas, pero no pudo
ocultar las respuestas de su cuerpo. Se humedeció casi
instantáneamente. Le subió las faldas y luego le tiró del
corpiño hasta la cintura para tener acceso a sus dulces pechos.
Sus pezones eran como bayas maduras, y él no pudo resistirse.
Cuando sus labios se cerraron sobre uno, ella jadeó para
respirar, un sonido desigual que lo golpeó más como un
sollozo que como un jadeo de deseo. Aunque su sangre
golpeaba sus sienes y entre sus piernas, y aunque anhelaba su
toque de una manera que desafiaba la lógica, ese pequeño
sonido hizo que levantara la cabeza. Encontró su mirada
dirigida hacia el dosel que los cubría, sus ojos brillando con
lágrimas.
—Merry —dijo con gran consternación, pues odiaba más
que nada hacerla llorar.
Ella apartó la mano que él le llevó a la cara. Luchando por
liberarse, se alejó de él, corriendo hacia el borde mismo de la
cama, donde se reajustó la bata en silencio. Con una aguda
sensación de pérdida, Luke miró sus tensos hombros. Una
disculpa se le atravesó en la garganta, luchando contra el
hambre que aún lo arañaba.
—Sigues siendo mi esposa —gruñó. En el momento en que
las palabras escaparon, supo que había cometido un error.
Vio que su cuerpo se tensaba aún más. El silencio que
siguió a su implícita amenaza era tan profundo, tan amplio,
que se preguntaba si alguna vez sería violado.
Por fin, Merry habló, su voz sorprendentemente tranquila.
—Mañana iré a ver a tu abuelo —prometió.
Dejó caer su cabeza contra la almohada con alivio. Quizás
no lo había arruinado todo, pues no la había obligado a
aceptarlo.
—Esta será mi última noche en tu habitación —agregó,
haciendo añicos las esperanzas de Luke—. Mañana quiero que
muevan mis cosas. Estoy segura de que un castillo tan grande
como Arundel puede proporcionar una habitación separada
para mí.
Se sentó y levantó una almohada que había dejado a un
lado. Abrazándola contra su pecho se recostó una vez más, de
espaldas a él y completamente vestida.
Congelado por su anuncio, Luke pensó en la almohada que
ella agarraba. Ella no había estado pensando en él hacía un
rato, cuando la agarraba. En todo caso, antes de que él entrara
en la habitación, ella ya había decidido que abandonaría su
lecho matrimonial.
Luke se levantó de la cama para buscar sus calzas de lino.
Se sentía mal del estómago, sus pensamientos confundidos.
Merry, en cierto modo, lo estaba dejando. Después de vagar
inútilmente por su oscura habitación durante unos largos
momentos, se dio por vencido, dándose cuenta de que sus
cosas aún estaban guardadas. Haciendo una pausa para mirar
la forma femenina que yacía como una piedra en su cama,
decidió que necesitaba adoptar la distancia mental que
empleaba en la batalla, con la esperanza de distanciarse de los
sentimientos no acostumbrados que ahora lo asaltaban.
Se acomodó rígidamente en su propio borde de la cama. El
escalofrío que vino de Merry le hizo mirar los oscuros
patrones de la cortina de la cama preguntándose qué podría
decir para hacerla cambiar de opinión. Después de todo, había
tomado una esposa y le gustaría disfrutar de los beneficios de
tener una en su cama y en su casa.
«¿Qué quería ella de él?», se preguntó. ¿Creía que él tenía
influencia sobre la reacción de Enrique? ¿Qué derecho tenía
ella a estar enfadada con él, cuando él había hecho todo lo que
era honorable?
Acostado, golpeó su almohada con frustración. ¡Los dedos
de los pies de Cristo!, no era la primera vez que deseaba no
haberla conocido. Su vida había sido un camino recto hasta
que salvó la vida de Merry. Arriesgó todo para casarse con
ella. ¡Todo! No le debía nada más.
Sin embargo, al sentir su forma retraída a solo unos
centímetros de distancia, sintió una profunda pérdida al pensar
que ella dormiría en otro lugar. En algún momento de las
semanas que habían pasado juntos, ella se había vuelto tan
familiar para él como la comida que le ponía en la barriga. Su
mente era un misterio que lo mantenía siempre adivinando.
Las contradicciones que ella encarnaba de ternura y ferocidad
despertaban su admiración.
Lo supiera ella o no, siempre había tenido toda su atención.
No, no quería perderla, no quería que se fuera a la
habitación de al lado, no por ninguna razón. Sin embargo, si
no podía darle Arundel porque se lo habían quitado, ¿qué
calidad de vida podría proporcionarle? Solo la de la esposa de
un mercenario alejado del favor del rey. Su poder y su
protección eran lo que más necesitaba de él. Despojado de
esos rasgos, no tendría nada que ofrecerle.

—Esto no es lo que suelo tener —gruñó lord William. Miró


con ira a Merry por encima del borde de su copa, la luz del sol
de la mañana jugando con los mechones de pelo blanco que le
quedaban.
Merry retiró la otra mitad de la cortina de la cama,
inundando el resto de la cama del conde con luz. El aire que
corría por la ventana era crujiente, con heladas otoñales, pero
el brasero que crepitaba hacía retroceder el frío, y el conde
estaba envuelto en mantas de lana.
Habiendo experimentado el poder rejuvenecedor del sol y
el aire, Merry creía en sus cualidades curativas. Parte de su
rutina diaria era exponer al conde a ambos elementos. Había
estado encerrado en una habitación oscura y añeja durante
demasiados meses.
Hacía tres días, ella se sorprendió al encontrarlo en un
estado de vergüenza, su cara sin afeitar, sus sábanas sucias y
su piel roja con manchas dolorosas. Solo podía imaginar que
Luke se había perdido el sucio desorden debido a su excitación
por ver a su abuelo con vida. Lo primero que hizo fue pedir
que le quitaran y limpiaran las alfombras grandes de lana.
Luego, ella lo había retirado de la cama, había quemado el
colchón y había traído uno nuevo en su lugar. Y por supuesto,
le había dado un baño.
El conde se había resistido poderosamente a esto último,
luchando contra el sirviente, Jacques, que la había ayudado.
Sin embargo, lord William era tan frágil que sus protestas no
pudieron evitar que lo mojaran y lavaran, ni que le afeitaran la
barba. Ella había calmado sus miembros mordidos por las
pulgas con un ungüento y después lo había dejado durmiendo
entre sábanas limpias. En solo tres días, con limpieza, aire, luz
y caldo de pollo, había recuperado la fuerza suficiente para
desafiarla, al menos, verbalmente.
—Bebéroslo todo —le ordenó con firmeza.
—Quiero lo que Amalie me dio —se quejó de nuevo,
oliendo con desdén su infusión de manzanilla.
—La infusión de amapola es para la tos —explicó Merry
con paciencia, como ya había hecho al menos una docena de
veces—. Ya no tenéis tos.
Contrariamente a sus sospechas, había descubierto que el
tratamiento que Amalie había administrado al conde era
apropiado para sus problemas. El conde había sufrido una
inflamación de los pulmones, según su criado, y la infusión de
amapola de Amalie había sido un buen tratamiento. Merry
habría hecho lo mismo, aunque ella se habría asegurado de que
él tuviera sustento y se mantuviera limpio.
En cualquier caso, no era la tos lo que ahora asolaba al
conde; era una enfermedad de la mente. Su comportamiento
era tan errático, tan impredecible, que Merry se quedó perpleja
respecto a la mejor manera de tratarlo. A veces, veía objetos
que no estaban presentes; serpientes y dagas que lo
atormentaban a plena luz del día. Estaba sujeto a ataques y
arranques, y sudaba profusamente. Merry no había visto
ninguna enfermedad similar. Ella podía curar su cuerpo; pero
le desesperaba no poder curar su cerebro.
Aunque no veía cómo Amalie era culpable de la condición
del conde, la persistente sospecha no la abandonaba. Los
sirvientes juraron poderosamente que el conde había estado en
su sano juicio antes de la llegada de la mujer cuatro meses
antes. Además, el estado en el que se le había hecho vivir a
lord William hablaba de negligencia, no de cuidados. Amalie
había creído, claramente, que el conde había sobrevivido
gracias a su utilidad, pero en opinión de Merry, ella había
hecho todo lo que estaba en su mano para llevarlo a la otra
vida.
¿Y si no se recuperaba? Luke había dicho que la necesitaba
para tratar a su abuelo. Si ella le fallaba ahora, sería mucho
más fácil dejarla de lado. Ella había vivido la persecución y la
amenaza de muerte, pero nada parecía tan sombrío como un
futuro sin Luke.
Por enésima vez, dudó de la sabiduría de su autoimpuesto
exilio. Al trasladarse a habitaciones separadas, había puesto su
orgullo por encima de sus votos. Ella había interpuesto aún
más distancia entre ellos, de modo que, en los últimos tres
días, Luke apenas había compartido una palabra con ella. La
distancia le rompía el corazón, pero demostraba que, al menos
por su parte, necesitaba mantener la cabeza fría para
concentrarse en su habilidad —dudosa en la actualidad—, para
sanar a aquellos a quienes él amaba.
Si el rey, o más bien su obispo —porque ella no era tonta y
sabía que el obispo había sido nombrado por el rey—
ordenaba la disolución de su matrimonio, entonces, no
quedaría nada para ella en absoluto. Sin embargo, acostarse
con Luke y amarlo era tan peligroso para ella, si no más, que
cualquiera de las otras amenazas a su bienestar y paz mental.
El futuro se abría de manera ominosa. Cuando Enrique
insistiera en una anulación, como era casi seguro, ella tendría
que luchar para proteger a su hijo y necesitaría su corazón y
espíritu intactos para hacerlo.
Ya le dolía que Luke no hubiera negado que se le había
ocurrido la idea de la anulación. El por qué se había casado
con ella nunca fue más evidente, obviamente, para evitar ser
aplastado por el Asesino si no hacía lo correcto con Merry.
Pero siempre supo que la corona no lo toleraría. Se había
negado, en su presencia, a reconocerla ante Amalie como su
esposa. A la luz de eso, ¿cómo podría Merry confiar en él para
defender su matrimonio ante la corona?
—¿Quién dijiste que erais?
La pregunta arrancó a Merry de sus sombríos
pensamientos. Había momentos en que el conde parecía casi
lúcido. Se acercó un poco más, con la esperanza de que esto
fuera una señal de mejora.
—Mi nombre es Merry —le recordó—. He venido a
curaros. —Ella ya había decidido no decir más que eso.
Correspondía a Luke reconocerla como su esposa.
—Me recordáis a mi Beatriz —dijo el conde frunciendo el
ceño—. Era una mujer hermosa.
La inclinación de las cejas del conde le recordaba a Luke.
Por lo demás, había poco parecido entre ellos. El conde era tan
pálido como Luke era moreno.
—¿Era Beatrice vuestra esposa? —preguntó suavemente.
—Sí. —Sus ojos azules se concentraron en ella, y ella creyó
ver un rayo de ironía tras su brillo—. Ella solo tenía dieciocho
años cuando me casé con ella, y yo cuarenta y dos años. Ella
fue mi segunda esposa. Yo la amaba más que a nadie. Ella
debería haber vivido más que yo. —Se calló con tristeza, y
luego bebió el resto del té de manzanilla.
Merry lo observó en silencio. Estos eran los pensamientos
más claros que el conde había compartido desde su llegada;
sin embargo, Merry los encontraba inquietantes. ¿Tendría
Luke una segunda esposa?, se preguntaba. La idea por sí sola
la apuñaló de dolor. Si la anulación se producía rápidamente,
lo más seguro es que ya hubiera encontrado una sustituta.
—¿Está mi nieto aquí? —preguntó de repente el conde—.
¿Está en casa?
Su pregunta traicionó la mala memoria del hombre. Luke lo
había visitado esa misma mañana.
—Os visita todos los días —le recordó suavemente.
Él frunció el ceño como si ella le hubiera mentido.
—Quiero que venga a mí, entonces —exigió.
Ella se alejó, escondiendo su repentina tensión.
—No está aquí en este momento —le contestó—. Vino a
veros esta mañana antes de que la mayoría de los sirvientes
estuvieran despiertos. Luego fue al castillo de Wallingford a
informar al rey.
Su estómago tuvo calambres al recordarlo. Ella había
tratado de no pensar en ello cuando él le mencionó su viaje en
la cena de la noche anterior. Después de visitar la habitación
del conde esa mañana, él se había ido a Oxfordshire y ella
había estado tratando todo el día de quitárselo de la cabeza. Al
día siguiente, probablemente, sabría si el rey quería honrar su
promesa ante Dios o condenarla.
—Ah, ¿visitar al rey? —murmuró el conde—. Esteban es
un buen guerrero, pero no muy diplomático.
Ella sonrió al lado del conde, de nuevo con la esperanza de
que su ingenio estuviera volviendo, aunque creyera que el rey
Esteban aún estaba vivo. Ella le quitó la copa vacía, decidida a
volver y a hablar con él en pocas horas.
—Os dejaré descansar, mi señor. —Quería echar un vistazo
al jardín de hierbas para medir su potencial. Luke había dicho
que había traído hierbas del este. Se preguntaba si alguna de
ellas seguía creciendo con el frío de Inglaterra.
Llamando a un sirviente para que vigilara a su señor, Merry
se fue, haciendo una pausa solo para sacar su manto de la
elegante habitación que le habían dado, una que parecía
demasiado grande después de sus años en los estrechos
aposentos del priorato y demasiado solitaria.
Preparada para el frío de noviembre, se colocó la capa, y
estaba a medio camino del patio cuando un coro de voces la
anunció. Los niños salieron disparados del establo con el pelo
cubierto de paja y las mejillas despeinadas por los juegos al
aire libre. Ella sonrió al verlos. Sus rostros felices le dieron la
esperanza de que Luke la apoyaría, sin importar la opinión de
Enrique.
—¡Buenos días, milady! —la llamó Peter, el chico más
joven, mientras corría a su lado.
—Hola, Peter. ¿Ya has visto tu rana? —Él había dicho que
había puesto su rana en el pozo del castillo. Peter hizo una
mueca y agitó la cabeza—. Las ranas duermen en invierno —
lo consoló—. La verás de nuevo en primavera.
—¿Adónde vais? —Su hermana, Heloise, los alcanzó
después.
Merry miró a la chica, sin sorprenderse de ver a Kit
descansando en sus brazos, sus ojos medio cerrados y
contentos. Parecía haber olvidado que Merry era su dueña.
—Al jardín de hierbas —respondió ella.
—¿Podemos ir? —Esta vez fue Edeline quien habló,
tirando de Rauf, el mayor, detrás de ella. Su oscura mirada
líquida hacía imposible rechazarle cualquier cosa.
—Oh, debéis —contestó Merry sinceramente. Los niños, al
menos, la habían hecho sentir como en casa en Arundel. Se
había ganado sus corazones insistiendo en su presencia en las
comidas. Su animada charla en la mesa alta había llenado el
silencio entre ella y Luke.
—Por aquí, entonces —dijo Peter, tomando la delantera.
Merry sintió que la mano de Edeline se deslizaba en la
suya. La ternura se apoderó de su corazón. «Oh, tener todo
esto», se lamentó por dentro. ¡Acercarse tanto a la felicidad y
vivir con el miedo a que se la arrebaten!
Juntos, descendieron por la larga pasarela que los
transportaba hacia la pared exterior.
—Por estas escaleras —dijo Peter, cuando llegaron al final.
Merry miró la tierra que pertenecía al abuelo de Luke hasta
donde ella podía ver, pues luego las escaleras se sumergían
bajo la pared y no pudo ver más hasta que llegó a los huertos
cultivados y a los jardines de árboles, arbustos y hierbas. La
mayoría de los surcos del jardín de hierbas estaban vacíos, ya
que las plantas habían perecido en las heladas recientes. Aun
así, la tierra parecía oscura y rica, y cuando llegara la
primavera una multitud de hierbas prosperarían allí.
«¿Estaré aquí para verlo?», se preguntó.
Bajando las escaleras, vagó entre las plantas que quedaban.
Los duros tallos de la Shepherd’s purse todavía prosperaban,
impermeables a la llegada del invierno. El pan de maíz, una
planta de invierno, tenía delicadas flores rosadas que ocultaban
sus poderosos efectos purgantes. Pasó por encima de ellas,
hacia la hierba de la sangre que había dejado de florecer. No
había ninguna planta allí que ella no pudiera reconocer.
Con las manos en las caderas, lo consideró. Las hierbas
exóticas de Luke habían estado inactivas durante el invierno o
habían sido secadas y guardadas en el depósito de hierbas. En
su tiempo libre, examinaría más a fondo el contenido del
almacén. Después de conocer a lord William, no había hecho
más que encontrar manzanilla y consuelda para su señor.
Levantando la cabeza, miró el resto del espacio abierto.
Más allá del jardín había un huerto de membrillos,
melocotones y manzanos. Bajo un asedio, Arundel sería casi
autosuficiente, se maravilló.
Una ráfaga de aire con los olores de la tierra y de la fruta
podrida, heló sus mejillas. Su corazón se encogió
dolorosamente. Siempre había anhelado un jardín así. Al día
siguiente, si Luke regresase al anochecer, podría descubrir si
este jardín sería suyo o solo un refugio temporal. Como había
sucedido tantas veces en su pasado, su propia vida parecía
estar en juego, ya que su destino era decidido por otros.
—¿Queréis jugar a la persecución con nosotros, lady
Merry? —preguntó Peter, sacando a Merry de su ensueño.
Ella les sonrió y declinó suavemente. Una pequeña vida
dentro de ella estaba creciendo, estirando su vientre con
calambres que la dejaban sensible.
—Entonces, ¿nos vigilaréis?
Ella asintió con la cabeza y encontró un banco cerca. Se
envolvió con la capa y dio la bienvenida a Kit en su regazo.
Pronto, los gritos de los niños la envolvieron en un consuelo
temporal. Mirando a los cuatro, Merry encontró cierta
seguridad de que Luke no la dejaría de lado si podía evitarlo.
Recordando al niño que una vez fue, el que deseaba que una
estrella lo sacara de una vida de miseria, seguramente, no
ignoraría su conciencia, ni siquiera por su rey. Después de
todo, sería su propio hijo al que condenaría al ostracismo, y
había expresado firmemente su opinión de que un bebé debía
permanecer con sus dos padres.
Sin embargo, la realista que había en ella se burló de su
frágil esperanza. Ella siempre había sabido que Luke estaba
muy por encima de ella, demasiado alto para una rareza de
Heathersgill como ella. Él tenía tanto que perder: el poder y la
autoridad que se había ganado y la perspectiva de ser dueño de
Arundel. En cuanto a su bebé, Luke no tenía que estar casado
con ella para velar por su bienestar. Probablemente, él le
encontraría una humilde casa de campo en la que vivir, en
algún lugar cercano para poder ir a visitar a su hijo con
frecuencia.
Tal arreglo apaciguaría su código de honor en lo que
respecta a su bebé. Y cuando el bebé fuera destetado, o cuando
el niño caminase, o quizás un poco más tarde, cuando
necesitara un tutor, Luke lo reclamaría y se lo llevaría de
vuelta a Arundel.
Con una solución tan simple a mano, era muy probable que
Luke la dejara de lado. Sin embargo, la parte obstinada de ella
ardía con fe. Él la había salvado incontables veces antes: de la
hoguera, de los cazarrecompensas de la posada, del intento de
violación de Cullin, incluso de sus peores fantasías. Luke no la
abandonaría ahora.
Luke recorrió el pasillo de Wallingford dispuesto a mantener
la calma. Por lo general, el rey era puntual con sus citas,
incluso a menudo se adelantaba a lo previsto, por lo que era
prudente llegar temprano. Sin embargo, el reloj de agua de la
esquina mostraba que el rey llevaba media hora de retraso.
Luke había oído que Enrique mostraba disgusto haciendo
esperar a sus cortesanos. Sin embargo, nunca antes le había
sucedido a él. No era una buena señal.
Por fin, las puertas de la habitación real se abrieron,
impulsadas por dos guardias. Luke levantó la vista para
encontrar al empleado de Enrique señalándolo con el dedo.
Con la premonición pinchándole en la nuca, entró por la puerta
doble. El mismo castillo que el rey Esteban había buscado una
y otra vez para tomar por la fuerza y que Enrique había
ayudado a defender cuando fue asediado por Esteban, era
ahora el de Enrique. Luke lo había visto antes de que fuera de
Enrique, cuando era propiedad de Brien Fitzcount, cuando
tenía una notoria prisión y una cámara de tortura aún más
infame. Enrique, sin embargo, era más un guerrero sin trabas
que un bárbaro cruel; no se aferraba a esas cosas.
Había remodelado Wallingford y la habitación real a su
propio estilo. Los lujosos tapices habían sido reemplazados
por escenas rústicas de caza y venta ambulante, pues la
principal pasión del rey era la caza. Por primera vez, Luke
sintió que era la presa del rey, o Merry lo era. Enrique estaba
de pie frente a una ventana, sus manos estaban cerradas detrás
de su amplia espalda mientras contemplaba el foso y el
sombrío paisaje que había debajo.
Luke esperó, sintiendo una corriente oscura en la atmósfera.
Las puertas dobles se cerraron de golpe, haciendo que Luke se
estremeciera un poco, y Enrique, al fin, se dio la vuelta. Con la
ventana en la espalda, su cabello rubio parecía más rubio,
aunque nada parecido al tono del cabello de Merry, pensó
Luke, deseando no haber perdido el favor de ella y el derecho
a pasar sus dedos por él. Se reprendió a sí mismo de
inmediato. Era en el favor de su rey en el que debería estar
pensando en ese momento un tanto peligroso.
—Bueno. —Enrique, finalmente, se dignó a dirigirse a él en
un tono indescifrable—, el Fénix ha volado a casa. —Caminó
hacia delante, sus musculosas piernas enfundadas bajo sus
calzas verde bosque, un poco inclinadas por pasar casi tanto
tiempo sobre un caballo como en sus propios pies. Todavía era
un hombre tan joven, que a veces Luke tenía problemas para
verlo como algo que no fuera un niño.
Enrique se detuvo a un brazo de distancia y le ofreció su
mano con el sello real, y Luke se inclinó obedientemente sobre
ella, deseando por primera vez no superar a su fornido rey.
—Mi señor —murmuró. No fue hasta que se enderezó que
vio el resplandor ardiente en los ojos grises de Enrique,
denotando que su terrible temperamento de angevino estaba
hirviendo a fuego lento cerca de la superficie. Supo, entonces,
que Amalie había defendido su caso con una indignación
creíble.
—Haced vuestro informe —ordenó secamente Enrique, sin
ninguna de sus habituales palabras de cortesía reservadas para
el hombre que le había salvado la vida.
Por el más breve instante, con asuntos de otro tipo en su
mente, Luke tuvo dificultades para recordar su misión, que
había sido larga y exitosa hasta que encontró a Merry. Después
de una pausa, Luke logró resumir sus logros, manteniendo en
los concernientes a sus deberes. Omitió su rescate de Merry
del priorato y evitó la cuestión de la torre occidental de
Iversly, la que había dejado en pie.
Enrique se dio la vuelta, miró un pergamino que había en su
mesa de escritura, y luego apartó unos cuantos documentos
hasta que se fijó en un trozo de pergamino. Lo cogió, pero no
lo miró.
—Vos escribisteis que no cumplisteis con vuestros deberes
en Iversly. —Miró a Luke—. Porque estabais herido, decís.
Iversly era un asunto trivial, pero Luke, de repente, vio que
el rey lo usaría como plataforma para quejarse, saltando de allí
al matrimonio no autorizado de Luke. La carta que sostenía era
la que el mismo Luke había escrito justo antes de su boda,
explicando su lesión y rehabilitación.
—Como expliqué en mi carta, su Excelencia, las
adulterinas de Iversly fueron todas destruidas, excepto la torre
oeste. Tal torre podría ser usada para detectar invasores…
—¿De dónde, de Escocia? —Enrique le cortó el paso,
lanzando la misiva—. Malcolm la Doncella está demasiado
ocupado manejando su propio reino como para invadir el mío.
—Una vena familiar apareció en la sien de Enrique, una señal
segura de su estado de ánimo cada vez más oscuro.
Luke intentó seguirle la corriente.
—Debería mirar a su Excelencia como un ejemplo. He oído
que sometisteis al señor de Torigny mientras estabais en
Normandía.
Enrique cortó el aire con una mano.
—No intentéis cambiar de tema, lord d’Aubigny.
Luke frunció el ceño. Casi nadie lo llamaba por el apellido
de su padre, probablemente, porque era un bastardo. De la
boca del rey Enrique sonaba como una amenaza, recordándole
lo que podía perder.
Enrique dio un paso más cerca.
—¡Vuestra misión era destruir todas las adulterinas, no solo
las de vuestra elección!
Luke dibujó una reverencia en el espacio entre ellos.
—Su Excelencia recordará de la carta que fui gravemente
herido. Mi lesión requirió una larga recuperación y la grave
enfermedad de mi abuelo, el conde de Sussex, exigió mi
rápido regreso a West Sussex.
El rey entrecerró los ojos ante esta información.
—Un desgarro en el muslo, ¿no? —comentó, como si
estuviera jugando—. Apenas camináis con cojera. ¿Por qué es
eso?
Habían llegado al meollo del problema. A Luke no le
gustaban mucho estos juegos. Estaba claro que el rey conocía
las respuestas a sus propias preguntas y, sin embargo, bateaban
palabras hasta que el resultado final era el que Enrique
deseaba.
—Fui tratado por una curandera de gran habilidad —
contestó Luke, manteniendo su tono neutral, no sonando ni
complacido ni arrepentido—. Camino sin apenas cojera
porque ella me salvó la vida, su Excelencia.
—¡Vuestra vida! —se mofó el rey—. ¿Desde cuándo el
matrimonio es el resultado de la gratitud? Amalie dice que
tenéis a esa mujer embarazada. ¿Por qué no le pagáis una
suma y la dejáis como estaba?
Como sospechaba, el rey lo sabía todo.
—Elegí casarme con ella —contestó estoicamente Luke.
Enrique se acercó más. Aunque era más joven que Luke,
por lo menos diez años y una cabeza más bajo, había heredado
el don de Matilda de convertir a los hombres en piedra con una
sola mirada glacial.
—No era vuestra decisión —siseó el rey entre dientes—.
Estabais prometido a otra, permitidme recordároslo, a mi
prima —terminó, tocándose con un dedo en su propio y
robusto pecho.
Luke notó la pasión del rey con una mezcla de cautela e
indiferencia. El temperamento angevino era una entidad
peligrosa, especialmente, cuando se colocaba en la cabeza del
Plantagenet gobernante, pero, en realidad, lo consideraba poco
más que un rasgo infantil.
—Su Excelencia —contestó Luke con calma—, os serví
fielmente antes de que ascendierais al trono, lo he hecho desde
entonces, y seguiré haciéndolo. Mi matrimonio no fue hecho
para desafiaros. Era necesario por circunstancias especiales.
Enrique se puso las manos a los costados y lo miró con ira.
—Vos violasteis el contrato entre nosotros —insistió—.
¡Deshonrasteis a mi prima con vuestras acciones escandalosas,
causándole dolor!
—Por el deshonor arrojado sobre su nombre y el vuestro, os
ruego que me perdonéis —dijo Luke, deseando que pudiera
sonar más implorante. Lo intentó de nuevo—. Nunca tuve la
intención de romper nuestro contrato, su Excelencia —añadió,
esperando el rápido regreso de la razón de Enrique—. Sin
embargo, muchas veces el destino supera nuestros deseos y
pone obstáculos en nuestro camino que no podemos predecir.
Sigo prometiéndoos mi espada. Mi lealtad hacia vos es
incuestionable. —Inclinó la cabeza—. Os ruego, mi señor, que
arrojéis una luz misericordiosa sobre lo que he hecho y
perdonéis mis acciones.
Luke contuvo la respiración, esperando la decisión de
Enrique. Tal vez, debería mencionar a la reina Eleanor y al
propio matrimonio exitoso del rey, del que se rumoreaba que
era un matrimonio feliz. Tal vez, debería contarle a Enrique la
forma en que él y Merry solían hablar entre sí, sus espíritus
afines, aunque su naturaleza no podría estar más en
desacuerdo.
Con una muestra de asco, sin embargo, Enrique se dio la
vuelta y volvió a acercarse a la ventana. Luke permaneció
helado, mirando a su rey, esperando una respuesta. Consciente
de que le dolían los pulmones, soltó la presión con un aliento
largo y constante.
¿Arundel o Merry? Por el amor de Dios, rezó para que
Enrique no lo obligara a elegir. El pensamiento aún peor —que
el rey podría tomar la decisión por él— provocó que un sudor
frío se acumulara entre su piel y su suave camiseta de lana.
—Explicadme esos obstáculos del destino que
mencionasteis —exigió Enrique, mirando de nuevo por la
ventana—. Como si la misma divinidad dirigiera vuestras
acciones. Decidme, ¿qué os hizo casaros con esa mujer?
Luke se animó. Al menos, Enrique estaba dispuesto a
escuchar.
—Como caballero del reino y representante de su
Excelencia, sentí que era mi deber ayudar a uno de sus
súbditos en apuros. Con ese fin, prometí escoltar a la dama
hasta Helmsley —comenzó, omitiendo cualquier mención de
su persecución—. Es pariente de uno de sus guerreros más
leales, Christian de la Croix.
—El Asesino —murmuró Enrique en voz baja, aunque
Luke escuchó sus palabras y sonrió interiormente. Con suerte,
la alianza matrimonial de su hermana podría ayudar a Merry
ahora.
—Mi deber hacia vos me llevó primero a Iversly, su
Excelencia. Sabía que debía hacer lo que me pidierais antes de
ayudar a la dama. Con ese fin, la mayoría de las veces tuve
éxito, pero, desafortunadamente, uno de mis hombres la atacó.
Decidí llevarla de prisa a Helmsley y a la protección de sir
Christian, llevándome solo a diez hombres conmigo. Fuera de
una taberna en Great Ayton, fuimos acosados por rufianes que
secuestraron a la dama y se llevaron nuestros caballos. En el
proceso de recuperarla, me hirieron. Lo último que vi antes de
dormirme fue a la mujer que apuñaló a mi oponente en las
costillas. Se las arregló para llevarme a mí y a mis hombres a
Helmsley, donde me cuidó hasta que recobré la salud.
—Entonces, es valiente —dijo Enrique pensativo—,
aunque hemos oído que no es hermosa.
Luke se detuvo, frunciendo el ceño ante sus palabras.
Amalie, probablemente, había descrito a Merry en términos
poco halagadores. Para él, sin embargo, ella era hermosa,
seductora, enloquecedora, una amenaza para sus sentidos.
Absolutamente intoxicante.
—Su cabello es de un color inusual, y ella es diminuta —
contestó—. Supongo que algunos pensarán que ella es
sencilla, mientras que otros, llamativa.
Enrique preguntó con una mirada aguda en su dirección
—¿Y vos qué pensáis?
¿Era una trampa? Probablemente, pero no podía mentir
sobre la mujer que conocía.
—Creo que tiene un gran espíritu y un corazón aún más
grande, su Excelencia. Para mí, su belleza es indudable,
aunque sé que mis ojos están coloreados por mis sentimientos
hacia ella, tanto de gratitud como de admiración y, de hecho,
de gran cariño. —Lo dijo tan claramente como se atrevió.
Después de una breve pausa de reflexión, el rey tomó otro
camino.
—¿Qué pensáis de Helmsley? —preguntó, confirmando su
interés en la conexión de Merry con un señor de la guerra tan
poderoso y temible como el Asesino.
—El cuñado de mi señora tiene un buen hogar —contestó
Luke, aprovechando la ventaja—. Su castillo está en un
excelente estado de conservación y su multitud de caballeros
está bien entrenada. La presencia de sir Christian en el norte,
sin duda impide que muchos intenten tontamente ganar poder.
—Enrique no dijo nada, y Luke se preguntó si su rey estaba
considerando que podría ocurrir una guerra si se deshonraba a
Merry—. Sin duda, recordáis a Christian de la Croix. Es el
doble de grande que yo —exageró Luke—, con una fuerza y
una destreza nunca vistas entre vuestros barones. Su
Excelencia puede contar con él para defender la frontera norte.
—Luke se lo puso muy difícil, sacando a relucir su única
ventaja política—. También le deben lealtad los alrededores de
Glenmyre, cuyo mantenimiento supervisa sir Christian,
aunque otorgó su riqueza y propiedad a la Iglesia.
Sí, el Asesino era un hombre importante en North
Yorkshire, lo que debería poner a Merry en una buena
posición. Seguramente, el rey reconocería que una anulación
del matrimonio de Luke podría impactar a una parte del país
que, en muchos aspectos, aún era vulnerable a la confusión.
—Al oír que estaba bajo las órdenes de su Excelencia —
añadió Luke—, sir Christian me recordó que había prometido
su lealtad a usted en la firma del tratado de Wallingford.
Además, me dieron el mejor trato como su representante.
Un fuerte silencio llenó la sala, pero esta vez, Luke cerró la
boca y esperó. Enrique habló por fin, su tono de voz socarrón.
—Parece que queréis hacerme creer que os casasteis por
afecto genuino. ¿Por qué entonces no dormís con vuestra
esposa? —preguntó, aún mirando por la ventana.
Luke se puso rígido, desequilibrado por el repentino
cambio de enfoque. Había olvidado que el rey colocaba espías
en los castillos de su barón. Tendría que proteger la historia de
Merry con cuidado, para que los susurros de su pasado no
llegaran a los oídos de Enrique.
—Prefiere su propia cama —se oyó a sí mismo responder
débilmente—, porque está embarazada.
—Se dice que su lengua es tan afilada que tienta a un alma
a cortarla —añadió el rey.
Luke apretó los puños.
—Ella dice lo que piensa —confirmó—. Sé que apreciáis
eso en vuestra reina. Es refrescante escuchar lo que piensa una
mujer, en lugar de preguntarse qué hay detrás de un rostro
pálido y estoico, y de unos ojos astutos.
Dejó que el insulto implícito contra Amalie flotara entre
ellos. Enrique gruñó un reconocimiento y cruzó los brazos
sobre el pecho.
—Nos habéis puesto en una posición incómoda, Luke —
confesó finalmente—. Amalie tenía el corazón puesto en
Arundel —añadió con fuerza. El corazón de Luke latió un
poco más rápido. «No toméis Arundel», deseó en silencio—.
Por otro lado, vuestro servicio a nosotros se ha ganado el
respeto de mis barones. Están dispuestos a pasar por alto
vuestro nacimiento ilegítimo. Ellos apoyan vuestro derecho a
las tierras de vuestro abuelo.
Luke notó que el rey no dijo que también se había ganado
su respeto real; pero, aun así, sus esperanzas volaron. Enrique
ya había molestado lo suficiente a los barones con su
demolición de las fortalezas no autorizadas. Si los barones
reconocían a Luke por la forma cuidadosa en que había
manejado las adulterinas, tal vez, el título todavía podría pasar
a sus hijos.
—Pero lo que habéis hecho —continuó el rey volviéndose
por fin, de modo que su rostro se perdió en la sombra con la
ventana detrás de él—, no tiene precedentes. Nadie a nuestro
servicio nos ha desafiado en un asunto tan personal.
Luke intentó no palidecer. Enrique prefería el lenguaje
fuerte, sin embargo, su elección de palabras hizo que los actos
de Luke sonaran como una traición.
—¿Qué pretende su Excelencia? —exigió, negándose a
retroceder y queriendo saber claramente su destino.
Saliendo de las sombras, la cara de Enrique reveló una
expresión de impaciencia. Señaló a su desordenado escritorio.
—¿Creéis que tenemos tiempo para tratar el asunto ahora?
—exigió—. Nuestras arcas están bajas por todas las malditas
luchas, los fabricantes de monedas no están cooperando, sin
mencionar que la ley forestal está siendo ignorada, esa es,
probablemente, vuestra próxima tarea. Esos malditos príncipes
galeses con sus nombres absolutamente impronunciables están
robando nuestra tierra y sacudiendo sus espadas para la guerra.
—Luke se quedó callado mientras compartían una mirada
cercana y dura—. Traed a vuestra esposa a la cacería en dos
semanas —decidió finalmente el rey—. Determinaremos
entonces si cumple con nuestras expectativas.
Una vez más, Luke perdió el equilibrio.
—¿Desea conocerla mejor, su Excelencia? —preguntó,
sintiendo que era una trampa. «La cacería», como la llamaba
el rey, no era una simple reunión de unos pocos amigos y sus
perros de caza. Para Enrique, la caza real era de suma
importancia. Asistirían muchos de sus oficiales de la corte,
algunos amigos y el propio círculo íntimo del rey, los
familiares regios. Cualquiera de estos confidentes de confianza
podría saber del problema de Merry con la Iglesia y
denunciarla.
Enrique se encogió de hombros.
—Deseamos ver su inusual color nosotros mismos.
Además, no cualquier mujer es digna para ser esposa de uno
de nuestros captales —añadió, utilizando el término de
cortesía común en la patria de su esposa, Aquitania—. Si el
título de conde de Lincoln, Arundel y Sussex va a pasar por
vuestras entrañas, entonces vuestra esposa debe ser una madre
adecuada para el heredero, ¿no? Ella nos responderá sobre sus
antepasados. Por vuestro bien y el de ella, esperamos que nos
impresione —dijo con falta de sinceridad.
A Luke empezó a picarle la camiseta. El rey no tenía
intención de ser impresionado. En las dos semanas
intermedias, se convencería aún más —probablemente, con las
continuas quejas de Amalie—, de que Luke lo había
deshonrado a él y a su familia. Tal vez, incluso se tomaría
tiempo para persuadir a los barones de la traición de Luke, si
el rey pensara que habría una pelea por ordenar a la Iglesia que
disolviera el matrimonio de un inquilino en jefe.
La comezón provocó que su propio temperamento se
convirtiera en una furia helada. Se estiró en toda su altura, sin
tener en cuenta como podría hacer sentir de bajo a Enrique, y
consideró las palabras que quemaban un camino a su lengua.
Sí, tendía que decir lo que pensaba o el rey lo pisotearía.
—No me hagáis elegir, su Excelencia, entre mi esposa y mi
servicio —advirtió a Enrique.
Los ojos del rey se abrieron de par en par e incluso su tez se
volvió rubicunda.
—¿Os atrevéis a amenazarme? —exigió, su volumen
subiendo abruptamente.
Luke flexionó su mandíbula y sostuvo la mirada del rey.
Sabía el costo de desafiar a Enrique y, sin embargo, Arundel
estaba casi perdido para él de todos modos, aunque por el bien
de todos ellos, trataría de mantener su ingenio.
—Yo no amenazo, mi señor. Si es mi hogar lo que queréis,
sin duda lo tomaréis. Sin embargo, si tenéis la intención de
obligarme a deshacerme de mi esposa para serviros y mantener
Arundel, entonces, eso no lo haré. Creo que aún me necesitáis
—le recordó a su señor—. Soy yo a quien vos llamáis para
completar las tareas que otros no pueden o no quieren hacer.
Incluso ahora, estáis contemplando enviarme a reunirme con
los guardias para asegurar que vuestros bosques sean vigilados
una vez más y que vuestro juego se mantenga intacto. ¿Quién
servirá en mi lugar si me niego? —exigió.
El rubor de Enrique se transformó en un alarmante tono de
magenta. Sus ojos se volvieron un poco grises.
—Nos prometisteis vuestra espada —le recordó a Luke—.
¡Si retiráis esa promesa, entonces renunciáis al juramento!
Sintiendo la palabra traición de camino a los labios de
Enrique, Luke trató de evitarla, porque no deseaba ser
encarcelado en ese mismo momento y esperar un juicio
secular, uno que sin duda resultaría en una sentencia de
muerte.
—También juré ante Dios que amaría y honraría a mi
esposa por siempre en sagrado matrimonio, su Excelencia.
Sois vos quien quiere que elija entre un juramento y otro. Si
dependiera solo de mí, os serviría por el resto de mis años sin
dejar de estar casado. —Y, por supuesto, ¡se quedaría con
Arundel!
El rey se estremeció visiblemente.
—¡Cómo os atrevéis a amenazarnos cuando os hemos dado
todo lo que tenéis! —tronó, apenas atento a las palabras de
Luke—. ¡Qué rápido olvidáis de dónde venís!
Luke no dijo nada en absoluto sobre este comentario,
tratando de evitar que una ceja se le levantase en irónico
desdén por la rabieta de Enrique. En su interior, oró para que
el joven de veintidós años, mortalmente poderoso, recordara
quién le había salvado la vida hacía tantos años. Mientras el
silencio se extendía, Enrique rompió el contacto visual, como
si acabara de recordar la valentía de su vasallo.
Luke extendió sus manos y dijo con una calma forzada:
—Todo lo que os pido, Excelencia, es que la novia que yo
elija se quede conmigo. Seguramente, vuestro fiel y obediente
súbdito puede pediros eso.
Sin más consideración, Enrique le dio la espalda.
—Marchaos. —Señaló violentamente la puerta.
—Como queráis. —Luke hizo una media reverencia, se
volvió y caminó tranquilamente hasta la salida. Conocía al rey
lo suficiente como para tomarse su tiempo para pensar. Sin
embargo, estaba a punto de llegar a las puertas cuando Enrique
lo llamó.
—¡Luke!
Aunque enojado, no usó la formalidad de llamarlo lord
d’Aubigny. Solo ese hecho hizo que Luke respirara aliviado y
se volviera una vez más para enfrentarse a su rey, con su
corazón temblando expectante. Enrique había apoyado sus
manos en las caderas. Su pecho se levantaba y caía como si
hubiera corrido una gran distancia.
—No insistiremos en una anulación —dijo mirando a Luke
con resentimiento—. Habéis hecho vuestra elección. Marchaos
a vivir con vuestra bruja. —La palabra bruja pareció saltar de
las paredes, sorprendiendo a Luke con la posibilidad de que
Enrique hubiera oído hablar del pasado de Merry—. La
llevaréis a la cacería —le recordó Enrique—. Me gustaría ver
por mí mismo si es simple o hermosa.
No, Enrique no podía saber lo que había pasado en el
priorato, razonó Luke. Había llamado bruja a Merry de la
misma manera que se les llamaba a las mujeres regañonas,
aunque nadie usaba ese término alrededor del rey. Sin
embargo, con una duda persistente, Luke se inclinó
profundamente esta vez, mostrándole a Enrique la deferencia
que merecía por haber tomado la decisión correcta.
—Soy vuestro humilde servidor, su Excelencia —murmuró,
enderezándose.
Enrique puso una cara que rayaba lo cómico.
—Dejadme en paz —gruñó. Sacudió la barbilla haciendo
un gesto para que Luke se fuera.
A su único golpe, los sirvientes del otro lado abrieron las
puertas y Luke se deslizó silenciosamente a través de ellas,
consciente de que sus pies apenas parecían tocar las losas.
¡Por todos los cielos!, se había enfrentado al rey de
Inglaterra, al conde de Anjou, al conde de Maine, al duque de
Normandía, al duque de Aquitania, al conde de Nantes, al
señor de Irlanda, y a algunos títulos que había olvidado y que
había ganado. Su matrimonio había sido bendecido a
regañadientes. Era todo lo que Luke había podido hacer.
¡Merry! No podía esperar a decírselo. «¡El rey ha aceptado
nuestro matrimonio! ¡Que no se hable más de anulación!
¡Vuelve a mi cama y deja que te ame!».
Su paso vaciló. Por supuesto, se refería a amarla en el
sentido físico. Estar con ella era la experiencia más placentera
que había tenido. Sus cuerpos se movían juntos como si
estuvieran hechos para estarlo. Cualquier otro tipo de
emoción, más allá del cariño, era… bueno, era mero
sentimiento.
Le gustaba, desde luego. Ella lo divertía con su escandalosa
honestidad. Su valentía era mayor que la que había visto en la
mayoría de los hombres. Sí, la admiraba. Sin embargo, su
hambre por ella era puramente física, ¿no era así? Tan potente,
de hecho, que se sentía conmovido por el mero pensamiento
de sus suaves brazos a su alrededor.
¡Qué hombre tan afortunado era! ¡Un bastardo cuyo primer
hijo sería el conde de Arundel! ¡Más que eso, tenía una esposa
luchadora para calentar su cama y un hijo en camino!
Había sido una apuesta desafiar al rey, pero estaba contento
de haberlo hecho. Gracias a Dios que la necesidad que tenía
Enrique de él superaba su decepción por el matrimonio de
Luke. Tal vez, la gratitud por el hecho de que Luke salvara una
vez su vida real había tenido algo que ver con el cambio de
opinión del rey. No importaba la razón, ¡ya no era la marioneta
de un tirano! Luke solo deseaba no estar a cien millas de
donde más quería estar. Mañana a esa hora, le contaría a Merry
la buena nueva y la convencería para que volviera a su cama.
Si tan solo su abuelo estuviera lo suficientemente bien para
entender lo que acababa de ocurrir, entonces, el futuro sería
realmente brillante.
Capítulo 18

M erry puso el paño frío sobre la frente del conde,


absorbiendo el sudor que brillaba en su frente pálida.
Ella ya le había quitado las mantas y enfriado la habitación
apagando el fuego del brasero. Aun así, el conde siguió
transpirando profusamente y agitándose con incomodidad. Ella
sabía que no debía confiar en la tranquilidad en la que había
caído. En cualquier momento, podría ponerse a gritar contra
demonios invisibles como lo había estado haciendo durante la
mitad del día y toda la noche.
Se permitió un suspiro de cansancio. Era de madrugada.
Por lástima del criado que se había quedado con ella para
atender a lord William, ordenó a Egbert que volviera a su
palco en el rincón de la habitación y vigiló al conde ella
misma desde la medianoche.
Eso fue hacía horas. Sus extremidades estaban ahora llenas
de cansancio. Más de una vez, tuvo que sujetar al conde al
colchón para evitar que saliera corriendo de la cama. Luchaba
contra ella, sus intentos eran débiles, pero lo suficientemente
poderosos como para minar su fuerza.
Ahora parecía más tranquilo, divagaba, y Merry se encontró
escuchando sus palabras.
—¡Ah, Bea, dulce Bea! Tu sonrisa es como el sol; calienta
mi corazón. ¿Por qué me dejaste, Bea? Nunca pensé que
morirías antes que yo. —Su cara se arrugó y se convirtió en
dolor mientras sollozaba.
El corazón de Merry lloró con él. ¿El amor tenía que ser tan
doloroso?, se preguntó. ¿Por qué trae desesperación tanto en la
vida como después de la muerte?
Mientras el conde se dormía, exhausto por su propia
miseria, ella derramó una lágrima por su pérdida y por la de
ella. ¿Cuándo regresaría Luke con la decisión del rey? La
espera era una agonía de incertidumbre. Si había llegado al
domicilio del rey al final de la tarde del día anterior, y si el rey
había tenido tiempo de verlo directamente, entonces, al final
de ese mismo día podría regresar si había comenzado su viaje
temprano. Por otro lado, puede que no lo viera antes de
mañana si se hubiera quedado a charlar con Enrique o si
Amalie estuviera allí y le hubiera requerido.
El sonido de la puerta abriéndose se llevó su atención. La
visión de Luke atravesando la abertura le hizo dudar. Tendría
que haber cabalgado toda la noche para llegar allí a esa hora.
Pero no había duda de la energía que fluía hacia ella
abruptamente ante la inesperada visión de él.
Los ojos de Luke ardían, con las mejillas aún rojas por el
viaje y el pelo alborotado, nunca le había parecido más guapo
que entonces. Su corazón latía de esperanza mientras él se
acercaba a ella, su cara relajada, un aire de satisfacción
alrededor de él.
—¿Cómo estás, esposa?
Ella casi rio, pero sofocó la risa sabiendo que sonaría medio
loca, tan tensa por la expectativa de su regreso y con los
nervios desgastados. Tal vez, al ver las lágrimas rebeldes que
aún se aferraban a sus pestañas o por el cansancio que
acumulaba, las cejas de Luke se unieron. Miró con
preocupación a su abuelo. Sin embargo, al verlo dormido y en
paz, se volvió hacia Merry.
—¿Has estado aquí toda la noche? —preguntó.
—Sí —dijo ella—. Tu abuelo sufre los ataques y fiebres
más raros que he visto en mi vida.
Para evitar alcanzar a Luke y sacudirlo en busca de
información sobre su destino, se inclinó sobre su abuelo y le
quitó el paño de la frente.
—Creo que lo peor ya ha pasado. Por fin descansa.
Se dirigió hacia el lavabo junto a la cama, enjuagó el paño
en agua con olor a lavanda y lo escurrió de nuevo, todo ello
sin apartar la mirada de la cara de Luke. El conde dio un
ronquido, pero no se despertó.
—¿No has encontrado nada que lo calme?
—La manzanilla ayuda un poco —exageró, pues nada de lo
que hizo pareció mejorar la salud general de lord William.
—Entonces, ¿no sabes lo que lo aflige?
La impotencia estranguló sus cuerdas vocales. Luke la
valoraba principalmente como curandera, y ella le había
fallado. Colocando el paño recién humedecido en la frente del
conde, tragó con fuerza.
—Lo haré pronto —prometió. ¿Tendría la oportunidad de
cumplir su palabra?—. Tenía una tos seca —continuó ella—,
que Amalie trató con un jarabe de amapola. Sus síntomas
actuales comenzaron poco después…
—¡Amapolas! —La mirada de Luke saltó a la de ella, y el
centro oscuro de sus ojos pareció brillar.
—Es un remedio común —aseguró Merry—. Mientras
Amalie descuidaba al conde en asuntos de limpieza y
comodidad, yo lo habría tratado con jarabe de amapola, igual
que ella.
Luke le agarró los dos brazos y el miedo se apoderó de ella.
—No es la amapola roja que crece dentro de estas paredes
—dijo con urgencia—. ¡Es amapola de opio! Recuerda, te dije
que había traído las vasijas de semillas del este hace años y las
había plantado en el jardín.
El temor se acumuló en el estómago de Merry cuando las
palabras de esa conversación volvieron a ella.
—Veneno —susurró con consternación—. Debería haberme
dado cuenta antes.
La boca de Luke se convirtió en una línea sombría.
—Sí, el jugo de la planta es venenoso.
Ambos se volvieron para mirar al conde.
—Causa locura y sudoración copiosa, los mismos síntomas
que sufre mi abuelo. ¡Debería haberlo notado antes! —
exclamó con fluidez en su lengua extranjera.
—¿Por qué lo plantaste si es venenoso? —le preguntó en
voz alta.
—Porque las semillas eliminan el dolor e inducen al sueño.
He visto que trae alivio a los moribundos. Bajo su influencia,
he visto cómo les quitaban las flechas a los hombres e incluso
he visto soldados a los que se les han cortado las extremidades
para salvarles la vida sin que gritaran torturados o
inconscientes por el dolor. Es una maravilla cuando se usa
correctamente.
—¿Y si no es así? —preguntó ella, su mirada fija en la
pálida cara de lord Williams.
—Se vuelve adictivo. —La voz de Luke se volvió grave—.
Te matará, ya que uno quiere más y más de ello. Escribí los
detalles en mi diario… —Miró a Merry en busca de algo y
luego miró a su abuelo—. ¿Podemos dejarlo en paz ahora? —
preguntó.
—Creo que sí. Egbert lo escuchará si se despierta. —Miró
al sirviente que se había levantado de su camastro para
mirarlos solemnemente.
—Ven conmigo —dijo Luke, agarrándole la mano.
De repente, la bendición de Enrique o su maldición se
desvaneció en trivialidad. Solo los siguientes momentos
importaron, pues ella y Luke eran aliados en una misión
común. No había nada más allá de su segura y cálida
comprensión. Mientras ella se apresuraba a seguir el ritmo de
sus largos pasos, recordó la vez que visitaron el jardín de
hierbas en Iversly con el objetivo común de evitar que la
herida de Philippe se infectase más.
Con su amor por Luke desbordando su corazón, ella
mantuvo su mano en la suya, regocijándose interiormente por
la gentil familiaridad de su contacto, asombrada por lo mucho
que lo había extrañado, aunque estuvieran distanciados.
Al llegar a la puerta de su habitación, Luke la abrió,
revelando una habitación iluminada solo por la pálida luz del
amanecer. Soltando la mano de Merry, encendió dos velas
mientras que Merry se dirigió directamente a su gran baúl y
soltó las hebillas. Con la luz de las velas brillando en el
contenido del mismo, Merry localizó el diario de Luke
exactamente donde lo había dejado y lo sacó. Sentados juntos
en el borde de la cama, con el libro balanceándose en sus
regazos, Luke comenzó a hojear rápidamente las páginas.
—¿Dónde está? —murmuró, estrechando su búsqueda, pero
sin éxito.
Merry lo miró de reojo. Su pelo de medianoche se
mezclaba con las sombras que había detrás de él. Sus ojos
reflejaban las llamas que ahora iluminaban su hermoso rostro.
Habiendo estado separada de él durante tres días, ella había
extrañado la silenciosa energía que irradiaba de él. No podía
apartar su mirada de Luke: la simetría de su frente, su nariz, el
ángulo determinado de su mandíbula. Sus rasgos la
mantuvieron hechizada.
—No está aquí —dijo, mirándola con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Merry.
—Falta una página —dijo, deslizando un dedo por la
encuadernación del tomo—. Ha sido arrancada.
Merry miró más de cerca. Parecía como si alguien hubiera
cortado la hoja cerca de la encuadernación para que su
ausencia no fuera inmediatamente obvia. Sintiendo la mirada
de Luke, se echó hacia atrás con un grito ahogado, una mano
sobre su corazón.
—No, ¿no creerás que lo hice yo? —preguntó horrorizada.
La incredulidad transformó sus rasgos.
—Por supuesto que no —contestó—. De lo único de lo que
estoy seguro es de que te harías daño a ti misma antes que a un
alma inocente.
La calidez de su voz y de su mirada la tranquilizó
inmediatamente. Entonces, sus ojos se entrecerraron.
—¿Quién habría hecho esto? —preguntó—. ¿Y por qué? —
Merry se humedeció los labios secos y se dio cuenta de que los
latidos en la cabeza se debían al cansancio. La respuesta le
pareció obvia—. Tal vez, Amalie —se aventuró, consciente de
que acusar a la exprometida de Luke podría provocar más
problemas para ella misma—. Parecía pensar que a lord
William no le quedaba mucho tiempo en este mundo. En
efecto, me dijo que lo más amable que podía hacer por el
conde era envenenarlo.
Luke la miró con perplejidad que se convirtió en horror.
—Deberías habérmelo dicho inmediatamente. —Cerró de
golpe el diario haciéndola saltar, antes de dejarlo a un lado, y
se puso en pie para caminar por la alfombra que tenía ante ella
—. Dijiste que ella lo trató con un jarabe de amapola —
recordó—. ¿Estás segura?
—Sí, pero puede que no supiera que era la amapola del este
la que crecía aquí.
Se detuvo, buscando claramente en su memoria.
—Amalie lo sabía —declaró—. Ella se interesó por este
baúl cuando llegó por primera vez, especialmente, por los
cosméticos, el kohl y la henna que había traído conmigo. Le
hablé entonces del poder de la semilla de amapola, y pareció
fascinada al escuchar sus efectos. Dios tenga piedad —añadió,
levantando una mano para secarse la frente.
Merry se dio cuenta de que, al igual que ella, Luke no había
dormido mucho o nada la noche anterior. El shock de
descubrir las acciones nefastas de Amalie le había provocado
un temblor inusual en los dedos.
—Si ella lo sabía —dijo Merry, tratando de consolarlo—,
¿por qué habría hecho algo así? Ella ya iba a casarse contigo,
así que, ¿qué beneficio tenía envenenar a lord William? —
Luke agitó la cabeza, incapaz de responder, con la conmoción
aún fresca en su cara—. Tal vez, pensó que lo curaría más
rápido —se aventuró Merry—, o que le quitaría el dolor. —
Ella no creía que ninguna de las dos opciones fuera cierta,
pero su opinión real estaba influenciada por su aversión hacia
la mujer.
Luke agitó la cabeza y miró el libro.
—La página que falta en mi diario describe en detalle las
dosis que podrían causar envenenamiento y muerte. Si no ha
sido Amalie, entonces, ¿quién? No hay muchos que tengan
acceso a esta habitación, excepto nuestros siervos… y yo
confío en mis siervos —concluyó, dejando claro que no
confiaba en la prima del rey.
—Pero ¿por qué? —preguntó Merry de nuevo, incapaz de
comprender los motivos de la mujer.
Luke cerró los ojos brevemente.
—Enrique me dijo que parte de la decepción de Amalie era
porque deseaba vivir en Arundel. —Volvió a abrir los ojos
para mirarla.
Merry mantuvo su mirada, porque ella sentía lo contrario.
Era el corazón de Luke lo que ella anhelaba, sin importarle un
bledo Arundel, excepto porque Luke estaba tan apegado a él.
Si él solo tuviera una choza y un saco de patatas, ella lo
seguiría queriendo.
—Mientras mi abuelo siga vivo, él lo gobierna —continuó
Luke, sin saber de sus cálidos pensamientos—. En realidad,
nunca le gustó Amalie, aunque no fue desagradable con ella.
Merry parpadeó.
—¿Cómo pudo encontrar fallas en una mujer tan poderosa,
tan cercana al trono, bella e inteligente, que quiere casarse con
su nieto? —preguntó. ¡La verdad de Dios! Si Amalie, con toda
su belleza y sus conexiones no podía ganarse el corazón del
conde, ¿qué posibilidades tenía ella?
Luke se encogió de hombros.
—Dijo que no se parecía en nada a su Bea; era su segunda
esposa y muy querida por él.
—La mencionó mientras sufría de fiebre —admitió Merry.
—Ah, ¿lo hizo? —Luke esbozó una sonrisa irónica—.
Incluso cuando no tiene fiebre, habla de ella: su sonrisa, sus
ojos, su cabello, su ingenio, su calidez. Para él no hay mujer
que pueda compararse a ella.
—Ya veo —dijo Merry, aunque recordó que el conde le
había dicho que le recordaba a Bea.
—Amalie era lo opuesto a lady Beatriz —continuó Luke—,
fría, incolora, sin humor, silenciosa a menos que dé órdenes o
se queje, pálida y, francamente, una terrible compañía.
Sorprendida por la acerba de Luke, Merry casi se rio, solo
para recordar que aún no había oído hablar de la decisión de
Enrique con respecto a su matrimonio.
—¿Crees que es posible que Amalie… debilitara a tu
abuelo? —Ni siquiera podía acusarla directamente de
envenenamiento. La sangre fría que se requería para perpetrar
tal cosa la conmocionaba hasta la médula.
—Sí, creo que es posible —contestó con severidad.
Ella miró su pétrea expresión con un creciente sentido de
temor.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó finalmente.
Sus ojos se entrecerraron, y luego se suavizaron mientras su
mirada se detenía en la cara de ella.
—Nada —dijo.
—¡Nada! —La mandíbula de Merry se cayó. ¿Perdonaba a
Amalie porque aún sentía algo por ella?
—Merry, escucha.
Volvió a la cama y se sentó junto a ella cogiendo sus
manos. De repente, ella supo que la decisión que había estado
temiendo estaba a punto de ser compartida.
—Enrique se angustió al enterarse de nuestro matrimonio,
después de oírlo primero de Amalie. —Ella asintió,
preparándose para un golpe aplastante. Lo que Luke dijera
después tendría el poder de catapultarla a la miseria o de
liberarla de la desesperación—. Estaba muy disgustado por lo
que veía como mi traición, pero logré que entrara en razón.
Merry tragó, tenía la boca seca. ¿Razón?
—¿Qué has dicho? —preguntó con la esperanza en alto.
—No importa. Lo que importa —añadió—, es que el rey
está dispuesto a aceptar nuestro matrimonio.
La sangre rugió en sus oídos.
—Entonces tú… —Quería preguntarle qué quería él para su
futuro y el de ella, pero su garganta se cerró con el repentino
deseo de llorar.
Hasta ese momento no se había dado cuenta de la
profundidad de su ansiedad. El indulto inesperado se abrió
sobre ella como si las olas se estrellaran contra la orilla. Sin
pensarlo, ella puso sus brazos alrededor de su cuello, se apoyó
en él y, rápidamente, estalló en lágrimas.
—¡Ah, la sangre de Cristo! No llores —suplicó gentilmente
—. Silencio ahora, duendecilla. ¿Pensaste que dejaría que
Enrique me dijera qué hacer? —Deslizó sus palmas hacia
arriba y hacia abajo de su espalda—. Te lo dije, nadie puede
obligarnos a anularlo. Nunca dejaría que eso pasara. Nunca.
Sus palabras eran un bálsamo para su alma. Desearía que se
lo hubiera dicho antes. Dominar sus emociones era muy
difícil, pues se había dado cuenta de que llevar a un niño le
causaba una tendencia al llanto. Entonces se apartó, presa de
un repentino recelo.
—¿Podría el rey negarse a concederte a Arundel? ¿Podría,
por despecho? —preguntó, limpiándose las mejillas mojadas
con la manga.
Los pensamientos se movían detrás de los ojos ambarinos
de Luke, pero, rápidamente, los ocultó bajando las pestañas.
Tomando sus manos en las suyas, se las llevó a sus labios y
besó sus nudillos con una ternura que hizo que su corazón se
derritiera.
—No creo que lleguemos a eso —prometió bruscamente—.
Me dio su palabra.
El alivio la mareó. Luke, claramente, creía en la promesa
del rey Enrique. Sin embargo, Luke no le había dicho que
prefería tenerla por esposa que a Arundel por hogar. Solo
cuando se aseguró ambas cosas, pareció satisfecho. Quizás,
esperaba demasiado de un hombre atado a ella por la gratitud,
por un bebé, y por la idoneidad en la alcoba. Después de todo,
transmitir el título de su abuelo era la ambición de su vida. No
podía competir con tanta dedicación, ni debería querer hacerlo.
Con ese pensamiento, ella enterró sus ideas egoístas de una
vez por todas. Le habían dado un indulto y una bendición.
Estaba más que agradecida.
Las palmas de Luke rozando sus brazos hasta sus hombros
llamaron su atención hacia su expresión seria. Con las yemas
de los dedos acarició ligeramente su piel en el borde de su
escote, dando lugar a un escalofrío de placer.
—Vuelve a mi cama —suplicó en un susurro—. Somos
marido y mujer. Nadie puede quitarnos eso. —Sus dedos se
deslizaron por su cuello y se hundieron en su pelo. Acunando
la parte posterior de su cabeza, le dio un momento para
negárselo si ella lo deseaba.
No salió ni una palabra de sus labios, que ella separó para
él. Con una breve sonrisa, bajó la cabeza y la besó.
Memorizando la sensación de sus labios suaves que
encajaban calurosamente sobre los suyos, Merry dejó a un
lado cualquier arrepentimiento persistente por la ausencia de
palabras de amor. Después de todo, la besó tan tiernamente,
con tanta determinación, que no había duda de que la deseaba.
Él la acercó, amoldándola a él con manos que la apreciaban.
Este era el Luke que había conocido en Iversly y en su noche
de bodas.
Una nueva oleada de lágrimas le picó los ojos. Su beso se
profundizó, como para reclamar su alma. Ella le devolvió el
beso con todo el amor que le había guardado durante días,
semanas y meses. Sintiéndolo estremecerse, ella se calentó en
la gloriosa emoción de su efecto sobre él.
—Dulce Merry —suspiró, dejando besos calientes en su
cuello.
Sus manos fueron detrás de ella, a tientas sobre los
cordones que mantenían el vestido en su lugar. Un momento
después, lo deslizó por sus hombros junto con su camisola de
lino, arremolinándose ambas prendas en su cintura.
Con un murmullo apreciativo, Luke admiró a su esposa a la
luz del sol que bañaba la cámara. Debido a su embarazo, sus
pechos se habían vuelto más rellenos y redondos, lo cual él
apreciaba. Los ahuecó con reverencia, su tacto hacía que sus
pezones se endurecieran y crecieran firmes.
—Mi esposa —murmuró—. Creo que eres la mujer más
bella del mundo.
Ella solo vio sinceridad en sus ojos.
—Y yo creo, mi señor Fénix —le dijo con sinceridad—,
que vos sois el hombre más guapo del mundo. —No podía
evitar que su propia voz se volviera ronca; al mismo tiempo,
estaba decidida a contener las lágrimas que le pinchaban los
ojos—. Te he admirado —añadió, asintiendo con la cabeza—,
desde el día en que me rescataste del fuego.
Una mirada de placer floreció en la cara de Luke,
haciéndola sentir mareada.
—¿Es por eso que casi me ensartaste —preguntó,
burlonamente—, el día que te rescaté?
Una risa que era parte un sollozo se le escapó, pero ella
dominó su emoción y respiró hondo.
—Tenía miedo de que me obligaras —explicó.
—¿Por qué iba a forzarte cuando obtengo tanto placer
despertando tu deseo? —preguntó, amasando los pesados
globos de sus pechos. Luego deslizó las manos sobre sus
hombros y la empujó suavemente hacia atrás sobre el
contrapanel mientras se extendía a su lado, una pierna sobre la
suya.
Al instante siguiente, arrastró sus faldas hacia arriba con su
amplia y cálida mano, mirándola, sin duda notando que sus
párpados se volvían pesados por la pasión.
—¿Tienes miedo ahora? —susurró, sus labios a escasos
centímetros de los suyos.
«Sí», susurró su corazón, aunque por razones que ella no
pudo decirle.
—No —dijo su boca.
Le acarició el pelo de la frente y le dijo:
—Entonces, ¿me dejas amarte, Merry?
Sabía que su respiración rápida traicionaba su excitación,
pero dudó, sin responder de inmediato. La pequeña punzada de
dolor por su elección de palabras era como una flecha en su
corazón, pero ella estaba decidida a evitar que su dolor se
reflejara en sus ojos.
—Sí —susurró al fin.
¿Por qué debería arrepentirse cuando él acababa de
asegurarle que su futuro como pareja estaba asegurado?
La reclamó entonces, marcándola con un beso que la
quemó hasta los pies. Merry se aferró a sus anchos hombros,
delirando con el hambre que corría por sus venas. Rezó para
que fuera solo cuestión de tiempo antes de que él sintiera en su
corazón lo que su cuerpo le estaba diciendo tan claramente.
—Dios os bendiga, su Excelencia, por concederme una
audiencia.
La mujer que se arrojaba sobre las losas en actitud de
abyecta servidumbre tenía la voz ronca de un hombre. Por
curiosidad más que por interés, Enrique levantó la mirada de
su desordenada mesa de escritura y frunció el ceño.
Había sido presentada como Agnes, priora de Monte Grace,
North Yorkshire. Enrique había escuchado el nombre tan a
menudo en las semanas desde su regreso de Normandía que,
finalmente, había accedido a ver a la mujer, aunque solo fuera
para no tener que volver a oír su nombre. No podía imaginar lo
que una monja del norte de Inglaterra querría de él. Sin
embargo, ella lo buscó y lo encontró en Wallingford.
Sus manos, abiertas sobre el suelo, eran grandes y
poderosas, con uñas cortas y limpias.
—Levantaos —dijo Enrique, curioso de ver su cara. Ella lo
hizo, y él se encontró mirando una cara larga y estrecha con un
pico por nariz y ojos planos y marrones. Le recordó a un
mirlo, una criatura muy molesta, en opinión de Enrique. Los
mirlos solían reunirse después de la cacería, esperando que la
grasa fuera eliminada de la presa.
—¿De qué os quejáis? —preguntó, deseoso de volver a los
montones de libros de contabilidad que le esperaban.
—Su Excelencia, tengo algo que pertenece a uno de sus
comandantes —dijo la mujer, despertando de nuevo su
curiosidad—. Para Luke d’Aubigny.
Levantó la vista.
—¿Tenéis algo que pertenece al Fénix? —Lo irritaba
pensar en Luke en ese momento. Había sufrido las diatribas de
Amalie durante una docena de días seguidos.
«¿No has hecho nada todavía para regañarlo?», le había
pedido ella esa misma mañana.
«¿Qué puedo hacer para no ofender a los barones?», le
había dado a su prima su respuesta habitual. «Dejad de
preocuparos por el Fénix y poned vuestros ojos en otro».
«El Fénix», se había burlado. «¡Me importa un bledo ese
bastardo sarraceno! Era Arundel lo que yo quería. ¿No soy la
prima del rey? ¿De qué sirve ser vuestra pariente si ni siquiera
podéis darme un castillo propio?».
«Lo haré», él se lo había prometido. «Tened paciencia».
Le irritaba más allá de toda medida que Luke lo hubiera
puesto contra la pared. ¡A él, un rey! Sin embargo, dependía
de Luke más de lo que quería admitir. El Fénix era un soldado
de corazón. Su liderazgo despertaba lealtad en los corazones
de plebeyos y barones por igual. ¡Los dedos de los pies de
Cristo, había salvado su propia vida! ¿Cómo se vería negar el
derecho de Luke a Arundel, a negar el título a sus herederos?
Le costaría no solo su mejor vasallo, sino que pondría a los
barones en su contra durante muchos años.
La hirviente amargura de Amalie era como una piedra de
molino que lo aplastaba. Con gusto la enviaría de vuelta a
Normandía o se la endosaría al próximo y desprevenido
cortesano. Sin embargo, no quería ninguna de las dos
opciones, pues sus miras estaban puestas en un castillo
encantador en el oeste de Sussex. ¿Dónde encontraría otro
castillo tan maravillosamente situado para complacer a su
prima?
La priora reclamó la atención de Enrique.
—Permiso para estar de pie, Excelencia —suplicó la mujer.
—Sí, sí—dijo sintiéndose irritado—. Adelante con ello.
Ella lo hizo, y luego se le acercó un paso más, haciendo que
dos de sus guardias se movieran con las espadas apuntando a
la monja. Sin prestarles atención, metió la mano bajo sus
voluminosas túnicas y sacó un solo chausses ennegrecido,
finamente enlazado.
La curiosidad de Enrique aumentó.
—¿Qué tenéis ahí? Mostrárnoslo. —Él hizo un gesto con su
mano, y ella puso el chausses cuidadosamente delante de él.
Enrique lo miró con creciente interés. ¿Cómo es que una
monja había conseguido algo tan bueno?
—¿Qué es lo que queréis a cambio de esto? —exigió.
Sus oscuros ojos miraron de cerca su expresión.
—Perdóneme, su Excelencia, pero pertenece a su
comandante Luke d’Aubigny y debe serle devuelto. Habiendo
tomado un voto de pobreza, no busco vender el artículo.
—¿Cómo lo conseguisteis, entonces?
—Os lo ofrezco como prueba de que sé de quién hablo.
Porque tengo una queja contra su comandante.
Su interés aumentó aún más.
—¿Una queja?
—Sí, su Excelencia. Su comandante saltó la pared de mi
priorato y secuestró a un hereje que había sido condenada a ser
quemada en la hoguera por atender al diablo y practicar magia
negra.
Enrique sofocó un grito de asombro. ¿Luke había hecho
algo malo? El hombre que seguía el protocolo y obedecía cada
orden con precisión, al menos, siempre lo había hecho, antes
de casarse sin el consentimiento de su rey. Con un temblor de
emoción, Enrique ordenó a la monja que le contara todo. Ella
le envió un apacible asentimiento, se frotó las manos casi
alegremente y se lanzó a su historia.
Dados los detalles que estaba escuchando, la certeza palpitó
a través del rey. La mujer no podía estar mintiendo, ella era
una priora, después de todo. Sí, y Enrique conocía muy bien el
hábito de Luke de rescatar a los oprimidos. Era una
excentricidad que Enrique pensaba que era curiosa, pero que
toleraba. Pero si el Fénix había entrado en un santuario por la
fuerza, entonces, su crimen era realmente grave.
¡Por Dios, era la respuesta a sus plegarias!
—Describid a esa hereje —ordenó, golpeado por una
repentina sospecha—. ¿Qué aspecto tenía?
—Su cabello, su Excelencia, es rojo como las llamas del
infierno a las que está destinada —dijo la monja, calentando su
historia ahora que tenía el interés del rey—. He oído el rumor
de que la trajo al sur con él.
—¿Su nombre? —Enrique pinchó, con cuidado de no sacar
conclusiones precipitadas.
—La llamábamos Mary Grace, pero su nombre de pila era
Merry du Boise.
Levantándose de su silla, Enrique se dirigió a la ventana
para ocultar su alegría. Observando su vasta propiedad, pensó:
«¡Ah, Dios es bueno conmigo!». Luke se había casado con una
hereje, una mujer condenada a la hoguera! Se forzó a sí mismo
a ver el heroísmo involucrado. Qué noble. Qué tontería.
Tristemente, había poco que Enrique pudiera hacer para
proteger a su vasallo ahora. El asunto había caído directamente
en el dominio de la Iglesia. Agitó la cabeza. Era una vergüenza
lamentable que el matrimonio tuviera que ser anulado y la
mujer condenada a muerte, porque si la Iglesia la había
condenado, entonces, sin duda, merecía su castigo. No se
podía esperar que Enrique se interpusiera en el camino.
La gloria de todo esto era que Luke, sin importar cuán
indignado estuviera, no tenía razón para culpar a la corona por
su muerte. Era estrictamente un asunto de interés eclesiástico.
¡Las manos de Enrique permanecerían inmaculadas! Luke
seguiría siendo su fiel vasallo, a su disposición, y llamado a
hacer todos esos tediosos trabajos que los barones evitaban.
Con una sonrisa miró hacia el Támesis, brillando fríamente
bajo el cielo de diciembre. Podía seguir la poderosa vía fluvial
hacia el este hasta Londres, hasta la propia Torre. Sería
realmente triste si necesitara encarcelar al Fénix o a su esposa.
Triste, pero quizás necesario.
De hecho, era bueno ser un gobernante soberano, porque
incluso Dios mismo parecía estar subordinado a su voluntad.
—¿Dónde os alojáis? —le preguntó a la priora por encima
del hombro.
—En la rectoría de St. Mary’s.
—Estaremos en contacto con vos —prometió, su mente ya
estaba tramando.
Con un susurro de túnicas y un paso sorprendentemente
ligero, la priora se retiró.
Capítulo 19

M erry se aferró a la mano de Luke, temerosa de perderlo


en la aglomeración de personas que competían por
entrar en los terrenos de Clarendon, la cabaña de caza favorita
del rey Enrique. La gran estructura de piedra se alzaba sobre
ellos, más oscura que las nubes que asfixiaban el cielo,
amenazando con un aguacero. Gente de todas las profesiones y
condiciones sociales se arremolinaban, sin duda, aterrorizando
a los abundantes ciervos del parque real. Sin embargo, solo los
nobles, los jefes de la iglesia y los que estaban en posición de
autoridad eran admitidos en la estructura misma, a través de
las pesadas puertas de madera custodiadas por los soldados
personales del rey.
Luke, en lugar de su cota de malla, llevaba una larga túnica
púrpura, abrochada a la cintura. Una espada ceremonial
colgaba de su cadera, su mango con joyas y su vaina adornada
en clara exhibición, con su capa escondida detrás de ella. La
gran capa negra con el emblema del ave fénix, sutilmente
cosida con hilo púrpura, lo protegía de la interminable
llovizna.
Sin embargo, más que su atuendo, era la postura de sus
hombros y la firmeza de su mirada lo que hacía referencia a su
autoridad. Esa mañana, cuando se despertaron en una
habitación del castillo de Winchester después de un largo viaje
el día anterior, dijo que estaba ansioso por presentarla a su rey.
Ahora, fue su determinación la que les permitió avanzar
mientras la multitud se empujaba y bloqueaba su camino. No
ayudaba que se hubieran hecho adiciones por todos lados —
aunque se habían detenido durante la cacería— que formaban
un caos a medida que Enrique convertía Clarendon en un gran
palacio. La construcción de la gran sala, las cocinas y las
bodegas apenas había comenzado, pero incluso con los
hermosos terrenos y terrazas, Merry dudaba de que pudiera
igualar la belleza de Arundel cuando estuviera terminada.
Luke apretó su mano, dándole una parte de su confianza;
sin embargo, una inexplicable inquietud residía en su vientre,
justo debajo de sus costillas. Bajo su propia capa, llevaba un
vestido de color vino, cosido con tantos pernos de seda que le
había costado una pequeña fortuna. Cortado con la cintura alta
para ocultar la ligera redondez de su vientre, revelaba la
perfección de la porcelana de su cuello y hombros. Para
restarle viveza a su cabello, estos habían sido enrollados
elaboradamente en la parte superior de su cabeza y fijados en
su lugar con peines de nácar.
Ahora deseaba haberse cubierto la cabeza completamente
con un tocado serio, para que no se le resbalaran los peines y
se le deshiciera el peinado. Aunque era una idea tonta, sentía
como si el rojo ardiente de sus cabellos fuese emblemático de
toda la mala suerte de su vida. Era una tontería de su parte
pensarlo, pero se sentía como un fraude al asistir a un asunto
tan regio y, seguramente, había otros asistentes que estarían de
acuerdo con ella.
Manteniéndose lo más cerca posible de Luke, Merry vio
con alivio que estaban avanzando. Una vez adentro, habría una
cena ligera, seguida de algunos discursos, y luego una cacería
al final de la tarde. El rey y los que habían sido invitados a
pasar la noche, incluyendo a Merry y Luke, se levantaban al
amanecer para la cacería principal. Según Luke, era un evento
necesario para asistir y disfrutar de todo corazón si se esperaba
permanecer en la buena gracia del rey.
—Discúlpenos. Dejadnos entrar, por favor —dijo Luke,
haciendo que comerciantes y mendigos por igual cedieran ante
su presencia. Merry se dio cuenta de que muchos de los
habitantes de los pueblos de los alrededores habían venido
como si fuera un día de mercado o una feria.
Por fin, llegaron a las puertas dobles del albergue y a los
soldados que las custodiaban estoicamente.
—Mi señor —dijo uno con una profunda reverencia,
reconociendo a Luke. Miró a Merry con curiosidad, y la
incertidumbre se apoderó de ella. Sí, debería haber usado un
tocado y mantener su pelo fuera de la vista.
El otro soldado mantuvo la puerta abierta y Luke hizo
entrar a Merry. Entrando en una sala bulliciosa, la mirada de
Merry se elevó de inmediato para ver las cabezas de ciervo
disecadas de los mayores asesinatos de Enrique mirándola
desde lo alto de las paredes. Se encontraron con una avalancha
de señores y señoras de pie con sus mejores galas, pues no
importaba que estuvieran en una cabaña de caza: el rey estaba
allí y también lo estaba su corte.
Sacudiendo la humedad de su manto, Merry miró a Luke,
quien le hizo un guiño fortificante.
—El rey estará en el centro absoluto de este jaleo, sin duda
—dijo.
Se inclinó hacia él para poder hablarle al oído.
—Seguramente, no podremos cenar todos en este salón.
—No. —Se rio—. Desafortunadamente, estaremos afuera
en la terraza trasera. Enrique habrá instalado tiendas de
campaña enormes y mesas largas con bancos astillados. No es
exactamente como cenar en Windsor o Wallingford, pero
tenemos el lujo de una habitación para pasar la noche y no una
tienda de campaña en los terrenos mojados, como la mayoría.
Sin duda, estaremos en la mesa de Enrique en cada comida.
La ansiedad la atacó de nuevo. ¿Y si el nuevo rey le tenía
aversión? ¿Y si cambiara de opinión sobre aceptar su
matrimonio? Como si sintiera su inquietud, Luke la acercó a
él, inclinando su barbilla hacia arriba con un dedo.
—Eres la estrella más brillante del cielo —dijo, admirando
su mirada.
—Alabado sea Luke —respondió ella—, porque las nubes
son tan densas que no hay estrellas que ver.
—Cierto. —Sonrió—. Aun así, si pudieras verlas… Ah, no
importa. —Se detuvo y le dio un cálido beso en los labios para
disipar sus dudas.
Su corazón se llenó de amor por él. Mientras él la hacía
avanzar de nuevo, ella se maravilló de lo encantadora que
había sido la vida desde su regreso del castillo de Wallingford
hacía dos noches. Nunca antes había sido tan feliz, ni siquiera
en los idílicos años de su infancia.
La voz de un hombre alzada en tonos entusiastas por
encima de los demás, alertó de su proximidad al rey. La
ansiedad le anudó el estómago de nuevo. Incapaz de ver la
cabeza del rey sobre los hombros de la multitud que los
rodeaba, Merry se puso de puntillas y estiró el cuello. Para su
consternación, sus ojos se fijaron en la mirada frígida de
Amalia, que estaba de pie con un cáliz en la mano rodeada de
otros hombres y mujeres que buscaban la oreja del rey.
Manteniendo cautiva su mirada, los labios de Amalie se
elevaron en una leve sonrisa y levantó su copa como para
brindar por ella. Un latigazo de miedo resbaló por la columna
vertebral de Merry. ¿Por qué Amalie se vería tan engreída
cuando Luke había aparecido en un evento público con su
nueva esposa? Uno esperaría humillación de su parte.
A punto de señalar a Amalia a Luke, su atención fue
captada por dos clérigos que se les acercaron inesperadamente,
uno a cada lado de Luke. El más pequeño de los dos se dirigió
hacia la oreja de Luke mientras miraba nerviosamente a
Merry.
—Lord d’Aubigny, una palabra —susurró.
Luke evaluó a los dos, echando un segundo vistazo al
monje más grande, un hombre del tamaño del cuñado de
Merry.
—¿Sí, padre? —preguntó con cautela.
El monje sacó un pergamino de su manga y se lo mostró a
Luke.
—Tenemos una orden de su Excelencia, el obispo de
Winchester, que nos pide que recojamos a su esposa —dijo en
voz baja—. Ella vendrá con nosotros de inmediato.
Merry miró a Luke confundida. La oscuridad pareció
reunirse a su alrededor mientras se concentraba más en el
hombre.
—¿Qué asuntos tiene el obispo con mi señora? —preguntó
entre dientes—. Ella está aquí por invitación del rey Enrique.
Desanimado por el comportamiento de Luke, el hombre
comenzó a tartamudear.
—E-este es un asunto eclesiástico y no tiene nada que ver
con el rey. —Empujó el pergamino hacia Luke invitándolo a
leerlo—. Debe venir con nosotros de inmediato, orden de mi
señor O-obispo.
Luke ignoró la carta. Su agarre del brazo de Merry se
apretó mientras buscaba, con su otra mano, la empuñadura de
su espada.
—Ella se queda conmigo —contestó uniformemente—.
Hablaré con el obispo en persona cuando termine la cacería.
La aprensión de Merry se transformó en miedo. Solo podía
haber una razón por la que el obispo deseaba verla.
—Me temo que no tenéis elección —replicó el clérigo, con
un chorro de bravuconería—. El padre Boris —señaló a su
gran compañero—, tiene órdenes de… a-aprehenderla.
—Entonces, desenvainaré mi espada contra él —contestó
Luke, su voz tranquila, aunque Merry se preguntó si su espada
ceremonial podría hacer daño al corpulento Boris.
—La violencia perpetrada contra los clérigos es un crimen
que se castiga con la m-m-uerte —recordó el nervioso clérigo.
Sus ojos se movieron temerosamente—. ¿Haríais una escena
aquí, mi señor, con todos vuestros co-compañeros dando
testimonio?
Luke miró hacia la multitud. Ya había un puñado de nobles
y mujeres que los observaban y especulaban. Los músculos de
su mandíbula saltaron cuando tomó nota de su interés y
consideró sus opciones. Sus ojos ardían con furia mientras
dirigía su ira hacia el clérigo más pequeño.
—Esto fue arreglado de antemano —acusó—, para ser lo
más público posible y así humillarnos a mí y a mi esposa.
Decidme si el rey Enrique lo sabe.
El clérigo permaneció en silencio.
—Ven, Merry, nos vamos. —Luke se giró bruscamente,
tirando de ella. Merry le cogió del brazo, muy dispuesta a huir.
Sin embargo, los clérigos los persiguieron.
—Los guardias del rey tienen órdenes de no dejaros salir,
mi señor —dijo el clérigo más pequeño—. Si intentáis huir
con ella, también seréis encarcelado —advirtió.
El paso de Merry se retrasó, porque la advertencia la dejó
helada. ¿Ambos en cautiverio, y el conde en su lecho de
muerte? No, no podía ser. Todas sus vidas se perderían,
entonces.
—¡Para, Luke! —Ella lo detuvo tirando de su codo.
Aunque no quería rendirse a esos clérigos después de haber
sido liberada durante tanto tiempo, la preocupaba más poner a
su marido en peligro—. Deja que me lleven —lo instó.
—¡Nunca! —La rodeó, su expresión feroz—. No dejaré que
te lleven. Sabes lo que eso significa.
—No, aún no lo sabemos. —Se volvió hacia los clérigos—.
¿Por qué me detenéis? —preguntó ella, su voz rompiendo con
la tensión. Era vagamente consciente de que el ruido había
cesado y que todo a su alrededor estaba en silencio, excepto un
bajo murmullo de voces especulativas.
—Se os busca como hereje, señora —contestó el hombre,
rígidamente.
La palabra hizo que la sangre saliera corriendo de su
cabeza. Dio un paso atrás, sorprendida, cuando sus peores
temores la alcanzaron de golpe. Debería haber sabido, solo por
la expresión de Amalie, que no se trataba de un asunto
inofensivo, un capricho por parte del obispo de encontrarse
con ella. Por supuesto que no. ¿Habría otro juicio, o se la
llevaría directamente a la ejecución?
El sonido de la espada de Luke sonando libre de su vaina la
hizo recobrar rápidamente la cordura.
—¡No lo hagas! —gritó ella, abriendo los brazos delante de
los clérigos. —Te lo suplico, mi señor. ¡La paz del rey!
Los ojos de Luke ardían de ira —hasta el punto de que
había olvidado que retirar su espada en presencia del rey
significaba que su propia vida estaba perdida. Colocando a
Merry detrás de él, apuntó con su espada al clérigo más
grande, y a todo pulmón gritó:
—¡Enrique Plantagenet!
El eco de su grito enfurecido provocó un silencio
ensordecedor.
Entonces, algunos de la multitud se volvieron, y Merry
adivinó que estaban mirando hacia el rey para medir su
reacción. Ella contuvo la respiración. ¿Ayudaría el rey Enrique
a la esposa de su fiel comandante o quizás también ordenaría
el encarcelamiento de Luke?
Aun así, hubo silencio, y luego el sonido distintivo de
pisadas de botas en las lisas tablas de roble.
«Dulce Madre María», pensó, el rey venía hacia ellos. Luke
no apartó los ojos de sus enemigos, pero ella sintió cómo su
agarre se estrechaba en su brazo mientras Enrique se acercaba.
—Este es el camino a la fiesta —resonó la voz jovial del
rey, y sus pasos pasaron justo por delante de ellos. El rey iba
encerrado en un escudo de nobles, de modo que Merry no
pudo verlo a pesar de que pasaba a pocos metros de la infeliz
escena.
Su corazón se hundió y sus esperanzas se desplomaron
mientras la habitación se vaciaba lentamente, dejando solo a
los cuatro y a los guardias en la puerta. Sería otro Enrique,
entonces, quien decidiría su destino: Enrique de Blois, obispo
de Winchester.
Boris se adelantó amenazadoramente.
—Retiraos —le advirtió Luke—, u os ensartaré. —Luke
retrocedió hacia las puertas abiertas, a pesar de los guardias
que quedaban. Arrastró a Merry con él.
—¡Luke, por favor! —Empujó su súplica a través de la voz
tensa. Las lágrimas nublaban su visión. Dios mío, esto era más
terrible de lo que ella se había imaginado. Para salvarla ahora,
Luke tendría que enfrentarse a cuatro hombres, dos de ellos
armados y entrenados. Esto solo podía terminar mal.
—¡Deteneos! —suplicó de nuevo—. Puedes hacer más por
mí si actúas razonablemente. La negociación es tu fuerza,
Luke. ¡Luchar contra ellos solo traerá más problemas! —
Dudó, mirando su cara herida—. Por favor, querido esposo —
añadió, un nudo formándose en su garganta—. Puedes
ayudarme más con tus palabras que con tu espada. Envaina.
Déjame ir.
Para su tormento adicional, vio su ceño fruncido mientras el
peso de su decisión lo aplastaba. Se puso pálido. Muy
lentamente, la punta de su espada descendió, y luego hizo que
su arma volviera a sonar en su vaina, el sonido fuerte en la sala
vacía. Los clérigos volvieron a avanzar mientras él la abrazaba
con un brazo y besaba con fervor su sien.
—Haré que te liberen lo antes posible, Merry. Te doy mi
palabra.
Ella tomó consuelo en su promesa, abrazándolo por última
vez antes de forzarse a liberarlo. Rápidamente, para no hacer
más dolorosa su separación, se entregó a los monjes con la
cabeza bien alta.
—¿Dónde será retenida? —La pregunta ronca de Luke
llegó a sus oídos.
Por un momento, los monjes permanecieron en silencio.
—Tengo derecho a saberlo —insistió—. ¡Ella es mi esposa!
El monje más pequeño cedió.
—En la residencia de su Excelencia en Winchester.
Merry sintió un poco de alivio. No iba a ser arrastrada a
Londres ni más lejos, cerca de donde, supuestamente, tuvo
lugar su herejía en Yorkshire. Sin embargo, ya fuese por su
condición de esposa de Luke o porque el Rey quería asistir, el
juicio sería en Winchester con el obispo Enrique de Blois
presidiendo a la sombra de la gran catedral.
—Llevadme ahora —dijo ella. Cada uno de sus sentidos le
gritaba que se diera la vuelta y volviera a los brazos de Luke,
pero estaba segura de que eso resultaría en su muerte.
Le hicieron un gesto para que los precediera hacia la alcoba
de la que habían venido. Allí vio una puerta lateral que, sin
duda, conducía a una carreta que la llevaría al palacio
Wolvesey, la casa del obispo en Winchester.
«Adiós, Luke», gritó su corazón, pues no estaba muy
segura de que volviera a verlo. Habría dicho las palabras en
voz alta, pero el miedo la estranguló, manteniéndola en
silencio.

Con el corazón en la garganta, Luke vio a Merry alejarse.


Erguida, imperturbable al miedo, ella le pareció una mártir. No
podía entender lo rápido que la habían arrancado de él. En un
momento, él esperaba ansiosamente la oportunidad de
presentarla al rey, seguro de que Enrique notaría los rasgos de
Merry que la hacían extraordinaria, y al siguiente, había sido
capturada por los hombres del obispo.
Su corazón luchaba por seguir latiendo. Una sensación que
no se parecía a nada de lo que había experimentado en la
batalla, por muy dolorosa que fuese la pérdida, se retorcía a
través de él. El pánico y la confusión invadieron sus sentidos.
Peor que eso, era una maldita frustración. Nunca se había
quedado impotente, inútil.
De hecho, toda la satisfacción que había experimentado en
las últimas dos semanas se había ido por el enorme agujero
que solo ella había llenado.
¿Qué podría decirle ahora que le diera consuelo? ¿Se
atrevería a admitir las emociones que se había guardado y que
no había admitido ni siquiera a sí mismo? Todo este tiempo
había conocido la verdad, había conocido el amor que ardía en
su pecho solo por ella. Sin embargo, le había ocultado hasta
las palabras más insignificantes para protegerse de la
vulnerabilidad.
Ahora bien, no era a sí mismo a quien deseaba proteger.
—¡Merry! —llamó, haciendo que ella le devolviera la
mirada desde la puerta abierta—. ¡Te amo, esposa!
Sus ojos llenos de dolor se abrieron de par en par
momentáneamente, y luego vio sus labios temblar en la más
bella sonrisa, antes de que desapareciera de su vista.

Merry caminaba a lo largo de su celda sin ventanas en el


centro de la prisión del obispo. Podía dar siete pasos en una
dirección y cinco en la otra antes de llegar a un muro. Sus
comodidades consistían en un palé de paja, afortunadamente,
levantado del suelo, y un agujero en la esquina que apestaba a
desperdicios y paja sucia.
Al parecer, no se le había concedido el beneficio de la duda
como correspondería a la esposa del nieto de un conde, ni se le
había dado una habitación cómoda en la lujosa residencia del
obispo. De hecho, no había pasado del patio exterior, y su
morada en la prisión estaba cerca de los establos, de un gran
almacén de lana y de los graneros de ganado.
Sin embargo, tenía la bendición de una vela colocada en un
pequeño nicho a la altura de los hombros para que no estuviera
en la oscuridad. Por eso, ella estaba agradecida. Aunque sabía
que era tarde en la noche, se le escapaba el sueño. El terror y
la tristeza eran sus compañeros constantes. Así como el
hambre. Su estómago retumbó, de ninguna manera saciado por
las escasas ofrendas de pan bañadas en grasa que le daban dos
veces al día, y que complementaban con una taza de cerveza
acuosa. Colocando una mano sobre su vientre, se preguntó
cómo viviría su bebé si la mataban de hambre.
Aunque no había ningún espejo que confirmara su
apariencia, temía que ahora se veía más como una bruja que
como una dama. El vestido que usó para la gran cacería de
Enrique tenía manchas sucias. Una manga había sido rasgada
por el maltrato del clérigo que la había sacado de la carreta la
primera noche de su encarcelamiento, quizás, tres días antes.
La fina seda de sus faldas ahora estaba sucia y arrugada más
allá de toda reparación.
Los peines de nácar con perlas que llevaba puestos en el
cabello habían sido incautados tan pronto como llegó a
Wolvesey con la excusa de que eran vanidosos. En su lugar,
ahora llevaba un velo negro que ocultaba de la vista su trenza
de color llama, una blasfemia contra Dios, le habían dicho.
Se dijo a sí misma que era lo mejor. Un sacerdote —el
Padre Bartolomé— había venido a verla dos veces. Le había
explicado que su preocupación era por su alma mortal y que
ella debía confesarse con él. Aunque parecía estar diciendo la
verdad, Merry había guardado silencio en su compañía.
—Me gustaría ayudaros, señora —le había pedido en su
última visita—, pero no puedo, no si vos no me habláis.
—¿Cómo sé que esto no es una trampa? Permitid que mi
esposo se siente como testigo, y hablaré con vos —le dijo ella.
Se había ido sin decir una palabra, sin darle ninguna
esperanza de contactar con Luke. ¡Luke! Sentía como si sus
huesos estuvieran huecos sin él. ¿Dónde estaba?
Asumió que había regresado al castillo de Winchester la
tarde en que se la llevaron. Habían pasado una noche de
felicidad antes de la cacería. Estaba, adivinó, a menos de una
milla de distancia. ¿Por qué no había venido a visitarla? ¿O
había regresado hasta Arundel para ver a lord William?
Hermosa Arundel. Casi sollozó cuando recordó que ni
siquiera se había despedido de Kit antes de que se fueran a la
cabaña de caza de Enrique. Por una vez, había estado ausente
del lado de Heloise cuando se despidieron de los niños.
¿Volvería a ver a alguno de ellos?
Para consolarse, revivió el recuerdo de Luke que la llamaba
mientras los monjes se la llevaban. Recordó la mirada en su
querida cara cuando hizo su sorprendente confesión. «¡Te
amo, esposa!» Sus palabras la habían mantenido esperanzada
durante un tiempo. Sin embargo, a medida que pasaban los
días sin que cambiara su situación, sus esperanzas se habían
marchitado y se habían convertido en polvo. Su amor, si era
real, no importaba.
Aunque en apariencia este asunto pareciese eclesiástico,
Merry sabía que era más bien político. El rey le había dado a
Luke su palabra de que no buscaría disolver su matrimonio.
Debió haber sabido que no tendría que hacerlo. Debió haber
sabido que la Iglesia la buscaba, una entidad en la que Luke no
podía influir. El poder del Fénix no tenía influencia sobre los
líderes religiosos. Solo lo tenía el rey Enrique.
Agotada por el peso de sus problemas, Merry se hundió en
su camastro y levantó los pies para calentarse.
¿Sabría Luke que se estaba preparando un nuevo juicio?
Según el padre Bartolomé, se buscaban y traían testigos a la
diócesis. Rezaba para que sus hermanas estuvieran entre ellos,
aunque sus viajes a Winchester fueran largos. ¡Qué no daría
por el consuelo de Clarisse y Katherine!
Si tan solo pudiera despertar y descubrir que todo había
sido considerado un error, que la priora del Monte Grace había
violado el procedimiento en su primer juicio, haciéndolo
inadmisible. Sin embargo, aun así, el padre Bartolomé había
dicho que era probable que se enfrentara a un segundo juicio.
Si se la encontrara culpable como hereje, la sentencia,
probablemente, sería de horca.
El crujido de los pies frente a su puerta hizo que su cabeza
se elevara rápidamente. Su corazón latía más fuerte porque
temía una visita del monje tosco que le traía la comida. Su
naturaleza le recordaba lo peor que había experimentado de los
hombres. Escuchó la llave raspada en la cerradura y Merry se
tensó, preparada para luchar si fuera necesario. Sin embargo,
al abrirse la puerta, su visitante resultó ser el padre Bartolomé.
Ella soltó la respiración contenida. Pero ¿por qué volvería a
visitarla tan pronto?
—Hija mía —dijo en voz baja, sosteniendo una vela frente
a él y contemplando su celda—. ¿Estáis despierta?
—Sí, padre —contestó ella, vislumbrando a otro hombre
detrás de él, en las sombras.
El sacerdote cruzó el umbral, iluminando sustancialmente
el pequeño espacio. Hacia la luz entró su compañero,
quitándose la capucha y cerrando la puerta tras él. El corazón
de Merry tropezó consigo mismo al reconocer a su esposo.
—¿Luke? —gritó, saltando de su camastro.
—¡Merry! —Cerró la distancia entre ellos, casi haciendo a
un lado al sacerdote para llegar hasta ella.
Sus brazos la rodearon y la aplastó contra su pecho.
¡Santuario, por fin! Agarrándose a él con fuerza, Merry cerró
los ojos, escuchando los rápidos latidos de su corazón.
—¡Mi amor! —susurró, tomándole el rostro y alejándose lo
suficiente como para mirarla—. He estado tratando de verte
todos los días, pero me han rechazado. ¿Te han tratado bien?
¿Cómo está el bebé?
Había perdido la capacidad de hablar. Con un gesto de su
cabeza para indicar que el bebé aún se aferraba a la vida, dejó
que sus lágrimas de alegría y dolor brotaran de sus ojos. Con
un gemido de agonía, la empujó contra él, la meció y le
acarició la espalda.
—Las heridas de Cristo —le murmuró al sacerdote—, ¡está
tan delgada como un esqueleto! ¿Por qué no la han estado
alimentando?
—Investigaré el asunto —prometió Bartolomé—. No
tenemos mucho tiempo —añadió con una nota nerviosa.
Luke deslizó sus manos sobre sus hombros para mirarla de
nuevo.
—Bartolomé ha arriesgado mucho al dejarme verte —
explicó—. Júrame que pondrás tu fe en él. Está haciendo todo
lo que puede por ti, igual que yo. —La agarró de los hombros
con seriedad—. No todos están convencidos de tus crímenes.
—Sus palabras la inundaron de repentina esperanza y Luke
frunció el ceño—. Conozco al obispo Enrique solo un poco —
admitió—. Él mismo ha sido casi un rey y ha tenido más
riqueza y poder que la mayoría de los jefes reales. Su relación
con el actual rey es complicada. Es el hermano del rey
Esteban, como ya sabes.
Ella lo sabía. Como hermano menor del rey anterior, el
obispo Enrique podría tener alguna queja con el nuevo rey que
había librado una larga guerra con Esteban. Aunque a veces el
propio obispo había luchado contra su propio hermano, al
final, el rey Esteban y el obispo Enrique se habían unido.
—Aunque el rey Enrique ha apoyado a este obispo en su
mayor parte —dijo Luke—, ha puesto algunas de las
residencias del obispo en la lista de adulterinas, así que creo
que no hay demasiado amor entre ellos.
—¿Actualmente, has…?
—¿Destruido alguna? No —le aseguró Luke—. No he sido
enviado para demoler ninguna de las residencias del obispo
Enrique todavía. No creo que su Excelencia tenga ninguna
razón para no quererme o para cuestionar la veracidad de mi
testimonio. Me han dicho que me dejará hablar en su nombre.
Hemos reunido testigos para desacreditar a los que
testificarían contra ti, incluso contra la priora de Monte Grace.
—¡Ella no! —Merry lloró consternada.
—No te preocupes demasiado por ella —le aseguró Luke,
acariciando sus brazos—. Su testimonio es el más fácil de
repudiar. Después de todo, rompió la fe con la Santa Sede al
no notificar por escrito tu último juicio.
—Esta vez, madre Agnes no será juez y verdugo —añadió
el sacerdote—. Ella será solo un testigo, junto con otros, y
todos serán investigados respecto a la influencia del soborno.
Vuestras posibilidades son buenas. Debéis tener valor, mi
señora.
Ella llenó sus pulmones con un aliento tembloroso mientras
tomaba sus palabras.
—Prométeme que confiarás en el padre Bartolomé —le dijo
Luke—. Para probar tu inocencia, él debe saber qué tipo de
acusaciones pueden ser presentadas en tu contra. Tienes que
entender que no puede defenderte abiertamente. En vez de eso,
planteará preguntas que sugieren tu inocencia.
—Entonces, no se me permitirá hablar —adivinó. Había
sido lo mismo en su otro juicio.
—Solo en respuesta a las preguntas. —Él le dedicó una
sonrisa tranquilizadora, una que, sin embargo, traicionó su
miedo por ella.
—Sigamos nuestro camino —instó el sacerdote—. Todo se
arruinará si nos atrapan aquí esta noche.
—Me gustaría quedarme con mi esposa por un tiempo más,
padre. Si me descubren, no revelaré vuestra parte en
ayudarme.
El sacerdote respondió a la petición con un silencio dudoso,
pero el corazón de Merry saltó de repente de alegría. ¡Oh, un
momento más con Luke! Ya podía sentir el calor que se
filtraba de nuevo en sus miembros.
—Muy bien —dijo por fin Bartolomé—, pero no os
quedéis mucho tiempo—. No os irá bien a ninguno de los dos
si os atrapan.
Luke lo prometió, y mientras la puerta de la celda se
cerraba detrás del sacerdote, llevó a Merry a su jergón,
acomodándola en su regazo. Allí la acunó en silencio, su
cuerpo era una ciudadela contra el mal. Se dio cuenta de que él
no tenía más palabras de consuelo que ofrecer.
—¿Has visto al rey? —susurró ella.
Sus dedos se flexionaron alrededor de la cintura de Merry.
—Lo he intentado muchas veces. Está en Clarendon con
unos cuantos barones y me niega una audiencia.
Por primera vez, escuchó cansancio y preocupación en su
tono.
—Quizás, podrías enviarle una carta —sugirió ella.
—¿Con qué fin? Negará cualquier implicación. Mi única
esperanza es probar que Amalie estaba envenenando a mi
abuelo. Con ese fin, debo apresurarme a volver a Arundel
antes del juicio. Si tuviera razones para demandar a la prima
del rey, Enrique podría estar dispuesto a llegar a un acuerdo.
—¿Ahora mi destino no está fuera de las manos del rey?
Luke le dio una sonrisa irónica.
—Nada está totalmente fuera de las manos del rey. Si tiene
motivación para actuar, lo hará. Sin embargo, aún tengo que
probar la perfidia de Amalie.
Merry suspiró contra el pecho de Luke. Parecía demasiado
inverosímil, demasiado alejado de sus circunstancias, para
convertirse en una solución probable. Derrotada, ella apoyó su
cabeza en el hombro de él y cerró los ojos. Las imágenes de
sus relaciones sexuales, de los tiernos días antes de su arresto,
parpadeaban detrás de sus párpados. ¿Y si esta fuera la última
vez que él la abrazara?
—¿Te casarás con otra cuando me haya ido? —preguntó.
—Silencio —ordenó, apretando su agarre—. No irás a
ninguna parte.
—Debes reparar cualquier grieta con Enrique para
asegurarte de retener Arundel. —Ella lo sintió sacudir la
cabeza—. Tu abuelo amaba más a su segunda esposa. ¿La
conociste antes de que muriera?
—¡Merry, deja de hablar de la muerte!
Entonces se dio cuenta de que lo estaba angustiando.
—Tengo tanta hambre que no sé lo que digo —se disculpó.
—¡Por Dios, te alimentarán mañana! —juró—. Voy a forzar
mi camino de regreso aquí con comida si es necesario. —Ella
sintió sus músculos tensarse debajo de ella—. ¿Cómo pueden
tratarte así en tu estado? —preguntó salvajemente.
—Si me sentencian a la horca —interrumpió, recordando el
tema que había jurado antes desistir—, seguramente, esperarán
hasta que nazca nuestro bebé. La Iglesia no tomaría la vida de
un inocente…
—Eres inocente, Merry —cortó con fiereza, capturando su
rostro entre sus temblorosas manos—. No se te hará colgar, ¡lo
juro!
—No debes jurar así —advirtió, viendo un destello de
lágrimas en sus ojos, incluso a la tenue luz de su única vela—.
No está en tus manos determinar si pasará o no. Me has
salvado más de una vez, querido esposo, pero esto está más
allá incluso del Fénix. Pero no te aflijas, te lo ruego. Has
hecho que mi vida valga la pena —añadió, hundiendo sus
dedos en su grueso cabello—. Dijiste que me amabas. —Se
maravilló de nuevo—. ¿Me lo dirás de nuevo, para que sepa
que no lo soñé?
Ella escuchó un sollozo en su pecho mientras él decía con
voz ronca:
—Te amo. ¡Por Dios, no querría vivir sin ti! —Entonces la
agarró cerca, sin decir nada más.
Poner los miedos en palabras los hacía más probables. El
silencio era mejor. Momentos después, se movió, bajando a
Merry desde su regazo hasta el jergón.
—Duerme ahora, mi amor —alentó. Mientras él la cubría
con una delgada manta hecha jirones, ella recordó las noches
en que habían dormido al aire libre camino a West Sussex. Ella
había temido, entonces, que Luke la dejara de lado. Qué
humilde era enterarse de su desesperación por salvarla ahora.
En verdad, ella no lo merecía.
—Te amo, Luke —susurró ella, cediendo a su agotamiento,
al dulce lujo del calor. Con sus fuertes brazos a su alrededor,
su pulso se ralentizó a un ritmo tranquilo, y sus pensamientos
se fusionaron y luego se mezclaron con la nada.
Capítulo 20

L uke miró fijamente los restos de cerveza en el fondo de su


jarra. Su visión nadaba, no tanto por la cantidad de bebida
que había bebido como por el cansancio. Había pasado otros
dos días jugando al gato y al ratón con los guardias de
Enrique. Siempre estaban en alerta por él, y con su
superioridad numérica, se las habían arreglado para
mantenerlo a raya. Aunque no sin lesionarse a sí mismos,
recordó con triste satisfacción, ya que en la última ocasión se
había sentido frustrado, golpeando a uno contra el suelo con su
puño antes de salir corriendo.
Philippe y Erin le habían rogado que irrumpiera en la
abadía y que se llevara a Merry. Sin embargo, robar a Merry
de otra casa de Dios, esta vez un castillo de un obispo, no era
la respuesta a su dilema, al menos todavía no. No mientras
hubiera esperanza de justicia.
Se había esforzado en asegurar su inocencia. Visitando a
varios de sus compañeros que eran cercanos al rey y a quienes
Luke podía llamar amigos, explicó las circunstancias de Merry
y los persuadió para que presionaran a Enrique. Había buscado
el consejo astuto de varios abades y sacerdotes. Incluso se le
concedió una audiencia de diez minutos con el obispo de
Winchester.
Como le dijo a Merry, el obispo Enrique de Blois era un
hombre razonable. Había escuchado la historia de Luke sobre
una mujer condenada injustamente y prometió examinar el
asunto a fondo. Le había asegurado a Luke que una sentencia
de herejía no era una conclusión predecible y había accedido
generosamente a dejar que Luke testificara a favor de su
esposa. Entonces lo había despedido, ordenándole que no lo
volviese a molestar.
Luke incluso había entrado en la catedral para pedir la
ayuda de Dios. La Catedral de Winchester, con sus gloriosos
transeptos, le había hecho señas para que entrara en su
santuario. Había mirado con asombro las bóvedas de crucería
y los capiteles festoneados antes de detenerse atónito ante la
enorme pila de mármol que el obispo Enrique había encargado
a Bélgica. Cayendo de rodillas junto a la fuente, había mirado
fijamente a las figuras que representaban los milagros de San
Nicolás, y había apelado al santo de los niños, por el bien de
su hijo, para que evitara a Merry más sufrimiento.
Seguro de que el buen santo había escuchado sus súplicas,
había tenido una última reunión esperanzadora. En la mañana
de su partida para Arundel, se había encerrado con un sirviente
de Amalie que, de hecho, lo había acompañado a Arundel, a
Wallingford, y luego a Clarendon. El hombre, el jorobado
Ewan, desafortunadamente había aparecido con las manos
vacías al buscar en los baúles de Amalie cualquier cosa
sospechosa, como la página rota del diario de Luke.
Luke había llegado a un callejón sin salida. Sin pruebas, no
había nada que pudiera usar para doblar el brazo de Enrique.
La justicia y la inocencia de Merry tendrían que salvarla.
Con el juicio a punto de comenzar, se apresuró a regresar a
casa para asegurarse de que su abuelo aún vivía. En efecto,
aunque postrado y débil, el conde se aferraba tenazmente a la
vida. Después de una sola noche, Luke regresaba a Winchester
donde sabía que Merry, al menos, ahora tenía suficiente
comida y bebida, así como más mantas. Después de la queja
ruidosa de Luke al obispo mismo, la habían trasladado a una
celda más apropiada para la esposa embarazada de un
compañero del reino.
Buscando su propio consuelo en una jarra de cerveza, se
dio cuenta de que no hacía nada para adormecer su
devastación. Muchas veces en su pasado militar, a pesar de sus
esfuerzos por negociar la paz, la guerra ha sido inevitable.
Inevitable. Ciertamente, había probado la amarga hiel de la
derrota. Sin embargo, nunca había sido el asunto tan personal,
tan cercano a su corazón, y nunca se había culpado tan
absolutamente por fallar.
En realidad, no se había sentido tan impotente y tan
ineficaz desde su juventud. Entonces, como ahora, todo lo que
tenía era esperanza, y la suya se le estaba acabando.
Pasándose los dedos por el pelo, suspiró y se puso de pie.
Se preguntó qué hora sería. Solo quedaba una sola antorcha
encendida iluminando la escalera que lo llevaría desde la gran
sala hasta las habitaciones de arriba. Los sirvientes se habían
retirado hacía mucho tiempo. Él también debería haber
buscado su cama más temprano, pues había tenido un largo
viaje por la mañana, seguido de horas de angustia, tal vez,
incluso días, pues Merry soportaría un riguroso interrogatorio.
Sin embargo, sabía que no podría dormir al pensar en su
difícil situación y en sus vanos intentos de aliviarla. Después
de la cena, envió a los niños a la cama, incapaz de soportar sus
caras largas y sus ojos desilusionados. Les había fallado
incluso a ellos. No podían entender por qué, con todos sus
vastos recursos de poder y riqueza, no podía liberar a la —
dama feliz— como la llamaba Edeline, de los supersticiosos
fanáticos que la retenían.
Subiendo las escaleras, fue acosado por el eco de sus pasos.
Arundel, con sus frías paredes grises y sus altos techos, le
pareció que estaba vacío. A pesar de toda su belleza y
grandeza, no era un hogar sin Merry. A mitad de la escalera se
detuvo, golpeado por la profundidad de su pérdida. Ella era la
fuente del calor de su casa. Ella era el fuego de su hogar. Si
algo le pasara a ella, él no querría vivir allí, perseguido por su
fantasma. Estaba atormentado por el doloroso vacío que ya
estaba empezando a sentir.
Su propio señor, el rey Enrique, había sido el responsable
de la persecución de Merry. ¿Cómo podía él volver a
entregarle su espada? ¿Cómo podría aceptar Arundel si le
costaba la vida a Merry?
No podía hacerlo. No lo haría.
Sin Merry, no quería tener nada que ver con este lugar.
Quería a Merry, vital y viva. Preferiría vivir la vida de un
mercenario, confiando en su espada como fuente de ingresos,
que vivir en un castillo sin ella. ¿Y qué había de su hijo?
En el hueco de la escalera, Luke respiró con dificultad. Sus
rodillas cedieron repentinamente y se sentó en los escalones,
doblado por el dolor en el pecho. Presionó las palmas de las
manos contra sus ojos para evitar que las lágrimas salieran. En
vano. Llegaron, calientes y feroces, y con todo el dolor
acumulado desde la muerte de su amado padre.
«¡Ah, Merry!», se lamentó. «¿Por qué me doy cuenta ahora
de lo mucho que significas para mí? Te he fallado más de lo
que le he fallado a nadie. ¡Por favor, perdóname!».
Se enjugó las lágrimas de la cara. Entonces, como sabía que
las lamentaciones no lograrían nada, se puso de pie y continuó
subiendo las escaleras. Mientras ascendía al segundo nivel, vio
una línea de luz que brillaba entre la unión de las puertas
dobles con la habitación de su abuelo. Luke había visitado al
conde esa misma noche, y descubrió que, sin Merry, el anciano
estaba, una vez más, perdido en su enfermedad. Una luz en su
habitación solo podía significar una cosa: estaba sufriendo otro
de sus ataques.
Luke alargó su paso. Al abrir la puerta a empujones, el
sirviente del conde giró con un grito ahogado. Estaba de pie
junto a la cama del conde, metiendo algo en la boca del viejo.
Su expresión de culpa y consternación era tan evidente, que
Luke se abalanzó sobre él arrebatándole la copa de sus manos
congeladas.
—¿Qué es esto? —preguntó Luke, mirando el contenido
lechoso.
—La infusión de mi señor —dijo el sirviente, alejándose de
él—. La señora Merry me dejó instrucciones.
Luke olfateó la taza y reconoció el amargo perfume del
opio.
—Esto no es manzanilla —gruñó, incapaz de ocultar su
furia mientras miraba a su abuelo. El anciano ya había caído
en un sueño drogado, algo del líquido goteando por la
comisura de su boca.
Con la rabia fría, Luke colocó la taza en la mesita de noche
del conde. Se volvió hacia el sirviente que estaba
retrocediendo hacia la puerta abierta. En un abrir y cerrar de
ojos, agarró a Egbert por el cuello y lo golpeó contra la pared
enyesada, presionando su mano contra la garganta del hombre.
—Mentís. ¿A qué precio envenenasteis a mi abuelo? —
tronó.
Egbert palideció y balbuceó, incapaz de hacer ruido. Luke
lo golpeó contra la pared por segunda vez para refrescarle la
memoria.
—Decidlo, hombre, y no os haré responsable. Guardad
silencio y os colgarán por la mañana. —Se relajó un poco para
que el sirviente pudiera hablar.
—¡Lady Amalie! —exclamó el sirviente en un tono
confuso, con el sudor empapándole la frente.
—¿Por qué le servís? —preguntó Luke—. ¿No habéis
asistido a mi abuelo durante dos años?
El hombre agitó la cabeza.
—Ese era mi hermano —admitió—. Me enviaron para
reemplazarlo.
—Entonces, eres el informante del rey —adivinó Luke,
soltando al hombre tan abruptamente que cayó al suelo. Las
sospechas de que el rey tenía algo que ver con el
envenenamiento del conde de Arundel resonaron a través de él
—. Levantaos —ordenó, poniéndolo en pie de nuevo.
En el momento en que estaba de pie, Luke le dio un
puñetazo en el estómago a Egbert: no, no a Egbert, sino a su
gemelo. El hombre se dobló, jadeando por respirar.
—Esto por decir que mi señora tiene una lengua afilada —
gruñó Luke, encontrando gran satisfacción al dar el golpe.
Había esperado con ilusión ese momento. Volvió a esperar a
que el hombre se recuperara antes de sujetarle la garganta con
una mano y volver a clavarlo contra la pared.
Con su furia helada comenzando a descongelarse, su sangre
fluía más libremente. Acogió con beneplácito su energía. La
esperanza volvió a palpitar en él de nuevo. Tal vez, no era un
descubrimiento tan terrible. ¡Quizás le ayudaría a salvar a
Merry!
—¿Cómo os llamáis? —preguntó.
—Derek —jadeó el hombre.
—¿Por qué Amalie todavía quiere a mi abuelo muerto?
¿Qué podría ganar de su muerte ahora?
El hombre lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos.
—No lo sé, excepto que Lord William podría testificar en
su contra —contestó—. Al principio, el conde se resistió al
brebaje que ella quería que bebiera.
—¿El rey tuvo algo que ver con esto?
Los ojos oscuros de Derek se abrieron salvajemente, pero
permaneció en silencio. Luke lo sacudió.
—Contestadme.
—No lo creo, mi señor. El rey Enrique me dijo que solo le
hiciera saber lo de vuestra nueva esposa. Era Lady Amalie
quien quería al conde muerto. Me amenazó a mí, a mi
hermano y a su esposa si no hacía lo que ella me pedía.
Luke apretó su mano amenazadoramente.
—¿Testificaréis contra ella ante el rey o ante un tribunal
público, si fuera necesario? —Cuando el hombre dudó, Luke
insistió—: Os veré ahorcado por intentar matar a lord William
si no lo hacéis.
El hombre empezó a gemir.
—Lady Amalie hará que me maten, en cualquier caso —
gritó, asustado y derrotado. Soltó un leve gemido y Luke lo
soltó.
—Derek, escuchadme. Permaneceréis a salvo bajo mi
protección —prometió—. ¿Tenéis alguna prueba de que ella
quería envenenar a mi abuelo?
Derek lo pensó mucho.
—Hay un escrito que ella me dio sobre la naturaleza de la
planta.
—La página de mi diario —adivinó Luke—. ¿Hay algo
escrito por ella?
—Sí —dijo Derek—. Ella escribió cómo hacerlo,
exactamente.
Luke observó al hombre lastimoso ante él, atrapado en la
intriga de la realeza.
—¿Sabéis leer y escribir, entonces?
—Sí. —Miró expectante a Luke—. A mi hermano y a mí
nos enseñaron para poder servir mejor.
—Entonces, escribiréis una carta al rey —lo informó Luke,
mientras los ojos de Derek se engrandecían. Al igual que con
el segundo aliento de batalla, Luke sintió los primeros signos
de triunfo explotar en su pecho, dándole fuerzas renovadas—.
Le diréis a Enrique, exactamente, lo que me habéis dicho
sobre su prima. Además, le diréis que estoy al tanto de la
conspiración y que, juntos, pretendemos denunciar a lady
Amalie.
—Denunciarla —exclamó Derek—. ¿A quién? El rey es la
autoridad absoluta, ¿no es así, mi señor?
—El rey ha pasado los primeros meses de su reinado
trayendo orden y ley a Inglaterra —le dijo Luke—. Sí, es la
máxima autoridad secular, pero, aun así, hay tribunales. Cortes
de la casa solariega, cortes de honor y, por supuesto, la corte
del rey, siempre que le plazca, para convocarla a sesión. Sí,
gritaremos la culpa de Amalie desde las azoteas si es
necesario. ¡Sea como sea que lo hagamos, seremos
escuchados!
El sirviente tragó nerviosamente, su nuez de Adán
meneándose.
—¿Queréis chantajear al rey? —chilló.
Luke le sonrió.
—No tengo nada que perder —dijo. Porque, en efecto, sin
Merry, todo lo que él tenía no significaba nada para él, y con
gusto gastaría su propia sangre para conseguir su libertad.
Dada la expresión de Derek, claramente, pensaba lo
contrario.
—Venid —ordenó Luke, haciendo marchar al sirviente
delante de él hacia el pasillo. Lo empujó hacia su cuarto,
resistiéndose al impulso de correr. El complot de Amalie era,
precisamente, el arma que necesitaba para vencer a su rey. Sin
embargo, ¿era suficiente para procurar la libertad de Merry en
la corte eclesiástica? No lo sabía.
Tomando pedernal y acero, Luke encendió la vela en su
escritorio y empujó a Derek a la silla. Puso ante él un
pergamino y abrió el tintero.
—Ahora, escribid —dijo, tendiéndole la pluma.
Derek tomó la pluma con los dedos que temblaban. Luke se
paseó por la sala, escuchando los vacilantes arañazos del
hombre. Anhelaba dictar la carta él mismo, pero era crucial
que la misiva despertara la ansiedad de Enrique. Era
igualmente importante que el rey lo reconociera como
auténtico. Por fin, la mano en el trabajo se detuvo.
—Está hecho —dijo Derek.
Inclinado sobre su hombro, Luke leyó lo que había escrito.
Le consternaba pensar que el futuro de Merry podía depender
sobre un garabato tan débil. No obstante, estaba seguro de que
su contenido sería suficiente. Si se le entregaba a Enrique al
mediodía del día siguiente, entonces, por la tarde, el rey podría
estar dispuesto a hablar de compromiso y de influir en la corte
eclesiástica.
—Id a la cama —ordenó Luke—. No penséis en dejar
Arundel o perderéis la vida. Los guardias de la puerta no
dudarán en atraparos.
—Sí, señor —contestó el hombre, inclinándose mientras se
alejaba de la puerta y huía.
Con movimientos rápidos y precisos, Luke enrolló el
pergamino y lo aseguró con una cinta. Después de un breve
descanso para recobrar el sentido común, llevó la carta
directamente al castillo de Portchester.
Después de su exitosa cacería, el rey Enrique se había
establecido en la antigua fortaleza romana con vistas al puerto
de Portsmouth, reconstruido como casa real. A medio camino
entre Arundel y el palacio episcopal Wolvesey, donde Merry
esperaba su destino, Portchester había sido arrebatado a la
familia Maudit tras la coronación de Enrique. Irónicamente, el
mayor temor de Luke siempre había sido que el rey hiciera lo
mismo con la familia d’Aubigny.
Ahora, solo la vida de Merry importaba. Su juicio
comenzaría dentro de dos días. Con un aliento largo y
tembloroso, Luke cerró los ojos en un momento de silencio.
No era un hombre devotamente religioso. Había visto
numerosos altares con miles de dioses en todo el mundo, y
siempre se preguntaba cómo tantos podían estar tan seguros de
que la suya era la única deidad verdadera. Sin embargo, se
encontró a sí mismo rezando arduamente por segunda vez en
los últimos días.
«Por favor, Dios. Mantenedla a salvo el tiempo suficiente
para que Enrique entre en razón».

—Ha llegado la hora, señora —dijo el monje que Merry


detestaba.
Merry se puso en pie tambaleándose desde el estrecho
jergón en el que descansaba. Como Luke prometió, le habían
dado más y mejor comida. De hecho, desde su visita tres días
antes, su situación había mejorado enormemente. No solo la
habían trasladado a una habitación más grande, sino que el día
anterior, finalmente, le habían dado una túnica limpia. Su
última comida, una de las tres que recibía diariamente, se le
había asentado en el estómago como una piedra.
—Extended las manos —ordenó el monje. Por el brillo de
los ojos, claramente, esperaba que ella se le resistiera.
Ella le ofreció sus manos mansamente, y él le enrolló una
gruesa cuerda alrededor de las muñecas, tensándola hasta que
ella se estremeció. Sonriendo, la sacó de la habitación,
atravesó la prisión y salió al patio.
Un sol brillante cegó a Merry brevemente. Emocionada por
estar al aire libre, se obligó a aceptarlo, entrecerrando los ojos
ante el cielo azul y envidiando a los pájaros que volaban por
encima. ¡Oh, ser libre como ellos! Con una respiración
profunda, llenó sus pulmones de aire fresco y pidió a la
naturaleza que la fortaleciera en las horas venideras.
Se encontraron con un ancho foso y lo cruzaron por un
puente de madera que pasaba por debajo de un arco de piedra
para entrar en el patio interior de Wolvesey. Los sirvientes que
corrían de aquí para allá se detuvieron en su trabajo para
mirarla fijamente. El monje la empujó a través de dos puertas
más antes de entrar en una antecámara que conducía a la gran
sala del obispo. Asintiendo con la cabeza a los soldados que
vigilaban la entrada, la abrió y la arrastró a una habitación tan
ruidosa que Merry se resistió. Muchas personas, todas
hablando a la vez, hizo que sus voces resonaran en la inmensa
cámara de piedra.
Llevada a través de la bulliciosa multitud, Merry se
encontró de repente en el centro de la sala, donde adivinó que
la corte eclesiástica celebraba su audiencia. La multitud tomó
nota de su aspecto, y el volumen se atenuó hasta convertirse en
un curioso zumbido.
Congelada por docenas de miradas curiosas, Merry buscó
una cara familiar en una habitación que parecía extenderse en
todas direcciones, incluso hacia arriba. Los tapices colgaban
en lo alto de las largas paredes, por encima de la gente que los
rodeaba, algunos de pie sobre bancos, otros sentados. Por
encima de los tapices, grandes ventanales arqueados se
elevaban casi tan altos como el techo, haciendo que la sala del
obispo Enrique se pareciera mucho a una catedral.
De hecho, se enfrentó a una pared en la que arcos
empotrados sostenían estatuas de santos, y debajo de ellas, en
el centro, un asiento para el obispo había sido tallado en un
estrado elevado. Al no ver un trono más alto en la sala, Merry
se dio cuenta de que el rey no estaría presente, ni para ayudar
ni para estorbar.
Los gruesos cristales emplomados de las ventanas del
triforio arrojaban motas de luz de varios tonos en las paredes,
e incluso las caras de los habitantes de la habitación, se
iluminaban con múltiples tonos de luz. Los colores vibrantes,
después de una semana en la celda de la prisión del obispo,
deslumbraron los ojos no acostumbrados de Merry.
¡Espera, Luke debía de estar aquí!
Con la expectativa de verlo, estiró el cuello mirando con
impaciencia las muchas caras. Clérigos, eruditos y nobles por
igual se habían reunido para conocer el destino de la esposa
del Fénix, pero no había señales de Luke ni de sus hermanas.
A pesar de la multitud, una sensación de aislamiento se
apoderó de ella.
De repente, una voz bramó sobre el estruendo, llamando su
atención hacia un paje que estaba cerca del trono del obispo.
—Su Excelencia, el obispo de Blois.
Cualquiera que aún estuviera sentado se puso en pie
mientras un hombre robusto con barba gris y túnica bermellón
apareció a la vista desde una puerta cercana y se subía a su alto
asiento. Siguiéndolo por la misma puerta, un puñado de
clérigos, entre ellos dos monjas, se dirigieron a la mesa que
estaba entre Merry y el trono del obispo y tomaron sus
asientos.
En ese día despejado, no había necesidad de más luz que la
que fluía a través de las muchas ventanas. Sin embargo, varias
velas danzaban a lo largo de la mesa, reflejando curiosidad en
los aspectos severos de los hombres y mujeres devotos que,
junto con el obispo Enrique, decidirían su destino. Al
reconocer al padre Bartolomé, Merry se animó, aunque las
expresiones de los demás iban desde curiosas y escépticas
hasta condenatorias.
El obispo, por otro lado, le pareció cansado y quizás un
poco molesto. Mientras él también la medía, Merry miró hacia
otro lado, atrayendo su atención el escriba que llenaba su
tintero en un extremo de la mesa. A su espalda había dos
bancos vacíos. ¿Por qué en una habitación donde los nobles
competían por sentarse y muchos estaban de pie alrededor del
perímetro de la habitación se quedarían vacíos los bancos?
Al ver que el juicio estaba a punto de comenzar, la emoción
de la multitud parecía casi palpable. Mientras el monje
desataba la cuerda que ataba las manos de Merry y ella agitaba
los dedos, el volumen de la cámara se elevó, haciendo que el
obispo levantara una mano para pedir silencio.
—Mi corte está llamada al orden —anunció con voz fresca
y seca. Agarró sus manos en su regazo y la miró fijamente.
Un silencio expectante cayó sobre la cámara. Merry tragó
con fuerza y amplió su postura para contrarrestar sus
temblorosas rodillas. Por el rabillo de sus ojos, volvió a buscar
la cara familiar de Luke entre el público. Seguramente, él no
dejaría que soportara este día sola.
—Los cargos serán leídos —dijo el obispo Enrique sin
entusiasmo.
El escriba se levantó de su mesa y leyó de un solo trozo de
pergamino.
—Por la propagación de maldiciones y hechizos, por la
aplicación antinatural de hierbas bajo el pretexto de la
curación, por el intento de asesinar con veneno a un miembro
de una orden sagrada, por devolver a la vida a un caballo
muerto, por excitar la lujuria de hombres inocentes, por causar
daño y pérdida de cosechas, la Iglesia acusa a Merry du Boise
de maldad y herejía.
Un zumbido llenó las orejas de Merry mientras las
exclamaciones de los espectadores se mezclaban con el rugido
de su propia sangre. La conmoción de escuchar no solo las
viejas acusaciones, sino también las nuevas, la dejó
completamente fría. ¿Cómo podría escapar de semejante
maraña de cargas, cada una más espinosa y condenable que la
anterior? ¿Y dónde estaba el Fénix para rescatarla?
—¿Cómo responde a tales acusaciones, Merry du Boise,
antes de Heathersgill y del priorato de Monte Grace? —La voz
arenosa del obispo Enrique logró penetrar en los oídos de
Merry.
Merry buscó la mirada fija del padre Bartolomé. Le hizo un
guiño alentador y le pidió que dijera lo que le había
aconsejado durante su última reunión.
—No culpable —dijo, deseando que su voz tuviera más
sustancia. Ella cerró los ojos e imaginó que Luke estaba
sosteniendo su mano. Luego los abrió y logró respirar
profundamente—. Además, mi nombre ya no es más du Boise.
Es d’Aubigny. —El nombre se le cayó torpemente de la
lengua, ya que era la primera vez que lo usaba. A medida que
el murmullo de la multitud se hacía más fuerte, añadió—: Soy
la señora de Aubigny de Arundel.
La muchedumbre empezó a gritar hasta que el obispo los
tranquilizó con la amenaza de despejar toda la sala de
espectadores. El rudo monje que la había llevado hasta allí le
puso una biblia delante.
—Poned vuestra mano sobre la Santa Palabra —ordenó—.
¿Juráis por los cuatro evangelios que diréis la verdad a lo largo
de este proceso?
Merry lo juró, manteniendo su voz lo más firme posible.
—Convocad al primer testigo —ordenó el obispo, con su
cansancio en decadencia mientras se acercaban al fondo de la
cuestión—. Padre Moreau, podéis comenzar el interrogatorio.
El sacerdote junto a Bartolomé, se puso en pie de un salto y
las frágiles esperanzas de Merry se desintegraron, pues el
hombre era un extraño cuyos oscuros ojos ardían de celo
religioso. Ella sintió que él haría todo lo que estuviera en su
mano para proyectarla en la luz más fea posible.
—La corte trae a Fray Matthew de Heathersgill —dijo con
un fuerte acento normando.
La consternación de Merry aumentó cuando el párroco de
su familia fue llevado ante ella. La Iglesia había sido
minuciosa en su investigación, y estaba claro que el obispo y
sus clérigos querían comenzar desde el principio. Fray Mateo
echó una mirada incómoda a Merry mientras se adentraba en
el espacio abierto, moviéndose para pararse ante el primer
banco vacío. Se le ocurrió entonces que, al final del
procedimiento, los bancos cerca del escriba estarían llenos de
testigos a favor o, más probablemente, en contra de ella.
—¿Desde cuándo conocéis a la acusada? —El Padre
Moreau se apresuró a responder a sus preguntas.
—Desde el día en que nació —admitió el fraile.
—¿Puede decirnos cómo era cuando era niña?
Matthew miró sus pies.
—Era una niña encantadora, igual que cualquier otra niña,
hasta que su padre fue asesinado y su casa tomada por los
escoceses bárbaros.
—¿Y luego? —preguntó Moreau.
Un toque de color manchó las mejillas del clérigo.
—Luego vivió en las colinas con la astuta mujer, Sarah,
aprendiendo las propiedades de las plantas para curar.
—¿Usaba las plantas solo para curar? —continuó Moreau.
El fraile dudó.
—No siempre —admitió, aparentemente a regañadientes—.
A veces, para mantener a raya a los hombres en el castillo de
su familia, los hacía enfermar. No sé cómo, pero llevaba varios
polvos. La vi arrojarle algo así a un hombre y haciéndolo caer
de rodillas en agonía. Sin embargo, debéis entender que estos
hombres eran bárbaros, invasores que…
—Contadnos qué le pasó a esa Sarah que enseñó a la
acusada a hacer daño a los demás —interrumpió Moreau con
suavidad.
Merry palideció. Anhelaba saltar en defensa de Sarah.
¿Cuántas veces la buena mujer había salvado a un niño con
fiebre o ayudado a alguien con sarpullido o tos?
Por fin, el fraile Mateo levantó su solemne mirada hacia
Merry. Ella sintió que se disculpaba por adelantado por lo que
tendría que decir.
—Sarah fue ahogada por ser una bruja.
Un murmullo onduló entre la multitud.
—¿Se pensó que la acusada también era una bruja? —
preguntó Moreau, señalando a Merry.
El fraile miró hacia otro lado.
—Era solo una niña.
—Responded a la pregunta —lo exhortó.
—Algunas personas de Heathersgill estaban en su contra —
admitió. Un destello de desafío entró en sus ojos mientras los
levantaba hacia el obispo—. Pero era una niña cuyo padre
había sido asesinado ante sus ojos. Tenía buenas razones para
estar amargada…
—Así que, sugirió que la llevaran al priorato del Monte
Grace, ¿no? —interrumpió Moreau.
—Eventualmente, sí —asintió.
—Donde ella iba a proyectar su corazón hacia la devoción
de Dios —continuó Moreau, moviendo sus dedos como si,
realmente, estuviera considerando su devoción—. Podéis
sentaros —agregó, asintiendo con una reverencia superficial a
sus compañeros del clero—. La corte ahora trae a la madre
Agnes de Monte Grace.
Al oír el nombre de su némesis, las náuseas invadieron a
Merry. Se preparó para la prueba de volver a ver a la vil mujer.
Tan alta y de labios finos como siempre, la priora se abrió paso
entre la multitud y se dirigió a los bancos. La mirada triunfante
que lanzó a Merry al pasar junto a ella hizo que sintiera un
escalofrío en la columna vertebral. No había duda de que la
priora esperaba una victoria personal en el resultado de este
nuevo juicio.
Después de jurar sobre los evangelios, el sacerdote ordenó a
la priora que contara a la corte del obispo su experiencia con
Merry. Agnes puso una pose piadosa y se dirigió al obispo
Enrique.
—Soy la priora de Monte Grace —dijo, suavizando y
levantando su tono normal—. Esta chica vino por primera vez
a mi convento hace tres años. Conociendo su historia y los
problemas que había engendrado usando plantas, me negué a
dejarla entrar en el jardín del priorato. —La madre continuó
describiendo en detalle la dificultad que Merry había mostrado
para memorizar las oraciones y asistir a las devociones—. A
pesar de mi gentil guía, pronto se hizo evidente que estaba
perdiendo el tiempo. La hermana Mary Grace, como la
llamábamos entonces, fue encontrada a menudo cavando en
los jardines, a pesar de mis precauciones. Otras hermanas
vinieron a verme y admitieron que la habían visto escalar la
pared del priorato por la noche —agregó dramáticamente—.
Fue entonces cuando me di cuenta de que había sido desviada
por fuerzas oscuras. Sin duda, se deslizaba por las paredes
para copular con el mismísimo diablo. Traté de aconsejarla,
pero su desafío solo empeoró.
Merry buscó la reacción del consejo del obispo, solo para
verlos pendiente de cada palabra de la madre Agnes. Sin
embargo, el rostro del obispo Enrique permanecía impasible,
neutral, o eso parecía, y Merry solo podía esperar que no la
prejuzgara por enemistarse con una priora.
—Un día, descubrí su hierba secreta en uno de los
almacenes del priorato —continuó la madre Agnes, aunque
dejó de fingir una voz alta y femenina, que ahora sonó más
como la monja bruja que Merry recordaba—. Eliminé la
colección de sustancias viles que ella había preparado. En
retribución, ella me envenenó queriendo matarme. Tres días y
tres noches estuve al borde de la muerte. A través de la piedad
y la oración, sobreviví a su malvado brebaje.
El padre Moreau dirigió sus primeras palabras a Merry.
—¿Es verdad que tratasteis de envenenar a una mujer de la
orden sagrada? —exigió con sincera indignación.
Merry no podía negarlo.
—Lo hice, padre. —La habitación estalló en gritos, que el
obispo y su delgado escriba no pudieron callar durante, al
menos, cinco minutos—. ¿Puedo hablar? —Merry preguntó
cuándo pudo ser escuchada de nuevo.
—Habéis respondido —dijo Moreau, volviéndose hacia la
monja para su siguiente pregunta.
Merry no podía dejar que sus propias palabras la
condenaran. Madre Agnes había controlado el último juicio.
La única esperanza de justicia en este caso era que ella hablara
en su propio nombre.
—No terminé mi respuesta —afirmó Merry, mirando
esperanzada hacia el obispo.
—Silencio —amonestó el padre Moreau, y la priora sonrió
con una sonrisa triunfal.
En ese momento, la voz del obispo Enrique cortó la
habitación.
—Dejadla hablar —entonó secamente.
El padre Moreau suspiró visiblemente.
—Muy bien. ¿Qué más tenéis que decir? —preguntó—. Ya
habéis admitido vuestra culpa.
Merry observó su reluciente mirada desde el otro lado de la
mesa.
—Mi intención era castigar a la madre Agnes por azotar…
—La venganza pertenece al Dios Todopoderoso… —El
sacerdote la interrumpió, sus ojos encendidos por la justicia.
Merry esperó a que la nueva oleada de murmuraciones se
apagara.
—Si eso es así —contestó ella con firmeza—, entonces,
¿por qué estoy aquí?
Las risitas de aprobación se extendieron por la multitud
hasta que uno de los clérigos del obispo logró silenciarlos de
nuevo. Moreau frunció los labios, su cara con una profunda
desaprobación, aparentemente, sin ver ni humor ni ironía en su
respuesta.
—¿Ha dado la priora un relato exacto de vuestros crímenes
o no?
Para su alarma, una marea de náuseas como la que había
experimentado durante sus primeras semanas de embarazo
surgió en ella. ¡La sangre de Santa Ana! Le echó la culpa a las
pequeñas porciones de comida de mala calidad y al puro
agotamiento nervioso. Con la visión borrosa, parpadeó,
tratando de despejarla.
—Madre Agnes ha mentido en varios sentidos —contestó,
y luego se mojó los labios, dándose cuenta de una sed
repentina. ¿Se le permitía pedir agua?
—¿Me llamáis mentirosa vos, que prosperáis con el
engaño? —dijo la priora, su serenidad resbalando.
El sacerdote parecía sorprendido por su repentino volumen.
—Solo el obispo y yo podemos dirigirnos a la acusada —
reprendió a la monja. Volviendo a Merry, le preguntó—:
¿Cómo ha mentido la priora?
—Madre Agnes dijo que dejé el priorato para copular con
el diablo. —Tuvo que detenerse mientras los espectadores
volvían a jadear ante sus palabras incendiarias—. De hecho,
fui a buscar hierbas que me negaron en el priorato,
específicamente, la hierba de San Juan, que crece en los
bosques.
—¿Por qué necesitabais esa planta? —preguntó de forma
predecible.
—Para hacer un ungüento que aliviase los cortes y las
heridas de mis hermanas, que habían sido azotadas por nuestra
madre. No enfermé a la priora por destruir mi hierba —agregó
Merry, y por fin tuvo su oportunidad—. Lo hice porque ella
golpeó hasta la muerte a una novicia de no más de trece años,
que no había hecho nada más pecaminoso que hablar en voz
alta en la mesa.
Un pensativo silencio descendió sobre el refectorio.
—¡Miente! —gritó la priora en voz baja, su tono no se
parecía en nada a la gentil piedad que había mostrado antes. Se
volvió para dirigirse al obispo—. Es una hereje. Dirá cualquier
cosa para salvarse. Soy la priora de Monte Grace. No permitiré
que una chica impía me difame.
—Calmaos, priora, y sentaos —dijo el obispo Enrique,
frunciendo el ceño desde su trono, su anterior molestia
apareciendo una vez más—. Traigan al siguiente testigo —
aconsejó a Moreau.
Murmurando para sí misma, la priora se sentó al lado del
fraile Mateo, que se deslizó para dar más espacio a la criatura
que balbuceaba. El mareo de Merry solo empeoró cuando el
abad de Fors, el cohorte de Agnes, fue llamado. Desesperada,
deseaba poder sentarse, ya que apenas podía concentrarse en el
hombrecito que había presenciado su primer juicio y la
condenó junto con Agnes. Si alguien corrobora la historia de la
priora sería él.
—Entonces, ¿cree que la acusada tenía la intención de
matar a su víctima?
Merry se dio cuenta de que había perdido la noción de la
conversación. El pánico se apoderó de ella. Era vital que su
mente permaneciese aguda, pero parecía que una niebla se
filtraba en su cerebro separándola de sus propios
pensamientos.
—Estaba claro que quería que la priora muriera —contestó
el abad con seriedad—. Vi la hierba por mí mismo. Estaba
lleno de recipientes con líquidos extraños, ungüentos y polvos.
Ayudé a destruirlo todo.
Merry suspiró interiormente, pensando en las muchas horas
de trabajo que había dedicado a crear tales pociones curativas.
—En vuestra mente, ¿hay alguna duda de que esta mujer es
una bruja?
—No respondáis —interrumpió el obispo Enrique con
irritación—. Padre Moreau, no me interesa la opinión de este
hombre. Está aquí para dar testimonio de los hechos
relacionados con la herejía.
Merry miró al obispo con gratitud.
—¿Tenéis algún testimonio que ofrecer que aún no haya
sido declarado? —Moreau reformuló la pregunta.
El abad se llevó las yemas de los dedos a los labios, con los
ojos brillantes de celo.
—Sí, bajo juramento dijo que le había dado al diablo el
dominio sobre ella.
La multitud respondió con gritos ahogados. Por tercera vez,
el obispo pidió silencio. Entonces, Moreau se volvió hacia ella
con impaciencia.
—Permitidme recordarles que están hablando ante el
obispo, el representante de Dios, y que han jurado sobre los
cuatro evangelios. ¿Testificasteis alguna vez que el diablo
tenía dominio sobre vos?
El corazón de Merry se estremeció.
—En un momento dado, lo dije —contestó ella, lamiéndose
los labios secos de nuevo. Como era de esperar, la multitud
estalló en una cacofonía de gritos—. Estaba equivocada.
¿Alguien la habría oído? El escriba del obispo comenzó a
gritar a todo pulmón por silencio. Esta vez, le llevó diez
minutos, pero Merry esperó pacientemente, decidida a que esa
declaración de condena no fuera la última. Antes de que
alguien pudiera detenerla, ella se repitió tan fuerte como pudo.
—Me equivoqué.
—¿Queréis decir que mentisteis? —preguntó Moreau,
saltando como un hurón—. Entonces, ¿cómo podemos creeros
ahora?
—Yo no mentí —dijo Merry, cortándolo—. Creía que mi
padrastro era el diablo encarnado, y por un breve tiempo, él
tuvo el control de mi vida. Ahora está muerto, y se dice que el
diablo es inmortal.
Un silencio confuso siguió a sus palabras. Parecía que nadie
había seguido su lógica, incluido el padre Moreau. Después de
una pausa durante la cual la miró con los ojos entrecerrados, se
volvió hacia el abad.
—¿Hay algo más que queráis compartir con este tribunal?
—preguntó—. ¿Algo más que fuese discutido en el juicio
anterior?
—No —interrumpió severamente el obispo—. No se
hablará de un juicio anterior, padre Moreau. Pensé que lo
había dejado muy claro.
—Mis disculpas, su Excelencia. Me equivoqué. —Moreau
estrechó sus manos en una actitud de arrepentimiento.
—Cualquier juicio que no haya sido sancionado por un
obispo o arzobispo no es de interés para este tribunal —añadió
el obispo Enrique—. Proceded.
—¿Podéis dar testimonio de algo más que ayude a nuestra
corte a decidir sobre vuestra culpabilidad? —le preguntó
Moreau al abad.
—Lleva la marca del diablo en el trasero —añadió el abad
con un toque de emoción—: No hay duda de su forma
distintiva.
¡No, eso no! Los ávidos murmullos de la multitud la
bañaron, y Merry miró sus manos aterrorizada, sus nudillos
brillando de blanco a través de su piel.
—Permiso para que se muestre la marca como prueba, su
Excelencia —pidió Moreau al obispo.
Merry contuvo la respiración. Ya le había contado a
Bartolomé cómo se había visto obligada en su juicio anterior a
levantarse las faldas y revelar su marca de nacimiento a sus
perseguidores, entonces, en el juicio solo estaban las monjas y
el abad. Esta vez, por los dientes de Dios, había un cuarto
lleno de hombres que ni siquiera eran de la Iglesia. Si se viera
obligada a soportar la misma humillación…
—Excelencia, primero otro testigo del priorato.
Merry levantó la vista con fuerza. Era el padre Bartolomé,
de pie y dirigiéndose al obispo. ¡Debió haberle leído la mente!
El alivio la debilitó. ¿Por qué había esperado hasta entonces
para actuar?
El obispo lo miró con ira.
—He oído suficientes testigos del priorato. ¿Qué
contribuirá uno más?
—Un segundo testigo de la marca de la acusada haría
innecesaria una exhibición —razonó Bartolomé—. Estoy
seguro de que ninguno de nosotros desea que muestre su carne
femenina.
—No hay más testigos de Monte Grace —protestó Moreau.
—Una se presentó por propia voluntad —admitió
Bartolomé, con una sonrisa de disculpa. Merry sabía que
Bartolomé había hecho todo lo posible para encontrar a una de
las hermanas del priorato para que hablara en su nombre—.
¿Su Excelencia? —Se volvió hacia el obispo.
Los ojos grises de Enrique brillaron.
—Proceded —decidió, asintiendo a Bartolomé.
Las esperanzas de Merry aumentaron. Se le había advertido
que el padre Bartolomé no podía revelarle su simpatía. Si
quería desacreditar los testimonios anteriores, tendría que ser
sutil. Bartolomé llamó a la hermana Magdalena. Con placer,
Merry reconoció a su excompañera de cuarto en el priorato,
una joven de voz suave que había sido novicia en Monte Grace
hasta el invierno anterior. Al no llevar ya el velo blanco de un
noviciado, Merry asumió que ahora era miembro profeso de
un priorato o convento diferente.
Después de jurar decir la verdad, Magdalena confirmó la
suposición de Merry cuando se presentó como residente de
Saint Frideswide’s. En lugar de acercarse a la madre Agnes, se
detuvo al otro lado del banco.
—Hermana —comenzó el padre Bartolomé—, ¿es verdad
que la acusada tiene una marca en la parte de atrás de su
cuerpo?
Los ojos avellanados de Magdalena tocaron con simpatía a
Merry.
—Tiene una marca de nacimiento —admitió la monja a
regañadientes.
—¿Qué clase de marca de nacimiento? —Bartolomé la
presionó.
La monja se encogió de hombros.
—Es redonda y rosada —dijo, mirando al suelo—. Es
bastante bonita, en realidad —añadió innecesariamente—.
Como un bulbo de flor.
—Hermana, ¿tenéis una marca de nacimiento?
La hermana Magdalena levantó los ojos sorprendida hacia
el sacerdote.
—No —dijo ella, pareciendo asustada.
—¿Tenéis alguna marca en la espalda? —Bartolomé
persistió.
Un tenso y pequeño silencio siguió mientras la monja
palidecía. Ella echó un vistazo a la madre Agnes y luego al
padre Bartolomé.
—Sí —admitió, finalmente—. Tengo varias marcas.
—¿Qué tipo de marcas son si no son marcas de nacimiento?
—Bartolomé parecía desconcertado.
—¿Qué queréis decir con estas preguntas? —El obispo
Enrique interrumpió—. ¿Vais a preguntar a cada uno de
nosotros si también tenemos marcas?
—Creo que la respuesta de la monja será relevante, su
Excelencia —aseguró Bartolomé al obispo—. Por favor,
hermana, responded a la pregunta —le ordenó a la joven—.
¿Qué tipo de marcas hay en vuestra espalda?
La hermana Magdalena asintió lentamente, como si,
finalmente, comprendiera la razón de su tormento. Respondió
con una palabra:
—Cicatrices.
Un murmullo de conjeturas se extendió entre los
espectadores.
—¿Cómo os las hicisteis? —El padre Bartolomé persistió.
La mirada de la joven monja se desvió una vez más hacia la
priora de Monte Grace, sentada como un cuervo sobre una
rama.
—Madre Agnes me dio veinte latigazos en la espalda —
susurró.
Los bancos gimieron mientras los testigos se inclinaban
hacia delante para captar su respuesta. Merry palideció,
recordando el daño que se había hecho tan cruelmente al
cuerpo de Magdalena.
—Qué severo castigo —reflexionó Bartolomé—. ¿Cuál fue
vuestro crimen?
La monja miró sus retorcidas manos.
—Expresé mal las oraciones en las completas.
—Sí, lo hizo —gritó Agnes poniéndose en pie—. Ella tuvo
que ser castigada a los ojos de Dios por ensuciar sus palabras.
—¡Silencio! —El obispo levantó las manos con asombro
—. Estáis en mi corte, priora, y no hablaréis a menos que se os
lo pida. —Debidamente reprendida, la madre Agnes pareció
encogerse en sí misma. Enrique de Blois no había terminado
con ella—. Es más, si estas declaraciones son ciertas con
respecto a su abuso de aquellos a quienes la Santa Iglesia le ha
encargado que guíe a lo largo del camino espiritual, entonces,
su posición como priora de Monte Grace terminará. Seréis
castigada por vuestra torpeza.
Agnes palideció ante la amenaza del obispo. Se hundió en
el banco, repentinamente en silencio. El obispo hizo un gesto
para que Magdalena continuara.
—Continuad, hermana. Nos estabais contando cómo
malinterpretasteis vuestras oraciones en las completas.
—Estaba cansada —añadió—, y omití una o dos palabras
sin quererlo. La madre Agnes dijo que una paliza me ayudaría
a recordarlas la próxima vez.
Los labios del obispo se adelgazaron mientras dirigía una
mirada oscura a la priora. El Padre Bartolomé tosió en
silencio, y Magdalena continuó como si se lo pidiera.
—Era la hermana Mary Grace quien curaba mis heridas con
un bálsamo. —Le dedicó una mirada agradecida a Merry—.
Podría haber muerto de fiebre por una infección si ella no me
hubiera cuidado tan bien.
Bartolomé le cortó el paso.
—Ya veo. No tengo más preguntas para vos, hermana. Su
Excelencia… —le dijo al obispo.
Impresionada con su habilidad para actuar, Merry trató de
no mirarlo cuando volvió a su asiento. Se volvió a concentrar
en sus manos, enviándole un silencioso mensaje de
agradecimiento mientras respiraba profundamente para
mantener a raya sus náuseas. Como Luke le había asegurado
que así sería, el testimonio de la priora había sido puesto en
duda.
—¿Hay alguien más para hablar? —preguntó el obispo.
El padre Moreau se puso de pie una vez más.
—Lady du Boise —comenzó, paseándose de un lado a otro
ante ella. Cuando ella comenzó a corregirlo de nuevo, él la
despidió con un gesto de su mano—. Lady d’Aubigny,
basándonos en el testimonio que hemos oído, se os
consideraba una bruja incluso antes de entrar en Monte Grace.
Luego, en el priorato, a pesar de los intentos de la priora de
alejaros de vuestros malos caminos, continuasteis jugando con
las plantas. ¿Le diréis al tribunal por qué fue así?
Merry fijó su mirada en las oscuras cabezas del público. El
ritmo de Moreau dificultaba ordenar sus pensamientos.
—Las plantas no son malas, padre. Son un regalo del cielo
a los mortales, un medio provisto por Dios para calmar
nuestros males físicos. —Esas fueron palabras que Sarah le
había dicho muchas veces.
—Entonces, ¿admitís que dejabais los confines del priorato
por la noche? —preguntó Moreau.
—Lo admito abiertamente. La madre me prohibió entrar en
los jardines del priorato. Tuve que ir a otra parte para
encontrar lo que necesitaba.
—¿Como venenos? —interrumpió—. ¿La planta venenosa
que usasteis contra la priora crecía dentro o fuera del
convento?
Merry respiró hondo varias veces.
—Afuera —dijo ella.
Bartolomé tosió de nuevo, y Merry estaba segura de que
esta vez le estaba haciendo señas para que tuviera cuidado.
—¿Cuál es el nombre de esa planta?
—Henbane. —Su garganta estaba tan seca de sed que su
voz se rompió.
—¿Cuánto se necesita para matar a un alma viviente?
—Claramente, más de dos hojas, que es lo que usé.
—¿Cómo supisteis que solo debíais usar dos hojas? —la
presionó.
—Hay una ciencia para esas cosas —contestó Merry
cansada.
—¿Fue la bruja, Sarah, quien os enseñó esta magia? —
insistió el sacerdote.
—No es magia y ella no era una bruja. Era una curandera
gentil.
—Responded la pregunta —exhortó Moreau. Entonces,
reanudó su paseo, entrando y saliendo del foco de Merry.
—Sarah me enseñó a usar Henbane para curar. Sus hojas,
hervidas en vino y aplicadas correctamente, enfrían todas las
inflamaciones o hinchazones calientes en el cuerpo e incluso
en los ojos. Henbane también alivia el dolor en las
articulaciones —dijo Merry, recordando las lecciones de
Sarah, al mismo tiempo que sentía que recitar las palabras le
ofrecía un apoyo en el que debía apoyarse para no caerse—. El
Henbane también funciona bien como ungüento. Y puede
detener el dolor de muelas. —Se detuvo y añadió—: Me
enseñó a usar la planta para esos males.
—¿Por qué una joven experimentaría con hierbas
venenosas?
Merry dudó, pero habiendo jurado sobre los evangelios
decir la verdad, lo hizo. Ya era una mujer adulta, y pensó en
los motivos de la chica aterrorizada y enojada que había sido.
—Para vengar al hombre que mató a mi padre y violó a mi
madre —contestó ella, su voz tensa.
—La venganza es del Señor —respondió Moreau—. Luego
confesáis que le disteis al diablo el dominio sobre vos.
Merry abrió la boca para corregirlo por haber tergiversado
intencionadamente todo lo que ella había dicho, pero él le
cortó el paso mencionando dos nombres que ella no conocía,
Owen de Ailswyth y Donald de Tees. Sintió calambres en el
estómago al ver a dos hombres descuidados arrastrándose
hacia adelante. Para su consternación, los reconoció como los
mercenarios que habían desaparecido con el cuerpo de Cullin,
en lugar de dejárselo a las aves rapaces. Estaba segura de que
dirían cualquier cosa para vengar la muerte de su amigo.
Con un miedo negro que se elevaba en ella, se preparó para
enfrentarse a más preguntas. «Dios misericordioso, ayúdame a
superar esto», rezó, sintiendo los temblores que sacudían su
cuerpo. «¿Dónde está Luke? ¡Lo necesito ahora!».
Otra vez, miró las caras en busca de cualquier signo de él.
Mientras algunos de la multitud se movían inquietos sobre sus
pies, su mirada se dirigió a una cabeza oscura no muy lejana,
después de todo. Se sentaba en un banco debajo de una
ventana, parcialmente bloqueado por alguien que se había
puesto de pie. Su corazón se estremeció al verlo. ¡Luke! En su
deleite vertiginoso, ella casi lo llamó por su nombre, pero su
mirada fija la exhortó a permanecer calmada. ¿Cuánto tiempo
había estado sentado allí, deseando que ella lo viera?
Una sonrisa de alivio iluminó la cara de Luke cuando se dio
cuenta de que por fin ella lo había visto. La fuerza fluyó hacia
sus miembros. Cerró los ojos brevemente y respiró hondo, era
evidente que se había sentido frustrado por su incapacidad
para verlo. Abrió los ojos. «Aquí estoy», parecían decir.
«Siempre a tu lado».
Fijando su mirada en la de él, Merry dejó que su amor la
sustentara. Aunque nada podía aliviar su temor, su presencia
consiguió que dejara de temblar. Ella sabía, sin lugar a dudas,
que él había hecho todo lo que estaba en su poder para afectar
el resultado del juicio. Habiéndola salvado antes de
circunstancias igualmente precarias, lo volvería a hacer.
Aferrando su fe a esa simple verdad, Merry escuchó a los
soldados describir la manera en que Merry se unió a ellos. Sus
voces parecían venir de una gran distancia, y se esforzó por
escucharlos y entenderlos.
—Estaba claro que era una bruja desde el principio —dijo
Owen, rascándose el pecho—. La luna hasta que la conocimos
estaba llena y redondeada, pero la noche que la llevamos a su
casa la luna se mantuvo oculta. —Su voz se desvaneció
completamente por un momento, y luego se hinchó a pesar de
que había perdido la pista de su historia— …lo escuché gritar
mientras caía. Ningún animal podría haber sobrevivido a tal
caída, pero allí estaba ella al día siguiente, sentada a
horcajadas sobre él, con el caballo sin nada más que una
cojera. Ella lo devolvió a la vida, lo hizo.
—Y, entonces —continuó su compañero—, era una cosa
mala tras otra. En la noche de nuestra llegada a Iversly, el
barón enfermó y fue llevado a su habitación… —Donald de
Tees se hizo apenas audible—. Ella se subió a la pared donde
estábamos ocupados en el trabajo… el gato rozó su pierna…
casi muere… Puso a Cullin bajo un hechizo para que se
inflamara de lujuria por la bruja… la agarró una noche… ¡Ella
se lo había pedido!
Su voz se mezcló con las exclamaciones de los testigos.
Toda la sala comenzó a girar, primero lentamente y luego más
rápidamente, dando vueltas alrededor de los dos testigos que
mantenían a su audiencia hechizada con sus supersticiosas
historias. Merry luchó para permanecer de pie. Tenía que
defenderse de estos tontos ignorantes. Sin embargo, el brillo
de las velas encendidas y las velas de sebo se mezclaban unas
con otras, de modo que la habitación se convirtió en una turbia
neblina de color amarillo.
A medida que la cámara se hacía más oscura y las voces
más lejanas, se sintió caer, pero no podía hacer nada para
detenerlo. Lo último que sintió fue que su cráneo golpeaba el
piso duro.
Capítulo 21

-¡Merry! —Luke se puso de pie horrorizado.


El golpe de su cabeza contra el suelo de piedra
resonó en el repentino silencio. Se había caído con la fuerza
suficiente para aflojar el tocado que llevaba, de modo que todo
el mundo pudo ver su gruesa trenza roja de fuego.
Todo lo que Luke podía pensar era que la caída la había
matado o había desalojado al bebé en su vientre. Tropezó con
el banco ante él, desesperado por alcanzarla. No fue el único.
Casi todos los espectadores se habían levantado de sus
asientos para correr hacia delante, apiñándose a su alrededor.
Sobre sus cabezas, el obispo pidió a gritos el orden.
Ignorándolo, Luke se abrió paso a codazos entre la
muchedumbre, sin importar a quién empujaba ni con qué
fuerza.
—¡Está en trance! —dijo alguien antes que él—. Esperad a
ver si el diablo la hace hablar ahora.
Furioso con el comentario, Luke apartó a unos cuantos
transeúntes más y llegó al lado de Merry. Se arrodilló
golpeado por el color ceniciento de su rostro.
—¡Atrás! —ordenó mientras la gente lo presionaba
espesando el aire—. Necesita respirar. ¡Apartaos!
Obedecieron, pero solo mínimamente.
—¡Merry! —Luke le acunó la cabeza para descubrir el
alcance de su lesión. Una zona había empezado a hincharse,
pero, afortunadamente, su cráneo estaba intacto y no había
sangre. Por el pulso estable en la base de su cuello, podía ver
que su corazón latía rítmicamente. ¿Qué había del bebé?, se
preguntó, deslizando una mano hacia su vientre.
Vio como si estuviera separado de sí mismo, que sus dedos
temblaban. La preocupación, la impotencia y la falta de sueño
lo habían dejado fuera de sí esa mañana. Por el rabillo del ojo,
vio a alguien empujar el muslo de Merry con la puntera de su
bota, quizás con la esperanza de despertar al demonio dentro
de ella.
Eso fue todo. Luke puso la cabeza de Merry
cuidadosamente en el suelo y se puso de pie. Tenía la
intención de agarrar al culpable y arrojarlo al otro lado de la
habitación. Entonces, reconoció al culpable como el escriba de
cara estrecha que había garabateado cada palabra que se había
pronunciado a lo largo del juicio.
—Disculpaos con la dama —gruñó en su lugar—, por
tocarla con vuestro zapato.
El escriba palideció y titubeó hacia atrás, y desapareció
entre dos espectadores.
—Apartaos —dijeron dos monjes a la vez—, apartaos.
Luke se dio cuenta de que venían a recoger a su prisionera.
Bartolomé lo había agarrado del codo, tratando de tirar de él, y
el obispo Enrique de Blois todavía tronaba para que todos
volvieran a tomar sus asientos.
—Haceos a un lado. Fuera del camino. —Era el monje feo
que protegía la celda de Merry, el que, según ella, le había
rasgado la manga.
Dio un paso alrededor de Luke y, sin tener en cuenta la
condición de Merry, le agarró las muñecas con la intención de
levantarla por los brazos o, tal vez, arrastrarla fuera de la
cámara. Luke olvidó el descaro del escriba. Derribó al monje
de un golpe y tomó a su esposa en brazos. La falta de esfuerzo
que le llevó tomarla le preocupó. Dios mío, en vez de subir de
peso mientras llevaba a su bebé, parecía estar marchitándose a
la nada.
—¡Tened cuidado! —gruñó, redirigiendo su furia hacia el
monje feo que había recobrado el equilibrio y estaba apretando
los puños como si fuera a tomar represalias. Sintiendo a
alguien a su espalda, Luke se giró con Merry agarrada
fuertemente contra él, listo para luchar si era necesario.
Entonces, Bartolomé llamó su atención y agitó la cabeza en
señal de advertencia.
Con un aliento agudo, Luke refrenó su temperamento.
—Ella es mi esposa y una mujer noble —le dijo al monje
que competía por ella. La multitud se quedó callada ante su
proclamación—. Además, lleva al heredero de la casa de
Arundel. Tened cuidado, monje —ordenó.
Ante tantos testigos, el monje bajó los puños y asintió
bruscamente.
—Debo llevármela ahora —le dijo a Luke, casi en tono de
disculpa.
Agarrando la silueta inconsciente de Merry un momento
más, Luke buscó la fuerza para liberarla. Cuando el clérigo se
adelantó, la entregó cuidadosamente en sus brazos, satisfecho
de que el hombre llevara a Merry suavemente mientras que su
hermano clérigo llevaba la cuerda, sin necesidad de atarla. Los
vio alejarse con el corazón en la garganta. Estaba tan
concentrado en su partida que no escuchó los comentarios
susurrados de los que lo rodeaban.
—¿No es ese el Fénix?
—Sí, parece que la bruja tiene al comandante del rey
firmemente bajo su hechizo.
Ignorándolos, Luke se apresuró a seguir a los monjes y a
Merry, sosteniendo la puerta para evitar que golpearan la
cadera de Merry contra el panel cuando salían de la gran sala.
El padre Bartolomé apareció a la altura de su codo.
—Lord d’Aubigny, no podéis ir con ellos.
—¿Cómo puedo confiar en que esos idiotas no la dejarán
caer en el foso a propósito? —Viendo el rostro solemne del
sacerdote, bajó el tono—. Lo siento —agregó, buscando
incluso una pizca de su famoso autocontrol—. ¿Podéis ir tras
ellos? Por favor. Aseguraos de que llegue a salvo a su celda.
—Lo haré —prometió Bartolomé—. Solo dudaré un
momento.
Luke lo entendió. El sacerdote no podía permitirse el lujo
de mostrar demasiada preocupación por el acusado. Respiró
con dificultad luchando por la normalidad. Nunca las
circunstancias se habían alejado tanto de su control.
—Mañana le irá mejor —prometió Bartolomé, con una
mirada nerviosa—. He tomado las medidas que discutimos
antes.
Luke asintió. Estaba en deuda con el sacerdote por haber
puesto en duda el testimonio de la priora. Sin embargo, la
segunda serie de testigos había logrado describir a Merry
como una criatura extraña y vengativa. Los cuentos de Owen y
Donald habían despertado la imaginación de la multitud. Su
absoluta convicción de que Merry era una bruja era
peligrosamente contagiosa.
Quizás, fue bueno que se hubiese desmayado, poniendo fin
a su testimonio incoherente y vicioso.
—Deberíais descansar —le dijo Bartolomé con
preocupación.
—No, hay algo que debo hacer. —Puso una mano
brevemente sobre el hombro del sacerdote—. Os lo agradezco,
padre —añadió—: Por favor, id tras ella ahora.
Esperó mientras Bartolomé salía corriendo de la sala y
luego se dirigió en la misma dirección. Sin embargo, sus pasos
se ralentizaron al reconocer a dos personas luchando contra la
marea de los que se desbordaban. El Asesino de Helmsley
tuvo que agacharse para no golpearse la cabeza contra el
dintel. Su esposa, que se veía inusualmente desarreglada con
su bata de viaje arrugada, corrió delante de él. Una mujer
joven, obviamente una enfermera, la siguió con su hija menor,
Chauncey, en sus brazos. Clarisse observó a Luke, haciéndole
una inspección silenciosa y omnisciente mientras se acercaban
el uno al otro.
—Vinimos tan rápido como pudimos —dijo sir Christian,
su profunda voz resonando en el pasillo.
—Decidnos qué ha pasado —exigió sin preámbulos ni
saludos lady Clarisse.
Luke les informó de las circunstancias y, por un momento,
todos se quedaron en silencio mientras la gente los apretaba y
especulaba en voz alta que la bruja sería ahorcada.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó lady Clarisse, con la cara
pálida.
—Voy a ver al rey —respondió Luke—. Cierto asunto ha
llegado a mi conocimiento y puede persuadir a Enrique para
que actúe en nombre de Merry.
Los ojos de Clarisse parecían de gato.
—¿Por qué habéis esperado hasta ahora? —exigió ella,
haciendo que su marido le pusiera una mano de contención en
el hombro.
—Creedme, no he descansado desde que me arrebataron a
vuestra hermana —le aseguró Luke—. He hablado con el
obispo, los sacerdotes y todos los barones que viven cerca. El
rey, sin embargo, me ha negado una audiencia. Antes de
casarme con vuestra hermana, estaba prometida a su prima —
añadió, con la esperanza de que vieran de inmediato la
situación.
Aparentemente, lo hicieron. Murmurando sus disculpas,
Clarisse apartó la mirada de él. Un momento incómodo los
dividió.
Dándose cuenta de que aún no estaban seguros de su lealtad
a Merry, intentó convencerlos de ello. Después de todo, en lo
que a ellos respecta, él había sido forzado a casarse con ella, y
este nuevo juicio sería un medio conveniente para librarse de
una esposa no deseada.
Sus sienes palpitaron de repente.
—Quiero que sepáis que amo a vuestra hermana tanto
como vos. —Su voz tembló de una manera muy embarazosa
—. Moveré cielo y tierra para que la absuelvan.
Para su sorpresa, Clarisse sofocó un grito y lo abrazó de
manera fraternal. Para su mayor consternación, tan pronto
como ella se retiró, sir Christian le dio una palmada amistosa
en el hombro que lo movió medio metro y le dolió como el
diablo.
—¡Oh, me complace oír eso! —Clarisse confesó, su
semblante radiantemente tolerante—. ¡Tenía tantas esperanzas
en que la amabais! Sabía que no era un error insistir en que os
casarais con ella.
—Ella os hará feliz —añadió el Asesino, echando una
mirada apreciativa a su esposa—, si se parece en algo a su
hermana.
—¡Papá! —dijo Chauncey, a quien la enfermera aún tenía
en brazos.
Si Luke todavía no estuviera preso del miedo por el
resultado del juicio y por la condición actual de Merry, habría
disfrutado más que lo aceptaran. De todos modos, estaba
agradecido por su tardía llegada. Si hubieran visto la forma en
que los monjes querían llevársela, solo Dios sabía lo que el
Asesino y, lo que es más probable, Clarisse, podría haber
hecho en medio de la corte eclesiástica. Sin embargo, era un
consuelo pertenecer a una familia tan grande y cariñosa. Luke
ya no estaba solo luchando por su esposa. Sin embargo,
lucharía, lo haría.
—Tengo que irme de inmediato —dijo.
—¿Os gustaría tener compañía? —se ofreció sir Christian,
deseoso de actuar.
Luke estaba más que agradecido.
—Me gustaría —asintió, pensando que con el Asesino a su
lado le daría a Enrique aún más en qué pensar—. ¿Dónde os
alojáis?
—No lo sabemos todavía.
—Os llevaré al castillo de Winchester antes de que
cabalguemos hacia Clarendon. Podéis quedaros en mis
aposentos.
—Proceded —dijo el Asesino. Como hombre de pocas
palabras y mucha acción, claramente, se estaba impacientando.
Luke abrió el camino de salida del pasillo este y de regreso
a través del foso con su nueva familia detrás. Echando un
vistazo a la prisión del obispo, se imaginó a Merry en su celda,
pero se abstuvo de mencionar su paradero a Clarisse, para que
no exigiera un rescate inmediato.
De lo contrario, todos estarían en las celdas vecinas.
Con el terreno vaciándose rápidamente, localizó a Erin y a
Suleyman sin dificultad y esperó con la mayor paciencia
posible el impresionante carruaje del Asesino, tan grande y
pesado que se necesitaban cuatro caballos para tirar de él.
Cruzaron rápidamente el puente sobre un afluente del río
Itchen, luego pasaron por la gran catedral y se dirigieron
directamente al castillo de Winchester, en las concurridas
calles de la ciudad. Viendo a Clarisse cómodamente instalada
con su bebé y enfermera en sus aposentos, Luke ordenó a sir
Pierce que los cuidara. Entonces, los dos cuñados cabalgaron
como si el mismo diablo estuviera sobre los talones de sus
caballos, con solo Erin en asistencia, luchando por mantenerse
a la par. Un espectáculo demasiado grande de hombres
cabalgando hacia la residencia del rey podría interpretarse
como un gesto de amenaza.
—Ya he sido rechazado de una audiencia con él media
docena de veces —advirtió Christian horas más tarde cuando
el olor del mar anegó sus fosas nasales y el castillo de
Portchester apareció repentinamente a la vista.
—Entonces, ¿lucharemos para entrar? —El Asesino cogió
el yelmo que estaba equilibrado en su pomo mientras se
acercaban a las inmensas murallas romanas de piedra que los
separaban del balcón exterior. Los guardias se asomaron de las
torres de defensa y, reconociendo a Luke, bajaron el puente
levadizo permitiéndoles cruzar el foso y entrar en el castillo.
Adivinando que Enrique habría recibido y meditado sobre
la misiva de Derek, Luke casi sonrió.
—No, tengo la sensación de que esta vez seremos
bienvenidos.
El Asesino lo miró con atención. Habían discutido mucho
mientras cabalgaban, incluyendo la traición de Amalie y el
descubrimiento del informante. Cuando entraron en las
defensas de Porchester, Luke consideró que, o bien esto iría
bien, o bien su vida cambiaría drásticamente.
Una vez dentro del patio se detuvieron. Luke vio el
monasterio aún en construcción en el rincón más alejado a la
derecha, más cerca del océano, pero dudaba de que Enrique
estuviera allí. Gesticulando a la izquierda, se dirigieron hacia
el patio interior cruzando otro pequeño foso antes de
desmontar en el patio de la pequeña torre del homenaje que
Enrique llamaba «joya».
Los soldados del rey holgazaneaban en todos los pasillos de
las murallas y en todas las puertas, pero ninguno intentó
detener el progreso de Luke, creyendo que Enrique esperaba
plenamente esta visita. En medio del patio interior, él y
Christian confiaron sus caballos a Erin y se acercaron a la
entrada principal.
Como predijo Luke, los guardias al oír su nombre abrieron
las puertas de par en par. Los dos guerreros entraron y Luke
solo podía pensar en lo encantadora que se había puesto Merry
cuando la llevó a conocer a su rey. ¡Qué mal había terminado
eso!
—Por aquí, mi señor. —Uno de los asistentes personales
del rey corrió a saludarlo. Parándose en medio del arco, el
hombre miró la altura y tamaño del Asesino antes de incluirlo
en su saludo y escoltarlo arriba, hacia una cámara interior, una
acogedora habitación en la parte superior de la torre donde el
asistente los informó que Enrique se estaba relajando, como si
no le importara nada en el mundo.
Luke sabía lo contrario. Pensando que presentaría a
Christian como un hermano, enfatizaría su afán de servirle y
luego… entonces, Luke exigiría satisfacción. Aceptaría nada
menos que la libertad de Merry, una absolución completa de
cualquier noción de herejía o brujería, y una disculpa firmada
por la misma madre Agnes también sería bienvenida.
Vestido con una túnica de color rojizo que se adaptaba bien
a su colorido, Enrique estaba de pie en el extremo más alejado
de la habitación, mirando hacia el puerto y quizás más lejos, al
otro lado del canal y hacia su casa en Normandía. Se giró
lentamente a la entrada, miró al alto Asesino y, rápidamente,
subió al estrado de madera para sentarse en su trono de viaje
que llevaba consigo a todas partes.
Luke sonrió interiormente, leyendo fácilmente al rey. Si
Enrique no podía estar a la altura de sir Christian cuando
estaba de pie, el rey se aseguraba de recordarles su poder
sentándose en el símbolo de su soberanía. Poniendo sus manos
sobre los brazos de terciopelo rojo, Enrique miró su
acercamiento con una expresión que golpeó a Luke como
decididamente plácida, calculadamente neutral. Él y Christian
se inclinaron mientras el sirviente del rey decía el nombre de
Luke, luego se quedó mirando al Asesino.
—Soy Christian de la Croix de Helmsley, su Excelencia,
hermano por matrimonio con…
—Sí, sí, sabemos quién sois. —Enrique hizo señas con la
mano para que no se hicieran más presentaciones—. Declarad
el propósito de vuestra visita —dijo dirigiendo su mirada a
Luke y tamborileando los dedos de su mano derecha.
Para el ojo experto de Luke, el rey, aunque intentaba
parecer aburrido, estaba en realidad bastante tenso.
—Su Excelencia, ya debe haber leído una misiva de su
informante en Arundel. La entregué yo mismo de camino al
juicio de mi esposa. —Los párpados rechonchos de Enrique
bajaron, pero no dijo nada. El recuerdo de la forma flácida de
Merry en sus brazos dejó a Luke sin humor para jugar a
juegos, reales o de otro tipo—. No me andaré con rodeos, mi
rey —continuó—. Vuestra prima, lady Amalie por nombre, ha
estado envenenando a mi abuelo. Estoy seguro de que no
queréis especulaciones públicas sobre el asunto.
El color de Enrique se elevó.
—¡Señor d’Aubigny, vos presumis demasiado! —dijo—.
No somos un peón para posicionarse a voluntad. Somos
vuestro soberano, por Dios, y nos mostraréis el debido respeto.
Luke se negó a ser impresionado por el uso que el rey hacía
de los «nosotros» reales, aun sabiendo que Enrique se
consideraba asociado con Dios.
—No tengo más que respeto por vos, su Excelencia —
insistió—, porque sé que vos sois un gobernante justo y
equitativo. Vuestra prima, sin embargo, es una asesina
intrigante que haría cualquier cosa para reclamar Arundel para
sí misma. Si no me ayudáis, si no reparáis el mal que ella ha
hecho a mi familia, la desenmascararé.
Enrique apretó la mandíbula. Mirando por la ventana hacia
el generoso parque, pareció considerar la amenaza de Luke.
Lidiar con la perfidia de Amalie no era algo en lo que Enrique
desearía estar involucrado. Poner orden en su reino, restaurar
las arcas que se habían agotado durante las largas guerras
civiles, y disfrutar de la caza, esas eran sus pasiones. Nada de
este tedioso asunto, ni siquiera de la difícil situación de Merry,
formaba parte de sus objetivos.
Por fin, se volvió hacia Luke.
—¿Qué queréis que haga? —exigió, convirtiéndose en
primera persona—. ¿Creéis que este asunto con vuestra esposa
me involucra? Es una preocupación eclesiástica sobre la que
no tengo voz. —Se encogió de hombros de forma convincente
e indefensa.
Luke luchó para evitar que una ceja se le alzara.
—El obispo Enrique fue nombrado por un rey. —Sostuvo
su mirada para recordarle al rey exactamente qué rey había
sido—. Él también puede ser removido por uno, su Excelencia
—añadió Luke.
—¡El obispo Enrique fue nombrado por el Papa! —El rey
levantó la voz para contradecirlo—. De cualquier manera, no
tengo derecho a decirle cómo conducir su corte.
—Tenéis la autoridad… —Luke empezó a protestar.
Enrique golpeó con los puños cerrados ambos apoyabrazos.
—¡Os digo que no tengo autoridad en lo que respecta a este
juicio! —tronó.
Luke sabía que estaba pisando peligrosamente.
—Su Excelencia puede enviar un testigo —dijo,
manteniendo su tono calmado y deferente.
—¿Un qué? —preguntó Enrique, desorientado por la
extraña sugerencia.
—Un testigo, su Excelencia, que ayudará a disipar la idea
de que mi señora es una bruja.
El rey miró con desconfianza.
—¿A quién tenéis en mente? —preguntó.
—A vuestro médico —contestó Luke, confiado en la
capacidad de Merry para redimirse si se le daba la oportunidad
—. Enviad a sir Guy de Gascuña al obispo con instrucciones
de que interrogue a mi señora sobre asuntos de curación. Debe
ser honesto en su interrogatorio —advirtió Luke—, o expondré
su participación en el envenenamiento de mi abuelo.
A Enrique se le cayó la mandíbula.
—Mi médico —repitió—, ¿envenenando al conde de
Arundel?
—Sí —insistió Luke—. Fue recomendación de sir Guy que
Amalie usara un jarabe de amapola para tratar la tos de mi
abuelo. Cualquier amapola cultivada en casa de mi abuelo es
de tipo oriental, muy potente.
—¿Cómo podría saber eso? —dijo el rey.
Luke se encogió de hombros.
—Posiblemente, sugirió que Amalie usara amapola oriental
para ganar Arundel. Algunos podrían pensar que ella hizo esto
a instancias de otro, para recuperar tierras y propiedades para
la corona.
La cara de Enrique se nubló ante la insinuación. Sir
Christian habló por primera vez, aprovechando la ventaja de
Luke.
—Los barones se angustiarán al saber que alguien de la
casa real está matando nobles a cambio de tierra.
Las pequeñas pecas de Enrique se oscurecieron
repentinamente en sus mejillas pálidas. Con los participantes
del crimen tan peligrosamente cerca de él, sería difícil para
cualquiera imaginar que no tenía conocimiento de las acciones
de Amalie. Por una vez, permaneció en silencio, recostado en
su trono y cruzando sus robustos brazos. Sin embargo, Luke
tampoco tenía nada más que decir. Los tres hombres esperaron
momentáneamente en silencio.
—Muy bien —aceptó finalmente Enrique, sus ojos grises
atentos—. Mi médico testificará. Espero que no deseéis más
de mí —añadió.
—Si mi esposa es relevada de los cargos, su Excelencia,
entonces no, no espero más. Si por casualidad sigue
condenada, entonces arrastraré a Amalie a la corte secular que
vos estáis reformando tan eficientemente. Además, si mi
abuelo muere, me encargaré de que la cuelguen. —Se detuvo,
dejando que sus palabras lo traspasaran, y luego añadió—:
Confío en que, en ese momento, su Excelencia no interferirá.
Enrique descruzó los brazos y se inclinó hacia adelante. El
rubor volvió a aparecer en sus mejillas, pero un destello de
admiración brilló en sus ojos.
—Necesito vuestra lealtad jurada, señor d’Aubigny —
admitió el rey, como si la valentía de Luke le recordara las
fortalezas que valoraba en su vasallo—. Vuestro servicio a mí
debe ser indudable.
Luke le devolvió la mirada impasible.
—Mi lealtad no se ha retirado, su Excelencia. Todavía.
Incluso el Asesino jadeó un poco ante su audaz amenaza, y
Luke esperaba no haber ido demasiado lejos. Pasó un
momento incómodo, y luego Enrique se reclinó, alto en su
asiento, luciendo cada centímetro del monarca, a pesar de su
juventud.
—La posesión de Arundel por parte de vuestra familia
permanece intacta —declaró, sintiendo claramente la
necesidad de sellar su relación de señor y vasallo para asegurar
la cooperación continua de Luke—. Consideradlo vuestro
cuando lord William fallezca. Vos seréis el conde, y el título
será para vuestro heredero. Sin duda alguna.
Luke le ofreció una reverencia al rey. Había estado
esperando escuchar esas palabras durante más de trece años.
—Su generosidad le conviene, su Excelencia —contestó—,
pero si mi dama que, actualmente, lleva a mi heredero no está
a mi lado, entonces, rechazaré la responsabilidad de Arundel y
del servicio asociado con ella.
Tuvo la satisfacción de ver las cejas de Enrique levantarse
con sorpresa. Junto a él, el Asesino hizo un ruido de asfixia
como si no pudiera creer lo que oía. La batalla que se libraría
entre los otros condes de la corte por la tierra sería masiva. Se
desataría el caos, quizás incluso una pequeña guerra.
Enrique buscó visiblemente su lengua.
—¡Los dedos de los pies de Cristo, no creo haberos oído
bien! —rugió.
—Su Excelencia tiene un oído excelente —le aseguró
Luke, sin tener en cuenta los gritos de Enrique, que eran
comunes cuando el rey estaba enfadado.
Enrique se quedó boquiabierto ante él, claramente
desconcertado por el funcionamiento de la mente de Luke.
—¡Os atrevéis a chantajearme! —rugió, señalando a Luke
con un dedo enjoyado que agitó—. ¿Vos que jurasteis lealtad?
¿Desharíais vuestro juramento?
—Le di a su Excelencia una buena advertencia —contestó
Luke. Sabía que debería de estar temblando en sus botas.
Había hablado de entregar su poder, su influencia y el futuro
de su descendencia. Sin embargo, no sintió más que
satisfacción al sacudir la jaula de Enrique. Al probar que el
rey, en última instancia, no tenía autoridad sobre su corazón ni
control sobre su destino.
Su corazón pertenecía a Merry, su reina. Su futuro estaba
con ella en Arundel o, si ella era condenada, en cualquier lugar
del continente al que huyeran después de que él la arrebatara
de las fauces de la Iglesia. Sabía con certeza que no la dejaría
morir. Inclinó un poco la cabeza, esperando. En cualquier
caso, Merry ya no podía acusarlo de ser un títere de un tirano.
—¡Fuera! —Enrique tronó, señalando la puerta.
Esta era la segunda vez que lo sacaban de la presencia de
Enrique. Compartiendo una mirada de pesar con el Asesino,
Luke se inclinó ante las botas de Enrique y retrocedió. Al
llegar a la puerta, sir Christian dijo a su rey:
—Así que, mañana veremos a sir Guy en el juicio. —Sus
palabras fueron lanzadas como una declaración, no como una
pregunta. Al mismo tiempo, palmeó el hombro de Luke,
enviando un mensaje silencioso sobre dónde estaba su lealtad.
Enrique se arriesgaba a perder a dos poderosos guerreros,
no solo uno. Su boca estaba llena de frustración, pero no negó
la declaración del Asesino.
—Así será —dijo al fin, con la mayor reticencia.
Inclinándose por última vez, Luke y Christian salieron sin
decir una palabra más. Mientras bajaban las escaleras, Luke
comentó con moderado optimismo:
—Bueno, ha ido tan bien como podía esperarse.
—Es cosa de Dios lo que suceda después. —Estuvo de
acuerdo el Asesino.
Un minuto más tarde, encontraron a Erin y recuperaron sus
monturas. Cabalgando más allá de la vasta muralla exterior de
Portchester, la mirada de Luke se elevó hacia el cielo
despejado y apacible. En algún lugar de los vastos cielos, su
estrella miraba a Merry, protegiéndola. Esta noche, la
encontraría en el cielo oscuro y pediría su deseo más sincero.
Capítulo 22

L o primero que hizo Merry después de que la llevaran a la


sala llena de gente fue buscar a Luke. Su corazón saltó de
amor al contemplarlo, sentado en el mismo banco que antes,
pero esta vez en compañía de su hermana mayor y su marido.
Ella sofocó un grito de asombro al verlos, incluso al ver al
Asesino, que ocupaba dos espacios en el banquillo,
empequeñeciendo a todos los que lo rodeaban y ofreciendo un
sentido de apoyo incondicional.
Al ver la mirada preocupada de Clarisse, Merry luchó por
un asentimiento tranquilizador. Su hermana parecía tensa y
destrozada por el insomnio, pero ella sonreía con ánimo, sus
ojos de joya brillando de amor. Un fuerte tirón de la cuerda
que volvió a atar sus manos esa mañana, apartó la atención de
Merry del trío y la dirigió hacia el lugar de la acusada, como
se la conocía.
Increíblemente, esta vez, había un pequeño taburete de
madera. Ofreciendo un mensaje silencioso de agradecimiento
a quien fuera responsable de esta bondad, Merry se sentó con
cautela. La cabeza aún le dolía tras golpearse en el suelo, y
una cierta debilidad permanecía en sus rodillas. Volviendo a
concentrarse en su marido, trató de calmar su corazón que latía
de forma errática. ¿Era su imaginación o parecía plácido,
incluso confiado? ¿Qué sabría él?, se preguntó, leyendo en la
firmeza de su mirada y en la postura de sus hombros.
Las cosas tenían que ir mejor para ella este día, ya que
apenas podían ir peor. En su mente, el desmayo del día
anterior solo había corroborado el testimonio de Owen y
Donald. Sin duda, la corte había estallado al hablar de las
fuerzas oscuras que la habían vencido, robándole su propia
voluntad.
Buscando entre la multitud los rostros que testificarían
contra ella, reconoció a uno solo, un campesino que trabajaba
en las tierras cercanas a Heathersgill. Él había sido
fundamental para que acusaran a Sara de bruja y asesina, pues
su bebé había sido uno de los que murió ese fatídico año. El
optimismo de Merry vaciló. El asunto de los bebés muertos no
era algo con lo que ella estuviera dispuesta a lidiar: así se lo
había dicho a Bartolomé.
¿Dónde estaba el padre Moreau? Las campanas de la
tercera ya habían sonado, pero Bartolomé estaba sentado solo
en el banco de los inquisidores. El obispo se había sentado en
el estrado y tamborileaba los dedos con impaciencia. La
expectativa aumentaba a medida que se retrasaban los
procedimientos. Por fin, el obispo Enrique hizo un llamado
para que comenzara la sesión.
—Padre Bartolomé, tendréis que ocupar el lugar del padre
Moreau. No puedo imaginarme qué lo retiene.
La mirada de Merry voló hacia la expresión cerrada de
Bartolomé. ¿Había planeado el sacerdote, de alguna manera, la
ausencia de Moreau? Su corazón latía más rápido ante esa
señal prodigiosa.
—Su Excelencia. —Bartolomé se puso de pie y se inclinó
hacia el obispo—. Llamo al siguiente testigo, Raudrí de
Cringle Moor, un villano. Por favor, venid a la mesa.
Raudrí no parecía entenderlo. Empujado por los que lo
rodeaban, se levantó del banco y cojeó hacia el centro de la
sala. El hombre estaba casi doblado por la ardua vida de la
agricultura. Entrecerró los ojos a Merry a través de su único
ojo bueno.
—Decid a la corte vuestro nombre y vuestra relación con la
acusada —invitó el sacerdote, después de obtener una especie
de juramento, aunque no fue más que un gruñido del granjero.
Raudrí se señaló a sí mismo. Comenzó a hablar en la lengua
gaélica de los escoceses, sacando risitas de la audiencia.
Finalmente, el obispo Enrique, que levantó una ceja blanca y
tupida, preguntó:
—¿Qué está hablando el hombre, cornuallés?
—No, Excelencia —dijo el padre Bartolomé—. Es gaélico.
—¿Tenemos a alguien que pueda traducir? —preguntó el
obispo, impaciente.
La sala estaba llena de cortesanos, caballeros, eruditos y un
puñado de mercaderes. Todos se miraron unos a otros. Estaban
bastante al sur para ser gaélicos. Seguro que no había ningún
escocés entre ellos.
Clarisse y Merry se miraron fijamente. Ambas habían
aprendido el lenguaje de sus torturadores, Ferguson y sus
rebeldes hombres. Había sido una herramienta necesaria de
supervivencia para evitar cualquier daño que los hombres
pudieran estar tramando. Clarisse, que era mayor cuando
Ferguson se hizo cargo de la casa, hablaba menos, pero Merry
lo había absorbido como una esponja, como hacía con los
nombres comunes y latinos de las plantas.
—Puedo hablar su lengua —admitió finalmente Merry;
después de todo, el padre Bartolomé ya había expresado su
asombro por su capacidad cuando se enteró de ello durante
una de sus charlas.
Su reacción ahora fue de sorpresa exagerada.
—¿Vos? —preguntó—. ¿Por qué vos, una dama, habláis la
lengua de los bárbaros del norte?
Tragó insegura.
—Mi padrastro era escocés. —Era todo lo que estaba
dispuesta a decir al respecto.
Con un alentador asentimiento del sacerdote, Raudrí
comenzó a hablar una vez más. Él inmovilizó a Merry en su
taburete con su único ojo bueno.
—No es natural que mueran tantos bebés —dijo en gaélico
—. Vos y Sarah hicisteis un hechizo negro a los bebés para que
ocurriera.
Merry agitó la cabeza.
—No, Raudrí —dijo ella en su propia lengua—. No es
verdad. Nunca habría hecho algo así, aunque pudiera. He
jurado aquí sobre la Santa Biblia que es verdad. Era un azote,
una enfermedad infantil…
—¡Basta de tonterías! —interrumpió el obispo—. Esta no
es forma de conducir esta corte. Retirad a este testigo de
inmediato.
Raudrí fue devuelto a la multitud que murmuraba divertida,
y ni siquiera se le dio un asiento en el banco donde los testigos
se habían sentado el día anterior. El Obispo Enrique aún
insistía:
—No se puede permitir que la acusada traduzca a un testigo
en su contra. ¡Absurdo!
El sacerdote bajó la cabeza, fingiendo estar decepcionado,
se dio cuenta Merry con ganas de reír.
—Sí, por supuesto, señor Obispo —contestó con cara seria
—. El tribunal llama a Philippe de Poitiers y Erin McAdan.
Cómo Merry había pasado por alto al corpulento Philippe
era un enigma, de hecho. Se levantó de un banco en el lado
opuesto a su familia y cojeó hasta el centro de la cámara,
seguido por el escudero de Luke. Erin tenía una figura
hermosa, aunque algo delgada, con una túnica verde guisante y
las mejillas lisas e inmaculadas.
A instancias del padre Bartolomé, juraron decir la verdad,
luego reafirmaron sus nombres y dieron a conocer cómo
habían llegado a manos de Merry.
—¿Cuál fue vuestra primera impresión de lady d’Aubigny?
—preguntó el sacerdote a la pareja.
Erin fue el primero.
—Pensé que se parecía mucho a una bruja —dijo con una
voz que había tornado hacia un tono más varonil—. Su pelo,
sus ojos, la forma aguda en que hablaba me pareció
antinatural.
—¿La creísteis responsable cuando el caballo se deslizó por
el barranco al acercarse a Heathersgill?
Erin asintió gravemente.
—Sí, padre, lo hice entonces —dijo con cara de disgusto.
—¿Y ahora? —preguntó el sacerdote.
—Cuando apareció montando la yegua, como nueva y feliz
de estar viva, pensé para mí que no podía ser tan mala.
Después de todo, necesitábamos ese caballo de carga.
Entonces, Philippe se aplastó la pierna con su propia porra y vi
cómo la señora lo cuidaba con amabilidad. Estaba en mal
estado, padre. No estaría caminando si no fuera por lady
Merry.
El corazón de Merry se había ablandado y calentado
durante el testimonio de Erin. Ella le envió una sonrisa
alentadora y él se sonrojó hasta la línea del cabello.
—Vos, Philippe de Poitiers, ¿cree que lady d’Aubigny es
una bruja?
—¡Una bruja! —dijo Philippe en su grueso dialecto
normando—. Ella es un ángel de la misericordia, ¡lo es!
Cuando ardí con la fiebre, hizo un bálsamo que me la quitó. Su
tacto es suave, su alma es bondadosa…
—Mirad aquí —dijo el obispo Enrique, inclinándose hacia
adelante, y Philippe cerró la boca ante sus palabras de
adoración—. El objetivo de este tribunal no es elogiar a la
acusada, sino investigar sus crímenes. Ya he oído bastante de
estos tontos enamorados. Despedidlos —agregó, con la mirada
fija en el sacerdote.
Bartolomé le dio a Merry una mirada de disculpa.
—Como deseéis, su Excelencia.
Erin y Philippe tomaron asientos vacíos en el banquillo de
los testigos.
—A continuación, llamo al renombrado médico, Guy de
Gascuña, que aclarará el asunto de la habilidad de la dama.
¿Sir Guy?
Merry frunció el ceño ante el elegante hombre que se
adelantó. Nunca antes había visto a ese médico de piel
morena. ¿Cómo podría dar testimonio a favor o en contra de
ella? El erudito miró a Merry por encima de su estrecha nariz
de una manera decididamente condescendiente.
—Por favor, decidle a la corte vuestra ocupación y a quién
servís.
—Soy médico de su Excelencia, el rey Enrique —dijo sir
Guy.
—Entonces, naturalmente, vos os encontráis entre los
mejores médicos de Europa —explicó Bartolomé.
Lord Gascony sonrió débilmente.
—Naturalmente.
—Tal vez, podáis responder a algunas preguntas que han
surgido en este proceso. ¿Estáis familiarizado con algún
hechizo que pueda resultar en la muerte de muchos bebés?
El médico real pareció ofendido.
—Soy un médico, no un hechicero. No me dedico a los
hechizos —respondió con desdén.
—¿Existe alguna planta que pueda matar a un niño sin
ningún síntoma externo de enfermedad?
Sir Guy pareció tenerlo en cuenta.
—No he oído hablar de ninguna —contestó—. Sin
embargo, hay enfermedades que pueden asolar a una
población, matando solo a los niños y dejando que los adultos
vivan. No son instigadas por brujas, sino que se propagan por
el aire y el agua que infectan los humores de los bebés.
El padre Bartolomé hizo una pausa para que el obispo y el
resto del clero digirieran esta información.
—En cuanto a las habilidades de la acusada como
curandera, ¿podríais determinar el grado de conocimiento de
lady d’Aubigny en el uso de plantas, particularmente hierbas,
interrogándola?
—Por supuesto —dijo sir Guy sorbiendo por la nariz.
Merry consideró sugerir un poco de té de romero y vinagre
de sidra de manzana para despejarle la nariz, pero no debía
hablar a menos que se lo pidieran. El médico real se acercó al
taburete de Merry y lo rodeó una vez para ver si todo estaba
bien.
—¿Cómo trataríais el sangrado excesivo de la boca? —le
preguntó, finalmente.
Merry visualizó el jardín de plantas en su mente y
respondió con confianza:
—Las hojas de zarzamora frotadas contra las encías
cortarán la hemorragia.
Sir Guy se detuvo y ladeó la cabeza.
—¿Qué hay del cólico? —preguntó, rodeándola de nuevo.
—¿Qué edad tiene el paciente? —preguntó Merry—.
¿Sufre de alguna otra enfermedad?
—El paciente es un bebé de dos meses.
—Azucararía el tallo de la raíz de Angélica y haría que el
bebé lo chupara hasta que encontrase alivio.
Sir Guy comenzó a acariciarse la barba.
—Remedios caseros comunes —respondió, como para
descartar el éxito de sus respuestas anteriores—. Un paciente
sufre inflamación de los pulmones y fiebre. Sufre afecciones
nerviosas, dolores de cabeza, temblores y palpitaciones del
corazón. ¿Qué le daríais?
Merry pensó más esta vez, y el obispo se sentó de nuevo en
su gran silla con la mirada entrecerrada. A los espectadores les
pareció que Merry se había quedado bloqueada por fin.
Murmullos especulativos llenaron el refectorio. Merry sintió la
ansiedad de Luke en la constancia de su mirada sin pestañear.
—Valeriana —decidió finalmente, su voz cortando los
susurros—. El tallo entero debe secarse primero y se debe
hacer una infusión con una pizca de polvo por cada litro de
agua hirviendo.
Sir Guy dejó de caminar. Esperaba que el padre Bartolomé
le guiara en cuanto a si debía continuar.
—Preguntadle acerca de los venenos —recomendó el
sacerdote, dándole al médico una sonrisa apretada—. Confesó
haber envenenado a la priora de Monte Grace. Preguntadle si
conoce el antídoto.
Sir Guy miró a Merry y le hizo un gesto al sacerdote.
—Ya lo habéis oído —dijo, simplemente.
—El antídoto contra la intoxicación por henbane es la leche
de cabra, el agua con miel y las semillas de mostaza —
respondió.
—¿Teníais este antídoto a mano cuando envenenasteis a la
priora de Monte Grace? —preguntó Bartolomé.
—Sí, por supuesto —contestó ella—. No era mi intención
que la madre muriera, sino que sufriera como ella hacía sufrir
a las demás.
Bartolomé dudó, su mirada atraída hacia algo que estaba
detrás de ella. Merry se volvió y siguió su mirada, al igual que
Guy de Gascuña, y luego el resto de la audiencia. Un joven
corpulento vestido con un manto de pieles había entrado en la
gran sala, seguido de dos guardias vestidos con vestiduras
reales.
Un susurro urgente atravesó la habitación como una llama
en juncos secos, y todos se pusieron en pie respetuosamente e
inclinaron la cabeza. Con asombro, Merry se dio cuenta de que
el rey había venido a su juicio. Ella también se puso de pie,
aunque le habían dicho que se quedara sentada. Compartió una
mirada de asombro con Luke y luego inclinó la cabeza.
—¡Su Excelencia! —dijo el obispo Enrique, con voz
atónita.
Merry escuchó más que vio al obispo levantarse
lentamente. Echando un vistazo bajo sus pestañas, vio al joven
rey agitar una mano negligente en dirección a Enrique de
Blois.
—Por favor —dijo el rey—. Podéis continuar como si yo
no estuviera aquí.
Sin embargo, aunque muchos espectadores levantaron la
cabeza y se enderezaron lentamente después de sus
reverencias, permanecieron en silencio, y a Merry le pareció
que había una contención colectiva de la respiración. Todos,
incluyendo los clérigos, el escriba y el obispo, esperaban para
ver si el rey Enrique se sentaría y dónde. ¿Tomaría el trono del
obispo?
Un sonido de refriega anunció a otros cuatro hombres que
llevaban los colores del rey y un trono. La vista de esto hizo
que la sala del tribunal respirara más fácilmente, y la gente se
apretujó para permitir que los sirvientes del rey pasaran. Sin
embargo, una vez en el medio de la sala, los hombres buscaron
el mejor lugar para colocar la silla del rey.
Merry vio de inmediato su enigma, pues sin despejar la
habitación de la gente y sin mover la mesa, no había manera
de bajar el trono de Enrique hasta el final de la habitación para
colocarlo al lado del trono del obispo. El propio rey Enrique
observó la situación y luego hizo un gesto con su mano hacia
Merry. Jadeó y volvió a agachar la cabeza, apretando los ojos
cerrados. Sintió el roce de los hombres mientras se acercaban a
ella con el trono del rey y escuchó, claramente, que lo
colocaban a pocos metros detrás de su taburete y a su derecha.
¡Dulce Madre María, el rey de Inglaterra iba a sentarse a su
lado! Ella escuchó sus pasos mientras él cruzaba el suelo de
piedra y se sentaba en su asiento.
—Podéis sentaros —dijo a toda la sala, y todos volvieron a
sus asientos.
Merry se hundió lentamente en su taburete y miró a su
hermana, cuyos ojos estaban muy abiertos y mirando por
encima del hombro derecho de Merry. Trató de no volverse,
pero no pudo resistir la tentación. Una rápida mirada sobre su
hombro reveló al rey Enrique sentado en un trono incrustado
de joyas que parpadeaban, mirándola directamente, como lo
había hecho el obispo el día anterior, midiéndola. Volviéndose
apresuradamente, con las mejillas frías por la conmoción, trató
de concentrarse solo en el consejo y en el obispo. ¿Cómo
podría haber imaginado en cien años que estaría atrapada entre
estos dos hombres poderosos? ¿Y qué significaba la asistencia
del rey? se preguntó, su corazón latiendo rápido. Mirando a
Luke en busca de consuelo, ella vio una sonrisa jugando en los
bordes de su boca. El mensaje en sus ojos solo ofrecía
consuelo. «Todo estará bien, duendecilla. No temas».
El padre Bartolomé tardó un momento en ordenar sus
pensamientos. Volvió a prestar atención al médico real, que se
había quedado donde estaba.
—Sir Guy de Gascuña, dada vuestra experiencia en el
campo de la medicina, ¿qué le podéis decir a la corte sobre el
conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas?
Los ojos oscuros de sir Guy aún brillaban con desdén. Pero
miró a Merry, al rey, y su labio superior se curvó como si
encontrara su propia respuesta ofensiva. Sin embargo, lo dio.
—Es prematuro para mí dar una respuesta. Aunque ella
identificó correctamente las mejores plantas para curar las
enfermedades que mencioné, necesitaría muchas más horas de
discusión con ella para estar seguro —dijo eligiendo
cuidadosamente sus palabras—. Más murmullos estallaron,
haciendo que el obispo Enrique golpeara su silla y pidiera
silencio—. Sin embargo —añadió el médico, las palabras
parecían ser arrancadas de él en contra de su voluntad—, si de
repente me enfermaran, preferiría que esta mujer me cuidara
en lugar de cualquiera de los tontos con cabeza de madera que
he encontrado aquí en Inglaterra.
Las palabras habían sido pronunciadas a regañadientes,
pero no podían ser retiradas. Con una repentina perspicacia,
Merry adivinó que Luke era el responsable del testimonio de
sir Guy. Después de todo, el hombre era el médico real, y el
propio rey había venido a dar crédito a su testimonio.
Las voces volvieron a llenar la sala. Mientras el obispo
golpeaba su reposabrazos y pedía a su escriba que restaurara el
orden, sir Guy se encargó de sentarse en el banco de los
testigos, cruzando las piernas y cerrando los ojos como si
hubiera terminado por completo con el proceso.
—Traed a su próximo testigo —ordenó el obispo Enrique al
sacerdote.
—Señor Ian, Barón de Iversly, y su esposa, por favor,
acercaos —dijo Bartolomé en voz alta.
El placer floreció en el pecho de Merry. Ella se sentó
derecha sonriendo con deleite al ver al barón, que se veía muy
animado, y a la baronesa que avanzaba. Las lágrimas se
precipitaron en los ojos de Merry mientras lady Iversly estaba
de pie ante ella, sus ojos azules brillando con la misma
determinación que Merry había notado en ella antes.
El padre Bartolomé comenzó a interrogarlos. Al integrar en
su fraseología suaves críticas sobre el carácter de Merry,
tuvieron poco peso, ya que la pareja describió a Merry como
una sanadora, una dama que no solo restauró la salud del
barón, sino que también trajo luz y vida a su mundo estancado.
La tensión en los hombros de Merry se alivió. El latido de
su corazón dejó de galopar por primera vez esa mañana.
Al final del testimonio de la pareja de ancianos, el clero
sentado ante el obispo había dejado de mirarla con hostilidad.
Combinado con la opinión de sir Guy, los clérigos ahora
parecían bastante desconcertados, como si no supieran qué
hacer con esta hereje supuestamente peligrosa.
—¿Hay más testigos? —preguntó el obispo a Bartolomé.
Bartolomé vaciló.
—Er…. no hay más testigos, per se, su Excelencia.
—En ese caso —el Obispo Enrique añadió—: yo…
—Disculpe, su Excelencia —el sacerdote se dignó a
interrumpir—, pero hay una persona más que quiere hablar en
nombre de la acusada. —Bartolomé aclaró su garganta—.
Lord Luke d’Aubigny, estimado comandante de su Excelencia,
el rey Enrique. —Un murmullo siguió al anuncio y todas las
cabezas se volvieron hacia Luke—. Esposo de la acusada —
dijo Bartolomé a los espectadores y a los clérigos.
El obispo, que había sido preparado de antemano y dado su
permiso, simplemente, levantó las cejas mientras él también
miraba en dirección a Luke.
Luke se puso de pie, dándole a Merry su primera vista
completa de su marido en días. La lana de su camisa negra,
con una rica túnica púrpura, delineaba la figura de su guerrero.
Anhelaba sentir sus brazos a su alrededor, pero, simplemente,
viendo su forma sólida y sabiendo que él estaba a punto de
defenderla una vez más, sintió su fuerza filtrándose en ella,
como el calor de un fuego.
—¿Estáis dispuesto a dirigiros a mi corte, señor d’Aubigny,
sabiendo que vuestras propias palabras podrían condenaros por
cometer un crimen contra la Iglesia? —preguntó el obispo
Enrique, aparentemente, con la esperanza de disuadir lo
inevitable.
—Lo estoy, su Excelencia.
Como muestra de su frustración por todo el proceso, el
obispo levantó las manos.
—Entonces, hacedlo —ordenó.
Una pacífica calma descendió sobre Merry mientras Luke
caminaba hacia el centro de la habitación. La muchedumbre se
quedó en silencio, viendo primero su aparición y luego sus
cuidadosas palabras. Mientras explicaba con habilidad sus
razones para escalar los muros de un priorato, quedó claro por
qué el rey había elegido a este hombre como su representante
personal en tantas situaciones delicadas.
El tenor de su voz calmaba a la multitud mientras que su
lógica les persuadía de que había estado en lo cierto, que, de
hecho, no había cometido ningún crimen, sino que buscaba
corregir una injusticia perpetrada por la propia priora. Al igual
que con todos los funcionarios extranjeros, gobernantes
mezquinos y barones rebeldes a los que Luke había empujado
hacia la paz, los espectadores percibieron su integridad y
franqueza, las cualidades que Merry había observado en él
desde el principio. Nobles, eruditos, clérigos y mercaderes por
igual se aferraban a cada una de sus palabras, asintiendo a
intervalos para expresar su acuerdo.
La última banda de miedo que comprimía el pecho de
Merry desapareció. Como mínimo, Luke salvaría a su hijo
nonato de la muerte. A lo sumo, él también la salvaría. Ella no
podría haber amado a otro ser humano más de lo que lo amaba
en ese momento.
—Bueno, señores —concluyó, dirigiéndose con seriedad a
los que estaban sentados a la mesa del clero, muchos de los
cuales parecían deslumbrados por la presencia del Fénix—,
habéis puesto a prueba al alma equivocada. —Ante su
evidente confusión, señaló al taburete de Merry—. Si alguien
debería estar sentado allí, soy yo mismo, como fui yo quien
escaló el muro de Monte Grace, entrando en un santuario
sagrado y liberando a esta dama de la muerte por negligencia.
Tristemente, estaba dispuesta a arder, no porque sufriera culpa
por cualquier delito, sino porque el mundo había sido
extraordinariamente cruel con ella. —Se detuvo,
permitiéndoles recordar los horrores de su infancia, cómo la
habían culpado por la enfermedad que había matado a los
bebés, incluso cómo había sido separada de su familia—. Un
priorato es un lugar de reflexión pacífica —continuó—.
¿Cómo puede uno encontrar la paz cuando es perseguido como
presa? —Volviéndose hacia la priora, la miró en silencio
durante un momento. Ella lo miró fijamente, aunque no tan
envalentonada como antes—. Madre Agnes de Monte Grace,
sin permiso de la Santa Sede, procesó y condenó a un inocente
a morir. Además, tenía la intención de que ardiese entre las
paredes de su priorato, ocultando la fealdad de su venganza a
la vista del público. Eso es lo que descubrirá el obispo Enrique
cuando haga su investigación. Porque eso es exactamente lo
que vi cuando miré por encima de las paredes del priorato: una
mujer joven atada a la estaca. El crimen contra ella fue tan
evidente, tan cruel, que salté el muro y la liberé, poniéndola
bajo mi custodia para escoltarla a un lugar seguro. —Los ojos
de la madre Agnes brillaban de rencor, pero, sabiamente, se
calló la lengua—. Hemos escuchado testimonios diferentes
sobre la verdadera naturaleza de la acusada —continuó Luke
—. De los que la creen hereje y de los ignorantes que creen en
tonterías supersticiosas y la consideran una bruja. Hemos oído
historias fantásticas que despiertan la imaginación. No
obstante, se trata de meras historias y conjeturas. Sin embargo,
de testigos más estimados que se han beneficiado
personalmente de la habilidad de esta dama, se nos ha
informado de su espíritu puro y sanador.
El obispo habló abruptamente.
—Llevadnos al final. Ahora, Lord d’Aubigny —ordenó.
—Sí, su Excelencia. Quisiera mencionar un último
acontecimiento que ofrece pruebas de su verdadera naturaleza.
Mientras escoltaban a la acusada hasta Helmsley, nos acosaron
unos maleantes. Esta señora —señaló a Merry—, no solo salvó
mi vida defendiéndose de un atacante armado, sino que
también me la salvó una vez más luchando contra la grave e
infecciosa herida que sufrí. Seguramente, habría muerto si no
fuera por su valentía y habilidad. —Se giró para mirarla
fijamente, y la emoción marcada en su cara ahogó sus últimas
palabras—. ¿Cómo no desearía que una mujer tan
extraordinaria fuera mi esposa? —A Merry le pareció que solo
le hablaba a ella, y las lágrimas de amor volvieron a pinchar
sus ojos—. A pesar de todo lo que ha soportado, ha
conservado algo que yo sacrifiqué hace años: su humanidad.
De hecho, es ella quien me ha devuelto la mía. Por el bien de
esa humanidad, le pido que desestime todos los cargos contra
lady d’Aubigny.
Un reverente silencio llenó la vasta sala. Merry se enjugó
las lágrimas que brotaban de sus ojos y trató de componerse.
Luke se inclinó profundamente ante su rey, luego se volvió
e hizo lo mismo con el obispo y el consejo del clero.
De repente, alguien en la habitación empezó a pisotear.
Cabezas giradas y cuellos estirados, incluyendo el de Merry.
Hacía falta mucho descaro para cometer un escándalo de ese
tipo dentro de la sala de una institución tan seria como la corte
del obispo, especialmente, en apoyo a una acusada de herejía,
y en presencia del rey.
Sorprendida, Merry miró hacia atrás para evaluar la
reacción del rey Enrique y, para su gran alivio, lo encontró
sonriendo ligeramente. Llamando su atención, le hizo un breve
asentimiento con la cabeza.
El calor inundó las mejillas de Merry. Agradecidamente,
inclinó la cabeza ante él antes de darse la vuelta para buscar al
perpetrador. Otros se habían unido, pero parecía que era el
Asesino quien había alabado los argumentos finales de Luke al
pisotear con sus grandes botas. Pronto, toda la sala tronó con
el zumbido de los pies.
—¡Silencio! —exclamó el obispo, frunciendo el ceño ante
lo inapropiado. Sin embargo, cuando miró a Merry, ella pensó
que sus ojos, hasta entonces sin paciencia, turbios y
misteriosos, ahora brillaban de alivio.
El consejo de clérigos también le pareció menos
amenazante. Un viejo sacerdote llegó incluso a enviarle una
sonrisa alentadora.
Merry respiró hondo. Sabía entonces, sin tener que esperar
el veredicto del tribunal eclesiástico, que Luke había logrado
salvarla una vez más, esta vez solo con sus palabras.
Epílogo

L as llamas lamieron la piel de Merry, chamuscando las


plantas de sus pies y saltando más alto para encender su
ropa. Sus enemigos la habían alcanzado, como sabía que
harían, a pesar de la vigilancia de Luke. Pero, ¿por qué ahora,
cuando la vida era tan exquisitamente dulce?
Intentó alejarse del fuego, pero la rodeó. Incluso a través de
sus párpados cerrados podía verlo: naranja brillante e
implacable. Sobre su malvado crujido vinieron voces y risas
mientras los espectadores se burlaban de su tormento. Sin abrir
los ojos, sintió que Amalie estaba entre ellos, regodeándose
con los brazos cruzados. ¿Cómo podía ser eso cuando el rey la
había enviado de vuelta a Normandía para casarse con un
conde?
Aún más maravilloso, ¿cómo es que todavía estaba viva y
no asada por las llamas que la envolvían?
Desesperada por escapar del calor, tiró de sus ataduras. Si
tan solo Luke apareciera y la rescatara… ¡si tan solo!
«—Merry —las voces la llamaban por su nombre. Una tras
otra. ¿Por qué no apagaban el fuego y la ayudaban?—. Lady
Merry —decían una y otra vez, como una canción».
Entonces, alguien la sacudió y las llamas naranjas
desaparecieron. De repente, se despertó. Miró a un círculo de
rostros alegres: Rauf, Peter, Heloise y Edeline.
—¡Despertad y miradnos! —exclamó Peter. Pedazos de
hierba se aferraban a su cabeza rubia y a su ropa.
La hierba en su pelo recordó a Merry lo que había estado
haciendo: ver a los huérfanos rodar por las pequeñas colinas
que formaban los jardines escalonados de Arundel. El cálido
sol y su sueño últimamente interrumpido, debieron haberla
adormecido como para recostarse y adentrarse en los sueños.
—Dejad que me siente, mis amores —dijo ella, contenta de
que la pesadilla hubiera sido tan leve. Había pasado mucho
tiempo desde la última, dándole la esperanza de que pronto
dejarían de acosarla.
Los niños retrocedieron y ella se sentó, dándose cuenta de
que sus piernas estaban inmovilizadas por Kit, que estaba
acostado sobre su vestido. Él trepó mientras ella se movía,
dejándola libre para que se pusiera de pie y revisara al bebé.
A la sombra de un roble, dame Maude, que amaba a los
bebés más que a la vida misma, estaba sentada sobre una
manta meciendo la cuna de madera en la que Isabel d’Aubigny
dormía tranquila. Luke había traído la elaborada cuna con sus
balancines tallados en forma de conejos de uno de sus viajes al
extranjero. El bebé nunca dejaba de dormir cuando se la
colocaba en ella.
—¿Cómo está ella? —preguntó Merry, sentándose junto a
la cuna y mirando dentro.
—Teníais razón sobre la raíz de Angélica —respondió
dame Maude—. Ni un poco de llanto desde entonces.
Al igual que el resto del personal del castillo, incluso los
lugareños en kilómetros a la redonda, dame Maude nunca
cuestionó la capacidad de Merry para tratar las enfermedades.
Su reputación de curandera se había extendido por todas
partes, de modo que cuando alguien a medio día de viaje se
enfermaba o tenía sarpullido, fiebre o incluso dificultades para
dar a luz, se llamaba a Merry para que lo ayudara.
—Entonces, esta noche ambos dormiremos mejor —predijo
Merry.
Una brisa de finales de verano despeinó los oscuros rizos
del bebé y agitó los aromas frutales que emanaban de la huerta
de Arundel. Despertó a Isabel, que abrió sus ojos de color
claro y sonrió a su madre.
—Mi dulce. —Con un torrente de ternura, Merry sacó a su
bebé de la cuna, besando la suave mejilla de Isabel y
respirando el aroma de su dulce bebé.
¡Qué regalo ver la vida de nuevo a través de los ojos de su
hija! El día que nació, Merry había jurado que su pequeña y
perfecta hija nunca sufriría las tribulaciones que había sufrido
ella. Dentro de las paredes protectoras de su casa, Isabel
crecería segura y serena, prosperando bajo la mirada devota de
sus padres que la amaban con toda su alma.
Los otros niños del castillo se habían aferrado a ella con
asombro y devoción. Ella nunca estaría sola. Y si Dios quería,
ella nunca perdería al padre al que adoraba, a pesar de que
Luke era llamado con frecuencia, sobre todo a Normandía,
como emisario del rey.
El recuerdo de su ausencia atenuó la satisfacción de Merry.
Una vez que heredara el castillo, sus misiones para Enrique se
harían menos frecuentes. Si bien Merry no tenía ningún deseo
de acelerar la muerte de lord William, esperaba con ansias el
día en que Luke volvería a casa para quedarse.
Cualquier día de estos, ella esperaba su regreso de su
último viaje a Francia. Había estado fuera casi un mes,
negociando la liberación de rehenes ingleses. Aunque se
mantenía ocupada, leyendo libros de la biblioteca de Arundel
sobre botánica general, liquenología y herbolaria, y
contemplando la posibilidad de escribir su propio compendio
de plantas, aun así, los días parecían no transcurrir sin su
presencia dominante y atractiva.
El repentino sonido de la trompeta del heraldo la hizo
sobresaltar con expectación.
¿Podría ser Luke? Con el bebé en brazos, se puso de pie y
estiró el cuello para ver la puerta sobre los arbustos. El sonido
de un caballo precedía a cualquier avistamiento en el sendero.
Cuando vio la cabeza plateada del conde, sus esperanzas se
desvanecieron, aunque consiguió enviarle un saludo alegre y
una sonrisa.
Lord William tenía una figura robusta sobre su
impresionante montura. Uno nunca sabría al mirarlo que había
estado cerca de la muerte seis meses antes. Gracias a su toque
sanador, ahora estaba completamente recuperado, salvo la
tendencia a cansarse fácilmente. Esa mañana, recordó, él había
cabalgado para visitar a sus inquilinos que trabajaban en los
campos.
Desde la distancia entre ellos, le devolvió el saludo, y luego
miró hacia atrás, haciendo un gesto para que alguien se
adelantara. Llevado por la suave brisa, el sonido de varios
caballos llegó a sus oídos. Cuando la cabeza oscura de Luke
apareció a la vista, Merry gritó sorprendida y comenzó a correr
en su dirección, el bebé se agarró a su pecho. Con una sonrisa,
él empujó a su caballo hacia delante, trotando junto a su
abuelo sonriente para poner su montura al lado de Merry.
Luego saltó de la silla de montar y la arrastró a su ferviente
abrazo.
—Cuidado —advirtió Merry cuando Isabel dio un chillido.
Afortunadamente, Luke ya se había despojado de su cota de
malla. Descansaba en un montón oscuro en una bolsa de
cáñamo encima del caballo de Erin. Merry trató de saludar al
escudero, que le sonrió, pero la boca de Luke descendió sobre
la suya impidiéndole hablar. Cuando su mano se apartó de su
cintura para apretar sus curvas a través de las capas de sus
faldas, ella solo podía imaginar la expresión de Erin. Por fin,
Luke levantó la cabeza, manteniendo su mirada dorada sobre
la de ella.
—Erin, llevad a Suleyman y a los otros caballos a los
establos —instruyó—. Dadles la mejor avena que tenemos,
porque se la ganaron trayéndonos a casa tan rápido.
—Sí, señor. —Con una tímida sonrisa para Merry, Erin
tomó las riendas del caballo y se dio la vuelta.
Luke tomó nota tardíamente de su hija.
—Oh, mi perla —exclamó, claramente asombrado por su
perfección en porcelana—. ¡Mira lo grande que te has hecho!
Ven con papá —dijo, extendiendo los brazos.
El bebé miró hacia otro lado, negándolo educadamente.
—¿Se ha olvidado de mí? —preguntó preocupado.
—Por supuesto que no —dijo Merry—. Ella es consciente
de que necesitas un baño. —Sostuvo a su hija más alto para
que Isabel sostuviera la mirada embelesada de Luke—. Oh, ya
puede sentarse, cariño, ¡sola! Y se mece de un lado a otro con
las manos y las rodillas. Gateará en cualquier momento.
—Entonces, estaré aquí para verlo —dijo con satisfacción.
Su mirada se elevó a la de Merry. Extendiendo una mano, le
cogió el costado de la cara—. Cómo te extrañé. La próxima
vez, debes venir conmigo. Isabel tendrá edad suficiente para
viajar.
Ella asintió.
—Espero que no sea pronto.
—No, no por un tiempo. Normandía debería estar tranquila
durante al menos unos meses. Enrique y yo golpeamos a los
rebeldes con fuerza.
—Por supuesto que sí.
Se acercó, bajó la boca al oído de ella y le susurró, porque
Maude tenía problemas para retener a los otros niños.
—Ha pasado mucho tiempo desde que sentí que te
apretabas contra mí, duendecilla. Te necesito
desesperadamente.
—Saluda a los niños —sugirió—, y yo misma te bañaré en
nuestra habitación.
Robándole otro beso, abrió de par en par sus brazos como
señal para que los huérfanos se apresuraran hacia él, todos a la
vez. Mientras chillaban y trepaban sobre él, insinuando si les
había traído algún regalo, Merry devolvió el bebé a Maude.
—Traedla a mi habitación en una hora. Estará hambrienta
para entonces.
—Vos también, os lo garantizo.
Merry creyó escuchar decir eso a Maude, pero para
entonces, ya estaba caminando enérgicamente hacia la torre
del homenaje.
Nueve meses después, Luke y Merry dieron la bienvenida
al mundo a un apuesto niño, el futuro conde de Arundel.

Fin
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¿Puede volver a amar un corazón roto?
Lord Clayton Stanford vive amargado tras ser traicionado
por las dos personas que más amaba en el mundo: su hermano
Henry y su prometida Elizabeth. Desde entonces vive apartado
de un mundo que le culpa y que le ha hecho volverse frío y
distante.
Lady Sarah es una mujer llena de pasión que ha aprendido
lo que es el engaño de la forma más cruel. Abatida viaja a
Cornualles, donde tras sufrir un accidente conocerá a Clayton.
Juntos lograrán sanar sus heridas y volver a ser felices,
hasta que Clayton comprende que nunca tendrá el amor de
Sarah, pues ella sigue enamorada de otro hombre.
Con los ojos del corazón es una novela cargada de
emociones, donde el protagonista se verá obligado a elegir
entre buscar su propia felicidad o hacer feliz a la mujer
que ama.

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