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DESTERRADO
KEIRA MONTCLAIR
TRADUCIDO POR
M F FUMARONI
KEIRA MONTCLAIR
ÍNDICE
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo
Postfacio
Novelas de Keira Montclair
Acerca del Autor
PRÓLOGO
Al día siguiente, Ruari fue a las filas. En cuanto bajó los escalones de la
torre, dejó a su nuevo amigo sobre la hierba para que hiciera sus
necesidades.
Brin apareció detrás de él.
—¡Un cachorro! ¿Dónde lo has encontrado? Mamá dice que aún soy
demasiado pequeño para tener uno.
Su sobrino era un buen muchacho, era trabajador, con un gran corazón y
muy guapo, pero era más pequeño que los niños de su edad, cosa que lo
frustraba enormemente.
—Lo encontré abandonado entre unos arbustos, es el más débil de su
camada y la madre se había ido hacía tiempo, así que lo recogí. Seguro que
tú tendrás uno en cuanto seas mayor. O, si te esfuerzas, puede que te regale
este en un tiempo. Primero hay que procurar que esté bien alimentado con
leche de cabra.
—¿Puedo cogerlo? ¿O se hará pis sobre mí?
Ruari soltó una carcajada.
—Los perros no hacen pis sobre las personas, saben que no está bien.
—¿Por qué?
Brin le dirigió una mirada curiosa que él conocía bien. El muchacho
llevaba preguntándose «por qué» desde que cumplió los tres inviernos. A él
le gustaba su curiosidad, pero sabía que sus sobrinas, que ya eran mayores,
ya estaban cansadas de ella.
—No puedo responder a esa pregunta, Brin. Los perros perciben más
que la mayoría de los animales. No estoy seguro de por qué, pero él sabe
cuándo tiene que aguantarse.
Los dos miraron al cachorro mientras daba vueltas y olfateaba buscando
el sitio adecuado. Cuando por fin lo hizo, Brin soltó una risita.
—Ya no podía más, ¿verdad?
—Sí, eso parece.
Brin lo levantó y reía mientras el cachorro le lamía la mejilla.
—¿Cómo lo has llamado?
—Heckie.
Mientras Ruari los veía familiarizarse, le invadió un gran deseo de tener
sus propios hijos. Se apresuró a sepultarlo en lo más profundo, tendría que
conformarse con dos hermosas sobrinas y un sobrino.
—Ven, muchacho, tráelo. Nos vamos a las filas.
Cuando se dio la vuelta para dirigirse a las puertas casi se choca con su
hermano.
—Buenos días.
—¡En buena hora! —dijo Aedan—. Te estaba buscando. Necesito
algunos hombres para escoltar a un grupo a la abadía de Stonecroft. Hay
unas monjas que tienen intención de viajar allí hoy. Solo son unas tres horas
de camino y he pensado en enviarte a ti como líder, Ruari. Llévate a Brin
contigo. Neil también irá.
Ruari pensó que debió oír mal a su hermano.
—¿Quieres que lidere yo y que Neil me acompañe?
—Sí. Ya he hablado con él y dijo que irá encantado.
Ruari se habría desplomado al suelo en aquel momento si lo hubiera
tocado una pluma, pero no tuvo tiempo de pensar en lo que acababa de
ocurrir.
Brin estaba rebosante de excitación.
—¿Y yo también puedo ir, papá?
—Sí, ya es hora de empezar a enviarte de guardia. Harás caso de todo lo
que te digan Ruari y Neil o no volverás a salir de aquí durante un largo
tiempo. ¿Entendido?
La cara del muchacho se iluminó con una euforia contagiosa.
—¡Prometo portarme bien! —exclamó. ¡Lo haré, tío Ruari!
El muchacho le entregó el cachorro con cuidado y empezó a dar saltitos
de pura emoción. Ruari lo comprendía, él había sentido lo mismo cuando
era niño, cualquier oportunidad de viajar con los guardias era puro placer.
Aedan apoyó la mano en el hombro de su hijo y le dijo:
—Ve a despedirte de tu madre y de la abuela. Diles cuándo te vas y
adónde, es importante que alguien sepa siempre sobre los guardias y
guerreros que se marchan.
—¡Sí, papá! —gritó por encima del hombro mientras corría hacia la
torre.
Ruari estaba tan atónito que no sabía qué decirle a su hermano.
—No envío a mi único hijo con cualquiera, Ruari —dijo Aedan—. Ten
eso en cuenta. Puede que debas dejar aquí a tu nuevo amigo.
Inclinó la cabeza hacia Heckie con una sonrisa.
—Lo mantendré a mi lado. Su madre lo rechazó, de modo que lo he
adoptado. —Aedan se limitó a llevarse las manos en las caderas y sonreír
—. Muchas gracias, Aedan.
No sabía qué más decir, pero quería expresar su agradecimiento por la
confianza que su hermano le había demostrado. Tal vez sí creyera en él,
después de todo.
Tendría que probar su valía en este viaje.
5
R uari se fue, pero el comentario de Riley se quedó con él. Ella siempre
había tenido un extraño instinto para saber qué pasaba por la mente de los
demás, pero rara vez era tan directa al respecto.
Entonces, ¿en qué estaba pensando él? En Neil... Seguramente tenía
algo que ver con el segundo de su hermano. No comprendía la
animadversión de aquel hombre hacia él, y quizás había llegado el
momento de confrontarlo directamente.
Para su sorpresa, Neil estaba aún en el pasillo. ¿Se habría quedado
detrás de la puerta para escuchar?
—¡Neil! —le gritó.
El hombre se detuvo y se dio la vuelta para mirarlo.
—¿Qué pasa? ¿Quieres regodearte? No hace falta que te molestes, sé
que Aedan siempre apoyará a su único hermano.
Ruari no sabía exactamente cómo responder a aquello. No era cierto,
pero no quería decirlo en voz alta, sobre todo a él. Heckie se acurrucó
contra su pecho como si supiera que necesitaba el consuelo.
—Aunque estés completamente equivocado.
A eso sí que podía responder.
—¿Equivocado? ¿Cómo demonios me equivoqué al proteger a una
muchacha de menos de veinte veranos?
—Pierdes el foco. Solo tienes ojos para ella y te olvidas de lo más
importante.
Neil se volvió y empezó a alejarse por el pasillo.
—¿Ojos para quién?
¡El muy cabrón intentaba ignorarlo!, pero no iba a permitírselo. Lo
sujetó por el brazo, obligándolo a darse la vuelta.
—Para lady Juliana, cualquiera puede ver que estás interesado en ella.
Solo espero que no acabe muerta como tu mujer.
—Ya has hecho demasiados comentarios insidiosos al respecto, es hora
de que dejes de hacerlo. Yo no tuve nada que ver con la muerte de Doirin.
—¿No? —preguntó él.
—¡Explícate! —le exigió Ruari apretando la mandíbula con tanta fuerza
que le dolió.
Neil bajó tanto la voz que solo Ruari podía oírlo.
—Si no hubieras discutido sobre lo de tener hijos, ella no habría
cabalgado a tal velocidad. Lo sabes y por eso te sientes culpable. —Entornó
los ojos y lo miró con una expresión condenatoria—. Y deberías. Hubiera
sido igual si la hubieras matado con tu propia espada.
Se había pasado de la raya. Ruari dejó a Heckie en el suelo con cuidado
de no hacerle daño, luego se lanzó sobre Neil y lo cogió por el cuello.
—¿Cómo demonios sabes tantos detalles sobre nuestra conversación?
—Porque os oí discutir. La seguí porque estaba preocupado por ella y
tú, seguramente, no lo estabas.
—Fui a buscarla, ¿o no lo recuerdas? Yo iba justo detrás de ti. Mi
pregunta es: ¿por qué nos estabas escuchando?
—Fue por casualidad, no escuchaba a escondidas, solo pasaba por allí.
—¿Y has esperado hasta ahora para decírmelo?
Ruari tenía el deseo de cerrarle la boca para siempre, pero sabía que a
Aedan no le gustaría que lo hiciera.
—No te preocupes, no se lo he contado a nadie. Pero sé la verdad, no
había amor entre vosotros, ¿no es cierto?
—¿Qué sabes tú de amor?
—Más que tú.
—Nunca te has casado.
—Pero he amado.
Las palabras de Riley regresaron a su cabeza: «No te equivocabas».
J oan se sentía mucho mejor al día siguiente, así que había accedido a que
las tres se reunieran con la abadesa después del desayuno en el gran
salón. Aunque no dijo por qué, Juliana sabía perfectamente el motivo y le
temblaban las manos por los nervios.
La madre Mary las saludó.
—Hermana Joan, tenéis mucho mejor aspecto esta mañana. ¿Cómo os
encontráis?
—Me siento mucho mejor, estoy segura de que dentro de una semana
estaré atendiendo mis tareas habituales. Empezaré hoy mismo, pero tal vez
solo medio día.
La madre Mary cruzó las manos sobre el regazo y se inclinó hacia atrás
en su escritorio.
—¿Os ha informado Juliana de sus actividades de anoche?
Joan miró a Juliana confusa.
—No. ¿Qué ocurrió anoche?
El rostro de su hermana palideció y Juliana empezó a retorcerse el
vestido entre las manos. La pobre Joan acababa de recuperarse, ¿su
transgresión la devolvería a su lecho de enferma?
La madre Mary asintió a Juliana, indicándole que era su turno de hablar.
Esperaba que la abadesa lo contara todo por ella, pero también se había
preparado para esta posibilidad. De hecho, casi no había dormido, se había
quedado despierta pensando en lo que iba a decir. Se aclaró la garganta y
dijo ruborizada:
—Anoche salí a pasear porque estaba confusa respecto a mi vocación.
No estaba segura de si debía hacer los votos... —La abadesa se aclaró
notoriamente la garganta, así que Juliana pasó a la parte crucial de su relato
—. Me encontré con Ruari Cameron fuera. Winnie había regresado sola a la
tierra de los Cameron y él me la trajo inmediatamente, porque sabía lo
querida que es para mí.
—¡Juliana! —le espetó la madre Mary—. ¡Tus sentimientos hacia un
animal no forman parte de esta discusión!
Hizo todo lo posible para ignorar los gritos de la abadesa.
—Me lo encontré en el jardín de hierbas y... bueno... me besó, y...
No tuvo ocasión de terminar, su hermana se levantó de un salto del
asiento con el rostro lívido.
—¿¡Cómo has podido!? ¿Y vos los visteis, madre Mary? Nos has
avergonzado a ambas. No sé qué más decir, salvo repetirlo. ¿¡Cómo has
podido!?
Todo el mundo intentaba someterla, tanto su padre como su hermana, y
ya estaba harta. Decidió decir lo que sentía, aunque las dos oyentes que
tenía delante no estarían de acuerdo con ella.
—Joan, no creo que desee hacer los votos, no creo que me interese
convertirme en monja. Me gustaría...
—¿Prefieres casarte con alguien como Ailbeart Munro, que abusará de
ti y te tratará como si valieras menos que un ratón de campo? Veo que
tendré que contarte todo lo que implica el matrimonio para que entiendas
por fin por qué no lo disfrutarás. Los hombres te manosean y te toman
como quieren. Ellos...
La abadesa se puso de pie con las mejillas enrojecidas.
—¡Hermana Joan! ¡Os guardaréis para vos esos pensamientos y no los
repetiréis en mi abadía! Os despediréis ahora, id a la capilla y rogad perdón
por haber pronunciado comentarios tan horribles delante de mí. ¡Idos ahora
mismo!
Señaló hacia la puerta. Su delgada complexión temblaba visiblemente
bajo las voluminosas vestiduras de su hábito. Juliana rezaba para que no se
desplomara en el suelo. En parte, ella también tenía la culpa de haber
alterado tanto a la anciana. La reprimenda dejó a Joan sin habla por un
momento, se quedó mirando a la abadesa con la boca ligeramente abierta,
pero finalmente dijo:
—Todo lo que digo es cierto, tiene derecho a saber la verdad y es mi
responsabilidad decírsela desde que perdimos a nuestra madre.
—¡Idos ya!
La orden fue un bramido furioso.
Joan se marchó a toda prisa. Una vez fuera, la abadesa volvió a tomar
asiento.
—Haréis caso omiso de todo lo que ha dicho vuestra hermana.
Regresaréis a la abadía de Lochluin, ya he enviado un mensajero a vuestro
padre para que esté al corriente de vuestra transgresión.
A Juliana se le hizo un nudo en la garganta.
—¿Mi padre?
¿Cómo reaccionaría? ¿Insistiría en que volviera a casa de inmediato
para casarse con el esposo que él escogiera?
—Vuestra hermana regresará con vos. Ya he hablado del asunto con
Ruari Cameron, y espero que os ofrezca matrimonio como es debido.
Juliana se agarró fuertemente a los brazos de la silla en la que estaba
sentada.
—¿Vos? ¿Vos le dijisteis que se ofreciera por mí?
—Por supuesto. Fue descubierto aprovechándose de vos, un hombre no
besa a una muchacha inocente a menos que planee casarse con ella, podríais
convertiros en madre en cualquier momento. Estoy segura de que vuestro
padre lo verá del mismo modo.
¿Un niño? ¿Por besarse? Eso no era lo que le habían dicho las criadas,
le habían hablado del hombre y la mujer... Era algo en lo que no deseaba
pensar en ese momento, pero era mucho más que besos, había partes
íntimas involucradas, empujones, gemidos... Eso era lo que había oído.
Ojalá su hermana se lo hubiera explicado. ¿Sabría alguna vez la verdad?
Ruari había gemido cuando se besaron... y ella también. ¿Podría ser
cierto?
No, se negaba a creer semejante tontería, besarse no podía crear una
nueva vida. Entonces su mente volvió al asunto que más la afligía.
—¿Le dijisteis que debía casarse conmigo?
—Desde luego. Es lo justo, aunque le dije que podía esperar hasta que
volvierais a la abadía de Lochluin.
Juliana salió corriendo de la cámara con el rostro inundado de lágrimas.
Ruari no quería casarse con ella en absoluto, se había visto obligado a
hacerlo.
Casi habían llegado a las tierras de los Cameron y Ruari aún no había
tenido ocasión de hablar con Juliana. Aunque su hermana la custodiaba de
cerca, esperaba que se escabullera para hablar con él al menos durante el
breve descanso que se tomaron, pero ella evitó incluso el contacto visual.
Tendría que hacerse cargo del asunto él mismo. Así pues, antes de que
llegaran a la abadía, Ruari se acercó a Joan y le dijo:
—Os ruego un momento de vuestro tiempo antes de que regreséis a la
abadía, hermana Joan, y os agradecería que permitierais que Juliana se
uniera a nosotros.
La hermana Joan lo fulminó con la mirada, pero asintió.
Ruari señaló una zona fuera de los establos, luego dio instrucciones a
los guardias que habían viajado con ellos para que algunos fueran de vuelta
a la abadía de Stonecroft, otros se quedarían en Lochluin.
Se dirigió al pequeño claro que había elegido para conversar con ellas y
esperó a que se reunieran con él.
—Hermana Joan —le dijo antes de saludar a Juliana. Una vez más, ella
se negaba a mirarlo, tenía la vista clavada en el suelo. No obstante, él
continuó—: Hermana, quisiera disculparme por mi indiscreción, debería
haber pedido permiso para cortejar a Juliana como es debido en lugar de
aprovecharme de su inocencia.
—Sí, así es, lord Cameron, y debéis mantener las distancias con ella, no
está interesada en vos.
Ruari no estaba seguro de qué responder a eso, pero siguió adelante con
el discurso que había planeado.
—Me gustaría pedir la mano de Juliana en matrimonio. Hubiera
preferido cortejarla para estar seguro de que éramos adecuados el uno para
el otro, pero dadas las circunstancias... —Se detuvo cuando Juliana rompió
a llorar. No sabía cómo reaccionar, pero acabó la frase—. Dadas las
circunstancias, quizá deberíamos casarnos antes. No pretendía faltaros el
respeto a ninguna de los dos, pero siento algo muy intenso por ella.
La hermana Joan levantó la mano.
—No hace falta que sigáis con vuestras mentiras, sabemos que la
abadesa os exigió que os casarais con Juliana. Ella se siente confusa y no
quiere tomar los hábitos, por eso nos han despedido. La habéis deshonrado
y nuestro padre ha dispuesto su matrimonio de inmediato. Está de camino
hacia aquí, Juliana se casará con su prometido dentro de una semana.
Ruari se quedó de piedra.
—Pero quiero casarme con ella...
Juliana lloró aún con más fuerza. Él quería consolarla, abrazarla, pero
su hermana estaba de pie frente a ella, protegiéndola como una mamá osa.
Se asomó por un costado y le preguntó:
—Juliana, ¿por qué lloras así? —Ninguna respondió a su pregunta—.
Quisiera hablar en privado con vuestra hermana —le dijo a Joan—. Solo
unos minutos, bajo aquel árbol, donde podéis vernos.
—No, no volveréis a hablar con ella. Le habéis roto el corazón y la
habéis humillado, lord Cameron. No permitiré que volváis a hacerle daño.
Por favor, dejadnos.
¡Al diablo con su hermana!
—¡Juliana, por favor! —pidió buscándola con la mirada—. Debo hablar
contigo.
Para su sorpresa, ella hizo a un lado a su hermana y se le acercó.
—Solo respóndeme a una pregunta, Ruari Cameron.
—Lo que sea. ¿De qué se trata?
—¿Te dijo la abadesa que era tu deber casarte conmigo?
Ruari se quedó mudo. No sabía cómo responderle con sinceridad sin
que ella pensara lo peor de él.
—Ya tienes tu respuesta, Juliana.
Su hermana la agarró de la mano y tiró de ella.
—Sí, lo hizo, Juliana —respondió Ruari—, pero te lo habría pedido de
todos modos. ¿Por qué crees que te llevé a tu yegua sin siquiera un guardia
que me acompañase? Estaba interesado en ti y no veía el momento de
volver a verte.
Ella le devolvió la mirada con las lágrimas cayendo por su rostro, pero
no dijo nada.
El mundo de Ruari se desmoronó por completo. Hasta entonces, había
pensado que lo único que le importaba era convertirse en el segundo de su
hermano, pero fracasar en esto le parecía muchísimo peor.
12
Ruari estaba en las filas cuando vio que varios caballos abandonaban la
abadía en medio de una nube de polvo. Estaba demasiado lejos para
distinguir ningún detalle. Dejó caer la espada y le dijo a Padraig:
—Tengo que ver quién se marcha. Rezo para que no sea Juliana.
—¿Irás tras ella? ¿Te pondrás de rodillas para pedir su mano? ¿O irás
directamente a por Munro? Eso es lo que yo haría. —El destello de
excitación en los ojos de Padraig evidenciaba lo mucho que le entusiasmaba
la idea—. Tal vez le podrías cantar una canción declarándole tu amor,
seguro que aceptaría tu oferta aunque solo fuera para que pararas.
No pudo evitar sonreír, aunque el corazón le martilleaba con fuerza en
el pecho. Salió hacia los establos a paso rápido y le dijo:
—Te encantaría que fuera directamente hacia ellos y derribara a ese
bruto de su caballo, ¿verdad?
Padraig corrió tras él.
—Sí, ¿lo harías si te lo pido por favor? Iré contigo, me encargaré de tres
de sus guardias para que puedas centrarte en el imbécil.
—No, Aedan haría que me azotaran por algo así.
—¿Por qué tienes tanto miedo de tu hermano? —le preguntó cuando por
fin lo alcanzó.
—No le tengo miedo.
—Entonces te asusta que tenga un motivo para no convertirte en su
segundo.
No se podía negar que eso era cierto. Muchos otros hombres tenían lo
necesario para ocupar ese puesto y odiaba la idea de que volvieran a dejarlo
de lado. Pero había algo más que le preocupaba. ¿Por qué su madre le
recordaba una y otra vez que Aedan era el hermano más fuerte? No siempre
utilizaba esa palabra, pero le había dicho cosas como que Aedan era mayor,
que estaba más preparado y que tenía más criterio. Llevaba años
escuchando sus reflexiones sobre su situación fraternal y, últimamente, lo
hacía mucho más a menudo.
Apartó ese pensamiento de su mente, montó su caballo y cabalgó hacia
la abadía mientras Padraig se apresuraba a seguirlo.
—Deja de pensar en tu madre —le dijo—. Está anclada en la época en
que erais unos niños, eso pasa cuando uno se hace mayor...
Él detuvo su caballo y se volvió hacia Padraig.
—¿¡Cómo demonios sabes lo que estoy pensando!?
Le horrorizó que hubiera adivinado sus pensamientos. ¿Era tan
evidente?
—Porque veo lo disgustado que estás cada vez que la ves, y me he dado
cuenta de que evitas visitarla. Te comprendo, Ruari, mi madre siempre solía
compararme con Roddy, elogiándolo por ser más serio y más aplicado que
yo. Pero ahora que estoy aquí, empieza a verme de otra manera.
—¿De verdad?
—Sí. Mi padre siempre le decía que dejara de compararnos, que no
somos iguales, como tampoco lo sois tú y Aedan, y eso es algo bueno.
Necesitas dar un paso audaz, haz algo que Aedan no espere de ti, es la única
forma de que te sientas como un hombre dueño de sí mismo.
Quizá Padraig tuviera razón. Primero tenía que comprobar qué ocurría
en la abadía, luego tendría una idea más clara de qué tipo de movimiento
audaz tendría que hacer.
Tal vez llevarse a una muchacha de la abadía.
17
Ruari y sus guardias por fin los alcanzaron cerca de un arroyo, era un lugar
lógico para detenerse, pero de inmediato supo que algo iba mal.
Oyó gritos mientras se acercaban y luego vio la sangre y el caos.
Se le encogieron las tripas y rezó para que no hubieran herido a la mujer
que amaba.
—¡Juliana! —gritó mientras saltaba de su caballo, con la esperanza de
que ella lo escuchara por encima del estruendo.
Apartó a los guardias de su camino a empujones y llegó al centro del
grupo, entonces intentó procesar la horrible escena que tenía delante.
Juliana estaba de rodillas en el suelo junto a su hermana, que yacía
cubierta de sangre. Ella levantó la cabeza y gritó, fue un sonido desesperado
y lastimero que le desgarró el alma.
¿Qué demonios había ocurrido?
Cuando llegó a su lado, vio que Joan estaba muerta, o casi. No podía
hacer nada por ella, pero tenía que hacer lo que pudiera por Juliana. La
soltó suavemente de la túnica de su hermana, la cogió en brazos y se la
llevó lejos del grupo.
Entretanto, su padre se había desplomado tambaleante junto a Joan
mientras Munro maldecía a la mujer por haberlo herido.
Se llevó a Juliana lejos del tumulto, donde pudiera oír su voz. Aunque
los guardias de Munro intentaron detenerlo, los hombres de Aedan los
contuvieron con facilidad.
—Dulzura, tranquila... —le susurró él intentando calmarla—. Juliana,
soy yo, Ruari. El hombre que te ama. ¿Me recuerdas? Mi aspecto es
horrible, pero soy yo.
Ella lo miró fijamente agarrando su túnica y por fin dejó de gritar.
Levantó una mano para acariciarle la mejilla y le preguntó:
—Ruari, ¿qué ha pasado? Mi hermana ha muerto. ¿Cómo es posible? —
Su voz era tan aguda y tenue que solo deseó poder arrancarle todo su dolor
y sufrimiento—. Dime que no es verdad, no puede serlo... La sostuve en
mis brazos mientras exhalaba su último aliento. ¡Oh, Joan! ¡Oh, mi querida
hermana!
Ruari se sentó en un tronco caído y la acomodó en su regazo. Le hizo un
gesto a Padraig, que no estaba lejos de allí, para que mantuviera a todos
alejados de allí hasta que pudiera comprender mejor la situación.
—¿Puedes contarme exactamente cómo ocurrió, Juliana?
Ella sollozaba aferrándose aún a su túnica, pero asintió con la cabeza.
—Joan... Joan vino hacia nosotros, se bajó del caballo y descargó su
daga contra Ailbeart... Se la clavó en el hombro —dijo con la respiración
entrecortada, mirando por encima del hombro hacia el sitio donde había
sucedido. De pronto la invadió una calma silenciosa, pero su mirada se
colmó de furia, algo que él nunca había visto en ella—. Fue él —susurró—.
Munro sacó su puñal y se lo clavó en el vientre. Sus hombres ya la tenían
controlada, pero no le importó, la apuñaló, extrajo el puñal y lo limpió en su
vestido con frialdad. ¡Estaba tan impávido cuando lo hizo! Como si la
odiase, como si me odiase a mí. Yo la sujeté... No recuerdo mucho más
hasta que se murió en mis brazos. ¡Oh, Ruari! ¡Ha sido horrible! ¡He
perdido a mi hermana!
Su cabeza cayó sobre su hombro y lloró, todo su cuerpo temblaba. Él no
sabía qué más hacer salvo abrazarla.
Su padre apareció delante de ellos.
—Juliana, debes ir con él, se marcha ya.
Ella se lo quedó mirando con evidente incredulidad.
—Padre, ¿cómo puedes siquiera sugerir algo así? Nunca me casaré con
ese hombre.
Al menos tuvo la delicadeza o el sentido común de no discutir con ella.
Las siguientes palabras de Juliana conmocionaron a Ruari.
—Papá, Joan quería que hiciera los votos, fueron sus últimas palabras.
Llévame a casa, buscaré mis cosas y volveré a la abadía. Voy a convertirme
en monja.
Ruari y sus guardias los escoltaron de regreso a su hogar, pero su padre los
obligó a dormir afuera. Ruari había insistido a Juliana en que no le
importaba, solo estaba preocupado por ella.
Juliana sabía que él aún quería casarse y ella también lo deseaba, pero el
recuerdo del rostro de Joan, retorcido por el dolor, bastaba para persuadirla
de lo contrario.
Dos días después de la muerte de Joan, empacó sus cosas y las llevó al
gran salón, había llegado el momento de regresar a la abadía de Lochluin y
cumplir su promesa.
Su padre estaba sentado junto a la chimenea, olía a whisky. Sobre la
mesa, a su lado, había un barril entero.
—¿Así que esto es todo! —le dijo—. ¿Vas a abandonarme como hizo tu
hermana y hacerme quedar como un imbécil ante Ailbeart Munro? Ya me
pagó mucho dinero por ti y, si decides convertirte en monja, tendré que
devolvérselo.
—Papá, ¿ya gastaste ese dinero?
—No, aún lo tengo todo.
—¡Entonces devuélvelo! —dijo indignada.
¿Acaso su dinero valía para él más de lo que valían sus hijas?
—No, me merezco al menos parte de él, no pienso devolvérselo después
de todo lo que me ha hecho.
El puño de su padre golpeó repentinamente la mesa y ella dio un salto
ante la violencia del gesto, pero no pensaba ceder, ya no. Su padre ocultaba
algo sobre laird Munro, ella lo sabía, y había llegado el momento de que se
lo dijera. Después de lo que le había ocurrido a Joan, después de lo que casi
le había ocurrido a ella, merecía saberlo.
—Se trata de aquella noche, ¿verdad? Cuando yo tenía ocho veranos y
me desperté porque oí llorar a Joan. Laird Munro le hizo algo, ¿no es
cierto? Cuéntamelo, papá, ya no soy una niña, quiero saber qué pasó.
—¡No pasó nada que debas saber! —gritó.
—¡Dímelo!
Un silencio sepulcral se interpuso entre ellos, pero no se lo iba a dejar
pasar, tenía que sincerarse con ella y hablar.
En voz baja, Juliana insistió:
—Papá, Joan ha muerto. Cuéntame lo que pasó aquella noche.
Su padre rompió a llorar con la cabeza gacha. La única vez que lo había
visto llorar así fue tras la muerte de su madre. Levantó la cabeza y se secó
las lágrimas con un pañuelo.
—Te lo diré, aunque juré que la verdad se iría a la tumba conmigo. —Se
aclaró la garganta, se enjugó los ojos y comenzó su relato—. Ailbeart
Munro le arrebató la virginidad a tu hermana. Ella quedó embarazada y yo
le dije a Ailbeart que debía casarse con ella. Cuando él lo supo se puso
eufórico. Iban a casarse tres días después de aquella noche, pero ella se
negó.
Juliana se dejó caer en su silla, incapaz de asimilar lo que acababa de
oír.
—¿Iba a casarse con Joan?
—Sí, pero lo rechazó, dijo que lo odiaba y que quería ser monja.
—Pero... ¿y el bebé? ¿Dónde está su bebé?
¿Acaso tenía una sobrina o un sobrino en alguna parte?
Su padre se inclinó hacia ella y le estrechó la mano.
—Lo perdió poco después de ir a la abadía de Lochluin. Luego se quedó
allí un año antes de hacer los votos. —Su padre clavó la mirada en el vacío
—. Cuando pienso en lo que hizo, al intentar matar a Munro por ti, me doy
cuenta de que tal vez perdió la razón hace ya mucho tiempo y la gente de la
abadía nos lo ocultó.
Ella le cogió las manos.
—Papá, ¿por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué no me lo dijo Joan? No
lo entiendo.
Las lágrimas volvieron a aflorar en sus ojos y no intentó detenerlas.
—Porque era demasiado doloroso.
Recordó lo que Joan le había dicho sobre los hombres, que manoseaban
a las mujeres... No habría dicho tal cosa y no habría odiado tanto a Munro si
se hubiera acostado con él por su propia voluntad, él le había arrebatado su
inocencia.
El desprecio de Juliana hacia Ailbeart Munro adquirió un significado
totalmente nuevo.
22
Ruari evitó la abadía durante las dos semanas siguientes para dejar que
Juliana tuviera el tiempo que necesitaba para llorar a su hermana, y también
con la esperanza de que se diera cuenta de que no estaba destinada a ser
monja.
Su corazón anhelaba verla.
Un día, Aedan lo llamó a su solar para decirle que Munro había hecho
una visita a la abadía. Al parecer, aún esperaba convencer a Juliana para que
se casara con él. Ella se había negado a verlo y él se marchó furioso.
—La madre Matilda puede ser toda una autoridad cuando se lo propone
—dijo Aedan—. Puede hacer que los monjes cumplan sus órdenes cuando
alguien amenaza el bienestar de uno de sus protegidos.
—¿Por qué no me lo contaste, Aedan? Con gusto habría enviado al
bastardo a su tierra yo mismo.
—La abadesa envió un mensajero por si había problemas, pero
realmente no esperaba que los hubiera. Juliana está de luto. Qué fuerte
impacto para una jovencita sostener a su hermana en brazos y verla morir...
Creí que dejar las cosas así sería lo mejor.
—Tal vez —murmuró Ruari.
—Y temí que si yo veía a ese bastardo acabaría confrontándolo por lo
que le hizo a mi hermano. Afortunadamente, se fue enseguida.
Ruari se sorprendió al ver con cuánta emoción hablaba su hermano
sobre la golpiza que le habían dado.
—¿Qué? ¿Te sorprende? Ve a buscar una bandeja de plata y mira tu
reflejo. Sigues pareciendo un monstruo. —Aedan se rio entre dientes.
Tal vez le convendría fingir que ese era el motivo por el que se había
mantenido alejado de Juliana en lugar de la verdadera razón: tenía miedo de
verla y que le dijera que ya se había convertido en novicia.
Él le había estado enviando algunos presentes modestos: una tarta de
bayas, jabón de lavanda y un ramo de flores silvestres que olía justo igual
que ella.
Aunque el mensajero siempre le comunicaba sus palabras de
agradecimiento, nunca pidió hablar con él.
Un día, en las filas, perdió finalmente las ganas de pelear y arrojó la
espada al suelo.
—Hoy estás perezoso, Cameron —le dijo Padraig—. ¿O se trata de otra
cosa?
Él sacudió la cabeza, incapaz de expresar su frustración con palabras.
Entonces vio que su sobrina Riley estaba acercándose a ellos.
—Tu respuesta llegará pronto —le dijo con una sonrisa.
Tras comunicarle su enigmática declaración, dio media vuelta como una
pequeña hada y corrió hacia la torre.
—¿Qué crees que quería decir con eso? —le preguntó Padraig
rascándose la cabeza—. ¿Tu sobrina es siempre tan rara o es que es
vidente?
Ruari se quedó mirando a la muchacha que se alejaba con su trenza
rebotando en el aire.
—No es vidente, que yo sepa. Pero aún es joven, tal vez esté
desarrollando la habilidad. Tendré que preguntárselo a Aedan o a Jennie. —
Se secó el sudor de la frente con la túnica—. Ya he tenido bastante por hoy,
Padraig.
La verdad era que aún le dolían los músculos por la paliza y el dolor del
pecho se negaba a abandonarlo.
—Voy a visitar a mi madre. No quería que me viera la cara en semejante
estado, pero no la he vuelto a ver desde aquel día antes de ir a casa de
Munro. Ya lo he aplazado demasiado —dijo encaminándose hacia la torre
—. Quédate y sigue entrenando con los guardias, lo necesitan.
Entró en la torre y encontró a su madre en su cámara delante del fuego.
—Hola, mamá.
—¡Ruari! Me alegro mucho de que hayas venido.
Se inclinó para besarle la mejilla y tomó asiento a su lado.
—¿Cómo están hoy tus dolores?
Esperó su reacción ante los moratones que tenía en la cara, pero no
hubo ninguna.
—No tengo dolores, pero tengo un mensaje de Riley para ti.
Desconcertado, respondió:
—Riley me acaba de decir algo, pero no estoy seguro de lo que
significa.
—Me complace que haya ido a verte. No te preocupes, lo averiguarás
muy pronto. Solo recuerda que siempre te querré.
Sonrió y le acarició la mejilla. Luego su cabeza cayó sobre su pecho y
se quedó dormida. Ruari la tapó con la manta que llevaba en el regazo.
—Yo también te quiero, mamá —susurró mientras la besaba en la
cabeza.
La dejó allí, cruzó unas palabras con la cuidadora que solía atender a su
madre y salió de nuevo al patio a buscar a Aedan. Su hermano venía hacia
él con una amplia sonrisa en la boca.
—Aedan, ¿has visto bien a mamá?
—¿Qué? Sí, la he visto como siempre. Pero oye, tenemos visita, alguien
ha venido a verte, aunque no sé muy bien el motivo. Te alegrará su
compañía, sea cual sea su mensaje.
Su corazón se aceleró ante la perspectiva de que Juliana hubiera venido
a verlo, pero entonces vio a los visitantes que salían de los establos. Eran
Drew Menzie, su esposa Avelina y sus cuatro hijos. Los Menzie vivían
cerca y se los consideraba de la familia, en virtud del matrimonio de la
hermana de Jennie con el hermano de Avelina. El grupo se acercó a ellos y
Drew estrechó el hombro de Aedan con una sonrisa.
—¡Cameron! ¡Me alegro de volver a verte! ¿Estáis todos bien? Ruari, lo
siento por los problemas que parece que estás pasando, pero quizá tu suerte
esté a punto de cambiar.
No tenía ni idea de lo que eso significaba, de modo que no dijo nada.
Avelina, tras saludarlos a ambos, dijo:
—Drew, ¿por qué no llevas a los muchachos a las filas para que vean el
entrenamiento mientras Elyse y yo hablamos con Ruari? Ruari, ¿recuerdas a
nuestros muchachos? Este es Tad, el mayor, y los pequeños son Tomag y
Maitland.
Ruari los saludó a todos, pero estos se marcharon hacia las filas tan
rápido como pudieron. Calculó que el más pequeño tendría unos siete u
ocho veranos.
—¡Papá, vamos a buscar a Brin! —gritó el muchacho por encima de su
hombro.
Los tres corrieron en una línea recta y él no pudo evitar sonreír. ¡Cuánto
hubiera deseado tener hijos propios! Se acordó de Grizella, la anciana
sanadora que le había cosido la herida. Durante todo aquel tiempo se había
preguntado por qué su esposa no le había dado hijos; ella le decía que era el
destino, que era una señal de que no debían ser padres, pero todo el tiempo
era ella misma la que lo estaba impidiendo. Se sintió amargamente
traicionado.
La noticia de que había visitas debió haber llegado a la torre, porque
Jennie, Tara y Riley salieron para saludarlos. Cuando acabaron con los
abrazos y las risas, Avelina le dijo a Jennie:
—Hemos venido a ver a Ruari. ¿Hay algún sitio donde podamos hablar
en privado? Eres bienvenida a acompañarnos, por supuesto.
Riley dio un decidido paso adelante y dijo:
—Yo también, ¿verdad, tía Lina?
Elyse, que tendría unos dieciséis veranos, se acercó y acarició la mejilla
de Riley. Se produjo un inquietante silencio entre ellas cuando ambas
cruzaron sus miradas. Lo que ocurrió a continuación fue tan sorprendente
que Ruari no lo habría creído si no lo hubiera visto con sus propios ojos: un
peculiar resplandor dorado emanó de Avelina y se proyectó primero sobre
Elyse y luego sobre Riley. Y tan pronto como había aparecido, se
desvaneció.
Elyse esbozó una amplia sonrisa y dijo:
—Por supuesto, Riley. Ya veo que eres muy especial.
Los ojos de Jennie se habían abierto de par en par, pero no dijo nada
sobre aquella extraña aura. Apoyó las manos en los hombros de Riley y
dijo:
—Entra. Tara y yo prepararemos algo de comer mientras tú y Elyse
habláis con Ruari y Riley.
Ruari miró a una y a otra. Algo muy extraño estaba sucediendo, pero no
comprendía qué era. Esperó a que las mujeres guiaran el camino, seguidas
por las muchachas, y fue detrás de ellas.
Estaban a punto de subir los escalones de la torre cuando Riley se
detuvo, se volvió hacia él y le dijo:
—¿Lo ves, tío Ruari? Está ocurriendo tal como te lo dije.
23
Mi queridísima Juliana:
Me cuesta expresarme, pero debo decirte lo que hay en mi corazón.
No te cases con Ailbeart Munro, es un hombre cruel e insensible. Lo sé
porque yo estuve a punto de casarme con él. Confía en mí en esto e ignora
lo que diga papá.
Después de mucho rezar por ello, comprendí que no te conviene tomar
los hábitos. Le has dado a Ruari Cameron tu corazón y él es un hombre
bueno y honorable. Cásate con él, y espero que tengáis muchos hijos
juntos.
He intentado decírtelo, pero me cuesta, porque la verdad es que siempre
quise lo mismo para mí, solo que no sucedió.
Te quiero con todo mi corazón y espero que algún día seas feliz y tengas
hijos, es lo que mamá habría deseado para ti también.
Tengo que enseñarte a leer antes de poder darte esto, pero, al menos, ya
he escrito mis pensamientos. Tenía la extraña sensación de que debía
hacerlo, no sé por qué.
Algún día serás una madre maravillosa, y algún día también te contaré
mi otro secreto.
Tu hermana,
Joan
Elyse, que había regresado a la puerta con las demás mientras su madre leía
la carta, le sonrió. Era una sonrisa abierta y familiar, como las que Joan le
dedicaba cuando era pequeña.
—Sé feliz —le dijo.
Jennie y Riley se marcharon con Elyse, pero Avelina la envolvió en un
fuerte abrazo y Juliana lloró arropada entre sus brazos.
24
Habían pasado casi dos días desde que Juliana supo la verdad sobre los
deseos de su hermana. Había hablado con la abadesa, la que le pidió que
dejara transcurrir al menos una semana de reflexión antes de tomar una
decisión definitiva.
La revelación la despertó a altas horas de la noche, cuando todas las
monjas y la abadesa ya estaban dormidas. Tenía que hablar con Ruari de
inmediato.
Se quitó las zapatillas para no hacer ruido y se deslizó sigilosamente por
el largo pasillo, luego volvió a ponérselas cuando estuvo fuera, en la
oscuridad de la fría noche. Acurrucada en su manto, se detuvo un momento
frente a la abadía y pronunció una rápida oración para que el Señor la
guiara por el camino correcto.
Respiró hondo y avanzó hacia los establos, donde se topó con dos
guardias. Ambos eran amigos de Ruari, eran los que le llevaban sus regalos.
—Buenas noches —los saludó—. ¿Podríais acompañarme a la torre de
los Cameron? Necesito informarles de algo.
—Sí —respondió uno de ellos—. Ruari nos dio instrucciones estrictas
de que, si alguna vez lo necesitabais, os ayudáramos en lo que fuera. Os
acompañaré, milady.
—Iré contigo —dijo enseguida su compañero—. Avisaré a los demás
que nos vamos.
Juliana dejó escapar el aire que había estado conteniendo en cuanto el
guardia fue a buscarle un caballo. Al poco tiempo estaban alejándose de la
abadía, en dirección a la tierra de los Cameron.
Agradeció tener aquel rato, pues necesitaba tiempo para pensar en lo
que iba a hacer cuando llegara. ¿Cómo iba a decirle a un guardia que sacara
a Ruari de la cama?
Sus preocupaciones no habían sido necesarias, Padraig y Ruari estaban
sentados frente a una pequeña cabaña cerca de las puertas, ambos bebían
cerveza.
—¿Ruari? —llamó ella mientras detenía su caballo.
Al verlo, algo se encendió en su interior, colmándola de calor.
—¿Juliana? ¿Estás bien? Iba a ir a verte mañana a primera hora.
—Ha solicitado veros —dijo el guardia—. ¿Queréis que os esperemos,
milady?
—No —respondió Ruari—. Gracias por velar por su seguridad. Enviaré
a mis propios guardias para que la escolten de regreso.
Cuando los hombres se marcharon, Ruari se aproximó a ella y le
preguntó:
—¿Seguro que estás bien?
—Ruari, me siento libre por primera vez en mucho tiempo. Pero ¿por
qué estás aquí fuera? ¿No duermes en la torre?
—La mayoría de las veces —dijo encogiéndose de hombros—. Aquí es
donde duerme Padraig, he decidido quedarme un rato con él. —La ayudó a
bajar y le dijo—: Ven dentro y te daré algo caliente para beber. Nadie se
enterará que estás aquí.
—¿Estás seguro?
Ella echó un vistazo a los alrededores, estaban bastante lejos de las
demás cabañas.
—Yo me quedaré y vigilaré aquí fuera —dijo Padraig—. Hablad con
Ruari en privado, milady.
—No le robaré más que un poco de su tiempo —dijo Juliana y entró por
la puerta que Ruari le sostenía.
Era una casa sencilla. Había dos sillas delante de la chimenea; las
llamas se habían apagado, pero Ruari echó más leña haciendo saltar chispas
en el aire. En el centro de la cabaña había una mesa y dos sillas, y más allá,
dos camas separadas por un arcón. Completaban el mobiliario un par de
cofres más, cargados con diversas vasijas y dagas.
—Siéntate, por favor —le pidió Ruari. —A ella le pareció que sonaba
nervioso, lo que la hizo sentirse menos nerviosa ella misma—. ¿Cómo
estás? Sabía que Avelina, Jennie, Elyse y Riley fueron a verte, pero nunca
supe qué sucedió. Jennie me comentó que había sido algo bueno para ti. Yo
quería ir, pero ella me convenció de que te diera algo de tiempo. —
Acomodó su silla para estar a su lado y le cogió la mano con cautela—.
Espero que haya sido provechoso para ti.
—Ha sido muy provechoso, Ruari. ¡Estoy exultante! Lo que quería mi
hermana era que me casara contigo. Tus sobrinas me guiaron hasta el libro
donde había escondido una carta para mí, allí me explicaba todo.
—¿De verdad? ¿Y nunca te dijo nada de esto?
—No. No sé por qué no me dijo lo que sentía, pero estoy muy
agradecida de que me dejara este mensaje. La abadesa me pidió que lo
pensara bien durante una semana, que rezara para que nuestro Señor me
guiara, pero yo no quiero esperar más. Si aún me quieres, deseo casarme
contigo.
Ruari saltó de la silla y puso a Juliana de pie, rodeándola con sus
brazos.
—Lady Juliana —dijo con la voz cargada de emoción—, ¿me harías el
honor de convertirte en mi esposa?
—¡Sí! Nada me haría más feliz.
Ruari descendió sobre sus labios y ella suspiró, agradecida de volver a
estar tan cerca de él. Sus lenguas se unieron en una danza y ella se apretó
más a él, fundiendo su cuerpo con el suyo hasta que fueron uno solo.
Juliana lo detuvo y le puso la mano en el pecho.
—¿Cuándo, Ruari? ¿Y dónde viviremos? ¿Aquí, en la tierra de los
Cameron? ¿En nuestra propia cabaña o en la torre?
—Podemos ir donde tú quieras.
—No habrás cambiado de opinión, ¿verdad?
Lo miró desconcertada.
—Pensaba que viviríamos en las tierras de los Cameron, pero ahora
creo que quizás deberíamos hacer algo especial, algo diferente. —Apretó
los labios y la miró fijamente—. Quizás deberíamos fugarnos, casarnos en
una pequeña iglesia y buscar un sitio propio donde vivir, lejos de aquí.
Tengo muchos amigos en otros clanes, podríamos vivir con los Grant o con
los Ramsay; quizás al hermano de Padraig le pueda ser útil.
—¿Estás seguro? Me encanta la idea de viajar durante un tiempo, pero
¿no tienes responsabilidades con tu hermano?
—No tengo verdaderas responsabilidades aquí, y me encantaría visitar a
varios de mis primos, presentártelos.
Ella pensó un momento, considerando sus palabras. Aunque no quería
alejarlo de su familia, él le ofrecía un panorama muy atractivo. Su padre no
le había permitido ver gran cosa del mundo.
—¿Podríamos visitarlos a todos y ver qué sitio nos gusta más? No he
viajado mucho... Me encantaría recorrer las Highlands o cualquier sitio
nuevo. Sería como una aventura, nuestra propia aventura como marido y
mujer.
Él la abrazó con fuerza y apoyó la barbilla sobre su cabeza.
—Seremos muy felices. Tengo bastante dinero ahorrado.
—¿Cuándo nos iremos? ¿Estás convencido de que no prefieres que nos
casemos aquí?
—No, no quiero ser una carga para mi hermano. Este es mi segundo
matrimonio, así que me parece mejor que sea una ceremonia discreta, ya
podremos hacer una celebración a nuestro regreso. Tengo que recoger mis
cosas y despedirme de mi madre, de Padraig y los demás. Tú reúne las
cosas de tu hermana y empácalas, llevaré un caballo extra para transportar
todo, nos iremos solos.
Ella lo abrazó.
—Te amo, Ruari.
—Te amo, dulzura. Estoy impaciente por convertirte en mi esposa.
Juliana por fin sentía que su vida iba en la dirección correcta. Solo había
una cosa que le preocupaba: el secreto de su hermana.
—¿Puedo pedirte algo? Me gustaría ver a mi padre antes de irnos. Mi
hermana me habló de un secreto y quiero preguntarle sobre eso, y también
me gustaría contarle acerca de nuestro matrimonio.
—De acuerdo, pero no hasta después de casarnos. Tengo miedo de que
intente hacerte cambiar de opinión.
—Jamás.
Se acercó a él y volvió a besarlo.
—Iré a buscarte pasado mañana después del desayuno, antes de que el
sol llegue a lo alto.
—¡Estoy tan emocionada! —Se rio dando ligeros saltitos de alegría—.
¿Lo hacemos oficial con un beso?
Se dieron un beso apasionado que ella sintió hasta en las puntas de los
pies.
Iba a ser la esposa de Ruari Cameron. Esta vez nada la detendría.
25
A unque Ruari había resuelto sus diferencias con Aedan, estaba muy
satisfecho con el plan que había trazado con Juliana, un plan que no
pensaba compartir con nadie salvo con Padraig.
Tal vez encontrara un propósito con alguno de sus primos. Hacía tiempo
que sabía que no lo necesitaban en la tierra de los Cameron.
Solo un día más y se marcharía. Fue hacia la habitación de la torre para
ver a su madre y abrió la puerta en silencio por si estuviera durmiendo.
Estaba sentada frente a la chimenea con sus labores sobre el regazo,
mirando las llamas.
—¡Ruari! ¡Cuánto me alegro de que estés aquí! ¿Te quedas un rato
conmigo? —Señaló la silla que había junto a ella—. Me siento un poco sola
esta mañana, nadie ha venido a verme.
—¿No han venido Brin, Tara ni Riley?
—Oh, no, están todos ocupados. ¿Cómo te va a ti? No has estado
enfermo, ¿verdad? Hace varios días que no te veo.
—Estoy bien, mamá, es solo que he estado ocupado. Oye, puede que
esté fuera unas semanas, pero no te preocupes, volveré para visitarte —dijo
mirando por encima del hombro para comprobar que nadie lo estuviera
escuchando.
—Ruari, ¿cuándo dejarás de compararte con Aedan? Veo que lo buscas.
Tú también eres un buen muchacho, pero las estrellas determinaron quién
sería el más fuerte. Aedan fue mi primogénito, por lo que es el líder y
también el más fuerte. No debes dejar que eso te perturbe más.
—Mamá, no me molesta, acepto a Aedan como mi laird. ¿Por qué me
sigues diciendo eso?
Ojalá dejara de compararlo con Aedan.
—¡Oh, Ruari! Sé cómo piensas. Deberías ir a las filas para entrenar.
Tengo frío, ¿me traes otra piel, por favor?
Cogió dos pieles y se las echó sobre los hombros, luego le besó la frente
y se marchó, pero seguía preguntándose por qué su madre sentía la
necesidad de mencionar una y otra vez que Aedan era el hermano más
fuerte, odiaba que dijera eso. Hacía tiempo que se había hecho más fuerte
que Aedan trabajando tan duro en las filas, pero su madre no parecía
haberse dado cuenta.
Padraig lo saludó en el salón.
—¿Algún cambio de planes? ¿Todo bien hasta ahora?
—Sí, solo necesito reunir mi dinero, iré a hacerlo ahora, luego bajaré el
morral a la cabaña.
Subió las escaleras hasta su cámara y dividió el dinero en dos bolsas:
una pequeña para llevar encima y otra grande para guardar en el morral.
Cuando acabó salió para esconderlo en la cabaña de Padraig, pero no llegó
muy lejos, apenas atravesó las puertas una vocecita lo llamó.
Era Riley. Su querida sobrina corrió hacia él, sus piernas sobrevolaban
la hierba que crecía cerca del castillo.
—¡Tío Ruari!
—Buenos días, Riley. ¿Ocurre algo?
Se detuvo ante él y lo miró con una brillante sonrisa iluminándole el
rostro, pero duró tan solo por un instante, luego su expresión se tornó
mortalmente seria.
—Tío Ruari, debes irte.
No tenía ni idea de lo que quería decir con eso. Se arrodilló para que
estuvieran frente a frente.
—Cariño, ¿qué quieres decir con eso?
—Tienes que irte, me han dicho que te lo dijera.
Su rostro era tan grave para ser tan joven que no sabía si creerle o no.
Pero, según Juliana, habían sido Elyse y Riley quienes transmitieron el
mensaje de Joan desde el más allá, sería tonto si no tuviera en cuenta lo que
ella tenía que decirle.
—¡Vete ya, por favor!
Ruari pensó que lo mejor sería tratar el asunto con cautela.
—Te creo, pero ¿adónde debo ir?
—No importa, cabalga fuera de las tierras de los Cameron, ellos te
guiarán.
—¿Quiénes son ellos?
Una sensación muy inquietante le subió por la espalda. Ella se dio la
vuelta y echó a correr hacia la torre.
Ruari modificó el rumbo y fue primero al establo para ensillar su
caballo. El mozo de cuadra advirtió que llegaba, preparó su semental y lo
llevó hacia él.
La mente de Ruari volaba en una docena de direcciones diferentes.
Rezaba para que Juliana no tuviera problemas, ¿de quién más podría estar
hablando?
Acomodó el morral en la silla y montó. El mozo le preguntó adónde iba,
pero no le respondió. ¿Qué iba a decirle si no lo sabía?
Tiró de las riendas y llevó el caballo al galope, alejándose de la tierra de
los Cameron en dirección a la abadía, pero entonces sintió el repentino
impulso de desviarse hacia el sur. No sabía por qué, pero no lo ignoró.
Poco después, obtuvo su respuesta: un grupo de unos doce jinetes se
dirigían hacia el sur con un prisionero en medio, llevaba las manos atadas a
la espalda.
Era Neil. Lo habían hecho prisionero los guardias de Munro y se
dirigían al sur, hacia sus tierras. Ruari asumió de inmediato en su papel de
espía, ya había aprendido que no podía enfrentarse a una docena de
hombres. Llevó el caballo por el bosque mientras los jinetes avanzaban por
el camino principal. Podría seguirlos de aquel modo durante al menos dos
horas, casi hasta las tierras de Munro.
Mientras cabalgaba, sus pensamientos regresaban hacia Juliana y su
plan de partir al día siguiente. ¿Debería dejarle a su hermano la
responsabilidad de salvar a Neil? Aedan podría ir detrás de ellos, tenía
guardias de sobra.
No, no había ninguna duda, si no los seguía ahora, la vida de Neil
podría correr un gran riesgo. Aunque era un cabrón de cuidado y tenían sus
diferencias, él debía hacer lo que era correcto.
Estaban casi en las tierras de Munro cuando oyó una conversación que
le rasgó las entrañas.
—¿Ya han cogido a la muchacha? —preguntó un guardia.
—Sí, han tenido que inmovilizar a unos cuantos guardias, pero se la han
llevado. Nos llevan una hora de ventaja —respondió otro.
—No hicieron daño a las monjas, ¿verdad? —preguntó un tercero. —
Munro dio instrucciones estrictas de dejar a la abadesa y a las hermanas
ilesas.
El primer guardia soltó una carcajada.
—¡La única combativa fue nuestra futura señora! Será buena Munro. Ha
mordido a tu hermano.
—No creí que hicieran falta tres tentativas para que por fin pudiéramos
llevárnosla.
¿De qué demonios estaban hablando?
—La primera vez esperaron demasiado, ya estaban muy cerca de la
tierra de los Cameron.
—Sí, perdimos a tres hombres entonces.
—Al menos tu hermano sobrevivió, menos mal que no vestían la manta
de los Munro.
—Sí... Él me contó que casi la cogió en la abadía de Stonecroft, pero el
cabrón de Cameron se la llevó muy rápido. Aun así, consiguió hacerle una
buena tajada a su hermana.
Ruari no podía estar más sorprendido. ¡Ambos ataques habían estado
dirigidos a Juliana! El bastardo de Munro había enviado a sus hombres tras
ella, probablemente para evitar pagar la dote que había acordado con su
padre. Gracias a Dios que habían podido salvarla del secuestro esas dos
primeras veces.
Los canallas siguieron hablando sobre sus fechorías y riendo a
carcajadas. Ruari quería matar a esos bastardos por haber tocado a su
prometida, pero no podía atacar antes de saber en qué se estaba metiendo,
tenía que averiguar adónde la tenían.
Cuando los jinetes cruzaron el puente se oyó un fuerte estrépito que le
permitió saber que habían levantado las puertas que protegía la torre.
Detuvo su caballo en el linde del denso bosque para observar el castillo y
sus murallas, tendría que escalarlas o encontrar una entrada secundaria, o tal
vez hubiera un túnel bajo la torre.
Mientras reflexionaba sobre sus opciones, una voz lo sobresaltó desde
detrás de él.
—¡Ni se te ocurra entrar solo!
Era Padraig.
Nunca se había alegrado tanto de ver a alguien; le dio una palmada en la
espalda a su primo y se lo dijo.
—¿A quién buscas ahora?
Ruari perdió la sonrisa rápidamente.
—A Neil, pero oí por casualidad a los guardias hablar de Juliana, se la
llevaron secuestrada de la abadía una hora antes de coger a Neil.
—¿Han secuestrado a Neil? ¿O iba voluntariamente con ellos?
—Iba amarrado —respondió Ruari con la mirada todavía fija en la torre
—. También me enteré de que fueron los hombres de Munro los que
atacaron aquellas dos veces, querían llevarse a Juliana disfrazados de
merodeadores.
—¿De verdad? ¿Fue Munro el que intentó secuestrarla fuera de la
abadía?
—Sí, oí a sus hombres reírse de ello. También fueron los responsables
del ataque de camino a Stonecroft. Ambos fueron intentos de secuestrarla.
—¡Diablos! Eso explica muchas cosas, excepto... ¿Por qué demonios
querría Munro a Neil? A Juliana, lo entiendo, pero ¿por qué iba a
secuestrarlo a él?
—No tengo ni idea —dijo Ruari, por fin mirándolo a la cara—, pero
pienso averiguarlo.
26
—Tengo que entrar y ver dónde está —dijo Ruari—. Puedo sacarla a ella y
volver a por Neil después.
—Presta atención a mis palabras, Ruari: no le serás de ninguna ayuda si
lo haces solo. Tus tácticas de espionaje nos han traído hasta aquí, pero
¿cómo vamos a sacarlos?
Un crujido en los arbustos detrás de ellos hizo que ambos desenvainaran
sus armas, pero cuando apareció el causante, Ruari se quedó atónito.
Aedan tenía ambas manos en alto.
—Sé que te gustaría atravesarme con tu espada, Ruari, pero aún no, por
favor.
—¡Diablos! ¡Pues la mejor manera de que te atraviesen con una espada
es acercarte sigilosamente a alguien que tiene una en la mano! —exclamó
Ruari.
—Déjalo. Dime lo que has averiguado.
—Juliana y Neil están retenidos contra su voluntad por laird Munro.
Seguro que podemos imaginar por qué quiere a Juliana, pero ¿por qué a
Neil?.
Aedan estaba tan desconcertado como ellos por la presencia de Neil en
aquella trama.
—No sabemos por qué está aquí, pero sí sabemos que fue Munro.
Aedan sacudió la cabeza con asombro, rascándose la barba.
—¡Bastardo!
—¿Cómo sabías que veníamos aquí? —susurró Padraig a Aedan.
—Por Riley, me habló de su premonición y decidí traer algunos
hombres para ayudaros.
—Nunca habría sabido que tenía que venir aquí si no fuera por ella —
dijo Ruari—. No sé qué pensar de sus habilidades.
Aedan suspiró y se secó el sudor de la frente.
—Es lo que pasa cuando te casas con una sanadora. Solo está
descubriendo sus dones, tengo el presentimiento de que seguirán creciendo.
—¿Cuántos hombres tienes? —preguntó Ruari.
—Treinta. ¿Cuántos tiene Munro?
—Probablemente cuarenta o cincuenta. Voy a entrar para ver si puedo
liberar a Juliana cuando oscurezca, o al menos para averiguar adónde los
tienen retenidos a ambos. En media hora podré entrar a hurtadillas. —Se
frotó la barba y se rascó la barbilla—. ¿Por qué demonios está Neil ahí
dentro? Aedan, ¿se te ha escapado algo? Debes de tener alguna corazonada
al respecto, ¿no?
— No, pero últimamente él y yo no estamos muy de acuerdo. —Hizo
una pausa y añadió—: Me gustaría que fueras mi nuevo segundo cuando
esto acabe. —Le estrechó el hombro—. Últimamente me has impresionado
con tus habilidades.
Eran las palabras que deseaba oír desde que tenía memoria, pero el
momento no era el oportuno. Tenía que ser sincero con su hermano.
—Aedan, es un honor, pero aún no puedo darte una respuesta.
Aedan lo miró perplejo.
—¡Creía que era eso lo que querías!
—Así es —miró hacia el castillo—. O lo era. Pero Juliana es más
importante para mí. Habíamos planeado irnos para casarnos y visitar a
nuestros parientes, no puedo responderte hasta que hable con ella.
—Que así sea.
Padraig les dedicó a ambos una enorme sonrisa.
—¿Qué? —preguntó Ruari.
—Después de todo este tiempo, ¿¡es posible que lo rechaces!? Estás
lleno de sorpresas, Ruari.
Aedan sacudió la cabeza y miró a Padraig.
—¿Cómo has llegado a ser tan listillo? Tus padres deben de tirarse de
los pelos por ti.
Su sonrisa enseñaba todos los dientes.
—Es bien sabido que lo hacen.
Ruari miró a ambos y luego preguntó:
—¿Por qué no le pides a Padraig que sea tu segundo? Yo imaginaba que
era por eso que lo habías traído aquí.
—¿A Padraig? No. La razón es que estaba volviendo loco a su padre.
Además, su hermano quiere que sea su segundo. Ha estado incrementando
el número de sus guardias y quiere poner a alguien al mando.
La sonrisa de Padraig desapareció.
—¿Eso quiere?
—Es lo que me han dicho. Cuando Roddy considere que estás
preparado, tengo que enviarte con él. Aunque hay un problema.
—¿Qué problema?
La expresión de pasmo de Padraig hizo que Ruari casi riera en voz alta.
Sabía lo que iba a ocurrir a continuación.
—Que le dije a tu padre que nunca estarías preparado porque eres
demasiado listillo.
Un relámpago atravesó el cielo, seguido de un trueno tan fuerte que hizo
temblar el suelo.
—¡Diablos! Vamos a morir todos —dijo Padraig empalidecido.
—No, esto es perfecto —afirmó Ruari—. La tormenta me servirá de
distracción. En cuanto empiece a llover, entraré por la parte de atrás. Aedan,
prepara a tus hombres para atacar, tú sabrás cuándo. Padraig. —Su primo no
podía dejar de mirar los relámpagos que cortaban el cielo. Lo cogió de la
túnica y le dijo—: Tú vienes conmigo.
27
Dos lunas más tarde, Ruari se paseaba por la cámara de la torre deseando
poder hacer algo para ayudar a su esposa. Juliana estaba abrazada a la
jofaina mientras Anora le pasaba un trapo húmedo por la frente.
—Solo piensa en lo maravilloso que será cuando tengas a tu bebé en
brazos, tía.
Juliana gimió.
—Lo sé.
Se enjuagó la boca por cuarta vez aquel día. Él le besó la mejilla y dijo:
—Iré a buscar agua fresca y tal vez algo de pan para ti.
Salió a toda prisa, deseando volver con ella lo antes posible. Aunque su
corazón se había ensanchado tanto que se preguntaba cómo podía
contenerlo en el pecho, odiaba ver sufrir a su esposa, esperaba que pudiera
dejar atrás aquella fase de malestar.
Brin estaba en el suelo, cerca de la puerta, jugando con Heckie. Le
lanzaba un palo al otro lado de la habitación para que el cachorro corriera
tras él mientras le ladraba como si estuviera vivo.
—Heckie está creciendo mucho, Brin. Lo estás cuidando muy bien.
La puerta del patio se abrió de golpe y Neil entró a grandes zancadas
con Aedan detrás.
—¡Detente, Neil! Es una orden que harías bien en no ignorar.
Aedan miró a Ruari, que ya había empezado a andar hacia las cocinas.
—Querrás quedarte y oír esto.
Ruari no tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero hizo caso a su
hermano y esperó. Otro hombre entró por la puerta detrás de Aedan, pero se
detuvo y esperó a que le dieran indicaciones.
Neil se dio la vuelta como si fuera a enfrentarse a Aedan, pero Heckie
corrió hacia él e intentó morderle el tobillo.
—¡Aléjate de mí, pequeño bastardo!
Le dio una patada al cachorro y lo hizo volar por el salón. Brin corrió
hacia él aullando tan fuerte como el cachorro.
—Neil, te lo advierto —dijo Aedan—. Te quedarás aquí como un
hombre y nos darás respuestas.
Neil se llevó las manos a las caderas. Primero miró a Ruari, luego al
hombre de la puerta y, por último, a Aedan.
—De acuerdo. Como queráis.
Aedan señaló al visitante.
—Ruari, este es uno de los guardias de Munro que acaba de unirse a
nuestro clan. Tiene una información importante que compartir, se trata de
algo que ocurrió hace tres años.
Ruari se acercó para asegurarse de que oiría todo lo que se dijera.
—Adelante.
El guardia asintió a Aedan y Ruari, y luego dijo:
—Mi laird, jefe, fue hace tres años cuando me fijé en este hombre que
tengo delante. —Señaló a Neil—. Estaba hablando con una hermosa mujer
de cabello oscuro que montaba a caballo. Ella se enfadó tanto con él que
llevó su caballo al galope en un terreno solo apto para el trote. Él la
persiguió, gritándole que se detuviera, pero ella no lo hizo. En un momento
dado, giró la cabeza para decirle algo, pero era un mal momento para
hacerlo. Su caballo se tropezó con un tronco y cayó sobre su pata delantera
haciéndola volar por el aire. Aterrizó de mala manera y se rompió el cuello.
Yo lo ayudé a subirla de nuevo al caballo para que la llevara a vuestro
castillo, pues estaba muerta.
Aedan asintió al hombre.
—Muchas gracias, puedes retirarte.
Todos miraron cómo el hombre se marchaba. Ruari estaba totalmente
aturdido. ¿Qué significaba aquello?
Tras cerrarse la puerta, Ruari encaró a Neil y le dijo:
—¿De modo que tú fuiste la razón de que corriera tan deprisa?
El rostro de Neil transitó varias emociones antes de decidirse por la
tristeza, o posiblemente el arrepentimiento.
—La vi cabalgando y la seguí. Quería saber por qué habíais discutido.
—Y la alteraste aún más —dijo Aedan—. ¿Qué le dijiste?
—Le dije que Ruari era un idiota, que debería haberse casado con
alguien como yo. No lo dije en serio lo de casarse conmigo... Pero yo estaba
solo, la mujer a la que amaba era una monja, yo quería...
—Querías que mi hermano fuera tan desgraciado como tú.
Neil no dijo nada, solo miró a Ruari.
—Mentí y no debí hacerlo. Aunque no es la primera mentira que se dice
en este clan.
—Pero las consecuencias de tu mentira pesan tanto en tu conciencia que
has hecho todo lo posible por culpar a mi hermano.
Neil no dijo nada, solo se encaminó hacia la puerta.
Aedan le gritó:
—¡Neil, espera!
Neil se detuvo, pero no se dio la vuelta.
—Tienes diez minutos para recoger tus cosas. Estás desterrado de la
tierra de los Cameron.
EPÍLOGO
Ruari alzó a su nuevo hijo en brazos, acunándolo con cuidado como Juliana
le había enseñado. Lo llevó a su madre, que estaba sentada junto a la gran
chimenea con una manta en el regazo.
—Déjame coger al pequeñín. Es un muchacho muy guapo, ¿verdad? —
Estiró los brazos hacia el niño.
—Sí, lo es, mamá. Yo te lo acomodaré.
Depositó al niño en su regazo y se quedó cerca para asegurarse de que
lo sujetaba con suficiente fuerza. Juliana se sentó junto a ella con Anora;
Jennie y Aedan se sentaron frente a ellos en sendas sillas y sus tres hijos se
quedaron en el suelo, frente al fuego.
—¿Cómo crees que deberíamos llamarlo, mamá? —preguntó Ruari.
Juliana y él habían discutido posibles nombres, pero no habían llegado a
ninguna decisión definitiva, aunque tenían algunos favoritos.
—No estoy segura... ¿Qué opinas, Aedan?
—¿Dawy? ¿Ludan?
—¡No! —exclamaron Tara y Riley al unísono.
—¿Qué opinas tú, Juliana? —preguntó Jennie—. Eres la madre.
—Me gusta Coll —sugirió ella.
Ruari sabía que Coll era uno de sus nombres favoritos, y a él también le
gustaba.
Su madre dijo:
—No, no me convence. —Miró al niño dormido y le acarició
delicadamente la cabeza—. ¿Creéis que tendrá el cabello rojo?
—¿Y qué tal Ross o Mirren? —preguntó Brin.
Se barajaron muchos nombres sin decidirse por ninguno en particular,
cuando por fin la madre de Ruari dijo con voz potente:
—¡Ya lo tengo!
—¿Qué? —preguntó Jennie.
—¡Ruari! Tiene cara de Ruari.
Toda la sala estalló en carcajadas, pero lo único que Ruari pudo hacer
fue inclinarse y besar a su madre.
—Creo que es perfecto, mamá. Lo llamaremos Coll Ruari.
Fin
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POSTFACIO
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NOVELAS DE KEIRA MONTCLAIR
Clan Grant
Loki
Torrian
Lily
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Ashlyn
Molly
Jamie & Gracie
Sorcha
Kyla
Bethia
Historia de Navidad de Loki
LA BANDA DE PRIMOS
Keira Montclair es el seudónimo de una autora que reside en Carolina del Sur con su marido. Escribe
vertiginosos romances históricos, a menudo con niños como personajes secundarios.
Cuando no está escribiendo, prefiere pasar tiempo con sus nietos. Ha trabajado como profesora de
matemáticas en un instituto, como enfermera titulada y como gerente de oficina. Le encanta el ballet,
las matemáticas, los rompecabezas, aprender cualquier cosa nueva y crear nuevos personajes para
que sus lectores se enamoren de ellos.
Considera que su trabajo está bien hecho desde el momento en que sus lectores derraman lágrimas
con sus historias, ¡pero siempre hay un final feliz!
Su serie más vendida es una saga familiar que narra la historia de dos clanes de la Escocia medieval a
lo largo de tres generaciones y que ya cuenta con más de treinta libros.
Traductora: MF Fumaroni
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