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©Marliss Melton
LA RECOMPENSA DEL CABALLERO NEGRO
Título original: The Black knight´s Roward
©2020 EDITORIAL GRUPO ROMANCE
© Editora: Teresa Cabañas
tcgromance@gmail.com
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, algunos lugares y situaciones son
producto de la imaginación de la autora, y cualquier parecido con personas, hechos
o situaciones son pura coincidencia.
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda
rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del copyright, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, así como su
alquiler o préstamo público.
Gracias por comprar este ebook.
Índice
Índice
Agradecimientos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
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Para mi hija Grace, a quien le dediqué la primera edición
de esta historia hace trece años. Cómo vuela el tiempo. Y,
mira, ¡las dos hemos crecido!
Marliss Melton
¿Unacongeló
hechicera poderosa? La advertencia de la joven mujer
a Luke, aunque no porque la creyera. ¿Qué señal
le había dado de que pretendiera forzarla? Le había salvado la
vida, por el amor de Dios.
Sin embargo, su corazón latía como el de un pájaro debajo
de su antebrazo, diciéndole que su miedo era real. Relajó un
poco el agarre.
—Confundís mi intención, señora. —Se obligó a sonar
tranquilo, pero, en realidad, se sintió profundamente ofendido
—. Mi ejército espera, y hemos cabalgado toda la noche para
llegar hasta aquí. Debemos encontrar un lugar para acampar y
comer las provisiones que nos quedan —añadió—, antes de
que los hombres empiecen a descuidarse por el cansancio y se
vuelvan peligrosos.
Cuando ella no dijo nada más y permaneció, simplemente,
colgada sin vida en sus brazos, él agregó:
—Volveréis a subiros a mi caballo. ¿Entendido?
—¡No volveré a ser juzgada! —dijo con prisas—. ¡No lo
haré!
Ah. Entonces entendió su miedo. Era tan fuerte que ella
había intentado apuñalarse con su espada. ¿O esperaba
pincharle?
—No habrá juicio —dijo contra su oreja, ignorando el
hedor del cabello chamuscado—. Lo dije solo para apaciguar a
la priora, lo que claramente, no funcionó. —Recordó con
disgusto el látigo de la temible mujer—. No temáis. Tengo la
intención de devolveros a vuestra familia.
Cuando su boca se abrió con sorpresa y la tensión la
abandonó, aprovechó la oportunidad para apartarla de sus
brazos para verla mejor. Ella apoyó sus manos contra su
pecho, resistiéndose a su sujeción.
—Vuestros pies se han quemado —dijo él, impaciente por
el miedo irracional que ella le tenía—. No deberíais caminar
sobre ellos. ¿No sentís el dolor?
Mientras su amplia mirada se fijaba en sus pies, notó cuan
intensamente verdes eran sus ojos. Su pelo, aunque salpicado
de ceniza, tenía un rico tono rojo. Si a eso le añadimos su
mentón puntiagudo y su cara ennegrecida por el hollín,
ciertamente, se veía como una hechicera. Casi sonrió ante la
idea fantasiosa.
Volviendo a su caballo, la puso de nuevo sobre la silla de
montar dándose cuenta de que sus hombres esperaban al borde
de un denso bosque. Incluso a distancia, podía discernir el
resentimiento en sus posturas. Y no era de extrañar. Se les
había negado el descanso en el priorato, y, aun así, él los
agobiaba con la necesidad de devolver a esta mujer a su
familia. A pesar de todo eso, no podía arrepentirse de su
impulso de salvarla. La chispa de la vida en la animada
pelirroja brillaba demasiado como para permitir que se
apagara tan cruelmente…
Montó detrás de ella por segunda vez.
—Sentaos —la advirtió, espoleándolos enérgicamente hacia
adelante. Ella cayó contra él, su cuerpo rígido como un lucio.
Alcanzó a sus soldados junto a un arroyo que separaba las
colinas de un bosque oscuro y extenso.
—¿Y ahora qué, mi señor? —preguntó sir Pierce.
Medio esperando una represalia de la despiadada priora y
su rebaño de monjas, Luke miró por encima de su hombro
hacia el priorato, y luego se encogió de hombros. No podía
pedir a sus hombres que cabalgaran un poco más lejos.
—Descansaremos bajo esos árboles —le dijo a su mariscal
de campo, señalando los árboles del otro lado del arroyo.
Entonces, él mismo guio el camino, conduciendo su caballo
a través de las aguas turbulentas.
El sueño se le escapaba.
Luke miró el dosel de la cómoda cama que le habían dado y
se enfureció en silencio. Su cuerpo yacía inmóvil, exhausto,
pero su mente estaba llena de resentimiento. Ya estaba
apremiado por el tiempo y se retrasaría varios días más. Había
arriesgado mucho para salvar a la dama de la hoguera y, aun
así, se había visto obligado a desviarse más de su camino en su
nombre. Mientras tanto, su abuelo enfermo esperaba
diariamente su regreso.
Se puso de costado y le dio un puñetazo a la almohada. Una
cinta de luz de luna se deslizaba a lo largo de la grieta de las
cortinas de su cama, indicándole que las contraventanas de la
ventana debían de estar entreabiertas. Quizás dormiría mejor
con la luz bloqueada.
Tiró las sábanas hacia atrás y se arrastró hacia la ventana.
Por supuesto, una de las contraventanas se había abierto.
Mientras la cerraba, una fría ráfaga de viento le atravesó el
pecho. Haciendo una pausa, y por costumbre, observó las
paredes y los tejados de abajo. No pasaba nada malo. Estaba a
punto de cerrar la contraventana cuando un movimiento cerca
de la torre del homenaje le llamó la atención.
Luke metió un hombro por la rendija de la ventana y miró
hacia abajo. Su habitación, situada en el tercer nivel de la torre
del homenaje, ofrecía una vista aérea de las paredes de piedra
que había debajo de él. Algo blanco estaba siendo bajado por
la ventana directamente debajo de la suya. Una cuerda,
adivinó, mirando su descenso. No, era una sábana.
Intrigado, observó hasta que la sábana se detuvo a solo
unos metros del suelo. Obviamente, alguien tenía la intención
de dejar la torre del homenaje por la ventana. Recordando la
recompensa por la captura de Merry, el pulso de Luke se
aceleró inmediatamente. Retrocedió de la ventana lo suficiente
como para meter los pies en las botas y coger su espada.
Volviendo a la ventana, se preguntó si debía esperar y
observar, o apresurarse a bajar las escaleras y enfrentarse a su
secuestrador. Confrontar, decidió, preocupado por el estado
actual de Merry. Su agresor habría tenido que atarla
fuertemente y amordazarla o golpearla en la cabeza para
asegurar su silencio. De lo contrario, ¿cómo podría alguien
transportar a una mujer retorciéndose por una cuerda de
sábanas anudadas?
Justo cuando estaba a punto de salir de su habitación, una
visión de dos piernas bien formadas, vestidas con calzas de
niño, salió por la ventana que tenía debajo de él. La silueta
dulce que le siguió era inconfundible. Mil posibilidades
aguijonearon su mente mientras la cabeza y los hombros de
Merry aparecían con un montón de cosas atadas alrededor de
su cuello y colgando bajo su brazo izquierdo.
Cuando se acercó a la cuerda improvisada, Luke se dio
cuenta de que ningún villano estaba forzando a Merry a salir
por la ventana. Se iba voluntariamente, de la manera más
atrevida y temeraria posible.
Con horror tardío, pensó en los nudos que podrían
deshacerse y en la tela que podría rasgarse. Merry colgaba dos
pisos por encima del patio empedrado, las sábanas moviéndose
por debajo de ella como la cola de un gato. Y pensando en un
gato, estaba seguro de que había oído un maullido
amortiguado que salía del bulto de su espalda.
A punto de gritar su nombre, se silenció a sí mismo. No, no
debería asustarla en este momento. Abandonando su
habitación, bajó a toda velocidad por un pasillo negro como el
carbón. Iba hacia la habitación de Merry para levantar la
sábana él mismo.
Localizando su recámara, agarró el pestillo y le dio un
empujón a la puerta, pero no se movió. La había asegurado
desde adentro.
Tendría que interceptarla afuera. El miedo agudo le
atravesó la columna vertebral. ¿Y si se caía antes de que él
llegara? ¿La encontraría abajo con los huesos rotos? O peor,
¿con el cráneo roto?
La imagen lo atormentaba, haciéndolo temerario en las
escaleras de la torre, de modo que casi se rompe el cuello antes
de salir de la torre del homenaje. Mirando a su alrededor,
recuperó el aliento. ¡Por los ojos de Dios! Estaba en el lado
equivocado del edificio.
Corriendo a su izquierda, rodeó el edificio. Para su
consternación, la sábana colgaba y se movía como un
fantasma delgado, pero no había señales de Merry. Su mirada
se dirigió al patio. Estaba vacío. Durante los pocos segundos
que había corrido por las escaleras, ella había vuelto a subir o
se había deslizado hacia abajo y se había perdido en la noche.
Apostaría por lo último. Sin embargo, no podía ver ninguna
señal de ella. ¿Por dónde perseguirla?
Cruzando el patio y con el aliento sobresaliendo en el
silencio, se preguntó por primera vez adónde iría la dama. Ella
le había dicho una vez que buscaba hierbas a la luz de la luna,
pero, seguramente, no estaba haciendo tal cosa en este
momento tan delicado de su vida.
El instinto lo llevó hacia la salida de la torre del homenaje.
Con cautela, su constante compañera, se mantuvo en las
sombras sintiendo el peligro en esta salida de medianoche. La
piel de gallina onduló sobre su pecho desnudo, haciéndole
desear haberse detenido para ponerse una túnica o, al menos,
su camisa de lino.
En sus entrañas sabía que Merry estaba huyendo. Ella no se
había mostrado contenta de regresar a Heathersgill y,
seguramente, la cautelosa bienvenida de su madre, sin
mencionar el deseo de su padrastro de que se marchara
rápidamente, había sido una amarga decepción.
Al recordar su mirada afligida, Luke respiró
repentinamente. Sí, ella estaba huyendo, ¡tonta! ¿Dónde, en el
nombre de Dios, pensaba que podía esconderse y estar a
salvo? Se agachó a través de las sombras de la puerta interior
del patio sin sorprenderse de encontrarla ligeramente
entreabierta. Aceleró su paso, intentando interceptarla antes de
que llegase demasiado lejos. De repente, se detuvo.
¿Por qué debería ir tras ella? Por su bien, se le había pedido
que fuera a Helmsley. ¿Y si el Asesino la rechazaba cuando
llegaran? ¿Qué haría con Merry, entonces?
Tal vez, podría ir a un lugar mejor. Quizás conocía un lugar
más seguro fuera de estas paredes. Sus pensamientos se
desintegraron y volvió a la razón. Estaban aislados en
Cleveland Hills sin ningún vecino cercano. Si intentaba vivir
como una ermitaña, sufriría frío y hambre, y quedaría sujeta a
cacerías implacables por parte de aquellos que buscaban la
recompensa. Y no tenía ninguna duda de que al final la
atraparían. Un pensamiento aún más espantoso congeló su
sangre: puede que se quitara la vida antes de eso. Después de
todo, ella había expresado el deseo de morir.
Comenzando a moverse de nuevo, estaba casi en la puerta
principal cuando el sonido de las voces lo hizo agacharse
detrás de una carreta. De los dos tonos de disputa, las palabras
beligerantes de Merry le llegaron claramente.
—Atrás, Edgar. Quiero irme.
El guardián respondió con una vehemencia áspera.
—Así es, os vais. Fue vuestra culpa, bruja, que perdiera a
mi único hijo. Murió junto con el resto de niños.
—Yo no maté a vuestro hijo. —Esta vez la voz de Merry
fue lanzada con una nota de arrepentimiento—. Sarah y yo
hicimos todo lo posible para salvar a los niños. Fue una
enfermedad la que se los llevó.
—Mentís. Recuerdo cuando me echasteis una maldición…
—¡Eso fue por traicionar a mi padre! —Su tono subió tan
bruscamente como había caído—. Os inclinasteis ante
Ferguson para salvar vuestra miserable cabeza. Traicionasteis
a mi familia…
—¡Y vos os llevasteis la mía! Os entregaré a la Iglesia y
nunca me arrepentiré.
Decidiendo que era el momento de intervenir, Luke
apareció de entre las sombras y llegó a los dos a tiempo para
ver a Edgar agarrar el brazo de Merry. Su gato saltó del fardo
con un maullido de alarma.
—¡Soltadla! —ordenó Luke. Demasiado tarde, vio el
brillante reflejo de una corta espada en la mano del guardián.
—Apartad —gruñó el guardián—, o derramaré sus entrañas
sobre el suelo. —Presionó el cuchillo contra el abdomen de
Merry.
Al reconsiderar su enfoque, Luke protestó:
—No recibiremos ninguna moneda por su muerte, buen
hombre.
—¿Qué? —Edgar balbuceó.
—Sí, voy tras la recompensa, igual que vos.
El guardián miró con desconfianza.
—Pero fuisteis vos quien la trajo aquí.
—Cierto —admitió Luke—. Pensé que su familia pagaría
por llevarla a salvo a casa, pero no me darán ni un centavo por
todas mis molestias. —Bajó su espada—. Me gustaría
entregarla a la Iglesia. Al menos, pagarán. —Escuchó el
aliento de Merry y se arrepintió un momento de este
subterfugio que la había asustado—. Puede que vos y yo
lleguemos a un acuerdo —propuso, observando atentamente la
expresión de Edgar.
—¿Qué queréis decir?
—Si desaparecéis con la hija de esta casa —razonó Luke—,
vuestro amo sabrá que os la llevasteis. No podréis regresar.
Cuando me vaya mañana, me la llevaré. Puedo esconderla para
que nadie se entere. Os daré treinta peniques ahora y solo
ganaré diez.
—¿Tenéis treinta peniques? —preguntó con desconfianza.
—En mi cámara. Iré a buscarlos enseguida. Vamos —
exhortó Luke—, no tenéis nada que perder.
—¡Canalla! —gritó Merry repentinamente—. ¡Pensé que
erais diferente! —Luchó contra el agarre de Edgar, sin tener en
cuenta que la hoja le rasgaba el vientre.
Luke luchó por mantener una expresión descuidada.
—Señora —fingió burlarse de ella—. Soy un mercenario de
oficio. Deberíais saber que solo trabajo por dinero, ya sea del
rey o de otro modo, y vuestra familia no me ha ofrecido nada.
—Esperaba que ella lo reconociese como una verdadera
mentira, pero su cara solo reflejaba indignación.
Se volvió hacia el guardián.
—Vamos, ¿tenemos un trato? Treinta peniques para vos y
diez para mí.
La cara de Edgar temblaba de codicia.
—Trato hecho —dijo—. Id a buscar mis monedas.
Retendré a la bruja hasta entonces.
—Si lo preferís… —Luke se encogió de hombros. Puso su
espada en su mano izquierda y extendió la derecha como si
estuviese listo para cerrar el trato—. Os agradezco que la
hayáis atrapado —añadió con una sonrisa agradable—. Casi se
me escapa.
Edgar cayó en su trampa y buscó el apretón de manos de
Luke. Dejando caer su arma un poco, alcanzó el apretón de
manos de Luke solo para dar un grito cuando Luke lo apartó
de Merry y lo arrojó contra la pared. El golpe sonó como un
crujido que le sacudió los huesos, y Edgar perdió su espada
que voló de sus manos y se estrelló contra las losas.
—Sostened esto —pidió Luke, poniendo la empuñadura de
su espada en las heladas manos de Merry. Giró justo a tiempo
para cumplir con el encargo del guardián.
Con un rugido, Edgar se abalanzó sobre Luke y los dos se
estrellaron contra la pared de enfrente. Luke levantó los brazos
y golpeó a Edgar derribándolo y dejándolo de rodillas. Un
corte en la parte superior en la mandíbula hizo que el guardián
se tambaleara hacia atrás donde cayó en un desmayo mortal.
Después de la lucha, Luke se detuvo para frotarse los
nudillos doloridos. Luego cuadró los hombros, se palpó
brevemente las costillas rotas y se giró. Para su consternación,
se encontró mirando la punta de su propia arma.
Merry sostenía la espada ante ella, necesitando ambas
manos para mantenerla en alto. Su objetivo era apuntar
directamente a la barbilla de Luke.
—No hay necesidad de eso —dijo.
Tembló tanto que la luz de la luna bailó en la punta de la
hoja.
—Debería mataros ahora —contestó entre dientes.
Su comportamiento tenso le pareció aún más alarmante.
Esta era la Merry que deseaba haber muerto en la hoguera.
Esta era la Merry que se habría ensartado con su espada si no
la hubiese detenido.
—¿De qué serviría eso? —preguntó.
—Libraría al mundo de otro bruto amante de la guerra —
contestó ella.
—Ah —dijo—. Bueno, matadme si es necesario. Sin
embargo, no quedará nadie para llevaros a Helmsley.
La punta de la espada vaciló.
—Dijisteis que me ibais a entregar.
Él suspiró.
—¿Ni siquiera ahora confía en mí, señora? Sabéis que no
soy un mercenario. —La miró desde su alta posición—. Esta
noche le prometí a sir Roger que os llevaría a Helmsley, y
mañana os llevaré allí.
—¡No quiero ir a Helmsley! —gritó ella, bajando la espada
hasta que su punta se apoyó en los adoquines—. ¡No quiero ir
a ningún lado más que a las colinas para que me dejen en paz!
Su mirada cayó sobre el bulto que aún tenía bajo su brazo.
—Entonces, ¿tenéis lo que necesitáis? —preguntó sin
pasión—. ¿Un abrigo pesado? ¿Alimento suficiente para
atravesar las nieves? ¿Un pedernal para encender el fuego,
suponiendo que encontréis leña? ¿Un arco y flechas para
cazar, un cuchillo afilado y una olla? Veamos, ¿qué me he
olvidado?
Era obvio que el fardo que llevaba Merry no tenía casi
nada, quizás algo de comida y un poco de vino. La duda
arrugó su frente. En ese momento, Kit salió de entre las
sombras y comenzó a rodear los pies de Luke.
—Ah, sí, el gato. Debéis tener el gato —terminó con
sequedad, agachándose para recoger al animal aturdido que
permaneció rígido mientras cerraba la distancia entre ellos y lo
empujaba a sus brazos. Al mismo tiempo, cambió suavemente
a Kit por su espada.
Acariciando sus delgadas y frías manos en el intercambio,
recordó lo agradable que se había sentido al tenerla entre sus
piernas durante las horas de cabalgata. Un impulso por
estrecharla contra él y no soltarla se apoderó de él.
Ignorándolo, le hizo señas hacia la puerta.
—Idos, entonces. Edgar no va a deteneros ahora.
—¿Qué hay de vos? —Su pregunta fue temblorosa.
—¿Qué hay de mí?
—¿No me detendréis?
Extrañamente, sonó más como un alegato que como
cualquier otra cosa. Cruzó los brazos sobre el pecho.
—No, ¿por qué iba a hacerlo? Esto me salvará de tener que
abandonar mi camino para ir a Helmsley. —Se sintió bastante
cruel por señalar ese hecho, aunque era descaradamente cierto.
—Por supuesto —dijo ella, y él vio como su rostro se
transformaba en una máscara desafiante y decidida—. Os
agradezco que hayáis quitado a Edgar de mi camino.
Cuando ella dio un paso atrás, él la vio hacer un gesto de
dolor. Su mirada cayó sobre las botas que ella llevaba,
obviamente, puestas para proteger sus plantas quemadas.
¿Hasta dónde pensaba que llegaría en un estado tan
lamentable? La incertidumbre lo pellizcó de nuevo. ¿Debería
detenerla?
Entonces, la razón se reafirmó. Realmente, no tenía tiempo
para llevarla al castillo del Asesino, no cuando su abuelo
estaba tan enfermo.
—Tengo que irme antes de que me encuentren. —Se dio la
vuelta y caminó con una extraña cojera hacia el patio exterior.
Sin moverse, Luke vio a Merry bajar al gato,
aparentemente, confiando en que se mantendría cerca, y luego
empezó a luchar con el pesado travesaño de hierro. Por fin, fue
a ayudarla, deslizando la barra hacia los lados y abriendo la
puerta él mismo.
Se deslizó por la abertura sin hacer ruido, el gato a sus pies.
Parado en la entrada, Luke vio cómo su forma se
transformaba en una sombra mientras descendía por el
empinado camino de carros. Instantáneamente, supo que no
dormiría el resto de la noche, no mientras pensaba en su
tropiezo con ella en la empinada cima. Pasándose una mano
por el pelo por segunda vez en unos minutos, casi la detuvo
por la fuerza. Los lobos, sin duda, merodeaban por las colinas
que ella había mencionado, y lo que era peor, pícaros y
ladrones. Y cazarrecompensas.
—¿Estáis segura de que no preferís vivir en Helmsley? —le
preguntó antes de poder morderse la lengua.
La oscura y sombría forma se detuvo.
—No, lord Luke, preferiría no hacerlo. —Volvió a caminar.
—Merry. —Volvió a llamarla, haciéndola detenerse una vez
más. Deseaba poder ver sus ojos o su boca—. ¿Qué hay de
vuestra otra hermana y vuestra prima en York?
Dudó y luego le contestó.
—No sé nada de la gente de esta prima de mi madre, creo.
Y mi hermana es solo una niña. No, yo no llevaría mis
problemas a su puerta.
Mujer testaruda. Ella pensaba que vivir en la selva era
preferible a vivir con extraños en York o bajo el techo del
Asesino.
—Si cambiáis de opinión —dijo, dándose cuenta de que
esperaba que ella lo hiciera—, encontradme en el camino de
las carretas al amanecer. —Por lo que él sabía, era la única
forma de salir de la cima.
Creyó haberla visto asentir con la cabeza. Sin embargo, sin
respuesta, se dio la vuelta y se fundió en la oscuridad. Luke
miró fijamente el lugar donde ella se había detenido,
impresionado por la idea de dejarla caminar hacia su muerte
prematura o, en el mejor de los casos, hacia una vida de
persecución. Por lo que él sabía, ella no se lo merecía.
Se maldijo a sí mismo, pues había estado pensando de
manera egoísta al preocuparse más por las molestias de su
retraso que por su vida. Su abuelo estaría decepcionado; estaba
seguro. Corriendo unos metros hacia la oscuridad, la llamó.
—¡Merry! —La salvaje e irregular ladera estaba desierta—.
¡Merry! —gritó de nuevo—. Vuelve.
Si ella lo escuchó o no, no se dio cuenta. Su propia voz fue
todo lo que regresó, un eco burlón. Los insectos cantaban en la
hierba alta mientras él permanecía de pie disgustado consigo
mismo. Maldita sea. Sin embargo, no podía haber ido muy
lejos. Él la recuperaría. Entonces, la tímida luna se escondió
detrás de una nube, dejando las colinas envueltas en una
oscuridad antinatural. Recordando el destino del caballo de
carga, volvió a la puerta. El aire exterior era muy frío contra su
piel.
No estaba preparado para perseguirla con el pecho desnudo
y sin antorcha. En cualquier caso, conocía el terreno mucho
mejor que él y podía esconderse fácilmente. Quizás, el destino
estaba decidiendo por él. Caminó lentamente hacia la torre del
homenaje. Mejor fingir ignorancia sobre el asunto de su
desaparición y volver a su cama. Al amanecer, se pondría en
camino, ya no se retrasaría más. Si la familia de Merry sufría
por no saber dónde estaba la señora, la culpa era de ellos por
no cuidarla, razonó.
Entrando en el pasillo exterior, Luke cerró la puerta, luego
cambió de opinión y dejó el travesaño sin trabar por si ella
regresaba. Pasando por encima del todavía inconsciente Edgar,
Luke volvió sobre sus pasos, pero su progreso parecía lento.
Siempre se había creído un hombre íntegro, pero el sabor
amargo de la aversión hacia sí mismo se burlaba de él al decir
que no era nada de eso.
Con pies de plomo rodeó el edificio, manteniendo la mirada
desviada para no ver las sábanas colgantes cuando cruzó el
patio interior. Una vez en su habitación, se sentó pesadamente
sobre la cama y se quitó las botas. A través de la ventana
abierta, la inconstante luna salió de su escondite y desapareció
de nuevo. Parecía un símbolo de Merry y de la incertidumbre
de si pasaría la noche ilesa.
Con un gemido de cansancio, se desplomó de nuevo sobre
el colchón, casi inmediatamente cayendo en sueños llenos de
horribles visiones de Merry deslizándose por la ladera de la
colina hacia las rocas de abajo. Varias veces se despertó
sudando, saltando para acechar por la ventana y mirar hacia
abajo, hacia su cuerda improvisada, enfermo del corazón por
verla colgando todavía.
«Esta es mi penitencia», reflexionó, porque hasta esta
noche nunca había roto un voto.
Capítulo 5
erry! ¡Despertad!
-¡M—Dulce niña, estamos aquí. Estáis a salvo.
Las voces sacaron a Merry de su horrible pesadilla.
Abrió los ojos, repentinamente libre del peso que la había
mantenido inmóvil un momento antes.
Ferguson se había ido. La llama de una vela bailaba ante el
rostro preocupado de Adelle. La gran sombra junto a ella entró
en la esfera de la luz de las velas revelando a Luke, su cabello
oscuro y despeinado de estar en la cama.
—Era solo un sueño, señora —añadió, sosteniendo su
mirada herida.
Desconcertada, sintiendo que si dejaba que sus párpados se
cerraran regresaría a la temible pesadilla, Merry se sentó,
tirando de la ropa de cama con ella como un escudo. Encontró
su boca tan seca como un lecho de río poco profundo antes de
las lluvias de primavera.
—¿Puedo beber algo, por favor?
La baronesa salió de la habitación para traerle algo,
llevando la vela con ella y dejando a Merry y Luke en la
oscuridad. Merry se estremeció cuando los recuerdos se
apoderaron de ella. Un segundo después, una vela cobró vida y
luego otra. Volviendo a la cabecera de su cama, él la miró
aparentemente desconcertado.
—Sufristeis un sueño espantoso, ¿verdad?
Atrapada en los vestigios de su terror, Merry colocó las
rodillas bajo su barbilla y las envolvió con sus brazos para
sofocar sus temblores. El recuerdo del beso de Luke ese
mismo día ayudó a disiparlos.
—¿Tenéis frío? —preguntó.
—Sí —dijo, aunque el recuerdo la había calentado
considerablemente—. Dejé la ventana abierta para Kit.
Se dio la vuelta para asegurar las contraventanas,
murmurando algo sobre su gato que ella no pudo escuchar.
Luego agregó un ladrillo de turba al brasero y lo volvió a
encender. Una alegre llama saltó iluminando aún más la
habitación. En ese momento, la baronesa reapareció portando
un cáliz.
—Para vos, querida —canturreó ella—. Esto debería
consolaros. — Dándoselo a Merry, le lanzó a Luke un rápido y
desaprobatorio ceño fruncido.
Llevando el cáliz a los labios, Merry inhaló el reconfortante
aroma del vino caliente condimentado con clavo. El primer
sorbo le calentó el estómago, pero no pudo apagar el aleteo
que se había instalado allí.
—¿Mejor? —Adelle puso una mano sobre su hombro.
—Sí, gracias —dijo Merry, extrañamente deseosa de que la
mujer los dejara en paz, aunque no podía confiar en que Luke
se comportara como debía—. No es necesario que os quedéis
conmigo —agregó, incluyendo a Luke en su mirada, pero
manteniéndola una fracción de segundo más de lo que debería
—. Estoy bien, de verdad. Era solo un sueño. Tal vez, la
habitación estaba demasiado fría. —Miró a la baronesa y
asintió—. Hace mucho más calor ahora.
Luke mantuvo su mirada en ella y Adelle ajustó sus mantas,
claramente reticente a irse.
—¿Estáis segura? No quiero que volváis a sufrir esos
sueños.
—No lo haré —le aseguró Merry.
—Bueno, en ese caso. —La baronesa le envió a Luke una
mirada puntiaguda—. La dejaremos con sus sueños, entonces.
Tenéis un largo viaje por la mañana —agregó, con los
hombros caídos al pensar en ello. Levantándose lentamente, se
dirigió a la puerta esperando que Luke se uniera a ella. Luke
envió a Merry una mirada interrogativa y la siguió. La
baronesa cerró la puerta con firmeza tras ellos.
Una poderosa y abrumadora necesidad de llamarlo de
vuelta la hizo morderse el labio inferior. ¿Por qué iba a desear
su compañía cuando él había dejado claro que deseaba
liberarse de ella, solo para contradecir esa afirmación
besándola como si no quisiera dejarla ir? La había besado
como si solo su beso pudiera apaciguar un fuego que rabiaba
en él. Su intensidad la había asustado, sí. Como lo había hecho
la férrea longitud de su hombría pinchando su vientre con
insistencia.
Sin embargo, ella no había estado mucho más asustada que
aturdida por un profundo e inexplicable anhelo de ser poseída
de la manera que ella más temía. ¡No tenía sentido! Al día
siguiente, la llevaría a Helmsley y la dejaría allí. Tampoco
debía olvidar que tenía una futura esposa esperándole.
«Olvídate de él», se aconsejó ella misma. Olvidar al ángel
oscuro que la había rescatado y defendido de todos los demás.
Él era más de lo que ella jamás podría tener.
El vino dulce y especiado pesaba sobre sus extremidades y
la llenaba de un dolor vacío. Luke la encontraba atractiva, eso
era obvio, pero no era suficiente para ganarlo de la manera que
ella deseaba. Ella nunca podría tenerlo para sí misma, pues él
era un favorito del rey y, por tanto, ya estaba comprometido.
No sabía el tiempo que había pasado cuando escuchó el
bajo gemido de la puerta que se abría. Supo de inmediato
quién era, incluso antes de que la manga blanca de la camisa
de dormir de Luke lo traicionara. Se tragó la repentina
opresión en la garganta. Cerrando la puerta silenciosamente
detrás de él, le dio la espalda mientras la miraba desde lejos.
Se sostuvo rígidamente.
—¿Me queréis aquí? —Su voz era espesa, baja e incierta.
¿Lo quería? Su orgullo luchaba con el anhelo constante que
él inspiraba. Tal vez, ella tenía alguna posibilidad de
convencerlo de que se quedara quieto. Aprovechando esa idea
levantó su copa a modo de respuesta.
Mientras tiraba de la cuerda a través del agujero para
impedir que alguien de fuera levantara el pestillo, su corazón
empezó a golpear como el de un conejo atrapado. Era su única
oportunidad de hacer que cambiara de opinión sobre llevarla a
Helmsley. Haría lo que fuera necesario para asegurar ese
resultado. Cuando se acercó a ella, vio que solo llevaba calzas
de lino sueltas debajo de su camisón y nada en los pies.
Respiró profundamente para calmarse. La cuerda de la puerta
crujió y ambos quedaron congelados, mirando hacia la puerta
en espera de la interferencia de lady Iversly.
Tomando la copa olvidada de su mano, notó que estaba casi
vacía y luego se terminó el vino antes de bajarla al suelo. Se
enderezó, la miró y suspiró.
—Habladme de vuestro sueño —le pidió.
Un escalofrío amenazó con ahuyentar su calor, pero
anhelaba exorcizar las visiones de su mente compartiéndolas.
—Lo he soñado muchas veces, un sueño aterrador con
Ferguson, excepto que empezó con Cullin. Entró por la
ventana con la cara cubierta de sangre.
Los músculos de la cara de Luke se tensaron.
—¿Y luego?
—Luego se convirtió en el escocés que mató a mi padre. —
Se rascó la mejilla, preguntándose cuánto decirle y si le servía
de algo volver a visitar esa pesadilla tan real.
Luke recordaba el nombre claramente.
—El marido de vuestra madre lo mencionó.
Una mirada afligida entró en sus ojos y asintió. Sentada
como estaba, con las rodillas apoyadas en el pecho, no parecía
más grande que una niña. Solo Luke sabía las curvas que
yacían escondidas bajo su camisón. Era un tonto por haber
regresado a su habitación. La debacle de esa tarde había
dejado dolorosamente claro que su deseo por Merry excedía
los límites de su autocontrol.
Sin embargo, después de haberla visto sacudida hasta la
médula minutos antes, había sido incapaz de mantenerse
alejado. Se había asegurado de que la consolaría sin enredarse
de nuevo. Una parte de él sabía que era una mentira descarada.
—Violó a mi madre —susurró ella—. Él la llevó a la
cámara alta y yo los seguí…
Sus palabras interrumpieron todos los pensamientos
lascivos de su mente.
—No tenéis que contarme esto —le aseguró, avergonzado
de su debilidad privada en lo que a ella respecta.
Ella agitó la cabeza.
—No, dejadme. Nunca le he dicho las palabras a nadie en
voz alta. El cuerpo de mi padre aún estaba caliente, tirado en
el suelo de nuestro comedor. Tomé un cuchillo de la mesa y
me escabullí de los otros invasores. —Sus palabras fueron
dichas como si apenas pudiera empujarlas desde su garganta
—. Tenía la intención de apuñalar a Ferguson por la espalda,
matarlo antes de que pudiera hacernos más daño. Pero él
estaba…. estaba inclinado sobre mi madre, cuya cara había
empujado contra el colchón. Apenas podía verla debajo de él.
—Se rompió, su cara era un cuadro de horror y asco—. Quería
apuñalarlo, pero no pude hacer nada. —Ella levantó los ojos
hacia él, su cara destrozada por la culpa—. ¡Estaba congelada
por el miedo, una niña estúpida, de pie, temblando, mientras
dejaba que él la lastimara!
Arrojando la precaución al viento, y quizás sellando su
destino, se acercó a la cama para sentarse junto a ella,
apoyándose en la cabecera de roble oscuro. Luego, contra todo
sentido común, la rodeó con un brazo respondiendo a la
comodidad que ella requería. Debajo de la fina tela de su
camisón, sus formas se sentían heladas y rígidas.
—Tranquila, señora —dijo, sintiendo su temblor contra él
—. No debéis culparos. Ese cuchillo no lo habría detenido en
ningún caso, habría sido como la picadura de una abeja a un
lobo. Probablemente, lo habría enfurecido lo suficiente como
para volver su asqueroso ataque contra vos. —Se detuvo,
pensando en cómo reaccionaría un guerrero violento con
lujuria en su corazón—. Nada lo habría detenido. Estaba fuera
de vuestro control. ¿Cuántos años teníais entonces?
—Catorce años —susurró, pareciendo tomarse en serio sus
palabras.
—¿Así que esperabais que una chica de vuestra edad
defendiera su casa de una banda de asesinos? ¿No es pedir
demasiado? Incluso para vos —añadió en voz baja, sabiendo
que ella era valiente y feroz.
—Quizás —admitió en voz baja.
—Así es. —Acarició su brazo con movimientos suaves,
fascinado por cómo ella se calentaba bajo su tacto. Ella se
inclinó hacia él pareciendo adormilarse, su cabeza sobre su
hombro, sus labios sobre su oreja.
—He soñado muchas veces que Ferguson, de hecho, me
hacía lo mismo que a mi madre. —La oyó reflexionar—.
Porque me quedé allí mucho tiempo, y luego desperté en mi
habitación, durmiendo con mis hermanas.
Un pensamiento lo atravesó como una espada. Por Dios, ¿el
escocés también había violado a Merry? Se echó hacia atrás,
buscando una respuesta en su lejana expresión.
—Él era como el diablo —continuó ella—. En mi juicio en
el priorato, me preguntaron si el diablo me había violado, y les
dije que tal vez lo había hecho. No podía recordarlo. —Se
frotó la frente como si la verdad estuviera encerrada dentro—.
Me condené a mí misma con esa tonta confesión.
Luke tragó, su boca, de repente, tan seca como la tierra.
—¿Lo recordáis ahora? —preguntó, aunque, en realidad, no
quería saberlo.
Ella lo miró y agitó la cabeza.
—Como dije, he tenido el sueño muchas veces. Tan a
menudo que parece que lo hizo. No puedo recordarlo. ¿Me
alejé del terrible asalto de mi madre y me quedé dormida? ¿O
también me atacó a mí, haciéndome desmayar? Tal vez,
alguien me llevó con mis hermanas. No lo sé.
Luke apoyó sus labios contra la frente de ella. La sed de
sangre brotaba en él mientras la besaba. Si Ferguson estuviera
vivo, habría encontrado una forma de vengarla. No era de
extrañar que Merry hubiera luchado en sus brazos desde el
primer día que la tocó. Después de lo que había sufrido, ¿cómo
podía saber que él no quería hacerle daño?
Entonces, Cullin había vuelto a dar vida a los recuerdos.
—Lo siento. No debí abrazaros tan fuerte esta tarde…
—También he soñado con vos.
Se retiró, desconcertado de que ella pudiera haber
confundido la violencia que Ferguson había cometido con lo
que él había hecho.
—¿Qué habéis soñado? —se atrevió a preguntar.
—Que nos encontrábamos en un campo de mariposas. —
Una pizca de sonrisa bailó en sus labios, seduciéndole—. Me
disteis vueltas y vueltas, y me mareasteis. Vi que las flores
reflejaban el oro de tus ojos.
La respuesta de ella lo tranquilizó y lo desconcertó.
—¿Eso es todo? —preguntó bruscamente.
La luz suave no podía ocultar su hermoso rubor. Cuando se
lamió el labio inferior con incertidumbre antes de contestar,
casi se deshizo.
—Me besasteis —añadió—, como lo hicisteis hoy. Excepto
que me besasteis… en todas partes. —Entonces, bajó las
pestañas.
Ya debería estar acostumbrado a su habilidad para
atraparlo, para reducirlo a un varón instintivo sin ninguna
habilidad para razonar en absoluto. ¿Sabía lo que estaba
haciendo, coqueteando con él tan abiertamente? Latía
apresurado tanto en la región de su pecho, ya que su latido se
aceleraba con sus palabras, como en la parte inferior, ya que su
cuerpo apreciaba la escena sensual que ella retrataba.
—¿Por qué me besasteis hoy cuando queréis lavaros las
manos de mí tan de repente? —preguntó ella.
Él cambió de posición con la esperanza de ocultar la
evidencia de su excitación.
—No tengo una respuesta para eso —admitió finalmente—.
En lo que a vos se refiere, parece que hago una serie de cosas
sin razón definible. —Le envió una sonrisa.
—¿No queríais besarme? —De repente, parecía
decepcionada.
—No, bueno, no al principio.
—Sin embargo, pareció gustaros.
—Debo confesar que sí. —Se le escapó una risita.
Su conversación no solo aceleró el ritmo de su corazón,
sino que también acortó su respiración, haciéndolo muy
consciente del olor de ella.
—¿El acto puede ser tan agradable como besarse?
Su inocente pregunta lo excitó aún más y respiró con
fuerza.
—Puede serlo. —Se esforzó por mantener el tono uniforme.
—Sin embargo, a veces puede ser horrible —dedujo—,
doloroso y antinatural. ¡Ya lo he visto!
—Confundís el acto placentero con la violación —la
corrigió.
—¿Cuál es la diferencia?
¿Hablaba en serio? Frunció el ceño ante su serio rostro.
—Seguramente, ya sabéis la respuesta —contestó, decidido
a permanecer neutral.
—¿La sé? ¿La sabré alguna vez? —Sus preguntas retóricas
lo desconcertaron—. ¿Y si muero antes de casarme? —
preguntó más específicamente—. ¿Y si me cuelgan por hereje
o me queman en la hoguera como estuvieron a punto de hacer?
Si es así, nunca aprenderé la diferencia entre desear a un
hombre y ser forzada.
Su corazón latía con repentina intensidad. ¿Le estaba
pidiendo que le hiciera una demostración?
—No moriréis como una doncella, señora. —La
tranquilizó, palmeando estúpidamente su mano con la suya,
cuando lo que realmente quería era chuparle los delicados
dedos hasta que ella le rogara que la tomara—. Mañana, os
llevaré a Helmsley para asegurar vuestro futuro. Algún día
tendréis un marido para satisfacer vuestra curiosidad, sin duda.
—Incluso mientras decía las palabras, no le gustaba la idea de
que Merry yaciera con otro hombre.
Su mirada se dirigió hacia donde su camisón se abrió,
dejando al descubierto la parte superior de sus pechos para que
él los viera, e incluso la parte superior de un pezón rosado en
forma de media luna. Él sofocó un gemido de deseo. Su piel
parecía tan suave como la crema fresca. Allí estaba ella,
vulnerable y en sus brazos, preguntándole sobre el acto de la
cópula. No podía creer que se hubiera puesto en una posición
tan delicada. Al mismo tiempo, la anticipación engrosó su
sangre, y no podría haberse movido de su lado ni aunque la
habitación estuviera en llamas.
—No hay ningún hombre vivo que desee casarse conmigo
—argumentó girando a medias en sus brazos y apretando sus
pechos sin darse cuenta, pero de manera tentadora, contra su
costado mientras inclinaba la cabeza para mirarlo—. Soy
demasiado vieja para llamar la atención de un hombre. Y no lo
olvidéis, he sido acusada de intentar asesinar a la priora y
condenada por herejía. —Ella agitó la cabeza, haciendo que
sus pechos se movieran y su asta se endureciera aún más—.
En cualquier caso, no deseo casarme. Si sobrevivo a la
persecución de la Iglesia, entonces encontraré un lugar para
ejercer mi oficio de sanadora. Estoy segura de que tendría
éxito si se me diera la oportunidad. Un marido solo interferiría
en mis planes.
Sonrió débilmente ante su confianza y descubrió que
prefería pensar en ella como una sanadora solterona antes que
como una esposa. Su cuerpo cálido y delicioso nunca había
conocido el placer del clímax y pensó que eso era un terrible
desperdicio.
—¿Y vos? —preguntó de repente, interrumpiendo sus
lascivos e inapropiados pensamientos—. ¿Tomaréis una
esposa?
Se dio cuenta de que ya había pasado el momento de
liberarse. Merry lo había clavado con su mirada verde y no
podía escapar sin responder.
—Eventualmente —prevaricó.
—Según Philippe, estáis prometido con una prima del rey
—dijo ella, con la voz más fuerte.
¡Maldito Philippe y su lengua! Luke sintió que su irritación
aumentaba. No quería hablar de lady Amalie ni del rey.
Ninguno de los dos tenía sitio en la alcoba de Merry. Pero se
dio cuenta de que era mejor que ella lo supiera para que no
pudiera sacar ninguna conclusión en cuanto a un posible futuro
para ellos, y ella no debería permitirle ninguna libertad. Ni un
beso, ni un toque.
—Lo estoy —reconoció con voz neutral.
—¿Es hermosa? —preguntó, implacable en su búsqueda de
información.
Luke se movió, quitándole el brazo de los hombros.
—Sí —dijo con brevedad. Amalie era encantadora. Más
importante aún, ella era su prometida… y él estaba acostado
en la cama con Merry, abrazándola—. Debería irme.
Necesitaréis descansar para el viaje que tenemos por delante.
Para su asombro, ella se puso de pie y de rodillas,
empujándolo hacia atrás, contra las almohadas.
—No, no os iréis —se negó a dejar que se levantara—. No
hasta que tenga vuestra disculpa por jugar conmigo.
—Nunca quise jugar…
Ella interrumpió sus protestas colocando sus palmas sobre
sus hombros y manteniéndolo allí.
—Mentís —contestó ella, su tono beligerante—. Me
hablasteis como si mis pensamientos tuvieran peso para vos.
Me besasteis y me enseñasteis lo que se siente al conocer el
deseo. ¿Cómo podéis decir que nunca jugasteis conmigo?
La miró sin habla. Al cernerse sobre él con sus trenzas
pesadas sobre sus pechos, se dio cuenta de que comprendía su
enojo e incluso se regocijaba por ello. Aparentemente, ella
sentía el mismo anhelo por él que él sentía por ella, y tenía
derecho a expresar su frustración. Si nunca la hubiera
besado…
—Disculpaos —exigió, apretando con más fuerza su mano.
El buen Dios sabía que estaba igualmente frustrado por no
tener salida. Sí, estaba contento de ser el centro de su ira y
culpa.
—Lo siento —dijo con sinceridad. Y lamentaba haber
aceptado tan fácilmente cuando el rey propuso el compromiso
beneficioso entre él y Amalie. Lamentaba no haber conocido
primero a esta atractiva, intrigante e inductora de deseos.
Dada la tensión de su boca, sus palabras no lograron
tranquilizarla.
—No —respondió ella, moviendo su agarre a su pelo—.
Me gustaría que os disculparais con un beso —decidió, un
destello en sus verdes ojos.
Su corazón dio un latido y luego saltó al galope.
—Eso sería imprudente —contestó, usando esa parte de su
cerebro que pronto se quedaría muda si ella no lo liberaba. La
otra mitad de su cerebro ya creía que un beso era exactamente
lo que ella necesitaba, y él también, y no solo un beso, sino un
abrazo completo.
—¿Imprudente? —se mofó ella. Se inclinó abruptamente
hacia delante, sus labios flotando tan cerca de los suyos que
podía sentir la suave caricia de sus pétalos—. ¿Qué tiene que
ver la sabiduría con estos asuntos? Es lo que quiero —insistió
—. Los hombres toman lo que quieren sin pedirlo. Por una
vez, me gustaría hacer lo mismo.
La promesa de su boca y la amenaza audaz de sus palabras
lo intoxicaron. Luke encontró que no podía negarla, atrapado
como un insecto alado en una telaraña de su tejido; aunque no
dijo nada que la provocara, tampoco intentó disuadirla, y
cuando sus labios aplastaron los suyos, no pudo contener su
gemido de placer.
Ella lo besó con una perversidad que absorbía el aire de sus
pulmones. Se movió hacia arriba, desesperado por sentir sus
pechos contra su pecho, encantado de darle lo que ella
claramente quería.
—¿Cómo estás?
Mirando desde el cabezal de la cama de Luke, Merry
encontró a su hermana mayor, Clarisse, de pie en la entrada.
Ni siquiera había oído los gemidos de las bisagras, tan agotada
estaba. Las cuatro gruesas velas de la sala se habían
consumido. Sin embargo, todavía arrojaban suficiente luz
como para dorar el cabello sin trenzar de color rojo dorado de
Clarisse. Llevaba un abrigo sobre su camisón, indicando a
Merry lo tarde que era.
—Vivirá —dijo ella, inclinando la cabeza hacia un lado
para aliviar el nudo en su cuello.
Era su respuesta estándar, de la que se había negado a
desviarse en los últimos tres días, ¿o eran cuatro? Su negativa
a dejar morir a Luke parecía ser lo único que lo mantenía vivo.
Ella había oído el rumor de que sus soldados lo consideraban
muerto, tan pálido y quieto había estado a su llegada y tan
superficial su respiración. Después de eso, no dejaría que
nadie más que Clarisse se le acercase, asumiendo que los
soldados del Fénix serían cuidados y alojados junto a los
hombres del Asesino en la vasta guarnición de Helmsley.
Merry había velado a Luke todo ese tiempo, apenas
recordando comer o dormir, excepto cuando su hermana la
obligaba a tomar una taza de caldo y un trozo de pan, o insistía
en que cerrara los ojos por un momento.
Había tratado sus heridas con las hierbas más finas del
jardín de su hermana, con hierba cruzada, hierba nudosa y
hierba de San Juan. Lo había limpiado, cosido y vendado.
Había hecho una cataplasma curativa y preparado una tintura
antiséptica. Le metía caldo tibio por la garganta y una buena
cerveza. Cuando la fiebre se disparó, ella le había enfriado la
piel con un paño húmedo y tés de salvia, flores de saúco y
milenrama. De hecho, había hecho de todo menos estar a la luz
de la luna y llamar a los ángeles para que la ayudaran, y estaba
a punto de hacerlo.
Clarisse cerró la puerta silenciosamente detrás de ella y se
acercó a la silla de Merry. Por un momento, ambas observaron
el sueño del guerrero de pelo oscuro; pues en verdad, parecía
que estaba en un sueño confortable, respirando con facilidad, y
ya no gimiendo de dolor inconscientemente. La barba
oscurecía las líneas de su mandíbula. Su pecho se levantó y
cayó bajo una brillante sábana blanca. Excepto por el vendaje
en su pierna y la apariencia hundida de sus mejillas, no había
nada en su apariencia que reflejara la gravedad de su herida ni
la cantidad de sangre que había perdido. Para Merry seguía
siendo tan llamativo como el día en que lo conoció.
—¿Cómo está su fiebre? —preguntó Clarisse.
Merry puso una mano en la frente de Luke, acariciando los
sedosos mechones de pelo.
—Disminuye —dijo, tratando de sonar esperanzadora—,
pero sigue igual. —El temblor de su voz reflejaba su
preocupación general. Ella había luchado para mantener los
humores de su cuerpo en equilibrio, pero la fiebre no lo
dejaba, probablemente, porque carecía de la humedad
necesaria para combatirla—. No es un terrible fuego ardiente,
sin embargo… está ahí.
Sus dedos atravesaron el pelo por encima de su oreja. Tan
espeso y suave. Ella había disfrutado cuidándolo, saboreando
el ocio de estudiar su oscura belleza sin tener que guardarse su
fascinación por él.
Clarisse aclaró su garganta, y Merry apartó la mano con
aire de culpabilidad. Miró a su hermana y se encontró en el
centro de la mirada perspicaz de Clarisse.
—Pareces un demonio de las profundidades del infierno,
Merry —dijo con su típica honestidad—. No es de extrañar
que tu paciente no se levante. Tal vez, lo haya hecho y luego
se haya desmayado de nuevo después de ver tu apariencia.
Merry escuchó la burla en la voz de su hermana y no se
ofendió. Si no fuera por Clarisse, Merry se habría muerto de
hambre estos últimos días y no habría dormido en absoluto. Se
llevó la mano a su propio cabello y se dio cuenta de que hacía
tiempo que se le habían deshecho las trenzas, probablemente,
cuando cabalgaba sobre los muslos del secuestrador. Desde
entonces no había hecho nada más que atarlo con una cinta.
Sin duda, parecería un nido de pájaros o un manojo de ramitas.
—No solo tu pelo, querida hermana.
Clarisse se llevó una mano a la frente, y Merry se preguntó
si era posible que todavía tuviera la sangre de Luke en su cara.
¡Dios mío, debía parecer una loca!
Clarisse sonrió.
—Ven, te he preparado un baño. Duerme esta noche y
estarás descansada mañana cuando despiertes. —Empezó a
tirar de Merry hacia la puerta.
Clarisse era un poco más alta que Merry y estaba
acostumbrada a salirse con la suya. Merry, exhausta, entregó a
su paciente a la misericordia de Dios y se dejó arrastrar fuera
de la habitación. Bajaron un poco por el pasillo hasta otra sala.
—Esta habitación es para ti —dijo Clarisse. Al abrir la
puerta, su hermana le reveló una habitación bien iluminada,
con una cama de caja tapizada en seda púrpura. Las velas
salpicaban los muebles, rodeando una enorme tina de madera
llena de agua. El vapor aún se elevaba de la superficie. Un
rastro de aceite de rosas perfumaba el aire.
Merry miró secamente a su hermana. Durante meses
después del asedio de Ferguson, Clarisse había intentado
atrapar a su hermana pequeña y salvaje, para que se bañara.
Merry había sido como un animal en aquel entonces; ¡cuán
diferente era ahora, pues estaba encantada de tomar un baño!
Clarisse le sonrió tiernamente.
—Pareces tan cansada —dijo, tocándole la mejilla—.
Mejor no te dejo sola para que no te duermas y te hundas bajo
el agua. Date la vuelta, por favor. Vamos a quemar este sucio
vestido y a sumergirte en la bañera.
Dejando que su hermana la despojara del otrora preciado
regalo de la baronesa, Merry sintió que un agradable letargo se
filtraba en sus miembros. Con Clarisse, ella podía bajar la
guardia y no analizar sus palabras cuidadosamente como había
hecho con lady Iversly. Cuando estaba desnuda, Merry entró
en la bañera y se hundió en el agua hasta la barbilla, emitiendo
un gemido de satisfacción. Soltando el aliento, se hundió por
completo, flotando ingrávida por un momento antes de salir a
la superficie. Clarisse le dio una toallita y luego comenzó a
enjabonarse el cabello con jabón perfumado.
—Así que —dijo ella, masajeando el cuero cabelludo de
Merry—, has devuelto la deuda que le debías a este hombre, el
Fénix, salvando su vida. —Era una invitación a la discusión.
—Aún no se ha despertado —le recordó Merry.
—Lo hará. —La certeza de Clarisse la animó—. Has hecho
milagros con sus heridas —añadió—. Nunca he visto a un
curandero más hábil que tú.
Merry se sonrojó ante la alabanza, su espíritu reviviendo
del estado de desesperación adormecida en el que había vivido
durante días.
—Gracias —murmuró.
—Sarah te enseñó bien, pero has aprendido desde entonces.
—Sí —dijo Merry, disfrutando de la sensación del agua
tibia y de las suaves caricias de su hermana en su cabello.
Luego, Clarisse se sentó en un taburete al lado de la bañera
y comenzó a frotarla con un paño, empezando por las orejas y
trabajando hacia abajo. Los párpados de Merry se derritieron.
Dejó caer la cabeza hacia atrás.
—¿Quién es ese Fénix tuyo? —Clarisse preguntó después
de un momento.
¿De ella? Merry sintió que sus labios se curvaban en una
sonrisa de ensueño que no podía ocultar.
—Su nombre es Luke… su abuelo es el conde de Arundel.
—Oh —exclamó Clarisse, y sus manos se detuvieron
mientras encajaba el alto estatus de ese hombre—. Y su
naturaleza, ¿qué hay de eso?
Merry podía pensar en cien palabras para describir a Luke,
pero decir demasiado revelaría su fascinación por él.
—Es valiente y amable, disciplinado y civilizado. No es
como los otros guerreros.
—Como mi marido, quieres decir —dijo Clarisse con
ironía.
Merry abrió un ojo.
—Se han conocido, ¿sabes? Luke y el… quiero decir,
Christian. —Decidió que lo mejor era hablar mejor de su
cuñado, un hombre por el que le había dado veneno a su
hermana para que lo matara el día de su boda. Es más, había
oído que no le gustaba su nombre de guerra, el Asesino de
Helmsley—. No conozco bien a tu marido —añadió—. Al
menos, eso es lo que me dijo Luke.
Clarisse sostuvo la mano de Merry, levantando su brazo
para poder restregárselo por un lado hasta el hombro y volver
a bajarlo.
—Bien dicho de él —comentó—. Es una pena que no
estuviera cuando maldijiste la hombría de Christian.
Merry se hundió más profundamente en el agua.
—Eso fue hace seis años —murmuró, sintiéndose de
repente como una niña otra vez—. Solo quería protegerte.
—Lo sé —la tranquilizó Clarisse—. Pensaste que era como
Ferguson. No lo es, Christian es tan manso como los demás.
Merry visualizó al Asesino en su mente y resopló, pero el
hecho de que su hermana pareciera tan feliz testificaba la
verdad de sus afirmaciones.
—Ahora dime —continuó Clarisse—, ¿qué quiere Luke
contigo?
Merry escondió su desesperación tras sus ojos cerrados.
—Tiene la intención de dejarme aquí.
La comprensión de que la abandonaría tan pronto como se
recuperara lo suficiente como para cabalgar se apoderó de su
corazón. De repente, la tarea de ocultar su desdicha se volvió
excesiva y, en su actual estado de agotamiento, su cara se
arrugó bajo la desesperación que la inundó repentinamente.
—Él cree que aquí estaré a salvo —añadió—, que Christian
retendrá a los buscadores de recompensas e incluso a la propia
Iglesia. —El silencio de Clarisse podía significar cualquier
cosa, pensó Merry, incapaz de convocar la energía para
preguntarle. Quizás su hermana tenía dudas de que hasta su
poderoso esposo pudiera ayudarla—. Puedes echarme,
hermana —añadió, girando la cabeza para encontrar la mirada
leonada de Clarisse—. Sin duda, traeré problemas a tu puerta
como he hecho en otras partes. Si, realmente, he salvado la
vida del comandante, entonces mi propósito está completo. Es
todo lo que quería hacer.
Los ojos de Clarisse brillaron.
—¡No digas esas cosas! —la regañó, frotando el jabón en la
toalla—. Ponte de pie, por favor —añadió. Acostumbrada a
obedecer a su hermana, Merry se puso en pie con dificultad.
Clarisse comenzó a frotarla con vehemencia, dando un
resplandor rosado a la piel de Merry—. Te convertiste en una
mujer en el convento —comentó, su único comentario sobre
las hermosas formas de Merry.
Una vieja angustia floreció de nuevo en su mente.
—Podrías haberlo sabido si me hubieras escrito —dijo en
voz baja.
Clarisse se enderezó bruscamente.
—¿Qué quieres decir? Mamá te escribía una vez a la
semana, y yo te escribía casi tan a menudo como cuando nació
Rose. ¡Eres tú la que no respondió!
Merry miró el serio semblante de su hermana. Clarisse no
había mostrado más que preocupación por ella desde su
repentina aparición. El amor mandón que le había dado desde
su nacimiento no había disminuido en modo alguno con los
años que habían pasado separadas.
Inmediatamente, lágrimas calientes escaldaron sus mejillas
antes de caer en el agua del baño. Debería haber sabido que su
familia no la habría abandonado.
—La priora debió de haberme ocultado las cartas.
Con un chasquido de su lengua, Clarisse dejó caer el paño y
la alcanzó.
—Oh, querida hermana, qué terrible para ti —dijo
abrazándola con fuerza, ignorando el hecho de que su bata se
estaba mojando—. ¿Cómo pudiste pensar que te habíamos
abandonado? Nunca te habríamos dejado sin noticias nuestras.
¡Nunca! —Acarició la espalda de Merry—. Qué crueldad ha
hecho la priora. ¿Qué clase de mujer es? Tienes que creerme,
dejarte allí era lo último que queríamos —añadió—. Debiste
vernos a mamá y a mí llorando todo el camino a casa.
Pensábamos que era la única forma de mantenerte a salvo, ¿no
lo ves?
Merry asintió, pero no pudo hablar por la espesa emoción
que había en su garganta. ¡Su familia la amaba! ¿Cómo había
llegado a dudar de lo que parecía tan obvio?
Por fin, Clarisse rompió las distancias.
—Esta vez te mantendremos a salvo —juró. Una mirada de
determinación cruzó sus delicados rasgos. Merry había visto
esa mirada antes cuando Ferguson gobernaba su fortaleza.
Para derrotar a su padrastro, Clarisse había encontrado un
campeón en la forma improbable del Asesino, un señor de la
guerra mucho más poderoso que el engañoso escocés.
—Sé de la gente que se reúne fuera de las puertas —
admitió Merry, sintiendo el familiar agarre del miedo—. Sé
que me quieren y que aumentarán en número.
Durante dos días, una multitud se había reunido al otro lado
del foso de Helmsley, alzando sus voces en un canto,
exigiendo que «la dama del diablo» fuera entregada a la
Iglesia.
—Bueno, no pueden tenerte —la informó Clarisse con
firmeza—. Ahora, siéntate y enjuágate el jabón. Luego te
secaré el pelo y te llevaré a la cama. —Dicho eso descartó el
tema del futuro incierto de Merry, que sería discutido y
determinado en un momento posterior.
Al hundirse de nuevo en el agua, Merry solo se reconoció a
sí misma que, aunque el Asesino era poderoso, no estaba por
encima de los dictados de la Iglesia, ni de la voluntad de la
población. La gente se perturbaba al saber que había un hereje
excomulgado, y tal vez incluso una bruja, en medio de ellos.
Querían que se enfrentara a su destino, y todos y cada uno de
ellos esperaban ser los afortunados en obtener la recompensa.
Sin embargo, mientras Luke viviera, Merry estaría en paz, sin
importar sus circunstancias inciertas.
Lady Merry,
Dejaré Helmsley tan pronto como pueda montar. Os
agradezco que me hayáis cuidado. Excepto por una cicatriz
impresionante, quedaré como nuevo y sin cojera. Sois, en
verdad, una curandera del mejor calibre. Mis disculpas por
pensar menos.
Os dejo a salvo al cuidado de vuestra familia, seguro de
que vuestra hermana y su marido os defenderán de cualquiera
que pretenda haceros daño.
Además, os ruego que vuestra conciencia no se turbe por lo
que pasó entre nosotros en Iversly. Sea lo que sea, me ha
cambiado para mejor. En cuanto al desafortunado suceso de
Helmsley, os ofrezco mis más sinceras disculpas. Bajo la
influencia de vuestras hierbas curativas y traspasado por
vuestra belleza, me aproveché de vuestra generosidad.
Simplemente, no pude convocar la voluntad para detener
vuestras atenciones.
Por mi debilidad, os ruego que me perdonéis.
Por los recuerdos inolvidables, os ofrezco mi humilde
gratitud.
Estad en paz ahora, después de todo lo que habéis
soportado. Si algo llega a buen término, como ya hemos
hablado, solo tenéis que enviar un mensaje a Arundel, y yo me
encargaré de mis obligaciones para con vos…
Vuestro,
Luke d’Aubigny
Fin
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Juntos lograrán sanar sus heridas y volver a ser felices,
hasta que Clayton comprende que nunca tendrá el amor de
Sarah, pues ella sigue enamorada de otro hombre.
Con los ojos del corazón es una novela cargada de
emociones, donde el protagonista se verá obligado a elegir
entre buscar su propia felicidad o hacer feliz a la mujer
que ama.