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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Amado Pícaro
Maiden Lane Series (8)
Elizabeth Hoyt
Traducción: Manatí y Lectura Final: MyriamE

ÉL PUEDE PROTEGERLA
Lady Phoebe Batten es bonita, vivaz y anhela una vida social acorde con
la hermana de un poderoso duque. Pero como es casi completamente ciega,
su sobreprotector hermano insiste en que tenga un guardaespaldas armado
a su lado en todo momento: el irritante Capitán Trevillion.

DE TODO PELIGRO
El Capitán James Trevillion es orgulloso, melancólico y tiene una herida
en la pierna por su servicio en los soldados de caballería del rey. Sin
embargo, todavía puede disparar y cabalgar como el diablo, por lo que
vigilar a la distraída Lady Phoebe no debería ser ningún problema... hasta
que ella es objetivo de unos secuestradores.

EXCEPTO DE LA PASIÓN MISMA


Atrapado en una mortífera red de engaños, James debe arriesgar su vida
para salvar a su protegida del más bajo de los canallas, uno que obligaría a
Lady Phoebe a contraer un matrimonio sin amor. Pero mientras están
confinados en un cuartel para protegerla, Phoebe empieza a ver al hombre
tierno que se esconde bajo el duro exterior del soldado... y la posibilidad de
una vida -y un amor- que nunca imaginó posible.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

¡Para nuestros lectores!

El libro que estás a punto de leer, llega a ti debido al trabajo


desinteresado de lectoras como tú. Gracias a la dedicación de los
fans este libro logró ser traducido por amantes de la novela
romántica histórica—grupo del cual formamos parte—el cual se
encuentra en su idioma original y no se encuentra aún en la versión
al español, por lo que puede que la traducción no sea exacta y
contenga errores. Pero igualmente esperamos que puedan disfrutar
de una lectura placentera.
Es importante destacar que este es un trabajo sin ánimos de
lucro, es decir, no nos beneficiamos económicamente por ello, ni
pedimos nada a cambio más que la satisfacción de leerlo y
disfrutarlo. Lo mismo quiere decir que no pretendemos plagiar esta
obra, y los presentes involucrados en la elaboración de esta
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trabajo, en especial el autor, por ende, te incentivamos a que sí
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libros de tu barrio, si te es posible, en formato digital o la copia física
en caso de que alguna editorial llegué a publicarlo.
Esperamos que disfruten de este trabajo que con mucho cariño
compartimos con todos ustedes.
Atentamente
Equipo Book Lovers

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Uno
Había una vez un rey que vivía junto al mar. Había tenido tres hijos y el más joven se llamaba
Corineo....
—De The Kelpie

JUNIO 1741
LONDRES, INGLATERRA
El Capitán James Trevillion, antiguo miembro del 4º Regimiento de
Dragones1, estaba acostumbrado a los lugares peligrosos. Había cazado a
salteadores de caminos en los bajos fondos de St Giles, detenido a
contrabandistas en los muelles de Dover y vigilado los patíbulos de Tyburn
en medio de un motín. Sin embargo, hasta ahora no había contado con
Bond Street entre ellos.
Era una soleada tarde de miércoles y el Londres de moda estaba
congregado en masa, decidido a gastar su riqueza en fruslerías y
alegremente ajeno a cualquier violencia inminente.
Al igual que la protegida de Trevillion.
—¿Tiene el paquete de Furtleby's?, —preguntó Lady Phoebe Batten.
Hermana del Duque de Wakefield, Lady Phoebe era regordeta,
distractoramente bonita y bastante agradable para casi todo el mundo,
excepto para él. También era ciega, razón por la que tenía su mano en el
antebrazo izquierdo de Trevillion y por la que Trevillion estaba aquí: era su
guardaespaldas.
—No, milady, —respondió distraídamente mientras observaba a uno -
no, tres- de los grandes brutos que se acercaban a ellos, moviéndose en
contra de la multitud brillantemente vestida. Uno tenía una fea cicatriz en
la mejilla, otro era un pelirrojo corpulento y el tercero parecía no tener
frente. Parecían ominosamente fuera de lugar con ropas de obrero, sus
expresiones eran atentas y fijas en su protegida.
Interesante. Hasta ahora, sus deberes como guardaespaldas habían
consistido principalmente en asegurarse de que Lady Phoebe no se perdiera

1Los Dragones (Dragoons en inglés) eran una clase de infantería montada, cuyos regimientos
establecidos en Europa principalmente durante el siglo XVII y principios del XVIII, eran entrenados para
combatir con espadas y armas de fuego a caballo.

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entre la multitud. Nunca había habido una amenaza específica contra su
persona.
Trevillion se apoyó con fuerza en el bastón de su mano derecha y giró
para mirar detrás de ellos. Encantador. Un cuarto hombre.
Sintió que algo en su pecho se tensaba con sombría determinación.
—Porque el encaje era especialmente fino, —continuó Lady Phoebe—,
y además a un precio especial, que estoy bastante segura de que no podré
volver a encontrar hasta dentro de bastante tiempo, y si lo he dejado en
alguna de las tiendas que ya hemos visitado, estaré bastante disgustada.
—¿En serio?
El bruto más cercano -el que no tenía frente- sostenía algo a su lado: ¿un
cuchillo? ¿Una pistola? Trevillion se pasó el bastón a la mano izquierda y
empuñó su propia pistola, una de las dos que llevaba en los cinturones de
cuero negro que le cruzaban el pecho. Su pierna derecha protestó por la
repentina pérdida de apoyo.
Dos disparos, cuatro hombres. Las probabilidades no eran
especialmente buenas.
—Sí, —respondió Lady Phoebe—. Y el señor Furtleby se aseguró de
decirme que el encaje estaba hecho por saltamontes que tejían alas de
mariposa en la Isla de Man. Muy exclusivo.
—La estoy escuchando, milady, —murmuró Trevillion mientras el
primer bruto apartaba a un dandi de edad avanzada con una peluca blanca
abultada. El dandi maldijo y agitó un puño marchito.
El bruto ni siquiera giró la cabeza.
—¿De verdad?, —preguntó dulcemente—. Porque...
En la mano del bruto apareció una pistola y Trevillion le disparó en el
pecho.
Lady Phoebe se agarró a su brazo. —¿Qué...?
Dos mujeres -y el dandy- gritaron.
Los otros tres hombres empezaron a correr. Hacia ellos.
—No me suelte, —ordenó Trevillion, mirando rápidamente a su
alrededor. No podía luchar contra tres hombres con un solo disparo.
—¿Por qué iba a soltarlo? —preguntó Lady Phoebe con cierta sorna.
Vio por el rabillo del ojo que su labio inferior estaba empujado hacia
fuera como el de una niña pequeña. Casi le hizo sonreír. Casi. —A la
izquierda. Ahora.

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La empujó en esa dirección, con la pierna derecha molestándole. Más le
valía que esa maldita cosa no se derrumbara sobre él, no ahora. Enfundó la
primera pistola y sacó la segunda.
—¿Le disparó a alguien ahí atrás? —preguntó Lady Phoebe mientras
una matrona chillona la rozaba con brusquedad. Lady Phoebe tropezó con
él y él le pasó el brazo izquierdo por los pequeños hombros, acercándola a
su lado. La multitud, presa del pánico, se agolpaba a su alrededor,
dificultando su avance.
—Sí, milady.
Allí. A un par de pasos, un niño pequeño sostenía las riendas de un
caballo castrado alazán en la calle. Los ojos del caballo se pusieron blancos
ante la conmoción, sus fosas nasales se abrieron de par en par, pero no se
había desbocado ante el disparo, lo cual era una buena señal.
—¿Por qué? —Su rostro estaba dirigido a él, su cálido aliento le rozaba
la barbilla.
—Me pareció una buena idea, —dijo Trevillion con mala cara.
Miró hacia atrás. Dos de sus atacantes, el de la cicatriz y otro, habían
sido detenidos detrás de una pandilla de damas de sociedad chillonas. El
pelirrojo, sin embargo, se abría paso a codazos entre la multitud,
directamente en su dirección.
Maldito sea su pellejo. No dejaría que la alcanzaran.
No en su guardia.
No esta vez.
—¿Lo ha matado? —preguntó Lady Phoebe con interés.
—Tal vez. —Llegaron al caballo y al niño. El caballo giró la cabeza
cuando Trevillion agarró el estribo, pero permaneció tranquilo. Buen
muchacho. —Suba ahora.
—¿Que suba a dónde?
—Al caballo, —gruñó Trevillion, dando una palmada en la silla del
caballo.
—¡Ey!, —gritó el muchacho.
Lady Phoebe era una chica inteligente. Tanteó el estribo y colocó el pie
en él. Trevillion puso su mano directamente en su exuberante trasero y la
empujó con fuerza sobre la bestia.
—Uf. —Ella se agarró al cuello del caballo, pero no parecía asustada en
absoluto.

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—Gracias, —murmuró Trevillion al chico, que ahora tenía los ojos muy
abiertos, tras haber visto la pistola en su otra mano.
Dejó caer el bastón y se encaramó con poca elegancia a la silla de
montar detrás de Lady Phoebe. Tiró de las riendas de la mano del
muchacho. Con la pistola en la mano derecha, rodeó la cintura de ella con el
brazo izquierdo, que seguía sujetando las riendas, y la atrajo firmemente
contra su pecho.
El bruto pelirrojo llegó al caballo y se agarró a la brida, con los labios
torcidos en una fea mueca.
Trevillion le disparó de lleno en la cara.
Un grito de la multitud.
El caballo se medio encabritó, arrojando a Lady Phoebe a la V de los
muslos de Trevillion, pero éste, con firmeza, puso a la bestia al galope,
incluso mientras enfundaba la pistola gastada.
Podía ser un lisiado en tierra, pero por Dios, en la silla de montar era un
demonio.
—¿Mató a ese? —Lady Phoebe gritó mientras giraban alrededor de un
carro. Se le había caído el sombrero. Los mechones castaños claros le
pasaban por los labios.
La tenía. La tenía a salvo y eso era lo único que importaba.
—Sí, milady, —le murmuró al oído. De forma plana, casi sin importarle,
pues nunca le permitiría escuchar la emoción que le provocaba tenerla
entre sus brazos.
—Oh, bien.
Él se inclinó hacia delante, inhalando el dulce aroma de las rosas en su
pelo -inocente y prohibido- y puso el caballo a todo galope por el corazón
de Londres.
Y mientras lo hacía, Lady Phoebe echó la cabeza hacia atrás y rió contra
el viento.

Phoebe dejó caer su cabeza sobre el hombro del Capitán Trevillion -de
forma bastante inapropiada- y sintió el viento contra su cara mientras el
caballo se movía debajo de ellos. Ni siquiera se dio cuenta de que se estaba
riendo hasta que el sonido llegó a sus oídos, alegre y libre.
—¿Se ríe de la muerte, milady? —Las palabras adustas de su guardián
eran suficientes para apagar el ánimo más ligero, pero Phoebe se había
acostumbrado a la voz sombría del Capitán Trevillion en los últimos seis
meses. Había aprendido a ignorarlo y a ignorarlo a él.

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Bueno, más o menos.
—Me río porque hace años que no monto a caballo, —dijo con una
pequeña dosis de reproche. Al fin y al cabo, sólo era humana—. Y no dejaré
que me lo estropee con una falsa culpa; después de todo, fue usted quien
mató a ese pobre hombre, no yo.
Él gruñó cuando el caballo dobló una esquina, sus cuerpos se inclinaron
como uno solo. El pecho de él era ancho y fuerte detrás de ella, y las pistolas
enfundadas contra su espalda le recordaban su potencial de violencia. Oyó
un grito de indignación cuando pasaron a toda velocidad y luchó contra el
impulso de reírse. Qué extraño. Puede que el hombre le pareciera irritante,
pero nunca había tenido ninguna duda de que el Capitán Trevillion la
mantendría a salvo.
Aunque no le gustara especialmente.
—Él intentaba hacerle daño, milady, —respondió Trevillion, con un
tono seco como el polvo, mientras su brazo se ceñía a la cintura de ella y el
caballo saltaba algún tipo de obstáculo.
¡Oh, esa sensación! La caída de su estómago, la ingravidez momentánea,
el golpe cuando el caballo aterrizó, el movimiento de los poderosos
músculos equinos bajo ella. No había exagerado con él: hacía años que no
sentía eso. Phoebe no había nacido ciega. De hecho, hasta los doce años su
vista había sido bastante normal, ni siquiera había necesitado gafas. Ahora
no recordaba cuándo había comenzado, pero en algún momento su visión
había empezado a ser borrosa. La luz brillante hacía que sus ojos se
volvieran sensibles. No era algo que le preocupara en ese momento.
Al menos no al principio.
Ahora... ahora, a la madura edad de veintiún años, había estado
efectivamente ciega durante un año o más. Podía distinguir formas vagas a
la luz del sol, pero en un día nublado como hoy...
Nada.
Ni los pájaros en el cielo, ni los pétalos de una rosa, ni las uñas de su
propia mano, por mucho que se la acercara a la cara.
Todas esas vistas se habían perdido para ella, y con ellas muchos de los
otros placeres simples de la vida.
Como montar a caballo.
Enredó las manos en las ásperas crines del caballo, disfrutando de la
seguridad con la que el Capitán Trevillion montaba. No le sorprendió en
absoluto la facilidad con la que guiaba al animal. Había sido un dragón, un
soldado a caballo, y a menudo la acompañaba en sus viajes matutinos a los
establos de Wakefield.

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Alrededor de ellos continuaba la cacofonía de Londres, eternamente
ininterrumpida: el estruendo de las ruedas de los carruajes y los carros, el
pisar de miles de pies, el balbuceo de las voces que se alzaban cantando y
discutiendo, la gente que compraba, vendía y robaba, los que llamaban a las
tiendas y el chillido de los niños pequeños. Los caballos pasaban al ritmo de
las campanas de las iglesias, que marcaban la hora, la media hora y a veces
incluso el cuarto de hora.
Mientras cabalgaban, la gente les gritaba enfadada. Un galope era
bastante rápido para Londres, y a juzgar por el amontonamiento de
músculos bajo ellos y los repentinos cambios de dirección, Trevillion tenía
que zigzaguear entre el tráfico.
Ella giró la cabeza hacia él, inhalando. El Capitán James Trevillion no
tenía olor. A veces podía distinguir en él el café o el leve olor a caballo, pero
más allá de eso, nada.
Era bastante molesto. —¿Dónde estamos ahora?
Sus labios debían de estar escandalosamente cerca de la mejilla de él,
pero no podía verlo para estar segura. Sabía que el Capitán tenía una pierna
derecha coja, sabía que la parte superior de la cabeza de ella le llegaba a la
barbilla, sabía que tenía callos entre el dedo corazón y el anular de la mano
izquierda, pero no tenía ni idea de su aspecto.
—¿No puede oler, milady?, —respondió él.
Ella levantó un poco la cabeza, olfateando, e inmediatamente arrugó la
nariz ante el característico olor a pescado, aguas residuales y podredumbre.
—¿El Támesis? ¿Por qué nos ha traído por aquí?
—Me estoy asegurando de que no están detrás de nosotros, milady, —
dijo él, tan tranquilo como siempre.
A veces Phoebe se preguntaba qué haría el Capitán Trevillion si ella se
acercaba y le abofeteaba la cara. O si lo besara. Seguro que entonces no
mantendría su enloquecedora reserva.
No es que, por supuesto, ella realmente quisiera besar al hombre. ¡Qué
horror! Sus labios eran probablemente tan fríos como los de un pez.
—¿Nos seguirían hasta aquí?, —preguntó dudosa. Ahora que lo
pensaba, todo parecía bastante improbable: ¡ser atacados en Bond Street,
de entre todos los lugares! Con bastante retraso, se acordó de su encaje y
lamentó la pérdida de una buena compra.
—No lo sé, milady, —respondió el Capitán Trevillion, logrando de
alguna manera sonar condescendiente y sin emoción al mismo tiempo—.
Por eso estoy tomando una ruta inesperada.

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Apretó las crines del caballo. —Bueno, ¿qué aspecto tenían mis
atacantes?
—Como unos vulgares ladrones.
—¿Tal vez lo eran?, —aventuró ella—. Quiero decir, vulgares ladrones.
Tal vez no estaban detrás de mí en particular.
—En Bond Street. A plena luz del día. —Su voz no tenía ninguna
inflexión.
Le vendría bien que ella se diera la vuelta y lo besara, de verdad.
Ella resopló. Ahora habían reducido la marcha y ella acarició el cuello
del caballo, cuyo pelo era suave y ligeramente aceitoso bajo sus dedos. El
caballo resopló como si estuviera de acuerdo con su opinión sobre el
Capitán Trevillion. —En cualquier caso, no se me ocurre qué querían de mí.
—Secuestrarla para pedir rescate, matrimonio forzado o mero robo me
vienen a la mente de inmediato, milady, —dijo él—. Después de todo, es
usted la hermana de uno de los hombres más ricos y poderosos de
Inglaterra.
Phoebe arrugó la nariz. —¿Le ha dicho alguien alguna vez que es usted
excesivamente brusco, Capitán Trevillion?
—Sólo usted, milady. —Parecía haber girado la cabeza, porque ella
pudo sentir el roce de su aliento contra su sien. Olía muy débilmente a
café—. En numerosas ocasiones.
—Bueno, déjeme aprovechar esta oportunidad para añadir una más, —
dijo ella—.¿Dónde estamos ahora?
—Cerca de Wakefield House, milady.
Y con sus palabras, Phoebe se dio cuenta repentinamente de todo el
horror de la situación. Maximus.
Inmediatamente comenzó a balbucear. —¡Oh! Sabe que mi hermano
está terriblemente ocupado hoy, con la búsqueda de apoyo para la nueva
ley...
—El Parlamento no está en sesión.
—A veces lleva meses, —dijo ella con seriedad—. ¡Es muy importante!
Y... y esa finca en Yorkshire se está inundando. Estoy segura de que eso lo
mantuvo despierto la mitad de la noche. ¿Fue en Yorkshire?, —preguntó
con una desesperación poco sincera—. ¿O Northumberland? Nunca lo
recuerdo, ambos están muy al norte. En cualquier caso, no creo que
debamos molestarlo.

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—Milady, —dijo el Capitán Trevillion con obstinada firmeza
masculina—, la acompañaré a su habitación, donde podría recuperarse...
—No soy una niña pequeña, —interrumpió Lady Phoebe
amotinadamente.
—Tal vez tomar un poco de té...
—O papilla. Es lo que mi niñera siempre solía darnos en la guardería y la
detestaba.
—Y luego informaré de los acontecimientos de hoy a Su Excelencia—,
terminó Trevillion, sin perturbarse en absoluto por sus interrupciones.
Y eso era exactamente lo que ella estaba tratando de evitar. Cuando
Maximus se enterara de la debacle de esta mañana, él la utilizaría para
cohibirla aún más.
No estaba del todo segura de no volverse loca si eso ocurría. —A veces
me cae usted bastante mal, Capitán Trevillion.
—Me agrada mucho que sólo sea a veces, milady—, contestó él, e hizo
que el caballo se detuviera con un murmullo de aprobación para el animal.
Maldición. Debían de estar ya en Wakefield House.
Ella tomó una de sus manos en un último esfuerzo, sosteniéndola entre
sus palmas, mucho más pequeñas. —¿Tiene que decírselo? Preferiría que no
lo hiciera. ¿Por favor? ¿Por mí?— Era una tontería hacer un pedido personal
-el hombre no parecía preocuparse por nadie, y mucho menos por ella-,
pero ahí estaba: estaba desesperada.
—Lo siento, milady, —dijo él, sin que pareciera sentirlo en absoluto—,
pero trabajo para su hermano. No voy a eludir mi deber ocultándole algo
tan importante.
Él desenredó su mano de la de ella, dejando sus dedos sosteniendo el
aire vacío.
—Oh, si es su deber, entonces, —dijo ella, sin molestarse en mantener la
decepción en su voz—, lejos de mí estar en su camino.
De todos modos, había sido una esperanza bastante descabellada.
Debería haber sabido que el Capitán Trevillion era demasiado desalmado
para dejarse conmover por las súplicas dirigidas a su inexistente
compasión.
Él ignoró su hosquedad.
—Quédese, —dijo, más bien como si ella fuera un canino especialmente
tonto, y luego añadió tardíamente—: milady. —Y ella sintió la repentina
ausencia de su calor cuando él se bajó detrás de ella.

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Ella resopló, pero obedeció porque no era tan tonta como él parecía
considerarla a veces.
—¡Capitán! —Era la voz de su lacayo más reciente, Reed, que tenía
tendencia a adoptar un acento cockney cuando estaba apurado.
—Trae a Hathaway y a Green, —ordenó el Capitán Trevillion.
Phoebe oyó al lacayo correr -supuestamente de vuelta a Wakefield
House-, luego varias voces masculinas elevadas y más pasos, viajando aquí
y allá. Todo era muy confuso. Ella seguía sentada sobre el caballo, varada,
incapaz de desmontar sola, y de repente se dio cuenta de que no había oído
la voz de Trevillion desde hacía tiempo. ¿Había entrado ya?
—¿Capitán?
El caballo se movió bajo ella, retrocediendo.
Ella se agarró a sus crines, sintiéndose desequilibrada, sintiendo miedo.
—Capitán.
—Estoy aquí, —dijo él, con su profunda voz muy cerca de su rodilla—.
No la he dejado, milady. Nunca la dejaría.
El alivio la inundó incluso cuando soltó: —Bueno, no puedo saberlo si
no se mueve y no puedo olerlo.
—¿Olerme como lo hace con el Támesis? —Sintió las grandes manos de
Trevillion alrededor de su cintura, competentes y suaves mientras la
levantaba de la silla—. En general, prefiero no apestar a pescado para que
me identifique.
—Obviamente, el perfume sería lo más adecuado.
—Me parece igualmente desagradable la idea de estar empapado de
pachuli, milady.
—No pachuli. Tendría que ser algo más masculino, —contestó ella, sus
pensamientos se desviaron hacia los olores y las posibilidades mientras él la
dejaba en el suelo—. Quizás bastante oscuro.
—Si usted lo dice, milady. —Su voz contenía una educada duda.
Trevillion le rodeó los hombros con su brazo izquierdo. Probablemente
tenía una de sus horribles armas en la mano derecha. Ella sintió que él se
tambaleaba un poco al dar un paso adelante y se dio cuenta de repente de
que debía haber perdido su bastón. ¡Maldición! No debería caminar sin él.
Ella sabía que le dolía mucho la pierna.
—¡Phoebe! —Oh, cielos, era la voz de la prima Bathilda Picklewood—.
¿Qué ha pasado?

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Se oyó un ladrido agudo y luego el repiqueteo de las patas antes de que
Phoebe sintiera que Mignon, el pequeño y querido spaniel de la prima
Bathilda, saltaba a sus faldas.
—¡Mignon, abajo! —El perro de la prima Bathilda chocó con el tono
más grave de Trevillion que decía—: Permítame llevarla adentro, madame.
Y entonces estaban subiendo los escalones delanteros de Wakefield
House.
—Estoy bien, —dijo Phoebe, porque no quería que la prima Bathilda se
preocupara innecesariamente—. Pero el Capitán Trevillion ha perdido su
bastón y realmente creo que debería tener otro.
—¿Qué...?
—Señor. —Era Reed de nuevo.
—Reed, —espetó Trevillion, ignorando por completo tanto a Phoebe
como a la prima Bathilda. Hombres—. Quiero que tú y Hathaway
acompañen a Lady Phoebe a sus habitaciones y se queden con ella allí hasta
que yo ordene lo contrario.
—Sí, señor.
—Oh, por el amor de Dios, —dijo Phoebe cuando llegaron al umbral y
por alguna razón Mignon comenzó a ladrar con entusiasmo—, apenas
necesito dos...
—Milady... —Trevillion comenzó ponderadamente. Oh, ella conocía ese
tono de voz.
—No entiendo, —comenzó la prima Bathilda.
Y entonces una voz de barítono cortó la conmoción, enviando una
emoción absoluta de temor por su espina dorsal.
—¿Qué demonios está pasando?, —preguntó su hermano, Maximus
Batten, el Duque de Wakefield.

Alto y esbelto, con un rostro alargado y definido, el Duque de Wakefield


llevaba su rango como cualquier otro hombre llevaría una espada: por muy
ceremonial que pareciera, la hoja era afilada y mortal cuando se utilizaba.
Trevillion se inclinó ante su jefe. —Lady Phoebe está ilesa, Su
Excelencia, pero tengo asuntos que informar.
Wakefield arqueó una ceja oscura bajo su peluca blanca.
Trevillion sostuvo la mirada del otro hombre. Puede que Wakefield
fuera un duque, pero Trevillion estaba más que acostumbrado a mirar
fijamente a oficiales superiores iracundos. Mientras tanto, la parte inferior

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de su pierna derecha le lanzaba puñales de dolor hasta la cadera y rezaba
para que no eligiera precisamente ahora para ceder.
El vestíbulo principal se había quedado en silencio en el momento en
que el duque había entrado. Incluso el perro faldero de la señorita
Picklewood había dejado de ladrar.
Lady Phoebe se movió bajo su brazo, su pequeño cuerpo cálido junto al
suyo, antes de suspirar pesadamente en el silencio. —No pasó nada,
Maximus. De verdad, no hay necesidad...
—Phoebe. —La voz de Wakefield detuvo su intento de desvío.
El brazo de Trevillion se tensó alrededor de sus pequeños hombros por
un momento antes de dejarlo caer—. Vaya con la señorita Picklewood,
milady.
Si su voz hubiera sido capaz de ser amable, lo habría hecho ahora. Su
cabello castaño claro caía alrededor de sus delgados hombros, sus redondas
mejillas rosadas por el viento de su paseo, su boca un capullo de rosa
enrojecido. Parecía joven y un poco perdida, aunque estaba en su propia
casa ancestral. Tenía muchas ganas de acercarse a ella y tomarla en sus
brazos de nuevo. Ofrecerle consuelo donde no era necesario ni deseado.
Algo en su pecho dolió -sólo una vez, brevemente- antes de que lo
rechazara y lo cubriera con todas las razones por las que sus reacciones
instintivas eran imposibles y estúpidas.
En su lugar, se dirigió a los lacayos. —Reed.
Reed había sido un soldado bajo su mando. Era alto y delgado, su
estrecho pecho no llenaba del todo su librea. Sus manos y sus pies eran
demasiado grandes para su contextura, sus rodillas y sus codos eran torpes.
Pero sus ojos eran agudos en su rostro poco agraciado. Reed asintió,
habiendo recibido y entendido la orden sin necesidad de más instrucciones.
Hizo un gesto con la barbilla a Hathaway, un jovencito de sólo diecinueve
años, y ambos hombres se colocaron detrás de las damas mientras la
señorita Picklewood guiaba a Lady Phoebe.
Lady Phoebe murmuraba sobre caballeros prepotentes mientras se
marchaba, y Trevillion tuvo que reprimir una sonrisa.
—Capitán. —La voz del duque ahuyentó cualquier deseo de sonreír de
la mente de Trevillion. Wakefield inclinó la cabeza hacia la parte trasera de
la casa, donde estaba su estudio, antes de girar en esa dirección.
Trevillion lo siguió.
Wakefield House era una de las mayores residencias privadas de
Londres y el pasillo que ahora atravesaban era largo. La pierna de Trevillion
fue empeorando a medida que pasaban por delante de elegantes estatuas, la

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puerta de la Pequeña Biblioteca y una sala de estar antes de llegar al estudio
del duque. La habitación no era grande, pero estaba bien decorada con
madera oscura y tenía una alfombra de felpa del color de las joyas.
Wakefield cerró la puerta antes de rodear el enorme escritorio tallado y
sentarse.
Normalmente, Trevillion se pondría de pie ante Su Excelencia, pero hoy
era sencillamente imposible, sin importar el rango. Se dejó caer con
bastante torpeza en una de las sillas que había ante el escritorio, justo
cuando la puerta del estudio se abrió de nuevo para dejar ver a Craven.
El sirviente era un poco como un espantapájaros andante: alto, delgado
y de edad ambigua -podría tener entre treinta y sesenta años. Era
nominalmente el ayudante de cámara del duque, pero poco después de
entrar a trabajar para Wakefield, Trevillion se había dado cuenta de que el
hombre era mucho más que eso.
—Su Excelencia, —dijo Craven.
Wakefield asintió al hombre. —Lady Phoebe.
—Ya veo. —El criado cerró la puerta tras de sí y se acercó a un lado del
escritorio.
Ambos hombres miraron a Trevillion.
—Cuatro hombres en Bond Street, —informó Trevillion.
Las cejas de Craven se arquearon casi hasta la línea del cabello.
Wakefield maldijo en voz baja. —¿Bond Street?
—Sí, Su Excelencia. Disparé a dos de ellos, conseguí un caballo y alejé a
Lady Phoebe del peligro.
—¿Dijeron algo? —El duque frunció el ceño.
—No, Su Excelencia.
—¿Algo que los identifique?
Trevillion pensó un momento, repasando los acontecimientos de la
tarde en su mente para asegurarse de que no se había perdido ningún
detalle. —No, Su Excelencia.
—Maldita sea.
Craven se aclaró la garganta en voz muy baja. —¿Maywood?
Wakefield frunció el ceño. —Seguramente no. El hombre tendría que
estar loco.

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El ayuda de cámara tosió. —Su señoría ha sido inusualmente persistente
en querer comprar sus tierras en Lancashire, Su Excelencia. Recibimos otra
carta con un lenguaje bastante descortés ayer mismo.
—El muy tonto cree que no sé que tiene vetas de carbón. —Wakefield
parecía disgustado—. Por qué el hombre está tan loco por el carbón, no
tengo ni idea.
—Tengo entendido que cree que puede utilizarse como combustible
para grandes máquinas mecánicas. —Craven estudió el techo.
Por un momento Wakefield pareció distraído. —¿De verdad?
—¿Quién es Maywood? —preguntó Trevillion.
Wakefield se volvió hacia él. —El Vizconde Maywood. Un vecino mío
de Lancashire y un poco chiflado. Hace unos años hablaba de nabos, entre
otras cosas.
—Chiflado o no, se lo oyó hacer amenazas contra su persona, Su
Excelencia, —recordó Craven con suavidad.
—Contra mí. Amenazas contra mí, no contra mi hermana, —respondió
Wakefield.
Trevillion se amasó el muslo derecho, tratando de pensar. —¿Cómo le
ayudaría hacer daño a su hermana con su plan del carbón?
Wakefield agitó una mano impaciente. —No lo haría.
—Herir a Lady Phoebe no lo haría, Su Excelencia, —dijo Craven en voz
baja—, pero si la secuestrara y la retuviera hasta que usted aceptara vender
las tierras... o peor aún, la obligara a casarse con su hijo...
—El heredero de Maywood ya está casado, —gruñó Wakefield.
Craven sacudió la cabeza. —El matrimonio del muchacho fue con una
dama de tendencia católica y, según tengo entendido, no fue reconocido
por la Iglesia de Inglaterra. Por lo tanto, Maywood ha declarado inválidas
las nupcias de su hijo.
Los labios de Trevillion se apretaron ante la idea de que alguien obligara
a Phoebe a contraer un matrimonio sin amor, por no hablar de un
matrimonio bígamo sin amor. —¿Está Maywood tan loco como para
intentar algo así, Su Excelencia?
Wakefield se recostó en su silla y miró fijamente los papeles de su
escritorio, sumido en sus pensamientos.
De repente, hizo caer su puño sobre el tablero de la mesa con un golpe,
haciendo que todo se moviera. —Sí. Sí, Maywood puede ser así de loco y

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
estúpido. Maldita sea, Craven, no permitiré que la vida de Phoebe se ponga
en peligro por mi culpa.
—No, Su Excelencia, —aceptó el ayuda de cámara—. ¿Debo investigar
el asunto?
—Hazlo. Quiero respuestas definitivas antes de actuar sobre el hombre,
—dijo Wakefield.
Trevillion se movió con inquietud. —Deberíamos investigar otros
sospechosos mientras tanto. El hombre detrás del intento de secuestro
podría no ser Maywood en absoluto.
—Tiene razón. Craven, queremos una investigación general también.
—Muy bien, Su Gracia.
La mirada de Wakefield se levantó de repente, fijando a Trevillion. —
Gracias, Trevillion, por salvar a mi hermana hoy.
Trevillion inclinó la cabeza. —Es mi trabajo, Su Excelencia.
—Sí. —La mirada del duque era punzante—. ¿Puedes seguir
protegiéndola con esa pierna?
Trevillion se puso rígido. Tenía sus propias dudas, pero no iba a
airearlas aquí. Sencillamente, nadie más era lo suficientemente bueno para
custodiar a Lady Phoebe. —Sí, Su Excelencia.
—Estás seguro.
Trevillion miró al otro hombre a los ojos. Había comandado hombres
durante casi doce años en los dragones de Su Majestad. Trevillion no se
echaba atrás ante nadie. —Si alguna vez siento que no puedo cumplir con
mi deber, dimitiré antes de que me lo pida, Su Excelencia. Tiene mi palabra.
Wakefield inclinó la cabeza. —Muy bien.
—Con su permiso, me gustaría asignar a Reed y Hathaway
permanentemente para custodiar a su señoría hasta que hayamos eliminado
el peligro actual.
—Un buen plan. —Wakefield se levantó justo cuando llamaron a la
puerta. —Vamos.
La puerta se abrió para revelar a Powers, la doncella de Lady Phoebe. La
pequeña sirvienta peinaba su cabello negro en un intrincado peinado y
llevaba un vestido amarillo bordado con el que una princesa real no se
avergonzaría de ser vista.
La mujer hizo una reverencia de inmediato y habló con una voz
cuidadosamente culta con apenas un rastro de lo que había sido un acento

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
irlandés. —Le ruego que me disculpe, Su Excelencia, pero su señoría
deseaba que el Capitán Trevillion tuviera esto.
Le tendió un bastón.
Trevillion sintió que el calor le subía por el cuello, pero se levantó con
cuidado, con la mano en el respaldo de su silla. Le costó -por Dios, le costó-,
pero pidió con voz llana: —Si puede traérmelo, Señorita Powers.
Ella se apresuró a acercarse y le dio el bastón.
Él le dio las gracias y se obligó a mirar a su empleador. —¿Si eso es todo,
Su Excelencia?
—Lo es. —Gracias a Dios, Wakefield no era un hombre inclinado a la
compasión. No había rastro de simpatía en sus ojos—. Vigile a mi hermana,
Capitán.
Trevillion levantó la barbilla y habló con el corazón. —Con mi vida.
Y entonces se dio la vuelta y salió cojeando de la habitación.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Dos
Un día el rey mandó llamar a sus hijos y les dijo: —Ya es hora de que les entregue su herencia.
A su hijo mayor le dio una reluciente cadena de oro. A su segundo hijo le dio una gruesa cadena
de plata. Pero cuando el rey se dirigió a Corineo todo lo que tenía era una fina cadena de hierro.
Se la puso al cuello a su hijo menor y le dijo: —Aunque sea de hierro, te la doy como muestra de
mi fe en ti. Sal y haz tu fortuna—...
—De The Kelpie

—Querida, simplemente no puedo creerlo, —exclamó Lady Hero


Reading a primera hora de la tarde siguiente—. Un intento de secuestro a
plena luz del día y precisamente en Bond Street. ¿Quién podría hacer algo
así?
Phoebe sonrió un poco desganada ante las palabras de su hermana
mayor. —No lo sé, pero Maximus ni siquiera me dejó salir hoy, a tu casa.
Uno pensaría que consideraría segura la casa de su propia hermana.
—Está preocupado por ti, querida, —dijo la voz ligeramente más ronca
de su cuñada, Artemis. Las tres se habían visto obligadas a tomar su té
semanal en Wakefield House desde que Phoebe había sido confinada en la
casa principal.
Phoebe resopló. —Está aprovechando el intento de atentado para hacer
lo que siempre ha querido: encarcelarme por completo.
—Oh, Phoebe, —dijo Hero en voz baja, con voz suave—. Esa no es la
verdadera intención de Maximus.
Ella y Hero compartían un sofá de terciopelo en el Salón de Aquiles,
llamado así porque el techo estaba pintado con una representación de los
centauros educando a un joven Aquiles. De pequeña, Phoebe había tenido
bastante miedo de esas criaturas míticas. Sus expresiones eran tan severas.
Ahora... bueno, ahora no estaba del todo segura de poder recordar sus
expresiones.
Qué deprimente.
Phoebe volvió la cara hacia su hermana y percibió el reconfortante
aroma de las violetas. —Sabes que Maximus se ha vuelto cada vez más
autoritario desde que me rompí el brazo.
Eso había ocurrido cuatro años antes, cuando Phoebe aún podía ver
algo. Había dado un paso en falso en una tienda y se había caído de cabeza,
rompiéndose el brazo lo suficientemente mal como para tener que
ajustarlo.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Desea protegerte, —dijo la prima Bathilda con firmeza.
Se sentó frente a Phoebe y Hero, al lado de Artemis. Phoebe podía oír la
respiración asmática de Mignon en su regazo. La prima Bathilda había sido
como una madre para Phoebe y Hero desde la muerte de sus padres. Habían
muerto hacía muchos años a manos de un ladrón en St Giles, cuando
Phoebe era sólo un bebé. Al mismo tiempo, sin embargo, la prima Bathilda
generalmente estaba del lado de Maximus como patriarca -¿fratriarcado?-
de la familia. Ella había ido en contra de su regla una o dos veces, pero era
raro.
Y la prima Bathilda nunca había impedido que Maximus impusiera su
sobrecarga de protección a Phoebe.
Phoebe acarició distraídamente el terciopelo del sofá, sintiendo la suave
siesta por un lado y la textura ligeramente más áspera por otro. —Sé que él
está preocupado por mí. Sé que quiere cuidar de mí. Pero al hacerlo, me ha
limitado totalmente. Incluso antes de este ataque, Maximus no me dejaba ir
a fiestas o ferias o a cualquier lugar que considerara peligroso. Tengo miedo
de que después de esto me meta entre algodones y me ponga en el fondo de
un armario para que esté a salvo. Yo... no sé si puedo vivir así.
Sus palabras no fueron adecuadas para el pánico creciente ante la idea
de estar aún más limitada.
Unos dedos cálidos cubrieron los suyos, calmándolos. —Lo sé, cariño,
—dijo Hero—. Has sido muy buena siguiendo sus indicaciones.
—Déjame hablar con él, —dijo Artemis—. En el pasado ha sido
bastante inflexible con respecto a tu seguridad, pero tal vez si puedo
inculcarle lo restringida que te sientes, cederá un poco.
—Si no es así, podría eliminar mi constante sombra, —murmuró
Phoebe.
—Eso es totalmente improbable, —dijo la prima Bathilda—. Y además,
el Capitán Trevillion no está aquí ahora, ¿verdad?.
—Sólo porque estoy dentro de Wakefield House. —Phoebe soltó un
suspiro—. No me sorprendería en absoluto que acechara detrás de la
puerta cuando estoy tomando el té. ¿Y ves a Hathaway y a Reed?
—¿Si? —La pregunta confusa vino de Hero.
—Todavía están de pie junto a la ventana trasera, ¿no es así? —Ella no
esperó una respuesta. Puede que no haya oído a los lacayos moverse en
varios minutos, pero sólo sabía que la estaban mirando—. Maximus los
agregó a mi guardia.
Hubo un silencio que le pareció bastante incómodo antes de que
Artemis dijera: —Phoebe... —y luego se interrumpió casi

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
inmediatamente—. No, querido, la taza de té no. Me temo que no es para
bebés.
Esto último iba dirigido al hijo mayor de Hero, William, un adorable
niño de dos años y medio que, por el sonido del súbito chillido en los oídos,
realmente quería esa taza de té.
—Oh, William, —murmuró Hero, exasperada, cuando un gemido
anunció el despertar de su segundo hijo en su regazo—. Ahora ha
despertado a Sebastián.
—Lo siento mucho, milady. —Smart, la niñera de William, debió
acercarse a recoger a su pupilo.
—No es tu culpa, Smart, —dijo Hero—. Las cosas del té son
terriblemente tentadoras.
—¿Puedo? —Phoebe le tendió la mano a Hero.
—Gracias, querida, —dijo Hero—. Cuidado ahora, es un poco baboso,
me temo.
—Todos los mejores bebés lo son, —le aseguró Phoebe al sentir el peso
escurridizo de su sobrino en su regazo. Inmediatamente cerró los brazos
sobre el bebé para protegerlo. Sebastián sólo tenía tres meses y no podía
sentarse del todo. Lo agarró por la parte central y lo mantuvo erguido,
oliendo el dulce aroma de la leche en su piel. —No te preocupes por tu
mamá, Seb, cariño. Simplemente adoro a los machos babeantes.
Fue recompensada por su tontería con un arrullo burbujeante y la
repentina introducción de pequeños dedos en su boca.
—Tú lo pediste, —le recordó su hermana.
—¿Debo llevarme al amo William, milady?, —murmuró la suave voz de
la niñera de William.
—Ahora, William, ¿te gustaría ir con Smart y explorar el jardín? —
preguntó Hero enérgicamente—. Toma, llévate una galleta de azúcar.
Gracias, Smart.
La puerta se abrió y se cerró.
—Me gusta esa chica, —observó la prima Bathilda mientras Phoebe se
llevaba suavemente a la boca los deditos de Sebastián—. Parece
competente, pero amable con nuestro dulce William. ¿Dónde la
encontraste?
—Mm, —coincidió Hero—. A mí también me gusta Smart. Mucho
mejor que la primera niñera que tuvimos. Era una chica bastante tonta.
¿Creerías que Smart fue recomendada por la antigua ama de llaves de Lady
Margaret? Una joven terriblemente competente -el ama de llaves, es decir,

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
no Megs-, pero se despidió de Megs de repente. Encontró un lugar mejor,
supongo.
—¿Qué podría ser mejor que la hija de un marqués? —preguntó
Artemis.
—Un duque, —dijo sin rodeos la prima Bathilda—. He oído que la
chica fue a Montgomery para mantener su casa en la ciudad.
—¿Cómo te enteras de estas cosas? —preguntó Hero con no poca
exasperación. Phoebe podía simpatizar. La prima Bathilda siempre se
enteraba de los mejores chismes antes que nadie.
—¿De qué más crees que hablo cuando tomo el té con mi círculo de
damas de pelo blanco? —dijo la prima Bathilda—. Vaya, ayer mismo me
enteré de que Lord Featherstone fue encontrado admirando el estanque de
los patos en Hyde Park con Lady Oppertyne.
—Eso no parece terriblemente escandaloso, —dijo Hero, sonando
desconcertada.
—Lord Featherstone no llevaba sus pantalones en ese momento, —dijo
triunfante la prima Bathilda—. O su ropa interior.
Phoebe sintió que sus cejas se arqueaban.
—Pero llevaba la liga de Lady Oppertyne en su...
—¿Quieren más té? —se apresuró a ofrecer Hero, aparentemente a la
sala en general.
—Por favor, —respondió Artemis.
La vajilla tintineó.
Phoebe hizo un ruido muy grosero con los labios, lo que provocó la risa
de su sobrino. Entrecerró los ojos, mirando con todas sus fuerzas, pero la
luz debía de ser demasiado tenue en el salón. Ni siquiera pudo distinguir la
forma de la cabeza de Sebastian. —¿Hero?
—¿Sí, querida?
—¿De qué color es su pelo?
Hubo un breve silencio. Phoebe no podía ver, pero sabía que las otras
mujeres la habían mirado. Por un momento deseó, con todo su corazón, que
fuera normal. Que no fuera una preocupación, tal vez incluso una carga,
para su familia. Que pudiera simplemente mirar y ver, maldita sea, cómo era
su precioso sobrino.
Pero no podía.
Algo sonó en la mesa de té. —Oh, Phoebe, lo siento, —jadeó Hero—.
No puedo creer que nunca te haya dicho...

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—No, no. —Phoebe sacudió la cabeza, conteniendo su frustración. No
lo había mencionado para que los demás se sintieran culpables—. No es...
no necesitas disculparte, de verdad. Es que... sólo quiero saberlo.
Hero respiró y sonó casi como un sollozo.
Phoebe apretó los labios.
Artemis se aclaró la garganta, con su voz baja y tranquilizadora como
siempre. —Él tiene el pelo negro. Sebastian es un bebé, por supuesto, pero
creo que no se parecerá en nada al dulce William. Sus ojos son de un
marrón más oscuro, su complexión parece ser bastante leonada -a
diferencia de la piel naturalmente clara de William- y creo que tendrá la
nariz de Batten.
—Oh, no. —Phoebe sintió que una sonrisa se abría en sus labios y que
sus hombros se relajaban. Maximus tenía una versión leve de la nariz de
Batten, pero si los retratos de sus antepasados servían de referencia, la
aflicción podía ser bastante prominente.
—Creo que una nariz grande le da a un hombre un cierto aire de
gravedad, —dijo la prima Bathilda con un toque de desaprobación en su
voz—. Incluso tu Capitán tiene un poco de nariz y creo que lo hace
bastante atractivo.
—No es exactamente mi Capitán, —dijo Phoebe, y luego, aunque sabía
que no debía hacerlo, no pudo evitar añadir—: ¿Atractivo?
—Más bien guapo, —comenzó diciendo la prima Bathilda.
Al mismo tiempo, Artemis dijo: —No sé si atractivo es...
—Demasiado severo. —La voz de Hero puso fin a la disputa verbal.
Todos hicieron una pausa para tomar aire.
En el silencio que siguió, el bebé Sebastián gimió.
—Probablemente tenga hambre, —murmuró Hero, tomando a su hijo.
Phoebe escuchó el crujido de la ropa mientras su hermana ponía al bebé
al pecho. Hero no estaba a la moda en su deseo de amamantar ella misma a
sus hijos, pero Phoebe la envidiaba bastante.
Sería tan agradable sostener un pequeño y cálido cuerpo contra su
pecho. Saber que podía alimentar y acariciar a su propio hijo.
Phoebe inclinó la cabeza, esperando que su anhelo no se reflejara en su
rostro. El hecho era que tenía muy pocas oportunidades de conocer a
caballeros elegibles, suponiendo que pudiera encontrar un hombre
dispuesto a tomar a una mujer ciega como esposa.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Entonces, ¿cómo es exactamente el Capitán Trevillion? —preguntó
ella, ansiosa por evitar sus sombrías contemplaciones.
—Nosotras... bueno, —comenzó Hero pensativa—. Tiene una cara
larga.
Phoebe se rió. —Eso no me dice nada.
—Alargada. —Artemis tomó la palabra—. Su cara es afilada. Tiene una
especie de hendiduras alrededor de la boca, que es un poco fina.
—Sus ojos son azules, —dijo la prima Bathilda—. Bastante bonitos, la
verdad.
—Pero penetrantes, —dijo Hero—. Ah, y tiene el pelo oscuro. Tengo
entendido que llevaba una peluca blanca como dragón, pero desde que se
retiró se lo ha dejado crecer y lo ha trenzado en una cola muy apretada.
—Y, por supuesto, no lleva nada más que negro, —dijo Artemis.
—¿De verdad? —Phoebe arrugó la nariz. No tenía ni idea de que había
sido escoltada todo este tiempo por una encarnación de la Muerte.
—El Sindicato de Damas, —exclamó de repente la prima Bathilda.
—¿Qué pasa con eso? —preguntó Artemis.
—Pues que nos reunimos mañana, —dijo la prima Bathilda.
—Por supuesto, —dijo Hero—. Pero, ¿permitirá Maximus que vaya
Phoebe?
El Sindicato de Damas en Beneficio del Hogar para Infantes
Desafortunados y Niños Expósitos era el proyecto favorito de Hero. Un
club formado exclusivamente por damas -no se permitía la entrada de
caballeros- que se había formado para ayudar a un orfanato en los barrios
bajos de St Giles. El Sindicato de Damas se reunía de forma irregular, pero
Phoebe esperaba con ansias las reuniones, ya que eran uno de los pocos
eventos sociales a los que Maximus le permitía asistir.
O al menos lo había hecho hasta ahora.
—No la dejará ir, —dijo Artemis en voz baja—. No después de los
acontecimientos de ayer.
—Oh, pero íbamos a evaluar a un posible nuevo miembro. —La voz de
Hero contenía consternación—. ¿Crees que deberíamos posponer la
reunión?
—No —dijo Phoebe con firmeza—. Estoy cansada de esconderme y de
que me digan cuándo y dónde puedo ir.
—Pero, querida, si es peligroso... —Comenzó a decir Artemis.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿Una reunión del Sindicato de Damas? —preguntó Phoebe con
incredulidad—. Todos sabemos que las reuniones son de lo más seguras.
—Están en St Giles, —señaló la prima Bathilda.
—Y todas las damas nobles del Sindicato traen a sus lacayos más
fuertes. Estaré rodeada de protectores, incluyendo mi propio Capitán y sus
dos soldados. No estoy segura de que Reed sepa ya que es empleado de
Maximus y no del Capitán Trevillion.
—Al menos reconoces que es tu Capitán. —La voz de Hero era burlona
antes de que se pusiera sobria. En algún lugar de la sala de estar se abrió la
puerta—. Sin embargo, no veo cómo vas a evitar a Maximus.
—Yo tampoco lo sé, pero lo haré, —declaró Phoebe—. Soy una mujer,
no un pinzón cantor enjaulado.
Sintió su presencia antes de oír la bota caer detrás de ella. Maldición. Si
él llevara un aroma, ella al menos tendría alguna idea de cuándo estaba
cerca.
—Milady, —dijo el Capitán Trevillion—. He recibido noticias de Su
Gracia de que el hombre detrás de su intento de secuestro ya no es una
amenaza para usted. Sin embargo, debo decir que aunque no sea un pájaro
enjaulado, tampoco es simplemente una mujer. Es un artefacto precioso.
Mientras haya hombres que deseen robarla, yo estaré a su lado.
Phoebe sintió que el calor invadía sus mejillas. En cuanto pudiera
quedarse a solas con su Capitán, le diría exactamente lo que sentía este —
artefacto— por sus palabras.

Trevillion observó cómo Lady Hero se despedía de las demás mujeres.


Habían formado un círculo protector en torno a su protegida y pensó que si
no hubieran sido damas bien educadas, ahora mismo estaría recibiendo una
reprimenda.
Por el delicado color rosado de las mejillas de Lady Phoebe, aún podría
hacerlo. Hoy llevaba un vestido azul cielo. En lugar del habitual fichu, su
corpiño estaba adornado con fino encaje, enmarcando y ahuecando sus
redondos pechos de forma distractora. No pudo evitar pensar que el color
frío del vestido hacía que su boca pareciera una baya madura. Suave. Dulce.
Deliciosa. Una boca que podría morder.
Apartó la mirada, conteniendo sus pensamientos.
—Me alegro mucho de que puedas asistir a la reunión del Sindicato de
Damas, —murmuró Lady Hero mientras acariciaba a su hermana en la
mejilla. Envió una oscura mirada a Trevillion antes de salir de la habitación,
con la cabeza alta.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Trevillion suspiró en silencio.
El perro faldero de la Señorita Picklewood se retorció en sus brazos y la
dama se inclinó rígidamente para dejar al perro en el suelo. —Creo que
Mignon está lista para su paseo diario.
—Encantador, —dijo Su Gracia, sonriendo al pequeño perro que
bailaba contra las faldas de las damas—. Haré que mi doncella traiga a Bon
Bon y nos uniremos a ustedes, ¿de acuerdo?
—Excelente, —pronunció la Srta. Picklewood—. Phoebe, ¿también
vendrás?
—Creo que daré una vuelta por mi jardín, —respondió Lady Phoebe.
Tenía una sonrisa educada en su rostro, pero Trevillion captó el filo en su
voz.
Su sospecha se verificó cuando ella se dio la vuelta sin dirigirle la
palabra y salió de la sala de estar.
Trevillion captó una mirada de simpatía de Su Excelencia mientras
seguía a su protegida, pero en realidad no le interesaba su simpatía.
La sala de estar estaba en la parte superior de la gran escalera que
conducía a la planta principal de Wakefield House. Trevillion observó
atentamente cómo Lady Phoebe bajaba los relucientes escalones de
mármol. Ella ni siquiera vacilaba -nunca lo había hecho-, pero, no obstante,
él odiaba esas escaleras.
En el nivel inferior, Lady Phoebe dio la vuelta y se dirigió a la parte
trasera de la casa, arrastrando las yemas de los dedos por la pared del
pasillo mientras lo hacía. Él la siguió con menos gracia, observando el
vaivén de sus faldas de color azul brillante mientras lo hacía.
Casi llegó a las altas puertas que daban al jardín antes de que él la
alcanzara. —Es infantil, milady, intentar correr más rápido que un lisiado.
Ella no se volvió, pero su espalda se puso rígida. —Los artefactos
tendemos a ser infantiles, me temo, Capitán.
Abrió las puertas y salió a los amplios escalones de granito que bajaban
al jardín. El azul de su vestido contra el gris del granito y el verde intenso
de la hierba hacían resaltar el castaño rojizo de su cabello. Parecía la
encarnación de la primavera, casi angelical en su belleza.
Bueno. Si no hubiera estado marchando decididamente lejos de él.
Él se adelantó y la agarró del brazo. —Permítame, milady.
Creyó que ella gruñó al oír eso, pero no esperó su respuesta y se limitó a
ponerle la mano en el brazo izquierdo. La hierba era irregular y debió darse
cuenta de que quedaría en ridículo si caía sobre su orgullosa naricita.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Difícilmente sea un lisiado, —dijo ella bruscamente.
Su boca se torció mientras la guiaba por los escalones. —No estoy
seguro de cómo debe llamarse a un hombre incapaz de mantenerse en pie
sin la ayuda de un bastón, milady.
Ella se limitó a resoplar en respuesta. —Bueno, puede considerarse un
lisiado -aunque está claro que no lo es-, pero quiero informarle de que, sea
lo que sea, yo no soy un artefacto.
—Lamento si la he ofendido, milady.
—¿Lo lamenta?
Él ahogó un suspiro. —Tal vez si me explicara por qué mis
observaciones perfectamente razonables deberían ofenderla, milady.
—Realmente, Capitán, no me extraña en absoluto que no esté casado.
—¿En verdad?
—Nadie quiere ser llamado artefacto, especialmente ninguna mujer.
Una retirada calculada podría estar en orden. —Tal vez mi evaluación
fue demasiado brusca, pero debe admitir que usted es realmente valiosa
para toda su familia, milady.
—¿Debo hacerlo? —Ella se detuvo, haciendo que él también se
detuviera si no quería dejarla—. ¿Por qué? Soy amada por mi familia -y yo
los amo a su vez-, pero tengo que decirle que el hecho de que me llamen
cosa preciosa me revuelve el estómago.
La miró, sorprendido por una reacción tan visceral. —Muchos hombres
la verán como tal. Usted es la hermana de un duque, una heredera que...
—¿Usted lo hace?
La miró fijamente, a esa mujer encantadora, vehemente y enloquecedora.
Por supuesto que él no la veía como un simple artefacto. Si no fuera ciega,
seguramente ya lo sabría.
Él había tardado demasiado. Cruzó los brazos sobre el pecho,
frunciendo el ceño con ferocidad. —¿Y bien, Capitán Trevillion?
—Es mi deber mantenerla a salvo, milady.
—No es la pregunta que he hecho, Capitán, —respondió ella—. ¿Soy
simplemente un objeto de valor para usted? ¿Un joyero que proteger de los
ladrones?
—No, —dijo él, con dureza.
—Bien. —Le puso la mano en el brazo una vez más, su tacto como una
marca en su carne incluso a través de las capas de tela que los separaban.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Uno de estos días se rompería, y cuando lo hiciera ella vería que él no
era de piedra.
En absoluto.
Pero ese día no sería hoy.
Los escalones terminaban en un cuadrado de hierba. Más allá estaba el
jardín de Lady Phoebe, una maraña de caminos de grava que serpenteaban
aquí y allá entre extravagantes montículos de plantas en flor. El jardín era
como ninguno que Trevillion hubiera visto antes. En primer lugar, las flores
eran todas blancas. Rosas, lirios, margaritas de todo tipo y docenas de otras
flores que Trevillion era incapaz de nombrar, pues nunca le habían
interesado tanto las plantas.
La segunda diferencia en este jardín era una que sólo se descubría
cuando una persona se acercaba a él: el perfume que flotaba en el aire.
Trevillion nunca había preguntado, pero, por lo que podía ver, todas las
flores del jardín tenían un aroma. Entrar en el jardín era como entrar en el
tocador de un hada. Las abejas zumbaban perezosamente sobre las flores
mientras la brisa cargada de aromas encantaba los sentidos.
Trevillion se giró y observó cómo Lady Phoebe se relajaba visiblemente.
Sus hombros bajaron, sus manos se soltaron de los puños medio cerrados y
una sonrisa se dibujó en su elegante boca. Levantó la cara hacia el viento y
él recuperó el aliento. Aquí, a solas con ella, podía mirar con satisfacción.
Dejar que sus ojos acariciaran la tierna curva de su mejilla, el obstinado
arco de su frente, su boca, entreabierta y húmeda.
Volvió a apartar la mirada, y sus labios se curvaron sardónicamente ante
su propia debilidad. Ella era todo lo que él no era: joven, inocente, llena de
alegría de vivir. Por sus venas corría la sangre azul de siglos de aristócratas.
Él era un ex-soldado cínico y viejo, y su sangre era de color rojo común.
—¿Quién era él?, —preguntó ella, con su voz irrumpiendo en sus
pensamientos.
Tuvo que aclararse la garganta antes de hablar. —¿A quién se refiere,
milady?
—A mi secuestrador, tonto. —Su expresivo rostro se arrugó—. Oh, no
me gusta cómo suena eso. 'Mi secuestrador' suena demasiado íntimo. Más
bien, el canalla que intentó secuestrarme. ¿Quién era?
—Ah. —La grava crujió bajo sus pies cuando entraron en el camino del
jardín—. Era, aparentemente, un vecino de su hermano en Lancashire. Un
hombre llamado Maywood.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ella se detuvo ante eso, volviéndose hacia él, con los ojos muy abiertos.
—¿Lord Maywood? ¿De verdad? Pero debe tener sesenta años como
mínimo. ¿Qué quería de mí?
—Su Excelencia no está seguro, —respondió Trevillion lentamente. Su
encuentro con el duque esta tarde había dejado muchas preguntas de
Trevillion sin satisfacer. Eso lo inquietaba—. Posiblemente Lord Maywood
deseaba obligarla a casarse con su hijo.
Ella frunció el ceño al oír eso, con las cejas juntas por encima de unos
ojos que parecían mirar fijamente las pistolas atadas a su corazón. —¿Pero
Lord Maywood confesó el crimen?
—No exactamente. —Los labios de Trevillion se aplanaron—. Lord
Maywood envió una amenaza a su hermano la semana pasada y se
descubrió que uno de los hombres a los que disparé era originario de
Lancashire.
Sus cejas oscuras se fruncieron. —¿Qué dijo Lord Maywood cuando se
lo confrontó?
—Nada, milady, —admitió de mala gana—. Maywood murió esta
mañana de un repentino ataque de apoplejía.
—Oh. —Ella parpadeó, y su mano acarició suavemente los pétalos de
una rosa cercana, como para consolarse—. Lamento escuchar eso.
—Yo no, —respondió él—. No si eso significa su seguridad.
Ella no dijo nada al respecto, simplemente se giró para continuar con su
periplo. —Así que Maximus cree que el asunto ha terminado.
—Sí, milady.
El duque parecía contento de que el asunto hubiera terminado tan
limpiamente, pero Trevillion habría estado mucho más contento si Lord
Maywood hubiera confesado el secuestro. Había argumentado que debían
seguir investigando para ver si había alguna otra identidad posible para el
secuestrador. Wakefield, sin embargo, estaba convencido de que el asunto
había terminado.
Pero sin una confesión aún quedaba la duda en la mente de Trevillion.
No compartió ese pensamiento con Lady Phoebe. No era necesario
preocuparla sin una causa concreta. Además, seguiría tan vigilante como
siempre.
—Oh, ésta se ha echado a perder, —murmuró Lady Phoebe, señalando
con el dedo una flor que había perdido la mayor parte de sus pétalos—.
¿Tiene una cesta?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Levantó las cejas. ¿Dónde y por qué habría conseguido una cesta? —No,
milady.
—Usted es corto de vista, realmente, Capitán, —murmuró ella, y sacó
unas pequeñas tijeras de un chatelaine en su cintura. Cortó la flor y se la
tendió. —Tome.
Trevillion aceptó la flor y, al no tener otro sitio donde ponerla, se la
metió en el bolsillo.
—¿Ves alguna otra que necesite ser cortada?, —preguntó ella, con sus
manos bailando sobre la planta.
—Una. —Él tomó los dedos de ella, fríos y delicados en su mano más
grande, y los llevó a la flor de rosa consumida.
—Oh, gracias.
Flexionó la mano. —¿No tiene jardineros para hacer esto?
—Sí. —Ella cortó la flor y se la dio de nuevo. Él se vio obligado a
colocarla junto a su hermana—. ¿Pero por qué iba a esperarlos? —Sus
manos volvieron a buscar afanosamente.
—¿Porque es una tarea pesada, milady?
Ella se rió, el sonido recorriendo incómodamente su columna. —
Realmente no es usted un jardinero, Capitán Trevillion.
No dio más explicaciones, sino que se dedicó a su tarea. Trevillion se
sorprendió de lo cómoda que estaba aquí, entre sus flores, con su rostro
brillante y abierto.
—Lástima que hoy esté nublado, —murmuró distraídamente.
Él se congeló.
No emitió ningún sonido, pero ella debió de percibir algo. Se enderezó
lentamente, con su rostro demasiado joven vuelto hacia él, con las tijeras
apretadas en la mano. —¿Capitán?
Nunca había entendido lo que la gente quería decir cuando hablaba de
romper corazones.
Ahora lo entendía.
Aún así. Nunca le había mentido y no iba a hacerlo ahora. —El sol está
brillando.

Todo era negro, aunque el Capitán Trevillion le había dicho que era de día.
Phoebe esperaba que esto ocurriera algún día.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Por supuesto que sí. Su visión había empeorado constantemente
durante años. Sólo un incompetente mental no se daría cuenta de a dónde
conducía.
Excepto que... una cosa era que su mente lo entendiera, pero otra muy
distinta era que su corazón lo comprendiera. Una cosa tonta e insensata. Al
parecer, había mantenido la esperanza de un milagro.
Se rió al darse cuenta, aunque fue más bien un jadeo.
Él estaba allí de inmediato, su fiel Capitán, severo y sin humor, pero
siempre allí. —¿Milady? —Tomó su mano entre las suyas, grandes y
cálidas, y le rodeó los hombros con un brazo, como si pudiera caerse.
Y realmente podría hacerlo.
—Es una tontería, —dijo ella, y se pasó una mano temblorosa por la
cara, pues parecía que estaba llorando—. Yo soy tonta.
—Venga. Siéntese.
Él la condujo dos pasos y la arrastró suavemente hasta un asiento de
piedra, dejando que se apoyara en su sólida fuerza.
Ella negó con la cabeza. —Lo siento.
—No lo sienta, —dijo él, y si no lo hubiera sabido, habría pensado que él
estaba tan afectado como ella—. No se disculpe.
Ella inhaló con dificultad. —¿Sabe por qué todas mis flores son blancas?
Ella casi esperaba que él señalara el non sequitur, pero se limitó a
responder: —No.
—Las flores blancas eran las que mejor se adaptaban a mi vista cuando
planté el jardín por primera vez hace tres años, —dijo ella—. Y, por
supuesto, las flores blancas suelen ser las más aromáticas. Pero fue sobre
todo porque pensé que podría verlas mejor.
Él no dijo nada, simplemente apretó su brazo alrededor de sus hombros,
y ella se sintió un poco agradecida de que fuera él quien estuviera con ella
ahora. Si hubiera sido Hero, Maximus o la prima Bathilda, habría tenido
que preocuparse por el dolor de ellos, por la pérdida de ella. Pero con el
Capitán Trevillion ella tenía simplemente una presencia resistente. No
rompería a llorar por ella. No intentaría pensar en palabras de consuelo.
Eso al menos era agradable.
—Es tan estúpido, —dijo en voz baja—, lamentar lo inevitable. Yo sabía
que no había cura. Fui yo quien insistió en que Maximus enviara lejos a
todos los médicos y trabajadores milagrosos. Yo sabía... —No pudo
reprimir el sollozo que surgió en su pecho.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Se cubrió la boca abierta con las manos y tragó con fuerza,
estremeciéndose.
La mano de él estaba en su pelo, inclinando la cabeza de ella hacia su
pecho, dejándola descansar allí mientras las lágrimas empapaban su
camisa. Una de sus pistolas le presionaba incómodamente la mejilla, pero a
ella no le importaba en ese momento. Lloró hasta que su cara estuvo
caliente y húmeda, hasta que su nariz estuvo congestionada, hasta que sus
ojos se sintieron como si hubieran sido rociados con arena. Cuando por fin
se calmó, pudo oír el latido del corazón del Capitán Trevillion, firme y
fuerte, bajo su pecho.
—Es un poco como la muerte, —susurró, medio para sí misma—.
Todos sabemos que algún día moriremos, pero creerlo es algo totalmente
distinto.
Por un momento, la mano que seguía en su pelo se tensó dolorosamente.
Luego desapareció, y en su lugar se posó sobre su hombro. —Está lejos de
la muerte, milady.
—¿Lo estoy? —Ella giró su cara hacia arriba, hacia la de él—. ¿No es
esto como una pequeña muerte? No puedo ver la luz. No puedo ver nada.
—Lo siento, —dijo él, su voz como la grava, chirriante y áspera y, sin
embargo, de alguna manera, reconfortante también—. Lo siento.
Sonaba... como si realmente le importara.
Ella frunció el ceño, abriendo la boca para preguntar, y escuchó la
puerta de la casa de la ciudad abrirse. —Oh, Dios. ¿Quién es?
—Powers, que viene a buscarla, —respondió él.
Ella se enderezó de inmediato, llevándose la mano al pelo, intentando
ponerlo en orden. Debía tener un aspecto espantoso. —¿Qué aspecto
tengo?
—Como si hubiera estado llorando.
Su respuesta, tan rígida, sorprendió una carcajada de ella. —Sé que
tengo un aspecto espantoso, pero al menos podría mentir.
—¿Realmente requiere que le mienta? —Su voz sonaba... cansada.
Ella frunció el ceño, abriendo la boca para responder.
—Milady, la modista está aquí. —Era la voz de Powers, y bastante
cercana.
—Maldición, —murmuró Phoebe, distraída—. Tendremos que entrar.
—En efecto, milady. —Estaba tan impasible como siempre.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Aun así, ella apretó sus dedos en su brazo mientras él la guiaba de
vuelta a la casa. —Gracias, Capitán.
—¿Por qué, milady?
—Por dejarme empapar su camisa con agua salada. —Ella sonrió,
aunque la sonrisa era más dura que de costumbre—. Por no darme
banalidades. Tiene mucha razón. No necesito que me mienta.
—Entonces me esforzaré por darle nada más que honestidad, —
respondió él.
Era una respuesta perfectamente respetable, pero aún así la hizo
temblar. Pensó de repente en la descripción que su familia había hecho de
él. Guapo. Atractivo. Extrañamente, nunca había considerado a Trevillion
como un hombre que pudiera ser atractivo. Simplemente estaba allí. Una
figura imponente a su lado derecho que la protegía de los bailes y las
salidas, siempre alerta para impedir cualquier diversión.
Excepto que eso no era del todo cierto, se reprendió a sí misma con
culpa mientras subían los escalones de piedra. Trevillion había sido
bastante reconfortante mientras ella se desmoronaba.
Había sido un amigo. Ella nunca lo había considerado un amigo... y si
estaba equivocada sobre eso...
Bueno.
Tal vez eso no era lo único sobre lo que estaba equivocada con respecto
a su escolta.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Tres
El príncipe Corineo juró tener su propio reino algún día, así que reunió a una docena de
valientes y se embarcó en un barco para surcar el mar. Navegaron durante siete días y siete
noches, y al octavo día divisaron tierra: unos acantilados escarpados con una única y pequeña
ensenada segura. Pero cuando Corineo vio la costa, escuchó una canción espeluznante, una
seductora que prometía amor y lujuria y felicidad eterna....
—De The Kelpie

A última hora de la mañana siguiente, Phoebe se plantó en el vestíbulo


delantero de Wakefield House y apretó un billete y un pequeño monedero
en la mano de Powers—. Ten en cuenta que debes darle esto al propio
Señor Hainsworth y no a uno de los chicos de la tienda.
—Sí, milady, —dijo Powers. Su voz era ligera y agradable, aunque tenía
tendencia a aplicarse demasiado el perfume de pachuli que le gustaba.
—Gracias, Powers, —dijo Phoebe al detectar la aproximación de la
pisada irregular del Capitán Trevillion en las escaleras.
—Milady, ¿todavía desea asistir a la reunión de las Damas?, —preguntó
con una voz ronca con matices escépticos.
—Reunión del Sindicato de Damas, —respondió Phoebe—. Y sí, por
supuesto que sigo deseando asistir. No intente evitar llevarme, tengo la
bendición de Maximus. —La bendición de su hermano para salir, al menos.
En realidad, no le había informado a Maximus a dónde iba, pero no iba a
decírselo al Capitán.
¿Fue eso un suspiro masculino? —Muy bien, milady.
Unos dedos fuertes y cálidos tomaron su mano y la colocaron en la
manga de él. Qué curioso. Si no hubiera sido ciega, ese contacto, piel con
piel, habría sido escandaloso. Además, que un hombre en la flor de la vida la
siguiera de un lado a otro, a veces sin ninguna otra escolta, habría sido el
colmo de la impropiedad. Y, sin embargo, nadie parecía pensar nada de que
el Capitán Trevillion estuviera siempre al acecho de ella.
La ceguera la había castrado a los ojos del mundo.
Phoebe resopló para sí misma mientras salía al aire caliente. El sol debía
estar fuera hoy, podía sentirlo en su piel.
—¿Milady? —La voz de Trevillion retumbó junto a ella.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Oh, nada, Capitán, —dijo ella sólo un poco malhumorada. Sin duda,
él también la consideraba una especie de muñeca móvil en lugar de una
mujer con sangre corriendo por sus venas.
—Si hay algo que le preocupa...
—A veces me pregunto si no debería ponerme sobre ruedas, —
murmuró ella mientras bajaban los escalones de la entrada.
—Buenos días, señor, milady, —llamó Reed el lacayo.
—Reed, —entonó Trevillion—. Tú y Hathaway pueden pararse en la
parte trasera del carruaje, si lo desean.
—Sí, señor.
—¿Es realmente necesario traer a ambos lacayos? —Phoebe preguntó en
voz baja.
—Pienso que sí, milady. Aquí están los escalones.
Adelantó la punta del pie hasta sentir el primer escalón y subió al
carruaje. Se sentó y se alisó las faldas. —Es sólo el Sindicato de Damas.
Hubo un crujido cuando Trevillion se sentó frente a ella. A pesar de su
bastón, hacía mucho menos ruido que la mayoría de los hombres cuando se
movía durante su jornada.
Era bastante irritante.
—El Sindicato de Damas se reúne en St Giles, milady, posiblemente la
peor parte de Londres.
—Es el mediodía.
—Era mediodía cuando atentaron contra usted en Bond Street. —Su
voz era profunda y uniforme y Phoebe se preguntó si algo haría que
Trevillion perdiera su aire de tranquilo desinterés—. A veces creo que
disfruta discutiendo, milady.
Ella frunció los labios. —Bueno, no con todo el mundo, Capitán
Trevillion. Usted es un caso muy especial, comprende.
Le pareció oír un resoplido que podría haber sido una risa silenciosa,
pero se ahogó en el estruendo de las ruedas cuando el carruaje se puso en
marcha.
—Realmente me siento honrado, milady.
—Como debe ser. —Ella luchó por reprimir una sonrisa. Siempre sentía
una sensación de logro cada vez que conseguía que su severo Capitán
jugase—. Dígame algo. He notado que favorece a Reed por encima de los
otros lacayos. ¿Por qué?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Es un asunto bastante sencillo, milady. Reed solía ser un dragón bajo
mi mando. Cuando dejó el servicio de Su Majestad, recomendé a Reed a su
hermano como un buen hombre, leal y sin miedo a un día de trabajo duro.
Su Gracia tuvo la amabilidad de aceptar mi recomendación, milady.
—¡Ah! Con qué facilidad se resuelve un misterio. —El carruaje se
balanceó al doblar una esquina, y Phoebe captó un fragmento de canción
desde el exterior mientras pasaban -probablemente la cantante tenía un
sombrero fuera, esperando ganar unos peniques con su voz—. ¿Estuvo
mucho tiempo con usted en los dragones?
—Desde que aceptó el primer chelín del Rey, milady, —respondió
Trevillion—. Unos cinco años, si no recuerdo mal.
—¿Y cuántos años estuvo usted en los dragones?
Hubo una pausa y ella pensó, no por primera vez, lo terrible que era no
ver la cara de su interlocutor. ¿Le sorprendió su pregunta? ¿Estaba ofendido
por una pregunta tan personal? ¿O se entristeció al pensar en una carrera
que ya no tenía? Una cuestión tan sencilla, que se respondía fácilmente con
sólo una mirada.
—Casi doce años, milady, —dijo por fin. Su voz carecía por completo
de emoción y ella no pudo deducir nada de ella, salvo que su falta de
emoción significaba que él sentía algo fuerte.
Ella ladeó la cabeza, considerando. —¿Le ha gustado?
—¿Milady? —Oh, ahora su voz era ligeramente censuradora. Eso era
interesante. ¿Por qué nunca le había hecho estas preguntas antes?
—¿Estar en los dragones? Comandando hombres... usted comandó
muchos hombres como Capitán, ¿no es así? ¿Haciendo... lo que sea que haya
hecho?
—Yo comandaba de veinte a cincuenta hombres, dependiendo de
nuestra misión, —respondió.
Y ahora sólo la mandaba a ella. Ella se dio cuenta de repente de lo que
debía ser para él este trabajo.
Pero él continuó: —Hice todo lo que mi Rey me ordenó, —y por un
momento ella pensó que eso era todo lo que iba a escuchar sobre su tiempo
en los dragones. Luego se relajó un poco—. Perseguimos contrabandistas a
lo largo de la costa durante muchos años, pero en los últimos mi regimiento
fue asignado a Londres, específicamente para encontrar y atrapar a los
fabricantes de ginebra y otros malhechores en St Giles.
—¿En serio? —Ella frunció el ceño al darse cuenta de que sabía muy
poco de este hombre. ¡Dios mío! Había pasado seis meses, día tras día, con
el Capitán Trevillion y, sin embargo, nunca le había hecho las preguntas

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
más sencillas sobre sus antecedentes. Phoebe sintió una puñalada de
vergüenza antes de inclinarse un poco hacia delante, decidida a corregir su
antiguo error. —Parece una zona muy específica para patrullar.
—Sí. —Su voz era seca—. Pero teníamos una orden muy específica, de
un importante miembro del Parlamento.
—De... ¿no querrá decir mi hermano?
—Me refiero a su hermano, milady.
—Siempre ha odiado la fabricación de ginebra en un grado bastante
insano, —murmuró Phoebe para sí misma—. ¿Así que realmente conoce a
Maximus desde hace años?
—Su Excelencia y yo nos conocemos desde hace más de cuatro años.
—No tenía idea de que fueran tan amigos.
La pausa fue pequeña pero marcada. —No describiría nuestra...
asociación como tal, milady.
—¿Qué? ¿Como amistosa? —preguntó Phoebe—. Le aseguro que no
pensaré menos de usted, Capitán, por sucumbir a la debilidad de la
amistad.
—Su hermano es un duque, milady...
—Y aún así él se suena la nariz.
—...y yo sólo soy un antiguo dragón de... —Se detuvo bruscamente.
Ella se inclinó hacia delante, con la curiosidad despertada. —¿De dónde,
Capitán?
—De Cornualles, milady. Veo que hemos llegado al orfanato.
Y el carruaje se estremeció hasta detenerse.
—No piense que esta conversación ha terminado, —dijo Phoebe
agradablemente mientras se preparaba para salir del carruaje—. Tengo
muchas más preguntas que hacerle, Capitán Trevillion.
Al abrirse la puerta del carruaje escuchó un suspiro resignado de su
protector.
Phoebe reprimió una sonrisa. Disfrutaba irritando al estoico Capitán de
los dragones, pero no podía evitar preguntarse: ¿por qué esa ligera
vacilación sobre sus orígenes?

El Hogar para Infantes Desafortunados y Niños Expósitos era, a primera


vista, un lugar poco atractivo para una presentación en la sociedad de

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
moda. Eve Dinwoody bajó del carruaje con la ayuda de su criado, Jean-
Marie Pépin, y echó un vistazo a la calle.
La casa estaba situada en el centro de St. Giles, en una callejuela
demasiado estrecha para permitir el paso de un carruaje; habían tenido que
parar al final de la calle. Incluso a la luz del día, la extrema pobreza de St
Giles se cernía como una nube oscura sobre el lugar. Un mendigo vestido
con unos trapos tan andrajosos que resultaba imposible distinguir su sexo
estaba sentado contra la esquina de una casa. Al otro lado de la calle del
carruaje, una mujer pasaba arrastrando los pies, con la cabeza y la espalda
dobladas bajo una enorme cesta cubierta, mientras un niño solitario,
desnudo de cintura para abajo, se quedaba mirando con descaro el elegante
carruaje.
Al pobre niño debían parecerle dioses descendidos del Olimpo, pensó
Eve con lástima. Apresuradamente, buscó en su bolsillo el monedero que
colgaba dentro de sus faldas y sacó un centavo. Se lo tendió al niño
desnudo y éste se lanzó hacia delante, tomó la moneda y se alejó corriendo.
La casa en sí era un edificio grande y nuevo de ladrillos con una amplia
escalinata. Sin embargo, era obviamente una institución de trabajo, con
pocas de las florituras arquitectónicas comunes a los edificios de caridad.
Sin embargo, allí se reunía el Sindicato de Damas en Beneficio del Hogar
para Infantes Desafortunados y Niños Expósitos, y el Sindicato estaba
compuesto por algunas de las mujeres más influyentes de la sociedad.
Entre ellas, su madrina.
Eve se giró para ver a Amelia Huntington, Baronesa de Caire, bajar del
carruaje. La anciana acababa de entrar en su séptima década, pero su
hermoso rostro apenas tenía arrugas. El único signo posible de su edad era
su cabello blanco como la nieve, aunque Eve había oído que el cabello de
Lady Caire, al igual que el de su hijo, se había vuelto blanco en su juventud
y, por lo tanto, no era en absoluto el resultado de la edad. Llevaba un
elegante vestido azul oscuro -el tono exacto de sus ojos- adornado con
encaje negro en las mangas, en el escote cuadrado y en una pequeña hilera a
lo largo del corpiño.
—Aquí viven como ratas, —murmuró Lady Caire, no sin simpatía,
mientras miraba a su alrededor—. Por eso siempre traigo un par de
robustos lacayos conmigo. —Señaló con la cabeza a los lacayos que les
acompañaban, uno delante y otro detrás—. Has hecho bien en traer a tu
propio hombre. —Miró con atención a Jean-Marie—. Es bastante exótico,
¿verdad?
La piel de Jean-Marie era de un negro brillante, medía más de un metro
ochenta, y con su peluca blanca y su librea blanca y plateada, era llamativo.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Ya no lo encuentro así. —Eve no se molestó en corregir la suposición
de Lady Caire de que Jean-Marie era su lacayo. Acompañó a la mujer mayor
mientras se dirigían a la casa por Maiden Lane—. Debo agradecerle de
nuevo la amabilidad de presentarme al Sindicato de Damas.
—Es un placer, naturalmente, —dijo Lady Caire sin sonreír, con los
ojos fríos, lo que le recordaba que la habían presionado para que llevara a
Eve a la reunión de hoy.
Eve no debía olvidar ese hecho. Aquí no tenía amigos, no de verdad. Con
cuidado, estiró los labios para esbozar una pequeña y educada sonrisa
mientras ambas subían los amplios escalones. Había más carruajes parados
al final de la calle, lo que sugería que los demás miembros del Sindicato ya
habían llegado.
Eve respiró hondo cuando se abrió la puerta de la casa y se alisó la falda
gris paloma. Había flores negras y rosa cereza discretamente bordadas en
los hombros, en los codos de las mangas, en la parte delantera del corpiño y
en los bordes de la amplia sobrefalda. Debajo llevaba una falda color crema,
sencilla y elegante. Estaba vestida a la moda, al menos, aunque nunca había
sido -ni sería nunca- bonita a la moda. En la puerta había un mayordomo
muy correcto, lo cual era un poco extraño para un hogar de expósitos, pero
Isabel Makepeace, la esposa del director del hogar, había sido una viuda
rica antes de su segundo matrimonio.
—Buenas tardes, milady, señorita, —dijo el mayordomo, haciéndose a
un lado. Un gato negro se sentó a sus pies, como si también diera la
bienvenida a los visitantes.
De repente, un torbellino de ladridos surgió de la parte trasera de la
casa. Un pequeño perro blanco, con los dientes desnudos, corrió hacia
ellos. Eve no pudo contener su paso involuntario hacia atrás, chocando con
el mayordomo.
Entonces Jean-Marie estaba frente a ella, recogiendo al animalito y
sujetándolo contra su pecho. Este se calmó inmediatamente, lamiendo su
barbilla.
—¡Me disculpo!, —exclamó el mayordomo—. Dodo ladra bastante
fuerte, pero nunca muerde, se lo aseguro.
—No se preocupe, —dijo Eve, tratando desesperadamente de
estabilizar su voz—. El animal sólo me asustó. —Se alisó las faldas y asintió
discretamente a Jean-Marie, que sostenía firmemente a la horrible criatura.
Lady Caire había observado toda la escena sin hacer ningún comentario.
Ahora habló. —Butterman, supongo que estamos en el salón de abajo.
—Efectivamente, milady, —respondió Butterman, tomando sus guantes
y su sombrero—. Sus lacayos pueden acomodarse en nuestras cocinas.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Jean-Marie miró a Eve y, ante su asentimiento, siguió a los lacayos hacia
el interior de la casa, todavía con el perro en brazos.
La entrada se abría a un vestíbulo pintado de un relajante color crema.
En el extremo más alejado, el pasillo se ensanchaba y se veía una enorme
escalera, pero ella y Lady Caire se dirigieron sólo a la primera puerta de la
derecha. Esta era la sala de estar, y ya estaba abarrotada de los miembros
del Sindicato de Damas. En un extremo había una chimenea, ahora vacía,
con varios sofás y sillas acolchadas alrededor. Una mesa baja estaba en el
centro de todo, atestada de cosas para el té, mientras una media docena o
más de niñas ofrecían solemnemente los refrescos a las damas sentadas bajo
la atenta mirada de una rubia sirvienta.
—Milady, qué alegría verla. —Una mujer delgada con una preciosa
melena pelirroja se puso de pie e intercambió educados besos en la mejilla
con Lady Caire.
La mujer mayor se volvió y Eve se sintió aliviada al ver que Lady Caire
sonreía ahora. —Hero, ¿puedo presentarte a la señorita Eve Dinwoody?
Señorita Dinwoody, esta es Lady Hero Reading.
—Un honor, milady. —Eve se hundió en una profunda reverencia
mientras Lady Hero murmuraba un saludo.
Revisó mentalmente sus archivos y encontró a Reading, Lady Hero:
hermana mayor del Duque de Wakefield; esposa de Lord Griffin Reading.
Lady Hero había fundado, junto con Lady Caire, el Sindicato de Damas.
Una mujer importante para conocer.
Pero también lo eran todos los demás miembros.
Eve se preparó cuando Lady Caire la condujo al interior de la sala, con
la intención de presentarla a todos. Al fin y al cabo, para eso estaba aquí,
para mezclarse con esas damas y conocer a una persona muy concreta. El
hecho de que a Eve no le gustaran las grandes reuniones y se sintiera un
poco incómoda cuando se encontraba con extraños no tenía importancia.
Cumpliría con su deber.
Así que sonrió cuando Lady Caire la acercó a una mujer que estaba
junto a la chimenea y le presentó a su nuera, Temperance Huntington,
Baronesa Caire. La joven Lady Caire era una encantadora dama de pelo
oscuro con unos ojos marrones tan claros que eran casi dorados. Era difícil
de determinar -y Eve nunca lo preguntaría, naturalmente-, pero Lady Caire
parecía estar embarazada.
Junto a ella estaba Isabel Makepeace, quien, junto con su esposo,
Winter Makepeace, dirigía la casa. Eve sabía, por sus registros mentales,
que la señora Makepeace, a diferencia de su esposo, provenía de los
estratos más altos de la sociedad. A pesar de su humilde condición de

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
supervisora de un orfanato, la señora Makepeace lucía un vestido de rayas
amarillas y escarlatas de corte exquisito a la francesa. Ambas damas
saludaron cortésmente a Eve, aunque ella notó la chispa de curiosidad en
sus ojos: la mayor de las dos, Lady Caire, no había dado ninguna
explicación sobre su conocimiento de Eve.
La Duquesa de Wakefield se levantó para ser presentada y dijo: —Un
placer conocerla, Señorita Dinwoody.
Eve se levantó de su reverencia. A primera vista, la duquesa era una
mujer sencilla, pero sus ojos grises eran muy finos, por no mencionar que
eran bastante perspicaces. Eve se aseguró de sostener su mirada mientras
murmuraba su saludo.
—Me temo que no podrá conocer a Su Gracia, la Duquesa de
Scarborough, ya que creo que está viajando por el continente con su esposo,
—dijo Lady Caire mientras guiaba a Eve hacia el último sofá—. Italia, ya
sabe.
Eve no lo sabía -nunca había estado en Italia ni había viajado sólo por
placer-, pero asintió como si lo supiera. Entonces le presentaron a una
belleza oscura y exótica: La señorita Hippolyta Royle, de la que se
rumoreaba que era la heredera más rica de Inglaterra ahora que la antigua
Lady Penelope Chadwicke se había casado con el Duque de Scarborough.
La Señorita Royle se puso de pie e hizo una reverencia, aunque su
compañera en el sofá no lo hizo.
—Y ésta es Lady Phoebe Batten, hermana de Lady Hero, a quien ya has
conocido, y, por supuesto, el Duque de Wakefield—, murmuró Lady Caire.
Eve sintió que su corazón se aceleraba.
—Encantada de conocerla, —dijo Lady Phoebe, volviéndose hacia Eve.
Era una mujer bonita y menuda, con un rostro resplandeciente de buen
humor—. Espero que no le importe que no me levante. Me temo que puedo
tropezar en una habitación con la que no estoy familiarizada.
—Por favor, milady, —respondió Eve—. No se moleste por mí. Si...
Pero sus palabras fueron ahogadas por una conmoción en la puerta. Una
dama entró con un precioso vestido color melocotón, con el pelo rizado
cayendo sobre su peinado y con un bebé en brazos.
La recién llegada exclamó sin aliento: —Oh, cielos. Siento llegar tarde.
La Duquesa de Wakefield emitió un sonido muy cercano a un chillido.
—¿Es la pequeña Sophia, Megs?
Megs, Lady Margaret St. John, según el registro mental de Eve- se
sonrojó. —Sí. Espero que a nadie le moleste que la haya traído.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
A juzgar por la prisa por rodear a Lady Margaret y a su hija, a nadie le
importaba en absoluto. De hecho, todo el mundo se agolpó alrededor del
dúo, excepto Eve y Lady Phoebe.
Eve se volvió hacia la mujer más joven y le dijo en voz baja: —¿Le
importa que me siente a su lado? Me temo que hoy no debería haberme
puesto estos tacones.
—Oh no, por favor. —Lady Phoebe palmeó el lugar a su lado,
desocupado por la señorita Royle.
Desde el otro lado de la habitación, Lady Caire miró rápidamente, con
los ojos entrecerrados.
Eve ignoró la mirada. —Gracias, —murmuró mientras se sentaba—. La
vanidad será mi perdición. Me compré estos zapatos para ir al teatro la
semana pasada.
Lady Phoebe se volvió completamente hacia ella. —¿A cuál?
—Hamlet en el Royal. —Eve sacudió la cabeza—. Interpretado por un
actor demasiado viejo -tenía un poco de barriga-, aunque tenía una hermosa
voz retumbante.
—La voz es lo único que me importa, —dijo Lady Phoebe con un
suspiro—. Aunque prefiero una voz matizada antes que una simplemente
fuerte.
—Naturalmente, —respondió Eve—. ¿Ha escuchado la actuación del
señor Horatio Pimsley?
—¡Oh, sí! —dijo Lady Phoebe, radiante—. Era un Macbeth encantador, o
al menos su voz lo era. Normalmente no me gustan mucho las tragedias,
pero podría sentarme a escuchar su voz toda la noche.
Eve se mordió el labio, disfrutando realmente de la discusión, pero
estaba aquí con un propósito. —Me pregunto si podría estar interesada,
milady...
Varias de las damas que rodeaban a la nueva madre se rieron,
interrumpiéndola.
Lady Phoebe inclinó la cabeza hacia Eve. —Puede decirme: ¿qué
aspecto tiene la bebé Sophia?
—Es difícil de decir desde aquí, —respondió Eve, mirando a la bebé—.
Está bastante apiñada. Pero veo un poco de pelo que se asoma entre la ropa.
Parece que tiene el pelo castaño claro. —Miró a su compañera—. Más bien
como el suyo, milady.
—¿Lo tiene? —Lady Phoebe se llevó la mano al pelo como si pudiera
sentir el color—. Casi lo había olvidado.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
La nueva madre se acercó con las otras damas. —¿Te gustaría
sostenerla, Phoebe?
El rostro de Lady Phoebe se iluminó. —Oh, ¿podría? Pero siéntate al
otro lado de mí, Megs. No me gustaría dejarla caer.
—No lo harás, —dijo Lady Margaret con firmeza. Se sentó al otro lado
de Phoebe y depositó cuidadosamente a la niña dormida en los brazos de
Lady Phoebe.
—Parece tan solemne, —susurró Lady Hero.
—¿Verdad que sí? —Lady Margaret examinó a su retoño como si fuera
un extraño insecto encontrado bajo una hoja—. Me temo que frunce el
ceño igual que Godric. Dentro de un par de años me enfrentaré a dos
miradas de desaprobación a través de la mesa del desayuno.
—¿Cómo está él?, —preguntó la más joven de las damas Caire.
—Totalmente obsesionado con su descendencia, —respondió Lady
Margaret—. Lo sorprendí caminando por el pasillo la otra noche, con
Sophia en un brazo y un libro en la otra mano. Le estaba leyendo. En griego.
Lo peor es que ella parecía bastante cautivada.
—Ya veo por qué. —Phoebe acercó al bebé a su cara, cerrando los ojos y
apoyando su nariz suavemente en la mejilla de Sophia—. Es perfecta.
Eve tragó saliva mientras observaba a la otra mujer.
—Creo que no nos conocemos, —dijo de repente Lady Margaret—. No,
no se levante —esto cuando Eve comenzó a levantarse apresuradamente—:
Soy Margaret St. John.
—Culpa mía, —dijo Lady Caire, su sonrisa se desvaneció—. Esta es Eve
Dinwoody. Le gustaría unirse al Sindicato.
—En ese caso, supongo que será mejor que empecemos, —murmuró
Lady Margaret—. Ven, cariño. —Y levantó a Sophia y la acunó en sus
brazos.
Una de las niñas, una pelirroja con una sorprendente mancha de pecas
en la nariz, trajo un plato de lo que parecía un pan con mantequilla
bastante inclinado mientras las otras damas empezaban a acomodarse.
—¿Gracias...? —dijo Lady Phoebe a la chica mientras tomaba un trozo
de pan.
—Hannah, madame. —La chica trató de hacer una reverencia mientras
seguía equilibrando el plato y Eve extendió apresuradamente una mano
para sujetarlo.
Lady Phoebe pareció sorprendida. —¿No es Mary Algo?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Ya tenía un nombre, madame, cuando vine aquí.
—Y uno encantador, además, —dijo Lady Phoebe con firmeza—. Este
pan está delicioso, Hannah.
La niña se sonrojó y sonrió a Lady Phoebe, y Eve sintió una punzada. La
mujer más joven era tan amable. Tal vez no era demasiado tarde para...
Lady Phoebe se volvió hacia ella, todavía sonriendo por su interacción
con la niña. —Verás, todas las niñas de la casa tienen el nombre de pila
Mary, y todos los niños Joseph, a menos, claro, que sean lo suficientemente
mayores como para tener ya un nombre, como Hannah. Bastante confuso,
incluso añadiendo un apellido diferente. No sé a quién se le ocurrió la idea...
—Winter, —dijeron al unísono la joven Lady Caire y la señora
Makepeace.
—Pensó que era más ordenado, —continuó Lady Caire por su cuenta.
La señora Makepeace se limitó a resoplar.
Lady Phoebe sonrió y se volvió hacia Eve. —¿Empezó a decir algo,
señorita Dinwoody, justo antes de que trajeran a Sophia?
—Sí, milady. —Eve respiró profundamente—. Es que mañana por la
tarde voy a celebrar una especie de reunión de los interesados en el teatro.
Sólo unas cuantas personas para hablar de las últimas obras y actores. Sería
un gran honor que asistiera.
—Estaría encantada. —Lady Phoebe sonrió y se llevó el último bocado
de pan y mantequilla a la boca.
—Amigas mías, —dijo Lady Caire, poniéndose de pie—. Tenemos
varios asuntos que atender...
Eve mantuvo los ojos en su madrina, pero sólo escuchó con media oreja.
Para bien o para mal, ya había conseguido lo que había venido a buscar.

La tarde siguiente, Trevillion volvió a escudriñar una carta, con la comisura


de la boca curvada por la letra infantil, antes de doblarla con cuidado. Se
levantó del único sillón de sus habitaciones en Wakefield House y se
dirigió a la cómoda de la pared más alejada. En el cajón superior había un
grueso fajo de cartas y deslizó la nueva con el resto antes de cerrar el cajón.
Miró el reloj. Era casi la hora de acompañar a Lady Phoebe a su evento
de la tarde.
Comprobó sus pistolas, recogió su bastón y se dirigió a la planta baja. El
año pasado, por estas fechas, había comandado a docenas de hombres que
lo seguían sin rechistar ni pensárselo dos veces. Puede que no les gustara a

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todos, pero todos lo respetaban, de eso estaba seguro. Había sido una
buena vida. Una vida con la que había estado más que satisfecho.
Ahora comandaba a dos lacayos y a una dama de sociedad.
Trevillion resopló suavemente para sí mismo mientras subía a la planta
baja. Puede que su posición actual no sea terriblemente gloriosa, pero tenía
la intención de llevarla a cabo lo mejor posible.
Y eso significaba mantener a Lady Phoebe a salvo.
Cinco minutos más tarde, Trevillion estaba en el escalón delantero de
Wakefield House y observaba la calle. El cielo escupía gotas de lluvia, lo
que facilitaba las cosas: poca gente permanecía fuera. Dos silleros pasaban
al trote, con sus zapatos abrochados chapoteando en los charcos y su carga
rebotando en los postes entre ellos. El caballero que estaba dentro de la
comodidad estaba bastante seco, pero no obstante frunció el ceño al pasar.
Wakefield House estaba situada en una manzana tranquila. Al otro lado
del camino, Trevillion pudo ver a un vendedor ambulante de algún tipo
encorvado en una puerta. Pero mientras observaba, el hombre fue sacado de
su refugio por un lacayo de la casa.
Trevillion gruñó y giró con cuidado hacia la puerta para encontrar a la
Duquesa de Wakefield observándolo. A su lado estaba el anciano perro
faldero blanco que había traído con ella al casarse. El nombre del animal era
Bon Bon, si recordaba correctamente.
—Madame. —Se inclinó.
—¿Qué hace de pie bajo la lluvia, Capitán Trevillion? —inquirió Su
Gracia cuando su mascota se aventuró a salir a la escalinata. Bon Bon miró
el cielo que goteaba, estornudó y se apresuró a trotar de vuelta al interior.
—Simplemente observando, Su Excelencia.
—¿Observando? —Ella miró por encima de su hombro y sus cejas se
fruncieron mientras le devolvía la mirada—. Está buscando a los
secuestradores, ¿no es así?
Él se encogió de hombros. —Es mi trabajo estar alerta ante cualquier
peligro para Lady Phoebe.
—El duque me dijo que el secuestrador estaba muerto, —dijo ella sin
rodeos—. ¿Tiene razones para pensar lo contrario?
Él vaciló, eligiendo cuidadosamente sus palabras. —Soy... cauteloso con
respecto a la seguridad de su señoría.
La duquesa era una mujer perspicaz. —¿Le ha dicho que todavía
considera que puede haber peligro para Phoebe?

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—Me reúno con Su Excelencia casi todas las noches para discutir mi
trabajo.
—¿Y?
La miró fijamente. —Su Excelencia es consciente de mi preocupación,
pero no la comparte en este caso concreto.
Ella apartó la mirada, mordiéndose el labio. —Ella lo odia, sabe. Phoebe,
quiero decir, y esto —hizo un gesto con la mano hacia las pistolas atadas a
su pecho— bueno, por supuesto que lo sabe. No es un hombre insensible.
Trevillion esperó, un poco sorprendido de que ella lo considerara
sensible. Por supuesto que conocía el descontento de Lady Phoebe por ser
vigilada... por él. Ella había dejado más que claro desde el principio de su
empleo que odiaba las restricciones que su hermano había impuesto en su
vida. Pero él no permitiría que su descontento le impidiera cumplir con su
deber de protegerla.
Que lo odiara si tenía que hacerlo, mientras estuviera a salvo.
Ella suspiró. —Si insisto con Maximus, él podría restringir sus
movimientos aún más, y no sé, realmente no sé, qué haría ella entonces. Lo
disimula bien, pero es infeliz. No quiero hacerla más infeliz.
—Su Excelencia, —dijo Trevillion en voz baja—. Mientras esté con ella
me aseguraré de que no le pase nada a su señoría.
Algo se aclaró en el rostro de la duquesa. —Por supuesto que lo hará,
Capitán Trevillion.
—¿Artemis? —Lady Phoebe estaba bajando las escaleras del interior de
la casa.
—Sí. —La duquesa cruzó rápidamente hacia ella—. Estaba hablando
con el Capitán Trevillion.
Lady Phoebe tomó la mano de Su Gracia mientras se dirigía al pasillo.
—¿Ya está aquí, Capitán?
Él asintió, aunque ella no podía ver. —Dijo usted que quería salir a las
dos de la tarde.
Ella arrugó la nariz. —Siempre es tan puntual. No estoy del todo segura
de que sea una virtud.
—Le aseguro, milady, que lo es para un guardia, —respondió Trevillion.
—Humph. —Lady Phoebe se volvió hacia su cuñada y extendió los
brazos—. ¿Qué te parece mi nuevo vestido?
El vestido en cuestión era verde-azul con una enagua amarilla, y
resaltaba los tonos rojos del cabello castaño de Lady Phoebe. Si la pregunta

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
se hubiera dirigido a él, Trevillion habría respondido que era hermosa.
Siempre era hermosa, independientemente de su vestimenta.
Pero la pregunta no se la habían hecho a él.
Desvió la mirada cuando el carruaje se acercó a la escalinata.
Detrás de él, Su Gracia murmuraba con aprecio sobre el vestido.
—Su carruaje está aquí, milady, —dijo Trevillion, adelantándose para
tomar la mano de Lady Phoebe y colocarla en su brazo.
—¿A dónde vas?, —preguntó la duquesa.
—La señorita Dinwoody me ha invitado a hablar de teatro con unas
cuantas amigas suyas, —respondió Lady Phoebe.
Las cejas de Su Gracia se alzaron sobre su frente. —¿La señorita
Dinwoody del Sindicato de Damas ayer?
—Sí. —Lady Phoebe sonrió a su cuñada, con la mirada desviada varios
centímetros—. Parece un poco reservada, pero me gustó bastante.
—A mí también, —dijo lentamente la duquesa.
—¿Artemis?
Su Gracia negó con la cabeza. —Es que... me pareció un poco extraño
que Lady Caire nunca mencionara quiénes son los allegados de la señorita
Dinwoody.
—Yo también lo noté, —dijo Lady Phoebe—. Pero luego me di cuenta
de lo mucho que juzgamos a otra persona por sus antecedentes. —Se
encogió de hombros—. ¿Tal vez sea mejor no saber de dónde viene?
Trevillion sintió una agitación de malestar. —¿Cómo juzgar a una
persona, entonces, milady?
Ella volvió su rostro hacia él, con sus hermosos ojos color avellana
desenfocados. —¿Tal vez simplemente por la persona misma? ¿Quién es?
¿Qué hace?
Era muy joven y estaba muy protegida. —Lo que una persona es y lo
que hace es a menudo un producto de sus antecedentes y su familia,
milady.
—En efecto, —murmuró ella—. Por eso me interesan tanto sus
misteriosos antecedentes y su familia, Capitán Trevillion—. Él frunció el
ceño, pero antes de que pudiera responder, ella asintió en dirección a la
duquesa. —Si nos disculpas, Artemis, no quiero llegar tarde.
—Por supuesto, —dijo aquella señora—. Pásalo bien, querida.
Trevillion hizo una media reverencia a la duquesa antes de guiar a Lady
Phoebe por la escalinata. —No había pensado en preguntar, pero como la

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duquesa parecía sorprendida por su salida, tal vez debería hacerlo—,
gruñó—. Solicitó permiso a su hermano para salir esta tarde, ¿no es así,
milady?
Lady Phoebe entró en el carruaje y se acomodó. Esperó a que él subiera
y golpeara la parte superior del carruaje para indicarle al cochero que
estaban listos antes de responder. —Le dije a Maximus que tenía la
intención de visitar a una amiga esta tarde.
El carruaje avanzó a trompicones. —¿No le dijo el nombre de su amiga?
Ella frunció los labios. —Él no me lo pidió, estaba bastante ocupado
con unos documentos legales en ese momento.
—Milady...
—¿Sabe cuántos años tengo, Capitán?
Él frunció el ceño, y luego mordió: —Veintiuno.
Ella asintió. —Y prácticamente fuera de la guardería.
—Si usted...
—Sabe, nunca he preguntado cuántos años tiene, Capitán.
—Está tratando de cambiar el tema, —le espetó él, frustrado—. Milady.
—Pues sí, así es. —Ella sonrió de forma devastadora y él tuvo que
apartar la mirada. Siempre estaba demasiado cerca, dejaba ver sus
sentimientos con demasiada facilidad. ¿Creía ella que él era un maldito
eunuco?— Me sorprende que se haya dado cuenta, Capitán.
Hubo un breve silencio.
Luego suspiró. —Tengo treinta y tres años.
Ella se inclinó un poco hacia delante. —¡Qué joven!
Él no pudo evitar una mueca de dolor. ¿Cuántos años, exactamente,
había pensado ella que tenía?
—Tengo una docena de años más que usted, milady, —dijo, sonando
pesado incluso para sí mismo—. La misma edad que su hermano, de hecho.
La idea le hizo sentir una inexplicable tristeza.
—Y, sin embargo, usted parece mucho mayor. —Ella arrugó la nariz—.
Maximus es muy severo, pero al menos se ríe. Bueno, de vez en cuando.
Una o dos veces al año, al menos. Ahora usted, Capitán, nunca se ríe y dudo
mucho que sonría. Creía que tenías al menos cincuenta años...
Frunció el ceño. —Milady...
—...o incluso cincuenta y cinco...

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Phoebe.
Él se detuvo, sorprendido por el uso de su nombre de pila.
Ella le había hecho perder el control.
Sonrió muy lentamente, un pequeño gato lamiendo la crema de su
barbilla, y él sintió que se tensaba. —Háblame de tu familia y tus
antecedentes, James.
Él entrecerró los ojos. —Usted nunca pensó que yo tuviera cincuenta y
cinco años.
Ella negó con la cabeza, la maldita sonrisa todavía jugando alrededor de
esos deliciosos labios. —No.
Él apartó la mirada. Por su propia cordura. Por su propio honor. Ella era
doce años más joven que él y cien años más inocente, la hija y hermana de
un duque, fresca, alegre, hermosa.
Tenía dos pistolas cargadas, una pierna coja y un pene duro a su
nombre. Si lo supiera, huiría gritando de él.
—Soy de Cornualles, milady, —dijo él. Tranquilo. Controlado. Sin
siquiera una pizca de incomodidad—. Mi padre cría caballos. Tengo una
hermana y una sobrina. Mi madre está muerta.
—Lo siento, —dijo ella en voz baja, con su hermoso rostro grave, y él
tuvo la sensación de que lo decía de verdad.
—Gracias. —Miró por la ventana con alivio, sin importarle si eso lo
convertía en un cobarde. Ella era el mismísimo Diablo—. Creo que hemos
llegado, milady.
Ella suspiró exageradamente. —Y usted se ha salvado una vez más.
Le dirigió una mirada tranquilizadora, no es que sirviera de mucho en
una mujer ciega, y la precedió fuera del carruaje. Trevillion miró hacia la
parte de atrás y saludó con la cabeza a Reed y Hathaway, que estaban en el
estribo. Luego se volvió y ayudó a Lady Phoebe a salir del carruaje.
Se pararon frente a una pequeña casa de la ciudad. No estaba en la parte
más elegante de Londres, pero el barrio era bastante respetable. Subió los
escalones con Lady Phoebe y llamó, apoyándose en su bastón.
Al cabo de un momento abrió la puerta un enorme moreno, cuya piel
brillaba como el ébano bajo una peluca blanca.
—Lady Phoebe desea ver a la Señorita Dinwoody —le dijo Trevillion al
hombre.
El mayordomo sólo echó una larga mirada a las pistolas de Trevillion
antes de hacerse a un lado para dejarlos entrar.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Los condujo por una pulida escalera de palisandro hasta el piso
superior. Trevillion pudo oír el sonido de voces y risas mientras se
acercaban a una puerta abierta.
—Lady Phoebe, —entonó el mayordomo con una voz profunda y rica.
Había tres damas en la habitación, una hermosa mujer de unos treinta
años, una mujer mayor y una mujer sencilla con el pelo rubio y una nariz
demasiado larga, pero fue el único caballero quien se levantó de inmediato.
—Señorita Dinwoody, qué encantadora sorpresa; no tenía ni idea de que
Lady Phoebe iba a asistir.
Trevillion miró a Malcolm MacLeish con desagrado. Él era joven, guapo
y jovial.
En resumen, todo lo que Trevillion no era.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Cuatro
La docena de hombres valientes se quedó paralizada por la canción. Otras voces se unieron,
elevándose en una dulce y peligrosa armonía. Corineo vio que las doncellas nadaban en las frías
olas del mar, con sus cuerpos pálidos y sus cabellos blancos arrastrándose como espuma de mar
en el agua oscura. Una de las doncellas del mar tenía los ojos del color de las esmeraldas.
Levantó los brazos hacia él y el príncipe sintió el deseo de tocarla.
El barco comenzó a derivar hacia los acantilados...
—De The Kelpie

Phoebe se volvió en dirección a la voz del tenor y le tendió la mano. El


caballero la tomó y se acercó para rozar los nudillos con sus labios. Podía
oler... tinta, y era... ¡sí! Agua de rosas.
Sonrió. —Sr. MacLeish, juro que nunca pensé que lo volvería a ver
después de nuestro encuentro en Harte's Folly.
Una risa brillante y profunda sonó.
El brazo del Capitán Trevillion se tensó bajo sus dedos.
—Milady, —dijo el Sr. MacLeish—, juro que es usted una hechicera al
haber descubierto mi identidad. ¿Se lo dijo el mayordomo?
—No, en absoluto, —respondió ella.
—¿Entonces cómo...?
Ella sacudió la cabeza suavemente, disfrutando. —Oh, no, permítame
un par de insignificantes secretos.
—No son insignificantes en absoluto, —dijo él galantemente—. Venga,
déjeme apartarla de su feroz guardia y presentarle a los demás de la reunión
de la señorita Dinwoody.
Por un momento el Capitán Trevillion no se movió y ella se preguntó si
se negaría a irse. Luego dio un paso atrás, deslizando su brazo por debajo
de la mano de ella.
Ella se sintió despojada.
—Si me disculpa, milady, —dijo con su profunda voz. No pudo evitar
pensar en lo grave que sonaba al lado de las animadas palabras del señor
MacLeish—. La estaré esperando abajo. Por favor, envíe a una criada
cuando esté lista para partir.
Y con eso sus pasos se retiraron.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Phoebe se dio media vuelta, casi como si quisiera seguirlo, lo que era
simplemente ridículo.
—Venga. Vamos —dijo el Sr. MacLeish—. Digo, ¿le importa si la guío?
—En absoluto. —Ella se enfrentó a él de nuevo.
Él le tomó la mano suavemente. Su mano era grande, los dedos largos, el
único callo en el primer nudillo del dedo anular: un callo de escritor por
sostener una pluma.
—La señorita Dinwoody, nuestra anfitriona, ya la conoce, —decía
mientras la guiaba hacia delante—. Se sienta aquí, a su derecha, frente al
asiento que es para usted.
—Me alegro de que haya podido asistir, —sonó el fresco contralto de
aquella dama.
—Aquí, milady. Siéntese aquí, —continuó el Sr. MacLeish, guiando su
mano hacia un respaldo de madera—. Verdaderamente es el mejor asiento
de esta encantadora sala de estar, y yo debería saberlo, ya que estaba
descansando aquí antes de que usted entrara.
Se hundió en lo que parecía un sofá sobreacolchado. —Le agradezco
que haya calentado el asiento, entonces, señor.
—Me esfuerzo por complacer en todo, milady, —respondió él, con una
risa en la voz—. Incluso si eso significa usar mis partes menos caballerosas.
—¡Oh, señor MacLeish!, —gritó una segunda voz femenina a la derecha
de Phoebe—. ¡Qué arriesgado!
—¿Y ha conocido a la encantadora señora Pamela Jellett? —El Sr.
MacLeish continuó—. Ella comparte el sofá con usted.
—Travieso, señor, —respondió la Sra. Jellett—. Tanto halago a una
mujer de mis años.
—En efecto, he conocido a la señora Jellett, —dijo Phoebe—. Las dos
asistimos a una fiesta en la casa de campo de mi hermano el pasado otoño,
¿no es así, señora Jellett?
—Sí, milady, —dijo la señora Jellett con entusiasmo—. Creo que fue allí
donde Su Excelencia conoció a su duquesa.
—Así es, —respondió Phoebe con diversión. Los comienzos del cortejo
de Maximus y Artemis habían sido un poco escandalosos, algo que Phoebe
no debía saber, pero que ciertamente conocía porque era ciega, no sorda. En
cualquier caso, hacía tiempo que estaba acostumbrada a recibir las
pequeñas insinuaciones de chismosos de sociedad como la señora Jellett.
—Y, —se apresuró a decir el Sr. MacLeish—, el cuarto miembro de
nuestro grupo, Ann, Lady Herrick, sentada justo enfrente de usted.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Encantada de conocerla, —dijo Lady Herrick, con la voz alta y un
poco nasal.
—Ahora yo, —dijo el Sr. MacLeish—, seré muy presuntuoso y tomaré
el asiento a su izquierda para poder contemplar su perfil y enamorarme
impotentemente de él y de usted.
Phoebe se rió de eso. —Si un perfil es todo lo que necesita para el amor,
señor, entonces debe andar bastante embriagado de esa emoción.
—¡Vaya! —La Sra. Jellett aplaudió—. Un buen punto del frente
femenino. ¿Qué tiene que decir ahora, Sr. MacLeish?
—Sólo que la compañía me supera en rango y capacidad, —respondió el
Sr. MacLeish, riendo—. ¿Tal vez debería hacer una bandera blanca con mi
corbata?
—Hmm, y mientras está ocupado con eso, —murmuró la señorita
Dinwoody—, tal vez pueda ofrecerle a Lady Phoebe algún refresco. ¿Le
apetece un té, milady?
—Sí, por favor, —respondió Phoebe—. Azúcar, sin leche.
Oyó el tintineo de la plata y la porcelana. —También tengo aquí un
pastel de semillas y una tarta de almendras. ¿Qué le apetece?
—Un poco del pastel de semillas, por favor.
—Está muy bueno, —dijo Lady Herrick—. Debe darme la receta para
que pueda enseñársela a mi cocinero.
—Será un placer, —dijo la Srta. Dinwoody—. Ahora aquí está su
pastel—Phoebe sintió un pequeño plato puesto suavemente en sus
manos— y su té está justo delante de usted, ligeramente a su derecha.
—Gracias. —Phoebe palpó con las yemas de los dedos, primero el
borde de la mesa y luego la taza de té. La tomó y bebió un sorbo. En su
punto.
—El Sr. MacLeish nos habló de las reparaciones de Harte's Folly antes
de que usted llegara—, dijo la Srta. Dinwoody.
Harte's Folly había sido el jardín de recreo más importante de Londres
antes de que se quemara el año anterior. El jardín había sido conocido no
sólo por sus sinuosos senderos en los que los amantes podían encontrarse,
sino también por su teatro y su sala de ópera; todo ello había desaparecido,
para gran decepción de Phoebe.
—¿Cree que se puede restaurar por completo?, —preguntó.
—Oh, definitivamente, —dijo el Sr. MacLeish de inmediato—. El jardín
está avanzando muy bien bajo la supervisión de Lord Kilbourne. De hecho,
ha conseguido plantar árboles completamente crecidos, ¿se imagina?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Hubo murmullos de asombro por parte de las damas.
—Y he terminado de dibujar mis planos para los nuevos edificios, —
continuó el señor MacLeish. Por supuesto. Era el arquitecto de Harte's
Folly, lo que explicaba tanto el callo de escritor en su dedo como el olor a
tinta que siempre llevaba encima—. El señor Harte me ha contratado para
construir un gran teatro, una galería de músicos al aire libre con palcos
para los meses de verano, y varias locuras divertidas que se colocarán aquí y
allá en todo el terreno.
—Suena encantador, —dijo Phoebe, con un poco de nostalgia, ya que
por muy bonitos que fueran los planes, si no habían empezado a construir,
pasarían al menos otro par de meses antes de que los jardines estuvieran en
condiciones de reabrir.
La voz del Sr. MacLeish era grave por primera vez desde que ella había
entrado en la habitación. —Será más que encantador, se lo aseguro, milady.
El Sr. Harte planea hacer de Harte's Folly la mayor diversión de todo el
mundo. Ha traído a techadores de Italia, talladores de piedra de Francia y
talladores de madera de extraños principados de las lejanas tierras del
continente. No puedo entender una palabra de lo que dicen, pero las cosas
que hacen son maravillosas. Y ahora dice que contratará docenas, no
cientos, de obreros, todo para que mis edificios estén terminados para la
temporada de otoño.
—¿Tan pronto? —La señora Jellett jadeó—. No lo creo, señor.
Simplemente no puede hacerse.
—Y sin embargo, lo planea, —aseguró el señor MacLeish a esa señora—
. Para Navidad todas ustedes habrán visto y se habrán asombrado con una
producción teatral en Harte's Folly. Les doy mi palabra.
—Entonces seré muy feliz, señor MacLeish, —dijo Phoebe—. Me temo
que he echado de menos Harte's Folly de forma terrible. He disfrutado de
los otros teatros de la ciudad, naturalmente, pero no tienen el aire de país
de las hadas que tiene Harte's Folly.
—Oh, estoy de acuerdo, —dijo Lady Herrick—. Me gusta el Royal, pero
es muy oscuro por dentro y bastante estrecho, ¿no cree?
—Fue construido para liliputienses, lo juro, —resopló la señora Jellett.
—Las voces de los actores parecen estar amortiguadas por el edificio,
—dijo Phoebe. Se volvió hacia el Sr. MacLeish—. Espero que sus nuevos
edificios permitan que la música y las voces de los actores se expandan,
señor. Creo que los mejores edificios lo hacen.
—Le prometo que lo harán, milady, —dijo el Sr. MacLeish—. De
hecho... si no me considera presuntuoso, ¿le interesaría visitar los jardines?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¡Oh! —La Sra. Jellett se rió—. Tenga cuidado, milady. El Sr. MacLeish
puede parecer inocente, pero es tan malvado como cualquier caballero.
—No es tan malvado, —dijo Lady Herrick. Sonaba divertida—. He
conocido a gente mucho peor, se lo aseguro.
—No teman, damas, —respondió Phoebe—. Siempre tengo mi escolta
conmigo, por decreto de mi hermano.
—Parece que su hermano se preocupa mucho por usted, —murmuró la
señorita Dinwoody.
—Sí, suena así, ¿no es así? —Phoebe respondió con ligereza. Volvió la
cara hacia donde creía que estaba sentado el señor MacLeish. Ella sabía
muy bien lo que Maximus pensaría sobre un viaje a un jardín de placer
abandonado tan pronto después del intento de secuestro. También sabía
que si no tenía la oportunidad de ser libre, sólo un poco, podría explotar—.
Me gustaría mucho volver a visitar Harte's Folly.

Trevillion dejó su taza de té vacía sobre la mesa de la cocina y asintió a la


cocinera, una mujer pechugona de mejillas rosadas y una nube de pelo
rubio rojizo. —Gracias.
Hizo una tímida reverencia. —Un placer, señor—. La pobre mujer no
sabía qué hacer con la invasión de su dominio en la cocina.
Trevillion hizo una mueca irónica para sí mismo mientras se ponía en
pie trabajosamente con la ayuda de su bastón. La pequeña criada que había
venido a buscarlo le dirigió una mirada insegura antes de volverse para
guiarlo por el pasillo trasero.
No era ni pescado ni pájaro, ¿verdad? Su puesto era remunerado, pero
no era del todo un sirviente y ahí estaba el problema: los sirvientes no
sabían cómo tratarlo. Lo que había hecho que las últimas dos horas en la
cocina fueran bastante incómodas, por no decir aburridas. Debería haber
traído un libro.
La criada subió las escaleras y Trevillion reprimió un suspiro. Arriba, las
damas habían salido al rellano mientras se despedían de su anfitriona. La
señorita Dinwoody era la mujer rubia en la que se había fijado cuando
acompañó a Lady Phoebe a tomar el té. La señorita Dinwoody parecía tener
unos veinte años, generalmente demasiado joven para tener su propio
establecimiento. Curioso, pero Trevillion no vio ninguna señal de una
pariente mayor que le hiciera compañía. Era rubia, pero no hermosa; sus
rasgos, especialmente su larga nariz, eran demasiado prominentes para ser
hermosos.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Lady Phoebe estaba sonrojada por la excitación y sonreía divertida
mientras Malcolm MacLeish se inclinaba sobre su mano.
Trevillion tuvo un repentino y violento impulso de golpear al hombre
en la nuca con su bastón.
—¿Mañana, entonces? —dijo MacLeish.
—Estoy deseando que llegue, —respondió Lady Phoebe.
—Milady, —interrumpió Trevillion.
Ella se volvió hacia él y su sonrisa se atenuó un poco.
Su viejo y marchito corazón no se quebró en absoluto. —Si está usted
preparada, milady.
—Por supuesto, Capitán Trevillion, —le dijo ella. Volvió su rostro hacia
la puerta del salón donde se congregaban las otras damas—. Muchas
gracias por invitarme, señorita Dinwoody. He disfrutado enormemente.
Por un segundo, una extraña emoción cruzó el rostro de la señorita
Dinwoody, una que Trevillion no pudo descifrar.
Luego desapareció. —Gracias por asistir a mi pequeña fiesta, milady.
Se volvieron y Trevillion guió a Lady Phoebe hacia las escaleras. —El
primer escalón está justo aquí, —murmuró cuando se acercaron.
Ella asintió, sin decir nada, y descendieron en silencio, Trevillion alerta.
Las escaleras eran siempre un reto, no sólo por su pierna, sino porque las
consecuencias de que su protegida pisara mal un escalón serían
catastróficas. Vivía con el temor de que ella cayera al vacío por una escalera,
aunque hasta la fecha nunca había tropezado en su presencia.
Cuando llegaron al nivel inferior, Trevillion asintió con la cabeza al
mayordomo y luego llegaron a la puerta exterior. El tiempo había
empeorado, la lluvia caía ahora con fuerza.
—Un momento, milady. Está lloviendo. —Señaló a Reed, junto al
carruaje.
—Mmm. Puedo oírlo y olerlo. —Ella inclinó la cara como si pudiera
absorber el sonido de la lluvia y él sonrió, tentado de quedarse y
simplemente observarla.
El lacayo salió corriendo del carruaje.
—Tu abrigo, por favor, Reed, —ordenó Trevillion.
—Oh, no, —comenzó Lady Phoebe, pero Reed ya se había despojado
del abrigo para sujetarlo sobre su cabeza.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Este es su trabajo, milady, —dijo Trevillion. Hizo un gesto de
aprobación a Reed y luego se dirigieron con cuidado hacia la escalera
principal.
Los carruajes de los demás invitados estaban alineados más adelante en
la calle. Hubo un revuelo de movimientos cuando los lacayos salieron
corriendo a proteger a sus damas y éstas se levantaron las faldas,
exclamando por la lluvia.
Un abrigo rosa brillante pasó rozando mientras se apresuraban a llegar
al carruaje. Trevillion levantó la vista bruscamente y sintió una pequeña
sacudida al encontrarse con un par de ojos azules que le resultaban
familiares.
—Capitán. —El otro hombre asintió con la cabeza, torciendo la boca en
señal de sardónica diversión.
—Su Excelencia, —respondió Trevillion.
El hombre esbozó una sonrisa y se dio la vuelta para correr hacia la casa
de la señorita Dinwoody.
Lady Phoebe inclinó la cabeza hacia atrás y olfateó. —Ámbar y...
jazmín, si no me equivoco. ¿Quién era?
Los ojos de Trevillion se entrecerraron en señal de especulación
mientras observaba cómo la espalda vestida de seda rosa saltaba ágilmente
los escalones de la entrada. —El Duque de Montgomery, milady.
—¿En serio?, —preguntó inocentemente—. Me pregunto qué estará
haciendo en esta parte de la ciudad.
¿Qué hacía aquí, en verdad? —Ven, —dijo él—. El paso del carruaje está
justo aquí.
Reed mantenía abierta la puerta del carruaje. Trevillion le sujetó el codo
con firmeza mientras subía el escalón.
Miró por encima del hombro.
La puerta de la casa de la señorita Dinwoody se había abierto, pero era
Malcolm MacLeish quien estaba allí, no el mayordomo de gamuza negra.
MacLeish frunció el ceño hacia Montgomery. —¿Qué estás haciendo
aquí?
—Comprobando mi inversión, —dijo el duque—. Está lloviendo,
MacLeish. Déjame entrar y, de paso, deja de ser tan maleducado.
Ambos hombres desaparecieron en el interior.
—¿Viene? —Lady Phoebe habló desde el interior del carruaje—. Está
dejando que entre la lluvia.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Me disculpo, milady, —murmuró mientras se acomodaba y luego
golpeaba su bastón contra el techo del carruaje.
El carruaje se balanceó hacia adelante.
—Es usted el hombre más exasperante, ¿sabe?, —dijo Lady Phoebe en
tono de conversación.
—Hmm, —respondió Trevillion distraído.
Se frotó la pantorrilla de su pierna coja. El clima húmedo y frío hacía
que le doliera. Se le ocurrían varias razones por las que Valentine Napier, el
Duque de Montgomery, podría visitar a la señorita Dinwoody.
Lamentablemente, ninguna de ellas era buena.
—Creo que lo está haciendo a propósito, —murmuró Lady Phoebe en
tono sombrío.
Trevillion salió de sus cavilaciones para atender los asuntos más
cercanos. —Le ruego que me disculpe, milady. No pude evitar notar que
había hecho planes con el señor MacLeish. ¿Podría saber cuáles son?
Ella arrugó la nariz tan adorablemente que él se encontró recuperando
el aliento. —He quedado con él en Harte's Folly mañana por la tarde.
Él se enderezó ante la información. —No creo...
—Si recuerda, ahí es donde conocí al Sr. MacLeish en primer lugar,
cuando usted me llevó a Harte's Folly hace varios meses.
—Estaba allí por negocios, —dijo él rígidamente—. Y si recuerda, no
fue del todo mi idea que me acompañara. Milady.
Ella agitó una mano airosa. —Tonterías. El señor MacLeish dijo que me
mostraría las nuevas plantaciones y el lugar donde planea construir su
teatro. Voy a ir y eso es definitivo.
—No, —gruñó—, si le hago saber a su hermano sus intenciones.
—A veces simplemente lo detesto, ¿sabe?, —respiró ella, con el color
alto.
Su corazón se tambaleó. —Sí, soy consciente, milady.
—Yo no... —Ella sacudió la cabeza—. No lo digo con esa intención. Lo
sabes, James.
¿Por qué lo llamaba por su nombre de pila? La última vez, en el carruaje,
había sido para provocarlo, él lo sabía. Esta vez... no tenía ni idea de lo que
podía querer decir. Tal vez nada en absoluto. Tal vez era otro de sus
muchos caprichos, algo que debía ignorar. Si no fuera porque cada vez que
ella usaba su nombre de pila, él sentía una sacudida en algún lugar de su
pecho. Hacía años que nadie le llamaba por su nombre de pila.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Probablemente por eso sus siguientes palabras sonaron especialmente
frías. —Apenas importa lo que piense de mí, milady...
—¿No es así?
—No. Porque, independientemente de lo que piense de mí, seguiré
protegiéndola. Pase lo que pase, milady.
—Bueno, —dijo ella, y curiosamente sus palabras casi crueles la habían
hecho animarse—. Tendremos que ver eso, ¿no?

Esa noche, Phoebe bajó las escaleras para cenar acompañada por dos
perros. Uno de los galgos de Maximus se apretaba contra su lado izquierdo
y Bon Bon, el pequeño y esponjoso perro faldero de Artemis, brincaba a sus
pies.
—Cuidado, milady, —llegó la voz de su guardián desde la escalera,
detrás de ella.
Phoebe sintió que el corazón le daba un pequeño respingo, como si
hubiera dejado de latir, aunque definitivamente no había sido así.
Se agarró a la barandilla de mármol. —Siempre tengo cuidado.
—Me temo que no siempre, milady. —Su voz era más cercana y ella oyó
el golpe de su bastón sobre el mármol de los escalones.
—Tal vez debería tener cuidado usted mismo, Capitán, —dijo ella
mientras continuaba su descenso—. Estas escaleras no pueden ser buenas
para su pierna.
En un raro caso de pensar antes de hablar, no le dijo que podía oír que
su cojera era más fuerte después de haber estado en las escaleras.
Naturalmente, él no respondió a eso. En su lugar, dijo: —Fuera.
Se detuvo. —¿Perdón?
—Shu—, repitió él, aún más severamente.
Oyó el repiqueteo de las garras del perro sobre el mármol cuando ambos
animales se adelantaron a ella. —¿Por qué ha hecho eso? Me gustan Bon
Bon y Belle.
—En realidad, creo que fue Starling, milady, —respondió Trevillion—.
Y aunque usted también les gusta, eso no les impediría hacerla tropezar
accidentalmente.
Suspiró con fuerza en lugar de una respuesta y bajó a la planta baja. —
¿Cenará con nosotros esta noche, Capitán? —Le tendió la mano y su brazo
izquierdo se deslizó inmediatamente bajo sus dedos, sólido y cálido—.
Creo que Maximus se ha dignado a alejarse de cualquier asunto que le

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
preocupe en este momento y estará con nosotros esta noche. Necesitará su
apoyo masculino.
—Muy bien, entonces, milady, —respondió Trevillion—. Asistiré a la
cena.
—Perfecto. —Ella sonrió, sintiéndose mareada sin ninguna razón, en
realidad. Puede que Trevillion no cenara con ellos tan a menudo, pero ella
pasaba tiempo con él todos los días.
¿Y desde cuándo cenar con su guardia la ponía de buen humor?
Él la condujo al comedor y Phoebe escuchó inmediatamente las voces de
Artemis y de la prima Bathilda. —¿Ya llegó Maximus?
—Sí, Phoebe, así es, —la profunda voz de su hermano llegó desde la
cabecera de la mesa.
—Y algo bueno, además, —dijo Artemis con serenidad—. Estaba
contemplando la posibilidad de prender fuego a tu estudio.
—Tendrías mi ayuda si lo hicieras, —anunció la prima Bathilda.
—Paz, damas, —dijo Maximus. Parecía estar de buen humor esta
noche, pensó Phoebe mientras Trevillion la ayudaba a sentarse a la
izquierda de su hermano. El propio Trevillion estaba a su izquierda—.
Tenemos tanto faisán como salmón para festejar esta noche. Disfrutemos.
Phoebe palpó el borde de la mesa y luego su plato. Había un cuenco
poco profundo en el plato y se dio cuenta de que ya le habían servido la
sopa.
—¿Y qué has hecho hoy, esposa mía? —comenzó Maximus en lo que
Phoebe consideraba en privado su voz de parlamentario.
—Hice algunas compras y luego visité a Lily por la tarde. —Lily era la
nueva cuñada de Artemis, recientemente casada con su hermano gemelo,
Apollo.
—¿Y cómo está ella?
—Ha empezado a escribir una nueva obra.
—¿Ah, sí? —interrumpió Phoebe—. ¡Qué maravilla! ¿De qué trata?
—No me lo ha dicho—. Artemis sonaba un poco molesta. Pocas
personas rechazaban a una duquesa—. Pero ha estado escribiendo
furiosamente. Había una mancha de tinta en su frente cuando fui a verla, y
su perra... ¿recuerdas a Daffodil?
—Sí, la recuerdo. —Daffodil le había atacado las rodillas la última vez
que fue a Harte's Folly. Phoebe tomó un sorbo de la sopa y descubrió que
era un delicioso rabo de buey.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Daffodil tenía tinta por toda la cola por alguna razón.
Phoebe sonrió al pensar en ello. —Tendré que decirle a la señorita
Dinwoody que Lily está escribiendo de nuevo. Hoy hemos hablado de ella.
El señor MacLeish estaba bastante decepcionado porque Lily había
decidido retirarse del escenario en favor de su escritura.
Ella tomó otro sorbo de sopa y la estaba saboreando tanto que pasó un
momento antes de que se diera cuenta de que la mesa se había quedado en
silencio.
—¿Quiénes, —dijo su hermano, sonando como si tuviera por lo menos
cincuenta y ocho años y al borde de la apoplejía—, son el señor MacLeish y
la señorita Dinwoody?
Ella dejó la cuchara de sopa con cuidado. —Es el arquitecto que diseña
los nuevos edificios de Harte's Folly. Estuvo en el té de la señorita
Dinwoody. O más bien en el salón, creo. Fue una discusión tan interesante.
Todo sobre las últimas obras y los actores y quién discutía con quién y la
soprano que está bajo la protección de un duque real pero que podría estar
enamorada de su director de teatro.
Se detuvo de repente para respirar profundamente.
—Phoebe, —dijo Maximus lentamente, y su corazón se hundió por
completo—. No me has dicho quién es la señorita Dinwoody.
—La conocimos en el Sindicato de Damas, —se apresuró a decir
Artemis—. ¿Recuerdas que te hablé de la nueva aspirante que Lady Caire
trajo a la reunión?
—Recuerdo que me dijiste que no tenía antecedentes, ni conocidos, —
dijo Maximus.
Phoebe pudo sentir la presión, justo debajo de su esternón,
burbujeando. —¿Qué importa eso? ¿Por qué tienes que saber los
antecedentes de todos los que conozco?
—Importa, —respondió él—, porque eres mi hermana y, por lo que
sabemos, ella misma es una mujer mantenida.
—Oh, Maximus, —objetó la prima Bathilda—. Seguramente no si es
una protegida de Lady Caire.
—Te culpo, Trevillion...
—¡Oh, no, no lo haces! —Phoebe estaba temblando ahora—. No
permitiré que le impongas mis acciones como si fuera una idiota.
—Entonces quizás no deberías actuar como una idiota...
—¿Por ir a tomar el té con una amiga?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Una amiga que no conocemos...
—Quieres decir, una que tú no conoces, —dijo Phoebe, con el corazón
latiendo cada vez más rápido.
—¿Qué diferencia...?
—Porque no me importa, Maximus. ¡No me importa de dónde vino la
señorita Dinwoody!. —Oyó una inhalación aguda de alguien, pero no pudo
detenerse. Amaba a su hermano, era años mayor que ella y siempre la había
cuidado y protegido, pero simplemente no podía soportar más esto. La
frustración, el miedo y la rabia estaban echando espuma, desbordándose,
quemando todo a su paso. Se puso de pie, tirando algo de la mesa. Algo se
estrelló contra el suelo—. Es mi amiga, no la tuya, Maximus, y yo merezco
amigos. Merezco correr y tropezar y caer sin que cada uno de mis
movimientos sea trazado y planeado y... y forzado para que nunca, nunca
me arriesgue a vivir. Nunca he...
—Phoebe, sabes que...
—¡No me interrumpas! —Sus palabras gritadas eran fuertes y terribles y le
dolía la garganta—. Ni siquiera he tenido una maldita temporada. Ni
nuevos vestidos, ni nuevos amigos, ni nuevos pretendientes. No me lo
permitiste. Me mantienes oculta y envuelta como una tía anciana con
demencia. Es un milagro que no me haya vuelto loca en los últimos años. —
Se rió, de forma salvaje e indecorosa, con la bilis brotando de su boca—. No
puedo respirar, ¿me entiendes? No puedes seguir haciéndome esto,
Maximus, ¡simplemente no puedes! Detesto en lo que me has convertido y,
Maximus, pronto, muy pronto, te detestaré a ti también.
Su pecho se agitaba, su cara estaba caliente y húmeda por las lágrimas,
su respiración ronca en su garganta. Se quedó parada por un momento, sin
duda pareciendo una mujer desquiciada, pero no importaba, ¿verdad? No
podía ver su aspecto.
Soltó una carcajada al pensar en ello, el sonido fue fuerte en el repentino
silencio.
—Phoebe, —susurró Artemis.
Creyó sentir unos dedos masculinos en su muñeca, de la izquierda, no
de la derecha. Trevillion.
Pero ya era demasiado tarde. Demasiado tarde.
Se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Cinco
Cerca de la orilla había rocas afiladas y el barco se estrelló contra ellas, arrojando a los hombres
embelesados al despiadado mar. Cada uno de la docena de valientes fue atrapado y arrastrado a
las profundidades por las doncellas del mar. Pero cuando la doncella de ojos esmeralda se acercó
a Corineo, la compasión se reflejó en su pálido rostro. Mientras Corineo observaba, se convirtió
en un gran caballo blanco con pezuñas hendidas, colmillos afilados y ojos del más profundo
verde...
—De The Kelpie

Trevillion vio a Lady Phoebe salir corriendo de la habitación y reprimió


las ganas de golpear a su hermano.
—Iré tras ella, —dijo la duquesa, levantándose.
—No. —Todos los presentes lo miraron. Trevillion inclinó la cabeza—.
Por favor, Su Excelencia. Yo iré.
Ella lo miró un momento, con sus ojos grises inquietantemente
perceptivos, antes de volver a sentarse. —Muy bien, Capitán.
Los puños del duque estaban apretados sobre la mesa, con los nudillos
blancos. —Trevillion...
Su esposa puso la mano sobre uno de sus puños y se limitó a mirarlo. Al
parecer, compartían algún tipo de comunicación marital que era puramente
mental, porque después de un momento el duque gruñó, su agarre se relajó,
y asintió.
Trevillion se levantó de inmediato, con su bastón golpeando el suelo
mientras seguía a su protegida.
No había rastro de ella en el pasillo. Puede que haya huido a sus
habitaciones, pero él creía que no.
Se volvió hacia la parte trasera de la casa, hacia el jardín.
En el exterior, el sol se había ocultado hacía tiempo. Trevillion bajó los
anchos escalones de granito, todavía húmedos por el chaparrón de la tarde,
y se adentró en el césped que precedía a su jardín de flores. Pudo ver, sólo
tenuemente, una forma pálida que permanecía muy quieta frente al jardín.
Lady Phoebe había llevado un vestido blanco para la cena.
—Milady, —llamó en voz baja, con cuidado de no asustarla.
La figura se volvió.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿Lo han enviado a por mí, Capitán? —La voz de la mujer estaba llena
de lágrimas.
La idea hizo que se le apretara el pecho. Sabía que ella lo veía como el
enemigo, la criatura de su hermano, su guardián, pero no podía evitar
querer -necesitar- tratar de mejorar la situación.
Ella no debería sentirse como un pájaro enjaulado, no su Phoebe.
—Vine por mi propia voluntad. —Ahora la había alcanzado y podía ver
la pálida luna de su rostro, volcado hacia el suyo.
—¿De verdad? —Se secó la mejilla como una niña pequeña.
El problema era que ya no era una niña. Y por mucho que lo intentara,
nunca había pensado en ella como tal. —De verdad.
Ella suspiró desolada. —¿Quiere caminar conmigo?
—Sí, milady.
Ella le puso la mano en el brazo. —Supongo que debería entrar y
disculparme con Maximus.
Él no respondió, pero en privado pensó que no había ninguna necesidad
urgente de que ella lo hiciera.
La grava rechinaba bajo sus botas.
—Cuidado, —advirtió ella—. Hay una curva justo aquí.
Y se dio cuenta con una sensación de diversión de que en este lugar y en
este momento era ella la que guiaba, no él. —Gracias, milady.
—De nada, Capitán.
El aroma de las rosas, embriagador y casi abrumador, inundó sus
sentidos, y supo de inmediato dónde estaban. En el fondo del jardín había
una enramada cubierta de rosas blancas, con las flores llenas y pesadas,
colgando lujosamente. Era un lugar dulce durante el día.
Por la noche era un país de las maravillas.
—Sentémonos. —La voz de Lady Phoebe aún estaba ronca de tanto
gritar.
Se bajó al banco de piedra que había debajo de la enramada, estirando la
pierna coja para aliviarla. Lady Phoebe se acomodó a su lado, con un
discreto par de centímetros de distancia entre ellos.
Él vio el movimiento en la oscuridad cuando ella inclinó la cabeza hacia
atrás, con el rostro levantado hacia las rosas. —¿Se siente alguna vez
limitado?
—Por supuesto, milady.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿De verdad? —Ella se volvió hacia él—. Qué extraño. Siempre he
pensado que un hombre como usted, capaz, inteligente y con una fuerte
voluntad, simplemente haría lo que quisiera.
—Todo el mundo tiene momentos o situaciones en las que no se le
permite hacer algo, milady, —dijo él con suavidad—. Los que no han
nacido en familias ducales, especialmente, quizás.
Ella resopló. —Debe pensar que soy una ingenua.
—No, milady. Simplemente joven.
—Y usted es un antiguo Matusalén, tan sabio y desgastado por todas
sus labores.
—Me temo que se burla de mis canas, milady, —dijo él.
—¡No tienes canas! —Ella sonó bastante indignada.
—Juro que sí, milady.
—Le preguntaré a Artemis mañana, sabe, y ella me dirá si las tiene o no.
—Y sin embargo no temo la información de Su Gracia.
—No, claro que no. —Ella soltó una carcajada—. Estoy empezando a
pensar que no le teme a nada en absoluto.
—En eso se equivocaría, milady, —dijo él, recordando la vergüenza que
había sentido la última vez que había visto la casa de su infancia.
Hubo una pausa y él se preguntó dónde se había metido su mente
movediza.
Su voz susurró en la oscuridad: —¿Cuándo no se te ha permitido hacer
algo, James?
Su nombre en sus labios hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.
Inhaló... y se encontró respondiéndole con sinceridad. —Hace años. Quería
quedarme en Cornualles, pero... las circunstancias lo hicieron imposible.
Así que me vi obligado a unirme a los dragones.
Ella se acercó más, su hombro rozando el suyo. —¿Qué circunstancias?
Sacudió la cabeza. Aquella vieja tragedia era demasiado personal y no le
traía más que recuerdos dolorosos.
Ella no pudo ver el movimiento, pero debió darse cuenta de que él no
iba a responder a eso. —¿Pero no quería unirse a los dragones?
—No.
—Qué extraño, —respiró ella—. Siempre tuve la idea de que le gustaba
ser soldado.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Sí, pero no al principio. —Recordó aquella salvaje desesperación. Su
firme decisión de tomar la única medida que le quedaba—. Nunca quise ser
soldado. Fue un golpe cruel, pero al final aprendí a querer mi servicio.
Se apoyó en el banco. —Estaban los caballos. Pensaba que eso ayudaría.
Él la miró, pero la oscuridad frustró su intento de ver su rostro. ¿Cómo
había sabido ella que a él le gustaban los caballos? —Así fue, —dijo
lentamente—. Eso y los hombres. Vinieron de toda Inglaterra, pero
encontramos un punto en común al luchar contra las iniquidades de St
Giles.
—¿Lo extraña?
—Sí. —Cerró los ojos e inhaló el aroma de las rosas y las cosas perdidas.
Pero eso era sensiblero. No era un hombre que se pasara la vida mirando
hacia atrás—. Sin embargo, todavía puedo montar. A pesar de la pierna. A
pesar del dolor. Por eso estoy agradecido.
Ella exhaló. —Y yo todavía puedo cultivar el jardín. A pesar de haber
perdido la vista. ¿Debo estar agradecida por eso?
Sabía que debía ir con cuidado, pero quizás eso era parte del problema:
los demás la trataban con guantes de seda. No le daban el respeto de la
edad adulta. —Sí, creo que debería estar agradecida por todo lo que todavía
puede hacer. Por cualquier cosa nueva que pueda hacer.
—Estoy agradecida, —admitió—. Pero quiero más. Mucho más.
—Su vista.
—No. —Su voz era fuerte con su vehemencia—. Sé que nunca
recuperaré la vista. Es inútil suspirar por ella, ya pasé años haciéndolo.
Maximus trajo médicos de toda Europa y de más allá. Me dieron las más
horribles pociones, me pusieron gotas urticantes en los ojos, me bañé en
agua helada y en brebajes calientes, y cada vez pensé: tal vez esta vez. Tal
vez vuelva a ver. Tal vez sólo un poco, un poco, por favor Dios, me
contentaría con un poco. Sólo que nunca sucedió. Ni siquiera un poco.
Tragó, sus músculos se tensaron como si pudiera rescatarla de una
tortura ya pasada. —¿Y ahora?
—Ahora, —dijo ella, su voz dulce, seductora, mezclada con el aroma de
las rosas—. Ahora quiero vivir, James. Quiero volver a montar a caballo.
Quiero ir a donde quiera. Quiero conocer a un caballero y ser cortejada y
casarme y tener hijos, muchos hijos. ¿No se me debería permitir eso al
menos?
Recordó a MacLeish de esa tarde. Guapo, el blanco de sus dientes
brillando cuando sonreía, tan brillante con su pelo rojo peinado hacia atrás.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Lady Phoebe había estado sonriendo cuando Trevillion había ido a
buscarla.
MacLeish era perfecto para ella.
—Sí, —dijo él, con la voz ronca y el pecho dolorido como si hubiera
recibido un disparo en el corazón—. Sí, se merece eso y más.

Phoebe inhaló el aroma de las rosas, escuchando el profundo tono del


Capitán Trevillion. De alguna manera sonaba mal. ¿Quizás enfadado?
Sacudió la cabeza. No podía saberlo sin ver su rostro. Tal vez él no
aprobaba realmente sus deseos, a pesar de sus palabras.
—¿No quiere eso también?, —le preguntó ella—. ¿Una esposa? ¿Un
hogar? ¿Una familia?
Ella sintió el movimiento cuando él se puso rígido a su lado. —No había
pensado en el asunto, milady.
Su tono era despectivo, lo que encendió algo dentro de ella: una chispa
de... de... indignación quizás, ante una mentira tan descarada.
—¿Nunca?, —preguntó incrédula—. Es usted un hombre en la flor de la
vida, Capitán, ¿y quiere hacerme creer que nunca ha pensado en las
comodidades de un hogar cálido, de una esposa cálida?
—Milady, he pasado los últimos años de mi vida trabajando duro. No
he tenido tiempo...
Un pensamiento la golpeó y se mordió el labio. —A no ser que sea uno
de esos caballeros que prefieren la compañía de otros caballeros.
Hubo un breve y tenso silencio.
En realidad, pensándolo bien, nunca había oído al Capitán Trevillion
prestar atención a ninguna dama, aparte de ella, por supuesto.
—No, milady, —dijo él, sonando exasperado—. No soy ese tipo de
caballero.
Es maravilloso el alivio que sintió, totalmente desproporcionado con
respecto a la información. Bueno, cualquiera lo haría, seguramente. La vida
de un caballero que prefiere a otros caballeros no siempre es fácil.
Obviamente, esa era su principal preocupación. Como amiga...
—Somos amigos, ¿no es así, Capitán?
—Soy su guardia contra el peligro, contratado por su hermano, por lo
tanto...
¡Era tan terriblemente pomposo cuando quería serlo! —¿Amigos?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Un suspiro muy pesado. —Si desea considerarnos así, entonces sí,
somos amigos, milady.
—Me alegro, —dijo ella, dando un pequeño respingo en el banco—.
Entonces, como amigo, dígame: usted ha cortejado antes a las damas, ¿no es
así?
Tal vez simplemente era socialmente torpe, pobre hombre.
—Aunque no es de su incumbencia, milady, —dijo, con la voz tan baja
que parecía un gruñido—, y es bastante impropio tener esta discusión, sí,
he... cortejado a mujeres antes.
Ella apretó los labios. El énfasis que puso en la palabra cortejado hizo
que sonara casi como si se refiriera a algo totalmente distinto. Tal vez las
mujeres con las que se había relacionado no habían sido damas en absoluto
y él era demasiado circunspecto para contárselo. Probablemente pensaba
que ella no tenía ni idea de esas cosas.
Ser más joven que casi todo el mundo podia ser muy difícil a veces.
—Sabe que ya he oído hablar de damas de fácil virtud antes, —le informó
ella amablemente.
Él emitió un sonido de asfixia. —Milady...
—Llámeme Phoebe, —dijo ella impulsivamente.
—No lo haré.
—Ya lo hizo una vez.
—Y eso fue un error, milady.
—Muy bien. ¿Le interesa alguien en este momento?
—Creo que esta línea de investigación en particular ha terminado,
milady.
Sacudió la cabeza, suspirando, y al hacerlo, su mano rozó sus faldas y el
bulto en su bolsillo. —Oh, lo olvidé.
—¿Olvidó qué? —Sonaba muy sospechoso.
Deslizó los dedos por la abertura del lateral de la falda hasta el bolsillo
que colgaba de su cintura. En su interior había una pequeña botella con
tapón.
La levantó triunfalmente. —Esto podría ayudarlo en su búsqueda.
—En realidad no estoy buscando a nadie, milady.
Ella lo ignoró y con cautela quitó el tapón de corcho de la botella.
Inmediatamente, el aroma de la bergamota y el sándalo llenó la enramada.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿Qué es eso?, —preguntó él con rotundidad, aunque cualquier
simplón podría habérselo dicho y, fuera lo que fuera, el Capitán Trevillion
ciertamente no era un simplón.
—Perfume, —dijo ella—. Para usted.
—No uso perfume.
—Lo sé, y hace que a veces sea terriblemente difícil encontrarlo en una
habitación, sobre todo si no se mueve, —dijo ella—. Además, a las damas
les gusta el perfume.
Se quedó en silencio un momento, como si estuviera digiriendo esta
información.
—Lo mandé a hacer especialmente, —dijo ella de forma tentadora—,
por el señor Hainsworth en Bond Street. Es muy hábil con los perfumes, y
éste es muy agradable, creo. No es dulce. No es realmente floral en
absoluto. Bastante varonil. Creo que le gustará, pero si no le gusta podemos
probar otro. Los perfumes cambian bastante después de usarlos un tiempo.
—Muy bien, —dijo él bruscamente.
—Perfecto, —dijo ella—. Ahora no se mueva.
—¿Piensa ponérmelo ahora?
Sus labios se movieron. Habría jurado que era alarma lo que escuchó en
la voz del Capitán James Trevillion, y nunca la había escuchado antes. Ni
siquiera cuando los hombres armados la habían perseguido.
—Sí, —dijo, colocando las yemas de los dedos en la abertura del frasco
e inclinándolo para que el perfume mojara su piel. Se acercó, con el sándalo
y las rosas llenando sus sentidos, y ella lo tocó.
Tocó la piel desnuda del rostro de él.
Su respiración se entrecortó.
Había tocado a muy pocos hombres en su vida. Su hermano... no podía
pensar en ningún otro, en realidad. Su mente parecía ir más despacio.
Sintió el rastrojo bajo las yemas de los dedos, casi como un cosquilleo,
cuando lo acarició hacia abajo. Había una barbilla, el borde de su
mandíbula.
Inhaló y retiró la mano para volver a mojar las yemas de los dedos con el
perfume, ahora embriagador en el aire.
Su respiración era muy tranquila.
Volvió a extender la mano... y tocó algo suave. ¡Oh, sus labios!
—Lo siento, —susurró ella, moviendo las yemas de los dedos por debajo
de la barbilla de él, donde la barba incipiente era más pesada.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Una tercera vez mojó sus dedos y esta vez, cuando lo tocó, supo que
había encontrado su garganta, cálida y viva. Acarició lentamente hacia
abajo, con sus dedos recorriendo la nuez de Adán.
Se flexionó cuando él tragó.
Más abajo, hasta la suave piel de la base del cuello.
Las yemas de sus dedos se encontraron con la corbata, una barrera
enloquecedora, y la acarició, sumergiendo la punta del dedo un poco por
debajo de la tela.
Se dio cuenta de repente de que había sobrepasado los límites del
decoro.
Temblando, retiró la mano y tapó la botellita. —Bueno. Ya está hecho.
Él no respondió y ella deseó que lo hiciera.
Le tendió la botella y esperó un largo segundo a que él la tomara.
Su mano grande y cálida se cerró alrededor de la suya y ella lo sintió de
repente, su aliento húmedo sobre sus labios. Estaba cerca, muy cerca, y ella
podía oler la bergamota, el sándalo, las rosas y el vino, todo mezclado para
formar un elixir embriagador.
Se quedó paralizada, esperando, deseando.
Pero él se retiró, llevándose el frasco de perfume, y se puso de pie entre
un crujido de ropa. —Vamos, milady, es hora de entrar.
Y realmente, no había ninguna razón para sentirse decepcionada. Era su
guardaespaldas, nada más.
Aunque ella ya no lo viera de esa manera.

A la mañana siguiente, el sol brillaba en las pútridas aguas del Támesis


mientras Trevillion, Lady Phoebe, Reed y Hathaway cruzaban a la orilla sur
en una larga barca plana.
—A su hermano no le gustará esto, milady, —murmuró Trevillion. Ya
había expresado ese sentimiento dos veces y, sin embargo, aquí estaba.
Debería cuestionar su cordura.
—Sólo es Harte's Folly. —El rostro de Lady Phoebe estaba orientado
hacia el viento y la lejana orilla, como si pudiera verla. Llevaba un vestido
rosa brillante adornado con encaje blanco, que la hacía parecer
especialmente joven e inocente, y a él lo hacía sentirse especialmente viejo y
cínico—. No habrá nadie más que los obreros. Y usted ha traído a Reed y a
Hathaway con sus pistolas y las suyas. Realmente, Capitán, no hay razón
para preocuparse tanto.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Y sin embargo se preocupaba. —Bond Street también parecía
perfectamente segura.
—Gracias por permitirme venir. —Ella puso su suave palma sobre su
mano—. Tengo tantas ganas de ver los jardines.
—¿Y el Sr. MacLeish, milady? —No pudo evitar preguntar. Maldito sea
por ser un viejo celoso.
Ella le dirigió su brillante sonrisa. —Sí, por supuesto. Dice las cosas más
divertidas. Me gusta bastante.
Retiró su mano de la de ella. —Espero, entonces, que su divertida
conversación merezca el viaje, milady. —Qué pomposo sonó.
—Es usted muy amable por complacerme, Capitán, —dijo ella,
arrastrando las yemas de sus dedos en el agua—. Creo que me habría vuelto
loca si no lo hubiera hecho.
Y ese era el problema. Había dejado que ella lo convenciera de este viaje.
Dejó que su simpatía por ella anulara su propio juicio sobre el asunto.
Trevillion miró de reojo a Reed, preguntándose si el hombre le había
perdido todo el respeto, pero el lacayo observaba estoicamente la orilla. A
su lado, Hathaway jugueteaba nerviosamente con su pistola. El lacayo
había dicho que sabía disparar una pistola, pero Trevillion se preguntaba si
podría hacerlo con alguna precisión.
El barco chocó contra el muelle de Harte's Folly. La última vez que
estuvieron aquí, el muelle apenas se mantenía en pie. Ahora se había
levantado un muelle nuevo y robusto, con varios lugares para el
desembarco de pasajeros.
—Estamos aquí, milady, —dijo Trevillion, aunque probablemente lo
había adivinado cuando el barco se sacudió—. Reed, por favor, bájate
primero para que puedas asistir a su señoría.
El lacayo subió ágilmente los escalones unidos al muelle y luego ayudó a
Lady Phoebe a salir del bote. Hathaway fue el siguiente y Trevillion el
último, entorpecido por su pierna coja. Justo después del muelle había un
claro y más allá lo que parecía ser una maraña de árboles y arbustos medio
quemados.
—El señor MacLeish dijo que se reuniría conmigo en el lugar del
antiguo teatro, —dijo Lady Phoebe—. Al parecer, ya lo han derribado.
Trevillion asintió, ofreciéndole el brazo mientras se dirigían por un
camino que se adentraba en el jardín destruido. Los dos lacayos los seguían
de cerca.
—¿Puede decirme qué aspecto tiene ahora? —preguntó Phoebe.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Trevillion se aclaró la garganta y miró a su alrededor. La verdad es que
el jardín estaba aún muy lejos de ser restaurado. El verde cubría ahora los
árboles y arbustos que quedaban, pero debajo había miembros
ennegrecidos por el fuego, y el olor a hollín aún permanecía en el aire.
—El camino ha sido limpiado de los restos del incendio, —dijo con
cuidado—, y debidamente nivelado y con gravilla, milady. ¿Tal vez lo sienta
bajo sus pies?
—Sí, ahora es mucho más uniforme.
Trevillion nunca había asistido al jardín de placer antes del incendio
que lo había destruido, pero había señales de lo que podría haber sido. De
lo que podría ser en el futuro.
—Hay plantaciones a lo largo del camino, —dijo—. Algún tipo de
arbusto, creo, en hilera.
—Setos, —suministró Lady Phoebe—. Solían bordear los caminos,
dirigiendo a los visitantes.
—Correcto. —Levantó la vista—. Se han plantado algunos árboles
bastante grandes desde la última vez que vinimos. Creo que son de hoja
perenne.
Ella ladeó la cabeza con interés. —¿Cómo de grandes?
—Seis metros por lo menos, —dijo él con cierta curiosidad—. ¿Cómo
fueron plantados?
—Lord Kilbourne ha estado experimentando con el trasplante de
árboles jóvenes, —respondió ella—. Al menos eso es lo que dice Artemis.
—Por lo que veo ha tenido éxito, milady.
—¿Hay flores?
—Sí, margaritas y algo alto y delgado con flores azules.
Ella le dirigió una mirada, que resultó bastante efectiva aunque era
ciega. —Déjeme sentir.
Él se detuvo y guió su mano hacia las flores.
—¿Campanillas?, —murmuró ella, tocando suavemente las flores y el
tallo—. No, Delphinium, creo. Qué bonito, aunque no tiene mucho aroma.
—Se enderezó y le sonrió—. Me alegro de que se haya puesto el perfume
que le regalé anoche.
—Por supuesto, milady. —Él miró a los lacayos, que miraban
estudiadamente hacia otro lado—. ¿Tal vez debería marcar con su olor a
Reed y Hathaway también?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Reed lo miró con los ojos muy abiertos, pero Lady Phoebe rechazó la
sugerencia. —No es necesario. Sólo tengo que seguirlo a usted.
Sus palabras calentaron algo en su pecho, lo hicieron parpadear y mirar
hacia otro lado. Ya no soy un guardia adecuado, pensó, ya no puedo
mantener mi objetividad cerca de ella. Que Dios me ayude. Que Dios la
ayude.
Tendría que decírselo al duque. Pronto. Él ya no era capaz de...
—¡Maldita sea, MacLeish! —El grito iracundo interrumpió sus
pensamientos casi desesperados—. No me importa lo que haya dicho ese
petimetre conspirador, ¡es mi jardín y yo tendré la última palabra sobre los
malditos planos del teatro!
Su grupo rodeó uno de los árboles recién plantados y el origen de los
gritos fue inmediatamente evidente.
El Sr. Harte, propietario de Harte's Folly, estaba de pie, con las piernas
abiertas, los puños en las caderas y la cara enrojecida por la ira,
enfrentándose a Malcolm MacLeish. Llevaba un llamativo abrigo escarlata
ribeteado en oro, cuyas costuras se tensaban sobre sus enormes hombros.
Llevaba la cabeza descubierta, con el sol brillando en el pelo castaño
leonado que le llegaba hasta los hombros.
MacLeish tenía los brazos cruzados a la defensiva cuando se enfrentó al
otro hombre, pero bajó los brazos y se enderezó cuando vio a Phoebe.
Harte se giró ante el movimiento de MacLeish. Su ceño se transformó
inmediatamente en una sonrisa ligeramente exagerada al ver a Lady
Phoebe, pero cuando miró a Trevillion la sonrisa se atenuó. —¡Capitán
Trevillion! ¿Qué lo trae a mis jardines, y con una compañera tan
encantadora?
—Harte. —Trevillion asintió. Sólo había visto al hombre una o dos
veces, y no en las mejores circunstancias—. Esta es Lady Phoebe Batten, la
hermana del Duque de Wakefield.
—Milady, —dijo Harte, inclinándose—. Me honra su presencia en mis
jardines, aunque me temo que aún no están en las mejores condiciones para
que los vea una dama.
—Bueno, entonces, menos mal que soy ciega, —respondió Lady Phoebe
con facilidad.
El asombro fue claro en el rostro de Harte por un momento. Sin
embargo, el asombro duró poco. —¿Quiere que la guíe por mi jardín,
milady? Será un honor hacerlo.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ante la oferta de Harte, MacLeish se aclaró la garganta. —En realidad,
invité a Lady Phoebe a venir a ver nuestros progresos. Además, ¿no dijo que
tenía intención de reunirse con una nueva actriz?
Harte pareció alarmado ante el recordatorio. —Maldita sea, casi lo
había olvidado. Debo irme, milady, pero está usted en buenas manos con el
señor MacLeish. Y Malcolm —Harte le dirigió al joven una mirada sin
sonreír— continuaremos esta discusión mañana, ¿sí?
—Sí, señor, —respondió MacLeish, con aspecto nervioso.
Harte asintió y se alejó por el camino hacia el río.
MacLeish pareció respirar aliviado en cuanto el otro hombre se fue.
Se volvió hacia Phoebe. —Bienvenida, milady. Empezaba a temer que
no viniera. —El cabello pelirrojo del hombre brillaba bajo el sol, luminoso y
juvenil, sin una sola cana a la vista.
Maldito sea.
—¿Creyó que olvidaría su invitación? —Lady Phoebe sonrió, un
hoyuelo brillando junto a su exuberante boca.
Ella quitó su mano del brazo de Trevillion, extendiéndola hacia el
arquitecto.
MacLeish se inclinó sobre su mano, sus labios rozando los nudillos.
Trevillion deseó poder apartar de ella el contacto del otro hombre. El traje
verde hierba de MacLeish complementaba el vestido rosa intenso que
llevaba Lady Phoebe.
Trevillion dio un paso atrás.
Parecían una pareja perfecta.
—Me alegro de que esté aquí, milady, —dijo MacLeish, mirándola
desde su inclinación—. Venga. Déjeme mostrarle lo que planeo.
Ella enlazó su brazo con el de él.
Cuando se giraron, Trevillion se puso a una discreta distancia detrás de
ellos.
MacLeish inclinó su cabeza hacia la de ella, pero su voz seguía sonando.
—¿Es necesario que sus guardias la sigan tan de cerca?
—Bueno...
—Sí, —gruñó Trevillion. No importaba que ella lo deseara en otra
parte. Su trabajo era vigilarla.
—Entonces le doy la bienvenida a sus tres acompañantes, milady, —
respondió MacLeish en tono divertido—. Ahora, estamos paseando por el
camino que nos llevará al gran teatro. A su derecha está el estanque

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
ornamental que Lord Kilbourne ha cuidado tanto. Espera erigir un puente a
una pequeña isla en medio del estanque y cuando esté listo, podré invitarla
una vez más para que lo atraviese.
Se dirigió a ella como a un igual, reflexionó Trevillion con un respeto a
regañadientes. Es decir, MacLeish no le hablaba a Lady Phoebe como si el
hecho de ser ciega la hubiera ablandado. Lamentablemente, no siempre fue
así.
—Oh, qué encantador, —respondió Lady Phoebe—. Dígame, ¿piensa
Lord Kilbourne plantar arbustos y flores perfumadas en el jardín?
—Me temo que no lo sé, —respondió MacLeish con pesar—. Se lo
preguntaré la próxima vez que lo vea, créalo.
—¿No está aquí hoy?
—No, creo que ha llevado a su familia a visitar una feria fuera de
Londres.
—Parece una excursión encantadora. —Su voz era melancólica.
MacLeish la había acercado al estanque ornamental y Trevillion
observó de cerca a Lady Phoebe mientras se inclinaba. Un resbalón en esa
orilla y ella se hundiría.
Lo que quizás fue la razón por la que no vio a los seis hombres
avanzando hacia ellos hasta que fue demasiado tarde.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Seis
Corineo se aferró a las largas crines del caballo blanco. Se aferró mientras ella se acercaba a la
orilla, llevándolo con ella hasta que ambos tocaron la arena bajo las olas. Pero cuando el caballo
encantado habría regresado al mar, Corineo tomó la cadena de hierro de su cuello y la arrojó
sobre el cuello del caballo, frenándola...
—De The Kelpie

Phoebe estaba agachada, escuchando atentamente porque creía haber


oído el profundo croar de las ranas, cuando varios pasos se acercaron a la
carrera.
Una voz muy ronca bramó: —¡Entreguen a la mujer!
Phoebe se enderezó, el miedo le recorrió la columna como agua helada.
El señor MacLeish gritó algo junto a ella, pero cuando lo buscó, no
estaba allí.
No había nadie allí.
Estaba sola, confundida, sin saber dónde estaba el peligro. Todo el
mundo gritaba, y ella podía escuchar forcejeos y lo que sonaba como golpes
aterrizando en la carne.
¡BANG!
Se estremeció horriblemente, tropezando, con las manos extendidas, el
olor a pólvora en el aire.
¿Trevillion? ¿Había disparado? ¿Dónde estaba? No podía oler su aroma,
no podía saber dónde estaba.
—¡James!
Alguien se precipitó junto a ella, agarrando su brazo y apretando
bastante dolorosamente.
Otro grito del Sr. MacLeish.
La mano fue arrancada de su brazo.
—¡James!
¡BANG!
Dios mío, se estaba volviendo loca. Quería correr, pero estaba
demasiado asustada para moverse.
—¡James!

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
El olor a bergamota y sándalo, familiar, reconfortante, la rodeó y luego
el Capitán Trevillion la llevó al suelo.
Ella sollozó de alivio. Bendito alivio. Los sonidos de la lucha
continuaban a su alrededor, pero ella estaba envuelta por su cuerpo, por su
olor. Podía sentirlo contra su espalda, los duros bordes de los cinturones
que llevaba sobre el pecho para enfundar sus pistolas, pero no las pistolas
en sí. Debió de desenfundarlas. Su mejilla estaba cálida contra la de ella, un
poco áspera por la barba.
El suelo era duro y frío bajo ella y tenía las palmas de las manos
raspadas donde había sufrido la caída.
La respiración de Trevillion era acompasada, sin prisa, y ella se
preguntó salvajemente qué le haría respirar más rápido. Se preguntó si ella
podría hacerlo respirar más rápido.
—Milady, —le dijo al oído, su voz era una caricia, profunda, segura y
protectora—. Milady.
Escuchó el sonido de pies corriendo, alejándose de su posición.
—Lady Phoebe, —llamó el Sr. MacLeish, bastante cerca—, ¿está usted
bien?
—¿Se han ido?, —preguntó ella a Trevillion.
—Sí, —dijo él, y ella supo de repente que todo estaba mal. Su voz
estaba muerta—. El Señor MacLeish la ha salvado.
—¿Qué? ¿Cómo?
El calor de él abandonó su espalda y ella sintió un frío repentino
mientras él la ponía de pie.
—¿Está herida, Lady Phoebe? —MacLeish preguntó con ansiedad—.
¡Malditos sean esos canallas! Intentar secuestrar a una gentil dama a plena
luz del día. Gracias a Dios que estaba aquí para ayudar.
—Yo... no, estoy bien, —dijo ella—. Capitán, ¿qué...?
Oyó que se acercaban pasos corriendo y se tensó, pero entonces Reed
dijo sin aliento: —Lo siento, Capitán, hemos perdido a los bastardos. Creo
que le dio a uno con su pistola, aunque estaba sangrando mucho.Tenían
caballos esperando cerca de los árboles.
—Hiciste lo que pudiste, —respondió Trevillion, todavía en ese tono
plano—. ¿Cómo estás, Hathaway?
—Tengo un rasguño en el brazo, señor. —La voz del joven lacayo
tembló—. Hay... hay mucha sangre.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Tranquilo, muchacho, —dijo Trevillion—. Toma su otro brazo, Reed.
—Suspiró—. Qué jodido desastre es esto.
Phoebe se quedó con la boca abierta por la vulgaridad. Trevillion nunca
había utilizado ese lenguaje delante de ella. Algo debía de pasar realmente.
Le tendió una mano temblorosa a Trevillion, pero fue el Sr. MacLeish
quien la tomó en su lugar. Percibió el olor de la tinta y no estaba bien. La
tinta no la hacía sentir mejor.
No la hacía sentir segura.
—Venga, milady, —dijo el Sr. MacLeish—. Esto debe haber sido un
shock terrible para usted. Tengo un refugio temporal cerca, no mucho más
que un cobertizo, me temo, pero puedo prepararle una taza de té caliente
allí.
—No, —dijo Trevillion, breve y cortante. Ella quería tocarlo de nuevo,
oler el aroma de la bergamota y el sándalo. ¿Por qué estaba tan molesto? Ahora
estaba a salvo, los secuestradores habían desaparecido—. Llevaremos a
Lady Phoebe a casa, fuera del camino del peligro.
—Voy con ustedes. —El Sr. MacLeish sonaba desafiante.
Pero Trevillion no discutió el punto. —Muy bien.
Ella oyó su distintivo paso con el bastón y se dio cuenta -con horror- de
que no iba a guiarla hasta el barco.
—Por aquí, milady, —dijo MacLeish con tierna consideración, pero
todo lo que ella realmente quería era Trevillion.
Trevillion, que se alejaba cada vez más.
Algo en su corazón parecía apretarse por el miedo, más miedo que el
que había tenido cuando los atacaron.
Entonces había estado a salvo en los brazos de Trevillion.
—La protegeré, no tema, —le dijo el Sr. MacLeish.
—Para eso tengo al Capitán Trevillion, —respondió ella un poco agria,
pero lo hizo. El señor MacLeish estaba siendo presuntuoso.
—Y sin embargo, fue el señor MacLeish quien la salvó, milady, —dijo
Trevillion frente a ellos, con voz fría.
—¿Qué?, —preguntó ella con malicia. ¿Se había vuelto loco el mundo?
—Usted cubrió mi cuerpo con el suyo, Capitán. Creo que no lo estaba
imaginando.
—Sí la cubrí, milady. —Su voz ya no estaba completamente muerta. En
cambio, había una débil emoción en ella, una que ella no podía
identificar—. Pero fue el Sr. MacLeish quien lideró la carga contra los

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
atacantes. El Sr. MacLeish los hizo retroceder armado sólo con un cuchillo
contra sus pistolas. Es él quien merece su agradecimiento... y el mío.
—Oh, bueno, —dijo el Sr. MacLeish, sonando avergonzado—. Sólo hice
lo que cualquier caballero haría.
—Tal vez, —replicó Trevillion—, pero aun así le agradezco que haya
salvado la vida de mi dama.
Pena. La emoción en su voz era pena.
El corazón de Phoebe se hundió hasta los pies.

Él tenía ganas de vomitar. El carruaje se balanceaba rítmicamente mientras


Trevillion miraba por la ventanilla, intentando desesperadamente ordenar
sus rasgos.
Había fracasado... fracasado de nuevo. Nunca debió permitir que Phoebe
fuera a Harte's Folly. Se había permitido acercarse demasiado a ella. Dejó
que su afecto por ella lo llevara a permitir la salida. Había querido hacerla
feliz, se dio cuenta, y eso había sido un error casi fatal.
Trevillion cerró los ojos, reviviendo impotente aquel horrible momento.
Se había tumbado encima de Phoebe, protegiendo su pequeña figura con su
propio cuerpo. Ya había disparado sus dos pistolas y, de alguna manera, no
había conseguido abatir a ninguno de los atacantes. Reed y Hathaway
seguían luchando, pero dos hombres avanzaban hacia él y su protegida y
simplemente no podía luchar contra los dos. Peor aún, reconoció a uno de
los hombres del ataque en Bond Street. Entonces MacLeish se había
lanzado hacia adelante, atacando con su cuchillo, y de alguna manera había
alejado a ambos hombres.
Si MacLeish no hubiera estado allí, se habrían llevado a Phoebe, y
entonces...
No. Simplemente no podía pensar en lo que podría haberle sucedido, lo
que podrían haberle hecho, sin volverse loco.
Lady Phoebe y MacLeish estaban en el asiento de enfrente, y por el
rabillo del ojo pudo ver que MacLeish aún sostenía su mano. El muchacho
parecía realmente enamorado, pensó con una pequeña parte desapasionada
de su mente.
Lástima que MacLeish no fuera de la aristocracia. Sin un pedigrí del
más alto nivel, era dudoso que el duque dejara al arquitecto acercarse a su
hermana.
Especialmente después de la debacle de esta tarde.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Trevillion reprimió una mueca de dolor. La pierna le estaba dando un
disgusto. Había caído con fuerza cuando saltó para cubrir a Lady Phoebe.
Lo pagaría en los próximos días y, aunque tenía ganas de frotar la
pantorrilla afectada, se abstuvo de hacerlo.
Parecía que aún le quedaba un poco de orgullo.
El carruaje se detuvo y lo sacó de sus amargos pensamientos. Habían
llegado. Era su deber llevar a Lady Phoebe a salvo a la casa.
—Manténgase a su lado, —le dijo a MacLeish.
Afortunadamente, al hombre no le molestó recibir órdenes. Se limitó a
asentir con la cabeza y esperar a que Trevillion bajara del carruaje.
Trevillion se tomó un momento para mirar hacia un lado y otro de la
calle. Debían de haberles seguido hasta Harte's Folly; si no, ¿cómo podrían
haber adivinado los secuestradores que estarían allí? Sin embargo, no había
visto a ningún seguidor y, además, los atacantes habían estado esperando
con caballos. Obviamente, no los habían seguido a caballo a través del
Támesis. No, los posibles secuestradores sabían que Lady Phoebe estaría en
Harte's Folly y a qué hora precisamente.
¿Había murmurado alguno de los invitados a la fiesta del té de la
señorita Dinwoody?
Trevillion hizo una mueca. Las habladurías, descubrió, eran inevitables.
Independientemente de cómo se hubieran enterado los atacantes de su
viaje a Harte's Folly, ahora no veía a ningún merodeador: ningún carruaje
sospechoso, ningún grupo de hombres rondando. Se volvió hacia el
carruaje.
Reed y Hathaway ya se habían bajado de la parte trasera, y Hathaway
tenía un aspecto ligeramente verde en los bordes. La sangre de su brazo
había empapado su librea, a pesar del apresurado vendaje que le habían
puesto en Harte's Folly.
Trevillion asintió a Hathaway. —Preséntese en las cocinas de
inmediato y vea que la herida sea atendida. Reed, quédate en la puerta
principal.
Reed se apresuró a asumir su posición mientras Hathaway desaparecía
en el interior. Trevillion sacó una de sus pistolas, aunque ya no estaba
cargada, al menos daba la impresión a los curiosos de estar armado.
—MacLeish. —Observó como el arquitecto ayudaba cuidadosamente a
Lady Phoebe a salir del carruaje—. Entre directamente en la casa. No se
detenga.
Lady Phoebe volvió la cara hacia él. —Estoy aquí, sabe.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Milady, hablaremos dentro.
MacLeish siguió sus órdenes al pie de la letra, metiéndola dentro sin
otra palabra.
Trevillion tomó la retaguardia y cerró la puerta de Wakefield House
tras ellos. —Reed, lleva al Sr. MacLeish y a Lady Phoebe la sala de estar y
manda a buscar un poco de té.
Lady Phoebe frunció el ceño. —¿A dónde va?
—Tengo que informar a su hermano.
Ella le agarró del brazo con notable precisión. —Me dijo que
hablaríamos.
—Y así lo haremos, milady. —Suavemente, con pesar, le quitó la mano
del brazo—. Después de que haya hablado con el duque.
—James...
Se dio la vuelta antes de que ella pudiera protestar más y se dirigió por
el pasillo al estudio de Su Excelencia. La puerta estaba cerrada, pero entró
sin llamar.
El duque estaba apoyado en su escritorio, examinando una especie de
mapa dispuesto sobre toda la superficie. A su lado estaba su ayuda de
cámara, Craven.
Ambos levantaron la vista a su llegada.
Los ojos de Wakefield se entrecerraron. —¿De qué se trata?
—Lady Phoebe ha sido atacada de nuevo, —dijo Trevillion. Esta vez se
negó a sentarse, por más que su pierna protestara—. Está ilesa.
—Gracias a Dios, —dijo Craven en voz baja.
—¿Cuándo ocurrió esto? —Wakefield gruñó.
—En Harte's Folly, Su Excelencia, hace apenas una hora. La traje
directamente a casa.
—¿Qué, —dijo peligrosamente el duque—, estaba haciendo mi
hermana en Harte's Folly?
Trevillion agachó la cabeza. Esto era culpa suya, lo sabía. Había tomado
la decisión de dejarla ir.
En retrospectiva, había sido una auténtica idiotez. —Fue invitada por el
arquitecto que diseñaba los edificios, un tal Malcolm MacLeish.
Wakefield miró a Craven. —Averigua quién es.
—Sí, Su Excelencia. —Craven sacó un cuaderno de su bolsillo y
escribió algo en él.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿Qué sabes de este hombre?
Trevillion negó con la cabeza. —No lo suficiente, más allá de que a su
hermana le gusta. Es el arquitecto de Harte's Folly. Tiene algún tipo de
conexión con el Duque de Montgomery, que merece ser investigado, pero
parece un buen hombre.
Wakefield lo miró torvamente.
Trevillion le sostuvo la mirada. —Podría ser peor, Su Excelencia.
El duque hizo a un lado ese pensamiento. —Phoebe nunca debería
haber estado en Harte's Folly.
—Sí, Su Gracia, —dijo Trevillion—. Asumo toda la responsabilidad.
—Como debe ser, —espetó el duque—. ¿Qué te poseyó para dejar que
mi hermana visitara un jardín abandonado? Cualquiera podría haber estado
al acecho.
Trevillion cerró la boca. ¿Qué podía decir en su defensa? ¿Que había
puesto en peligro a Phoebe porque había pensado con el corazón y no con
la cabeza?
Wakefield frunció el ceño con irritación. —¿Cómo es posible?
Maywood está muerto. Es increíble que haya sido atacada dos veces en una
semana por hombres diferentes.
—No lo fue.
Wakefield se calmó. —Explícate.
—Esto no es Maywood, —dijo Trevillion—. Nunca fue Maywood.
Reconocí a uno de los atacantes, un hombre con una cicatriz en la cara, del
primer ataque en la calle Bond. Quienquiera que estuviera detrás de esto
estaba detrás de Bond Street.
Wakefield juró. —Tenías razón todo el tiempo, Trevillion. Te debo una
disculpa.
—Gracias, Su Excelencia, pero eso apenas importa ahora. —Trevillion
apretó el puño. —Tiene que buscar a ese hombre de la cicatriz, pero
también tiene que ampliar su investigación. Mire de cerca a sus enemigos y
socios de negocios. Averigüe quién le guarda rencor, quién podría querer
influir en el Parlamento tomando como rehén la seguridad de Lady Phoebe,
qué cazafortunas querrían su dote, y cualquier hombre que haya mostrado
un interés especial por ella en el pasado.
Wakefield asintió, con aspecto cansado y sombrío. —Por supuesto. —
Miró a Craven.
El ayudante de cámara había estado muy ocupado garabateando en un
papel mientras Trevillion enumeraba los puntos de la investigación. Ahora

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
dobló el papel y se puso de pie. —Me ocuparé de ello inmediatamente, Su
Excelencia.
Se inclinó y salió de la habitación.
—Hay una cosa más que debo decirle, Su Excelencia. —Trevillion se
apretó las manos, sintiendo que las uñas se le clavaban en las palmas—. Si
no fuera por el señor Malcolm MacLeish se la habrían llevado.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Wakefield lentamente.
Trevillion se encontró con la mirada del otro hombre directamente. —
Exactamente lo que digo. Esta vez había seis hombres. Yo tenía a Reed y a
Hathaway, con una pistola cada uno. Un disparo para cada uno, pero todos
salieron desviados, incluso el mío, aunque Reed pensó más tarde que
podría haber dado un golpe de gracia. Me derribaron y uno de los hombres
tenía agarrado el brazo de Lady Phoebe cuando llegué a ella. Había dos
cargando contra nosotros mientras yo estaba cubriéndola, desarmado.
MacLeish los ahuyentó a ambos. Simplemente, si MacLeish no hubiera
tenido un cuchillo en su bota, si no hubiera sido lo suficientemente valiente
para enfrentarse a dos hombres, habrían conseguido llevarse a su hermana.
—¿Por qué me dices esto? —dijo Wakefield lentamente.
—Porque ya no puedo proteger a Lady Phoebe, —dijo Trevillion. La
cabeza alta, la mirada fija—. Porque renuncio a mi posición como su
guardián.

Trevillion había ido a hablar con Maximus hacía una hora y Phoebe aún no
tenía noticias suyas.
—¿Quieres más té? —preguntó solícitamente el Sr. MacLeish.
Estaban en el Salón Aquiles, tomando té mientras el pobre Reed estaba
en algún rincón haciendo guardia. Menos mal que tanto la prima Bathilda
como Artemis habían salido cuando llegaron a casa, de lo contrario
probablemente estaría en la cama ahora mismo con un paño mojado en
agua de lavanda en la frente.
—Y aquí hay unos pastelitos de colores bastante extraños, —continuó
el señor MacLeish, aparentemente ajeno a su impaciencia—, que
probablemente saben mucho mejor de lo que lucen.
—Estoy segura de que lo hacen, —dijo ella distraídamente—. Me
pregunto por qué tarda tanto Maximus.
—Oh... er... bueno, supongo que está discutiendo la mejor manera de
protegerla, milady, —dijo el señor MacLeish. No debe haberla visto hacer
una mueca, porque continuó—. Confieso que yo mismo estoy bastante
preocupado por ese punto. No me gustaría que le pasara nada, milady. En...

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
de hecho, se ha convertido en alguien muy querido para mi corazón.
Cuando vi a esos hombres amenazándola esta tarde, me sentí simplemente
abrumado por la rabia.
—Ha sido muy valiente al salir en mi defensa, —dijo Phoebe
distraídamente.
Sonaron pasos fuera del salón y Phoebe se enderezó, girando la cabeza
en esa dirección.
Los pasos pasaron y sus hombros se desplomaron.
—Fue un placer mantenerla a salvo, milady, —dijo el señor MacLeish—
. De hecho, espero que me cuente como un... ¿amigo? ¿Quizás incluso un
buen amigo?
—Por supuesto. —Phoebe sonrió brevemente.
Le costaba concentrarse en su conversación. Maximus se pondría
furioso cuando se enterara de las noticias de Trevillion, y cuando estaba de
mal humor, era propenso a hacer cosas bastante drásticas. ¿Y si decidía
enviarla al campo? ¿Y si decidía que Trevillion no debía seguir
custodiándola?
Seguramente no haría algo tan estúpido.
Phoebe se mordió el labio. El Sr. MacLeish había sido muy amable al
sentarse con ella y tratar de distraerla, pero realmente, por muy amable que
fuera, había empezado a ponerla de los nervios.
Y se moría por saber de qué hablaban Trevillion y Maximus.
—Lo siento, Sr. MacLeish, —dijo ella, poniéndose de pie con bastante
brusquedad—. Pero creo que voy a descansar ahora.
—Oh, por supuesto, milady, —dijo él, siempre caballeroso—. La
angustia de los eventos de esta mañana debe ser bastante abrumadora para
alguien de constitución delicada.
—Erm... sí. —Trevillion se habría reído mucho de la idea de que ella
tuviera una constitución delicada... bueno, si Trevillion se hubiera reído de
algo—. Espero que lo entienda.
—Ciertamente, milady. Sólo lamento no haberme dado cuenta antes, —
dijo, sonando terriblemente amable y dulce.
Lo que le produjo una horrible punzada de culpabilidad, pero Phoebe se
obligó a seguir sonriendo... débilmente.
El Sr. MacLeish se inclinó sobre su mano, se despidió -varias veces- y
finalmente salió de la habitación.
La puerta se cerró tras él.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Phoebe se sentó sobre sus manos y comenzó a contar en silencio,
consciente de que el pobre Reed probablemente la estaba mirando y
preguntándose si se había vuelto loca.
Al llegar a ciento cincuenta, nunca había sido tan paciente en toda su
vida, entró el mayordomo Panders.
—El Sr. MacLeish se ha ido, milady. ¿Le gustaría...?
—Nada para mí en este momento, Panders, —dijo ella mientras se
ponía de pie de un salto—. ¿Está mi hermano todavía en su estudio?
—En efecto, milady, —respondió Panders, con un leve toque de
desconcierto en su voz, mientras ella pasaba junto a él y salía por la
puerta—. ¿Podría...?
Ella agitó una mano en el aire. —¡No es necesario, gracias!
Bajó la gran escalera en un santiamén y luego se apresuró a atravesar el
vestíbulo, guiándose con sus dedos por la pared.
La puerta de Maximus estaba cerrada, lo que significaba que no quería
que lo molestaran, pero al diablo. Phoebe entró de golpe. —Capitán
Trevillion, realmente no creo...
—Él no está aquí, Phoebe.
Ella frunció el ceño, sintiéndose confundida. No había hablado con
Maximus desde su gran rabieta de la noche anterior y realmente debería
arreglar las cosas -o al menos no estropear más- pero ahora no era el
momento. —Bueno, ¿dónde está, entonces?
—Sospecho que en sus habitaciones.
—¿Por qué...?
—Phoebe.
Rara vez usaba la voz ducal con ella, pero cuando lo hacía, ella tenía la
tendencia a cerrar la boca.
Hoy no. —Es mi culpa, sabes. Lo acosé y lo acosé hasta que me llevó a
Harte's Folly, y sigo pensando que no fue tan mala idea. Quiero decir,
¿quién lo hubiera pensado? Yo no, en todo caso. Pero eso no viene al caso.
Maximus, no puedes censurar al Capitán Trevillion. Es mi guardia, no mi
carcelero. Es bastante injusto darle un trabajo que simplemente no puede
hacer porque yo no se lo permito.
Ella hizo una pausa para tomar aliento y su hermano habló muy
rápidamente, una habilidad que sin duda había perfeccionado en el
Parlamento. —La capacidad del Capitán Trevillion para hacer su trabajo ya
no es motivo de preocupación.

85
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Y casi se estrangula con el aliento que estaba tomando. —¡Maximus!
Dime que no lo hiciste. Contrátalo de nuevo en este instante o iré por
Artemis y no creo que eso te guste.
Lo cual era una amenaza bastante ambiciosa, ya que Artemis, por regla
general, se ponía del lado de su marido o permanecía neutral, pero en este
caso Phoebe sentía que tenía una causa que su cuñada respaldaría.
—No está en mis manos, —dijo Maximus—. Yo no dejé ir al Capitán
Trevillion. Él renunció sin que yo se lo pidiera.
Renunció.
Sintió que su corazón caía en picado hasta los pies. No, no podía ser. Él
no podía ser tan noble y estúpido. No por su insistencia en que visitara un
jardín de placer destruido, entre otras cosas.
Phoebe se dirigió a la puerta, saliendo y cerrando tras ella mientras su
hermano seguía diciéndole algo.
No tenía tiempo para discutir con Maximus. No ahora.
—¡Panders!, —llamó mientras se apresuraba hacia el frente de la casa—.
Panders, necesito tu ayuda después de todo.
—¿Milady? —Panders, como siempre, apareció justo cuando alguien de
la casa lo necesitaba.
—Me temo que he cambiado de opinión. —Phoebe inhaló,
estabilizando su voz—. Necesito que un lacayo me acompañe a la
habitación del Capitán Trevillion.
Y aquí fue donde Panders demostró ser el mejor mayordomo de
Londres. No hizo ningún comentario ni reparo a su deseo de ir a la
habitación de un soltero, bastante impropio; simplemente chasqueó los
dedos y llamó: —Green.
Cinco minutos más tarde, Phoebe llamaba a la puerta del Capitán
Trevillion, que casualmente se encontraba casi en la parte trasera de la
casa, cerca, pero no del todo, de las dependencias del servicio.
—Adelante, —llamó.
—Puedes ir, Green, —dijo Phoebe, y abrió la puerta.
—Milady. Por supuesto, —dijo Trevillion, y mientras antes se habría
exasperado, ahora parecía simplemente... tenso.
—No parece estar del todo contento de verme, Capitán, —dijo
ligeramente, tratando de ocultar la punzada de dolor. Maldita sea, todo
esto era culpa suya.
—Tal vez no lo esté, —respondió él—. ¿Dónde está MacLeish?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿MacLeish? —Ella sacudió la cabeza confundida—. En su casa, creo
que en este momento, aunque ciertamente no pregunté por sus planes
posteriores para el día. Por lo que sé, está haciendo un viaje a Inverness.
—Milady, —dijo él en ese tono burlón que, extrañamente, ella había
llegado a disfrutar.
—Es una cortesía común ofrecerle a una dama un asiento, —le informó
ella.
Él suspiró y ella oyó que se movía algo. —Aquí. Sólo tengo una silla de
respaldo recto.
—Eso servirá, —dijo ella mientras se sentaba, arreglando sus faldas y
aprovechando el tiempo que le proporcionaba para ordenar su
argumento—. Ahora bien, simplemente no puede dejar el servicio de mi
hermano.
—Mi decisión ya está tomada, milady, —dijo él—. Estoy empacando
ahora.
Ella se lo había temido. Se enderezó, relamiéndose los labios. —James,
no lo permitiré. Debes bajar a ver a Maximus y explicarle que los
acontecimientos de esta mañana te han provocado una fiebre en el cerebro
que te hace hacer cosas bastante imprudentes.
—No.
El pánico empezaba a golpear su pecho. —¡Sí, James! No voy a dejar que
te vayas sólo porque he sido terca y malcriada y te he hecho llevarme a
Harte's Folly. Lo siento, ¿no lo ves? Lo siento de verdad y no lo volveré a
hacer.
—Esto no fue su culpa. Tiene todo el derecho a desear ir a un sitio, —
dijo él con suavidad, lo que sólo hizo que ella se inquietara más. Estaba
siendo demasiado amable y sus siguientes palabras confirmaron sus
temores—. Es culpa mía por no decirle que no.
—Eso es absolutamente ridículo, —estalló—. Sólo dile a Maximus que
has cambiado de opinión y que tienes la intención de quedarte. Por favor.
—Milady. —De repente, él estaba más cerca, con el aroma de la
bergamota y el sándalo flotando sobre ella—. Puede que posea perros y
caballos y bonitos vestidos, pero yo no le pertenezco. Soy un hombre libre
que hace lo que quiere. Y ahora mismo mi voluntad es abandonar este lugar.
Ella se puso de pie y extendió la mano, chocando con su abrigo. Tanteó
con sus dedos, sobre las correas vacías de sus fundas, sobre los botones y el
lino de su corbata.
Él capturó sus manos antes de que ella pudiera llegar a la piel.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Sin embargo, ella se acercó, con la cara a escasos centímetros de la suya.
—Te necesito, James.
—No puede, —susurró él—. Soy viejo, con cicatrices y cojo. Le fallé
esta mañana. No puedo...
—No lo hiciste, —dijo ella con fiereza—. Nunca me has fallado, ni una
sola vez.
—Lo he hecho. Le he fallado. —Sus palabras fueron tan vehementes, tan
agónicas, que ella se quedó muda—. ¿No lo entiende? La habrían atrapado si
no hubiera estado MacLeish. La habrían llevado a Dios sabe dónde, habrían
hecho lo que fuera... —Pareció ahogarse por un momento, sus manos
apretando las de ella con tanta fuerza que le dolían y ella sólo pudo
aguantar, escuchando el terrible sonido de su voz—. Dios, Phoebe. Podrían
haberte violado, podrían haberte matado, y yo no habría sido capaz de
detenerlos.
—Sí, podrías haberlo hecho, —dijo ella, desesperada—. Los habrías
detenido si el Sr. MacLeish no hubiera estado allí.
—No, no lo habría hecho, —respondió él, sus palabras eran más terribles
por la misma suavidad con que las decía—. Si mi orgullo no me hubiera
mantenido a tu lado durante tanto tiempo, me habría ido hace tiempo.
Convencí a tu hermano para que me permitiera quedarme como tu
guardaespaldas y mi arrogancia casi me hizo perderte. Todo esto es culpa
mía. He destruido vidas antes con mi fracaso. No lo haré contigo. No debo
estar aquí. Tengo que irme.
No. Nononono.
Ella no sabía de qué vidas destruidas estaba hablando, pero no importaba
ahora. No podía dejarlo marchar. Se abalanzó hacia delante, con su nariz
golpeando su corbata, sacando las manos desesperadamente de su agarre,
agarrando su abrigo, su oreja, cualquier cosa que fuera él. Sabía lo torpe,
rara y ciega que debía ser, pero no le importaba. De alguna manera, su boca
encontró la mandíbula de él y aspiró sándalo.
—Phoe...
Ella aplastó su boca contra la de él, cortando su nombre. No fue un beso
dulce ni mucho menos, nunca había besado a un hombre. Pero fue extraño
y maravilloso de todos modos. Sintió un florecimiento en su pecho, un pozo
salvaje y palpitante de esperanza y alegría, al sentir sus labios contra los
suyos. Respirando sándalo y bergamota, pólvora y James.
James. James. James.
Él gimió y por un segundo ella sintió el triunfo.

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Y entonces él tomó sus manos entre las suyas y las separó de su persona.
La empujó hacia atrás, la levantó y la llevó, a medias, hasta la puerta y salió
al pasillo.
La puerta se cerró de golpe tras ella.
Oyó el chasquido de la cerradura en su sitio con total claridad.

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Capítulo Siete
Ahora bien, es bien sabido que todas las cosas de hierro son como un veneno para el pueblo de
las hadas. Una vez frenado por el hierro, el caballo de mar no podía volver a convertirse en
doncella ni escapar.
Corineo se subió al lomo de la criatura y, agarrando la cadena de hierro, la montó en aquella
tierra desconocida...
—De The Kelpie

Aquella noche, Trevillion dejó caer su bolsa al suelo y observó su


diminuta habitación alquilada. Había una cama estrecha, un lavabo, una
silla torcida y la chimenea. Sobre la chimenea, alguien había colgado un
pequeño espejo redondo, salpicado de gusanos y con poca luz. No era un
alojamiento lujoso ni mucho menos, pero al menos estaba limpio. Tenía una
pequeña suma ahorrada, más que suficiente para vivir durante varias
semanas antes de buscar otro trabajo.
En ese tiempo pensaba encontrar y eliminar a los secuestradores de
Phoebe.
Wakefield había puesto a cinco lacayos armados a vigilarla, pero
mientras el secuestrador siguiera por ahí, ella no estaba a salvo. Y él no se
iría de Londres hasta que ella lo estuviera.
Se paró un momento, recordando aquellos fugaces segundos en sus
habitaciones de Wakefield House. Ella había sido tan urgente, tan
inocentemente apasionada, que él había tenido que poner una puerta entre
ellos para evitar sus propios impulsos.
Lo cual no había sido nada inocente.
Un golpe sonó en su puerta.
La abrió de un tirón para descubrir a un joven delgado. Trevillion miró
hacia arriba y hacia abajo en el pasillo y le indicó al chico, o más bien a la
chica disfrazada de chico, que entrara. Cerró la puerta y se volvió para
examinar a su visitante.
Hacía más de un año que no veía a Alf, pero en ese tiempo no había
cambiado mucho. Demasiado bajo para un chico de su edad, Alf era todo
codos y rodillas en un sucio abrigo marrón demasiado grande y un chaleco
negro oxidado. Su pelo castaño estaba medio atado con un poco de cordel,
pero la mayor parte caía alrededor de su rostro ovalado. El disfraz era
bastante bueno, en realidad. No fue hasta que Trevillion vio por tercera vez
a Alf, en las profundidades de los bajos fondos de St Giles, que adivinó su

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
sexo. Nunca le mencionó el descubrimiento. No era necesario; obviamente,
Alf se sentía más cómodo con que el mundo pensara que era un chico, y la
mayoría nunca vería más allá de su apariencia externa.
Algo bueno, además. Una joven sola en St. Giles era presa de muchos.
Estaba mejor con su ropa de hombre. Trevillion sólo esperaba que pudiera
mantener el disfraz cuando envejeciera y adquiriera una figura más
femenina.
Por el momento, Alf estaba ocupado explorando la habitación de
Trevillion, con sus delicados dedos recorriendo la chimenea vacía. —Me
han dicho que quería hablar conmigo, Capitán. —Ella lo miró a través de su
flequillo de pelo lacio.
—Sí. —Trevillion se sentó en la cama y señaló la única silla—. Quiero
que investigues un asunto por mí.
Alf no se molestó en sentarse. —Eso le costará.
Trevillion arqueó una ceja. —No pensé que tus servicios fueran
gratuitos.
—Y no lo son. —Alf cruzó los brazos sobre su delgado pecho y se
balanceó sobre sus talones—. Soy el mejor recolector de información de
Londres.
Trevillion frunció los labios ante esta pequeña bravata, pero no hizo
ningún comentario. —Quiero saber quién está intentando secuestrar a
Lady Phoebe.
—Arr, —dijo Alf meditabundo, mirando al techo—. Eso será un poco
de trabajo. —Y nombró una suma de dinero bastante escandalosa.
Trevillion negó con la cabeza y contraatacó sacando el monedero del
bolsillo de su abrigo y sacando seis monedas de plata. —Te volveré a dar la
misma cantidad cuando me hayas traído la información.
—Hecho. —Rápido como un guiño, Alf le arrebató las monedas de la
mano y las guardó en el bolsillo—. Oirá de mí cuando tenga noticias.
Con eso, Alf se deslizó por la puerta y se fue.
Trevillion se quedó sentado un momento más, y luego se sacudió. Lo
primero es lo primero. Cargó sus pistolas y las enfundó en su pecho. Luego
salió.

Londres era una ciudad diferente al anochecer. Los faroles colgaban de


las mejores casas, reflejándose en los adoquines húmedos e iluminando su
camino. En una taberna cercana sonaba música de violín y de gaita y, al

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
pasar, un trío de borrachos salió tambaleándose, casi cayendo a la calle en
su jolgorio.
Trevillion se mantuvo en las sombras todo lo posible. No dudaba que
pudiera defenderse -después de todo, estaba armado-, pero un altercado
sería un inconveniente.
Quince minutos más tarde llegó a un tipo de pensión bastante mejor
que en la que había tomado una habitación. Puede que MacLeish no sea un
aristócrata, pero era evidente que su situación económica era más favorable
que la de Trevillion. Es que un arquitecto -un hombre con educación
universitaria- estaba muy por encima de un antiguo soldado.
Trevillion estaba a punto de acercarse a la puerta principal cuando salió
una figura conocida.
El Duque de Montgomery vestía esta noche de amarillo azafrán, con un
traje que brillaba a la pálida luz de la luna creciente.
Se giró en el escalón y le habló a MacLeish, que rondaba la puerta. —
Procura hacerlo, Malcolm querido, o ya sabes lo que pasará, creo, ¿sí?
El bello rostro de MacLeish se inundó de un rojo intenso, visible incluso
a la incierta luz de un farol junto a la puerta. —Sí, Su Gracia.
—Perfecto, —dijo el duque, colocando un tricornio de encaje plateado
en su cabeza—. Me gusta mucho cuando todos estamos de acuerdo.
Y se puso en marcha, blandiendo un bastón de ébano mientras
caminaba.
Trevillion enarcó las cejas. Era extraño que un aristócrata anduviera a
pie tan tarde en la noche. Pero eso le facilitaba las cosas. Se apresuró a
seguir al duque, cojeando rápidamente durante otra manzana antes de que
Montgomery se girara de repente, y sacara una espada de su bastón. El
duque sonrió, mostrando los dientes mientras sostenía su espada en una
mano indolente. Un único anillo de oro brillaba en su dedo índice, casi
perdido en el encaje de plata que caía de su muñeca—. Más vale que te
muestres, seas quien seas.
Sonaba divertido, e incluso con la manera elegante en que sostenía esa
espada, Trevillion tenía la idea de que el duque sabía usarla.
—Su Excelencia. —Trevillion salió de las sombras, dejando que la luz
de un farol cercano revelara su rostro.
—Ah, Capitán Trevillion, debería haberme dado cuenta de que era
usted por el sonido de su bastón. —El duque no bajó su espada—. Bien
visto en esta noche oscura y lúgubre, pero dígame por favor: ¿por qué me
sigue?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Trevillion examinó su rostro. Conocía al duque sólo un poco, pero en
ese ligero conocimiento le había parecido voluble. El Duque de
Montgomery era un hombre hermoso con rasgos casi femeninos: nariz
estrecha, pómulos altos y boca voluptuosa. Era un poco más bajo que
Trevillion y llevaba el pelo rizado y rubio dorado sin despeinar y peinado
hacia atrás. Parecía un dandi frívolo, pero Trevillion no cometió el error de
aventurarse a la distancia de ataque de esa espada.
Hacía sólo unos meses había visto al duque disparar a un hombre sin
remordimientos.
—Me gustaría saber qué asuntos tiene con MacLeish, —dijo Trevillion.
—¿De verdad? —El duque arqueó una ceja—. ¿Y qué negocio es el suyo
con el joven Malcolm?
Trevillion no se molestó en responder, simplemente esperó.
—Ah, y supongo que me seguirá por Londres como un funesto presagio
hasta que le diga algo. Qué tedioso. —Montgomery suspiró con
impaciencia—. Es mi protegido, si debe saberlo, aunque no entiendo por
qué le importaría, francamente.
Trevillion ignoró los detalles verbales. —Un protegido al que amenaza.
Montgomery agitó su espada con pereza. —Algunas personas trabajan
mejor con amenazas, creo. Les da un cierto incentivo, digamos.
Trevillion se acercó un paso más. —Tiene algo sobre el chico.
—Apenas es un chico. Debe tener veinticinco años como mínimo, edad
suficiente para meterse en líos de hombres. —Montgomery sonrió para sí
mismo—. Un cierto tipo de hombre, al menos.
Trevillion sacó su pistola y Montgomery se quedó quieto, observándolo.
—No amenazará más a MacLeish, Su Excelencia. ¿Está claro?
—Claro como las aguas turbias del Támesis. —Montgomery inclinó la
cabeza, sus ojos azules brillaban a la luz de la linterna—. Ahora, me
pregunto, ¿por qué le interesa el buen Malcolm MacLeish? ¿Es por su piel
clara? ¿Esa hermosa cabeza de mechones castaños?
La pistola de Trevillion no vaciló. —¿Es eso lo que quiere de él?
—En absoluto. —Una sonrisa socarrona seguía jugando en los labios de
Montgomery—. Nuestra asociación no es tan personal, me temo.
—Entonces, ¿por qué mantenerlo bajo su control, Su Excelencia? —
preguntó Trevillion, realmente curioso—. ¿Qué quiere con él?
—El mundo y todos sus secretos, —replicó Montgomery con prontitud.
—¿Qué diablos significa eso?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
El duque se encogió de hombros con elegancia. —No debería preguntar
si no puede comprender las respuestas.
—Tal vez lo entendería mejor si dejara de hablar con acertijos. —
Trevillion se acercó con un paso amenazante.
La mirada del duque se desvió incluso cuando levantó las manos, con
una amplia sonrisa en sus labios móviles. —Retírese, Capitán. He dicho
que se retire. Separémonos como amigos esta noche. Tiene mi palabra de
caballero de que no molestaré más al escocés en lo sucesivo.
Los ojos de Trevillion se entrecerraron. El duque había capitulado
demasiado rápido para que su rendición fuera real. Cualquiera que fuera su
razón para usar a MacLeish, obviamente no estaba dispuesto a renunciar al
hombre.
Interesante.
Pero si Montgomery estaba decidido a no decirle la verdad, no había
mucho que Trevillion pudiera hacer. A pesar de sus amenazas, no sería muy
prudente disparar a un duque en la calle.
—Muy bien. —Trevillion bajó su pistola.
—¿Y nos damos un apretón de manos? —Montgomery le tendió la
mano, envuelta en aquel encaje plateado.
Trevillion miró la cara del hombre y un escalofrío le recorrió la espalda.
No se fiaba ni un ápice del duque: el hombre estaba demasiado satisfecho
de sí mismo.
Y demasiado interesado en jugar.
—Tengo su palabra, Su Excelencia. Eso es más que suficiente para mí.
—Muy bien. —Montgomery inclinó su ridículo sombrero—. Buenas
noches a usted, Capitán. —Con acento escocés, continuó—: Y que esta
noche se libre de fantasmas, demonios y bestias de piernas largas.
Dicho esto, el Duque de Montgomery continuó por la calle.
Trevillion esperó hasta que ya no pudo oír los pasos del duque en
retirada, y entonces se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos.
La lista de preguntas que tenía para Malcolm MacLeish era ahora aún
más larga.
Utilizó su bastón para llamar a la puerta de la pensión de MacLeish,
esperó un minuto, volvió a llamar y se quedó esperando un buen rato antes
de que la casera, con el ceño fruncido, abriera la puerta.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Llevaba un chal sobre su camisón y un enorme gorro de dormir. —
¡Golpeando a todas horas! Esta no es una casa de mala muerte, se lo
aseguro. Ahora, ¿qué puede querer a estas horas de la noche?
—Me gustaría ver al Sr. MacLeish, —dijo Trevillion.
—Y también a todo Londres, por lo que parece, —dijo la casera,
dándose la vuelta sin molestarse en invitarle a entrar—. Primero ese
caballero, tan elegante, y ahora usted. Le dije que tenía una casa muy
tranquila. No quiero que haya gentuza, ¡no quiero!
—Tal vez esto haga más dulce su trabajo, —dijo Trevillion con sorna,
poniendo una moneda en la mano de la arpía.
Ella entrecerró los ojos, palmeó la moneda e hizo un gesto con la cabeza
hacia las escaleras que había detrás de ella. —Está por aquí.
Subió las escaleras, con una mano agarrando una vela, y Trevillion la
siguió.
En el piso superior, golpeó fuertemente la primera puerta a la derecha.
—¡Sr. MacLeish! Tiene una visita, otra más.
El escocés abrió la puerta, con cara de recelo. Sin embargo, cuando vio a
Trevillion, el alivio pareció parpadear en sus ojos. —Capitán, pase por
favor.
—No corro a preparar el té a esta hora de la noche, —advirtió la casera.
—No hay problema, Sra. Chester, —le aseguró MacLeish con sorna—.
Estoy seguro de que podremos arreglárnoslas solos.
Trevillion entró en la habitación y, mientras MacLeish cerraba la puerta
tras él, echó un vistazo. Como en sus propias habitaciones, había una cama
estrecha, una silla, un lavabo y la chimenea, pero aquí se acababan las
similitudes. MacLeish tenía una gran mesa rectangular ante el fuego, con
enormes hojas de papel extendidas sobre ella. Además, tenía una cómoda
bastante bonita, una silla acolchada y varios cuadros pequeños colgados en
las paredes.
—Mi herencia, tal como es.
Trevillion se volvió para encontrar a MacLeish señalando los cuadros.
El otro hombre sonrió. —Mi abuelo era el hijo menor de un barón. A su
muerte no tenía más que unos pocos bienes mundanos, pero como sabía
que yo tenía ojo para el arte, me dejó los cuadros que había coleccionado.
—Su sonrisa se tornó en una sonrisa de pesar—. Me temo que me vi
obligado a vender las mejores piezas para pagar mi educación, pero sigo
teniendo bastante cariño al resto. —Se encogió de hombros—. ¿Quiere
beber algo? Tengo media botella de vino.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—No, gracias, —respondió Trevillion, hundiéndose en una de las sillas.
—Espero no quedarme mucho tiempo.
MacLeish asintió, observándolo con recelo.
—Quería hacerle algunas preguntas sobre esta tarde, —comenzó
Trevillion—. Habría sido casi imposible seguirnos hasta Harte's Folly a
través del Támesis y tener caballos esperando al otro lado.
—Cree que sabían que Lady Phoebe estaría allí, —dijo MacLeish.
—Lo creo.
—¿Y cree que yo informé a los secuestradores de ella?
—¿Lo hizo?
Los ojos de MacLeish se abrieron de par en par ante su contundente
pregunta. —No. No, yo... —Se dio la vuelta, pasándose la mano por el pelo
rojo—. Yo mismo he estado pensando en el asunto, y el problema es que
podría haber sido cualquiera en la fiesta del té. —Volvió a girar, con una
mirada suplicante—. Por no hablar de alguien dentro de la propia
Wakefield House.
Los ojos de Trevillion se entrecerraron. —¿Cree que hay un espía en
Wakefield House?
—Puede que no sea nada tan formal. —MacLeish se encogió de
hombros—. Un sirviente chismoso bastaría.
Trevillion lo pensó un momento, frotándose distraídamente la pierna.
Luego miró a su anfitrión. —Creo que nunca le agradecí debidamente el
haber salvado a Lady Phoebe esta mañana.
—Oh. —MacLeish parecía avergonzado—. No fue nada, de verdad.
—Y sin embargo, si no lo hubiera hecho, ella podría estar ahora Dios
sabe dónde en lugar de estar a salvo en el seno de su familia, —dijo
Trevillion, las palabras como un ácido en su lengua—. Se lo agradezco muy
sinceramente.
MacLeish se sonrojó y agachó la cabeza.
—Dígame, —murmuró Trevillion—. ¿Siempre lleva un cuchillo encima?
MacLeish levantó la cabeza. —Yo... erm... sí, lo llevo. Se me hizo
costumbre cuando viajaba por el continente viendo las ruinas clásicas.
Algunos lugares son bastante incivilizados y un extranjero es visto como
un blanco fácil.
Trevillion asintió. Parecía una explicación bastante probable. —Vi al
Duque de Montgomery saliendo de esta casa antes.
MacLeish palideció. —¿Me está observando, Capitán?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿Debería?
El otro hombre resopló. —Mucho bien le hará. El duque es mi patrón.
—Parecía que lo amenazaba.
—¿En serio? —El labio superior de MacLeish se curvó y de repente
parecía más viejo que sus años—. Tiene modales curiosos a veces, lo
reconozco, pero su ladrido es peor que su mordida.
—Qué raro. —Trevillion entrecerró los ojos—. Yo hubiera dicho que
era al revés.
—Es un aristócrata, —dijo MacLeish—. Ellos están acostumbrados a
gobernar el mundo, ¿no?
Trevillion no podía discutir eso. Se puso de pie. Estaba cansado y no
parecía estar obteniendo ninguna información aquí. —Si tiene motivos
para arrepentirse de su... asociación con el duque, podría acudir a mí.
—¿Usted? —MacLeish lo miró, desconcertado—. No es que tenga un
problema con Montgomery, pero ¿qué puede hacer contra un duque?
Trevillion sonrió sombríamente mientras abría la puerta. —Todo lo que
yo quiera.
Cerró la puerta con suavidad.

La tarde siguiente, Phoebe paseó sus dedos por una rosa, dejando que el
aroma llegara a su cara. Normalmente disfrutaba paseando por su jardín,
pero hoy estaba sumida en una especie de nublada melancolía. Trevillion se
había marchado de Wakefield House la noche anterior sin dirigirle la
palabra. Más bien como si su beso hubiera sido tan repelente que no
pudiera soportar su mirada.
El beso no le había parecido tan malo.
Es extraño. Hace seis meses, no habría sentido más que alivio al verse
libre de la presencia constante de su guardaespaldas. Ahora ya no era sólo
un guardaespaldas para ella. Trevillion era un compañero, un adversario
verbal... un amigo.
Más que amigo, se dio cuenta, ahora que era demasiado tarde.
Phoebe aplastó la flor bajo sus dedos, el agudo aroma de la rosa perfumó
el aire. El aroma le recordó la última vez que había estado en el jardín, con
Trevillion. El arrepentimiento era un sabor amargo en su lengua. Si tan sólo
no hubiera insistido en ir a Harte's Folly.
Si tan sólo se hubiera conformado con estar enjaulada.
Arrancó la flor del arbusto y esparció los pétalos bajo sus pies.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
El problema era que quería ambas cosas: ser libre y tener a Trevillion de
vuelta en su vida, una contradicción flagrante. Él era un guardia. No podía
ser libre con él allí. Y, sin embargo, no podía ser del todo feliz sin él.
Phoebe suspiró y continuó por el camino, la grava crujiendo bajo sus
zapatos de tacón.
Por supuesto, Maximus había asignado un grupo de jóvenes y fuertes
lacayos para que la custodiaran, incluyendo a Reed y a Hathaway, cuya
herida no había sido tan grave después de todo. Su hermano se había
negado a hablar de los guardias con ella. La escena de la otra noche en el
comedor podría no haber ocurrido nunca. Maximus la trataba con
cortesía... y le daba la espalda cuando ella intentaba exponer su caso.
Podría haber sido muda y ciega por toda la atención que sus palabras
recibían.
Phoebe podía oír a sus guardias, incluso ahora, arrastrando los pies por
las afueras del jardín, sin duda armados hasta los dientes y dándole poca o
ninguna privacidad. Era increíblemente incómodo cuando tenía que usar el
baño.
—Milady.
Se giró al oír la llamada: uno de los lacayos, obviamente, pero no estaba
segura de cuál. Definitivamente no era Reed con su acento Cockney, pero
aparte de eso... molestia. Trevillion habría encontrado una forma discreta
de alertarla sobre el interlocutor, pero no estaba allí, ¿verdad? No, ella lo
había alejado con su obstinado deseo de ser libre.
O tal vez fue su beso el que lo alejó. Un pensamiento horrible. A ella le
había gustado ese beso, por breve que fuera. Parecía encerrar un mundo de
descubrimientos, justo al otro lado de una puerta cerrada.
Si pudiera volver a besar a Trevillion, tal vez podría abrir esa puerta.
El lacayo se aclaró la garganta, recordándole que todavía estaba allí.
Ella suspiró. —¿Sí?
—El Sr. Malcolm MacLeish está aquí para verla, milady. ¿Lo recibirá en
la sala de estar?
—Sí, —dijo ella, e inmediatamente cambió de opinión. Era un hermoso
día después de todo—. No, tráelo aquí, ¿Puedes...?
—Es Green, milady.
—Por supuesto. Green. ¿Quizás pueda pedirle al cocinero que prepare
unos refrescos para servir en el jardín?
—Enseguida, milady.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ella supuso que había vuelto a la casa, pero como la hierba amortiguaba
los pasos de Green, era difícil saberlo.
Un momento después, sin embargo, oyó al Sr. MacLeish gritar. —¡Lady
Phoebe! Buenas tardes. ¿Le he dicho que se parece a sus rosas, que son
hermosas y encantadoras?
—No lo creo, Sr. MacLeish, —respondió ella, con los labios crispados—
. Al menos no hoy, en todo caso.
—Un terrible descuido por mi parte, estoy seguro. —Y luego a otra
persona, presumiblemente uno de sus guardias—. Digo, buen amigo, que
sólo estoy aquí para charlar con su patrona. No tengo ningún plan nefasto
contra ella, se lo aseguro.
Phoebe sonrió por primera vez en el día, era imposible no hacerlo ante
el buen humor del señor MacLeish. Le tendió la mano. —Me temo que con
la emoción de ayer fui bastante brusca en mi agradecimiento hacia usted
por haberme salvado la vida. Déjeme intentarlo de nuevo: muchas gracias
por interponerse entre esos secuestradores y yo.
Ella sintió su mano cuando él tomó sus dedos entre los suyos. El leve
roce de sus labios sobre sus nudillos y su cálido aliento contra el dorso de
su mano. —Fue un honor, milady.
Su voz había bajado y sonaba extrañamente serio.
Ella ladeó la cabeza, preguntándose el motivo de su estado de ánimo.
Él seguía sosteniendo su mano cuando dijo: —¿Dónde está el Capitán
Trevillion esta tarde? ¿Es acaso su tarde libre?
—Ha dimitido y dejado el servicio de mi hermano, —respondió Phoebe,
bajando los labios.
—¿Lo ha hecho? —El Sr. MacLeish parecía sorprendido—. Pero...
—¿Sí?
—Oh, nada, milady, —respondió—. Sólo estoy sorprendido por su
acción. Habría pensado que su seguridad estaría en primer lugar en los
deseos del Capitán Trevillion.
Ella se puso rígida, la observación casual la hirió inexplicablemente,
aunque estaba segura de que eso era lo último que pretendía el señor
MacLeish. —Creo que sí. Tiene esta extraña noción en su cabeza bastante
gruesa de que no puede protegerme sólo porque es cojo.
—Ah.
—¿Ah? —Ella frunció el ceño con desconfianza—. ¿Por qué, ah?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Es que tal vez él es el mejor juez de lo que es capaz, —dijo el señor
MacLeish de forma demasiado razonable—. En cierto modo es bastante
valiente por su parte admitir un defecto y apartarse con elegancia por ello.
—Valiente. —Ella resopló—. Valiente si piensa que ser blando de
cabeza es valiente.
Él se rió ligeramente de eso. —Veo que no estoy ganando ninguna
discusión en este frente con usted, milady, así que se lo concedo: El Capitán
Trevillion fue, en efecto, un canalla de cabeza blanda al abandonarla sólo
porque le preocupaba su seguridad.
Ella sonrió débilmente y se volvió para pasear por el sendero del jardín,
consciente de que él seguía el paso a su lado. —Tengo que hacerle saber un
terrible defecto que tiene usted, señor MacLeish.
—Sus palabras infunden terror en mi corazón, milady, —dijo él, con un
temblor de risa en la voz—. ¿Cuál es ese defecto?
—Hace que sea muy difícil permanecer en desacuerdo con usted, señor,
—respondió ella—. De hecho, me parece que no puedo.
—Me esforzaré por intentar ser más antipático, milady, —dijo él—. Tal
vez si practico todos los días, con el tiempo pueda llegar a ser bastante
repugnante.
—Hágalo, —dijo ella—. Espero un informe al final de cada semana
sobre sus progresos.
Habían llegado ahora al banco donde ella y James se habían sentado
unas noches antes. Se detuvo, su corazón se estrujó al recordarlo.
—Lady Phoebe. —El Sr. MacLeish de repente tomó sus manos entre las
suyas, atrayéndola hacia el banco—. Perdóneme, milady. Esperaba
tomarme más tiempo. Para escribir un discurso totalmente digno de usted,
pero me temo que simplemente no puedo. Su valentía, su ingenio, sobre
todo su encanto...
Él apretó su boca contra el dorso de los dedos de ella, no como un
saludo cortés, sino como un beso apasionado, y Phoebe tuvo de repente una
horrible idea de hacia dónde iba todo esto, seguida inmediatamente por el
desconcierto. ¿Se había perdido algo? ¿Su ceguera le había hecho
malinterpretar las intenciones del Sr. MacLeish?
—Sr. MacLeish, —dijo, y luego se detuvo, porque él le gustaba. Si no
fuera por...
Dios mío. Si no fuera por James Trevillion, ella podría considerarlo.
Bueno, si él no actuara tan precipitadamente.

100
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Pero el Sr. MacLeish había ignorado su interrupción. —No soy rico de
ninguna manera, Phoebe, pero si me lo permites -si me haces el gran honor
de consentir en ser mi esposa-, por favor, debes saber que trabajaré todos
los días con alegría, con todo mi corazón, para asegurarme de que nunca
pases necesidades. Juro por todo lo que considero sagrado que te protegeré
con mi cuerpo de las molestias diarias y de los mayores peligros de la vida.
Nunca tendrás que salir sin un guardia y un esposo. Mantendré alejado
todo lo que pueda molestarte. Lo convertiré en el trabajo de mi vida a partir
de hoy, lo juro.
—Pero, —dijo Phoebe, porque lamentablemente tenía la tendencia a
aferrarse a lo que no debía en momentos como éste—. No quiero un
guardaespaldas como esposo.
—Claro que no, mi amor. He hablado mal. Simplemente quise decir...
—No, en realidad, —dijo ella pensativa—, fue bastante elocuente. Se
refiere a protegerme de cualquier pequeño bache o paso en falso en la vida.
Cualquier irritación. Cualquier cosa molesta. Pero verá, la cosa es que no
creo que uno pueda vivir así, envuelto en una manta de cuidados. Uno tiene
que ser golpeado de vez en cuando para saber que está vivo, ¿no cree?
—Usted es una dama refinada, —comenzó el señor MacLeish en un
tono desconcertado que, tristemente, le dio suficiente respuesta—.
Necesita que la protejan de las cosas más duras de la vida.
—En realidad, no lo necesito, —dijo ella con la mayor suavidad
posible—. Y me temo que, aunque me hace usted un gran honor, no puedo
aceptar su petición.
—Milady, —dijo la voz muy correcta de uno de los lacayos. Debe ser
Green, seguramente—. Su té.
—Oh, qué bien, —dijo Phoebe con gran alivio. Palpó la bandeja con
cuidado y encontró la tetera y una pila de algún tipo de pasteles helados—.
¿Quiere una taza, Sr. MacLeish?
—Me temo que tengo otra cita, —dijo el Sr. MacLeish con cierta
rigidez—. ¿Si me disculpa, milady?
Y se marchó precipitadamente, haciendo que Phoebe se sintiera
culpable de que, en realidad, no le importara más.
Le gustaba el Sr. MacLeish, de verdad, pero su propuesta había surgido
de la nada, muy desconcertante, seguramente. ¿Y no sabía que debía pedirle
permiso a Maximus primero para cortejarla?
Phoebe sacudió la cabeza, tratando de entender lo que había sucedido.
No es que importara mucho, a fin de cuentas. Incluso si el señor MacLeish
hubiera seguido los pasos correctos, ella no lo habría aceptado.

101
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Él no era James Trevillion y nunca lo sería.
¿Era Trevillion ahora el patrón al que ella sometía a todos los demás
hombres? Qué extraño. Ni siquiera había sabido que se sentía así hasta
ahora. Se había dado cuenta de que lo necesitaba en su vida, de que le
faltaba algo sin su presencia constante a su lado.
Y ahora él se había ido.
Con ese pensamiento, llamó a Reed.
—¿Milady?
—Reed, ¿sabes a dónde se ha ido el Capitán Trevillion?
—No, milady.
—Bueno, averígualo, por favor, por mí.
—Sí, milady.
Escuchó la retirada de los zapatos del lacayo, y luego volvió a estar sola,
o tan sola como lo estaba en estos días.
Es extraño que uno pueda estar rodeado de guardias y aún así sentirse
aislado. No se había sentido así con Trevillion. A menudo la hacía enfadar o
irritar, a veces la divertía con su tranquilo ingenio, rara vez incandescente
de rabia y, más recientemente, cálida con una especie de anhelo.
Pero nunca se había sentido sola con Trevillion.
Phoebe se enderezó. Reed encontraría dónde había ido a parar James y
entonces lo visitaría -con guardias y todo- y lo convencería de alguna
manera de que la vida simplemente no era la misma sin él aquí.
Realmente, era su deber protegerla.
Y con su mente decidida, mordió un pastel de limón.

Ese mismo día, Eve Dinwoody se inclinó sobre su escritorio y miró a través
de una gran lupa de latón colocada sobre un soporte. Tomó aire y tocó con
mucho cuidado un fino pincel de pelo de marta en la mejilla rosada del
retrato en miniatura de un hombre en el que estaba trabajando.
—¿Madame? —Jean-Marie llamó desde la puerta—. Su Excelencia está
aquí para verla.
—Hazlo pasar, por favor, Jean-Marie.
Un momento después, Su Excelencia Valentine Napier, el Duque de
Montgomery, entró en su estudio privado, llevando un paquete rectangular
con un paño encima. Hoy llevaba un traje verde amarillento, bordado en
negro y oro. En cualquier otra persona habría parecido insoportable.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
En él, sólo resaltaba el dorado de su cabello.
—Querida Eve, debes detener tus labores de inmediato. No sólo te
quedarás bizca si insistes en pintar todos los días, sino que te he traído un
regalo.
—¿Lo has hecho? —Ella se sentó y mojó su pincel en la acuarela rosa
antes de inclinarse una vez más sobre su tarea—. No es otra caja de
mazapanes, ¿verdad? Porque ya te dije que no me gustan.
—Tonterías, —dijo el duque con brío—. A todo el mundo le gustan los
mazapanes.
—A ti no.
—Yo no soy todo el mundo. —Una respiración pesada en su hombro—.
Ese no soy yo, ¿verdad?
—¿Por qué, —preguntó ella—, te pintaría a ti?
—Bueno —Val puso el paquete a su lado, casi en sus pinturas, y giró a
través del estudio, sin duda para reorganizar sus libros—. Soy una belleza
absuelta.
—¿Los caballeros pueden ser bellezas?, —preguntó ella, mirando el
paquete con desconfianza.
—En mi caso, sí, —dijo él con una presunción tan completa que
resultaba bastante entrañable.
—Entonces quizás debería pintarte. —Eve se sentó y examinó su arte.
Muy bonito y en un buen punto en el que detenerse. Val era demasiado
volátil para su tranquilidad mientras pintaba. Limpió su pincel—. Por
supuesto, tendrías que quedarte quieto para mí.
Val hizo un ruido grosero. —Sentarse para un retrato es muy fastidioso.
Sabes que me pintaron un retrato este último invierno y juro que el hombre
me hizo una papada.
—Eso es porque no te quedaste sentado y quieto, —dijo ella con sorna.
Destapó el paquete y encontró una paloma blanca que le devolvía los ojos
desde el interior de una jaula de madera—. ¿Qué es esto?
—Una paloma, —dijo su voz desde el otro lado de la habitación. Sonaba
apagada—. ¿Ya se te ha estropeado la vista entrecerrando los ojos? La
encontré en el mercado de camino e hice que mis acompañantes se
detuvieran sólo para poder comprártela.
Eve frunció el ceño ante la paloma y luego ante él. —¿Qué voy a hacer
con una paloma?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Val se enderezó en la habitación. Varios de sus libros estaban
esparcidos desordenadamente a sus pies. —¿Hablarle? ¿Alimentarla?
¿Cantarle? No sé. ¿Qué suele hacer uno con una paloma enjaulada?
—No tengo ni idea.
Él se encogió de hombros y comenzó a apilar sus libros en una torre
inestable. —Si no te gusta, siempre puedes dársela a tu cocinero para que la
convierta en pastel.
Eve sacudió la cabeza con cansancio. —No puedo comer una paloma
domesticada.
—¿Por qué no? —Val parecía honestamente confundido—. Seguro que
sabe igual que la paloma y a mí me gusta el pastel de paloma.
—Porque... —Afortunadamente, la criada entró en la habitación y le
ahorró tener que explicar a Val lo malo que era matar a un pájaro como
mascota. Llevaba una enorme bandeja de té y lo que parecían pasteles de
naranja.
Tess, su cocinera, conocía los favoritos de Val.
Hizo un gesto con la cabeza para que la sirvienta pusiera el té en la
mesa baja frente a su sofá gris azulado, luego se levantó y cruzó hacia el
sofá. —Ven a sentarte y a tomar el té.
Se posó en el sillón frente a ella y luego frunció el ceño. —Ese sofá se
está estropeando. Deja que te compre otro.
—No, —dijo Eve con tranquilidad, pero con firmeza. Había que ser
firme con Val o uno se encontraba en la ciénaga de los regalos no deseados
y a menudo extraños.
Extendió los brazos petulantemente. —Bien. Quédate con esa cosa tan
fea.
Ella lo miró mientras le pasaba la taza de té. —Estás de mal humor.
De repente, él le dedicó una de sus verdaderas sonrisas, amplia y juvenil,
con hoyuelos en ambas mejillas, suficiente para hacer que cualquier
corazón, especialmente el suyo, se apretara. —¿Te he cubierto con mi mal
humor, mi querida Eve? Perdóname, por favor.
Ella tomó un sorbo de su té. —Lo harás si no me dices qué te molesta.
Él hizo girar el bastón de su espada a un lado de la silla. —Todos mis
mecanismos y trabajos deberían estar dando hermosos frutos maduros en
este momento, y sin embargo no lo hacen.
—A veces pienso que es mejor para ti cuando no todo sale como
quieres, —dijo ella con ligereza.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿Lo crees? —Su mirada era oscura—. Pero cariño, eso sólo me hace
enfadar. Y ya sabes cómo soy cuando me enfado.
Ella apartó la mirada, reprimiendo un escalofrío aunque la habitación
estaba caliente. El hecho era que Val actuaba como un dandi y un tonto
cuando le apetecía, pero las personas que lo desestimaban por sus modales
lo hacían por su cuenta y riesgo.
Y a su pesar.
—¿Esto es por el favor que te hice?, —preguntó ella con cuidado.
—Puede ser. —Se sentó de repente y se sirvió un pastel—. Hay trabajos
dentro de trabajos, engranaje sobre engranaje, rueda dentro de rueda.
Algún día, querida Eve, gobernaré esta ciudad, es más, esta misma isla, y
fíjate que nadie lo sabrá.
Y diciendo esto, se llevó el pastel a la boca y sonrió.
Y aunque podría ser fácil mirar a Val con el glaseado de naranja
embadurnado en la comisura de los labios y pensar que sólo estaba
pintando castillos en el aire, Eve sabía que no era así. Ella había visto la
plena voluntad del Duque de Montgomery.
La había visto y casi no había sobrevivido.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Ocho
La tierra que recorrieron Corineo y el caballo de mar era hermosa y bella, pero estaba casi
desierta y ésta era la razón: tres gigantes asolaban esa tierra, robando el ganado, destruyendo las
viviendas y masacrando a cualquiera que se les resistiera. Sus nombres eran Gog, Mag y Agog...
—De The Kelpie

A la mañana siguiente, Phoebe caminó suavemente por los pasillos de


Wakefield House muy temprano. Podía oír a una criada limpiando la
chimenea de la sala de estar cuando pasaba, pero aparte de eso estaba
bastante sola.
Lo cual era lo que ella quería.
Maximus la mantenía rodeada de guardias durante el día. No podía dar
un paso sin su constante presencia y ella sólo quería un momento a solas.
A solas para ser tan libre como lo había sido antes.
Su anhelo de ser libre le había costado Trevillion. Se detuvo ante este
pensamiento. ¿Debía encontrar una forma de aceptar sus restricciones, su
jaula, ahora que estaba completamente ciega? Tal vez estaba siendo una
tonta, negándose a aceptar que ser ciega significaba que simplemente no
podía salir como solía hacerlo.
Pero ella había aceptado la mayor parte de la realidad de su falta de
visión. Sabía que dependía de otros para elegir el color de su ropa, para que
la ayudaran a moverse por nuevas habitaciones y situaciones, para que le
dijeran dónde estaba la comida para que no metiera los dedos en la salsa. Ya
no podía leer un libro sola. No podía ver a los actores en el escenario del
teatro o un cuadro que otros consideraban hermoso.
Nunca vería a Trevillion sonreírle.
¿Tenía que renunciar también a salir?
¿No era la libertad un deseo universal? ¿Algo que todo ser humano
anhelaba sin importar sus circunstancias?
Puede que Maximus la haya mantenido enjaulada durante los últimos
años, pero se dio cuenta de que ahora le molestaban sus ataduras más que
nunca. Quizás era porque había crecido como mujer durante ese tiempo.
O tal vez, simplemente, porque ya estaba harta.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Phoebe sacudió la cabeza y continuó por el pasillo. Chocó con una mesa
-¿la habían movido?, se recuperó y continuó hacia la puerta trasera. Al
abrirla, pudo oír cómo los pájaros saludaban al día con fuerza. El aire era
fresco y todavía no se había enfriado desde la noche anterior, y cuando llegó
a la hierba, estaba bastante empapada por el rocío de la mañana.
Phoebe inhaló con alegría. Hacía días que no peregrinaba a los establos
de la casa. Ya no podía montar a caballo, pero había algo en los establos -el
arrastre de los cascos sobre el heno, un silbido o un pisotón silencioso, el
olor a caballo y a estiércol- que la hacía sentirse muy satisfecha.
A Trevillion, por supuesto, no le había gustado la idea de que ella se
aventurara sola, incluso a un lugar tan mundano como los establos de
Wakefield. Él había insistido en acompañarla, algo que al principio de su
relación ella había resentido enérgicamente.
Sin embargo, últimamente...
Phoebe suspiró mientras recorría su jardín de flores, pasando la mano
por las flores húmedas, bañándose en gotas de rocío. En el aire de la
mañana, el perfume de las rosas era dulce y nuevo. Últimamente había
agradecido la presencia de Trevillion. Él parecía disfrutar de los caballos
tanto como ella. Sin él se sentía un poco sola: echaba de menos su
compañía.
En realidad, lo echaba de menos, simple y llanamente. ¿Quién lo hubiera
pensado? Cuando entró en su vida por primera vez, le pareció tan severo,
tan correcto y tan inamovible cuando se trataba de su seguridad. Bueno,
todavía era todo eso, a decir verdad. Pero entonces pensó que se volvería
loca con él constantemente en su presencia.
Ahora sólo deseaba poder tenerlo con ella de nuevo.
Se sacudió el pensamiento mientras salía por el otro lado del jardín.
Había un camino de grava que llevaba a la pared del fondo y a la puerta de
la casa. El cerrojo de la puerta trasera estaba un poco oxidado y tuvo que
forcejear con él antes de que se abriera bruscamente en sus manos.
Aliviada, empujó la puerta y entró en el patio.
Inmediatamente fue agarrada por unas manos ásperas.

Trevillion acababa de tomar un bocado de unas gachas bastante grumosas,


cortesía de su casera, cuando alguien empezó a golpear salvajemente su
puerta.
Se levantó y tomó una de sus pistolas de la repisa antes de abrir la
puerta.

107
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Reed estaba fuera, con los ojos muy abiertos y el sudor en la frente. —
¡Lady Phoebe!
Trevillion apretó la mandíbula, conteniendo la rabia y la preocupación
instintivas. Volvió a entrar en la habitación para empezar a atarse los
cinturones al pecho. —Habla, Reed.
—Señor. —El tono de mando pareció calmar al lacayo. Tragó saliva y
luego dijo—: Lady Phoebe ha desaparecido, Capitán. La puerta trasera de
las caballerizas estaba abierta esta mañana temprano y la subieron a un
carruaje.
Trevillion maldijo, en voz baja y vil. —Le gustaba visitar los establos
por la mañana.
—Sí, señor, —respondió Reed—. El duque cree que debe haber salido y
alguien se la llevó.
—Entendido. —Trevillion metió ambas pistolas en sus fundas y le hizo
un gesto a Reed para que le acompañara mientras salía de sus
habitaciones—. ¿Qué se está haciendo?
Bajaron con estrépito las escaleras, Reed hablaba mientras corrían. —El
duque ha llamado a todo el personal, mozos de cuadra incluidos, para
interrogarlos.
—¿Sabe que has venido por mí? —preguntó Trevillion mientras
llegaban a la calle. Dos caballos esperaban allí, seguramente de los establos
de Wakefield.
—No, señor.
Trevillion miró al joven lacayo. Podría perder su trabajo por esto. —
Buen hombre.
Le dio su bastón a Reed y montó en uno de los caballos, luego le tendió
la mano para que le diera el bastón. Reed estaba a punto de montar su
propio caballo cuando un pensamiento golpeó a Trevillion.
Se volvió hacia el lacayo. —¿Recuerdas a Alf de St Giles?
—Sí, señor, —fue la respuesta de Reed.
Trevillion asintió. —¿Puedes encontrarla y traerla de vuelta a
Wakefield House?
—Puedo intentarlo, —dijo Reed—. Tengo una idea de dónde podría
preguntar por ella.
—Bien. Dile que es sobre el asunto que discutí la otra noche con ella. ¿Y
Reed?
—¿Señor?

108
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Dile que necesito todo lo que sabe ahora.
—Sí, señor. —Reed montó en su caballo y giró la cabeza hacia St Giles.
Trevillion empujó su propio caballo en la dirección opuesta.
Era temprano todavía -no eran aún las ocho- pero las calles de Londres
estaban abarrotadas. Aun así, pudo mantener el trote la mayor parte del
camino hasta Wakefield House y llegó a su destino a tiempo.
Trevillion desmontó, subió cojeando los escalones de la entrada y llamó
a la puerta principal.
Panders la abrió, echó una mirada muy preocupada a Trevillion y dijo:
—Por aquí, señor.
El mayordomo lo condujo al estudio del duque y a una escena de caos.
Wakefield se paseaba ante el fuego, con el aspecto de un tigre a punto
de embestir los barrotes de su jaula. Craven estaba sentado en el escritorio,
escribiendo furiosamente. La duquesa estaba sentada junto a la chimenea,
observando a su esposo con una profunda preocupación en sus ojos, y en
medio de la alfombra había tres criadas llorando.
Su Gracia levantó la vista al verle entrar y se puso en pie. —Capitán
Trevillion, gracias a Dios. —Cruzó hacia él y tomó su mano entre sus dos
suaves manos—. Debe ayudarlo. Está casi fuera de sí.
La boca de Trevillion se puso firme. Era malo que la duquesa recurriera
a otros para calmar al duque. —Haré lo que pueda, Su Excelencia.
Ella le apretó la mano. —Si los secuestradores obligaron a Phoebe a
casarse, no sé qué hará él. Es su hermana y la quiere mucho. Podrían poner
su felicidad, su seguridad sobre su cabeza. Hacerle cambiar sus votos en el
Parlamento. —Ella se encontró con sus ojos, los suyos amplios y
temerosos—. Capitán Trevillion, no puede comprender el poder que tienen
estos hombres mientras tengan a Phoebe.
Trevillion tragó con fuerza al pensar en Phoebe obligada a casarse,
forzada a...
Por un momento cerró los ojos para tranquilizarse. Luego los abrió y
miró a la duquesa. —Déjeme hablar con el duque.
Ella asintió y lo atrajo hacia la habitación. —Maximus.
El duque detuvo su paso y se giró. —Trevillion.
—Su Excelencia. —Trevillion hizo una reverencia abreviada—. ¿Qué ha
pasado?

109
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Maldita incompetencia, eso es, —gruñó el duque, en voz baja y
furiosa, y las doncellas lanzaron un nuevo lamento mientras se
acobardaban ante su ira.
Craven levantó la vista y le indicó a Trevillion que se acercara. Se
agachó para escuchar al criado por encima del ruido.
—A las seis en punto, Su Excelencia fue despertado por Bobby, un
mozo de cuadra de unos trece años, que dijo haber presenciado cómo
metían a Lady Phoebe en un carruaje al final de la calle. Ella tenía una
capucha sobre su cabeza y no hacía ningún ruido.
—¿Dónde está Bobby ahora? —preguntó Trevillion.
—En la cocina siendo reanimado por el cocinero, sin duda, —dijo
Craven con sorna. Miró a su empleador—. Creo que hemos extraído toda la
información posible del muchacho.
—¿Qué más? —Esto era muy poco para continuar. ¿Un carruaje sin
ningún tipo de descripción?— ¿Dijo cuántos hombres vio?
—Entre tres y una docena, me temo. —Craven suspiró—. Tengo
entendido por el jefe de cuadra que el muchacho es un genio con los
caballos, pero por lo demás es algo deficiente mentalmente.
—¿Qué más se ha hecho?
—Se interrogó a todos los empleados del establo. —Craven extendió las
manos—. Nadie más vio u oyó nada.
—¿Las investigaciones que inició después del último atentado?
Wakefield golpeó con el puño el escritorio, haciendo temblar las cosas
que había encima. —Nada. Ni siquiera hemos podido localizar al hombre de
la cicatriz.
—La investigación ha sido excesivamente lenta. —Craven se aclaró la
garganta—. Ha sido muy desafortunada.
Y maldita sea que era desafortunada. —¿Y ahora?
—Su Excelencia ha comenzado a interrogar al personal de interior. —
Craven señaló con la cabeza a las tres criadas que lloraban—. Ahí es donde
nos encuentra.
Trevillion se volvió para examinar a las criadas. Dos de ellas, una mujer
canosa y una pequeña pelirroja, eran obviamente criadas. La tercera era
Powers, la doncella de Phoebe. Las tres mujeres se llevaban pañuelos a la
cara mientras lloraban. Las tres parecían desconsoladas y aterrorizadas.
Excepto que los ojos de Powers no estaban rojos.
La rabia, ardiente y purificadora, recorrió el alma de Trevillion.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Tú, —gruñó, haciendo que todos los presentes se detuvieran y se
volvieran a mirarlo—. Tú. Ven conmigo.

Phoebe levantó la cabeza con cautela y escuchó. Le habían quitado la


capucha -y en realidad, ¿por qué molestarse en encapuchar a una mujer
ciega? Estaba sentada en una silla de madera con brazos en lo que supuso
que era una habitación vacía.
—¿Hola?
La voz le llegó de una forma que sólo podía considerar contenida. Una
habitación pequeña, pues. Sin ella, podía oír las voces de sus
secuestradores. Había contado cuatro en el carruaje: uno muy joven, uno
con acento irlandés, y dos londinenses, uno con un ligero ceceo. Al menos
otro para conducir el carruaje. Así que un mínimo de cinco hombres.
¿Por qué la habían secuestrado? Ahora se daba cuenta de que esta
pregunta era bastante tardía: la deserción de Trevillion había sido una
distracción. Tres veces habían tratado de secuestrarla, lo que parecía muy
persistente, si es que no lo era. Maximus le había dicho secamente y sin
explicaciones que el pobre y loco Lord Maywood ya no era sospechoso del
primer intento.
Phoebe levantó las manos para rascarse la nariz mientras contemplaba
su situación. Obviamente, sabían quién era, así que quizás esperaban
retenerla para pedir un rescate. El carruaje no había viajado mucho, así que
pensó que aún estaban en Londres. Por el hedor a cloaca y podredumbre
cuando la sacaron del carruaje y la acompañaron al edificio en el que ahora
estaba sentada, pensó que no era una parte muy agradable de Londres.
Suspiró.
Ser secuestrada, después de los primeros minutos de terror absoluto,
era realmente bastante aburrido. Probó sus dientes contra la cuerda que le
ataba las muñecas, pero después de un par de minutos decidió que
desgastaría sus dientes hasta dejarlos en carne viva antes de desatar los
nudos o masticar la asquerosa cuerda.
La habitación exterior se llenó de carcajadas. Al menos, sus
secuestradores se estaban divirtiendo.
Se levantó con cautela, avanzando primero un pie y luego el otro para
comprobar si había obstáculos en el suelo. Llegó a la pared simplemente
golpeando el codo contra ella.
—Ay, —susurró para sí misma, conteniendo la respiración por si el
pequeño ruido había alertado a sus secuestradores.

111
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Sin embargo, éstos no parecían haberse dado cuenta, y ella comenzó a
avanzar por la pared, buscando la puerta.
La alcanzó en unos segundos más y aplicó su oído a la madera,
escuchando.
Las palabras eran esporádicas.
—...venir aquí. No entiendo nada, —gruñó uno de los londinenses.
—Él vendrá pronto y entonces nos pagarán el resto, —dijo el irlandés
con suficiente claridad.
—Pero... —La voz del chico era tan baja que era casi imposible de
entender.
—Porque va a traer al vicario, por eso, —respondió el irlandés, y el
corazón de Phoebe se desplomó.
Si Maximus no la encontraba y rescataba muy pronto, bien podría estar
casada para cuando él llegara a ella.

—Dime lo que sabes, —dijo Trevillion, su voz baja, plana y sombría—, y


puede que no te cuelguen por tu crimen.
—Yo... nunca hice nada, —balbuceó Powers, encogiéndose en la silla en
la que estaba sentada.
Estaban en una sala de estar poco utilizada en la parte trasera de la
casa, los dos solos, y aunque Trevillion nunca había golpeado a una mujer
en su vida, ahora estaba tentado.
La criada sabía algo y la idea de que estuviera vociferando mientras
Phoebe estaba en peligro mientras podía estar soportando la peor clase de
agresión contra una mujer...
Apoyó las manos en los brazos de la silla y se inclinó hacia la cara de
Powers. —No te confundas. Si tu ama sufre algún tipo de daño, haré que la
misión de mi vida sea destruir la tuya.
—¡Lo siento! —gritó Powers—. No sabía que harían esto, de verdad que
no lo sabía. No debe decírselo al duque.
Trevillion sacudió la silla, haciendo sonar los dientes de la mujer. —
¿Quién? Dame un nombre, malditos sean tus ojos.
—¡No tenía ninguno! —Sus ojos estaban muy abiertos, mostrando el
blanco alrededor de los iris, y en cualquier otro momento Trevillion podría
haber sentido remordimiento por aterrorizar tan a fondo a una mujer, pero
no ahora—. ¡Lo juro! Parecía irlandés.
Diez minutos después, Trevillion entró en el estudio del duque.

112
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Wakefield levantó la vista. Seguía de pie, como si la mera idea de
relajarse mientras su hermana estaba en peligro fuera un anatema. —¿Qué
has averiguado?
—Ella fue sobornada por un irlandés, —dijo Trevillion—, una suma
bastante considerable. Powers le dijo al hombre que a Lady Phoebe a veces
le gustaba visitar los establos por la mañana temprano. Dice que el hombre
era bastante normal: pelo oscuro, acento de obrero y ropa limpia pero vieja.
Se reunió con él en dos ocasiones y lo único que añadió fue que mencionó
tener habitaciones cerca de Covent Garden.
Wakefield se giró hacia Craven. —Envía a todos los hombres que
tenemos a registrar Covent Garden y los barrios que lo rodean.
—Sí, Su Excelencia, —contestó Craven, escabulléndose de la
habitación.
Trevillion se quedó mirando a Wakefield, sabiendo que no tenía sentido
decirle lo imposible que era la tarea a la que acababa de enviar a sus
hombres. “Cerca de Covent Garden” era simplemente un área demasiado
grande para buscar.
El duque continuó caminando como un animal enjaulado hasta que
Craven regresó y dio un pequeño movimiento de cabeza, presumiblemente
indicando que los criados de Wakefield House se habían marchado.
—¿Quién es? —preguntó Su Gracia de repente, y Trevillion se volvió
para ver a Reed y Alf en la puerta.
—El mejor informante de Londres, —respondió Trevillion, sin apartar
los ojos de la muchacha—. ¿Reed te ha dicho que Lady Phoebe ha sido
secuestrada?
Alf movió la cabeza en señal de asentimiento.
—¿Qué tienes para mí?
Alf retorcía un sombrero flexible en sus manos mugrientas, con un
aspecto desafiante y a la vez asustado. Probablemente nunca había estado
en un lugar tan grande como Wakefield House. —Escuché que una mujer
fue llevada a la casa de Maude. Pero tenía el pelo negro.
Trevillion negó con la cabeza. —No.
Alf tomó aire. —El cuerpo de una mujer fue sacado del Támesis hace
una hora.
—Dios mío, —dijo la duquesa, y el duque cruzó para tomar su mano.
—Tampoco es eso, —dijo Trevillion, rezando por tener razón. Pero no.
No secuestrarían a Phoebe sólo para matarla. Ella valía mucho más viva.

113
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Mantuvo ese pensamiento en su cabeza, negándose a considerar cualquier
alternativa. —¿Qué más?
Alf frunció las cejas. —La primera fue una mujer sacada de un carruaje
con la cabeza tapada.
Trevillion se enderezó, sus músculos se tensaron. —¿Dónde?
—Un pequeño callejón cerca del lado sur de Covent Garden, —dijo Alf.
—Uno al lado de ese zapatero.
—¿Conoces el lugar? —preguntó Trevillion.
Alf asintió.
—Entonces llévame allí.
—Y a mí. —El duque comenzó a alejarse de su esposa.
Pero ella le sujetó. —Maximus. Debes quedarte aquí por si hay noticias.
Él la miró.
Su rostro era valiente y firme. —En caso de que pidan un rescate. Sólo
tú puedes disponer de los fondos y decidir qué hacer.
—Su Excelencia, —dijo Craven—. La duquesa tiene razón. Su lugar
está aquí.
—¡Él sólo tiene a Reed! —El duque extendió su brazo hacia el lacayo—.
¿Dos hombres contra cuántos?
—Enviaré a uno de los mozos de cuadra tras nuestros hombres, —
comenzó Craven. —Intente alcanzar a los demás y...
—Su Excelencia, —interrumpió Trevillion con fuerza. No había tiempo
para esperar a los demás. Los ojos salvajes del duque se volvieron hacia él—
. Rescataré a Lady Phoebe. Lo juro.
Wakefield lo miró un segundo más como si buscara ver la verdad.
Luego asintió una vez. —¡Vete!
Trevillion salió cojeando del estudio, seguido por Reed y Alf. —¿Estás
armado?, —le preguntó a Reed.
—Sí, señor.
Trevillion asintió a Alf. —¿Tenemos algo para él?
—Traeré otra pistola. —Reed se adelantó.
—Sólo tienes que mostrarnos el lugar, —dijo Trevillion a Alf mientras
continuaban por el pasillo—. Todo lo demás depende de ti.
—Sí, —dijo Alf con su habitual arrogancia—. El hecho es que nunca me
han gustado los hombres que se aprovechan de las mujeres.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Buen chico, —dijo Trevillion.
Llegaron a la entrada principal y encontraron a Reed ya esperando, con
una pistola en la mano. La empujó hacia Alf. —Cuidado con eso,
muchacho.
—Tranquilo, —le respondió descaradamente—. Sé muy bien cómo
disparar un arma.
—¿Y montar a caballo? —preguntó Reed mientras salían a ver los dos
caballos que habían montado antes.
Alf palideció un poco.
—Puedes montar conmigo, —dijo Trevillion.
Se subió al caballo y le tendió una mano a Alf. Ella echó otra mirada
nerviosa al caballo y luego fijó su mandíbula con obstinación. Tomó su
mano, trepando detrás de él.
—Agárrate, —dijo Trevillion, y puso a su castrado al galope.
El viento le azotó la cara mientras avanzaban por la calle empedrada,
girando frente a la carreta de un cervecero. El conductor de la carreta gritó
obscenidades a su paso, pero Trevillion no miró atrás.
Tenía un destino. Un propósito y un objetivo.
Los peatones se dispersaron ante los cascos de su caballo. Sin embargo,
un carro de perros estaba en medio de la calle.
—Mantente firme, —le gritó a Alf, y entonces el castrado saltaba el
carro.
Sus delgados brazos le rodeaban la cintura y le pareció oír un chillido
apresuradamente sofocado en su oído.
Ahora se acercaban a Covent Garden. —¿Por dónde?
—¡A la derecha! —Alf señaló con su brazo derecho una estrecha calle
que giraba hacia el sur, hacia St Giles—. Por ahí.
Se inclinó con el caballo mientras reducían la velocidad al trote. —
¿Dónde?
—Hay otro callejón que sale de este. Está en una casa allí.
Trevillion asintió, tirando del caballo hasta que se detuvo donde los
caminos se encontraban. Esta zona estaba muy cerca de St. Giles, las casas
estaban construidas una encima de otra, los pisos superiores y los aleros
colgaban sobre las estrechas callejuelas, casi bloqueando la luz. Un canal de
basura corría por el centro de la estrecha calle, haciendo que todo apestara.
Trevillion se deslizó de la silla de montar, ayudando a Alf a bajar.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Miró a Alf y supo que, a pesar de su valentía, no era más que una
jovencita. —Quédate aquí y vigila los caballos. Puede que tengamos que
hacer una huida apresurada.
Ella abrió la boca para protestar, pero él le puso las riendas en las
manos.
Se volvió hacia Reed, que había desmontado y sacado su pistola. —
Mantente cerca. Si no puedes ver lo que apuntas, no dispares. No queremos
darle a Lady Phoebe.
—Sí, Capitán.
Trevillion desenfundó sus dos pistolas y comenzó a recorrer el carril
con Reed detrás. El otro extremo estaba ensombrecido, pero Trevillion
pudo ver dos figuras que se acercaban a ellos. Una de las figuras estaba
camuflada.
Él y Reed se acercaron a la casa que Alf había señalado. Era una cosa
decrépita, medio inclinada hacia el carril, con espacios vacíos donde los
ladrillos se habían caído o habían sido arrancados de la pared exterior. La
puerta estaba situada por debajo del nivel de la calle, bajando varios
escalones. Trevillion la miró y luego volvió a mirar a Reed. Las figuras del
final de la calle habían desaparecido. Ahora estaba vacío, a pesar de la luz
del día. Pero el tipo de gente que vivía en entornos como éste sabía cuándo
pasar desapercibido.
Trevillion hizo un gesto a Reed.
Reed bajó corriendo las escaleras y pateó la puerta.
El lacayo disparó inmediatamente y el guardia que estaba dentro de la
puerta cayó sobre una nube de humo y olor a pólvora.
Trevillion entró, entrecerrando los ojos. Tres hombres estaban reunidos
alrededor de una mesa, aparentemente jugando a las cartas. Empezaron a
levantarse y Trevillion disparó al más grande.
Los dos hombres restantes se quedaron mirando.
—Tengo una bala más para el próximo hombre que se mueva, —dijo.
—¡James!, —llegó la voz de Phoebe desde la habitación interior.
Trevillion entregó su segunda pistola a Reed. —No te molestes en
avisar antes de disparar.
Se dirigió a la puerta interior y examinó el pestillo. Era un simple
cerrojo y lo abrió.
Phoebe casi cayó en sus brazos. —¡Oh! ¿Eres tú? —Llevaba un viejo
vestido azul, el que le gustaba ponerse para visitar los establos. Acercó la
nariz a su cuello e inhaló antes de sonreír—.¡Sí, soy yo!

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Algo se aflojó en su pecho y tuvo un impulso casi irresistible de besar la
boca sonriente de Lady Phoebe. En lugar de eso, se aclaró la garganta y dijo:
—Déjeme desatarla, milady.
—Oh, gracias, —dijo ella mientras él sacaba un cuchillo de su bota y
comenzaba a cortar cuidadosamente la cuerda que unía sus muñecas.
—Tú, —llamó por encima del hombro a uno de los secuestradores—.
¿Tienes más cuerda?
El hombre miró entre Trevillion y la pistola con la que Reed lo
apuntaba antes de responder. —Sí.
—Bien. Ata a ese otro tipo, —ordenó Trevillion—. Y haz los nudos bien
apretados. Los revisaré.
La cuerda se desprendió de las muñecas de Lady Phoebe y él examinó
suavemente las abrasiones allí.
—Pero si me muevo...
Trevillion suspiró. —Puedes moverte lo suficiente como para atar a tu
amigo.
Él sacó su pañuelo de un bolsillo y lo partió por la mitad. Envolvió
suavemente las muñecas de Lady Phoebe.
—Gracias, —susurró ella—. Sabía que vendrías por mí.
—¿En serio?, —preguntó él. La había abandonado. La había dejado para
que la secuestraran.
—Sí. —Ella sonrió de forma encantadora—. ¿No es así?
Él la miró con extrañeza mientras terminaba de vendarle las muñecas.
¿No sabía ella que todo esto era culpa suya? Él nunca debería haberse ido.
Debería haberse quedado a su lado día y noche hasta encontrar y detener a
los secuestradores.
No volvería a cometer el mismo error.
Cuando se volvió, Reed tenía al último secuestrador atado y tirado en el
suelo. El lacayo levantó la vista y asintió.
—Vamos, —dijo Trevillion, instando a Lady Phoebe a salir por la
puerta.
—¿Nos vas a dejar aquí?, —dijo uno de los secuestradores.
Trevillion se volvió, frunciendo el ceño. —Mejor amordázalos. Se
mantendrán bien hasta que Su Excelencia llegue para interrogarlos.
Reed lo hizo y salieron, cerrando la puerta tras ellos.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Tenemos caballos aquí, —le dijo a Lady Phoebe mientras la guiaba
por el camino.
—Oh, estupendo, —dijo ella.
Alf seguía de pie tal y como la habían dejado, con las riendas de los
caballos agarrados con los nudillos blancos. Trevillion pensó fugazmente
que tal vez no se había movido en todo el tiempo que habían estado fuera.
—Buen chico, —le dijo—. Tengo un trabajo más para ti hoy. ¿Puedes
entregar un mensaje por mí?
Alf parecía insultado. —Por supuesto.
—Entonces dile esto al Duque de Wakefield. —Y se inclinó para
susurrarle al oído. Cuando se enderezó, sus ojos estaban tan redondos
como nunca los había visto—. A nadie más, por favor. Y espero que
continúes con la tarea que te encomendé anoche.
—¡Sí, señor! —Alf sonrió y partió a paso ligero.
—Reed. —Trevillion se volvió hacia el lacayo—. Tengo un trabajo para
ti, pero para que lo hagas, tendrás que dejar el empleo del duque y entrar en
el mío temporalmente. No puedo garantizar que te acepte de nuevo
después.
—Soy su hombre, —dijo Reed con firmeza—. Siempre lo he sido,
siempre lo seré.
Trevillion le sonrió. —Gracias. —No susurró del todo sus instrucciones
al lacayo, pero se aseguró de que nadie pudiera oírlas.
Cuando terminó, Reed saludó. —Puede contar conmigo, Capitán.
—Sé que puedo.
Reed montó en su caballo y se alejó trotando.
—Se ha vuelto muy misterioso desde la última vez que lo vi, Capitán, —
dijo Lady Phoebe.
—¿Lo he hecho, milady? —Él tocó su mano para guiarla hacia el estribo.
—Sí, en efecto, —dijo ella—. ¿Volvemos a cabalgar juntos?
—Si no le importa, milady, —respondió él.
—Me encuentro bastante dispuesta a cualquier cosa que sugiera ahora
que he sido rescatada de los secuestradores, —respondió Lady Phoebe—.
La perspectiva de un matrimonio forzado es bastante desagradable.
—¿Es eso lo que pretendían? —preguntó Trevillion con calma mientras
montaba el caballo castrado detrás de ella. Por dentro, la rabia le hervía en
el pecho.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Creo que sí, por lo que he oído.
—Entonces tenga la seguridad, milady, de que no permitiré que le
ocurra nada parecido. No mientras estés conmigo.
Ya había tomado la decisión, pero esta última información sólo sirvió
para consolidarla.
Trevillion no iba a correr más riesgos. No confiaba en nadie más que en
sí mismo para asegurarse de que Lady Phoebe estuviera completamente a
salvo hasta que se encontrara al secuestrador.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Nueve
Corineo decidió que mataría a los gigantes y se convertiría en rey de esta nueva tierra. Así que
montó en el caballo de mar hasta los desolados páramos donde habitaba Gog, el más pequeño de
los gigantes.
Gog era tan alto como dos hombres, uno encima del otro, y tenía un rostro horrible, casi
cubierto de forúnculos y trozos de pelo negro. Corineo espoleó al caballo marino y éste cargó
con los colmillos brillando.
En un santiamén el gigante yacía muerto en el páramo...
—De The Kelpie

Phoebe se apoyó en el amplio pecho de Trevillion mientras atravesaban


Londres. No le importaba en absoluto la indecencia de tal acción. Él había
vuelto a ella, la había salvado cuando estaba más desesperada. Su aroma -el
que ella le había regalado- la envolvía y se sintió conmovida y agradecida de
que aún lo llevara.
El sándalo y la bergamota significaban ahora seguridad para ella... y
quizá algo más.
Sintió que él apretaba los muslos alrededor del caballo, impulsando al
animal al galope durante varios minutos, con el brazo de él alrededor de su
cintura sujetándola firmemente.
Cuando Trevillion dejó que el caballo volviera a frenar, le preguntó: —
¿Qué ha pasado? ¿Cómo la secuestraron?
Ella exhaló un suspiro y se enderezó un poco. —Esta mañana salí a los
establos para visitar a los caballos. Pero cuando abrí la puerta para entrar
en las caballerizas, alguien me agarró y me puso una capucha en la cabeza.
Se estremeció al recordarlo. Había estado muy cerca bajo la capucha y,
aunque había podido respirar perfectamente, la horrible sensación de que
le podían quitar el aire de los pulmones había sido casi abrumadora.
El brazo que tenía alrededor de su cintura se tensó, con la palma de la
mano apoyada en su estómago. —Malditos sean, —susurró Trevillion, tan
cerca que podría haber tenido sus labios contra su oreja.
—Me trataron bastante bien, teniendo en cuenta, —se apresuró a
asegurar Phoebe—, que apenas hablaron, por supuesto, pero no hubo ni un
solo atisbo de... toques insolentes.
Inclinó la cabeza y escuchó. Algo parecía vibrar en la garganta del
Capitán Trevillion. ¡Dios mío! ¿Estaba gruñendo?
—¿Podría decir cuántos eran?, —preguntó con brusquedad.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Cuatro. Sólo los cuatro que encontraste allí donde me retenían,
aunque también debía de haber un cochero, pues así me llevaron hasta allí.
—Tomó la crin del caballo y enhebró sus dedos entre los pelos tiesos—.
Pero escuché un poco de lo que decían justo antes de que usted y Reed
llegaran. Ellos estaban esperando a alguien, y él traía a un vicario.
—Para forzarla a casarse, —espetó Trevillion.
Ella movió una mano hacia el brazo que él tenía alrededor de su cintura.
El músculo bajo sus dedos era tan duro como el acero. —James, ¿tú o
Maximus saben quién es el hombre? ¿El que quiere casarse conmigo?
Su antebrazo se flexionó bajo sus dedos. —Me temo que todavía no
tenemos ni idea. Lo siento. Reconocí a uno de los atacantes en Harte's
Folly; también estaba en Bond Street.
Ella volvió su rostro hacia él. —¿Qué? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No quería alarmarla, —dijo él con firmeza.
—¿Así que en lugar de eso me dejaste literalmente a oscuras?, —
preguntó ella con dulzura.
—Ahora veo que esa decisión fue probablemente un error, —respondió
él—. En cualquier caso, tanto su hermano como yo hemos estado
investigando el asunto. El problema es que no hemos encontrado un
sospechoso claro.
—Eso es bastante decepcionante, —dijo ella de manera uniforme.
¿Viviría con el temor de ser secuestrada en cualquier momento hasta que se
encontrara al villano?
—Efectivamente, —dijo Trevillion—. ¿Dijeron los secuestradores algo
más sobre el hombre que estaban esperando?
Ella negó con la cabeza. —Me temo que no.
Maldijo en voz baja. —Podría ser cualquiera, entonces.
—Cualquiera dispuesto a forzar a una dama a un matrimonio no
deseado, —convino ella—. No tenía ni idea de que tuviera tantos
pretendientes.
—¿Qué quiere decir?
—El señor MacLeish me propuso matrimonio ayer mismo, —dijo ella
con ligereza.
El brazo que rodeaba su cintura se tensó casi hasta el punto de obligarla
a expulsar el aire de su cuerpo, y luego se relajó bruscamente.
—Felicidades, —dijo el Capitán Trevillion con una voz plana y sin
emoción.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Realmente, a veces sería mucho más fácil si a uno le permitieran
simplemente golpear a los caballeros en la cabeza.
—He rechazado la oferta, —dijo ella con bastante acritud.
—¿Por qué?, —preguntó él, con la voz más suave.
Ella se giró para acercar su cara a la de él, aunque no podía verlo. —
¿Cómo que por qué?
Se aclaró la garganta. —Malcolm MacLeish es joven y guapo...
—Me sirve de poco eso, ya que no puedo verlo.
—...un caballero de gran espíritu y rápido ingenio y que parece estar
cautivado por usted también.
Hubo un silencio.
—Cautivado, —dijo Phoebe al fin—. Cautivado. La palabra suena como
una enfermedad de la piel si lo piensas demasiado.
—Él sonríe cada vez que la ve, —murmuró en voz baja. ¿Estaba celoso?
—Yo sonrío cada vez que huelo pastel de cereza.
—Está siendo ridícula, —dijo Trevillion con desaprobación—. No veo
por qué lo ha rechazado de plano.
—Suenas como una tía vieja y quejosa, regañando a los niños por correr
por la casa.
—Soy mayor que usted, —replicó con rigidez—, como he señalado en
numerosas ocasiones.
Un terrible pensamiento la golpeó. —¿Me estás empujando al Sr.
MacLeish porque te he besado?
—Yo...
—Fue mi primer beso, deberías saberlo, —dijo ella muy rápidamente,
porque a veces era mejor decir lo vergonzoso y acabar con ello—. Estoy
segura de que mejoraré con la práctica. De hecho, estoy seguro de ello. Casi
todo mejora con la práctica, ¿no crees? Y realmente, si tuviera un poco de
ayuda de tu parte la próxima vez...
—No voy a besarla, —dijo con la terrible finalidad de un juez que dicta
una sentencia de muerte.
—¿Por qué no?
—Usted sabe muy bien por qué no.
—Nooo, —dijo ella lentamente, pensándolo bien—. No, no puedo decir
que lo sé, realmente. Quiero decir que sé por qué crees que no deberíamos

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
volver a besarnos: eres tan viejo como el Támesis, estás por debajo de mí en
rango, yo soy demasiado joven y frívola, y tú demasiado serio, etcétera,
etcétera, etcétera, pero francamente no tengo ninguna razón para no
besarte. —Se detuvo para respirar y pensar y modificó su afirmación—. A
menos, por supuesto, que seas (a) un asesino que huye de la ley o (b) que
escondes una esposa secreta. ¿Lo eres?
—Yo... ¿qué?
—¿Eres, —repitió pacientemente—, un asesino que huye de la ley o que
esconde una esposa secreta?
—Sabe que no, —dijo él con impaciencia. Era algo bueno que fuera tan
testaruda, porque ese tono podría haber desanimado a muchas otras
jóvenes—. Phoebe...
—Entonces no hay ninguna razón para no volver a besarme. —Ella
cruzó las manos en su regazo y sonrió.
Él hizo que el caballo se detuviera bruscamente. —Ya hemos llegado.
—Uf, —murmuró ella—. Esto no es Wakefield House.
—No, no lo es, —respondió él—. No la llevaré de vuelta a Wakefield
House hasta que su hermano haya encontrado al secuestrador.
Ella volvió a girar la cabeza y sus labios rozaron su cabello. —¿Sabe
Maximus que estás haciendo esto?
—Lo sabrá cuando reciba el mensaje que le dije a Alf que le diera—. Su
voz era dura, casi extraña en su acritud.
—¿No lo has acordado con él de antemano?, —preguntó ella con
interés, porque su hermano era, después de todo, un duque y Maximus,
además. No estaba acostumbrado a que otros tomaran las riendas.
En absoluto.
—No, —dijo él en voz baja.
Ella se estremeció de repente. A su manera, Trevillion era tan terco
como su hermano.
Tal vez incluso más.
¿No había tenido suficientes hombres autocráticos en su vida?
¿Realmente quería acercarse a Trevillion? ¿Y si no era mejor que su hermano?
¿Y si era peor?
Pero Trevillion seguía hablando. —Su criada, Powers, fue la que vendió
la información de que a usted le gustaba visitar los establos por la mañana.
Eso desvió su atención. —¿Qué? Eso no puede ser.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Me temo que lo es, milady, —contestó él, de forma no poco amable.
—Pero... —De todos los acontecimientos del día, éste era el que hacía
temblar sus labios. Powers no llevaba mucho tiempo con Phoebe, pero le
había parecido bastante agradable. Ayer mismo habían tenido una
encantadora discusión sobre la altura adecuada de los zapatos de tacón.
—Lo siento, —dijo Trevillion al desmontar—. Pero si Powers pudo ser
comprada, puede haber otros en su casa que también puedan serlo. Hasta
que no se atrape al secuestrador usted no está, en mi opinión, a salvo en la
casa de su hermano. Y como no podemos determinar quién es de confianza
y quién no, he decidido no confiar en nadie más que en mí mismo.
—¿Qué quieres decir?, —susurró ella.
Él rodeó su cintura con sus manos. Fuerte. Competente. Seguro.
Su voz era baja y no un poco oscura cuando respondió. —La sacaré por
completo de Londres y ni siquiera su hermano sabrá a dónde la llevo.

La cálida cintura de Lady Phoebe quedó atrapada entre las palmas de las
manos de Trevillion mientras éste esperaba que ella hiciera lo más sensato
y protestara por su prepotente declaración.
En lugar de eso, le sonrió como si le hubiera enseñado un truco
especialmente inteligente. —¿De verdad?, —dijo, sonando ridículamente
emocionada—. ¿A dónde piensas llevarme, entonces?
—Se lo diré una vez que hayamos empezado, —respondió él—. Vamos,
primero vamos a entrar.
Había cabalgado hasta una posada en las afueras de Londres, que
resultaba ser propiedad de un antiguo soldado que había estado bajo su
mando. Se suponía que Reed se reuniría con él aquí, pero Trevillion no vio
ninguna señal de él. Sin embargo, no estaba especialmente preocupado,
dadas las tareas que había pedido a Reed que realizara para él.
Trevillion bajó a Lady Phoebe con cuidado del caballo, reacio a dejarla ir
cuando la había puesto en pie.
—¿Dónde estamos?, —preguntó ella, con sus labios rojos como bayas
curvados en una sonrisa.
—En una posada a las afueras de Londres llamada The Piper. —Le
entregó las riendas del caballo a un muchacho y la condujo al interior.
El interior de la posada era tenue después de la luminosidad del patio, el
techo tenía vigas y era muy bajo. En la zona común se amontonaban mesas
redondas en torno a un fuego crepitante, y una docena de viajeros estaban
sentados comiendo. Trevillion no perdió tiempo y alquiló una habitación

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
trasera privada. Cuanto antes estuviera Lady Phoebe fuera de la vista del
público, menos probable sería que la reconocieran.
—Aquí hay una silla para que se siente, —dijo cuando la muchacha que
les había mostrado la habitación se marchó en busca del posadero. El salón
privado era pequeño, con una mesa rectangular, seis sillas y una
chimenea—. He pedido algo para que coma.
—¿Cerveza? —Lady Phoebe se animó—. Nunca he bebido cerveza.
—No. —Ladeó la cabeza. Las mujeres comunes bebían cerveza pero las
damas no—. Algo de té, jamón y huevos.
—Oh, bueno, —dijo ella, explorando delicadamente la mesa de madera
que tenía delante con las yemas de los dedos—, supongo que tendré la
oportunidad de probar la cerveza más adelante en nuestro viaje. Nos vamos
de viaje, ¿no?
—Así es.
Ella frunció el ceño de repente. —Pero, ¿le enviaste a Maximus un
mensaje de que estoy a salvo?
—Envié a Alf: es lo suficientemente ágil como para huir en caso de que
el duque se enfurezca demasiado, —respondió secamente—. También tiene
la dirección de nuestro destino para que su hermano pueda enviar un
mensaje cuando sea seguro.
Ella seguía sin mostrarse tranquila. —¿Pero qué pasa si Maximus obliga
a Alf a decirle la dirección?
—Alf es muy difícil de encontrar cuando no quiere ser encontrado. Le
di instrucciones para que se esfume hasta que el secuestrador sea
descubierto y capturado. También hará su propia investigación para mí.
Trevillion había ampliado la directiva de Alf de encontrar a los
secuestradores cuando había dado las instrucciones para informar a
Wakefield. Ahora Alf debía averiguar todo lo que pudiera sobre el
secuestro y la relación del Duque de Montgomery con Malcolm MacLeish.
Lo segundo no parecía tener relación con lo primero, pero ahora estaba la
propuesta de MacLeish a Lady Phoebe. Eso, al menos, exigía que MacLeish
fuera examinado a fondo.
Sus ojos se abrieron de par en par. —Has pensado en todo, ¿verdad?
Antes de que Trevillion pudiera responder, la puerta de la habitación se
abrió de golpe. Instintivamente su mano se dirigió a las pistolas de sus
cinturones, pero el recién llegado no era ninguna amenaza.
—¡Capitán, señor! —El tabernero envolvió a Trevillion en un abrazo de
oso y luego, como si se hubiera recogido, dio un paso atrás y, en posición de
servicio, lo saludó—. ¿Qué puedo hacer por usted, señor?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ben Wooster, antes sargento Wooster del 4º Regimiento de Dragones,
era un hombre de pecho de barril, con el pelo naranja encendido, una nariz
enorme que se había roto una vez, y una pierna de madera que había
recibido por cortesía de un disparo en la tibia. La lesión había puesto fin a
su carrera en el ejército. Afortunadamente Wooster había tenido un
hermano mucho mayor que era dueño de The Piper. Wooster había llegado
a trabajar para su hermano después de su retiro y finalmente compró la
posada por completo cuando su hermano decidió mudarse al campo.
—Es bueno verte, Wooster, —dijo Trevillion—. Tengo un favor que
pedirte, si tienes ganas de ayudarme.
—Cualquier cosa, Capitán, —respondió el posadero—. Fue su rapidez
de pensamiento la que me salvó de perder algo más que esta vieja pierna la
noche que me dispararon.
—Buen hombre, —dijo Trevillion—. Estoy protegiendo a esta dama de
aquellos que le harían un terrible mal. No le daré su nombre, porque no nos
conviene a ninguno de los dos. Si alguien viniera a preguntar por ella
después de que nos hayamos ido, le agradecería que olvidara que hemos
estado aquí.
El rostro alegre de Wooster se volvió grave. —Por supuesto, Capitán.
—Además, necesito un carruaje y caballos, y una muda de ropa para la
dama, —continuó Trevillion—. Pagaré ambas cosas, naturalmente.
—No será un problema el carruaje, aunque el vehículo que tengo en
mente es un poco viejo.
—No importa, —dijo Trevillion, aliviado. Su mayor preocupación había
sido encontrar un carruaje con tan poca antelación.
—Pero no tengo ropa adecuada para una gran dama, —dijo Wooster,
rascándose la cabeza—. Sólo algunas cosas de mi esposa. Si no le importa
esperar, puedo enviar a una de las chicas...
—No es necesario, —interrumpió Trevillion—. La ropa de tu esposa
sería justo lo necesario.
Wooster sonrió, mostrando un ojo perdido. —En ese caso, señor,
enviaré a mi esposa ahora mismo con los artículos.
—Gracias, amigo mío. —Trevillion estrechó la mano del otro hombre.
Wooster se fue justo cuando entró una sirvienta con una bandeja de
comida.
—Oh, eso huele de maravilla, —comentó Lady Phoebe mientras los
platos eran puestos en la mesa—. ¿Quiere acompañarme, Capitán?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Le parecía demasiado intimo cenar a solas con ella -a pesar de los
recientes acontecimientos ella seguía a su cargo- pero él no había podido
terminar su propio desayuno esta mañana.
—Si me lo permite, —dijo.
—Por supuesto que lo permito, —respondió Lady Phoebe—. De
verdad, Capitán, ¿cuándo no le he permitido algo?
Él le lanzó una mirada suspicaz, pero ella parecía absorta en servirse
algunos de los huevos cocidos, palpando cuidadosamente con las yemas de
los dedos mientras llenaba una cuchara y la transfería al plato que tenía
delante.
—¿Desea un poco de té, milady?, —preguntó él con brusquedad.
—Oh, por favor, —respondió ella—. Tengo la garganta bastante seca
después de haber sido retenida tanto tiempo.
—¿La han amordazado? —Se detuvo con la tetera a medio levantar y se
encontró mirando su mano. Estaba temblando. De rabia. Si hubiera podido,
habría vuelto y les habría cortado los dedos por atreverse a tocarla.
Ella se volvió hacia él como si percibiera su furia interior, con las cejas
fruncidas sobre unos vagos ojos color avellana. —Uno de ellos me puso la
mano sobre la boca, pero no estaba amordazada. Supongo que me trataron
con bastante delicadeza, teniendo en cuenta todo esto. No debería
quejarme.
Él le sirvió el té sin comentar nada, demasiado temeroso de lo que
pudiera decir.
Añadió azúcar y le acercó la taza al otro lado de la mesa. —Su té,
milady. Está a la derecha de su plato.
Ella encontró la taza y tomó un sorbo. —Es delicioso. Justo como me
gusta, con azúcar, pero eso ya lo sabías, ¿no?
Cualquier respuesta que diera no haría más que incriminarlo, así que se
sirvió unos huevos propios. Estaban bastante buenos y por un momento se
limitaron a comer en silencio.
Llamaron a la puerta antes de que ésta se abriera una rendija, revelando
a una pequeña y sonriente mujer con gorro y delantal y un bulto de ropa en
los brazos. —Soy la Sra. Wooster, vengo a ayudar a la dama a vestirse, —
dijo—, como Wooster dijo que lo hiciera.
—Gracias, señora Wooster. —Trevillion se puso de pie—. Esperaré en
la sala exterior mientras lo hace.
—Vaya, gracias, señor, —dijo la Sra. Wooster, entrando a toda prisa—.
Wooster lo está esperando con su hombre, según tengo entendido.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Trevillion asintió y salió. Después de buscar un poco, encontró a Reed y
a Wooster en el patio inspeccionando un carruaje que había visto días
mejores.
Wooster se giró a su llegada. —Sé que no es gran cosa, pero sigue
funcionando y lo llevará a donde necesita ir, señor.
—No lo dudo, —respondió Trevillion. Miró a Reed—. ¿Hiciste lo que te
pedí?
—Sí, señor, —respondió Reed. Levantó la propia bolsa flexible de
Trevillion—. Traje sus cosas de la pensión.
—Bien hecho, —dijo Trevillion. Tomó la bolsa que le entregó Reed y
rebuscó en ella para encontrar su monedero. Luego contó varias monedas
de oro—. ¿Esto servirá?, —le preguntó a Wooster.
—Ciertamente, señor, más que suficiente según mi estimación, —dijo
Wooster—. Ahora déjeme mostrarle los potros que tengo, pues sé que le
gusta elegir sus propios caballos.
Trevillion asintió. Sacó una cosa más de su bolso, luego lo empacó y
guardó su bolsa en el carruaje.
En otros quince minutos había escogido cuatro animales robustos de
los que había en los establos de Wooster. Se volvió hacia Reed. —¿Crees
que puedes conducir este carruaje? Puedo hacerlo yo, si no te sientes
preparado para ello, pero creo que es mejor que yo vaya dentro con la dama.
—He conducido un carruaje antes, señor, —dijo Reed.
Trevillion dio una palmada en la espalda del hombre. —Entonces
preparemos el carruaje y sigamos nuestro camino. Iré a buscar a nuestra
dama mientras tú supervisas la colocación de los caballos. —Miró a
Wooster—. Estoy en deuda con usted, sargento.
—Ni lo diga, Capitán, —respondió Wooster—. Estoy encantado de
ayudarlo, señor. Usted ha sido el mejor oficial que han tenido los dragones
y eso es un hecho.
Trevillion sonrió para agradecer y se dirigió a la posada, pasando por
delante de un nuevo carruaje y varios pasajeros, perros y mozos de cuadra.
En el interior se deslizó rápidamente hacia la habitación privada y llamó a
la puerta.
La señora Wooster abrió la puerta. —Bueno, está todo listo, aunque es
una pena cambiar un vestido de seda por simple fustiana.
—Todo es para mejor, señora Wooster, —dijo Trevillion—. Le
agradezco su amabilidad.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Ella ya me lo ha agradecido, y me ha dado su vestido. —La señora
Wooster sonrió de repente—. ¡Como se sorprenderá el viejo Wooster de
encontrar a su esposa en seda el domingo por la mañana!
Y así, la esposa del posadero se alejó.
Trevillion se giró para encontrar a Phoebe de pie en la habitación
privada, esperándolo.
—¿Y bien?, —preguntó ella, retorciendo nerviosamente sus dedos—.
¿Qué te parece?
Llevaba un vestido índigo con un corpiño azul más claro. Llevaba un
delantal blanco bien arreglado en la parte delantera y una gorra y un fichu
blancos completaban el conjunto. Sus mejillas estaban sonrojadas de un
delicado color rosa y el azul resaltaba el verde de sus ojos color avellana.
—Está perfecta, —dijo Trevillion, y luego se dio cuenta de que tenía
que aclararse la garganta—. Tengo una cosa más que añadir a su traje.
Ella ladeó la cabeza. —¿Qué cosa?
Se acercó a ella y le tomó la mano izquierda, colocándole un sencillo
anillo de oro en el dedo. —Una alianza, Sra. Trevillion.

Muchas horas después, Phoebe estaba sentada en el carruaje y volvió a


palpar subrepticiamente el anillo en su dedo. Era muy suave, sin bordes
afilados, lo que en realidad no le decía nada en absoluto. Si pudiera ver el
anillo...
Suspiró y dejó caer las manos sobre su regazo. Era terriblemente
monótono viajar en carruaje, sobre todo cuando uno no podía ni siquiera
ver por la ventana. Había pasado parte de la tarde durmiendo a duras penas
entre los empujones que el carruaje daba sobre lo que parecían surcos en un
campo. Ahora, sin embargo, estaba completamente despierta y aburrida.
—¿De quién es el anillo?, —preguntó. Trevillion había pasado una
buena cantidad de tiempo viajando con Reed en el pescante, pero había
entrado de nuevo en su última parada.
—¿Qué? —Sonaba distraído. Sabía que le preocupaba que lo siguieran y
quería mantenerla a salvo, pero realmente pensaba que ya debían estar bien
lejos de Londres.
—El anillo. —Ella levantó la mano por si él miraba hacia ella. El
carruaje chocó con un bache en el camino y ella rebotó en el asiento—. ¡Uf!
¿A quién pertenece?
—A nadie, milady, —dijo él con una voz que significaba que realmente
prefería no discutir el asunto—. Al menos ya no.

129
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ella esperó, pero aparentemente él iba a dejarlo así.
Bueno, ella no.
—Sabes, —comenzó con la mayor suavidad posible—, no puedes
ponerle un anillo a una mujer, declararla tu esposa y no tener que
responder a algunas preguntas.
—Ya le dije que es sólo una treta hasta que podamos llegar a un lugar
seguro, —dijo él—. Un hombre y su esposa son mucho menos propensos a
causar comentarios que un hombre que viaja con una mujer no relacionada
con él.
—Sí, eso es ciertamente correcto, —dijo ella con dulzura—. Supongo
que debería alegrarme de que por casualidad tuvieras un anillo de boda por
ahí.
—Era de mi madre, —dijo él bruscamente.
El carruaje era pequeño, ella lo sabía, y él se sentó frente a ella. Podía
oler, débilmente, el aroma del sándalo y la bergamota. Físicamente estaba
muy cerca, pero por su tono de voz...
Podría estar en otro continente.
—Lo siento, —dijo por fin, eligiendo cuidadosamente sus palabras—.
Está muerta, ¿verdad?
—Sí, —dijo él, plano y sin tono—. Murió de fiebre cuando tenía cuatro
años. Todos nos contagiamos, al parecer, pero sólo ella murió de eso.
Ella había perdido a sus propios padres, por supuesto, pero sólo había
sido un bebé. No los recordaba en absoluto. Pero un niño de cuatro años
recordaría a su madre, la recordaría y la lloraría.
No es que Trevillion fuera el tipo de hombre que le dijera eso. —Eso
debió ser muy duro para ti. Muy duro para tu familia.
Él no respondió.
Ella lo intentó de nuevo. —¿Cómo era ella?
Hubo un silencio y ella pensó que él no respondería a su pregunta: era
bastante intrusivo.
—Delicada, —dijo él—. Recuerdo que era muy delicada. Sus brazos, sus
manos, su regazo y sus mejillas. Me parecía muy hermosa, la mujer más
hermosa del mundo, aunque he oído decir a otros que era una mujer normal
y corriente. Solía contarme historias.
Dejó de hablar bruscamente.
—¿Qué tipo de historias?, —preguntó en voz baja, temiendo romper el
hechizo.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Oh, de cazadores de gigantes y caballeros luchando contra dragones,
—dijo él—. A veces me contaba sobre las sirenas del mar.
—¿Qué hay de ellas?
—A desconfiar de su canto, —contestó secamente—. Ah, nos
detenemos.
—¿Ya?, —preguntó ella, decepcionada ahora que por fin había
conseguido que él hablara un poco de su familia.
—Son las ocho, milady, y está bastante oscuro. Continuaría, pero Reed
y yo acordamos antes que no era prudente viajar lejos después de la puesta
de sol. Especialmente porque no estamos viajando por el camino principal.
—Entonces, ¿dónde estamos?, —preguntó ella.
—Creo —oyó un crujido como si Trevillion mirara por la ventana—
que estamos en una posada pequeña. Muy pequeña.
La puerta del carruaje se abrió. —Tienen una habitación, señor, —dijo
Reed—. Dormiré en el carruaje.
—Muy bien. —Phoebe sintió que Trevillion le tocaba ligeramente el
brazo—. ¿Está lista?
Ella tomó aire y sonrió. —Por supuesto—. Ya lo habían discutido antes:
ella iba a ser su esposa y dejaría que él hablara la mayor parte del tiempo.
Con un poco de suerte, la mayoría de las personas que conocieran ni
siquiera se darían cuenta de que ella era ciega.
Trevillion la tomó de la mano y la guió para que bajara del carruaje.
Podía oír el ladrido de un perro bastante cerca y el suave relincho de los
caballos. Caminaron por un patio de tierra blanda y luego Trevillion la
condujo a la posada.
Aquí hacía más calor, el suave parloteo de acentos campestres provenía
de una sala común. Podía oler el humo del fuego y la carne cocinándose.
Trevillion habló con alguien -supuestamente el posadero- y luego la
condujo por un pasillo, mientras las voces de la sala común se desvanecían
tras ellos. Abrió una puerta y la condujo a través de ella.
—Aquí estamos, —dijo—. Una habitación privada, con el techo
ennegrecido por el humo del fuego. Estamos en un establecimiento antiguo.
Aquí tiene una silla junto a su mano izquierda.
Ella sintió el brazo de la silla bajo su mano y se sentó. La silla estaba
frente a una mesa y ella comenzó a trazar la madera, profundamente
acanalada en algunos lugares, con las iniciales H.G. talladas en el borde.
La puerta se abrió de nuevo y una mujer con voz aguda trajo algunos
platos de olor sabroso, y luego se fue de nuevo.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Oyó el roce de una silla cuando Trevillion se sentó, presumiblemente
frente a ella. Una cuchara tintineó contra un plato de peltre. —Ah. Parece
que tenemos una especie de guiso. ¿De cordero, quizás? Con col y una
buena cantidad de zanahorias y guisantes. ¿Puedo servirle un poco?
—Por favor, querido esposo.
Por un momento la cuchara se detuvo, y luego escuchó el sonido del
guiso siendo servido en un tazón.
El borde golpeó suavemente contra sus nudillos.
—Hay una cuchara a las tres y un trozo de pan a las nueve, querida
esposa.
Ella casi soltó una risita.
—Y, sólo para usted, he pedido una cerveza suave en lugar de vino, —
dijo.
—¿En serio?
—En contra de mi buen juicio. Es una bebida común, mila... ahem,
esposa, y no creo que sea agradable a su paladar. Aunque, —añadió en voz
baja—, teniendo en cuenta dónde estamos, la cerveza es probablemente
mejor aquí que el vino.
Ella se animó ante la perspectiva de una nueva experiencia. —Entonces
debo probarla de inmediato.
—Está aquí mismo. —Le tomó la mano y la colocó sobre una jarra de
peltre.
—A tu salud, esposo, —dijo ella solemnemente y bebió un sorbo.
O más bien lo intentó, porque su nariz parecía estar enterrada en la
espuma. Inspiró sorprendida -no era lo mejor-, tosió y estornudó.
—Le ruego me disculpe, —dijo el Capitán Trevillion, y ella no pudo
evitar notar que su voz estaba extrañamente apagada.
Phoebe estornudó de nuevo -con bastante violencia-, se limpió los ojos
y la nariz con su pañuelo, recuperó el aliento e inmediatamente exigió: —
¿Te estás riendo de mí?
—Nunca mi... esposa. Nunca, —le aseguró él, con la voz temblorosa.
Él lo hacía. Sin duda se estaba riendo.
Ella se sentó recta, echó los hombros hacia atrás y se llevó la jarra a la
boca de nuevo. Esta vez mantuvo su nariz fuera del camino y sorbió
delicadamente a través de la espuma. La cerveza era... bueno, agria. Y
extrañamente punzante en su lengua. La mantuvo en la boca un momento,
pensando, y luego tragó.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿Y bien?
Levantó un dedo y tomó otro sorbo. Ácida. Con levadura. Algo terrosa.
Y esos graciosos cosquilleos. Tragó y tomó otro sorbo. ¿Le gustaba el
aroma? Lo había olido toda su vida: la mayoría de la gente de Londres bebía
cerveza, era el agua del hombre común. Ese sabor agrio, tan cálido y fuerte.
Dejó caer su jarra. —Creo... creo que tendré que experimentarla más.
—¿Por qué?, —preguntó él—. Si no le gusta, entonces beba vino.
—No he dicho que no me guste.
—Tampoco parecía superada por su disfrute, —señaló él con sorna.
—Es... diferente -muy diferente- de todo lo que he probado antes, —
dijo ella, mientras su dedo trazaba el frío metal de la jarra—. Me gustaría
volver a probarla.
—Si lo desea, le conseguiré cerveza en nuestras comidas mientras
viajamos, pero no lo entiendo. ¿Por qué obligarse a beber lo que no le gusta?
—Pero no me estoy obligando, —le respondió ella, trazando el borde de
la jarra de cerveza, sintiendo las burbujas estallar contra la yema de su
dedo—. ¿No lo ves? Quiero explorar cosas diferentes: comida, lugares,
personas. Si, después de varias catas, veo que no puedo soportar la cerveza,
entonces la dejaré. A menudo, algo que se prueba por primera vez nos
parece extraño, nos desagrada. Sólo después de probarlo una y otra vez,
uno se da cuenta de que esa cosa nueva, esa cosa que antes era extraña,
ahora es bastante familiar. Familiar y querida. —Phoebe inhaló, su aliento
llegó demasiado rápido con la fuerza de su argumento—. Probar una sola
vez y declarar que una cosa es deficiente... vaya, eso es bastante cobarde.
Sintió el calor de la mano de Trevillion cuando sus dedos tocaron los
suyos en el labio de la jarra. —Lo único que usted nunca será, milady, es
una cobarde.
Phoebe sonrió cuando el calor de sus dedos pareció extenderse a su
mano, a su brazo y a su corazón.
Se aclaró la garganta. —Llevamos un día de viaje. ¿Puedes decirme
ahora a dónde vamos?
Su mano desapareció inmediatamente de la de ella. —Nos dirigimos al
lugar más seguro para usted que se me ocurre.
Ella ladeó la cabeza, analizando su voz. Sonaba... resignado, como si no le
gustara mucho este lugar. Incluso habría dicho que había un toque de
temor en su voz, si tal cosa no hubiera sido completamente imposible
cuando se trataba de Trevillion.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Es... —Phoebe se lamió los labios—. ¿Es un lugar en el que has estado
antes?
—Sí. —Sin tono.
—¿Quieres volver a verlo?
—No. —Una respiración profunda—. Pero eso no importa. Lo que
importa es mantenerla a salvo por encima de todo.
Pero Phoebe no pudo evitar pensar: ¿Incluso por encima de la seguridad
de Trevillion?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Diez
Aquella noche, Corineo y el caballo de mar durmieron en el páramo bajo el amplio cielo sin luna.
Una brisa se agitaba entre las estrellas, y parecía traer un tenue y melancólico canto, como si
decenas de doncellas lamentaran la pérdida de su hermana...
—De The Kelpie

No fue hasta que un posadero resoplante les mostró su habitación más


tarde esa noche que Phoebe comprendió plenamente lo que significaba que
ella y Trevillion viajaran como marido y mujer.
Las parejas casadas compartían una habitación.
Y una cama.
Durante todo el día de viaje en el carruaje no se le había ocurrido ni una
sola vez ese hecho. Tal vez todos los empujones del carruaje mal
amortiguado le habían ablandado la cabeza.
Oyó el leve roce de una bota cuando Trevillion se giró al otro lado de la
habitación... a unos tres metros de distancia.
Se aclaró la voz. —La cama es pequeña, pero bastante adecuada para
dos adultos. Por supuesto, colocaremos una almohada o algo parecido en el
medio.
Ella ladeó la cabeza. —¿Hay más de dos almohadas?
—No.
—Entonces, ¿sobre qué colocaremos la cabeza?
—Ya se me ocurrirá algo, —dijo reprimido—. Ahora. Directamente a su
derecha hay un lavabo y una palangana. —Él cruzó y ella escuchó el sonido
de agua vertida—. Hay suficiente para que se lave, aunque me temo que no
está calentada. El... er, orinal está justo debajo de la cama, en el lado más
cercano a usted. Iré a ver a Reed y me aseguraré de que esté cómodo.
Tardaré media hora.
Y salió de la habitación mientras ella seguía sonrojada por las
instrucciones del orinal.
Phoebe exhaló un suspiro y dio un paso hacia la derecha, con la mano
extendida. Inmediatamente chocó con el lavabo. Pasó las yemas de los
dedos por encima hasta que llegó a una pequeña jarra -de barro- y al lavabo
-de porcelana-, con un trozo en el borde.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Asintiendo para sí misma, se desató el sombrero. Había una silla junto
al lavabo y allí depositó el objeto. Afortunadamente, la ropa que le había
proporcionado la señora Wooster era ropa de mujer trabajadora, algo que, a
diferencia de la suya, podía quitarse y ponerse sin necesidad de una
doncella. Sintió una punzada al pensar en Powers. ¿Dónde estaba la chica
ahora? Maximus la habría dejado ir sin referencias, como mínimo. Phoebe
sacudió la cabeza. No creía que Powers la hubiera odiado, aunque siempre
era difícil saber lo que un buen sirviente sentía realmente por su amo o
ama. Pero para arriesgar un puesto de lujo como doncella de la hermana de
un duque, Powers debía de estar bastante desesperada. Phoebe se prometió
a sí misma preguntar por Powers una vez que regresara a Londres, y
averiguar si necesitaba ayuda.
Una vez decidido esto, se quitó el fichu, el delantal, la falda y el corpiño
y los colocó ordenadamente en la silla. Luego, de pie, sólo con las medias,
los zapatos, el corsé y la camisola, se lavó la cara y el cuello. ¡Brrr! Trevillion
había acertado: el agua estaba fría.
La idea de que tal vez él regresara mientras ella estaba en ropa interior
la impulsó a desatar los cordones de su corsé, y entonces la idea la golpeó:
¿y si Trevillion regresaba mientras ella estaba desvestida?
Por un momento se quedó helada. ¿A él le gustaría ver su cuerpo o
simplemente pensaría que es una mujer deseosa? ¿Cómo se sentiría ella al
saber que él la miraba?
Qué extraño. Ya no pensaba a menudo en su cuerpo o en su cara. No
podía verlos, así que no podía posar ante un espejo, examinar los defectos,
encontrar partes de las que se sintiera especialmente orgullosa.
Su cuerpo era simplemente útil ahora, no algo para atraer a un hombre.
Pero si se acercaba a Trevillion... si algún día ella le permitía hacerle el
amor... entonces su cuerpo sería más, ¿no?
Lentamente continuó desatando su corsé, sintiendo como sus pechos
caían libres, como sus costillas y cintura se enfriaban en el aire de la noche.
Se acarició los pechos a través de la camisola. La camisola era suya, de lino,
ligera como una pluma, resbaladiza bajo las yemas de los dedos. Tenía unos
pechos turgentes que desbordaban las palmas de sus manos. Bueno, todo
en ella era un poco gordo: vientre rollizo, caderas curvadas. ¿A Trevillion le
gustaban las mujeres regordetas y pequeñas? ¿O se sentía más atraído por
una de esas criaturas parecidas a los cisnes, altas y esbeltas, con piernas y
cuellos largos?
Lentamente, se pasó las manos por los costados, sintiendo su propia
carne, cálida y suave. Se le puso la piel de gallina, pero no por el ligero frío.
Algo sonó fuera de la habitación y ella se sobresaltó.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
¡Oh! Él no debía sorprenderla soñando despierta, eso no sería nada
atractivo. Apresuradamente, Phoebe se quitó los zapatos y las medias, y
luego comenzó a trabajar en su cabello.
Había comenzado la mañana en un simple peinado con la ayuda de la
señora Wooster. Se quitó las horquillas del pelo y las colocó con cuidado en
el lavabo, pues tal vez no tuviera oportunidad de reponerlas pronto. Pero
entonces se encontró con un dilema: no tenía cepillo ni peine. ¡Maldición!
Debería haberle pedido a la señora Wooster uno para llevárselo.
En ese momento alguien llamó a la puerta.
Phoebe chilló y corrió hacia la cama. Se golpeó la espinilla contra el
costado -¡bastante doloroso!- antes de saltar y tirar de las mantas hasta la
barbilla.
Se aclaró la voz antes de llamar: —Adelante.
La puerta se abrió.
—¿Todo a su gusto? —preguntó Trevillion.
—Sí. —Escuchó cómo algo caía al suelo: ¿su bolso?— En realidad,
¿tendrías un peine que me puedas prestar?
—Por supuesto. —Un sonido de hurgar y luego él se acercó a la cama.
Ella se sintió cohibida y a la vez un poco excitada. Sólo llevaba la
camisola bajo las mantas. El pelo le caía por los hombros. Nunca había
estado en una situación tan íntima con un hombre.
Con Trevillion antes.
Tomó aire y extendió la mano y sintió el peine colocado en ella.
Él se alejó de nuevo mientras ella empezaba a pasar el peine por su pelo,
empezando por las puntas y subiendo para desenredar los mechones. La
manta aún le cubría los pechos, pero sentía que se deslizaba mientras
trabajaba. Era imposible sostenerla y peinarse al mismo tiempo.
Se mojó los labios. —¿Cómo estaba Reed?
—Bastante cómodo. Comió un poco del guiso de cordero y está
acostado con los caballos en el establo.
Oyó una bota golpear suavemente el suelo y se dio cuenta de que él se
estaba desvistiendo. Ahora mismo. Delante de ella.
Ella podría haber chillado.
Él se detuvo. —¿Perdón?
—¡Oh, nada! —Se recogió todo el pelo sobre el hombro izquierdo.
La manta se deslizó hasta la punta de sus pechos.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Ah. —Se aclaró la garganta de nuevo.
—¿Crees que te estás resfriando?, —dijo.
—No.
Más movimientos. ¿Qué se estaba quitando exactamente? ¿Cuánta ropa
tenía puesta? ¿Vendría a la cama desnudo?
—¿Estás seguro? Porque me pareció que hacía bastante frío esta noche y
quizás después de tu paseo nocturno deberías tomar algo caliente. No sería
bueno tener fiebre.
—No estoy resfriado, —dijo él, de repente muy cerca. Se movía tan
silenciosamente sin las botas puestas—. Y no soy yo la que está sentada en
una habitación fría con sólo una camisola.
Oh, ¡se había dado cuenta! Phoebe se sintió bastante satisfecha.
Olió a sándalo y bergamota, y entonces su voz fue un gruñido
ronroneante cerca de su oído. —¿Ya has terminado?
Probablemente se refería al peine.
Muy probablemente.
—Eh, sí. —Ella se lo tendió.
—Gracias. —Se lo arrancó de los dedos.
La cama se hundió en el otro lado y Phoebe se agarró salvajemente al
colchón para no rodar hacia el centro.
—Voy a apagar la vela, —le informó—. Y he colocado mi abrigo entre
nosotros.
Se tumbó de lado con cautela y palpó con una mano hasta encontrar la
áspera tela del abrigo. Él lo había enrollado en un tubo largo entre ellos. —
Sabes, esto realmente no es necesario.
—Buenas noches, Phoebe.
Ella sonrió -aunque él probablemente no podía verlo, tan ciego como
ella en la oscuridad. —Buenas noches, James.
Se quedó un rato tumbada en la cálida tranquilidad, casi dormida, hasta
que un pensamiento repentino la despertó.
Phoebe se giró sobre su otro lado, de cara a él. —Si mi hermano no sabe
a dónde nos dirigimos, ¿cómo te va a pagar?
—¿Pagarme? —Su voz era lenta y desconcertada.
—Tu salario.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—No me debe ningún salario, milady, —respondió él, con la voz ahora
alerta—. Su hermano ya no me emplea.
Ella frunció el ceño, confundida. —¿No te ha vuelto a contratar para
rescatarme?
—No.
—Si mi hermano no te envió... —Ella consideró sus palabras con
sueño—. Entonces, ¿por qué estás aquí?
Pero él no contestó y ella se durmió aún con la duda.

Trevillion se despertó a la mañana siguiente como solía hacerlo: de golpe,


exactamente a las seis, y con el pene rígido.
Lo que no era habitual era el suave aliento contra su cuello, la pequeña
mano extendida sobre su pecho y el rostro apretado contra su hombro. Al
parecer, su abrigo enrollado había perdido la batalla en la noche contra
Lady Phoebe y su inconsciente obstinación.
Se quedó un momento tumbado, simplemente escuchando su
respiración. Podía sentir su suave pecho presionado contra su costado. De
alguna manera, él la había rodeado con su brazo para que ella estuviera
dentro de su abrazo. Para cualquiera que entrara en la habitación, él y Lady
Phoebe habrían parecido amantes. Cerró los ojos. Si estuviera realmente
casado con ella, así serían todas las mañanas: dulces y sin prisas, llenas de
potencial.
Pero no estaba casado con Phoebe y ciertamente no eran amantes, ni
ahora ni en el futuro.
La idea era un trago amargo, difícil de digerir, más difícil de retener: esa
mujer no era para él.
Con cautela, empezó a sacar el brazo de debajo de su cuello.
Pero Lady Phoebe nunca fue tan fácil.
Ella murmuró algo inteligible y se acurrucó contra él, como un erizo que
se resiste a ser molestado. El hombre arqueó el cuello, mirando hacia abajo,
y observó cómo su nariz se arrugaba adorablemente. Su pelo castaño claro
estaba esparcido sobre la almohada y cubierto por un lado de la cara, con
un mechón atrapado entre sus exuberantes labios rosados.
Exhalando un suspiro silencioso, dejó que su cabeza cayera sobre la
almohada, atrapado por la chica.
Dios, pero su pene estaba duro; podía sentir el pulso de su sangre,
caliente e insistente. Si estuviera solo en la cama, deslizaría la mano hacia
abajo, sobre los planos llanos y duros de su vientre, hacia el vello grueso de

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
abajo. Se acariciaría las pelotas, apretadas bajo esa carne que sobresalía, y
finalmente se llevaría el miembro a la mano. Tocaría la punta, sensible y
húmeda, tomaría un poco de esa humedad y la extendería por el tronco,
apretando un poco mientras...
—¿Um? —Phoebe suspiró el sonido en su cuello, levantando una mano
para rascarse la nariz—. ¿Qué...?
Tragó antes de poder hablar. Aun así, su voz salió con profundo grosor.
—Buenos días, milady.
En algún lugar, de alguna manera, un dios se reía de él.
Lo supo en el momento en que ella se despertó por completo, porque se
quedó paralizada de inmediato.
Ella inhaló, exhaló, volvió a inhalar y dijo: —¿James?
—¿Sí?
—¿Qué llevas puesto? —Sus ágiles dedos ya estaban explorando la tela
sobre su caja torácica, deslizándose, tanteando su camino.
Lo iba a volver loco.
—Mi camisa, milady.
Sus dedos se detuvieron un momento. —¿Eso es todo? —Su voz era algo
ronca, pero podría ser por el desuso.
Se aclaró la garganta. —No, también tengo los pantalones. —Gracias a
Dios.
—¿James?
—Creo que debería dejar de llamarme por mi nombre de pila, milady,
—dijo, sonando a sus propios oídos como un virginal octogenario, algo
irónico ya que la verdadera virgen de la habitación estaba deslizando sus
dedos dentro de la V abierta de su camisa.
Contuvo la respiración mientras ella le recorría la clavícula.
—¿Por qué?, —preguntó ella—. Me gusta tu nombre. James es muy
práctico. Siempre pienso que uno puede confiar en un James... y yo puedo
confiar en ti, ¿no?
Se aclaró la garganta de nuevo, tratando de recordar su argumento. —
Sí, pero...
—¡Tienes pelo en el pecho! —exclamó ella, como si descubriera que él
tenía alas—. Qué extraño debe ser eso. ¿Se te enreda en las camisas?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Ay, —comentó él, porque los dedos exploradores de ella habían
atrapado algunos—. No. A no ser que decidiera llevar camisas de cota de
malla.
—Es muy grueso, —dijo ella a continuación—. ¿Hasta dónde llega?
Él rodó fuera de la cama. Bastante rápido de hecho, perdiendo algunos
de esos pelos del pecho a sus dedos mientras lo hacía. Y por primera vez se
alegró de que ella fuera ciega, porque si hubiera podido ver se habría
quedado con los ojos abiertos. Su pene estaba más que contento con su
curiosidad.
Ella se sentó, lo que no ayudó en absoluto, porque, como había
observado la noche anterior, su camisola era condenadamente fina. Podía
ver sus pezones si miraba.
Sólo un canalla común miraría.
Eran de color rosa brillante y puntiagudos y estaban situados encima de
los pechos redondos más hermosos que jamás había visto. Él sólo quería...
Apartó la mirada y empezó a vestirse.
—¿Qué ocurre?, —preguntó ella.
—Sabe muy bien cuál es el problema, —se sorprendió a sí mismo
respondiendo acaloradamente. Esa no era la forma de hablarle a una dama,
a la hermana de un patrón, a...
—No, no lo sé, —dijo ella—. Por qué no vuelves y podemos practicar
los besos que...
—¡Eres demasiado joven!, —gritó él—. Demasiado noble, demasiado
imprudente con tu propia seguridad, demasiado dulce y demasiado
condenadamente joven. Es suficiente. Deja de provocarme, deja de usarme
como tu juguete personal. Puede que sea el sirviente de tu hermano, pero
también soy un hombre.
—Nunca pensé que no lo fueras, —dijo ella en voz baja—. Sé que eres
un hombre, James. No me gustaría que fuera de otra manera. No quiero un
juguete personal. Te quiero a ti.
—No puedes tenerme, milady, —dijo él—. Lo siento.
Y salió de la habitación antes de que pudiera retractarse de las palabras.

—Pero, querida, seguro que te has enterado. —Lady Herrick se inclinó


ligeramente hacia delante, la sonrisa que jugaba alrededor de su
encantadora boca anunciaba que tenía un exquisito chisme.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Eve tomó un sorbo de su té y negó cortésmente con la cabeza. —Como
he dicho, no estoy segura de a qué se refiere, milady.
Ambas se sentaron en el salón de Lady Herrick, que estaba decorado en
azul pálido, rosa y oro. Pequeñas cucharas doradas se apilaban en la mesa
de té junto con pequeñas galletas duras. Estaban bellamente decoradas con
glaseado rosa, pero sabían a tiza. Eve acababa de dar a Lady Herrick el
retrato en miniatura de cierto caballero que había pintado para ella.
—Vaya, el secuestro de Lady Phoebe, —dijo Lady Herrick con el
suficiente gusto como para confirmar la opinión de Phoebe de que la dama
era una persona bastante desagradable bajo todo ese brocado de seda
dorada—. Se la llevaron de su propia casa, querida, la casa del Duque de
Wakefield aquí en Londres. Algunos dicen que ya ha sido devuelta a la casa
de su hermano, pero si es así, nadie la ha visto. —Lady Herrick dio un
delicado escalofrío—. ¿Quién sabe lo que le habrán hecho a la pobre chica,
ciega y en las garras de hombres sin escrúpulos?
Su anfitriona tomó un sorbo de té, con los ojos sonriendo
maliciosamente por encima del borde de la taza.
Eve decidió que ya había tomado suficiente té. —¿Está satisfecha con el
retrato, milady?
Lady Herrick recogió la pequeña pieza. Era ovalada, pintada sobre una
fina tabla de marfil, adecuada para adornar una tabaquera o simplemente
para enmarcarla. —Oh, sí. Tiene su parecido exactamente, señorita
Dinwoody. Su talento es realmente extraordinario.
—Gracias, milady. —Eve dejó su taza de té con precisión—. Espero que
no le importe mucho si me voy. Me temo que tengo una cita a la que no
puedo faltar.
—¿De verdad? —Eve pudo ver como la mente de Lady Herrick
trabajaba, tratando de pensar con quien podría reunirse. —Bueno, en ese
caso no la retrasaré. Gracias de nuevo por el retrato.
—Milady. —Eve se levantó e hizo una reverencia, recogiendo
discretamente el pequeño monedero de monedas que Lady Herrick le había
dado antes.
Un lacayo la acompañó fuera del salón y bajó las escaleras. Jean-Marie
la esperaba en el vestíbulo delantero. Se giró para inspeccionar una
estatuilla bastante llamativa de un niño moro con turbante, taparrabos y
pendientes. La estatuilla era de mármol negro y los pendientes, los ojos y
los labios estaban dorados.
—Madame. —Jean-Marie inclinó la cabeza mientras ella hacía el
pasillo. Le abrió la puerta principal—. ¿Cree que debería llevar pendientes
de oro?

142
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Creo, —dijo Eve mientras se dirigían a su carruaje—, que Tess no me
volvería a hablar si dijera que sí.
—Hm, —murmuró Jean-Marie mientras abría la puerta del carruaje y
ponía el escalón.
Tess era la esposa de Jean-Marie y la cocinera de gran talento de Eve.
Por el bien de su estómago le gustaba tener a Tess contenta.
Eve entró en el carruaje y esperó a que Jean-Marie entrara también.
—¿A su casa?, —preguntó Jean-Marie, levantando la mano para golpear
el techo y hacer una señal al conductor.
—No, —respondió Eve—. Me gustaría visitar a Val.
Jean-Marie la miró largamente y luego gritó al conductor: —¡A la casa
del Duque de Montgomery! —antes de volver a sentarse.
—¿Hay alguna razón particular por la que desee visitar a Su Excelencia?
—preguntó Jean-Marie. A veces, cuando estaba cansado, o emocionado, o
sentía alguna emoción fuerte, el acento criollo francés se colaba en su
discurso.
—Escuché algo bastante —Eve hizo una pausa, seleccionando
cuidadosamente sus palabras — angustioso en la casa de Lady Herrick.
—¿Y qué fue eso?
—Alguien ha secuestrado a Lady Phoebe Batten. —Sintió que su cara se
derrumbaba por un momento, un segundo de pérdida de control por el
pánico. Se clavó los dedos en las palmas de las manos, con los puños
temblando, mientras empujaba hacia abajo viejos recuerdos.
Viejos miedos.
Apretó los ojos y alejó el miedo. Ella era fuerte. Era Eve Dinwoody, una
mujer adulta con su propia casa y sus propios sirvientes.
Y lo más importante, tenía a Jean-Marie, paciente, fuerte y
absolutamente letal si lo deseaba.
Estaba a salvo.
Eve inhaló lentamente. Pero Phoebe no había estado a salvo. Incluso en
la casa de su hermano, en medio de Londres, había sido secuestrada, una
chica ciega.
Debía estar completamente aterrorizada.
—Eve, mon amie, —dijo Jean-Marie, con su voz grave y angustiada.
Ella abrió los ojos de inmediato y le sonrió. —No pasa nada. Estoy bien.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Sus ojos marrones como el café estaban preocupados, pero antes de que
pudiera rebatir su afirmación, el carruaje se detuvo.
Al instante, Jean-Marie saltó para poner el escalón.
La ayudó a bajar.
Eve lo miró. —Espera aquí.
A Jean-Marie no le gustó la orden, se dio cuenta, pero asintió con la
cabeza.
Se giró y miró hacia la enorme casa de la ciudad en la que vivía Val. De
al menos seis pisos y recién construida, con enormes columnas y un
frontón, gritaba un gasto escandaloso, que más bien encajaba con el propio
hombre. Dentro del frontón había un bajorrelieve de un Hermes sonriente
con capa y sombrero de viajero, sosteniendo su caduceo. El dios de los
engaños y los ladrones tenía un parecido bastante extraño con el propio
Val.
Eve resopló.
Subió los escalones de la entrada y dejó caer la enorme aldaba dorada.
Casi inmediatamente se abrió la puerta, pero en lugar de un
mayordomo, una mujer joven estaba en la apertura. Era alta, estaba muy
recta y vestía de negro, salvo por el delantal, el fichu y un enorme gorro,
atado cuidadosamente bajo la barbilla—. ¿Sí?
Eve parpadeó, momentáneamente sorprendida. —¿Quién es usted?
La mujer no pareció inmutarse por la pregunta de Eve. —Soy la señora
Crumb, el ama de llaves del duque de Montgomery. ¿En qué puedo
ayudarle?
—Deseo ver a Val, —dijo Eve, y luego frunció el ceño—. ¿Qué pasó con
el mayordomo?
La Sra. Crumb ignoró esa pregunta. —¿Quién puedo decir que lo visita?
Eve miró a la mujer de arriba abajo. La Sra. Crumb podría ser una
sirvienta, pero era bastante formidable... y no parecía acobardarse
fácilmente en absoluto. —Soy Eve Dinwoody. Val me recibirá.
Por un segundo los ojos de la Sra. Crumb se entrecerraron. Luego
pareció tomar una decisión. Asintió una vez, con decisión, y dio un paso
atrás, permitiendo a Eve entrar en la casa. —Su Excelencia está ahora
mismo en la biblioteca.
—Gracias. Conozco el camino.
La puerta se abrió en un enorme vestíbulo de entrada. Bajo sus pies
había un mármol rosa con vetas grises. Las paredes estaban cubiertas de

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
enredaderas doradas, curvas y flores, formando arcos y medallones. Por
encima, el techo abovedado estaba pintado de azul huevo de petirrojo y
dividido en más adornos, y del centro colgaba una enorme araña de cristal.
Eve cruzó el vestíbulo, con el eco de sus tacones sobre el mármol rosa.
En el extremo más alejado había una gran escalera curvada, a la que subió
para acceder al primer piso. Se dirigió a otro pasillo y a la primera puerta de
la derecha. La biblioteca de Val era una larga habitación pintada de color
verde mar pálido. Las paredes estaban revestidas de pilares dorados, con
estanterías de madera pulida colocadas en nichos entre ellas. Sin duda,
estaban hechas de una madera fabulosamente cara. A veces, Eve se sentía
como si hubiera entrado en un cuento de hadas oriental cuando entraba en
los dominios de Val.
El propio Val estaba en el extremo más alejado, sentado con las piernas
cruzadas sobre un enorme cojín acolchado frente al fuego.
Llevaba una camisa púrpura con un dragón dorado y verde bordado en
la espalda y levantó la vista de un pequeño libro con joyas cuando ella
entró. —¡Eve!
—¿Qué has hecho, Val?, —preguntó ella, avanzando hacia él—. ¿Qué has
hecho?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Once
El segundo gigante, Mag, tenía su hogar en las frías y rocosas colinas del páramo. Era tres veces
más alto que un hombre, sus manos eran del tamaño de una rueda de carro y su aliento olía a
carne podrida. Cuando Corineo y el caballo de mar cargaron contra él, Mag rugió de rabia, pero
aun así el gigante cayó ante ellos...
—De The Kelpie

Estaba lloviendo. Grandes ráfagas de lluvia caían en forma de


chaparrones a medida que el día se alejaba.
Trevillion se acurrucó en el pescante con Reed, que sin duda pensó que
había perdido la cabeza por estar sentado fuera cuando podría estar seco y
caliente en el carruaje. Pero la tentación que Trevillion podía soportar era
limitada. Había pasado semanas, tal vez incluso meses, en un anhelo
desesperado y no correspondido, y ahora tener a Phoebe ofreciéndose a él
como una deliciosa manzana madura a un hombre hambriento...
Excepto que Phoebe ni siquiera sabía lo que estaba ofreciendo. Había
llevado una vida protegida, circunscrita por su hermano y su ceguera. ¿Qué
sabía ella de los hombres y sus más bajos deseos? Debería estar con alguien
más joven. Alguien sin cicatrices, sin heridas, y capaz aún de mirar el
mundo con ojos no cínicos.
MacLeish era un hombre así, y Phoebe lo había rechazado. Trevillion no
estaba seguro de qué pensar al respecto. Él sabía lo que quería pensar: que
ella podría preferir a un hombre como él, pero ese camino era una locura. Él
no era el adecuado para ella.
Tenía que tenerlo bien presente.
—Veo una luz, más adelante, —gritó Reed.
Trevillion miró a través de la oscuridad, con los chorros de agua
corriendo por las esquinas de su tricornio. —Si es una posada, nos
detenemos para pasar la noche.
—Sí, señor.
Los caballos trabajaban, sus pieles brillaban a la luz de la linterna del
carruaje. El camino no era más que un arroyo embarrado y el carruaje se
balanceaba de lado a lado mientras se acercaban a las luces.
Era una posada, si es que un antiguo edificio de piedra con un escaso
patio y un establo cercano podía llamarse así. El carruaje se detuvo en el

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
patio y Reed bajó de un salto para entrar. Regresó un momento después
con dos hombres y la noticia de que efectivamente tenían habitaciones para
pasar la noche.
Trevillion bajó del pescante, casi cayendo de rodillas cuando sus pies
tocaron el suelo embarrado. La pierna se le había trabado, los músculos le
daban espasmos por el frío. Maldijo en voz baja y se dirigió a la puerta del
carruaje.
—Nos detenemos para pasar la noche, —anunció cuando la abrió de un
tirón.
Lady Phoebe levantó la cabeza de los cojines del asiento. De alguna
manera había estado durmiendo. Parecía sonrojada y caliente. Segura.
Bonita.
Deseó poder cargarla hasta la puerta de la posada, pero su pierna no la
soportaría. No estaba seguro de que lo soportara a él.
—Venga. —La tomó del brazo, tirando suavemente de ella hacia
adelante—. No está lejos, gracias a Dios.
—¡Oh!, —exclamó ella ante la primera ráfaga de viento y lluvia—. Oh,
hace mucho frío.
—Y está húmedo. —Él la ayudó a llegar a la puerta de la posada,
tratando de protegerla de las ráfagas de agua, pero aun así ambos estaban
empapados para cuando llegaron a la puerta.
—Mi esposa necesita un fuego caliente, —le dijo al posadero, un
hombrecillo corpulento con una franja de pelo canoso en la nuca.
—Enseguida, señor, —dijo el posadero—. Por aquí, por favor.
Los condujo por una estrecha escalera hasta una habitación que,
aunque pequeña, parecía perfectamente limpia. La cama tapizada estaba
llena de mantas.
—Siéntense aquí. —Trevillion guió a Phoebe, ya temblorosa, a la única
silla junto a la fría chimenea. Tenía que calentarla.
—Yo lo haré, señor, —dijo el posadero, indicando el hogar.
—No, yo puedo hacerlo, —respondió Trevillion—. Será mejor que le
traiga a mi mujer una palangana con agua caliente y las vituallas calientes
que pueda tener.
—Y cerveza, —dijo Phoebe, entre dientes castañeantes.
—¡La mejor!, —dijo el hombrecito—. La elaboro yo mismo. Una cerveza
amarga como nunca has probado antes.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Muy bien. —Trevillion se agachó torpemente ante el frío hogar
mientras el posadero se apresuraba a salir.
—Te duele la pierna, —dijo Phoebe, rodeándose con los brazos.
—Sí, así es, —contestó Trevillion con naturalidad mientras preparaba
el fuego con carbones y un poco de corteza triturada como yesca. Aplicó la
llama de la vela que había dejado el posadero y se alegró cuando se
encendió una llama.
—Así está mejor. —Ella extendió las manos hacia el fuego, pero él pudo
ver que seguía temblando. Era una cosa tan pequeña. ¿Y si le daba fiebre?
Se dio la vuelta y comenzó a trabajar en la hebilla de su zapato.
—¿Qué estás haciendo?, —preguntó ella.
—Asegurándome de que no se congele.
Acababa de quitarle los dos zapatos cuando el posadero volvió a entrar
en la habitación con una palangana de agua caliente y varios paños sobre el
brazo.
—Póngalo aquí. —Trevillion indicó el suelo cerca de los pies de Phoebe.
—Aquí tiene, señor, —dijo el posadero, dejando la palangana en el suelo
y colocando los paños sobre la cama—. La comida y la bebida no tardarán
en llegar.
Trevillion asintió y el hombre se fue.
—Será mejor que le quite las medias antes de que vuelva, —dijo
Trevillion, con voz áspera.
Volvió a tomar un pie, delicado y pequeño, y lo puso sobre su rodilla. Le
subió las manos por la pantorrilla, oculta por las faldas, sintiendo el
deslizamiento de la seda, la cálida piel que había debajo, hasta la rodilla y la
cinta atada al muslo. Podía sentir la piel desnuda por encima de ella, suave,
atrayente.
Cálida.
Levantó la vista justo en el momento en que tiraba de la cinta.
Phoebe tenía la cabeza inclinada hacia atrás, una sonrisa coqueteando
con sus labios, sus mejillas de un dulce color rosa, y Trevillion se quedó sin
aliento.
¿Qué estaba haciendo? Esto era una locura. Debería sacar las manos de
debajo de sus faldas. Debería dejar que ella se quitara las medias.
En cambio, sintió que le temblaban las manos cuando empezó a
desenrollar la media sobre la rodilla, la pantorrilla y el delgado tobillo. La
dejó en la silla junto a su cadera.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Inspiró y buscó la segunda media, consciente de repente de lo que había
justo encima de esa cinta, escondido en el hueco entre sus muslos.
El sudor brotó en su espalda.
Seda resbaladiza, carne caliente. Encontró la cinta, la endeble cosita
atrapada en su mano grande y áspera.
Phoebe inhaló mientras él la observaba, su lengua asomando para
lamerse los labios.
Él tragó y tiró de la cinta, dejándola caer mientras tomaba el borde de la
media entre los dedos y la hacía rodar lentamente por la pierna de ella.
Algo sonó fuera de la puerta, sacándolo de su ensoñación prohibida.
Debería haber estado agradecido.
Sin embargo, Trevillion maldijo en voz baja mientras se levantaba
apresuradamente. Le acercó la palangana de agua caliente a Phoebe. —
Meta los pies en el agua, le dará calor.
La puerta se abrió, anunciando el regreso del posadero. Llevaba una
bandeja con la comida y la bebida. Detrás de él venía una mujer -
supuestamente su esposa- con otra palangana de agua caliente, y tras ella
dos muchachos, uno con una mesita y el otro con una silla.
Trevillion dio un paso atrás mientras el posadero dirigía hábilmente la
colocación de todo. Cuando terminó, la cena estaba bien colocada en la
mesa frente a la chimenea.
Sonrió a Trevillion. —¿Necesita algo más, señor, para usted o su esposa?
—No, gracias. Creo que estamos muy bien por esta noche. —Trevillion
puso unas monedas en la mano del hombre y el posadero se retiró por la
puerta.
Trevillion cojeó hasta la mesa y se sentó.
—Parece un guiso de pollo con albóndigas, —dijo, tratando de
recuperar cierta normalidad.
Su voz sonaba demasiado fuerte para sus propios oídos.
—Perfecto. —Phoebe se quitaba el sombrero empapado—. ¿Me lo
contarás alguna vez?
¿No tenía ella ni idea de lo que acababa de ocurrir? ¿Lo que sentía un
hombre cuando metía las manos bajo las faldas de una mujer? —¿Contarle
qué?
—Cómo quedaste cojo.
Él levantó la mirada bruscamente hacia ella.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ella estaba sentada con las puntas de los dedos en el borde de la mesa,
palpando lo que tenía delante, y lo sorprendió lo valiente que era. Vivía con
su ceguera día tras día, lo había seguido con confianza y había afrontado
cada reto de su viaje con buen ánimo y curiosidad.
Sintió que su boca se curvaba suavemente. —Hay una jarra de cerveza
amarga justo a la derecha de su mano derecha.
—¿La hay? —Parecía emocionada, tirando de la jarra hacia ella. El sorbo
que dio fue más cuidadoso que el de la noche anterior, pero aun así salió
con la nariz arrugada.
Se encontró riendo, a pesar del frío y de su pierna. —¿Demasiado fuerte?
—Es fuerte, —convino ella—. Pero creo que podría gustarme.
—No parece del todo segura, —dijo él mientras le servía la cena.
—Te dije que me gusta probar una cosa más de una vez antes de
abandonarla.
—Tenaz, —murmuró él, con una voz demasiado cariñosa. Le acercó el
plato—. Cuchara a las tres, pan a las nueve.
—Gracias, —dijo ella—. Sí que huele bien.
Él tomó un bocado, masticando pensativamente mientras la observaba
manipular el plato y la comida, usando el pan con delicadeza para empujar
el pollo en la cuchara antes de comer.
Tomó una decisión y tragó. —Fue mi caballo.
Ella levantó la vista -o más bien levantó la cara hacia él- pero no dijo
nada a sus vagas palabras.
—Se llamaba Prímula, un nombre tonto para la yegua de un dragón,
pero yo no la había nombrado. Era una bestia encantadora. Rápida y fuerte
y con un corazón... un gran corazón. —Frunció el ceño pensando en la
yegua. Había sido un buen caballo.
—¿Qué pasó? —Phoebe trazaba el borde de la jarra, escuchando
atentamente.
—Estaba de patrulla con dos de mis hombres, —dijo Trevillion,
recordando aquella oscura noche de hace ya casi un año—. En St Giles.
Perseguíamos a un salteador de caminos bastante conocido. Lo acorralé y le
disparó a Prímula.
—Oh. —Sus cejas se fruncieron sobre sus ojos color avellana—. Qué
terrible.
—Lo fue. —El sonido de un caballo gritando de dolor era algo que uno
nunca olvidaba, aunque ella no necesitaba saberlo—. Se cayó encima de mí.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
El peso de esa gran y maravillosa bestia. Sus gritos. El chasquido
visceral de sus huesos. La cara blanca de Wakefield, mirándolo fijamente.
Él levantó la vista con ese último pensamiento. —Su hermano estaba
allí. Me sacó de debajo de ella. Y entonces...
—¿Qué? —Su rostro era tan joven e inocente a la luz del fuego, con las
llamas bordeando su cara, formando un nimbo en su pelo.
—Wakefield -su hermano- tuvo que sacrificar a Prímula. —Levantó su
propia jarra y bebió un profundo trago, pero el ácido de aquella noche aún
permanecía en su lengua.
Ella se estremeció. —Eso debe haber sido horrible tanto para ti como
para Maximus.
La miró fijamente. ¿Cómo era posible que alguien tan joven poseyera
tanta empatía? ¿Tanta compasión, dada tan libremente?
Una mujer como ella no debería fatigarse de la vida, ser cínica tanto con
el dolor como con el amor.
No era bueno para ella.
—Su hermano me salvó la vida aquella noche, ¿sabe?, —le dijo. ¿Se lo
habían dicho a ella alguna vez? Parecía que le ocultaban muchas cosas y
tenía razón: ya no era una niña a la que había que envolver entre algodones.
Era una mujer adulta. Merecedora de información—. Me llevó a su casa y
mandó llamar a un médico. Ya me había roto la pierna anteriormente y la
segunda rotura se vio agravada por la lesión anterior. Si no hubiera actuado
cuando lo hizo, probablemente la habría perdido.
—No sabía que la lesión fuera tan grave, —dijo en voz baja—. Debiste
de sentir mucho dolor.
—El médico me mantuvo medicado. —No es que las diversas medicinas
que el médico había dejado junto a su lecho de enfermo hubiesen supuesto
una gran diferencia en el dolor que había sentido. Ella tenía razón: había
sido insoportable.
—Sabía que estabas en la casa y que estabas herido, pero más allá de
eso, no mucho más. —Ella frunció el ceño—. ¿Por qué estaba Maximus en St
Giles esa noche? Parece un lugar muy extraño para él.
—Tus padres fueron asesinados en St Giles, ¿lo sabías?, —respondió
lentamente.
—¿Sí? —Ella ladeó la cabeza.
—Eso afectó mucho a tu hermano. A veces me ayudaba a capturar
criminales en St Giles.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿De verdad? Qué raro. —Ella frunció los labios y asintió—. Pero así es
Maximus. Solía enfadarse mucho antes de que llegara Artemis. ¿Todavía lo
hace? ¿Va a St Giles?
—No. —Suspiró y comenzó a untar su pan con mantequilla—. Esa
parte de su vida ha terminado, creo. Como la mía. Ya no persigo a los
ladrones ni a los fabricantes de ginebra ilegales en St Giles, tampoco.
—Me alegro, —dijo ella—. No por como terminó tu carrera, por
supuesto. Pero suena muy peligroso, perseguir a hombres con pistolas.
Hombres que disparan a los caballos. Me alegro de que ya no lo hagas.
Y por primera vez desde su lesión, él también se alegró.

Despertar cuando uno es ciego es una especie de juego de adivinanzas,


reflexionó Phoebe a la mañana siguiente. Al fin y al cabo, no hay ninguna
luz brillante que permita saber si es de día o todavía de noche.
En realidad, nunca hay luz, ni brillante ni de otro tipo. Sólo la eterna
oscuridad.
Se tumbó, con la mejilla apoyada en el cálido pecho de James, en una
posición casi idéntica a la de la mañana anterior, y escuchó. Él respiraba de
manera uniforme y profunda, por lo que seguía durmiendo. ¿Era porque aún
no era de día? ¿O simplemente porque la noche anterior había estado
agotado y la humedad le había provocado un dolor considerable en la
pierna?
Un año atrás, más o menos, se había levantado, se había vestido y había
ido a los establos a visitar a los caballos, pero los había encontrado todos
dormidos.
Había sido madrugadora.
Pudo oír lo que parecía un estruendo en el piso inferior de la posada.
Quizás voces. Eso presagiaba que era de día. Supuso que debería conseguir
un gallo. Uno siempre sabría que era de día si había un gallo cantando. A
menos que el gallo fuera uno de esos extraños pájaros que deciden cantar a
cualquier hora del día. Eso sería confuso.
Inhaló con alegría, oliendo a James. Su olor era bastante fuerte esta
mañana después de sus esfuerzos bajo la lluvia, y a pesar de la segunda
palangana de agua que había traído la mujer del posadero. Olía al perfume
que ella le había regalado y, supuso, a sudor masculino. A una dama no
debería gustarle el olor del sudor masculino, pero ahí estaba, ella era una
mujer extraña para los estándares de cualquiera.
Por supuesto, dudaba que le hubiera gustado el sudor de cualquier otro
hombre.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Había sido una sorpresa descubrir que Maximus no había vuelto a
contratar a James. Que James la protegía por razones propias. Le hizo
preguntarse por qué lo hacía. ¿Estaba simplemente tan dedicado a su antiguo
deber?
¿O ella se había convertido en algo más que un deber para él?
La mano de ella estaba en el pecho de él, donde la camisa estaba abierta.
Era una camisa sencilla, no áspera, pero ciertamente no tan finamente
tejida como la de su hermano. Acarició con cautela su piel desnuda y volvió
a sentir esas cosquillas. Sabía que no debía hacerlo, pero le parecía un poco
mal que él pudiera verla, aunque sólo sabía lo que le habían contado los
demás sobre su aspecto. Su piel estaba caliente bajo los pelos. Parecían
querer enroscarse en sus dedos. Movió la mano y descubrió un trozo de piel
con una textura diferente. La exploró perezosamente durante un momento
antes de darse cuenta de lo que debía ser: su pezón.
Naturalmente, los hombres tenían pezones. No tan grandes como los
suyos, por supuesto. Se levantó bajo sus dedos y se preguntó ociosamente
si al tocarlo él lo sentiría como ella, pues sabía que los suyos eran bastante
sensibles.
Empezó a apartar los dedos, pero la mano de él bajó sobre la de ella y le
acercó la palma al pecho.
—Phoebe, —dijo él, con voz grave—. Phoebe.
Y entonces él tomó la parte posterior de su cabeza con la otra mano y su
boca estaba de repente sobre la de ella.
Era... era maravilloso.
Su boca era caliente, sus labios se movían sobre los de ella, abriéndose
con urgencia, presionando a los de ella para que también lo hicieran. Ellos
lo hicieron y su lengua se introdujo en la boca de ella, muy segura. Muy
directa. Su corazón latía rápidamente mientras él la lamía, explorando su
boca como un vikingo conquistador.
James rodó y lanzó su pierna sobre la de ella, inmovilizándola en la
cama. Era grande y pesado y estaba sobre ella, con la cabeza inclinada para
profundizar el beso. Para reclamarla y enseñarle lo que era la pasión de un
hombre. No era el saludo cortés de un caballero a una dama, era el abrazo
de un amante, básico y animal. Los dedos de él estaban enredados en su
pelo, sujetándola mientras saqueaba su boca.
Podía sentirlo, sus duros muslos y esa parte masculina de él,
presionándola, empujando en la suavidad de su muslo. Por alguna razón, le
dieron ganas de abrir las piernas, de impulsarse hacia él, de dejarle hacer lo
que quisiera con ella.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Hizo un sonido que nunca había hecho en su vida, una especie de
gemido bajo.
Él levantó la cabeza. —Phoebe. —Su voz era chirriante, pero empezó a
apartarse.
—No, —dijo ella de inmediato, sacando la mano de debajo de la suya y
colocando las palmas a ambos lados de su cara—. No, no te detengas. Por
favor.
Ella levantó la cabeza, besándolo frenéticamente por toda la boca hasta
que él gimió y se hizo cargo del beso.
—Abre las piernas, —le susurró en la boca y sonó insoportablemente
erótico.
Ella jadeó mientras hacía lo que él le indicaba, incapaz de recuperar el
aliento.
Él se acomodó sobre ella, con su... su pene duro y sobre su montículo,
bastante evidente incluso a través de sus pantalones y la camisola de ella.
Ella trató de arquearse contra él, pero su peso se lo impidió y gimió
mientras se desplomaba en la cama.
—Sh-sh, —susurró él—. No te preocupes. Lo haré mejor.
Le tocó la barbilla, inclinando su cara hacia arriba. La besó de nuevo,
lentamente, con su boca sobre la de ella, y tenía razón. Estaba mejor.
Mucho mejor.
La besó con fuerza, enseñándole a aceptar su lengua. A chupar y a
pellizcar, y todo el tiempo sus caderas presionaban contra las de ella, cada
vez más fuerte, moviéndose en pequeños y medidos círculos, y ella se
preguntó si él tenía alguna idea de lo que le estaba haciendo.
Podía sentir cómo los labios de su montículo se separaban, cómo su
camisola, humedecida por su propio líquido, era presionada por la carne de
él contra ese punto. Era... era...
Él la rodeaba, grande y reconfortante, y al mismo tiempo la sacaba de
sus casillas con su control y sus caderas y su boca, tan talentosa. ¿A cuántas
mujeres había besado a lo largo de su vida para ser tan hábil? Se sintió
vagamente celosa hasta que él se apartó un poco y le tomó el pecho con su
palma caliente.
Qué extraño que su propia mano contra su pecho no provocara ninguna
reacción en particular, pero la mano de él sobre ella la hizo arquearse y
gemir.
Le lamió el labio inferior mientras deslizaba el pulgar lentamente sobre
el pezón.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Algo se retorció en su vientre. Esto era un deseo. Era algo prohibido y
ella lo deseaba tanto con él.
Con James.
Ella deslizó las manos por su espeso cabello, sintiendo el cuero
cabelludo bajo sus dedos, la nuca de su cuello tan fuerte. Abrió la boca
cuando él arremetió contra ella, cabalgándola, embistiendo contra ella con
fuerza, impulsándolos a los dos.
Le pellizcó un pezón y las piernas de ella se endurecieron como si
estuvieran paralizadas, temblando, mientras un calor maravilloso la
recorría, inundando sus miembros de calidez.
Él le metió la lengua en la boca y, mientras ella la chupaba adormilada,
él volvió a empujar con fuerza contra ella y se quedó quieto de forma
antinatural durante un largo momento.
Lentamente, él se apartó de ella y ella murmuró su descontento por la
pérdida. Entonces sus manos estaban sobre ella, girándola. Lo último que
oyó mientras se dormía de nuevo fue su nombre en los labios de él mientras
la estrechaba entre sus brazos.

Trevillion observó a Lady Phoebe en la penumbra del carruaje aquella


noche. Tenía una pequeña sonrisa en su exuberante boca mientras se
balanceaba con el movimiento del carruaje. Habían vuelto a viajar todo el
día, un día largo y agotador. Él le había leído durante parte del trayecto,
mientras aún había luz en el exterior, el único libro que llevaba consigo: un
relato de un inglés capturado y vendido como esclavo por los otomanos
cuando era niño. A Phoebe pareció gustarle la narración, aunque no era un
libro destinado a una dama. Había habido muchas oportunidades de hablar
con ella sobre los acontecimientos de esa mañana.
Y, sin embargo, no lo había hecho.
Tanteó el marcapáginas clavado en las páginas del libro, trazando las
puntas cruzadas desiguales. ¿Qué podía decir, después de todo? ¿Que se
había dejado seducir por sus inocentes caricias? ¿Que se había despertado
con la guardia baja y ya excitado? ¿Que se había permitido perpetuar un
acto bastante grosero con ella sin pensar en su bienestar?
Dios, era un canalla.
Incluso ahora, lleno de odio por sus propias acciones, quería tocarla de
nuevo, oír sus suaves jadeos, el gemido sorprendentemente fuerte que había
emitido cuando la cubrió. Quería llenar sus manos con sus pechos y sentir
de nuevo la suavidad de sus caderas acunándolo. Quería beber toda esa
dulce alegría. Ella era agua de manantial para el desierto reseco de su alma.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Un hombre mejor la dejaría en paz. Hasta esta mañana había pensado
que era un hombre mejor.
Trevillion apartó la mirada justo cuando el carruaje giró bruscamente a
la derecha.
Phoebe levantó la vista. —¿Dónde estamos?
—En los confines del mundo, —respondió tenso, mirando por la
ventana.
Nunca pensó que volvería a este lugar. No estaba del todo seguro de si
se alegraba de hacer el viaje de vuelta...
O si temía los recuerdos de su propio fracaso.
—¿Qué?, —preguntó Phoebe, que parecía intrigada en lugar de
aprensiva.
Él dejó caer la cortina del carruaje. —Estamos en Cornualles, desde esta
tarde. Si no me equivoco, nos acercamos al final de nuestro viaje.
—¿Y dónde es eso?, —preguntó ella, justo cuando el carruaje dio un
fuerte bandazo y se detuvo en un ángulo.
—Maldición, —murmuró Trevillion. Reconocía un mal presagio
cuando lo veía.
La puerta se abrió de golpe y Reed asomó la cara, con el pelo suelto de
su habitual y cuidada cola. —No puedo ir más lejos, Capitán. El carruaje
está atascado hasta el eje en el barro y el camino no es más que mierda y
estiércol, con perdón, milady.
—Está bien, dadas las circunstancias, —respondió Phoebe.
—Tendremos que caminar desde aquí, —dijo Trevillion, tomando su
mano.
La frente de Reed se arrugó con preocupación. —¿Cómo sabrá el
camino? Está tan oscuro como la brea y no veo ninguna luz.
—Me temo que conozco bien el camino, —dijo Trevillion—. Dame una
de las linternas, quédate con una para ti, y enviaré a alguien para que ayude
con los caballos.
Ayudó a Phoebe a bajar del carruaje mientras Reed iba a buscar una de
las linternas del pescante.
—Si nos ceñimos al lado del camino, no debería haber demasiado barro,
—dijo Trevillion cuando Reed volvió con el farol—. Gracias, Reed.
Trevillion tomó la linterna con su mano izquierda. Phoebe tenía sus
dedos en la parte superior de su brazo, fuera del camino de la linterna.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Tenga cuidado, señor. —Reed se estremeció, mirando nerviosamente
a su alrededor—. Este es un lugar muy solitario.
—Lo haré, —le aseguró Trevillion, aunque no tenía esos temores sobre
este lugar. No había sido la tierra la que había resultado tan peligrosa.
Phoebe tenía la cabeza inclinada hacia arriba, oliendo el viento. —El
aire huele diferente aquí.
—No es el aire contaminado de la ciudad, milady, —dijo Trevillion,
vigilando su camino. Si él se caía, ella caería con él.
—He estado en el campo antes, —dijo ella—. Es algo más que eso.
—Estamos cerca del océano, —dijo él al llegar a una curva. Una gran
casa se alzaba frente a ellos. De ladrillo, estoica y de aspecto sólido, sin
luces en su interior—. Debe oler la sal.
Una sombra baja surgió de la oscuridad, ladrando tardíamente al
acercarse.
Trevillion se detuvo, observando al animal.
—¡Oh, un perro! —dijo Phoebe.
—Sí, —murmuró Trevillion—. Eso no estaba aquí antes.
El perro se había detenido cerca de ellos y ahora gruñía entre ladridos.
A pesar de que sólo le llegaba a las rodillas, Trevillion no tenía muchas
ganas de desafiar al animal.
La puerta de la casa se abrió, una cuña de luz se derramó en el patio, y
una figura alta y perfilada emergió con un arma larga al hombro. —¿Quién
anda por ahí? ¡Diga su nombre o lo mando a volar al reino de los cielos!.
—Hola, Padre, —dijo Trevillion con tono seco.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Doce
Corineo encontró un charco de agua y lavó la sangre del gigante de su propio cuerpo y el del
caballo de mar, pero aunque la cabeza de ella se inclinó, no le quitó la cadena de hierro. Cuando
cayó la oscuridad, el viento susurró el dolor de las doncellas del mar, y el caballo mágico volvió
sus hermosos ojos verdes hacia las lejanas olas...
—De The Kelpie

A la mañana siguiente, Phoebe se despertó con el chasquido de las uñas


de las patas de un perro sobre el suelo de madera, seguido de la voz de una
niña que susurraba: —¡Shh, Toby!
Se acostó tranquilamente, escuchando la aproximación de su visitante
matutino, y pensó en su extraña llegada de la noche anterior. Al parecer,
James no se había molestado en avisar a su padre de que venía de visita, y
de que traía a un invitado y a un lacayo-conductor de carruajes. Esto había
hecho que la bienvenida fuera, como mínimo, incómoda, aunque a juzgar
por el lenguaje cortante entre padre e hijo, el conocimiento previo de su
visita podría no haber supuesto ninguna diferencia.
En cualquier caso, las cortesías no duraron mucho antes de que una
sirvienta llevara a Phoebe a una habitación. Sólo se quitó el vestido y se lavó
la cara y el cuello antes de caer en la cama y sucumbir al sueño.
—¿Está despierta?, —preguntó la niña en un susurro, con el perro
jadeando pesadamente a su lado—. ¿Lady?
—Buenos días, —dijo Phoebe, haciendo que el perro ladrara. Se sentó
en la cama y esperó, pero la niña no dijo nada más. Puede que incluso
estuviera conteniendo la respiración—. ¿Quién eres? —La chica no había
estado en la puerta anoche, a no ser que hubiera estado muy callada y nadie
se hubiera molestado en presentársela a Phoebe.
—Soy Agnes, —respondió la chica, como si eso fuera toda la
presentación que necesitaba—. El abuelo dice que hay desayuno.
—Oh, qué bien, —dijo Phoebe—. ¿Sabes si puede haber agua fresca
para que me lave?
—He traído un poco. Está por allí, —dijo Agnes.
Phoebe inclinó la cabeza, preguntándose cuántos años tendría Agnes.
Lo suficientemente mayor como para llevar una pesada jarra de agua, sin
duda. Le tendió la mano a la chica. —¿Puedes guiarme hasta ella? Soy ciega.
—¡Oh! ¿No puedes ver nada?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—No. —Phoebe sonrió para quitarle importancia a la simple palabra.
—La ayudaré, entonces. —Una pequeña mano se deslizó entre las
suyas, los dedos delgados pero fuertes.
Phoebe retiró las mantas y giró las piernas fuera de la cama.
Inmediatamente, una nariz húmeda olfateó los dedos de sus pies.
—Atrás, Toby, —dijo Agnes con severidad, y luego en un tono más bajo
y confiado—. No le haga caso, mete la nariz en todo. Y ladra tan fuerte que
me hace daño a los oídos. Le he dicho una y otra vez que no lo haga, pero
nunca escucha. El abuelo dice que no se puede enseñar a un perro a no
ladrar, porque es la voluntad de Dios que lo haga, y supongo que tiene
bastante razón.
—Creo que anoche conocí a Toby, —dijo Phoebe, bajando la mano con
cautela. La nariz olfateó a fondo sus dedos y luego fue recompensada con
un lametón descuidado de la lengua de Toby. Volvió a acariciar la cabeza
del perro. Tenía una nariz larga -obtuvo otro lametón al sentirla-, grandes
orejas erguidas y un pelaje grueso y corto, en el que se hundieron sus dedos.
Aunque tenía el cuerpo de un perro de tamaño medio, sus patas eran
bastante rechonchas.
—Sí, le estaba ladrando entonces, —dijo Agnes, con su mano aún en la
de Phoebe—. Nos despertó a todos, pero el abuelo dijo que no debíamos
bajar. Pero espié a través de las barandillas de la escalera y los vi entrar a
usted y a él.
Ese enfático él debía ser Trevillion. ¿Quién era él para la niña? ¿Agnes lo
había visto antes?
—Siento que te hayamos despertado tan tarde en la noche. —Phoebe se
levantó y dejó que Agnes la guiara.
—Cuidado con la silla aquí, —dijo Agnes mientras la bordeaban—.
Aquí está el lavabo. —Puso la mano de Phoebe sobre una amplia palangana
de porcelana—. ¿Vierto el agua?
—Sí, por favor, —dijo Phoebe—. Agnes, has dicho 'nosotros'. ¿Quién
más vive aquí?
—Bueno —hubo un chapoteo y Phoebe sintió que el agua se derramaba
sobre sus dedos—. Estamos el abuelo, yo y mamá. Luego tenemos a Betty,
que duerme junto a la cocina; ella cuida la casa para el abuelo. Y en los
establos están el viejo Owen y el joven Tom, que ayudan con los caballos.
—¿Caballos? ¿Tienen más de uno? —Phoebe encontró una toalla y se
frotó el cuello y la cara. Tenía muchas ganas de darse un baño completo,
pero tendría que esperar. Con tan pocos sirvientes, llenar una bañera con

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
agua caliente sería oneroso. Tal vez podría pedirle a Agnes que la ayudara a
lavarse el pelo más tarde.
—Tenemos muchos caballos, —dijo Agnes, con un serio orgullo en su
voz—. Los caballos Trevillion son los mejores de Cornualles. El abuelo dice
que los londinenses se roerían el corazón de envidia si los llevara a vender a
Londres.
Phoebe hizo una pausa, sorprendida. —¿De verdad? ¿Entonces tu
abuelo cría los caballos? —¿Por qué Trevillion no le había dicho esto?
—Todo el mundo conoce los caballos del abuelo, —dijo Agnes con una
pizca de condescendencia.
—Entonces tendré que visitarlos, —dijo Phoebe—. Después del
desayuno, por supuesto. ¿Te importaría? Tengo que usar el orinal y luego
quizá puedas ayudarme con el cabello.
Agnes y Toby salieron de la habitación mientras Phoebe hacía eso, y
luego entraron para ayudarla con el resto del aseo.
—Se te da muy bien peinar, —comentó Phoebe.
—Lo hago con el de mamá, —respondió Agnes, y a Phoebe se le ocurrió
que Agnes había mencionado a su abuelo y a su madre, pero no a su padre.
¿Quizás su madre era viuda o su padre estaba de viaje de negocios?— Ya
está. Hecho.
Phoebe se puso de pie y se giró. —¿Estoy presentable?
—Oh, sí, —dijo Agnes suavemente—. Parece una princesa, milady.
Phoebe sonrió y le tendió la mano. —Puedes llamarme Phoebe. ¿Te
gustaría llevarme a dónde se sirve el desayuno?
—Sí.
Los dedos delgados y fuertes volvieron a estar entre los suyos. Phoebe
aspiró discretamente y descubrió que Agnes tenía el mismo aroma que el
viento de la noche anterior -sal y mar- mezclado débilmente con caballos y
perros. ¿Quizás pasaba mucho tiempo al aire libre?
Mientras salían de su dormitorio con Toby trotando detrás, Phoebe
pudo oír voces masculinas que se alzaban con rabia.
—Él grita igual que el abuelo, —dijo Agnes.
—¿Te refieres a Trevillion? —Caminaron por un pasillo que Phoebe
recordaba de la noche anterior.
—Sí, —dijo Agnes—. Me dijo que lo llamara tío James esta mañana
cuando lo vi, pero es diferente de lo que pensé que sería.
—¿Cómo es eso? —preguntó Phoebe.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Nunca esperé que fuera tan ruidoso o que frunciera tanto el ceño.
Escribía unas cartas tan bonitas.
—Cartas... —Las cejas de Phoebe se juntaron—. ¿No habías conocido a
tu tío antes de esta mañana?
—Se fue antes de que yo naciera, eso dice el abuelo, —contestó Agnes, y
antes de que Phoebe pudiera hacer la miríada de preguntas que esa
afirmación suscitaba, dijo—: Aquí está la habitación donde tomamos el
desayuno.
—Maldita sea, Jamie, ¿no te he dicho antes que te siguen buscando
por...? —El grito del Señor Trevillion fue cortado, presumiblemente por su
entrada.
¿Buscado por qué? pensó Phoebe, desconcertada.
Una silla se apartó. —Buenos días, milady, —dijo James, con su voz
más inexpresiva.
Oh, cielos. Phoebe reprimió un respingo. Era una lástima empezar el día
con rabia. Puso una sonrisa alegre. —Agnes dice que hay desayuno.
—Hay gachas, —dijo una voz ronca. Ella no había sido presentada
formalmente al Sr. Trevillion la noche anterior—. Y ese perro debe estar
afuera, Agnes. Ya lo sabes, chica.
—Sí, señor, —murmuró Agnes. Phoebe oyó el chasquido de dedos y los
pasos en retirada de la niña y el perro.
—Toby. —La voz era de mujer, pero de alguna manera espesa, como si
la hablante no pudiera formar la palabra correctamente.
—Venga. —Trevillion estaba a su lado, con el reconfortante aroma del
sándalo y la bergamota en sus fosas nasales—. Siéntese aquí y deje que la
presente. Mi padre, Arthur Trevillion, al que conoció anoche. Se sienta en
la cabecera de la mesa a su izquierda. Yo me siento inmediatamente a su
derecha. Frente a usted está mi hermana, Dorothy, aunque la llamamos
cariñosamente Dolly.
Phoebe se hundió en la silla y palpó la mesa ante ella con los dedos. Allí
había un tazón grande de gachas. —Estoy encantada de conocerlo, Sr.
Trevillion, Dolly.
—Dolly, —dijo el Sr. Trevillion con brusquedad—. Saluda a Lady
Phoebe.
—¿Cómo está usted? —La gruesa voz de Dolly dijo lentamente.
Phoebe frunció las cejas, abriendo la boca justo cuando sonaron pasos
en la puerta.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Ah, —dijo Trevillion, sentándose a su lado—. Aquí está Agnes de
vuelta de desterrar a Toby. Está con nuestra Betty, que cocina y limpia y
mantiene la casa en funcionamiento para todos.
Phoebe inclinó la cabeza. —Betty.
—Encantada de conocerla, milady. —La voz baja de Betty estaba
maravillosamente acentuada—. Ahora siéntate, Agnes, niña. Tus gachas se
enfrían.
—¿Qué ha sido de Reed? —preguntó Phoebe.
—Anoche tenía una cama sobre los establos, —dijo Trevillion—. No
dudo que hoy encontrará trabajo para hacer con los caballos.
Un gruñido llegó desde el extremo de la mesa del Sr. Trevillion.
—¿Le sirvo un poco de té? —preguntó Trevillion, su voz baja e íntima.
—Por favor. —Phoebe sintió que el calor le subía por el cuello. Había
echado de menos dormir a su lado la noche anterior. Era extraño, ya que
sólo habían dormido juntos dos noches, pero así era. También echó de
menos las otras cosas que habían hecho. Por un momento recordó su peso
sobre el de ella, el extraño y maravilloso movimiento de sus caderas, la
sensación que le había producido. ¿Pensaba él también en eso? ¿Lo volvería
a hacer si ella se lo pidiera?
Phoebe se estremeció al pensarlo, esperando no estar sonrojada para
que todos la vieran.
Sin embargo, lo extraño era que quería algo más de Trevillion que
aquellos momentos en la cama, por muy maravillosos que hubieran sido.
Quería hablar con él a solas, quería preguntarle muchas cosas: por qué no
había vuelto a su casa familiar desde antes del nacimiento de Agnes, si
siempre se había llamado Jamie aquí, por qué se peleaba con su padre y,
sobre todo, por qué había sido tan reservado con su familia.
Quería saberlo todo sobre él, por dentro y por fuera. Pero sus preguntas
tendrían que esperar a un momento menos público.
Aunque casi la asfixiaba el hecho de mantenerlas dentro.
Phoebe se volvió en dirección al Sr. Trevillion y sonrió. —¿Agnes dice
que usted cría caballos?
—Sí.
Phoebe esperó, pero aparentemente esa era toda la respuesta que
obtendría. Era evidente que Trevillion había aprendido sus habilidades de
conversación de su padre.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Se oyó un golpe desde el extremo de la mesa y luego Dolly sollozó y dijo
con su voz gruesa —¡Oh! Se ha derramado la gacha. Lo siento. Lo siento. Lo
siento.
Y de repente Phoebe se dio cuenta de lo que era diferente en la voz de
Dolly.
La madre de Agnes estaba mal de la cabeza.

Habían pasado casi doce años desde la última vez que él pisó los viejos
establos de Trevillion, pero extrañamente todavía parecían -y olían- como
un hogar.
—Mm, me encanta el olor de los caballos, —murmuró Phoebe,
ladeando la cara en señal de felicidad—. ¿Por qué nunca me dijiste que tu
familia los criaba?
—No sabía que le interesaría, —murmuró. La cría de caballos era un
oficio, después de todo, y ¿no se suponía que la aristocracia veía con malos
ojos ensuciarse las manos con el comercio?
Ella se volvió hacia él, con cara de escepticismo. —¡Sabes que me
encantan los caballos!
Él no pudo evitar ablandarse ante eso. —Entonces le gustarán nuestros
establos.
Los establos eran un edificio antiguo, construido en piedra gris. Los
adoquines que bordeaban el pasillo principal estaban desgastados y suaves
bajo los pies. Junto a ellos trotaba el extraño perrito que parecía pertenecer
a su padre, pero que obviamente era más leal a su sobrina.
El perro también se había enamorado obviamente de Phoebe. Toby la
miró mientras caminaban, con la lengua suelta a un lado de la boca, y con
sus orejas ridículamente grandes apartando una mosca.
—Puedo oír a los caballos golpeando sus cascos, —murmuró Phoebe—.
¿No se enterará Maximus de que estamos aquí?
Sacudió la cabeza. —Nunca le he dicho a Su Excelencia de dónde
vengo, y nadie en Londres lo sabe.
Ella pensó en eso un momento y luego dijo: —¿Por qué no me hablaste
de tu familia, de que estábamos viajando a la casa de tu infancia?
Él se encogió de hombros con inquietud. —¿Por qué estaría interesada
en la familia de su guardia?
Ella guardó silencio mientras él la llevaba al interior del fresco edificio.
La mayoría de los caballos estaban fuera, en el pasto, pero un puesto estaba
ocupado más abajo.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Reconozco que en algún momento no te habría escuchado si me
hubieras hablado de tu familia, —dijo lentamente—. Cuando te nombraron
mi guardia por primera vez no me alegré mucho...
Él resopló en voz baja.
—Pero, —continuó ella un poco más fuerte—, he llegado a conocerte
desde entonces y hemos acordado que somos amigos, ¿no es así?
Ella era mucho más que una amiga para él.
Pero su rostro estaba expectante, así que él contestó suavemente: —Sí,
somos amigos, milady.
Ella le sonrió, con toda su cara iluminada como el sol.
—¡Jamie! —El viejo Owen gritó desde los establos—. ¿Eres tú,
muchacho? Podrías haberme derribado con una pluma, cuando él me dijo
que vendrías a casa.
—Sí, soy yo, Owen. —Trevillion pasó su bastón a la mano izquierda
para estrechar la mano del anciano—. ¿Qué ha sido de mi hombre, Reed?
Una sonrisa maligna iluminó el rostro del viejo Owen. —Lo envié a los
pastizales de allá para ver si podía atrapar a Kate la Salvaje. Eso pondrá a
prueba su temple. No se llama salvaje en vano.
Trevillion no pudo evitar reírse.
El viejo Owen había estado al servicio de su padre desde que Trevillion
era un niño. El hombre estaba encorvado ahora con lumbalgia y antiguas
heridas recibidas por su trabajo. Pocos buenos jinetes llegaban a la vejez sin
un hueso o dos rotos por una patada del caballo. Pero sus ojos azules, bajo
su cabello gris, eran tan sagaces como siempre.
—¿Y quién es esta hermosa doncella? —preguntó Owen.
—Milady, le presento a Owen Pawley, el mejor jinete de Cornualles y el
hombre que me puso por primera vez en una silla de montar. Owen, esta es
Lady Phoebe Batten, la mujer para la que he sido contratado como
guardián.
—Estoy encantada de conocerlo, Sr. Pawley, —dijo Phoebe.
—Llámeme Owen, por favor, milady, —dijo Owen—. Todo el mundo
aquí lo hace. Oigo tan poco mi propio apellido que apenas lo reconozco.
—Entonces, Owen, —respondió Phoebe, sonriendo.
—Y éste es el joven Tom Pawley, —dijo Owen, señalando al otro
hombre—. Es mi sobrino-nieto y será un buen jinete... en diez años más o
menos. —Owen soltó una carcajada, pero no de forma exagerada.

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El joven se sonrojó. Era tan enjuto como su tío abuelo, pero bastante
más recto. Tiró de una coleta y dijo en voz alta: —Milady.
—Vamos, joven Tom, la dama es ciega, no sorda, muchacho, —
reprendió Owen.
Tom se puso de pie y murmuró una disculpa.
—¿Ha venido a ver a nuestra nueva reina, entonces? —Owen señaló con
la cabeza el establo ocupado detrás de él. En él había una yegua blanca,
muy preñada, con la cabeza sobre la puerta del establo y mirándolos con
curiosidad—. Esta es Guinevere. La compré el pasado otoño y es una pieza
delicada. Está a pronta a parir cualquier día, o eso creo.
Guinevere hizo una mueca como si supiera que se estaba hablando de
ella.
—Parece encantadora, —dijo Phoebe, con un rostro melancólico.
Trevillion miró rápidamente al viejo Owen, encontrando su mirada.
Los ojos del anciano brillaron con tristeza. —¿Bueno, le gustaría
acariciarla, milady? Es mansa como un cordero, se lo prometo.
—Por favor.
—Ella está aquí, —dijo Trevillion, tomando su mano de la manga. Guió
sus pequeños dedos hacia la cabeza del caballo y luego la soltó.
Phoebe pasó los dedos por la delicada cabeza y bajó hasta la suave
nariz. Guinevere olfateó la palma de su mano inquisitivamente.
Se rió, volviéndose en su dirección. —Es una belleza, estoy segura.
—Oh, lo es, milady, —dijo el viejo Owen, sonriendo con orgullo.
—Un poco de zanahoria, —dijo Tom tímidamente, dándole a Phoebe
una zanahoria—. Es muy aficionada a ellas.
Trevillion dio un paso atrás, observando cómo Phoebe acariciaba y
hablaba con la yegua.
—Es una rareza, —susurró Owen en tono conspirador—. Dulce y
encantadora.
Trevillion se puso rígido. —Es la hermana de un duque. No estoy a su
altura.
—Ah. —Owen se balanceó sobre sus talones—. Podrías querer
preguntarle a la dama sobre eso, estoy pensando.
Phoebe giró la cabeza hacia ellos y Trevillion maldijo en silencio la voz
de Owen.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Pero no hizo ningún comentario al respecto. —¿Me mostrará los otros
caballos, Capitán Trevillion?
—Por supuesto. —Él se adelantó cojeando para ofrecerle su brazo.
Ella puso sus suaves dedos en su manga, y luego se volvió hacia los dos
jinetes. —Gracias por mostrarme a tu reina, Owen. Y gracias por la
zanahoria, Tom.
—Cuando quiera, milady, —dijo Owen alegremente.
Tom se sonrojó al rojo vivo.
Trevillion la condujo al extremo opuesto de los establos. Daba a un
pequeño prado. Más allá estaba uno de los campos de su padre. El prado en
sí estaba vacío, pero en el extremo más alejado se habían reunido cuatro
caballos en la valla del prado. Toby se había adelantado trotando y se
dedicaba a ladrar a los caballos, que no estaban impresionados.
—Estamos de suerte, —dijo Trevillion a Phoebe—. Hay cuatro caballos
esperándonos en la valla del prado. Parecen las esposas de un pueblo
reunidas para conversar sobre los chismes.
Se rió. —¿Tu familia siempre ha criado caballos?, —preguntó mientras
se acercaban a la valla.
—Desde que se tiene memoria por estos lares, —respondió él con
facilidad—. Y eso es bastante tiempo atrás.
Ella volvió la cara hacia él, con las mejillas rosadas por el ligero viento, y
él tuvo el impulso de besarla, de volver a saborear esa alegría de vivir. —
Pero decidiste convertirte en oficial del ejército. ¿Por qué?
Él apartó la mirada. —En aquel momento no tenía muchas opciones.
—No entiendo...
—Aquí está Bess, —dijo, tendiendo la mano a la yegua mayor—. Debe
tener casi quince años ahora. Y creo que se acuerda de mí.
En efecto, la yegua le lamía la manga de su abrigo cariñosamente. Él
solía llevarle manzanas y zanahorias cuando Bess era joven, cuando él era
joven. Por un momento, los recuerdos casi lo invadieron. Había perdido
tanto cuando cometió aquel error devastador.
Cuando les falló a todos de manera tan absoluta.
—¿Cuál es ella? —preguntó Phoebe, sacándolo de sus oscuros
pensamientos.
Tomó su mano entre las suyas y la hizo avanzar lentamente, dejando
que la yegua viera su aproximación. —Esta es Bess. Es mayormente blanca
con medias oscuras. —Esperó mientras Phoebe palpaba el suave hocico

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
gris—. A su lado hay una bonita muchacha, un poco más baja, y toda
blanca. No sé su nombre, pero si no me equivoco, está embarazada. —
Movió su mano con la misma lentitud hacia el segundo caballo, pero la
yegua resopló, retrocediendo—. Y, me temo, un poco asustadiza.
—Bueno, eso es de esperar, —dijo Phoebe suavemente—. Somos
extraños para ella, después de todo.
—Es cierto. —Acercó sus manos a la tercera yegua, que de inmediato
estiró el cuello para resoplar.
Phoebe soltó una risita. —Esta no es tan tímida.
—No, en efecto. —Trevillion observó con una leve sonrisa cómo Phoebe
pasaba la palma de la mano por la nariz del caballo—. Es Prissy. Era una
niña de dos años cuando la vi por última vez y ahora está a punto de ser
madre. Tiene un bonito lomo recto y unas piernas fuertes.
—¿Y la última? —preguntó Phoebe.
—No la conozco por su nombre, pero tiene el cuello arqueado y la
cabecita fina de una princesa. —Se rió suavemente—. Y debe ser amiga de
Prissy, porque Prissy tiene su cuello sobre el suyo.
—Como hermanas susurrando juntas, —dijo Phoebe.
—Mm, —murmuró él—. Ella es un poco tímida-está apartada de la
valla. Quizás si estamos quietos...
Se puso detrás de ella y tomó su mano izquierda en la suya. Le tendió la
mano, enredando sus dedos con los de ella, y la giró lentamente, de modo
que la palma de ella quedara arriba, acunada dentro de la suya, una ofrenda
a la hermosa yegua.
Se quedaron en silencio. Cada inhalación rozaba el pecho y el vientre de
él contra el lomo de ella. La parte superior de la cabeza de ella sólo llegaba a
la barbilla de él. Él apoyó su mano derecha en la valla, cerca de su cadera, y
mientras esperaban, ella colocó su propia mano derecha sobre la de él. Era
cálida y suave, lo que le recordaba que esta dama no realizaba ningún
trabajo físico. Era una aristócrata, un mundo aparte de su educación. Pero
aquí, en este tranquilo prado, con el único sonido del suave golpe de los
cascos de los caballos sobre la hierba, sólo eran un hombre y una mujer. Así
de simple.
Y así de complejos.
Por fin, la yegua se movió, estiró el cuello con curiosidad, silbó sobre la
palma de la mano de Phoebe y se dejó acariciar.
—Gracias, —respiró Phoebe, y al principio Trevillion pensó que estaba
hablando con la pequeña yegua blanca.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Pero entonces ella levantó la cabeza hacia la suya.
—¿Por qué?, —preguntó, con voz grave.
—Por traerme aquí. Por mostrarme tus caballos.
—Son los caballos de mi padre, —dijo, la respuesta de memoria—. No
los míos.
Ella se limitó a sacudir la cabeza y sonreír. —Este es un lugar precioso.
¿Podríamos caminar por el páramo? Nunca he estado tan al oeste y nunca
he estado en el páramo.
Él suspiró y la tomó del brazo, volviéndose para guiarla hacia la casa. —
El páramo es muy bonito, pero también es duro, el suelo es bastante
irregular.
—Los caballos pastan allí. —Su boca regordeta se arrugó con
obstinación.
—Y tienen cuatro patas y están acostumbrados, —replicó—. No es
seguro, milady.
Sintió que los dedos de ella le apretaban el brazo. —Quizás estoy
cansada de estar a salvo.
—Es mi trabajo...
Ella se detuvo, haciendo que él se detuviera.
Él la miró, observando cómo sus cejas se fruncían sobre unos ojos que
no veían, y cómo su boca se fruncía definitivamente. —No quiero seguir
siendo tu trabajo. Rompo tu compromiso de protegerme. Y antes de que me
digas que es mi hermano quien te emplea, déjame recordarte que dejaste su
empleo. Ya no eres mi guardia y no lo has sido desde antes de mi secuestro.
Estás haciendo esto por razones que van más allá de un empleo frustrado y
estoy cansada de...
Él detuvo su diatriba con el simple recurso de taparle la boca con la
suya.
Su bastón cayó al suelo cuando tiró de su cuerpo contra el suyo,
forzando su cabeza hacia atrás con la presión de sus labios. Su bonita boca
se abrió bajo la de él, y algo animal surgió en su pecho cuando introdujo su
lengua en ella. Lamió su interior, saboreándola, apretando su cuerpo contra
el suyo, queriendo tumbarla en el suelo y meter su pene en ella. Quería
mucho más de lo que ella podía darle aquí.
Sólo cuando ella suspiró en su boca, una pequeña sumisión, susurró
contra sus labios: —Estoy cansado de que me tientes.

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—Ya no estoy tentándote, —murmuró ella, con sus labios húmedos
rozando los suyos.
Él le mordió el labio inferior como castigo. —¿No?
—No, —susurró ella—. Tú has cedido.
Él gimió y se inclinó una vez más hacia ella, perdiéndose en su suavidad,
en su esperanza.
No fue hasta que oyó que alguien se aclaraba la garganta que Trevillion
volvió a levantar la cabeza.
Y vio a su padre mirándolo con desprecio.

Phoebe estaba bastante satisfecha de sí misma cuando partió a cenar con


Agnes esa noche. Había conseguido pasar la tarde dándose un baño
bastante decente con la ayuda de Agnes y Betty. El baño había cumplido el
doble servicio de limpiarla y darle una razón para esconderse en su
habitación del Señor Trevillion. Había sido bastante embarazoso ser
descubierta besando descaradamente a su hijo en medio del patio del
establo.
Y mientras se escondía en su precioso baño humeante, convirtiéndose
en una auténtica ciruela pasa y restregándose lánguidamente las rodillas,
Betty había esponjado y cepillado su único vestido. Eso, junto con una
camisola limpia prestada por Dolly, significaba que se sentía bastante
presentable.
Así que estaba deseando volver a ver a Trevillion hasta que ella, Agnes y
Toby se acercaron al comedor y escucharon gritos. Otra vez.
—¿Tu abuelo discute en todas las comidas?, —preguntó a Agnes, que
resultó ser toda una fuente de información.
—No solía hacerlo, —suspiró la niña—. ¿Lo hace el tío James?
—Nunca lo había notado. —Phoebe ladeó la cabeza. Parecían estar
gritando sobre... ¿un vecino? Qué intrigante—. Suenan muy parecidos,
¿verdad?
—Sí, —dijo Agnes con énfasis—. Espero que dejen de hacerlo. A mamá
no le gusta.
Phoebe ni siquiera había pensado en Dolly y en cómo todo esto estaba
afectando a la madre de Agnes, lo que la hacía sentir bastante culpable.
Pero, por supuesto, la discordia en su casa sería confusa para la madre de
Agnes. Y a ese pensamiento le siguió otro: ¿quién era el padre de Agnes?
Nadie lo había mencionado.
Un golpe la devolvió al problema actual.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Tenemos que detenerlos, —dijo Phoebe, decidida.
Entró en el comedor con Agnes a su lado.
Los hombres dejaron inmediatamente de gritar, aunque a juzgar por la
pesada respiración no estaban en absoluto calmados.
—¿Dónde está tu madre, Agnes? —preguntó Phoebe.
—Ya está en la mesa, —dijo Agnes, y un murmullo angustiado
procedente de un extremo de la sala confirmó su pronunciamiento.
Phoebe levantó la barbilla. Los hombres deberían estar avergonzados de
sí mismos, molestando a Dolly, ¡realmente deberían! —Bueno, vamos a
sentarnos junto a ella, ¿de acuerdo?
Siguió el tirón de su mano y encontró a James ya esperando con una
silla.
—Se sentará entre Dolly y yo, —dijo.
—Qué bien, —murmuró Phoebe ácidamente, y se sentó.
Sintió un roce en las piernas y se dio cuenta de que Toby se había
colado bajo la mesa y ahora estaba apoyado en ellas.
—¿Qué vamos a comer?, —preguntó con una alegría forzada.
Comenzó a hacer su habitual exploración del borde de la mesa sólo para
encontrar la mano de Dolly a su derecha. Era grande y suave y temblaba
ligeramente. Phoebe dio una palmadita tranquilizadora a los dedos de
Dolly.
—Carne asada, —retumbó el señor Trevillion desde la cabecera de la
mesa—, verduras hervidas y pan hecho por Dolly.
—Yo hago el pan, —dijo Dolly en voz baja desde el lado de Phoebe.
Phoebe se dio cuenta ahora de que la mujer tenía un leve olor a
levadura. —¿Lo haces? Qué maravilla. Nunca he hecho pan.
—Mamá nos hace todo el pan, —dijo Agnes—. Es muy buena.
—A veces hago pequeños pasteles, —dijo Dolly lentamente—. Pero
sobre todo hago pan.
—Tendrás que enseñarme cómo, —decidió Phoebe.
—También hay cerveza, —le dijo James al oído—. Una cerveza amarga.
—¿Por qué le das cerveza a la muchacha, hijo?, —dijo su padre
irritado—. El vino es la bebida de una dama.
—Me gusta la cerveza, —dijo Phoebe.
—¿En verdad? —preguntó James sólo para sus oídos.

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—Estoy casi segura de que sí, —murmuró ella.
—Testaruda. —En voz más alta, James dijo—: Si no le gusta la cerveza,
puede tomar el vino después, padre.
El Sr. Trevillion murmuró algo que sonó como —Tonto.
—James me ha enseñado hoy sus caballos, —dijo Phoebe mientras
palpaba el plato que tenía delante—. Los disfruté bastante. Eran muy
bonitos.
—¿Cómo sabe eso, si se puede saber?, —espetó el señor Trevillion.
Phoebe oyó el ruido del plato de James y supo que si no decía algo
rápido ninguno de ellos podría comer.
—Porque pude sentirlo, así es cómo. La falta de vista no me ha robado
ni el ingenio ni la percepción. —Extendió la mano y encontró la de James a
su izquierda sobre la mesa. Estaba en un puño. La cubrió suavemente—.
Me preguntaba quién puso nombre a sus caballos, señor Trevillion.
Guinevere parece un nombre de fantasía.
—Yo, —dijo Agnes. Su voz era muy débil.
—¿De verdad? —Phoebe luchó por mantener una expresión agradable
en su rostro, a pesar del mal humor del Sr. Trevillion. Antagonizar al
hombre mayor no la llevaría a ninguna parte—. ¿Cuántos caballos has
nombrado?
—A casi todos, —dijo Agnes, su voz se relajó con lo que obviamente era
un tema de preferencia—. Pongo nombre a los potros nuevos cuando nacen
y a veces a una yegua nueva cuando la compran. Pero al semental no. Se
llama Octavio, que supongo que es lo suficientemente bueno.
A Phoebe ya no le costaba sonreír. —¿Y cuáles son los nombres que has
elegido?
—Bueno, —dijo Agnes—. Está Guinevere, que ya conoces. Se llamaba
Tiza cuando la compró el abuelo, que era un nombre feo. Luego están
Gaviota, Sirena, Perla, Cielo y Merlín, que fue vendido el mes pasado al hijo
menor del Conde de Markham.
—También se pagó bien por él, —dijo el Sr. Trevillion, sonando
satisfecho por primera vez desde que Phoebe había entrado en la
habitación—. Merlín es un bonito muchacho.
—Y le puse nombre a la yegua del tío James, —dijo Agnes, sonando
tímida de nuevo—, la que tenía en Londres.
Prímula, recordó Phoebe. ¿Le había contado Trevillion a su sobrina lo
que le había ocurrido a la pobre Prímula?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Se aclaró la garganta. —¿También le pondrás nombre a los nuevos
potros cuando nazcan?
—Sí, si el abuelo me lo permite.
—Oh, sí, tú pondrás los nombres, muchacha. —La voz del Sr. Trevillion
era ruda, pero Phoebe tenía la idea de que adoraba a su nieta—. Más vale
que así sea, ya que todo esto será tuyo cuando yo no esté.
Phoebe sintió el puño apretado bajo sus dedos. —Pero seguramente
James...
—Jamie nos dejó por decisión propia cuando más lo necesitábamos, —
dijo su padre, con voz dura.
—Sabes muy bien por qué tuve que irme, viejo, —dijo Trevillion, con la
voz baja y letal—. Tenía un precio por mi cabeza. Tú mismo me dijiste...
—¡Nunca te dije que te alejaras más de una década!
—Seguiste escribiendo que era demasiado peligroso. Que Faire seguía
buscando. —Mientras la voz de su padre se había elevado, la de James
había bajado, se había vuelto más controlada—. Te envié el dinero que
gané. Yo...
—¡Volviste lisiado! —A pesar de la dureza de las palabras del anciano,
había un trasfondo de angustia—. ¿De qué me sirve un lisiado? Dímelo,
muchacho.
—Oh. —Phoebe no pudo evitar la exclamación. Ella sabía cuánto odiaba
Trevillion la debilidad de su pierna. Que su padre...
La silla de James raspó contra el suelo al ser empujada hacia atrás. —
Deja de llamarme así. Hace más de una década que no soy un muchacho. —
Su puño se apartó de la mano de ella mientras se levantaba.
Ella oyó los pasos de sus botas salir de la habitación.
A su lado, Dolly gemía, y debajo de la mesa Toby tenía su cálido
cuerpecito apretado contra sus rodillas, temblando.
Phoebe quiso seguirlo. Él la había seguido una vez cuando ella había
discutido con Maximus y había salido furiosa de la habitación. Pero eso
había sido en su propia casa, que conocía por dentro y por fuera.
Aquí todavía era una extraña, aprendiendo los caminos y las distancias
entre los objetos. No podía seguir a James. No podía preguntar por qué, por
el amor de Dios, habían puesto precio a su cabeza. No podía consolarlo, ni
discutir con él, ni hacer el amor con él, porque estaba ciega.
Ahora y siempre.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Trece
Agog, el último de los gigantes, vivía en los acantilados que daban a la playa junto al mar. Era
tres veces más feo que sus hermanos y diez veces más malo. Sobre sus anchos hombros
reposaban dos cabezas, cada una con un ojo y un largo colmillo. Su pelo rozaba las nubes y con
una sola zancada podía recorrer diez leguas. Llevaba un garrote hecho de un roble y podía matar
a cien hombres de un solo golpe...
—De The Kelpie

Era justo antes del amanecer cuando Trevillion empujó la puerta del
dormitorio de Phoebe. Sostuvo la vela en alto mientras se dirigía a la cama y
por un momento se limitó a mirarla.
Su pelo castaño estaba extendido sobre la almohada como si fueran
madejas de seda desenredadas. Sus labios carnosos estaban ligeramente
separados y tenía la mano metida bajo la barbilla.
Parecía tener doce años.
Era un bastardo lujurioso, simple y llanamente, pero ya no podía negar
la atracción que ella ejercía sobre él con sólo respirar.
Estaba realmente condenado. Y lo que era peor, sabía que su estancia en
Cornualles terminaría inevitablemente. Encontrarían al secuestrador,
Wakefield querría recuperar a su hermana y tendrían que volver a Londres.
¿Sería capaz de alejarse de ella cuando eso sucediera?
Sacudió la cabeza, volviendo a su misión actual.
—Phoebe, —dijo en voz alta, y acarició suavemente esa mejilla
rosada—. Despierta.
Ella se removió, murmurando con sueño. Esos ojos avellana sin vista se
abrieron y miraron directamente a la vela. —¿James?
—Ven, —dijo él—. Guinevere está pariendo. Pensé que te gustaría
presenciar el evento.
—¡Oh! —Ella se sentó, ofreciéndole una magnífica vista de sus
redondos pechos—. ¿Tengo tiempo para vestirme?
Él se aclaró la garganta, apartando la mirada de su corpiño. —Sí.
Esperaré en el vestíbulo.
Trevillion salió y se apoyó en la pared cerca de la puerta, escuchando los
pequeños sonidos que ella hacía mientras se vestía: crujidos, un murmullo o
una suave exclamación de vez en cuando. Esta era la casa en la que había

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
nacido, en la que había crecido. Siempre pensó que nunca se iría, hasta hace
casi una docena de años, cuando todo se vino abajo. Qué extraño. ¿Cómo
habría sido su vida si no hubiera cometido ese terrible error?
Probablemente nunca habría dejado Cornualles, nunca se habría unido a
los dragones y habría aprendido a dirigir hombres.
Nunca habría conocido a Phoebe... de eso nunca podría arrepentirse.
Un momento después, su puerta se abrió y Phoebe se asomó. —¿James?
—Estoy aquí. —Se enderezó, tocando su brazo para que ella supiera
dónde estaba—. Pon tu mano en mi brazo. Llevo la vela en la mano
izquierda.
Lentamente la condujo por el pasillo de paneles de madera oscura hasta
las escaleras. Estaban desprovistas de adornos, pero Betty mantenía la
madera reluciente. En la planta baja salieron por la puerta de la cocina, que
daba al patio del establo.
—Oigo un pájaro, —murmuró Phoebe mientras atravesaban el patio.
—Acaba de amanecer, —respondió él, mirando hacia el este—. Hay una
especie de brillo rosado en el horizonte.
—Mm. —Ella inclinó la cabeza hacia atrás, oliendo el aire—. Puedo oler
el mar y el brezo del páramo. ¿Crees que será un día hermoso?
Él la miró. —Oh, sí.
Ella le sonrió y luego llegaron a los establos. Guinevere estaba en el
establo más grande del fondo, con cinco personas mirándola por encima de
la puerta. Condujo a Phoebe hacia el establo en silencio.
Cuando se acercaron, Agnes se volvió y se apresuró a acercarse a ellos.
Le dirigió a él su habitual mirada tímida y luego le susurró a Phoebe. —El
abuelo dice que debemos estar tranquilas porque es lo mejor para
Guinevere. He tenido que encerrar al pobre Toby en mi habitación para que
no ladre.
Phoebe le tendió la mano a la niña. —Le daremos a Toby un regalo
especial más tarde, ¿de acuerdo?
Agnes asintió y tiró de la mano de Phoebe. —Ven a ver... ¡Oh!
Phoebe sonrió. —Está bien, puedes ver por mí.
Trevillion observó cómo su sobrina conducía a Phoebe hasta la caseta.
De alguna manera se había ganado la confianza de Agnes cuando la niña
aún desconfiaba de él, aunque le enviaba cartas desde que había aprendido
a leer. Suspiró y la siguió. Su padre y Owen estaban cerca de la valla, Reed
se quedaba un poco atrás con el joven Tom. Owen y su padre tenían la
misma edad, pero su padre sobresalía por encima de Owen. Por lo general,

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
su padre llevaba una peluca blanca, pero a esta hora de la mañana estaba
con la cabeza descubierta y Trevillion se dio cuenta de que su pelo corto se
había vuelto blanco.
Había sido simplemente gris cuando se fue a Londres.
Owen levantó la vista y le hizo espacio cerca. La yegua estaba tumbada
en la paja fresca, en trabajo de parto, con los costados brillantes de sudor.
—¿Cómo está? —preguntó Trevillion.
—No tardará mucho, —dijo Owen con sabiduría. Había parido docenas
de yeguas en su tiempo—. Es su primera vez, pero es una yegua fuerte.
Creo que lo hará bien.
Agnes susurraba un comentario a Phoebe, que tenía la cara pegada a la
barandilla para poder escuchar. Trevillion se dio cuenta de que su padre las
observaba de reojo.
Trevillion miró a Owen con una pregunta. El anciano miró de él a
Phoebe y asintió.
Trevillion se acercó a ellas. —¿Te gustaría tocarla?, —le preguntó a
Phoebe.
Ella volvió la cara hacia la suya. —¿Puedo?
Él sonrió. —No creo que la moleste. Está muy cerca de la puerta de la
caseta.
La tomó de la mano y, abriendo la puerta del establo lentamente, se
agachó en la entrada. Guinevere puso los ojos en blanco hacia ellos, pero
obviamente estaba atrapada en la tarea de su propio cuerpo.
—Aquí. —Puso la palma de la mano contra el vientre distendido de la
yegua.
Los ojos de Phoebe se abrieron de par en par. —Puedo sentir el potro...
y su labor de parto. Es tan fuerte. Tan hermosa.
Guinevere se agitó de repente y Trevillion atrajo a Phoebe hacia atrás.
La rodeó con sus brazos y le susurró al oído. —Está empujando ahora
con todas sus fuerzas. Hay un...
Un borbotón y un deslizamiento y el potro estaba de golpe allí, mojado
y temblando.
—¡Oh! —susurró Phoebe, con sus manos agarrando las de él—. ¿Está
aquí? ¿Está vivo?
—Sí y sí, —dijo él, sonriendo ante su impaciencia—. Owen ha ido a
atenderla.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Una muchacha, —dijo Owen—. ¡Bonita y bien! ¿Ahora cómo la
llamará, Srta. Agnes?
—Creo que... —El ceño de la chica se arrugó mientras pensaba—.
¡Alondra! ¿Es un buen nombre, Abuelo?
—Un bonito nombre para una bonita potra, —pronunció el anciano.
—¿Cómo es ella? —preguntó Phoebe.
—Es muy delicada, —dijo Trevillion, observando al potro—. Sus
rodillas parecen demasiado grandes para sus piernas, y de momento es de
color gris oscuro, pero se volverá blanca como su madre cuando crezca.
Phoebe suspiró satisfecha. —Qué maravilla.
—Lo es, —murmuró cerca de ella. El potro se puso en pie y se tambaleó
hacia su madre—. Y ya ha encontrado la teta de su madre. Lo que me
recuerda que también deberíamos ir a desayunar.
—Me muero de hambre, —dijo Agnes—. Y Toby debe estar muy triste.
—Mejor que entremos, entonces, muchacha, —exclamó su padre.
Agnes tomó el brazo de Phoebe, charlando con ella mientras volvían a la
casa.
Trevillion se encontró unos pasos atrás con su padre a su lado. El
anciano acompasaba su paso a la propia cojera de Trevillion.
—Es una buena mujer, —dijo su padre.
Trevillion lo miró, sorprendido. Hasta ahora sólo había visto
indiferencia o un ligero desprecio del anciano hacia Phoebe.
Su padre levantó la barbilla como si percibiera la sorpresa de Trevillion.
—¿Y bien? Tendría que estar loco para no ver eso. A pesar de su ceguera. Es
una buena mujer. Buena con Agnes y Dolly. Buena con los caballos.
—Sí, lo es, —dijo Trevillion.
—¿Por eso lleva el anillo de tu madre?
Trevillion se maldijo por haber olvidado pedirle a Phoebe que le
devolviera el anillo. —Era más fácil viajar como marido y mujer. Necesitaba
un anillo de matrimonio.
—¿Y tuviste que usar el anillo de tu madre para eso?
—Era el único que tenía, —murmuró Trevillion, sabiendo mientras lo
decía lo débil que sonaba la explicación. La verdad era que le había gustado
poner el anillo de su madre en el dedo de Phoebe, y le gustaba aún más el
anillo cada vez que la veía llevarlo.
—Tu madre también era una buena mujer, —dijo su padre.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Trevillion se puso rígido al oír esas palabras.
—Tu madre era alegre y joven, demasiado joven, pero era una buena
mujer. Pero no para mí. —Su padre se detuvo y lo miró. Sus ojos eran del
mismo color que los de Trevillion, de un azul brillante, en un rostro
delineado por el viento y la edad—. Lady Phoebe también es una buena
mujer, pero no para ti.
Trevillion observó a su padre durante un largo minuto y supo que el
anciano creía lo que decía desde lo más profundo de su corazón.
Al igual que él.
—Lo sé.

Phoebe se sentó y escuchó mientras Dolly amasaba la masa para el pan esa
misma mañana. Estaban en la cocina, que olía maravillosamente a harina,
levadura y té -Betty había preparado una tetera para ello- y de vez en
cuando Dolly recogía la masa y la tiraba de nuevo sobre la mesa con un gran
golpe.
—¿Por qué tiras la masa, Dolly? —preguntó Phoebe.
Wakefield House tenía tres cocineros -uno de ellos no hacía más que
hornear-, pero ella nunca había estado en las cocinas. No tenía ni idea de
cómo se hacía el pan.
—Es para amasarlo, —dijo Dolly.
Betty, que estaba ocupada cortando verduras, dijo: —Hace que el pan se
eleve mejor, cuando se golpea un poco.
—Qué interesante, —dijo Phoebe—. Dolly, ¿James es tu hermano
mayor o menor?
—Soy mayor que Jamie, —dijo Dolly con orgullo—. Él es mi hermano.
Me lee libros. Pero ya no.
—Quizá vuelva a hacerlo ahora que ha vuelto de Londres, —dijo
Phoebe.
—Y cartas, —añadió Dolly—. Guardé sus cartas.
—¿Cartas?
—Escribía regularmente, —añadió Betty—. Desde Londres. Y envía
pequeños regalos a la señorita Dolly y a la señorita Agnes.
Qué extraño: todo este tiempo Trevillion había llevado una vida secreta
y ella nunca lo había sabido. Nunca se le ocurrió preguntar sobre ello. Pero
la mayoría de la gente tenía secretos en sus vidas, especialmente cuando se
trataba de los más cercanos a ellos.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¡Phoebe! —Agnes irrumpió en la cocina con un estruendo y Toby
jadeando en sus talones—. El tío James dijo que te buscara.
—¿Que me buscaras? —repitió Phoebe, divertida—. Parezco un guante
olvidado.
Agnes soltó una risita. —Vamos.
—Bueno, si insistes. —Phoebe tragó lo último de su té, se despidió de
Dolly y Betty y dejó que Agnes la guiara fuera de la cocina.
—¿A dónde vamos?, —le preguntó a la chica.
—Va a ser una sorpresa, —dijo Agnes con emoción en su voz. Toby
ladró una vez junto a ellas, aparentemente atrapado en el ambiente.
En el exterior, Phoebe podía sentir el sol en la cara. Caminaban en
dirección a los establos y se preguntó si Trevillion pretendía enseñarle de
nuevo a Lark.
Y entonces oyó un relincho.
Agnes soltó una risita.
—¿Qué es esto? —preguntó Phoebe.
—Pensé que podríamos ir a montar, —dijo James desde cerca—.
Montar cuando no nos persigan, claro. Tendrás que estar en el caballo
conmigo. ¿Te parece bien?
—Oh, sí, —dijo ella, emocionada ante la perspectiva, tanto de un paseo
a caballo como de volver a estar cerca de Trevillion.
Él tomó su mano, cálida y grande. —Esta es Regan. Owen sostiene la
brida para nosotros mientras montamos.
—Ella tiene un andar parejo, —dijo Owen.
—Y es uno de nuestros caballos más grandes, —dijo Trevillion—.
Debería llevarnos a los dos sin problemas. Ahora aquí está el peldaño.
Ella tanteó el peldaño con la mano y luego lo montó, encajando su
zapato en el estribo antes de balancearse hacia arriba. Regan negó con la
cabeza y retrocedió un paso. Phoebe le acarició el cuello.
Sintió que Trevillion se balanceaba detrás. —La tengo, Owen. Mi
agradecimiento.
—Sí, —dijo Owen.
Luego se alejaron. Trevillion comenzó a andar, con sus brazos alrededor
de ella, y fue encantador estar al aire libre, sentir el caballo debajo de ella y
a él detrás de ella.
—¿Adónde iremos?, —preguntó ella.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—A donde quieras, —respondió él—. Aunque tengo un lugar que creo
que te gustaría.
—Entonces te lo dejo a ti, —dijo ella, recostando la cabeza contra su
cuello, inhalando caballo y sándalo, bergamota y Trevillion, puro Trevillion.
Por un momento más se limitó a disfrutar del paseo, pero luego recordó
todas las preguntas que quería hacerle.
Suspiró. —¿James?
—¿Sí? —Sonaba relajado y feliz por una vez y ella se preguntó si
realmente debía sacar a relucir todas las cosas que la preocupaban.
Pero si no era ahora, ¿cuándo?
—¿Por qué dijiste que tenías un precio por tu cabeza anoche?, —
preguntó en voz baja—. ¿Por qué es peligroso que estés en Cornualles?
Inmediatamente sintió la rigidez de sus brazos. —¿Realmente
quieres...?
—Sí. —Ella se retorció un poco entre sus brazos para enfrentarlo, para
poder hablarle directamente—. Todo este misterio, toda esta ira y dolor
entre tú y tu padre. ¿No crees que quiero conocerte a ti y a tu pasado y lo
que afectó a tu vida?
—Dios, Phoebe, no ayuda a mi imagen, en absoluto.
Inhaló lentamente, preparándose. —Aun así.
Él suspiró. —Muy bien. Una vez golpeé a un hombre, hasta casi
matarlo. Su nombre era Jeffrey Faire y su padre es el magistrado local.
Como resultado, Lord Faire pidió mi arresto. Hui de la ciudad, de
Cornualles, a instancias de mi padre. Fue entonces cuando me uní a los
dragones.
Ella frunció el ceño, pensando. —¿Por qué? ¿Qué pasó entre tú y este
hombre?
—Me enfadé, —dijo él.
Eso la enfureció. —No me lo creo. No habrías recurrido a la violencia
sin razón, ni siquiera de joven.
—Tal vez no debería tener tanta fe en mí, milady.
Empezaba a no gustarle que la llamara “milady” en lugar de Phoebe a
secas. —Pero la tengo.
Él no respondió, pero sus brazos la rodearon con fuerza.
Otro pensamiento la asaltó de repente. —¿Sigue Lord Faire tras de ti?
—Sin duda.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Pero deberíamos irnos de inmediato, —dijo ella—. James, no
deberíamos haber venido aquí si estás en peligro.
—No estoy en peligro, —respondió él, sonando irritado—. Lord Faire
no tiene ni idea de que estoy aquí.
—¿Y si se entera?
—No lo hará. Este era el lugar más seguro que se me ocurrió para ti.
Estamos casi en el fin del mundo, o al menos en el fin de Inglaterra.
Ella quería sacudirlo, de verdad. ¿Qué creía él que pasaría si lo
arrestaban? ¿Cómo se sentirían Agnes y el Sr. Trevillion? No podía soportar
la idea de que él hiciera tal sacrificio por ella.
Pero mover a Trevillion una vez que había tomado una decisión era casi
imposible. Tal vez si conseguía la ayuda del Sr. Trevillion o incluso de
Agnes, podría hacerlo entrar en razón.
Phoebe sacudió la cabeza.
—Vamos. No discutamos, —dijo finalmente—. ¿Te gustaría galopar?
Se le aceleró el corazón. —¿Podemos?
Como respuesta, él la apretó contra su pecho, se inclinó un poco hacia
delante y dejó que Regan corriera.
Phoebe chilló mientras galopaban hacia el viento, con el cuerpo de
Trevillion impulsándose detrás del suyo, los músculos del caballo
agrupándose y liberándose bajo ellos. Aquello se sentía como la verdadera
libertad, como la vida misma.
Cuando llevó a Regan al galope y luego al trote de nuevo, Phoebe se dio
cuenta de que podía oír el rugido del océano.
—¿Dónde estamos?—, preguntó, con el corazón todavía latiendo rápido
por el galope.
—Hay una playa, —le respondió él al oído—. Pensé que te gustaría
recorrerla.
—¿Solías venir aquí a menudo?, —preguntó ella mientras la yegua
empezaba a bajar—. Debe ser precioso.
—Lo es, —dijo él simplemente—. Y sí solía venir aquí cuando era niño.
Se dice que se pueden ver sirenas nadando en las olas por la noche.
—¿Has visto alguna vez alguna?
—No, pero puedes estar segura de que busqué mucho. El único tipo de
cosa que vi en las olas era más bien contrabandistas que traían brandy
francés.
—¿Contrabandistas?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Se rió. —Hay bastantes en estos lugares. Si mi regimiento de dragones
hubiera estado asignado a Cornualles, me habría pasado las noches
persiguiéndolos en el oleaje.
Regan caminaba ahora por terreno llano y Phoebe podía oír y oler el
oleaje que se acercaba. No había estado cerca del mar desde que era una
niña.
Desde que se había quedado ciega.
Phoebe recuperó el aliento. —¿Podemos bajar?
—Por supuesto. —Hizo que Regan se detuviera y se bajó. Ella sintió sus
manos en la cintura—. Ven aquí.
Se deslizó en sus brazos. Él la abrazó un momento, con su pecho cálido
y fuerte. El viento soplaba suavemente desde el océano y ella podía olerlo:
salmuera y pescado y la naturaleza salvaje del agua.
—Aquí hay arena, —le dijo al oído—. ¿Te gustaría quitarte los zapatos
y sentirla?
—Sí, —susurró ella, sin saber por qué mantenía la voz baja. Estaba
temblando un poco.
Él la guió hasta una roca y ella se sentó mientras se quitaba los zapatos
y las medias.
Levantando la falda, acarició tímidamente la arena con los dedos de los
pies. El lugar era fresco y seco; debían estar sentados a la sombra.
Se puso de pie, sujetando sus faldas. —¿Puedo caminar en el agua?
—Sí, las olas están bajas hoy. —Su voz era cálida y cercana. Él dudó—.
¿Quieres tomar mi brazo?
—No. —Ella giró la cabeza en su dirección, esperando que lo
entendiera—. Sólo dime por dónde ir. ¿Tal vez puedas caminar conmigo?
—Por supuesto. Estaré a tu lado.
—¿Te has quitado también los zapatos y las medias?, —preguntó ella,
curiosa. Normalmente él era tan rígido. Tan formal.
Especialmente con ella.
—Naturalmente, —respondió él, con una risa en la voz. Sonaba casi
como un niño—. Es de rigor en la playa. Ven, camina por aquí.
Y ella lo hizo, sintiendo la arena bajo sus pies, el viento aplastando su
vestido contra sus piernas. A medida que se acercaban a la orilla, podía oír
el estruendo de las olas, un trueno rugiente. La arena estaba húmeda, cálida
y blanda, una sensación extraña pero agradable.
Y entonces una ola llegó a sus pies, fría y repentina.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¡Oh!, —exclamó.
Por un momento se quedó quieta, sintiendo cómo el agua fría le llegaba
al empeine y luego se retiraba, succionando la arena de entre los dedos de
los pies.
Dio otro paso. El agua le cubrió el empeine mientras sus dedos se
hundían en la arena, de repente más blanda, y luego la ola volvió a retirarse,
dejándole los pies mojados y fríos.
Se rió en voz alta, sin aliento, con el sol en la espalda, Trevillion a su
lado, y ladeó la cara mientras se ponía de pie, con los dedos de los pies
clavados en la arena bajo sus pies. Las olas la acariciaban como el toque de
una hermana, cálido, vivo y familiar.
Eterno.
Debía parecer una loca, pero no le importaba en absoluto.
En absoluto.
Y todo el tiempo Trevillion no dijo ni una palabra, simplemente se
mantuvo junto a ella, allí por si lo necesitaba.
Se sintió como si pudiera volar. No había sido tan libre en años.

Trevillion observó a Phoebe en el mar, con las olas golpeando sus tobillos.
Ella reía, con las faldas levantadas hasta las rodillas, su rostro brillando al
sol, y él deseaba poder pintar la escena. Mantenerla siempre en su memoria.
En algún lugar, en algún punto indefinido, había cruzado un puente y el
puente se había derrumbado tras él. No había vuelta atrás. Le importaba
Lady Phoebe Batten más que cualquier otra cosa en la vida. Más que su
familia. Más que su honor.
Más que su libertad, si llegaba a eso.
Darle alegría valía más que cualquier cantidad de dinero. Sabía -sin
duda, sin miedo- que mataría por ella.
Que moriría por ella.
Era casi un alivio, esta comprensión. Podía luchar intelectualmente
contra ello, utilizando todos esos argumentos trillados: él era demasiado
viejo, ella era demasiado joven, se encontraban en posiciones sociales
demasiado alejadas, pero simplemente no importaba. Su corazón había
dado un golpe de estado sobre su mente y no había nada más que hacer al
respecto.
Amaba a Phoebe Batten, ahora y siempre.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Phoebe se volvió casi como si lo hubiera oído hablar en voz alta. —¿Hay
caracolas en la playa?
—Unas cuantas. —Se agachó y recogió varias pequeñas, luego se acercó
a ella—. Extiende tu mano.
Ella lo hizo, mirando fijamente a la nada, con una suave sonrisa aún
jugando en su boca. El viento le había sonrosado las mejillas y le había
soltado algunos mechones de pelo.
Pensó que nunca había visto algo tan hermoso en su vida.
Trevillion le tomó la mano y le puso las caracolas en la palma como una
ofrenda a una diosa.
Ella dejó caer sus faldas y palpó las caracolas con los dedos de su otra
mano. —¿Qué aspecto tienen?
Él ahuecó una palma bajo la mano que las sostenía y enredó los dedos
de su otra mano con los de ella. —Esta —tocó una caracola pequeña y lisa
con los dedos índice— es de color azul oscuro por fuera, y de un azul
grisáceo más pálido por dentro. Esta —dirigió sus dedos a una caracola
abierta y estriada— es de un delicado color rosa.
El tono exacto de sus mejillas, de hecho, aunque él no lo dijo.
Ella levantó la vista, tan cerca, con el viento lanzando un mechón de
pelo sobre su boca regordeta, y sonrió sólo para él.
Él quiso retener esa sonrisa, guardarla en su pecho para siempre.
En lugar de eso, se aclaró la garganta. —Tenemos una cesta de picnic
que hizo Betty.
Su cara se iluminó. —¡Oh, qué maravilla!
—Ven. —Tomó la mano que no sostenía las caracolas y la condujo por
la playa hasta donde Regan lamía la escasa hierba. Desabrochó el cesto y
una vieja manta de la parte trasera de la montura de la yegua y los llevó a un
trozo de arena seca—. Aquí hay un lugar donde podemos sentarnos.
Él extendió la manta y ella se bajó.
—Oh, tengo las faldas mojadas, —murmuró ella.
Él le echó un vistazo. Su dobladillo húmedo estaba sobre sus pies
descalzos. —Súbetelas. No hay nadie aquí para ver sino Regan y dudo que
le importe.
—Pero, ¿y si viene alguien?
Se encogió de hombros. —No hay muchos motivos para que la gente
venga aquí... a no ser que quieran un picnic.

183
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ella sonrió y se subió la falda, mostrando sus hermosas piernas hasta la
rodilla.
Él apartó su mirada y abrió la cesta. —Betty nos ha dado pan, queso y
manzanas, y una botella de vino. —Él la miró—. Es una decepción, lo sé,
después de días de cerveza.
—Tonto. —Ella le tendió las conchas—. ¿Puedes colocarlas en algún
lugar seguro?
Trevillion se encontró guardando las caracolas comunes con tanto
cuidado como si fueran perlas.
Le sirvió un poco de vino en una copa de barro y se preguntó si ella
había bebido alguna vez en un recipiente tan sencillo en toda su vida. Sin
embargo, a ella no pareció importarle, ya que sorbía el vino mientras daba
delicados mordiscos a la rebanada de queso que él le había dado.
Se volvió hacia él de repente, con un rostro inusualmente serio. —Dime,
¿Dolly siempre ha sido así?
—¿Limitada, quieres decir? —Sus palabras eran duras, pero su tono no.
Había vivido con Dolly la mayor parte de su vida—. Sí, o eso me han dicho.
Fue un parto difícil para mi madre y al principio todos pensaron que el
bebé moriría. Pero no lo hizo. Era enfermiza de pequeña, pero vivió. —
Rompió un trozo de pan, pero luego se quedó mirándolo—. Es muy
cariñosa, sabes. Solía seguirme cuando era un niño, aunque yo era cuatro
años más joven. Ella ha sido mi deber desde que tengo memoria.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno... —Dio un mordisco al pan y lo comió antes de contestar—.
Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años, como sabes, así que sólo
estaba papá. Él tenía que cuidar los caballos. Teníamos sirvientes -Betty
vino cuando yo tenía diez años o así-, pero mi padre dejó claro que mi
trabajo era vigilar a Dolly. Asegurarme de que no se hiciera daño con el
fuego o de que no se metiera en el páramo. Ese tipo de cosas.
Phoebe frunció las cejas. —Parece una responsabilidad terrible para un
niño pequeño.
Él se encogió de hombros, aunque ella no pudo verlo. —Papá sabía lo
que hacía. Alguien tenía que vigilar a Dolly mientras él trabajaba y confió
en mí. —Hizo una mueca de amargura al pensar en ello—. Y luego los dos
crecimos y se suponía que yo debía protegerla de otros daños.
Phoebe frunció las cejas. —¿Otros daños?
Él levantó la vista hacia ella, dándose cuenta. —Ah. No lo sabes. Dolly
es bastante guapa, a pesar de... bueno, de todo. Tiene el pelo oscuro, ahora
canoso, por supuesto, y los ojos azules de nuestro padre. Cuando era más

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
joven... —Inhaló bruscamente, recordando aquel día. Su temerosa
preocupación por Dolly. Encontrarla por fin con el vestido y el pelo
deshechos. La confusión en su dulce rostro infantil. Su rabia y la vergüenza
cuando tuvo que decírselo a su padre—. Bueno, basta con decir que fallé en
mi deber. Fallé completamente.
—James, —dijo ella, sonando angustiada—, ¿Es así... es así como Agnes
fue concebida?
—Sí. Lo siento, —dijo él abruptamente—. No debería haber sacado a
relucir cosas tan horribles.
Ella ladeó la cabeza. —Más bien creo que soy yo quien debe disculparse
por hacerte revivir esos recuerdos.
Él no pudo decir nada a eso.
Ella suspiró. —¿Dime cómo es Agnes?
—Bonita. Oscura como su madre, como todos los Trevillion, excepto
por sus ojos. Son verdes. —Lanzó el trozo de pan con bastante saña a una
de las gaviotas que giraban.
—Tus ojos no son verdes, ¿verdad? —Ella se acercó más a él—. Tus ojos
son azules.
Él se detuvo, observando cómo se aventuraba a acercarse. —Sí. ¿Cómo
lo has sabido?
—Hero y Artemis me dijeron cómo lucías, —dijo ella, con una pequeña
sonrisa en la boca—. Tenía curiosidad, así que pregunté.
Parpadeó, preguntándose cómo le habían descrito la duquesa y Lady
Hero. Preguntándose en qué momento Phoebe había sentido curiosidad
por él.
Se arrodilló frente a él y extendió una mano. La mano tocó su mejilla.
—Ojos azules, —murmuró. Sus dedos se extendieron y recorrieron la
mejilla de él, como un toque de mariposa—. Pómulos altos. —Su dedo
índice encontró el puente de su nariz y lo siguió hacia abajo. —Una nariz
recta. —Encontró sus labios y le pasó el dedo por la boca.
Ambos respiraron con dificultad.
—Una boca ancha, —susurró ella, inclinando la cabeza e inclinándose
hacia delante—. Con labios suaves y hermosos.
Ella no era para él. Su padre se lo había dicho y él había reconocido esa
verdad.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Pero en ese momento Trevillion sólo sabía una cosa: ya no le importaba
no poder tenerla para siempre como suya. La tenía ahora mismo, y cuando,
inevitablemente, ella se alejara de él, atesoraría este recuerdo.
Para siempre.
Se inclinó hacia delante y la besó.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Catorce
Corineo desenfundó su espada, puso al caballo marino al galope y cargó contra Agog. El gigante
blandió su garrote, pero el caballo mágico esquivó el golpe con sus pezuñas hendidas. Entonces
se produjo una batalla tan temible que apenas puedo contarla. Agog golpeó una y otra vez,
abriendo grandes agujeros en los acantilados, mientras las chispas salían de las pezuñas
hendidas del caballo marino y Corineo rasgaba el aire con su grito de guerra...
—De The Kelpie

Phoebe se estremeció ante el contacto con la boca de James. Estaba tan


caliente, tan seguro. No hubo vacilación cuando la atrajo hacia sus brazos y
se le ocurrió que algo había cambiado.
Que esta vez él no se detendría.
Se estremeció incontroladamente al pensar en ello.
En lo alto, las gaviotas gritaban. Las olas seguían chocando contra la
orilla, y ella saboreó la sal en sus labios y en los de ella. Extendió los dedos
sobre su cara, tocando, queriendo absorber a este hombre en sus propios
huesos. Podía sentir su pelo retirado de la cara, la curva de sus orejas, el
terciopelo de su lengua en su boca, y se aferró más a él.
Hasta que se apartó, jadeando. —Desata tu pelo. Déjame sentirlo.
Los brazos de él se movieron, los músculos se agolparon, la ropa crujió,
mientras él se quitaba el abrigo y luego el chaleco antes de estirar la mano
para desatarse el pelo. Ella siguió sus manos, sintiendo cómo se soltaban
los mechones. Se había hecho una trenza apretada y el pelo se ondulaba
bajo sus dedos. Lo llevó hacia delante, acariciándolo, mientras él se
inclinaba y le besaba la sien, bajando los labios por la mejilla, subiendo por
la barbilla hasta besarle la mandíbula.
Otro escalofrío sacudió su cuerpo.
—¿Tienes frío?, —le preguntó él, con la voz ronca.
—No, —jadeó ella—. En absoluto.
¿Cómo podía decirle que su tacto era casi abrumador, cuando ni
siquiera había pasado por debajo de su cuello?
Pero él parecía saberlo. Se rió con una risa oscura y sacó el fichu de
donde estaba metido en el borde del corpiño. La tela se deslizó lentamente
sobre la parte superior de sus pechos, provocando una caricia.
Él se inclinó de repente y abrió la boca en su clavícula, caliente y
húmeda.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ella jadeó y se agarró a su cabeza para mantener el equilibrio, para
evitar que el mundo diera vueltas.
Él levantó la cabeza, con los labios en la comisura de la boca de ella. —
Dime ahora mismo si quieres que pare.
Ella se lamió los labios y él le mordió la lengua, haciéndola jadear de
nuevo.
—Yo no...— Ella tragó—. No quiero que pares.
—Entonces no lo haré, —dijo él, en voz baja e íntima.
Sus dedos estaban en los cordones de la parte delantera de su corpiño,
dedos hábiles tirando de las cuerdas.
Deshaciendo su cuerpo.
—Levántate, —murmuró él, y ella obedeció, levantando los brazos para
que él pudiera quitarle el corpiño. Le siguió el corsé.
Y entonces él se detuvo.
Ella esperó, con la respiración entrecortada. —¿Qué ocurre?
Él gimió, el sonido casi inaudible. —¿Sabes lo que me hacías cada noche
cuando sólo llevabas esta camisola?
Sus dedos recorrieron el borde superior. Era una prenda sencilla, mucho
menos fina que las que llevaba habitualmente. El escote sólo tenía una línea
de costura decorativa. Nada de encajes ni de adornos.
Sin embargo, se sintió como si llevara seda e hilo de oro cuando la yema
de su dedo recorrió la camisola. Su piel se sintió sensibilizada, sus pechos
se hincharon.
—Puedo ver tus pezones, ¿lo sabías?, —le preguntó él, y su voz sonó
casi enfadada.
Ella sabía que lo que él sentía no era ira.
—Sí, —dijo ella, atrevida como cualquier puta mancillada de Covent
Garden—. Lo sé.
Él gruñó lo que podría haber sido una risa. —Son de un rosa intenso,
tan dulces, tan redondos, y cada vez que los veía, estaban tiesos, como si
quisieran mi atención. Querían mi boca. Como ahora.
Ella se tragó un gemido.
Él le tomó lentamente el pecho, con la palma de la mano acunándola sin
tocar el pezón. —¿Es eso lo que quieres? ¿Mi boca en tu pezón, Phoebe,
chupando hasta que grites?
Oh, Dios.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—S-sí, —dijo ella, y aunque la palabra salió más como un chillido que
otra cosa, simplemente no le importó porque él hizo precisamente eso.
James inclinó la cabeza hacia el pecho de ella y atrajo su pezón hacia su
boca abrasadoramente caliente a través del fino algodón de su camisola.
Ella arqueó la espalda ante la sensación, como nunca antes había
sentido. Una dulzura anhelante tan intensa que era casi dolorosa. Ella jadeó
y él la sostuvo, con sus manos en la espalda, sujetándola mientras la dejaba
casi sin sentido.
Chupó con ternura, usando los labios y la lengua, y luego se retiró y,
antes de que ella pudiera hablar, él estaba en el otro pecho, mordiéndolo
también. El algodón de su camisola estaba empapado por la boca de él y el
viento soplaba sobre él, apretando su pezón, haciéndola tragar y empujar
contra él.
—Shh, —murmuró él, y ella se dio cuenta de que había estado gimiendo
sin saberlo—. Yo me ocuparé de ti.
Él tiró de la cinta que sujetaba la camisola y desató el lazo. Él la abrió y
la bajó por encima de sus pechos, exponiéndola completamente al aire del
mar hasta que quedó desnuda hasta la cintura.
—Tan dulce, —murmuró él, besando entre sus pechos, en ninguna
parte cerca de donde ella realmente quería sus labios. —Tan encantadora—
. Y la lamió hasta la clavícula.
¿Intentaba volverla loca?
—Por favor, —dijo, sonando menos femenina y más exigente—. ¡James!
—¿Sí, milady?, —preguntó él, inocente, casi desinteresado—. ¿Qué le
gustaría?
—Ya sabes.
Él recorrió con sus dedos los lados de sus pechos, sin llegar a tocar sus
pezones. —¿Esto?
—N-no, —tartamudeó ella—. Mi...
—¿Sí?, —le susurró al oído, con su aliento caliente haciéndola
temblar—. Dime, Phoebe. Dime qué quieres que te haga.
—Oh, por favor, —gimió ella—. Oh, por favor, tócame.
—¿Cómo? —La única palabra era severa. Exigente.
—Con tu boca, —susurró—. Chúpame el pezón.
Él se movió inmediatamente, atrayendo su pezón al calor de su boca.
Oh, y era mucho mejor sin la camisola de por medio. Su lengua estaba en su
carne desnuda, provocándola, excitándola, haciéndola moverse inquieta.

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—Eres tan hermosa, —murmuró—. Tus pechos están húmedos y rojos
por mi boca. Podría hacer esto toda la tarde. Sostenerte aquí y deleitarme
con tus pezones.
Ella arqueó la espalda ante sus palabras, ofreciéndose, y aunque parecía
que era él quien la tentaba, lo oyó maldecir en voz baja.
Él no tenía tanto control como quería que ella creyera.
Entonces sonrió, de forma secreta y femenina, y dejó que sus manos
recorrieran su cabeza, su pelo, mientras él volvía a centrar su atención en
sus pezones hipersensibles. Él aún llevaba la camisa y ella tiró de ella,
preguntando sin palabras.
Él se apartó de ella un segundo y, cuando volvió, tenía el pecho
desnudo. Oh, ¡cómo se deleitó con toda esa piel cálida! Pasó las palmas de
las manos, planas, con los dedos extendidos para sentir todo lo que
pudiera, sobre él. Su fuerte cuello, su pelo rozando el dorso de sus manos
mientras las bajaba hasta los hombros, llenos de músculos. Sus brazos, con
esas intrigantes protuberancias musculares en la parte superior. Su pecho,
con ese vello que tanto le gustaba. Pasó los dedos por él, tocando sus
pezones, pasando los pulgares por ellos.
Él le lamía los pezones, moviéndolos de un lado a otro, y ella se
preguntó si también podría hacérselo a él. ¿Le gustaría tanto como a ella?
Porque no podía evitarlo, su cabeza caía hacia atrás, exponiendo su cuello,
su vulnerabilidad ante él. Él la estaba envolviendo con su brujería,
seduciéndola con su forma de hacer el amor.
—James, —gimió ella, con las manos en su cintura, atrayéndolo hacia
ella. —Quiero... quiero...
—¿Qué deseas? Dímelo y lo haré.
—Quítate esto, —dijo ella con valentía, tirando de sus calzones—.
Déjame sentir todo de ti.
Oh, ¡debería avergonzarse de ser tan descarada! Pedirle a un hombre
que se desnudara para poder disfrutar de su cuerpo. Pero no pudo
encontrar en sí misma el modo de avergonzarse. Si él la dejaba, descubriría
a todo su James. Descubriría cómo era realmente un hombre, a fondo.
Él se apartó de ella y ella deseó -¡oh, cómo deseó!- poder ver lo que él
hacía. Cómo se desabrochaba los pantalones y los deslizaba por los muslos.
El aspecto que tenía en ropa interior.
Su aspecto después de quitarse la ropa interior.
Ella daría el uso de su mano derecha por ver a James Trevillion desnudo
al sol. Sólo una vez. Sólo un pequeño vistazo para mantenerlo para siempre
dentro de ella.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Pero eso no era un trato que ella pudiera hacer.
Así que cuando él volvió a ella, con su piel cálida y suave, oliendo al
océano y al cielo y a su aroma a sándalo y bergamota, tuvo que contenerse
para no agarrarlo con sus manos ansiosas...
—Puedo...— Ella tragó, pues tenía la boca seca—. ¿Puedo tocarte?
—En cualquier parte, —murmuró él en su boca.
Ella se aferró a él. En las caderas magras, sobre las nalgas musculosas,
sintiendo esa mata de pelo justo encima de su hendidura, los muslos duros
que se tensaban y flexionaban cuando él separaba sus piernas. El vello de
sus piernas.
Ella se rió en voz alta. Nunca había sentido a un hombre. Un hombre
con sus caderas entre las suyas. Un hombre con la intención de hacer el
amor con ella.
—Quítame las faldas, —dijo ella, empujando de repente contra su
amplio pecho—. Déjame estar desnuda contigo.
Y él se fue un momento. Simplemente se fue. Porque eso era la ceguera:
un gran vacío. Uno podía oír los sonidos, sentir las cosas cercanas, pero sin
la vista, sin el tacto, no había nada realmente, ¿verdad?
La ceguera podía ser una gran soledad.
Pero entonces sus grandes manos volvieron a estar sobre ella,
anclándola, y supo que ya no estaba sola. No estaba en soledad. No con James
aquí con ella.
Él la ayudó mientras ella se retorcía y jadeaba e incluso maldecía,
quitándose las faldas. Luego estaba tan desnuda como él, tumbada sobre
una manta rasposa al sol en una playa de Cornualles.
El cuerpo de él cubría el de ella, duro y masculino y desconocido y aquí
con ella. Sólo ellos y las gaviotas y Regan, comiendo hierba en algún lugar.
—Ponla dentro de mí, —dijo ella, impaciente. Ella quería que él lo
hiciera real—. Ahora. Te quiero dentro de mí.
Él soltó una carcajada, su mano se deslizó entre ellos. Ella podía
sentirlo, su pene. Su miembro. Eso era lo que era. La cosa que lo hacía
hombre. Un pene. Grueso y duro y bastante más grande de lo que ella había
pensado. Se sorprendió de que tuviera que tomarla con la mano, para
guiarse mientras la introducía en sus húmedos pliegues. De alguna manera,
ella pensó que él podría hacerlo sin sus manos, ya que los caballos lo
hacían, ¿no es así?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Pero entonces él estaba empujando, empujando hacia adentro y ella no
era lo suficientemente ancha, se dio cuenta. Ardía un poco y ella se congeló
y pensó que él podría parar. Que lo abandonaría por ser algo imposible.
En cambio, él empujó con fuerza, abriéndose paso por completo, y el
ardor se intensificó.
Y entonces... y entonces él estaba dentro de ella.
Ella jadeó, recuperando el aliento. ¡Qué extraño! La había empalado casi
con violencia. Esto no era un acto suave, un acto reverencial. Esto era un
animal. Esto era un apareamiento.
Él se retiró ligeramente, gruñendo, y ella olió el sudor y el sexo, justo
antes de que él volviera a introducirse, uniéndose a ella, moviéndose dentro
de ella. Ella se agarró a sus nalgas, sintiéndolo mientras la penetraba, y
deseó algo... anheló algo... justo fuera de su alcance, una cosa brillante y
exquisita.
Él giró la cabeza y atrapó su boca, introduciendo su lengua. Ella pudo
saborear el vino que habían bebido, saborear su deseo básico por ella. Ella se
arqueó, sin saber si debía intentar moverse o si debía retroceder. Abrió las
piernas, levantándolas, dándole espacio para moverse dentro de ella. Él
empujó, lenta y constantemente, la inevitabilidad de su ritmo la hizo
ascender.
—Por favor, —sollozó—. Por favor. —Sin saber siquiera lo que
suplicaba.
Él gruñó, con el cuerpo resbaladizo por el sudor, y dejó caer su cabeza
junto a la de ella, con su mejilla rozando la de ella, y ella sintió un temblor
en su interior, una convulsión del alma.
Él se detuvo, con el pene aún dentro de ella, y ella jadeó para respirar,
trazando la hendidura en medio de su espalda.
De repente, él se retiró de ella, rodando hacia un lado, y ella pensó: ¿Se ha
acabado?
La humedad se filtró entre sus piernas.
Pero entonces él hizo algo extraño.
Colocó la palma de la mano en su vientre, simplemente la dejó allí,
cálida y quieta, y la besó. Su boca se movía con ternura sobre la de ella,
mordiendo, lamiendo.
Ella se agitó inquieta, moviendo las piernas. Deseaba lo que había
sentido en la cama de la posada. Ese maravilloso estallido.
Como si comprendiera su deseo, su mano se deslizó hacia abajo. En sus
rizos húmedos. Más allá. En ese lugar donde él acababa de saquearla.

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De alguna manera, le parecía más obsceno que él pusiera sus dedos allí
que su miembro.
—¿Qué?, —preguntó ella, con la voz entrecortada.
—No pienses, —dijo él contra sus labios—. Sólo siente.
Sus gruesos dedos se sumergieron y encontraron una pequeña parte de
ella -tan pequeña- y, sin embargo, aparentemente, el centro de su cuerpo. El
lugar al que acudía su sangre, el corazón de su pulso. La tocó allí, en ese
pequeño punto, y ella se estremeció, sintiéndose expuesta. Se sintió
acalorada por el deseo.
Él la sostuvo en su mano.
Entonces tomó su boca, introduciendo su lengua mientras tocaba con
delicadeza su parte inferior, acariciando y pulsando sus dedos en su carne
hasta que ella pensó que iba a estallar.
Hasta que estalló.
Se precipitó hacia arriba, estrellándose sobre ella como una de las olas
de la playa, arrastrando todo lo que había mantenido oculto en su interior.
En ese momento ella era suya, completa y totalmente. Pero ella sabía
algo más:
Él también era suyo.

Eve Dinwoody se sentó a mirar la paloma blanca que Val le había regalado.
La paloma le devolvió la mirada. De todos los regalos inútiles y
normalmente bastante excéntricos que le había hecho, la paloma era quizás
el más inútil. Ni siquiera cantaba.
—Deberías ponerle un nombre, —dijo Jean-Marie desde la puerta.
—Si le pongo un nombre, no puedo dejar que Tess la cocine para la
cena, —respondió Eve con desazón.
—De todos modos, no vas a dejar que Tess lo cocine para la cena, —dijo
Jean-Marie.
Probablemente tenía razón.
Eve frunció el ceño al ver que la paloma emitía un adorable arrullo y
picoteaba el grano en el fondo de su jaula.
—Debería, —murmuró—. Realmente debería, sólo para enseñarle.
—A él no le importaría en absoluto que te comieras esa paloma, —dijo
Jean-Marie con suavidad—, y lo sabes muy bien.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ese era el problema de Val en pocas palabras. No le importaban las
opiniones de los demás ni, en realidad, los demás. Eve ni siquiera estaba
segura de que ella le importara a él. ¿Cómo explicar si no que la involucrara
en lo que ella sospechaba que era un plan muy nefasto y que luego le
mintiera en la cara cuando fue a enfrentarse a él? Parecía tan inocente a la
luz del fuego, ofreciéndole delicias turcas y proclamando su ignorancia.
Eve resopló para sí misma. ¿Qué otra cosa había esperado de Val?
Alguien llamó a la puerta.
Jean-Marie levantó las cejas hacia ella.
Eve se encogió de hombros.
Salió a atender la puerta, y regresó al poco rato, con una expresión que
podía ser correcta en un mayordomo. —El Sr. Malcolm MacLeish desea
visitarla, madame.
Esto era inesperado. —Hazlo pasar.
El Sr. MacLeish parecía tenso cuando entró en su sala de estar, aunque
se esforzaba por mantener una sonrisa alegre en su rostro. Llevaba un traje
marrón claro y un tricornio negro. —Señorita Dinwoody, gracias por
aceptar verme.
Ella asintió. —De nada, Sr. MacLeish. Es agradable tener compañía una
tarde. ¿Quiere sentarse?— Señaló una de sus sillas de seda rosa.
Se sentó en el borde y lanzó una mirada cautelosa a Jean-Marie, que
había ocupado su puesto junto a la puerta del salón. —Me preguntaba...
er... bueno, me gustaría hablar con usted.
Sonrió.
El señor MacLeish se aclaró la garganta. —En privado.
Eve consideró esto. Normalmente no le gustaba estar a solas con los
hombres -Val y Jean-Marie eran las únicas excepciones-, pero su curiosidad
se había despertado.
Asintió a Jean-Marie y éste salió de la habitación sin decir nada,
cerrando la puerta tras de sí. Ella sabía, sin embargo, que él estaría justo
fuera de ella, escuchando.
Eve miró al Sr. MacLeish y extendió las manos. —¿Sí?
—Se trata del Duque de Montgomery, —dijo él bruscamente—. Usted
tiene una relación especial con él, creo.
Eve se limitó a observarle, sin confirmar ni negar su afirmación.
Su falta de respuesta pareció ponerle más nervioso. —Es decir, espero
que sea una confidente suya, porque me está chantajeando.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Al oír eso, Eve se revolvió. —Val chantajea a mucha gente, me temo. Es
más bien una afición suya.
El Sr. MacLeish soltó una carcajada. —Lo dice como si el chantaje fuera
como criar perros de caza o coleccionar cajas de rapé.
—Le aseguro que no pretendo ser frívola, —dijo ella con suavidad—.
No apruebo especialmente su afición. Hace daño a la gente.
—Sí, lo hace, —murmuró él—. ¿Puede hablar con él por mí? ¿Ver si me
dejará ir?
—No tengo influencia sobre el duque. Él hace lo que quiere, siempre lo
ha hecho—. Le dedicó una mirada a la paloma, dormida en su jaula.
El Sr. MacLeish cerró los ojos. —Entonces estoy perdido.
Eve apretó los labios. —¿No puede simplemente ignorarlo? Sea cual sea
la información que tenga sobre usted, seguramente es mejor ser libre que
dejar que lo controle.
El joven negó con la cabeza, y la luz del sol que entraba por las ventanas
brilló en su pelo rojo. La luz también reveló las líneas junto a sus ojos. —No
puedo. Hay otros implicados.
Ella esperó, observándolo con simpatía.
Por fin dijo: —Fui... indiscreto con una persona casada y hay cartas...
cartas que el duque tiene en su poder.
—Ah. Bueno, eso es desafortunado, pero tal vez si advierte a la dama,
ella pueda...
Él sacudió la cabeza una vez. —No es una mujer.
—Oh. —Eve arrugó la frente. Una aventura entre dos hombres no era
simplemente escandalosa, podía ser castigada con la muerte—. Lo siento
mucho, entonces.
—Sí. —Sus labios se torcieron trágicamente—. Y Montgomery me está
pidiendo “obligándome” a hacer algo que... no está bien, ¿no lo ve?
Ella no lo sabía, realmente, no sabiendo exactamente lo que Val
pretendía para el Sr. MacLeish, pero podía ver que estaba angustiado.
No era la primera vez que maldecía en silencio a Valentine Napier, el
Duque de Montgomery.
Se inclinó impetuosamente hacia delante. —Entonces, váyase al
extranjero, a las colonias o a otro lugar. Él es un duque, pero su alcance no
es infinito. Si se va, ya no podrá tocarlo.

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—¿Y mi... amigo? —El señor MacLeish sonrió con amargura—. Él no
puede irse, usted entiende. Tiene familia aquí. Una esposa. Si Montgomery
publica esas cartas... —Sacudió la cabeza.
—¿Está dispuesto a poner su alma en juego por su amigo?
—Sí. —Se rió en voz baja—. Creía que era una cuestión de honor
asegurarse de que las cartas no se publicaran nunca, pero lo que
Montgomery quiere que haga es horriblemente despreciable. Tal vez
perdería más honor si aceptara hacerlo.
—Lo siento, —dijo Eve con sinceridad—. Y hablaré con él, tiene mi
palabra. Es que no quiero que se decepcione. Es probable que no me haga
ningún caso.
El señor MacLeish asintió, levantándose de su silla. —Le agradezco,
señorita Dinwoody, su amable oído y su honestidad. —Vaciló, retorciendo
su sombrero—. Soy impertinente, lo sé, pero ¿le importa que le pregunte
con qué tiene que chantajearla Montgomery a usted?
—Oh, no tiene necesidad de chantajear, Sr. MacLeish. Tiene un control
mucho peor sobre mí. —Eve sonrió con un poco de tristeza—. Amor.

Trevillion cerró los ojos contra el sol mientras estaba tumbado en la manta,
con la cabeza de Phoebe apoyada en su hombro desnudo. Pronto tendría
que levantarse, enfrentarse a lo que había hecho y tomar decisiones, pero
sólo por un rato quería simplemente descansar y disfrutar.
Phoebe jugaba con el pelo de su pecho, que parecía fascinarla. —
¿Cuántas veces has hecho eso?, —le preguntó.
Él abrió un ojo, un poco alarmado. —No es algo sobre lo que un
caballero cuente historias.
—No me refiero a nada específico. —Ella arrugó la nariz—. Sólo quería
saber... ¿fueron muchas?
—¿Me imaginas como un Lotario? —preguntó él, divertido.
—Nooo. Es que... —Ella suspiró—. Lo haces muy bien.
—Gracias, —dijo él con cautela. ¿Desearía ella que él fuera virgen? ¿Una
jovencita inocente y sin cinismo?
—¿Desearías que tuviera más experiencia?, —preguntó ella, como si
leyera su mente.
Él se giró para que se acostaran de lado, uno frente al otro. —Quiero
hacer el amor contigo, Phoebe, no con un tipo particular de dama o con una
que tenga más o menos experiencia. —Dudó, observando cómo se le

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
arrugaba el ceño mientras lo escuchaba—. Cuando era joven y llegué a
Londres por primera vez, podría haber importado si una dama era
pechugona o tenía el pelo rojo o algún otro atributo. Entonces compraba la
mayoría de mis relaciones sexuales y lo que eran esas mujeres era
probablemente más importante que quiénes eran. Pero ahora soy mayor y
hacer el amor con un atributo ya no me emociona. Lo que quiero eres tú,
Phoebe, nadie más. Lo que hacemos aquí es entre tú y yo. Lo que hubo
antes, lo que pueda venir después... eso no importa. Ahora mismo sólo
importamos nosotros dos y lo que queremos.
Una esquina de su boca se levantó. —Sabes, nunca habría imaginado lo
sabio que eras, cuando solías darme respuestas tan escuetas. 'Sí, milady.
Como quiera, milady'. Eras tan sobrio.
Él se inclinó hacia adelante y la besó. —Y ahora me has convertido en
una frivolidad.
—Bueno, no exactamente eso, pero ahora te he oído reír. —Ella sonrió—
. Me gusta el sonido de tu risa.
—Me vas a cubrir de rubor, —dijo él, besándola de nuevo. Era
embriagador besar a Phoebe. Pero el sol se movía por el cielo—. Vamos,
debemos bañarnos y vestirnos o enviarán un grupo de búsqueda tras
nosotros.
Ella chilló ante eso y se sentó.
Él se acercó a la orilla del agua y mojó su pañuelo para limpiarle los
muslos. Había un poco de sangre allí -sólo una mancha que mostraba el
color rosa en el blanco de su ropa- y sabía que debería sentir vergüenza por
haberla poseído, a su protegida.
Lo único que sintió fue orgullo. Lo que le había dicho iba en serio.
Ahora mismo, aquí en esta playa solitaria, ella ya no era la hermana del
hombre más poderoso de Inglaterra. Y quizás él ya no era un hombre
marcado por decisiones erróneas.
Eran simplemente Phoebe y James, amantes.
Ojalá pudieran ser siempre así.
Pero el día avanzaba y con él el mundo intruso.
Así que se vistieron y volvieron a empaquetar la cesta de picnic y él la
ayudó a montar a Regan, utilizando una roca como peldaño.
El viaje de vuelta a la casa de su padre fue lento y tranquilo. No
hablaron mucho y Phoebe casi se durmió contra su hombro.
Al llegar a la casa, Trevillion vio a su padre fuera, hablando con el viejo
Owen. Levantó la mano hacia los dos, pero su padre se limitó a decir algo a

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Owen y se volvió para esperar a que se acercaran mientras el viejo jinete
desaparecía en los establos.
El rostro de su padre estaba rígido. Las líneas de expresión se habían
marcado aún más en sus curtidas mejillas.
—¿Qué pasa? —preguntó Trevillion mientras hacía parar a Regan.
Su padre agarró la brida y lo miró fijamente, con la mandíbula apretada.
—Jeffrey Faire ha vuelto y Agnes ha desaparecido.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Quince
Durante veinticuatro horas, Agog, Corineo y el caballo de mar lucharon sin descanso hasta que,
por fin, el caballo de mar asestó el golpe mortal, clavando sus pezuñas en los dos ojos del gigante
a la vez. Agog cayó como una avalancha, aplastando todo sobre lo que aterrizó.
—¡Hemos ganado esta nueva tierra!—, gritó Corineo, alegre por su victoria.
Pero mientras lo hacía, el canto de las doncellas del mar se elevó, funesto y apremiante....
—De The Kelpie

—Agnes se ha llevado una de las yeguas, —dijo el señor Trevillion,


sonando a todos sus años—. Ella debe haber escuchado al joven Tom y al
viejo Owen hablar sobre el regreso de Faire. Si fue a ver a ese bastardo...
Phoebe sintió que un estremecimiento de miedo le recorría la espina
dorsal, tanto por la seguridad de Agnes como al pensar en lo que Trevillion
podría hacer.
Tenía un precio por su cabeza.
—Los dos tienen que quedarse aquí, —dijo Trevillion, con una voz
repentinamente inexpresiva. Toda la ligereza, la risa, la parte de él que le
había hecho el amor tan dulcemente, había desaparecido—. Ven.
Desmontó a Regan y, antes de que Phoebe pudiera decir nada, le rodeó
la cintura con las manos, levantándola de la silla.
—James..., —comenzó ella, tratando de pensar en las palabras que lo
retuvieran. ¿Pero qué podía decir? Alguien debía traer a Agnes de vuelta si
había ido a conocer al hombre que la había engendrado.
—¡No puedes ir, Jamie! —El Sr. Trevillion dijo, con la voz quebrada—.
¡Te pondrán los grilletes!
—Tengo que hacerlo, —dijo Trevillion—. Vigílala por mí.
Y entonces oyó a Regan alejarse al galope.
—¿Se ha ido? —Phoebe extendió una mano, sintiéndose
repentinamente asustada—. ¿Me ha dejado?
—Sí, pero volverá. —El Sr. Trevillion no parecía creer en sus propias
palabras.
Dios mío, ¿y si James era arrestado?
—Tenemos que ir tras él, —le suplicó al hombre mayor.
—No tiene sentido, —respondió él—. Nadie puede alcanzar a mi Jamie
cuando va a caballo.

199
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Pero... —Sintió que una mano tomaba una de las suyas. Una mano de
hombre, arrugada, con callos en las palmas. No le apetecía especialmente
ser “vigilada” por nadie, y mucho menos por el adusto y viejo señor
Trevillion.
—Ven, muchacha, —dijo el anciano, y sonaba tan cansado que ella no
tuvo el valor de protestar.
Phoebe lo tomó del brazo y el Sr. Trevillion la condujo a través del patio
y hacia el interior de la casa.
—Podemos sentarnos un rato aquí, —dijo, y la llevó por un pasillo
hasta el final de la casa.
Ella no había estado antes en esta parte de la casa. —¿Dónde estamos?
—En la biblioteca, —dijo el Sr. Trevillion secamente.
Ella levantó las cejas. —¿Tienen una biblioteca?
—Así es.
Ella chocó con algo bastante duro con su cadera derecha.
—Aquí hay una silla.
—Gracias, —dijo ella secamente mientras se sentaba. —¿Sabe lo que
hará James si encuentra a Agnes y Jeffrey Faire está allí?
La biblioteca olía de forma bastante reconfortante a cuero y polvo.
Por supuesto, su acompañante era menos reconfortante.
—Eso no es de su incumbencia, milady, —espetó el señor Trevillion.
Por lo que parecía, se había ido al otro extremo de la habitación a pasear.
Phoebe se removió en el no muy cómodo sillón acolchado. Después de
las actividades de esta tarde, estaba un poco dolorida. Si a eso le sumaba el
hecho de que acababa de ser abandonada sin contemplaciones por su nuevo
amante -que podría estar cabalgando hacia su encarcelamiento o algo peor-
, la verdad es que no tenía suficiente paciencia para el habitual malhumor
del señor Trevillion.
—Lo es, en realidad, —dijo ella—. Es decir, es de mi incumbencia.
Estoy viviendo en su casa y siento un profundo afecto tanto por Agnes
como por su hijo. Lo que le concierne a él me concierne a mí.
—En cuanto a eso, señorita, —gruñó el Sr. Trevillion—, no apruebo que
mi hijo...
—Señor Trevillion, —dijo Phoebe con su voz de Hija de un Duque,
poco empleada, pero más efectiva por ello—, por favor, no cambie de tema.
Hubo un silencio bastante tenso.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Y entonces el señor Trevillion se rió. Fue un sonido sorprendente y no
del todo alegre. Su risa estaba oxidada y era obvio que no la había probado
en bastante tiempo.
No obstante. Era una risa.
—Es una luchadora, lo reconozco, —dijo, y casi sonó admirativo.
—Gracias, —dijo ella—. Ahora dígame lo que sabe, por favor, o me veré
obligada a ir a preguntarle al viejo Owen y creo que eso lo haría sentir muy
incómodo.
—Sí, lo haría. —Suspiró y se acercó—. ¿Le gustaría probar un poco de
brandy francés? Sé que necesito uno.
Phoebe pensó en las historias de contrabandistas de James y decidió
que no debía preguntar cómo había conseguido el brandy. —Sí, por favor.
Oyó cómo se destapaba un decantador. El gorgoteo del líquido vertido,
y luego un vaso fue presionado en sus manos.
—Mejor bébalo despacio, —dijo el Sr. Trevillion—. No es como la
cerveza ni el vino.
Con cautela, ella olió el vaso. El aroma era potente. Tomó un pequeño
sorbo y sintió como si hubiera tragado fuego.
—¡Oh!
Él se rió, no sin malicia. —¿Y bien?
—Nunca juzgo una cosa basándome en haberla probado sólo una vez,
—dijo ella con altivez.
—Sabio, —murmuró él.
Ella tomó otro sorbo, esperando. Esta vez dejó que el líquido se asentara
en su boca un momento, saboreándolo. Realmente, no se parecía a nada que
hubiera probado antes.
—Ya sabe cómo es Dolly, —comenzó el señor Trevillion.
Ella volvió la cara hacia él de inmediato, sentándose más recta. —Sí.
James dijo que es así desde que nació. Me dijo —dudó, preguntándose
cómo debía expresarlo— James me contó cómo fue concebida Agnes.
Hubo un breve silencio.
—¿Lo hizo? —Se detuvo un momento y ella escuchó una inhalación.
Cuando comenzó de nuevo, su voz estaba nivelada—. La madre de Dolly
tuvo dificultades para dar a luz. La comadrona pensó que la niña no
sobreviviría la noche. Pero lo hizo. Podría pensar que eso fue algo malo.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Levantó un poco las cejas. No creía que el hecho de que Dolly viviera
fuera malo, pero entonces ella no era la única cuya opinión era importante.
—¿Y usted?
—No. —La palabra fue enfática—. Cuando fue mayor, cuando se hizo
evidente que nunca sería como otras niñas, los vecinos, el vicario, decían
que habría sido mejor que muriera. Los mandé al diablo de inmediato.
Debería haber visto la cara del vicario. Tan indignado que le enseñé la
puerta por decirme que mi hija estaba mejor muerta. Tonto.
Lo oyó tragar y ella también bebió otro pequeño sorbo de su brandy. Se
estaba acostumbrando al ardor cuando el líquido se deslizaba por su
garganta. De alguna manera, saber que el Sr. Trevillion amaba a Dolly a
pesar de todo le hacía sentir más simpatía por el hombre, por muy rudo que
fuera.
—Ella era la luz de la vida de mi esposa, —dijo, con la voz baja—.
Martha estuvo enferma después del nacimiento de Dolly, pero amaba a la
niña. La adoraba. Y cuatro años después tuvimos a James. Mantuvimos a
Dolly cerca de casa. Martha y Betty le enseñaron algunas cosas como a
hacer pan. Ella era... es... feliz, creo.
Hizo una pausa como si no estuviera seguro.
—A mí me parece que es feliz, —dijo Phoebe con suavidad—. Me senté
con ella esta mañana y estaba muy segura mientras hacía el pan.
—Sí. —Suspiró—. Bueno, creció como una cosa bonita, aunque su
cerebro no funcionaba como el de otros. Para entonces ya había perdido a
mi Martha. —Hizo una pausa—. Ella era más joven que yo, sabe.
Ladeó la cabeza. —No, no me había dado cuenta.
—Una docena de años, —dijo él, con una especie de advertencia en su
voz—. Y después del primer par de años, tampoco estaba muy contenta. Yo
era demasiado viejo para ella, demasiado arraigado a mis costumbres. Decía
que le había quitado la vida. La hice vieja antes de tiempo.
—Lo siento, —dijo ella en voz baja. No tenía ni idea de que el
matrimonio de los padres de James había sido tan infeliz.
—De todos modos, después de que ella falleció estuve doblemente
ocupado. Los caballos ocupaban mi atención y a veces Dolly deseaba ir al
pueblo a comprar cosas para hornear. Para comprar como lo hacían otras
chicas jóvenes. La enviaba con James, pues no estaba segura sola. Le dije a
él... —Tragó con fuerza—. Le dije que la vida de su hermana estaba en sus
manos. Que nunca podía darle la espalda, que nunca dejara que su atención
se desviara.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Phoebe sintió un escalofrío en la columna vertebral. No le gustaba por
dónde iba esta historia. —¿Qué edad tenía?
—¿Cuando empezó a ir a la ciudad? Tal vez a los catorce años.
Recuerde que ella es cuatro años mayor, pero mucho más joven en su forma
de pensar.
—¿Y cuando ocurrió?
—Cuando ocurrió él tendría veintidós años. Un hombre.
Oh, y eso lo habría hecho peor en la mente de James. Tener la edad
suficiente para ser responsable y sin embargo haber fallado... —¿Y el
hombre que le hizo esto a Dolly, este Sr. Faire?
—Jeffrey Faire. —El Sr. Trevillion escupió el nombre como si fuera
asqueroso en su boca—. El segundo hijo del Barón Faire. Lord Faire es
dueño de todas las minas de aquí, es dueño de la tierra y de la gente. Es rico
y tiene títulos y a su hijo nunca le faltó nada en toda su vida. Podría haber
tenido a cualquier dama de la zona. Cualquiera y, sin embargo, puso sus
ojos en mi Dolly.
Phoebe tragó, sintiéndose mal, y susurró: —Lo siento mucho.
—Le dijo a Dolly que sería su pretendiente si ella... bueno. Al menos no
la golpeó ni le hizo daño... físicamente, y doy gracias a Dios por ello, —dijo
el señor Trevillion, con la voz temblorosa—. Eso es lo único que no hizo.
James la encontró y la trajo a casa. Interrogamos a Dolly. Ella dijo que él fue
amable con ella. Le dio un caramelo de azúcar.
Algo golpeó contra una mesa y Phoebe saltó al oír el ruido.
—¡Compró a mi hija, a mi Dolly, con un caramelo de azúcar! —Las
palabras fueron rugidas por la pena y la rabia y el orgullo roto—. ¡Maldito
sea el hombre! Quería matarlo, de verdad, pero Dolly me necesitaba. Lord
Faire es un hombre poderoso. No había nada que pudiera hacer, pero
James...
—James me dijo que golpeó a ese hombre hasta casi matarlo. —James
debía estar angustiado, él que se tomaba sus responsabilidades tan en serio,
especialmente cuando sentía que había fallado en ellas.
—Sí, Jamie encontró a Jeffrey Faire esa noche y casi le quita la vida a
golpes, —dijo el señor Trevillion, y aunque su voz era sombría, también
había una nota de satisfacción en ella—. Jamie le dijo a Jeffrey que se fuera
de Cornualles, y así lo hizo. Se fue al día siguiente, aunque tenía las
costillas rotas, o eso me han dicho.
Phoebe frunció el ceño. —Pero Lord Faire...
—Lord Faire es el magistrado local. Pidió el arresto de Jamie. Jamie
huyó a Londres... y nunca regresó.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Phoebe se sentó a pensar furiosamente. —Pero ambos están de vuelta
ahora, James y este horrible Jeffrey. ¿Realmente cree que Jeffrey le haría
daño a Agnes?
—Es difícil de decir. No pensaba que ese hombre fuera un violador
antes de que atacara a mi Dolly, —dijo el señor Trevillion con pesadez.
Phoebe tragó saliva. —¿Qué pasará entre James y Jeffrey?
El señor Trevillion suspiró con fuerza. —No lo sé, muchacha, pero la
última vez que Jamie vio a Jeffrey le dijo que si volvía a pisar Cornualles, lo
mataría.

Faire Manor era antigua y fea, y dominaba el paisaje circundante con sus
fríos muros grises y sus almenas en ruinas. Los lores Faire habían vivido en
estas tierras desde tiempos inmemoriales sin que nadie les disputara su
derecho.
Excepto él, pensó Trevillion mientras subía por el camino de grava.
Doce años atrás, había golpeado el suave rostro de Jeffrey Faire hasta
convertirlo en un sangriento revoltijo, un escándalo del que se hablaría en
estas tierras mucho después de su muerte. Le había dicho al hombre que
había seducido a Dolly que no volviera a aparecer por aquí, bajo pena de
muerte.
Sin embargo, el Sr. Faire aparentemente no creía que Trevillion fuera un
hombre de palabra.
Gran tonto era él.
Trevillion miró a su alrededor, pero no vio ni rastro de Agnes ni de uno
de los caballos de Trevillion. Desmontó junto a los escalones de la entrada,
pasó las riendas de la yegua por encima de un jarrón de piedra ornamental y
subió cojeando. Puede que ahora fuera un lisiado, pero era muy capaz de
disparar a un hombre si éste no entraba en razón. Trevillion no quería
matar a Jeffrey, pero tampoco iba a dejarlo vivir cerca de Dolly o Agnes.
Un hombre se acercó a la esquina mientras subía los escalones de la
entrada. El señor Faire rondaba la séptima década, era alto y delgado y
tenía el pelo canoso. Llevaba botas y un sombrero de ala ancha y parecía
que había vuelto de un paseo por los páramos. Todo el mundo en la zona
sabía que al señor le gustaba dar paseos diarios. Dos spaniels se
arremolinaban a sus pies y, cuando los perros vieron a Trevillion,
empezaron a ladrar inmediatamente.
Trevillion se giró. —¿Dónde está su hijo?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Faire se incorporó, haciendo callar a los perros. —James Trevillion.
¿Cómo te atreves a mostrar tu cara aquí? No creas que porque hayan
pasado doce años no haré que te arresten por lo que le hiciste a mi hijo.
Trevillion levantó el labio. —Quizá quiera esperar a ver lo que estoy a
punto de hacerle.
—¿Qué quieres decir? —La exclamación de Lord Faire llegó al mismo
tiempo que la puerta de la mansión se abrió detrás de Trevillion.
—¡Padre!
Trevillion se volvió.
Jeffrey Faire no había envejecido bien en los últimos doce años. Aunque
sólo tenía treinta y pocos años, tenía barriga y su rostro era demacrado. Se
quedó mirando un momento a Trevillion, sorprendido, antes de que sus
ojos verdes se entrecerraran. —¡Tú!
—Sí, yo, —dijo Trevillion, sacando sus dos pistolas—. Si te acuerdas de
mí, confío en que recuerdes por qué estoy aquí.
—¡Ponle una mano encima a mi hijo y te arrestaré! —gritó Lord Faire
detrás de él.
Varios lacayos se agolparon en la puerta detrás de Jeffrey, y Trevillion
pudo oír a los hombres que venían de los establos cercanos.
Levantó una de sus pistolas, apuntando directamente entre los ojos
abiertos de Jeffrey. —¿Y bien? ¿Dónde está ella?
Jeffrey hizo una muy buena imitación de un hombre confundido. —
¿Quién?
El sonido de los cascos de los caballos llegó desde detrás de él.
—¡Te veré colgado por esto, Trevillion! —rugió Lord Faire.
—¡Detente! —La voz era la de Agnes.
Trevillion se volvió con alivio. Gracias a Dios. Agnes estaba deteniendo
un caballo detrás de él, y Toby corría a su lado.
Por el rabillo del ojo, Trevillion vio a Jeffrey saltar hacia él.
Justo en el momento en que una pequeña figura peluda pasó a toda
velocidad junto a Trevillion y se lanzó directamente hacia los escalones de
Jeffrey Faire.
Jeffrey maldijo y dio una patada a Toby, alcanzando al perro en el
vientre. Toby chilló con fuerza y cayó hacia atrás por las escaleras de
piedra.
—¡Oh! —gritó Agnes—. ¡Oh, Toby, no!

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Se precipitó hacia el perrito que yacía inmóvil al pie de la escalera de la
mansión Faire, y se arrodilló a su lado.
Por un momento todos los hombres se quedaron mirando.
Entonces Lord Faire dijo, sonando desconcertado, —¿Agnes?
Trevillion le lanzó una mirada aguda.
—¿Agnes? —dijo Jeffrey—. ¿Sabes el nombre de la pequeña perra?
¿Quién es esa niña?
—Tu hija, —gruñó Trevillion.
La boca de Jeffrey se torció con desagrado. —Padre, deja de demorarte.
Haz que arresten a Trevillion y que echen a esta muchacha de la finca.
—¡Tú! —Agnes se puso de pie. Su cara estaba mojada por las lágrimas,
pero también estaba roja de rabia, con las manos empuñadas a su lado. Su
cabello oscuro estaba medio suelto mientras miraba con odio al hombre
que la había engendrado. —¡Has pateado a Toby! Eres un hombre malvado,
gordo y estúpido.
Jeffrey se quedó con la boca abierta. —¿Qué, pequeña...?
—Ve adentro. —La orden cortante provenía de Lord Faire.
Jeffrey se volvió hacia él, con la indignación bien visible en su rostro.
Su padre levantó la barbilla hacia las puertas de la mansión. —Ya me
has oído. Ve adentro. O ordenaré a los lacayos que te lleven a la fuerza.
Jeffrey parecía aturdido. Se dio la vuelta y se fue sin decir nada más.
Trevillion enfundó sus armas y se apresuró a acercarse a donde Agnes se
había arrodillado de nuevo al lado de Toby.
Levantó su cara hacia la de él, con lágrimas cayendo por sus pequeñas
mejillas. —Tío James, ¿puedes ayudarlo? No dejes que Toby muera.
Se agachó junto al perrito justo cuando Lord Faire se arrodilló al otro
lado.
Trevillion le dedicó una mirada de ojos estrechos antes de mirar al
perro. Toby emitía patéticos gemidos en voz baja. Con suavidad, Trevillion
le palpó el costado.
El perro puso los ojos en blanco para mirarlo mientras Trevillion
deslizaba la mano sobre sus huesos. —No encuentro nada roto.
Una risa de Lord Faire lo sorprendió. —Es probable que Toby esté
sintiendo mucha pena por sí mismo.
—¿De verdad lo crees, abuelo?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Trevillion parpadeó. —¿Conoces a Lord Faire, Agnes?
Al oír esto, la muchacha parecía debatirse entre la culpa y el desafío. —
Sí. No es tan malo como parece.
—Gracias, querida, —dijo Lord Faire con sorna. Miró a Trevillion, con
una expresión recelosa—. Conocí a Agnes hace dos años en uno de mis
paseos por los páramos. Tengo entendido que no se le permite salir a pasear
sola, pero al parecer... er, ha aprendido a escabullirse.
—Agnes. —Trevillion miró con severidad a su sobrina—. Sabes lo que
le pasó a tu madre y por qué tu abuelo te ha dicho que no debes ir más allá
de nuestras tierras por tu cuenta.
—Sí, tío James. —Ella agachó la cabeza.
Toby se recuperó súbitamente de forma milagrosa y se puso en pie para
lamer la cara de su ama.
—Ya ves, —dijo Lord Faire—, nuestro Toby está muy bien.
Trevillion se aclaró la garganta. —Agnes, por favor, lleva a Toby a tu
caballo y espérame allí.
Su sobrina levantó la barbilla. —Sólo si prometes no pelearte con el
abuelo.
Trevillion entrecerró los ojos ante ella, pero asintió.
Tanto él como Lord Faire la vieron caminar con Toby hacia la yegua.
—Tiene el espíritu de su abuela, —dijo suavemente Lord Faire.
Trevillion lo miró, con las cejas levantadas.
—Mi difunta esposa. —Lord Faire tosió—. Ella también tenía los ojos
verdes. Espero que no la castigues por haberse encontrado conmigo en los
páramos. Supe de inmediato quién debía ser la primera vez que la vi: esos
ojos, como digo. No pude evitar pedirle que se reuniera conmigo de nuevo.
—Su hijo violó a mi hermana, la madre de Agnes, —dijo Trevillion sin
rodeos.
Las fosas nasales del anciano se encendieron y por un momento
Trevillion pensó que tendría que perjurar ante su sobrina.
Entonces Faire suspiró. —Jeffrey siempre ha sido... una decepción para
mí. No tiene el sentido del honor que debería para alguien de su rango.
Trevillion frunció los labios pero no dijo nada.
Lord Faire volvió a suspirar. —Nunca aprobé lo que le hizo a tu
hermana, Trevillion. De hecho, me horroricé bastante cuando descubrí la
verdad.

207
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Y, sin embargo, ordenó que me arrestaran.
Lord Faire levantó la vista, con ojos astutos. —Tu golpeaste a mi hijo,
Trevillion. No importa lo que haya hecho, era mi hijo.
—Y Dolly es mi hermana, —dijo Trevillion, con la voz uniforme.
—Lo es, —dijo Lord Faire—. Lo que hace que Agnes sea de la sangre de
ambos. —Miró hacia donde la niña estaba inclinada, acariciando a Toby—.
No haré que te arresten, sólo por ella.
Trevillion lo observó con recelo. Había pasado más de una década
exiliado de su hogar. La redención nunca llegaba tan fácilmente.
Pero Faire negó con la cabeza. —Mira, Trevillion. Ya casi he perdido a
Jeffrey. Sólo ha vuelto a casa para recoger algunos objetos de valor
sentimental. Se ha casado recientemente y ha comprado una plantación en
las Indias Occidentales con la dote de su esposa. Tiene la intención de
navegar allí al final de la semana. Dudo que vuelva a pisar Inglaterra. Las
Indias Occidentales están a medio mundo de distancia. Si tiene una familia
allí, puede que nunca los vea. Pero todavía tiene una hija aquí.
Trevillion se puso rígido. —Su hijo no tiene derecho a Agnes. Nunca la
ha reconocido como suya.
Faire inclinó la cabeza. —Él no tiene derecho y yo no tengo derecho. Ya
lo sé. No hay ninguna razón para que tú y tu padre me dejen verla, pero te
lo pido de todos modos.
—¿Por qué?
Faire levantó la vista ante eso. —Ella es de mi sangre... y la quiero.

Phoebe escuchaba los ruidos que hacen las casas viejas aquella noche
mientras estaba tumbada en la cama. El viento soplaba fuera, haciendo
sonar los postigos de su ventana. En algún lugar, un reloj daba la hora, y las
paredes y las tablas del suelo crujían rítmicamente, casi como si alguien
caminara por el pasillo fuera de su habitación.
Apretó las manos sobre la colcha y luego relajó conscientemente los
dedos y alisó las mantas. Trevillion aún no había regresado, aunque sí lo
había hecho Agnes, con Toby cojeando detrás. Parecía alegre e informó de
que su tío James estaba hablando amistosamente con Lord Faire.
Phoebe pensó en privado que sólo el alivio del señor Trevillion por su
seguridad le impedía castigar a la muchacha por haberse escapado. Así las
cosas, habían cenado tranquilamente y se habían acostado temprano,
agotados por los acontecimientos del día.

208
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Excepto que ella no podía dormir. El Sr. Trevillion dijo que no había
que preocuparse. Que incluso aparte del informe de Agnes, si James
hubiera sido arrestado o... o hubiera ocurrido cualquier otra cosa horrible,
la noticia habría llegado casi de inmediato hasta ellos.
Pero Phoebe no podía evitar pensar en lo peor. Tal vez Lord Faire y
Trevillion habían empezado a discutir de nuevo, o tal vez Lord Faire
simplemente había esperado a que Agnes se fuera para arrestar a su tío. Por
lo que Phoebe sabía, Trevillion estaba ahora languideciendo en una húmeda
prisión o luchando por su vida con...
La puerta de su habitación se abrió, lo que significaba, supuso, que los
ruidos del pasillo habían sido realmente pasos.
—Phoebe, —susurró Trevillion, y el alivio la invadió.
—¿Dónde has estado?, —preguntó ella, incorporándose—. ¿Qué ha
pasado? ¿Han...?
—Calla, —siseó él, acercándose—. Despertarás a la casa y no creo que
te haga gracia que me encuentren en tu habitación.
Ella quiso replicar que eso no la molestaría mucho en ese momento,
pero él estaba ahora a su lado y sintió su boca en la suya, cálida y exigente.
Se levantó y le rodeó el cuello con los brazos. Su rostro estaba helado
por la noche.
—¿Qué ha pasado?, —susurró—. Estaba muy preocupada.
—No había necesidad de estarlo, —dijo él, y ella oyó un crujido como si
se estuviera quitando el abrigo—. Jeffrey Faire se marcha a las Indias
Occidentales y sospecho que no volveremos a saber de él.
—Me alegro. —Oyó que un zapato caía al suelo y alzó las cejas.
—Sin embargo, el viejo Lord Faire quiere reconocer a Agnes como su
nieta.
—¿Qué?
—Parece, —dijo con pesar—, que Agnes se olvidó de mencionar que
conoció a Lord Faire en los páramos hace más de dos años, y que desde
entonces lo ve una o dos veces al mes.
—Oh, cielos. ¿Lo sabe tu padre?
—No lo creo. —Ella sintió que la cama se hundía cuando él se sentó en
el borde. Ella se movió para darle más espacio—. Pero dejaré que la propia
Agnes se lo explique a mi padre por la mañana.
Hizo una mueca, pensando en el orgullo del Sr. Trevillion. —Puede que
no se lo tome bien.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Puede que se enfade bastante con ella al principio, —convino
Trevillion—, pero ella misma se puso en esta situación y creo que es lo
suficientemente mayor como para enfrentarse a mi padre con lo que ha
hecho a sus espaldas. Además, dudo que siga enfadado mucho tiempo.
—¿Y crees que tu padre la dejará ver a Lord Faire?
—No lo sé. Nunca le ha gustado mucho Lord Faire.
Phoebe frunció el ceño. —¿Crees que Lord Faire quiere perjudicar a
Agnes de alguna manera?
—No. Todo lo contrario. Parece que simplemente quiere saber lo que su
hijo consiguió.
—Su nieta, —dijo Phoebe.
—Sí, su nieta. —Trevillion suspiró y levantó la colcha, deslizándose a
su lado. La cama se hizo de repente mucho más pequeña—. Es curioso que
después de todo este tiempo pregunte.
Alargó la mano y palpó su brazo, apoyado en la cama junto a ella.
Todavía llevaba puesta la camisa. —Quizás no ha sabido cómo acercarse a
tu padre hasta ahora.
—Tal vez, pero creo que Faire se ha dado cuenta hoy de que podría
perder a Agnes si dejaba de verlo, y él no quiere eso. —Su voz se
endureció—. Nada de esto habría ocurrido si hubiera cumplido con mi
deber hacia Dolly aquel día. Fui un tonto.
—Eras joven, —dijo ella.
—Veintidós años. Era lo suficientemente mayor. Más viejo que tú, —
señaló él, con un tono cortante en su voz.
Ella encontró su mano y la apretó, con la esperanza de poder darle algo
de consuelo.
—Estaba aburrido, —dijo él en voz baja, con la voz destrozada—. Dolly
estaba mirando una tienda de dulces. La dejé allí un momento para ir a ver
un nuevo libro sobre cría de caballos que el librero había conseguido en
especial. Cuando volví no estaba allí. Tardé casi dos horas en encontrarla,
en la parte trasera del cementerio.
Ella le acarició el brazo, cálido e íntimo, tratando de pensar qué decir
para una herida tan antigua. —Y así huiste de la ley para convertirte en la
ley. ¿No te preocupó ese riesgo?
Ella sintió su movimiento mientras él se encogía de hombros. —No tuve
otra opción después de vencer a Jeffrey y enviarlo en un barco lejos de
Cornualles. Tuve que partir esa noche y los caballos son una de las pocas

210
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
cosas que conozco. Los dragones son un regimiento montado. Parecía una
buena opción.
—Debes haber estado solo, sin embargo. Con nostalgia. —Estar
exiliado del propio hogar.
—Solía escribir largas cartas, aunque mi padre apenas respondía, —dijo
en voz baja. Ella se preguntó si él había apagado la vela, si estaba mirando
en la oscuridad—. Dolly no sabe leer ni escribir, así que no había nada de
ella. No fue hasta que Agnes se enteró que empecé a recibir cartas regulares
de casa.
Ella se sentó, con la mano todavía en su brazo. —¿Qué decían?
—Todo tipo de cosas. Me escribía casi todas las semanas. —Su voz se
había calentado—. Al principio no estaban muy bien escritas, pero me
hablaba de los caballos, de su madre y de mi padre. Es curioso, era mucho
más cariñoso en esas cartas de lo que yo recordaba.
—Un abuelo tiene derecho a mimar a un nieto, —le recordó ella.
Acarició su brazo, por encima de su ancho hombro, hasta que sus dedos
encontraron la parte superior de su camisa. Comenzó a desatarla. Él ya se
había quitado el corbatín—. Sabes que es tímida contigo.
—No lo entiendo, —dijo él—. Ella parecía contarme todo en esas
cartas. Incluso me envió un trozo de su bordado. Lo uso como marcador de
libros.
—Apostaría a que eres más intimidante en persona que en una carta, —
dijo ella con sorna—. Deberías pasar algún tiempo con ella.
Ella lo instó a levantar los brazos para quitarle la camisa.
—¿Qué le diría?
Ella habría puesto los ojos en blanco si hubiera estado segura de que él
podía verlos. —Háblale de los caballos, de Toby y de su abuelo. Cuéntale
cómo era su madre cuando era pequeña y lo que recuerdas de tu propia
madre. No es muy diferente a escribir una carta, en realidad, y según Agnes
sabes hacerlo.
—Naturalmente—. Sonó afrentoso.
—Bien entonces.
—Bien entonces, en efecto. Creo que se está burlando de mí, milady.
—Sólo un poco, —respondió ella, e inclinó la cabeza para probar su
pezón.
Ella sintió la agitación de su respiración, interrumpida ante su toque, y
su pecho se expandió con su inhalación. Ella esperaba que esto fuera

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
correcto. Tal vez las damas no saboreaban a sus amantes, pero ella había
querido hacer esto desde la tarde.
La piel de él se arrugaba bajo su lengua y tenía un ligero sabor a sal y
poco más. Rodeó el pequeño punto, pintándolo con la lengua, y él volvió a
inhalar. Había temido tanto cuando él se fue, por su seguridad y, más
egoístamente, por ella misma. No quería perderlo. Se había convertido en
compañero, amigo, amante. La persona más importante de su circunscrita
vida, y ni siquiera estaba del todo segura de lo que él sentía por ella. Afecto,
lo sabía, deber -esa horrible palabra-, pero ¿había algo más?
¿Era ella para él algo más que un simple deber?
Porque ella quería serlo. Quería, en realidad, ahora que lo pensaba, todo
de James Trevillion.
Quería pasar el resto de su vida con él.
Con ese pensamiento se sentó y le pasó las manos por el pecho,
sintiendo el roce de su pelo, los músculos redondeados que había debajo.
Una urgencia corría por sus venas, una necesidad de conocer todo de él a
fondo mientras pudiera. Sus manos bajaron. No había tenido la
oportunidad de explorar esta parte de él antes.
—¿Qué...?, —empezó él, con voz ronca.
Ella hizo una pausa. —Quiero tocarte. Tocarte por todas partes.
¿Puedo?
Él le acarició la mejilla, con una mano grande pero infinitamente suave.
—Por supuesto, Phoebe.
Aquella gentileza calmó parte de su salvajismo. Ella sonrió y se inclinó
de nuevo hacia sus exploraciones. Por encima de sus costillas, el vello
desaparecía, pero en medio del torso había una fina línea que descendía por
el vientre. ¡Qué suave era su piel aquí!
—¿De qué color es?, —preguntó ella—. ¿Tu piel?
Le rodeó el ombligo con la punta de los dedos.
Su vientre se tensó bajo su contacto. —¿Pálido?
Ella negó con la cabeza. —No, me refiero a si eres claro por naturaleza.
¿O tu piel es un poco más oscura incluso bajo la ropa?
—Supongo que más oscura, teniendo en cuenta esa opción, —
respondió él, su voz sonaba divertida—. Aunque como esa parte de mí
nunca ve el sol, lo de 'oscura' es relativo.
Ella asintió y alcanzó la cintura de sus pantalones.

212
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Sus manos se enredaron con las suyas, pero ella las detuvo. —Me
gustaría hacer esto. ¿Puedo, por favor?
—Ya que lo pides tan amablemente. —Su voz era áspera mientras sus
manos se alejaban.
Sus dedos tantearon, buscando los botones que sabía que debían estar
ahí. Podía sentirlo bajo la tela: sus muslos duros, el pliegue a cada lado, su
pene entre ellos. Lo rozó de vez en cuando mientras se movía. Por fin
encontró los botones y los desabrochó rápidamente.
—Quítatelos, —lo instó, tirando de los pantalones.
Él arqueó las caderas fuera de la cama y se quitó tanto los pantalones
como la ropa interior.
Ella le puso la mano en el muslo. Había vello rizado, más escaso que el
del pecho, pero bastante grueso. Subió la mano y encontró un músculo
oblicuo en la parte superior de la cadera. Lo recorrió hacia abajo,
escuchando su respiración cada vez más agitada, hasta que encontró su
vello púbico. Era elástico al tacto y estuvo tentada de acariciarlo.
Pero estaba más tentada por lo que había debajo.
Era suave y caliente y cabía en la palma de su mano. Pasó los dedos por
encima de él, sintiendo la hinchazón de la carne, la asombrosa dureza que
había debajo, la piel elástica. En la parte superior se ensanchó y pudo sentir
un pliegue de piel. Lo recorrió, maravillada. Era algo tan delicado para
tenerlo dentro de ella y, sin embargo, mucho más romo que su propia carne.
La punta estaba húmeda. Pasó la yema del dedo por encima, encontrando el
pequeño agujero.
Ella volvió a recorrer el camino, descubriendo que él había crecido
mientras tanto, recostado con fuerza sobre su vientre. Inhaló y olió su
almizcle, embriagador en el silencio de la habitación.
Volvió a acariciarlo, incapaz de dejar de tocarlo.
—¿Te duele?, —preguntó—. ¿Estar así, quiero decir?
—¿Duro? —Su voz era un suave estruendo—. No, no duele, pero hay un
anhelo, ciertamente.
Hizo una pausa. —¿Qué anhelas?
—A ti, —dijo simplemente—. A ti.
Y la atrajo hacia él, capturando sus labios con los suyos. Se tumbó a
medias sobre él, con los pechos pegados a su pecho, y mantuvo una mano
en su pene, acariciándolo mientras él la besaba, con su boca caliente e
implacable. Si esto era anhelo, ella también lo sentía, en el dolor de sus
pezones, en la hinchazón de su sexo.

213
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Él se separó de repente. —Quítate la camisola, Phoebe.
La ayudó a quitársela para que estuviera tan desnuda como él.
—Ven aquí, —dijo él, agarrando su pierna—. Así. —La tiró sobre él
para que se sentara a horcajadas, con su sexo abierto—. Puedes montarme
así si quieres.
—¿Montarte? —Ella sintió una sonrisa en los labios— ¿Como un
caballo?
—Tu propio semental. —La diversión estaba en su voz de nuevo.
Es extraño que en algún momento ella pensara que él no tenía sentido
del humor.
Y maravilloso que sólo se lo mostrara a ella, en sus momentos más
íntimos.
—¿Cómo...?, —preguntó ella, con la voz entrecortada. Había una
emoción en el fondo de su garganta, detrás de sus ojos.
—Levántate un poco, —dijo él, ayudándola a arrodillarse—. Ahora, con
cuidado, siéntate sobre mí.
—Sobre... —Ella bajó y sintió en su entrada el pene de él. Exploró con
sus manos y descubrió que él se sostenía a sí mismo, manteniendo su carne
para ella. Enredó su mano con la de él y empujó contra él.
Él comenzó a ensancharla.
Aquello le pareció obsceno, de rodillas, con el miembro parcialmente
dentro de ella, empujando sobre él mientras él estaba allí tumbado como un
pachá indolente.
La idea la hizo mojarse más.
Ella se movió, inclinándose, y volvió a empujar hacia abajo. Él se deslizó,
ancho y duro, un invasor bienvenido.
—Oh, —susurró ella, con lágrimas en los ojos.
—¿Estás bien?, —le preguntó él, con la voz baja. Tenía una mano en la
cadera de ella y trazaba círculos relajantes en su piel.
—¿Sí?, —dijo ella—. ¿Qué debo...?
—Apoya tus manos aquí, —dijo él, atrayendo las manos de ella hacia su
cálido pecho, mostrándole cómo inclinarse un poco hacia adelante.
—Ahora úsame.
—¿Usarte? —Parecía una idea escandalosa.
—Úsame, —repitió él—. Móntame hasta que llegues al orgasmo.

214
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Bien, cuando se decía tan claramente... ella levantó su trasero, sintiendo
que él se deslizaba un poco hacia afuera, luego se sentó de nuevo. Se movió
un poco, encontrando el equilibrio, sintiéndolo moverse dentro de ella,
apretó los muslos...
Y comenzó a galopar.
Era una sensación maravillosa. Su carne dura en ella, empujando hacia
adelante y hacia atrás mientras ella lo montaba. Su respiración jadeante -
aunque no hacía ningún trabajo-, la sensación de tener el control, de poder
hacer que ese hombre se rompiera bajo ella.
Se sentía completa. Se sentía invencible.
—Ven aquí, mi pequeña amazona, —gruñó él, y tiró de ella hacia abajo
lo suficiente como para atrapar un pezón en su boca.
Ese pequeño punto de placer/dolor la llevó al límite, estremeciéndose,
apretándose contra él, total y absolutamente fuera de control. El calor
corrió por sus venas y gritó ante la sensación, sintiéndose como si se
hubiera convertido en una estrella de fuego.
Él tiró de ella hacia abajo, completamente entre sus brazos, mientras
ella se acurrucaba a su alrededor, con la cara pegada a la almohada,
jadeando tras su liberación. Colocó ambas manos en sus nalgas y la penetró
con fuerza.
Él gruñó, y ella recordó, vagamente, su pierna, pero antes de que
pudiera preguntar, él se puso rígido debajo de ella, todavía empujando, y
ella se apretó alrededor de él para poder sentir con él. Su liberación.
Su alegría.
Todo lo que Trevillion era.

215
Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Dieciséis
El caballo de mar se giró para mirar a Corineo y él vio que estaba desgarrado y desgastado. Sus
costados estaban manchados de sudor y espuma, sus delicadas patas ensangrentadas y
desgarradas, y su otrora orgullosa cabeza colgaba baja, con su blanca melena encanecida y
fibrosa.
—Muy bien, —dijo Corineo. —Me has servido fielmente y te liberaré, mi valiente caballo
mágico. Pero debo pedirte un favor: ¿me dirás tu nombre?—...
—De The Kelpie

A última hora de la mañana siguiente, Trevillion estaba en el soleado


patio y acicalaba una de las yeguas de su padre. Reed se había ofrecido a
hacer la tarea por él, pero Trevillion disfrutaba trabajando con los caballos.
El viejo Owen le había dedicado una sonrisa cómplice y lo había dejado
solo. Ahora el viejo hablaba con Phoebe, sentada en una de las cuadras de
monta a poca distancia.
Sonó un ladrido y luego Toby se acercó a Phoebe al galope desde la casa.
Trevillion observó cómo Toby hacía lo posible por subirse al regazo de
Phoebe a pesar de ser demasiado grande para ser un perro faldero. Ella se
reía mientras el perro le lamía la cara y le embarraba las faldas.
Qué extraño era estar enamorado. Pasar unos treinta y tres años sin
saber de la existencia de una mujer pequeña, bonita, amable, divertida y
ferozmente testaruda; pasar día tras día con ella, discutiendo, debatiendo,
sentándose en silencio a veces; todo para llegar finalmente a este día y al
conocimiento de que ella lo era todo para él. Que si la perdía de su mundo,
el sol también podría desaparecer del cielo.
Se preguntó si ella tenía alguna idea del poder que ejercía sobre él con
su pequeña palma.
—Toby nunca aprenderá si Phoebe lo deja trepar por encima de ella, —
dijo Agnes, caminando a su lado. Sonaba aterradoramente como su abuelo.
Trevillion miró a su sobrina. Sólo le llegaba al hombro, pero si seguía
creciendo al mismo ritmo, pronto superaría a Phoebe. Sintió una repentina
punzada. Le gustaría estar aquí para ver a Agnes convertirse en una mujer.
Pero Agnes lo miraba ahora. —¿Tío James?
Probablemente ella lo consideraba blando de cabeza. —Sí, bueno, a
Lady Phoebe por alguna razón parece gustarle que los perros salten sobre
ella.

216
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Agnes le dirigió una mirada dudosa. —¿Estás seguro de que es la hija de
un duque?
Sus labios se movieron. —Bastante seguro.
—Hmm. —Agnes tarareó dudosa—. El abuelo dice que no puedes
casarte con la hija de un duque.
Apartó la mirada, con los labios afilados. Era un tema en el que había
evitado pensar. —Supongo que tiene razón.
—Pero no siempre la tiene, —le aseguró ella—. Pensó que seguramente
Guinevere pariría un potro, pero en su lugar tuvo a Lark. —Dudó y luego
cuadró los hombros, como si estuviera jugando su carta de triunfo—. Y a
ella le gustas, sabes, a Phoebe. Le gustas mucho.
No le dijo que —gustar— a menudo no tenía nada que ver con un
matrimonio aristocrático.
Algunas ilusiones no deberían romperse.
Phoebe se puso en pie de forma precaria cuando Toby cayó de su
regazo.
Trevillion se acercó para agarrarla del brazo y evitar que se cayera.
—¿Ha venido Agnes a enseñarnos algo más?, —preguntó.
Agnes les había enseñado la finca, que Trevillion conocía como la palma
de su mano, pero Phoebe le había dado un fuerte codazo en las costillas
cuando empezó a decir eso esta mañana.
Ahora miró a Agnes. —¿Qué queda?
—Hay una piedra en el páramo, —dijo Agnes con entusiasmo—. Se
pueden ver millas y millas y el viento sopla muy fuerte.
—Me ocuparé de la yegua, —dijo alegremente el viejo Owen, dándose la
vuelta para hacerlo.
Trevillion lo vio partir, frunciendo el ceño. No quería defraudar a Agnes,
pero el suelo de los páramos era irregular, con macizos de tojo y hierba. No
era precisamente un lugar fácil para caminar.
—Lady Phoebe podría caerse, —dijo—. Busquemos otro lugar para
caminar.
El labio inferior de Agnes se hundió. —Oh, pero...
—James, —dijo Phoebe, poniendo la mano en su brazo. Era la primera
vez que lo llamaba por su nombre de pila delante de otra persona—.
Déjame hacerlo. Quiero experimentar los páramos.
—No quiero que te lastimes, —dijo él con brusquedad.

217
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Lo sé. —Su sonrisa era encantadora—. Pero caerse no es el fin del
mundo. Puede que me caiga, es cierto -de hecho, probablemente me caiga-,
pero realmente, uno no puede vivir sin caerse de vez en cuando.
—Phoebe..., —dijo él con impotencia. La idea de que ella estuviera
herida era indescriptible. Prefería ser herido él mismo.
—Por favor.
Esa única palabra y la mirada suplicante de ella fueron como una flecha
en su corazón. —Muy bien.
—¡Hurra! —gritó Agnes, y Toby comenzó a ladrar salvajemente—. Es
por aquí.
Trevillion siguió a su sobrina, apoyándose pesadamente en su bastón
con una mano, extendiendo el brazo para que Phoebe se agarrara con la
otra. Tampoco él era muy bueno en terrenos irregulares, pensó con pesar.
Era tan probable que se cayera como ella.
Agnes las condujo a través de una puerta hacia el pasto y luego a través
de otra puerta, y luego salieron al páramo. Las aliagas les llegaban a la
altura de las rodillas y algunas florecían con diminutas flores amarillas.
—Oh, esto es maravilloso, —dijo Phoebe, agachándose para arrastrar su
mano entre las hojas.
El viento traía el olor de la sal y del océano y Agnes tenía razón: podían
ver kilómetros de distancia aquí arriba. El cielo era una extensión azul
infinita, una cúpula que abarcaba el mundo. Trevillion aspiró
profundamente y sonrió cuando Phoebe inclinó la cara hacia atrás para
sentir el sol. Siguieron subiendo hasta llegar a una zona amplia y llana,
salpicada de piedras grises que surgían de la tierra.
Phoebe levantó la cara hacia él. —¿Puedo caminar sola? ¿Sólo un rato?
Sé que no siempre te han gustado las cosas que he querido hacer y los
lugares a los que he querido ir. —Respiró profundamente—. No quiero
ponerme en peligro deliberadamente, pero también quiero tener la libertad de
elegir lo que es demasiado peligroso para mí. Esto no lo es, James. Sólo
quiero vivir.
Él quiso protestar -había muchos obstáculos en caso de que ella se
desviara del camino-, pero se tragó las palabras. Ella quería su libertad, él lo
sabía; siempre lo había sabido, y como hombre de su hermano había sido su
trabajo mantenerla enjaulada.
Pero Wakefield no estaba aquí. Y lo que era más importante, Trevillion
ya no estaba de acuerdo en que la única forma de mantenerla a salvo era
limitar todos sus movimientos.

218
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Tal vez Phoebe tenía razón. Quizá para vivir había que tropezar y caer
de vez en cuando.
Él quería que Phoebe viviera.
Respiró profundamente. —Sí.
Ella se apartó de él con cautela. Tanto Toby como Agnes se habían
detenido a lo largo del sendero para observar. Phoebe inhaló, inclinando la
cara hacia el sol, y extendió los brazos como una gaviota flotando en el
viento. Dio otro paso y otro.
Y entonces tropezó y cayó.
Trevillion la miró con horror. Estaba de manos y rodillas y debía de
haberse raspado al menos las palmas de las manos. Y estaba temblando.
—Oh, déjame ayudarte, —gritó Agnes.
Pero Trevillion extendió el brazo, deteniéndola. Se tomó un momento
para estabilizar su voz. —Phoebe, ¿quieres ayuda?
—No, —dijo ella alegremente, y cuando levantó la cara él vio que se
reía—. No, puedo hacerlo.
Y lo hizo. Se puso de pie y tanteó con la punta del pie hasta encontrar
por dónde iba el camino y se puso de nuevo en marcha.
Él se quedó no muy lejos, por supuesto, controlando constantemente el
impulso de ir hacia ella. De tomarla del brazo y guiarla. Mantenerla a salvo.
Pero sabía que, por mucho que le importara mantener a Phoebe fuera de
peligro, a ella le importaba más ser libre.
Libre de ayuda. Libre de limitaciones.
Así que la siguió y observó como un halcón y la dejó caer. Una vez. Dos
veces. Tres veces. Y cada vez tuvo que morder un grito ahogado, tuvo que
evitar atraparla o levantarla.
Pero cada vez ella se levantaba de nuevo, riendo. Fuerte.
Cuando llegaron a las rocas, él no pudo aguantar más.
La agarró del brazo con suavidad, tirando de su cara risueña hacia él.
—Te amo, —le susurró en el pelo—. Te amo, Lady Phoebe Batten.
Y cuando ella recuperó el aliento, con las cejas alzadas por la sorpresa,
él se inclinó y la besó en aquellos dulces labios rosados. No en una muestra
de pasión, sino como una ofrenda y una promesa.
Fue entonces cuando Tom Pawley los encontró, llevando la nota del
Duque de Wakefield.

219
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Phoebe se paró en el establo de Guinevere y Lark y escuchó a los caballos.
El silencioso masticar de Guinevere comiendo su avena, el mamar de Lark
tomando su propia cena. Los establos eran silenciosos y cálidos, el olor de
los caballos era reconfortante.
Oyó un ladrido agudo y luego Toby trotaba hacia ella, jadeando,
siguiendo sus pasos.
Dejó caer una mano y fue recompensada con una lengua húmeda sobre
sus dedos.
—¿Tienes que volver? —preguntó Agnes en voz baja.
Phoebe sintió el pequeño cuerpo de la niña presionando contra el suyo.
Toby se tumbó, apoyándose en su otro lado.
Por un momento el único sonido fue el de Lark dando un galope de bebé
por el puesto.
—Vivo en Londres, —dijo por fin Phoebe. Lo intentó, de verdad, pero
su voz salió apagada y desanimada. Todo había sido tan maravilloso en el
páramo. Se había sentido tan libre. Y luego Trevillion la había besado y le
había dicho que la amaba y ella había pensado que su felicidad no tendría
límites.
Había sido el momento más feliz de su vida.
Cuando recibió la carta, pensó en suplicarle a Trevillion que se quedara
aquí. Aunque era de su hermano, la había enviado a través de Alf, el
misterioso informante de Trevillion en St Giles. Alf había guardado su
secreto, al parecer, y Maximus seguía sin saber su paradero. Phoebe no
podía dejar de pensar en la frustración que debía suponer para Maximus
tener que depender de un ermitaño de St Giles para comunicarse con su
hermana.
Si se quedaban, Maximus podría no encontrarla nunca.
Pero ella sabía que eso era una cobardía. Ella amaba a su hermano -de
verdad- y lo extrañaría a él y al resto de su familia si no los volvía a ver.
Además, odiaría que su familia se preocupara por ella.
Era sólo... volver a Londres. Volver a su antigua vida.
¿Podría uno volver voluntariamente a una jaula una vez que la puerta ha
sido abierta?
—Podrías vivir aquí, —dijo Agnes—. Tenemos mucho espacio.
Phoebe dejó que su cabeza se apoyara en los brazos, que estaban
cruzados en la parte superior de la puerta de la caseta. —De verdad que me
gustaría poder.

220
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Entonces quédate. La casa es enorme, ¡porque no usamos ni la mitad de
las habitaciones! El abuelo dice que no puedes casarte con el tío James, pero
si lo hicieras, serías su esposa y podrían vivir ambos aquí. Es mejor contigo
aquí. También es mejor con el tío James aquí.
La boca de Phoebe se torció ante su tono esperanzador. —Habría
muchos gritos si tu tío y tu abuelo vivieran juntos permanentemente. Estoy
segura de que no te gustaría.
—Era muy tranquilo antes de que llegaran los dos, —dijo Agnes
pensativa—. Podríamos ponernos algodón en los oídos en la cena.
Phoebe se rió cansinamente de eso. —Me gustaría quedarme, pero ya
ves que no es mi decisión. Mi hermano me ha convocado de nuevo a
Londres y así es el mundo, los caballeros son los que toman estas
decisiones.
—Eso, —pronunció Agnes—, es muy tonto.
—Más bien lo es, —murmuró Phoebe—. Pero aunque no tuviera el
poder de forzar mi regreso, supongo que tendría que hacerlo de todos
modos. Tengo amigos allí, ya ves, y también familia.
—¿Ah, sí? —Agnes parecía asombrada de que Phoebe tuviera
aparentemente una vida fuera de Cornualles.
—Sí. Tengo dos sobrinos pequeños y no me gustaría no volver a verlos.
—¿Podrían... podrían visitarnos aquí, crees? —preguntó Agnes con
esperanza—. Me gustan los bebés y podríamos enseñarles los caballos.
Phoebe sonrió con tristeza. —Es un viaje bastante largo para los bebés,
amor.
—¿Volverás a visitarnos? —preguntó Agnes en voz muy baja.
—No lo sé, —dijo Phoebe con algo parecido a la desesperación, justo
cuando oyó un resoplido bastante cerca.
—Oh, —susurró Agnes—. Lark ha venido a la puerta.
Muy despacio, Phoebe extendió la mano y en otro momento una
pequeña y suave nariz le acarició los dedos, soplando suavemente aire
caliente.
Se quedó quieta, sin querer asustar al pequeño potro, y deseó con todo
su corazón poder quedarse aquí en Cornualles para siempre.

—Su Gracia escribe que el secuestrador ha confesado y está encerrado en


Newgate a la espera de juicio, —dijo Trevillion, apoyándose en su bastón—

221
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
. Me pide que regrese con Lady Phoebe tan pronto como sea posible a
Londres. Partiremos de inmediato.
Su padre permanecía de espaldas a la habitación, mirando
ostensiblemente la vista desde la ventana de la biblioteca. —Y tienes la
intención de llevarla de vuelta.
—Es su casa, —dijo sin inflexión. Que el hacha cayera tan
repentinamente había sido un golpe terrible, uno para el que debería haber
estado mejor preparado. Después de todo, sabía que Wakefield acabaría
capturando al secuestrador.
Que algún día tendría que devolver a Phoebe a su familia.
Sin embargo, deseó que no fuera hoy.
—¿Y tú? —Su padre no se volvió, pero su espalda pareció enderezarse
aún más—. ¿Ahora Londres también es tu casa?
—¿Me estás preguntando si voy a volver?, —preguntó con cautela. La
pregunta de su padre lo tomó desprevenido. No había pensado en nada más
allá de Phoebe y Londres.
Pero por supuesto que habría algo más allá. Tendría que seguir viviendo
sin ella si llegaba el caso. En cualquier caso, necesitaría un trabajo.
—Podrías, —dijo su padre lentamente—, ahora que Faire ya no busca
encarcelarte.
Trevillion esperó un momento, pero su padre no dijo nada más. —Eso
no es precisamente una invitación de tu parte.
Finalmente, el anciano se giró para mirarlo. —¿Es eso lo que necesitas,
Jamie? ¿Una invitación para venir a casa?
Trevillion le miró a los ojos. —Tal vez.
Su padre parpadeó, sus labios se apretaron ferozmente en su rostro
delineado. —Nunca te culpé, Jamie, nunca. Sé que puede que haya gritado
y dicho cosas cuando ocurrió por primera vez, pero eso fue ira. No fue tu
culpa, lo sé.
Trevillion bajó la mirada. ¿No lo había sido?
Su padre gimió en silencio y se hundió en una silla. —Un hombre
comete muchos errores en su vida, algunos pequeños e intrascendentes,
otros que cambian el curso de todo. El truco está en dejarlo atrás y seguir
adelante. Porque si te quedas atascado en el pasado, en cosas que no se
pueden cambiar nunca, pues entonces, estás acabado.
Una de las comisuras de la boca de Trevillion se levantó. —Te has
vuelto sabio en tu vejez, ¿verdad, papá?

222
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Su padre reflejó su expresión. —Así es.
Trevillion asintió lentamente. —Entonces tal vez regrese.
Su padre miró sus manos. —Es mejor que la lleves de vuelta con su
familia, Jamie. Tu madre —hizo una mueca para sí mismo— Ah, era una
belleza cuando era joven. No pude evitarlo, aunque era demasiado joven
para mí. Pero después de casarnos, ella suspiraba. Suspiraba por un esposo
no tan adusto y viejo. No cometas mis errores, Jamie. Una esposa infeliz
hace un matrimonio infeliz.
—No temas, papá. Los errores que cometa serán todos míos. Además —
Trevillion miró al anciano a los ojos, con suavidad pero con firmeza— yo no
soy tú y Phoebe no es mamá.
Media hora más tarde, Trevillion corrió la cortina del carruaje para
saludar a Agnes y a una Dolly sollozante, a papá y al viejo Owen, a Betty y
al joven Tom. Toby ladró y corrió tras las ruedas del carruaje hasta que sus
rechonchas piernas no pudieron seguirle el ritmo.
Y cuando la casa desapareció tras una esquina, dejó caer la cortina.
Trevillion miró al otro lado del carruaje a Lady Phoebe, con los ojos
enrojecidos por el llanto, y supo con certeza en su corazón que todos sus
futuros errores, buenos, malos, insignificantes o que le hicieran temblar el
pulso, tendrían que ver con ella.

223
Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Diecisiete
Corineo tiró de la cadena de hierro del cuello del caballo de mar. Ante sus ojos se transformó en
una doncella de hadas de larga cabellera blanca y ojos verdes alzados, de nuevo entera y
hermosa.
—Me llamo Morveren, —dijo.
Corineo le tomó la mano. —Quédate conmigo esta noche, Morveren.
Ella consintió e hicieron el amor en la playa con el sonido de las olas que rompían...
—De The Kelpie

Phoebe no podía distinguir la noche del día, pero sabía que habían
estado viajando durante horas y horas cuando finalmente se detuvieron en
una posada.
Bajó cansada del carruaje, con la mano en el brazo de Trevillion. Ya no
estaban escondidos, huyendo de posibles secuestradores, así que James dijo
que no había razón para que siguieran fingiendo ser marido y mujer.
Pero aún no había tomado el anillo de su madre.
Ella lo tocaba ahora con el pulgar, frotándolo subrepticiamente como
un talismán. Se había acostumbrado a llevarlo en el dedo. Una dama con
mejores modales que ella se ofrecería a devolverlo.
Ella no lo hizo.
La posada era más grande que las que habían visitado de camino a
Cornualles. Podía oír a los hombres que se llamaban entre sí mientras
cambiaban de caballo en un carruaje, el ladrido de los perros, las
discusiones de los viajeros cansados.
—Lo siento, señor, —dijo Reed cerca mientras se dirigían a la posada—
. Los comedores privados están todos ocupados.
—Cenaremos en la sala común, entonces, —dijo Trevillion—. ¿A menos
que prefiera que nos lleven la cena a nuestras habitaciones, milady?
¿Habitaciones? ¿Quería que durmieran por separado esta noche? Y otra
cosa: volvía a llamarla por su título. La verdad es que le molestaba bastante.
—No, comamos en la sala común, por favor.
Entraron con el olor de la carne cocinada y el parloteo bajo de los
invitados. Trevillion la condujo a una mesa y ella se sentó, apretando los
dedos contra la desgastada madera que tenía delante.
—¿Qué van a comer?, —preguntó una voz áspera de mujer.
—Cerveza para los dos y dos platos de carne, —ordenó Trevillion.

224
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Muy bien, cariño. —Y unos pasos se alejaron con estrépito.
Phoebe giró la cabeza, olfateando. Podía oler el humo del fuego, pero
también el humo del tabaco de los caballeros que disfrutaban de sus pipas.
Al parecer, alguien que estaba cerca no se había lavado en su vida.
Una jarra de cerveza fue golpeada frente a ella.
—Ahí está, —dijo la misma mujer—. Oiga... ¿es ciega?
Phoebe sonrió. —Sí, yo...
—Es una carga, —dijo la sirvienta, con voz apenada—. Una esposa que
es ciega. Que Dios lo bendiga, señor.
Phoebe se encontró con la boca aún entreabierta en el silencio cuando la
mujer volvió a marcharse. De repente se preguntó si todo el mundo la
estaba mirando, pensando lo mismo que la sirvienta: pobre hombre.
—Maldita sea, —siseó Trevillion en voz baja—. No le prestes atención.
Sabes muy bien que no eres una carga, Phoebe. Cualquier hombre -cualquier
hombre- se sentiría honrado de tenerte como esposa.
Ella sonrió entonces, aunque tal vez le salió un poco vacilante. —¿Tú lo
harías?
—Sí.
Ella sintió un estremecimiento al oír sus palabras, firmes y sin titubeos.
Se inclinó un poco hacia delante. —¿Entonces por qué quieres que
durmamos en habitaciones separadas?
—Prueba tu cerveza, —dijo él—. Es del color de la madera de roble y
creo que te gustará.
Ella no era tan tonta como para no darse cuenta de que él no le había
contestado. —James...
—Aquí tienes, cariño. —La misma sirvienta puso los platos en la mesa.
Phoebe palpó con los dedos, tocando un plato de peltre y carne caliente
cubierta de salsa.
La mujer hizo un gesto de desprecio. —Como una niña pequeña, ¿no?,
metiendo los dedos en la comida.
Phoebe se quedó helada.
Trevillion gruñó y ella oyó el tintineo de las monedas. —No
necesitaremos más de su ayuda esta noche. Lárguese.
La mujer resopló y se alejó.

225
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Phoebe se lamió el dedo y tomó el tenedor. Sabía que sus mejillas
estaban encendidas, pero se sentó recta mientras empujaba con cuidado
algo de comida en el tenedor.
Trevillion soltó una carcajada en voz baja y ella se quedó helada.
Entonces oyó su voz, baja e íntima. —Pareces una princesa, ¿lo sabías?
Me sorprende que haya tenido el valor de decirte algo. Pero no creo que te
haya mirado realmente. Cualquiera que lo hiciera sabría lo que eres: una
pequeña princesa amazona.
Sus labios se movieron ante su exageración, por muy dulce que fuera. —
Creo que puedes ser parcial.
—No. —Su respuesta fue segura—. Cuando entras en una habitación,
todos los hombres te miran y no es porque seas ciega. Ven dulzura. Ven una
cara risueña y una figura que un hombre sólo quiere tocar.
Oh, ¡ahora se estaba sonrojando!
—Pero los pocos que miran más de cerca ven también algo más. Ven a
una mujer que se enfrenta a la adversidad todos los días y la atraviesa con
una cara sonriente. Ven la fuerza, la perseverancia y la resistencia, y se
quedan asombrados, milady. Están asombrados. Ahora, —le tomó la mano
con la suya, grande y cálida—, bebe tu cerveza.
Ella lo hizo, relamiéndose la espuma de los labios.
—¿Y bien?, —preguntó él, con la voz más ronca que antes.
—Me gusta, —dijo ella—. De hecho, la adoro. Creo que haré que
Maximus sirva cerveza en todas las comidas de Wakefield House.
Él se atragantó. —Me gustaría ver la cara de Wakefield cuando
propongas eso.
Levantó la barbilla en el aire. —¿Puedo evitar que mi hermano no sea
una persona de mundo como yo?
Él se rió en voz alta ante eso y ella se sintió inusualmente satisfecha de
sí misma.
La comida no fue especialmente maravillosa, pero la compañía sí, y
cuando terminaron se sintió decepcionada. Trevillion se levantó para
hablar con el posadero y Phoebe se sentó sola un momento, trazando
pensativamente el borde de su plato.
—Ven, —dijo Trevillion en voz baja cuando regresó. La ayudó a
levantarse—. Deja que te enseñe tu habitación.
Ella no respondió, simplemente asintió. Volverían a Londres en un día
más o menos. Parecía un terrible desperdicio dormir separados esta noche.

226
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Subieron un tramo de escaleras, los escalones de madera crujían bajo
sus pies. Las voces de la sala común se desvanecieron mientras se dirigían a
la parte trasera de la posada.
—No es mucho, —dijo Trevillion mientras abría una puerta—, pero el
posadero me aseguró que era su mejor habitación.
La hizo pasar, con su mano aún caliente en el brazo de ella.
Y cerró la puerta.
Ella se volvió hacia él. —Creía que tenías tu propia habitación.
Su bastón cayó al suelo con un estruendo mientras tomaba el otro brazo
de ella y la acercaba. —Le dije al posadero que había habido un error. Que
no la necesitábamos.
—Oh, —dijo ella—. Oh, me alegro.
Y entonces ella levantó la mano y le tomó la cara con sus manos y lo
atrajo hacia abajo para besarlo. Le lamió los labios, ensanchando la boca,
casi sollozando. Lo deseaba tanto, esta noche y siempre.
—Phoebe, —gimió él en su boca, y ella nunca había oído su voz tan
profunda.
La tierra giró cuando él la levantó de repente. Ella se aferró a sus
hombros, pero nunca se separó de su beso, y él la llevó con facilidad
mientras caminaba. La dejó sobre una superficie blanda y ella se dio cuenta
de que debía ser la cama. Excepto que ella estaba sentada en el mismo
borde, con las piernas colgando.
—¿James?, —preguntó ella, sin importarle realmente lo que él tenía en
mente.
Empezó a desatarle el corpiño, pero luego, aparentemente impaciente,
lo abandonó para subirle las faldas.
Le pasó las manos por las piernas, por encima de la seda de las medias,
hasta llegar a sus muslos desnudos.
—¿Sabes lo que me provocó quitarte los zapatos y las medias aquella
noche?, —le preguntó con un gruñido en la voz.
—N... no. —Ella había empezado a trabajar en los ganchos de su
corpiño, pero se detuvo al oír su voz.
Sus manos llegaron a la parte superior de sus muslos, sus dedos se
separaron, enmarcando su monte. —Estaba tan cerca de esto y sin embargo
no podía ver. No podía tocar.
—¡Oh! —Ella se dio cuenta de repente de que él podía ver ahora, todo
de ella, expuesto ante él como una ofrenda pagana.

227
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Abre el corpiño y el corsé, —dijo él, casi distraídamente—. Quiero
ver también tus senos.
Ella jadeó y lo obedeció, extrañamente excitada por ser una exhibición
para él. Apartó los bordes del corpiño y el corsé, y aflojó la camisola lo
suficiente como para bajarla por debajo de los pezones.
El aire frío rozó sus pechos.
Y él empujó con sus manos, forzando a sus piernas a separarse
ampliamente mientras ella se recostaba.
—Tan bonita, —murmuró. Una de sus manos abandonó su pierna y ella
sintió un dedo que la acariciaba delicadamente—. ¿Te gusta esto? ¿Es
bueno?
Ella arqueó el cuello, presionando la parte posterior de su cabeza contra
el colchón. —Sí.
Acarició sus pliegues abiertos para rodear su entrada. —Estás mojada.
Sus manos la abandonaron y ella esperó, sin aliento, abierta y deseosa, el
aire nocturno refrescando su carne.
Hubo un crujido de ropa y luego él estaba sobre ella, alrededor de ella.
Metiéndose dentro de ella.
Ella jadeó ante la repentina intrusión. Él embistió una vez, dos veces,
asentándose completamente en ella.
Y luego se detuvo.
—He pensado en esto todo el día en ese maldito carruaje, —le susurró
al oído.
Ella sintió que su boca, caliente y húmeda, se acercaba a un pezón y lo
chupaba con fuerza. Ella gimió ante el placer, se agarró a su cabeza,
sintiendo su pelo, recogido y trenzado.
Se dio cuenta de que aún llevaba el abrigo y el chaleco.
Entonces el pensamiento se desvaneció cuando él encontró su otro
pecho, acercándolo a su boca, delineando su pezón.
Ella se mordió el labio, sin querer gritar. Era tan hermoso lo que él le
hacía sentir. Y era consciente, todo el tiempo que él le hacía el amor a sus
pechos, de que él seguía enfundado dentro de ella. Duro y esperando.
Pesado y amplio.
Él se retiró para acariciar ambos pezones con los pulgares y ella jadeó.
—Por favor.
Se rió para sí mismo, un sonido oscuro. —Tienes los pechos más
bonitos, ¿lo sabías? Regordetes y redondos, con grandes pezones rosados.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Solía soñar con tus pezones, antes de verlos. Una vez me di placer con las
manos pensando en tus pechos.
Ella se apretó al pensar que él hacía algo tan perverso mientras pensaba
en ella. —¡Oh Dios!
No podía esperar más. Su sexo estaba húmedo e hinchado, abierto y
palpitante, y necesitaba que él se moviera. Que le diera de nuevo esa
exquisita sensación.
Ella rodeó su cintura con las piernas, moviéndose.
Y ahora fue él quien jadeó.
Él apartó bruscamente las manos de sus pechos y, por el
desplazamiento del colchón, las fijó en los hombros de ella. Se retiró y
volvió a introducirse en ella.
Con fuerza.
Ella gimió. Tan cerca. Tan hermosa. Intentó agarrarse a los hombros de
él, pero aún estaban cubiertos por su camisa.
Quería su piel desnuda.
Él volvió a penetrarla, rápido y poderoso, y ahora la cama se estremecía.
Puso los dedos en su cara, sintiendo el pinchazo de su barba, la
humedad del sudor en la frente y las sienes, los labios separados, la
respiración entrecortada.
Él molió dentro de ella, sobre ella, cada vez más rápido, y ella tiró de él
hacia ella, coreando: —Ahora, ahora, ahora.
Cuando la boca de él tocó la suya, húmeda y abierta, y en pleno festín,
ella lo sintió estremecerse. Sintió esa última y poderosa embestida y el
derrame de su semilla caliente.
Y ella se arqueó en su beso, en sus brazos, llena y colmada, y volvió a
temblar de placer.

Al día siguiente, Trevillion contempló a Phoebe durmiendo desde el otro


lado del carruaje y supo que no podía dejarla.
No podía vivir sin ella.
Si ella lo aceptaba, la convertiría en su esposa.
La decisión le trajo cierta calma, pero también le trajo innumerables
problemas, el mayor de los cuales era el Duque de Wakefield. Sabía que
Wakefield no lo consideraba de ninguna manera lo suficientemente bueno
para ser el esposo de su hermana.

229
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Sin embargo, no iba a alejar a Phoebe de su familia. Si simplemente se
fugaba con ella, sería una paria. No podía hacerle eso, no después de verla
reír y charlar con su hermana y sus amigos.
De alguna manera iba a tener que cortejar a la hermana del Duque de
Wakefield.
Trevillion frunció el ceño y miró por la ventana. Estaban haciendo buen
tiempo ahora que ya no tenían que tomar las rutas menos transitadas.
Además, podían cambiar de caballo en las posadas del camino, por lo que
Reed podía conducir más rápido.
Wakefield había escrito una carta frustrantemente críptica, en la que
omitía el nombre y el motivo del secuestrador e incluso la forma en que
había sido capturado.
Trevillion frunció el ceño, sacudiendo la cabeza. Todo el asunto le
parecía inconcluso, pero quizá después de tener noticias del propio duque
se sentiría satisfecho de que todo hubiera terminado.
Mañana estarían de vuelta en Londres, y entonces...
Y entonces entregaría a Lady Phoebe a su hermano y soportaría la
justificada ira del hombre.
Dios mío, se había propuesto una tarea imposible.
Phoebe murmuró y bostezó antes de sentarse. —¿James?
—Estoy aquí, —le aseguró él.
—Oh, bien, —dijo ella, dejándose caer en el asiento—. ¿Qué tan cerca
estamos de detenernos para pasar la noche?
Él juzgó el sol. —Faltan varias horas.
Ella asintió, sin decir nada.
Se aclaró la garganta, sintiéndose inexplicablemente incómodo. —Me
preguntaba...
—¿Sí? —Ella ladeó la cabeza.
—Ah, bueno. Esperaba poder visitarte una vez que estuviéramos de
nuevo en Londres. Es decir, si te parece bien.
Una deslumbrante sonrisa se dibujó en su rostro. —Me encantaría
sobre todas las cosas.
El no pudo evitar una sonrisa de respuesta, aunque ella no pudo verla.
—¿En serio?
—En efecto, Capitán Trevillion, —dijo ella, bromeando—. ¿Pero no
tienes que preguntarle a mi hermano también?

230
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—Pensé que sería mejor estar seguro de ti antes de abordar a tu
hermano en su guarida.
—Muy sabio de tu parte. —Ella asintió y luego volvió a bostezar—. Oh,
cielos, tengo mucho sueño, pero los cojines de este carruaje no son muy
mullidos.
—Entonces deja que te ayude. —Cruzó hasta su asiento y la atrajo
contra él—. Apóyate en mí.
—Hmm, —murmuró ella con sueño contra su hombro—. Tú tampoco
eres muy mullido, pero eres muy cómodo.
Y Trevillion pensó que podría estar muy satisfecho con eso.

Phoebe salió del carruaje y se estiró discretamente. Uno no pensaría que


sería tan agotador estar sentado todo el día, pero de hecho lo era.
La posada parecía muy parecida a la de la noche anterior: abarrotada de
gente, con olor a caballos y estiércol en el patio, y una cocina caliente en el
interior. Se sentó frente a Trevillion en otra mesa de madera desgastada y
pensó: Esta podría ser nuestra última noche. Incluso si Trevillion lograba
convencer a Maximus de que le permitiera cortejarla, pasaría mucho,
mucho tiempo antes de que se les permitiera estar a solas otra vez.
Así que después de comer, después de que ella probara otra cerveza,
después de que él se asegurara de que Reed estuviera cómodo durante la
noche, después de que él la llevara a una habitación y le dijera dónde estaba
la cama y dónde el fuego, ella tomó su mano.
—Hazme el amor, —le dijo. Y no fue de ninguna manera un susurro
seductor o una súplica.
Fue una orden.
Ella se puso de puntillas y atrajo su cabeza hacia la suya, aplastando su
boca contra la de él. Había tenido algo de práctica en la última semana para
besar, pero éste no era un beso elegante. Era un choque desesperado de
bocas.
Esta podría ser nuestra última noche. Esta podría ser nuestra última noche. Esta
podría ser nuestra última noche.
Era un cántico terrible, que se repetía en su cerebro. Se les acabó el
tiempo de repente y ella no estaba preparada para ello. No podía soportar
la idea de separarse de él. De toda la incertidumbre que traían Londres y
Maximus.
El día de mañana se acercaba demasiado, demasiado pronto.

231
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ella se esforzó, perdiendo toda la delicadeza, toda la fineza, abriendo el
cierre de sus pantalones incluso cuando las manos de él trataron de
detenerla.
Pero él no estaba preparado para que ella se arrodillara. Para que le
abriera los pantalones y metiera la mano...
—Phoebe. Maldita sea, Phoebe.
Sus palabras terminaron en un gemido cuando ella lo encontró, ya
medio erecto, y aquí se detuvo y desaceleró. Estaba tan caliente, tan
excitado. Apretó su cara contra él, inhalando, y lo olió, Trevillion. Su
hombre.
Suyo.
Él palpitaba contra su mejilla y ella volvió la cara para besarlo, ese
grueso eje, palpitando, creciendo. Abrió la boca de par en par y probó la sal
y el hombre.
En algún lugar por encima de ella, él volvió a gemir.
Lo curioso de ser ciego era que a veces la gente pensaba que también
uno era sordo. No tenía sentido, pero así era. Una vez, hace uno o dos años,
había tenido la ocasión de escuchar a dos criadas hablando, y la discusión
había sido de lo más instructiva.
Ella lo probó, sujetando su pene para poder lamer la parte inferior, y él
realmente se tambaleó, con su mano bajando sobre su cabello, no
fuertemente, pero allí. No estaba segura de si era para sujetarla o para
mantenerse firme, pero apenas importaba.
Su boca llegó a la coronilla de él y la abrió de par en par, encajando sus
labios alrededor de él, tragándoselo entero.
—Phoebe, Dios, Phoebe, —susurró por encima de ella, con su voz
áspera.
Esto era en cierto modo más íntimo que lo otro. Esto de llevar su parte
más masculina a la boca de ella. La boca era para las palabras, para comer,
para actividades más civilizadas.
Y esto era completamente incivilizado.
Lo lamió, saboreando el líquido amargo que se filtraba de la punta,
sintiendo el deslizar de su cabeza.
Ella succionó.
Cuando él gritó, ella supo que lo había destrozado con su acto
incivilizado y se alegró. Este hombre fuerte. Este hombre valiente.
Haciendo sonidos incoherentes porque ella lo tenía tan dulcemente en su
boca y chupaba su miembro.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Él se movió repentinamente, agarrándola por los brazos y levantándola
de un tirón, y por un momento horrible ella pensó que la arrojaría al otro
lado de la habitación por su temeridad y saldría corriendo por la puerta.
En lugar de eso, se tambaleó hacia la cama con ella, murmurando todo el
camino, hasta que la tiró al suelo.
—Phoebe, Dios mío, Phoebe, lo que me haces. —Se arrastró sobre ella,
separándole las piernas—. ¿Dónde demonios has aprendido eso? No, no me
lo digas. Todavía quiero poder dormir una noche. —Le levantó las faldas,
tirando y jalando, desnudándola hasta la cintura—. No sé por qué pensé
que alguna vez podría resistirme a ti. Alguna vez pensé que podría salir de
esto ileso y entero de nuevo.
Ella abrió la boca para decir algo, pero él se deslizó sobre ella y le separó
la vulva con el pulgar, y luego colocó su boca justo ahí, en el centro de ella,
y lamió.
Nunca había sentido algo así en su vida. Era una tortura exquisita en
una carne casi demasiado sensible al tacto. Ella se arqueó debajo de él, sus
caderas se movieron involuntariamente, pero él puso las palmas de las
manos en su estómago y la sujetó.
La sujetó mientras le pasaba la lengua, haciéndola perder la cabeza.
La colmó de adoración, con la lengua y los labios, lamiendo su carne
temblorosa. Hace una semana se habría muerto de mortificación con sólo
pensarlo.
Ahora se deleitaba con su atención.
Respiraba entrecortadamente, sus pulmones nunca se llenaban del
todo, y se retorcía las manos en su propio pelo, deseando que él se
detuviera, deseando que continuara hasta que ella ardiera en llamas.
Él le lamió el clítoris, con tiernos lametones, y al mismo tiempo le metió
el pulgar.
Y por un momento ella vio estrellas. Luces brillantes parpadeando
detrás de sus ojos ciegos, chispeando y encendiéndose mientras ella
estallaba en llamas.
Todavía jadeaba, todavía temblaba y se estremecía, cuando él se levantó
y la montó, clavando su carne en su suavidad, agarrando sus piernas e
instándola a envolverlas sobre su cintura.
—Phoebe, —gruñó en su oído mientras empujaba con fuerza—.
Phoebe. Me atormentas. Me impulsas. Me posees. No puedo...
Él se arqueó, con su pene dentro de ella, su gran cuerpo
estremeciéndose sobre el de ella.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ella lo agarró por los hombros, tirando de él hacia ella, abriendo la boca
y tragándose su gemido mientras él se derramaba dentro de ella,
bombeando y embistiendo contra ella.
Cuando por fin se calmó, apoyó la cabeza junto a la de ella en la cama y
susurró con voz ronca: —Me has arruinado. No sé si puedo respirar sin ti.
No sé cómo podré vivir sin ti.
—Entonces no lo hagas, —murmuró ella en la eterna oscuridad—.
Entonces no lo hagas.
Y supo que si él estaba atrapado, entonces ella también lo estaba.
Ella amaba a James Trevillion, en cuerpo y alma.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Dieciocho
Por la mañana Morveren se levantó. Miró entre el mar donde llamaban sus hermanas y Corineo
y luego le tendió la mano. —¿Quieres venir conmigo, mortal?
—¿Cómo podría hacerlo?— Corineo se rió. —Tengo un reino recién ganado.
Sus ojos se entristecieron antes de volverse para vadear el mar azul.
Mientras el agua subía por su cintura, dijo: —Si cambias de opinión, simplemente pronuncia mi
nombre.
Y luego se sumergió bajo las olas...
—De The Kelpie

Al día siguiente, a última hora, Trevillion estaba de pie como lo había


estado a menudo en los últimos meses: atento ante el Duque de Wakefield
en su estudio. Era extraño. Su estancia con Phoebe en Cornualles podría no
haber ocurrido nunca.
Si no fuera por el hecho de que había hecho el amor con Phoebe. Que
amaba a Phoebe. Que iba a hacer todo lo posible para luchar por Phoebe.
—¿Qué?, —dijo el duque, con las manos apoyadas en el escritorio frente
a él, su voz mortalmente tranquila—, ¿creías que estabas haciendo,
llevándote a mi hermana, escondiéndola -de mí- y dejando a ese vagabundo
harapiento como el único que sabía de tu ubicación?
—Pensé que la estaba protegiendo, —dijo Trevillion, con la mirada fija
en el otro hombre.
—¿Protegiéndola de su familia? ¿De mí? —La mirada de Wakefield
podría haber convertido el agua hirviendo en hielo—. Tiene usted un
maldito descaro, señor.
—Su criada informó al secuestrador de sus movimientos, —dijo
Trevillion, luchando por mantener el nivel de su voz—. Podría haber
cualquier número de espías dentro de Wakefield House.
Detrás del duque y a un lado, Craven carraspeó con fuerza.
Una mueca irritada cruzó el rostro de Wakefield. —En eso al menos
tenías razón: teníamos otro espía en la casa. Uno de los mozos de cuadra
confesó haber sido pagado por el señor Frederick Winston; supongo que
no habrá oído hablar de él.
Trevillion negó con la cabeza.
Wakefield se encogió de hombros. —Es el hijo menor del Conde de
Spoke y está muy endeudado. Confesó de inmediato cuando lo
confrontamos. Al parecer, pretendía obligar a Phoebe a casarse por su dote.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—El labio superior del duque se curvó. — Está enfriando sus talones en
Newgate incluso ahora mientras su padre ruge y amenaza. Le he dado a
Winston la opción de abandonar el país o ser colgado. Creo que pronto le
veremos la espalda.
Colocó ambas manos con las palmas hacia abajo sobre su escritorio. —
Pero eso no te excusa.
—¿No? —Trevillion arqueó una ceja—. Si se hubiera quedado en
Londres, Lady Phoebe bien podría haber sido secuestrada de nuevo. Yo la
protegí...
—¡Arruinando su reputación! —rugió Wakefield, dando un golpe con
la mano en el escritorio—. ¿En qué estabas pensando, hombre? La mitad de
la ciudad está hablando de mi hermana.
—Yo pensaba que la vida de Phoebe era más importante que su
reputación, —soltó Trevillion, y en cuanto lo dijo, supo su error.
—¿Phoebe? —Los ojos de Wakefield se entrecerraron—. ¿Cómo te
atreves...?
—Me atrevo porque yo soy el que la puso a salvo, —dijo Trevillion,
alzando la voz—. Soy el que la mantuvo a salvo hasta....
Wakefield se puso de pie, esta vez ignorando el carraspeo de Craven. —
Puedes retirarte.
—No, no lo haré, —dijo Trevillion entre dientes apretados—. Phoebe y
yo tenemos un acuerdo. La visitaré mañana y...
—Eres un maldito buscador de oro, —bramó Wakefield—. Y te quiero
fuera de mi vista.
Al diablo con eso.
—No vuelva —Trevillion exclamó—, nunca más a difamar a su hermana.
Amo a Phoebe por la mujer que es, no por su dinero. Y si decide
desheredarla, tenga la seguridad de que puedo cuidar de ella.
—Vete. No desheredaré a mi hermana y tú no la verás nunca más.
—Dígame, Wakefield, —dijo Trevillion en voz baja—. ¿De verdad teme
por su hermana... o por su propia reputación? Phoebe está a salvo gracias a
mí. ¿Qué es eso contra un grupo de chismosos mezquinos?
Wakefield lo miró fijamente.
Trevillion asintió. —Ella una vez me dijo que no quería que la
consideraran una cosa preciosa. Quizá quieras pensar en eso.
Se dio la vuelta y cojeó hasta el vestíbulo.

236
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Ya habían enviado a Phoebe a su habitación, supuestamente para que
descansara y se recuperara, pero Trevillion se preguntaba ahora si
Wakefield pretendía mantenerla bajo llave. Nunca había pensado que el
duque fuera tan déspota, pero había oído hablar de cosas peores en la
aristocracia.
Se dirigió a la puerta principal y encontró a la duquesa de pie en la
puerta de uno de los salones inferiores. —Su Excelencia.
—Sr. Trevillion. —Sus ojos grises parecían angustiados—. He oído
gritos.
—En efecto, Su Gracia, su esposo no aprobó mis métodos para
mantener a Lady Phoebe a salvo.
Sus labios se apretaron. —Ha estado muy preocupado por ella.
Inclinó la cabeza. —Su marido ya me ha despedido y me ha dicho que
no vuelva.
—Es un tonto, —dijo ella, haciendo que Panders, el mayordomo, sisease
una respiración entrecortada. Ella miró brevemente al mayordomo—. No
me digas que no lo estás pensando también.
El mayordomo parpadeó. —No sabría decirle, Su Excelencia.
Ella resopló. —No, por supuesto que no puedes. Ninguno de ustedes
puede, pero yo ciertamente lo haré. Phoebe cobra vida en su presencia,
Señor Trevillion. Lo veo y también lo ven todos los demás, incluso mi
testarudo esposo. Téngalo en cuenta, Capitán. Por favor.
Trevillion se inclinó. —Gracias, Su Excelencia.
Y, dándose la vuelta, se dirigió a la puerta principal.
Así que tenía el visto bueno de la duquesa. Eso era algo, aunque no lo
era todo, porque sin la aprobación de Wakefield, podría haber perdido a
Phoebe para siempre.
Esa noche, Phoebe se sentó en su habitación, con las manos cruzadas
sobre el regazo, y pensó.
En su vida.
En Trevillion.
En lo que sería su vida sin Trevillion.
Había oído los gritos de abajo, las palabras susurradas de las criadas
cuando le traían agua para el baño que había tomado antes.
Lamentablemente, no se había sorprendido. Trevillion era terco y valiente,
pero ella había conocido a Maximus toda su vida y, aunque lo amaba
profundamente, no se hacía ilusiones con él.

237
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
No se tomaría bien a nadie que la cortejara, y mucho menos a un antiguo
dragón maduro que no pertenecía a la aristocracia.
Probablemente Maximus nunca se había detenido a comprender su
situación. En muchos niveles, las cuestiones de posición y edad no le
importaban a ella. No podía ver el aspecto de una persona. No podía saber a
primera vista lo que una persona llevaba o cómo se comportaba. Sí, llevaba
sedas y joyas, pero cuando la lana y el lino eran igual de cómodos -y en
algunos casos más cómodos-, ¿realmente importaba? Ella era, en un nivel
fundamental, diferente a sus pares.
¿Por qué entonces no podía elegir a un hombre diferente de aquellos
con los que se casaban sus iguales?
Llamaron a la puerta.
—¿Sí?, —respondió.
La puerta se abrió y ella escuchó como la pisada distintivamente segura
de Maximus interrumpió su soledad. —Phoebe, tengo los nombres de
varios caballeros que puedo contratar para que te custodien. Me han...
sugerido que sería conveniente que me ayudaras a elegir uno.
Sus cejas se juntaron. —¿Un guardia? ¿Pero no dijiste que el peligro ya
había pasado?
—El peligro de ese secuestrador en particular, —respondió él, con un
toque de impaciencia en su voz—. Pero siempre existe la posibilidad de
otro. Y, por supuesto, están los peligros cotidianos: los ladrones, las
multitudes, ese tipo de cosas.
Phoebe bajó la cabeza y pensó -si su hermano se salía con la suya- en
años y años y años con las manos encadenadas, seguida a todas partes por
diferentes hombres sin rostro, por su propio bien.
Su protección.
Y en ese momento algo se rompió dentro de ella. Maximus había
decidido -por su cuenta- lo que era mejor para ella y, realmente, estaba
cansada de ello.
—No.
—Ahora el primero... —Maximus se interrumpió al oír sus palabras—.
¿Perdón?
—He dicho que no, —repitió ella, muy educadamente.
—Phoebe, —dijo Maximus con su severa voz ducal, una voz que ella
había escuchado y obedecido toda su vida.
Esta noche no.

238
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—No, —dijo ella, ahora menos cortésmente—. No, no te ayudaré a
elegir a mi propio guardia de prisión, Maximus. No, no tendré un guardia
en absoluto, de hecho. No, no consentiré que me sigan y me digan dónde
puedo ir y dónde no. No, no dejaré que me digas lo que debo y no debo
hacer.
Jadeó, ligeramente sin aliento, pero sintiéndose bastante mareada por la
libertad de decirle a su hermano lo que pensaba.
—¡Phoebe!
—Y, —dijo—, es muy posible que me caiga -te lo advierto ahora-, es
posible que caiga, pero me levantaré de nuevo porque puedo hacerlo. Bailaré
y tropezaré, hablaré con hombres y mujeres que no debería, asistiré a salones
en los que se habla de teatro y de escándalos, compraré en las calles más
concurridas y me empujarán, beberé cerveza si me apetece, y me gustará.
Se puso de pie, un poco inestable, es cierto, pero sobre sus propios pies.
—No es mi ceguera la que me incapacita, es que los demás deciden que no
puedo vivir por mi ceguera. Si tropiezo, si choco con las cosas y me caigo y
me hago daño es porque puedo y soy libre de hacerlo, Maximus. Porque sin
esa libertad sólo soy una cosa aburrida y encadenada y ya no seré esa mujer.
Simplemente no lo seré, Maximus.
Se dirigió a la puerta, con sus dedos recorriendo los respaldos de las
sillas y las mesas que le eran familiares, y hubo un silencio absoluto. Tal vez
había dejado mudo a su hermano.
Cuando llegó a la puerta, la abrió de manera contundente. —Y una cosa
más: tengo la intención de casarme con el Capitán James Trevillion, con o
sin tu permiso. Lo amo y él me ama. Sólo te cuento mis planes como una
amabilidad para que te acostumbres a la idea.
Y por primera vez en su vida, el Duque de Wakefield se vio obligado a
abandonar una habitación sin decir la última palabra.

Esa misma noche, Trevillion estaba sentado cenando una sopa de bacalao
bastante desanimado en su habitación alquilada y echando de menos a
Phoebe, cuando llamaron a la puerta.
Levantó la vista con recelo, con los ojos entrecerrados. No conocía a
mucha gente en Londres, a pesar de los doce años que llevaba allí. Phoebe
debería estar bien metida en su cama. Sin duda, Wakefield no tardaría en
proferir más amenazas, pero parecía un poco pronto para ello. Sólo había
dejado al hombre unas horas antes.
Trevillion se levantó con la pistola en la mano.

239
Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Cuando abrió la puerta se sorprendió al ver al Duque de Wakefield en
su puerta.
Por un momento se limitó a mirar.
—¿Puedo entrar? —El duque levantó las cejas para mirarlo.
Trevillion le hizo un gesto silencioso para que entrara.
Wakefield miró a su alrededor con curiosidad y luego tomó asiento en
la cama sin preguntar.
Trevillion pensó en ofrecerle algo, pero además de la refrescante sopa de
bacalao y un vino más bien desabrido no tenía nada.
—He venido, —comenzó el duque con su habitual tono orgulloso... y
luego, extrañamente, se detuvo.
Fue el turno de Trevillion de alzar las cejas. —¿Su Excelencia?
—Maximus.
Trevillion ladeó la cabeza. —¿Perdón?
—Mi nombre es Maximus, —dijo el duque con cansancio. Se quitó el
tricornio y lo dejó sobre la cama—. El tuyo es James, ¿no es así?
Trevillion parpadeó. —Nadie me llama así. —Mentira. Su familia y
Phoebe lo llamaban así.
Una esquina de la boca de Maximus se levantó. —Trevillion, entonces.
—Él suspiró—. Ella me dio un sermón esta noche, ¿lo sabías?
La pregunta parecía retórica, así que en lugar de responder Trevillion
tomó su propio asiento.
—Sin levantar nunca la voz, —dijo Maximus pensativo—. Y me dio un
discurso bastante largo sobre sus derechos. —Su mirada se dirigió a
Trevillion—. Dijo que iba a casarse contigo.
Trevillion asintió. —Sí, lo hará, Su Excelencia, con su bendición, espero.
—Maximus, —dijo el duque distraídamente—. No estoy del todo
seguro de que ella quiera mi bendición, en realidad, pero estoy aquí para
darla.
Las cejas de Trevillion se alzaron. ¿Qué había dicho exactamente
Phoebe a su hermano? Había abierto la boca para preguntar cuando la
puerta se abrió de golpe.
Trevillion se puso de pie, reconociendo a dos lacayos de Wakefield
House.
—Su Excelencia, —dijo Hathaway—. ¡Han secuestrado a Lady Phoebe!

240
Amado Pícaro | Maiden Lane #8

Capítulo Diecinueve
Corineo fue coronado rey de esa nueva tierra y la gobernó sabiamente y bien para que el pueblo
prosperara allí. Pero a pesar de que muchos otros gobernantes buscaron darle las manos de sus
hijas en matrimonio, él nunca tomó una esposa. Pasaron los años y la barba del rey Corineo pasó
de ser negra a blanca como el hueso.
Y a veces, en las horas de la medianoche, soñaba con olas que se estrellaban y con ojos verdes en
alto...
—De The Kelpie

Realmente, ya debería estar acostumbrada a esto, reflexionó Phoebe


mientras estaba sentada en otro carruaje rodeada de hombres de muy
dudosa reputación. Todo lo que quería hacer era visitar a Hero y exponer
sus dificultades con Maximus a un oído fraternal, y de alguna manera había
sido secuestrada justo en frente de Wakefield House.
Y ahora, una vez más, estaba siendo arrastrada a una parte horrible de
Londres. Al menos dos cosas eran diferentes esta vez. Una, no se habían
molestado en ponerle la capucha, por lo que estaba muy agradecida. Y dos,
el Sr. Malcolm MacLeish se sentaba en el carruaje con ella.
Esto último lo agradecía menos, sobre todo porque parecía que el Sr.
MacLeish tenía la impresión de que iba a casarse con ella.
—Por favor, Lady Phoebe, —dijo—. Es lo mejor, realmente. Pasaré el
resto de mi vida compensándola. Es que no podemos ir contra él. Es
poderoso en formas que nunca entenderá.
Phoebe arrancó sus dedos de la mano del Sr. MacLeish. —Bueno,
ciertamente no lo entenderé si no me lo explica en lenguaje sencillo. ¿Quién
es el hombre al que teme? ¿Estos hombres también lo apuntan con un arma,
Sr. MacLeish?
Uno de los secuestradores soltó una carcajada.
—En cierto modo, sí, —dijo el Sr. MacLeish con cierta rigidez—. Soy
tan víctima como usted.
—Me perdonará si no le creo, señor, —replicó Phoebe—. ¿Quién,
exactamente, lo obliga a casarse conmigo y, por el amor de Dios, por qué?
—Yo me ocuparé de usted, —respondió el señor MacLeish,
convenientemente sin responder a sus preguntas—. Me aseguraré de que
nunca le falte nada.
—Creo que podría querer tomar mis propias decisiones, —murmuró
Phoebe cuando el carruaje se detuvo.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Pensó brevemente en intentar huir, pero además de la evidente
dificultad, tenía un poco de miedo de los hombres que la retenían. Habían
disparado sus pistolas cuando la habían agarrado en la calle, justo a la
salida de Wakefield House. Era imposible saberlo, pero esperaba que no
hubieran disparado a Hathaway o a Panders.
—Es hora de salir, milady, —dijo uno de los secuestradores—. Y no
piense en hacer ningún ruido.
Ella notó que no hizo tal advertencia al Sr. MacLeish.
Parecían estar en un lugar diferente al último al que la habían llevado.
Phoebe levantó la cabeza, olfateando el aire. Olió verduras podridas y el
olor a ginebra, muy cerca, antes de que la metieran en lo que parecía ser una
bodega.
—Ah, has llegado, —dijo una voz culta. No la reconoció, pero sí el
aroma que la acompañaba: ámbar y jazmín, exótico y raro.
La última vez que había olido exactamente el mismo aroma fue fuera de
la casa de Eve Dinwoody.

—No es tu culpa, —dijo Jean-Marie de forma tranquilizadora mientras él y


Eve viajaban en un carruaje por Londres—. No tienes ningún control sobre
él.
—Me ha utilizado, Jean-Marie, —dijo Eve, observando las calles con
ansiedad. —Una y otra vez. Me mintió diciéndome que había renunciado a
su loco plan y yo caí en sus trucos. Soy una tonta, y si no hago nada al
respecto, será mi culpa. ¡Aquí! Aquí está.
El carruaje se detuvo al tiempo que ella decía las palabras y Eve se bajó
de él con una prisa indecorosa.
Jean-Marie se adelantó a ella y levantó el puño para llamar a la puerta
de la pensión, pero luego se detuvo, la miró por encima del hombro y
empujó la puerta. Se abrió, sin llave.
Eve se apresuró a pasar junto a él, oyendo voces masculinas alzadas
cuando encontró las escaleras del interior. Jean-Marie la seguía de cerca
mientras subía corriendo.
—¡Maldita sea, creía que había dicho que ella estaba a salvo, que el
secuestrador estaba en Newgate!
Eve llegó al primer piso y descubrió que la voz pertenecía al guardia de
Lady Phoebe. Estaba frente al Duque de Wakefield, y ella se detuvo al verlo.
Había venido por el guardia, pues sabía que había encontrado y rescatado a
Lady Phoebe la última vez. No había contado con el duque también.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Wakefield se volvió, una presencia alta y dominante. —¿Quién es
usted?
—La señorita Dinwoody. —El Capitán Trevillion dio un paso alrededor
del duque—. ¿Por qué está aquí?
—Porque, —dijo ella con firmeza—. No puedo dejar que él haga esto,
no otra vez. Ha secuestrado a Lady Phoebe y no lo toleraré. Por favor,
créanme, si hubiera sabido lo que pretendía les habría advertido desde el
principio.
—¿Quién?, —dijeron ambos hombres a la vez.
—Valentine Napier, el Duque de Montgomery. —Ella levantó la
barbilla, con la mirada fija, aunque sus labios temblaron al traicionarlo—.
Mi hermano.

Trevillion cabalgaba por las oscuras calles a todo galope, inclinándose hacia
adelante sobre el lomo del caballo, instando a la valiente bestia a ir más
rápido. Maximus estaba detrás de él en algún lugar. Trevillion había
tomado uno de los caballos que los lacayos habían montado para darles la
noticia de Phoebe.
Ahora ambos cabalgaban a toda velocidad por Londres en un intento
desesperado por llegar a Phoebe antes de que fuera demasiado tarde.
Trevillion sólo podía pensar en lo que la señorita Dinwoody les había
contado: que el Duque de Montgomery estaba detrás de todos los intentos
de secuestro, de todos ellos. Que quería casar a Phoebe, no con él mismo,
sino con Malcolm MacLeish, sobre quien tenía algún tipo de control. Que
Montgomery había chantajeado al hombre que Wakefield había hecho
arrestar para que confesara los secuestros, aunque no había estado
involucrado en absoluto.
Que Eve Dinwoody no tenía ni idea de por qué su hermano había
urdido una trama tan intrincada ni de por qué había apuntado a Phoebe.
Maldita sea la locura de Montgomery y la cobardía de MacLeish. Que
pensaran que podían utilizar a Phoebe como una joya de la corona por la
que pelearse hizo que su pecho se apretara de rabia.
Se inclinó hacia adelante, apretando los costados de la yegua con sus
muslos mientras la instaba a saltar varios barriles en el camino. Detrás de
él, Maximus gritó, pero Trevillion no se volvió. Phoebe estaba retenida en
St Giles, precisamente el centro del vicio en esta sucia ciudad.
Cuando encontrara a Montgomery, le retorcería el cuello, duque o no.
Trevillion se inclinó hacia un lado, guiando a su montura por uno de los
estrechos callejones que corrían hacia la conejera que era St Giles. Después

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
de años patrullando estas calles como dragón, las conocía como su propia
mano.
La señorita Dinwoody les había dado una dirección, un lugar donde
Montgomery había hecho negocios alguna vez. Había pensado que su
hermano podría llevar a Phoebe allí, pero no estaba segura.
Si se equivocaba...
Dobló una esquina y vio un carruaje, uno demasiado grande para St
Giles. Al llegar a su altura, un hombre salió de una casa de ladrillos junto al
carruaje. El hombre levantó la vista al oír los cascos del caballo y se quedó
helado cuando vio a Trevillion apuntándole a la cabeza con una pistola.
—¿Dónde está Lady Phoebe? —gruñó Trevillion.
El hombre se agachó de nuevo al interior.
Maldita sea, atacar una puerta vigilada era un suicidio.
Trevillion se deslizó de la silla, con una pistola en cada mano.
Dio dos pasos hacia la casa de ladrillo y se puso a un lado. —¡Abre la
puerta!
Un disparo hizo estallar la madera de la puerta, enviando astillas por
todas partes.
Trevillion atravesó la puerta, apartando los escombros a patadas,
ignorando el dolor que le subía por la maldita pierna derecha. El interior
estaba a oscuras, pero vio a un hombre volverse, con una pistola en la mano.
Trevillion le disparó en el pecho, haciendo que el hombre retrocediera.
—¡No dispares!, —gritó alguien desde la oscuridad del interior.
Y entonces Maximus entró corriendo, golpeando con sus grandes
puños, apartando a los hombres como si fueran bolos.
Trevillion vio a MacLeish encogido junto a una mesa y le dio un fuerte
golpe con su pistola en la cara.
La sangre salpicó la nariz del arquitecto. —¿Dónde está Lady Phoebe?
MacLeish no dijo nada, pero sus ojos se pusieron en blanco, mirando
hacia la esquina más lejana. Trevillion miró y vio una puerta interior.
Se dirigió a ella y empujó su hombro contra ella.
Se abrió de golpe, revelando una habitación vacía.
Alguien trató de pasar corriendo junto a él.
Trevillion lo agarró por el pelo, su pelo amarillo brillante, y tiró,
poniendo la pistola que quedaba cargada en la sien del Duque de
Montgomery. —¿Dónde está?

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¡Me rindo!, —gritó Montgomery, con las manos por delante, una
sonrisa jugando con su boca—. Me rindo.
—He dicho, ¿dónde está Lady Phoebe?
—¡No lo sé!
—Mentiroso, —dijo Maximus, con los ojos ardiendo—. Te llevaste a mi
hermana.
Los ojos de Montgomery se entrecerraron y, de repente, parecía
bastante mortífero. —Sí, me llevé a tu hermana. Lo considero un
intercambio justo por el mal que me hiciste.
Maximus parpadeó. —¿Qué mal? Nunca te he hecho nada.
—Cerraste los destiladores de ginebra en St Giles. Esto —Montgomery
hizo un gesto con las manos para indicar el edificio— solía ser una empresa
muy rentable. Ahora no es más que un montón de ladrillos. Tú me lo
quitaste y por eso yo te quité algo -alguien- a ti. —Sonrió como un querubín
rubio con demasiados dientes—. Me empeño en no olvidar nunca un
desaire y, desde luego, nunca dejo que uno quede sin vengar.
—Estás loco, —dijo Maximus, curvando su labio.
Montgomery ladeó la cabeza, sus ojos azules brillaron fríamente a la luz
de la linterna. —La razón de ser de un hombre es la locura de otro.
Trevillion apretó el cañón de su pistola contra la sien de Montgomery.
—Me importa un bledo que le ladre a la luna. Dígame dónde está Phoebe o
le volaré los sesos.
Montgomery abrió la boca, pero MacLeish tosió húmedamente en la
esquina. —Ese irlandés.
Todos se volvieron hacia él.
—¿Qué? —preguntó Montgomery.
—Uno de sus secuaces, —dijo MacLeish. Intentaba, sin mucho éxito,
taponar la sangre de su nariz con su corbata—. Ha desaparecido. Lo vi
entrar en la habitación donde teníamos a Lady Phoebe justo antes de que
entraran.
Maximus maldijo y tomó una vela, sosteniéndola en alto para iluminar
la habitación interior.
La luz reveló claramente un agujero en la pared del fondo. Un gabinete
decrépito que debía estar cubriendo el agujero había sido arrancado de la
pared.
Montgomery se rió en voz baja, y por un momento espantoso Trevillion
pensó que realmente había perdido la cabeza.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Pero lo que dijo a continuación fue peor.
—Se la llevó uno de mis hombres, ¿te lo puedes creer?
Por un momento Trevillion sólo miró, con el corazón congelado. Phoebe
en las alcantarillas de St Giles con un criminal. Querido, dulce Dios. —
¿Qué?
—Eso viene de contratar ayuda a precio reducido, —dijo Montgomery,
y fue entonces cuando Maximus le dio un puñetazo en la boca, dejándolo
tirado en el suelo.
Pero a Trevillion no le importó.
Phoebe estaba en St Giles, ciega, y en compañía de un criminal.
Y la noche había caído.

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Capítulo Veinte
Por fin llegó el día en que el rey Corineo supo que pronto exhalaría su último aliento. Pidió una
silla y cuatro hombres fuertes para que lo llevaran al mar y luego les ordenó que lo dejaran allí en
la playa.
Y cuando se quedó solo una vez más, se enfrentó a las olas y llamó con voz trémula: —
¡Morveren!—...
—De The Kelpie

—Levanta los pies o te tiraré del cabello, —gruñó el desagradable


hombre que tenía a Phoebe.
Phoebe luchó desesperadamente contra él, a pesar de sus amenazas. La
había sacado de la guarida de los secuestradores, pero esto no era un
rescate.
De hecho, temía mucho lo que tenía pensado hacer con ella. El hombre
desagradable no era muy grande, pero era fuerte, como ella había podido
comprobar. Mantenía una mano sujetada dolorosamente alrededor de su
muñeca, tirando de ella por un callejón o calle o algo así. Ni siquiera sabía
exactamente dónde estaba. Había adoquines desiguales bajo sus pies -ya se
había caído dos veces- y un canal apestoso en medio de la calle. Oía risas en
las cercanías y de vez en cuando voces que discutían, incluso un grito que
sonaba como su nombre. Hasta ahora se había abstenido de pedir ayuda,
temerosa de quién o qué podría acudir en su ayuda.
El hombre desagradable murmuraba ahora, para sí mismo o para ella, no
lo sabía. —Con una chica tan bonita como tú, debería poder conseguir un
buen dinero. Incluso podría pedir un rescate después de un tiempo. Oí que
eras de una familia elegante.
—Soy la hermana del Duque de Wakefield, —dijo claramente—. Si me
dejas ir, él te pagará una gran bolsa.
El hombre desagradable se detuvo tan repentinamente que ella chocó
con él y por un momento pensó que aceptaría la oferta.
En cambio, la atrajo contra su maloliente cuerpo. —No. Nunca he
jodido a una aristócrata.
Fue entonces cuando Phoebe decidió que ya era hora de gritar.

Trevillion salió a toda prisa del sótano de St. Giles, con Wakefield a sus
espaldas. No se veía a Phoebe por ningún lado. Estaba oscuro y, dado que se

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
trataba de St Giles, las habituales linternas que los propietarios de las casas
y los comerciantes ponían junto a sus puertas eran escasas y tenues.
Él había dejado su bastón en sus habitaciones alquiladas, sólo tenía una
pistola cargada y no tenía idea de en qué dirección se la habían llevado.
—Podría haberla llevado en cualquier dirección, —dijo Wakefield,
haciéndose eco de sus pensamientos.
Trevillion luchó contra el pánico. Era un soldado. Se había encontrado
en un gran número de situaciones desesperadas y había vencido.
Cada una de ellas no era más que un ensayo general para esto. —Tú
revisa ese callejón —Trevillion señaló a la derecha— Yo iré por aquí.
Wakefield ni siquiera se inmutó al recibir la orden de él, simplemente
se giró y se adentró en la oscuridad.
Trevillion se volvió hacia la izquierda. —¡Phoebe!
Dios mío, el hombre que se la había llevado podría estar ya a la
distancia.
—¡Phoebe!
Podía estar tirada en un callejón, sin poder oírlo ni responderle, oculta
por el laberinto de callejones y la oscuridad.
—¡Phoebe!
Podría estar muerta.
Su bota se enganchó en un adoquín suelto y se tambaleó y cayó de
rodillas, maldiciendo su pierna, maldiciendo a Montgomery, maldiciendo
su propio orgullo por haberla dejado en Wakefield House. Debería haber
condenado a Maximus y haberse llevado a Phoebe con él. Convertirla en su
esposa de inmediato.
Si lo hubiera hecho, ella estaría acostada en su cama, segura y cálida en
sus brazos.
Trevillion apoyó la mano en los adoquines y se levantó. Volvió a sentir
la pierna rota.
Un grito atravesó la noche, alto, agudo y aterrador.
El grito de Phoebe.
Trevillion corrió. Ignorando el dolor, ignorando por completo su pierna.
El miedo y el horror por Phoebe corrían por sus venas, empujándolo hacia
adelante. Cruzó una calle, asomándose a la oscuridad.
Otro grito.
Dobló una esquina.

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Allí estaba ella, luchando salvajemente en las garras de un bruto. El
hombre se echó hacia atrás, con la mano levantada para golpear...
Y Trevillion la atrapó en su puño, retorciéndola hacia arriba y detrás de
la espalda del hombre hasta que algo estalló.
El bruto gritó.
—Suéltala, pedazo de mierda, —le gruñó Trevillion al oído.
El hombre se tambaleó contra Trevillion mientras Phoebe se liberaba.
Trevillion lo golpeó de todos modos en la nuca, dejando que el bruto
cayera al suelo inconsciente.
—¿James? —Phoebe lo llamó, con el rostro pálido y asustado, con las
manos extendidas—. James, ¿estás ahí?
—Estoy aquí, —dijo él, y ella se precipitó hacia él.
La rodeó con sus brazos, estrechándola contra su corazón, donde debía
estar. —¿Estás bien? ¿Estás herida?
—No. —Ella se apartó lo suficiente como para poner las palmas de las
manos en su cara—. Quiso hacerme daño, pero llegaste a tiempo.
—Gracias a Dios, —dijo él, besándola, pasando la mano por sus
mejillas, su pelo, su nuca—. Gracias a Dios. —La acercó de nuevo,
enterrando su cara en su cuello—. Pensé que te había perdido para siempre,
Phoebe.
—Pues no lo has hecho, —le susurró ella—. Estoy aquí. Me has salvado,
James. Me has salvado.
—No voy a dejarte ir después de esto. —Él levantó la cabeza—. Cásate
conmigo, Phoebe, por favor. Al diablo el cortejo. Al diablo tu hermano. Al
diablo la espera. No puedo... no puedo respirar cuando no estás conmigo. Te
amo con todo mi cínico corazón. Sé mi esposa y enséñame a reír y déjame
comprarte cerveza y cabalgar contigo por las playas de Cornualles. Sé mi
amor y mi esposa para siempre.
—Lo haré, —le susurró ella—. Oh, James, lo haré.

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Epílogo
Al instante, las olas comenzaron a agitarse y de las profundidades surgió la doncella del mar
Morveren. Pero ¡qué extraño! Aunque habían pasado muchos años y el propio rey Corineo era
ahora un anciano encorvado, la doncella del mar estaba igual. Su piel era lisa y clara, sus ojos
brillaban de color verde y su pelo seguía siendo blanco y de una belleza sobrenatural.
Al verla, el rey Corineo se dio cuenta de lo tonto que debía parecer: un anciano llamando a una
joven. Pero cuando empezó a retirarse, Morveren lo llamó.
—¿Cómo, mi amante? ¿Te alejarás de mí una vez más?
Al oír eso, el rey Corineo se enderezó con orgullo. —Te burlas de mí. ¿Cómo puedes querer algo
conmigo, encorvado y marchito como estoy?
Ella sonrió entonces, dulce y gentilmente. —Creo que sabes poco de la mente de una mujer,
Rey. ¿Vendrás conmigo?
—¿Me aceptarás tal como soy ahora?—, replicó él con amargura. —Ya no soy un joven apuesto.
Ella simplemente le tendió la mano como respuesta.
Y aunque antes él se había reído de su oferta, ahora tomó su mano con gratitud.
—Ven, —susurró ella. —El mar es realmente un lugar maravilloso. El tiempo pasa de forma muy
diferente allí.
Morveren le tomó la mano mientras el rey Corineo se adentraba en las espumosas olas, y a
medida que el agua comenzaba a subir, un cambio se produjo en el rey. Sus miembros
encorvados se enderezaron, las arrugas se alisaron de su rostro, su carne marchita se llenó de
fuertes músculos y su barba blanca se oscureció hasta volver a ser negra como la brea.
El rey Corineo miró su cuerpo rejuvenecido y exclamó asombrado: —¿Cómo es posible?
Morveren se limitó a encogerse de hombros. —Un regalo del mar y mío. Aunque ahora vuelvas a
tierra firme, conservarás tu juventud. ¿Aún quieres venir conmigo a mi hogar en el mar?
Corineo la miró y sonrió. —Tenía todo lo que había deseado en mi vida. Un reino, riqueza,
respeto y poder. Y sin embargo, siento que me perdí muchas cosas cuando rechacé tu oferta. Si
me dejas, seré tu esposo y me quedaré contigo siempre.
—Entonces ven conmigo, —dijo Morveren—, y te mostraré todas las cosas que te has perdido,
incluyendo ésta. —Y señaló a un niño pequeño que retozaba en las olas. Tenía el pelo negro
como la brea y los ojos del verde más intenso.
Corineo tomó la mano del niño y los tres se sumergieron en las olas.
¿Y qué fue de Corineo entonces? Bueno, eso no puedo decírtelo, porque ningún mortal regresa
del mar. Sin embargo, los marineros cuentan historias de un reino brillante que yace muy, muy
por debajo del mar, hecho de conchas marinas, huesos de ballena y perlas. Se dice que Corineo
gobernó allí durante muchos, muchos años con su esposa la doncella del mar Morveren y su
hijo.
¿Y quién sabe? Tal vez siga gobernando allí...
—De The Kelpie

DOS SEMANAS MÁS TARDE...


Eve Dinwoody estaba sentada en la cama leyendo un libro sobre
escarabajos. No le interesaban especialmente los escarabajos, pero Val le
había regalado el libro hacía varios años y se sentía un poco nostálgica. Los
dibujos a mano de los insectos eran muy bonitos.
Suspiró al pasar otra página. El libro probablemente valía una fortuna.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Las velas junto a su cama parpadearon y cuando Eve levantó la vista,
Val estaba de pie a los pies de su cama.
Cerró lentamente el libro.
—Tengo que irme de Inglaterra, —dijo Val, con su mirada petulante
acentuada por su labio inferior, que tenía el doble de su tamaño normal.
Eve hizo una mueca de dolor. Val también tenía moretones
desvanecidos en ambas mejillas y un ojo estaba espectacularmente
ennegrecido. Al Duque de Wakefield realmente no le había gustado el
secuestro de su hermana.
—Has secuestrado a la hermana de un par, Val. Podría haber hecho que
te metieran en la cárcel o incluso que te colgaran. Creo que saliste bastante
bien parado con un destierro informal de Wakefield.
Val se tiró de mal humor a los pies de su cama, haciendo que todo se
estremeciera. —No podría haberme colgado, yo mismo soy un par. Eso no
se hace.
—Tampoco lo es el secuestro. —Ella suspiró—. ¿Por qué lo hiciste, Val?
Lady Phoebe es una de las damas más agradables que he conocido. Habrías
arruinado su vida.
—No era a ella a quien perseguía, —dijo Val, tocándose el labio—. Era
su hermano. No es mi culpa que esté tan encariñado con su hermana. —
Inclinó la cara hacia atrás, colgando la cabeza hacia abajo para mirarla -una
visión particularmente desconcertante, teniendo en cuenta el estado actual
de su rostro—. Y ya sabes por qué lo hice. No permito que nadie se cruce
conmigo y no sienta mi ira. Es una regla sencilla. La gente debería
cumplirla.
—¡Pero él ni siquiera sabía que te había enfadado!, —dijo ella
exasperada.
—Como he dicho, no es mi culpa. —Val sonaba aburrido ahora—. De
todos modos, el asunto ya ha terminado.
Ella lo miró con cautela. —¿Has terminado con el Duque de Wakefield
y su hermana?
—Ciertamente su hermana, —permitió Val—. Se fue a casar con ese
tipo de los dragones en Cornualles. —Levantó la mano en el aire—. No iré a
Cornualles por nada del mundo.
—¿Y el duque?
—Oh, él también, al menos por el momento. —Val suspiró y se levantó
ágilmente de la cama. No se movía como si hubiera sido golpeado hace
menos de quince días—. Pero no es por eso que estoy aquí, querida
hermana. Tengo que pedirte un favor.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
Eve se puso inmediatamente recelosa. El último favor que su hermano le
había pedido había resultado en el secuestro de Lady Phoebe. —¿Qué es?
—No parezcas tan asustada, Evie querida. Es algo muy sencillo. Algo
que incluso podrías disfrutar. —El hecho de que Val estuviera sonriendo
encantadoramente no le ayudó en absoluto a su argumento.
Val era más peligroso cuando era encantador.
—Sólo dime, Val, —dijo Eve.
—Hice una inversión hace un año en Harte's Folly, —dijo—. Quiero
que la supervises.
Eve parpadeó. —¿Supervisarla? ¿Cómo? ¿Y por qué yo?
—Sólo controlarás el dinero, asegurándote de que Harte lo gasta
correctamente. Sabes que te gustan los libros de contabilidad y todas esas
filas ordenadas de números.
Lamentablemente, eso era cierto. Eve había amado los números y su
estricta adherencia a las reglas desde que era una niña. —Pero...
—En cuanto a por qué te lo he pedido, es porque eres mi hermana y la
única en la que confío en el mundo, —dijo Val con sencillez y bastante
desarmante—. Eso y que prefiero que mis hombres de negocios no sepan de
este emprendimiento en particular.
—¿Por qué? ¿Es ilegal?
—¡Siempre tan desconfiada!, —contestó—. Me preguntaría de dónde lo
has sacado, si no lo supiera perfectamente.
—Val...
Él estaba de repente frente a ella, tomando sus manos, lo que para Val
significaba que esto era bastante importante.
Casi nunca tocaba a otras personas.
—Te necesito, Eve, —dijo, mirándola a los ojos—. ¿Puedes hacer esto
por mí? Por favor.
Realmente, había sido inevitable desde que él había aparecido en su
habitación.
—Sí.

MIENTRAS TANTO EN CORNUALLES...


—No sé, —dijo Phoebe mientras se dejaba caer en la cama de una
manera muy poco femenina, con los brazos abiertos—, si fue tan buena
idea presentar a mi hermano a tu padre.

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Amado Pícaro | Maiden Lane #8
—¿Por qué dices eso, mi querida esposa? —preguntó Trevillion.
Oh, a ella le gustaba que la llamara esposa con su voz profunda y ronca. Y
como sólo se habían casado esa mañana, todavía tenía un sonido
emocionantemente nuevo.
Gracias a Dios, sin embargo, que por fin había anochecido. El día había
estado lleno de emociones y celebraciones con toda su familia y toda la
familia de Trevillion, pero también había sido agotador. Habían decidido
casarse en Cornualles, en el pueblo cercano a la casa de la familia Trevillion,
que contaba con una pequeña y húmeda iglesia normanda. Todo el pueblo
había acudido a sus nupcias. Parecía que una boda ya era suficientemente
emocionante para los lugareños, pero la aparición de un duque y una
duquesa la convertía en un acontecimiento excepcional.
Lo que la llevó de vuelta al tema en cuestión.
—Encontré a Maximus en un rincón con tu padre hablando de caballos
después del desayuno de la boda, y Maximus tenía ese tono de voz que
significa que está haciendo planes, —dijo Phoebe con desaprobación.
—¿Qué tipo de planes? —preguntó Trevillion. De alguna manera, él se
había quitado casi toda la ropa, pues tenía el pecho desnudo cuando
comenzó a besarle el cuello.
Ella inclinó la cabeza para darle mejor acceso. —Planes para comprar
caballos a tu padre o invertir en la cría de caballos o alguna otra cosa
entrometida. Maximus siempre está tramando algo, ya sabes.
—Lo sé, —respondió su nuevo esposo mientras comenzaba a desatar su
vestido de novia—. Pero creo que ya me he cansado de hablar de Maximus.
Debe haber algo que podamos hacer en nuestra noche de bodas.
—¿Tú crees?, —preguntó ella inocentemente—. Supongo que
podríamos ir a caminar por los páramos...
—Phoebe...
—O cabalgar por la playa, o cepillar uno de los caballos...
Su boca cubrió la de ella, cortando sus tontas sugerencias, lo cual,
técnicamente, era hacer trampa, pero a Phoebe no le importaba en absoluto
en ese momento.
Amaba los besos de Trevillion.
Él le lamió la boca, explorando suavemente, sujetando su barbilla con la
mano mientras inclinaba su cabeza sobre la de ella.
Ella jadeó y abrió más la boca, recorriendo su labio inferior con la
lengua.

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Él se retiró y ella notó que su respiración se había acelerado. Acomodó
su gran cuerpo sobre el de ella y preguntó: —¿Es usted feliz, señora
Trevillion?
—Lo soy, —susurró ella.
—¿Aunque no tenga un castillo dorado ni decenas de sirvientes?
—Tú, —dijo ella, acunando su cara entre las manos—, tienes un padre y
una hermana cariñosos, una sobrina a la que adoro y la cantidad justa de
sirvientes. En cuanto al dorado... bueno, es un desperdicio para mí, ¿no
crees? Preferiría tener páramos y el viento del océano, y caballos para
montar. Y a usted, Sr. Trevillion. Cambiaría castillos dorados cualquier día
por pasar mi vida contigo.
Pudo oírlo tragar saliva, y entonces su cara estaba contra la de ella, con
su propia humedad. —Soy tan afortunado de que me quieras, mi Phoebe,
como mi esposa y mi amor. Has traído el sol a mi solitaria y gris vida.
—Ya no es más solitaria, —susurró ella.
Y entonces lo besó.

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