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LOS ARCHIVOS DE LOS GRANUJAS
El gran escandalo
Serie Los Archivos de los Granujas 2
Traducción: Manatí
Corrección: Ana D.
Se necesitan dos para hacer un escándalo...
¿Qué tipo de mujer se aventura en el club de placer más famoso de
Londres? Una extraña como Graciela, la duquesa de Autenberry,
rechazada una y otra vez por la sociedad debido a sus raíces
españolas. Ela anhela tomar un amante para una sola noche salvaje, y
dentro de los muros de Sodom hay caballeros para todos los gustos
prohibidos. Si tan solo no se sintiera tan atraída por el ardiente Lord
Strickland... un hombre peligroso que ve más allá de su máscara y
podría arruinar su reputación con un simple susurro.
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Capítulo 1
Las damas vestidas de negro se mezclaban en la habitación como cuervos que
se meneaban, picoteando la comida en sus pequeños platos con el mismo vigor
con el que parloteaban sobre la reciente desaparición de Lady Vanderhall,
ahora en eterno descanso en el ataúd envuelto en terciopelo colocado contra la
pared del fondo del salón.
La tela negra cubría completamente la habitación, ocultando el papel tapiz
floral. La tela impenetrable cubría las ventanas también, apagando toda la
luz. Las velas parpadeaban sobre cada superficie, proyectando luces
danzantes y sombras en el espacio cubierto. Mañana familiares y amigos
escoltarían el ataúd a la iglesia para el funeral. Hasta entonces se mantenía la
vigilia. La gente iba y venía, sin dejar que las velas se apagaran. Siempre la sala
permanecía iluminada. El cuerpo nunca se quedaba solo.
—¿Crees que sus hijas tendrán algún recuerdo de ella?— preguntó otra,
buscando a través de la habitación a las niñas pequeñas.
—Lo dudo. Solo tienen diez y ocho, creo. Todavía son tan pequeñas. Sin
embargo, sin duda es lo mejor.
Al igual que Graciela, Lady Talbot era una joven viuda no del todo favorecida
por la ton. Desde el comienzo, ellas eran forasteras. Ella era irlandesa, mientras
que Graciela provenía de España. Más de una dama las había acusado
discretamente de robar a un noble esposo de una dama inglesa más
merecedora. Graciela había escuchado los silenciosos murmullos cuando llegó
por primera vez a Inglaterra a la tierna edad de dieciocho años. Y todavía los
escuchaba ahora a la edad de treinta y cinco. Algunas cosas nunca cambiaban.
—Oh creo que lo disfrutan —murmuró Mary Rebecca. —La desgracia de los
demás los hace sentir mejor en sus propias vidas sombrías.
Graciela echó un vistazo a su amiga y se llevó la taza a los labios. —Creo que
hemos presentado nuestros respetos lo suficiente por este día.
Salieron de la casa con solo unas pocas miradas sarcásticas dirigidas hacia
ellas.
—Tengo una casa para mí sola—, anunció Graciela, poniéndose los guantes
mientras traían sus carruajes. Al salir al porche, se acurrucó en su capa de
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armiño. Ráfagas de nieve se movían del cielo de la tarde. —¿Por qué no te unes
a mí para tomar un refrigerio? Podemos brindar por la memoria de Evangeline
y puedes contar tus vacaciones con los niños. A mí me encantaría que me lo
contaras todo.
—¿Una casa para ti? ¿Cómo sería tal cosa? Al despedirme esta tarde, mis hijos
se golpeaban con espadas de madera mientras mi hija hacía un berrinche
porque no encontraba su chal favorito. — Mary Rebecca miró hacia el cielo.
— La culpa es mía, de alguna manera, así que tengo que cargar con ello.
La vida pasaba rápido. Parecía que solo ayer Graciela había estado corriendo
por el viñedo de Papá con los pies descalzos, una niña con el pelo enredado,
riendo mientras jugaba juegos de persecución con sus hermanos y primos. Y
ahora ella era la madre de una hija medio adulta.
No era solo Clara a quien temía perder. También echaría de menos a Enid. Su
hijastra era, a todas luces, una solterona. Y, sin embargo, Graciela esperaba
que ella también se casara algún día. Ella notaba el anhelo en sus ojos por un
hogar propio, un esposo e hijos. Ella había observado esto en su rostro, viendo
a otras chicas de su edad casarse y formar su propia familia. Su hijastra era
testaruda e inteligente con ciertas preferencias por la crianza de animales, no
precisamente la característica más buscada en una novia inglesa, pero Graciela
no tenía dudas de que eventualmente se encontraría con un caballero cómodo
con sus distintivos encantos.
Y entonces Graciela estaría realmente sola. Una viuda que observaba como
cambian las estaciones mientras aguarda las visitas de su familia.
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Ella y Mary Rebecca se dirigieron al salón. Ella se quitó los guantes y pidió su
Madeira favorita, procedente de las tierras que una vez fueron el viñedo de su
padre. Ahora un primo lejano poseía esas tierras y el título de papá, pero un
sorbo siempre la transportaba a la casa de su infancia y a todos sus dulces
recuerdos.
La señora Wakefield, la ama de llaves, trajo la jarra junto con varios pasteles y
galletas. Más de lo que podrían comer de una sola vez, pero Graciela y Mary
Rebecca fueron a por ellas con mucha prisa.
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Graciela asintió sombríamente. —No puedo creer que ella realmente se haya
ido.
—Evangeline? No, ella solo parecía mayor. Ese miserable marido suyo la hizo
envejecer.
—¡Oh!— Graciela arrojó una galleta a medio comer a su amiga. Cuenta con
Mary Rebecca para hacer una broma tan desafortunada. — ¡Es una cosa tan
buena para decir!
—¿Qué?— Mary Rebecca se sacudió las migajas que salpicaban sus faldas. —
¿Crees que me gusta más que a ti? Soy dos años mayor que tú. La verdad es que
nos puede pasar a cualquiera de nosotras. La muerte no discrimina. Evangeline
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Graciela suspiró.
Mary Rebecca agregó: —Te hace pensar. Yo, por mi parte, tengo la intención
de disfrutar de mi vida. . . sin importar lo que quede de ella.
La dulce Clara, tan llena de vida, no tardaría en cortar los hilos y abrazar su
futuro. Pronto Graciela se quedaría sola con sólo las paredes para
contemplarla. Ella no tenía interés en volver a casarse. Una vez había sido
suficiente.
Antes del día de hoy eso parecía suficiente. Más que suficiente.
Ella se sentía vacía. Con una desesperada necesidad de más. De más ahora. Y
más mañana.
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—Después de un día como hoy, una visita a Sodom es más necesaria que
nunca. Me recordará que estoy viva. —Mary Rebecca levantó una ceja
justa. —Quizás necesites el mismo recordatorio. ¿Me acompañaras?— No
pasó mucho tiempo después de que su marido falleciera que Mary Rebecca
tomó su primer amante. Ella y el Señor Talbot habían sido una pareja por
amor. Mary Rebecca había sido una simple chica de campo que conoció
mientras compraba un pura sangre en la granja de su padre en Irlanda. Ella
afirmaba que una vez habituada a las delicias del lecho matrimonial, no podía
volver a vivir sin la caricia de un amante.
Dada tu ardiente disposición, Graciela, pensé que serías más emocionante que esto.
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Quizás era hora, por fin, de seguir adelante y ver cómo podría ser con otro
hombre. El acto en sí no podía ser tan insatisfactorio siempre, o ¿por qué tanta
gente haría tanto alboroto por ello?
—¡Oh no!— Mary Rebecca agitó sus manos en una oleada de movimiento.—
Tu mera presencia no es un compromiso vinculante para los actos
malvados. —Ella soltó una carcajada. —Confía en mí, hay muchos mirones.
También están los que sólo beben y juegan a las cartas. Ellos no participan en
ninguna de las actividades que se realizan arriba en las escaleras.— Mary
Rebecca le guiñó un ojo. —Lástima, sin embargo. Ahí es donde sucede toda la
diversión
De entrada, Graciela se dio cuenta de que habían pasado años desde que ella se
sintió viva. Tal vez nunca. Después de todo, nunca hubo chispas con su
marido. Casi inmediatamente después de su matrimonio había levantado
muros para protegerse. En la superficie, era una esposa feliz y digna de
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Vive un poco.
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Capítulo 2
Colin se quedó sin aliento. —Mencionó las cartas y las mujeres. ¿Alguna
posibilidad de que lleguemos a eso esta noche?— A la velocidad que
Autenberry estaba tragando brandy, el único lugar al que se dirigía estaba
boca abajo en el suelo, y luego le tocaría a Colin cargarlo y llevarlo a casa.
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coma en ese momento. Ella ahora estaba casada con Struan Mackenzie y eso
no le gustaba a Autenberry.
Él sabía que el roce con la muerte podía afectar a una persona. Autenberry
acababa de salir del coma para encontrar su mundo alterado. Eso podría
afectar la percepción de cualquier hombre. Colin le daría espacio. Además,
tenía sus propios demonios persiguiéndole esta noche.
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Claramente era hora de tomar nota de las jóvenes elegibles. O al menos prestar
atención a las indicaciones de su abuela, ya que ella prestaba atención a tales
cosas. Ella ya le había enviado una lista de debutantes que había investigado
personalmente. Todos de familias impecables. Todas reproductoras. Esto, él
había aprendido, era el criterio más esencial para su abuela.
Tu padre debería haberse casado con una mujer más fuerte. Una que no se descompusiera
tan fácilmente. En vez de eso, fue un tonto que se dejó engañar por su belleza. Tú no,
muchacho. Yo me encargaré de eso. Tú serás más listo que mi Charles. Te casarás con una
buena criadora.
Cuando su abuela hablaba de su futura esposa como si ella fuera una cerda de
premio, él no se molestó en objetar. A los setenta y nueve años, no podía
cambiar su forma de ser.
El padre de Colin murió cuando era apenas un niño, pero él recordaba la gran
sombra del hombre que invadía su guardería. Con una bebida en la mano, el
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imponente conde miraba a Colin con sus ojos rojos. Tienes sus mismos ojos,
muchacho. Luego, como si fuera más de lo que pudiera soportar ver, se daba la
vuelta y dejaba a Colin solo con su niñera.
Ese era el alcance de sus recuerdos de su padre. El fallecimiento del conde fue
apenas un contratiempo a lo largo de sus días. Una mañana el ama de llaves le
informó de que había muerto y luego en su siguiente aliento le preguntó si
Colin quería miel para sus gachas.
Su finca ya no estaría vacía una vez que se casara y la llenara con su progenie.
La idea le proporcionaba cierto consuelo y hablaba de los secretos anhelos en
su corazón. Él quería tener media veintena de hijos, por lo menos. Resopló. A
su abuela le encantaría escuchar tales esperanzas de él. Ahora sólo tiene que
encontrar a la muchacha para que le dé esos hijos.
Él subió las escaleras. El segundo piso estaba más tranquilo, más oscuro. La
clase de ambiente sombrío que atrae a las citas. Él se había involucrado en más
de unas cuantas citas en Sodoma a lo largo de los años. Esta noche parecía
ideal para otra.
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En un sofá en la esquina más alejada, un hombre metía su mano bajo las faldas
de una dama, provocando en ella un frenesí. Unas pocas personas observaban,
permitiéndose la excitación. Un caballero se sentó tranquilamente en una
silla, abriendo sus pantalones y masajeando su erección mientras la mujer
jadeaba, arrastrando sus faldas más alto para que su amante pudiera trabajar
sus dedos más profundamente y más rápido dentro de ella.
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Coloridas marcas de color señalaban sus mejillas. Ella era una novata en esta
situación y él sintió un extraño cosquilleo de emoción. ¿Lástima? ¿Protección?
El loco impulso de agarrarla y arrojarla en un carruaje antes de que los lobos
llegaran a ella lo sobrepasó.
Sacudiendo la cabeza, empezó a darse la vuelta. Era una mujer adulta que
obviamente sabía dónde estaba y de qué se trataba. Nadie venía a Sodoma sin
saber de qué se trataba. Ella no buscaba ser rescatada por más que se
ruborizara.
Según se dice, su conducta no había mejorado con los años. Aún eran unos
enfermos bastardos y no se los desearía a su peor enemigo.
Su pecho se apretó mientras los veía precipitarse sobre ella. Incluso a través
del dominó, notó que sus ojos se abrían de par en par mientras la hacían
retroceder hacia una de las alcobas.
Él maldijo en voz baja, deseando que ella no se viera empujada a uno de los
rincones con ellos. La última cosa que necesitaba era que la arrastraran hasta
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donde nadie pudiera verla o donde sus gritos de ayuda pudieran ser
silenciados.
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Capítulo 3
El otro se rió.— Es una luchadora. Esto será divertido. No hemos tenido una
de esas en un tiempo.
Ella sólo quería una noche de diversión... y vivir un poco. Sentirse viva y no
como su pobre amiga, muerta en una caja. Esto estaba sucediendo y todo lo
que deseaba era la seguridad de su casa. Estar de vuelta en su salón delante de
su fuego crepitante con Clara y Enid a su lado. No esto. Cualquier cosa menos
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Ella forcejeó contra el duro agarre que tenía y de repente la presión en la parte
de atrás de su cabeza desapareció. Ella rodó hacia un lado, girando para ver
como un tercer hombre aparecía, tirando de uno de sus atacantes. El atacante
perdió el equilibrio y cayó al suelo. El recién llegado, un hombre misterioso en
la sala, presionó su pie en el suelo contra el cuello del hombre y agarró al otro
por la corbata.
¿Strickland?
— Sólo estás tú aquí. No veo a Autenberry a tu lado esta vez. Puede ser difícil
dar una paliza sin tu amigo. Uno contra dos no son las mejores
probabilidades.
— Oh, Autenberry no está lejos. Estoy seguro de que le encantaría darles otra
paliza a ustedes, cerdos inútiles
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Oh no.
—Puedes quedarte con ella, Strickland continuó él, agitando su mano hacia su
hermano que aún estaba bajo su bota. —¿Le importaría dejar ir a mi hermano?
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Era entonces percibido un ruido de fondo en sus oídos. Su corazón latía con fuerza, una
paloma desesperada por tomar viento y escapar. Antes de que pudiera considerar sus
acciones, cruzó el espacio que los separaba y lo abrazó, con sus dedos agarrados
profundamente en su hombro. Su otra mano cayó en su pecho, atrapada entre sus dos
cuerpos. Él era una orilla familiar en medio del mar oscuro en el que ella se encontraba.
Él se puso rígido con sorpresa contra ella. Ella abrió la boca para expresar su gratitud y el
alivio de que él llegara cuando lo hizo y la salvara del momento más aterrador de su vida,
pero entonces su voz tembló en su pecho.
Ella empezó a darle las gracias de nuevo, para explicarle, pero luego cerró la boca con un
chasquido.
Su mente se aceleró.
Él no la había conocido. Claro que sí. Ella estaba enmascarada. Estaba muy oscuro. Ella no
había usado su voz todavía.
Este conocimiento se precipitó a través de ella, y fue un tipo diferente de alivio, pero alivio
de todos modos. La identificaría inmediatamente si hablaba. Así que parecía obvio entonces
que no debía hablar. Ella no podía. Había una posibilidad de que pudiera salir de esta
situación sin que Lord Strickland o su hijastro se enteraran de su estupidez al venir aquí.
Ella se retiró del abrazo, mordiéndose el labio como si eso pudiera impedirle hablar. Sus
dedos revolotearon ligeramente donde aún descansaban contra su pecho. Él era firme y
sólido, su pecho más amplio de lo que ella nunca se había dado cuenta.
Ella miró hacia arriba y se sintió atrapada por sus ojos. Él tenía los ojos muy
hermosos. Ella luchó contra su atracción y miró más allá de su hombro, medio
temerosa de que su hijastro apareciera de repente.
— Ellos no van a volver—, le aseguró Colin, levantando sus manos para darle
un apretón reconfortante a sus hombros, malinterpretando su inquietud.
Ella le devolvió la mirada. ¿Él pensaba que ella todavía tenía miedo de los
hermanos Botsam? Él había disipado ese miedo por ella. Ella agitó ligeramente
la cabeza. La única cosa que disiparía su otro miedo era estar cómoda dentro
de su casa al otro lado de la ciudad.
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Él la agarró del brazo y la tiró detrás de él. Una vez en el pasillo, su mano se
deslizó por su brazo. Ninguno de los dos llevaba guantes. Sus cálidos dedos
rodearon su mano y su corazón latió más fuerte en su pecho.
Había pasado toda una vida desde que un hombre le tomó la mano en algo más
que un agarre fugaz. Esos toques eran superficiales. Sólo una rápida ayuda de
su montura o en un carruaje. Esto era diferente. Era íntimo y ligeramente
posesivo.
Era indiscutiblemente guapo. Ella siempre había pensado esto, por supuesto,
pero con indiferencia. Como uno observa a una hermosa pieza de arte. O
simplemente un hombre guapo... un apuesto hombre joven que una matrona
como ella podría considerar como una posibilidad de matrimonio para su
hijastra. ¿Cómo podría no hacerlo? Era difícil no darse cuenta cuando su
hijastra miraba a Lord Strickland con anhelo. Años atrás ella había pensado
que tal vez podrían hacer una pareja, pero después de ver su interrelación,
estaba segura de que Colin sólo veía a Enid como una hermana menor.
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Él la condujo por un pasillo, pasando por parejas tan absortas entre sí que no
les echaron ni una mirada.
Ella asintió.
Ella sonrió y volvió a asentir con la cabeza. Tal vez podría dejarle un mensaje a
un portero para Mary Rebecca sin que Lord Strickland la escuchara. No
quería que su amiga se preocupara, pero tampoco podía quedarse ni un
momento más en este club de placer mientras su hijastro estuviera en el local.
Mary Rebecca lo entendería cuando le explicara la situación.
Ella estaba aquí. Ellos se encontrarían cara a cara. Ella no podía esconderse de
él. La humillación se avecinaba.
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Marcus los enfrentó a lo largo del pasillo, una forma oscura grabada contra la
luz de los candelabros bien iluminados. Esa misma luz hizo que sus rasgos se
tornaran de un marcado relieve. No había duda de su identidad.
Ella presionó una mano sobre su acelerado corazón como si eso evitara que se
desprendiera de su corpiño.
Las cosas habían cambiado desde que despertó del coma. Desde que el hijo
bastardo de su padre había salido a la superficie, había sido diferente. Él ya no
era tan despreocupado. Quizás ella debió de haber tomado en cuenta los
sentimientos de Marcus en el asunto antes de recibir a Struan Mackenzie en el
redil, pero sabía lo que era ser un extraño. Se compadeció del Sr. Mackenzie,
abandonado por su padre, rechazado por su medio hermano. Como viuda del
duque, se sentía responsable de corregir los errores cometidos por el padre
que nunca lo reconoció.
Si ella escapaba de esto ilesa y sin ser descubierta, nunca más haría algo tan
imprudente.
Ella y Marcus siempre habían tenido una buena relación. Ella había sido
afortunada en ese sentido. Su marido no había considerado oportuno
brindarle la pensión de viuda... ya fuera por descuido o por desaire, ella no lo
sabía. Asumió que no le preocupaba demasiado. Él se había ido. Muerto por
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años y ella había seguido adelante, poniendo todas sus energías en ser una
buena madre y madrastra.
Marcus se mostró generoso con ella, dejándola la libertad de decidir sobre las
propiedades de los Autenberry, sin cuestionar nunca sus decisiones sobre
cómo gastaba el dinero, dónde vivía, dónde pasaba las vacaciones, o cómo
criaba a su hija, su propia hermanastra. No tenía ningún deseo de probar los
límites de esa generosidad. Ella sabía que no debía dar por sentado la buena
voluntad de su hijastro.
No quedaba nada para ella en España. Sus padres habían fallecido y las tierras
de la familia se habían transferido a algún pariente lejano. Sus hermanas se
habían casado y se habían mudado. Incluso si quería volver, no había nada a lo
que volver.
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Respirando hondo, ella giró sobre sus talones pero no llegó muy lejos. Lord
Strickland seguía de pie detrás de ella. Todavía esperando. Todavía con una
expresión interrogante.
El calor se enroscó a través de ella tras la promesa hecha por este hombre.
Ella tragó y asintió con la cabeza incluso cuando sintió que Marcus se
acercaba por detrás.
Su cada vez mayor sentido de premura la hizo separar sus labios y prepararse
para hablar. Ella no tenía más opciones.
Sus palabras comenzaron a caer, como grandes rocas en el escaso espacio que
había sobre ellas. —Ayúdame—, dijo ella en voz baja.
Ella estiró su cuello para mirarlo. ¿Siempre había sido así de alto? ¿Tan ancho
de hombros? Así de impresionante.
Ella sofocó una mueca de dolor. No cuando le conoció por primera vez.
Entonces era sólo un muchacho, en la cúspide de la hombría. Bonita cara y
desgarbada con una voz entrecortada. Con sólo dieciocho años en su haber, no
había sido más que una niña en ese momento.
Esto se sentía como si fuera toda una vida. Ella tomó un aliento combativo.
Ninguno de los dos eran niños ahora.
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Capítulo 4
Querido Dios.
Él miró hacia abajo a sus manos con sus nudillos blancos sobre él y luego hacia
su cara. Él inclinó su cabeza, sus ojos se estrecharon mientras la estudiaba . —
Su voz...
Todas las dudas y preguntas huyeron de su cara. Sus ojos se abrieron de par en
par en reconocimiento total. Él dio un paso más cerca, acercándose a su
pecho.—¿Lady Autenberry?— susurró él, con su aliento cálido en su cara.—
¿Graciela? ¿Qué hace usted aquí?
Su mano agarró la de ella. Antes de que ella se diera cuenta de lo que él estaba
haciendo, la empujó a la habitación más cercana. La puerta se cerró tras ellos.
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Sin duda, él la había relegado a una cierta categoría en su mente. Una cierta
categoría sin sexo equivalente a monjas y abuelas.
— Oh, ¿lo hace? Bueno, si se siente con derecho a estar aquí, entonces, por
supuesto, salga a ese pasillo y salude a su hijastro.
Era desconcertante, por no decir más... y aún así, por su vida, ella no podía dar
un paso atrás y despegarse de él. Ella no podía dejar de mirar esos pálidos ojos
grises-azules que la miraban con una furiosa emoción... otra vez. Él siempre
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Ahora, con unos pocos pasos de distancia entre ellos, sus miradas se fijaron
por un momento interminable. Su corazón latía cada vez más fuerte en su
también apretado pecho. Un pecho que hace sólo unos segundos estuvo
íntimamente presionado contra él. Sus pezones aún vibraban, como si aún
necesitase sentir la presión de su cuerpo contra ella.
Ella inhaló. Simplemente era por estar aquí, en esta morada de perdición, que
le hacía pensar en cosas tan inadmisibles. Sobre Lord Strickland, de todas las
personas. Era el mejor amigo de su hijastro... un viejo amigo de la familia.
Incluso si no era demasiado joven para ella (¡y lo era!), era absolutamente
inapropiado como candidato para el coqueteo. No sólo era indecoroso... Era
perverso por su parte incluso el hecho de tener tales pensamientos.
Probablemente él se horrorizaría si lo supiera.
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— Usted tenía que darse cuenta de que su hijastro podría estar aquí.— Su
tono era el colmo de la sensatez, y lo echaría todo a perder si eso no la
enfurecía. Era una adulta. Seis años mayor que él. No necesitaba que él la
reprendiera.
Una vez más, su tono y sus palabras tenían una forma de hacerla sentir tonta.
Ella sabía que él consideraba que ella era inadecuada para venir aquí.
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Ella se esforzó por echar un vistazo a la puerta, para verificar si Marcus había
entrado en la habitación, pero esa cama y sus ocupantes continuaron
atrayendo su atención. La cama era enorme. Una pareja se retorcía junta en la
vasta extensión. Los suaves suspiros y gemidos estaban marcados por el
constante sonido de sus cuerpos al juntarse.
Ella sabía, en teoría, que Mary Rebecca disfrutaba de sus amantes. Pero ver
esta muestra de primera mano fue una gran sorpresa. Ella se sintió despertar a
la noción de que las mujeres pudieran ser criaturas sexuales voluntariamente...
...que pudieran deleitarse con el acto tanto como los hombres. Era
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Al darse cuenta de que su boca estaba abierta, la cerró con un golpe. Por
supuesto que él sabría de esas cosas. Él no era un novato en Sodoma como ella,
torpe y necesitando ser rescatado en su primer encuentro.
Marcus
Su mirada se alejó de la pareja que fornicaba en la cama. Ella miró por encima
del hombro de Lord Strickland y allí estaba él, entrando en la habitación sin la
más mínima vacilación, con las manos juntas detrás suyo. El conde que estaba
aquí junto a ella no lo había disuadido. Él aún así les había seguido.
Su mirada se alejó de la pareja que fornicaba en la cama. Ella miró por encima
del hombro de Lord Strickland y allí estaba él, entrando en la habitación sin la
más mínima vacilación, con las manos juntas detrás suyo. El conde que estaba
aquí junto a ella no lo había disuadido. Él aún así les había seguido.
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Ella aplanó sus labios aunque dudaba que pudiera hablar más. Sentía como si
una roca se hubiera asentado en su pecho, robándole el aire. Cualquier
posibilidad de hablar se desvaneció con su cuerpo contra el de ella.
Ella había estado físicamente cerca de él antes. Incluso había bailado con él en
alguna ocasión. Pero esto era innegablemente diferente. Era como si estuvieran
atrapados dentro de una burbuja. Sólo ellos dos. Y él aparecía en todas partes.
Por imposible que pareciera. Su pecho y sus brazos la enjaulaban, cerniéndose
sobre ella. Su cuerpo irradiaba calor. Ella inhaló. Dios ayúdame. Él olía tan
bien.
Ella sabía que esta cercanía era una necesidad. Él intentaba esconderla de su
hijastro. Ella siempre se lo agradecería. De verdad. Aunque ella sintiera que
podría desmoronarse en cualquier momento.
Tragándose un gemido, ella dejó caer su cabeza sobre el hombro del conde,
enterrando su cara y deseando que todo este momento no sucediera.
Era aborrecible para ella pensar en él de esa manera, pero sin embargo el
pensamiento pasó por su mente. Esto debe ser por esta residencia. Las cosas que
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había visto y oído en esta habitación. Que aún seguía oyendo. El olor del sexo
flotaba en el aire.
El aliento del conde abanicó su sien y ella sintió sus labios allí, moviéndose
mientras hablaba en respuesta a Marcus. —Ese era el plan al venir aquí, ¿no es
así? Para lograr nuestros propios placeres.— Su voz baja rozó su piel, y aún así
era lo suficientemente fuerte para que su hijastro la oyera.
Sin mirar a Marcus al hablar, casi podía imaginar que era el difunto duque. El
pensamiento debería haber sido una fría y calmante dosis de su inoportuno
ardor, pero justo entonces la mano de Strickland subió a la parte de atrás de su
cabeza. Largos dedos atravesaron su pelo medio despeinado, sacudiendo la
masa completamente suelta para que cayera a su alrededor. Ella sabía que él lo
hizo sólo para ofrecerla una mayor ocultación, pero se sentía erótica y posesiva
y los músculos de su estómago temblaban mientras sus duros dedos se
enterraban en las hebras y masajeaban la parte posterior de su cráneo.
Ella cerró los ojos mientras las yemas de los dedos de Strickland trabajaban en
su cuero cabelludo, acariciando, presionando hasta que sus músculos se
relajaron.
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El sólido peso de un cuerpo cayó al otro lado de ella, empujando los cojines del
sofá. No era cualquier cuerpo tampoco. Marcus. Ella no necesitaba mirarlo
para saberlo. El enfermizo giro de su estómago se lo dijo. Ella se puso tiesa. Por
un momento ella se había perdido en la sensación, en el delicioso olor y forma
de Strickland.
No, no, no. Por favor... Esto no está sucediendo. No dejes que suceda.
Sus dedos rozaron la piel desnuda de su hombro derecho. Sólo fue un roce,
pero ella se estremeció. No eran las manos de Strickland. Sus dos manos ya
estaban sobre ella. No, era Marcus. La bilis se elevó en la parte posterior de su
garganta. Su hijastro la estaba tocando. Ella se iba a enfermar.
—Por favor—, ella habló contra él aunque sabía que él no podía haberla
escuchado.
Ella levantó la cabeza, a punto de revelarse. En este punto, ¿qué opción tenía?
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Ella no podía dejar que esto continuara. Lo siguiente que él haría sería tocar
algo más que su hombro.
La voz de Strickland vibró contra ella. —Lo siento, Autenberry. Esta es sólo
mía.
Desde esta posición, su cara estaba más alta que la de él. Su cabello caía en
cascada alrededor de su cabeza inclinada, cubriendo sus rasgos de los de
Marcus que estaba sentado a su lado.
Ella captó un brillo en los ojos luminosos de Strickland, cuyo azul le llegó a lo
más profundo de su ser. Mientras ella lo miraba, todo lo demás se desvaneció.
Los sonidos de la pareja de amantes se desvanecieron.
La sangre fluyó hacia sus oídos mientras las manos de él se deslizaban bajo el
velo de su cabello para sostener su cara, sus amplias palmas raspaban la tierna
piel de sus mejillas, los pulgares se deslizaban hacia adelante y hacia atrás.
Ella se sintió como una chica inocente, sus labios temblando y apenas se
movían contra los de él. Casi como si fuera el primer beso de su vida. Y de
muchas maneras, lo era. No se parecía en nada a los besos castos que
compartió con el hijo del panadero antes de casarse... ...o los besos que
compartió entonces con su marido. Autenberry nunca fue muy aficionada a los
besos.
Y luego estaba la forma en la que ella estaba sentada encima de él. Sus muslos
estaban muy extendidos, abrazando sus caderas, con las faldas agrupadas
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Sus dedos se flexionaron contra la parte superior del pecho de él, sin saber qué
hacer ni dónde dirigirlos. Aparentemente sus manos tenían voluntad propia,
sin embargo. Ellos no querían empujarlo.
Sus labios eran más suaves de lo que ella esperaba. Calor y presión y pura
dulzura sobre su boca.
Sus dedos se deslizaron hacia arriba, pasando por encima de sus hombros.
Él no quería hacer esto con ella. Eso fue tanto liberador como extrañamente
decepcionante. Ella descartó la decepción y se concentró su atención sobre la
parte liberadora. Si ella necesitaba dar un espectáculo convincente, que así
sea. Ella había venido aquí esta noche para vivir, para experimentar todo lo
que se había perdido en su vida, para que su vida, presente y futura, no fuera
un total aburrimiento.
Ella le soltó los hombros y le envolvió con sus brazos, agarrándose mientras
descendía en espiral hacia el abismo de lo que fuera que estuviera sucediendo.
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Ellos se movían ligeramente. O mejor dicho, ella lo hacía. Ella era débilmente
consciente de que se estaba balanceando contra él. Estaba perdida,
deleitándose con su lengua en la boca, sus dedos clavándose en su pelo. Ella no
abrió sus ojos. Estaba absorta de todo menos de él.
Ella dio el más mínimo grito de asombro cuando él dejó caer una mano sobre
su cadera, arrastrándola para que el núcleo de ella se alineara perfectamente
sobre el bulto de su hombría.
Su boca ardiente y agresiva, castigando a sus labios. Ella nunca había sido
besada tan intensamente. Tan a fondo. Ella lo sentía en todas partes y esto era
sólo un beso. Dios mío. ¿Cómo sería el resto... todo... con él?
Era difícil recordar eso, sin embargo, cuando él empujó sus caderas contra las
suyas. Era difícil recordar que todo esto era una farsa mientras ella gemía y se
presionaba contra esa dureza palpitante.
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compañía. Tal vez ella no lo conocía en absoluto. Así como ella no había
conocido realmente al padre de él. No hasta que fue demasiado tarde y los
votos matrimoniales habían sido pronunciados.
El hechizo se rompió.
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Capítulo 5
Había sido un niño cuando la miró por primera vez y ella había llenado su
imaginación hiperactiva con material para muchas noches durante su
adolescencia, un hecho que estaba seguro que lo llevaría a las garras del
infierno. Era la madrastra de su mejor amigo. Una mujer casada y fuera de toda
posibilidad. Cuanto más viejo había madurado, más hábil había sido en apagar
esos sentimientos.
Las mujeres rubias con piel de leche y ojos azulados podrían ser consideradas
los diamantes de la ton y de moda, pero él prefería una raza diferente de mujer.
Una que no abundaba precisamente en la Sociedad de Londres. La Duquesa de
Autenberry encajaba perfectamente con sus gustos.
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Y sin embargo, en el momento en que sus labios tocaron los de ella anoche, ya
no fue posible mantener las cosas entre ellos de forma prudente. Él dudaba
que eso fuera posible de nuevo. Cualquier pensamiento de honrar el código de
caballeros se le fue de la cabeza. Había sido incapaz de pensar en la
incorrección de sus acciones en cuanto la sintió, en cuanto la probó, tan
buena. Sus labios tenían el grado perfecto de suavidad y temblaban contra los
suyos tan dulcemente. El autocontrol que había dominado todos esos años
atrás, de repente no se sentía tan... necesario.
La había probado y ahora no podía volver atrás. Las cosas no podían volver
atrás. Él la quería. —Nunca te tomé por un exhibicionista, Strickland, y te
conozco desde hace años—, dijo Autenberry, recordándole por qué habían
dejado de besarse para empezar. Ella había escuchado su voz. Olvida el hecho
de que Autenberry era la razón por la que se habían besado en primer lugar. Él
fue la razón por la que dejaron de hacerlo. Un hecho que hizo que Colin
quisiera recurrir a la violencia.
Autenberry hizo un gesto con su mano alrededor de ellos. —Y aún así elegiste
esta habitación—.
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— Tú haz eso—. Colin no esperó más para charlar. Al ponerle una mano en su
brazo, sintió que ella temblaba. Necesitaba sacarla de aquí. Toda esta
situación estaba llena de problemas que no podía ni siquiera empezar a
resolver.
Ella levantó su cara para mirarlo. Él nunca la había visto así. Con el pelo suelto
a su alrededor. Sus labios hinchado y magullado por los besos. De él. De su
boca.
Él tenía una idea bastante buena de cómo resolverlo y eso implicaba encontrar
la cama más cercana. Una tarea que no sería muy difícil en esta casa.
Él trató de aplacar su frustración y recordar quién era ella. Era una dama a la
que siempre había dado la debida deferencia, como la madre de cualquier otro
amigo.
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Ahora, cuando la miraba, ella siempre sería otra persona. Alguien a quien él
había besado.
¿Cuántas veces había visitado este lugar? ¿A cuántos hombres había llevado a
su cama? ¿Y por qué quería matar a todos y cada uno de ellos?
Él parecía enfadado. Sus pies se movían tan rápido que ella tenía dificultad
para seguir su rápido paso. Sus faldas le golpeaban los tobillos y sus dedos se
clavaban en su mano que se agarraba a la suya.
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El beso. Por loco que pareciera, parecía como si su vida pudiera ahora
separarse en dos partes. Antes de que ella besara a Lord Strickland. Y después.
Porque el beso había cambiado las cosas. Se sentía diferente. Distinta.
Sus labios aún le cosquilleaban y su cuerpo ardía en lugares que no estaba del
todo segura de haber sentido antes. Y considerando que era viuda y conocía el
toque de un hombre, eso era decir mucho.
Él la llevó por una escalera trasera, diferente de la que ella y Mary Rebecca
habían tomado para llegar al segundo piso.
—No. Mi amiga...
—¿Lady Talbot? —Él lo adivinó, y había algo más en su voz en esa pregunta.
—La he visto aquí antes y sé que tú y ella son amigas—. Sus labios se
enroscaron en una media sonrisa. —Ella es una visitante frecuente.
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— ¿Así es?— murmuró ella, despreciando esa sonrisa y todo lo que implicaba.
Mary Rebecca era una visitante bienvenida y regular en Sodoma. Graciela
experimentó una indeseada punzada de celos.
Ante la oportunidad de estar con él, ¿Cómo no podría su amiga amante de los
hombres desearlo?
Ella se reservaría tocar su boca y recordar ese beso devastador para cuando
estuviera sola.
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Este sería el momento de explicar que era la primera vez que pisaba Sodoma y
que la experiencia había sido demasiado para ella y que nunca se atrevería a
repetirla. Excepto que el orgullo mantuvo esas palabras embotelladas dentro
de ella.
Ella se cuadró los hombros. —Sólo porque nos conocemos desde hace años, no
significa que nos conozcamos de verdad, Lord Strickland.
Es cierto que a veces usaba su nombre de pila. Sólo que ahora eso se sentía
demasiado íntimo dadas las circunstancias.
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Ella esperaba una mirada de alivio de él. Les estaba dando a ambos una salida
de este incómodo escenario. Simplemente volverían al pasado. Fingirían que
nunca había sucedido.
Pero ahora mismo el azul de sus ojos resplandecía con fuerza en ella. No
parecía un caballero. Se parecía más a un pirata diabólico de una novela. La
atmósfera se cargó y prendió en el estrecho espacio que los rodeaba. Ella se
sentía atrapada, como si estuviera enjaulada con una bestia impredecible que
podría decidir morder.
—¿No te gustó, Ela?— Su voz retumbó entre ellos, profunda como un trueno
distante. — Podrías haberme engañado.
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Una risa aguda se le escapó. Ella no pudo evitarlo. Tenía los nervios
destrozados y lo que él le proponía era ridículo.
Él frunció el ceño. —No estoy bromeando. Es lo que has venido a hacer esta
noche, ¿no es así? ¿Para encontrar un hombre que te caliente la cama?
¿Cómo pudo adivinar con tanta precisión los motivos de ella? —Yo... Yo...
—Hace falta algo más que curiosidad para que alguien venga a Sodoma—. Él
habló con una voz tan uniforme y moderada... como si estuviera explicando un
concepto simple. —La gente viene aquí cuando está buscando algo...
queriendo algo. Alguien.— Él la miró fijamente, esperando.
Graciela sabía que ese destino sería suyo con el tiempo. La muerte nos llegaba
a todos. Simplemente quería vivir más antes de que eso sucediera,
experimentar todos los colores que la vida tenía para ofrecer antes de que ese
día inevitable llegara.
Ella había venido aquí porque quería algo. Alguien. Tal vez querer no era la
palabra correcta. Necesitaba encontrar otros colores para llenar su vida.
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Mirando la hermosa cara de Colin, estuvo tentada de creer que él era ese
alguien para ella, que era el amante que ella buscaba aquí en Sodoma.
Excepto que era absurdo para ella considerar que un hombre joven y viril
como él, en la cima de la vida, tan hermoso de contemplar, ni siquiera casado o
aún padre, podía ser el amante que ella buscaba. Él podría elegir entre varias
mujeres jóvenes. Tendría muchas otras opciones. Era arrogante por su parte
pensar que él la querría.
—Seis años.
—Una insignificancia.
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Sus pies sonaron detrás de ella, siguiéndola. Ella abrió rápidamente el pestillo
de la puerta trasera y salió a la noche, sumergiéndose en el aire gélido. Fue un
shock bienvenido a su cuerpo sobrecalentado. Ella levantó su cara al aire y
tomó un aliento vigorizante.
Una calle se extendía delante de ella, paralela a Sodoma, y ella miró de arriba a
abajo a lo largo de ella. Incluso a esta hora tardía, los carruajes pasaban por el
camino. Esta era una parte muy concurrida de la ciudad con varios clubes e
infiernos de juego.
Ella llamó a un hacker, sin molestarse en esperar a que él lo hiciera por ella.
Ahora mismo ella sólo quería ir a casa a su cama. Solitaria.
Él llegó a su lado. —Ela, no quise insultarte. Nos conocemos desde hace años y
odiaría que...
Ella se giró para enfrentarlo, dejando caer su brazo. El alivio momentáneo que
había sentido al salir se desvaneció rápidamente. Ella se estremeció por el frío
y húmedo aire. —A pesar de los años de conocimiento, no nos conocemos
realmente, mi señor. No veo ninguna razón por la que debamos cambiar ese
hecho ahora.
Una farola cercana iluminó los rasgos de su rostro. Ella no se perdió la tensión
de su mandíbula. —Creo que te conozco bastante bien, Ela.
Él estaba echando humo. Era extraño. Ella sólo lo había visto como un joven
afable, pero esta noche lo había observado en varios estados de ánimo,
ninguno que pudiera calificar de afable. Todo eso lo convertía en un hombre
muy peligroso, el oscuro y guapo personaje de una novela gótica que la heroína
no sabía si era un héroe o un villano.
—¿Así que no soy más que un extraño para ti?— él desafió, acercándose cada
vez más, un gran muro avasallador de energía pulsante que ella estaba segura
que la chamuscaría si fuera tan tonta de tocarlo.
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Ella jadeó.
— Yo puedo ser ese hombre para ti—, añadió él, su labio se curvó, revelando
un destello de dientes blancos y rectos. —Sentí la forma en que me montaste
mientras te besaba. Tú me querías en lo más profundo de tu ser—. Su
estómago se revolvió y se agitó y se retorció mientras su mirada se arrastraba
ardientemente sobre ella. —Todavía puedo serlo.
Ella aspiró un aliento, consciente de que debería darle una bofetada por
hablarle de esa manera. Un caballo relinchó junto a un carruaje que le
recordaba que la civilización existía y que no recurriría al histrionismo para
abofetearlo como a una damisela sobreexcitada.
Ella levantó su mano y esta vez un hacker cercano respondió, frenando hasta
detenerse a su lado. El conductor bajó de un salto para abrirle la puerta.
Al girar, ella huyó dentro del carruaje de alquiler, una profunda sensación de
gratificación se apoderó de ella. Él la había ofendido. No tanto con su oferta de
ser su amante, sino con la risa en su voz cuando le aseguró que nunca
consideraría casarse con ella. Le hizo creer que ella buscaría otro hombre.
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Ella se quedo rígida y ansiosa hasta que llegó a su casa del pueblo y estuvo a
salvo adentro. Su criada, Minnie, la ayudó a desvestirse y a meterse en la cama.
Una vez allí, metida bajo las sábanas del colosal colchón, miró a ciegas a la
oscuridad. El viento invernal golpeaba los cristales de su ventana con parteluz.
Fue un sonido solitario pero le dio consuelo. Esto era familiar. Sola en su cama
era familiar.
Ella arrastró sus rodillas hasta su pecho y se enroscó en una bola apretada. En
ese momento, acostada en su cama, ella se imaginó a si misma aceptando su
oferta. En este momento él podría estar llenando el horrible y apretado
palpitar entre sus muslos.
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Y sin embargo, por mucho que amara a su hija, Clara estaba creciendo y
comenzando a alejarse. Era justo y correcto que su hija encontrara su propio
camino. Aunque le doliera en el corazón, Graciela sabía que era inevitable.
Tendría que dejar que su hija se fuera pronto. Clara no podía ser esa única
cosa sin la que no podía vivir. Pronto tendría que aprender a vivir sin ella.
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Capítulo 6
El funeral había sido tan sombrío como la vigilia, repleto de viejas damas
parloteando sobre mujeres que habían conocido a lo largo de sus vidas y que
también habían fallecido jóvenes. Una de esas historias relataba una joven
baronesa que se precipitó por un acantilado en medio de la niebla mientras
buscaba su cerdo mascota.
1
Bombazine, o bombaine, es una tela originalmente hecha de seda o seda y lana, y ahora
también está hecha de algodón y lana o solo de lana. El bombazine negro alguna vez se usó
principalmente para ropa de luto , pero el material había pasado de moda a principios del siglo
XX. La palabra se deriva del obsoleto bombasin francés , aplicado originalmente a la seda, pero
luego a la seda de árbol o al algodón. Se dice que la bombazine se fabricó
en Inglaterra durante el reinado de Isabel I y, a principios del siglo XIX, se fabricó principalmente
en Norwich .
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—En efecto. Fue un día terrible—, dijo ella, dirigiéndose hacia las escaleras,
deseosa de quitarse el vestido y relajarse en su cómoda habitación.
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Hubo una larga pausa antes de que ella respondiera: —Lo veré, por
supuesto—. Alzando sus faldas, se dirigió a la biblioteca, sintiéndose como un
cuervo negro barriendo el pasillo con sus faldas de ébano.
Colin estaba sentado en un sillón, con las piernas estiradas ante él, los dedos
sueltos sosteniendo un vaso de whisky. A diferencia de su hijastro, su vaso
parecía apenas consumido.
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—Su Gracia—. Inclinó su cabeza muy bien. Ella miró rápidamente hacia otro
lado para no mirar demasiado tiempo y con demasiado anhelo esa boca suya
que ahora conocía íntimamente.
Ella bajó la mirada para estudiar sus manos como si fueran de gran interés. —
Sí. Es una tragedia terrible.
Marcus la instó a que se reuniera con él en el sofá. Ella reclamó un asiento para
sí misma, arreglando sus faldas cuidadosamente y pegando una sonrisa en su
cara. Sintió la mirada de Colin pero no volvió a mirarlo. Asintió con un
aparente interés, intentando mantener una conversación con su hijastro. Ella
debió de conversar pasablemente. Marcus no comentó lo contrario. No es que
ella hiciera un buen trabajo concentrándose en sus palabras.
Ella miró entre los dos hombres, su mirada descansando sobre Colin una
fracción de tiempo. Él debió de sentir la presión al respecto. Se volvió para
mirarla fijamente, su cara era ilegible.
—Eres demasiado joven para que te encadenen las piernas—, añadió Marcus.
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Ella sabía que la fidelidad no era una cuestión importante entre los nobles,
pero de alguna manera pensaba que Colin era mejor. Al menos antes de
anoche. Ahora sabía que él estaba tan impulsado por la lujuria como el resto
de ellos.
—No, gracias. Estoy bien—, dijo ella, decidiendo que no podía sentirse
cómoda en la compañía de Colin. Quizás nunca más, tristemente. No era algo
que se pudiera soportar. ...sintiendo el calor de su mirada, sabiendo que estaba
pensando en lo de anoche.
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—Sí—. Ella asintió con la cabeza. —Una siesta suena como una buena idea—.
Que piensen que ella es vieja y enferma. Salió de la habitación, sin mirar a
Colin, por mucho que el deseo la impulsara. Ella tenía que ser fuerte y poner
las cosas de nuevo en su debida perspectiva. Fingiría que lo de anoche nunca
había ocurrido. Después de todo, Graciela sabía cómo jugar el juego de fingir.
Estaba muy versada en él. Durante años había fingido estar felizmente casada,
e incluso ahora que su marido había fallecido,
ella todavía pretendía que él era el buen hombre que no era... todo por el bien
de Clara y sus hijastros. Estaba casi en la puerta de su dormitorio cuando oyó
pasos detrás de ella. Una mirada sobre su hombro reveló que Colin le seguía
los talones.
Ella forzó una risa ligera. —Eso es algo muy bonito de decir.
Su mirada se estrechó y pasó por encima de sus rasgos. —Ya sabes lo que
quiero decir—. Su tono no era ninguna tontería. Claramente su intento de
frivolidad no lo había engañado.
Ella no estaba bien desde que se enteró de la muerte de su amiga. ...y no había
estado bien desde que entró en Sodoma. Desde que se encontró cara a cara con
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Colin. Desde ese beso y esas palabras contundentes intercambiadas fuera del
club.
—Hoy fue un día difícil—. Maldita sea, si su voz no dio una señal reveladora.
No. Por favor. Ella no quería revivir eso con él. —¿Y qué hay de anoche?—, ella
preguntó rápidamente. Demasiado rápido.
Él ladeó la cabeza. — ¿Te has olvidado tan pronto?— ¿Olvidado? Como si eso
fuera posible.
Ella miró a su lado, temerosa de que Marcus se acercara por detrás de él en ese
momento y se diera cuenta de su discusión.
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Él continuó mirándola de esa extraña manera, casi como si pudiera leer sus
pensamientos. Sus ojos azul claro brillaban como la plata entre las sombras
del pasillo. Exactamente como ella lo recordaba de anoche. Se resistió a
someterse a su mirada. ¿Cómo podrían haber sido las cosas fáciles y naturales
entre ellos? El aire entre ellos estaba cargado. No es fácil. No es natural.
El tiempo, se dijo a sí misma. Con el tiempo, las cosas volverían a ser como
antes. Lo de anoche fue una anomalía y simplemente se convertiría en un
recuerdo borroso. Además, si él se casara pronto, no estaría tan cerca de ella.
Tendría una esposa con la que llenar su tiempo... y pronto tendrían hijos.
—Qué espléndido para ti. Y para tu familia—. Las palabras se sentían como
rocas escupiendo de su boca. —Sí. El siguiente en la fila después de mí, según
mi abuela, es un primo segundo derrochador en América. Le gustaría tener al
menos dos bisnietos, en una rápida progresión.
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Ella asintió. —Por supuesto. Estoy seguro de que tu abuela está llena de
recomendaciones, pero también me encantaría guiarte. Conozco a varias
damas consumadas que estarían orgullosas de llamarte marido.
—Sí—, dijo él lentamente, con voz solemne. — Siempre así, Su Gracia—. Ellos
se miraron el uno al otro por un momento interminable.
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Capítulo 7
—No estoy segura de esto, Mary Rebecca—, susurró Graciela, con cuidado
de que nadie la escuchara. Dos de las hijas de Mary Rebecca estaban sentadas
en el asiento de enfrente, con idénticas sonrisas de excitación grabadas en sus
brillantes caras.
Y sin embargo, de alguna manera estaba aquí, convencida por su amiga de que
asistiera al musical de Lord Needling.
—Ela, por favor—, le susurró Mary Rebecca, tirando y arrancando del escote
de su vestido con un ojo militante, asegurándose de que los capullos de rosa de
satén que bordeaban el brocado tenían la piel adecuada y enmarcaban su
escote con el máximo efecto. —Lord Needling ha sido durante mucho tiempo
un admirador tuyo. Y considerando que nunca se ha interesado por mí, a pesar
de mis más ardientes esfuerzos... —arqueó una ceja de reproche a Graciela—...
deberías tenerlo.
—¡Ah! Ya estamos aquí. Venid.— Mary Rebecca expulsó a sus chicas hacia la
puerta.
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Mary Rebecca se apresuró a seguir a sus hijas por los escalones hacia las
puertas de la casa de Lord Needling en Mayfair.
Ella hizo callar su voz interior, como lo había hecho incontables veces desde
esa noche. Ese episodio había sido una anomalía provocada por la sugerente
atmósfera de Sodoma. No fue real. Fue tan falso como algo soñado... al menos
eso es lo que ella se había convencido a sí misma.
Él sería discreto. Era apuesto. Él tenía la edad apropiada, tal vez cinco o seis
años más que ella. Él era todo lo que ella podía querer en un amante. Se
envolvió en estas palabras reconfortantes y entró en la casa.
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Ella no estaba tan segura de eso. Ella había rechazado la invitación antes, y él
había mantenido respetuosamente la distancia.
Pero eso ahora iba a cambiar. Él pronto se daría cuenta de que ella era
receptiva a él. Ese fue el punto de su asistencia esta noche, después de todo.
Antes de que la noche terminara, se daría cuenta de que ella había cambiado
de opinión y su interés sería bienvenido. Una ola de náuseas la superó y su
mirada se deslizó por la habitación, determinando en qué lugar podría estar
enferma en caso de emergencia.
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—Ella está disfrutando del campo ahora mismo con su hermana. Es una gran
amazona. Disfruta del espacio abierto para cabalgar. Ella estará aquí para la
temporada.
—Tal vez podamos reunir a las chicas entonces. Ella tiene una edad cercana a
la de mi Dorothea, ¿no es así?— Graciela asintió con la cabeza, dirigiendo su
mirada a la más joven de sus tres hijas, sentada en el pianoforte.
Ella asintió, aunque aparte de criar una hija, en su caso múltiples hijas, no
estaba segura de cuáles podrían ser esos puntos en común. Ella no sabía
mucho sobre él. En lugar de estar en desacuerdo, dijo, —En efecto, lo
hacemos—. Ella mantuvo su mirada amable un poco más de tiempo. Era lo
más atrevido que podía hacer. Una vez ella había sabido coquetear, pero esa
habilidad se había enfriado desde hace mucho tiempo. Ya no estaba dentro de
su repertorio ser coqueta.
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El tono ronco de su voz no debería hacer que su piel se arrugue. Ella lo sabía, y
aún así anhelaba un baño donde pudiera lavarse la piel de su mirada.
Ella forzó una sonrisa, diciéndose a sí misma que esto era simplemente nuevo
para ella. No estaba acostumbrada a intercambiar respuestas seductoras.
Ella levantó sus dedos a su boca para sofocar una risa. Cielos, ella estaba a un
suspiro de la histeria.
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Ella cerró los ojos en un largo y agonizante parpadeo. Estaba aquí para
cortejar a Forsythia y Graciela estaba considerando a Lord Needling como
amante.
—En efecto, lo es. Y una heredera, así que no tiene por qué estar demasiado
ansiosa—. La sentencia condenó su voz mientras fruncía el ceño a su hija, que
aún no se había cansado de hablar. —Ella tendrá su elección de pretendientes
esta temporada.
Lord Strickland aún no la había visto y ella estaba libre para estudiar su
hermoso perfil. Él se inclinó sobre la mano de Forsythia. Hacían una atractiva
pareja. Ella con su pelo rubio y él con su cabeza oscura y sus ojos azules
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¿Y por qué no debería hacerlo? Ella no tenía ningún derecho sobre él. No debía
ser egoísta y tratar de evitar que él fuera un partido ideal.
—En efecto—. Ella asintió con la cabeza, odiando que estuviera de acuerdo,
pero era verdad.
—Por supuesto.
Él cubrió su mano con la suya y la sostuvo allí, sus ojos buscando la de ella, tan
ferviente como un cachorro ansioso por complacer. —No se mueva, Su Gracia.
Me gustaría sentarme con usted durante el musical.
Ella luchó por tragar contra el repentino nudo en su garganta, sus dedos se
movieron ligeramente bajo el peso extraño de su mano.
En ese instante, sintió la mirada de Colin. Se posó sobre ella, tan palpable
como un toque... una marca ardiente que enviaba escalofríos abrasadores a
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Ella se llenó de dolor en lo más profundo. Ella no tenía derecho a tal emoción.
No había nada entre ellos. Eso ya había quedado claro. Ella no tenía derecho ni
siquiera a pensar en él como Colin. Era Lord Strickland, amigo de su hijastro,
y nada más para ella. Si ella se lo repetía muchas veces, seguro que empezaba a
convencerse.
Como es debido.
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Ella fijó una sonrisa en su cara... la misma que había aprendido a llevar hace
años cuando le quedó claro que el tipo de matrimonio que siempre había
querido, uno de amor y felicidad, nunca iba a ser suyo. —Eso sería
maravilloso—, respondió ella.
Si tengo una picazón que necesita ser frotada, encontraré a alguien más que tú
para frotarla.
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Mirándola, como una rosa en este jardín de lirios, sintió su corazón latir en su
pecho. A medida que llegaba más gente, él se esforzó en enmascarar su cara
para no revelar nada de la agitación que se desataba en su interior. Él la
mantuvo en su línea de visión mientras las hijas de Needling preparaban sus
instrumentos, moviéndose para poder espiarla a través de los cuerpos y sobre
las cabezas de los invitados.
Él había pensado que esta noche estaría libre de incidentes. Una educada
reunión en la casa de una de las candidatas favoritas de la abuela. Una chica a
la que podría querer perseguir, pero la distracción de Ela aquí era demasiado.
Ni siquiera podía pensar en Forsythia. El significado de la presencia de Ela era
un trago amargo que amenazaba con ahogarlo.
Diablos, no.
Tal vez ella no estaba simplemente considerando la idea. Tal vez ella ya lo
había llevado a su cama. Celoso por lo que él nunca había conocido, se filtró
dentro de él, pasando por los músculos y los tendones y golpeando los huesos.
El aire siseaba silenciosamente entre sus dientes.
Sus manos se agarraron al borde del pequeño plato que había sido forzado en
sus manos por la ansiosa Forsythia con las instrucciones de que debía comer
cada pedazo de tarta de manzana de Cook porque era la cosa más sabrosa de
la creación.
Ela era la cosa más sabrosa de la creación. Sus labios le perseguían a través de
sus sueños. Su cálida piel. La plenitud de su cuerpo meciéndose contra él. Él se
dijo a sí mismo que era simplemente porque ella estaba prohibida y aún así se
le había permitido un breve bocado. La realidad de ella no podía ser tan dulce
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como él imaginaba. Todo esto tenía sentido, pero no importaba. Ella era una
fiebre en su sangre y sólo había una manera de purgarla.
Pero esa noche en Sodoma lo había cambiado todo. Ese beso... las palabras que
cruzaron entre ellos. No se podían deshacer. Ella estaba buscando un amante.
¿Por qué no él? Él le ofrecía discreción. Más que cualquier otro caballero. Y
sabía que ella no era inmune a él.
—¿Puedes creer que ella esté aquí?— Escuchó a la Sra. Pottingham susurrar a
una dama a su lado, cuyo nombre no sabía. Una rápida mirada sobre su
hombro reveló a la dama metiéndose las famosas tartaletas de manzana en la
boca. Ella habló alrededor de un bocado, migajas arrojadas al aire. —Mira la
forma en que se lanza sobre mi hermano. ¡Vergonzoso!—
Oh, él había estado mirando pero veía todo lo contrario. Lord Needling no
estaba prestando atención a nadie más que a la duquesa. Él se colocó a un
lado, asegurándose de que su cuerpo estaba en contacto directo con el de ella.
Graciela no estaba consciente o estaba conforme con la proximidad. La mujer
tonta. ¿No entendía que la gente estaba tomando nota? ¿Que estaban mirando?
Claramente no le importaba.
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Él se giró y la miró fijamente con una mirada fría donde ella estaba parada en
el lado opuesto de la mesa de refrescos.
La dama se congeló, con otra tartaleta a medio camino de sus labios, su mirada
se dirigió vacilante hacia él. La otra dama, su compañera, le miró con los ojos
muy abiertos entre los dos.
—En mi experiencia, una falda ligera es más valiosa que una chismosa común.
—¡Bien!— Con un resoplido, ella dejó caer varias tartaletas más en su plato,
dio una vuelta y se marchó, su amiga siguiéndola en sus talones.
A pesar del enfrentamiento, el lado más razonable de sí mismo sabía que las
actividades de una viuda no importaban demasiado en la sociedad. Existían
escándalos mucho más grandes.
Ela no era una ruborizada debutante o una dama casada. Era libre de
coquetear con quien quisiera y a pesar de las habladurías de alguna
entrometida, si ella y Needling tenían un romance, difícilmente causarían un
escándalo.
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Capítulo 8
La habilidad musical de las chicas era menos que pasable. Cada vez que
Forsythia se equivocaba con las teclas, se reía y echaba una mirada adorable a
Lord Strickland que parecía prometer que era buena en otras cosas. O tal vez
esos eran simplemente los pensamientos poco amables de Graciela. Ella no
podía ver la cara de Colin y no se atrevía a girarse para mirar detrás de ella. Era
suficiente con sentirlo allí, su presencia irradiaba un calor que estaba segura
que sólo la afectaba a ella.
—Si me disculpas.
Las voces viajaban por el aire. Más gente se acercaba. Decidida a que nadie la
viera y la arrastrara de vuelta a la fiesta, ella abrió una puerta al azar. Mirando
dentro, vio que la habitación estaba casi toda oscura, con la chimenea fría.
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Una débil franja de luz de luna se desparramaba por la habitación desde las
puertas francesas, permitiéndole ver los muebles cubiertos de tela. Esta
habitación no estaba en uso activo, entonces. Nadie la encontraría aquí. No
debería ser molestada.
Humedecía sus labios. —No deberías estar aquí—. Su voz sonó como un
tintineo en el aire. No podían ser descubiertos juntos aquí así, solos en una
habitación oscura. Ella apuntó con un dedo imperioso. — Vete—.
Él se detuvo frente a ella, con la silla entre ellos. —¿Por qué estás aquí?—, le
preguntó.
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No había ninguna urgencia para él, no había miedo de que pudieran ser
descubiertos. No, ese era sólo su miedo. El duro martillo que la atravesaba
ahora. Su mirada se dirigió varias veces hacia la puerta y hacia él. ¿Y si alguien
entraba? Él se mantuvo firme, como si tuviera todo el derecho de estar aquí. ¿Y
qué le importaría a él si fueran descubiertos? Esa era la dualidad entre
hombres y mujeres. Las mujeres tenían reputaciones que perder. Los hombres
sólo tenían reputación.
—Es una fiesta, ¿no?—, dijo ella, y su ira se elevó por la injusticia de todo ello.
Que él no se preocupara mientras ella tenía tantas cosas que considerar. Que
fuera tan atractivo y tan fuera de su alcance al mismo tiempo. —Hay mucha
gente aquí. ¿Por qué no debería estar aquí?
Mientras lo miraba, era difícil recordar que era el mismo Lord Strickland que
había conocido casi la mitad de su vida.
O tal vez era que ella había cambiado. Después de todo, ella se había
convertido en la clase de mujer que visitaba clubes de placer y contemplaba
tomar un amante.
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Él sabía eso de ella ahora. Así que, por supuesto, la miraría de forma diferente
y se comportaría de forma diferente con ella.
—¿Cuál fue la pregunta?— Ella respiró, su pulso tenía una presión urgente
que corría desde su garganta hasta el centro de su... haciendo que presionara
sus muslos.
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Él sonrió lentamente. En realidad, fue más una mueca que una sonrisa. Sus
labios se despegaron de sus dientes blancos y rectos. —Cierto, no es asunto
mío, pero ¿no te has entrometido recientemente en mis asuntos con respecto a
mis intenciones de casarme? Creo que incluso te ofreciste a ayudarme en mi
búsqueda. Asumí que eso significaba que estábamos compartiendo
confidencias.
Sus manos se posaron junto a las de ella en la parte superior de la mesa. Ella
sintió que todo él se alineaba con su cuerpo. Fue impactante. Incluso bailando,
nunca había sentido el cuerpo de un hombre tan cerca. No desde su marido.
—Mentirme.
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Ella abrió sus labios para hablar pero sólo un chillido se escapó mientras él la
acercaba, aplastando sus senos en su pecho. Aferrándose a su cintura, la
levantó y la dejó caer sobre la mesa, apretándose entre sus muslos separados.
Sin esperar la respuesta de ella, una de sus manos se sumergió entre las
piernas de ella.
Él se movió con tal habilidad y rapidez hacia la abertura de sus calzones que
ella supo que él estaba muy familiarizado con la ropa interior de las damas. Él
sabía lo que estaba haciendo. Su cabeza estaba temblando y ella aún no había
conseguido su voz antes de que sus dedos se deslizaran a través de su
femineidad.
Su cabeza cayó hacia atrás con un gemido ahogado. —¿Qué haces... tú... . .—
Su voz surgió rasposa. En lo que respecta como protesta fue patético, pero
entonces, su cuerpo era una clamorosa bola de necesidad en este momento.
Todo lo que podía hacer era mirar con asombro la belleza de su rostro. El
ardor de su mirada coincidía con el fuerte latido de su vientre.
Había pasado demasiado tiempo desde que su cuerpo había recibido algún
tipo de atención. Aún más tiempo desde que su cuerpo conoció la verdadera
satisfacción, tal vez nunca la tuvo. Había algo en su mirada encapuchada que
prometía satisfacción, por no hablar de su mano trabajando entre los muslos
de ella, acariciando la parte más íntima de ella.
Ella todavía recordaba aquel encuentro en Sodoma. El olor del sexo y el deseo
la rodeaban. Era como si la experiencia única la hubiera infectado, dejándola
febril y dolorida, afligida por un profundo anhelo por esto, por él, incluso si
ella estaba en medio de una fiesta en la casa de Lord Needling. Eso no
importaba nada. Ella se dio cuenta de eso ahora. Cuando ya no tenías a nadie
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Ella gimió, sus brazos comenzaron a temblar sobre la mesa por sostener su
peso. No podía negarse esto.
—Tan mojada, Ela—, gimió él y dejó caer su cabeza en el hueco entre su cuello
y su hombro. —Te sientes como la miel y la seda.
Ella se mordió el labio para evitar suplicar. Autenberry nunca la había tocado
así. Hasta Sodoma no sabía que los hombres acariciaban a las mujeres en ese
lugar de sus cuerpos... ni tenía la menor idea de que pudiera sentirse tan bien.
—¿Te gusta esto, Ela?— Su voz profunda rozó su piel, viajando sobre ella y
abrasándola en sus lugares más tiernos... lugares que ella no sabía que podían
sentir sensaciones como esta.
Y fue entonces cuando se dio cuenta de que él quería eso. Él pretendía que ella
no estuviera en sus cabales por la necesidad. Él quería que ella suplicara por
ello. Maldito sea.
Ella rechinó los dientes para evitar que sus súplicas se escaparan.
Ella apenas podía sostenerse en pie. Todo su cuerpo temblaba. Ella se recostó
sobre sus codos, haciendo sonar las cuentas colgantes de la lámpara.
Ella jadeó, sus manos se sumergieron en su pelo. Esto era demasiado. Ella tiró
de los mechones pero su cara se hundió más entre sus piernas. Pero entonces
ella lo sintió. El desmoronamiento que él había prometido. Una marea de
sensaciones la bañó. Una humedad se deslizó entre sus piernas.
Ella era apenas consciente de sus manos tirando de sus faldas hacia abajo
mientras se levantaba. Ella debería estar agradecida por eso, supuso. Y aún así
no pudo incentivarse para moverse. Sus músculos tenían la consistencia de la
mermelada. Sus piernas colgaban sin fuerzas de los lados de la mesa.
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Ella estaba realmente avergonzada. ¡Le había permitido, Lord Strickland! Que el
cielo me ayude a hacerle las cosas más perversas mientras la chica que él
cortejaba tocaba el pianoforte un par de habitaciones más lejos. Y a pesar de
todo eso, Graciela todavía lo quería. Quería que le hiciera más cosas malas.
Todas las cosas malvadas.
El pecho de ella se puso pesado. Ella sentía cualquier cosa menos calma.
Quería volver a pegarle, irracional o no, y eso la avergonzaba a ella también.
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No. Se sentía peor. El extraño impulso de llorar la abrumó. No sabía qué era
esto. No sabía quién era.
Ella sacudió la cabeza. — Nunca más—. Era todo lo que podía pensar. Todo lo
que podía hacer para escapar.
Fue suficiente para obtener una reacción de él. Sus ojos se entrecerraron. —
Supongo que te refieres a nosotros.
Ella asintió.
—Eres realmente ingenua si crees que nunca volveremos a hacer esto, Ela.
Hemos empezado algo aquí. Es demasiado tarde para retroceder.
Sus palabras enviaron un agudo aguijón de pánico a través de ella. ¿Él tenía
razón? Ella estaba de repente desesperada por demostrarle que estaba
equivocado. Él tenía que estar equivocado. Tenían que volver a como estaban
las cosas antes. Ella hizo un gesto de dolor. Muy bien. . . tal vez no era posible,
pero ella definitivamente sabía que no podían seguir adelante. Si alguien se
enteraba de ellos... y la gente siempre se enteraba... sería desastroso.
Ella debería odiar sus palabras. Odiarlo por todo el dolor que le estaba
haciendo pasar. En cambio, ella sintió una pequeña y traicionera emoción.
Todavía estaba mojada entre sus muslos y terriblemente sensible. Su cuerpo
zumbaba, listo para lo que él le había prometido.
Sus fosas nasales se abrieron y ella supo que lo había insultado con la
insinuación de que era un niño. —Soy un adulto—, gruñó él.
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—Soy lo suficientemente adulto para saber que esta cosa entre nosotros no va
a desaparecer simplemente. Podríamos también disfrutar de ello, purgarlo de
nosotros mismos.
A lo lejos, la música comenzó, señalando que las hijas de Lord Needling habían
vuelto a tocar. Era como un chorro de agua fría, matando efectivamente todo
el anhelo que sentía. Un recordatorio necesario. Él pertenecía ahí fuera,
cortejando a su futura novia. No aquí cometiendo todo tipo de libertinaje con
ella.
Justo entonces un sonido llegó a sus oídos. Pasos. Una puerta abriéndose y
cerrándose, el ruido resonando en el tramo del pasillo.
Alguien se acercaba.
Ella asintió con la cabeza, temblando por dentro, sus nervios se tensaron.
Trató de dar un paso adelante para que pudieran continuar fuera de la
habitación pero su mano se apretó alrededor de la de ella, sosteniéndola en su
lugar.
—Sí, por supuesto—, dijo ella, dispuesta a decir lo que sea para que él los
saque de esta habitación.
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—¡Mi señor!— La idea de que fingiera estar con ella cuando estaba con otras
mujeres la repugnaba.
El hombre más pequeño cayó sobre la alfombra con un grito maullador. Colin
ni siquiera parecía haber terminado. La sed de sangre brillaba en sus ojos.
—Te mataré. Ella dijo que no—, le gruñó a Needling, inclinándose sobre el
hombre y pateando con su bota malhumorada. —Ponte de pie.
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Ella lo besó.
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Capítulo 9
Su boca cayó hambrienta sobre la de él, exigiendo. Ella lo besó como si fuera el
último beso en la historia de todos los besos.
Ella se aferró a su cara, con sus pequeñas uñas cortas clavadas en sus mejillas
mientras su suave y flexible boca se abría para él. Ella le mordió el labio
inferior antes de empujar su lengua contra la de él. Su polla se endureció
contra su vientre, pero a ella no parecía importarle. No le importó que lo
besara. No le importaba que tuvieran una audiencia. Ella se apretó contra él
con salvaje abandono. Sus manos cayeron sobre sus hombros y él la agarró por
la espalda, sosteniendo su exuberante cuerpo contra él mientras le besaba con
la misma intensidad.
Colin gruñó y empezó a separarse de Ela, pero sus manos se apretaron en sus
hombros. Ella aumentó la presión de su boca. Él sabía lo que ella estaba
haciendo. Sabía que ella estaba tratando de distraerlo de golpear a Needling...
y en su mayor parte lo estaba logrando.
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Ela aspiró un aliento detrás de él como si se preparara para hablar, sin duda
para protestar por esa declaración. Él le dio un apretón de manos y le envió
una mirada de reprimenda sobre su hombro indicando que podría argumentar
ese punto más tarde. Después de que ella lo besara con valentía, Needling no la
creería de todos modos.
Él continuó: —Dudo que le guste que el mundo sepa ese hecho, mi señor.
Puede imaginar la gran diversión que todos se tomarán a su costa. Puedo oír a
los hombres de White riéndose ahora.
Cuadrando sus hombros, Needling se las arregló para exigir, —Supongo que
renunciará a hacer la corte a mi hija.
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dijo a sí mismo que era porque la conocía desde hace mucho tiempo, pero esa
explicación le pareció un poco débil incluso para él.
—Bien por usted—, respondió Colin con una voz que era todo menos
agradecida.
—Será mejor que nos vayamos antes de que termine la representación. Nadie
se dará cuenta si nos escapamos ahora.
Ella asintió con la cabeza, todavía lo mira con recelo. —He acudido aquí con
Lady Talbot.
— Yo te llevaré a casa.
Si es posible, ella parecía aún más cautelosa. Se había ido la mujer que acababa
de besarlo con fuego y entusiasmo.
Ella miró hacia abajo a su toque en el brazo como si lo rechazara, pero luego
dirigió su mirada hacia delante de nuevo, sus labios se aplanaron en una
delgada línea. Como si ella fuera a soportar su toque. Aún así, él no la soltó
hasta que salieron de la casa y se instalaron en los confines de su carruaje. Él
tomó el asiento frente a ella, decidiendo no tentar a su suerte sentándose a su
lado.
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—¿Cumplirá su palabra?
Ella exhaló y él notó que sus hombros se relajaron un poco, parte de su rigidez
se desvaneció. Él se alegró por eso. No deseaba verla preocupada o asustada y
el encuentro con Needling la había dejado sintiendo ambas cosas. Ella levantó
su mirada a las cortinas. Estaban cerradas, pero ella las miraba como si
estuviera viendo el exterior. Evidentemente, ella prefería mirar a cualquier
lugar que a él.
Ella levantó sus oscuros ojos hacia él. —No lo sé. Supongo que debería volver
pronto.— Ella se detuvo, frunciendo el ceño. —Tal vez cuanto antes mejor.
Esta visita a la ciudad no ha estado exenta de problemas...
Ella sostuvo su mirada y simplemente arqueó una ceja oscura. —Los dos nos
hemos estado comportando imprudentemente últimamente.
— Yo lo admitiré.
Ella olfateó. —Tiene que parar. Si Marcus o las chicas alguna vez supieran...
El día amaneció brillante y frío y con él vino la avalancha de todo lo que pasó
la noche anterior. Cuando ella abrió los ojos para ver los cristales de las
ventanas con montantes de escarcha de su dormitorio, recordó todo con
dolorosos detalles. Le había dicho a Colin que consideraría una aventura con
él.
Se cubrió la cabeza con la almohada y se quejó. ¿Cómo pudo haber hecho tal
cosa? —Buenos días, Su Gracia—, dijo Minnie, empujando los troncos de la
chimenea al otro lado de la cámara antes de añadir más troncos. Eso explicaba
el frío. El fuego se había apagado durante la noche. —¿Le traigo el desayuno o
quiere comer abajo?
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Claramente había perdido la cabeza si pensaba que iba a hacer algo tan
temerario. Hoy no iba a salir de su dormitorio. Nada podría salir mal si se
quedaba encerrada en su habitación.
Ella suspiró. Por supuesto que sí. Dos noches seguidas que ella había
desaparecido. Desapareció sin ninguna explicación. Mary Rebecca
probablemente quería saber lo que estaba pasando. Se suponía que Graciela le
debía una explicación. Ella arrojó la colcha. —Muy bien. Llama a Minnie, por
favor.
Capítulo 10
—¿Cómo lo sabes?— Ella hizo un gesto de dolor al escuchar esa voz tan
reveladora.
Ella sólo podía mirar fijamente a su amiga durante un largo tiempo. Por más
ridícula que pareciera su lógica, era acertada.
Tal vez había llegado el momento de las confesiones. Se sentiría bien hablar
con alguien.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía!— Mary Rebecca rebotó en su asiento, los rizos se
juntaron a los lados de su cabeza oscilando. —¿Quién es él?
—No pasó nada—, recalcó ella. —Bueno, sólo un beso y eso fue sólo por
conveniencia.
Sí, hubiera sido bueno saberlo antes de que aceptara unirse a ella, pero eso no
tenía nada que ver ahora. —Bueno, casi me vio.— Ella inhaló. —Pero Lord
Strickland intervino.
—¿Cómo lo logró?
Mary Rebecca silbó entre sus dientes. —Qué magnánimo de su parte. Quiero
decir, debe haber sido horrible—. Su voz se volvió burlona. —Besarte debió
ser repugnante para él.
Ella sacudió su cabeza, un rubor caliente robando sobre su cara. —No me voy
a acostar con él.
Aún con esa sonrisa, el ama de llaves dejó la habitación tras el ejército de
lacayos.
Mary Rebecca parecía lista para estallar mientras esperaba, con los labios
apretados, a que la puerta se cerrara. Tan pronto como lo hizo, Mary Rebecca
estalló, —¡Ábrela! Abre la tarjeta.
—Mary Rebecca—, siseó ella, lanzando una mirada a la puerta. —No tengo
tal cosa y ¿serías tan amable de dejar de comportarte con la madurez de un
niño pequeño? ¿Al menos?
Mary Rebecca sacó su lengua y luego dijo, —Aún. Aún no son amantes, pero
es una mera eventualidad.
—¡Oh! ¡Caca! Estás siendo demasiado difícil. No firmó con su nombre. Ni dijo
nada perjudicial en esa nota.
—Esto no es una buena idea—, refunfuñó ella, y se levantó para oler una de las
flores gordas de un ramo cercano. Era fragante y embriagador... como toda esta
relación con Colin.
Ella rozó el pétalo casi con resentimiento. Nadie le había enviado nunca flores.
Ni siquiera su difunto marido. Su noviazgo había ocurrido
extraordinariamente rápido. Papá estaba tan orgulloso de que ella hubiera
ganado una oferta de un hombre tan elegible y prestigioso. Después de que ella
y el duque tomaron los votos matrimoniales, no hubo tal cortesía, por
supuesto. En ese momento, ella era propiedad de Autenberry... comprada y
pagada. Sin cortejos. Sin flores. La única joya que le dio fue todo lo que había
pertenecido a la larga línea de Duquesas de Autenberry antes que ella.
.
—Te mereces algo de felicidad, Ela. Y diversión—, dijo Mary Rebecca
suavemente.
Mary Rebecca asintió pensativa. —Admito que eso te haga dudar, pero no hay
necesidad de que tu hijastro se entere siquiera de lo que es una relación
privada—. Ella inclinó su cuello y suspiró hacia el cielo. —¡Por el amor de
Dios! ¡Hazlo sólo una vez! Averigua qué es lo que te has estado perdiendo
todos estos años, Ela. Quiero decir, mira de quién estamos hablando. Se me
enroscan los dedos de los pies sólo de pensar en él...
Más que los dedos de sus pies enroscados. Algo se retorció y pulsó dentro de
ella. Un profundo y anhelado dolor. Ella estaba empezando a entender... y el
miedo... que iba más allá del deseo, y que era un concepto aterrador.
Ella parpadeó los ojos que se sentían peligrosamente cerca de las lágrimas. No
se trataba de negarse a sí misma el placer y la aventura. Se trataba de negarse a
sí misma a él, que era la acción más segura a tomar... al menos en términos de
auto-preservación.
¿Un admirador? Esa fue una palabra demasiado callada. No podía mirar las
flores sin que su cara se incendiara.
De repente lo sintió entre sus muslos otra vez. Su boca en el centro de ella. Sus
manos enterradas en su grueso cabello, instándole a seguir adelante.
—No—, dijo ella, con la voz decidida. —Debo deshacerme de estas flores. De
todas ellas.— Ella no debería dejar ninguna evidencia de que hubiera un
hombre en su vida. Marcus investigaría. Consideraría que era su deber. —Y le
enviaré una misiva, también, dejándole sin ninguna duda que no vamos a
entrar en una aventura.
—Estoy segura de que no lo haré—, mintió ella, una sensación horrible que se
agitaba en la boca de su estómago.
Porque no estaba segura de nada. Hace sólo unos días había prometido
empezar a vivir, y esto se sentía muy parecido a huir.
En ese momento las puertas del salón se abrieron y Marcus entró con una
amplia sonrisa en sus labios. Su mano se dirigió hacia su repentina
contracción en la garganta. El acto de tomar aire fue una lucha.
Capítulo 11
Ella le había dado su respuesta. Tal vez las flores habían sido demasiado y la
asustaron. Él volvió a leer la nota y sonrió para sí mismo. Ni por un momento
él creía que ella quería decir esas palabras. Asustado o no, esto no cambiaba
nada. De nada serviría.
Con una mirada de disculpa a Colin, el mayordomo les cerró las puertas,
dejándolos solos.
En ese momento, Autenberry miró hacia otro lado, lejos del fuego. —
¿Deberíamos ir a Sodoma esta noche? Eso podría ser divertido.
—No lo había planeado.— No, él había estado planeando ver a Ela de nuevo...
incluso si eso significaba escalar el balcón de su habitación. Su nota
definitivamente había puesto fin a ese pensamiento. Ahora necesitaba
repensar cuidadosamente su próximo paso.
Quizás debería hacer lo que ella le pidió y olvidarse de ella... de ellos. No era
uno de esos caballeros insistentes en forzar sus atenciones no deseadas en una
mujer.
Sin embargo, esto era diferente. Ela lo quería tanto como él a ella.
— Vamos, ahora. Tal vez puedas encontrarte con esa sabrosa mujercita con la
que desapareciste la última vez.
Ela había sido la que mantuvo unida a la familia. Enid, Marcus y Clara.
Cenaban y hacían picnics regularmente e iban a la iglesia los domingos.
Cantaban villancicos en Navidad y salían a recolectar acebo. Hacían todo tipo
de cosas que las familias buenas y sanas hacían. Él sabía que Marcus la amaba
por eso.
—No estoy de humor para Sodoma esta noche—, dijo él, adoptando un aire
casual. —Tal vez en otra ocasión. Eres bienvenido a quedarte a cenar aquí.
Estoy seguro de que el cocinero está preparando algo sabroso. Podemos jugar
unas cuantas manos de cartas.
Marcus se dio unas palmaditas en el estómago plano. —Hoy almorcé con Ela.
Ella siempre me alimenta como si fuera mi última comida. Vaya un banquete.
No creo que pueda comer durante días. Todavía me arrepiento de no haber
llevado a Cook conmigo cuando me establecí en mi propia casa.
Todo en él se tensó y aún así luchó por la calma mientras preguntaba: —¿Viste
a Ela hoy?
—Sí—. Él se sentó un poco más derecho. —Lo que me recuerda. Creo que mi
madrastra tiene un pretendiente—. Agitó una mano. —Todo el salón fue una
pútrida explosión de flores. Parecía una floristería. Asqueroso, en realidad.
Algún tonto cree que puede meterse en la cama de Ela enviándole flores.
Marcus golpeó con los dedos los cojines a ambos lados de él. —En efecto.
—No es por ser una voz de discordia, pero ¿por qué es tan importante que lo
averigües? Tu madrastra no es una chica inocente. Tu padre ha estado muerto
por muchos años...
— Debido a que ella es Ela. No dejaré una presa a los lobos de la Ton. Confía
en mí. Conozco a los de su especie.— Naturalmente. Ellos eran así.
—Le haré entender que eligió a la dama equivocada para el coqueteo y que
necesita alejarse de ella.
—¿Y si este hombre no se aleja de ella?— Porque en este punto eso no era
posible para él. Era como si una cuerda invisible los conectara. Una cuerda con
la fuerza de las cadenas de Prometeo.
—Ya veo.
Era su turno de mirar el fuego. Tal vez debería intentar dejar este
enamoramiento con Ela. No imaginaba que Autenberry lo aprobara.
—Ella se va.
—Sí. Mañana regresa al campo. Dudo que este admirador suyo la siga hasta el
campo.
Para entonces ella estaría tan decidida y lúgubre como una estatua sagrada en
torno a él. Sería una Duquesa de Autenberry perfectamente equilibrada,
inexpugnable a su encanto o influencia. Siempre fuera de su alcance. Él lo
sabía tan bien como sabía que el sol saldría por la mañana. Él no podía
soportar esa idea.
Él se dio unas palmadas con las manos, los dedos excavando entre ladrillos
fríos cubiertos de hiedra gruesa mientras se elevaba, sólo el brillo de la luna le
mostraba el camino.
Balanceó su pierna sobre el balcón y se dejó caer silenciosamente con los pies
descalzos. Su pecho se elevó con una profunda respiración mientras
contemplaba las puertas francesas cerradas. Un débil reflejo de sí mismo le
miraba desde los brillantes cristales negros de las ventanas. Era
desconcertante. Él se sentía como si estuviera haciendo algo ilícito.
Debe ser porque usted lo está haciendo. Apagando esa voz, él puso una mano
alrededor del cerrojo y lo giró, abriendo la puerta con facilidad.
El cuerpo de Ela.
Sus palmas de las manos le picaban para recoger esa materia, pero él no la
tocó. Él no estaba aquí para manosearla mientras dormía como un depredador
de la noche dado a las mujeres que atacan cuando ellas eran más vulnerables.
Parado atrás, miró por unos momentos como los leños comenzaron a humear y
luego a prenderse fuego.
Capítulo 12
Dándose la vuelta, él extendió una mano para proteger de Ela, armada con un
segundo candelabro, cargando contra él. —¡Ela! ¡Alto! ¡Soy yo!
Ella se sintió familiar contra él, su cuerpo flexible y exuberante. Familiar pero
agonizantemente desconocido. Él quería conocerla. Anhelaba hundirse en ella
y conocerla tan bien como se conocía a sí mismo.
—¡Colin!— Sus ojos oscuros brillaban como piedras preciosas bajo la luz del
fuego mientras lo miraba, absorbiéndolo por un largo momento antes de
agregar, —¿Qué estás haciendo aquí? ¿En mi habitación?— Ella presionó sus
pequeñas manos contra su pecho, simultáneamente arqueando su cuerpo y
empujándolo.
Ella se calmó con eso, sus manos ya no empujaban contra él. —¿Y eso te hizo
irrumpir en mi habitación en medio de la noche? ¿Cómo conseguiste entrar
aquí? Las bisagras de mi puerta siempre chirrían. Me habría despertado—. Su
mirada se lanzó como si buscara una puerta oculta.
Él sonrió ampliamente. —Qué bueno que finalmente admitas eso—, gruñó él.
—Oh, no estoy bromeando. Esto es bastante serio para mí. Terminar lo que ha
comenzado entre nosotros, llevándolo a su progresión más natural es un
asunto muy serio. Sólo deseo que lo tomes casi tan en serio como yo. En lugar
de huir.
A pesar de que él se alzaba varios centímetros por encima de ella, ella sin
embargo se las arregló para mirarle por encima del hombro. —No me
sorprendería que un soltero despreocupado como usted tuviera dificultad
para imaginar motivos que no sean egoístas.—Ella era buena evadiendo y
distrayendo de lo que realmente estaba en marcha. Él le daría eso. Si él no
tuviera pruebas directas de lo contrario. ...si él no hubiera sentido cuánto la
afectaba, se habría sentido como de dos pulgadas de altura ahora mismo.
—No es que mis planes de viaje, sean los que sean, sean de su incumbencia,
pero he dejado a Clara y a Enid a su suerte por mucho tiempo. Me doy cuenta
de que no tiene el concepto de deber, pero esas chicas son mi responsabilidad.
—¿Mentir?
Ella soltó una sola carcajada. —Me temo que tu ego herido es el problema
aquí.
—¿Mi ego?
Ella resopló.
Su demanda resonó entre ellos, el duro eco se sintió mucho después de que se
pronunciara la última palabra.
—¿Cómo has podido decirme tal cosa?—susurró ella, con su voz como un
rasguño furioso en el aire. La indignación zumbaba a lo largo de su cuerpo,
pero él sospechaba que era porque la había desafiado por su larga farsa y no
porque sus palabras fueran erróneas.
Él dio un paso más, pero ella se mantuvo firme. Sus ojos ardían en fuego, pero
llámalo masoquista porque él sólo quería acercarse a ese fuego... para sentir
cómo le escaldaba por todas partes. Esta... enfurecida Ela... era mucho mejor
que una Ela de camino a su casa en el campo y lejos de él.
—Sé que tu matrimonio te dejó fría y que has estado hambrienta de más... de
calor y de pasión. Tú querías eso incluso antes de que el viejo muriera.
Su boca se abrió con un pequeño jadeo y él supo que ella entendía de qué
estaba hablando.
Él no debería haber sido testigo de ello hace tantos años, pero había estado
allí. En ese momento se había prometido a sí mismo que nunca se convertiría
en un marido para ninguna mujer, que nunca deshonraría a ninguna mujer de
esa manera. Que nunca sería como el Duque de Autenberry.
—Te vi. Fue hace mucho tiempo. Después de que Clara naciera. En su
bautismo.
—Ya lo sé—, replicó él. —Pero lo hice. Estaba allí, de pie justo detrás de ti.
Él asintió con la cabeza una vez. —Vi a tu marido tirándose a una sirvienta en
su escritorio.
La escena aún estaba viva en su mente. En ese momento, Colin había sido un
hombre joven, con experiencia limitada, poco más que un niño. La imagen
carnal del padre de Marcus inclinando a una criada sobre su escritorio y
tomándola tan salvajemente le había sorprendido.
Ella asintió con la cabeza, con la mirada perdida antes de volver a él.
—Verlo así te destrozó. Cualquier emoción tierna que sintieras por él murió
entonces. Lo vi en tu cara, tan seguro como que una llama se apaga...
—No seas tan dramático—. Sus tonos burlones se agitaban entre ellos.
—Sí—. Ella levantó sus ojos que brillaban de emoción. —Como dije, muy
joven. Ahora sé que no debo dejar que cosas como la esperanza y el amor me
dominen.
—Ese tierno corazón todavía está en ti. Anhela más.— Sus manos se
apretaron en su cintura. —Eso es lo que te trajo a Sodoma. Mal aconsejado,
quizás, pero con una amiga como Lady Talbot es una maravilla que hayas
resistido tanto tiempo. Supongo que debería estar agradecido de haber estado
allí cuando fuiste.
— Tú has sabido de ese día todo este tiempo. — Ella sacudió la cabeza. —
Cada vez que decía algo sobre mi difunto marido, sobre lo maravilloso que era
o lo mucho que le adoraba... te reías de mí.
—Ela...
—No—, ella lo cortó. —Deja de hablarme con esa voz suave. Como si me
conocieras y te preocuparas por mí. Es una lástima todo lo que sientes por mí
junto con una retorcida determinación de ganar.
—¿Ganar?
—Sí. Desde Sodoma me has estado acosando.— Ella se detuvo y soltó una
ráfaga de aliento. — Ojalá no hubieras estado allí esa noche.
Sus palabras hicieron efecto y le picaron por una fracción de segundo que él
permitió que lo hicieran. Luego las rechazó, no aceptándolas como verdades
por un momento. ¿—Verdad—? ¿Desearías que otro hombre te hubiera
besado? Quizás hubieras usado una de las habitaciones privadas de Sodoma si
hubieras conocido a otro allí.
—Tal vez lo hubiera hecho—, ella regresó ardientemente, con los ojos
brillantes.
Y estaba el hecho no tan insignificante de que pretendía hacer el amor con ella
como el bastardo de su marido nunca lo había hecho.
El único problema de desnudarse era que tenía que quitarle las manos de
encima, aunque fuera por un momento, y no podía soportar la idea.
—Colin—, suplicó ella, bajando sus manos para jalar sus pantalones. No se
necesitaban palabras. Él sentía la misma desesperación, pero no quería que
esto terminara demasiado rápido. Puede que no se permitiera la fantasía de
que esto sucediera entre ellos, pero sentía como si hubiera estado esperando
toda su vida este momento. Él quería saborearlo. Quería que esto fuera bueno
para ambos.
— Yo... yo no soy joven—, murmuró ella, con un temblor en su voz. —Y... Yo...
he dado a luz a un niño. No soy como las chicas a las que estás acostumbrado.
Yo...
—La idea de cualquier otra mujer palidece a tu lado. No lo dudes nunca.— Sus
manos tomaron su camisón y lo pasaron por la cabeza en un solo movimiento,
dejándola completamente desnuda debajo de él.
Su mirada la devoró. Ella era mejor que cualquier cosa que él había imaginado.
De cadera ancha y cintura estrecha. Senos que se desbordaban en sus manos.
Piel de miel con pezones oscuros del tamaño de un centavo que le hacían la
boca agua.
Ella se mordió el labio, moviéndose debajo de él, y él sabía que las dudas la
acosaban a pesar de su anterior seguridad. Él levantó su mano y le quitó un
mechón de pelo oscuro de su hombro. —Tengo una confesión que hacer.
Él le tocó la mejilla, la punta de sus dedos rozando la suave piel. Era tan
encantadora que le ofendía que pensara de sí misma como algo menos que eso.
Su pulgar trazó su boca. —He soñado contigo de esta manera antes. Desnuda.
Debajo de mí. Aunque la fantasía ni siquiera se compara con la realidad.
—Era una indudable debilidad soñar contigo, pero ¿cómo uno puede controlar
sus sueños?— Sus ojos se posaron sobre ella mientras hablaba. —Estaba de
vuelta en Eton cuando ocurrió. En el dormitorio. Me desperté con la polla
dura y sudando. Era terrible... las cosas malvadas que yo te hacía en ese sueño.
—Te estaba haciendo esto a ti—. Doblando la cabeza, cerró la boca alrededor
de su pezón, tirando de él profundamente y envolviéndolo con la lengua hasta
que ella se arqueó debajo de él y soltó un agudo gemido.
Esto fue mejor que cualquier sueño. Mejor que cualquier cosa.
Él agarró uno de sus muslos y lo subió más alto, inclinándola para una
penetración más profunda. Estableció un ritmo más rápido, empujando con
más fuerza. Y fue inquietantemente como ese sueño de hace tantos años,
excepto que mejor porque era real. No era un niño con sus secretos deseos y
anhelos.
Ahora era un hombre y sabía exactamente cómo hacerla caer. Ella ya había
empezado a temblar debajo de él cuando su mano se deslizó entre sus cuerpos,
encontrándolos donde estaban unidos. Encontró ese pequeño brote y lo hizo
rodar mientras continuaba trabajando dentro y fuera de ella.
—¡Colin!—, gritó ella, al elevarse de la cama, agarrándose a sus brazos, con los
ojos abiertos de asombro mientras se deshacía, temblando y estremeciéndose
contra él.
Ella lo desintegró.
—Yo...— ella empezó y se detuvo de nuevo. Ella nunca había estado corta de
palabras y él disfrutaba de este nuevo lado de ella. Sabiendo que podía ponerla
nerviosa. La miraba, esperando. Ella lo miró. — Yo no sabía que podía ser así.
—¡Oh!—, gritó ella, con sus manos sobre su cabeza, agarrando puñados del
cubrecama. —No sabía... No creí que se pudiera...
Capítulo 13
Ela abrió sus ojos a una cámara matizada por un aire confuso. Había llegado el
amanecer y el mundo se sentía diferente, había cambiado de alguna manera.
Ella nunca supo que las cosas que habían hecho podían pasar más de una vez
en una noche. Ella nunca supo que podía ser tan devastador, tan bueno. Ella
nunca supo que tenía en su interior el no sentirse abatida. Autenberry la había
hecho sentir tan poco inspiradora como amante. Él nunca ocultó su decepción
y ella sólo asumió que él tenía razón. Él había tenido una veintena de amantes.
¿Cómo iba a saber ella algo diferente?
Después de la tercera vez que ella y Colin se reunieron, ella se durmió casi
inmediatamente.
Ella jadeó ante las palabras traviesas, su implicación es clara. —¿Otra vez?—
Ella se ahogó en una risa.
—Han pasado unas cuantas horas. Estoy listo de nuevo. ¿No lo estás tú?
Incluso tierna por la actividad de la noche anterior, ella ya estaba mojada para
él mientras se acomodaba en su canal demasiado sensible. Ella giró su cara en
la ropa de cama para evitar gritar. Adolorida o no, su sexo se envolvió
alrededor de su grueso miembro, su cuerpo tan hambriento de él como
siempre.
Fue asombroso. Desde esta posición, ella sentía su penetración más profunda
que nunca. Con cada golpe él empujó en ese punto difícil de alcanzar dentro
de ella. Sus piernas temblaban y él le rodeó la cintura con un brazo,
abrazándola mientras aumentaba la velocidad de sus empujes.
Y eso era un pensamiento muy peligroso. Esto no era para siempre. Era algo
que ocurriría sólo una vez. Ella no podía permitir que sus pensamientos fueran
a la deriva en la arena de la eternidad. Eso sería el tonto deseo de una chica
enamorada, y ella no era en absoluto eso.
Ella suspiró, satisfecha y contenta. Si estaba un poco triste al saber que esto
había terminado, no quería que la emoción aflorara mientras decía, —Mejor
vete.
Ella se giró hacia su lado. Eso sonó celestial, pero no era posible. Él debía saber
eso. Él se cayó de espaldas. Ella se apoyó en su codo para asomarse sobre él. —
Usted bromea. No podemos hacer eso. Tengo una casa llena de sirvientes.
Cualquiera de ellos podría hablar.
Ella dudó.
Ella lo miró fijamente. Todo él. Su rostro apuesto y su cuerpo viril y joven era
una tentación más grande de lo que se imaginaba. Sencillamente no debía
serlo. Él no debía ser el suyo. Pertenecía a alguien como Forsythia.
Justo entonces las puertas de su cámara se abrieron de golpe. Ella se dio vuelta
para mirar embobada a su visitante no anunciado, de espaldas a Colin.
—¡Mamá!
Clara.
Ella envió una rápida mirada sobre su hombro, satisfecha de que Colin estaba
metido bajo el cubrecama.
Era un bulto deforme que podía ser confundido con ropa de cama arrugada.
En ese momento ella sintió una mano que se deslizaba a lo largo de su muslo.
Ella se estremeció y luego se forzó a sí misma a permanecer tranquila. Él era
realmente malvado. ¿Cómo pudo nunca haber adivinado esto de él?
Clara sonrió brillantemente y luego corrió por el espacio restante para darle
un beso a la mejilla de Ela. Ella dejó de respirar ante la sensación del beso de
su hija... tan dulce e inocente tan cerca del lugar de su desenfreno.
Realmente era una criatura vergonzosa. Ella nunca había cuestionado su valor
como madre. Hasta ahora.
Era una mujer madura, entrando en la segunda mitad de su vida, una madre
que debía y siempre pondría a su hija en primer lugar. Tal vez Graciela no
tenga que preocuparse por arruinar su propia reputación, pero algo así podría
afectar negativamente a Clara. Incluso Enid sufriría.
Ella miró por un momento su alta y delgada figura hasta que apartó la mirada.
Ella forzó su mirada hacia adelante. Él tenía razón. No necesita ser una violeta
encogida ahora. Guarda eso para las Forsythias del mundo.
Ella sacudió la cabeza. Esto no era amor. Era otra cosa. Algo que ella debía
cortar de raíz.
Él se adelantó, su voz bajó a un tono oscuro que le era familiar porque ella lo
había oído en su oído toda la noche. —Siempre puedo encontrar el camino de
vuelta a tu habitación esta noche.
Él se calló.
Ella continuó: —Esta fue sólo una vez. Exploramos nuestros deseos el uno
para el otro y ahora hemos terminado.
—¿Qué? No. No, no lo sé.— Ella miró hacia su puerta, temerosa de que la
interrumpieran de nuevo. —Sólo quiero dar a entender que puedes ser libre de
explorar tus deseos en otro lugar. Con una hembra más a tu altura. Con
Forsythia, por ejemplo.— La idea puede haberle revuelto el estómago pero ella
Con suerte, él no sería visto a la luz del amanecer, ya que realmente no había
otra opción. No podía quedarse en su habitación y ciertamente no podía salir
por la puerta principal.
En las puertas de su balcón, se detuvo y la miró. —Pero que sepas que no voy a
explorar con otras damas cuando sólo piense en ti. En ti, Ela.
La mitad de su boca se levantó con una sonrisa. —Y aún así las tienes. Son
tuyas.— Dicho esto, él se puso en marcha y la dejó.
Ella lo miró fijamente, sin moverse durante varios segundos antes de entrar en
acción. Su hija y su hijastra estaban aquí. Era hora de volver a la realidad.
Capítulo 14
Colin, sin embargo, nunca apareció. Ella sospechaba que él iba a acompañar a
Marcus en una de sus visitas. A menudo lo había hecho en el pasado. No
habría sido inusual.
un milagro. El viejo Dr. Wilcox le había dicho que debía contar sus
bendiciones, porque nunca más concebiría. Sin embargo, él se había
equivocado. Ella había concebido de nuevo. Dos veces. Había tenido dos
abortos más.
—¡Mamá!— Clara se detuvo ante ella y ahora podía ver que la bolita peluda en
sus brazos era un cachorro. Una pequeña cara marrón con una pequeña nariz
puntiaguda se precipitó hacia Ela, su lengua golpeando el aire. Clara soltó el
canino y Ela atrapó el cuerpo que se movía alocadamente.
Ella gritó cuando el perro empezó a ahogarla con besos húmedos. —Clara, ¿de
quién es esta perra?
—¿Qué?—, dijo ella con su voz más severa. —Este cachorro no es nuestro...
—Sí, lo es. El muchacho que entregó el cachorro a la Sra. Wakefield dijo que
es nuestra. Adelante. Hay una tarjeta. Léela.
Ela lo tomó, notando que Enid la miraba con un brillo especulativo en sus ojos.
El sello no parecía estar roto en el pequeño sobre. Ella le dio la vuelta,
llenándola de temor.
Ela,
Ella jadeó. Su mirada se dirigió a Enid. Su hijastra la estudió con esos ojos
grises tan inteligentes que tenía.
—¿Qué dice?— Clara enterró su nariz en el cuello del pequeño terrier. —Es
nuestra, ¿verdad?— Saltó una vez, todavía se parece mucho a una niña aunque
al límite de la feminidad. —¡Lo sabía!
—¿De quién viene?— Enid preguntó mientras veían a Clara caer sobre la
alfombra para jugar con la adorable bestia.
Ela se esforzó por encontrar una respuesta a la muy válida pregunta. Su mente
se aceleró. Colin la había acorralado con sus acciones y ella no podía pensar en
cómo responder.
Para complicar aún más las cosas, Marcus eligió ese momento para unirse a
ellos, entrando en la habitación con su elegante andar de piernas largas.
Enid miró el reloj que estaba sobre la chimenea. —Marcus, llegas a tiempo
para la cena. Qué coincidencia.
y acarició al animal entre las orejas. Ante la atención, el cachorro dio un brinco
y se lanzó sobre Marcus, claramente encantado de encontrar a un recién
llegado a su esfera. Riéndose, él atrapó el pequeño cuerpo que se movía contra
él. —¿Qué tenemos aquí? ¿De dónde vienes, pequeña?
Marcus levantó la vista mientras frotaba la barriga del cachorro, que parecía
listo para desmayarse en éxtasis.
Si tan sólo su vida pudiera ser tan simple. Un simple frotamiento de la barriga
y todo estaba bien y a punto.
—Tengo que estar de acuerdo con Enid—, dijo Marcus. —Debe ser algo—.
Con el ceño fruncido, miró a las tres como si su presencia fuera de repente
problemática. Luego miró hacia atrás a Ela. —¿No te ibas al campo?—
Evidentemente, por su forma de ser, era donde prefería que estuvieran.
—Aburrido suena bien—. Marcus asintió una vez. —Creo que necesitas
aburrirte—. Puede que se estuviera dirigiendo a Clara, pero estaba mirando
directamente a Ela mientras hablaba. Irónico, por supuesto, porque sólo
recientemente le había sugerido que se buscara una aventura. Sin embargo,
ella se resistió a señalarlo. No quería que él pensara que la aventura era su
objetivo. Él podría preguntarse qué había estado haciendo ella, en realidad.
Ella luchó por mantener su mirada. Mirar hacia otro lado implicaba culpa y
que ella tenía algo que ocultar. —Tenemos un viaje de compras planeado para
mañana. No puedo decepcionar a las chicas.
Frente al espejo del tocador, se soltó el pelo y lo ató en una simple trenza que
se enrolló en la coronilla. Luego simplemente se miró a sí misma, imaginando
que veía a otra persona mirando hacia atrás. Una mujer despierta en el deseo y
en todo lo que se ha perdido en la vida. La desilusión le hizo sentir en su
corazón que no podía seguir experimentando esas cosas con Colin. Las cosas
se habían vuelto demasiado complicadas. No era como si ella pudiera
simplemente profesar abiertamente una relación con Colin. Nadie lo
aprobaría.
Pero quizás no era demasiado tarde. Tal vez todavía podía tener esto.
—Gracias.
Capítulo 15
—Su Gracia—. Él se puso de pie y ejecutó una reverencia afilada. —¿A qué
debo este placer?
Ella se echó hacia atrás la capucha y lo apuñaló con ojos acusadores. —¡Me
enviaste un cachorro!
Ella frunció el ceño, lo cual no era una expresión normal para ella. Eso no
debería haberla hecho aún más tentadora para él. —¡No!
Él dejó caer su capa sobre la parte de atrás del sofá mientras ella respiraba y
apoyaba una mano en su cadera. Llevaba un vestido azul liso sin ningún tipo
de adorno, pero le favorecía más que ninguno de sus mejores vestidos. Lo
mismo podría decirse del sencillo estilo en el que llevaba el pelo. Estaba
recogido en una trenza que envolvía libremente la parte superior de su cabeza,
varias briznas oscuras se escaparon para enmarcar su cara. —Oh, sabes que no
hay nada malo con el cachorro. Está bien...
—¿Bien?— Él mismo había escogido ese cachorro. Era la más gordita y linda
de la camada por lejos.
—Muy bien. Adorable—, dijo ella. —Clara la adora como sabías que lo
haría.— Él se encogió de hombros, sin admitir ni negar.
—Oh, ¿en serio? ¿Debo recitarle las definiciones de estas palabras, entonces?
—Por favor, no lo hagas—. Ella levantó una mano. —Mi inglés es bastante
bueno. Sé lo que significan. Sé lo que hicimos y lo que tuvimos, pero eso es
cosa del pasado. Yo no quiero estar contigo.
Yo no quiero estar contigo. Ella no podía ser más clara al respecto. Él había
dicho esas mismas palabras anteriormente, cuando había terminado una
relación. Cruel tal vez, pero honesto de una manera que siempre había sentido
que una persona merecía conocer.
¿Qué le hacía pensar que era lo suficientemente bueno para alguien al que
realmente quería?
Ella le miró con ojos abiertos. —No lo hagas—. Cada palabra sonaba como
una súplica.
Ella asintió con la cabeza, la desconfianza o alguna otra emoción de este tipo
todavía rebosan en sus ojos marrones. Por alguna razón él no estaba seguro de
si la desconfianza estaba dirigida a él o a ella misma.
—A menos que hubiera algo más que quisieras—, añadió él. ¿Realmente
seguía esperando que ella se detuviera y cambiara de opinión?
Él le había dicho que nunca le mintiera. Que fuera ella misma. Él quería que
ella hiciera eso ahora mismo con él. No más pretensiones. Si esto no era lo que
ella quería, entonces Dios quiere que entre en razón y lo admita y los saque a
ambos de su sufrimiento.
Él se hundió en su silla y se sentó allí durante algún tiempo, el libro que había
estado leyendo olvidado a su lado, el crepitar del fuego los únicos sonidos en la
habitación aparte de su propia respiración. Era muy parecido a lo que había
hecho toda su vida. Estaba solo. Sólo que ahora sentía la soledad más
intensamente que nunca.
Él cerró la puerta justo cuando la puerta de su sala de estar se abrió, una vez
más el atormentado mayordomo le pisaba los talones a Marcus, balbuceando
su introducción.
—Tal vez para la próxima vez. ¿Y cómo está tu familia?—, preguntó él. Porque
era lo que procedía. Lo que había hecho incontables veces a lo largo de los
años.
Él abrió su boca, preparado para negar que pertenecía a Ela. Un gran número
de excusas, tanto plausibles como inverosímiles... pasaron por su mente. Muy
bien, la mayoría de ellas eran inverosímiles. Sin embargo, eran algo. Cualquier
otra cosa que no fuera la verdad.
En cambio, las palabras que caían de su boca eran lo último que él esperaba.
—La puse ahí cuando la ayudé a salir de ella.
La mirada azul de Marcus volvió a él. —¿Y qué estaba haciendo ella en tus
habitaciones privadas?
Con tacto o no, Marcus entendió su significado. Lo entendió muy bien. Como
sólo lo entendería un hombre que se ha involucrado con muchas mujeres en el
curso de su vida de mujeriego.
Sus voces estaban amortiguadas incluso con el oído pegado a la pared, pero no
había duda del fuerte choque seguido de varios golpes. Ella se sacudió y miró
fijamente a la puerta.
—¡Marcus!—, gritó ella mientras lo veía de pie sobre Colin. Su brazo estaba
echado hacia atrás, listo para asestar otro golpe a la cara de Colin.
Colin recibió el puñetazo, de buena gana, con la cabeza echada hacia atrás por
el golpe, y ella temía que dejara que su hijastro le golpeara sin sentido si no
hacía algo para detenerle.
—¿Qué? No... ¡Sí!— Ella sacudió la cabeza. —Marcus, estás exagerando. ¡Este
es Colin! ¡Es tu amigo!
Ella sacudió su cabeza hacia él. —No—, susurró ella, tragando amargamente.
Esto era todo lo que ella temía que pudiera suceder.
El horror la golpeó en el pecho. —¿Qué? No!— ¿Él realmente pensaba tal cosa
de ella? ¿De Colin? Su marido nunca le fue fiel, pero ella nunca se desvió de sus
votos.
—¿Lo hago?— Marcus los miró a ambos con tal desprecio que ella lo sintió,
tan palpable como un vapor frío. —Ya no estoy seguro de saber nada de
ninguno de los dos, porque nunca hubiera pensado que mi mejor amigo y mi
madrastra fueran capaces de esto.
—¿Y qué es lo que hemos hecho que es tan aborrecible?— Colin desafió. —
Ambos somos adultos con derecho a nuestra felicidad, ¿no es así? Antes de
este momento habrías dicho que querías eso para los dos. No estamos
haciendo daño a nadie.
—Ella es más que eso—, respondió Colin. —Te has pasado toda la vida
viéndola como una cosa que encaja en un determinado cuadro. Hay más en
Colin gruñó y se movió como si fuera a arremeter contra Marcus, pero ella lo
mantuvo con una mirada. —Ten cuidado—, advirtió Colin. — A cualquier
otro hombre lo derribaría por...
—No soy cualquier otro hombre, sin embargo, ¿lo soy? ¿Yo era tu amigo? Y eso
te convierte en un maldito bastardo—. —Sólo pasó una vez—, ella defendió.
Marcus se burló. — Yo tengo que creerte.
Colin se sentó a horcajadas con su hijastro y le golpeó la cara una y otra vez.
Él la miró, sus ojos feroces con una chispa salvaje. Por ella. La visión la hizo
temblar.
Luego vio a su hijastro debajo de Colin y se sintió fatal. Esto no debería haber
pasado, pero pasó. Por ella. Porque había sido tan débil como para ceder a la
tentación.
—No hay nada que discutir. Ustedes dos disfruten. No dejes que te detenga.
De hecho, olvídense de mí.
Él no regresó.
—No hay nada más que decir. Exactamente lo que temía que pasaría ha
pasado. Marcus nos odia a los dos ahora. Y mi familia...— Ella se detuvo
abruptamente, su voz se ahogó. Ella todavía no sabía lo que esto le haría a su
familia. Eso estaba por verse. Esperemos que sus imprudentes acciones no
hayan dañado las cosas irreparablemente.
Con los ojos ardiendo, arrancó su capa del suelo donde había caído... aunque
prefería arrojarla al fuego que mirarla ahora mismo.
—Es muy fácil para ti, un hombre, preguntar eso. No tienes que sentir culpa o
vergüenza. ¿Qué tienes que perder? ¿Una reputación? ¿Tu fortuna? ¿Una
familia?— Ella resopló. —Creo que no.
Ella parpadeó lentamente, dolorosamente. Este día había visto su justa parte
de dolor. Sería mejor que se fuera antes de que profundizara la hoja más a
fondo.
Ella se dirigió hacia la puerta, lista para dejar esta noche y con suerte dejar
todo atrás, cuando su voz la detuvo. — Yo te tengo a ti por perder.—
La espalda todavía a él, ella se estremeció. Maldito sea por decir lo único que
podía decir para hacerla sentir necesitada. Había pasado mucho tiempo, si es
que lo había sentido alguna vez, desde que ella sintiera eso con un hombre.
Ahora mismo Marcus estaba en algún lugar pensando lo peor de ella. Tal vez
incluso le estaba diciendo a Enid. Y todo porque ella había sido tan egoísta
como para rendirse al deseo por un hombre al que no tenía derecho.
Capítulo 16
Cuatro días después, Graciela estaba sentada en una silla bien acolchada en el
conservatorio, Mary Rebecca a su lado, tomando té. Ella equilibraba un
pequeño plato de sándwiches casi sin comer en su regazo y sonreía a sus hijas
jugando al croquet en la extensión del césped interior. Una tarea algo difícil
con árboles en maceta y otras plantas y arbustos para maniobrar. Con el frío
que hacía fuera, el día era brillante y la luz del sol que brillaba a través de los
vidrios calentaba considerablemente la gran habitación.
—Ven, come, y dime qué has estado haciendo contigo misma. Tu cocinera
hace la comida más deliciosa.— Mary Rebecca le hizo un gesto a su plato
desatendido. —Realmente debo robártela.
Era fácil en momentos como este, con Mary Rebecca bromeando y sus chicas
riendo y el sol brillando a través del cristal, olvidar que tantas cosas estaban
mal en su vida. Cosas como el hecho de que Marcus había desaparecido.
Bueno, quizás —desaparecido— era una palabra demasiado dramática.
Ella no podía imaginar a Marcus retirándose allí en esta época del año. El
clima sería traicioneramente frío, pero dado su estado de ánimo actual, no
podía arriesgarse a adivinar dónde estaba o en qué estaría pensando. Ella sólo
esperaba que él surgiera a la superficie eventualmente. Él tenía unas hermanas
a las que amaba y que a su vez lo amaban a él. Él no las abandonaría para
siempre. Rezaba para que cuando estuviera listo para volver a verlas, tuviera el
perdón en su corazón por ella. Ella suspiró. Por Colin, también.
Ella se negó a aceptar que se había interpuesto entre la amistad de toda la vida
de estos dos hombres. Ellos arreglarían las cosas. Eso es lo que hacían los
amigos. Y cuando lo hicieran, ella sería sólo una duquesa apropiada,
manteniendo la distancia adecuada con Colin. Él se convertiría en Lord
Strickland para ella una vez más.
Y sin embargo ahora aquí estaba sentada con la cara ardiendo y el estómago
revuelto. Mary Rebecca se rió y le dio un golpe en la mano a Graciela. —No
tienes que parecer tan avergonzada, criatura malvada. Pensar que te rogué que
te unieras a mí en Sodoma durante años. Una visita allí y ahora eres una
verdadera seductora.
¿Una seductora? Apenas. Su cita había sido salvaje pero no deliberada. No había
nada en su comportamiento que hubiera sido tan calculado como para
llamarse seductora.
No es una completa falsedad. Ella se había quedado más tiempo del que
pretendía, y quería dejar atrás Londres, el lugar de todas sus transgresiones.
Necesitaba alejarse de la esfera de Colin. Pronto olvidaría esos locos
—¿Tan pronto? No llevas mucho tiempo aquí y las chicas acaban de llegar.—
Mary Rebecca dijo... —Estoy segura de que no quieren irse.
Mary Rebecca arqueó una ceja bien formada. —Sospecho que tu partida no
tiene nada que ver con la ausencia de aire campestre. Te estás escapando.
—De quién sería una pregunta más precisa y ambas sabemos la respuesta a
eso—. Ella suspiró y se inclinó hacia adelante para cubrir la mano de Graciela
con la suya. —Eres una mujer con necesidades, Ela. Tu marido falleció hace
una década. Es admisible, ya sabes. Puedes reclamar el placer para ti misma. El
hecho de que él haya muerto no significa que tú también.
¿Era aceptable si el hombre que ella había elegido era tan inapropiado?
Ella no tenía motivos para sentirse posesiva. Él tenía derecho a esas cosas en la
vida y ella no tenía ningún derecho sobre él. Así se lo decía a sí misma
repetidamente mientras estaba sentada allí. Desafortunadamente, no ayudaba
mucho para aliviar sus feos sentimientos.
Mary Rebecca continuó. —Es muy posible que esto esté fuera del alcance de
tu experiencia—. La mirada de Mary Rebecca se volvió hacia el conocimiento.
—No hay motivo para huir. Pronto te acostumbrarás a ello. Simplemente fue
el primero. Si estás tan perturbada por la estrecha relación de Strickland con
Autenberry, entonces pasa a otra persona. Tienes varios admiradores en los
que puedo pensar mientras estoy aquí sentada. ¿Qué hay de Lord Higgins?
—El punto, querida,— añadió Mary Rebecca, —es que unos pocos amantes
más y estarás bastante versada en el lenguaje de estas cosas.
Su estómago dio otra sacudida y esta vez la bilis subió a su garganta. Ella no
juzgaba a Mary Rebecca por su activa vida amorosa, pero simplemente no era
para Graciela. Ella no podía contemplar saltar a la cama con otro hombre.
Especialmente después de Colin y lo que ellos habían compartido.
Manos que no eran las de Colin tocándola... otro cuerpo entrando en el de ella
de la forma en que lo había hecho el suyo. Su única noche la había destrozado.
La redujo a esto... una mujer que se ocultaría en su casa del campo,
aterrorizada y con la esperanza de volver a verlo.
Mary Rebecca seleccionó otra galleta, sin darse cuenta de sus tumultuosos
pensamientos, y lo dejó caer en el plato de Graciela. —Aquí. Toma una. Sé lo
mucho que te gustan.
Ella sacudió la cabeza, con el estómago demasiado apretado para comer. Ella
presionó una mano en su vientre como si pudiera sofocar el revoltijo. —Tal
vez más tarde. Mi estómago está un poco mal en este momento.
Mary Rebecca se inclinó hacia adelante para mirarla más de cerca. —Ahora
que lo mencionas, tu color también está un poco apagado.
—No—, ella confesó. Incluso sin los pensamientos acerca de Colin y Marcus
acosándola, había sido imposible ponerse cómodo en la cama gigante de
cuatro postes. Por supuesto, era la cama en la que siempre dormía cuando
venía a la ciudad, pero casi creía que alguien había ido para cambiarle el
colchón. Por mucho que lo intentara, no podía encontrar una posición cómoda
donde no le dolieran la espalda y los músculos. Ella se preguntaba si tenía
algún tipo de enfermedad.
—Se nota.
Ella dejó salir una sola risa áspera. —Bueno, gracias—, refunfuñó. —Puede
que me esté viniendo encima alguna enfermedad. Probablemente deberías
mantener la distancia. Tal vez deberías llevar a tus chicas a casa...— Si una
pequeña esperanza se unió a su voz, Mary Rebecca no la detectó.
Ella asintió levemente, reconociendo la sabiduría de eso. —Tal vez. Unos días
más no me vendrían mal... hasta que me sienta sana otra vez.
Clara chillaba y bailaba encantada mientras dejaba fuera de juego a Enid. Enid
sacudió la cabeza, sonriendo indulgentemente por el júbilo sin límites de su
hermanastra.
Graciela se perdió por un momento, mirando a las chicas que balanceaban sus
mazos y considerando su noche con Colin. Había pasado más de una semana
desde que se habían juntado. Múltiples veces en una noche. Ella nunca había
sabido que tal cosa se hiciese. Ella no sabía que tal resistencia era posible, que
cualquier hombre podía poseer tal virilidad.
—Ya sabes lo que digo. Puedo ver el miedo en tu cara.— Mary Rebecca puso
su plato cuidadosamente en la mesa de servicio y se inclinó hacia adelante.
Echando una mirada como si ella también fuera consciente de la enormidad de
sus próximas palabras y que una abundancia de sirvientes merodeaban en los
alrededores, cualquiera de los cuales podía escuchar, ella susurró, —¿Tal vez
él plantó un bebé en tu vientre?
—Veo que estás pensando lo mismo, Ela. ¿Es posible? ¿Tomaste alguna
precaución?
Confiar en Mary Rebecca, mucho más experimentada y franca que ella, para
hacer las preguntas directas e importantes.
Mary Rebecca se inclinó hacia atrás, erizada. —Me alegro de saber que
encuentra divertido un tema tan serio.— Ella cruzó sus brazos sobre su pecho
en una inusual malhumorada.
—Vaya, Mary Rebecca—. Ella sacudió la cabeza. —Fue sólo una vez—. Una
noche, de todos modos.
Mary Rebecca sonrió con suficiencia. —Mi querido amigo, una vez es todo lo
que se requiere. De hecho, así es como suele funcionar.— Ella mantuvo un
dedo en el aire.
La cara de Graciela se calentó un poco con ese pedazo de verdad. Ella parecía
una tonta, lo sabía, pero había otros hechos evidentes. —No soy una jovencita,
Mary Rebecca.
—¿Y qué?
—Soy demasiado vieja para concebir un niño—, ella declaró sin rodeos como
si Mary Rebecca no entendiera sus palabras. No era una mujer en el primer
rubor de la juventud.
Graciela sacudió la cabeza, luchando por creer que esta posibilidad podría
aplicarse a ella. Ella no era normal en ese sentido. Ni siquiera lo había sido
cuando era joven.
Ella no podía estar embarazada. Ella tenía que negar esta posibilidad para no
perder la cabeza y ser víctima de la esperanza. La esperanza la había aplastado
antes. No podía dejar que volviera a aparecer. Porque incluso en esta situación
menos que ideal, ella sentía los viejos remordimientos del anhelo por otro
niño.
Era como un sueño vago, casi olvidado. Algo que se burlaba en los límites de
su memoria. Tan efímero como el humo, pero no olvidado. En momentos como
éste, el anhelo regresaba rápidamente.
Eres una inútil. Una muñeca de trapo floja en la cama y no puedes ni siquiera llevar a cabo
la única cosa para la que fuiste puesta en esta tierra.
Mary Rebecca lanzó sus manos. —Hay cosas que no se pueden explicar en
esta vida. Tal vez tú y él no eran más que... incompatibles.
Mary Rebecca agitó la cabeza y suspiró suavemente. —No puedes ser tan
ingenua como para pensar que eres incapaz de engendrar otro hijo.
—Según mis cuentas—, susurró ella, una sensación de frío espinoso que la
bañaba, —Debí haber empezado... hace seis días.
Capítulo 17
Puede que decidiese no dejar la ciudad, pero tampoco dejó la casa. Ella se
quejó de no sentirse bien y se excusó de, bueno... del mundo.
Ella se congeló, incapaz de disfrazar su reacción por otra cosa que no fuera lo
que era. Pánico. Ella no podía ver a Colin. No después de esa terrible escena en
su casa. No después de su despedida. No con la posibilidad de que hubieran
creado un niño.
Ella sacudió la cabeza. —Me temo que todavía me duele la cabeza. Por favor,
transmita mis disculpas. Creo que me gustaría descansar.
—Gracias, no. No creo que sea necesario. Una buena siesta me haría
maravillas—. La Sra. Wakefield le envió una última mirada de incertidumbre.
—Como usted quiera.
Ella pidió ayuda entre sollozos, al principio gritando por su padre, pero
cuando él nunca vino, ella gritó por Colin. Le rogó que viniera.
Graciela no tenía dudas de que lo haría. Dado que aún no estaba preparada
para reunirse con un médico y que su condición se confirmara (mucho menos
conocida), cedió y se unió a las chicas para dar un paseo por el patio y los
jardines.
Sus pechos se habían vuelto más sensibles y sus pezones se habían oscurecido.
Lo sabía porque se miraba fijamente cada mañana en el espejo vertical de su
dormitorio sin una sola prenda de vestir, observando todos los pequeños
signos. Y éstas eran una prueba. O quizás se estaba volviendo loca.
Ciertamente se sentía fuera de lugar.
O tal vez el problema había sido Graciela y Autenberry. ... juntos. Como Mary
Rebecca sugirió.
Ella se había retirado después de la cena, dejando a Enid con sus libros y a
Clara con sus dibujos. Ella había pasado la mayor parte del día con ellas e
incluso había asumido un aire alegre, así que ya no la miraban con tanta
preocupación. Eso había cobrado un precio. Ella no podía seguir
escondiéndose de su situación para siempre. Tendría que tomar una decisión,
y pronto.
Se había dado un largo baño, dejando que el agua caliente le aliviara los
músculos, si no la mente.
Las altas emociones fueron las que la llevaron a este estado. Anhelo. Miedo.
Temor a la soledad. Miedo al arrepentimiento. Eso es lo que la llevó a Sodoma.
Desde allí, otras emociones la llevaron a los brazos de Colin, sobre todo el
deseo que animaba su sangre. Ella dio vuelta al tomo de cuero en sus manos.
Tal vez este material seco la ayudaría a olvidar.
Ella se dio la vuelta con un grito y dejó caer el pesado libro que sostenía. Se
estrelló contra la alfombra con un golpe seco. Era como si sus pensamientos se
hubieran materializado delante de ella. Colin estaba de pie en el umbral, con
un hombro apoyado en el marco de la puerta, sus brazos cruzados
casualmente sobre su pecho.
—¿Qué estás haciendo aquí?— Él tenía el hábito de irrumpir en su casa sin ser
invitado y sin anunciarse.
Ella apretó las solapas de su bata, consciente de que estaba desnuda debajo de
ella. ¿Qué había estado pensando? Debería haberse puesto su camisón. No
había pensado que se encontraría con alguien a estas horas en su casa...
especialmente con él.
— Yo sé cómo dejamos las cosas—, dijo él, con su voz grave y gruesa. —Pero
quería ver que estabas bien.
Ella también sabía cómo habían dejado las cosas. Ella había dejado las cosas
con un adiós que se parecía mucho a un final.
Y sin embargo, él estaba aquí provocando que las mariposas girasen a través
de ella.
Sus dedos se doblaron alrededor de los bordes de su bata. —Como puedes ver,
estoy bien. Puedes quedarte tranquilo e irte.
—¿Así?— Él hizo un ligero círculo con sus dedos y ángulo su cabeza. —¿Qué
quieres decir?
Ella agarró su bata con más fuerza. Casi había perdido toda la sensibilidad en
sus dedos. Y aún así tenía miedo de soltarla. Miedo de todo lo que podría
revelar. Todo lo que podría pasar.
Ella se mantuvo firme a pesar de que la longitud que los separaba no era la
adecuada. Ellos habían dejado de lado la corrección hace mucho tiempo.
—¿Dos ocasiones? ¿Tres?— Él presionó, con su voz como una pluma ronca.
Ella levantó su barbilla. —No conozco el criterio. ...sólo que una vez no nos
hace amantes.
—Dijiste eso la última vez.— Él sonrió, con un aspecto más pícaro. Y guapo.
Maldito sea.
—Esta vez lo digo en serio—. Odiaba que sonara como una niña. Cuadró sus
hombros y trató de parecer más autoritaria. Más como una duquesa.
Él le dio una mirada, oscura y pesada de anhelo. —¿Quieres decir que no has
pensado en ello?— Sus pulmones se agarrotaron, incapaces de tomar aire. —
No quieres volver a experimentarlo. Conmigo—. Él tocó otro mechón de pelo,
trazándolo hasta donde caía sobre su hombro, el dorso de sus dedos
quemándola a través de su túnica mientras su mano se deslizaba hacia abajo,
siguiendo por su pecho y rozando a lo largo de su pezón hasta que éste se
asomara contra la tela.
—¿Llevas algo debajo de esta túnica, Ela?— preguntó él, con voz gruesa y
ronca. Su mano se deslizó dentro de la apertura de la túnica, sus dedos
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LOS ARCHIVOS DE LOS GRANUJAS
contundentes rozando la piel de ella. Una ola de piel de gallina estalló a raíz
de su toque.
Orgullosa de la frialdad de su tono, ella pasó por delante de él. No había dado
dos pasos antes de sentir su mano en su brazo. Con un tirón, él la arrastró
hasta que estuvieron pecho con pecho. Sus fosas nasales se ensancharon como
si se llenara con el aroma de ella. Ella podía entenderlo. En ese momento su
embriagador aroma se agitaba a su alrededor, el débil olor a jabón y cuero y la
masculinidad inherente a Colin. Era difícil imaginar que ella pudiera tener un
impacto similar en él. Guapo, joven y con un grupo de herederas muy felices
por sus atenciones.
Y aún así él estaba aquí ahora, haciendo que sus rodillas se debilitaran,
solicitando a todos sus instintos un contacto más con él.
Ella sacudió su cabeza ante la voz interna persuasiva, su cabeza cayó hacia
atrás mientras lo miraba. —Colin. Hay un número de chicas que puedes...
Él separó su bata de par en par, la tela sedosa raspando sus pezones tensos. El
aire pasó por encima de ella, deslizándose sobre su piel desnuda. Ella se
mordió el labio, apagando un gemido antes de que pudiera escapar mientras él
la observaba. Su pecho se levantó al respirar. —Parece una gran injusticia el
hecho de que la última vez... la primera vez que estuvimos juntos... la
habitación estaba a oscuras. No pude verte bien.
—Eres la mujer que quiero, Ela.— Su mano cayó y cubrió el sexo de ella. Ella
jadeó, se estremeció hasta la médula ante la tenaz sensación de la mano de él
sobre ella. — Yo quiero esto.
Esto era perverso. Ella lo sabía. Era una desvergonzada. Perdida por él... por
esto.
Y de hecho, ¿qué diferencia había entre eso y lo demás? ¿Por qué no escuchar
esa vocecita en su cabeza? Ya habían sido atrapados juntos... al menos por
Marcus. Ella probablemente ya estaba embarazada. Una vez más no haría
daño. Posiblemente no podría complicar las cosas más de lo que ya estaban.
Capítulo 18
Un jadeo de aliento se le escapó. Ella no era una mujer pequeña, pero él la hizo
sentir pequeña mientras la levantaba del suelo, como una de las delicadas
conchas marinas que ella solía recoger a lo largo de la costa en su casa.
La llevó a varios pasos, sin que su aliento se agitara. La bajó sobre la alfombra
de Aubusson ante la chimenea. El fuego crepitaba, los troncos
chisporroteaban y se hundían entre las llamas moribundas.
—He soñado contigo así. Con tocarte de nuevo.— Él bajó su cabeza, sus
pesados ojos fijos en su cara. Probando. —Su aliento caliente se abanicó sobre
su pezón un segundo antes de que su boca se cerrara sobre éste.
Las lágrimas se filtraron por las esquinas de sus ojos. Todo esto era demasiado.
Ella temblaba mientras sus dedos trazaban la unión de ella. —He soñado
contigo así. Desnuda y debajo de mí.
El calor golpeó sus mejillas. La noche que compartieron juntos parecía muy
lejana. Él revoloteó entre sus muslos separados, sobre sus rodillas. Se sujetó así
mismo, bombardeándose una vez, con su mirada ardiente.
Su sexo estaba apretado por una necesidad hambrienta, que deseaba ser
llenada.
Todo parecía ilícito y sucio, pero ella no pudo evitar que sucediera. Ella lo
alcanzó, aplastando su palma contra su pecho. Arrastró su mano por su firme
estómago, raspando ligeramente su piel con las uñas, disfrutando de la forma
en que él temblaba con su toque. Ella tomó una gota de simiente de la corona
Sus ojos brillaban más plateados que azules mientras la miraba. Ella acercó su
mano a él y apretó su miembro, deslizando la punta de su dedo húmedo sobre
la cabeza, jugando con su abertura llorosa, fascinada por la forma en que su
miembro aumentaba de tamaño mientras ella jugaba con él.
Su cabeza desapareció entre sus muslos. —Como esto—. Ella lo sintió respirar
las palabras contra su núcleo un segundo antes de que su lengua la lamiera de
un solo golpe.
Ella se sacudió debajo de él con un grito. Ella sabía lo que él estaba haciendo.
Ya se lo había hecho antes, pero aún así le sorprendió que los hombres
hicieran esas cosas a las mujeres. Autenberry nunca se había molestado o
incluso había expresado interés. Si no le producía placer, él no lo necesitaba.
—Tienes un coño tan bonito y delicioso, Ela—, gruñó él, ignorando que ella le
tiraba con las manos y se hundió su boca más profundamente contra ella. Su
lengua se introdujo en su abertura, imitando el acto sexual.
—Colin, por favor...— ella se atascó, esa gran tensión la obligaba a levantarse
de nuevo. Sus caderas se movieron, empujando tanto hacia él como hacia
afuera, demasiado vencida, demasiado abrumada. Ella se sintió desconcertada
y al borde de las lágrimas.
Ella parpadeó varias veces contra los puntos brillantes, tomando bocanadas de
aire sollozante mientras flotaba de nuevo hacia abajo. Él la había soltado. Ella
presionó con una mano la piel desnuda por encima de su corazón, deseando
que el órgano acelerador se estabilizara y se desacelerara.
De repente, Colin estaba sobre ella, con sus ojos clavados en ella, mirándola
fijamente mientras se empujaba dentro de ella, avanzando profundamente.
Él cerró los ojos brevemente, su expresión era tan feliz que ella lo comprendía
porque ella también lo sentía. —Ela—, gimió él. —Tu coño es la cosa más
dulce...
El placer se desató desde donde sus cuerpos estaban unidos. Él dejó caer su
cabeza, enterrando su cara contra el cuello de ella. Sus labios se movieron
contra la piel de ella mientras decía, — Yo pensé que tal vez me había
imaginado que esto era así de bueno...
Una de sus anchas manos rozó su muslo, los dedos marcando su piel,
sujetándolo con fuerza, de forma posesiva, levantando ese miembro más alto
para que él pudiera penetrarla cada vez más profundamente. Este ángulo
diferente golpeó algo dentro de ella, un punto sensible nunca antes alcanzado
que la llevó a una liberación explosiva.
Ella se puso rígida. Perderse en sus ojos tenía sus inconvenientes. Él la había
hecho olvidar todo. Ella no podía permitirse el lujo de hacer eso.
Especialmente ahora. Necesitaba decidir qué hacer, no ignorar la realidad.
—No. Sólo tienes que irte. No somos amantes, y tienes que sacarte esa idea de
la cabeza.
—Sabes que esto está mal entre nosotros—. Ella apuñaló un dedo en su
dirección. Si él viera eso, entonces esto no sería tan difícil.
Ella miró fijamente el espacio que acababa de ocupar, deseando poder sentir
un final, un cierre entre ellos... deseando no sentir que le estaba fallando a él y
a ella misma.
Entonces todo volvió a ella. Colin y su visita nocturna. Ella sucumbió a él, se
desintegró como pedazos de costa rocosa contra las olas.
Gimiendo, se frotó las manos sobre la cara. No fue ni siquiera lo peor de todo.
Su mano cayó sobre su estómago. Todavía quedaba esto. Un niño en el que
tenía que dejar de pensar en términos de tal vez o si.
Era una realidad. Su nueva realidad, y tenía que tomar algunas decisiones.
—El Dr. Wilcox dijo que nunca podría concebir. ¿Cómo es posible?—
Graciela preguntó en voz baja. Acababa de informar a Mary Rebecca de su
situación. O mejor dicho, el hecho de que su situación no había cambiado y
aún no había empezado su menstruación. Ellas estaban sentadas en el salón,
un hecho que la alivió enormemente. No creía que pudiera volver a ocupar la
biblioteca sin recordar lo que había hecho con Colin allí.
—No sé si lo está. Han pasado algunos años, pero me dijo después del segundo
aborto que era incapaz...
—Tienes que ver a mi partera. Ella me asistió en el parto de cada uno de mis
hijos y entiende la anatomía de una mujer.
—¿Una partera?
— Las usamos en Irlanda. Mi madre tuvo nueve hijos con la ayuda de una
partera. Todos niños sanos. ¿Crees que dejaría que un anciano con las manos
heladas se me acercara?— Ella se estremeció. —¿Qué es lo que sabrán los
viejos y tediosos médicos y boticarios?
—Sí. Me gustaría ver a tu partera tan pronto como sea posible.— Ella inhaló y
ya se sentía mejor diciendo esas palabras.
Deseaba poder sentirse mejor con todo lo demás. Colin. Marcus. Colin. Las
chicas cuando se enteraran de que estaba embarazada, porque no sabía cómo
les iba a ocultar tal cosa. Y... Colin.
Y sin embargo, sabía que eso también había sido superficial. Era extraño
conocer a una persona durante años y no conocerlo realmente. O conocer sólo
un lado de él, en todo caso. Ahora ella lo conocía. Así como sabía que nunca
podrían volver a lo de antes. Ahora sentía que él era parte de ella... Incluso si
no estuviera embarazada de su hijo, se sentiría así. Ese pensamiento la
perturbó un poco.
Capítulo 19
Lo más pronto posible terminó siendo al día siguiente. La partera, la Sra.
Silver, estaba atendiendo a otra embarazada a las afueras de la ciudad, así que
era tarde para cuando ella llegó.
Mary Rebecca acompañó a la Sra. Silver, que también era irlandesa (no fue
una sorpresa), y las tres se encerraron en la alcoba de Ela. Minnie no hizo
ninguna pregunta cuando Ela pidió privacidad y que no se la molestara.
En efecto, no. Era una mujer soltera... que todavía se encontraba con la
esperanza de tener un hijo, por muy malo que fuera.
Mary Rebecca acercó una silla a la cama junto a Ela y tomó su mano,
apretándola con sus dedos fríos mientras la Sra. Silver realizaba su examen.
—A veces la razón de eso no tiene nada que ver con la fertilidad de tu cuerpo.
Puede haber otras causas. Puede cubrirse de nuevo.
Ella sacudió la cabeza, sintiéndose entumecida por dentro. —El Dr. Wilcox
me dijo que estaba rota por dentro. Que nunca podría llevar un niño a
término.
—¿Esa vieja cabra?— La Sra. Silver resopló. —He oído mucho de él a lo largo
de los años. ¿Qué sabrá él? Su cuerpo es muy saludable, Su Gracia. Es
perfectamente capaz de concebir un niño... como lo ha hecho, y no hay razón
para que no pueda dar a luz a este bebé. No corra riesgos innecesarios, por
supuesto. Descanse y aliméntese bien. Caminatas suaves le harán bien a usted
y al bebé.
Graciela asintió con la cabeza, alejando los dolorosos recuerdos de esos tres
abortos. Ellos estaban en el pasado. Sólo había un ahora y esto estaba
sucediendo. Levantó su barbilla y parpadeó el escozor de sus ojos. Sólo había
que ir hacia adelante.
—Dr. Wilcox...
—¡Claro!— La Sra. Silver murmuró algo poco femenino en voz baja. —Es una
maravilla que hayas dado a luz incluso a un niño sano. Sin embargo, ¿seguiste
manteniendo tus fuerzas con esa vieja cabra que te está drenando?
Mientras estaba parada allí, mirando fijamente al frente, contempló todos los
extraños sentimientos que se agitaban en su interior. Había miedo... pero
también euforia.
Ella asintió. Había muchas cosas que aún no había decidido. Su cabeza seguía
girando, pero sabía que preferiría que esta mujer la atendiera a ella en lugar de
otros como Wilcox.
Apenas se dio cuenta cuando la Sra. Silver intercambió palabras con Mary
Rebecca antes de salir de la habitación.
Sólo que, ¿cómo se lo diría? ¿Qué haría ella? Dios la ayuda. Y luego estaba su
familia. ¿Quién sabía dónde había ido Marcus, pero cómo se lo diría a las
chicas? ¿Cómo no les afectaría esto negativamente? No sólo la arruinaría a
ella... las arruinaría a ellas. El futuro de Clara, todas sus perspectivas, ¡puf!
Desaparecerían al instante cuando se supiera de su escandalosa condición.
Mary Rebecca la miró como si sólo hubiera una respuesta obvia a la pregunta,
pero sabía que no era tan simple como eso. Nada de esto lo era. Ni lo sería
nunca. Estaba en una situación desesperada y no veía una solución fácil. Por
supuesto que se lo diría, pero primero tenía que pensar cómo hacerlo.
Fue un poco después de la medianoche cuando Colin fue alertado de que una
dama había llegado a su puerta trasera. Su mayordomo la había llevado a su
oficina.
Fuera de su oficina cayó una lenta llovizna que casi parecía nieve a través del
cristal.
No era Ela.
Él cruzó sus brazos sobre su pecho. Su mirada lo escudriñó, sin olvidar que
sólo estaba parcialmente vestido con pantalones y camisa, con los pies
desnudos sobre la alfombra de rizo.
Una sonrisa jugaba con su boca. —No tengas miedo. No estoy aquí para
molestarte.
Ella se encogió de hombros. —No quería que temieras que tengo planes para
ti.
—Eso es un alivio. Tenía miedo de tener que luchar contra ti por mi vida.
Entonces le tocó a ella reírse. —Yo sé que no es así—. La luz del conocimiento
volvió a sus ojos. —No hablemos con acertijos y evasivas, mi señora.—
—Es Ela.
—Hay algo que debes saber sobre Ela. Algo que ella no te ha dicho—. Él se
puso tenso.
—Creo que ella te lo dirá. Eventualmente. Ella nunca mantendría tal cosa en
secreto. Pero está asustada, ya ves. No es que se atreva a admitirlo. Un alma
tan orgullosa.
Las palabras cayeron como ladrillos en el espacio entre ellas. Ella lo miró con
una mirada inquebrantable, esperando su reacción.
Él arrastró una mano por su cabello y retrocedió hasta que chocó con el sofá.
Hundiéndose en él, se quedó sin aliento. Era lo último que había pensado oír
de Lady Talbot.
Él asintió lentamente. —Tengo muchas cosas que decir, pero son palabras
reservadas para Ela.
Ella asintió con la cabeza satisfecha y cuadriculó sus hombros, con una leve
sonrisa en los labios. —Muy bien. Confío en que harás lo correcto. Por eso he
venido aquí. Es usted un buen hombre, Lord Strickland—. Se puso la capucha
sobre su cabeza y se giró hacia la puerta. —Imagino que no estará muy
contenta conmigo, pero espero que me lo agradezca posteriormente.
—Te lo agradezco ahora—, dijo él, la ira finalmente comienza a echar raíces. Si
no fuera por Lady Talbot, ¿se lo habría dicho Ela? Maldita sea. Él tuvo que oír
las noticias de su inminente paternidad de Lady Talbot y no de la propia Ela.
Esto estaba mal en innumerables niveles.
Como si pudiera leer su mente, Lady Talbot se detuvo antes de salir por la
puerta de su oficina y le miró. —Oh, y puede que no quiera demorarse
demasiado. Cuando la dejé, ella estaba haciendo las maletas para irse al
campo.
Capítulo 20
Todavía no le había dicho a las chicas que se irían mañana. Ella se estremeció
por el descuido. Existían bastantes cosas que no las había contado. Para ser
honesta, no era un descuido, sino más bien una evasión.
Ella había tenido la oportunidad durante la cena con ellas pero decidió no
arruinar la noche con ese anuncio... o cualquier otro. Podría aguantar hasta la
mañana.
Clara estaba ansiosa por la primavera y el fin del frío infernal. Durante la sopa
de puerros, el faisán asado y las chirivías, se entusiasmó con los largos paseos y
las largas caminatas que iba a hacer y el viaje a la costa que Graciela había
prometido antes de Navidad.
Graciela recordaba esa promesa que había hecho aunque pareciera que fue
hace mucho tiempo y que entonces era una mujer diferente. Sin ser tocada por
el deseo. Sin tener en cuenta lo que era querer un hombre. Anhelarlo y
necesitarlo tanto como tu próximo aliento.
— ¿Tan al norte?— Enid miró bastante perpleja esa información, sus amplios
ojos grises parpadeando lentamente. —Bueno, eso no es soleado o brillante.
Suena espantoso en esta época del año.— Clara se estremeció, sonando y
pareciendo cada centímetro como una horrorizada chica inglesa en aquel
momento. A Graciela le alegraba saber que su hija se había adaptado tan bien.
Ella sería aceptada aunque Graciela no lo fuera. —Creo que mi sangre
española me hace bastante inapropiada para los climas fríos.— Ella asintió
con decisión, pareciendo tan madura en ese momento. Era extraño considerar
que Ela tenía un bebé creciendo dentro de ella, pero también una hija en la
cúspide de la feminidad.
—Más bien bastante congelado—, corrigió Enid. —Lo cual es inusual. Marcus
nunca fue alguien que disfrutara de las emociones del invierno.— Una vez
más, esa mirada perpleja se reflejó en la cara de Enid. Era demasiado lista para
no preguntarse por lo inusual de la abrupta partida de su hermano.
Graciela sabía que no querrían irse, pero no podía dejarlas atrás. Todas se
irían. Aire fresco. Lejos de las miradas indiscretas. Lejos de Colin. Le serviría
para despejar su mente y decidir qué hacer.
Ella no tendría mucho tiempo para tomar esa decisión. Pronto aumentaría
visiblemente. Una vez en el campo, todo se resolvería por sí mismo. Ella lo
creía. Tenía que hacerlo. Era la única cosa a la que podía aferrarse ahora
mismo.
Ella se dio la vuelta para encontrar a Colin allí de pie, las puertas de su balcón
abiertas detrás de él, dejando entrar una brisa frígida que no había notado
hasta ese momento.
—No puedes seguir haciendo esto—. Ella tomó un aliento y luchó para calmar
su palpitante corazón.
—Oh—, ella respiró, un frío arrastrando sobre ella al darse cuenta. Mary
Rebecca no le habría hecho esto. Era su amiga. ¿Cómo pudo ir a espaldas de
Graciela y decírselo?
Ella miró con culpa a sus baúles, viéndose a sí misma en sus ojos en ese
momento. Como una mentirosa. No le gustaba mucho esa imagen de sí misma
y se sintió inmediatamente obligada a negarla. Para intentar explicarlo. —
Sentí que lo mejor era retirarme de la ciudad. No estaba huyendo. Difícilmente
puedo hacer eso. Sólo necesitaba tiempo y espacio para alejarme.
— De mí.
que ella cayó en el banco situado a los pies de su cama. Ella levantó su cuello
para mirarlo. — Yo te diré lo que va a pasar. Tú no te vas a ir de la ciudad.
Ella levantó su barbilla, resentida por su tono. Bien o mal, ella no apreciaba
que ningún hombre le dijera lo que tenía que hacer.
—No es... normal.— Y todo el mundo lo pensaría. Sabía lo cruel que podía ser
la Sociedad Británica. Ella lo había soportado durante años. Expulsó un
suspiro. —Colin, no podemos...
Él se puso en cuclillas de repente ante ella, agarrando sus manos en las suyas.
—Está hecho. Estás embarazada. Estás embarazada de mi hijo. No podemos
no casarnos.
Ella leyó la resolución inquebrantable en sus ojos. Él estaba aquí y listo para
hacer lo correcto.
Sus ojos azul pálido se clavaron en los de ella. Sus hombros se hundieron bajo
el peso de esa mirada. —Colin, esto no es lo que querías. Nosotros no...— Ella
se detuvo y tragó. — Tú no me amas. Yo no soy la esposa que tú querías.
Excepto que ya habían pasado los días en que era una chica verde que
soportaba un matrimonio arreglado y luego ponía una cara falsa para el
mundo. Ahora era una mujer independiente. Ella se había ganado el derecho
de tomar sus propias decisiones. Había prometido que si volvía a casarse, sería
por amor.
Aún así, eso no impidió que la sensación de vacío se extendiera a través de ella
cuando él dio la vuelta y se fue por el mismo camino que había llegado, sus
zancadas lo alejaron de ella como si no pudiera escapar de su vista muy
pronto.
Ella sacudió ligeramente la cabeza. Iba a casarse con Colin. Ese pensamiento...
esa realidad... le pareció surrealista. Como si fuera el pensamiento de otra
persona. Otra mujer debería pensarlo. Una debutante de rostro fresco. No es
ella.
Capítulo 21
Colin se inclinó y rascó a la perra detrás de las orejas, murmurándole con voz
suave.
Clara siguió parloteando y Graciela escuchó con media oreja hasta que su hija
sugirió que visitaran a las hijas de Lord Needling, precisamente. Ella sofocó un
escalofrío.
Clara le envió a Colin una mirada tímida en medio de una risa. —Creo que a la
hermana mayor de Honoria, Forsythia, le agrada usted, Strickland. La última
vez que la vi, me acribilló de preguntas sobre usted.
—Las hijas de Lord Needling son todas unas damas muy competentes y
elegibles—, dijo él con uniformidad. Graciela reconoció la prudencia en su
tono. Él se movió en su silla. Sus ojos azules comunicaban en silencio que no
estaba disfrutando del tema de conversación.
Clara emitió una especie de zumbido por su garganta, con ojos brillantes. —
¿Entonces los rumores son ciertos? Usted estará en la búsqueda de una esposa,
Strickland.
Graciela casi se ahoga con su té. Ella se llevó la servilleta a los labios,
sofocando el sonido.
Enid la miró con curiosidad antes de mirar a Colin. Una pausa embarazosa
cayó mientras esperaban su respuesta... y mientras ella rezaba por algún tipo
de intervención de esta escena totalmente incómoda.
Enid aclaró su garganta y arqueó su elegante cuello. —Bueno, esta es una gran
noticia. Estamos muy contentos por ti, Colin. ¿Ya has seleccionado a la joven
dama, entonces?
—Es Forsythia, ¿sí? Estoy en lo cierto. Dime que lo estoy.— Clara sonrió,
claramente orgullosa de sus habilidades de razonamiento deductivo.
Su silla crujió cuando él se inclinó hacia adelante. —Forsythia puede ser una
joven afortunada, pero yo no le voy a pedir matrimonio a la chica.
Clara continuó, —Pero todo esto ha sido un gran chismorreo. Según Honoria,
incluso Forsythia espera una oferta de usted.
Él hizo un gesto de dolor. —Lo siento si se siente así, pero su padre no tiene
tal ilusión. Él sabe que no habrá tal propuesta.
Colin, por otro lado, parecía estar relajado. Guapo y tranquilo mientras
cortaba un arenque. — Ambas conocen personalmente a mi futura esposa.
—Muy bien—. Colin asintió unas cuantas veces mientras miraba a través del
tramo de la mesa hasta donde estaba sentada Graciela, quieta como una
columna de mármol. Él arqueó una ceja hacia ella. De hecho, todavía estaba
enfadado con ella. Puede que no hubiera una manera fácil de hacer esto, pero
ciertamente no se esforzaba por hacerlo menos difícil.
—¿Dijiste que os vais a casar... el uno con el otro?— Enid exigió, su expresión
pétrea coincidiendo con sus tonos duros. Su mirada se dirigió de un lado a
otro entre ellos. Ya no estaba la chica tranquila y reservada que Graciela había
llegado a conocer. No estaba segura de qué esperar de esta Enid.
—Sí. Una vez que se publique el anuncio y se obtenga la licencia especial, nos
casaremos. Estoy pensando en una pequeña ceremonia. Podemos viajar a la
iglesia del pueblo vecino a mi finca. Mis padres se casaron allí. Sería
apropiado.
Clara asimiló eso, mirando de uno a otro de ellos ahora. —Yo... yo ni siquiera
sabía de que la estabas cortejando.
Esta era la parte más difícil. Mentirle a su hija. Decirle a su hija que su
matrimonio sería un matrimonio de amor cuando sabía que no lo sería... un
matrimonio por amor era todo lo que ella deseaba que Clara tuviera para sí
misma algún día.
Enid se había quedado callada. Ella miraba a Graciela y a Colin con ojos
entrecerrados. Graciela tragó contra el nudo de su garganta. Enid era sólo una
niña cuando Graciela se había casado con su padre. No había sido fácil
ganársela, pero habían llegado a un acuerdo respetuoso en los últimos años.
Ella retorció sus dedos con más fuerza en su regazo, preguntándose, por muy
difícil que fuera dar esta noticia, ¿cómo iba a explicar pronto su condición a
Clara y a Enid? Se haría evidente en poco tiempo. Una ola de mortificación la
bañó. Eventualmente ellas sabrían la verdad detrás de este matrimonio. Ella ni
siquiera sería capaz de afirmar que era un matrimonio por amor en ese punto.
—Siempre nos hemos tenido gran estima y cariño—, ella consiguió salir. Eso,
en cualquier caso, no era una mentira. Al menos había sido verdad antes.
Observando la mirada distante de Colin, ya no estaba tan segura de lo que era
verdad. Aún así, las palabras salieron huecas.
— Yo amo a tu madre.
—Oh—, respiró Clara, apretando sus manos sobre su corazón, con la mirada
claramente emocionada.
Graciela rastreó la fuente. Enid echó la cabeza hacia atrás, sus ligeros hombros
temblaban.
Enid aplanó sus palmas sobre la superficie de la mesa y se puso de pie casi
violentamente, enviando
—¡No!— Enid levantó una mano, con la palma hacia afuera. —No lo hagas.
Era el turno de Enid de sacudir la cabeza. Ella volvió su mirada hacia Colin
entonces. —No. No puedo oír nada de ti ahora mismo. No puedo... no esto.
Dicho esto, ella se dio la vuelta sobre sus talones y salió furiosa de la
habitación. El silencio cayó mientras ellos la miraban fijamente.
—Bueno—, dijo Clara finalmente con una fuerte exhalación. Les sonrió
débilmente a los dos. —Me alegro mucho por los dos.
Capítulo 22
Colin se quedó un poco más de una hora antes de irse con la promesa de
volver para la cena. Él tenía muchas tareas que hacer si él y Ela se iban a casar
pronto. Y tenía toda la intención de casarse de inmediato.
Clara estaba feliz, claramente emocionada de que él volviera de nuevo. Ela, por
otro lado, no parecía tan feliz.
Ella jadeó, su mirada se desvió hacia su hija mientras el color inundaba la cara
de Ela. Era una visión positiva. Desde que se había metido en su dormitorio y
le había informado de sus inminentes nupcias, ella estaba pálida. Después de
la reacción de Enid, había pasado de pálida a sin sangre. Esto incrementó sus
instintos protectores. Ella estaba embarazada de su hijo. Él la quería bien.
Feliz y saludable. Él necesitaba olvidar su enojo con ella. Ellos debían
comenzar su matrimonio de manera apacible. Necesitaba perdonar el hecho de
que ella había intentado huir y mantener su embarazo en secreto. ...al menos
durante un tiempo.
otra mujer antes. Eso era todo lo que importaba. Era suficiente. Más que
suficiente.
Los ojos de Ela se fijaron en él, sus grandes y oscuros ojos lo miraban tan
solemnemente, aún cargados de dudas. —Todo irá bien—, él le susurró sólo
para sus oídos antes de apartarse por completo, sabiendo que ella estaba
preocupada por todo. Marcus. Enid. Clara. Él. Su bebé.
Ella asintió una vez, con la mirada fija en Clara, claramente sin querer discutir
el asunto delante de su hija.
Clara se dirigió a su madre. —¿Debo hablar con Cook? ¿Hacer que prepare una
cena especial para celebrarlo? Deberíamos tener un pastel por lo menos. Tal
vez sus tartaletas, también.
—Es una pena que Marcus no esté aquí—, añadió Clara con nostalgia. —Se
perderá la celebración.
Él extendió la mano y pasó un dedo por la mejilla de Ela. Sólo una rápida
caricia. Era un toque dentro de los límites de lo apropiado para una pareja de
enamorados y aún así se encendieron chispas por el contacto. Como siempre
con ella, él quería más que un simple toque. Siempre quería más. ¿Cómo había
suprimido este deseo durante tanto tiempo?
Y hubo pastel.
Enid, sin embargo, no apareció. Ela trató de ponerse alegre, pero él sabía que le
dolía que Enid prefiriera quedarse en su habitación que unirse a ellos. Después
de Marcus, era como si su familia se estuviera desmoronando.
Clara tocó el pianoforte para ellos en el salón después de la cena hasta que
Graciela pidió un descanso. —Gracias. Eso fue encantador, pero se ha hecho
tarde, Clara.
De algún modo él había pasado de no tener familia a tener una esposa, una
hijastra y, en un futuro cercano, un hijo propio. Era un comienzo... el comienzo
de la familia que siempre había anhelado.
parte de su existencia. Algo con lo que tenía que vivir. Nunca pensó que
desaparecería. Hasta ahora.
Su mirada se deslizó hacia Ela. Ella todavía estaba preocupada, su cara todavía
pálida. Ella había picoteado su cena.
Ahora era suya. Él tenía que cuidar de ella. Era su tarea devolverle el color a
sus mejillas. Asegurarse de que ella se preocupara menos. Que comiera más.
Una criada apareció antes de que pudiera responder. Hizo una rápida
reverencia.
—¿Cómo puedes saber eso?— Ella entendió claramente que se refería a Enid.
—Eso espero.
—Sí. Gracias—.
—¿Y qué hay de Marcus?—, preguntó ella. —¿Él también se dará cuenta de su
error y todo se arreglará?— Ella sacudió la cabeza. —No puedes convencerme
de que nuestro matrimonio no romperá esta familia.
Una sombra cayó sobre su mirada. —Siempre se sentirá agraviado por los dos.
—Por supuesto.
Ella le puso una sonrisa en su encantadora cara, pero él no pudo evitar sentir
que su unión había empezado mal y que por su vida no sabía cómo arreglarlo.
Ella durmió bastante bien esa noche. No fue el descanso que Colin le había
aconsejado. También le aconsejó que se animara. Ella deseaba poder hacerlo.
Deseaba poder entrar en este matrimonio con el corazón lleno, sabiendo que el
escándalo no iba a producirse. Deseaba que su matrimonio con Colin no
hiciera daño a nadie... que no hiciera daño a nadie, sobre todo a su familia.
Su mano se deslizó hasta la curva de su estómago. Una vida crecía allí. Debería
ser más feliz que nunca. Y tal vez podría serlo si no fuera un matrimonio
forzado. Si Colin quisiera casarse con ella en vez de tener que hacerlo.
Capítulo 23
Él cabalgó hacia Canterbury como si los sabuesos del infierno le pisaran los
talones.
Llegó a Londres un poco antes del amanecer. Cayó en la cama y durmió unas
pocas horas, sabiendo que no podría aparecer en casa de Ela antes de que
amaneciera.
En una hora Colin estaba casi vestido para el día. Donald le estaba guardando
su chaqueta cuando las puertas de su habitación se abrieron de golpe y su
abuela entró en su dormitorio. Su mayordomo se cernió detrás de ella con sus
ojos rebosantes de disculpas.
—Está bien—. Colin hizo un gesto con la mano para que el viejo volviera y
dirigió su atención a su abuela.
Él no la había visto en años pero ella había cambiado muy poco. Cuando era
niño, ella le había dado un susto de muerte. No era una mujer muy grande y
sin embargo lo había hecho con su pelo plateado y su voz estridente.
—Esto debe ser anulado. Tú debes hacerlo. Este matrimonio no puede tener
lugar.— Ella estiró su cuello hacia adelante, recordándole una grulla. —Ella es
varios años mayor que tú, Colin. Ya pasó su mejor momento. Es muy
Él sacudió la cabeza. —Sé que esto es difícil de entender para ti, pero no me
importan las habladurías.— Sus labios apretados, se arrugaron en los bordes.
—Incluso sin el escándalo de todo esto, está el hecho de que la Duquesa de
Autenberry es estéril. Sólo dio a luz a un niño...— ella levantó un solo dedo
nudoso —...y por más indecoroso que sea el tema, todo el mundo sabe de sus
abortos. Tú necesitas hijos.
Tal vez no debería haberla complacido con esa parte de la verdad, pero no
pudo evitarlo. El hecho de que ella entrara aquí y se atreviera a decirle lo que
debía hacer... con quién debía (o no) casarse... cuando ella se involucró tan
poco con él en el desarrollo de su vida, le molestó mucho.
Ella digirió esto sin reacción alguna, salvo un apretón de sus dedos en la
cabeza de su bastón. —Si ella tiene éxito en tener un hijo está por verse y, en
mi opinión, todavía es dudoso.
Ella se echó para atrás y cuadriculó sus hombros, siempre imponente. Sus
fosas nasales se abrieron de par en par por el desprecio recibido. —Puede que
seas el último de nuestra estirpe en ser el Conde de Strickland y quizá eso sea
lo mejor.— Ella se puso de pie lentamente, haciendo un gesto de dolor al
enderezar su cuerpo y apartándole las manos cuando él se adelantó para
ayudarla. Incluso varios centímetros más baja que él, ella parecía mirar hacia
abajo a él. —Me has convertido en un hazmerreír. Eres una vergüenza para el
nombre de la familia. Yo siempre lo sospeche de ti.— Ella le entrecerró los
ojos. —Lo vi en ti cuando eras sólo un niño. Tu padre... también lo vio. Estaba
en tus ojos. Una debilidad de carácter.
—¿Crees que puedes darme órdenes? Apenas has estado en mi vida todos
estos años...
—Me saldré con la mía en esto—, juró ella, con la voz baja por su dureza.
Él resopló ante la amenaza vacía. ¿Qué podía hacer? Era un hombre adulto. Él
no estaba a su merced.
Pensó en los padres que nunca conoció y se preguntó si podrían verlo ahora. Si
estarían de acuerdo con la opinión de su abuela sobre él, también.
Carta en mano, ella salió de la habitación para dársela a uno de los criados
para que fuera enviada. Sus dedos se presionaron, arrugando el pergamino. Las
palabras en el interior estaban llenas de falsa alegría, transmitiendo la noticia
de su feliz compromiso con Lord Strickland. Un bulto asfixiante se levantó en
su garganta. Era difícil mentirle a un amigo. Y como Poppy estaba casada con
el hijo ilegítimo de su difunto marido, se sentía conectada a ellos. Aunque
Marcus no lo hiciera, ella los consideraba a ambos como amigos.
Ella había decidido enviar la carta porque sabía que les llegaría la noticia de su
compromiso con Colin... si no lo había hecho ya... y merecían alguna
comunicación de ella sobre el asunto.
Ella se detuvo al ver la mesa del salón. Una pila de sobres estaba sobre ella,
todos dirigidos a ella. Una cantidad desmesurada de correo para esta época del
año, cuando el Parlamento no estaba en sesiones y casi todos estaban en sus
casas de campo. La pila seguía creciendo cada día. Desde que se hizo público
su compromiso con Strickland, las invitaciones inundaron su puerta. Las
matronas de la sociedad que le habían dado la espalda antes, ahora buscaban
su presencia en sus reuniones. Ella no era tan tonta o ingenua como para
pensar que de alguna manera se había vuelto digna o de importancia para
ellas. En efecto, no. Duquesa o no, sólo había sido tolerada. Nunca fue
abrazada en todos esos círculos. Nunca aceptada.
— Ella dejó esta nota.— Ella puso el pergamino en las manos de Graciela. —
Ninguno de los sirvientes la vio. He preguntado. Debe haberse marchado por
la noche.— Ella señaló la misiva. — Ella dice que se marcha al norte para
unirse a Marcus.
Ella miró hacia arriba. —Pero ni siquiera estamos seguros de que sea allí
donde fue Marcus.
Clara asintió con la cabeza, todavía parecía insegura pero no tan asustada
como hace unos momentos.
El cachorro gimoteó a los pies de Clara. Graciela la miró. —Creo que necesita
salir, Clara.
Clara asintió con la cabeza y levantó la pequeña bola de pelo en sus brazos.
Graciela la vio irse y luego se giró, subiendo las escaleras hacia su habitación.
De repente se sintió muy cansada.
Capítulo 24
Él la encontró durmiendo en la cama.
Cuando su abuela se fue, se cayó en la silla que había dejado vacía. Pensó en
sus palabras. No tanto en sus predicciones sobre Ela, sino en su juicio sobre él.
Ella era el único miembro de la familia que le quedaba y cuando le parecía
oportuno verlo, era para decirle la vergüenza que era y que de alguna manera
era fundamentalmente defectuoso.
Ante el movimiento, su mirada se desvió hacia él. Ella se sacudió en sus codos.
Ella abrió ampliamente sus ojos y levantó su mano, con la palma de la mano
hacia fuera, hasta que se estiró sobre la cama. — Espera.
Él se rió y arqueó una ceja. —¿Vas a desnudarte o quieres que lo haga yo?
Cada vez que habían estado juntos habían estado casi a oscuras. Ella nunca
había estado a solas con él a plena luz como ahora.
Ella inhaló, luchando contra la pequeña emoción que sus palabras le daban.
Este matrimonio fue originado por la urgencia.
Ella forzó una risa, pero algo tembloroso saltó dentro de su pecho y sonó falso.
—Ahora, Colin. No hagas que esto sea más de lo que es.
Una esquina de su boca se levantó por una fracción de segundo antes de que
su mano saliera disparada para rodear la parte posterior de su cuello. Su risa
murió al sentir sus dedos sobre ella, tirando de ella con fuerza hacia él,
atrapándola.
Sus ojos se clavaron en ella, un azul implacable, y ella sintió que su espina
dorsal comenzaba a disolverse, hundiéndose en la cama. —Por supuesto que
te quiero...
Sus brazos la acercaron, aplastando sus pechos contra los suyos, pechos que se
sentían dolorosos y pesados de una manera que ella no sabía que era posible.
Él la besó sin cesar, sus bocas nunca se pararon. Sujetó su cara con ambas
manos como si fuera la cosa más querida del mundo. El deseo se hizo más
intenso en su sangre, se acumulaba en su interior. Sus manos vagaban por sus
brazos, su espalda, deleitándose por la suavidad y la fuerza de su carne.
Ella asintió e hizo un sonido de aprobación cuando sus dedos soltaron los
botones de la parte delantera de su corpiño. Él lo abrió de un tirón y se lo bajó
por los brazos con ansiedad.
Ella levantó sus caderas mientras él empezaba a empujar dentro de ella. Ella
cerró los ojos, con la cabeza echada hacia atrás, la garganta arqueada al
sentirlo entrar, estirándola y ocupando su núcleo sensible. No hubo ninguna
parte de ella que no se sintiera reclamada y poseída por él. Sus palmas se
estrecharon con las de ella, sujetándolas por encima de su cabeza.
La fricción hizo que ella jadeara y se aferrara más a él. Él incrementó el ritmo,
entrando en ella más rápido, más fuerte. Ella se adaptó a sus empujes, gritando
en cada impacto, presionando contra sus manos inmovilizadas. Sus dedos se
apretaron alrededor de los de ella, manteniéndose firmes mientras sus cuerpos
se movían uno contra el otro.
Sus brazos cayeron flácidos a sus lados. Él la agarró del muslo, levantándolo y
envolviéndolo a su cadera, sosteniendo su pierna mientras se introducía en
ella varias veces más hasta que él gimió y terminó, agitándose por su
liberación.
Los segundos pasaron. Deslizándose en minutos. Ella sabía que debía moverse
y vestirse. Cualquiera podría encontrarse con ellos. Clara. Una sirvienta. Pero
era reacia a abandonar este perfecto refugio.
—Tu sonrisa lo dice todo. Lo he visto antes. Cada vez que miras a Clara está
ahí.
—Ser padre es la cosa más aterradora de la vida—. Ella pensó sobre esto un
momento más, tratando de decir la verdad. Hubo momentos de su vida, en su
matrimonio, en los que se sentía completamente perdida. Incluso podría
haberse rendido a la desesperación en esos momentos bajos. Pero la
maternidad... ¿mantiene esa pequeña vida en sus brazos por primera vez? ¿Y
luego, ver a esta pequeña persona crecer y volar desde el refugio de tus brazos?
Sí. Eso fue incluso más aterrador que sufrir la peor noche que había soportado
con Autenberry.
Él hizo una mueca, su mano todavía acariciaba su vientre con ternura. —Eso
es... alentador.
Ella sonrió. —Oh, también es emocionante—, añadió ella con un susurro, sus
dedos rozando su pelo, deleitándose con el abundante cabello marrón. Se
sentía como la seda. Le recordaba a una estola que su madre usaba unas pocas
veces al año cuando hacía calor. Su corazón se estremeció un poco, pensando
en su madre. Incluso todos estos años después, todavía la echaba de menos.
Ella se sintió un poco mal por la idea. Nunca había soñado con estar con
alguien como él... guapo y excitante. Odiaría que las cosas terminaran como lo
hicieron con su difunto marido. En apariencia, fue una buena compañía... pero
en el fondo... Aversión y desprecio. Palabras crueles tan afiladas como
cuchillos.
Ella se apegó a su sonrisa como si fuera algo pasajero y se negó a creer que eso
pudiera suceder. Colin podría no amarla. Él podría casarse con ella por deber,
pero no era Autenberry. —Vas a ser un padre maravilloso—. Eso es lo que ella
sabía que era cierto.
Ella cubrió la mano que le acariciaba el estómago con una de las suyas. —Se
trata de cuidar, lo cual harás. Te preocupas por la gente, Colin. Siempre lo has
hecho. Ahora te preocupas por esta niña y ni siquiera está aquí. Tú te
preocuparás cuando ella nazca. Te preocuparás todos los días por el resto de
tu vida... incluso cuando quieras estrangularla por alguna insensatez que diga
o haga. Nunca dejarás de preocuparte. La amarás para siempre.
Él lo consideró un poco. —Me gustaría tener una hija. Una como su madre.
Capítulo 25
En sus casi veinte años como Duquesa de Autenberry, Graciela se había
encontrado con muchas damas de mirada severa que se preocupaban poco o
nada por su posición o por lo que correspondía a su rango. Ella leía la crítica
en cada línea escrita en sus rostros. ...en las arrugas de sus labios y en el
ensanchamiento de sus fosas nasales. Ella no era una verdadera inglesa
merecedora de la distinción nobiliaria. Ella estaba bien acostumbrada a tal
tratamiento.
Y aún así, sentada frente a la abuela de Colin, se sentía como una chica de
dieciocho años de nuevo, intimidada y acobardada por damas superiores y de
más edad.
Cuando le informaron que tenía una invitada, asumió que eran Mary Rebecca
y sus hijas. Ellas tenían planeado unirse a ellas en pocos días y presenciar la
boda en la iglesia parroquial de Colin. Cuando Colin le preguntó si quería
invitar a algunos amigos, Mary Rebecca fue la primera persona que se le
ocurrió. Aunque Mary Rebecca había traicionado sus confidencialidades y le
había dicho a Colin que estaba embarazada, sabía que su amiga tenía buenas
intenciones y había actuado sólo para su beneficio. Graciela había escrito una
nota invitándola ayer por la noche. Sin duda su amiga querría preguntarle
sobre sus próximas nupcias.
—Todas esas cosas que desaparecerán en los años venideros y entonces, ¿qué
le quedará a mi nieto? Él todavía estará en su mejor momento mientras que
usted será una mujer mayor, incapaz de hacer la única cosa para la que Dios la
puso en la tierra.
Ella hizo una mueca. —Por supuesto. Qué tonta que no lo adiviné.
—Una hija—. La viuda frunció los labios como si esto no fuera del todo
satisfactorio. —Sí. Clara está arriba.
Ella flexionó una mano muy venosa y se inclinó más hacia adelante, su cuello
se estiró como una grúa. —¿Es cierto que usted ha perdido un bebé antes?
¿Más de una vez, de hecho—
Él los quiere. De alguna manera eso le afectó más que la idea de que él los
necesitara para extender su progenie.
Ella tomó un suspiro estimulante. Parte de ella estaba encantada de saber que
ahora estaba cargando a su bebé, pero otra parte se sentía enferma sabiendo
que este sería el único hijo que podría darle y que bien podría ser una niña. ¿Él
estaría decepcionado? ¿Llegará a arrepentirse de haberse casado con ella?
¿Como lo había hecho Autenberry?
Ella no tenía nada que aportar. En ese momento no había nada que pudiera
decir para apaciguar al viejo dragón. Ella no estaba dispuesta a informarle de
su condición. No sufría la humillación en admitirlo.
¿Ella pensaba que estaba mintiendo? Graciela inhaló profundamente. Oh, ¿por
qué Colin se lo había dicho? ¿Él creyó necesario explicarse por qué iba a
casarse con ella? —Creo que usted debería irse.
Lady Strickland resopló. —¿Me está pidiendo que me vaya? Bueno, ¡nunca me
han tratado tan groseramente!— Graciela flexionó sus dedos pulcramente
doblados en su regazo. — ¿Si es así? Me sorprende.
Una mujer más adecuada. Las palabras picaron. No porque pensara que algo
estaba mal en ella.
Cumpliendo, empezó a descender justo cuando las voces sonaban desde abajo.
Su mirada se dirigió hacia adelante, viendo a Mary Rebecca entrando en el
vestíbulo. El mozo tomó su capa y sus guantes. El pecho de Graciela se aligeró
un poco.
Después de su audiencia con la abuela de Colin, Mary Rebecca era una visión
bienvenida. Estaba a más de la mitad del camino de abajo, a unos pasos de
distancia, y lanzando un saludo justo cuando sintió que algo chocaba con ella
por detrás.
Los gritos llenaron sus oídos. Los suyos o los de Mary Rebecca, ella no estaba
segura.
Todo el aire salió de su cuerpo mientras caía por las escaleras y se detuvo en el
suelo de mármol del vestíbulo.
Capítulo 26
Graciela atravesó una niebla, con sus pies como sólidos bloques de piedra. Al
menos eso fue como se sentía. Como ella se sentía. Sus miembros como el
plomo. Sus ojos que miraban a través de las sombras. Vestigios de figuras se
deslizaban hacia adelante, manchas más oscuras dentro del gris ondulante,
como volutas de humo imposibles de alcanzar o identificar.
Colin.
Había otra razón para la desolación, pero era difícil de alcanzar, rozando los
confines de su mente como la lluvia en un cristal de ventana, luchando por
entrar.
Ella buscó lo que era. Porque la cosa invisible que sentía se deslizaba y se
drenaba de su cuerpo, saliendo como el fluido en un tamiz.
Ella estiró sus brazos, con las manos abiertas, tratando de agarrar todo lo que
estaba perdiendo, incluso si su mente confundida estaba demasiado nublada
para entenderlo.
Su corazón lo sabía.
inmóvil, deseando que ella se moviera. Levántate. Habla. Camina. Que sea
suya de nuevo.
Él nunca la soltaría.
La voz pertenecía a Lady Talbot. Ella había estado allí desde el comienzo de
esta pesadilla. Lo había presenciado todo. Desde que Ela cayó. Porque la
empujaron. La bilis subió por su garganta.
Ella iba a ser su esposa y dar a luz a su hijo. Lo único que debería haber hecho
en su vida era asegurarse de que no le ocurriera ningún daño. Y él había fallado
en eso. Si él pudiera retroceder y dejarla en paz, deshacer todo, incluyendo la
persecución hacia ella, lo haría. Al instante. Si eso significaba que ella no
estaría aquí así, él lo desharía todo.
una posición demasiado alta, ni parecía que su cabeza hubiera sufrido ninguna
lesión en la caída. La declaró afortunada y su recuperación prometedora.
Todavía estaba aterrorizado de que ella nunca volviera a abrir los ojos. Que no
pudiera volver a oír su voz. Saber todo esto podría haberse evitado si no fuera
porque su lunática abuela había hecho que la situación fuera más difícil... más
grave.
Para cuando él llegó, su abuela se había ido. Ella había huido y nadie había
intentado detenerla. Poco se había pensado en la anciana tras el daño que
había causado. La casa había sido un caos, todos los cuidados y la atención se
centraban en Ela. Como debía ser.
Además, no había lugar para que esa anciana se escondiera. Ningún lugar
donde no la encontraría.
—Strickland...
Él echó una mirada por encima de su hombro. —Descansaré cuando ella esté
despierta. Después de que escuche su voz con mis propios oídos. Cuando la
oiga, que me diga que está bien.
Ela se volteó como si un gran viento la hubiera tirado sobre la cama. Lady
Talbot se inclinó sobre ella. —Ela—. ¿Qué pasa?
Él se acercó a ella, limpiando el pelo de su frente con cuidado, sin saber dónde
estaba herida y sin querer empeorar las cosas para ella. Él sólo quería
arreglarla... llevándose todo su dolor dentro de sí mismo para que nunca
volviera a sufrir.
—¿Qué pasa, amor?— En ese momento notó una humedad debajo de su mano
donde estaba apoyada en la cama. Levantó su palma de la cama y la llevó ante
su cara, con los dedos abiertos, cada dedo cubierto de sangre brillante.
Lady Talbot jadeó y se volvió hacia donde el ama de llaves se cernía cerca de la
puerta. —Manda a llamar a la comadrona. Rápido.
Él no había pensado en esto. Su único pensamiento había sido para Ela. ...por
su bienestar. Quizás debería haber pensado en ello. Era la razón por la que se
iban a casar, después de todo. La razón por la que se lo había dicho, al menos.
Fue la única razón por la que él accedió a apartarse de su lado y salir al pasillo.
pasara por la puerta, arrastrando sus manos por el pelo y tirando con fuerza de
las hebras.
—¿Colin?
—Clara—, él respondió.
Él estudió a esta chica que se parecía tanto a Ela y sintió una oleada de
protección. La rodeó con un brazo y la abrazó. —Por supuesto que sí.
Ella le agarró la muñeca. —Quiero verla. Necesito verla—. Clara lo miraba tan
decidida, con su barbilla levantada desafiante. De repente parecía mucho
mayor que sus catorce años.
Lady Talbot salió al pasillo. La puerta se cerró tras ella mientras ponía su
brazo alrededor de los hombros de Clara y le daba un apretón reconfortante.
—Todavía no, querida. Deja que Colin la vea primero y luego puedes entrar un
rato. Tu madre está muy cansada y necesita descansar.
Los ojos de Lady Talbot se conectaron con los suyos y ella hizo un gesto con
su mano, indicando que debía entrar a la habitación.
—Ella se repondrá.
—¿Y?—, dijo él. Puede que ya lo sepa, pero necesitaba oírlo. Necesitaba
saberlo.
Ella sacudió la cabeza con tristeza. —Lo siento. Había mucha sangre. Nunca
he visto a un bebé sobrevivir a este tipo de trauma. No puedo decirlo con
certeza todavía, por supuesto... pero no veo cómo pueda ser posible.
—Lo siento, Ela. ...lo siento mucho.— Él dejó caer su mano sobre la cama,
moviéndose hacia su brazo, esperando que eso fuera más bienvenido.
Ella se alejó como si sintiera que él se acercaba. —No es tu culpa—, dijo ella
con una pequeña y cansada voz. —Tú y yo nunca estuvimos destinados a ser,
Colin. Supongo que nada de esto lo era.
Ella continuó. —No tenemos que fingir más o usar a un niño inocente para
atarnos.— Las palabras se sentían como rocas que lo golpeaban, le cortaban la
piel y le golpeaban profundamente. —Ya he sufrido un matrimonio sin amor.
Me coloqué las sonrisas falsas y dejé que las mentiras de amor salieran de mis
labios. Yo no puedo hacerlo de nuevo.
Sus palabras no fueron más que un susurro, pero le cortaron de todos modos.
Sonaba completamente seria.
Él dio un paso hacia ella. —Ela, no digas nada que no quieras expresar en este
momento.
Ella giró para enfrentarse a él. La vista de ella lo impactó como un golpe.
Estaba muy pálida. Las manchas sobresalían bajo los ojos como moretones en
su piel. —La escuchaste. No hay ningún bebé. Un niño no puede sobrevivir a
tanta pérdida de sangre. El bebé se ha ido. Otra vez.— La última palabra
surgió entre sollozos.
Ella levantó la cabeza de la almohada, sus ojos brillando con lágrimas mientras
lo miraba. —La única razón por la que querías casarte conmigo era porque
había un bebé. Nunca pretendimos que fuera por ninguna otra razón. No
podemos cambiar nuestros errores pasados pero podemos detener los futuros.
La frustración brotaba dentro de él. Ella tenía razón. Nunca le había dado otra
razón para casarse. Nunca había reclamado amor o cariño o incluso lujuria.
Fue un cobarde y usó al bebé como la razón cuando sólo fue una excusa
conveniente para atarse a Ela para siempre.
—No me voy a casar contigo. No hay nada que puedas decir para obligarme a
hacerlo.
A través del brillo de las lágrimas en sus ojos, la fría resolución le miraba
fijamente. Nunca la había visto así. Ella ya no era la Ela que él conocía. Tan
sombría. Tan perdida y distante delante de él. Era como si ella le mirara
fijamente a través de él.
—Sé lo que dije, Ela. El bebé era sólo una parte. Quiero casarme contigo. Me
preocupo por ti. Quiero casarme contigo porque nunca he necesitado una
mujer tanto como te deseo a ti—. En la lengua tenía más palabras, más
verdades, revoloteando. Él no las consiguió sacar lo suficientemente rápido
para ella.
Él abrió la boca para refutar aún más sus acusaciones, pero ella se echó hacia
atrás, mostrándole su espalda rígida. Ella había pasado por un infierno hoy. Y
era por su culpa.
Él soltó un respiro y se giró hacia la puerta, pero luego se detuvo y miró hacia
atrás.
Ella seguía acurrucada de lado, de espaldas a él, con el pelo acumulado como
una tinta oscura a su alrededor. En su mente aún podía imaginar su cara sin
sangre. Él quería que el color de su piel... la vida en sus ojos. Por mucho que le
doliera el pecho, sabía que le dolía aún más. Anhelaba sacarle el dolor. Y aún
así sabía que no podía. Respetaría sus deseos por ahora y la dejaría descansar,
dormir y recuperar sus fuerzas. Pero entonces volvería.
Cuando salió al pasillo, no había rastro de Mary Rebecca o Clara. Él bajó las
escaleras, con su mano rozando la barandilla. Por un momento tuvo un
destello de Ela en estos mismos escalones, cayendo hacia abajo. Se presionó
una mano en el estómago, sintiéndose enfermo. Sabía que debía estar
agradecido de que estuviera viva y que se recuperaría, pero las acciones de su
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LOS ARCHIVOS DE LOS GRANUJAS
abuela habían tenido un costo. Su hijo se había ido. Él y Ela podrían no tener
nunca un hijo.
Quizás ella sinceramente no quería casarse con él y sólo había aceptado por el
bebé.
Ella asintió. —Sí. Quizá me precipité y... no fui razonable en mi ira. Sólo fue
un shock—. Ella se detuvo y aspiró un aliento, el color caliente inundando su
cara. —Verás, puede que haya albergado sentimientos...
Él recibió su capa del portero, y las palabras de Ela aún sonaban en sus oídos.
Salga de aquí. Vete y no vuelvas, Colin.
Al día siguiente, Graciela ya se sentía más como ella misma. Al menos
físicamente. Un poco dolorida, pero lo suficientemente fuerte. Con el corazón
roto, pero sin dolor. Su cuerpo ya no sufría. Ella viviría. Ella estaba viva... su
corazón latía, aunque se sintiera muerta. Destrozada.
La comadrona la revisó y declaró que estaba satisfecha por los avances de Ela...
lo que sea que
Sabía que sus palabras hacia él habían sido crueles. La pena la había hecho
arremeter contra él, pero no se retractaría si pudiera. Sólo dijo la verdad. Fea y
dolorosa verdad.
La única razón por la que habían planeado casarse era por el bebé. Esa razón
ya no existía. No se casarían ahora. Él era libre. Ella lo había liberado para vivir
su vida. La forma de vida para la que él estaba destinado. Una vida que no la
incluía a ella.
Se oyó un breve golpe en la puerta. Ella levantó la vista justo cuando la puerta
se abrió y el mismo Colin entró en la habitación.
—¿Colin? ¿Qué estás haciendo aquí?— Ella se apoyó un poco más alto en la
cama.
—Vete, Colin—, dijo ella cansada. —Por favor. Deja a un lado tu honor, tu
compasión y tu obligación y...
Un bulto del tamaño de una roca se elevó en su garganta. Ella luchó por
asimilarlo.
Pasaron varios instantes y las faldas de Clara resonaron mientras se movía con
impaciencia. —Mamá. Di algo—, ella siseó, haciendo un movimiento salvaje
con sus manos.
Graciela se mojó los labios y miró fijamente a los ojos del hombre que amaba...
y se preguntó si podía ser verdad. Si él podía amarla como ella lo amaba a él. Si
podía ser tan afortunada y tan bendecida por haber encontrado la cosa que
había anhelado toda su vida y que asumió como inalcanzable para ella.
Di que sí.
Sin embargo, ella no vio eso. En la intensidad de su mirada, ella vio sólo una
cosa. Vio amor.
Ella lloró cuando él se retiró y se puso a besarla en sus mejillas y labios, sin
importarle el público. —Te amo, mi dulce muchacha.
Ella echó un vistazo al reverendo, que sonreía con indulgencia. Incluso Clara
parecía llorosa mientras abrazaba a la Sra. Wakefield. Ambas, de hecho,
parecían tener los ojos llorosos.
—Muy bien—. El caballero sonrió y abrió la pequeña Biblia que tenía en sus
manos. —Comencemos.
Capítulo 27
Meses después. . .
—Simplemente no se puede, Colin—, Ela se las arregló para sacar entre los
dientes apretados. —Se supone que no deberías estar aquí.— No era la
primera vez que se lo señalaba a su marido, pero aun así no consiguió que se
apartara de su lado... y a pesar de sus palabras de protesta, ella se aferraba a su
mano, apretando con más fuerza mientras su estómago se tensaba
dolorosamente y otra ronda se extendía sobre ella.
Ella sabía que debía parecer asustada. Su pelo se había desatado hace mucho
tiempo. Las tiras se pegaban a su cuello y a sus mejillas húmedas. Ella había
pasado horas así, gimiendo de dolor, pero él la miraba con el mismo amor en
sus ojos que el día que se casaron. Tal vez incluso más. Ella sabía que tenía
más amor por él. Crecía cada día.
Había sido un largo camino hasta este momento. El día que él irrumpió en su
habitación con el reverendo y juró su amor y se casó con ella, creyeron que su
bebé se había perdido.
Ciertamente nunca creyó que tal destino pudiera ser suyo, pero lo es. Nada
había estropeado su alegría todos estos meses. Ni siquiera su persistente
miedo por el bebé. Mientras tuviera a Colin y al resto de su familia, se sentía
fuerte. Incluso cuando les llegó la noticia de la muerte de la abuela, apenas
tuvo efecto. Era como si una puerta se hubiera cerrado para siempre tras ese
miserable día en las escaleras. Sólo había el presente y el futuro y ambos les
pertenecían.
—Eso es—, entonó la Sra. Silver. —Puedo ver la cabeza, Su Señoría. ¡Viene el
bebé! El bebé ya casi está aquí.
—¿Has oído eso, Ela? Lo estás haciendo brillantemente. Ya casi has terminado.
Ninguna otra palabra podría haberla obligado a dar un empujón mayor. Aún
agarrando la mano de Colin, ella se aferró a su rodilla y se inclinó.
—Un hijo—, Graciela se atragantó, las lágrimas nublaron sus ojos mientras
miraba a su marido. —Colin . ...tienes un hijo.
Las lágrimas comenzaron de nuevo cuando miró al bebé con el que había
estado hablando todos estos meses. —Hola, mi pequeño caballero. Soy tu
madre—. Ella recorrió el arco perfecto de su boca, la suave curva de su ceja y
su diminuta nariz. Tomó uno de sus puños, acariciando su piel sedosa.
Ela ignoró las molestias, tan enamorada de la pequeña y perfecta vida en sus
brazos.
—Tiene tu cara—. Ella acarició la línea de sus pequeñas cejas. —Mira. Aquí.
Las cejas y la forma de tus ojos.
Ella se estremeció cuando otra ola de dolor la invadió. Había pasado mucho
tiempo desde su último parto... se sentía como si hubiera pasado toda una
vida... pero sabía que aún no había terminado con todo el lío. La placenta
estaba por llegar. Aunque no recordaba esa parte como especialmente
incómoda. Ella sopló un fuerte aliento. No fue así.
Ella asintió. —Yo... estoy bien...— Otra inundación de dolor se precipitó sobre
ella entonces y ella gritó.
Ella se encontró con los ojos de Colin. Se veía hermoso sosteniendo a su hijo, y
su corazón se apretó. ¿Se podría estar muriendo? ¿Podría estar dejándolos a
ambos ahora? ¿Dejando a Clara?
—¿Qué es?— Colin exigió, con su voz dura y en pánico. Nunca antes había
escuchado ese tono de él.
Su hijo empezó a llorar, sus lamentos lastimeros llenaron el aire sobre la voz
de la Sra. Silver mientras ella hablaba febrilmente con la Sra. Wakefield, su
voz demasiado baja para que Ela la entendiera.
Ella dejó caer la cabeza en la cama, un agudo gemido que le arrancó mientras
el dolor de espalda se extendía por sus caderas para apoderarse de su
estómago.
La Sra. Silver se incorporó entre sus muslos, con una sonrisa perpleja en su
rostro que contrastaba con el dolor y el miedo que tenía Graciela como
protagonista. —Mi señora, parece que su trabajo aquí no ha terminado.—
La Sra. Silver asintió. —En efecto, lo hago. Me perdí el segundo latido del
corazón. Mis disculpas, pero debería haber sospechado. Usted estaba un poco
grande—. Ella se detuvo y pidió a la Sra. Wakefield más toallas frescas y agua.
El ama de llaves se volvió rápidamente hacia la criada que estaba detrás de
ella, enviándola a buscar más suministros.
Ela sacudió su propia cabeza y gimió, —Esto no puede estar pasando. No creo
que pueda volver a hacerlo.
Ella luchó por esta nueva situación. Todos estos meses había luchado con la
idea de que incluso podría tener otro hijo. Ahora estaba teniendo dos.
Ella sacudió la cabeza, bastante cansada, pero luego miró a Colin y lo vio
sosteniendo a su hijo. Él asintió con la cabeza alentándola. Su corazón se
hinchó con un nuevo amor. Ella tenía que hacer esto. Tenía que traer al mundo
lo que quedaba de su familia.
Su tercer hijo nació, aullando posiblemente más fuerte que el último que
acababa de traer al mundo.
¿Dos chicos? ¿Dos hijos? Sollozando de alegría, miró a Colin. ...sólo para ver
que él también lloraba.
Colin se inclinó y dio suaves besos a cada uno de sus hijos antes de darse la
vuelta y dar un lento beso con lágrimas en los labios. —Te amo, mi hermosa
esposa.
Epílogo
Tres meses después...
FIN
Sobre la autora