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Capítulo 1

Inglaterra, 1214

Rodeadas de cofres de madera llenos con los artículos de la dote, dos jóvenes
mujeres se enfrentaron la una a la otra en el dormitorio que compartieron una
vez. Una de ellas era de pelo oscuro y vestía en suave lana marrón. La otra, rubia y
encantadora, llevaba su mejor vestido de seda verde, ya que era el día de su boda.
─No tienes que casarte con él, Mavis ─dijo Tamsin a su querida prima. ─Lo que
sea que tu padre te dijera, o con lo que sea que te haya amenazado, tienes el
derecho de negarte. Ni él, ni la iglesia, ni la ley pueden forzarte a casarte en contra
de tu voluntad. Rheged y yo estaremos encantados de ofrecerte santuario o
llevarte a cualquier parte...
─No, por favor, eso no será necesario ─interrumpió Mavis, sonriendo mientras
sacudía la cabeza. Tamsin no había estado en el solar cuando su padre había
propuesto el matrimonio entre su hija y Sir Roland de Dunborough. Porque ella
tenía que hacerlo, Mavis habló con confianza. ─Di mi consentimiento para
casarme libremente, Tamsin y me complació hacerlo. Creo que te equivocas con
Sir Roland. Sé cómo eran su padre y su hermano, pero él no es así.
─¿Cómo puedes estar segura? ─preguntó Tamsin. ─Solo acabas de conocerlo.
─Cuando estábamos en el solar con mi padre, Sir Roland me preguntó si me
casaría con él. Me dio la opción, Tamsin y estoy segura de que me habría liberado
de cualquier acuerdo que mi padre hubiera hecho si lo hubiera solicitado. Más que
eso, no me miraba como un mercader que se pregunta si ha hecho un buen trato,
o con triunfo, como si hubiera ganado un premio. Estaba casi... ansioso.
─¿Ansioso? ─preguntó Tamsin con cautela. ─¿Sir Roland?
─Lo que sea que uno elija llamarlo, vi algo que me hace estar segura de que no
es como cualquier otro hombre que haya conocido y que podemos ser felices. Oh,
Tamsin, me doy cuenta de que para la mayoría de la gente parece duro, frío y
arrogante, pero cuando estábamos en el solar de Padre, no era arrogante ni
presumido. Era amable, incluso afable, muy diferente de la forma en que es en el
salón y muy diferente de su padre y su hermano.
─¿Alguna vez has estado a solas con él?
Mavis no pudo encontrar la inquebrantable mirada de su prima.
─No, nunca hemos estado solos.
Eso no era precisamente cierto, pero la única vez que había estado a solas con
Roland, él no la había visto. Había estado en el establo, hablando con su caballo en
voz baja y calmada y ella había estado escondida.
Nunca le había contado a nadie acerca de aquella madrugada cuando se había
estado preparando para huir en vez de casarse por orden de su padre. Ese
recuerdo era una cosa dulce, un secreto que solo ella conocía y no quería
compartirlo. Tampoco pensaría que Sir Roland estuviera complacido si supiera que
le había dicho a alguien que hablaba con su caballo.
Tamsin tomó las manos de su prima entre las suyas y las sujetó con fuerza
mientras su mirada buscaba en el rostro de Mavis.
─Te encontraste con el padre de Roland dos veces y con su hermano mayor
solo una vez y aquí, donde ellos actuaban con lo que pasaba como su mejor
comportamiento. Mi marido ha pasado tiempo en su castillo. Los conoce mejor,
Mavis y me dijo lo cruel que Sir Blane era con todos, incluyendo a sus hijos. Se reía
cuando Broderick y Gerrard se burlaban de Roland y lo llamaban por una gran
cantidad de nombres terribles cuando él no tomaba represalias.
─Pero no tomó represalias.
─Por eso Rheged lo considera el mejor de la familia. Pero también puede
pelear. Rheged lo vio en una pelea cuerpo a cuerpo y mientras su hermano
gemelo luchaba audazmente, casi con alegría, Roland lucha para ganar.
─Seguramente no hay nada malo en eso.
─No en la batalla, supongo. Sin embargo, hay más que considerar. Sir Blane
alentó abiertamente las rivalidades entre sus hijos y su animosidad. Ni siquiera
dijo cuál de los gemelos, Roland o Gerrard, nació primero. De esa manera nunca
sabrían quién tendría derecho a heredar si algo le ocurriera a Broderick ─Tamsin
miró hacia abajo un momento antes de continuar, obviamente aún consternada
por lo que había hecho, incluso aunque había actuado para salvar al hombre al
que amaba. ─Como ocurrió.
─Sin embargo, alguien tiene que haberlo sabido ─pprotestó Mavis y, con
suerte, alejando los pensamientos de su prima de la muerte de Broderick. ─Un
secreto como ese no podría ser guardado en una gran casa.
─En esa se podría, porque su madre murió en el parto y la comadrona rodó por
los escalones después de atenderla. Murió al rompérsele el cuello. Algunos dicen
que Sir Blane la mató solo para mantener el secreto y hay muchos que lo creen.
Incluso si fue un accidente, si la gente puede creer tal rumor, ¿qué te dice eso de
la familia?
Mavis liberó sus manos.
─Siempre hay rumores sobre los nobles y soy bien consciente de que Sir Blane
podía ser cruel.
─Cruel y lujurioso. Viste por ti misma cómo Sir Blane y Broderick trataban a las
mujeres. ¿Y si Roland es igual?
Mavis se sonrojó, porque había más que visto cómo Sir Blane y Broderick
trataban a las mujeres. El recuerdo de las amenazas lascivas y obscenas de
Broderick era fresco y la mención solo de su nombre era suficiente para llenarla de
repugnancia. Sin embargo, se aferró a su primera impresión de su hermano
Roland.
─Estoy segura de que Roland es un hombre mejor que su padre y sus
hermanos. Te enamoraste de tu marido rápidamente, ¿no? Justo como pensaste
que podrías ser feliz con Rheged poco después de conocerlo, creo que puedo ser
feliz con Roland. De lo contrario, me habría negado al compromiso, sin importar lo
que mi padre ordenara, o cualquier amenaza que hiciera.
─Entonces supongo que tengo que confiar en tu juicio ─dijo Tamsin con una
pequeña sonrisa torcida, aunque triste, ─pero si...
Un furioso golpeteo sacudió la puerta de la habitación.
─¡Mi lady! ─llamó el joven Charlie al otro lado. ─¡La están esperando en la
capilla!
─¡Ya vamos! ─respondió Tamsin antes de abrazar a su prima apresuradamente.
─Prométeme que, si te equivocas con Roland, si te hace infeliz o te hace daño de
alguna manera, vendrás a nosotros en Cwm Bron. No habrá recriminaciones, ni
censuras, ni mías ni de nadie más.
─Lo haré ─prometió Mavis, diciéndose a sí misma que tenía razón acerca de Sir
Roland de Dunborough, así que no habría necesidad.

***

Sir Roland permanecía erguido como una lanza mientras esperaba a su


prometida en la capilla del Castillo DeLac. Mantenía su expresión estoica e
impasible, aunque nunca había estado tan ansioso en su vida. Podía creer
demasiado fácilmente que la novia podría no aparecer. Después de todo, era hijo
de su padre y solo eso sería suficiente para asustar a una mujer, incluso si ella
había estado de acuerdo cuando el matrimonio había sido propuesto por primera
vez.
De hecho, había más que medio esperado su rechazo. Sin embargo, ella había
aceptado fácilmente y, aún más sorprendente, lo había mirado no como si
considerara solo su título y su riqueza, sino como si quisiera ser su amiga.
Nunca en toda su vida nadie, varón o mujer, había buscado su amistad.
Tampoco él había buscado la de nadie, no desde que era un niño pequeño. Había
aprendido tempranamente que buscar afecto de cualquier criatura era abrirse a la
pérdida y al dolor y podría causar sufrimiento con el propósito de su afecto. Había
encontrado y cuidado a un gatito blanco y negro enfermo hasta que estuvo sano,
manteniéndolo escondido en el granero, hasta que Broderick había encontrado y
atormentado a la pobre cosa. Había rogado a su hermano mayor que se detuviera,
que dejara a Sombra solo. Broderick había respondido golpeando a Roland hasta
que su nariz sangró y su ojo se hinchó hasta cerrarse. Sombra había huido del
granero y nunca más había vuelto de nuevo.
Después de eso, nunca había mostrado pública y visiblemente ningún afecto
por ninguna persona o animal. Ni siquiera había hablado con los muchachos de la
aldea, o con los hijos de los sirvientes, para que no sufrieran también.
Las bromas y las burlas de Gerrard dolían peor que cualquier paliza y se
dilataban más. "¿El pequeño bebé va a llorar?", había dicho entonces y muchas
veces después. “¿Rolly va a sollozar como una niña? ¡Mejor tráiganle un vestido!”
Y había habido más. "Ninguna mujer de ningún valor querrá jamás un palo frío
como tú. Ninguna mujer te querrá nunca a menos que se le pague. No tienes
ingenio, ni encanto, nada para recomendarle a nadie, excepto la riqueza y el título
de nuestro padre.”
Ahora casi sonrió, imaginando la sorpresa de Gerrard cuando regresara a
Dunborough con su hermosa novia, especialmente si una mujer de tal valor lo
quería por más que la riqueza o el poder. Eso sería realmente un triunfo y el
cumplimiento de un sueño que apenas se había permitido albergar.
─¿Qué es lo que demora a la muchacha? ─masculló Lord DeLac, apoyando su
voluminoso cuerpo contra Roland y apestando a vino. Ni siquiera su costosa y
larga túnica azul y el cinturón de oro atado que se apostaba debajo de su vientre,
o la igualmente gruesa cadena de oro alrededor de su cuello, podían esconder la
tosca naturaleza del hombre.
Sin duda la dama se alegraría de estar fuera de casa de su padre y era tentador
pensar en sí mismo como un héroe de una balada que había venido a salvar a una
preciosa damisela de un monstruo.
─¡Mujeres! ─gruñó DeLac, un ceño fruncido arrugando su rostro ancho y
barbudo. ─Molestias, la mayoría de ellas.
─¿Incluso su propia hija, mi lord?
─Bueno, ella es una mujer, ¿no?
Sí, era una mujer, pensó Roland mientras escaneaba la capilla sin mover su
cabeza. Aunque se había convocado apresuradamente, dado que había pasado
menos de una semana desde que había llegado y el matrimonio se había
acordado, había el habitual surtido de invitados que uno podría esperar en la
unión de dos familias poderosas, incluyendo a los nobles y los colados que
vendrían a cualquier fiesta. También entre ellos estarían aquellos que querían ser
notados y aquellos que serían advertidos sin importar su posición, como Sir
Rheged de Cwm Bron, el marido de la prima de su prometida. Pocos hombres eran
tan altos como Roland, pero él lo era. Menos hombres usaban su cabello hasta los
hombros, como lo hacían ambos. Menos aún eran galés, o tenían esa aura de
poder y dominio que Rheged poseía. Tal hombre podría ser un aliado valioso, o un
enemigo peligroso.
Nadie de la familia o el hogar de Roland estaba allí, por supuesto. Incluso si
hubiera querido que su hermano gemelo asistiera, no habría habido tiempo
suficiente.
Su mirada se dirigió a Sir Rheged de nuevo.
Recordó muy bien las proezas de Sir Rheged en los torneos. Nadie había estado
más encantado que él cuando Rheged derrotó a su jactancioso y fanfarrón
hermano mayor y nadie se sintió más agradecido que la esposa de Rheged, ese
delgado pedacito de mujer hubiera librado al mundo de Broderick. Después de
que Broderick hubiera atacado y matado a un anciano de manera vergonzosa,
había luchado entonces y casi matado a Rheged, a pesar de que el hombre estaba
tan enfermo que apenas podía pararse. Tamsin lo había matado en la lucha por
salvar a su marido herido.
Rheged le había hablado seguramente de él a Mavis. Tal vez también le debía a
Rheged su buena opinión.
─Si tengo que enviar a alguien para que vaya a buscarla de nuevo ─murmuró su
padre, ─¡lo lamentará!
─Si alguien necesita ir a buscarla, iré yo ─dijo Roland. Y si descubría que había
cambiado de opinión, dejaría DeLac inmediatamente.
Afortunadamente y para su inmenso alivio, el sonido de la muchedumbre de
aldeanos, soldados y sirvientes reunidos afuera en el patio comenzó a hacerse más
fuerte, como el rugido apagado de las olas del océano a lo lejos. Todos en la capilla
se volvieron expectantes hacia las puertas abiertas y ahí estaba Mavis, su velo
blanco no cubría su pelo dorado que brillaba bajo la luz del sol de otoño, una
sonrisa en su hermoso rostro.
Un anhelo feroz que era algo más que lujuria lo embargó mientras su
prometida caminaba hacia él con pasos lentos y deliberados, su cabeza en alto,
una sonrisa en sus deliciosos labios, sus brillantes y resplandecientes ojos azules
sosteniendo los suyos. La amistad, tal como lo deseaba, de repente parecía una
cosa débil y endeble en comparación con lo que su sonrisa prometía.
─Gracias a Dios ─dijo Lord DeLac en voz baja.
Roland no respondió. Su felicidad había disminuido, porque vio que, a pesar de
su sonrisa, los labios de su prometida temblaban, haciéndole temer que no
estuviera tan confiada y feliz como estaba tratando de parecer.
Probablemente así era con cada novia, se dijo a sí mismo y dada su familia,
seguramente se esperaría algo de temor. Una vez que estuvieran casados, sin
embargo, haría todo lo posible para hacerle ver que no era como el resto de su
familia. Era el obediente y honorable hijo de Sir Blane de Dunborough, no el cruel
y codicioso Broderick o un derrochador como Gerrard.
Uniéndose a ellos en el altar, Mavis se colocó entre Roland y su padre mientras
el Padre Bryan aparecía de la sacristía y comenzaba a bendecir su unión.
Roland apenas respiró durante toda la ceremonia. Temía que alguien se
opondría de repente o Gerrard irrumpiera por las puertas. Misericordiosamente
no ocurrió nada extraño antes de que pusiera el anillo en el dedo de la novia y el
sacerdote hablara de sellar sus votos, luego lo miró expectante.
El beso. Se suponía que debía besar a su prometida.
Ninguna mujer de ningún valor querrá jamás un palo frío como tú.
Roland no era novato, ni un muchacho a punto de besar a una muchacha por
primera vez. Había estado con mujeres, aunque solo cuando los impulsos
naturales amenazaban con distraerlo de sus deberes e incluso entonces, el
acoplamiento había sido una simple transacción, dinero por el servicio prestado.
Esta era su esposa. Su hermosa y deseable esposa, quien podría poner a los
dioses celosos y dejar de lado a Gerrard y -lo mejor de todo- quien había aceptado
el matrimonio.
Tomó a Mavis en sus brazos y la besó y no fue un beso público y superficial. Era
un beso para demostrarles a todos -incluyendo a Mavis- que sabía cómo amar a
una mujer.
Hasta que ella deslizó sus brazos alrededor de él y separó sus labios.
Emocionado, excitado, olvidó todo excepto ella y profundizó el beso. La habría
seguido besando si Lord DeLac no se hubiera aclarado la garganta ruidosamente y
murmurado que estaba hambriento.
Roland se echó hacia atrás y se alegró aún más cuando vio que, aunque Mavis
se sonrojaba con una apropiada modestia virginal, miró hacia el suelo, había una
pequeña sonrisa jugando en sus labios que le hacía desear que el banquete de la
boda terminara, para que pudieran estar solos.
Y en la cama nupcial.

***

Mavis apenas podía mirar a nadie a los ojos mientras salía de la capilla, ni
siquiera a Tamsin. Había sabido que habría un beso al final de la ceremonia, ni que
Roland hubiera sido el primero. Unos pocos audaces jóvenes nobles la habían
acorralado en las sombras en los banquetes y habían puesto sus labios sobre los
de ella.
Esos besos habían sido casi infantiles, como un juego. El beso de Roland fue
completa y maravillosamente diferente. Nunca había sentido nada parecido al
torrente de ardiente necesidad que parecía saltar de sus labios a los suyos, ni
siquiera en sus fantasías. No había estado completamente preparada para la
realidad del abrazo de Roland y su propia respuesta apasionada, o la forma en que
el deseo persistía después de que la dejara ir.
Hasta que su padre pasó por delante de ellos para dirigir el camino hacia el
salón.
Juntos, ella y Roland entraron en la habitación más grande decorada con
manteles blancos en las mesas, juncos frescos en los pisos y velas nuevas en los
soportes y sobre las mesas. Guirnaldas de hoja perenne colgaban de los
candelabros, hechas por Tamsin, sin duda. Su aroma llenó el aire, junto con el de
la comida que venía de la cocina.
─¿Dónde está el vino? ─demandó su padre.
Un sirviente se apresuró a avanzar con una copa y su padre ni siquiera pudo
esperar para que el Padre Bryan dijera la bendición antes de vaciar el contenido de
un trago. Su amén fue más como un eructo.
El resto de los invitados, claramente despreocupados por otros pensamientos
que no fueran la comida, la compañía y el entretenimiento que vendría, comían y
bebían con gusto, arrojando huesos y trozos de carne a los sabuesos que vagaban
entre las mesas. Los sirvientes se mantenían ocupados trayendo más cerveza y
vino, junto con sopas, carne asada, estofado y pan, pasteles y dulces. Por más
avaro que pudiera ser su padre, no ahorró ningún gasto en lo que se refería a la
comida y la bebida, o su dote, igualmente, para asegurar la alianza que ansiaba.
Sentado al lado suyo tan rígido como un soldado en un desfile, Roland comió
con moderación y bebió menos. Apenas tocó las delicias que había preparado con
sus propias manos. Afortunadamente, sus modales eran impecables, una
agradable sorpresa, ya que su padre y su hermano mayor habían tenido
evidentemente carencias en ese asunto.
Por desgracia, Roland raramente habló. Ya había aprendido que no era un
hombre hablador, pero deseaba que dijera algo más que un simple sí o no en
respuesta a sus comentarios y preguntas, especialmente con Tamsin y Rheged
mirando.
Porque lo estaban haciendo y también porque otros invitados ocasionalmente
echaban un vistazo en su dirección, no hizo ningún signo de que estuviera en
absoluto perturbada. Mantuvo una serie de observaciones sobre los invitados, la
cosecha, el comercio, el clima, cualquier cosa en la que pudiera pensar. Se consoló
con el hecho de que, si bien Roland no respondía, al menos no la hizo callar.
Su padre no le prestó atención en absoluto, su atención centrada en la comida
y especialmente en el vino.
Al fin la comida estaba terminada. Más o menos al mismo tiempo su padre
empezó a dormitar en su silla, a pesar de la presencia de los invitados y de su
nuevo yerno. Miró a su marido, pero si notó el estado de su padre,
misericordiosamente no mostró ningún signo de ello.
Hizo un gesto subrepticiamente a Denly, uno de los sirvientes más antiguos de
la casa, para que se acercara.
─Trae a dos de los hombres para que acompañen a mi padre a su dormitorio
─dijo en voz baja. ─Y es hora del entretenimiento, por lo que las mesas deben ser
limpiadas y removidas.
Denly asintió y se apresuró a llamar a Arnhelm y Verdan, dos soldados que
habían servido en la casa de una manera u otra desde su infancia, mientras un
trovador de cabellos rizados y una delicada barbilla comenzaba una alegre
melodía. Una vez que fue despejado un espacio abierto para el baile, varias
parejas se movieron para tomar sus lugares uno frente al otro.
Mavis se volvió expectante hacia su esposo.
─¿Bailarías conmigo, Roland?
─Lo lamento, mi lady, no bailo ─respondió seriamente, su expresión
inescrutable. ─Puedes bailar si lo deseas.
─No, está bien ─le aseguró, aunque su dedo empezó a repiquetear al ritmo de
la música. Siempre había disfrutado bailar, pero ahora era una mujer casada, con
un marido al que complacer y lo complacería, porque si los sentimientos
inspirados por ese beso eran algo por lo que juzgar, él también la complacería.
─¿Quizá preferirías retirarte, mi lord?
Se volvió hacia ella con una expresión en sus ojos oscuros que hizo que su
corazón se acelerara.
─De hecho, lo haría ─dijo mientras se levantaba y le tendía su mano para
ayudarla a levantarse. En el momento en que la tomó, pudo sentir su fuerza.
Excitación y anticipación comenzó a surgir dentro de ella.
Cada cabeza giró en su dirección. De repente, sin previo aviso, sin decir una
palabra, la tomó en sus brazos y se dirigió hacia las escaleras, como si ella fuera
una de las Sabinas 1 y él un antiguo guerrero romano que la reclamaba para sí
mismo.
Suspiros, susurros y unas cuantas risitas la siguieron, pero a ella no le importó.
Tampoco tenía miedo. Había visto al hombre gentil que residía bajo el aspecto de
aquel severo guerrero y todo en lo que podía pensar era en la noche que se
acercaba y la promesa de la alcoba.
Así que arrojó sus brazos alrededor de su cuello y apoyó la cabeza sobre su
hombro. Ninguno de los dos habló, ni siquiera cuando subió las escaleras de dos
en dos, o abrió la puerta de su alcoba con el hombro y la llevó a través del umbral
a la habitación débilmente iluminada con una vela. La dejó despacio en medio de
las cajas y cofres que estaban listos para su viaje de mañana.
Todavía sin hablar, la atrajo a sus brazos y la besó como si hubiera esperado
largos años para sostenerla en sus brazos y su ardor ya no pudiera ser contenido
por mucho más tiempo.
Su cuerpo pareció derretirse por la necesidad e, inclinándose hacia él, se
entregó al anhelo que la recorría.
Su mano se deslizó hacia arriba por su cuerpo, hacia su pecho, acunándolo
suavemente, luego amasándolo, la acción desconocida y sorprendentemente
excitante y oh, tan diferente de aquellas otras manos torpes que intentaron
tocarla ahí una o dos veces.
Su necesidad aumentó aún más cuando empezó a desatar el nudo del lazo de
su vestido y, lográndolo, deslizó su mano en su corpiño. Las yemas de sus dedos
rozaron a través de su tenso pezón y una inundación repentina de ardiente anhelo
la recorrió, luego hacia abajo, hacia donde la sangre empezaba a palpitar.

1
Sabinas: Mujeres de la Tribu de los Sabinos. Se refiere a un episodio mitológico que describe el secuestro de mujeres de la Tribu de
los Sabinos por los fundadores de Roma, ya que en la Roma de esos tiempos había muy pocas mujeres.
Debía hacer algo, también. Rompiendo el beso, levantó su mano y la expresión
de él se convirtió en asombro mientras le besaba las yemas de los dedos una por
una. Luego, alcanzó el nudo en el cuello de su túnica oscura, desatándolo
rápidamente para poder tirar de la túnica y la camisa debajo sobre su cabeza para
revelar su torso desnudo.
Pasó los dedos por las crestas levantadas de varias cicatrices.
─Has tenido tantas heridas ─murmuró con temor y piedad también. ─¿Has
estado en muchas batallas?
─La mayoría no eran del tipo al que te refieres ─respondió, su voz ronca.
Se inclinó para presionar sus labios sobre la cicatriz más cercana a su hombro.
─Torneos y entrenamiento, también, supongo.
─Algunos ─jadeó, empujando su vestido y el camisón más hacia abajo,
exponiendo sus hombros desnudos.
Había un centenar de otras cosas que quería preguntar, para saber acerca de
este hombre con el que se había casado, pero cuando sus labios rozaron la curva
desnuda y redondeada de su hombro, se olvidó de ellas. Todo lo que quería ahora
era más de sus labios y su tacto. Con un valor audaz, empujó su vestido y el
camisón más abajo, saliendo de ellos para pararse frente a él tan desnuda como
Eva en el jardín. Tiró de las cintas de su pelo, dejándolo caer alrededor de ella.
Nunca había visto tal mirada en los ojos de ningún hombre como la de Roland
mientras la contemplaba fijamente. Era más que admiración o lujuriosa
anticipación. Una vez más, vio la expresión que lo diferenciaba de todos los demás
hombres que había conocido nunca: una anhelante nostalgia que le dio vuelta el
corazón.
Alzando la mano, tomó la suya y lo condujo hacia la cama.
Ella era virgen y él era de una familia que no se hacía notar por la gentileza,
aun así, todavía no sentía ningún miedo cuando se subió a la cama y le tendió los
brazos.
Rápidamente se quitó las botas y ahora la nostalgia había desaparecido,
reemplazada por un ardiente deseo que igualaba el suyo propio.
Se dio la vuelta cuando empezó a quitarse los pantalones. Lo había visto medio
desnudo. Verlo completamente desnudo parecía... indecoroso.
Apagó la vela y la habitación se oscureció. Entonces la cama crujió cuando
Roland subió a su lado.
Empezó a acariciarle el cabello.
─No te haré daño, Mavis ─susurró con la misma voz suave y dulce que había
usado la primera vez que lo había oído en el establo cuando estaba hablando con
su caballo. Había estado fascinada por ella entonces y estaba fascinada, y
apaciguada por ella ahora. Ningún hombre que había conocido antes había sonado
así, como si su garganta estuviera hecha de miel.
Relajada, permaneció inmóvil mientras su mano se movía hacia su mejilla,
hacia abajo por su mandíbula y garganta, hacia su hombro, su brazo, su cadera, su
muslo y de vuelta otra vez, el movimiento provocativo y tan seductor como su voz,
la punta de sus dedos apenas rozando su piel caliente.
Sentía el impulso de hacer lo mismo con él, comenzando por su cabello que se
rizaba sobre sus hombros, hacia la fuerte mandíbula y la garganta, sus poderosos
hombros, el brazo musculoso, la cintura delgada y la longitud de su muslo.
Él se movió solo un poco más cerca. Su mano rozó sobre su pecho y a través de
su vientre. Más abajo. Y aún más abajo.
Mordiéndose el labio, deslizó su mano sobre su pecho, dándose cuenta con
cierta sorpresa de que los pezones de él también estaban tensos. Tal vez su
atención allí podría ser tan excitante para él.
Bajó su cabeza para mover la lengua sobre su pecho y él gimió suavemente,
demostrando que también disfrutaba de eso. Ansiosa por aprender más, presionó
todo su cuerpo contra el de él y lo besó profundamente. Sí, estaba tan excitado
como ella.
Él continuó besándola y acariciándola hasta que estaba tan llena de necesidad,
que estaba lista para rogarle que la tomara.
No tuvo que hacerlo, porque justo cuando la excitante anticipación se volvió
casi insoportable, él la colocó debajo suyo y luego, con lentitud casi agonizante,
empujó dentro de ella.
Había sabido que habría dolor y lo hubo... una punzada, rápidamente olvidada,
mientras empezaba a empujar dentro de ella. Cada movimiento aumentaba su
anhelo y excitación. Le hacía sentir como si estuviera buscando algún reino
desconocido de placer y pasión... buscando... buscando...
De repente, abruptamente, tan sorprendente como caer de un acantilado que
no había visto, estaba allí, un lugar donde solo existía la sensación y todo lo demás
desaparecía. Gritó, su cuerpo arqueándose con la palpitante liberación, una
sensación tan poderosa que sólo cuando el impulso disminuyó y Roland apoyó su
cabeza sobre sus pechos recordó que él había gemido casi al mismo momento.
Jadeando, se alejó de ella y se tumbó sobre su espalda mientras Mavis buscaba
las cubiertas que habían sido pateadas o empujadas y las atraía sobre sus cuerpos
desnudos. Sorprendida, encantada, aliviada y feliz, se quedó quieta un rato, luego
se preguntó qué se esperaba de ella ahora. ¿Hablar? ¿Permanecer en silencio y
esperar a que él dijera algo? ¿Darse la vuelta y dormirse, o intentarlo?
─¿Roland? ─dijo suavemente.
Su única respuesta fue su respiración lenta y uniforme. El novio se había
quedado dormido.

***

¿Qué era ese sonido? Roland se preguntó vagamente cuando comenzaba a


despertar.
Abriendo sus ojos, se dio cuenta enseguida de que no estaba en Dunborough.
Su habitación allí era más grande que esta y más estéril. En su casa no había velas
en su mesita de noche, ni cofres de ropa salvo el... y ninguna hermosa mujer
envuelta en un manto de pie en la ventana mirando hacia el amanecer del cielo.
Mavis. Su esposa. La mujer que lo había amado con tal pasión, tal excitación,
aunque apenas se habían conocido. Quien se entregó tan libremente, a pesar de
cómo este matrimonio se había dado.
No había venido aquí esperando encontrar una prometida. Había venido aquí a
decirle a Lord DeLac que cualquier plan para una alianza entre sus dos familias
había muerto con su padre y su hermano. Había estado a punto de rechazar la
propuesta de DeLac de que se casara con la hija del hombre en su lugar.
Y entonces Mavis había entrado en el solar.
En el momento en que la había visto, había querido tenerla como su esposa
más de lo que había deseado ninguna cosa en su vida, incluyendo la herencia de
su familia.
Sonriendo, estaba a punto de levantarse de la cama cuando captó de nuevo
ese extraño sonido, una especie de jadeo. Era Mavis y ahora advirtió que sus
hombros temblaban.
Estaba llorando.
El repentino impacto afilado de la comprensión fue peor que un golpe de un
mazo o una espada. Peor que cualquier cosa que hubiera sentido antes. Peor que
las palizas que había soportado en las manos de su padre y de su hermano mayor.
Peor que lo más malo del tormento burlón de Gerrard.
Ninguna mujer te querrá a menos que se le pague. No tienes ingenio, ningún
encanto, nada que recomendarles excepto la riqueza y el título de nuestro padre.
¿La riqueza y el título y una alianza que su padre tan claramente deseaba,
ahora comprada con la virginidad de su hija?
Era un tonto. Un simplón, como el muchacho campesino más inexperto que
llega a una ciudad desconocida. ¿A pesar de sus rubores y sonrisas, debió haber
sido obligada a casarse con él, o por qué otra cosa estaría llorando? Vergüenza y
humillación, calientes, fuertes y agonizantes, le arrancaron su alegría y esperanza.
Hace mucho tiempo atrás había aprendido a esconder su dolor. Para
enmascarar su vergüenza. Para fingir que no sentía nada, que nada podía tocarlo y
herirlo y haría eso de nuevo. Pero primero, tenía que alejarse de ella, como una
bestia herida va a su territorio para cuidar de sus heridas en privado.
Levantándose de la cama, tiró de sus pantalones, luego se sentó y se calzó sus
botas.
─¿Dormiste bien, Roland? ─preguntó.
Miró hacia arriba para verla mirándolo, sus ojos rojos en los bordes e
hinchados por el llanto, pero una sonrisa brillante y falsa en sus labios.
Incluso ahora y a pesar de las lágrimas, quería creer que lo había elegido solo
por lo que él era.
¡Tonto!
Si había sido coaccionada o amenazada, no lo había sabido y había sido hecho
sin su consentimiento. Pero la boda había terminado y se había consumado. Él y
Mavis estaban unidos el uno al otro por la iglesia y la ley y nada podía hacerse.
Su matrimonio todavía significaba una alianza valiosa y una dote considerable,
aunque su suegro fuera un borracho idiota que probablemente nunca atendería
una llamada de ayuda. Y Mavis era también la única hija de Simon DeLac, por lo
que ganaría más cuando el hombre muriera, mientras que DeLac tenía al poderoso
aliado en el norte que quería.
Roland tomó su camisa y se la puso sobre la cabeza.
─Espero que puedas estar lista para viajar tan pronto como hayas roto el ayuno
─dijo, hablando como lo haría con cualquier subalterno.
─Sí, creo que sí.
─Eso espero ─respondió. Se puso la túnica y la apretó alrededor de su cintura
con el cinturón de su espada.
Ella no se había movido, pero cuando levantó sus ojos otra vez, notó que sus
pies estaban descalzos. Sus tobillos también.
¿Estaba desnuda bajo esa manta?
Deseo, caliente y fuerte y vital, surgió a través de él. Recuerdos de la noche
que habían compartido se elevaron, vívidos y excitantes.
No debía traicionar esta debilidad, porque eso le daría un agarre sobre él y el
poder de avergonzarlo y humillarlo. Tenía que ignorar los sentimientos que ella
despertaba. Tenía que poner distancia entre ellos. Debía ser siempre solo y una
mera mujer que dirigiría su hogar y a veces compartiría su cama cuando la
necesidad fuera demasiado fuerte para ignorarla.
Con la mano en el pestillo, habló sin mirarla.
─Ya que la consumación necesaria ha ocurrido, te dejaré la opción a ti, mi lady,
de invitarme a tu cama en el futuro. De lo contrario, te dejaré en paz.
Capítulo 2

Después de que Roland se hubiera marchado, Mavis fue a la cama y se sentó


pesadamente. Un nudo se formó en su garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas,
solo que esta vez no era porque estaba dejando la única casa que siempre había
conocido y la prima que amaba como a una hermana.
¿Qué le había sucedido a Roland? ¿A dónde se había ido el amable y gentil
amante?
No podía pensar en nada que hubiera hecho para enfadarlo o molestarlo... a
menos que sintiera que había hablado demasiado anoche. O tal vez el
comportamiento de su padre lo había perturbado.
Podría ser que, a pesar de su creencia de lo contrario, él hubiera visto este
matrimonio solo como un trato con su padre. Había hecho lo que era necesario
para consumar el matrimonio y preocupado por ella no más que eso.
En cuanto a la manera tierna y amable con que la había amado, quizás eso fue
solo porque había sido virgen.
Tal vez la había encontrado deficiente en su cama.
No sabía nada sobre el placer de un hombre. Aunque su noche de bodas había
sido extraordinaria para ella, tal vez no había sido ni de cerca tan maravillosa para
un hombre con experiencia. Dadas las características apuestas de su marido y el
poderoso cuerpo, seguramente no era su primera mujer.
Luego, otra explicación más terrible le vino a la mente. Había oído que había
hombres que, habiendo tomado el placer de una virgen, perdían todo interés.
No, eso no podía ser así con Roland. Habría visto algún indicio de que era solo
su cuerpo lo que quería. Había conocido ese tipo de lujuria a menudo suficiente
antes, incluso de su hermano mayor y sin duda lo habría reconocido.
Miró la cama y notó el pequeño punto de sangre en la sábana. Sin embargo,
otra explicación saltó en su mente, una mucho más en acuerdo con su percepción
del hombre en el solar. Si pensaba que la había herido, podría estar enojado
consigo mismo, no con ella y eso también explicaría sus palabras de despedida.
A pesar de que estaba un poco dolorida, la experiencia no había sido más
dolorosa que tirar de una pestaña y debía encontrar una manera de decírselo, una
vez que estuvieran solos.
Y sabría, por cómo actuaría entonces, si se había casado con ella porque la
deseaba como esperaba fervientemente, o si veía el matrimonio solo como un
medio para hacer una alianza con su padre.

***

Poco tiempo después, Roland se paró en el patio con los brazos cruzados y su
peso sobre una pierna. Las carretas estaban cargadas con los artículos de la dote
de Mavis, el buey para tirarlas estaba en los ejes, su caballo y su yegua estaban
ensillados y listos y la comida de la mañana concluida. Las nubes se separaron para
revelar el sol, que comenzó a quemar el resto de las heladas en los adoquines. Una
ligera brisa sopló, lo suficiente para ondular su cabello y los banderines en las
paredes del castillo y enrojecer las narices de su escolta mientras ellos también
esperaban partir.
─Eres un hombre afortunado.
Roland se dio media vuelta y encontró a Rheged de Cwm Bron a su lado.
─Estoy de acuerdo ─dijo, encontrando la mirada del hombre firmemente,
manteniendo su voz serena.
─Mavis es una joven amable y dulce ─continuó Rheged. ─Mi esposa la quiere
como a una hermana y ambos queremos que Mavis sea feliz.
La voz profunda del hombre era genial, pero había una mirada en sus ojos que
le decía a Roland que esto era algo más que una plácida observación. Sin embargo,
respondió de la misma manera que antes.
─Como yo lo hago.
─Me alegra oírlo. De otro modo, estaríamos apenados.
Otra vez había más en el comentario del galés que solo las palabras. Pero el
juego de palabras e indirectas y las insinuaciones eran el lenguaje de los
tramposos y los engañadores y Roland no permitiría nada de eso.
─Si tienes algo importante que decirme, mi lord, habla claramente.
─Muy bien ─replicó Rheged. ─Tamsin me dice que le diste a Mavis la opción de
aceptar o no el compromiso y ella aceptó. Todo eso está bien. Pero Mavis es joven
en los caminos del mundo y ya ha tenido suficientes problemas con su padre, así
que espero que la trates con la amabilidad y el respeto que se merece.
El galés hablaba como si él fuera un bruto, no mejor que su padre o su
hermano mayor. Había esperado algo mejor de Rheged y se preguntaba qué
habría dicho el galés sobre él. Si Mavis hubiera sido obligada a aceptar el
matrimonio y el marido de su prima había dicho cosas despectivas de él, no era de
extrañar que hubiera estado llorando.
─Considerando que tú secuestraste a la mujer a la que has tomado por esposa
─dijo con un indicio de la ira que sentía, ─me parece que difícilmente estás en
posición de ofrecer a ningún hombre consejo sobre cómo tratar a una mujer.
Los ojos de Rheged se abrieron con irritación, pero su tono era todavía genial
cuando respondió.
─Entonces no lo consideres un consejo. Considéralo una advertencia. Si tú o tu
hermano la hieren de alguna manera, tendrás que responder ante mí.
─No me tomo amablemente las amenazas, mi lord, ni siquiera de los parientes
─le devolvió Roland.
La puerta del salón se abrió y Lord DeLac salió tambaleándose del vestíbulo,
apenas capaz de permanecer de pie. Llevaba la misma ropa que tenía el día
anterior, pero la túnica finamente tejida ahora estaba manchada con restos de
comida y vino y su barba estaba salpicada de migas. Su cabello estaba desaliñado,
la cara completamente roja y por el vino estaba claramente peor. De nuevo.
No obstante, por primera vez en sus interacciones, Roland se alegró de verlo,
porque su presencia silenció a Rheged. No se tomaba amablemente ser
amenazado y no quería llegar a los golpes, no en el patio de su suegro.
─¡Ah, Sir Roland! ─gritó Lord DeLac. ─¡Ahí estás! Es la hora de irse, ¿eh? ¡Ahora
que tienes la dote y a mi hija, te marchas!
Como si todo lo que hubiera querido hacer fuera concluir un trato. No cabía
duda de que así era como Lord DeLac pensaba sobre el matrimonio.
Roland tuvo que suprimir la tentación de ahogar al codicioso patán borracho
en el abrevadero de los caballos más cercano.
─¡Mavis! ─bramó DeLac, dando vueltas en un círculo y levantando la vista
como si esperara verla caminando sobre la muralla. ─¿Dónde estás, chica? ¡Tu
marido está esperando!
─¡Aquí, Padre! ─respondió Mavis, apareciendo en la entrada de la cocina y
corriendo hacia ellos con su prima a su lado.
Su bella y joven esposa llevaba un sencillo vestido de viaje marrón y estaba
envuelta en una gruesa capa marrón con un cuello de piel de conejo. Su atuendo
era casi el de una monja y su comportamiento el de una joven recientemente
virgen; totalmente diferente del lujurioso descaro en su cama la noche anterior.
Nunca había experimentado tan emocionante excitación, tal perfecta
satisfacción, en los brazos de ninguna mujer. Había estado seguro de que ella
sintió lo mismo, hasta que había visto esas devastadoras lágrimas.
Seguramente, se dijo a sí mismo, si se hubiera visto obligada a tomarlo como
su esposo, no habría estado tan dispuesta y licenciosa, pero ¿por qué, entonces,
había estado llorando? No podía pensar en nada que hubiera dicho o hecho de
otro modo para molestarla, excepto hacerle el amor, su excitante, virginal…
Había sido virgen. Sin duda había habido algún dolor, algo que aún no había
considerado y tal vez suficiente para causar sus lágrimas.
Mavis se detuvo sin aliento junto a su caballo y le dedicó una brillante sonrisa.
─Estoy lista ahora.
Su mirada buscó en su rostro mientras trataba de discernir si estaba
sinceramente feliz, o sólo fingiendo serlo.
Si ella estaba fingiendo, era muy buena en eso.
─¡Ya era hora, también! ─exclamó su padre. ─Llévatela, Roland y que ambos
tengan un viaje seguro. ¡Por la sangre de Dios, está congelado aquí afuera!
Con eso, Lord DeLac regresó rápidamente adentro sin ni siquiera una mirada
hacia atrás a su única hija. Mientras tanto, la esposa de Rheged se apresuró a
abrazar a Mavis y Rheged seguía contemplando a Roland con una mirada que
podría haber congelado la misma médula de los huesos de un hombre, si no fuera
otro que Roland. Había sido objeto de intimidación durante toda su vida y por
hombres más duros y crueles de lo que Rheged de Cwm Bron nunca podría ser.
─¡Vayan con Dios y que tengan un buen viaje! ─dijo Tamsin a Mavis
fervientemente. ─Nunca olvides que siempre serás bienvenida en Cwm Bron.
Mavis abrazó a su prima con fuerza.
─Lo recordaré.
─Ven, mi lady, vamos ─dijo Roland, moviéndose para ayudarla a montar su
caballo.
─Como desees, mi lord ─respondió Mavis, dándole otra sonrisa brillante.
Dudaba que alguien pudiera fingir tan sincera felicidad así de bien. Debía estar
en lo cierto al pensar que su dolor era meramente físico y si era así, ese dolor
pronto sanaría.
¡Si sólo hubiera alguna manera de averiguar si esa era la única causa de sus
lágrimas! No podía hablar con una mujer con facilidad, como lo hacía Gerrard.
Una vez Mavis estuvo en la silla, Tamsin corrió hacia el caballo de su esposa y
puso su mano en la bota de Mavis.
─¡Recuerda lo que dije! ─gritó. ─¡Cualquier cosa que necesites, solo tienes que
preguntar! Si necesitas nuestra ayuda, envía un recado inmediatamente.
Lo hizo sonar como si Mavis estuviera yendo a su perdición y su esperanza de
que había encontrado la causa de sus lágrimas comenzó a desvanecerse. Sin
embargo, cualquiera que fuera la razón de este matrimonio, pensó mientras
levantaba la mano para indicar al cortejo que partiera, seguía siendo Sir Roland,
lord de Dunborough y su esposa lo haría la envidia de cualquier hombre que la
viera.
Especialmente su hermano.

***

El día seguía yendo bien, aunque era frío y Mavis hubiera disfrutado la
cabalgata, salvo por dos cosas: su marido cabalgaba varios pasos adelante como si
no quisiera hablar con ella y los hombres de su escolta cabalgando detrás suyo
hablaban demasiado.
─¡Caray! Desearía estar de vuelta en el castillo DeLac ─murmuró Arnhelm. Era
un soldado alto y esbelto, barbudo y el líder de la escolta. ―Míralo, montando
como si tuviera una lanza en el culo. De todos modos, ¿qué tipo de lord viene solo
todo el camino desde el olvidado por Dios Yorkshire?
─Uno de Dunborough ─su pequeño y fornido hermano y segundo al mando,
Verdan, respondió. ─¡Y ahora, que Dios nos salve, tenemos que regresar con él!
─Este es un mal momento para estar dirigiéndose a Yorkshire, de acuerdo. Al
menos no tenemos que quedarnos allí. Recuerda, ella sí, pobrecita ─dijo Arnhelm,
asintiendo hacia Mavis. ─Eso no está bien, este matrimonio.
─Sí, no la merece. Es un hombre duro y ella tan dulce y gentil como un
corderito.
Mavis mantuvo la mirada fija en su esposo y trató de no escuchar, pero resultó
imposible. Arnhelm tenía una voz demasiado fuerte. Por su bien, estaba más que
contenta de que su esposo estuviera tan adelante, por lo que no podría escuchar
la conversación de los hombres. Y Roland sí que se sentaba en la silla como si su
espalda fuera a romperse en lugar de encorvarse al tratar de inclinarse hacia
adelante.
Decidida a no escuchar más a Arnhelm y Verdan, movió su caballo hacia
adelante hasta que ella y Roland estuvieron uno al lado del otro. Podría no querer
hablar con ella, pero ella hablaría con él.
Tampoco quería que los soldados regresaran a DeLac con cuentos de una novia
silenciosa y un novio meditabundo. Aunque a su padre podría no importarle,
Tamsin se preocuparía.
─¿Por cuánto tiempo más estaremos viajando hoy, mi lord?
Por un momento, pensó que no iba a contestar, pero lo hizo.
─Unas pocas horas ─le dirigió una mirada de soslayo. ─A menos que la
cabalgata sea demasiado cansada o incómoda para ti.
─Oh no. He pasado muchos momentos felices en la silla de montar. No estoy
dolorida en absoluto.
La miró de nuevo, luego apartó la mirada con la misma rapidez y se preguntó si
comprendería qué más estaba diciendo. No quería llegar y decirle que no la había
herido mucho, no con la escolta tan cerca. En cambio, trató con un tema
diferente.
─Si viajamos rápido, ¿cuánto tiempo pasará hasta que lleguemos a
Dunborough?
─Seis días.
─¿Tanto tiempo? ─había estado anticipando tres días, cuatro a lo sumo si el
clima se volvía malo.
─El buey no puede ir rápido.
Debería, por supuesto, haber tomado eso en consideración.
─¿Y tú castillo? ¿Es tan grande como DeLac?
─Más grande. Es uno de los más fuertes del norte ─replicó y aunque su
expresión no cambió, pudo oír su orgullo.
─La casa debe tener muchos sirvientes ─se aventuró, deseando haber asumido
más de los deberes de Tamsin en DeLac antes de que su prima se hubiera casado.
─Los suficientes.
─Venga, mi lord ─reprendió suavemente. ─¿No puedes ser más específico?
Después de todo, voy a ser la encargada de todo el castillo.
Él frunció el ceño.
─No estoy seguro. Eua puede decírtelo. O Dalfrid.
─¿Y ellos son?
─Eua ha estado sirviendo en la casa desde antes de que yo naciera y Dalfrid es
el mayordomo.
Mientras las respuestas de Roland eran cortas y directas al punto, por lo menos
estaba hablando con ella y tomó eso como una señal alentadora.
─Entiendo que tienes un hermano gemelo. ¿Vive también en el castillo?
─Gerrard es mi comandante de la guarnición.
─Espero conocerlo. Qué afortunado eres de tener a alguien en quien puedes
confiar en esa posición.
─Confío en que se ocupe de sus propios intereses y eso significa proteger
Dunborough. Y los hombres como él.
─Entonces estoy segura de que también me gustará.
─A la mayoría de las mujeres les gusta Gerrard ─respondió Roland
bruscamente. ─Puede ser un tipo muy encantador cuando le conviene.
Dado el tono ligeramente hostil de su respuesta, Mavis respondió con cautela.
─A veces he deseado un hermano.
─Eres cercana a tu prima, ¿verdad?
─Es como una hermana para mí.
─Entonces, estás un poco influenciada por su opinión.
─Por supuesto, como la de tu hermano debe influir en la tuya.
─No me importa lo que piense mi hermano.
No podía negar que Roland era absoluta y severamente sincero. Y sin
embargo...
─Excepto en materia de defensa del castillo, asumo.
─Si Dunborough necesita ser defendido, yo tomaré el mando.
─¿Qué hace Gerrard entonces?
─Asigna los vigilantes y entrena a los hombres.
Estaba a punto de sugerir que esa no era mucha responsabilidad para el
hermano del lord cuando Roland dijo.
─Tal vez debería advertirte, mi lady, que el pasatiempo favorito de mi hermano
siempre ha sido burlarse de mí.
Simplemente no podía imaginar a nadie burlándose de Roland.
─A nadie le gusta que lo molesten. Algunos de los jóvenes que venían a DeLac
aparentemente estaban bajo el malentendido de que yo disfrutaría de un deporte
tan cruel. Rápidamente les deje saber que, si se burlaban de alguien y
especialmente de Tamsin, ni siquiera los miraría. Nunca me burlaría de ti, mi lord,
ni pensaría de forma amable de cualquiera que lo hiciera.
Cuando Roland no respondió, decidió que sería mejor hablar de algo que no
fuera su hermano.
─No creí que mi padre me dejaría traer a Dulce. Esa es mi yegua. ¿No crees que
parece dulce, mi lord?
─Es un buen caballo ─le concedió, su tono un poco más ligero, aunque su
expresión seguía siendo sombría.
─El tuyo es hermoso. Su nombre es Hefestos ¿no?
─Sí.
─Eso es inusual. ¿No era Hefestos un dios?
─El herrero de los dioses y era cojo.
─¡Oh, sí, ahora recuerdo! También es llamado Vulcano, ¿no? ¿Lo has llamado
Hefestos porque es tan negro como el humo de la forja de un herrero o el yunque
de un forjador?
─Me gusta el nombre y es una bestia inteligente.
─Pareces orgulloso de él.
─Es el primer caballo que he poseído de verdad por primera vez. El primero
que elegí para mí ─le dirigió otra mirada, no tan aguda ni tan penetrante. ─A pesar
de la fortuna de mi padre, he tenido poco que pudiera llamar mío.
─Puedo decir lo mismo ─respondió, pensando que tenían esto en común, por
lo menos. ─Por eso pensé que no me dejaría llevarme a Dulce.
Roland alzó la mano para detener al cortejo. Habían llegado a un puente sobre
un río estrecho y torrentoso. Hayas altas y álamos se alineaban por la orilla y una
parte del borde se inclinaba hacia abajo hasta el agua. Los árboles estaban
desnudos, el suelo duro y una ardilla audaz les parloteó desde arriba.
─Descansaremos y aquí les daremos de beber a los caballos ─anunció Roland,
deslizándose de la silla.
─Me gustaría pasearme un poco ─dijo Mavis, mirándolo con expectación.
La ayudó a desmontar, luego se volvió abruptamente y marchó a lo largo de la
orilla del río, lejos de donde Arnhelm, Verdan y el resto de los hombres estaban
dándoles de beber a los caballos y al buey.
Estaba demasiado frío para simplemente quedarse de pie y esperar, así que
Mavis recogió sus faldas y siguió a su marido. Su paso era vigoroso hasta que se
detuvo a cierta distancia de los demás en un bonito lugar protegido por elegantes
sauces y donde el agua clara se precipitaba sobre las rocas de abajo.
Parecía sorprendido cuando la vio.
─Deberías quedarte en la carreta ─dijo. ─Hay un odre y un poco de pan y
queso.
─Prefiero estar contigo.
A eso no dijo nada. Pero como no parecía enojado y no la mandó de regreso, le
dijo:
─¿No es una lástima que el invierno esté por llegar? Desearía que siempre
pudiera ser verano.
─Me gusta el frío.
─Porque eres de Yorkshire, supongo. He oído que los valles son bastante
ventosos y estériles.
─Y fríos.
Claramente no le importaba si estaba pintando un cuadro atractivo de
Yorkshire o no. No obstante, estaba hablando.
─Si Yorkshire es frío, espero que tu castillo sea cálido ─decidió que tendría que
ser audaz si quería saber si la deseaba, o si solo la había desposado por la alianza.
─Aunque si hace frío tanto dentro como fuera, simplemente tendremos que pasar
más tiempo bajo las mantas.
Podría haber estado equivocada, pero pensó que sus mejillas se habían vuelto
más rosadas, como si estuviera sonrojándose. Nunca habría adivinado que un
hombre como Roland se ruborizaría, aunque al parecer lo hacía.
Pero también estaba frunciendo el ceño, sus ojos duros como piedra y muy
severamente dijo:
─Estará lo bastante cálido.
Tal respuesta y tal mirada la habrían consternado y silenciado antes, pero
debido a ese rubor, se atrevió a decir:
─Sin embargo, tendremos que pasar algún tiempo bajo de las mantas si vamos
a tener un hijo.
─¿Un niño? ─repitió, como si tal cosa nunca se le hubiera ocurrido.
─¿Sí quieres hijos, no es así, mi lord? ─preguntó.
─¿Qué noble no quiere un heredero? ─replicó. Tiró de su túnica hacia abajo.
─Me tomaste por sorpresa. Habiéndome convertido recientemente en el lord de
Dunborough, todavía no había considerado un heredero mío.
Se consoló con el conocimiento de que no se había casado con ella solo para
engendrar un heredero.
─Me alegra oír que quieres un hijo, mi lord ─dijo suavemente. Había una
posibilidad, por supuesto, de que el niño pudiera ser una niña, pero no iba a
sugerir eso. Una vez, en una furia, su padre le había dicho que las hijas eran
inútiles excepto en los negocios y ella no quería saber que Roland compartía la
misma opinión.
─¿Puedo asumir entonces, mi lady, que también deseas tener hijos?
─Sí ─tomó la oportunidad en la que podría escuchar algo que la molestaría y
agregó. ─Un niño también fortalecerá la alianza entre nuestras familias.
─No había considerado eso.
¿Significaba eso que no había considerado que un niño fortalecería la alianza o
que no había considerado la alianza en absoluto cuando le pidió que fuera su
esposa?
Él estudió su cara con más intensidad aún.
─¿Así que cumplirás con tu deber?
─No me casé contigo por el deber ─dijo con firmeza. ─Me casé contigo porque
quería. En cuanto a por qué tú te casaste conmigo...
Se quedó en silencio y esperó a que contestara. Oír de sus propios labios por
qué se había casado con ella.
No respondió, no con palabras. La tomó entre sus brazos y tomó sus labios con
una pasión casi desesperada, ese anhelo nostálgico se manifestó con su abrazo.
Mientras respondía con entusiasmo, pudo creer que ninguna alianza o la
necesidad de un heredero les había unido y los había convertido en marido y
mujer. Estaban unidos por otro tipo de necesidad: por afecto, por respeto, por
seguridad en un mundo que era demasiado a menudo volátil e incierto.
Puso sus manos en su ancho pecho y las deslizó lentamente hacia sus hombros,
envolviendo sus brazos alrededor de su cuello y apoyándose en su cuerpo. Sus
piernas se convirtieron en agua cuando atrajo su cuerpo más cerca del suyo y
deslizó su lengua entre sus labios abiertos y dispuestos.
No importaba dónde estuvieran, o que el aire estuviera fresco, porque ella
estaba ardiendo por la necesidad. Jadeante, ansiosa, lista y dispuesta, rompió el
beso y se apresuró a desatar el cordón de sus pantalones mientras él la movía para
que su espalda estuviera contra el ancho tronco del árbol.
En el momento en que él estuvo libre, le agarró los hombros y lo besó de
nuevo. Él le levantó las faldas y con sus manos bajo sus nalgas, la levantó. Ella
envolvió sus piernas a su alrededor y lanzó un suave grito de placer mientras se
sumergía en su interior. Allí contra el árbol hicieron el amor como criaturas
salvajes y primitivas con solo una necesidad, que era aparearse.
En unos cuantos momentos ella enterró la cara en su cuello para sofocar la
exclamación que estallaba en su garganta, mientras él la aferraba con fuerza y
hacía un sonido como una mezcla entre un gruñido y un jadeo.
─¡Mi lord! ─llamó Arnhelm desde una corta distancia.
Se detuvieron al instante.
─¡Mi lord, los caballos ya bebieron!
Caliente, despeinada, desconcertada pero no avergonzada, Mavis se deslizó
lentamente hacia el suelo. Con la cara roja y en silencio, Roland se volvió para
atarse sus pantalones mientras ella se ajustaba las faldas y colocaba un
descarriado mechón de pelo de vuelta a su sitio.
Luego le tendió el brazo para escoltarla de regreso al cortejo como si no
hubieran hecho nada más que admirar la vista.

***

─Buen Dios, ¿no quieres decir que lo hicieron allí mismo? ─Verdan demandó
con un consternado susurro cuando el cortejo comenzó a moverse hacia Yorkshire
una vez más.
─Sí, lo hicieron, o estoy ciego y sordo para empezar ─respondió Arnhelm
igualmente silencioso.
─¡Pobrecita! ─dijo Verdan, mirando a Mavis con lástima. ─Él no es mejor que
un animal.
─Sí, como ese padre y ese hermano suyo. Recuerdo cuando antes vinieron a
DeLac. La vieja cabra estaba detrás de cualquier cosa con un vestido y su hijo...
bueno, solo digamos que el día en que murió fue un buen día para el resto del
mundo ─Arnhelm miró a su alrededor para asegurarse de que los otros hombres
no podían oírlos. ─Te lo digo, Verdan, no me gusta esto en absoluto. Nuestra dulce
lady dada a ese desgraciado. Tampoco le gusta a Lady Tamsin o a Sir Rheged.
Estaría dispuesto a apostar un mes de sueldo que vendrán con mucho gusto y se la
llevarán y que el marido se condene, si creen que ella es infeliz. Mantengamos
nuestros ojos abiertos y si vemos más mal, podremos decirles cuando regresemos
y salvar a Lady Mavis.
─Estoy dispuesto ─replicó Verdan con un gesto de su cabeza cubierta por el
yelmo.

***

Después de hacer el amor con Roland junto al río, Mavis estaba segura de que
él sería más agradable cuando regresaran al cortejo y reanudaran su viaje.
Desafortunadamente, eso no sucedió. Volvió a cabalgar varios metros por
delante de ella y el resto de los hombres.
Se dijo a sí misma no hacer demasiado de ello. Podría estar cansado, o ansioso
por encontrar un alojamiento en donde pasar la noche. En cuanto a no conversar,
solo podía ser que fuera un hombre naturalmente reticente quien no estuviera
acostumbrado a tener una esposa, igual como ella no estaba más acostumbrada a
tener un marido. Y si la tendencia al silencio era lo peor que se podía decir de él
como marido, eso no era una gran privación.
A medida que avanzaba la tarde, no obstante, empezó a preguntarse si tendría
alguna otra falta, una aversión a considerar que, si él no estaba fatigado, otros
podrían estarlo. Estaba muy cansada y su espalda estaba empezando a doler. Los
soldados detrás de ella, incluso Arnhelm y Verdan, también hacía tiempo desde
que habían dejado de hablar.
Sin embargo, cada vez que pasaban por una posada o un monasterio donde
podrían refugiarse durante la noche, continuaban pasando.
Justo cuando había decidido que tenía que decir algo a menos que la noche los
sorprendiera en el camino, llegaron a una posada con un gran patio, rodeada por
una cerca de sauces. Esta vez, Roland levantó la mano para detener su cortejo.
Un hombre regordete usando un delantal apareció inmediatamente en la
puerta y se apresuró hacia ellos, espantando gansos y gallinas fuera del camino,
batiendo sus brazos mientras se acercaba.
─¡Saludos, mi lord, mi lady! ─gritó, haciendo un gesto para que entraran.
─¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos!
─Buscamos refugio por la noche ─replicó Roland sin desmontar.
─Por supuesto, señor, por supuesto. ¡Mi vino, cerveza y camas son lo mejor
alrededor de kilómetros y mi esposa la mejor cocinera por kilómetros, también!
─¿Cuánto cuesta?
El posadero echó una rápida mirada recorriendo a Mavis, los soldados y la
carreta que venía crujiendo tras ellos, luego dijo un precio que consternó a Mavis,
tan extravagante incluso si Roland fuera obviamente un hombre de medios.
Al parecer, Roland estuvo de acuerdo con su evaluación.
─Eso es demasiado por una noche de alojamiento.
El posadero se pasó los dedos por su labio superior. Dijo un pago algo más
bajo.
Roland sacudió la cabeza.
El hombre citó otro precio, más bajo todavía.
Roland alzó la mano como para indicar al cortejo que se moviera. Seguramente
no podría estar siendo serio, pensó con desesperación. ¡Pronto estaría oscuro!
─¡Espere! ─exclamó el posadero con una expresión de pánico. Dijo otro precio,
más bajo por varios centavos. ─¡Y eso es realmente lo mejor que puedo hacer,
señor!
─Aceptable ─contestó Roland, ─siempre que haya una habitación separada
para mi dama y para mí.
─¡Por supuesto! ─exclamó el posadero y finalmente Roland se deslizó de su
caballo.
─¡Estamos honrados de servirle, mi lord! ─dijo entusiasmado el posadero. Le
dirigió una amplia sonrisa a Mavis. ─¡Cualquier cosa que necesite, sólo tiene que
pedirla, mi lady! ¡Por aquí si es tan amable, mi lady!
Esperó mientras Roland, su expresión ilegible, levantó sus brazos para ayudarla
a bajar. Agarrándose de sus anchos hombros, se deslizó al suelo y, dada la
compañía, trató de no ser consciente de su poderoso cuerpo.
─Gracias mi lord.
Solo asintió.
Sin embargo, ella metió la mano bajo su brazo mientras el posadero se movía
por delante de ellos hacia la construcción más grande, hecha de barro y zarzo 2,
con un techo de paja. También pudo ver un granero grande y un establo detrás de
la posada.
Mientras tanto, Arnhelm, Verdan y los soldados de su escolta desmontaron y
aparecieron sirvientes desde el interior de los establos para ayudarlos con los
caballos, la carreta y el buey.
El vestíbulo de la posada era una habitación de techo bajo, las vigas
oscurecidas con la edad y el humo del fuego en el hogar central. Había mesas y
bancos dispuestos alrededor de él y velas fabricadas de junco daban un poco más
de iluminación a la tenue habitación. Había serrín y juncos en el suelo para
absorber cualquier derrame de comida o bebida y podía oler el erigeron 3 rociado
sobre ellos, también.
─Mi esposa ha hecho un buen estofado de carne, mi lord ─dijo el posadero
mientras retiraba el banco de la mesa más cercana al fuego.
El aroma que flotaba a través de la puerta hacia la habitación probaba que se
estaba cocinando carne en alguna parte.

2
Zarzo: Material de construcción ligero hecho tejiendo ramas delgadas divididas por la mitad para formar una reja.
3
Erigeron: Planta perenne que tiene tallos erectos bien ramificados y que se distinguen por sus flores numerosas de color blanco,
lavanda y rosado.
─Trae algo para mi esposa y para mí y también para los hombres ─dijo Roland
mientras tomaban sus asientos en el banco.
─¡Sí, mi lord, sí! ─exclamó el posadero y corrió a través de la puerta que debía
conducir a la cocina.
No obstante, a pesar de las garantías del hombre, parecía que su esposa no
estaba tan dispuesta a garantizar el estofado.
─¿Estás loco? ─exclamó una mujer. ─¿Estofado para veinte? ¡No tenemos carne
suficiente, tú grandioso estúpido!
─Pero es un lord y una lady ─replicó el posadero con voz lo suficientemente
fuerte, ya sea inconsciente o demasiado molesto como para darse cuenta de que
podían ser oídos en el vestíbulo tan fácilmente como si estuvieran parados al lado
del hogar.
─¡Así que por supuesto, insistes en que se queden y juegas al feliz anfitrión
mientras que depende de mí alimentarlos! ─replicó la mujer.
─Parece que hemos causado un lío ─comentó Mavis, desatando el cordón de su
capa. ─Obviamente, él ve beneficioso el apresurarse por la puerta si es que no
puede proporcionar suficiente estofado y ella no cree que puedan.
Afortunadamente, tal comida se puede hacer rendir con más verduras y salsa,
como ella debe saber. Sospecho, entonces, que este es el tipo de discusión
repetida que los esposos y las esposas a veces tienen.
Cuando Roland no respondió, Mavis cruzó sus manos sobre su regazo.
─Podría estar equivocada, por supuesto.
─Tengo poca experiencia en el tema de esposos y esposas ─admitió Roland,
aunque con desapasionada frialdad. ─Mi madre murió dándome a luz y las
mujeres que ocuparon su lugar en la cama de mi padre no eran esposas.
A pesar de que esta información no era agradable, Mavis no obstante se alegró
de oírla, porque Roland decidió compartirla.
─Mi madre también murió cuando yo era pequeña. No la recuerdo en
absoluto. Y mi padre, con todas sus faltas, nunca trajo a sus amantes a casa.
Si Roland iba a responder a eso, nunca tuvo la oportunidad, porque el
posadero volvió con su vino y no estaba ni cerca de estar tan feliz.
─Perdóneme, mi lord, pero mi esposa teme que no vamos a tener suficiente
estofado para todos sus hombres.
Mavis no quería ser la causa de una pelea, ni deseaba viajar nada más ese día,
así que se levantó del banco.
─Si me disculpas, mi lord y si no te importa, posadero...
─Elrod es mi nombre ─dijo el posadero apresuradamente, luego se sonrojó aún
más.
─Elrod, hablaré con tu buena esposa. Tal vez pueda ofrecerle algunas
sugerencias para ayudar con la comida.
Los ojos de Elrod se abrieron tan redondos como la rueda de una carreta.
─Gracias, mi lady, pero no creo...
─Estoy segura de que hay algo que se puede hacer y voy a tratar de no
molestarla ─le aseguró Mavis mientras sus faldas barrían detrás de ella y se dirigía
a la cocina.
El posadero, medio atemorizado, medio impresionado, miró cautelosamente al
caballero alto y sombrío sentado frente a él.
El hombre podría haber sido hecho de madera por toda la emoción que
mostraba.
─Iré… este… iré a conseguir más cerveza. Está en la bodega ─balbuceó Elrod
antes de salir corriendo por otra puerta.

***

Roland habría estado dispuesto a apostar una buena cantidad de monedas


para ver que estaba sucediendo en la cocina, aunque nunca lo admitiría. Este
había sido realmente un día de sorpresas y descubrir que su esposa estaba
dispuesta a ofrecer su ayuda en la cocina de una posada era la menor de ellas.
Mucho más interesante era su afirmación de que no se había casado con él por
el deber, sino porque deseaba hacerlo.
Parecía que Gerrard se había equivocado y él había encontrado una mujer que
lo quería... si sus palabras y sus sonrisas y su pasión debían ser creídas.
Sin embargo, ¿cómo había respondido él? Como un idiota lujurioso y
corrompido, tomándola con no más delicadeza que si hubiera sido una prostituta
de un campamento en una larga campaña.
Había estado avergonzado desde entonces, demasiado avergonzado incluso
para montar a su lado. Debería haber mostrado más moderación y dignidad.
Después de todo, eran nobles, no campesinos. Peor aún, se había comportado
como si fuera tan incapaz de controlarse a sí mismo como su padre o sus
hermanos.
No era su padre. No era Broderick. Podía controlar sus impulsos básicos.
Comprendía la negación, sabía cómo sufrir en silencio y no traicionar ningún
indicio de lo que realmente estaba sintiendo.
Así que hasta que pudiera estar seguro de que estaba siendo sincera y honesta,
mantendría su distancia.
Y estaría a salvo.

***

Mientras tanto, Mavis descubrió un caos en la cocina. Una olla que contenía lo
que parecía ser una sopa o estofado estaba salpicando sobre el fuego de la
chimenea. Una mujer de apariencia apresurada que parecía estar a finales de sus
veinte, su cara larga y estrecha, sus manos nervosas y desgastadas por el trabajo,
estaba cortando puerros desesperadamente. En una mesa pequeña y
desvencijada cerca del lavaplatos estaba una sirvienta amasando una pasta de
harina pegajosa. Había cestas de guisantes y frijoles en el suelo y había una pila de
madera cerca de la puerta trasera.
─¡Cierra la puerta, Elrod, por el amor de Dios! ─exclamó la mujer sin levantar la
vista de su tarea. ─Y envía a ese muchacho perezoso y bueno para nada del
establo a la aldea para ver si puede conseguir más pan. Apenas queda una hogaza
de pan y lo que está haciendo Ylda no tendrá tiempo de subirse antes...
Miró hacia arriba, vio a Mavis en la puerta y casi se cortó un dedo.
─¡Oh, mi... mi lady! ─gritó, poniendo rápidamente el cuchillo abajo y
limpiándose las manos en el delantal. ─¿Que está...? ¿Puedo hacer...?
─Vine a ver si podría ser de cualquier ayuda, ya que somos un grupo muy
grande.
─¡Hay suficiente para usted y su señoría, por supuesto! ─replicó la mujer.
─Podemos hacer más sopa para los hombres. Pero no tenemos suficiente pan, lo
siento al decirlo.
Mavis se aventuró más adentro de la habitación, la cual estaba, notó con alivio,
limpia.
─Podrías hacer albóndigas. Eso es lo que hacemos en DeLac cuando no hay
suficiente pan.
La mujer la contempló cautelosamente.
─¿Albóndigas? ¿Qué son, mi lady?
─Las haces de harina y agua ─dijo Mavis, empezando a doblarse los puños.
─Entonces las pones en la parte superior del estofado o sopa cuando está casi
cocida y lo cubres todo con la tapa por un corto tiempo.
─Si me dice qué hacer, me alegrará intentarlo, mi lady y ¡gracias! ─dijo la
esposa del posadero con genuina gratitud y no poco asombro cuando Mavis tomó
un delantal colgado de un gancho al lado de la puerta y empezó a ponérselo.
─No hace falta que haga nada, mi lady ─protestó la mujer. Asintió con la cabeza
a la chica que miraba a Mavis como si se hubiera ofrecido a comprar todo el
establecimiento. ─Ylda y yo podemos hacerlos, si nos dice qué hacer.
─No me importa ─respondió Mavis. ─¿Y tú eres?
─Polly, mi lady. Mi nombre es Polly y ésta es Ylda ─añadió, señalando a la
muchacha, que seguía mirando, con los ojos muy abiertos y la boca abierta.
─Polly, Ylda ─reconoció Mavis con una sonrisa. ─Después de un largo día en la
silla de montar, estoy feliz de estar de pie un poco.
Lo que ella no dijo, pero ciertamente sentía, fue que era una delicia estar en la
cocina. En casa, Tamsin había manejado tan bien el hogar, que ella había tenido
poco que hacer y mucho tiempo en sus manos. Mientras que podía coser y bordar
y lo hacía con tanta frecuencia, disfrutaba más ayudando en la cocina. Tenía un
don para los pasteles y la cocinera le había permitido crear varias delicias
especiales para los banquetes de su tío cuando Tamsin estaba ocupada de otra
manera.
De hecho, estar en una cocina y trabajar con harina, incluso si era solamente
para algo tan simple como las albóndigas, era como estar de regreso en casa, feliz
y ocupada y en paz, aunque sólo fuera por un rato.
Capítulo 3

Más tarde aquella noche, Roland caminó a través del patio fangoso hasta el
establo. Su esposa se había retirado después de una excelente comida de estofado
de carne de res con rollos cálidos y suaves de masa flotando encima, los que ella
llamaba “albóndigas”. Al parecer, le había mostrado a la esposa de Elrod cómo
hacerlos y de hecho ayudaron a estirar las porciones de estofado.
No es que le hubiera dicho nada a Mavis sobre las albóndigas o la comida. Vio
inmediatamente lo cansada que estaba y se sintió culpable de no haberle
impedido cansarse aún más en la cocina. Sin embargo, no lo había hecho y no
había nada que hacer excepto comer lo más rápido posible, así ella podría
retirarse cuanto antes, como lo había hecho. Y eso significaba sin conversar.
Empujó la puerta del establo y se dirigió a la cuadra de Hefestos. Su caballo
relinchó un saludo, mientras cerca, la yegua de Mavis se movía nerviosa. Dulce
era, de hecho, una bonita criatura, una montura apropiada para una mujer tan
hermosa.
Una mujer excitante y apasionada que podía hacerle olvidar todo, excepto el
deseo cuando la sostenía en sus brazos.
─¡Oh, es usted, mi lord! ─exclamó el líder de la escolta, apareciendo como un
sabueso husmeando desde detrás del muro de la cuadra. Roland sospechó que
había estado durmiendo allí. ─Todo está bien, mi lord ─le aseguró a Roland, quien
no había preguntado.
Roland acarició el suave hocico de su semental. El animal empujó su mano,
haciéndole mover la cabeza.
─No, no tengo una manzana para ti ahora.
─Hambriento ¿no? ─el soldado cuyo nombre, pensó Roland, era Arnhelm,
respondió con una amplia sonrisa. ─La Dulce de mi lady es igual.
El soldado fue a la caballeriza de la yegua y, sonriendo más débilmente, dio una
patada a algo en la paja. Otro soldado -más bajo y robusto- se levantó,
bostezando. Prestó atención cuando vio a Roland.
─¡Mi lord!
─Asumo que te estás ocupando del caballo de mi lady ─comentó Roland
tranquilamente.
─Sí, mi lord.
─¿Y tú eres?
─Verdan, mi lord.
Roland notó sus características algo similares, a pesar de la diferencia en sus
constituciones.
─¿Están ustedes dos emparentados?
─Hermanos, mi lord ─respondió Arnhelm.
Hermanos. Eso sin duda explicaba la patada.
Estaba a punto de despedirlos cuando se dio cuenta de que tenía una
oportunidad de la que podría querer tomar ventaja y no solo para retrasar el ir a la
habitación que estaría compartiendo con su esposa.
─Lord DeLac parece tener buen ojo para los caballos.
Verdan y Arnhelm intercambiaron miradas, luego Arnhelm respondió.
─Sí, mi lord. Nunca pensamos que Lord DeLac dejaría que mi lady se la llevara,
incluso aunque haya sido la yegua de mi lady desde que mi lady tenía quince años.
─¿Y ahora tiene...?
─Casi veinte, mi lord, así que se casó un poco tarde, así lo dijo todo el mundo
─contestó Verdan. ─Lady Mavis tuvo a los muchachos murmurando a su alrededor
desde que era solo una muchacha y con justa razón. Bonita y agradable, esa es
nuestra lady. Un hombre podría ir muy lejos y no encontrar otra como ella, así que
cuando supimos que iba a casarse, todos...
Arnhelm empujó a su hermano con el hombro, un movimiento de censura con
el que Roland también estaba por completo muy familiarizado. A diferencia de
Gerrard, sin embargo, Verdan parecía apreciar que, tal vez, debería estar callado.
─Todos le deseamos dicha ─terminó más que débilmente.
─No hay duda ─dijo Roland. ─Ustedes dos están durmiendo aquí, ¿lo capto?
─Sí, mi lord, para vigilar los caballos y la dote ─respondió Arnhelm. ─Estoy en la
primera guardia.
─Vigila que te mantengas despierto entonces ─replicó Roland mientras
abandonaba las esperanzas de estar algún tiempo a solas. Le dio otra palmadita a
Hefestos en la nariz y dejó el establo.
Mientras cruzaba el patio, se detuvo un momento para mirar hacia la ventana
de la habitación donde había ido su esposa. La contraventana estaba cerrada, pero
los listones permitían que un poco de luz brillara a través de ellos. Su esposa
todavía estaba despierta.
Estaba tentado a acostarse en los establos con los soldados de guardia. Había
dormido en los establos de su casa demasiado a menudo, tratando de evitar a su
padre y a sus hermanos.
Pero entonces había sido un muchacho temeroso de los puños de su padre y
de las bofetadas de su hermano mayor, los estrangulamientos y los golpes, no un
lord con hombres bajo su mando. Sabía perfectamente bien lo que podrían ser las
habladurías de los soldados. No iba a permitir que se difundieran rumores de que
Sir Roland de Dunborough no dormía con su encantadora y joven esposa. Podía
imaginarse la especulación que seguiría. Al final, probablemente dirían que ella
habría atrancado la puerta.
Mientras seguía por el patio, se preguntó por los otros hombres que querían a
Mavis. Bueno, cualquier hombre que la viera la querría. Pero ¿había querido a
alguno de ellos? Había dicho que se había casado con él porque había deseado
hacerlo; eso no significaba que no hubiera habido otros antes que él a quienes
podría haber considerado, también.
No importaba lo que había sucedido en el pasado. Ahora era su esposa. No
necesitaba estar celoso de esos otros hombres desconocidos.
Avanzó a través del vestíbulo, reconociendo a los soldados acostados allí con
un movimiento de cabeza antes de subir los escalones y entrar al dormitorio.
Para encontrar a Mavis en la cama, con las mantas subidas hasta el mentón,
como para protegerse de un ataque.
A pesar de su determinación de mantener la distancia, su corazón se hundió.
No obstante, mantendría su dignidad. Se acercó a la mesita en la esquina en la que
había una copa y una jarra. Después de servirse un poco de agua, la vació de un
trago.
Cuando se volvió, su esposa ya no estaba en la cama. Estaba de pie al lado de
esta, usando solo un camisón, su cabello dorado suelto sobre sus hombros. Tenía
los brazos cruzados frente a ella y parecía un ángel, mientras que sus
pensamientos estaban lejos de ser puros.
Pero resistiría la lujuria de su cuerpo. Ignoraría el deseo que corría a través de
él como aguas en un diluvio. No recordaría su noche de bodas ni aquella tarde
bajo el árbol, excepto la vergüenza que había sentido después. No era como su
padre. O sus hermanos.
También debía recordar que solo aquella mañana había estado llorando, así
que sus sonrisas y su disposición a compartir su cama solo podrían ser para
aparentar.
─Vuelve a la cama, Mavis.
Ella asintió y obedeció, pero su expresión... era como ver una llama apagarse.
Le tomó toda su resolución ir a la cama, tomar una almohada y sacar una manta.
─Dormiré en el suelo ─dijo él, apreciando su tranquilidad, observando por un
parpadeo de alivio.
En cambio, levantó las mantas en un gesto de invitación.
─No lo necesitas, mi lord.
Cada partícula de su ser le impulsó a unirse a ella, para compartir su cuerpo y
su cama, para creer que esta mujer excepcional quería ser su esposa.
Y, no obstante, no se atrevió a ceder, no si se demostraría a sí mismo que era
diferente a su familia.
─Estás cansada, mi lady y debes descansar.
─Así como tú también y no tiene que ser en el suelo.
No iba a admitir que lo tentaba más allá de toda razón, o que la había visto
llorando.
─Dormiré donde yo elija, mi lady ─respondió.
Sin decir otra palabra, ella se volvió hacia su lado y se enfrentó a la pared.
Eso era lo mejor, pensó mientras hacía su sencilla cama, a menos que siguiera
tratando de persuadirlo y él resultara ser demasiado débil para resistirse.

***

A la mañana siguiente, Mavis despertó con el sonido de los pájaros cantando.


La habitación estaba oscura, pues las contraventanas todavía estaban cerradas. No
obstante, estaba lo suficientemente iluminada como para ver que estaba sola y
una almohada y una manta doblada estaban en el extremo de la cama.
Levantándose, suspiró tanto por cansancio como por consternación. Había sido
una noche larga y ansiosa, la mitad de esta la pasó esperando ver si Roland se
uniría a ella en la cama.
No lo hizo.
Trató de no sentirse herida o decepcionada, aunque tenía que darse cuenta
ahora de que hacer el amor no era doloroso para ella. E incluso si no quería hacer
el amor con ella, no había necesidad de que durmiera en el piso.
Un suave golpe sonó en la puerta y después de su respuesta, Polly entró con
una jarra de agua humeante en una mano y paños de lino en la otra.
─Ruego me perdone, mi lady, pero Sir Roland me pidió que le trajera agua y
paños de lino para asearse. Quiere partir tan pronto como se haya vestido y coma
un bocado.
Eso era más de lo que él le había dicho.
─Gracias.
Polly puso la jarra en el lavabo.
─Elrod sigue hablando de sus albóndigas, mi lady.
─Me alegra que le hayan gustado.
Polly sonrió.
─Le gusta que sean baratas. Me gusta que sean fáciles de hacer. Su esposo
debe estar orgulloso de usted, mi lady.
─Espero que sí ─contestó. ─Puedo asearme y vestirme sin ayuda, Polly. Estoy
segura de que te necesitan en la cocina.
─En realidad, mi lady, lo hacen. Ylda podría quemar agua hirviendo ─dijo con
una sonrisa agradecida antes de hacer una reverencia y salir corriendo de la
habitación.
Mavis la observó irse con un suspiro, luego se aseó, se peinó el cabello y se
puso su vestido de viaje. Cogió su capa e hizo su camino al vestíbulo.
Roland tampoco estaba allí. Ni ninguno de los hombres. Elrod estaba, sin
embargo, sonriéndole como si fuera la luz de su vida.
─¡Ah, mi lady! ¡Aquí está y pareciendo más hermosa que nunca!
El hombre se habría comportado muy bien en la corte.
─Gracias. ¿Dónde está mi esposo?
─En el patio vigilando a sus hombres ensillar los caballos y poniendo al buey en
el yugo.
Polly entró en la habitación portando una bandeja que llevaba una jarra,
rebanadas de pan grueso, un recipiente más pequeño cubierto con tela encerada y
dos copas.
─¡No te quedes ahí aburriendo a la pobre mujer, Elrod! Anda afuera y ve si
puedes ayudar.
Cuando comenzaba a obedecer, ella dejó la bandeja delante de Mavis.
─Aquí hay gachas, pan y miel e hidromiel o cerveza si desea, mi lady. Coma
abundantemente ahora. Está cálido y el día es frío y he oído que tiene un largo
viaje por delante.
Un largo y solitario viaje, pensó Mavis, a menos que Roland…
─Es hora de irse, mi lady ─declaró Roland desde la puerta que conducía al patio
antes de que Elrod llegara a ella.
Se levantó de inmediato, como lo haría una esposa obediente.
─Como desees, mi lord.
─Tiene que comer algo, mi lord ─protestó Polly.
Aunque Roland asintió su concordancia, no se sentó. Permaneció de pie, su
mirada sobre ella. Mavis se comió rápidamente una rebanada de pan, tragó un
poco de hidromiel y luego se puso de pie.
─Estoy lista, mi lord.
De nuevo asintió una vez antes de alcanzar su cinturón y sacar una pequeña
bolsita de cuero.
─Para ti, posadero ─dijo, arrojándoselo a Elrod, quien lo cogió hábilmente.
─Junto con nuestro agradecimiento ─añadió antes de tomar el brazo de Mavis
para guiarla al frío patio donde esperaban la escolta y los caballos.
Caminando junto a él, Mavis miró al cielo. Se alegró de que hoy no hubiera
nubes oscuras. También era consciente de que los hombres estaban observando,
al igual que Elrod y Polly en la puerta, así que se aseguró de sonreír.
─¡Vaya con Dios, mi lord! ─exclamó Elrod.
─¡Dios la bendiga, mi lady! ─añadió su mujer.
Después de que Roland ayudara a Mavis a subir a su caballo, ella ondeó su
mano a modo de despedida, preguntándose qué tan pronto podría viajar de
regreso por este camino para visitar DeLac o Cwm Bron. Roland, mientras tanto,
montó a Hefestos, levantó su mano y una vez más el cortejo comenzó el viaje a
Yorkshire.
***

Esta vez, cuando se detuvieron a darle de beber a los caballos, Roland se quedó
con los soldados, aunque manteniéndose un poco apartado de ellos.
Ni tampoco su esposo estuvo ni una vez más inclinado a hablarle mientras
viajaban por el camino. Estaba de nuevo montando varios pasos adelante, dejando
claro que no tenía ningún deseo de conversar.
¿Qué iba a hacer de esto, y él? ¿Qué en realidad solo ansiara su cuerpo? ¿Que
se había equivocado al pensar que había más en su anhelo que lujuria? ¿Que solo
había imaginado esa mirada melancólica en sus ojos oscuros? ¿Que se había
equivocado completamente con él?
Sin embargo, si solo la deseaba, seguramente lo habría sabido desde el
principio y especialmente en su noche de bodas. Y él estaría forzando su camino
hacia su cama, no durmiendo en el suelo.
Era un misterio, un enigma que empezaba a temer que nunca pudiera
entender.
No obstante, una cosa era diferente hoy. Envió a Arnhelm y Verdan por
delante. Podía pensar en algunas razones del porqué: que temiera el peligro -lo
cual esperaba verdaderamente que no fuera la razón- o enviar a Dunborough la
noticia de que estaba de camino a casa, o para buscar un lugar donde pasar la
noche. Esperaba que fuera la última, sin embargo, se preparó para otro largo día
en la silla de montar. Afortunadamente, la respuesta correcta fue de hecho la
última. Se detuvieron mucho antes en una posada y parecía que el anfitrión los
estaba esperando.
Por desgracia, esta posada no lucía tan próspera como la de Elrod. El edificio
principal era bastante pequeño, el patio desordenado, a la pared le faltaban varias
piedras. El anfitrión era un hombre delgado y pálido y ninguno de los sirvientes
que vinieron a ayudar con los caballos y la carreta parecía más saludable o más
robusto.
El vestíbulo era oscuro, pues las contraventanas estaban abiertas solo un poco.
No obstante, pudo ver que no estaba tan limpio como el establecimiento de Elrod.
Por lo menos había un buen fuego ardiendo en el hogar.
Se unió a Roland allí, quitándose los guantes y metiéndolos en su cinturón,
luego extendió sus manos para calentarlas.
No había tratado de hablar con Roland, pero el silencio no era su estado
natural.
─Parece que nos esperaban, mi lord. ¿Por eso enviaste a Arnhelm y a Verdan
por delante?
─Sí ─respondió, mirando alrededor. ─Elrod sugirió que nos quedáramos aquí.
Comienzo por dudar de su recomendación.
─Podemos seguir cabalgando y buscar otro lugar ─le ofreció, a pesar de su
fatiga.
Le dirigió una mirada de reojo.
─No. Estás demasiado cansada.
Mavis no discrepó ni dijo nada más. Se sentó en silencio junto al fuego,
esperando por el vino y los refrigerios, mientras Roland se sentaba igual de
silenciosamente a su lado, mirando fijamente el fuego.

***

─No parece contento ─dijo Verdan a Arnhelm mientras entraban al vestíbulo


junto con el resto de los hombres después de ocuparse de los caballos.
Tomaron sus lugares en bancos a cierta distancia del hogar. Estaba más frío allí,
pero no querían acercarse demasiado a Sir Roland.
Mirando a su alrededor, Arnhelm habló en voz baja, de modo que solo su
hermano pudiera oír.
─Me he quedado en peores y podríamos haber encontrado peores.
Verdan asintió su acuerdo mientras el posadero -la vara de un hombre que solo
había estado demasiado contento al tener una compañía tan grande y por incluso
menos que el último posadero- se apresuró hacia el barril que había atrapado la
atención de Arnhelm en el momento en que había entrado.
─¡Aquí, Halldie! ─gritó el posadero a una muchacha del servicio no tan joven,
quien correteó dentro de la habitación como una ardilla en busca de nueces para
el invierno. Tenía una jarra en la mano y dos copas que puso delante de Lady
Mavis y Sir Roland antes de que se volviera al posadero.
─Trae jarras para estos hombres ─ordenó.
Cuando se apresuró a traerlas, el posadero se dirigió a Verdan y Arnhelm.
─¿Así que de dónde vienen?
─Del Castillo DeLac ─contestó Arnhelm.
─Esa es la hija de su señoría, recién casada ─añadió Verdan.
─¿DeLac? Están a kilómetros de casa ─respondió el posadero mientras la chica
del servicio regresaba con una bandeja llena de jarras de barro.
─Somos su escolta hacia Dunborough.
La bandeja de jarras se estrelló contra el suelo. El rostro de la sirvienta se
ruborizó y todo su cuerpo comenzó a temblar, mientras el posadero contemplaba
a Roland con una mirada de odio.
─¿Y quién podría ser él, entonces? ─demandó.
Antes de que Arnhelm o Verdan pudieran responder, Sir Roland se puso de pie
lentamente.
─Soy Sir Roland, Lord de Dunborough.
El posadero enderezó sus delgados hombros.
─Tus hombres deberían haber dicho quién eras. ¡No eres bienvenido aquí, ni tú
ni tu esposa ni tus hombres!
Lady Mavis se puso tan pálida como la nieve, mientras que el semblante glacial
de Sir Roland no se alteró mucho más allá de una arruga.
─¡Sí! ¡Váyanse! ¡Fuera! ─gritó la sirvienta, apuntando hacia la puerta.
Arnhelm se levantó e hizo un gesto para que los otros hombres se le unieran
mientras se dirigía hacia la puerta, lanzando su mirada de Lady Mavis a Sir Roland,
quien no se movía, al posadero y a la sirvienta.
─Estoy dispuesto a pagar... ─empezó Sir Roland.
─Me importa una maldita cosa cuanto pagarás ─exclamó el posadero.
―Sabemos el tipo de hombre que eres.
─¡Sí! ─gritó la mujer otra vez. ─¡Tu padre y tu hermano nos lo enseñaron! Se
quedaron aquí y jugaron sus asquerosos juegos con mi hermana, una pobre y
simple criatura que nunca dañaría ni a una mosca. Ahora está con las santas
hermanas y es probable que permanezca allí por el resto de su vida, ¡gracias a
ellos! ¡Así que salgan, todos ustedes! ¡Prefiero morirme de hambre que tomar su
dinero! ¡Salgan, salgan, salgan!
Arnhelm rápidamente condujo a los hombres afuera.
─Traigan los caballos y la carreta ─ordenó, pero retuvo a su hermano. ─Va a
haber un infierno que pagar ahora. Nosotros deberíamos haber…
─¡Sssh! ─siseó Verdan mientras Sir Roland, sombrío como la muerte y Lady
Mavis, blanca hasta en los labios, salían al patio.
─Vamos a ver al buey ─murmuró Arnhelm, pero antes de que pudiera, Sir
Roland exclamó su nombre.
─Que Dios me proteja ─murmuró entre dientes. Sin embargo, no había ayuda.
Tenía que enfrentar la ira del lord de Dunborough.

─Sí ─susurró Verdan mientras seguía a su hermano, listo para compartir la


culpa y también el castigo con él, cualquiera que fuera, mientras enfrentaban al
furioso noble.
─¿No le dijiste al hombre quién era yo?
Arnhelm mantuvo su mirada fija en alguna parte sobre el hombro izquierdo de
Sir Roland mientras respondía.
─Dije que estaba buscando alojamiento para un lord, su dama y su escolta, mi
lord. No me preguntó su nombre o de dónde era.
Arnhelm esperó, tembloroso, porque no sabía qué... pero no esperaba que Sir
Roland simplemente dijera:
─Monta hasta la siguiente posada y ve si hay una habitación para nosotros. Y
esta vez, Arnhelm, asegúrate de decirles que es Sir Roland de Dunborough quien
busca alojamiento allí.
Casi desmayándose de alivio, Arnhelm miró a su hermano antes de contestar.
─Si, mi lord. ¿Y Verdan?
El noble miró a su hermano fríamente.
─¿Qué hay con él?
─Bueno, mi lord, podría haber ladrones y proscritos en el camino y un hombre
solo...
─Llévatelo, entonces. Solo sean rápidos.
─¡Sí, mi lord! ─respondió Arnhelm, volviéndose con rapidez y corriendo hacia el
establo con Verdan en los talones.
─Eso estuvo cerca ─dijo Verdan después de entrar al establo.
─Sí y es mejor que nos aseguremos de encontrar un lugar mejor ─contestó
Arnhelm. ─Si hay alguien que lo acepte.

***

Cuando el cortejo salió del patio de la posada, fue Mavis quien no quiso hablar.
Se había dado cuenta de que la familia de Roland no era tenida en alta estima y
con buena razón, aunque la vehemencia del posadero y la reacción de la sirvienta
la perturbaron grandiosamente. Ahora se alegraba de que Roland montara
adelante mientras trataba de decidir qué haría si tal cosa sucediera de nuevo.
Pero antes de que hubieran ido muy lejos, Roland volvió para montar a su lado.
Aún más inesperadamente, habló.
─Teniendo en cuenta la reputación de mi familia, debería haber considerado
que tal cosa podría suceder. Te habría ahorrado esa humillación.
La admisión era más de lo que habría de él.
─Elrod estaba feliz de tener nuestro trato.
─Estábamos más cerca de DeLac.
Eso era verdad y, sin embargo...
―No fue tu culpa, mi lord, como tampoco lo es la reputación de tu padre. Con
el tiempo, las reputaciones pueden ser cambiadas, si los buenos actos sustituyen a
los malos.
―¿De verdad crees eso, mi lady?
―En efecto, lo hago mi lord.
No dijo nada más, ni tampoco lo hizo ella mientras continuaron cierta
distancia, hasta que Mavis no estaba segura de cuánto tiempo más podría
sentarse en la silla de montar. Estaba a punto de proponerle que se detuvieran,
incluso si eso significaba acampar al lado del camino -algo que no era deseado en
esta época del año, incluso si no llovía- cuando Arnhelm y Verdan aparecieron a lo
lejos, cabalgando de vuelta hacia ellos.
─Por fin ─murmuró Roland.
Desafortunadamente, cuando los dos soldados se acercaron, era evidente por
sus expresiones que no tenían buenas noticias.
─Lo siento, mi lord ─dijo Arnhelm mientras se detenía, su expresión tan triste
como la de su hermano, ─pero no hay ninguna posada en las próximas diez millas
que quiera aceptarlo… aceptarnos, por ninguna cantidad de dinero.
Parecía que ya se habían esparcido rumores sobre el cortejo y quién lo dirigía.
Dado su ritmo más lento debido a la carreta y el buey, un jinete rápido o incluso
un veloz muchacho a pie podría haber llevado la noticia desde esa otra taberna
por delante de ellos.
Otra mirada al cielo confirmó que, si no encontraban pronto un lugar para
dormir, estarían desorientados en el camino.
Ni el resto de los hombres estaba complacido, a juzgar por los pocos
comentarios murmurados que llegaban a sus oídos hasta que una mirada aguda
de Arnhelm los silenció.
Si Roland oyó, no dio señales, aunque estaba sentado aún más rígido y erguido
en la silla.
─Une al resto de los hombres ─le dijo a Arnhelm y Verdan, entonces le indicó al
cortejo que comenzara a avanzar de nuevo.
─¿Qué vamos a hacer, mi lord? ¿Acampar al lado del camino? ─preguntó
Mavis, tratando de no sonar consternada. ─No podemos ir mucho más lejos antes
de que caiga la noche.
―Ninguna esposa mía dormirá al aire libre como una gitana ―respondió
severamente. ―Hay una finca cerca. La pasé en mi camino a DeLac. Allí
buscaremos refugio.
Mavis estaba demasiado cansada y demasiado preocupada para expresar
algunas dudas o protestas, pero ¿y si el lord de la finca tampoco los quería?
Doblaron una esquina del camino y allí, ante ellos, se encontraba lo que debía
ser la propiedad de un campesino acomodado o de un noble inferior. Los muros
bajos que rodeaban la casa de la propiedad estaban hechos de piedra, al igual que
la casa y esta tenía un techo de pizarra. Varios pollos cacarearon en el patio
empedrado y también había un establo y un granero de buen tamaño. Una
destartalada huerta estaba a un lado y por el otro, un corral con seis vacas. En otro
prado más lejos, un ganado de ovejas pastaba y balaba.
Una joven mujer llevando baldes en un yugo desde lo que podría ser la lechería
hacia una puerta trasera de la casa se detuvo y miró fijamente cuando Roland
cabalgó dentro del patio y desmontó.
─¿De quién es esta propiedad? ─preguntó.
─De Sir… Sir Melvin de Courcellet ─balbuceó la muchacha, los baldes
balanceándose a su lado.
─Dile que tiene invitados.
─S-sí, mi lord ─respondió, dejando el yugo y corriendo hacia la casa.
─Vamos a pasar aquí la noche ─anunció Roland justo antes de que un hombre
regordete vestido con una larga túnica, su cara redonda ligeramente grasienta y
con una pierna de pollo en la mano, saliera descontrolado de la puerta principal.
─¿Quién es este que se atreve a…?
Se detuvo rápidamente y se quedó en silencio mientras contemplaba a Roland,
los soldados y Mavis. Lanzó lejos la pierna de pollo y se limpió las manos en su
túnica.
─Saludos, mi lord. ¿Quién es usted?
─Soy Sir Roland de Dunborough ─respondió su marido, ─y buscamos refugio
para pasar la noche.
─Roland de... ─Sir Melvin se aclaró la garganta y pareció un poco enfermo.
─¿Dunborough, dijo?
─Sí. Y esta es mi esposa, Lady Mavis, la hija de Lord Simon DeLac.
Roland nunca había mencionado a su padre en ningún otro lugar, así que éste
tenía que ser un intento de poner al hombre más receptivo. Podría haberlo hecho
mejor al hablar con menos fuerza y autoridad. Por su tono, sonaba como si
estuviera ordenando a Sir Melvin que los aceptara.
─DeLac, ¿eh? Su hija, ¿verdad? ─dijo Sir Melvin, pasando una mano nerviosa
alrededor del cuello de su túnica. ─Por supuesto que es bienvenido a quedarse, mi
lord. Y su dama también y su escolta. Solo, eh, permítanme un momento para
decirle a mi esposa lo afortunados que somos. Si me disculpa... ─corrió de vuelta al
interior.
─Tal vez, mi lord, deberías haberle preguntado, no exigido ─dijo Mavis.
─Mi esposa no dormirá en el duro camino.
Detrás de ellos, Arnhelm y Verdan se dirigieron una mirada cautelosa.
Roland fue a ayudarla a desmontar, pero Mavis sacudió su cabeza.
─Esperaré hasta estar segura de que somos bienvenidos.
─Como quieras ─replicó, volviéndose para mirar la propiedad.
Notó que la parte posterior de su cuello y las puntas de sus orejas estaban
rojas. ¿Estaba avergonzado de lo que había hecho? ¿O tan ansioso como ella
después de todo?
Cuando Sir Melvin salió de su casa, le siguió una mujer delgada y bastante
hogareña.
─Esta es mi esposa, Viola. Por favor, entren y sean bienvenidos.
─Gracias. Estamos muy agradecidos por su hospitalidad ─dijo Mavis, bajando
de su caballo sin esperar la ayuda de su esposo.
─Ven conmigo, querida y descansa un rato ─le dijo Lady Viola a Mavis. ─Te ves
exhausta.
Mavis sonrió, agradecida tanto por la cordial amabilidad en la voz de la mujer
como por la oferta misma.
─Estoy cansada ─convino ella.
─Nos uniremos a ustedes en el salón para la cena ─dijo Lady Viola a su marido
al pasar. ─Te dejo a ti, Melvin, para ver que se ocupen de los hombres de Sir
Roland.
─¡Estás en lo cierto, querida! Ahora venga conmigo, Sir Roland y
acomodaremos a sus caballos y luego a sus hombres. Debería haber espacio
suficiente en el establo para sus caballos y tenemos un edificio detrás de este para
el buey y su carreta. Todos sus hombres pueden dormir en el salón. ¡Esa es una
bestia fina la que está montando, debo decir! Hablando de fino, su esposa es una
belleza. Mavis, ¿dijo que se llamaba? Un nombre encantador, una muchacha
encantadora. No hemos oído nada de que la hija de Lord DeLac se casara,
aunque...

***
Lady Viola llevó a Mavis a una pequeña y cómoda habitación en el segundo
piso de la casa solariega. Tapices cubrían las paredes y un gran brasero de bronce
con carbones brillantes proporcionaba calidez. Había cortinas de tela, así como las
de madera para mantener el frío fuera y las corrientes de aire. El mobiliario era
sencillo, pero bien fabricado, consistiendo en una cama, dos sillas bajas cerca del
brasero, un cofre para la ropa, un lavabo y un taburete, donde una doncella se
sentaba balanceando una cuna.
La sirvienta, una muchacha de tez rozada y pulcramente vestida, se levantó
cuando ellas entraron.
─¿Cómo está mi corderito, Annisa? ¿Sigue durmiendo? ─preguntó Lady Viola.
─Sí, pero haciendo pequeños ruidos como si fuera a despertar pronto.
─Ve y come, yo cuidaré a Martin hasta que regreses ─mientras la doncella
asentía y salía de la habitación, Lady Viola dijo: ─Entonces debería ser la hora de la
cena.
─Tengo que darle las gracias por su generosa hospitalidad, mi lady ─dijo Mavis
inmediatamente. ─Siento que se haya visto obligada a aceptarnos, pero no
pudimos encontrar otro alojamiento. Por desgracia, parece que la reputación de
los familiares de mi esposo nos ha precedido y los posaderos están reacios a
darnos refugio.
─Es realmente desafortunado que hayas tenido tal recepción tan cerca de
nuestra casa ─contestó Lady Viola. ─pero estamos felices de servirles.
Habló con tal sinceridad que Mavis le creyó y estuvo aún más agradecida.
─Me sorprende que tu esposo no se diera cuenta de que podría ser el caso.
Mavis recordó lo que el lacayo le había contado la primera noche que Roland
había llegado al Castillo DeLac.
─Solo se detuvo una vez durante el viaje a DeLac, por lo que no pudo haber
encontrado a nadie que tuviera tratos con su familia, o conociera su reputación.
─¿Y tú no sospechaste que podría haber tal problema?
Mavis sacudió la cabeza.
─No ─contestó, sintiéndose repentinamente tonta. Sir Blane y Broderick habían
viajado a DeLac. Debería haber esperado que se hubieran comportado tan
rudamente en el camino como lo habían hecho cuando llegaron a DeLac.
El bebé comenzó a alborotarse. Lady Viola cogió a la criatura retorciéndose y
envuelta en mantas, con un mechón de pelo castaño claro y sujetándolo junto a su
hombro, se sentó en la silla cerca del brasero.
─Por favor, túmbate, querida y descansa. Te ves agotada.
Aunque Mavis estaba cansada, se sentó en la otra silla.
─Le aseguro, Lady Viola, que Roland no es como su padre y su hermano mayor.
Los he conocido y puedo garantizar la diferencia.
Eso era ciertamente verdad, especialmente cuando se trataba de su trato con
las mujeres.
Cuando el bebé siguió removiéndose, Lady Viola abrió su vestido y acomodó al
pequeño para amamantarlo.
─¿Y el otro hermano, Gerrard? ¿Te has encontrado con él alguna vez?
─No. ¿Y usted, mi lady?
─Solo su reputación ─respondió ella. Estudió a Mavis un momento. ─Preferiría
no ser la portadora de malas noticias, pero la ignorancia no es protección para una
mujer, así que te diré lo que he oído sobre Gerrard de Dunborough: que es
diabólicamente guapo y también diabólicamente inteligente, sin ningún hueso
honesto en su cuerpo. Hace trampa en los juegos de azar y se niega a pagar a los
comerciantes, o los taberneros cuyo vino bebe, o las mujeres que...
─delicadamente se aclaró la garganta. ─Para expresarlo de la manera más sencilla,
me temo, querida, que es un completo desconsiderado.
Aunque Mavis estaba consternada al oír al gemelo de su esposo pintado con
una luz tan terrible, trató de no traicionarse.
─Entonces tampoco es nada como Roland. Pero puesto que Roland es el lord y
Gerrard el menor, tendría suficientemente poco que ver con Gerrard en
Dunborough.
─Eso espero, mi lady, pero eso podría hacerlo aún más peligroso.
─Seguramente hay poco que pueda hacer para herirme, e incluso si lo intenta,
mi esposo me protegerá.
─Por tu bien, me gustaría que fuera así, pero Gerrard es un zorro astuto, mi
lady. Podría tratar de hacer que tu esposo te odie.
─¿Por qué? Si así fuera ¿qué podría ganar?
─Por lo que sé de los hombres de Dunborough, la infelicidad de su hermano
puede ser suficiente.
Mavis no tenía respuesta para eso, ni quería oír nada más.
─Ha sido bendecida con un niño sano y hermoso ─observó.
Lady Viola besó la parte superior de la cabeza de su bebé alimentándose.
─Los niños son de hecho una bendición y una alegría, querida.
Mavis instintivamente descansó sus manos entrelazadas sobre su vientre.
─Haría cualquier cosa por tener hijos. Son nuestro apoyo y comodidad.
─Le ruego me perdone, mi lady ─dijo Annisa mientras entraba de nuevo en la
habitación. ─La cena está lista.
Lady Viola entregó a la doncella su hijo soñoliento, quien recostó al bebé en su
hombro para sacarle los eructos.
─Lo siento. No tuviste la oportunidad de descansar después de todo― dijo a
Mavis mientras se cerraba su vestido.
─Está bien ─contestó Mavis, aunque deseaba haber tomado una siesta, así no
habría oído tanto sobre el hermano de su esposo antes de que se reunieran con
los hombres en el salón de abajo.
Capítulo 4

─Supongo que las mujeres deben tener su tiempo para chismorrear, eh, mi lord
y nosotros los hombres debemos esperar a que terminen, incluso si estamos
muriendo de hambre ─dijo Sir Melvin a Roland mientras se sentaban juntos en la
habitación principal de su casa señorial.
Roland no respondió, en parte porque no sabía si Mavis se entregaba a los
chismes, pero también porque no importaba si respondía. Ya había aprendido que
Sir Melvin seguiría hablando a pesar de todo. Desde que regresaron a la casa había
hablado del estado de los caminos, de la cosecha del año pasado, del Rey y de las
últimas noticias de la iglesia en Roma.
Roland podía creer que el hombre seguiría hablando incluso si fuera golpeado
hasta estar inconsciente.
─Por supuesto, es fácil para un hombre esperar por una mujer tan hermosa
como su esposa ─continuó Sir Melvin. ─¡Esos ojos! ¡Esa piel! No es que lo envidie,
mi lord, porque Viola se ganó mi corazón cuando yo era solo un muchacho y ella
dice lo mismo de mí, por más difícil que eso pudiera creerse.
Roland encontró eso bastante difícil de comprender. Supuso que era posible
que Sir Melvin hubiera sido más delgado y más callado en su juventud.
La mirada de Roland vagó hacia los soldados de su escolta, quienes también
estaban esperando la cena. Estaban agrupados alrededor de una mesa de
caballetes en el extremo más alejado de la habitación, charlando tranquilamente
entre ellos y solo echando un vistazo a su paso ocasionalmente. Sin duda estaban
discutiendo lo que había sucedido ese día y estaba seguro de que nada bueno
estaba siendo dicho de los hombres de Dunborough.
Notó a los dos hermanos sentados juntos, cabeza con cabeza, uno hablando, el
otro escuchando, prestando atención y asintiendo su acuerdo como si fueran
amigos, no enemigos mortales atrapados en la batalla por la atención de un padre.
─También ha hecho una alianza muy prometedora ─siguió Sir Melvin,
atrapando de nuevo su atención. ─Lord DeLac es un hombre rico y poderoso.
─Quién probablemente pronto estará muerto debido a la bebida ─respondió
Roland, tratando de silenciar al sujeto, al menos por un momento.
Desafortunadamente, su plan no tuvo éxito.
─Sí, bueno, eh, hemos oído que a veces bebe muchísimo. Sin embargo, tal vez
sea mejor para usted, ¿eh, mi lord? ─Sir Melvin dijo. ─Usted y su encantadora
esposa heredarán ya que no tiene un hijo. Tendrá una propiedad en el norte y otra
en el sur.
─A diferencia de mi padre o de mi hermano mayor, no me complace la muerte
de ningún hombre y dudo que mi esposa sienta algún placer por la muerte de su
padre, a pesar del comportamiento del hombre.
─N…no, por supuesto que no. No quise implicar... Perdóneme ─balbuceó Sir
Melvin.
─No me he ofendido ─contestó Roland mientras su esposa y Lady Viola
finalmente aparecían.
Vio enseguida que Mavis no parecía estar más descansada. Estaba todavía
demasiado pálida, con círculos oscuros bajo sus ojos.
Tal vez Lady Viola era tan habladora como su esposo y él habría hecho mejor
en seguir hasta que encontraran una posada o una abadía dispuestas a aceptarlos,
sin importar cuán desesperado hubiera estado por encontrar un alojamiento para
pasar la noche.
Por desgracia, ahora era demasiado tarde.
Los hombres se levantaron cuando las damas se unieron a ellos en el estrado
de la mesa principal, Mavis a la derecha de Sir Melvin, Lady Viola a su izquierda.
Lady Viola era común, pero lejos de ser fea y cuando sonreía indulgentemente a su
marido, Roland podía creer que la suya era en realidad una unión por amor, tan
sorprendente como lo habría encontrado cuando llegó por primera vez.
─Su hijo es un niño encantador ─dijo Mavis mientras los sirvientes comenzaban
a servir en los platos un espeso guiso de jamón, con pan recién hecho y un vino
inesperadamente bueno. ─Es muy bendecido.
─Sí, muy bendecido y afortunado ─estuvo de acuerdo Sir Melvin con orgullosa
complacencia. ─Tengo más de una docena de niños por lo menos. Cuanto más,
mejor, siempre digo. Supongo que pronto estará deseando hijos, mi lord. Nada en
contra de las hijas, porque ¿dónde estaríamos sin ellas? Pero un hijo primero,
¿eh?
Roland no se arriesgó ni siquiera a mirar a Mavis antes de responder.
─Espero tener muchos hijos.
─Entonces está de acuerdo con su esposa ─observó Lady Viola y sintió una
oleada de placer y alivio. ─Como ella dice, los niños son nuestra comodidad y
seguridad.
Comodidad… como si él hubiera sido duro y cruel.
Seguridad... como si él no pudiera mantenerla a salvo.
¿Acaso Mavis lo consideraba incapaz de realizar los deberes más básicos
pertenecientes a un marido y un padre? ¿Creía que sería tan negligente como el
suyo, o el de ella?
Para ser sincero, su padre había sido cruel, caprichoso, egoísta y exigente,
siempre enfrentando a un hijo contra el otro en una competencia interminable,
pero eso solo hizo a Roland más determinado a ser un mejor padre, si Dios lo
bendecía con hijos.
─Espero con ansia la paternidad ─dijo con firmeza y luego agregó, porque
estaba seguro de que sería cierto: ─Estoy seguro de que mi lady será una
excelente madre.
Sir Melvin sonrió y empezó a hablar del clima.

***
Más tarde esa noche, Mavis suspiró y giró su cabeza mientras pasaba su peine
por su largo y rubio cabello. Su espalda y hombros dolían por las muchas horas en
la silla de montar y aunque la comida había sido buena, había sido más bien
embarazosa e incómoda. Roland había dicho muy poco, sobre todo después de
que Sir Melvin mencionara a los niños. Suponía que debería sentir consuelo en la
fe de Roland en su habilidad para ser madre, aunque después de eso apenas había
dicho otra palabra y nunca había sonreído, sin importar cuán entretenidas fueran
las historias de Sir Melvin y el noble podía ser muy entretenido. Había intentado
compensar el silencio de su marido, pero entre el largo día y la buena comida y su
falta de sueño desde la noche anterior, se había retirado tan pronto como la
etiqueta lo permitía. Ahora apenas podía terminar de desvestirse y prepararse
para la cama debido a los bostezos que no se detenían.
Hasta que oyó el rasguño de un tacón en el suelo de piedra y se volvió para ver
a Roland estando de pie en el umbral, perfilado por la luz de la antorcha en el
pasillo detrás de él, su rostro anguloso en la sombra.
El latido de su corazón se aceleró y su cuerpo se calentó con un rubor mientras
pensaba en cómo debía lucir, cubierta solo con su camisón. Fue a cubrirse, luego
se detuvo. Tenía todo el derecho de mirarla, así como compartir esta habitación y
la cama. Ella era, después de todo, su esposa.
Entró en la habitación, su pisada tan tranquila y suave como la de un gato.
─Pensé que quizá te quedarías más tiempo en el salón ─dijo, tratando de
hablar con calma y de no traicionar ningún signo de sus tumultuosas emociones.
Se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared cerca de la puerta, como si no
quisiera acercarse más.
─Sir Melvin justificó cansancio y fue a reunirse con su esposa, quien se retiró
poco después de que lo hicieras tú. Era beber con los hombres o venir aquí, así
que vine aquí.
Era difícilmente una respuesta halagadora, pero ya había descubierto que su
esposo nunca sería un diplomático.
─¿Pretendes dormir otra vez en el suelo, mi lord?
─Sí.
Una sola palabra, sin ofrecer ninguna explicación. Muy bien, no pediría
ninguna.
Volvió a peinarse el cabello, aunque era una batalla mantener su mano firme.
─Lady Viola es una mujer muy amable y atenta.
─Y más callada que su esposo, gracias a Dios.
─Creo que también es muy amable, generoso y divertido.
─No pasaste la tarde con el hombre ─se apartó de la pared y se acercó. ─No
creo que descansaras tampoco.
Dejó el peine y se volvió hacia él.
─Estaba siendo una buena invitada, como debías haber sido, considerando que
casi forzaste a Sir Melvin a aceptarnos.
La contempló fijamente, su mirada inescrutable.
─Soy un hombre franco, Mavis. Sería un error esperar lisonjas y palabras
floridas de mí. Estabas agotada, como lo estaban también los hombres. No podía
arriesgarme a que la noche nos pillara en el camino.
─Yo también me preocupo poco por las alabanzas que no son sinceras o los
elogios vanos, mi lord ─repuso honestamente. ─He oído suficiente de eso en mi
vida y sé lo falso que es. Pero no todo elogio es falso, o se dice por un propósito
egoísta ─se levantó y lo miró de frente. ─Por ejemplo, simplemente estaría
estableciendo un hecho si dijera que eres un hombre guapo.
Su ceño se profundizó.
─Seguramente sabes eso, mi lord. Las mujeres deben haberte dicho eso antes.
Él sacudió lentamente la cabeza.
─¿Qué, nunca nadie ha dicho que eres un hombre bien parecido y bien
constituido? ─preguntó incrédulamente.
─No al alcance de mi oído. Supongo que estás acostumbrada a los cumplidos.
─Esos no eran a menudo sinceros ─se le acercó cautelosamente, por un lado,
decidida y, sin embargo, temerosa de decir demasiado, para que no la rechazara
de nuevo. ─También sería cierto si dijera que estoy feliz de estar casada con el lord
de Dunborough.
Sus ojos se estrecharon como si tampoco pudiera creer eso.
─¿Lo estás?
─Sí y espero estar todavía más feliz.
─¿Cómo? ─preguntó y volvió a ver aquella mirada melancólica y anhelante que
venía a sus ojos, la misma mirada que había visto en el solar de su padre. Que
Roland sí existía y ella lo había traído de vuelta de nuevo.
─Conociéndote mejor ─contestó. ─Convirtiéndome en una parte de tu hogar y
ayudándote como una esposa y ama de casa debería. Teniendo hijos.
Compartiendo tu cama.
Se acercó aún más.
─Quiero tener a tus hijos, Roland. Quiero compartir tu cama ─susurró antes de
tomar su rostro entre sus palmas y levantarse sobre los dedos de los pies para
besarlo suavemente.
Como siempre, cuando lo tocaba, era consciente del deseo apasionado
acechando, listo para salir, pero no hasta que le hubiese mostrado ternura, algo
que ahora dudaba que hubiera conocido.
Movió sus labios sobre los suyos, tan ligeros como el roce de una pluma. Él se
quedó inmóvil un momento, luego sus brazos la rodearon y oyó sus respiraciones
rápidas y agudas mientras la acercaba. La excitación la atravesó y ella presionó
más besos ligeros como una pluma a lo largo de su mandíbula y cuello. Envolvió
sus brazos alrededor de él y deslizó lentamente sus manos hacia arriba por su
espalda. Luego dio un paso atrás y tomó su mano para llevarlo a la cama. Lo atrajo
para que se sentara a su lado y cuando la miró, pasó sus dedos por su pelo oscuro.
─Esposo ─murmuró antes de inclinarse más cerca para besarlo de nuevo.
En el mismo instante, el fuerte crujido de un trueno rasgó el aire y la lluvia
comenzó a golpear contra las contraventanas de madera de la habitación. Al igual
que de repente, oyeron gritos y voces que se alzaron alarmados desde el patio.
Roland se acercó a la ventana y ella se apresuró a reunirse con él.
Independientemente de la lluvia, él abrió las contraventanas y ambos se quedaron
sin aliento.
Un enorme roble al lado del establo había sido partido por la mitad por un
rayo, enviando una enorme rama a chocar con el techo del establo y encendiendo
el tronco en llamas. A pesar de la lluvia, el establo estaba en llamas. Batidas por el
viento, las llamas danzaban y se movían a través del techo de paja como una
criatura hambrienta buscando comida.
─Quédate aquí ─ordenó Roland mientras salía corriendo de la habitación.
Mavis no podía quedarse en la habitación. Agarró su capa y la arrojó sobre su
camisa de dormir, metió los pies dentro de las botas y corrió hacia el salón vacío
de abajo. Abrió la puerta exterior y se detuvo, aturdida por lo que vio.
Arnhelm, Verdan, el resto de sus soldados y los sirvientes de Sir Melvin corrían
de ida y vuelta del pozo con cubos, ollas o cualquier cosa que pudiera contener el
agua, derramando la mitad de los contenidos en su prisa por arrojar agua al
establo. Gansos y pollos chillaban y se agachaban y se ponían a cubierto. Dos
gigantescos caballos de carga se estremecían y relinchaban de miedo cerca de la
puerta. El buey bramó no muy lejos. Sir Melvin corría de un lado del patio al otro
gritando:
─¡Oh, dulce Jesús! ¡Oh, Madre María!
¿Dónde estaba Roland? ¿Y Dulce? ¿Y Hefestos?
Antes de que pudiera preguntarle a uno de los sirvientes que pasaban
corriendo, la puerta del establo se abrió y Roland mismo apareció dirigiendo a
Dulce y Hefestos. Tan pronto como estuvieron afuera, los entregó a uno de los
criados más jóvenes que podría ser un muchacho encargado de los establos, con la
orden de llevarlos al otro lado del patio. Entonces llamó a Arnhelm y Verdan,
ordenándoles que se cercioraran de que todos sus caballos eran contabilizados.
Señaló a algunos otros hombres.
─Ustedes cuatro, rodeen todo el ganado y manténgalo fuera del camino. ¡El
resto de ustedes, formen una línea desde el pozo hasta el establo y pasen los
cubos! ¡Ahora!
Mavis corrió hacia el pozo.
─Giraré el mango ─dijo al sirviente que estaba allí, decidida a hacer algo para
ayudar al igual que los hombres que formaban una línea. ─Ustedes llenen los
cubos.
Roland, mientras tanto, se quedó cerca del establo y tiró los cubos de agua
sobre el edificio en llamas una y otra y otra vez. Por el rabillo del ojo, ella vio a Sir
Melvin, aunque todavía agitado, llevando su buey para juntarlo con los caballos
cerca de la puerta.
Entonces la lluvia se detuvo. Hubo un silencio, una pausa, mientras todos
levantaban la vista, pero solo por un momento, porque el viento seguía soplando.
El fuego ardía a la vida, humo espeso de la húmeda ruina llenando el aire. Aunque
nadie abandonó su puesto, todos empezaron a toser y a ahogarse.
Sin embargo, gracias a sus esfuerzos, las llamas finalmente disminuyeron y
luego la lluvia comenzó otra vez, apagando lo último del fuego mientras este
disminuía y cesaba y convertía el patio en un empapado pantano de paja, fango y
ceniza.
Agotada, Mavis se desplomó contra el lado del pozo. Los hombres en la línea
también dejaron sus baldes, cubos y cacerolas. Algunos se derrumbaron en el
suelo, sin importar el barro.
─Caray, estoy exhausto ─se quejó Arnhelm. Verdan simplemente se sentó con
la cabeza entre sus manos, hasta que Lady Viola apareció en el umbral de la
cocina.
─Hay cerveza, vino y pan listos ─llamó. ─¡Entren, entren, todos!
Arnhelm, Verdan y el resto de los hombres obedecieron de inmediato. Mavis
empezó a ir con ellos, hasta que vio a Roland, su túnica húmeda y sus pantalones
adheridos a su poderoso cuerpo, sus botas cubiertas de barro, su cabello pegado a
la frente y su rostro negro de hollín. Se estaba dirigiendo hacia el otro extremo del
establo, donde la rama carbonizada del árbol se encontraba entre la ruina
ardiendo del edificio.
Aunque estaba exhausta, mojada y hambrienta, su curiosidad fue más fuerte.
Lo siguió, caminando cuidadosamente alrededor de los charcos crecientes,
bordeando la rama derribada del árbol que probablemente tenía siglos de
antigüedad. Cuando rodeó la esquina del edificio arruinado, vio a Roland parado
inmóvil, sus manos en las caderas, mirando lo que quedaba de otro edificio más
pequeño que había estado cerca de los establos. Las cenizas y las chispas del
establo la habían encendido también y quemado hasta las cenizas.
Suspiró al ver tal destrucción.
Roland giró y se volvió hacia ella. Frunciendo el ceño, dirigió una rápida mirada
sobre ella.
─Deberías ir adentro de inmediato.
─Y tú también ─contestó ella.
Con un asentimiento, tomó su brazo para guiarla alrededor del establo y por el
patio encharcado.
─Deberías haberte quedado dentro con Lady Viola ─dijo mientras bordeaban
un charco particularmente grande.
─Quería ayudar.
─No arriesgando tu salud.
─Estás tan mojado ─señaló. ─¿Se salvaron todos los animales?
─Sí, pero no la carreta.
¿La carreta? ¿Su carreta? La que tenía…
─¡Mi dote! ─gritó, volviéndose hacia atrás.
─Las monedas están a salvo ─dijo, bloqueando su camino. ─Las mantuve
conmigo. En cuanto al resto... ─se encogió de hombros. ─No hay nada que hacer al
respecto.
Lo miró fijamente, horrorizada por su degradación de esta tragedia.
─Pero no tengo nada que haya quedado para llamar mío, excepto la ropa en mi
espalda y las pocas cosas extra en mi pequeño cofre de viaje. Cuando lleguemos a
Dunborough, no tendré otras ropas, ni manteles para la mesa ni ropa de cama, ni
siquiera ropa interior extra.
─Puedes conseguir ropa nueva en Dunborough.
─¿Qué pensarán tu familia, tus inquilinos, tu hermano, si llego con casi nada?
─gritó con frustración y consternación mientras empezaba a temblar. ─¿Que mi
padre no me valoraba lo suficiente como para proveer una dote?
Frotándole los hombros con las manos calientes, él dijo:
─Si alguien se pregunta por qué me casé contigo aparentemente sin una dote,
diré... ─hizo una pausa y la soltó y retrocedió. ─Basta de esto. Estás fría y mojada y
te enfermarás si nos quedamos afuera por más tiempo.
Tomó su brazo otra vez y se dirigió hacia la cocina. Ella resbaló en el barro y él
inmediatamente se inclinó y la tomó en sus brazos.
Quería protestar, pero se estaba congelando y él podía caminar más rápido, así
que no objetó hasta que entraron en la cocina.
─Puedes dejarme en el suelo ahora ─susurró cuando Sir Melvin, Lady Viola y
todos los demás reunidos en la amplia y cálida habitación se volvieron para
mirarlos.
O bien Roland no la escuchó, u optó por ignorar su petición mientras
continuaba cruzando la cocina.
─Quiero un ladrillo caliente para nuestra cama, más mantas y agua caliente
para lavarnos ─ordenó. Habló como si este fuera su castillo y ella se ruborizó de
vergüenza.
Estaba aún más avergonzada cuando salieron de la cocina y entraron en la sala
principal de la casa iluminada solo por unas pocas antorchas que proyectaban
sombras grotescas en las paredes. Dos doncellas pasaron corriendo a su lado. Una
llevaba lo que lucía como un ladrillo envuelto en lino, la otra una jarra de agua
humeante y tenía paños de lino limpios sobre su brazo.
─Bájame ─dijo con más severidad.
Todavía siguió ignorándola.
─¡Dije que me bajaras! ─le ordenó, empujando su pecho.
─No. Estás mojada, estás cansada y cuanto antes te metas en una cama
caliente, mejor. Estoy más que dispuesto a ser empujado o golpeado o lo que sea
que elijas hacer, pero no voy a bajarte. Y deberías cesar en tus esfuerzos por
impedírmelo. He sido golpeado demasiadas veces, mi lady, por mi padre y mi
hermano mayor como para verme afectado por cualquier esfuerzo tuyo.
¿Había sido golpeado por su propia familia? Su padre la golpeaba rara vez,
pero recordaba vívidamente el dolor más allá de lo físico, la angustia y la
humillación y no dijo nada más.
Cuando llegaron al pasillo que conducía a los cuartos de la familia, las dos
doncellas que se habían apresurado a salir de la cocina por delante de ellos
salieron de su habitación. Al ver a Roland y Mavis, hicieron una reverencia, luego
se escabulleron en la dirección opuesta, tomando otro tramo de escaleras.
Roland la llevó a través del umbral, entonces finalmente la dejó en el suelo.
La habitación estaba como la habían dejado, a excepción de las mantas extra
en la cama, un montón de paños de lino en un taburete cercano y dos velas más
encendidas. Las contraventanas estaban cerradas y la lluvia había empezado de
nuevo.
Muy consciente de la presencia de su esposo, Mavis se quitó su capa húmeda,
dejándola sobre el cofre de ropa que ahora poseía. Cuando se enderezó, encontró
a Roland mirándola como si nunca hubiera visto a una mujer antes.
Su empapada camisa de dormir era casi transparente.
Mavis cogió el trozo de lino de la parte superior y lo envolvió alrededor de ella.
Conteniendo el aliento, su corazón acelerado, se quedó de pie temblando
mientras él entraba más adentro de la habitación.
Se detuvo cerca del montón de paños de lino. Se quitó la túnica húmeda y la
camisa, arrojándolas al suelo antes de que también alcanzara un paño de lino.
Comenzó a frotar su pecho vigorosamente.
─Deberías sacarte ese camisón antes de que pesques un resfriado.
Tenía razón, así que lo hizo. Manteniendo el paño de lino envuelto a su
alrededor, se movió fuera del camisón hasta que hizo un charco alrededor de sus
pies. Él, mientras tanto, se quitó los pantalones y las medias y envolvió un paño de
lino alrededor de su estrecha cintura, luego comenzó a secar su largo cabello con
otra pieza de lino.
Mientras lo movía de un lado a otro sobre su cabeza, sus ojos cerrados, no
pudo dejar de notar su cuerpo casi desnudo y las cicatrices en su pecho y espalda.
Había dicho que había estado en diferentes tipos de batallas y ella había asumido
una especie de escaramuza armada con proscritos o prácticas de combate. Ahora
sospechaba que eran en su mayoría de encuentros unilaterales, golpes
administrados por su terrible padre o igualmente monstruoso hermano mayor
cuando era demasiado joven como para devolvérselos.
De repente abrió los ojos y la sorprendió mirándolo.
Sin duda, sonrojándose como una doncella inocente, fue a buscar otro paño de
lino para secarse su propio cabello. Lo colocó sobre su cabeza y comenzó a frotar,
hasta que sintió sus fuertes manos cubrir las suyas y dijo, su voz baja y ronca:
─Déjame.
Tragó saliva fuertemente y no dijo nada mientras empezaba a secar su pelo,
aunque estaba muy consciente que, salvo por dos piezas de lino, ambos estaban
desnudos. Y posicionados muy juntos.
La pieza de lino alrededor de ella empezó a deslizarse e instintivamente la
agarró y la puso de nuevo en su lugar. Al mismo tiempo, él se detuvo y se alejó sin
decir una palabra, yendo a la bolsa de cuero en la esquina y sacando unos
pantalones.
No lamentaría que se estuviera vistiendo.
Tratando de ignorarlo, se sentó en la cama y comenzó a cepillar su cabello,
trabajando a través de la húmeda y enredada masa de nudos con sus dedos.
Mientras luchaba con una maraña particularmente problemática, el lino se
deslizó por debajo de sus pechos. Rápidamente lo alcanzó, atándolo con más
fuerza a su alrededor y levantó la vista para encontrar a Roland una vez más
contemplándola como si fuera un hombre hambriento en un banquete, su camisa
limpia y seca apretada en sus manos.
Su obvio deseo inflamó el suyo. Su necesidad atrapó la suya y la sostuvo.
─Debería revisar que los caballos hayan sido puestos en alguna parte. Y el buey
─dijo con voz ronca.
Mavis volvió a trabajar en su pelo, a pesar de sus dedos temblorosos.
─Si crees que es lo mejor, mi lord.
─¿Lo mejor? ─repitió en un murmullo.
Era lo más cercano que le había oído nunca a una dudosa vacilación. ¿Eso
significaba que quería quedarse?
A pesar de su temor de que pudiera estar equivocada, animada por sus besos
antes de que el relámpago golpeara, se levantó y lo enfrentó.
─Estoy segura de que Arnhelm y los demás se encargarán bien de nuestros
animales. ¿No estás de acuerdo, mi lord?
Él asintió.
─Entonces, tal vez deberías quedarte.
Su marido no se movió ni habló hasta que dejó caer el lino al suelo. Entonces él
dejó caer su camisa y cruzó el espacio entre ellos en un instante. En el momento
siguiente estaba en sus brazos, sus pechos desnudos contra su pecho descubierto,
sus brazos envueltos alrededor del otro, labios y lenguas y torsos tocándose.
Su cansancio se disolvió. Su anhelo floreció. Su palpitante latido del corazón
igualaba el suyo. Como si pensaran lo mismo, rompieron el beso. Ella se apresuró
a la cama mientras él tiraba a un lado el lino que había sido envuelto alrededor de
su cintura.
Se unió a ella en la cama y una vez más sus caricias la excitaron más allá de
toda medida, aunque esta vez fue como la primera, tierna y gentil. Su lengua y sus
manos se burlaban y persuadían hasta que lloriqueó por la necesidad insatisfecha.
Justo antes de que estuviera a punto de decirle que estaba lista, se empujó
dentro de ella. Se arqueó hacia él, buscando aún más unión, mientras sus empujes
se hacían más fuertes y rápidos y sus suaves gritos llenaban la alcoba. Un último
gruñido salvaje marcó la culminación.
Mientras su cuerpo se calmaba lentamente, un gran cansancio la superó y
después de retirarse, él se durmió a su lado.

***

Roland miró a su adormecida esposa con asombro.


Ninguna mujer de ningún valor querrá nunca a un palo frío como tú.
Otra vez las palabras burlonas de Gerrard pasaron por su mente, pero esta vez,
sabía que Gerrard estaba equivocado. Mavis lo quería, al menos en su cama. Eso
no era todo lo que él quería, pero sería un comienzo.
¿Y su voluntad por hacer el amor no probaba que posiblemente había sido más
que el dolor físico de perder su virginidad lo que la había hecho llorar? Y si era así,
¿por qué entonces debería resistir los poderosos impulsos de su cuerpo y el deseo
de su corazón?
Permaneció despierto durante mucho tiempo tratando de pensar en una
manera de decirle cómo lo hacía sentir. Como ninguna mujer lo había hecho sentir
nunca. Pero la tarea parecía desesperada. No era como Gerrard, que tenía una
facilidad con palabras y las mujeres. Tal vez, con el tiempo, Mavis llegaría a
comprender que cada día se estaba haciendo más valiosa para él y que cada día
estaba agradecido de que hubiera aceptado ser su esposa. O eso podía esperar.
No obstante, cuando finalmente se quedó dormido, soñó que estaba atrapado
en un edificio en llamas mientras su padre, sus hermanos y Mavis estaban afuera y
se reían.

***

Roland se despertó con un respingo para encontrar a Mavis todavía acurrucada


a su lado. Solo había estado soñando esa risa cruel y burlona. Su padre y su
hermano mayor estaban muertos. Mavis nunca se había reído de él. Ni lo haría
Gerrard cuando volviera con semejante esposa.
Quien había perdido gran parte de su dote debido a las llamas.
Afortunadamente todavía tenía la bolsa de monedas de plata que habían
formado parte de su dote.
Se alejó suavemente de ella y salió de la cama.
Se lavó y se vistió rápidamente y en silencio y se apresuró al salón de abajo
donde los hombres estaban despertando. Sir Melvin estaba allí y ya comiendo,
para su sorpresa.
─Apenas dormí un parpadeo ─Sir Melvin confió cuando Roland se unió a él en
la mesa. ─¿Cuánto supone que valía la dote de su esposa? Por supuesto, lo pagaré
todo tan pronto como...
─Eso no será necesario ─interrumpió Roland. ─La pérdida no fue su culpa, así
que no nos debe nada.
Su anfitrión lo miró con genuina consternación.
─Pero era mi cobertizo y...
─Nos dieron refugio cuando teníamos necesidad y puede quedarse con el buey,
por mi agradecimiento.
La frente de Sir Melvin se arrugó.
─Los artículos de la dote de su esposa y una carreta se destruyen mientras
usted es mi huésped, ¿y usted me dará un buey?
─Los artículos de la dote de mi esposa fueron destruidos en un incendio que no
fue su culpa, así que no espero recompensa, ni la aceptaré. Y podemos hacer el
viaje más rápido sin el buey.
─¡Pero Sir Roland!
─Pero Sir Melvin, no oiré ni una palabra más al respecto ─respondió Roland con
firmeza.
Por una vez, Sir Melvin no tuvo nada que decir en absoluto… por un momento,
al menos.
─¡Por Dios, usted es un hombre generoso, mi lord!
Roland sonrió, solo un poco.
─No soy mi padre, Sir Melvin.
─¡Por lo que he oído del hombre, no, diría que no lo es! ─su anfitrión aceptó de
corazón.
Capítulo 5

Una vez más Mavis se despertó para encontrarse sola, pero esta vez, sonrió.
Roland estaba demostrando ser un esposo increíble y no solo en su cama. Había
sido tan impresionante tomando el mando la noche anterior. Qué bien había
dirigido el esfuerzo de los hombres, perfilado por el fuego, parecía un bien
constituido Hefestos.
Entonces se acordó de que todos los artículos de su dote que habían
permanecido en la carreta se habían perdido y su alegría disminuyó. ¿Qué diría la
gente de Dunborough acerca de ella cuando llegara sin ropa fina u otros artículos
de la dote en absoluto?
Se levantó y estudió su vestido de viaje y su capa. ¡Luciría poco mejor que un
mendigo!
Por desgracia, como Roland había dicho, no había nada que hacer. Podía al
menos sentir cierto consuelo por la aceptación de Roland de la pérdida. Si se
hubiera casado con ella por su dote, seguramente habría estado más molesto. Por
supuesto, todavía tenía las monedas de plata...
Sacando de su mente tales pensamientos mercenarios, diciéndose a sí misma
que no le haría el amor como lo hacía si se hubiera casado con ella solo por
ganancia, se vistió y apresuró al gran salón de abajo. Los hombres de su escolta ya
estaban reunidos allí, comiendo pan, gachas y bebiendo cerveza, mientras Roland
y Sir Melvin se sentaban en otra mesa.
No pudo evitar sonrojarse cuando su marido la miró y recordó lo que habían
hecho la noche anterior y también que habían sido bastante ruidosos. Roland, no
obstante, no traicionó tal recuerdo, que era justo el mismo. De lo contrario, se
habría sonrojado aún más y probablemente tendría que sofocar una risa
avergonzada.
─Mi esposa se disculpa, querida ─comenzó Sir Melvin cuando se unió a ellos y
un sirviente le trajo un poco de gachas, pan y miel. ─El bebé está un poco
malhumorado, no creo que ninguno de nosotros durmiera bien anoche… y mi
esposa prefiere cuidar al niño ella misma.
─Un buen descanso nos hará sentir mejor ─respondió Mavis, sin atreverse a
mirar a su esposo.
Roland se levantó del banco y enderezó su túnica.
─Veré que los caballos estén listos para nuestra partida. De nuevo le doy mi
agradecimiento, mi lord, por su generosa hospitalidad y por una noche más que
memorable ─dijo, mirando a Mavis de un modo que hizo que su rostro se volviera
a calentar.
─Y yo le doy las gracias por toda su ayuda ─replicó Sir Melvin, felizmente
inconsciente de los acontecimientos secretos entre Mavis y Roland que hacía
difícil para ella escuchar. ─Y por supuesto, su regalo del buey. ¿Está seguro de que
no volverá a reconsiderarlo? Es una bestia fina.
Mavis contempló a su esposo con sorpresa.
─¿Le darás el buey a Sir Melvin?
─Eso dice, pero en realidad, querida, ¡es demasiado! ─Sir Melvin respondió
rápidamente. ─Perdió todas sus cosas y...
─No fue culpa suya ─dijo Roland. Miró a Mavis con firmeza, estoicamente. ─Y
como he explicado, iremos más rápido sin él. Ahora si me disculpan.
Mientras Roland salía de la habitación, Arnhelm, Verdan y los hombres de la
escolta se pusieron de pie de un salto y se apresuraron tras él, algunos metiendo
los restos de su pan en sus bocas.
Mientras Mavis los observaba irse y contemplaba la inesperada generosidad de
su esposo, Sir Melvin se inclinó hacia ella y dijo:
─¿No se lo dijo?
─No ─tuvo que admitir, ─aunque me alegro de que le haya dado el buey.
─No solo me lo ha dado como agradecimiento por nuestra hospitalidad, él no
aceptará nada en compensación por los artículos de su dote.
De nuevo se sintió complacida y estuvo de acuerdo.
─El fuego no fue su culpa.
─Confieso que no he oído nada bueno de los lores de Dunborough, pero debo
decir que, si bien Sir Roland es un tipo severo, no es en absoluto lo que esperaba.
Arnhelm se acercó a la puerta exterior.
─Mi lady, estamos listos para irnos.
Mavis se puso de pie.
─Gracias, mi lord, por todo ─dijo, besando ligeramente a Sir Melvin en ambas
mejillas. ─Siempre recordaré su amabilidad.
─Y yo siempre recordaré cómo ambos nos ayudaron a combatir el fuego y su
amable generosidad después ─dijo mientras la acompañaba al patio y hacia los
caballos esperando.
Verdan la ayudó a subir a la silla mientras su esposo se subía sobre su caballo
negro. Él asintió con la cabeza a su anfitrión y levantó su mano para señalar su
partida.
Mavis ondeó su mano para realizar sus despedidas, luego movió su caballo
para que así estuviera cabalgando junto a su esposo.
─Estoy muy complacida de que le dieras a Sir Melvin el buey para agradecerle
por su hospitalidad. Fue generoso de tu parte, mi lord.
─No necesitamos más de la bestia ─respondió Roland, ─y llegaremos a
Dunborough mucho más pronto sin él.
Ella no iba a ser disuadida de dar alabanza donde se debía hacerlo.
─Sin embargo, fue bueno de ti, y voy a decirlo.
Las puntas de sus orejas se pusieron rojas y ella creyó ver el fantasma de una
sonrisa en las comisuras de sus labios. Encantada, se adelantó.
─Me alegra descubrir que mi esposo es un hombre generoso. Mi padre, por
desgracia, se ha vuelto avaro en los últimos años, excepto cuando se trata de
festejar.
Roland no hizo ningún comentario.
Aún no disuadida, continuó.
─¿Tienes muchos banquetes en Dunborough, quiero decir además de la
cosecha y la Navidad, la Pascua, por supuesto y el Primero de Mayo y San…?
─No tenemos banquetes en Dunborough ─interrumpió. ─Los sirvientes,
inquilinos y aldeanos tienen sus celebraciones, pero mi familia no es bienvenida a
unirse a ellos. Mi padre no lamentaba que así fuera.
─¿Y tú? ─apremió ella, escuchando una tristeza oculta en su profunda voz. ─¿Lo
lamentabas?
La miró rápidamente, luego cambió su mirada con la misma rapidez.
─A veces.
Esa mirada le dio una visión de un chico de cabello oscuro estando solo, sin ser
invitado y sin ser deseado, en el borde de una verde aldea mientras otros niños y
niñas bailaban alrededor de un Poste de Mayo 4.
─Tal vez podamos tener un banquete para el Día de Todos los Santos ─sugirió.
Esa fecha estaba todavía algo distante en el futuro y le daría tiempo para conocer
bien la casa y los sirvientes de Dunborough.
Para su consternación, no pareció satisfecho por su sugerencia.
─Puedo ser un lord, pero no soy un hombre rico, Mavis y ese fuego nos costó
algo. Un banquete vaciará las arcas aún más.
Trató de no ser, o de no sonar, decepcionada. Si no había estado en muchos
banquetes, o pensaba en ellos solo con dolor, no debería estar sorprendida de que
no estuviera ansioso por ser el anfitrión de uno.
─Muy bien, mi lord. Pero la Navidad...

4
Poste de Mayo: Mástil terminado en una corona de flores y en el que se atan cintas de diferentes colores. Cada persona toma una
cinta y danza alrededor del poste con el fin de celebrar el Primero de Mayo o, en la antigüedad, celebrar rituales en honor a la
llegada de la primavera.
─Se celebrará con poco alboroto y festividades. No creo en gastar dinero
copiosamente en frivolidades ─le echó otra mirada, esta sin expresión, antes de
anunciar en voz más alta: ─Voy a montar adelante para buscar un lugar para darle
de beber a los caballos.
Arnhelm y Verdan espolearon a sus caballos para avanzar, pero Roland negó
con la cabeza.
─Solo ─declaró, dejando a los soldados no más remedio que echarse hacia
atrás antes de que enterrara sus talones en los costados de Hefestos y saliera
cabalgando al galope.

***

Roland hizo parar a Hefestos y miró hacia atrás por encima de su hombro para
asegurarse de que estaba bien adelante del cortejo, luego espoleó su caballo a un
paseo. Había querido -necesitado- tiempo a solas para reunir sus pensamientos y,
sobre todo, decidir qué decirle a su esposa.
─Me temo que no hay esperanza, Heffy ─dijo en voz alta. A menudo hablaba
con los animales porque no se burlaban o lo criticaban. ─Quiero hablar con ella,
pero no sé cómo hablar, cómo actuar, cómo estar con ella, excepto cuando
estamos en la cama.
Cuando lo estaban, era maravilloso. Más allá de todo lo que había soñado o
esperado.
─Tal vez eso es un comienzo, ¿eh, Heffy? ─dijo con más alegría. ─Y tal vez un
día, si soy paciente e incluso si no puedo decirle cómo me siento, ella llegará a
apreciarme.
Y entonces podría finalmente saber lo que era tener a alguien que lo amara.

***
Cuando Roland desapareció en una curva del camino, Arnhelm sacudió la
cabeza.
─Nunca voy a entender a la nobleza ─le dijo a Verdan, manteniendo su voz
baja, así Lady Mavis no oiría. ─¿Qué está haciendo cabalgando como lo hace y
solo? Caray, si tuviera una esposa así, nunca dejaría su lado.
Verdan soltó una carcajada.
─Si tuvieras una esposa así, yo tampoco dejaría nunca su lado.
─Habla en serio, tú estúpido. Te digo, no es natural.
─Oh, ellos son “naturales”, está bien ─replicó Verdan. Él bajó la voz aún más.
─Una de las doncellas de Sir Melvin, esa bonita con el cabello rubio, me dijo que
los oyó haciéndolo como conejos anoche.
Eso desconcertó aún más a Arnhelm.
─Entonces, ¿por qué se fue cabalgando así?
─¿Cómo lo sabría? ─respondió Verdan con un encogimiento de hombros. ─Él es
un lord, ella una lady, quién sabe lo que pasa en sus cabezas... o camas ─añadió,
riéndose de su propia broma. ─Mira, tú, ella es bastante feliz, ¿verdad? No la has
visto llorando, ¿cierto? Y ¿no hizo un buen trabajo combatiendo el fuego anoche?
Esa chica rubia pensó que era como un héroe salido de una canción.
─En otras palabras, ella no te dio ni la hora del día ─respondió Arnhelm con una
sonrisa.
─Estaba demasiado cansado ─dijo Verdan, virtuosamente. ─Y no creo que él
sea tan malo como piensas. Estás viendo problemas donde no hay ninguno. ¿No
quieres que ella sea feliz? ¿No eres el que siempre está diciendo que se merece
algo mejor?
─Sí, pero no estoy tan seguro de que Sir Roland vaya a hacerla feliz.
─Y yo digo que lo hará ─declaró Verdan, su voz más alta. ─¿Qué más…?
─¡Suficiente, tú gran bobo! ─advirtió Arnhelm. ─¡Ella te oirá!

***
Mavis no los escuchó. No ese día, o los días que siguieron, mientras
continuaban hacia el norte. Tampoco Roland le habló mucho. Le resultaba difícil
encontrar un tema que le interesara más allá de unas cuantas palabras.
Eso habría sido más inquietante si no hubieran compartido sus noches, su
cama y sus cuerpos. Roland siguió siendo un amante apasionado y tierno y se
consoló con la forma en que la amaba, diciéndose a sí misma que era más
importante que ser un compañero ingenioso en el camino.
A pesar del placer de las noches, no obstante, se estaba cansando de viajar y
ansiaba llegar a su destino, sobre todo una vez que llegaron a Yorkshire. Era
verdaderamente salvaje, áspero y frío, con el viento azotando los valles como si
tuviera la intención de arrancarte la ropa de la espalda.
Mavis envolvió su capa con más fuerza alrededor de ella. Por lo menos podía
consolarse con el conocimiento de que de hecho estaban yendo mucho más
rápido sin la carreta y el buey.
Sin embargo, había dejado de preguntarle a Roland cuándo iban a llegar a su
casa, pues él solo contestaba:
─Pronto.
Hoy día, no obstante, mientras se encontraba adelante a cierta distancia,
todavía estaba a la vista y ya era pasado el mediodía, así que quizás estaban cerca
de Dunborough por fin.
Alcanzando la cima de una cordillera, Roland detuvo a su caballo. Permaneció
sentado inmóvil durante un breve instante, luego volvió a Hefestos y regresó al
galope.
Mavis hizo detenerse a Dulce.
─¿Qué...? ─murmuró Arnhelm, sacando su espada.
Verdan y los otros hombres hicieron lo mismo, mientras Mavis intentaba no
entrar en pánico.
─¿Qué pasa, mi lord? ─gritó.
─Hombres montados y armados vienen por el camino en esta dirección ─le dijo
no a ella, sino a Arnhelm y a la escolta. ─Arnhelm, tú y Verdan monten al frente
conmigo. El resto de ustedes, quédense aquí y protejan a mi lady.
─Sí, mi lord ─respondió Arnhelm, pero antes de que ninguno de ellos pudiera
moverse, cuatro jinetes aparecieron en lo alto de la loma y galoparon por la ladera
hacia ellos. No llevaban coraza ni armadura ni cascos, aunque todos tenían
espadas en sus costados.
Dulce relinchó y golpeó con sus patas el suelo, tan nerviosa como su ama.
Algunos de los otros caballos también se movían ansiosamente.
Los jinetes todavía estaban a cierta distancia cuando Roland juró en voz baja.
─Envainen sus espadas ─ordenó.
─¿Son amigos? ─preguntó Mavis, todavía desconfiada a pesar del mandato de
Roland.
―No ―respondió mientras los cuatro jinetes hacían que sus caballos se
detuvieran a una corta distancia, bloqueando el camino. Todos eran jóvenes,
vestidos con ropas que reflejaban riqueza. El más alto llevaba una túnica azul
brillante, el más pequeño una túnica verde bosque y la capa del mediano era de
color rojo oscuro. Sus enérgicos caballos movieron sus cabezas y patearon el suelo
como si estuvieran irritados por tener que detenerse.
Sin embargo, era el hombre que cabalgaba delante de ellos en un caballo tan
blanco como la nieve quien captó su atención. Estaba vestido de negro con un
grueso cinturón grabado en relieve de bronce y a medida que se acercaba, pudo
ver que, aunque sus botas estaban llenas de barro, el cuero era de un brillante
intenso.
Era también la viva imagen de su esposo.
Compartían los mismos pómulos altos, los mismos hombros anchos, piernas
esbeltas y musculosas, incluso el mismo cabello largo y oscuro. Pero había una
diferencia. Este hombre sonreía ampliamente mientras detenía su caballo frente a
ellos, algo que su esposo nunca hacía.
Tampoco fue la única que notó el extraño parecido, porque oyó el jadeante
"¡Caray!" de Arnhelm y los mismos murmullos asombrados de los otros soldados
de la escolta.
─¡Saludos, hermano! ─exclamó el extraño.
El gemelo de Roland sonaba como Roland, también, aunque la voz de Gerrard
era ligeramente de un tono más alto. De cerca, también podía ver que el rostro de
Gerrard era ligeramente más redondo y menos anguloso, como si alguien hubiera
borrado todos los bordes afilados de las facciones de su esposo.
Por eso Gerrard parecía el menor.
─¿Y quién es esta jovencita encantadora que sin duda es la responsable del
retraso en tu regreso? ─preguntó Gerrard, observando a Mavis con el tipo de
especulación lujuriosa con la que desgraciadamente estaba familiarizada y
detestaba.
─Mi lady, éste es mi hermano Gerrard ─contestó Roland. ─Gerrard, ésta es
Lady Mavis. Mi esposa.
La sonrisa de Gerrard murió en sus labios.
─¿Tú...? ¿Es esto una broma?
─Es la verdad ─dijo Mavis mientras empujaba a Dulce más cerca. Ahora más
que nunca deseaba que sus bonitos vestidos no hubieran sido destruidos en el
incendio. No obstante, mantuvo su cabeza bien alta. Ella era, después de todo, la
hija de un lord y la esposa de otro. ─Me complace conocer a mi cuñado.
Gerrard apretó las riendas con más fuerza y no le habló a ella, sino a su
hermano.
─Lady Mavis… ¿La hija de Simón DeLac?
─La misma.
─¿Así que has hecho una alianza con DeLac? ─le preguntó a su hermano.
─Sí.
─Pensé que ibas a decirle que alguna esperanza de eso murió con nuestro
padre y Broderick.
Mavis trató de no revelar su sorpresa, pero esta era la primera vez que había
oído que Roland no había venido a Dunborough con una alianza en mente. Fuerte
tras la sorpresa vino un alivio grandioso y alegre. Si no quería la alianza y le
importaba poco su dote, debía haberse casado con ella por lo que valía por sí
misma.
─Puedo ver por qué lo reconsideraste. Eres realmente el más afortunado de los
hombres, hermano ─continuó Gerrard. Sus labios se curvaron de nuevo, pero esta
vez, era más un desprecio que una sonrisa. ─Una esposa lo suficientemente
hermosa para saciar el deseo de cualquier hombre, una más que excelente alianza
política y sin duda una buena dote para sacar provecho. Deberías haber mandado
un aviso a casa sobre este maravilloso evento.
─No había tiempo.
Gerrard alzó las cejas.
─¿Tiempo para casarte y estar en la cama, pero no para enviar un aviso?
Roland frunció el entrecejo profundamente.
─Discutiremos lo que pasó en el Castillo DeLac cuando estemos en casa y en
privado. ¿Qué estás haciendo tan lejos de Dunborough?
─Porque, he venido a buscarte, hermano ─respondió Gerrard. ─Partiste con tal
prisa y sin una escolta y luego te demoraste tanto que temí que hubieras caído
presa de proscritos en el camino, o quizás te hubieras herido a ti mismo.
Hizo sonar a Roland como un niño que necesitaba cuidados.
─Como comandante de la guarnición, era tu deber permanecer en el castillo.
─Mucha gratitud fraternal por mi preocupación ─dijo Gerrard a la ligera, pero
había cólera en sus ojos. ─Sin embargo, debes permitirme a mí y a mis amigos
escoltarte el resto del camino y puedes enviar a estos soldados de regreso de
donde vinieron.
Arnhelm y Verdan intercambiaron miradas cautelosas.
Gerrard se levantó en sus estribos y miró por el camino.
─¿Dónde está la dote, o fue toda en monedas?
─Suficientes preguntas y no tenemos necesidad de tu compañía. Yo diré
cuándo se despide la escolta ─Roland alzó la mano y le indicó a su grupo que
comenzara a moverse de nuevo.
Mavis maniobró su caballo al lado de su esposo, mientras Gerrard volvió el
suyo hacia la orilla para dejarlos pasar e hizo un gesto a sus amigos para que
hicieran lo mismo. Podía oír a Gerrard y a sus amigos susurrando y riendo mientras
pasaban cabalgando.
─Gerrard necesita mejores modales ─gruñó Roland.
Mavis no estaba en desacuerdo, pero como estaba tan feliz, no se quería
sumar a la enemistad entre ellos.
─Era bueno que estuviera preocupado por ti, ya que no habías enviado la
noticia de que regresarías más tarde de lo que esperaba. Tenía razón al pensar
que podrías haber sido atacado o herido, incluso si su manera de expresar esa
preocupación era menos que respetuosa.
La única respuesta de Roland a eso fue una audible inhalación.
─Se parece mucho a ti. Debería haberme dado cuenta de que lo haría y, sin
embargo, nunca realmente lo pensé. ¿Es como tú en otras formas?
─No.
Claramente Roland no deseaba discutir sobre su hermano, así que ella no dijo
nada más cuando rodearon una curva en el camino.
Los masivos terraplenes y paredes de un castillo considerable se elevaron en la
distancia.
─¿Ese es Dunborough? ─preguntó con asombro, maravillada por el tamaño
completo de la fortaleza.
─Sí ─contestó Roland con orgullo en su voz.
─No tenía idea de que fuera tan impresionante.
─Es el castillo más grande en millas a la redonda. Mi padre gastó miles de
marcos en su construcción.
A pesar de su orgullo, también captó una corriente de disgusto en sus palabras.
─Seguramente hará que cualquier hombre piense dos veces antes de intentar
atacarlo ─dijo.
─Esa fue su explicación por el costo.
─La gente debe sentirse segura sabiendo que tienen tal santuario en tiempos
de guerra.
─Eso espero, porque fueron sus diezmos e impuestos los que pagaron por ello.
Cuando se acercaron a las primeras casas al borde del pueblo, agrupadas al pie
de las paredes protectoras de la fortaleza, Roland volvió a cabalgar varios pasos
por delante. Esta vez, no obstante, no estaba angustiada. Esa debía ser
simplemente su costumbre.
El pueblo parecía un lugar próspero, con más de unas pocas construcciones de
dos pisos. La mayoría eran de barro y zarzo y aquellas alrededor de la verde aldea
tenían tiendas en el nivel inferior. Una iglesia de piedra estaba en una subida a una
corta distancia. Había también una herrería, a juzgar por el humo elevándose de
uno de los edificios cerca de un roble y había señales de un tendero, un panadero
y una taberna, también.
Gerrard, que debió haberlos seguido después de todo, cabalgó a su lado
mientras se dirigían hacia la entrada del castillo.
─Bueno, mi lady, ¿ha estado mi hermano jactándose de su castillo?
Roland podría estar a varios metros de distancia, pero dado que Gerrard no
hizo ningún esfuerzo por hablar suavemente, Mavis estaba segura de que Roland -
y cada soldado detrás de ellos- había oído sus burlonas y sarcásticas palabras.
A pesar de lo que hubiera entre estos dos hombres, Roland era un noble, el
lord de una propiedad y su esposo. No estaba dispuesta a dejarle ser tratado de
una manera tan insolente, ni siquiera por un hermano. No podía desafiar a
Gerrard con espada o maza, pero tenía otras armas y las usaría para poner a este
hombre en su lugar.
─No, realmente no ha hablado de Dunborough ─respondió con una pequeña
sonrisa que sugería recuerdos agradables. ─Hablamos de otras cosas cuando
estuvimos solos... o no hablamos en absoluto.
Su recompensa fue el breve parpadeo de sorpresa que cruzó las facciones de
Gerrard antes de que respondiera.
─Estoy sorprendido de que lograra hablar contigo en absoluto. Por lo general,
tiene la lengua atada alrededor de las mujeres.
Deseó haber sabido eso antes. Le habría ahorrado mucha consternación.
─Incluso las que ha conocido por años ─agregó Gerrard.
─Es cierto que no habla como hacen tantos jóvenes superficiales ─replicó con
fría cortesía mientras trataba de no preguntarse quiénes podrían ser esas “otras
mujeres” y si algunas de ellas eran bonitas. ─Pero entonces, él no tiene necesidad
de hablar para ser impresionante. Tiene una cierta... ¿cómo puedo plantearlo?
¿Presencia dominante? ¿Aura de invencibilidad? ¿Fuerza? Una mujer solo tiene
que mirarlo para saber que siempre estaría a salvo y protegida por un hombre así
y entonces hay...─ se aclaró delicadamente la garganta. ─Bueno, hay algunas
atracciones que tal vez son mejores mantenerlas para una misma.
Había esperado que sus implicaciones silenciaran a Gerrard. Por desgracia,
estaba equivocada.
─Sin duda tendrá algo en común con Audrey, entonces ¿eh, hermano? ─gritó.
Miró de nuevo a Mavis y sonrió con alegría triunfante al ver su sorpresa… y algo
más que no pudo siquiera esconder. ─¿No te ha dicho sobre la encantadora
Audrey D'Orleau? ¿Por qué no le has hablado de Audrey, hermano? ─gritó. ─¿Por
qué no has mencionado a la mujer con la cual todos en Dunborough asumieron
que te casarías?
Esto era más que una vaga mención de otras mujeres sin nombre y sin rostro.
Esta era una mujer específica, una mujer encantadora y una con la que se
esperaba que Roland se casara.
Entonces recordó quién estaba hablando y qué había dicho Lady Viola sobre él.
No tomaría en serio las palabras y las implicaciones de Gerrard.
─Tuvimos cosas más interesantes que hacer que discutir sobre viejos amigos de
la familia.
─Puedo pensar en algunas cosas interesantes que me gustaría hacer contigo
también ─dijo Gerrard, su voz igual como una mirada lasciva.
Roland se detuvo bruscamente y saltó de su caballo. Mientras Mavis y los
demás detenían sus monturas y miraban con atónita sorpresa, marchó hacia el
sonriente Gerrard, lo agarró por la pierna y lo tiró de su caballo.
─¡Caray! ─Arnhelm jadeó de nuevo.
─¡Sí! ─replicó Verdan con igual sorpresa, mientras Mavis solo podía mirar.
─¿Te has vuelto loco? ─demandó Gerrard mientras se ponía de pie.
Sus amigos trotaron desde el fondo del cortejo, claramente enojados.
─¿Qué diablos estás haciendo? ─demandó el de rojo, mientras los otros dos
miraban con ojos tan amplios como los de un niño.
El hombre de rojo también parecía a punto de desmontar hasta que el
hermano de Roland levantó su mano para detenerlo.
─No es necesario que interfieras, Walter ─dijo Gerrard. ─Esto es entre mi
hermano y yo.
Roland no prestó ni una onza de atención a los amigos de su hermano.
─¿Cómo te atreves a hablarle a mi esposa de esa manera tan insolente?
─demandó. ─¿Y por qué debo hablarle a mi esposa sobre la hija de un comerciante
de lana?
─¿Por qué no, a menos que quieras mantener tus relaciones pasadas sin que
las sepa?
Un nudo se formó en el estómago de Mavis.
Roland se acercó más a Gerrard, hasta que estuvieron nariz con nariz,
imágenes de un espejo reflejándose la una en la otra.
─No tuve ninguna relación pasada con Audrey, como bien sabes ─dijo con
severidad y con tal fiera convicción, que la semilla de celos que había sido
sembrada en el corazón de Mavis se marchitó. ─Y en el futuro tratarás a mi esposa
con el respeto que le corresponde.
Con sus manos en las caderas, Gerrard ladró una carcajada.
─Eres el lord de Dunborough solo porque naciste minutos antes que yo. En
cuanto a Audrey, todos en Dunborough te han visto ir a su casa. ¿Para qué? ¿Una
charla amistosa? ¿Con la joven más rica y más hermosa en cincuenta millas a la
redonda?
─Para ofrecerle consejo, porque ella lo buscó.
─¿Consejo? ¿Es como se le llama en estos días? Tal vez lo sea, por hombres
insensibles y arrogantes como tú. En cuanto al respeto, lo concederé cuando sea
ganado y no antes.
Volviéndose hacia Mavis, Gerrard hizo una profunda reverencia.
─No obstante, mi lady, ruego tu perdón por mi impertinencia. Mi mente estaba
aturdida por tal belleza y olvidé mis modales.
Una vez más se dirigió a su ceñudo hermano.
─Si quieres impresionar a tu esposa, Roland, puedo pensar en mejores maneras
de hacerlo que atacándome… aunque esos otros medios bien podrían estar más
allá de tus poderes.
─Cierra tu boca y vuelve a tu caballo ─ordenó Roland mientras se dirigía de
vuelta hacia Hefestos y ponía su pie en el estribo.
─No debemos hacer un espectáculo de nosotros mismos, ¿cierto? ─replicó
Gerrard, sacudiendo el polvo de sus pantalones. ─Es demasiado tarde para eso.
Mientras Roland montaba con severa dignidad, Gerrard se arrojó a su caballo
con un abandono temerario, para el obvio entretenimiento de sus amigos.
─Un buen tipo con el que te has casado, ¿eh, mi lady? ─le dijo a Mavis, su
caballo encabritándose. ─Un orgulloso santurrón de hombre que robó el derecho
de nacimiento de su hermano y usa a las mujeres solo como ganancia.
─Eso es una mentira, como bien sabes, mientras difundes rumores que se
basan en los chismes de lenguas ociosas ─replicó Roland.
Riéndose con desprecio, Gerrard pateó los costados de su caballo con los
talones y cabalgó al galope por la inminente entrada. Sus amigos también
acercaron las espuelas a sus caballos y lo siguieron, el de rojo llamado Walter
sonriendo con suficiencia y los otros dos jóvenes sonriendo como bufones.
─Dios nos salve ─susurró Arnhelm a Verdan. ─Qué…
─Sí ─interrumpió Verdan. ─¿No es él un hombre justo?
Mavis estuvo silenciosamente de acuerdo con sus sentimientos y el epíteto no
pronunciado. Había sido advertida de que Roland y Gerrard se odiaban el uno al
otro, pero, aun así, no había esperado que su animosidad fuera tan descarada y
tan feroz. En cuanto a esta mujer Audrey... Gracias a Lady Viola y el conocimiento
de que Roland no se había casado con ella por ganancias financieras o políticas,
era mucho más fácil creer la severa refutación de Roland que la burlona acusación
de Gerrard.
Sin una palabra, sin ninguna expresión legible en absoluto, ni siquiera cólera,
Roland condujo el cortejo a través de la caseta, bajo el rastrillo y al otro lado de la
sección exterior. Cruzaron otro portón en la otra muralla para entrar en la sección
interior y a través del portón final en el patio adoquinado. Filas de soldados
estaban en los paseos de las murallas, observando mientras pasaban y en el patio,
más soldados aguardaban rígidamente con atención, claramente reunidos allí para
el regreso de Roland. Varios sirvientes también esperaban cerca de lo que debía
ser el vestíbulo. Solo un hombre estaba a su gusto, apoyado contra una pared, sus
tobillos y sus brazos cruzados y una sonrisa insolente en su rostro.
Gerrard.
Ignorando a su hermano, Roland desmontó y ayudó a Mavis a bajar de su
caballo. Se movía incluso con mayor dignidad aquí, como si fuera un rey y éste
fuera su país, mientras que Mavis era muy consciente de lo desaliñado de su
atuendo y que su llegada era inesperada.
─Esta es Lady Mavis, mi esposa ─anunció Roland con una voz alta y clara.
Los soldados no se movieron. Los sirvientes solo se miraron unos a otros. Nadie
dijo una palabra, ni siquiera en un susurro o murmuración girándose a un lado,
incluyendo a Arnhelm y Verdan.
Mavis sospechó que las noticias ya habían llegado a Dunborough de que
Roland tenía una esposa, sin duda gracias al hombre apoyado contra la pared.
─¿Dónde está Eua? ─exclamó Roland.
Una sirvienta, de caderas estrechas y mediana edad, se abrió paso a través del
nudo de sirvientes. Su ropa estaba limpia, su cabello color marrón grisáceo
cubierto en su mayoría por un velo y había líneas alrededor de su boca como si
mantenerla fruncida fuera su expresión habitual.
Estaba ciertamente frunciéndola ahora.
─Muéstrale a mi esposa mi habitación ─dijo Roland. ─Ha sido un largo viaje y
debería descansar antes de la cena ─su mirada escaneó el patio. ─¿Dónde está
Dalfrid?
─En el molino. Hemos enviado a alguien para que lo traiga ─contestó la
sirvienta. Hablaba sin deferencia o siquiera respeto, aunque Roland era el lord.
Pero entonces, él solo había obtenido el título recientemente. Al menos Mavis
esperaba que esa fuera la explicación de su insolencia. De lo contrario, esto no
auguraba nada bueno.
─Cuando vuelva Dalfrid ─prosiguió Roland, ─dile que quiero hablar con él en el
solar ─se dio media vuelta y fijó a Gerrard con una mirada. ─Después de haber
hablado con mi hermano.
La única respuesta de Gerrard fue un encogimiento de sus anchos hombros
antes de que Roland se dirigiera hacia el vestíbulo.
¡Dios la salvara, seguramente todos no serían tan insolentes con Roland!
Estaba tan desconcertada, que le llevó un momento comprender que Roland
había dejado el patio sin hablar con ella.
―Espero verte más tarde, mi lady ―dijo Gerrard mientras pasaba junto a ella,
su tono divertido e impertinentemente le guiñó un ojo.
Eua sonrió al ver eso, mientras que Arnhelm y Verdan fruncieron el ceño.
Mavis se incorporó y contempló a Eua con toda la dignidad que poseía. Debía
aclarar de inmediato que debía ser tratada con respeto. Estaba tan segura de eso
como si Tamsin estuviera allí para decírselo.
─Soy la esposa de tu lord, Eua, y quien gobernará Dunborough. Es mejor que lo
recuerdes, o se te mostrará la puerta. Ahora, por favor, llévame a mi habitación.
La mujer se ruborizó, pero no dio otra señal de que se sintiera amonestada
antes de que condujera a Mavis hacia el salón y lo que debían ser las habitaciones
de la familia al lado de este.
Capítulo 6

Gerrard entró en el solar que había sido de su padre y se deslizó en una de las
sillas talladas decorativamente. Cruzando los brazos, puso sus botas en la enorme
mesa del centro de la habitación y levantó una ceja mientras contemplaba a su
hermano.
─Bueno, Roland, aquí estoy ─dijo, su tono más un insulto, al igual que su
sonrisa.
Roland quería borrar esa sonrisa burlona de la cara de su hermano. No era solo
la falta de respeto que le había mostrado. Estaba acostumbrado a las burlas
imprudentes de Gerrard. También era la manera en que Gerrard se había dirigido
a Mavis y la había mirado, mientras ella se había absuelto admirablemente...
Sí, lo había hecho... y salió en su defensa también. De hecho, había tenido éxito
de una manera que él nunca tuvo en una batalla de palabras con su hermano.
Eso fue motivo de satisfacción y orgullo, así que fue con mucha menos fuerza
de la que podría haber usado que empujó los pies de Gerrard fuera de la mesa.
También debería haberlos sabido, en vez de creer que Gerrard mostraría algún
signo de envidia, a pesar de que tenía que estar allí. Había visto la manera en que
Gerrard había mirado a Mavis y luego su expresión de asombro cuando se enteró
de que era la esposa de su hermano. No dudaba que eso explicara una buena
parte de la ira de Gerrard, también. Por una vez, Gerrard sabría cómo se había
sentido cuando su hermano hacía algo inesperado que les afectaba a ambos.
─¿Estás borracho? ─preguntó mientras las botas de su hermano golpeaban las
losas. ─Esa sería la única excusa que podrías tener para hablarle a mi esposa como
lo hiciste.
─Ah, sí, tu esposa ─respondió Gerrard, poniendo los pies de vuelta en la mesa.
─Tu muy inesperada esposa. ¿Cómo sucedió eso, me pregunto? No podría ser
porque estuvieras conmovido por su belleza. Tú no. Y no podría ser porque
querías una alianza con DeLac. Estabas en contra de eso incluso antes de que
nuestro padre anunciara sus esponsales con la sobrina del hombre. DeLac no era
de confianza, dijiste. Nos jugaría chueco. Encontraría una manera de engañarnos o
de negarse a venir en nuestra ayuda, si tuviéramos que pedírsela. Sin embargo,
aquí estás con la hija de Simón DeLac por esposa. Estoy seguro de que la dote era
sustancial, pero sigue siendo la hija de Simón DeLac y, a menos que haya sufrido
algún cambio milagroso, sigue siendo el mismo bribón engañador.
─No tengo que darte explicaciones ─respondió Roland, empujando
nuevamente las botas de su hermano de la mesa.
Gerrard se puso en pie de un salto.
─No, no tienes que hacerlo, mi lord. Solo soy el comandante de la guarnición
que dejaste a cargo con apenas una palabra de advertencia. Sin embargo, ¡ve!
─hizo un gesto de barrido. ─El castillo todavía está aquí. Nada se ha desmoronado.
No ha habido disturbios ni rebeliones. Así que ves, querido hermano, no soy
completamente incompetente. Pero ¿qué hay de tus negligentes acciones? Te
fuiste cabalgando como un loco después de oír hablar de las muertes de nuestro
padre y hermano y que ahora eres el lord, entonces no vuelves por días. ¿Y qué
descubro cuando voy a buscarte? ¡Que te has casado con la hija de Simón DeLac!
─acercándose, pinchó con su dedo el pecho de Roland. ─¿Estabas tú borracho
cuando tomaste a esa mujer como esposa?
Roland se quitó de encima el dedo de su hermano.
─¡No me toques!
─¿Eso es lo que ella dijo en tu noche de bodas?
Las manos de Roland se cerraron en puños mientras luchaba contra el impulso
de golpear a su hermano.
─Debería saberlo mejor antes que esperar que hablaras con algo de respeto,
pero no te burlarás de mi esposa.
─No me estaba burlando de ella. Me estaba burlando de ti.
─¡Lárgate!
─No hasta que me digas por qué te casaste con ella ─respondió Gerrard
mientras plantaba los pies y se cruzaba de brazos. ─Déjame escuchar tus lógicas y
sonoras razones, porque no hay manera bajo el cielo de que el amor o el deseo
tengan algo que ver con ello, a pesar de cómo luce.
Roland enderezó sus hombros y mintió.
─Por la misma razón que nuestro padre y luego Broderick accedieron a casarse
con su prima. Necesitamos aliados en el sur y DeLac es un hombre poderoso.
Nunca confiaré en él, pero sigue siendo nuestro aliado por todo eso.
─¿Y la dote? Considerable, sin duda.
─Suficiente.
Gerrard entrecerró los ojos.
─¿Cuánto?
─Como lord de Dunborough, no necesito...
─Por la sangre de Dios, ¿acaso ese viejo zorzal se las arregló para regalar a su
hija sin una dote... y a ti?
─Había una dote y no necesito decirte más.
─Te hizo que la desposaras por casi nada, ¿no? ─cacareó Gerrard. ─Nunca
pensé que vería el día en que algún hombre obtuviera algo mejor en un trato que
tú, ni siquiera cuando es por una mujer que luce como ella lo hace.
Roland sacó la bolsa de plata que había formado parte de la dote de Mavis y la
arrojó sobre la mesa.
Gerrard la cogió y la sopesó en su mano.
─¿Esto es todo? Audrey estará indignada.
─Los sentimientos de Audrey son asunto suyo. No le hice ninguna promesa ─de
hecho, ella apenas le había prestado atención mientras su hermano mayor estaba
vivo y él nunca había considerado, ni por un momento, casarse con ella, sin
importar lo que dijera Gerrard. Con suerte, también le había aclarado eso a Mavis.
─La carreta que llevaba el resto de los artículos de la dote de mi esposa fue
destruida en un incendio cuando paramos para pasar la noche.
En el momento en que Roland vio la mirada escéptica que apareció en la cara
de su hermano, lamentaba haberse molestado en decírselo.
─Si quieres creerme o no, esa es la verdad.
La expresión de Gerrard cambió a una de ojos muy abiertos y falsa inocencia.
─Pues, por supuesto que te creo, hermano. Eso explicaría la falta de equipaje
en tu cortejo. Qué desafortunado para tu esposa, entre tantas otras desgracias.
Dime, Roland, cuando tú y DeLac estaban negociando, ¿alguna vez destinaste un
momento para pensar en ella?
Roland apenas había pensado en otra cosa sino en Mavis desde la primera vez
que la había visto, pero esa era una debilidad que seguramente nunca revelaría a
Gerrard, o a nadie más.
─Ella eligió ser mi esposa.
─¿Eligió? Probablemente tanto como nosotros elegimos ser los hijos de
nuestro padre.
─Sí escogió y eso es todo lo que voy a decir al respecto.
─Tampoco hay duda de que esa es toda la charla del gentil amor que has
compartido con ella. “Casarte conmigo o no, ¿cuál es tu elección?” ¡Por la sangre
de Dios, pensar en una belleza como ella casada con un pez frío como tú!
─No cabe duda de que tú preferirías verla casada con un derrochador que bebe
y sus noches las pasa con prostitutas.
─Al menos sé qué hacer con una mujer en mi cama.
─O eso es lo que las putas te permiten creer.
La sonrisa burlona que Rolando despreciaba volvió a la cara de Gerrard.
─Tal vez debería ofrecerle algo de consuelo fraternal.
Roland dio un paso más cerca.
─Permanece lejos de ella, Gerrard, o por Dios que yo...
Una pequeña tos vino en dirección de la puerta. Ambos hombres se volvieron
para ver al mayordomo parado en el umbral.
─Entra, Dalfrid, y cuéntale a mi hermano todas mis últimas transgresiones ─dijo
Gerrard al delgado hombre de pelo gris que sostenía varios pergaminos. ─También
puede contarte todo sobre su esposa. ¡Oh, no trates de parecer sorprendido,
Dalfrid! Estoy seguro de que Eua te dijo que ha vuelto a casa con una esposa. Pero
también puedes perder ese brillo en tus ojos. No tiene una dote, o al menos no
mucho. Dice que hubo un incendio y los artículos de su dote se perdieron. No
obstante, si eso es así, me pregunto por qué mi insensible y ambicioso hermano
no la devolvió a su padre.
─¡Déjanos, Gerrard! ─ordenó Roland.
─Con gusto ─dijo su hermano con un airoso ondeo de la mano mientras
continuaba hacia la puerta. ─No tengo deseos de oír a los dos discutir sobre
cuentas y otros asuntos mundanos.
Aclarándose la garganta de nuevo, Dalfrid entró en la sala, inclinándose
humildemente y mirando la bolsita de monedas mientras ponía los pergaminos de
las cuentas sobre la mesa.
─Naturalmente, me dijeron de su matrimonio, mi lord ─dijo con esa voz suya
suave como cuajo. ─Y que su esposa es muy hermosa. Le deseo dicha, mi lord.
Roland se dejó caer en la silla detrás de la mesa y luego se levantó de nuevo
cuando se dio cuenta de que se había sentado justo donde su padre solía presidir
como un rey sobre su trono. Emitiendo órdenes. Haciendo amenazas.
Administrando lo que pasaba como justicia en su mente retorcida.
─Gracias, Dalfrid ─dijo, rodeando la mesa, luego apoyándose contra ella y
cruzando los brazos. ─Ahora, ¿qué ha estado sucediendo aquí mientras estuve
fuera?
Dalfrid volvió a mirar la bolsita de monedas, luego le dirigió a Roland una de
sus sonrisas sin sentido.
─Cuthbert ha pagado lo que debe, mi lord. Comprende que no es el tipo de
hombre que permitiría que las muertes de su padre y de su hermano
interrumpieran el negocio de la propiedad.
─No, no lo soy.
Dalfrid puso una expresión de pena casi tan falsa como sus sonrisas.
─Ay, mi lord, tengo algunas noticias de las que no estará feliz de oír. Gerrard y
sus amigos han causado algunos, eh… problemas en la aldea. Se metieron en una
pelea en El Canto del Gallo y se produjo un daño considerable. Mesas y bancos
rotos, así como una contraventana. Hubo también la pérdida de un gran barril de
cerveza. Se rompió y el contenido se derramó.
Roland suprimió un suspiro molesto.
─¿Cuánto quiere el tabernero?
─Diez marcos, mi lord. Naturalmente fui a la taberna yo mismo para examinar
el daño.
─Naturalmente.
―Fue como dijo Matheus. Había algo más, mi lord ─Dalfrid se aclaró
delicadamente la garganta. ─Una de las sirvientas asegura que fue atacada.
Roland fijó su mirada en el semblante adulador de Dalfrid y esperó para
escuchar las noticias que siempre había estado temiendo desde que Gerrard había
descubierto a las muchachas.
─No fue Gerrard, mi lord y no fue violada ─le explicó rápidamente Dalfrid. ─Ella
afirma que uno de los compinches de su hermano le puso el ojo morado, al igual
que le infligió algunos otros moretones. Le pagué por sus, eh, dificultades.
─¿Dónde estaba mi hermano durante esta pelea y la golpiza a la sirvienta?
─Sin sentido, mi lord, en el establo.
¡Qué aliviado debería sentirse al oír que su hermano había perdido la
conciencia debido a la bebida!
─¿Hay más?
─No, mi lord.
─Gracias a Dios por eso ─murmuró, finalmente recogiendo la bolsita de
monedas. ─Mi esposa necesita ropa nueva. La suya fue arruinada en un incendio
en nuestro camino aquí, junto con la mayoría de los artículos de su dote salvo por
las monedas.
─Al menos se salvó algo, mi lord y también tiene la alianza con su padre. Lord
DeLac tiene influencia en la corte. Una conexión muy valiosa, mi lord.
Dado su expresión y entusiasmo, uno pensaría que el matrimonio había sido
idea de Dalfrid.
─Y, por supuesto, está la dama misma ─continuó el mayordomo. ─Ella por sí
sola vale...
─Sí, lo hace ─interrumpió Roland. No quería oír el "valor" de Mavis discutido
por Dalfrid, o cualquier otro hombre. Extendió la mano sosteniendo las monedas.
─También quiero que la ayudes con el banquete de bodas.
Incluso mientras alcanzaba la bolsita, los ya pequeños y brillantes ojos de
Dalfrid se entrecerraron aún más.
─¿Banquete de bodas, mi lord?
─Sí, y hay dinero para ello ─contestó Roland. ─Ya que soy el lord de
Dunborough y Lady Mavis es nueva en Yorkshire, debe haber una celebración
apropiada para que pueda conocer a los otros nobles.
También la haría feliz, pero no le diría eso a Dalfrid.
─Como diga, mi lord ─respondió Dalfrid mientras colocaba la bolsita en su
ancho cinturón, ─un banquete de bodas es de hecho necesario. ¿Cuándo debería
tener lugar eso?
─Pronto.
─Digamos, ¿quince días?
─Si Mavis está de acuerdo en que ese es tiempo suficiente.
Dalfrid asintió.
─Espero que vengas a mí para aprobar cualquier artículo costoso,
especialmente si ya has gastado lo que está en la bolsita.
─Por supuesto, mi lord.
─Me ocuparé de que ella mantenga los gastos dentro de lo razonable.
─Estoy seguro de que usted lo hará, mi lord ─dijo Dalfrid con otra sonrisa
zalamera. ─Estoy seguro de que lo hará.

***

Arnhelm arrojó su bolsa de cuero sobre un catre en el cuartel de Dunborough.


─Bueno, muchachos, estamos aquí ─le dijo al resto de la escolta de DeLac
mientras miraba a su alrededor la larga y estrecha habitación alineada con catres.
Dos perchas habían sido clavadas en cada lado del muro de piedra y una larga
mesa para asearse corría a lo largo de la pared más alejada. ─Podría ser peor.
─Puede ser mejor ─comentó Verdan mientras arrojaba su bolsa a otro catre y
se acostaba, apoyando la cabeza entre sus manos y cruzando las piernas en los
tobillos.
Los otros hombres también desecharon su equipaje y merodearon alrededor.
─¿Cuándo comeremos? ─preguntó Teddy, rascándose la barba.
─Cuando se nos diga ─respondió Arnhelm, sentado en su catre.
─¿Cuándo iremos a casa? ─preguntó Rob con más urgencia.
─Cuando se nos diga.
─¡Espero que mañana! ─murmuró Teddy. ─¡Yorkshire es malditamente
demasiado frío!
─¿Juego de damas? ─sugirió Rob y los hombres se fueron a jugar en la esquina
donde estaba el solitario brasero, para mirar o hacer apuestas sobre el resultado.
Verdan se incorporó y miró a su hermano con el ceño fruncido.
─¿No sabes realmente cuando partiremos?
─No, y no voy a preguntar ─replicó Arnhelm. ─Es nuestro deber ocuparnos de
que nuestra señora esté a salvo y por Dios, quiero estar seguro de que lo está. Y
sabes tan bien como yo que Lady Tamsin vendrá y nos preguntará cómo estaba
cuando nos fuimos de aquí, seguro como que respiramos.
─Sí.
─Así que nos quedamos todo el tiempo que podamos.
Verdan asintió al resto de los hombres que ahora participaban en un ruidoso y
animado juego.
―A ellos no les va a gustar.
─Es algo bueno que no estén a cargo, entonces, ¿eh? Además, no es con ellos
con los que Lady Tamsin y Sir Rheged hablarán.

***

Eua condujo a Mavis por el patio hacia el salón del Castillo de Dunborough, la
construcción más grande dentro de la muralla interior. Había una pequeña torre,
ancha y cuadrada cerca detrás de este, probablemente la torre principal original y
quizás estaban unidas por algún tipo de pasaje. Otra construcción de dos pisos y
con la mitad fabricada de madera con ventanas cerradas en el nivel superior,
ninguna en el inferior, se extendía a la izquierda del vestíbulo.
El enorme salón era frío, con ráfagas de viento y bastante escueto, las paredes
sostenidas por gruesos pilares de piedra, con enormes vigas de roble sobre
macizos llanos abarcando el techo. Había pocas ventanas y aquellas estaban en la
parte superior destinadas a dejar escapar el humo de las antorchas y el hogar
central. Un estrado de madera estaba en el otro extremo.
Continuaron por otra puerta, más pequeña, en el otro extremo del salón y
hacia la derecha del estrado. Frente a este había una abertura más ancha a la
izquierda. A juzgar por los sonidos que venían del pasillo más allá, aquel conducía
a la cocina.
Al abrir la pequeña puerta apareció un pasillo que se extendía por el exterior
del largo edificio de madera de dos pisos unido al salón.
─El solar de su señoría está en la torre ─explicó la severa sirvienta al entrar en
el pasillo, ─pero no se puede llegar hasta allí desde aquí. Solo desde fuera ―se
detuvo ante la primera puerta. ─Esta era la habitación de Sir Blane. La de
Broderick era ésta ─observó con el mismo tono plano y sin emoción cuando
pasaron por una segunda puerta. Llegaron a una tercera puerta. ─Esa es de
Gerrard, no que la use mucho ─dijo la sirvienta, su tono muy diferente. Habló
como si esperara que Mavis quedara impresionada de que Gerrard
aparentemente durmiera en otra parte, sin duda con una variedad de mujeres.
Mavis encontró eso cualquier cosa menos impresionante.
Eua abrió la puerta del cuarto dormitorio.
─Esta es de Roland. Y la suya ahora, supongo.
Mavis trató de no mostrar su consternación mientras examinaba la estéril
habitación, pero incluso los sirvientes de DeLac tenían mejores cuartos. Los únicos
muebles eran una cama estrecha más parecida a un catre de soldado cubierta por
una gruesa manta de lana, un lavabo, un taburete, un baúl de madera que sin
duda contenía la ropa de Roland y una pequeña mesa con una lámpara de aceite
apagada. Cuando volvió a mirar hacia la cama, se arrepintió incluso más por la
pérdida de los artículos de su dote, especialmente de la ropa de cama.
Pero eso no era todo lo que estaba mal.
─Mi esposo y yo necesitamos una cama más grande. Esa es apenas lo
suficientemente grande para una persona.
─Está la de nuestra última señoría, supongo ─replicó Eua con un encogimiento
de hombros.
─No, esa no ─Mavis podía imaginar demasiado bien el tipo de cosas que habían
sucedido en aquella cama, estando las mujeres dispuestas o no. ─Una nueva.
─Sobre cualquier cosa que valga dinero, tiene que hablar con Dalfrid, mi lady
─respondió Eua. ─¿Sabe quién es ese?
Mavis no estaba satisfecha con la pregunta de la mujer, o la manera de
preguntarla.
─Por supuesto. Es el mayordomo.
─Entonces debe saber que cualquier cosa que requiera dinero, tiene que ir con
él. ¿Dónde debo decirles a los hombres que pongan sus cosas?
─Solo tengo un pequeño cofre de ropa y artículos de tocador ─trató de sonar
despreocupada, no obstante, un rubor vino a su cara. ─Hubo un incendio en el
viaje hasta aquí y todas mis otras ropas y artículos de la dote fueron destruidos.
─Un incendio, ¿eh? Lástima ─replicó Eua con otro encogimiento de hombros y
una expresión escéptica.
¿Quién pensaba esta mujer que era para hablarle de tal manera a la esposa de
su lord? Una cosa era cierta, no podía continuar. Si Mavis había aprendido algo de
Tamsin, era que el respeto era esencial cuando se lidiaba con los sirvientes.
Mavis se incorporó y habló con la mejor imitación de su prima.
─Fue una lástima. Ahora tráeme un poco de agua caliente y un brasero para
temperar la habitación. ¡En seguida!
Finalmente, Eua hizo una demostración de deferencia, balanceándose en una
reverencia antes de salir de la habitación.
Con suerte, todos los sirvientes no serían como Eua, Mavis pensó mientras la
observaba irse. Luego estaba Gerrard, pero al menos tenía algo de experiencia
lidiando con jóvenes vanos y arrogantes.
Mavis volvió a examinar la espartana habitación y suspiró. No era lo que había
estado esperando. De ningún modo.
─Por Dios, eres una belleza.
Advertida por la ligera diferencia de tono, Mavis se volvió para encontrar a
Gerrard parado en la puerta.
―Completamente sola, ¿eh? ―Gerrard observó con una sonrisa mientras
caminaba, sin ser invitado, dentro de la habitación.
Sí, era como su marido, pero también muy diferente y no solo porque sonreía
tan ampliamente, con tanta facilidad y tanta frecuencia. Roland era un guerrero
fuerte y silencioso que seguramente lucharía con sombría determinación. Gerrard
era indudablemente audaz y probablemente le iba bien en los torneos, pero no se
sorprendería al saber que le faltaba el estómago para una batalla de verdad.
─Si yo fuera tu marido, nunca te dejaría esperando, sobre todo con una excusa
de dormitorio tan desdichada. Pero entonces, Roland nunca se preocupa por la
comodidad de nadie.
─Incluyendo la suya ─replicó ella. ─Estoy segura de que tiene muchas cosas que
atender desde su regreso.
─Si tuviera una esposa tan hermosa como tú ─dijo Gerrard, acercándose más,
─el asunto del feudo podría esperar.
Ella retrocedió.
─Quizá, entonces, es mejor que todavía no tengas una esposa o un feudo
propio.
Eso borró la insolente sonrisa de su rostro.
─Mi hermano me ha robado mi herencia.
─Si era el mayor, la herencia era suya por derecho de primogenitura.
─Solo si es el mayor. Nadie puede probarlo.
─¿No era también una disposición de la voluntad de tu padre que Roland
heredara? ─preguntó, aunque no estaba segura de que ese fuera el caso.
Afortunadamente, a juzgar por el malhumorado ceño fruncido de Gerrard,
había adivinado correctamente
─No dudo que mi difunto padre estuviera influenciado por el hijo codicioso y
ambicioso que siguió servilmente todos sus mandatos.
¿En lugar del insolente? preguntó en silencio. En voz alta, dijo:
─Como hijo, era su deber obedecer.
─¿Cómo obedeciste a tu padre cuando te casaste con Roland?
─Habría huido de la casa de mi padre y buscado santuario en la iglesia en lugar
de casarme en contra de mi voluntad ─contestó con honestidad y a pesar de que
su matrimonio no era asunto suyo.
Gerrard rió y se acercó aún más.
─Antes creería que mi caballo puede hablar, a que una mujer como tú se casara
con Roland de buena gana.
Una sombra apareció en el suelo.
─¿Qué estás haciendo aquí, Gerrard? ─preguntó Roland desde la puerta.
Mavis sonrió aliviada. Mientras tanto, Gerrard cruzó sus brazos, apoyó su peso
en una pierna y contempló a Roland con otra sonrisa burlona.
─Bueno, hermano, parece que finalmente has recordado que tienes esposa.
─Y aparentemente tú has olvidado que esta es mi habitación, no la tuya.
─No me dijiste que tu hermano era tan divertido ─dijo Mavis, pasando junto a
Gerrard para tomar el brazo de su esposo. ─Justo me estaba diciendo que cree
que su caballo puede hablar.
─Dije que antes puedo creer que mi caballo puede hablar a que ella se haya
casado contigo de buena gana.
Mavis sonrió ante la cara estoica de Roland.
─Y puesto que sí me casé contigo de buena gana, debe creer que su caballo
puede hablar o admitir que estaba equivocado al hacer tal suposición. Pero tal vez
deberíamos excusarlo. Acabo de llegar y todavía no me conoce.
─Espero conocerte mejor, mi lady.
Le dio a Gerrard otra sonrisa, aunque una más frágil y sus ojos no estaban para
nada divertidos.
─También espero conocer más cosas sobre el hermano de mi esposo.
Especialmente por qué Roland había hecho de Gerrard su comandante de la
guarnición. Habiéndolos visto juntos, eso era un misterio.
─¿Está lista la cena, mi lord? ─preguntó.
La mano de Roland cubrió la suya mientras asentía, la acción no sin un toque
de posesividad.
─Sí. Vamos, mi lady ─respondió, volviéndose para escoltarla desde la
habitación y dejando que Gerrard los siguiera.
Mavis no tuvo que mirar hacia atrás para ver si lo hacía. Podía oírlo avanzando
detrás de ellos como una sombra maliciosa e impudente. Sin embargo, trató de
entrar en el salón con confianza y serenidad, ¡pero que no habría dado entonces
por tener su vestido verde y su velo de seda!
Independientemente de su atuendo, Arnhelm, Verdan y los hombres de DeLac
la saludaron con sonrisas y asentimientos. Los soldados de Dunborough la
observaron con más cautela, y otros que parecían ser hombres de alguna
responsabilidad, tales como el cazador, el fabricador de flechas y el herrero,
también lo hicieron. Los tres jóvenes que habían estado con Gerrard en el camino
también estaban allí, inseguros en sus pies de una manera con la que
desafortunadamente estaba familiarizada, mientras un hombre alto y delgado,
bien vestido con una larga túnica de lana azul oscuro, esperaba cerca de la mesa
de caballetes en el estrado. Localizó a Eua en el rincón más alejado del salón.
La sala seguía bastante escueta. No había manteles de lino y las únicas sillas
estaban en la mesa alta, con bancos en las otras. Las antorchas ahora ardían en los
apliques.
Gerrard pasó junto a ellos para reunirse con sus amigos, mientras el hombre de
túnica azul se apresuraba hacia ellos, deteniéndose un momento para darle a
Gerrard una inclinación que no fue tomada en cuenta.
─Mi lady, éste es Dalfrid, el mayordomo de Dunborough ─dijo Roland.
―Dalfrid, ésta es mi esposa, Lady Mavis, la hija de Lord Simón DeLac.
─¡Es un honor, mi lady! ─exclamó Dalfrid, inclinándose profundamente. ─Tengo
que confesar que mi aliento es arrebatado por su belleza.
A pesar de su efusiva bienvenida, había algo en el hombre que a Mavis de
inmediato no le gustó. No estaba segura de sí era su cara larga y estrecha, o su
forma zalamera de hablar, o la manera en que se frotaba las manos, pero algo
parecía estar mal.
─Dalfrid te mostrará las provisiones mañana ─dijo Roland, ─y te prestará
cualquier ayuda que necesites para prepararte para un banquete de bodas.
─¿Banquete de bodas? Pensé que no tenías banquetes en Dunborough ─dijo
ella, demasiado sorprendida para ocultarlo.
─Decidí que nuestra boda era una ocasión digna de celebrar y un banquete te
dará la oportunidad de conocer a nuestros vecinos e inquilinos y los aldeanos más
importantes.
Tan complacida como estaba de que considerara su matrimonio lo
suficientemente importante para un banquete, mil pensamientos, preguntas y
preocupaciones estallaron en la mente de Mavis… primero y ante todo porque,
aunque le había preguntado a Roland sobre los banquetes, nunca había planeado
uno. Tamsin había estado a cargo de tales eventos en los últimos años. Sin
embargo, ahora no solo tomaría el control de este hogar desconocido, sino que
¿también planificaría su propio banquete de bodas?
─Deberíamos tener más que suficientes provisiones ─prosiguió Roland, ─y no
hay mucha prisa. Digamos que dentro de quince días ─fijó su penetrante mirada
en ella. ─Eso será suficiente, ¿verdad, mi lady?
Cualesquiera que fueran sus preocupaciones y dudas, no quería decir que no
estaba a la altura de la tarea.
─Ciertamente, mi lord.
─Bien. También le he dicho a Dalfrid que se ocupe de que tengas cualquier
prenda nueva que requieras.
Eso fue una noticia mucho más bienvenida.
─Gracias, mi lord.
─Cualquier solicitud que tengas que requiera comprar o pagar, debes hacérsela
a Dalfrid. Si hay preocupaciones, él me las traerá a mí.
─Entonces, Dalfrid, necesitamos una cama nueva ─le dijo al mayordomo. ─La
de la habitación de Sir Roland es demasiado pequeña.
En el silencio que siguió, Mavis podría haber oído caer una gota de lluvia. La
cabeza de Roland giró lentamente hacia ella. Los ojos de Dalfrid se abrieron y su
mandíbula se aflojó, mientras que todos los demás en el salón estaban
aparentemente igual de aturdidos, excepto por Eua. Ella dejó escapar un bufido de
risa que fue más embarazoso que el silencio.
Ruborizándose, Mavis intentó desesperadamente corregir su error.
─Pensé que lo más pronto... Es decir, es pequeña para dos.
Dalfrid se recuperó.
─Lo atenderé de inmediato, mi lady.
─Se hará mañana ─dijo Roland al mismo tiempo.
─Mañana, entonces, mi lord ─contestó Dalfrid.
En ese momento, varios sirvientes habían aparecido en la entrada de la cocina,
llevando platillos y bandejas. El mayordomo hizo otra reverencia y se dirigió a una
mesa del lado opuesto del salón donde estaban sentados Arnhelm, Verdan y la
escolta de DeLac. Gerrard y sus amigos seguían sonriendo con diversión e
intercambiando susurros.
Mavis volvió a mirar a su alrededor.
─¿Dónde está el sacerdote para bendecir la comida, mi lord?
─No tenemos sacerdote en el castillo. El Padre Denzail sirve en la iglesia de la
aldea.
La manera en que Roland contestó le dijo que era otro de los edictos de su
padre que aún tenía que cambiar, si es que así lo deseaba.
Tomaron asiento y las sirvientas se dirigieron hacia la mesa alta. Eua, notó, se
quedó dónde estaba, aunque hizo gestos y señaló para dirigir a los sirvientes como
un general liderando una batalla desde la distancia.
─No quería avergonzarte con lo de la cama, mi lord ─dijo Mavis antes de que
los sirvientes llegaran a la mesa principal. ─No pensé...
─No, no lo hiciste ─dijo, su voz baja. ─No deberías haber hecho tu petición en el
salón.
Gerrard se levantó con una copa en las manos y otra sonrisa irrespetuosa y
burlona en su rostro.
─¡No creo que necesitemos esperar por un banquete de bodas para hacer un
brindis por la novia y el novio! ─exclamó, sus ojos brillando a la luz de las
antorchas. ─¡Por mi hermano Roland y su hermosa novia! Porque le dé muchos
hijos, ¡pero nunca gemelos!
Otro silencio descendió sobre el salón mientras Gerrard bebía su vino de un
trago y se limpiaba la boca con el dorso de la mano.
Roland se puso de pie.
─Brindemos también por mi hermano. Porque algún día encuentre una esposa
dispuesta a pasar por alto sus muchas deficiencias.
─¿Cómo lo has hecho tú? ─replicó Gerrard. Luego, frunciendo el ceño, arrojó su
copa hacia la mesa principal, justo a la cabeza de Roland.
Con un grito, Mavis se movió para evitarlo, mientras Roland se lanzaba delante
de ella y cogía la copa. Furiosamente la lanzó de regreso, fallando por poco de
apuntarle a su hermano. La copa de metal golpeó la pared con un sonido metálico,
luego cayó al suelo, abollada.
─¡Sal del salón! ─ordenó Roland.
Por un momento, pareció que Gerrard no iba a obedecer. Afortunadamente, lo
hizo, haciendo un gesto para que sus amigos lo siguieran fuera del salón. Lo
hicieron y no con pasos muy firmes.
Después de que se hubieran ido, hubo otro momento de silencio antes de que
el resto de los que estaban en el salón empezaran a hablar entre ellos, lanzando
ocasionalmente cautelosas miradas hacia la mesa principal y sus ocupantes.
─Te pediría que disculpes a mi hermano, pero no hay excusa para él ─dijo
Roland a Mavis mientras se sentaba de nuevo.
─Ha tenido que beber demasiado, como mi padre en los últimos tiempos
─contestó ella. ─Estoy tristemente familiarizada con la forma en que eso puede
afectar a un hombre.
─Eso tampoco es excusa. Siempre ha sido insolente y ahora cree que tiene más
motivos para serlo.
─Tal vez, con el tiempo, llegará a aceptar que la herencia es legítimamente
tuya.
─Lo dudo.
─Entonces podría ser mejor si no fuera tu comandante de la guarnición
─sugirió.
─Soy el amo de Dunborough, mi lady y yo decido tales cosas.
─Por supuesto, mi lord ─replicó, tratando de no sentirse rechazada y de
recordar que no se había casado con ella por ganancia.
Capítulo 7

Después de que Gerrard y sus amigos se hubieran tambaleado fuera del salón,
Arnhelm y Verdan se miraron, luego se levantaron al unísono de sus lugares en la
mesa donde se sentaban con el resto de la escolta.
─Volveremos más tarde ─dijo Arnhelm a Teddy. ─Hay una taberna en la aldea y
tenemos una sed poderosa.
Teddy se rió.
─Y ninguna sirvienta digna de mirar aquí, ¿eh? ─bromeó.
Verdan frunció el ceño.
─No es...
Arnhelm le propinó un codazo a su hermano en las costillas.
─Sí, eso mismo ─dijo, agarrando el brazo de Verdan. ─Estaremos de vuelta
antes de que cante el gallo.
─Más pronto que eso, apostaría ─dijo Rob con una amplia sonrisa cuando los
dos hombres se apresuraron a salir del salón. Una vez en el patio, se dirigieron
rápidamente a la puerta y a través de las construcciones hasta que atraparon un
vistazo de los cuatro jóvenes que vagabundeaban más o menos hacia la aldea.
Gerrard y sus amigos no fueron a la gran taberna con un gallo en el letrero que
estaba fuera del húmedo pastizal. En cambio, giraron hacia un callejón estrecho y
llamaron a una angosta puerta. Se abrió una grieta, luego se hizo más ancha y los
cuatro hombres fueron conducidos adentro.
─Vale la pena intentarlo ─susurró Arnhelm y él y su hermano se acercaron a la
puerta y llamaron.
La puerta se abrió lo suficiente como para revelar la mitad del rostro barbudo
de un hombre y un ojo cauteloso.
─Somos dos tipos sedientos provenientes de DeLac quienes no quieren beber
demasiado en el salón con ese desgraciado bastardo de Sir Roland mirando
─Arnhelm escuchó la aguda inhalación de su hermano y le pidió que se mantuviera
callado. ─Tenemos dinero ─añadió, sacando la bolsita que contenía todo el dinero
que tenían en el mundo.
La puerta se abrió más y Arnhelm y Verdan se encontraron en una habitación
inesperadamente grande, con vigas pesadas en lo alto e iluminada por varias
lámparas. Tres braseros la mantenían cálida y también lo hacía la presencia de
varias mujeres jóvenes en varios estados de desnudez.
Mientras Verdan miraba, con la boca abierta, Arnhelm divisó a Gerrard y a sus
amigos sentados en una mesa que cruzaba la habitación. Todos ellos tenían
muchachas en sus regazos. Uno de los hombres -no Gerrard- también tenía su
mano sobre un pecho desnudo.
Otros hombres, aldeanos por la apariencia de ellos, llenaban la habitación y se
dedicaban a hablar, discutir o a juegos de azar, haciendo que la habitación
zumbara por el ruido.
Arnhelm condujo a Verdan al otro lado de la habitación, a una mesa vacía que
estaba a oscuras en la sombra cerca de Gerrard y sus amigos.
─¿Qué clase de lugar es éste? ─susurró Verdan a su hermano en un tono entre
el horror y el asombro.
─Es un burdel, bobo.
─¡Caray!
Arnhelm inclinó su taburete más cerca de Gerrard y sus amigos.
─Siéntate callado y no pidas cerveza… ni nada más, o ¿qué pensaría Ma? Solo
estamos aquí para escuchar.
Verdan asintió y se apoyó contra la pared.
Mientras tanto, Gerrard había empujado a la joven fuera de su regazo.
─¡Suficiente cerveza, Bella! ─exclamó, golpeando una bolsa repleta de
monedas en la mesa frente a él. ─Tráenos vino, el mejor que tengas. Después de
todo, estamos celebrando el matrimonio de mi hermano, ¡el patán ese!
Bella tiró de su corpiño algo de alguna manera poco desaliñado a su sitio,
agarró la bolsa y se apresuró a obedecer.
─Les digo, muchachos ─comenzó Gerrard con un profundo ceño fruncido, su
codo en la mesa mientras los señalaba, ─algo anda mal con el mundo cuando
Roland recibe un feudo y una hermosa esposa.
─¡Tienes razón! ─James, vestido de azul, gritó.
─¡Exactamente! ─añadió Federick, vestido de verde.
─Absolutamente ─estuvo de acuerdo Walter, demostrando que era, por
mucho, el más sobrio del grupo.
─¿Y si fuera con el Rey? ─propuso Gerrard. ─¿No creen que John me dará el
feudo?
Esta vez, sus amigos no fueron tan rápidos en estar de acuerdo, hasta que
Walter asintió con la cabeza.
─Estoy seguro de que lo hará ─bajó su voz así que Arnhelm tuvo que esforzarse
para escuchar. ─Si le pagas lo suficiente.
─¿Qué necesito pagar? ─demandó Gerrard en voz alta. ─¡Es mío por derecho!
Roland engañó a nuestro padre. ¡Robó el feudo!
Walter le siseó y le instó a que se callara.
─No es suficiente sospechar, ni siquiera para John. Tienes que tener alguna
evidencia.
─Eua jurará que soy el mayor. Eua hará cualquier cosa que yo diga, ella estaba
en la casa en ese entonces.
─Es solo una sirvienta ─le recordó Walter y los otros dos asintieron.
Bella regresó con un odre de vino y una sonrisa descarada.
─Tú crees que debería ser lord de Dunborough, ¿verdad? ─le preguntó Gerrard.
─Sí, mi lord ─convino ella, una vez más volviendo a deslizarse sobre su regazo.
Riendo, puso el odre en los labios de él y lo derramó.
Bebió hasta que empezó a salpicar. Empujó lejos el odre, luego la besó, su
mano vagando sobre su corpiño y hasta su pierna.
James agarró el odre y también tomó un trago mientras también acariciaba a la
puta en su regazo.
Arnhelm se volvió hacia su hermano, le echó una mirada y juntos se levantaron
y dejaron a los jóvenes con su deporte. Lograron pasar inadvertidos cuando el
hombre de la puerta tenía la espalda vuelta.
─¿Crees que realmente irá donde el Rey? ─dijo Verdan mientras caminaban de
regreso al castillo.
─Podría, o podría ser solo un montón de charla. Parece ser del tipo más
interesado en beber, pasar el tiempo con prostitutas y quejarse que hacer
cualquier otra cosa. Sin embargo, debemos brindarle una palabra de advertencia a
nuestra señora antes de irnos.
Verdan asintió.
─Sí.
─Y estoy pensando que deberíamos contarle a Lady Tamsin y Sir Rheged sobre
él también, por si acaso causa problemas.
─Sí ─aceptó su hermano.

***

Después de que Mavis se hubiera retirado y la gente del salón comenzara a


dispersarse o a acostarse cerca del largo hogar central, Roland se sentó en su silla
con una copa en la mano y se maldijo por ser un tonto. No debería permitir que
Gerrard lo aguijoneara y no debería haber perdido la paciencia, incluso si Gerrard
no estuviera como mínimo, un poco agradecido de que fuera el comandante de la
guarnición.
Gerrard lo condenaba por ser duro, pero nunca trató de interferir ni una sola
vez cuando su padre actuaba con crueldad. Tampoco Gerrard había levantado
jamás una mano para ayudar a la gente de la aldea o a los inquilinos. Gerrard le
tenía rencor por este feudo, pero no había hecho nada para ganarse ni siquiera
una parte de él. Le había dejado a Roland hacer lo que pudiera, mientras bebía,
frecuentaba prostitutas y jugaba, y luego se burlaba de su hermano, llamándolo
un hombre duro y frío quien nunca encontraría una esposa.
Gerrard nunca había conocido la amargura de estar parado en las sombras
observando a su hermano más popular bromear y reírse con sus amigos, incluso si
los amigos eran unos canallas y lame botas. Nunca había tenido que envidiar el
fácil comportamiento de un hermano con las mujeres que competían por su favor,
incluso cuando sabían de dónde venía y quién era su padre.
No obstante, por algún milagro, había encontrado una esposa a la que parecía
gustarle y quien le daba la bienvenida en su cama, quien hizo el amor con un
apasionado abandono. Sin embargo, ¿cómo se había comportado esta noche?
Como un niño petulante y lo lamentaba.
Determinado a hacer las cosas bien con Mavis, Roland se levantó de su lugar,
tiró de su túnica y salió del salón, dirigiéndose hacia su dormitorio.
Sin embargo, cuando llegó a la puerta de su habitación, las dudas comenzaron
a asaltarlo. Nunca se había disculpado con nadie, por nada, en su vida. ¿No era eso
un signo de debilidad? Si iba a gobernar Dunborough, si iba a ser el amo de su
feudo, tenía que parecer poderoso e invencible.
Incluso con su esposa.
Incluso aunque la deseara tanto, su anhelo parecía tener una fuerza que
ningún pensamiento racional podría superar.
Suspiró y apoyó la mano plana en la puerta, silenciosamente ofreciéndole a
Mavis las buenas noches.
La puerta se abrió abruptamente para revelar a Mavis de pie en la habitación
iluminada por una sola vela.
Cubierta solo con ese camisón.
─¿Necesitas algo, mi lord? ─preguntó, frunciendo el ceño.
¿Necesitar?
─No.
La arruga en su frente desapareció e inclinó la cabeza mientras lo estudiaba,
mientras tanto él se sintió arraigado al suelo como si hubiera sido clavado allí.
Luego se apartó para dejarlo entrar.

***

Mavis había oído las pisadas de Roland y había reconocido su paso audaz. Se
había dado cuenta de que sus pasos se habían vuelto más lentos y se detuvieron
más allá de la puerta. Se había preguntado qué haría. Había estado tan enfadado,
tan brusco en el salón.
No obstante, cuando oyó su profundo y sentido suspiro, no había podido
ignorarlo.
Ahora lo observaba mientras entraba en la habitación. Su espalda estaba tan
rígida y recta como lo había estado en el solar de su padre y por un momento,
deseó no haber abierto la puerta, hasta que se volvió para enfrentarla. Entonces,
en aquellos ojos oscuros, a menudo prohibitivos, volvió a ver aquella mirada de
esperanzado anhelo.
Pero incluso entonces, no se disculpó por su comportamiento áspero. Dijo:
─Mientras yo sea el lord, Gerrard tendrá un lugar en Dunborough.
─Como desees, mi lord ─replicó, ocultando su decepción.
─No tendré gente diciendo que eche a mi hermano.
¿Qué podía decir a eso? Medio esperaba que se fuera entonces, pero no lo
hizo. Parecía estar luchando con algo dentro de sí mismo, envuelto en una batalla
interior que lo silenció, excepto por la desesperada determinación en sus ojos.
─¿Mi lord? ─dijo suavemente, preguntándose si había alguna forma de poder
ayudarlo.
─¡Roland! Mi nombre es Roland y no soy como mi padre o mis hermanos.
─Por supuesto que no ─respondió, sorprendida por la intensidad de su
declaración. ─Eres por mucho un hombre mejor, o no me habrías pedido mi mano.
La habrías exigido, no me hubieras tomado en cuenta en absoluto.
Sus ojos se agrandaron y toda su postura cambió, como un hombre cuyos
grilletes hubieran sido removidos de él.
Caminó lentamente hacia él, como podría acercarse a un animal herido.
─Te oí en el establo el día que llegaste, cuando estabas hablando con tu
caballo. Yo sabía la clase de hombre que eres incluso antes que viera tu cara.
─¿Estabas allí? ─Preguntó con un susurro áspero.
─Estaba planeando huir, hasta que oí tu voz ─sonrió entonces, una pequeña
sonrisa de prudente sinceridad. ─Y entonces el lacayo me vio ─tomó sus fuertes
manos. ─Cuando te vi en el solar de mi padre, me alegré de no haber tenido éxito.
La mirada en sus ojos cambió de nuevo, a una que hizo que su corazón se
acelerara y su sangre se calentara antes de que la tomara en sus brazos y la besara
con una ternura que era diferente de sus otros abrazos. Se sintió diferente,
también, incluso mientras ese ferviente anhelo florecía.
Aquí, en la que había sido su casa, había visto indicios de las pruebas que había
soportado. Ahora lo entendía mejor y lo quería aún más.
Otra vez, la pasión y la necesidad surgieron. Sus besos se profundizaron y sus
caricias dispararon su deseo. Pronto descubrieron que, aunque la cama era
pequeña, era lo suficientemente grande para dos cuando estaban haciendo el
amor.

***

Temprano a la mañana siguiente, Mavis se acurrucó contra su desnudo esposo


y suspiró con satisfacción.
─Quizás deberíamos decirle a Dalfrid que no necesitamos una cama más
grande después de todo.
─¿Y tener que explicarle por qué cambiaste de opinión? ─dijo Roland con una
pequeña sonrisa irónica que encontró completamente encantadora.
─No, tienes razón. Ya me he avergonzado a mí misma, y a ti, bastante.
─Tu solicitud fue bastante inesperada ─admitió, jugueteando con un mechón
de su cabello. ─Por otro lado, la mirada en la cara de Dalfrid fue...
Y entonces lo oyó reír, el retumbar bajo de un sonido profundo y rico y lleno de
alegría.
─Nunca lo había visto lucir así. A pesar de eso, creo que debemos decirle a
Dalfrid que nos compre una cama más grande, o uno de nosotros va a terminar en
el suelo.
Aunque no deseaba estropear la ligereza de su estado de ánimo, había algo
que tenía que decir y sin duda, cuanto antes, mejor. Se alzó sobre el codo y
contempló a su marido gravemente.
─Tengo que hacer una confesión, Roland. Nunca he planeado un banquete.
Su sorpresa, por una vez, fue obvia.
─¿No tenía tu padre festines? De hecho, son renombrados.
─Lo son y con justa medida, pero eso ha sido por la preparación de mi prima.
Tamsin siempre planeaba los banquetes. También dirigía la casa. Era buena en
eso, ya ves y los sirvientes eran rápidos en obedecerla. Traté de aprender todo lo
que pudo enseñarme antes de dejar DeLac, pero hubo poco tiempo.
La sonrisa de Roland fue tan bienvenida como sus besos.
─Tranquilízate, Mavis. Solo tiene que ser un pequeño banquete. Y tendrás a
Dalfrid para ayudarte con los mercaderes y a Eua con los sirvientes.
A pesar de que el pensamiento de tratar con esas dos personas no le gustaba,
Tamsin, por ejemplo, seguramente podría manejarlo, o tener lo menos que ver
con ellos como fuera posible.
─¿Podemos invitar a Sir Melvin y Lady Viola? ¿Y a Tamsin y Rheged?
─Puedes invitar a quien quiera que desees. Voy a proporcionar una lista con los
hombres de Yorkshire y sus esposas que es probable que asistan. Como he dicho,
sólo tiene que ser un pequeño festín y aquella será una lista muy corta.
Mavis se recostó a su lado.
─Espero que la nueva cama encaje en esta habitación. ¿No hay una más
grande?
─Solo la de mi padre y esa es una que nunca usaré ─contestó Roland,
acariciándole el cabello, sintiendo su cálido y suave cuerpo contra el suyo, las
emociones de deseo momentáneamente sofocados por el pensamiento de su
padre y la habitación de éste y las cosas sórdidas que hizo allí.
No, nunca usaría esa habitación. Estaba demasiado contaminada y no
acarrearía esa sombra sobre su matrimonio.
─Entonces haré esta tan cómoda como sea posible ─dijo Mavis y su corazón se
volvió más ligero. ─Ahora tú, mi lord Roland, puedes estar acostado todo el día
─dijo mientras se levantaba de la cama, ─pero es mejor que yo conozca la casa de
Dunborough y me ocupe de mis deberes.
Con un suspiro de renuencia, se incorporó.
─También es mejor que me ocupe de mis deberes, pero primero bésame,
esposa, a menos que vaya a buscarte más tarde, cuando ambos deberíamos estar
haciendo otras cosas.
Mavis le dio un cálido beso. Y luego otro. Y todavía pasó algún tiempo antes de
que rompieran el ayuno.

***

Gimiendo, porque su cabeza se sentía como si pequeños demonios estuvieran


jugando dentro de él, Gerrard tropezó dentro de las barracas y se arrojó en el
primer catre que encontró. Puso el brazo sobre sus ojos para bloquear la luz.
Había dejado a sus amigos en el burdel para terminar con su deporte. Había
vuelto porque mientras se complacía en beber, jugar y besar y un poco más, nunca
se acostaba con putas, a pesar de lo que pensaban Roland y la mayor parte de
Dunborough. No es que fuera un monje, no, por ningún motivo. Pero si tenías que
pagar, era simplemente una transacción. Siempre había sirvientas o chicas de la
aldea que estaban contentas de compartir sus favores con el hijo menor de un
lord, incluso un lord de Dunborough.
Gerrard se percató sombríamente de que no estaba solo.
─¿Quién está ahí? ─murmuró, moviendo el brazo y abriendo sus párpados. No
reconoció a ninguno de los dos hombres que lo miraban. ─¿Quién diablos son
ustedes?
─Hombres de DeLac, mi lord ─respondió el más alto, mientras la boca del otro
se abría como un pez en tierra.
─¿Qué quieren? ─se sentó. ─¿Dónde están mis hombres?
─Los que no están de guardia están en el campo con Teddy y el resto de la
escolta. Práctica de espada y eso ─respondió el alto.
─Oh ─Gerrard se recostó. ─¿Por qué no están con ellos?
─Justo estábamos yendo. ¿Hay algo que podamos hacer por usted?
Más despierto ahora, Gerrard se sentó de nuevo.
─Puedes hablarme sobre Lord DeLac. He oído que el hombre es un borracho.
Los dos soldados intercambiaron miradas.
─Adelante, puedes decírmelo. Debería saber si el suegro de mi hermano es un
tipo digno de confianza.
─Puede serlo, o puede que no ─replicó el soldado alto. ─Aun así, tendría
cuidado de no molestar a nuestra señora. Su padre podría haber pasado su mejor
momento, pero el marido de su prima no.
─Oh, ¿y quién es ese? ─Gerrard respondió como si le importara un demonio.
─Sir Rheged de Cwm Bron.
Buen Dios. Gerrard ciertamente recordaba a ese galés. Había sido el único
hombre que alguna vez derrotara a Broderick, a pesar de que su hermano mayor
lo engañó. Broderick siempre dosificaba el vino de su oponente con un brebaje
antes de un torneo. No era suficiente para matar, pero era suficiente para volver
al hombre débil. Había estado seguro de que Rheged había tomado el vino, pero
había derrotado a Broderick, no obstante. Nunca había visto a ningún hombre
luchar con tal habilidad y determinación, ni siquiera Roland.
Tanto él como Roland se habían mantenido lejos del castillo por unos pocos
días después de eso, en caso de que Broderick los atacara en su estado de furia.
Como sucedió, más de un sirviente llevó contusiones, cortes y heridas por
semanas después porque cayeron bajo la mirada enojada de Broderick.
Ahora el matrimonio de Roland tenía mucho más sentido. DeLac podría no ser
un aliado digno, pero Rheged lo sería.
Una vez más su hermano se las había arreglado para vencerlo.
─Déjenme ─murmuró Gerrard y los soldados se marcharon obedientemente.
Quería estar solo, pensar y cuidar su dolor…
─¡Aquí está mi cordero! ─gritó Eua. ─Fuera parrandeando de nuevo y ¿por qué
no?
─Necesito dormir, Eua ─dijo con más que una pizca de impaciencia cuando la
mujer apareció junto al catre y lo contempló con una simpatía que no necesitaba.
Durante toda su vida lo había tratado como una madre, en gran parte porque le
gustaba ser notada, halagada y obsequiada con pequeños presentes de dinero,
algo que Roland nunca pareció comprender. Era fácil conseguir estar en el lado
bueno de Eua, si estabas dispuesto a hacer el esfuerzo, mentir un poco y pagar.
Ahora que era mayor, sin embargo, más a menudo encontraba su atención
molesta y esta mañana no era la excepción.
─Tal vez podrías encontrarme algo para comer ─sugirió.
─¡En seguida! Te ves tan pálido y desgastado. Deberías decirle a tu hermano
que quieres la habitación de tu padre si él no la quiere.
Gerrard preferiría dormir en una cueva llena de murciélagos.
─Solo tráeme un poco de pan y cerveza, si quieres. Y tal vez un poco de queso
─se metió la mano en el cinturón, pero no encontró ni una sola moneda. No
importaba. Más tarde obtendría más de Dalfrid. ─Ese comerciante de Lincolnshire
debería estar por aquí pronto. Tal vez te gustaría un brazalete nuevo.
El rostro vulgar de la mujer se iluminó como si le hubiera ofrecido un cofre de
oro en vez de una chuchería barata.
─¡Que el Señor te bendiga, Gerrard y te haga lord de Dunborough, como debes
serlo! ─gritó antes de apresurarse a marcharse.
─De tus labios a sus oídos ─dijo Gerrard antes de que suspirara y se recostara y
pensara en todas las cosas que haría cuando fuera legítimamente nombrado lord
de Dunborough por el Rey John.
Primero, no obstante, tendría que presentar su caso ante el Rey… lo que sea
que eso significara.

***

Después de haber roto el ayuno, Mavis buscó al mayordomo y lo encontró en


el solar, una cómoda habitación grande con una amplia mesa, sillas talladas y un
cofre de madera pintado en la esquina. Los tapices que representaban cacerías
cubrían las paredes y dos braseros de carbones encendidos la temperaban.
Usando una túnica de lana negra muy fina, Dalfrid estaba con el cofre abierto
cuando entró. Rápidamente cerró la tapa y se volvió para mirarla.
─¡Oh, mi lady! ¿Puedo ayudarla?
─Sí ─respondió ella, su inquietud por el hombre aumentando, aunque no podía
apuntar una razón. ─Me gustaría conocer al cocinero y los otros sirvientes.
Dalfrid le dio a Mavis la clase de sonrisa condescendiente que había visto en los
rostros de los hombres con demasiada frecuencia. Medio esperaba que le diera
palmaditas en la cabeza y la llamara una buena chica antes de que contestara.
─Será un placer hacer las presentaciones, mi lady.
Mavis no estaba en absoluto segura de eso. Era mucho más probable que
Dalfrid la viera como una adición costosa a la casa y una cuyo valor aún tenía que
ser probado. Bueno, lo probaría, a él y a cualquier otra persona que dudara de sus
habilidades. Incluyéndose a sí misma, añadió interiormente.
Dalfrid cerró con llave el cofre, la metió en su cinturón, luego se abrió camino
desde el solar hasta una cocina que era tan inmensa como el resto de la fortaleza.
Fuego ardía en el hogar suficientemente amplio y alto como para acomodar a tres
mujeres de pie y una olla de guisado burbujeante colgaba de un gancho. Los ricos
olores de la carne de vaca cocinándose y pollos asándose llenaban el aire,
uniéndose al aroma del pan recién horneado. Jamones ahumados colgaban de las
vigas de arriba, junto con hileras de cebollas. Cestas de frijoles, guisantes y nabos
estaban debajo de la larga mesa de madera establecida en el centro de la
habitación. Dos puertas estaban enfrente de la que acababan de cruzar. Una
posiblemente llevaba al jardín o a la huerta y la otra era probablemente una
despensa.
Un hombre de edad indiscriminada en un largo delantal blanco amasando en la
larga mesa de caballetes cubierta de harina se detuvo y miró fijamente, como lo
hizo una muchacha delgada de unos dieciocho años con cabellos castaños que
había estado picando puerros. Otra mujer joven echando guisantes en un caldero
se congeló, aunque los guisantes seguían traqueteando dentro de la olla de hierro.
Era más regordeta y un poco mayor que la otra chica, aunque con una cara más
bonita. Un chico encargado del asado, delgado como una ramita y pecoso, había
estado agachado en el suelo mientras mantenía tres pollos girando en el asador.
Limpiándose el hollín de los pantalones, se puso de pie.
Eua también estaba allí, poniendo una rebanada de pan, algo envuelto en un
paño y una jarra en una bandeja.
─Mi lady ─comenzó Dalfrid, ─creo que ya conoce a Eua ─señaló al hombre del
delantal. ─Florian ─asintió con la cabeza a la muchacha cortando puerros. ─Lizabet
─la que estaba vertiendo los guisantes se enderezó abruptamente, enviando
algunos guisantes a derramarse en el piso. ─Peg ─le frunció el ceño al chico
encargado del asado. ─Tom.
Mavis reconoció cada uno a la vez, incluyendo a la sombría Eua, con un
asentimiento y una sonrisa.
─Lady Mavis desea hablar con ustedes ─anunció Dalfrid, luego se movió detrás
de ella.
Antes de que Mavis pudiera decir una palabra, Eua se colocó directamente
frente a ella, como si retara a Mavis a cruzar una línea imaginaria en el suelo.
Mavis juró silenciosamente que no dejaría que la mujer la molestara. Actuaría
con calma y confianza, como Tamsin, incluso si sentía lo contrario.
Mirando más allá de Eua a los otros sirvientes, dijo:
─Como ya deben saber, mi esposo ha decidido que habrá un banquete de
bodas dentro de quince días. Es mi esperanza y expectativa que sea un buen
banquete, del tipo por el cual mi padre es conocido.
─Es conocido por ser un avaro y un borrachín ─declaró Eua con una insolencia
impresionante.
Mavis contempló a la mujer fríamente, como Roland podría hacerlo.
─¿No recuerdas que soy la esposa de tu señor y la encargada de Dunborough?
La sonrisa desapareció de la cara de Eua, reemplazada por un ceño fruncido
mientras Mavis se dirigía a Florian.
─¿Tú eres el cocinero?
─Yo... lo soy, mi lady ─tartamudeó, con la cara roja. ─He sido cocinero aquí
durante tr… tres años. Nunca tuvimos un banquete en todo ese tiempo, mi lady,
así que no sé... Es decir, yo nunca... ─se quedó en silencio y miró al suelo como si
lo hubiera amenazado con que lo azotarían.
Este era un revés que no había previsto y no era solo que él nunca hubiera
preparado un banquete antes. Quería respeto, pero tampoco quería que los
sirvientes tuvieran miedo de ella.
Así que extendió las manos, no en rendición, sino para sugerir que ella no era
infalible y estaba dispuesta a dejarlos saberlo.
─Soy nueva aquí y nueva en los deberes de esposa y encargada. Sin embargo,
planeo hacer todo lo posible para asegurar la buena reputación de mi esposo y mi
familia. Confío en que todos estén dispuestos a hacer lo mismo.
Habló directamente con Florian.
─Buena comida y sencilla, bien cocinada y sazonada, a menudo es mejor y más
acogedora que platos elaborados con ingredientes desconocidos ─mientras el
hombre se relajaba, le dedicó una cálida sonrisa. ─Tendremos que aprender
juntos, Florian.
El alivio se extendió por las facciones de Florian, seguido por sonrisas de igual
alivio de los otros sirvientes, excepto Eua, que inspiró profundamente con
desprecio.
─¿Y si fracasamos? ─demandó, sus brazos cruzados, su expresión abiertamente
hostil.
Por el rabillo del ojo, Mavis vio al mayordomo moviéndose nerviosamente de
un pie al otro.
─Mejor todos deben ocuparse de que no lo hagamos ─dijo, avanzando. ─Mi
lady, vamos y...
Mavis le hizo un gesto con la mano y se mantuvo firme. Eua quería una batalla
y la tendría aquí y ahora.
─Si se cometen errores honestos, no habrá castigo, pero si hay negligencia o
pereza, habrá consecuencias. No me gustaría que se dijera que la gente de la casa
de Dunborough es perezosa o deficiente, ¿verdad, Eua? ¿No preferirías ayudarme
a mostrarles a todos que la casa de Sir Roland es una de la que puede estar
orgulloso?
Eua continuó frunciendo el ceño.
─¿La casa de Sir Roland, dice? Gerrard debería ser el lord aquí, no ese
tramposo hermano que le arrebató su derecho de nacimiento, así que no me
importa una maldita cosa lo que algún alto y poderoso noble -o usted- tenga que
decir acerca de esta casa hasta que Gerrard esté en el lugar que tiene que estar
por derecho.
Esto era cinismo y falta de respeto que no podía pasarse por alto o excusarse y,
Mavis estaba segura, era poco probable que cambiara, por lo que señaló la puerta
que daba al exterior.
─Vete, Eua, de la cocina y de esta casa. Ya no hay lugar para ti aquí.
Los sirvientes intercambiaron miradas con los ojos muy abiertos, mientras Eua
la miraba con furia.
─Usted... ¡no puede hacer eso! ¡No puede hacérmelo! ─balbuceó, su cara
enrojecida y manchas de saliva formándose en las comisuras de su boca.
─¡Gerrard no la dejará hacer eso!
─Gerrard no es el lord de Dunborough, tampoco soy su esposa.
─Pero... ¡pero no puede! ─los ojos de Eua se estrecharon y su cuerpo comenzó
a temblar. ─¡No se atreva! Conozco cosas… de esta casa, de su esposo. ¡Sí, y
también de su padre, ese viejo y apestoso bastardo!
Si no fuera por el brillo de histeria en los ojos de Eua, Mavis podría haber
estado preocupada por sus amenazas. Pero había visto esa mirada de pánico
antes, en los ojos de un sirviente que Tamsin había cogido robando con las manos
en la masa. Ese hombre también había afirmado saber secretos e hizo amenazas.
Pero no había sabido nada, o habría usado ese conocimiento para salvarse cuando
fue llevado ante la corte.
─Dime, entonces ─dijo inexpresivamente. ─Dinos todo lo que sabes para que
no me atreva a echarte.
La frenética mirada de Eua se lanzó de uno a otro antes de regresar a Mavis.
─Yo... yo...
─¿Bien? Estoy esperando.
─¡Su esposo no es el gemelo primogénito!
─¿Cómo lo sabes? Entiendo que su padre nunca lo dijo, su madre murió y
también lo hizo la comadrona.
─Porque... porque lo sé, así es como ─se enderezó. ─¡El viejo lord mismo me lo
dijo!
Mavis cruzó los brazos.
─¿Sir Blane te lo contó, a una sirvienta, algo que guardó de todos los demás?
─¡Sí! ¡Cuando estábamos en la cama!
─Puesto que nunca fuiste su esposa, debo asumir que no eras nada más que
una compañera de cama temporal. Me resulta muy difícil creer que el Sir Blane
que conocí -y créeme, Eua, era un hombre al que uno no olvida ni siquiera con una
corta amistad- te confió tal cosa a ti.
─¡Él sí me lo dijo! ─gritó.
─Y puesto que me lo has dicho y a todos en esta habitación, puedes irte.
Eua la miró fijamente con atónita incredulidad, luego levantó la mano como si
quisiera golpearla. Al mismo tiempo, tanto Florian como Dalfrid se movieron para
pararse frente a Mavis.
Eua sacudió el puño en su lugar.
─Sí, me iré y felizmente entonces… ¡y puede irse al diablo! ¡Usted y Roland
también! ─gritó. Corrió hacia la puerta que conducía al patio, golpeando la
bandeja mientras lo hacía, enviando a volar el pan y el paquete envuelto y
derramando la jarra de cerveza.
Las envolturas se soltaron para revelar una rodaja de queso, que el chico
encargado de los asados se apresuró a poner de vuelta sobre la mesa, junto con el
pan y la jarra vacía.
Dalfrid se volvió hacia Mavis con una expresión de asombro.
─Me temo, mi lady, que va a tener motivos para lamentar esa precipitada
decisión. Incluso si las afirmaciones de Eua no tienen fundamento, ha estado aquí
durante mucho tiempo. Dudo que Sir Roland esté contento y sé que Gerrard no lo
estará.
A pesar de los comentarios de Dalfrid, Mavis no estaba asustada. Se sentía...
triunfante. Estaba segura de que las amenazas de Eua eran inofensivas y no le
importaba lo que pensara Gerrard. La única opinión que le importaba era la de
Roland y después de la noche anterior, estaba confiada de que la escucharía y
aceptaría lo que había hecho.
─Como encargada, fue la decisión que tomé.
Dalfrid le dio una versión algo enfermiza de su habitual sonrisa gentil.
─Como dice, mi lady, fue su decisión… y debe soportar las consecuencias.
Si ella no iba a ser intimidada por Eua, ciertamente no iba a permitir que
Dalfrid la intimidara ni la asustara. Después de todo, también era un sirviente y
ella era la esposa de Roland.
─Puedes marcharte, Dalfrid.
Sus ojos se llenaron de sorpresa antes de asentir e inclinarse y salir sin hacer
ruido de la habitación.
─Apostaría un buen dineral a que está yendo directamente hacia Sir Roland
─dijo Lizabet con cautela.
─No importa si lo hace ─declaró audazmente el cocinero. ─Como ha dicho, mi
lady, usted es la encargada y yo, por mi parte, me alegro de haber visto el final de
Eua. Es una mala mujer y siempre lo ha sido.
─Sí ─comenzó Peg ─y gobernó esta casa como un... como un...
─¡Dragón! ─suministró el pequeño muchacho encargado de los asados.
─Sí, como un dragón ─confirmó Peg. ─Tenía el aliento de uno, también.
─Hizo de Gerrard una mascota ─explicó Florian. ─Era el único que siempre
fingía que la quería, por lo que se puso furiosa cuando descubrió que Sir Roland
era el mayor. Ella no lo creería. Dijo que tenía que ser una mentira. Sir Roland
había falseado el testamento o había mentido a su padre o lo había atraído de otra
manera. ¡Y luego cuando oyó que había traído una esposa a casa!
Todos los otros criados sacudieron la cabeza.
─Fuego del infierno ─dijo Peg. ─Sabía que sus días aquí estaban contados.
─Debería haberse ido entonces ─comentó Lizabet.
─Pensaba que también podría dominarla, sin duda ─dijo Florian a Mavis
encogiéndose de hombros. Luego sonrió. ─Más tonta fue ella.
─Aun así, habrá un infierno que apagar cuando Gerrard se entere ─le advirtió
Lizabet.
─Mientras me culpe a mí y no a su hermano ─dijo Mavis. ─Ahora iré con Sir
Roland, le explicaré y después iré por las provisiones de comida contigo, Florian.
─Cualquier cosa que desee, mi lady ─dijo. ─Oí a uno de los hombres diciendo
que Sir Roland estaría en el establo.
─Entonces ahí es donde debo ir ─contestó ella.
Capítulo 8

Mavis abrió la puerta del establo, luego vaciló. No era que estuviera oscuro, o
que se sintiera perturbada por el aroma del cuero, abono y heno. Aquellos olores
eran tan familiares para ella como la lana o las manzanas. Era el sonido de la voz
baja de Roland canturreando palabras tranquilizadoras a su caballo, sonando igual
que como lo hacía la primera vez que lo había oído.
─Es solo una piedra en el zapato, Heffy ─murmuró. ─Pronto estarás tan bien
como la lluvia.
Caminó hacia la cuadra donde estaba el caballo alto y negro y vio a Roland
inclinándose, sosteniendo el casco derecho de la pata trasera de su caballo en las
manos mientras lo examinaba.
Atrapó un vistazo de ella y soltó el pie de Hefestos. El animal cojeó un poco
mientras retrocedía y Roland se adelantó con esa pequeña y rara sonrisa jugando
en sus labios.
─No pensé verte aquí. No es que lo sienta.
Tal vez Dalfrid no se había precipitado, después de todo, apresurándose para
decirle a su esposo lo que había hecho. Era muy tentador olvidar por qué había
venido al establo, pero eso solo estaría retrasando lo inevitable. Sin embargo, un
pequeño retraso no haría daño a nadie.
─¿Tu caballo está cojo? ─preguntó, con las manos detrás de su espalda
mientras se apoyaba contra el poste más cercano.
─No mucho ─respondió, poniendo una mano por encima de ella en el poste e
inclinándose más cerca, ─pero no voy a estar cabalgándolo por unos cuantos días.
Tendré que pensar en otra cosa que hacer.
Otra vez estaba tentada a olvidar por qué había venido aquí. Una vez más supo
que se iba a enterar de lo que había hecho eventualmente. Sería mejor si lo oyera
de ella.
Tomó una respiración profunda y constante antes de hablar y su sonrisa era
trémula en el mejor de los casos.
─He echado a Eua de la casa.
Las cejas de Roland bajaron mientras se enderezaba.
─La he echado ─continuó. ─Es demasiado insolente, demasiado alborotadora.
Una sirvienta tan irrespetuosa es como un veneno en la casa. Sé que eres el amo
de Dunborough, pero yo soy la encargada y debo hacer lo que me parezca
oportuno cuando se trata de los sirvientes y a pesar de las amenazas que hizo.
El ceño de Roland se profundizó.
─¿Amenazas? ¿Qué clase de amenazas?
─Clama que tu padre le dijo que Gerrard nació antes que tú.
La sonrisa escéptica de Roland fue un alivio y una confirmación de su propia
estimación de la verdad de las palabras de Eua.
─Si eso fuera así, lo habría estado diciendo desde nuestra infancia. Nunca lo
hizo, no hasta que la voluntad de mi padre reveló que yo era el mayor. Siempre ha
favorecido a Gerrard, así que nadie le creerá en ese sentido y especialmente
ahora.
─Estaba segura de que también estaba mintiendo ─dijo Mavis. ─Había
demasiada desesperación en sus ojos para que yo creyera lo contrario y los otros
sirvientes me dijeron que prefería a tu hermano.
Roland tomó sus hombros y la atrajo hacia su fuerte abrazo.
─Debería haber echado a Eua antes de irme a DeLac, pero tenía mucha prisa.
Eso fue incluso antes de que supiera de la novia que me esperaba allí.
La puerta se abrió de repente, como si hubiera sido azotada por un vendaval
de invierno y Gerrard, con el rostro rojo de rabia, entró en el establo. Roland y
Mavis se separaron, aunque Roland mantuvo un cálido y firme agarre en su mano.
Gerrard dirigió una mirada desdeñosa a Mavis antes de dirigirse a Roland.
─¿Sabes lo que ha hecho esta mujer?
─¿Te estás refiriendo a mi esposa?
─¿Ves a alguien más aquí? ─replicó Gerrard, con las manos en las caderas,
pareciendo más un niño petulante que un hombre enfurecido. ─¿Quién se cree
que es, para enviar lejos a Eua? ¿O esa fue tu orden y ella simplemente el
instrumento para llevarlo a cabo? Bien puedo creer que usarías...
─Él no tuvo nada que ver con el despido de Eua ─interrumpió Mavis. ─Puesto
que soy la encargada de Dunborough, tengo el derecho de despedir a los
sirvientes como me parezca conveniente y vi conveniente echar a Eua de la casa.
─¿Porque no se inclinaría y arrodillaría? ¿Porque sabe que yo debería ser el
lord y no tu esposo?
─Porque era insolente e irrespetuosa y es probable que siga así. No puedo y no
voy a tener un sirviente así en mi casa. En cuanto a sus afirmaciones de
conocimiento superior, incluso tú debes preguntarte por qué tu padre le diría a
una sirvienta lo que no le diría a nadie más que al representante legal que cumplió
su voluntad… ni siquiera a ti.
─Él se guardó todo para sí mismo, todo el tiempo. Pregúntale a Roland.
─Eua te dice lo que quieres oír, Gerrard ─contestó Roland, ─y aún no es más
que una sirvienta. ¿Por qué la ley debería creerla y no a la propia voluntad de mi
padre?
Con su rostro aún más rojo, su mirada más hostil, Gerrard miró a Mavis una vez
más.
─Lo que sea que diga la ley, ¿qué hay de mí, tu insolente e irrespetuoso cuñado
que nunca se inclinará ante tu esposo? ¿Harás que Roland me mande lejos?
¡Porque te aseguro, mi lady, que nunca obtendrá respeto y deferencia de mí hasta
que se lo merezca y eso nunca será así!
─¿Lo tratarías así a pesar de que socava su posición como lord de Dunborough
y por lo tanto también la tuya? ─contrarrestó Mavis. ─¿Qué deben pensar los
inquilinos si el hermano de su lord se comporta como un niño mimado? ¿Y los
comerciantes con los que negocia? ¿Qué deben pensar de ti? ¿O eres realmente
tan egoísta, tan ciego, tan miope, que no ves qué daño les hace a los dos?
Gerrard la cogió del brazo.
─Ten cuidado con cómo me hablas, mi lady, a menos que tú...
Roland lo agarró por el hombro y lo apartó.
─Quita las manos de mi esposa ─gruñó mientras los dos hombres se
enfrentaban como leones enfurecidos, listos para saltar.
─Oh, pobre de mí, ¿estoy interrumpiendo algo?
Mavis se movió y se volvió para ver a una mujer en la puerta. Llevaba un manto
muy fino de lana marrón clara adornada con piel de zorro. El borde de un vestido
escarlata brillante era visible en la parte inferior y sus manos estaban envueltas en
guantes pálidos de piel de cabrito. Empujó la capucha hacia atrás para revelar
cabello oscuro, cejas negras delicadamente arqueadas, labios rojos y un rostro
pálido y hermoso.
Quienquiera que fuera, no era el momento de tener visitas, no cuando temía
que Roland y Gerrard estuvieran a punto de llegar a los golpes.
─¡Audrey! ─gritó Gerrard, su ira aparentemente desapareció en un instante
mientras le sonreía.
Así que esta era Audrey D'Orleau, la mujer cuyos chismes decían que Roland se
casaría con ella. Era de hecho hermosa y seguramente le sonreía como si lo
hubiera aceptado gustosamente, aunque también le sonreía a Gerrard.
Una vez más Mavis sintió el pequeño aguijón de los celos e intentó ignorarlo.
En cuanto a Audrey, no parecía notar a Mavis, aunque Mavis había captado la
rápida lectura, la rápida evaluación. Pero estaba acostumbrada a eso, de mujeres
que estaban tratando de determinar quién era la más bonita. No obstante, tuvo
que someter el impulso de alisar su cabello y su vestido y pellizcarse las mejillas
para asegurarse de que estaban ligeramente volviéndose rosadas.
─Los guardias dijeron que estaban los dos aquí, pero yo nunca... Yo no...
─Audrey se cubrió sus rosados labios con los dedos enguantados. ─Quizá sería
mejor que regresara mañana.
Mavis podía decir cuándo una mujer estaba actuando agitada, en lugar de ser
así y esta mujer estaba simplemente actuando.
Gerrard habló primero.
─Mi hermano y yo estábamos teniendo una discusión.
Roland tomó la mano de Mavis para guiarla hacia delante como si estuvieran
en el salón del Rey y su confianza regresó.
─Mi lady, puedo presentarte a Audrey D'Orleau.
─Audrey es una muy buena amiga ─observó Gerrard con astucia.
Roland lo ignoró.
─Audrey, ésta es mi esposa, Mavis.
La sonrisa de la mujer era encantadora y tenía dientes perfectos, también.
─Estoy encantada de conocer a la esposa de Roland. Bienvenida a Dunborough,
mi lady ─los miró a todos con todas las apariencias de preocupada confusión.
─Ahora quizá sea mejor que siga mi camino.
─Por favor, debes tomar algún bocadillo ─dijo Mavis. Puede que ella no
estuviera vestida como la digna esposa de un lord, pero todavía podía
comportarse como una.
Audrey miró de ella a Roland, luego a Gerrard.
─No, creo que no. No querría interrumpir su... discusión.
─La discusión ha terminado ─respondió Roland.
─Entonces por supuesto que debes quedarte ─añadió Gerrard.
─Bueno, entonces, lo haré ─dijo Audrey con una sonrisa complacida.
Mavis no estaba contenta con la invitación, pero era su deber ser cortés y
acogedora.
─Si me disculpas, mi lord ─dijo, sonriendo a Roland, ─debería adelantarme para
decirle a los sirvientes que traigan vino y se aseguren que se enciendan los fuegos.
Luego se levantó de puntillas y besó a su marido. Si tenía la intención de
mostrarle a Audrey que ella era la elección de Roland y que ambos se alegraban de
ello, o demostrarle a Gerrard que no podía molestarla, o ambos, no podría haberlo
dicho, pero el beso no era un beso en los labios.
Independientemente de la audiencia, Roland respondió como si estuvieran
solos, también, sosteniéndola cerca y moviendo sus labios sobre los de ella con un
propósito lento y sinuoso.
Por desgracia, no estaban solos, por lo que a regañadientes rompió el beso y
recogió sus faldas.
─Te esperaré en el salón, mi lord ─dijo, más que un poco sin aliento, mientras
se apresuraba a pasar por el lado de Gerrard y de la sonrojada Audrey.
─Perdóname, Audrey, pero acabo de recordar que he prometido reunirme con
mis amigos en la aldea ─dijo Gerrard, su expresión llena de desdén cuando se
dirigió a Audrey y a su hermano. ─Disfruta tu tarde con Roland y su esposa
─agregó mientras se alejaba del establo, dejando a Audrey y a Roland solos.
Antes de que se hubiera casado con Mavis, ésta era una situación en la que
Roland se habría marchado a kilómetros de distancia para evitarla. Ahora, sin
embargo y sobre todo después de ese beso, Audrey tenía que ser consciente de
que cualquier esperanza que pudiera haber albergado -y sin ningún estímulo de él-
se desvaneció completamente. Podría simplemente tratarla como lo haría con
cualquier otro invitado.
Le tendió el brazo.
─¿Vamos?
Ella tomó su brazo y cuando salieron del establo y comenzaron a cruzar el patio
hacia el salón, se movieron un poco demasiado cerca.
─Veo que Gerrard no aprueba tu matrimonio.
─No es su lugar aprobarlo o no.
─No, por supuesto que no y ahora que he visto a tu esposa, entiendo por qué
te casaste con ella. ¡Qué cosita tan bonita!
Roland no estaba contento con la implicación de Audrey de que había tomado
a una mera muchacha como esposa.
─Está lejos de ser una niña.
Si Audrey se dio cuenta de que estaba disgustado, no dio ninguna señal, pero
siguió sonriendo.
─¿Qué piensa de Dunborough? ¿No está impresionada?
─Creo que así es, sí.
─Espero que Gerrard no haya sido demasiado rudo con ella. El pobre muchacho
estaba seguramente molesto cuando oyó hablar sobre el matrimonio y sin
ninguna advertencia tampoco. Un día estás aquí, al siguiente te has ido y luego
vuelves con una esposa, incluso aunque no enviaste aviso alguno para decir que te
habías casado. O si lo hiciste, el mensajero no llegó.
La mandíbula de Roland se apretó y se abstuvo de señalar que Gerrard no era
un muchacho.
─No envié ningún mensaje porque no era necesario. Casarme con Mavis fue mi
decisión por tomar y Gerrard llegará a aceptar lo que debe ser así.
─Confío en que tengas razón. Será tan difícil para ti y tu dulce esposa si no lo
hace ─replicó Audrey con un suspiro que implicaba otra cosa, recordándole otra
razón por la que nunca se habría casado con ella. Era más sutil que su familia, pero
no menos desmoralizadora. Sin criticarlo abiertamente, siempre le hacía sentir
que todo lo que decía o hacía no estaba lo bastante bien.
Cuando llegaron al salón, Roland abrió la puerta y se apartó para dejarla entrar.
Un rugiente fuego ardía en la chimenea, la mesa estaba puesta con manteles
que reconoció de un banquete celebrado hace mucho tiempo atrás y Mavis estaba
junto a las sillas en el estrado, esperando.
El orgullo y la felicidad se elevaron a través de él. Pensar que tenía tal esposa…
hermosa y serena, inteligente y amable, apasionada y cariñosa. Él, a quien se le
había dicho toda su vida que era demasiado serio, demasiado frío, demasiado
insensible, para tener a una mujer que lo amara. Quien había renunciado a la
esperanza de que alguna mujer de mérito jamás lo querría.
─He oído que hubo un más que desafortunado accidente en tu viaje hacia aquí,
mi lady ─dijo Audrey mientras tomaba la silla ofrecida en el estrado, ─y todos los
artículos de tu dote fueron destruidos. Tenía la esperanza de que eso fuera solo un
rumor, pero... ─le dio a Mavis otra rápida mirada de evaluación. ─Veo que debe
ser cierto. ¡Qué terrible!
De repente, Roland estuvo arrepentido de que Audrey estuviera todavía allí.
No obstante, nunca debería haber dudado de que Mavis pudiera valerse por sí
misma, ya fuera con Gerrard o cualquier otra persona. Le dio a Audrey la sonrisa
más descaradamente falsa que había visto nunca y sus ojos dijeron que estaba
muy consciente de que había sido insultada.
─Fue desafortunado y por supuesto que lamento la pérdida de mi ropa y
manteles de lino. Sin embargo, podría haber sido mucho peor, si mi lord y sus
hombres no hubieran ayudado a apagar el fuego. ¡Deberías haberlo visto! Tomó el
mando como un general y parecía un dios.
Roland nunca había entendido la noción de que el pecho de un hombre se
hinchara de orgullo, hasta ahora.
─Y Mavis tendrá ropa nueva tan pronto como sea posible ─dijo, sonriendo a su
esposa.
Audrey se removió en su silla.
─Estoy segura de que todo fue muy emocionante ─le dio a Mavis otra falsa
sonrisa. ─Tendré que enviarte mi modista. Es una maravilla, de Francia y muy
razonable.
─La esperaré. Necesitaré algunos camisones también, aunque Roland me
prefiera sin ellos.
Roland ahogó el estallido de una carcajada. Apenas podía creer que su esposa
hubiera dicho algo tan escandalosamente libertino -incluso si fuera cierto-
mientras Audrey se ponía tan roja como su vestido.
Nunca, en todos los años que la había conocido, había visto a Audrey
sonrojarse.
Sin embargo, se recuperó rápidamente y se aclaró la garganta.
─Sí, bueno, creo que Dominique estará encantada de complacerte. Cualquier
cosa que pueda hacer para ayudar ─le dirigió a Mavis la mirada más falsamente
simpática que había visto nunca. ─Entiendo que tu pobre padre no está bien.
Espero que se recupere.
─Yo también lo espero ─contestó Mavis con calma mientras se alisaba la falda
sobre sus rodillas. ─Estoy segura de que también has oído otras cosas sobre mi
familia. Quizás te gustaría preguntarme sobre ellas, así puedo disipar cualquiera
de las falsas historias que se rumorean por ahí.
─Sí, oí que dio un premio que resultó no ser fabricado de oro verdadero, sino
solo de metal pintado.
─Sí, eso es así y no estoy orgullosa de admitirlo ─respondió Mavis sin una pizca
de vergüenza. ─Se ha vuelto un poco avaro con los años.
─Excepto por la dote de su hija ─intervino Roland. ─Fue más que generoso allí.
Audrey no pareció darse cuenta.
─Escuché algo aún más impactante sobre tu prima, tan impactante que estoy
segura de que posiblemente no puede ser verdad.
─Supongo que quieres decir que fue secuestrada y se casó con el hombre que
la retuvo. Es muy cierto y ella es muy feliz, como lo soy yo, para su bienestar. Ya
estaban enamorados antes de rescatarla.
─¿Rescatarla?
─Rescatarla ─dijo Mavis firmemente, ─de un matrimonio que no quería.
Audrey dirigió a Roland una mirada interrogante, pero él no estaba a punto de
sugerir que Tamsin estaba equivocada al huir de un matrimonio con su padre.
En lugar de eso, preguntó, del mismo modo que podría haber preguntado si
Rheged tenía viruela.
─¿Es verdad que su marido también es galés?
─Sí, y orgulloso de serlo.
─¡Bien! ¡No me sorprenderá nada de lo que oiga en la aldea después de esto...
nada!
Lizabet apareció en la entrada de la cocina llevando una bandeja con vino y se
apresuró hacia ellos.
─Lo siento, mi lady ─dijo a Mavis, ─pero el cocinero tiene una pregunta sobre la
cena. Y Peg quiere saber sobre el lino y hay un pescador en el portón preguntando
si quiere anguilas.
Mavis se levantó con gracia y concedió una sonrisa a su esposo y a Audrey.
─Si me disculpan, es mejor que atienda estos asuntos domésticos.
─Por supuesto ─dijo Audrey, dándole igualmente a Mavis otra sonrisa
descaradamente falsa. ─Y yo supongo que debería seguir mi camino.
Hizo tiempo como si esperara que alguien la invitara a quedarse. Roland
ciertamente no iba a hacerlo y no le sorprendió el silencio de Mavis. Ella había
ofrecido comida y bebida a Audrey. No se requería más.
Cuando Mavis asintió su despedida y se dirigió hacia la cocina con una elegante
forma de caminar y balanceando las caderas, Audrey se levantó abruptamente.
─Adiós, Roland ─estalló antes de salir enérgicamente del salón sin esperar su
respuesta.
Roland se sentó en su silla y suspiró. Nunca le había gustado Audrey, pero
ahora solo podía sentir lástima por ella.
En cuanto a Mavis… quería ir con ella de inmediato y decirle cuán orgulloso
estaba de ser su esposo.
Pero eso podría esperar hasta que estuvieran solos.

***

Walter, James y Frederick no dijeron nada mientras se sentaban en el burdel y


observaban a Gerrard. Lo habían visto en un estado de ánimo lúgubre antes y
sabían que era mejor guardar silencio y dejarlo hablar.
A esta hora del día, los únicos otros clientes eran dos soldados sentados a
través de la habitación, sus cabezas juntas, bebiendo cerveza y evaluando a las
mujeres que también estaban cautelosamente alejadas de Gerrard.
─¿Cómo se atreve? ─Gerrard murmuró en el vaso de vino, el cual no era el
primero. ─¿Quién se cree que es? Es sólo la hija de un borrachín. No tiene derecho
a dar órdenes. O a criticarme. ¡Por la sangre de Dios! Me llamó insolente, ¡luego
hubo de todo menos insultos para Audrey en su cara! Debería haber adivinado
que había algo erróneo en ella, o ¿por qué más se habría casado con Roland?
Tomó otro trago antes de mirar a sus silenciosos amigos.
─¡Y, no obstante, Audrey quería casarse con él!
─¿Ella dijo eso? ─preguntó James.
Walter le lanzó una mirada mientras Gerrard respondía.
─No, pero yo me di cuenta.
─Nunca dejó que Gerrard la tocara ─le susurró Frederick a James cuando, tras
otra mirada de Walter, tomaron sus bebidas y se alejaron.
Mientras tanto, Walter se acercó a Gerrard.
─Audrey no puede casarse con Roland ahora ─dijo tranquilamente. ─Y ella
sigue siendo igual de rica que Creso 5.
Gerrard lo miró sobre el borde de su copa.
─Lo es, ¿no?
─Un hombre podría hacer muchas cosas con su riqueza ─señaló Walter. Bajó su
voz aún más. ─Incluso sobornar a un Rey.
─¿Qué es eso?
Walter se inclinó más cerca y habló en el oído de Gerrard.
─Tendrías suficiente para sobornar al Rey. Luego puedes estar seguro de que el
Rey regirá en tu favor. Todo el mundo sabe que John puede ser comprado, si un
hombre puede pagar el precio y nadie discute que tú y Roland nacieron el mismo
día y a la misma hora. Si tu padre hubiera dicho cuál de ustedes era el mayor
desde el principio, sería diferente, pero como no lo hizo, no debería ser demasiado
difícil para John nombrarte heredero en su lugar. Todas estas guerras en Francia
cuestan dinero, después de todo. Por supuesto, tendrías que casarte con Audrey
5
Creso: Del nombre del Rey de Lidia Creso, famoso por sus riquezas. Persona que posee grandes riquezas.
primero para conseguir lo suficiente como para que valga la pena para John
mientras vas en contra de tu hermano.
Gerrard sonrió.
─Como si eso fuera una dificultad para cualquier hombre. La has visto, ¿no? Y a
ella le gusto.
Mientras ambos hombres compartían una sonrisa amigable, ni ellos, ni James
ni Frederick, vieron a los dos soldados levantarse y salir.

***

─Eso es, entonces ─dijo Arnhelm con determinación mientras él y Verdan


marchaban de regreso a Dunborough. ─Están planeando algo y tenemos que
decírselo a nuestra señora.
─¿Qué? ─preguntó Verdan. ─Solo estaban hablando.
─Te lo digo, está tramando algo, susurrando así.
─Aparte de emborracharse y dormir con prostitutas, no hemos visto ni oído...
─Sí, sí lo hemos ─declaró Arnhelm. ─Lo vimos afanándose con esos otros.
─Eso no es suficiente y ¿qué si estamos equivocados?
─Es suficiente para advertir a nuestra señora que esté en guardia y eso es lo
que quiero decir que haremos antes de regresar a DeLac.
─¿Qué vas a decir? ¿Con su permiso, mi lady, pero no confiamos en su cuñado
y tampoco confiamos en su esposo para mantenerla a salvo?
Eso hizo callar a Arnhelm por un momento. Luego dijo:
─Solo le diré que debe vigilar a ese Gerrard porque podría estar planeando algo
nada bueno. Y cuando lleguemos a casa, iré con Lady Tamsin y su esposo y les diré
la misma cosa.
─¿Qué bien hará eso?
─Hacerles saber que ella podría necesitar su ayuda. Ahora vamos, está
oscureciendo y quiero lavarme. Ese burdel probablemente tiene pulgas.

***

Mavis disfrutó de la cena esa noche. Gerrard no estaba en el salón, ni Eua ni


Dalfrid, quien había ido a atender algunos negocios en York. Más importante,
Roland parecía ligero, al menos para como él era. Hablaron sobre el banquete de
la boda y a quien Roland planeaba invitar. Había tres caballeros y damas con
pequeñas propiedades cerca, varios inquilinos a los que les estaba yendo bien con
sus cultivos, el comerciante, el carnicero, el fabricador y vendedor de flechas,
quien hacía todas las flechas para la guarnición y dos comerciantes de tela de la
aldea.
─Bartholomew y Marmaduke ─dijo Roland, nombrando a los mercaderes y
dándole una pequeña sonrisa mientras lo hacía. ─Son muy exitosos y muy
persuasivos. Sus productos no son baratos, sin embargo, porque son los mejores
que se tienen fuera de York.
─Intentaré contenerme ─dijo ella con toda la apariencia de solemnidad,
─aunque puede ser muy difícil. Me siento como si hubiera estado usando este
vestido por años.
Roland se llevó su mano a los labios y la besó.
─Estás encantadora con cualquier cosa que uses.
─Mi padre no pensaba así ─comentó. ─Incluso cuando era más tacaño, gastaría
una gran cantidad en mis vestidos. Un arreglo apropiado, diría, como si yo fuera
una joya.
─Eres una joya.
─Aceptaré tal elogio de ti, pero debería advertirte, mi lord, que no soy una
mujer que desee sentarse y ser admirada.
Sus ojos brillaban cuando él respondió y no era solo por la luz de las antorchas.
─Eso ya lo he descubierto.
Mavis apartó un mechón de pelo de su hombro y lo miró con una expresión
penetrante.
─Me gusta la aventura, también. Solía trepar árboles cuando era una niña, para
ver cuán lejos podía llegar, hasta que lo dejé.
─Doy gracias a Dios de que no cayeras. Supongo que te volviste demasiado
mayor para tales bromas.
Ella sacudió su cabeza.
─No fue eso. Tamsin tenía miedo de estar en lo alto y se ponía demasiado
molesta.
─Tamsin... ese es un nombre extraño.
─Es la abreviatura de Thomasina.
─La extrañas, supongo.
─No tanto como creí que lo haría ─repuso honestamente. ─Eso me recuerda,
Roland. Arnhelm y los otros regresarán mañana. Quiero que lleven la invitación
para nuestro banquete de bodas a Tamsin y Rheged. Le diré a Arnhelm y Verdan
ahora y luego creo que me retiraré.
Roland asintió, contemplándola con una pequeña sonrisa seductora que hizo
que su sangre se precipitara.
─Me reuniré contigo en breve, después de darle al guardia la contraseña para
la noche. Parece que Gerrard no se ha dignado volver al castillo.
Aunque anhelaba decir algo sobre este episodio y el comportamiento vago de
Gerrard en general, Mavis solo asintió y dejó la mesa para unirse a Arnhelm, su
hermano y los soldados de DeLac. Se levantaron de inmediato cuando se dieron
cuenta de que estaba yendo a hablar con ellos hasta que les indicó que
permanecieran sentados.
─Quería asegurarme de que no se irían sin verme por la mañana ─dijo,
dirigiéndose a todos. ─Quiero darle las gracias por venir conmigo y por ayudar a
combatir el incendio en casa de Sir Melvin. Estuve orgullosa de todos ustedes.
Los hombres hicieron una mueca y sonrieron.
─También tengo un encargo para ti, Arnhelm y tu hermano también. Me
gustaría que llevaran la invitación de mi banquete de bodas a Lady Tamsin y su
esposo.
─Y su padre también ─añadió Verdan, pensando claramente que había olvidado
mencionarlo.
No obstante, en verdad, Mavis aún no había decidido pedirle a su padre que
hiciera el viaje. Dada su propensión a estar ebrio antes de la comida del mediodía,
eso podría no ser sabio. Tampoco había parecido particularmente triste al verla
partir.
─Los veré por la mañana ─dijo en lugar de responder directamente.
─Sí, mi lady ─respondió Arnhelm y se sorprendió de alguna forma al ver que se
veía casi... aliviado. ¿Porque iba a decir adiós?
Simplemente podría estar contento de estar de regreso, pensó mientras salía
del salón y se dirigía a la habitación que compartía con Roland, ahora una
habitación mucho más acogedora. Los sirvientes habían encontrado algunas viejas
tapicerías en un cofre en el interior de un almacén, les habían quitado el polvo y
colgado en las paredes. Eran tan viejos, que las imágenes eran difíciles de ver,
pero parecían representar algún tipo de jardín. Cualquier cosa que mostraran,
ayudaron a mantener la habitación más cálida, junto con dos braseros de bronce
que habían sido limpiados y pulidos.
Lizabet también había encontrado algunas velas y esteras de juncos. Peg había
descubierto otra mesa en algún lugar y un taburete, así que tenía un tocador.
Lo mejor de todo, sin embargo, era la cama más grande que había llegado esa
tarde. Era grande y se mantenía sólida contra la pared opuesta a la ventana, con
cortinas alrededor de ella para mantenerlos a salvo de corrientes de aire.
En general, era una habitación agradable y con la cama más grande, estaba
segura de que sería aún más cómoda.
Se quitó el vestido que estaba llegando a odiar y cubierta con su camisón, tiró
una de las mantas de la cama alrededor de sus hombros, luego fue a la ventana y
abrió las contraventanas para mirar hacia afuera la luna. Ella y Tamsin habían
desafiado a menudo la advertencia de su niñera de evitar el aire de la noche, a
menos que se enfermaran, para contemplar la luna y las estrellas. Los cuerpos
celestes parecían tan milagrosos, colgando del cielo y centelleando.
Se preguntó si Tamsin estaba mirando la luna desde la ventana de su
dormitorio. Tal vez Rheged estaba con ella, sosteniéndola en sus brazos y
susurrándole dulces palabras de amor en su oído. Roland nunca le susurraba
tonterías dulces en su oído, pero si la forma en que le hacía el amor era un indicio,
debería estar igual de contenta.
Si solo no tuvieran que lidiar con Gerrard. Si tan solo Roland lo enviara lejos
como ella había despedido a Eua.
Un ruido detrás la hizo volverse, para ver a su esposo cerrando la puerta de su
habitación.
─Atraparás un resfriado si te quedas ahí ─dijo, su profunda voz baja y suave.
Cerró la contraventana.
─No quiero que te pongas enferma ─dijo, envolviendo los brazos
relajadamente alrededor de su cintura. Miró alrededor de la habitación, luego
asintió al nuevo mobiliario. ─Veo que los sirvientes han estado ocupados y Dalfrid
ha encontrado una cama más grande.
─Sí ─susurró mientras deslizaba sus brazos alrededor de su cintura.
─Estuve orgulloso de ti hoy. Nunca había visto a ninguna mujer contenerse tan
bien con Audrey.
─Es una mujer muy hermosa. No me sorprende que la gente pensara que
querrías casarte con ella.
─Yo nunca lo hice, así que puedes sacar ese pensamiento de tu cabeza.
Habló con firmeza y como si estuviera siendo completamente ridícula. Sin
embargo, seguramente era natural preguntarse si solo había habido algo serio
entre ellos cuando era tan guapo y mandón y ella era tan hermosa y cercana.
─¿Nunca, ni una vez...?
─No, como ya he dicho.
─Pero has estado con otras mujeres ─insistió ella. Incluso aunque temía que
fuera un error, simplemente tenía que saberlo.
─Por supuesto. Soy un hombre, con las necesidades de un hombre, pero nunca
hubo ningún afecto. Era una transacción comercial y nada más. Sea lo que sea que
compartiera con esas otras, no era nada de lo que siento cuando estoy contigo.
Quería creerle. Necesitaba creer que ella por sí sola podía darle el amor que
buscaba, que la querría -y por lo que era- a cambio. Escudriñó sus ojos oscuros e
indagadores y una vez más vio la necesidad que no era solo física. Eso no hablaba
de lujuria, sino de angustia y soledad, de un anhelo de amor que tanto tiempo
había sido negado.
La manta se deslizó de sus hombros y cayó desapercibida al suelo cuando sus
labios capturaron los de él.
─¿Veremos cuán blanda es la cama? ─susurró.
Alejándose, desató el cordón del cuello de su camisón y, volviéndose de
espaldas a él, lo dejó caer. Cuando estaba bajo en sus caderas, él puso su mano
entre sus omóplatos, cálida y fuerte, moviéndose lo suficientemente cerca como
para que ella pudiera sentir el calor de su cuerpo mientras deslizaba su mano más
abajo, seguida por su boca, la sensación haciéndola temblar.
─¿Tienes frío? ─susurró mientras sus brazos la rodeaban, una mano elevándose
hacia su pecho, la otra moviéndose más abajo, luego en círculos pequeños y lentos
de una forma que hizo que sus piernas se debilitaran.
─No ─jadeó mientras su camisón se derramaba a sus pies. La presionó contra
él, para que pudiera sentir que estaba tan excitado como ella.
Aunque todavía estaba vestido.
Volviéndose, trabajó para deshacer los nudos en el cuello de su túnica y camisa
mientras él le acariciaba la cara y presionaba besos ligeros en su frente y mejillas.
Le sacó la túnica y la camisa, luego puso las manos sobre su pecho desnudo,
sintiendo por un momento el latido del corazón del poderoso hombre con el que
se había casado antes de inclinarse para quitarle las botas. Roland alzó la mano
para sacárselas él mismo y cuando se enderezó, tiró del cordón de sus pantalones,
tratando de deshacer el nudo, hasta que ella retiró su mano y lo hizo ella misma.
Hecho eso, introdujo su mano para agarrar la evidencia de su necesidad. Él agarró
sus hombros mientras ella lo acariciaba, su cabeza echada hacia atrás mientras un
gemido salía de la profundidad de su garganta antes de empujarla más cerca para
otro largo y profundo beso.
Seguramente, oh, seguramente, esas otras mujeres no importaban ahora,
pensó mientras, todavía besándola, pateó lejos sus pantalones y la maniobró hacia
la cama mientras seguía acariciándolo. Sus piernas se encontraron con la cama y
rompió el beso para meterse debajo de las sábanas.
─Es una cama muy blanda ─observó Mavis mientras se unía a ella.
─Una cama de roca sería cómoda si estuvieras a mi lado ─respondió con una
mirada seductora en sus ojos castaños.
Se deslizó hacia atrás, rozando sus manos por sus muslos mientras se movía.
─¿Qué estás…?
Jadeó cuando presionó sus labios donde ella nunca había pensado que los
labios de un hombre irían y su lengua comenzó a burlarse de una parte suya que
no sabía que existía hasta ese momento. Ese increíble e imprevisto momento.
─¡Oh, Roland!
No pudo decir nada más. Todo lo que podía hacer era agarrar su largo cabello
oscuro y resoplar mientras la excitación se construía.
Justo cuando ya no podía soportar la creciente tensión por más tiempo, se
movió hacia arriba y se deslizó dentro de ella.
Gimiendo, se arqueó y envolvió sus piernas a su alrededor mientras él, con un
gemido bajo y áspero, comenzó a empujar. Perdió completamente el
conocimiento sobre cualquier cosa excepto sus cuerpos y sus necesidades, como si
fueran las únicas personas en el castillo. En Dunborough. En Inglaterra.
Hasta que demasiado pronto -o eso le pareció a ella- toda la deliciosa tensión
se rompió. Gritó mientras su cuerpo palpitaba y agarraba sus hombros con tanta
fuerza que le dejó marcas, mientras él gruñía como una criatura salvaje. Luego,
jadeando, apoyó la cabeza sobre sus pechos.
Acarició su espalda hasta que se puso a su lado y miró hacia el dosel de la
cama.
─Debo darle las gracias a Dalfrid por la mañana ─murmuró. ─Esta es una cama
maravillosa.
─Una cama muy maravillosa ─ella estuvo de acuerdo. ─Estoy feliz de ser tu
esposa, Roland. Creo que podemos tener una vida feliz si...
Se quedó en silencio. Tal vez sería mejor no decir nada más esta noche.
Pero parecía que ya había dicho demasiado, porque Roland se levantó sobre su
codo y la miró seriamente.
─¿Sí?
Sintió que tenía que responder.
─Me temo que mientras Gerrard esté... mientras esté... y le permitas quedarse
como tu comandante de la guarnición, nunca tendremos paz en la casa.
─Ah ─respiró. Se sentó y la observó atentamente. ─¿Deseas que lo eche?
Lamentaba haber empezado esto, pero respondió sinceramente.
─Deseo un hogar pacífico, Roland, donde seas honrado y respetado como te
mereces.
─Es el hogar de Gerrard, también ─respondió. ─Él, también, es hijo de mi padre
y su infancia estuvo tan llena de sufrimiento como la mía. Por eso y porque es mi
hermano, nunca lo echaré. De hecho, ha sido mi plan que, si Gerrard demuestra,
con el tiempo, ser digno de su propio feudo, le daré una porción de éste.
─¿Darías tu herencia?
─Una parte de ella, como él debió haber tenido de mi padre. Hay suficiente
para nosotros dos.
Habló como si esperara que ella estuviera en desacuerdo, pero su herencia era
solo suya.
─Tu feudo es tuyo para hacer con este lo que sea tu voluntad.
─Preferiría tener tu aprobación al igual que tu aceptación, Mavis.
Una vez más vio esa necesidad, ese anhelo y se dio cuenta de que realmente
quería que ella estuviera de acuerdo en que era lo correcto que hacer. Y así era, si
ayudaría a mantener la paz.
─Sí, estoy de acuerdo, Roland y nunca he oído hablar de algo tan generoso.
Desearía que todos los que piensen mal de ti pudieran conocerte como yo lo hago.
Pero si le has hecho esa oferta a Gerrard, ¿por qué te sigue tratando tan mal?
─Porque todavía no lo he hecho, ni le he dicho, ni a nadie más, lo que planeo
hacer, hasta ahora. Debo estar seguro de que es digno sin saber que le espera una
recompensa. De esa manera puedo estar seguro de que realmente lo merece.
Se alegró de que estuviera confiando en ella sobre un asunto tan importante.
Eso tenía que significar que confiaba en ella y también se preocupaba por sus
opiniones.
─¿Cuánto tiempo pasará antes de que decidas si vas a hacer la oferta?
─Un año.
Eso le pareció un largo tiempo, pero era prudente al tomarse su tiempo y al
menos podía prever un día en que Gerrard tendría menos motivos para quejarse.
No obstante, había otro problema que considerar.
─¿Qué pasará con esos amigos suyos? Sospecho que incitan lo peor de su
conducta. ¿No puedes hacer que se vayan de Dunborough?
Roland la atrajo a su lado.
─Eso puedo hacerlo, y lo haré ─dijo mientras acariciaba su mejilla y presionaba
otro beso en su frente. ─Ya sé exactamente cómo.
Acurrucada contra su esposo, Mavis se dijo que había estado preocupada por
Gerrard y celosa de Audrey por nada. Era, de hecho, una mujer muy
afortunadamente casada, con un esposo amable, generoso y apasionado.
Cuya mano comenzaba otra exploración.
Ella respondió ansiosamente y todavía pasó un tiempo antes de que estuvieran
dormidos.
Capítulo 9

Roland contempló a los supuestos amigos de Gerrard tropezar en el solar a la


mañana siguiente, todos obviamente en su peor momento luego de una noche de
parranda.
─Aquí están, mi lord ─dijo el joven soldado rubio que había sido enviado a
buscarlos. ─Estaban justo donde había pensado.
─¿Y mi hermano?
─No estaba allí, mi lord ─respondió Hedley, sin que su voz traicionara nada. El
hombre era joven, pero podía seguir su propio consejo, lo cual era por lo que
Roland lo había elegido para esa tarea.
─Gracias. Puedes irte.
Hedley asintió y se marchó, dejando a Roland solo con los supuestos amigos de
Gerrard.
─Siéntense ─dijo Roland al de ojos turbios Walter, el hijo de un comerciante
adinerado de York. Los otros dos, James y Frederick, tuvieron orígenes más
pobres, pero podrían haber hecho algo de ellos mismos si no se hubieran
enredado con Walter y, sí, Gerrard, jóvenes demasiado ricos y resentidos con
demasiado tiempo en sus manos.
James y Frederick se desplomaron en dos de las sillas. Walter permaneció de
pie, aunque se balanceaba ligeramente y entornó los ojos al sol de la madrugada.
─¿Sabes dónde está Gerrard, Walter? ─preguntó Roland.
─No soy su guardián ─murmuró el joven, tirando de su desaliñada túnica en su
lugar y pasando una mano por su grasiento cabello castaño claro. ─Si lo quieres a
él, ¿qué estamos haciendo nosotros aquí?
Roland se dejó caer en la silla de su padre. Le había llevado algún tiempo
usarla, incluso si la silla misma no tenía nada que ver con el comportamiento de su
padre. Tres bolsas de monedas de plata estaban delante de él sobre la mesa.
─Quiero hacerles una oferta.
Empujó una de las bolsas de monedas hacia Walter.
─Hay veinte marcos de plata en cada bolsa, una para cada uno de ustedes. Son
bienvenidos a tomarlas, con una condición: que se vayan de Dunborough de
inmediato y nunca regresen.
James y Frederick se sentaron un poco más rectos y les echaron un vistazo a las
bolsas, luego se miraron el uno al otro, mientras los labios de Walter se retorcían
en un fruncimiento escéptico.
─¿Veinte marcos... así nada más?
─Así nada más ─confirmó Roland, ─siempre que se vayan de Dunborough y no
vuelvan.
─Tiene que haber algo más que eso ─murmuró Walter incluso mientras James y
Frederick estaban alcanzando las bolsas.
─No, no lo hay. Quiero que se vayan de aquí y estoy dispuesto a pagar.
─¿Y Gerrard? ¿Le pagarás también para que se vaya?
─No. Gerrard puede quedarse.
A estas alturas, James y Frederick tenían las monedas en sus manos.
Aparentemente el peso de la plata en sus palmas era suficiente para despertarlos,
en más de una manera.
─Vamos ─dijo James, levantándose con una presteza que incluso no había
mostrado antes de hoy. ─Tomémoslas y vayámonos antes de que cambie de
opinión.
─Vamos, Walter ─dijo Frederick, poniéndose también de pie. ─Gerrard puede
encontrarnos después, si tiene interés en hacerlo.
Roland se dio cuenta de que Frederick estaba, por desgracia, en lo correcto,
pero era más probable que Gerrard se quedara mientras aun creyera que
Dunborough debía ser suyo.
Roland empezó a tomar la bolsa de Walter.
─Si no la quieres, entonces...
Walter se la arrebató.
─Sí, la quiero... y es lo menos que merezco por actuar como la niñera de tu
hermano.
─Si verdaderamente estuvieras actuando en esa condición ─respondió Roland
con seriedad, ─sabrías dónde está.
─El establo ─replicó Walter. ─Probablemente lo encontrarás en el establo.
El mismo lugar en que ambos habían buscado refugio cuando niños.
─¡Ya era hora de librarme de ti y de este lugar olvidado por Dios! ─exclamó
Walter cuando se dirigió hacia la puerta, sus dos camaradas siguiéndolo como
perros detrás de su amo.
Cuando se fueron, Roland se dirigió a la ventana que daba al patio.
Siguió observando y al cabo de un momento, vio a los tres jóvenes caminando
rápidamente hacia el portón, pasando la escolta de DeLac que ya se había reunido
en preparación para partir.
─Ya era hora de librarme de ustedes también ─dijo suavemente antes de que
su mirada se dirigiera al establo.
Al cerrar la contraventana, decidió que dejaría dormir a Gerrard.

***

Mientras Mavis cruzaba el patio hacia los soldados de DeLac, vio a los tres
amigos de Gerrard apresurándose hacia el portón como si estuvieran siendo
perseguidos por avispones.
Roland había dicho que tenía una manera de hacerlos irse y obviamente, había
tenido éxito.
─Mi lady ─dijo Arnhelm, inclinando la cabeza en señal de bienvenida cuando
ella llegó a su lado.
─Buenos días, Arnhelm ─asintió con la cabeza al resto de los hombres, luego
extendió tres cartas escritas en pergamino y selladas con cera. ─Esta es para Sir
Melvin y su dama ─dijo, entregándole el primer mensaje. Señaló el pequeño
dibujo de un pino que había hecho en la esquina, ya que estaba segura de que
Arnhelm no podía leer. Le dio la segunda carta que tenía una pequeña
representación del Castillo DeLac en ella. ─Esta es para mi padre. Y esta es para
Lady Tamsin y Sir Rheged ─terminó, mostrándole la imagen de la espada y el
escudo en la tercera.
─Así será, mi lady ─contestó Arnhelm. ─Las entregaremos sanas y salvas.
─Estoy segura de que lo harán ─alzó la mirada hacia el cielo despejado. ─Parece
ser un buen día para viajar. Espero que todos lo sean.
─Como esperamos nosotros, mi lady ─dijo Arnhelm antes de fruncir el ceño.
─Pero hay otros tipos de nubes y mal tiempo de los que estar en guardia.
Mavis no tenía ni idea de lo que estaba hablando y su confusión debió de
haberse notado, porque él entregó las cartas a su hermano y se acercó.
─Una palabra de advertencia, mi lady, que espero que no tome a mal ─susurró.
─Ese cuñado suyo se mantiene acechando y no confiaría en él más que en la
siguiente posada. Estuvimos vigilándolo mientras estábamos aquí y es un mal
hombre. Amargado y enojado y bebe demasiado. Peligroso, de ese tipo.
─Yo... ya veo ─tartamudeó, sin saber qué decir. Entonces pensó en Roland. ─Te
agradezco tu preocupación, Arnhelm ─dijo, expresándolo con todo su corazón, ─y
aprecio tu advertencia, pero estoy segura de que mi esposo me protegerá de
cualquier cosa que su hermano pueda hacer.
Arnhelm asintió y pudo ver que estaba tratando de parecer como si
compartiera su confianza.
─Sí, mi lady. Pero una palabra de advertencia, no obstante.
No dijo nada más, porque Roland apareció en la puerta del vestíbulo y vino a
unirse a ellos. Después de ofrecerles su despedida, Roland tomó la mano de Mavis
y ella la sostuvo firmemente. Lo que sea que Arnhelm hubiera visto u oído
mientras estaba en Dunborough, ella realmente creía que Roland la mantendría a
salvo de cualquier enemigo.
Incluyendo a su amargado y enojado hermano.

***

Poco tiempo después, un airado Gerrard irrumpió en el solar, donde Roland de


nuevo estaba tratando de dar sentido a las cuentas. El rostro de Gerrard estaba
pálido, había pesadas bolsas debajo de sus ojos inyectados en sangre y tenía
restos de paja en su cabello.
─¿Qué has hecho con mis amigos? ─demandó mientras ponía una mano en el
respaldo de una silla para mantenerse firme. ─He oído que los has mandado traer
ante ti esta mañana incluso cuando apenas podían caminar.
─Si apenas podían caminar ─contestó Roland desde donde estaba sentado al
otro lado de la mesa cubierta de pergaminos, listas y plumas gastadas, ─era
porque se habían emborrachado la noche anterior contigo.
Gerrard enderezó su desaliñada túnica, pasó una mano por su desordenado
pelo y lamió sus labios obviamente secos.
─¿Dónde están? ¿En el calabozo? ¿Con qué motivo? ¿Ser mis amigos?
Roland se recostó en su silla y contempló a su hermano con la expresión
inescrutable que casi enloquecía a Gerrard. Y todo el tiempo desde que Roland
había regresado, había habido algo más en aquello, una especie de orgullosa
satisfacción que resonaba aún más.
─Tus llamados amigos se han ido, para no volver jamás.
Gerrard jadeó. Roland era un tipo insensible, pero aun así...
─¿Los mataste?
─Por supuesto que no ─contestó Rolando con disgusto y como si Gerrard fuera
un idiota.
─Les ofrecí veinte marcos de plata si se iban de Dunborough y no volvían.
James y Frederick agarraron las monedas sin vacilar en ningún momento. Walter
tomó un poco más de persuasión, pero no mucho. Probablemente ya estarán a
mitad de camino hacia York por ahora.
Gerrard extendió las manos sobre la mesa y se inclinó hacia su hermano.
─¿Me estás diciendo que le pagaste a mis amigos para que se fueran?
─Sí, y se fueron ─admitió Roland libremente. ─¿Qué clase de amigos eran,
después de todo, si podían ser comprados tan barato? Al menos fue tu propio
hermano quien los compró, no un enemigo. Si verdaderamente los consideraste
tus amigos, deberías estar avergonzado de escogerlos tan imprudentemente.
Gerrard miró a su hermano con desprecio. Una vez más, el ingenioso y astuto
Roland lo había superado y podía adivinar cuál era su plan.
─Esta es otra parte de tu plan para que me vaya sin mi pago, verdad, así
puedes reclamar que perdí todos los derechos sobre el título o la herencia.
─No tengo tal plan ─contestó Roland con una calma exasperante.
─¿Qué pasa con tu esposa? Estoy seguro de que quiere que me vaya.
─Mavis entiende que es mi decisión para tomar, o la tuya, si así lo eliges.
Gerrard se incorporó.
─Si me quedo, ¿todavía soy el comandante de la guarnición, o me quitarás eso
también?
─Todavía eres comandante de la guarnición hasta que yo diga lo contrario
─finalmente, una expresión llegó al rostro de piedra de Roland y como siempre,
era crítica. ─Emborrachándote no es probable que te permita permanecer en esa
posición.
─¡Emborracharme es el único consuelo que tengo! ─replicó Gerrard, odiando el
comportamiento altivo de su hermano. ─Has tomado todo lo demás: dinero, título
¡y ahora incluso mis amigos!
Roland se levantó.
─No he tomado nada de ti y me he ganado lo que tengo.
─¡Si así lo dices!
─¡Así lo digo! ─devolvió Roland. ─Mientras cumplía con mi deber y trataba de
proteger a la gente, tú estabas afuera bebiendo, pasando el rato con prostitutas y
jugando. Cuando Padre y Broderick estaban en su peor momento, desaparecías y
me dejabas para soportar el peso de su disgusto. Así que sí, me he ganado lo que
tengo y si pierdes tu posición, será porque me has demostrado que no eres apto
para ella.
Roland habló con cólera en sus ojos y en su voz, sonando demasiado como su
padre, Gerrard tuvo que recordarse con fuerza que ya no era un niño, sino un
hombre capaz de defenderse si era necesario.
Y este no era su padre, sino el hermano que lo había conseguido todo.
─Y de ese modo lo consigues todo, título, feudo y una esposa hermosa,
mientras que yo no tengo nada. Muy bien, hermano mío, pero tengo todo el
derecho a quedarme en Dunborough y por Dios que lo haré, sea el comandante de
la guarnición o no.
─¿Me has escuchado, Gerrard? ─demandó Roland, frustración derramándose
en sus palabras. ─No voy a quitarte tu mandato.
─Aún no.
─Ni nunca, a menos que...
─¿A menos que me humille ante ti? ¿A menos que me vuelva tan inflexible y
severo como tú? ¿O me convierta en un lame botas arrastrado como Dalfrid? Eso
nunca sucederá, Roland, así que nos ahorraré a ambos la espera. Ya no voy a
dirigir la guarnición por más tiempo. Te devuelvo esa tarea… o tal vez se la darás a
tu encantadora esposa. Estoy seguro de que es muy capaz de dar órdenes. No
tengo ninguna duda de que ya te rige igual como siempre lo hizo nuestro padre.
─¡Nadie me gobierna!
─¿No? ─acusó Gerrard. ─¿Ni siquiera en tu cama?
Roland rodeó la mesa justo cuando su esposa apareció en el umbral. Se detuvo
como si ella hubiera gritado esa orden, mientras miraba de un hombre al otro con
perplejidad antes de que su mirada interrogante se posara sobre Roland.
─Lo siento, mi lord. ¿Interrumpo? Puedo volver más tarde.
Gerrard observó cómo la ira de su hermano parecía derretirse, mientras los
ojos de ella brillaban de una manera que hacía que Gerrard se sintiera aún más
solo.
Al principio había estado completamente seguro de que su matrimonio se
había llevado a cabo por ganancia, ya fuera política o financiera, pero esa certeza
había ido disminuyendo cada vez que los veía juntos. La forma en que se miraban
el uno al otro, la forma en que ella se había apresurado a defender a Roland, sus
inteligentes y cortantes observaciones a expensas de Gerrard...
Fuera lo que fuese lo que sintieran el uno por el otro, nada le daba el derecho
de arrancarlo de Dunborough.
─No, yo saldré de la habitación, mi lady ─dijo, sonriendo como si su felicidad no
le perturbara. ─Puedes pensar que estás ganando, pero la batalla no ha
terminado.
Con su expresión igual de severa y sombría que la de su hermano, Gerrard pasó
por delante de Mavis y salió de la habitación, golpeando la puerta de madera tras
él tan fuerte que casi arrancó las bisagras de cuero del marco.

***

Cuando Gerrard se hubo ido, fue como la calma después de una tormenta, al
menos para Mavis. Pero pudo ver que Roland todavía estaba molesto y lamentó
haberse entrometido. Quizás incluso había hecho que su pelea empeorara al
interrumpirla.
─No me di cuenta de que Gerrard estaba aquí, o me habría mantenido alejada.
Roland suspiró.
─No importa. De todos modos, habría estado enojado. No estaba contento de
que les hubiera pagado a sus amigos para que abandonaran Dunborough y se
niega a continuar siendo comandante de la guarnición.
─¿Se irá de Dunborough? ─trató de no sonar contenta, pero en verdad, estaría
aliviada si lo hiciera.
Roland sacudió la cabeza, luego rodeó la mesa y la tomó entre sus brazos.
─No se irá mientras piense que estoy tratando de obligarlo a partir, así yo
podría decir que perdió cualquier reclamo del título y la herencia.
Apoyó la cabeza en el pecho de su esposo.
─Lo siento, Roland, si mi sugerencia sobre sus amigos empeoró las cosas.
Él acunó sus mejillas de modo que pudiera ver sus hermosos y brillantes ojos.
─No es tu culpa que Gerrard sea como es. Es como nuestro padre lo formó.
─Sir Blane era también tu padre ─señaló, ─y tú eres un hombre bueno y
honorable.
Le dio una pequeña sonrisa.
─Motivo por el cual tengo esperanzas con Gerrard todavía.
Mavis no dijo nada antes de que compartieran un beso, a pesar de su temor de
que estuviera equivocado con su hermano.
─Ahora, ¿qué te trae por aquí?
─Vine a decirte que han venido los comerciantes de telas y ya que Dalfrid aún
no ha regresado de York, preguntarte cuánto puedo gastar.
─Tanto como creas necesario ─la recorrió con la mirada y le dirigió una
lastimosa sonrisa. ─Debo confesar que incluso yo me estoy cansado de ver ese
vestido.

***
Cuando Mavis regresó al vestíbulo, apenas podía creer lo que veía. El estrado
parecía como si hubiera sido transformado en un exótico bazar. Paquetes y
envolturas de brillantes telas coloreadas reposaban sobre cada silla y mesa.
También había allí cofias, bufandas, cinturones, velos y zapatillas en lo que parecía
de cada color del arco iris.
Un hombre alto y delgado, vestido con una larga túnica verde brillante con un
cinturón de uniones de oro y un hombre fornido con una corta túnica escarlata
atada sobre unos pantalones negros, se apresuraban hacia ella desde el estrado.
─¡Qué placer, mi lady! ─gritó el hombre delgado.
─¡Una delicia! ─exclamó el regordete, haciendo una reverencia. Se volvió hacia
su compañero, que había unido sus dedos sobre su delgado torso. ─Es tan
hermosa como dijeron, ¿no es así, Marmaduke?
─¡Encantadora! ─respondió Marmaduke. ─Bartholomew, somos realmente
honrados de ofrecerle a esta dama nuestra mercancía… aunque es la mejor que se
puede obtener fuera de Londres.
Bartholomew parecía como si estuviera a punto de llorar.
─Hemos oído hablar del incendio y su desgracia.
─¡Pero ha llegado la ayuda, mi lady! ─declaró Marmaduke, levantando un dedo
puntiagudo hacia el cielo. ─Hemos traído todas nuestras mejores telas y accesorios
para que usted elija, a pesar de que incluso hace lucir maravilloso su actual y
desafortunado atuendo.
Mavis tuvo que sonreír mientras miraba a los dos radiantes mercaderes que
estaban de pie junto a sus mercancías.
─Gracias.
Bartholomew hizo un gesto hacia el estrado.
─Por aquí, si es tan amable, mi lady ─dijo mientras Marmaduke se apresuraba a
mostrar un rollo de brillante tela roja.
Mavis tenía la intención de gastar muy poco, pero sus ofrendas eran de muy
buena calidad y ella debía tener un vestido especial para el banquete de bodas, o
¿qué pensaría la gente? También necesitaba por lo menos dos vestidos más para
otros días y las zapatillas eran tan cómodas y había dos cofias a las que
simplemente no pudo resistirse...

***

Algún tiempo después, Mavis se dirigió al solar, donde encontró a su esposo


todavía sentado a la mesa. Su cabello estaba desaliñado como si lo hubiese
tironeado más de una vez. Sus cejas estaban arrugadas por la consternación hasta
que levantó la vista y la vio y una sonrisa floreció en su rostro.
Esperaba que siguiera estando feliz cuando descubriera cuánto había gastado.
─Lamento molestarte, Roland, pero...
Se puso en pie de un salto y se apresuró a rodear la mesa.
─Nunca he estado tan contento de ser interrumpido ─dijo, tirando de ella hacia
sus brazos y besándola con apasionado entusiasmo.
Con la razón de su visita temporalmente olvidada, Mavis se apoyó en su cuerpo
fuerte y se entregó al placer de su abrazo… pero solo por un momento.
─Estás tan ocupado...
Echó un vistazo a la mesa e hizo una mueca.
─Es como estar perdido en un laberinto tratando de calcular todo por mí
mismo. Por desgracia, mi padre mantuvo a sus hijos en completa ignorancia sobre
los asuntos financieros del feudo. Solo él y Dalfrid sabían todo ─suspiró. ─Puede
que sea por eso por lo que no me guste el hombre. Me recuerda mi ignorancia
diariamente, si no con palabras, con su expresión. Voy a despedirlo una vez que
esté familiarizado con los diezmos, los impuestos y las cuentas.
─Tengo que decir, Roland, que no estoy en desacuerdo contigo ─dijo Mavis, sin
ocultar su alivio. ─Hay algo sobre el hombre que no me gusta y no puedo confiar
en él.
─Entonces es mejor que me apresure a comprender todo esto ─respondió,
haciendo un gesto de barrido que abarcaba todo lo que estaba sobre la mesa, en
el proceso tirando al suelo unos cuantos rollos.
─¡Dios me ayude, justo lo que necesito! ─murmuró mientras se inclinaba para
recogerlos. Ella se inclinó para ayudarlo y sus frentes chocaron.
─¡Ay! ─gritó Mavis, frotándose la suya.
─¿Te lastimé? ─preguntó Roland mientras la ayudaba a levantarse. ─Debería
haberte dado una advertencia.
─Fue un accidente ─dijo, ─y no me hizo daño. Ni siquiera tendré un moretón.
─No obstante, tal vez un beso lo hará mejorar ─dijo, rozando sus labios sobre
su frente. Y luego sus labios.
─¡Con su permiso, mi lord!
Al sonido de la asombrada voz de Dalfrid, Mavis y Roland se separaron.
─No quería interrumpir, mi lord ─continuó el mayordomo con una de sus
suaves sonrisas mientras se retorcía las manos, aunque sus ojos no mostraban
verdadero arrepentimiento.
─Ah, Dalfrid ─dijo Roland. ─Estás de vuelta. ¿Todo marchó bien en York?
─En efecto así fue, mi lord. He conseguido compradores para toda nuestra lana
de la próxima primavera ─le dedicó una sonrisa a Mavis. ─Buen día, mi lady. Se ve
aún más hermosa que cuando me fui.
─También estoy usando el mismo vestido ─observó con ironía, ─pero no por
mucho tiempo, estoy feliz de decirlo.
─¿Entonces tendría razón al pensar que fue la carreta de Bartholomew y
Marmaduke la que vi yéndose?
─Sí. Justo iba a decirle a Sir Roland cuánto gasté en ropa nueva. Ocho marcos
en telas, diez chelines en unas zapatillas, diez chelines en dos cofias, cinco cada
una y algunos velos por dos chelines más.
Roland frunció las cejas y sintió una punzada de culpa por gastar tanto, hasta
que dijo:
─¿Eso es todo?
─¿Todo, mi lord? ─exclamó Dalfrid. ─¡Esa es una suma considerable por tan
poco!
─Es lo suficientemente pequeña considerando lo que perdió en el incendio.
Dalfrid suspiró.
─Si lo aprueba, entonces no hay nada más que decir, mi lord.
─No, no lo hay.
Lizabet apareció y tocó tentativamente el marco de la puerta.
─Perdóneme, mi lady, Florian tiene una pregunta sobre el pan del banquete.
Dice que olvidó decirle que mañana tendrá que enviarle un aviso al molinero sobre
la cantidad de harina.
─Estará allí pronto ─Roland contestó por ella.
La sirvienta se inclinó en una reverencia y se apresuró a alejarse.
─Hoy es un buen día ─observó, ─y me siento como si hubiese estado encerrado
aquí durante un mes. ¿Cabalgarías conmigo después del mediodía, mi lady?
─¡Con mucho gusto! ─Respondió. ─También disfrutaría estar al aire libre.
Dalfrid no parecía contento, pero a ella no le importaba lo que pensara cuando
se trataba de pasar tiempo con su esposo.
─Reúnete conmigo en los establos después de la comida del mediodía ─dijo
Roland, dándole una pequeña sonrisa que le encantó y le hizo desear que ya fuera
pasado el mediodía.

***

Después de que Mavis dejara el solar, Roland hizo un gesto para que Dalfrid se
sentara.
─He estado repasando las cuentas, Dalfrid y todavía hay unas pocas cosas que
no entiendo.
─Aclararé todo a su tiempo, mi lord ─replicó Dalfrid. ─Los asuntos de su padre
eran muy complicados.
Roland se sentó frente a él.
─También debería decirte que encontrarás que hay menos dinero que antes de
irte a York.
─¿Oh?
─Sesenta marcos menos.
Dalfrid parecía como si se hubiera tragado un atizador ardiente.
─¿Cuán... cuánto, mi lord?
─Sesenta marcos.
─¿Puedo preguntarle qué requería una suma tan enorme?
─Tranquilízate. Le pagué a esos tres pícaros que han estado chupándole la
sangre a Gerrard para que se vayan ─Dalfrid todavía lucía horrorizado, así que
añadió: ─Estoy seguro de que nos habrían costado más si se hubieran quedado.
El mayordomo trató de parecer como si estuviera de acuerdo.
─Me atrevería a decirlo, mi lord.
─Hablando de Gerrard ─continuó Roland, ─ya no es el comandante de la
guarnición, así que no le darás más dinero.
─¿Nada en absoluto, mi lord?
Roland vaciló un momento. No era fácil terminar de proporcionarle fondos a su
hermano por completo, pero tal vez había llegado el momento.
─Ningún otro centavo.
─Como desee, mi lord.
Había algo más que Roland decidió aclarar.
─Y nunca volverás a quejarte de lo que gasta mi esposa donde pueda oírte. Si
gasta demasiado, dímelo y yo hablaré con ella sobre eso.
Dalfrid tragó duro.
─Si, mi lord.
─Ahora quiero oír hablar sobre los mercaderes que quieren comprar mi lana.

***

─¿Mi lord? ─llamó Mavis mientras entraba en los oscuros confines del establo
después de que la comida del mediodía terminara y las mesas fueran limpiadas y
levantadas. ─¿Estás aquí, mi lord?
Algunos de los caballos se removieron y relincharon y Hefestos agitó su oscura
cabeza. Se dirigió hacia su cuadra, pensando que Roland probablemente estaría
allí.
En su lugar, salió de una cuadra en el extremo opuesto, llevando un precioso
caballo marrón claro.
─¿Está el casco de Hefestos todavía demasiado dolorido para que lo montes?
─preguntó con preocupación.
─Un poco, así que usaré otro.
─Esa es una bestia muy bonita ─dijo, pasando la mano por el suave hocico del
animal. ─¿Cuál es su nombre?
─Ícaro.
─¡Eso parece un nombre que probablemente conduzca al desastre!
Roland se rió suavemente, sus ojos arrugándose en las esquinas de una manera
que probablemente pocos otros vieran nunca.
─Me aseguraré de tener cuidado. Después de todo, tengo todas las razones
para querer vivir ―dijo antes de llamar a un lacayo para que ensillara a Ícaro y
Dulce.
Mientras el lacayo alejaba a Ícaro, Mavis se apoyó contra un poste.
─Te extrañé cuando me desperté esta mañana. ¿Cuándo te fuiste?
─Temprano. No quería molestarte. Te veías muy tranquila.
─Estaba agotada ─admitió. ─Después de... anoche.
Sus labios se arquearon muy ligeramente hacia abajo y ella se apresuró a
expresar:
─No es que me arrepienta de ello ─dijo, agarrando su túnica para acercarlo
más.
─Ten cuidado, mi lady ─le advirtió con otra pequeña sonrisa jugando en sus
labios que estaba contenta de ver. ─Se me puede olvidar que no estamos en
nuestra alcoba.
─Puedo olvidar que soy una dama.
─Puedes ser una muchacha muy descarada ─observó, su voz baja y ronca, sus
ojos oscurecidos por el deseo.
─Y tú puedes ser un hombre muy atrevido ─replicó ella en tono amable,
extendiéndose para acariciarle el pecho, hasta que vio al lacayo regresando.
Se apartaron para dejar que él y un muchacho del establo llevaran sus caballos
al patio, luego los siguieron. Una vez allí, Roland hizo un lazo con sus manos para
ayudarla a montar. Mientras se ajustaba la capa, se impulsó en la silla de montar
sobre el corcel de color marrón claro.
Esta vez, cuando cabalgaron a través de la aldea, la gente ondeó sus manos y
más de uno sonrió al verlos pasar. Era como si una pestilencia los hubiera
amenazado y nunca hubiera llegado.
Entonces atrapó un vistazo de Gerrard apoyado en la pared de la taberna, con
los brazos cruzados y los ojos llenos de ira, su expresión sombría haciéndolo
parecerse mucho más a Roland.
Si Roland vio a su hermano, no dio ningún indicio y ella no lo señaló. Quería
disfrutar esta vez a solas con su esposo en un soleado día de otoño.
Cuando llegaron al otro extremo del pastizal, dos hombres estaban en el
proceso de desmantelar uno de los tres troncos puestos en medio de este. Era
evidente que en algún momento había habido más todavía.
─Mi padre creía en los castigos duros ─explicó Roland antes de que preguntara.
─Me alegra ver que vas a ser más misericordioso.
─Si la ley se rompe, debe haber un castigo, pero el castigo debe ser acorde al
delito, no a la naturaleza del juez.
Él le dirigió una mirada de soslayo.
─¿Me equivoco al sospechar que tu padre era a veces cruel incluso contigo?
─No hasta hace poco ─respondió, decidida a ser justa con su padre. ─Cuando
era pequeña, era amable conmigo, o al menos no me maltrataba. Pero cuanto más
bebía, más cruel se volvía.
Dudó, luego expresó algo que no había compartido con nadie, ni siquiera con
Tamsin.
─Creo que estaba muy decepcionado con el transcurso de su vida. Quería ser
un hombre poderoso en la corte y vio desvanecerse sus oportunidades. Culpó a la
madre de Tamsin en parte, porque él y su padre habían hecho un contrato de
matrimonio con un lord poderoso y ella huyó con otro. Una ambición frustrada
explicaría por qué estaba tan decidido a hacer una alianza con tu familia.
─Mientras que yo nunca fui importante para mi padre, ni siquiera como un
potencial heredero ─contestó Roland. ─Siempre fue Broderick quien tuvo su favor,
no importa cuán disciplinado u obediente fuera yo, o cuanto me esforzara por
complacerlo.
─Tamsin trató de ganarse el amor de mi padre al administrar la casa, pero
tampoco pareció notarla nunca. No obstante, ella estaba decidida a intentarlo,
incluso si eso significó que tomara mi lugar como encargada y me dejó con casi
nada que hacer. Sin embargo, comprendí lo importante que era para ella, así que
la dejé, incluso si eso daba pie a que la gente pensara que era perezosa, inútil o
estúpida.
─Cualquiera que piense que eres perezosa, inútil o estúpida es un tonto ─dijo
con firmeza. ─Creo que ves y entiendes cosas que la mayoría de los otros pasan
por alto ─le dirigió una mirada de soslayo y una sonrisa cautelosa. ─Quizá debería
estar preocupado.
Ella le contestó seria y honestamente.
─Deberías estar contento, porque aprecié algo en ti la primera vez que te vi
que me hizo estar segura de que debía aceptarte como mi esposo.
Las puntas de sus orejas se pusieron rojas y rápidamente apartó la vista.
─Será mejor que tengas cuidado, mi lady, no sea que me vuelvas vanidoso.
─Es hora de que alguien aprecie tus méritos, Roland y yo lo hago ─le aseguró.
Para entonces, habían llegado a una propiedad de aspecto próspero, al otro
lado de la aldea. La casa de piedra y el patio eran grandes y estaban ordenados, las
dependencias eran muchas y estaban en buen estado.
─¿Quién vive aquí, mi lord? ─preguntó, pensando que debía ser una familia a la
que debería invitar a la boda.
─Esta es la propiedad de Audrey D'Orleau.
Entonces, en realidad era rica y acomodada y no era de extrañar que los
aldeanos pensaran que una unión con uno de los hijos del lord era probable.
Una contraventana se movió en el piso superior, quizá por la brisa o por la
mano invisible de alguien observando el camino.

***

Habló antes de que ella dijera otra palabra.


─Audrey quiere un título más que cualquier otra cosa. Lo intentó con Broderick
sin éxito y podría haberlo intentado conmigo una vez que heredé, pero nunca
habría tenido éxito. Nunca me ha gustado.
Sus hombros se relajaron cuando pasaron el portón de Audrey, otro signo, si
necesitaba alguno, de que no debería estar celosa. De lo contrario, él no estaría
tan a gusto tan cerca de la casa de una antigua amante con su esposa montando a
su lado.
Un hombre de anchos hombros y poderosamente constituido los observaba
desde el pórtico sobre la ancha entrada de la casa. Llevaba una túnica de cuero
cocida sobre una especie de armadura acolchada y en lugar de pantalones, la falda
de pliegues del tipo escocés. Sus miembros inferiores estaban envueltos en pieles
sobre botas de cuero y tenía una enorme espada, del tipo que los escoceses
llamaban claymore 6 atada a su espalda, la empuñadura visible sobre su hombro.
Era un hombre de aspecto imponente y los miraba con atención, sin pestañear.
─¿Quién es ese que nos observa tan de cerca? ─preguntó Mavis.
─Duncan Mac Heath. Protege la casa de Audrey y a Audrey también. Se
rumorea que hay barriles de oro dentro de su casa y Duncan duerme en el
almacén donde están guardados.
─Parece capaz de defenderse de varios ladrones por sí solo.
─Eso es lo que hace y probablemente así podría hacerlo ─contestó Roland.
─Una vez le vi sacar a golpes de la taberna a un hombre famoso por ser un
luchador que solo usaba los puños. Un solo puñetazo y el tipo estaba fuera.
Mavis apretó su capa con más fuerza a su alrededor, aunque no estaba
temblando por el aire de otoño. Fue la forma hostil y de sangre fría con la que
Duncan Mac Heath contempló a su marido, como si Roland fuera un enemigo al
que quería matar.
─¿Tiene algún motivo para que no le gustes?
Su esposo sacudió la cabeza.
─No. Siempre se ve así, como si fuera a golpearte inmediatamente después de
mirarte. Esa cara suya también mantiene a los ladrones alejados ─frunció el ceño.
─Si tienes frío, deberíamos regresar.
Una ráfaga de viento se precipitó por el camino, levantando su capa y cortando
a través de sus mejillas. Ahora tenía frío realmente. También se estaban reuniendo
nubes en el horizonte.
─Tal vez deberíamos hacerlo, mi lord.
Giraron sus caballos para regresar al castillo, el escocés observándolos
atentamente todo el tiempo.

6
Claymore: Palabra de acepción escocesa para referirse a una gran espada de doble filo y larga empuñadura que debía ser blandida
con ambas manos.
Capítulo 10

Tamsin se apresuró por delante de su esposo para hablar con los dos soldados
del Castillo DeLac esperando en su salón. Los había reconocido inmediatamente
como dos de los hombres que habían sido parte de la escolta de Mavis.
─¡Estoy tan contenta de verlos! ─exclamó. Hizo un gesto para que se sentaran
mientras su esposo se les unía. ─¿Qué noticias hay de Lady Mavis? ¿Asumo que
llegaron a salvo a Dunborough?
─Sí, mi lady ─respondió Arnhelm. ─Sin embargo, hubo un pequeño problema
en el camino. Nos detuvimos en una propiedad perteneciente a un tal Sir Melvin...
─Lo conocerá en el banquete de bodas ─añadió Verdan servicialmente. Le dio
un codazo a su hermano y asintió hacia su cinturón.
─Correcto, ya estaba llegando a eso ─dijo Arnhelm, sacando el pergamino de su
cinturón. ─Lady Mavis le ha enviado esto. Tendrán un banquete de bodas en
Dunborough.
─Bueno, ahora eso es inesperado ─comentó Sir Rheged mientras se sentaba
junto a su esposa.
Tamsin no abrió inmediatamente la carta.
─¿Dijiste que tuvieron algún problema? ─le preguntó a Arnhelm.
─Sí, mi lady, hubo una tormenta cuando estábamos en casa de Sir Melvin. Un
árbol fue golpeado por un rayo y cayó sobre el establo y se incendió. Nadie resultó
herido ─se apresuró a añadir, ─ni el ganado tampoco. Pero el establo y un
cobertizo se quemaron y también la carreta con toda la dote de Lady Mavis.
─Quemada hasta las cenizas ─dijo Verdan.
Arnhelm ignoró a su hermano.
─Sir Melvin, buen hombre que es, ya no era de mucha utilidad. Sir Roland tomó
el mando y nuestra señora también ayudó, pero la carreta se había quemado de
todos modos.
─¡Oh no! ¡Pobre Mavis, perder todas sus cosas! ─exclamó Tamsin. ─¡Debe de
haber estado tan molesta!
Arnhelm pensó un momento antes de que sacudiera la cabeza y dijera:
─No, no, no puedo decir que lo estuviera.
─¿Y Sir Roland?
─Tampoco parecía importarle mucho. Llegamos a Dunborough bastante rápido
después de eso.
Tamsin suspiró aliviada.
─¿Y cómo está Lady Mavis? ¿Bien, espero?
─Parece estarlo, mi lady.
─¿La tratan bien en Dunborough?
─La mayor parte de ellos ─Arnhelm se acercó más y los otros instintivamente se
inclinaron más cerca, también. ─Tengo que decir, mi lady, que ese cuñado de ella
es un poco difícil. Es un derrochador y bebe demasiado y los compañeros con los
que pasa el tiempo no son mucho mejores. Siento molestarla, mi lady, pero pensé
que debía saberlo.
─Sí, pensamos que debía saberlo ─secundó Verdan.
Tamsin miró a los soldados con consternación.
─¿Y su esposo? ¿La trata con gentileza y respeto?
Arnhelm asintió.
─Sí, mi lady. Sí, lo hace. No esperábamos que la tratara tan bien como lo hace,
considerando quién era su padre.
─Y lo hacen como conejos ─dijo Verdan con una sonrisa. ─Ahí mismo en el
bosque, aquella vez.
Arnhelm le lanzó a su hermano una mirada de crítica mientras Tamsin se
sonrojaba y los ojos de Rheged se abrían como si estuviera sorprendido e
impresionado.
─Creo que podemos asumir que todo está bien con tu prima y su esposo,
entonces ─dijo Rheged mientras asumía una expresión más digna. ─¿Tienen
algunas otras noticias?
─Lord DeLac no se ve tan bien ─respondió Arnhelm. ─Ahora se queda casi todo
el tiempo en su cama. No creo que vaya al banquete. Sin embargo, Sir Melvin y su
esposa dijeron que irían ─Arnhelm sonrió. ─Le gustarán, mi lady.
Verdan, adecuadamente reñido, asintió su acuerdo.
─Si no hay nada más ─dijo Rheged, ─pueden conseguir ustedes mismos algunos
refrescos en la cocina. Se quedarán a pasar la noche, por supuesto.
─Gracias, mi lord, nos quedaremos ─respondió Arnhelm, levantándose. Su
hermano se puso de pie también y juntos se dirigieron a la cocina.
─Has conocido a Gerrard ─le dijo Tamsin a su esposo cuando estaban solos.
─¿Crees que le causará problemas a Mavis?
Rheged se pasó la mano por la barbilla pensativamente.
─Podría intentarlo. Está celoso de Roland, por lo que podría estar aún más
amargado y enojado ahora que Roland se ha casado con una mujer tan hermosa
como Mavis.
Tamsin empezó a abrir la carta.
─Tal vez no deberíamos esperar el banquete de bodas para ir a Dunborough.
Estoy segura de que a Mavis no le importará si llegamos antes.
Rheged puso su mano sobre la suya.
─¿No te estás olvidando de algo, amada mía? Estás embarazada y ese no es un
viaje fácil. Escuchemos lo que ella tiene que decir antes de decidir.
Tamsin asintió y empezó a leer.
Querida prima,
Hemos llegado a salvo a Dunborough, aunque toda mi dote no.
Afortunadamente, las monedas se salvaron, así que compraré ropa nueva,
incluyendo un vestido nuevo para mí banquete de bodas. Será el 15 de noviembre y
espero que tú y Rheged vengan a celebrar con nosotros en mi nuevo hogar. Me doy
cuenta de que podrías no sentirte inclinada a hacer tal viaje en esta época del año,
así que, si decides quedarte en Cwm Bron, lo entenderé.
Todo está yendo bien en Dunborough. Tuve algunos problemas con una
sirvienta, así que la despedí, como estaba segura de que tú lo habrías hecho. El
mayordomo es un poco observador, pero supongo que no debería culparlo por
mantener un ojo atento en los gastos. Roland está bien y es el mejor esposo del
mundo, aunque puedes no estar de acuerdo, estando tan enamorada del tuyo.
─Como también tú deberías estarlo ─contribuyó Rheged, sonriendo.
Tamsin sonrió a cambio antes de continuar leyendo.
Espero verlos a los dos pronto. Si no, tal vez pueda ir a Cwm Bron cuando el
viaje sea más fácil.
Tú bendecida y amada prima,
Mavis.
─¿Ahí lo tienes, ya ves? ─dijo Rheged, su tono plácidamente triunfante. ─Has
estado perdiendo el sueño por nada. Para mí ella suena feliz.
─Quizás ─murmuró Tamsin mientras volvía a leer la carta.
─Te diría si hubiera problemas con su esposo o con cualquier otra persona,
¿no?
─En algún momento, habría estado de acuerdo contigo sin preguntas
─respondió Tamsin. Tocó la carta con el dedo. ─Pero esta carta... hay cierta
distancia... cierta restricción... Ella no es como solía ser, Rheged.
─Ahora es una mujer casada ─respondió. ─No podemos esperar que sea
exactamente la misma.
Mientras que Tamsin todavía parecía preocupada, Rheged le tomó la mano.
─Creo que mejor debo planificar un viaje a Yorkshire dentro de una semana, o
tal vez unos pocos días antes. Mientras tanto, tal vez Arnhelm y Verdan puedan
llevarle un mensaje por nosotros, para dejarle saber que podemos llegar a su
puerta antes de lo esperado.
Un ferviente y apasionado beso de su esposa fue toda la confirmación que
Rheged necesitó que su sugerencia recibía su aprobación.

***

─Me pregunto cuántos días más estará lo suficientemente bueno para cabalgar
─dijo Mavis a su esposo mientras montaban por la cima de las colinas más
cercanas a Dunborough unos pocos días después. Por delante, el sendero
conducía hacia un valle arbolado, donde un arroyo profundo corría frío y rápido.
Por una vez, el viento no era más que una brisa suave y podían hablar a su antojo.
─No muchos ─contestó Roland. ─Pero ya que por estos días mi salón es muy
cómodo, dudo que extrañe mucho esto.
─Durante el invierno, de todos modos ─estuvo de acuerdo, dándole una sonrisa
que crecía cuando pensaba en su esperanza secreta, algo que los uniría aún más.
Pero era demasiado pronto para decirle a Roland lo que sospechaba en caso de
que estuviera equivocada. ─Dudo que pueda volver a salir del castillo hasta
después del banquete. ¡Solo siete días más! Me siento como si hubiera mil cosas
que hacer. De hecho, me siento casi culpable de tomarme este tiempo para estar
contigo. Casi ─añadió con otra sonrisa.
─Me siento honrado ─respondió con lo que parecería perfecta seriedad,
excepto por el indicio de la risa parpadeando en sus oscuros ojos. Cada vez lo veía
más por estos días, haciendo más fácil desechar sus preocupaciones sobre Gerrard
y los inquietantes aguijones de celos que a veces todavía la preocupaban si veía a
Audrey en la aldea. Y si lo que pensaba era verdad...
─Creo que voy a despedir a Dalfrid después del banquete de bodas ─dijo
Roland. ─He decidido darle cien marcos por agradecimiento, para hacer su despido
un poco más aceptable y evitar cualquier queja que pudiera tener.
Mavis habría preferido ver irse al mayordomo incluso antes. No obstante,
estaba de acuerdo. Después de todo, el hombre había servido en la casa durante
años y aunque continuaba actuando como si ella fuera a invitar al Rey y su corte al
festín en lugar de a menos de veinte... bueno, seguramente podría soportarlo por
otros siete ocupadísimos días.
─¿Ya has recibido algún mensaje de tu padre? ─preguntó Roland.
─No, todavía no ─suspiró e intentó no sentirse herida. ─No es una buena época
del año para viajar ─se iluminó mientras pensaba en quién asistiría. ─Sin embargo,
Tamsin y Rheged asistirán y Sir Melvin y Lady Viola.
─Creí reconocer a esos dos hombres en el patio antes de salir. ¿Han traído
respuestas a tus invitaciones?
─Sí, benditos sus corazones, pues regresarán hoy. Aunque Verdan estaba
dispuesto a esperar un día o dos, no pude convencer a Arnhelm de quedarse ni
siquiera una noche. Parece que, aunque está orgulloso y complacido de actuar
como mensajero, no le gusta mucho Yorkshire. No tiene una causa tan buena
como yo para apreciar la región.
Las cejas de Roland se delinearon en un entrecejo fruncido.
─Solo no sientes a Sir Melvin demasiado cerca de mí. Es un tipo generoso y
amable, pero habla demasiado.
─Tamsin se sentará a tu lado y estará callada.
─Me pregunto ─meditó en voz alta, su expresión abiertamente escéptica.
─Puedo imaginar más fácilmente que pasará la mitad de la noche inclinándose
sobre mí para hablar contigo y tú pasarás la otra mitad inclinada sobre mí para
hablar con ella. Sería mejor si se sentaran juntas.
─Eso no sería apropiado.
Roland sacudió la cabeza y así también lo hizo Hefestos, cuyo casco había
sanado.
─¿Lo ves? Él tampoco entiende las reglas de etiqueta.
─Él es un caballo, Roland ─dijo con una carcajada.
El viento se levantó, elevando su capa y haciendo castañetear sus dientes, pero
no quería regresar a Dunborough. Aún no. Esta podría ser su última probada de
libertad lejos del deber y la responsabilidad hasta que el banquete terminara y
todos los invitados se hubieran ido.
─Me estoy entumeciendo, pero un buen galope me calentará ─dijo en cambio.
Golpeó los costados de Dulce con sus talones y sacudió las riendas en el cuello de
su yegua.
─¡Atrápame si puedes! ─gritó mientras Dulce se alejaba al galope.
El viento pasó azotando mientras corrían por el camino, los cascos de su yegua
lanzando lodo. El corazón de Mavis palpitaba de excitación, su sangre latía. Pronto
estuvieron en el valle, con árboles por todos lados, sus ramas desnudas
elevándose hacia el cielo y el matorral denso con arbustos y helechos dorados.
Galoparon más adelante y más adelante aun, a través del valle, sobre otra
colina y bajaron hacia otro valle. Ya no oía el caballo de Roland detrás de ellas y ió
al pensar que lo habían adelantado a él y a su fina montura.
Hasta que vio el gran árbol bloqueando el camino.
Con un jadeo, Mavis tiró con todas sus fuerzas de las riendas de Dulce para
detenerla. Mientras la yegua se movía nerviosamente, sus respiraciones jadeantes
haciendo pequeñas nubes de vapor en el aire helado, le dio unas palmaditas al
cuello de la yegua resbaladizo por el sudor.
─¡Buenos días, mi lady! ─gritó una voz desde el bosque a la derecha y un
hombre salió de los árboles. Su capa, una vez brillante escarlata, ahora estaba
sucia y desgarrada. Tenía una desaseada excusa de barba y su pelo estaba sucio y
enmarañado. Aun así, lo reconoció de inmediato como el amigo de Gerrard,
Walter.
─Completamente sola, ¿verdad? ─dijo, acercándose.
Dos hombres más salieron del bosque desde el otro lado para bloquear el
camino detrás de ella: James y Frederick. Al igual que Walter, su ropa fina estaba
estropeada, como si hubieran dormido bajo la lluvia y su cabello enmarañado, con
un poco de barba crecida en sus jóvenes caras.
─¿Qué quieres? ─demandó, envolviendo más sus riendas alrededor de sus
manos, consternada por su estado desaliñado y su nerviosa desesperación que
podía sentir más que ver.
─Queremos el peaje, mi lady ─dijo Walter.
─Creo que mi marido ya te ha pagado generosamente ─respondió, tratando de
sonar tranquila.
─Vamos. Déjala ir ─le dijo James a Walter. ─Es tu culpa que perdiéramos el
dinero. Si no hubieras jugado a los dados...
─¡Cierra la boca! ─gruñó Walter, mirándolo antes de dirigir su hostil mirada de
nuevo hacia Mavis.
─Te sugiero que me dejes pasar, a menos que sientas la ira de mi esposo.
Pronto estará aquí.
─Quizá lo hará, o a lo mejor fue abordado un trayecto más atrás ─respondió
Walter con una sonrisa triunfante. ─Una carreta podría haberlo interrumpido. Tal
vez su caballo tropezó y cayó. Podría ser que el caballo esté cojo. O lo esté él.
─¿Cómo...? ─se detuvo a sí misma. ─Estás mintiendo. Si estás aquí, es posible
que no puedas saber qué ha pasado más atrás en el camino.
─Si fuéramos solo nosotros, tendrías razón ─Walter silbó y tres hombres más
salieron del bosque, hombres aún más sucios y desaliñados, sus barbas más largas
y más enmarañadas. Su ropa nunca había sido fina; lucía como trozos y piezas
recogidos de una zanja. Llevaban espadas y picas y uno tenía un hacha. Por sus
expresiones endurecidas, bien podía creer que las usarían.
─Así que ésta es la señora, ¿eh? ─murmuró uno de ellos. Se acercó y agarró la
rienda de Dulce mientras la yegua se removía y trataba de girarse. ─Bueno, eres
bonita… demasiado bonita para ese asqueroso bastardo.
Mavis sacó su pie del estribo, lista para patear al tipo si se acercaba más.
─¡Suelta mi yegua y déjame ir!
─No hasta que hayas pagado el peaje, mi lady.
─No tengo dinero y si tomas mi yegua...
─No es tu caballo o tu ropa lo que quiero… bueno, sí ─admitió el proscrito para
la diversión de sus camaradas, aunque no para los tres amigos de Gerrard. ─Pero
primero obtendré lo que tu esposo me quitó ─levantó el cabello largo y grasiento
que cubría su oreja derecha.
O lo que habría sido su oreja derecha si todavía hubiera estado allí.
Se sintió enferma ante la vista de carne destruida y manchada. Sin embargo,
trató de mantener su ingenio con ella.
─Si no me dejas ir, perderás más que tu oreja.
─Tienes un arma escondida en alguna parte, ¿verdad? ¿O solo tu cuchillo de
mesa? ─dijo Walter. ─Tendremos que registrarte para buscarlo y no sea eso un...
Dio un golpe con su pie cubierto por la bota, dándole al hombre sin oreja en el
lado de la cabeza. La soltó y ella tiró fuerte de las riendas, girando a Dulce.
Mientras instaba a su yegua a un galope, James y Frederick saltaron fuera del
camino. El hombre sin una oreja y el resto de sus compañeros se precipitaron
hacia ella, pero Dulce dejó a un lado a cualquier hombre que tratara de
interponerse en su camino.
En cuanto se liberó de ellos, Mavis se inclinó sobre el cuello de su yegua. Las
lágrimas le picaron en los ojos y su capa salió volando detrás de ella mientras
galopaban de regreso por el camino hasta que vio a Roland cabalgando hacia ella.
¡Gracias a Dios que no estaba herido! ¡Y Hefestos no estaba cojo!
─Por la sangre de Dios, ¿qué ha ocurrido? ─Demandó Roland mientras se
encontraban y frenaban. ─¡Estás blanca como la nieve! ¿Estás enferma?
─Había un árbol cruzado en el camino, así que me detuve. Y entonces... había
hombres. Los amigos de Gerrard y otros. Proscritos. Dijeron... que querían... ─su
voz se detuvo y por un momento, no pudo hablar mientras el miedo, previamente
mantenido a raya por la fuerza de su voluntad, estalló a través de ella.
─¿Te han hecho daño?
─No. Yo... me escapé antes de que pudieran. ¿Dónde estabas? Dijeron que
habían bloqueado el camino con una carreta, que te habías caído, que Hefestos
estaba cojo.
─Había una carreta en el camino con una rueda rota. Nunca supuse que fuera
un truco, una trampa para mantenerme allí mientras tú...
Se quedó en silencio, asfixiado por la ira y parecía como si estuviera planeando
ir tras ellos de inmediato, solo.
─Estarías en inferioridad numérica, Roland ─protestó, aunque todavía no había
expresado tal plan, ─y se está haciendo tarde. Llévame a casa y entonces mañana
puedes ir tras ellos con más hombres. Quiero ir a casa, Roland, por favor.
─No deberías haber cabalgado alejándote de mí de esa manera ─dijo con
dureza. ─Nadie puede estar completamente seguro en los caminos, sobre todo
una mujer, ni siquiera en mis tierras.
─Lo siento ─dijo, luchando contra las lágrimas, arrepentida de haber sido tan
insensata, pero más molesta por su tono áspero. ─Solo quería un galope.
─Y ahora lo has tenido ─dijo, volviendo su caballo hacia Dunborough y
esperando que lo siguiera.

***

Cuando llegaron al área interior del castillo, Roland desmontó y ayudó a su


desconsolada esposa a bajar de su yegua. No tenía que decirle que todavía estaba
molesta; podía verlo en su cara.
Pensar que había sido atacada y en sus tierras… sus tierras las que debería
haberse asegurado estuvieran libre de bandidos, como debería haberse asegurado
de que Walter y esos otros estuvieran lejos.
Ubicó a Lizabet y la llamó para que ayudara a su señora mientras caminaba
hacia las barracas. Hoy podría ser demasiado tarde para perseguir a esos
imbéciles, pero se aseguraría de que todo estuviera listo para salir a primera hora.
Entonces, por Dios, los atraparía y pagarían.
Mucho después de que terminara la cena -una incómoda cena presidida por su
silencioso y ceñudo esposo- Mavis paseaba en su habitación esperando a que él se
retirara. Si es que tenía la intención de hacerlo. Roland había estado tan enojado,
que podía creer con facilidad que preferiría caminar lo largo del pasillo de la
muralla toda la noche esperando el amanecer que venir a su habitación.
Insegura de si debería intentar dormir y dudando de que pudiera hacerlo, se
dirigió a la ventana y se asomó al patio. No había rastro de Roland, solo los
guardias.
─Deberías dormir.
Se volvió para encontrar a Roland en el umbral.
─No estaba segura de que pudiera hacerlo ─admitió.
Él no respondió a eso, pero fue al lavabo y comenzó a lavarse la cara.
─Estoy realmente arrepentida por ser tan insensata, Roland ─dijo, estrechando
sus manos ante ella.
Apoyándose en el lavabo, Roland suspiró profundamente, luego se volvió para
enfrentarla.
─Y yo lamento que hubiera proscritos en mis tierras.
Animada por sus palabras y su suspiro, se aventuró más cerca.
─Uno de ellos dijo que le habías cortado su oreja.
Él frunció el ceño.
─Era el castigo preferido de mi padre para algunos delitos. A menudo era mi
deber llevar a cabo las sentencias.
Lo miró, horrorizada de que algún padre le pidiera a un hijo que hiciera tales
cosas.
─¿Como si fueras un carcelero común y corriente? ¿También hiciste
ejecuciones?
─Las supervisé, sí, si la sentencia estaba justificada.
─¿Y si no? ─preguntó, recordando al hombre cruel y malvado que era su padre.
─Si pensaba que era injusto y mi padre no cambiara de opinión, le dejaba la
tarea al comandante de la guarnición.
─¿Gerrard?
─No. El antiguo. Murió poco antes que mi padre.
─¿Pero cortaste orejas?
─¿Qué desearías que dijera, Mavis? ─demandó con frustración en su voz y en
sus oscuros ojos. ─Soy un hombre duro que ha hecho cosas duras. Cosas terribles.
Cosas que lamento cada día de mi vida. Cosas que me han hecho aún más decidido
a ser razonable y justo. Pero si ha habido un crimen que tiene que ser pagado, no
me libraré de cumplirlo. Si querías un hombre suave y gentil, deberías haberte
casado con alguien más. Me han dicho que hombres guapos y encantadores como
Gerrard se arremolinaban alrededor de ti como las abejas en las flores. Podrías
haberte casado con uno de ellos, o ¿no tenían suficiente riqueza y poder o no
venían del norte, en donde tu padre quería un aliado?
─¡Roland! ─exclamó, horrorizada y consternada. ─Te dije que no había otro
hombre al que quisiera. Estaba preparada para huir antes que casarme en contra
de mi voluntad. No habría importado si un pretendiente era igual de rico que un
rey, o tan poderoso, o gobernaba desde el norte hacia el sur. Y si estás celoso de
esos hombres indignos ─lo acusó, ─¿qué debo pensar de ti? Debe haber un
montón de mujeres que querían a Sir Roland de Dunborough, incluso si Audrey
D'Orleau no fuera una de ellas.
─¿Mujeres que querían al hijo frío y duro de Sir Blane de Dunborough? No
hubo ninguna.
─Hasta mí.
─Sí, hasta ti y todavía no puedo... ─se quedó en silencio, luego se dirigió hacia
la puerta. ─Deberías descansar, Mavis, así que te dejaré en paz ─dijo antes de salir
y cerrar la puerta tras él.
Mavis regresó a la ventana y miró hacia el cielo, preguntándose si alguna vez
podría realmente conocer, o entender, al hombre con el que se había casado.

***
Roland apenas había avanzado cinco pies antes de que el remordimiento lo
golpeara como un hacha de guerra. Mavis no debería haberse alejado cabalgando
sola, pero tampoco él debería haber estado tan enojado con ella. Después de
todo, no era su culpa que hubiera bandidos en sus tierras. Gerrard debería
haberse asegurado de que su feudo estuviera a salvo mientras él estuviera fuera...
No, la responsabilidad era suya. No debería haber dejado a Gerrard al mando y
ahora Mavis había sufrido por ello.
Peor aún, había sonado como un tonto débil y celoso.
Se dio media vuelta, listo para regresar y decirle que lo sentía. Todavía no
había encontrado una manera de decirle cómo lo hacía sentirse, cuán contento,
orgulloso y feliz, pero para esto, de alguna manera encontraría las palabras. Debía
encontrar las palabras.
¿El bebé va a llorar?
Mañana, se dijo mientras volvía a avanzar. Hablaría con ella mañana, después
de haber capturado a los pícaros que se habían atrevido a amenazar a su esposa.

***

Al día siguiente, Mavis se paseaba ansiosamente por el vestíbulo, esperando el


regreso de Roland, preguntándose qué haría cuando atrapara a los forajidos y a
aquellos jóvenes que habían sido amigos de Gerrard. Y lo que pasaría la próxima
vez que estuviera sola con su esposo.
La puerta del vestíbulo se abrió y ella se volvió rápidamente para ver quién era,
aunque seguramente Roland y sus hombres habrían hecho más ruido a su regreso.
En su lugar, Audrey D'Orleau, envuelta en su fina capa, entraba en el vestíbulo. Su
temible guardaespaldas entró detrás de ella y se detuvo junto a la puerta, con los
pies plantados, los brazos cruzados.
Parecía que mientras Roland encontraba difícil creer que se había casado con
él porque quería, a ella le resultaba difícil aceptar que alguna mujer de inteligencia
no quisiera a Roland, incluso si podía creer que el propio Roland no había hecho
nada para animarla. Por desgracia, Audrey D'Orleau era probablemente el tipo de
mujer superficial que requeriría muy poco estímulo.
También era la última persona que Mavis quería ver. No obstante, estaba
obligada por las reglas de la hospitalidad a saludarla.
─Buen día, Audrey ─dijo, haciendo un gesto para que la mujer se sentara a su
lado cerca del hogar.
─Oí que Marmaduke y Bartholomew estuvieron aquí, así que he enviado a
buscar a mi modista ─afirmó Audrey mientras se recogía las faldas y se hundía en
la silla. ─Ahora que has elegido la tela, Dominique puede hacerte los vestidos. Va a
hacer un trabajo maravilloso, te lo aseguro.
─Dada la excelente hechura de tu propia ropa, estoy segura de que lo hará
─aceptó Mavis con una sonrisa educada.
─Estoy segura de que Roland ha sido muy generoso.
─Es un esposo gentil.
─¿De verdad? ─replicó Audrey mientras se ajustaba las faldas para mostrar la
calidad del bordado del dobladillo. ─¿Entonces todo está bien entre ustedes?
─Muy bien ─mintió Mavis. El estado de su matrimonio no era asunto de esta
mujer y no dudaba que Audrey fuera del tipo de propagar rumores basándose en
muy poca evidencia.
─Me preocupaba que hubieran tenido una discusión. Hoy vi a Roland
cabalgando con algunos de sus hombres y se veía tan enojado como nunca lo he
visto.
─¿Puedes ver eso desde tu ventana superior? ─Inquirió Mavis calmadamente.
─Olvidas lo bien que conozco a Roland ─Audrey respondió, no menos
desconcertada. ─Me hizo temer que no todo está bien entre tú y tu esposo.
─Él y sus hombres han ido tras una banda de proscritos que se esconde en sus
tierras.
─¡Proscritos! ─exclamó Audrey con genuina sorpresa.
─Sí. Me detuvieron en el camino. Afortunadamente, me escapé y Roland me
trajo a casa.
─¿Te escapaste? ¿Por ti misma? ¿Dónde estaba Roland?
─Yo había cabalgado por delante y algunos de su banda habían empujado una
carreta vacía hacia el camino para retrasarlo.
─¿Cabalgaste por delante sola? ¡Eso que hiciste fue una tontería!
─Ahora lo sé ─respondió Mavis.
─Bueno, ahora estás a salvo. En cuanto a esos forajidos, no me gustaría estar
en sus botas ni por todo el oro de Inglaterra. Los hombres de Dunborough son
como perros rabiosos cuando se trata de proteger sus posesiones.
Mavis no apreciaba que se le llamara una posesión. No obstante, dijo:
─Si han violado la ley, deben ser castigados.
─Por supuesto ─admitió Audrey. ─Estoy segura de que Roland se asegurará de
que el castigo sea lo suficientemente duro como para que otros bandidos piensen
dos veces antes de atacar a alguien en sus tierras. A menudo le tocaba a Roland
hacer tales cosas. Siempre ha sido... eficiente.
Audrey lo hacía sonar como si Roland no sintiera nada cuando tenía que
castigar con exactitud; eso era para él simplemente un deber que tenía que ser
cumplido eficientemente. Aquí estaba la prueba de que no importaba lo que
Audrey o Gerrard implicaran, Audrey realmente no conocía a Roland en absoluto.
─Sin duda hará lo que considere necesario y justo ─contestó Mavis. ─Te
agradezco que me ofrecieras los servicios de tu modista ─prosiguió, esperando
que Audrey captara la pista y se marchara.
No lo hizo.
─¡Casi lo olvido! ─Gritó, dándole otra falsa sonrisa a Mavis. ─También vine a
decirte que estaré encantada de asistir a tu banquete de bodas.
La respuesta de Mavis fue igual de fraudulentamente agradable.
─¡Estoy muy contenta!
─Supongo que no esperas que Gerrard asista.
En verdad, Mavis no estaba segura de lo que haría Gerrard. Mientras todavía
estuviera en Dunborough, había una posibilidad de que viniera e interrumpiera la
velada.
─No lo sé. No lo hemos visto.
─¡Pobre tipo! Oí que pasa la mayor parte de su tiempo vagando por la aldea, o
en.… bueno, un establecimiento bastante desagradable, aunque se rumorea que
solo bebe allí ─Audrey suspiró pesadamente. ─¡Estaba tan enojado cuando supo
que Roland era el heredero! Temí que se cometiera un asesinato antes de que
terminara el día.
─¿Estabas allí? ─preguntó Mavis con sorpresa.
Audrey se sonrojó.
─Oh no. Pero por supuesto que lo escuché. Dalfrid dijo que Roland apenas le
dio en un ojo, mientras que Gerrard deliraba como un... bueno, como un hombre
al que se le había robado su derecho de nacimiento.
─Excepto que no era así ─observó Mavis. Y si Dalfrid estaba contándole a la
gente esas cosas, esa era otra razón para que se fuera.
Audrey se ajustó las faldas de nuevo y no miró directamente a Mavis cuando
respondió.
─Gerrard podría impugnar el testamento.
─¿Con qué fundamentos? No hay nadie que pueda disputar el derecho de
Roland como hijo primogénito y su propio padre lo nombró heredero.
─Su propio padre era un villano cruel y vengativo que mentía de la misma
forma que otros hombres respiran ─repuso Audrey con un vigor inesperado antes
de que volviera a reanudar su comportamiento más destacado. ─Y está Eua. Ella
aclama que Gerrard nació primero y entonces estaba en la casa.
─Es solo una sirvienta y es bien sabido que Gerrard es su favorito.
─Has oído eso, ¿verdad? Sin embargo, Gerrard puede intentarlo. ¿Quién puede
decir qué evidencia los tribunales pueden decidir que es más válida?
El estómago de Mavis se retorció. Si Gerrard lograra hablar con John, quien se
decía que aceptaba sobornos... Pero Gerrard no tenía dinero propio, así que
¿cómo podría obtener lo suficiente para posiblemente sobornar al Rey?
─Si desea perder, es bienvenido a intentarlo.
Finalmente, Audrey se levantó.
─Supongo que debería seguir mi camino, así que te dejaré para que esperes a
Roland, mi lady.
Mavis no la invitó a quedarse.
Audrey se dirigió hacia la puerta, luego se volvió.
─Puedes pensar que Gerrard no ganará un juicio contra su hermano, pero yo
no estaría tan segura si se presenta ante el Rey.
Mavis se levantó y la contempló con desafiante majestad.
─Confío en que no lo animes. Para influenciar al Rey se requiere poder y
dinero. Roland tiene ambos, Gerrard no tiene ninguno.
─Por ahora, mi lady, pero un hombre como Gerrard seguramente encontrará
una forma de obtenerlos ─replicó Audrey antes de que saliera del vestíbulo con su
fiel guardaespaldas tras ella.
Mavis se hundió lentamente en la silla. Audrey tenía dinero... pero no tenía
título. Gerrard provenía de una poderosa familia... pero se estaría despojando de
ella si llevara a cabo un juicio contra Roland.
Pero, sobre todo, para llevarle el asunto al Rey se requeriría acción y
determinación y se consoló con el hecho de que Gerrard parecía más dispuesto a
quejarse, protestar y discutir que realmente hacer algo que promovería su causa.

***

Los pícaros habían huido a caballo y aunque habían tratado de disimular su


rastro, no habían ido lo suficientemente lejos o sido lo suficientemente
inteligentes para eludir a Roland y sus hombres. Les tomó poco menos de medio
día atraparlos en un bosque cerca de un estrecho barranco.
A pesar de las barbas y la ropa raída, Roland inmediatamente reconoció a
Walter, James y Frederick y silenciosamente agradeció a Dios porque Gerrard no
estuviera con ellos.
Reconoció a otra persona y por una razón diferente… Bern, el destructor de
mujeres, cuya oreja había cortado como castigo el año pasado. Tal vez Mavis no
estaría tan horrorizada por la pérdida de una oreja cuando supiera lo que había
hecho Bern. En cuanto a aquellas otras cosas precipitadas que había dicho...
esperaba que ella pudiera perdonarle esas también.
─Arrojen las armas y desmonten ─ordenó Roland mientras bajaba de su
caballo.
James y Frederick obedecieron al instante, arrojando sus espadas como si
hubieran estallado en llamas, luego igual de rápido bajaron de sus caballos. Los
demás dudaron hasta que los hombres de Roland cerraron más el círculo
alrededor de ellos. Incluso el ceñudo Bern, quien tenía que saber que solo había
un destino para él ahora, hizo lo que le dijeron.
─¿Dónde está Gerrard? ─demandó Walter, sus ojos moviéndose alrededor
como una rata atrapada.
─No está aquí ─respondió Roland. ─Dudo que también lo veas en Dunborough,
mientras esperas la sentencia en la mazmorra.
─¡Pero es el comandante de tu guarnición! ─gritó Frederick.
─Ya no y aunque lo fuera, no se le habría permitido darte ningún trato especial
después de lo que has hecho.
─Solo queríamos asustarla un poco ─se quejó Frederick. ─No sabíamos que ese
idiota quería cortarle la oreja.
─Así es ─asintió James fervientemente, con desesperación en su voz y en sus
ojos. ─Solo íbamos a asustarla un poco, eso es todo. No hay daño en eso y no se le
hizo ningún menoscabo, ¿eh, Roland?
─Para ti soy Sir Roland y volverás a Dunborough para enfrentar el juicio, el
mismo que enfrentaría cualquier proscrito.
─¿Proscrito? ─James jadeó, al final pareciendo entender que su situación era
terrible. ─¡No hemos violado ninguna ley!
─Acechaste y amenazaste a mi esposa.
─Era Bern quien quería hacerle daño ─acusó James.
─Te odia, mi lord ─añadió Frederick.
─Así que iba a vengarse de mí haciéndole daño a mi esposa y tú ibas a
ayudarlo.
─¡No, no! ─protestó James. ─No sabíamos que sería tu esposa quien... ─se
detuvo y se sonrojó, mientras Walter lo miraba como si quisiera cortarle la
garganta.
─Así que simplemente querían robarle a quienquiera que pasara por el camino
─dijo Roland, ─y a pesar de las monedas que les di.
James y Frederick apuntaron a Walter.
─¡Lo perdió todo jugando!
─Para empezar, era una miseria ─desdeñó Walter. ─Difícilmente suficiente para
que vivan hombres con clase.
─No veo a hombres con clase aquí ─contestó Roland.
─Tan alto y poderoso, tan orgulloso, cuando no tienes nada de lo que estar
orgulloso, no con tu familia. ¿Qué hemos hecho comparado con ellos?
¿Comparado con lo que ha hecho Gerrard? ─demandó Walter.
Roland no estaba seguro de a cuál de las transgresiones de Gerrard, o quizás
de las varias, se estaba refiriendo Walter y no quería que sus hombres o el resto
de los bandidos oyeran cualquier acusación que Walter pudiera hacer. Se acercó al
ceñudo Walter y habló en voz baja para que los soldados que estaban cerca no
pudieran oír.
─Lo que sea que haya hecho Gerrard en el pasado, no estaba contigo cuando
abordaste a mi esposa.
─No entonces, pero ¿y la noche en que esa chica fue violada?
─Ella misma dijo que solo había un hombre y que era Bern.
─Pero nadie pensó en preguntarle qué estaba haciendo en el bosque esa
noche, ¿verdad? Eso fue obra de tu hermano ─los ojos de Walter brillaron con
malicioso triunfo. ─Arréstame y todos oirán que tu hermano le pidió que se
reuniera con él allí… y no por algunos besos y solo con él. Los cuatro íbamos a
tener un poco de diversión. Pero fue demasiado cobarde para seguir adelante con
su propio plan y nunca llegó. Fuimos a buscarlo antes de que ella regresar a casa.
Entonces Bern la encontró.
Esto era ambos, malo y bueno.
─Bern resultó culpable del crimen del cual fue acusado, aunque ella llegara
hasta allí y fue castigado en consecuencia. En cuanto a la parte de mi hermano en
eso, si lo que dices es verdad, ¿por qué no hablaste hasta ahora?
─Porque éramos sus amigos ─respondió Walter. ─Creo que la amistad es algo
de lo que no sabes nada, o eso dice Gerrard.
Por una vez, Roland no sintió ningún aguijón por tal comentario, aunque fuera
verdad.
─Si eres lo que se vería como amigos, me alegro de no haber tenido ninguno.
En cuanto a estos tres, habían tenido su oportunidad.
─Podrías haber estado muy lejos por ahora y viviendo cómodamente con el
dinero que te di. En cambio, decidiste quedarte y volverte proscrito.
─¡Nos iremos ahora! ─gritó James.
─¡Nos iremos y no volveremos jamás! ─Frederick estuvo de acuerdo, chillando
por el pánico.
─Tal vez, por el bien de sus familias, debería dejarlos ir, siempre que prometan
no volver jamás ─dijo Roland.
─Lo prometo, mi lord ─contestó James inmediatamente. ─¡Nunca volveré aquí
de nuevo!
Frederick coincidió ansiosamente.
─¡Ni yo!
─¡Ustedes estúpidos! ─gruñó Walter, mirándolos con furia. Señaló a Roland con
su dedo. ─¿Olvidarán quién es este? ¿De quién es hijo y hermano? Culpables o no,
¿creen que va a ser misericordioso y dejarlos ir? ¡Está mintiendo! ¡Nos va a matar
donde estamos parados! ¡Tenemos que luchar… o morir!
Antes de que alguien pudiera reaccionar, Walter cargó contra Roland como un
loco. Roland no tuvo tiempo de sacar su espada antes de que el hombre estuviera
encima de él y luchando por sacar su arma. Roland se las arregló para agarrar el
brazo de Walter, pero Walter se soltó y cuando lo hizo, tenía el espadón de
Roland. Roland se puso de pie y cogió el pequeño cuchillo de mesa que llevaba en
su cinturón.
James y Frederick habían comenzado a correr hacia el barranco. Los soldados
les dieron caza, sacando sus armas mientras corrían.
Walter volvió a cargar contra Roland, pero esta vez, Roland estaba preparado.
Hábilmente evitó el movimiento de la espada y atrapó con su cuchillo el costado
del hombre, la hoja rasgando a través de la ropa sucia hasta la carne debajo. Con
un grito, Walter cayó al suelo, retorciéndose de dolor.
Roland se enderezó, jadeando y vio a James y Frederick en el borde mismo del
acantilado. Sus soldados caminaron lentamente hacia ellos mientras James y
Frederick, con pánico en sus ojos, retrocedían. Antes de que Roland pudiera
gritarles que se detuvieran, la roca se aflojó bajo Frederick y cayó al vacío fuera de
vista. Con su rostro lleno de terror, James se tambaleó por lo que pareció una
eternidad en el borde del acantilado antes de que también cayera y desapareciera.
Capítulo 11

Tan pronto como Mavis oyó la conmoción en el patio, agarró su capa y salió
corriendo.
Un grupo de hombres asquerosos y sucios, incluido aquel hombre espantoso
sin una oreja, estaban en el patio rodeados de guardias. Eso fue un alivio, hasta
que vio los tres cuerpos cubiertos sobre caballos desconocidos. Dos de ellos
goteaban agua, como si hubieran sido atrapados en un aguacero, aunque el cielo
estaba despejado. Con el corazón en su garganta, reconoció la ropa de los
antiguos amigos de Gerrard.
Seguramente Roland no... No lo haría, no sin un juicio.
¿Dónde estaba él?
Allí, cerca de los establos. Estaba lleno de lodo y desaliñado y... ¿aquella sangre
estaba sobre su túnica?
Rompió a correr.
─¿Dónde estás herido? ─gritó cuando llegó hasta él.
Su respuesta alivió lo peor de sus miedos.
─No es mía.
─¿Qué pasó? ─asintió con la cabeza hacia los cuerpos. ─¿Es eso...?
─Hablaremos adentro ─dijo mientras la conducía hacia el salón.
─¡Bien hecho, mi lord! ─gritó Dalfrid, apareciendo como por arte de magia
desde el pasillo de la cocina después de que entraran y se sentaran junto al hogar.
─¡Ahora todos podemos sentirnos seguros en nuestras camas! Los proscritos y los
ladrones han sido una molestia desde aquella vez que fue a DeLac.
Roland miró a su mayordomo con frialdad.
─¿Por qué no se me dijo de esto cuando regresé, o por lo menos anoche?
─Su hermano -que era, después de todo, el comandante de la guarnición-
estaba seguro de que habían huido, así que no vi la necesidad de mencionar a los
proscritos cuando volvió. Anoche, usted estaba planeando perseguirlos. Como
sabía que estaban en sus tierras, no vi necesario decir nada más.
─Debiste habérmelo dicho. Tal información nunca debe ser mantenida fuera de
mi conocimiento.
Dalfrid se sonrojó, asintió y retrocedió.
─Si, mi lord.
─Los proscritos que trajimos vivos permanecerán en la mazmorra hasta su
juicio.
Eso fue un alivio y aun así...
─¿Qué pasó, Roland? ─preguntó de nuevo. ─¿Por qué están muertos esos tres
jóvenes?
Lizabet llegó con vino y él tomó un trago antes de contestar.
─Encontramos a los forajidos y a esos tres cerca del barranco. Walter me atacó
y mientras me estaba defendiendo, los otros dos intentaron escapar. Maté a
Walter y ellos cayeron en el barranco ─Se pasó la mano por el pelo. ─Les di más
dinero de lo que la mayoría de los hombres ven en sus vidas y no fue suficiente.
Walter lo apostó todo y los otros dos fueron lo bastante tontos como para dejarlo
y demasiado tontos como para abandonarlo después. Dios me libre, Mavis, ¿qué
puedes hacer con hombres así?
─No había nada más que pudieras hacer ─dijo, su corazón dolorido al ver la
angustia en sus ojos y, sin embargo, se alegró también, porque había hablado de
su consternación con ella. Eso tenía que ser otra señal de que quería estar cerca
de ella y más que físicamente.
Alguien gritó afuera, seguido por lo que sonaban como protestas y entonces
Gerrard cargó dentro del salón, su expresión llena de rabia, sus manos apretadas
en puños.
─¡Asesino! ─gritó, yendo hacia el estrado.
─No he cometido ningún asesinato ─respondió Roland mientras se levantaba.
─Íbamos a traer a tus antiguos amigos de regreso a Dunborough para que fueran
juzgados cuando Walter me atacó. Lo maté defendiéndome y los otros dos se
ahogaron mientras intentaban huir.
Gerrard lo miró con duda, enojado.
─¿Juicio? ¿Por qué demonios?
─Se habían unido a una banda de proscritos, una que aparentemente pensaste
que se había ido de mis tierras. Abordaron a mi esposa y le habrían hecho daño si
no hubiera escapado ─la voz de Roland se elevó con furia. ─Así termina la vida de
los hombres con los que bebiste, frecuentaste prostitutas y con los que jugaste,
los hombres que aclamabas eran tus amigos. ¡Los hombres que trajiste a esta
aldea y a esta casa!
─¿Así que ahora es mi culpa que atacaran a tu esposa?
Con un esfuerzo, Roland recuperó su autocontrol.
─Como ellos eran tus amigos y estaban aquí por invitación tuya hasta que los
envié lejos, tú llevas cierta responsabilidad.
─No soy un vidente para predecir lo que pueden hacer los hombres ─replicó
Gerrard. ─Si no los hubieras echado, no habrían tenido que ir en contra de la ley.
─Si un hombre no puede vivir por varios meses con veinte marcos, es
ciertamente un necio… y cualquier hombre que lo defienda es también un necio.
─Tú, sin duda, considerarías cualquier amigo mío un sinvergüenza.
Roland bajó del estrado para pararse frente a frente con su hermano.
─Porque, Gerrard, siempre lo son.
─Tú perro despreciable ─exclamó Gerrard. ─¡Como si tú fueras un santo!
─señaló a Mavis. ─¿Sabe ella todo lo que has hecho? ¿O dirás que todo fue obra de
nuestro padre?
─Hice lo que me fue ordenado por el lord de Dunborough y para mantener la
paz.
Gerrard aspiró con desprecio.
─Pero ¿ella sabe que disfrutaste esta manutención de la paz?
─¡No lo disfruté! Hice lo que era necesario y solo eso ─replicó Roland, con las
manos en puños. Una vez más, eran imágenes idénticas el uno del otro, tanto en
apariencia como en postura y rabia. ─¿Qué hay de esa chica que atrajiste hacia el
bosque? Walter me dijo que se suponía que te encontrarías con ella y que
planeabas tener a tus amigos allí también, por qué sórdido asunto, solo puedo
adivinar. Pero nunca llegaste, así que la dejaron sola, como un cordero conducido
al matadero. ¿Ya has olvidado lo que le pasó? ¡Yo nunca podré porque yo tuve que
precisar el castigo mientras tú parrandeabas con tus compinches que ahora yacen
muertos en el patio!
Aunque su rostro se puso rojo de vergüenza, Gerrard respondió con desafío.
─Nunca pensé que ella vendría. Nunca dijo que lo haría y era conmigo con
quien se iba a encontrar, a solas. Si Walter y los demás planeaban unirse a
nosotros, no lo sabía.
─Deberías haberlo hecho. Deberías haber sabido qué clase de hombres eran si
te preocuparas por algo más que tu propia diversión.
─¿Así que también cargaras toda la culpa de lo que le sucedió a mí? ¿Por qué
no? Siempre ha sido más fácil culparme por todo lo que salía mal, ya sea una
rienda rota o una espada abollada o una orden no obedecida.
─Nunca te culpé por esas cosas ─gruñó Roland. ─Buen Dios, permanecí en
silencio la mayor parte del tiempo cuando nuestro padre nos acusaba de
negligencia y desobediencia. No obstante, en siguiente aliento te burlabas de mí
por ese mismo silencio.
─Oh, sí, estuviste en silencio. Silencioso como una tumba la mayor parte del
tiempo, a menos que me estuvieras señalando mis faltas.
─¿Hubieras preferido que le contara a nuestro padre quién tenía realmente la
culpa? ¿O repetirle todas tus quejas?
─¿Mientras que tú eres tan puro como un ángel? ─frunciendo el ceño, Gerrard
se dirigió a Mavis, cuya cara se había puesto cada vez más pálida mientras
discutían. ─Te mantiene creyendo que él es el bueno, el noble, el recto e inocente,
mientras que yo no soy nada más que un derrochador.
Gerrard rió con dureza.
─¿Quién sufrió más bajo la mano de nuestro padre? ¿Quién fue golpeado más
veces? ¿Y quién estuvo allí mientras yo era golpeado? ─miró a su hermano.
─¿Quién me dejó tomar la culpa más veces de las que puedo contar?
─Porque tú tenías la culpa cada vez que los dos fuimos golpeados y otras veces,
además, cuando trataba de hablar en tu defensa… ¡pareces convenientemente
haber olvidado! ─exclamó Roland con exasperación. ─Siempre fuiste el instigador y
si no te seguía, si trataba de advertirte y evitar que te metieras en problemas,
¿quién se mofaba y burlaba de mí entonces, Gerrard? ¿Quién me llamaba cobarde
y cientos de otros apodos?
─¡Tú eres un cobarde!
─¡Paren, los dos! ─gritó Mavis, incapaz de permanecer en silencio por más
tiempo. ─Roland, por favor, mientras Gerrard esté en Dunborough, nunca habrá
paz entre ustedes por una serie de razones. Dale a tu hermano algo de dinero
como hiciste con sus amigos y mándalo a seguir su camino.
Los ojos de Gerrard se abrieron de sorpresa y entonces esa sonrisa burlona
apareció en su cara.
─Así que tenía razón, Roland y tu esposa sí quiere que me vaya… y ahora
veremos quién realmente gobierna en Dunborough. ¿Harás lo que ella dice,
hermano y harás que me vaya? ¿Cuánto estás dispuesto a ofrecer para que eso
suceda? Más de lo que ofreciste a mis amigos, espero ─su expresión se volvió
inflexiblemente seria. ─Lamentablemente, sea lo que sea que ordene tu esposa y
por mucho que ofrezcas, no hay suficientes monedas en las arcas del castillo para
hacerme partir.
─Cada hombre tiene su precio ─dijo Mavis, desesperada por hacer que se fuera
antes de que lanzara más palabras odiosas.
─¿Esa es una lección aprendida en el regazo de tu padre, mi lady? ─preguntó
Gerrard con desprecio. Miró a su hermano con desdén. ─Tal vez he estado
equivocado al pensar que Roland te compró. Tal vez fue mi hermano quien fue
comprado. ¿Cuánto costó Roland, mi lady?
─¿Cuántas veces nos vas a insultar? ─demandó ella.
─Tantas como quiera, mientras esté aquí.
─Entonces vuelvo a decir, es hora de que te vayas y por mucho que tengamos
que pagarte, valdrá la pena.
El mayordomo se separó cautelosamente de detrás de los sirvientes que
estaban llenando la entrada de la cocina.
─Me temo, mi lord ─le dijo al serio y silencioso Roland, retorciéndose las
manos, ─que Gerrard está en lo correcto. No hay suficiente dinero en las arcas del
castillo para pagarle más de una miseria. Su padre y Broderick dejaron deudas que
tuvieron que ser pagadas y están los impuestos del Rey, así como las ropas nuevas
de su esposa y el banquete de bodas. De hecho, mi lord, apenas habrá suficiente
para pagar los gastos de la casa durante el invierno ─Dalfrid tragó audiblemente y
su mirada vagó hacia Gerrard. ―Hubo algunas otras cosas que también gastaron
parte de su dinero.
Roland miró a su hermano con firmeza.
─¿Cuánto has tomado?
─No más de lo que tenía derecho a tomar ─replicó Gerrard defensivamente.
─Soy el hijo de un lord, no un mendigo y no tendría que pedirle dinero a mi
hermano.
─¿Cuánto tomaste?
─Se debía una deuda de honor. Yo la pagué.
─La mayor parte de los fondos se destinó al Rey y a su recaudador de
impuestos ─ofreció el mayordomo aplacadoramente. ─Siempre ha sido así, mi
lord, aunque usted no lo supiera.
─Aun así, una vez más viste conveniente culparme por la pérdida ─observó
Gerrard con enfado.
─El hecho es, mi lord ─dijo Dalfrid, mirando de un hombre furioso al otro, ─que
simplemente no es suficiente para pagar a su hermano ninguna cantidad
considerable.
─Puedo renunciar a la ropa nueva y al banquete de bodas ─ofreció Mavis,
temiendo que la pelea entre los hermanos nunca fuera a terminar, ─y
encontraremos formas de manejarlo durante el invierno si nos falta dinero. Los
almacenes están llenos.
─No mantendré a mi esposa vestida con… ─comenzó Roland. Se quedó en
silencio, pero ella podía adivinar lo que iba a decir.
─Apenas estoy usando trapos. Preferiría tener paz en el hogar que vestidos
nuevos o un banquete.
─Eso ni de cerca ahorrará lo suficiente ─comentó Dalfrid con aparentemente
sincero arrepentimiento.
─Ay de ti, mi lady, no puedes obligar a tu cuñado al exilio ─refunfuñó Gerrard.
─Si fueras más como un hermano y menos como un mocoso mimado, serías
bienvenido aquí ─estalló ella.
─Si quieres paz en Dunborough, dile a tu esposo que me dé este feudo y
llévatelo de regreso a DeLac ─dijo Gerrard, sus palabras ya no eran acaloradas,
sino tan frías como un arroyo en primavera. ─Él nunca te amará, sabes. Nunca
amará a nadie. No sabe cómo hacerlo.
─Y tú nunca amarás a nadie más que a ti mismo… ¡igual como nuestro padre!
─le devolvió Roland.
Gerrard dirigió otra mirada desdeñosa hacia su hermano.
─Creía que te habías casado con la hija de DeLac por dinero y poder, pero era
otra cosa, ¿no? Tenías que ganar en el matrimonio, también. Tenías que traer a
casa una belleza y mostrarme que podías negociar por una esposa mejor. Ya
veremos eso, Roland. Mavis no es la única mujer hermosa del mundo.
─Cierra esa boca tuya, Gerrard ─ordenó Roland, ─o por Dios, que yo lo haré por
ti.
─¡Como si pudieras!
─¡Perro!
─¡Canalla! ─replicó Gerrard. ─Y tu esposa es una zo…
Con un rugido, Roland envistió a su hermano, enviándolos a ambos
despatarrados contra el duro suelo. Roland dio un puñetazo y golpeó a su
escurridizo y golpeador hermano, quien estaba pegando de vuelta con todo el
poder que poseía.
─¡Paren, paren! ─gritó Mavis, intentando ponerse entre ellos. Esto era más que
una disputa o un desacuerdo entre hermanos. Esto era años de amarga envidia y
resentimiento desatado, expresados con golpes y maldiciones y no debía
continuar.
Jadeando, Roland escuchó sus gritos. Se levantó, limpiándose la sangre de la
barbilla que goteaba del labio cortado. Gerrard también se tambaleó al erguirse.
Su ojo derecho se estaba cerrando por la hinchazón y su mejilla ya se estaba
poniendo morada por un moretón.
─Ambos son hombres grandes y de noble cuna, aun así, ¡están peleándose
como animales! ─declaró Mavis.
─Me estaba defendiendo ─murmuró Gerrard, mirándolos a ambos, ─aunque
sin duda Roland afirmará que fui yo quien lo inició.
─¡Roland, por favor! Haz que se vaya ─Mavis insistió desesperadamente, con
las manos entrelazadas como una súplica, su paciencia a punto de terminarse.
─¡No traeré al niño que espero a tal disturbio!
Los dos hombres, tan parecidos en apariencia, pero tan diferentes en todos los
otros sentidos, se volvieron para mirarla.
─¿Estás embarazada? ─preguntó Roland después de un momento de atónito
silencio.
─Por lo visto, un milagro ─dijo Gerrard con otra sonrisa burlona, incluso cuando
una mirada anhelante y melancólica le llegó a los ojos igual como la de Roland en
el solar de su padre.
─¿Estás embarazada? ─preguntó de nuevo su esposo.
─Creo que sí. Eso espero.
─¿Pero no estás segura?
Se acercó a él y lo miró atentamente, deseando que la escuchara.
─Si lo estoy, e incluso si no, las cosas no pueden seguir de esta forma. Gerrard
debe abandonar Dunborough por completo si va a haber paz en nuestra casa.
La severa expresión de su esposo no cambió mientras la contemplaba por lo
que pareció una eternidad.
─Como te he dicho antes, Mavis, no lo obligaré a irse.
Gerrard sonrió triunfante mientras Mavis miraba a su esposo con
consternación.
─¡Roland, por favor!
─No lo echaré ─repitió con frialdad.
Si podía hablarle así, si podía ignorar tan descaradamente sus sentimientos...
Se giró sobre sus talones y los dejó, dirigiéndose hacia el dormitorio, donde
podría estar sola.
─Deja mi salón, Gerrard ─dijo Roland con esa misma frialdad severa después de
que se hubo marchado, ─a menos que cambie de opinión y te exilie de
Dunborough para siempre.
Gerrard no se movió.
Roland dio un paso hacia él.
Frunciendo el ceño, con la cara roja, sus manos aún apretadas en puños a los
lados, Gerrard se dirigió hacia las puertas exteriores.
Se abrieron antes de que llegara allí y Arnhelm, salpicado de barro y agotado,
tropezó hacia el interior.

***

Luchando contra una ola de náuseas, Mavis se sentó lentamente en la cama.


No sabía si se sentía enferma por presenciar la hostil pelea en el salón y la
negativa de Roland de hacer que su hermano se marchara, o si estaba, de hecho,
embarazada.
Levantándose de nuevo, se dirigió hacia la ventana y a pesar de la brisa fría que
amenazaba con llover, abrió la contraventana y respiró hondo. Eso la hizo sentir
un poco mejor.
Apoyó su frente contra las piedras frías y trató de aceptar la decisión de su
esposo, pero ¿iban a ser sometidos por siempre a la ira y la burla de Gerrard y su
falta de respeto?
Había vivido su vida con abandono y regida por su padre, sus opiniones y
sentimientos ignorados. Su posición había sido usurpada por su prima y aunque
amaba a Tamsin, había sentido el desprecio de aquellos que asumían que estaba
feliz de renunciar a la responsabilidad ante otra persona, o que era demasiado
estúpida para supervisar la casa.
Ahora Roland no estaba poniendo atención a sus opiniones, como si no fuera
más que una sirvienta.
O simplemente una esposa para compartir su cama y darle hijos, después de
todo. Una hermosa esposa para poner celoso a un hermano mezquino y burlón.
Sonaron unos pasos apresurados en el pasillo que conducía a la habitación.
Tomando otra respiración profunda, se preparó para enfrentar a su esposo, que
viniera lo que fuera.
Roland entró en la habitación sin golpear, un Arnhelm vestido de viaje justo
detrás de él. El soldado sacó un pergamino sellado con cera de su cinturón antes
de que pudiera saludarlo.
Lo que había sudado en el salón de abajo fue repentinamente olvidado, porque
esto no podía anunciar nada bueno.
─Tengo una carta para usted, mi lady, de su padre ─anunció Arnhelm. ─Tenía
que entregarla solo en sus manos.
Dejó escapar su respiración lentamente. Al menos su padre no estaba muerto y
Tamsin y Rheged estaban bien.
Con las cejas fruncidas, Roland puso el brazo para evitar que Arnhelm le
entregara la carta.
─Puede esperar. La señora no está bien.
─Estoy bastante bien, sobre todo cuando viene con tanta prisa ─dijo,
avanzando rápidamente para tomar la carta. ─Necesito saber qué noticias trae.
─Puedes esperar su respuesta en el salón con Verdan ─dijo Roland y sus
palabras no eran una petición.
Arnhelm miró a Mavis, quien asintió su aceptación, luego apartó el mechón de
su frente.
─Hasta más tarde, mi lady.
Mavis logró sonreír antes de que saliera de la habitación.
Rompió el sello. Una mirada a la caligrafía espesa y delgada, le dijo que su
padre estaba muy enfermo y sus palabras escritas lo confirmaron.
─Mi padre está enfermo y quiere que vaya a casa enseguida ─dijo mientras
leía.
Roland frunció el ceño.
─No es fácil viajar en esta época del año, especialmente si estás embarazada.
─No debería haber dicho nada al respecto. Es demasiado pronto para estar
segura y mi padre debe estar muy enfermo, o no habría enviado un mensaje con
tanta prisa. Tengo que ir con él.
─¿Te arriesgarías a soportar el mal tiempo, caminos todavía más malos y
posiblemente a exponer la salud de nuestro hijo aún no nacido, para atender al
hombre que tenía poco uso para ti, excepto como algo con lo que negociar?
─No puedo olvidar mi deber de hija. Nunca me perdonaría a mí misma si no
regreso.
─¿Y si yo lo prohíbo?
A pesar de lo que había pasado entre ellos, no había esperado eso.
─¿Lo prohíbes, mi lord?
─Sí ─respondió, su gesto severo. Amenazante. Inquebrantable, sin rastro del
amante apacible o de aquel hombre melancólico en el solar de su padre.
¿Dónde había ido ese otro Roland? ¿Se estaba negando a dejarla regresar a
DeLac para probarle a todos que solo él era el amo y señor de Dunborough? Si era
así, tendría que encontrar otra forma.
─A menos que pretendas encerrarme en esta habitación, mi lord, voy a hacer
lo que creo que es correcto. Regresaré a DeLac como mi padre me pide y tengo la
intención de salir con la primera luz del día.
Esperó, tensa, que Roland volviera a negarse a dejarla ir o decir que lo
impediría.
No lo hizo. En su lugar, caminó hacia la puerta, donde se detuvo, con una mano
en el marco.
─Puesto que probablemente no estarás de regreso en una semana, no habrá
banquete de bodas.
Luego se fue.
Mavis se sentó pesadamente sobre la cama, aliviada de que hubiera aceptado
su decisión incluso si no lo había hecho con tanta gracia. Había hecho su punto y
sobrevivido al día.
Entonces, ¿qué si su victoria se sentía vacía?
En cuanto al banquete de bodas, Roland tenía razón. Seguramente estaría
todavía en DeLac dentro de siete días, ¿y quién podría decir cuándo regresaría?

***

Roland caminó hacia el establo, pero no para sacar a Hefestos o Ícaro o ningún
otro caballo para un galope. Quería estar solo y había un lugar en el otro extremo
del desván, lejos de donde dormían los lacayos y los muchachos del establo, que
también estaba protegido de la vista. Lo había encontrado años atrás cuando era
solo un muchacho y buscaba un escondite de la ira de su padre, los golpes de
Broderick y las burlas de Gerrard.
Cuando abrió la puerta del establo, Hefestos relinchó un saludo y se detuvo un
momento para acariciar el suave hocico de su caballo… pero solo un momento, a
menos que alguien entrara y lo viera subiendo por la escalera.
Inclinándose para evitar las vigas, se dirigió hacia su lugar secreto, donde una
pequeña ventana con postigos proporcionaba algo de aire. Se recostó y miró al
techo de paja que había observado fijamente tantas veces en el pasado. También
se hizo a sí mismo las mismas preguntas que había tenido tantas veces antes.
¿Por qué todos le decían siempre qué hacer? ¿Por qué todos trataban de
mandarlo, incluso ahora? A pesar de que era un hombre maduro y un lord, todo el
mundo parecía creer que sabían todo mejor que lo que él lo hacía y siempre lo
había hecho. Su padre, Broderick, Gerrard, Dalfrid, Audrey y ahora Mavis… todos
parecían tan seguros de que lo sabían todo y que él estaba equivocado.
Había esperado que esas cosas fueran diferentes con Mavis. Había creído que
ella respetaba su opinión y lo escucharía. En cambio, no podía aceptar que él tenía
razón al dejar que su hermano se quedara. ¿Pero cómo podía exiliarlo? Aunque
fuera lo que fuera, Gerrard era su hermano. Y mira lo que había pasado cuando
había obligado a Walter, James y Frederick a irse. Si Gerrard caía en mala
compañía, o rompía la ley, si se hería de muerte o era encarcelado, nunca se lo
perdonaría a sí mismo.
¿Mavis no podía ver que incluso mientras ella se sentía obligada a ir con su
negligente y codicioso padre, él estaba obligado a proteger a su hermano de
cualquier daño y también a ella, incluso si no estaba de acuerdo con su decisión?
Era su esposa, después de todo. Su hermosa y amada esposa, quien seguramente
podría haber elegido a otros hombres, pero que lo había elegido a él, o eso decía.
¿Era realmente posible que él hubiera sido su primera y única elección? ¿Que
nada más que agradarse a sí misma le había hecho tomar esa decisión?
¡Cuánto quería creerlo! Cuán desesperado estaba por pensar que era sincera.
En cuanto a la afirmación de Gerrard de que se había casado con Mavis para
poner celoso a su hermano... no podía negar que había verdad en eso. Cuando
había visto a Mavis llorando aquella primera mañana, se había consolado con ese
mismo pensamiento.
Incluso si eso había sido cierto entonces, no podía dejar que su hermano
supiera eso y mucho menos Mavis. Ya le había hecho bastante daño a su
matrimonio con sus peleas con Gerrard. No arriesgaría más.
Pero tampoco podría tener a nadie, especialmente a Gerrard, pensando que
ella le decía qué hacer.
Aunque sus sentimientos por ella -ya sea solo deseo o algo más- fueran muy
fuertes, la necesidad de tener su respeto y tan poderosa admiración no podía
confiar en que no se debilitaría en su presencia y dejaría que influenciara sus
acciones.
Por lo tanto, lo mejor era mantenerse alejado de ella hasta que pudiera
conservar su autocontrol. Mejor correr el riesgo de chismes sobre una pelea entre
ellos, que Gerrard o cualquier otra persona pensara que él era su esclavo.
Así que decidió que, a pesar del posible peligro de un viaje, la dejaría volver
con su padre.
Aunque no pudo suprimir un suspiro.

***

─¡Es un monstruo, te lo digo! ¡Un patán egoísta, mezquino y codicioso! ─gritó


Gerrard, paseándose alrededor de la habitación principal de la casa solariega de
Audrey D'Orleau como un toro alborotado. ─¡No merece gobernar Dunborough
más que lo merece su caballo... o su esposa!
Audrey ajustó la larga y doblada manga de su vestido de terciopelo. Había
aprendido hace mucho tiempo atrás que era mejor dejar que los hombres en
semejante humor vociferaran y desvariaran hasta que se pusieran más tranquilos.
Además, no estaba realmente escuchando. También había aprendido hace mucho
tiempo que Gerrard nunca creería que Roland pudiera actuar de buena fe,
independientemente de cualquier evidencia de lo contrario, tal como Roland creía
que Gerrard nunca podría ser nada más que egoísta y perezoso.
─Se va al Castillo DeLac jurando que no habrá alianza con ese arrogante
sinvergüenza de DeLac solo para volver a casa con la hija del hombre como
esposa. Ahora hará lo que ella diga. ¡Juro que lo ha hechizado!
Audrey se sentó un poco más derecha en su cojín de pluma de ganso y alcanzó
el excelente vino en una copa de plata. Este, y la igualmente costosa jarra,
descansaban en una pequeña mesa de roble con patas maravillosamente talladas.
─Ella es hermosa, pero me resulta difícil creer que él prestara atención a alguna
mujer, sin importar cuán encantadora sea ─respondió honestamente. ─Después de
todo, es de Roland de quien estamos hablando.
Podía ver a Gerrard engañado por una mujer hermosa y un esclavo de su
lujuria, pero no su hermano. Si fuera lo contrario, habría persuadido a Roland para
que se casara con ella tan pronto como llegara la noticia de que era el heredero.
─No hay duda de que vio el mérito en el emparejamiento después de todo
─observó. ─DeLac tiene amigos en la corte y es bastante rico, también. Estoy
segura de que la dote era considerable.
Mavis también tenía un título, la única cosa, además de un esposo, que le
faltaba a Audrey.
Gerrard inspiro burlonamente.
─Todos los artículos de su dote fueron destruidos en un incendio, o eso dicen,
pero la pérdida de la dote no parece molestar a Roland en lo más mínimo. Claro
que es una belleza, pero ¿cuándo se ha preocupado Roland por la apariencia de
una mujer?
─Exactamente ─murmuró Audrey, alisando su falda demasiado bordada y
suspirando pesadamente. ─Pero ella es su esposa y no hay nada que hacer al
respecto, a menos que puedas ir ante la ley, supongo, y exigir una anulación en
favor de tu hermano.
─¿Una anulación? ─Claramente ese pensamiento nunca se le había ocurrido a
Gerrard. ─¿Por qué motivos?
─La dote perdida. ¿Quién puede decir si todo era tan valioso como afirmaba
DeLac? ¿No oí que el premio que ofreció en un torneo recientemente resultó ser
hecho no de oro real y gemas sino metal pintado y pegamento? No hay manera de
estar seguro de cuál era el valor de los bienes de la dote. Bien podría ser que
Roland ni siquiera se tomara el tiempo para examinar todo el día de la boda,
especialmente si estaba ansioso por acostarse con la novia ─se aclaró
delicadamente la garganta. ─Mi representante legal en York es muy sabio en estos
asuntos.
Los ojos de Gerrard brillaban con esperanza y felicidad, solo para oscurecerse
un momento después.
─¿Y si Mavis crea problemas? Parece que realmente le gusta Roland, tan difícil
como es creer eso.
Audrey se paró de la silla de ébano y caminó hacia él.
─Como luce una mujer, lo que dice en público y cómo se siente pueden ser
cosas muy diferentes. Como ambos sabemos, Roland no es exactamente un
hombre apasionado. Ella podría estar... decepcionada, ¿diríamos solamente? Y
demasiado dispuesta a ayudarnos a encontrar una manera de liberarla de un
matrimonio infeliz. No obstante, yo no diría nada de esto a nadie excepto a mí y a
mi representante legal por el momento. No queremos que ninguna palabra de
esto llegue a Roland, o encontrará una manera de frustrarte ─tenía el cuidado de
hacerlo sonar como si su intriga fuera completamente para la ventaja de Gerrard.
─El nombre de mi representante legal es Magnus Carl y su casa está cerca del
monasterio. Cualquier persona en el mercado puede dirigirte ─ensanchó sus ojos.
─Vamos a pensarlo, Magnus también conoce a varios de los caballeros de la casa
del Rey. Tal vez podría ayudarte a obtener una audiencia con el propio John, así
también puedes sacar el asunto de tu herencia.
─Eres una mujer inteligente, Audrey ─respondió Gerrard, obviamente muy -y
correctamente- impresionado. ─Si pudiera conseguir una audiencia con el Rey,
puedo decirle cómo fui engañado con mi herencia ─sonrió, sus labios se curvaron
lentamente. ─Quizá debería dejar que Roland se quede con su linda y pequeña
esposa y solo busque otro feudo. Después de todo, Roland tendrá DeLac una vez
que el padre de Mavis muera y dudo que John quiera demasiada tierra y poder en
las manos de un solo noble. Debería estar ansioso por darme Dunborough ─su
insolente sonrisa se ensanchó y acarició su mejilla. ─Si tuviera una esposa rica,
podría luchar mejor en los tribunales y ganar mi propio título, así como mi
herencia.
Era posible que Gerrard pudiera convencer al Rey de que merecía ser lord de
Dunborough. Podía ser muy encantador y persuasivo y tenía razón acerca de que
John no quería tener demasiada tierra en las manos de un solo hombre.
─Pero no tengo título ─protestó ella débilmente. ─Solo soy hija de un mercader
de lana.
─¿Qué me importan los títulos? ─replicó Gerrard, su voz baja y ronca. ─Eres
una mujer muy deseable, Audrey ─murmuró antes de que sus labios se posaran
sobre los de ella.
Ningún hombre quiere nunca lo que puede conseguir fácilmente. Las palabras
de su madre, infelizmente casada, hicieron eco en sus oídos e inmediatamente
empujó a Gerrard.
─Me siento halagada, Gerrard, muy halagada. Pero yo... Nosotros... ─sacudió la
cabeza. ─¡Tu propuesta ha sido tan repentina, tan inesperada! Apenas puedo
respirar o pensar.
─¿Por qué necesitas pensar? ─respondió, tirando de ella de vuelta a sus brazos.
─Te quiero a ti, Audrey y tú me quieres a mí. Puedo sentirlo en tus brazos, en tus
labios.
Esta vez, cuando Gerrard la besó, ella no protestó. Tampoco lo detuvo cuando
su mano acunó su pecho.
Fuera de la puerta sonaron fuertes pisadas y Audrey rápidamente rompió el
beso.
─Ese es Duncan.
─¿Qué importa? ─murmuró Gerrard, alcanzándola de nuevo. ─Es solo un
sirviente.
Eso era cierto, pero esta interrupción también era un recordatorio oportuno de
que no debía vender su virginidad a menos que se le garantizara un título.
─Será mejor que te vayas, Gerrard. No quisiéramos darle a Roland ninguna
excusa más para calumniarte.
─Me arriesgaré.
Lo apartó hábilmente mientras trataba de abrazarla.
─Piensa en mí reputación ─suplicó. ─Soy una mujer sin esposo y no puedo
arriesgarme a andar en chismes. Eres tan guapo, las mujeres serán rápidas en
asumir... bueno, ya sabes. Y mi hermana seguramente no lo aprobará.
─No hay necesidad de temer a los chismes si nos casamos y Celeste está en un
convento.
─Pero aún no estamos casados. Hasta entonces, tengo que tener cuidado y
seguramente sería justo decirle a mi hermana de nuestras intenciones primero,
incluso si...
Gerrard frunció el ceño.
─Incluso si me odia.
─Es mi única hermana.
Frunciendo el ceño, Gerrard miró fijamente hacia la puerta.
─Entonces te dejaré con tu dinero y tu guardaespaldas.
─¡Por ahora! ─exclamó como si se hubiera desecho de ella a la rápida,
maldiciéndose a sí misma por hablar de Celeste. ─¡Solo por ahora!
Apaciguado, mostró una de sus sonrisas diabólicamente atractivas.
─Por ahora.
Se dirigió a la puerta, la abrió para Gerrard y descubrió a Duncan de pie en el
pasillo justo un poco más allá. Dejó paso a Gerrard, quien burlonamente tiró del
mechón de su frente mientras pasaba junto al escocés y alegremente decía:
─Adiós, Audrey. ¡Me voy a York!
─¿Qué demonios estaba haciendo ese pícaro aquí? ─preguntó Duncan, sin
ocultar su desdén, cuando Gerrard había salido de la casa.
─Solo quería un hombro sobre el que llorar ─contestó Audrey, ─y un pequeño
consejo.
Eso es todo lo que va a conseguir hasta que tenga un título, terminó en sus
pensamientos, y no mencionaré a Celeste de nuevo.
Capítulo 12

─¡Qué agradable sorpresa, mi lady! ─gritó Sir Melvin mientras Mavis, seguida
por Arnhelm, Verdan y otros cuatro soldados de Dunborough, entraba en su patio.
Esta vez, había enviado a Arnhelm y Verdan por delante para solicitar una noche
de alojamiento. No había cabalgado a través de los portones simplemente y
ordenado a Sir Melvin que los acomodara.
Fiel a su palabra, se había marchado a primera hora del día después de recibir
el mensaje de su padre. Sorprendentemente, había encontrado a Dulce ya
ensillada y la escolta esperando en el patio.
─Órdenes de Sir Roland ─había explicado Arnhelm.
A pesar de esa señal positiva, Roland no había venido a ofrecerle un adiós, ni
había vuelto a su habitación la noche anterior. Había esperado toda la noche por
él, temiendo y deseando que viniera. Que viera que ella tenía razón acerca de la
necesidad de echar a Gerrard, o al menos admitir que podría tenerla. Que
refutaría la afirmación de Gerrard de que se había casado con ella solo para poner
celoso a su hermano. Que se preocupaba por ella y sus opiniones.
Pero su preocupación y su esperanza resultaron ser inútiles, porque no lo vio.
Tampoco preguntó dónde estaba antes de salir cabalgando por los portones. Si no
deseaba despedirse, no lo buscaría.
─¡Mi esposa estará más que encantada de verla de nuevo! ─exclamó Sir
Melvin. ─Por supuesto que debe pasar la noche ─su sonrisa se desvaneció.
─¿Regresando a DeLac para ver a su padre, supongo? Hemos oído que no está
bien. Nada bien en absoluto ─alzó la mano para ayudarla a desmontar y siguió sin
darle una oportunidad de responder. ─No obstante, estamos felices de que haya
interrumpido su viaje en nuestra casa. ¿Ve lo bien que van las reparaciones del
establo? Estarán listas en muy poco tiempo. Y ese buey que nos dieron… un tipo
fuerte y maravilloso, debo decir. Pero parece cansada, querida. Quizás debería
quedarse un día o dos.
─Gracias por su amable oferta, Sir Melvin ─dijo cuando él hizo una pausa para
respirar, ─y agradezco su hospitalidad una vez más. Sin embargo, una sola noche
es todo lo que pido. Tengo que llegar a DeLac lo más rápido posible.
─Si tiene que hacerlo, tiene que hacerlo, supongo. ¡Ah, aquí está mi buena
esposa! ─gritó mientras Lady Viola aparecía en el umbral de su casa. ― Mira, Viola,
aquí está, ¡sana y salva!
Cuando Mavis se reunió con ella en la puerta, Lady Viola metió su brazo en el
suyo y la condujo hacia el hogar, donde un fuego caliente chasqueaba
alegremente. El olor a vino especiado era bien recibido, también, pero no tanto
como la propia bebida cuando Lady Viola le ofreció una copa después de que ella
le entregara su capa a un sirviente.
─¡Querida, qué cansada debes estar! ¡Semejante viaje y con este frío clima,
también!
─En realidad, hemos sido afortunados ─contestó Mavis, aunque en realidad los
días habían sido fríos y los caminos difíciles por la escarcha y el hielo. Al menos no
había llovido. O nevado.
─¡Qué hermoso vestido! ─exclamó Lady Viola mientras Mavis envolvía sus
manos alrededor del tallo de la copa y sorbía la bienvenida bebida.
─Gracias ─contestó Mavis mientras sus fríos miembros se relajaban.
─Veremos que todos tus hombres tengan un poco de vino especiado y caliente
─declaró Sir Melvin, ─y también tenemos una abundante comida en camino, ¿eh,
Viola?
─Mi cocinera hace un excelente pan y estofado ─respondió. ─¿Te gustaría
recostarte y descansar antes de la cena?
─Sí, por favor ─Mavis estaba más cansada de lo que podía recordar haber
estado en su vida.
─Ven, pues, a la habitación. Trae el vino contigo, por supuesto ─dijo Lady Viola,
levantándose para encabezar el camino.
Mavis se levantó despacio y con cuidado. Había descubierto que últimamente,
si se levantaba con demasiada rapidez, se mareaba.
─Yo atenderé a su escolta ─exclamó Sir Melvin mientras las mujeres se dirigían
a las escaleras que conducían a las habitaciones superiores.
Cuando las mujeres se fueron, Sir Melvin arrastró su silla más cerca de Arnhelm
y Verdan, quienes estaban sentados a poca distancia de los soldados de
Dunborough. Tenían poco en común con los hombres de Yorkshire y apenas
podían entender la mitad de las cosas que decían.
─Bueno, ahora, muchachos, aquí estamos otra vez, ¿eh? ─dijo Sir Melvin
mientras volvía a llenar sus copas. ─No pensamos que regresaría por este camino
tan pronto.
─Es una hija obediente ─replicó Arnhelm.
─Más de lo que la cabra vieja merece ─murmuró Verdan.
Arnhelm le disparó una mirada.
─Sigue siendo nuestro lord, así que vigila tu lengua.
─No por mucho tiempo, no lo creo.
─Está así de enfermo, ¿verdad? ─preguntó Sir Melvin, sus ojos muy abiertos
por la curiosidad.
Arnhelm asintió.
─Sí, está mal.
Sir Melvin miró a los hombres de Yorkshire, luego de vuelta a Arnhelm y
Verdan.
─No es que esté dudando de su capacidad para proteger a Lady Mavis, pero
habría pensado que su esposo vendría con ella.
─Tuvieron una pelea ─dijo Verdan. Su hermano le dirigió otra mirada de
censura. ─¡Bueno, lo hicieron! Lo supe todo por Lizabet. Fue sobre su hermano,
ese Gerrard. ¡Caray, es como una espina en sus botas! Por eso es por lo que Sir
Roland ni siquiera vino a ofrecerle un adiós.
Sir Melvin los miró con aflicción.
─Lamento mucho oír eso. Concedo que Sir Roland no es la más agradable de las
compañías, pero odiaría pensar que Lady Mavis está infelizmente casada.
─Podría ser peor, supongo ─meditó Verdan en voz alta. ─Cuando su padre
muera, serán aún más ricos. Podrías facilitar un poco las cosas, ¿eh?
─¿Eres tonto o qué? ─demandó su hermano. ─El dinero no va a hacerla feliz.
─¡No dije que lo haría! Dije que eso facilitaría las cosas.
─Si me lo preguntan, lo único que facilitaría las cosas es que Gerrard se vaya y
no regrese nunca más.
─¿Eso es probable? ─inquirió cautelosamente Sir Melvin.
Arnhelm y Verdan solo pudieron encogerse de hombros.
─Bueno, pase lo que pase, muchachos, asegúrense de que su señora sepa que
siempre será bienvenida aquí ─dijo Sir Melvin desde la plenitud de su amable y
generoso corazón.

***

Dos días después, Mavis miró a su postrado padre con una mezcla de horror y
piedad. Su respiración era corta y áspera y parecía haber envejecido una década y
haberse encogido a la mitad de su tamaño en el tiempo que había pasado.
Al menos su dormitorio era tan cómodo como podría ser la habitación de un
enfermo. Tapices gruesos cubrían las paredes y braseros lo mantenían bien
temperado. Una de las contraventanas estaba abierta un poco para permitir que
entrara el aire fresco. Una mesa estaba cerca, la habitual jarra de vino y copa de
plata sustituida por varios frascos y tarros de medicinas y ungüentos. Otra mesa al
otro lado de la gran cama con cortinas sostenía una lámpara de aceite que ardía
brillantemente. Siempre había sido una habitación cómoda, muy adecuada para
un hombre rico al que le gustaban las cosas más finas que su riqueza podía
proporcionar, pero nunca había olido a enfermedad y medicina.
Mientras miraba a su padre, cualquier resto de la ira y el resentimiento de
Mavis se derritieron, dejando solo el amor de una hija por un padre débil y
enfermo.
─¿Padre? ─dijo suavemente, preguntándose si podía oírla.
Sus párpados aletearon abriéndose, para revelar ojos enrojecidos e inyectados
en sangre.
─¿Padre? ─repitió ella esperanzada, inclinándose más cerca.
Volvió la cabeza hacia ella y tomó su mano.
─¿Mavis? ¿Estás... aquí? ─preguntó, parpadeando como si no estuviera seguro
de que pudiera creer la evidencia de sus ojos.
─Sí, Padre, estoy aquí. He venido a casa para cuidarte.
Parpadeó y una sola lágrima rodó por su hundida mejilla.
─Te pareces mucho a tu madre ─susurró.
Pero no con ternura, a pesar de la lágrima. Era como si estuviera simplemente
estableciendo un hecho.
Confundida y preocupada, se hundió al lado de la cama.
─Nunca la amé ─dijo, su voz haciéndose más fuerte incluso mientras su
respiración se hacía más ronca. ─La quise por su belleza, la dote y eso fue todo. Si
hubiera sabido que era tan débil... que no me daría hijos... Y contaba cuentos...
esparcía rumores. No pude encontrar otra esposa después de esa... Todo por su
culpa. Las mujeres son... inútiles excepto para darle hijos a un hombre.
Mavis tuvo que girarse, incapaz de mirar al hombre que la estaba hiriendo
incluso mientras estaba moribundo.
─¡Debería haber tenido hijos! ─gritó, luchando por sentarse. ─Habría sido un
mejor padre con los hijos.
─Está bien, Padre ─dijo. Trató de mantenerlo quieto mientras se removía para
levantarse de la cama. ─Debes descansar, Padre, ¡por favor!
Ya fuera porque estaba prestando atención a sus palabras o estaba demasiado
débil para tener éxito, se dio por vencido y se tumbó de vuelta, jadeando, su
respiración aún más trabajosa.
─¡Creo que me estoy muriendo!
─Aún no, Padre ─le aseguró, convencida de que su explosión de energía tenía
que ser una buena señal.
Su expresión se alteró, como si viera las puertas del cielo abriéndose ante él y
San Pedro listo para dar sentencia.
─Fui un hermano terrible con mi hermana y un tío peor con su hija. Debería
rogar el perdón de Tamsin por todos los males que le he causado… y a ti también,
hija mía.
Le tomó su mano, agarrándola con fuerza y mirándola con frenética súplica.
─¿Puedes perdonarme? ─jadeó.
─¡Puedo! ¡Lo hago! ─le aseguró, queriendo decir cada palabra.
Cerró sus ojos de nuevo, su respiración más rápida y más superficial, pero
parecía más tranquilo y aliviado.
─Encontraré un buen esposo para ti, Mavis ─murmuró. ─Eres tan linda y
cariñosa, cualquier hombre debería estar contento de tenerte. Te daré una buena
dote, también. Y dinero. Mucho dinero.
Su corazón pareció detenerse.
─Padre, ya estoy casada, con un hombre que tú elegiste para mí. Un buen
hombre, Padre y uno bondadoso y generoso.
La mayor parte del tiempo.
Los párpados de su padre se abrieron y vio un destello de su viejo
temperamento cruzar sus rasgos.
─¿Estás casada? ¿Sin mi permiso?
─Diste tu permiso. Elegiste al novio: Sir Roland de Dunborough. Solo hace un
tiempo atrás.
─¿Dónde diablos está Dunborough? ¿Y quién es este Sir Roland?
─El hijo de Sir Blane de Yorkshire. Hiciste un contrato de matrimonio entre
Tamsin y Sir Blane, pero Tamsin... se fue y yo iba a ocupar su lugar, pero Sir Blane
murió y...
Su padre se sentó de repente enderezándose y arrojando las sábanas a un
lado.
─¡Padre, no! ─protestó mientras trataba de contenerlo. Con un vigor
inesperado, él la apartó, puso los pies en el suelo y se quedó parado por un breve
momento antes de que se desplomara contra el frío suelo de piedra. ─¡Padre!
─gritó mientras se arrodillaba e intentaba levantarlo. ─¡Padre! ¡Ayuda, oh, por
favor, alguien ayude!
Arnhelm y Verdan entraron corriendo en la habitación, luego se detuvieron
abruptamente. Arnhelm se acercó y se dejó caer en una rodilla junto a ella.
─Ayúdame a llevarlo de vuelta a la cama. Verdan, por favor, ve enseguida a
buscar al médico.
─Es demasiado tarde, mi lady ─dijo Arnhelm, su cara llena de piedad. ─Se ha
ido.
─¿Ido? ─repitió, aturdida. ─¡Pero estaba despierto! ¡Estaba hablando! ¡Se puso
de pie sin mi ayuda!
Arnhelm sacudió la cabeza, luego permaneció callado como una tumba, su
cabeza inclinada igual que la de su hermano. Cubriéndole la cara, Mavis se hundió
en sus rodillas y lloró por el padre que había conocido.
Y el que podría haber sido.

***

Gerrard se deslizó sobre el banco en la taberna justo dentro de las paredes de


York y suspiró pesadamente. Había cabalgado duro, impulsado por la esperanza de
que el representante legal del que había hablado Audrey pudiera ayudarle a ganar
su legítima herencia. Había abandonado cualquier noción de buscar una anulación
para el matrimonio de su hermano. A pesar de lo que creyera Audrey, conocía a
las mujeres y como fuera que hubiera sucedido, la esposa de Roland realmente se
preocupaba por él. Con el dinero y el poder de su padre para respaldarla -y a pesar
del estado de su padre- cualquier esfuerzo para lograr una anulación
probablemente llegaría a nada. Sería mejor usar su energía y la riqueza e
influencia de Audrey para conseguir Dunborough.
─¡Ale! ─pidió a una muchacha del servicio que pasaba. No era fea, pero su
comportamiento juguetón y aguda mirada no le atraían. Le gustaban las mujeres
que eran bonitas y plácidas, no como Esmeralda que tenía la inteligencia de un
ganso. De lo contrario, habría dejado el bosque cuando no llegó a la salida de la
luna. Mejor aún, se habría dado cuenta de que su sugerencia no era seria.
Así como él debería haberse dado cuenta de que poseía una chispa de audacia
y él le gustaba lo suficiente como para arriesgarse a una golpiza de su padre. Eso
era todo lo que había pensado que ella había arriesgado. Si hubiera tenido la
menor idea de que un hombre como Bern la encontraría, nunca habría propuesto
esa reunión clandestina y no se habría emborrachado.
Se preguntaba cómo le sentaría la vida del convento. Mejor, tal vez, que el
matrimonio, al menos para Esmeralda. La única otra chica que conocía que había
elegido el convento era la hermana de Audrey, Celeste, para su sorpresa. Ella
poseía más que una pequeña chispa de audacia y un ardiente temperamento,
también, como bien recordaba. No obstante, quizás las monjas habían eliminado
esos rasgos. Gracias a Dios. El mundo no necesitaba muchachas audaces y
tempestuosas que atacaran a un niño tres años mayor y una cabeza completa más
alta y rompieran su clavícula.
─Instalado en esa casa grande cerca de la calle principal ─dijo un hombre cerca,
su voz volviéndose lo suficientemente alta como para interrumpir las cavilaciones
de Gerrard, su acento de Yorkshire grueso, pero comprensible. ─Ha gastado una
fortuna en los muebles y también en su ropa. Mi esposa dice que estaría tentada a
la prostitución por la mitad de sus vestidos. Yo dije, si Dalfrid te quiere, ¡adelante!
¿Dalfrid?
Gerrard se movió más cerca de los dos hombres, bien vestidos y de mediana
edad, comerciantes prósperos por su apariencia.
─Ser el mayordomo de Dunborough paga mejor de lo que suponía ─contestó su
compañero de barba oscura. ─Espero que mi esposa no consiga un vistazo de esos
vestidos ─agregó con una carcajada.
Gerrard se levantó, recogió su cerveza y se acercó a ellos.
─Saludos, caballeros ─dijo. ─¿Puedo unirme a ustedes? Son nativos de
Yorkshire, ¿verdad?
─Sí ─contestó el mayor de los dos, al que había escuchado primero.
─Soy un extraño aquí con muchas preguntas ─mintió Gerrard, ─y por supuesto,
toda la cerveza será de mi parte.
─Si quieres ─dijo el primero. ─Soy Gordon, de Ripon, y éste es Randolph, de
Tockwith.
─Estoy encantado de conocerlos. Soy Martin, de Leeds ─se sentó y por un rato
hablaron de la ciudad y del comercio, y finalmente Gerrard sacó el tema de la
venta de lana. ─He venido para comprar algo de lana para mis tejedores. He oído
que el mayordomo de Dunborough viene a York a veces para hacer arreglos para
la venta de su lana.
─¡Justo estábamos hablando de él! ─Gritó Gordon.
─Sí, viene aquí a menudo ─dijo Randolph, carcajeándose.
─Aunque compra más de lo que vende ─añadió Gordon con una risita.
La mirada aparentemente inocente de Gerrard pasó de un hombre al otro.
─¿Creen que podría estar interesado en vender una parte de la lana de
Dunborough la próxima primavera?
─Oh, sí, y podría estar aquí ahora. Sin embargo, te advierto, muchacho, que
maneja un negocio difícil.
─¡Excepto con las mujeres! ─dijo Randolph, riendo de nuevo.
─Tienes que perdonar a mi amigo ─dijo Gordon mientras trataba de ahogar su
propia risa. ─Las tabernas lo hacen hablar demasiado.
Gerrard se echó a reír fácilmente.
─Tienen un efecto similar en mí. Pero así es como los hombres se convierten en
amigos, ¿no? ─le hizo una seña a la sirvienta y pidió más cerveza. ─Ahora, si están
dispuestos, cuéntenme más sobre este mayordomo. De comerciante a
comerciante, ¿eh?
***

Algún tiempo después, Gerrard dejó a los dos mercaderes de lana durmiendo
en la taberna, sus cabezas sobre la mesa y se dirigió a una gran casa de dos pisos,
de entramado de madera, cerca de la plaza del mercado.
A medida que se acercaba, divisó un callejón que se dirigía hacia un lado y se
zambulló en él. Tal como había esperado, había un patio en la parte de atrás y una
puerta que conducía a la cocina. Lo mejor de todo, la puerta estaba abierta y la
cocina momentáneamente desierta. Entró en la habitación y en la puerta que
conducía a lo que probablemente era la habitación principal de la casa. La abrió
una grieta y fue recompensado con la visión de Dalfrid de pie cerca de un brasero
que iluminaba su rostro, así que no podía haber un error. Una mujer estaba
sentada cerca, vestida con un vestido ostentoso, del tipo que Gerrard jamás había
visto, ni siquiera en una mujer noble y con cuerdas de perlas alrededor de su
cuello. No era una gran belleza, pero de acuerdo con esos hombres en la taberna,
poseía ciertos talentos que le costaban caros a sus queridos amantes.
Era todo lo que necesitaba ver para confirmar lo que había llegado a
sospechar.
Dalfrid había estado robando de las arcas de Dunborough, sin duda por años,
mientras afirmaba que siempre había más deudas e impuestos que pagar. Era la
única explicación para la mujer, esta casa, ese vestido y esas joyas. Sin duda, hubo
impuestos y algunas deudas que habían sido suyas, pero ¿cuánto más había
tomado Dalfrid usando esa excusa?
─No es suficiente ─gimió la mujer, su voz alta y aguda. ─Necesito más para el
fabricante de velas y el carnicero. Lo merezco, ¿no? No quieres que me muera de
hambre, ¿verdad?
─Por supuesto que no, querida ─respondió Dalfrid y nunca en su vida Gerrard
había oído al hombre sonar tan obediente, ni siquiera cuando su padre estaba
vivo.
Pensar que le había proporcionado a Dalfrid algunas de sus excusas para robar,
todo el tiempo afirmando, como esta mujer, que merecía todo el dinero que
tomaba porque era hijo de su padre.
Oyó un jadeo y se giró. Eua se quedó parada justo dentro de la puerta exterior.
Mientras lo miraba fijamente, atónita, el cubo en su mano se resbaló y se estrelló
contra el suelo, derramando agua por todas partes.
─Hola, Eua ─dijo Gerrard con calma, aunque estaba igual de sorprendido. ─Me
preguntaba adónde irías. Debería haber adivinado que Dalfrid te ayudaría, dado
que siempre fuiste turbia como los ladrones.
─¿Qué ha pasado? ─demandó Dalfrid, abriendo la puerta interior. ─Maldición,
Eua...
Como Eua, se quedó en silencio y solo pudo mirar mientras Gerrard sacaba su
espada y la colocaba contra el pecho de Dalfrid.
─Hablando de robo, Dalfrid, por favor, informa a tu encantadora amante que
he venido a escoltarte de regreso a Dunborough, ya sea que desees ir o no.
Eua se arrojó sobre sus rodillas a los pies de Gerrard.
─¡No sabía lo que estaba tramando, Gerrard! ¡Lo juro por mi vida! ¡No lo sabía!
─¿No sabías que le estaba robando a mi padre y luego a mi hermano? ¿Que
estaba diciendo que había deudas y se reembolsaba el dinero a él mismo para
mantener a una amante? ¿De dónde crees que consiguió su dinero?
─Pensé... pensé que era un comerciante astuto, ¡eso es todo! ¡Por favor,
Gerrard, déjame ir! ¡Por el amor de Dios, Gerrard, has sido como un hijo para mí!
Gerrard miró hacia la mujer que le había ofrecido consuelo y amabilidad,
aunque había habido un precio.
─Puedes quedarte ─su expresión se endureció mientras miraba de vuelta a
Dalfrid. ─No habrá tal misericordia para ti, Dalfrid.
─¡Dalfrid! ─llamó la voz estridente de una mujer. ─¿Qué estás…?
La mujer, ricamente vestida, apareció detrás de su amado y palideció.
─Saludos ─dijo Gerrard con una pequeña reverencia, manteniendo su espada
sobre el pecho de Dalfrid. ─Parece, querida, que tendrás que encontrar otro
protector… o cavar en la bolsa de dinero de otra persona.

***

Dos días después de que su padre muriera, Mavis se sentó en el salón, sola.
Debería hablar con el sacerdote sobre otra misa para su padre, quien necesitaría
toda la ayuda que las oraciones pudieran proporcionar para llevarlo al cielo.
Debería ordenar preparar habitaciones para cualquiera que se preocupara por
asistir a la misa funeraria. Tamsin y Rheged seguramente vendrían.
¿Lo haría Roland? Le había enviado un aviso, pero él aún no había llegado.
¿Y si se había equivocado con él desde el mismo comienzo? Tenía tal fe en su
propio juicio, pero ¿y si sus razones para casarse con ella hubieran sido puramente
mercenarias? ¿O la necesidad de aventajar a su hermano con una hermosa novia?
¿Y si siempre pondría a su hermano y a su propio orgullo antes que la felicidad de
ella o incluso la suya?
─¡Mavis!
Levantó la cabeza para ver a una familiar y bienvenida figura corriendo hacia
ella, su capa arremolinándose alrededor de sus tobillos.
Con un grito de felicidad y dolor combinados, Mavis se levantó y extendió los
brazos.
─¡Oh, Tamsin! ¡Estoy tan contenta de verte! ─exclamó mientras abrazaba a su
prima. ─A pesar de... a pesar de…
─Lo sé ─murmuró Tamsin, sosteniendo a Mavis cerca mientras empezaba a
llorar. ─Lo siento por tu padre.
─Una vez que ella recibió tu mensaje, hubiera venido de todas formas, incluso
si esperaba que el bebé llegara dentro de un día ─una voz profunda observó desde
algún lugar cercano.
El esposo de Tamsin caminó hacia ellas, con simpatía en su rostro. Aun así,
siempre había algo acerca de Rheged de Cwm Bron que hacías a Mavis pensar en
un salvaje. Roland era alto y de hombros igual de anchos, tenía el mismo pelo
largo que Rheged, pero el poder de Roland parecía civilizado, controlado, como
una serpiente enroscada, o un león agazapado para resurgir, mientras que Rheged
parecía más el jefe guerrero de una era más oscura.
Mavis apartó tales pensamientos de su mente.
─Por favor, debes sentarte… los dos ─captó un vistazo de Denly cerca de la
puerta de la cocina. ─Trae vino ─dijo mientras Tamsin se sentaba en un banco
cercano, ─y queso y pan para nuestros invitados. Y por favor asegúrate de que
haya una habitación preparada para mi prima y su esposo.
─Tamsin ya se ha encargado de eso ─dijo Rheged, deslizándose sobre el banco
junto a su esposa. ─Creo que olvidó que ya no dirige la casa de DeLac.
Tamsin se sonrojó, pero Mavis se apresuró a tranquilizarla.
─Desearía que lo hiciera. Entonces mi padre podría... ─sacudió la cabeza. ─Lo
siento. No quiero implicar que tú podrías haber impedido su muerte, aunque si
hubiéramos pospuesto la boda...
─Él se hizo esto a sí mismo, Mavis ─dijo Tamsin suavemente, ─y ambas
sabemos el tipo de hombre que era. No te habría escuchado, ni a mí, ni a nadie, si
hubiéramos tratado de hacerle comer o beber menos. Solo nos habría ignorado.
Tamsin tenía razón, no obstante, Mavis se sentía culpable.
─Creo que iré a buscar un poco de cerveza. Es más preferible a mi gusto que el
vino. Si me disculpan, mi lady ─Rheged no esperó a que respondieran antes de
dirigirse a la cocina.
─Yo podría haber hecho traer cerveza para él ─dijo Mavis con cierta
consternación.
─Puede que quiera cerveza, pero también nos está dejando a solas para hablar
─respondió Tamsin. ─Quería venir antes, pero temía que el Tío Simón encontrara
mi presencia más de agravación que de consuelo. No me di cuenta de que el final
estaba tan cerca.
─Tampoco yo ─dijo Mavis. ─Parecía enfermo, pero cuando llegó la muerte, fue
todo tan repentino. Me estaba hablando y parecía estar volviéndose más fuerte.
─He oído hablar de que una persona enferma tiene más vitalidad cuando se
acerca el final, como si el cuerpo se restableciera una última vez para que puedan
despedirse.
─Pero él no dijo adiós ─dijo Mavis, observando a Tamsin con ojos ardientes.
─Habló de mi madre. Y de ti. Al final se arrepintió por la forma en que nos trató a
las dos. Y entonces dijo... ─su mirada vaciló y su voz se quebró. ─Que iba a arreglar
un buen matrimonio para mí. Olvidó que ya estaba casada. Supongo que debería
haber sabido entonces que la muerte se arrastraba cerca... o por lo menos
sospechado...
Tamsin la abrazó.
─Estabas esperando lo mejor.
─Lo estaba. Estaba esperando... como lo he hecho toda mi vida... siempre
esperando... ─las lágrimas llegaron entonces, calientes y rápidas, sus hombros
temblando mientras Tamsin la sostenía en un tierno abrazo, dejándola llorar su
dolor y consternación.
Cuando Mavis se calmó y se echó hacia atrás, enjugándose los ojos, Tamsin
preguntó:
─¿Cómo estás tú, Mavis?
─Bastante bien, considerando todo.
─¿Y tu esposo?
─Muy bien.
─¿Dónde está tu esposo? ─preguntó Tamsin más explícitamente.
─En Dunborough, por supuesto ─dijo Mavis, intentando no sonar molesta por
eso. Tamsin tenía su propia vida, su propio esposo y pronto su propia familia como
para preocuparla; ella tampoco agobiaría a su prima con sus problemas. ─No vi
necesario que volviera conmigo. Traje una escolta.
─¿Y tú nueva casa? ¿Cómo es Dunborough?
─Es una casa grande, así que naturalmente toma tiempo acostumbrarse a
algunas cosas, pero lo estoy manejando. Creo que te dije en mi carta que tuve que
despedir a una sirvienta ─Mavis respondió, su mente apresurándose a pensar en
formas en las que podría hablar de Dunborough y la gente sin levantar sospecha
de que todo no estaba bien allí.
No pudo. No ahora, así que se puso de pie.
─Si me disculpas, Tamsin, hay cosas que hacer. Otra misa que organizar y
comida que preparar. Haré que Denly te muestre tu habitación. Estoy segura de
que querrás descansar.
─Tú deberías descansar ─dijo Tamsin con la resolución que Mavis recordaba
tan bien, la determinación que su prima siempre había demostrado incluso
cuando era una niña pequeña. ─Encontraré a Rheged y juntos hablaremos con el
sacerdote sobre la misa.
Sintiéndose como si hubiera crecido años en las pocas semanas desde su
matrimonio, Mavis sacudió la cabeza.
─No, Tamsin. Esa es mi responsabilidad.
La mirada de Tamsin examinó la cara de su prima un momento, luego asintió.
─Muy bien, pero prométeme que volveremos a hablar pronto, solo nosotras
dos.
Mavis preferiría no prometer, pero conocía esa mirada en los ojos de Tamsin.
No valía la pena pensar que podría evitar esa conversación.
─Por supuesto ─contestó antes de apresurarse a salir.

***

Sosteniendo una jarra de la rica y oscura cerveza que había pedido en la cocina,
Rheged metió su cabeza en el vestíbulo y se sorprendió al ver no solo a su esposa
sentada sola, sino completamente inmóvil y con la cabeza inclinada… un signo
seguro de consternación o agitación.
─¿Dónde está Mavis? ─preguntó mientras se acercaba a ella.
─Fue a ocuparse de los asuntos de la casa ─respondió, alzando la cabeza. ─Algo
está mal.
─Su padre acaba de morir.
─Es más que eso ─dijo Tamsin con certeza. ─Su carta me preocupó y después
de haberla visto, estoy convencida de que algo no está bien.
─Te diría si eso fuera así, ¿no? Especialmente aquí.
Tamsin no pareció tranquila.
─Eso creí. Eso esperaba, pero ahora no estoy tan segura.
Rheged dejó la cerveza que no había terminado y atrajo a su preocupada
esposa hacia sus fuertes brazos.
─Quizás no deberíamos esperar que te contara todos sus secretos en la
primera ocasión. Dale tiempo, Tamsin. Eventualmente te contará si está
preocupada. Si no lo hace y aún crees que algo no está bien, simplemente tendrás
que preguntarle.
─Tengo que preguntarle.
─Entonces espera un tiempo y pregúntale de nuevo. No quiero que te
preocupes y enfermes ─sonrió a la decidida y cariñosa mujer con la que se había
casado. ─Como sé que no descansarás realmente hasta que estés segura de que
sabes la verdad, nos quedaremos aquí hasta que lo hagas.
─Gracias, Rheged ─respondió su esposa con un suspiro mientras apoyaba la
cabeza en el hombro de su esposo.

***

Pocos días después de que Mavis hubiera regresado a DeLac, Roland cabalgó
alejándose del resto de la patrulla. Quería estar solo, lejos de sus hombres y la
casa y de todas sus responsabilidades, para pensar en la breve y fría carta que
había llegado aquella mañana de DeLac, traída por Arnhelm y Verdan.
Lord Simón estaba muerto. Había muerto el día después de que Mavis hubiera
llegado y ya habría sido enterrado para el momento en que recibió su carta.
Regresaría tan pronto como le fuera posible y como el tiempo lo permitiera.
Que Simón DeLac estuviera muerto no era una sorpresa. ¿Y no le había dicho
que el clima no era bueno para viajar? No obstante, habría ido allí, si ella lo
hubiera deseado. Si lo hubiera preguntado.
Avistó a dos jinetes viniendo hacia él por el camino. Uno de ellos era Audrey y
al lado de ella estaba el escocés.
─¡Sir Roland! ─exclamó Audrey alegremente, saludando, sonriendo y
cabalgando a su encuentro.
Murmuró una impaciente maldición. No quería hablar con ella.
Desafortunadamente, ella y su compañero bloquearon el camino.
─Buen día, Audrey ─dijo cuando llegó a su lado y detuvieron sus caballos.
─Un buen día para montar, ¿no? Confío en que no hay más forajidos por aquí
¿verdad?
─No. Deberías estar muy a salvo. Ahora, si me disculpas, debería regresar.
─También estaba planeando devolverme ─dijo. ─¿Puedo cabalgar contigo?
Roland lamentaba haber mentido, pero lo había hecho, por lo que ahora tenía
muy pocas opciones.
─Por supuesto.
─No he visto a Gerrard desde hace bastante tiempo ─dijo Audrey después de
que ella y Duncan hubieran girado sus caballos. Audrey cabalgó a su lado, Duncan
a unos metros por detrás. ─Se rumorea que Gerrard ha dejado Dunborough con
gran resentimiento. Algunos dicen que fue a York.
Roland no se había dado cuenta de que Gerrard había salido de la aldea, pero
no quería admitir su ignorancia ante Audrey.
─Tuvieron otra pelea, ¿cierto?
Audrey obviamente ya había oído hablar de ello, así que no tenía sentido negar
que habían discutido de nuevo.
─Sí.
─Gerrard siempre fue temperamental ─dijo con un suspiro. ─Estoy segura de
que volverá pronto. Siempre lo hace. Y sin duda hiciste todo lo que podías para
mantener la paz. No es tan caballero como tú, Roland. Y su amargura es ilimitada,
aunque comprensible, tal vez. Había esperado que él fuera el mayor y descubrió
que no lo era. Entonces traes a casa a una esposa inesperada, así que ya no es ni
siquiera el segundo de la casa.
─Aún era el comandante de la guarnición.
─Algo a lo que cualquier soldado común de infantería podría aspirar. Debe
haber parecido como si un extraño hubiera usurpado su lugar.
Roland nunca había considerado la posición de Gerrard bajo esa luz… y debería
haberlo hecho.
─¡Pobre Roland! Y tu pobre esposa también ─prosiguió Audrey. ─Estoy segura
de que estaba molesta por su insolencia, así que no es de extrañar que se haya ido
a casa, a DeLac, aunque no la habría culpado si quería permanecer tan lejos de allí
como sea posible, dada la forma en que su padre bebe.
Roland detuvo a Hefestos de repente y se volvió para mirarla.
─¿Qué dijiste?
─No pretendía causar ningún daño o insulto ─dijo Audrey apresuradamente,
ruborizándose ―pero es de conocimiento común que Lord DeLac se había puesto
a beber incluso antes de todo ese asunto con su prima.
Sí, lo había hecho. Era como el peor borracho de cualquier aldea y no sería
extraño si su hija buscara escapar de él por cualquier medio que pudiera, incluso
casándose con el primer hombre que se ofreciera y que recibiera la aprobación de
su padre.
¿Acaso no le había contado también que su padre la trataba como un bien para
ser vendido? ¿Cómo se había vuelto cruel? ¿Quién no querría estar libre de tal
padre, como él había anhelado, en lo profundo de su corazón, estar libre del suyo?
Como mujer, Mavis no tendría escapatoria salvo a través del matrimonio o la
iglesia. Y entonces él había llegado a DeLac, el heredero de una vasta propiedad, la
elección de su padre también. Bajo esas circunstancias, por supuesto que ella lo
había aceptado y casado con él de buena gana.
Aunque su mente podía aceptar esa razón, sentía como si su corazón se
hubiera convertido en piedra. O muerto. Había querido tanto creer que era debido
a alguna cualidad suya -algo digno que ella había visto- que lo había aceptado.
Ninguna mujer de ningún valor jamás querrá a un palo frío como tú. Ninguna
mujer te amará nunca a menos que se le pague. No tienes ingenio, ni encanto,
nada para recomendarle a nadie, excepto la riqueza y el título de nuestro padre.
Dios lo ayudara, Gerrard había tenido razón.
─¡Lo siento mucho, Roland! ─dijo Audrey con un suspiro, recordándole que aún
estaba allí. ─Mereces a alguien que cuide de ti y vea que necesitas preocuparte
solamente del tema del feudo, no de mezquinas disputas domésticas. Alguien que
conozca tu pasado y entienda.
A pesar de su consternación, respondió sinceramente.
─Esa nunca habrías sido tú, Audrey.
Lucía como si le hubiera quitado sus mejores joyas. Entonces sonrió, una falsa y
frágil sonrisa.
─Tú ciertamente me animaste.
Eso era una mentira y ambos lo sabían.
─No lo hice. Incluso si hubieras intentado hacerme desearte, nunca habrías
tenido éxito.
Jadeó y lo fulminó con la mirada, su cara volviéndose cada vez más roja.
─Crees que estás tan alto y eres tan poderoso... tú y esa pequeña ramera hija
de un borrachín con la que te casaste. Bueno, no eres el único con dinero y poder,
Sir Roland, ¡y puede ser que tu influencia en Dunborough sea menos segura de lo
que crees! ¡Tal vez me case con Gerrard cuando él sea el lord de Dunborough!
Ahora te doy buenos días, Sir Roland, ¡y nunca busques oscurecer mi puerta de
nuevo!
Le dio un puntapié a su caballo para partir al galope y se fue, seguida por el
escocés.
Roland ni siquiera los vio marcharse.
Se deslizó de la silla y apoyó la cabeza contra el cuello de su caballo. Aquí, por
fin y gracias a Audrey, de todas las personas, pudo creer que Mavis lo había
escogido… como un medio para escapar de su padre.
Y ahora que su padre estaba muerto, no tenía ninguna razón para regresar,
sobre todo después de todas las cosas que Gerrard había dicho. Eso también
explicaba la frialdad de su carta.
Ya había conocido el dolor y el sufrimiento. Rara vez había sentido felicidad,
hasta que se había casado con Mavis. Ahora dudaba que nunca conocería de
nuevo la verdadera felicidad.
Puede que nunca más se sintiera tan apreciado y respetado, admirado y
deseado.
O amado.
De todas las cosas que Mavis había hecho, le había hecho creer que podría ser
amado.
─Oh, Dios me ayude, Heffy ─murmuró ásperamente. ─Habría sido mejor si
nunca la hubiera conocido.
Habría estado contento, o por lo menos ignorante de lo que no tenía. Y, sin
embargo... ¿era eso realmente cierto? ¿Habría estado mejor si no la hubiera
conocido? Mavis le había dado una probada de lo que la vida podía tener. Más
que una probada.
Pensó en todas las veces que habían estado solos y no solo en su cama o
haciendo el amor. Recordaba sus sonrisas, su voz, la admiración en sus ojos, el
respeto, la manera en que se había erizado cuando Gerrard se burló de él. Sí, era
su esposa, así que algunas de esas cosas podían ser esperadas… pero no todas. No
las miradas cariñosas y las sonrisas tiernas. No la pasión y las palabras amables.
Seguramente no sería tan cariñosa y sincera si solo se hubiera casado con él
para alejarse de su padre.
Entonces, al levantar la cabeza y escudriñar el cielo de otoño, otra revelación
penetró en su cabeza y en su corazón.
Entonces, ¿qué si se había casado con él para alejarse de su padre? El suyo
había sido un matrimonio exitoso, por lo menos hasta ahora, y a pesar de sus
errores. Sus necios celos. Su insistencia en que Gerrard se quedara. Su miedo a las
burlas de Gerrard.
Y si escuchaba la opinión de alguien, debía ser la de la esposa que amaba. Así
que, si eso significaba que Gerrard tenía que dejar Dunborough, que así fuera. ¿Y
si Gerrard entonces iba con el Rey, si trataba de anular el matrimonio o tomar
Dunborough...?
Que su hermano lo intentara. No le importaba lo que hiciera Gerrard, siempre
y cuando tuviera a Mavis a su lado. Ganar su amor sería el verdadero camino hacia
la felicidad.
Valía la pena ir a DeLac y pedirle que regresara a Dunborough, incluso si tenía
que ponerse de rodillas y rogar, él, quien nunca se arrodillara ante ningún hombre,
ni siquiera su padre o su hermano, sin importar cuántas veces le pegó. Se
disculparía por su ira, por sus peleas con su hermano, sus duras palabras y
silencios sombríos. Prometería ser un mejor esposo, un mejor hombre, más
abierto y honesto y, con suerte, un día digno de su amor.
Si volvía con él, haría todo eso y más para tratar de hacerla feliz.
Tomada su decisión, decidido su rumbo, montó rápidamente y giró a Hefestos
a casa. Había que hacer algunos preparativos, pero se marcharía mañana tan
pronto como hubiera luz.
Roland detuvo a Hefestos en el patio, saltó de la silla y se apresuró hacia el
salón… para encontrar a Dalfrid llorando y acurrucado cerca del estrado, con
Gerrard de pie sobre él como un ángel vengador con el propósito de su muerte.
Capítulo 13

─¡Sálveme, mi lord! ¡No dejes que me mate! ─chilló Dalfrid, retorciéndose en el


suelo como una especie de serpiente herida.
─¿Qué significa esto? ─demandó Roland mientras se apresuraba hasta ellos.
Estaba aliviado de ver a su hermano, pero desconcertado por los gritos de pánico
de Dalfrid.
─Nos ha estado robando durante años ─declaró Gerrard. ─Tiene una gran casa
en York y también una amante. Una amante muy costosa que usa satén y
terciopelo y más joyas que una reina.
─¡Está mintiendo, mi lord... mintiendo para cubrir sus propios crímenes!
─protestó Dalfrid.
Gerrard lo pinchó con su espada.
─¡Perro! ¡Tú eres el mentiroso!
─¡Quítemelo! ¡Quítemelo!
─Fui a York después de nuestra última pelea y estaba en una taberna cuando
escuché decir el nombre de Dalfrid ─dijo Gerrard. ─Fingiendo ser un mercader de
lana, me uní a la conversación. Parece que una muchacha del servicio había
surgido en el mundo al convertirse en la amante del mayordomo de Dunborough…
una amante más que costosa. Pensé en la afirmación de Dalfrid de que las arcas
estaban casi vacías y se me ocurrió que pudimos haber sido engañados. Me enteré
dónde vivía esta mujer y encontré a Dalfrid allí. No hay manera bajo el cielo en la
que podría haber obtenido esa casa, ropas y joyas por medios honestos y así se
explican las arcas vacías de nuestra familia.
─¡Gané ese dinero jugando!
─¿Tú? ─se burló Gerrard. ─Eres el peor hombre en un juego de azar que haya
conocido nunca. Nunca ganas y eso con mucho gusto lo apostaría. ¿Y te estás
olvidando que la mujer misma fue demasiado rápida en decir que pagaste por
todo y que no sabía de dónde o cómo conseguías tu dinero? Eso lo puedo creer
─añadió con una sonrisa, ─porque no creo que le importe mucho, siempre y
cuando lo consigas.
─¡Es una amiga, mi lord, sencillamente una amiga! ─exclamó Dalfrid.
─Con amigos como estos, más hombres estarían en la quiebra. Ríndete, Dalfrid
y confiesa. Estás atrapado ─Gerrard contempló a su hermano con otra de sus
sonrisas burlonas, pero esta vez, fue como si compartieran una broma.
─Aprendimos fácilmente el valor de la confesión, ¿eh, Roland? Aunque el castigo
seguía como la noche al día, no era tan duro si admitíamos nuestros errores.
Roland asintió, aunque todavía estaba tratando de superar la sorpresa de ver al
pródigo Gerrard aparentemente actuando como el instrumento de justicia.
─¡Nunca le di a esa mujer ni un centavo! ─gimió Dalfrid.
─Eua me dijo lo contrario ─Gerrard vio aumentar la sorpresa de Roland y
sonrió. ─Sí, estaba allí. Sabía que Dalfrid a veces le daba dinero, pero nunca supe
por qué hasta que admitió que Dalfrid le pagaba por información que había
reunido sobre nuestro padre, especialmente sus planes. Dice que no sabía que nos
estaba robando y debo decir que le creo, o le habría contado a nuestro padre
esperando una recompensa.
─¡Eua mintió! ─gritó Dalfrid. ─¡Fue ella quien tomó el dinero!
Los dos hombres que lo miraban tenían idénticas miradas de escepticismo en
sus rostros.
─No tenía una llave para abrir el cofre del dinero, Dalfrid, y tú sí ─indicó
Gerrard. ─Estoy seguro de que, al igual que tu amante, tampoco le importaba
dónde obtenías tu dinero, pero no lo robó. Por eso la dejé ir.
Roland se agachó y tiró al ex mayordomo de Dunborough para ponerlo de pie.
─¿Así que tienes una casa en York, Dalfrid ─dijo, su tono frío, sus ojos todavía
más fríos, ─y una amante que ama la ropa y muebles caros?
─Vamos a casarnos, mi lord, tan pronto como pueda permitírmelo.
Gerrard rió con desdén.
─Si eso fuera así, podrías vender parte de su ropa, o los muebles. Nunca he
visto mesas y sillas tan finas. Puedes ir y ver por ti mismo, Roland, aunque
sospecho que la mujer pueda haberse ido mucho antes de que llegues allí. No es
tonta, incluso si se entregó a Dalfrid, y no dudo de que haya tomado todo lo que
pueda llevarse y dirigido a nuevos pastizales, con Eua quejándose todo el camino.
─Ese es el problema con las putas ─le dijo a Dalfrid. ─Tienden a preocuparse
más por el dinero que los hombres que se lo dan.
Roland hizo un gesto para que dos de sus soldados se acercaran.
─Tómenlo y llévenselo a la mazmorra con los otros ladrones.
─¡No! ─chilló Dalfrid. ─¡No puedes ponerme junto con criminales comunes!
─¿Por qué no? ¿Porque no eres un criminal común? ─replicó Gerrard.
─Solo veo a un ladrón ─dijo Roland, ─quien debería estar con otros ladrones.
─¡No! ¡No! ¡No, mi lord, por favor! ¡Se lo ruego! ─gritó Dalfrid, arrastrándose
hacia Roland en sus manos y rodillas.
Roland solo cruzó los brazos mientras los soldados arrastraban al sollozante
Dalfrid dando patadas, hasta que Gerrard se volvió para irse.
Roland puso la mano en el hombro de su hermano.
─Quédate un momento, Gerrard. Tienes mis agradecimientos por esto.
Sus ojos no revelaban nada, Gerrard se encogió de hombros.
─Por lo menos ahora sabes que no soy del todo el derrochador que todos,
incluyéndote a ti, creen. Y ya que eso está hecho, voy a volver a York.
─Todavía no, espera un rato, si quieres.
Si pudiera arreglar las cosas con su hermano antes de ir a DeLac, lo haría.
─Me gustaría hablar primero contigo en privado.
Por un momento Roland pensó que su hermano se negaría. Entonces Gerrard
asintió una vez y juntos fueron al solar.
Gerrard se paró en el centro de la habitación, sus hombros tensos como si se
estabilizara para pelear, mientras Roland cerraba la puerta tras él.
─Estoy agradecido de que trajeras a ese malvado de vuelta― dijo Roland.
─Ya me has agradecido.
─No obstante, te agradezco de nuevo. No confiaba completamente en el
hombre, pero nunca pensé que nos robaría.
Los labios de Gerrard se sacudieron con una pequeña sonrisa.
─Lo he detestado desde el día en que llegó. Es una maravilla que no lo atrapara
antes. Podría haberlo hecho si le hubiera estado prestando más atención y menos
satisfaciendo mis propios deseos.
Era la primera vez que Roland había oído a Gerrard reconociendo cualquier
remordimiento por algo y empezó a esperar que las cosas pudieran ser mejores
entre ellos, también.
─¿Qué estabas haciendo en York?
Gerrard lo estudió un momento, más serio de lo que Roland lo había visto
jamás.
─Fui a encontrarme con el representante legal de Audrey. Ella piensa que hay
una posibilidad de que tu matrimonio pueda ser anulado.
─¿Qué?
─Dado que la dote fue destruida, ¿quién podría decir si DeLac había dado todo
lo que prometió? Ha sido conocido por hacer trampa.
─¡No me importa ni una pizca la cantidad de la dote y no tienes derecho a
tratar de ponerle fin a mi matrimonio! ─declaró Roland, la esperanza que había
estado sintiendo reemplazada por ira.
La sonrisa burlona de Gerrard apareció.
─¿Cómo se siente, hermano, que tus derechos sean usurpados?
Roland cruzó los brazos.
─No tomé nada de ti, pero sospecho que fuiste a York por más que tratar de
terminar mi matrimonio. Ibas a tratar de pedirle al Rey que te diera Dunborough.
La sonrisa desapareció y Gerrard volvió a ponerse serio.
─Admito que fui con eso en mente, pero cuando me di cuenta de lo que Dalfrid
había hecho después de años de confianza y buena paga y mientras estuve
mirando a la amante de Dalfrid con sus ojos codiciosos y relucientes, se me ocurrió
que no solo he sido un infeliz desagradecido, justo como afirmabas, sino que
también Audrey podría tener interés no solo en mi corazón. Sospecho que tiene
otras razones egoístas para ayudarme y no seré el juguete de ninguna mujer.
─¿Ni siquiera por Dunborough?
─No, ni siquiera entonces ─Gerrard observó a su hermano con el tipo de
expresión que solo aquellos que han sufrido juntos pueden compartir. ─Después
de Broderick y nuestro padre, no seré mandado por nadie.
─Incluyendo a un hermano, por muy bien intencionado que sea ─dijo Roland, la
comprensión estallando dentro de él como un faro encendido en la oscuridad.
─Incluyéndote a ti ─confirmó Gerrard.
─Debería haber adivinado que eso era parte del problema... pero solo era una
parte ─respondió Roland. ─Puede que nunca sepamos realmente si yo nací
primero o no y no hay manera de demostrarlo de ninguna forma. Sin embargo,
estoy de acuerdo en que no es correcto que solo yo tuviera que heredar. Pensé
eso desde el principio y planeé darte una parte del feudo cuando demostraras ser
digno. Has hecho eso, Gerrard... más que hacerlo, si tuviera el derecho de juzgarte
y ahora veo que no lo tengo. No obstante, te hago esta oferta. Si te quedas, te
daré la mitad del patrimonio y los diezmos que van con él.
Los ojos de su hermano se estrecharon.
─¿Y si tu esposa se opone?
Roland extendió sus manos ampliamente.
─La amo, Gerrard, tan difícil como pueda ser para ti creerlo. La amo tanto
como cualquier hombre haya amado alguna vez a una mujer y con su buen
consejo para guiarme, espero gobernar Dunborough bien y sabiamente, como
nuestro padre nunca lo hizo y sin importar cuánto de este sea mío. Así que no la
veré siendo humillada o tratada con falta de respeto por ti, o cualquier otra
persona. Debemos ponernos de acuerdo en eso, en nada más.
Gerrard inclinó la cabeza mientras contemplaba a su gemelo.
─¿Y si me burlo y te fastidio a ti?
─Si estás en tu propio feudo, por lo menos tendrás menos posibilidades de
hacerlo. Pero Mavis tiene razón al pensar que la forma en que me tratas se refleja
en los dos.
Los hombros de Gerrard se relajaron y rió suavemente.
─Por supuesto que tiene razón sobre eso. ¿Por qué otra cosa habría estado yo
tan enojado cuando lo dijo? En cuanto a tu oferta, la consideraré. Podría ser mejor
si no la aceptara y me quedara tan cerca de casa. Después de todo, burlarme de ti
será un hábito difícil de romper.
Roland no estaba disuadido por la aparente ligereza de su hermano.
─Espero que te quedes, hermano. Juntos somos más fuertes que separados, así
como tener a Mavis como mi esposa me ha hecho más fuerte.
─¡Por la sangre de Dios, no me lo recuerdes! Parece una mujer débil y frágil,
pero cualquier mujer que pueda hacer que digas en voz alta que la amas es una
mujer rara, en verdad.
─¿Te quedarías aquí como comandante de la guarnición hasta que decidas qué
quieres hacer?
─Con gusto ─respondió Gerrard con otra sonrisa.
─¡Bien! ─respondió Roland con felicidad y alivio. ─Y ahora tengo que
prepararme para ir a DeLac.
Los ojos de Gerrard se ampliaron.
─Entonces es verdad, ¿lo qué oí? ¿Te ha dejado?
─Su padre estaba enfermo y ha muerto.
─¿Aun así, te quedaste aquí?
─Ese fue un error y uno que me voy a apresurar a corregir y voy a decirle
cuánto la amo y la necesito, como debería haberlo hecho antes ─Roland palmeó
con la mano el hombro de su hermano. ─Espero que algún día encuentres a una
mujer que pueda hacerte tan orgulloso y feliz como Mavis me hace.
─Lo dudo ─murmuró Gerrard mientras observaba irse a su hermano.

***

Audrey vio pasar a Roland cabalgando desde la habitación principal de su casa.


─Míralo ─se burló hacia Duncan, quien se acercó para posicionarse al lado de
ella. ─Tan orgulloso de sí mismo... ¿y para qué? Sobrevivió a su padre y a su
hermano, y resultó ser el primogénito de los gemelos. De lo contrario, no ha hecho
nada para merecer Dunborough excepto seguir las órdenes de su padre. En cuanto
a esa mujer con la que se casó, ya conocía su tipo antes. Parece dulce e inocente,
pero es una intrigante tentadora.
─No pienses en ellos ─dijo el escocés, su voz un gruñido profundo. ─No valen la
pena.
─¡Tienes toda la razón! ─declaró Audrey, caminando hacia la esbelta silla de
ébano y sentándose con gracia. ─Así que es apropiado que ambos pierdan
Dunborough y voy a tener gran placer haciendo que eso ocurra.
─¿Cómo? ─preguntó el escocés con cautela.
─Se puede lograr mucho con dinero e influencia ─respondió con presumida
satisfacción.
─¿Desperdiciarías tu dinero en eso? ¿Sólo por venganza?
─¡Por nuestra Señora, no soy tan tonta y corta de vista como para hacer eso!
Lo haré por mi futuro esposo.
El escocés aspiró y sus ojos se estrecharon.
─¿Gerrard?
─¿Quién más?
─El hombre no es de confianza. Tomará tu dinero y tu influencia y nunca se
casará contigo.
Audrey miró fijamente a Duncan con el ceño fruncido.
─Suenas muy seguro de eso.
─Es ese tipo de hombre. ¿No te importa esa chica en el bosque? Si consigue un
título, será como todo el resto de su familia… queriendo a una novia rica de una
familia noble.
Sus palabras revivieron sus dudas sobre Gerrard, pero ella las ignoró.
─Si Gerrard quiere mi dinero y mi ayuda, tendrá que casarse conmigo para
conseguirlos.
─¿Luego qué? Tendrá amantes por docena.
─Y yo tendré un título.
─Hay cosas más importantes que eso. ¿Qué hay de un esposo que te ame y que
muriera por ti? ¿Podrías decir que Gerrard hará alguna de esas cosas?
En verdad, no podía… pero no lo admitiría. Estaba demasiado cerca del premio
que había buscado desde la infancia, cuando una mujer noble en el mercado la
había llamado una mocosa común después de que accidentalmente le embarrara
el dobladillo de su vestido.
─Gerrard llegará a amarme ─Ajustó la orilla bordada de su corpiño, mucho más
fino que cualquier cosa que la arrogante noble hubiera usado y levantó un poco la
barbilla. ─Tengo formas de hacerlo.
─Sí, estoy seguro de que las tienes, aunque algunos pueden llamarlas
artimañas ─respondió Duncan y había amargura en su voz.
─¡Duncan! ─gritó con sorpresa y una sonrisa condescendiente. ─¿Crees que
estás enamorado de mí?
─¿Creer? No ─contestó, su voz baja y áspera. ─Lo sé.
Audrey se maldijo a sí misma por no haber previsto esto. Ella era, después de
todo, hermosa y deseable.
─Naturalmente, me siento halagada ─dijo mientras se ponía de pie, ─y eres un
excelente guardaespaldas y un tipo más que confiable, Duncan, pero...
─Pero no soy ni rico ni tengo títulos, ¿no es así?
De repente, Audrey se arrepintió de haber dejado que todos los sirvientes de la
cocina fueran al mercado.
─Eres muy guapo, sin embargo ─dijo ella, dirigiéndose hacia la puerta que daba
al patio. Su sirvienta estaba en el lavadero. Eso no estaba tan lejos. ─Mucho mejor
que Roland en apariencia.
─No soy un tonto como esos otros que se dejan apartar con palabras suaves,
sonrisas y halagos ─respondió Duncan, cerrando la distancia entre ellos. ─No
tienes más interés en mí que en el pescador.
─¡Sí lo tengo! ─respondió ella, alejándose de él. Podría llamar por la ventana
para pedir ayuda.
La agarró por el brazo y la tiró acercándola más.
─Te he servido durante años y nunca has pensado en mí como algo más que un
sirviente, ¿verdad? En lugar de eso, has fijado tus ojos en ellos que no te quieren y
piensas que eres mejor que yo.
─¡Duncan, por favor, me estás haciendo daño!
La soltó y ella cayó de rodillas.
─He terminado contigo, perra. Encuentra a alguien más para que te observe
hacer una tonta de ti misma.
─¿Perra? ─repitió con furia mientras se levantaba. ─¿Cómo te atreves a
hablarme de esa forma? ¡Cómo te atreves a llamarme por otros nombres! ¡Sal de
esta casa! ¡Vuelve a tu inmundicia de país! ¡Eres un salvaje y tus compatriotas son
peores y todas las mujeres son putas!
Esa fue la última cosa que Audrey D'Orleau dijo.

***

La sirvienta de mediana edad de Audrey chilló horrorizada, luego dejó caer su


cesta de ropa húmeda y corrió hacia el patio, sus faldas volando.
─¡Ayuda! ¡Oh, ayuda! ─gritó, su delgada y sencilla cara tan blanca como las
plumas de ganso.
El lacayo, un hombre de pelo gris que no era conocido por darse prisa, la oyó y
salió corriendo del establo para ver qué iba mal.
En el momento en que el hombre mayor se había ido, Duncan salía de su
escondite, agarraba unas riendas y se las ponía al caballo más rápido de Audrey. El
caballo relinchó despacio y se estremeció, perturbado por el olor a sangre fresca
en su ropa.
No obstante, Duncan consiguió ensillarlo y salir del establo. Ya estaba montado
y galopando lejos de Dunborough antes de que el lacayo saliera corriendo de la
casa, corriera hacia la aldea y al castillo más allá.

***

Duncan estaba bien lejos de Dunborough para el momento en que Gerrard, el


lacayo, el juez local y varios soldados y hombres de la aldea se apiñaran en la sala
principal de la casa de Audrey. La habitación estaba desordenada, los delicados
muebles destrozados y rotos, el brasero dado vuelta. Ella había luchado, eso era
cierto, pero ahora su cuerpo yacía en el suelo, sus piernas separadas, sus faldas
levantadas y su garganta cortada tan profundamente, que su cuello estaba casi
rebanado.
Gerrard había visto sangre, crueldad y muerte, pero nada que le hubiera hecho
sentirse nunca tan enfermo y apesadumbrado como la vista del cuerpo violado y
sangriento de la pobre Audrey. El juez local, un orfebre llamado Jonás, salió
corriendo de la habitación, su rostro verde.
─¡Oh, Audrey! ─murmuró Gerrard, bajándole las faldas y cubriéndole la cara
con un mantel de la mesa que estaba cerca. Era todo lo que podía hacer para
devolverle alguna medida de dignidad en la muerte y silenciosamente juró que
encontraría a quienquiera que hiciera esto y ese hombre pagaría.
El Padre Denzail, seguido por Alford, el boticario, se empujaron a través de la
aturdida y horrorizada multitud. El sacerdote tuvo que darse la vuelta mientras
hacía el signo de la cruz. Pronunció una breve bendición, luego también huyó de la
habitación.
Alford se inclinó sobre el cuerpo de Audrey como un padre preocupado, su
cabello oscuro flotando sobre su pálida frente, sus ojos azules atentos y buscando
mientras la examinaba.
─Esto fue hecho con una espada ─le dijo a Gerrard. ─Una pesada y afilada,
manejada por un hombre fuerte.
Solo entonces Gerrard se dio cuenta de que el escocés no estaba allí.
─¿Dónde está Duncan? ─demandó a los espectadores.
Un hombre habló desde la parte de atrás de la multitud y Gerrard reconoció a
Matheus, el propietario fornido y de rostro sonrojado de El Canto del Gallo.
─Lo vi yendo por el camino del sur no hace mucho. También estaba cabalgando
como el viento.
O como un hombre culpable.
─La dejo a tu cuidado y el del sacerdote ─le dijo al boticario, ─mientras voy a
atrapar a su asesino.

***

─De nuevo, gracias por su hospitalidad ─le dijo Roland a Sir Melvin mientras se
retiraba después de pasar la noche en su camino a DeLac.
─¡Siempre con gusto! ─respondió el noble. ─Es desafortunado que mi esposa
partiera a visitar a su hermana antes de que llegara. Estoy seguro de que le habría
gustado verlo.
Roland no estaba tan seguro. No creía que le hubiera causado una buena
impresión a Lady Viola y aunque aparentemente Mavis no le había contado al
hombre o a su esposa que habían discutido, Sir Melvin -o más probablemente
Lady Viola- probablemente había adivinado que todo no estaba bien cuando no
había vuelto con ella.
Como debería haberlo hecho.
─¿Está seguro de que debería viajar hoy? ─preguntó Sir Melvin mirando al
cielo. ─Se ve como lluvia en el este. Se están levantando nubes.
─Hefestos ha hecho este viaje rápidamente antes y yo debería estar con mi
esposa ─respondió Roland.
Sir Melvin suspiró y sonrió.
─Veo que es inútil tratar de detenerlo, pero debe prometerme que usted y su
encantadora esposa se detendrán aquí en su camino de regreso a Dunborough.
Viola se molestará si no lo hace y un hombre siempre debería tratar de mantener
a su esposa feliz. Ese es el secreto de la felicidad matrimonial, si me lo pregunta.
Roland no le había preguntado. Sin embargo, supuso que Sir Melvin tenía sus
razones para ofrecerle este consejo.
─Estaremos encantados ─respondió Roland, esperando que Mavis regresara
con él. ─Adiós, Sir Melvin y gracias de nuevo.
─¡Vaya con Dios, Sir Roland! ¡Tenga cuidado en los caminos! ¿Está lo bastante
seguro de que no esperará a que pase la tormenta?
─Me refugiaré si tengo que hacerlo, pero preferiría montar mientras pueda.
─¡Bueno, pues, váyase ahora y no olvide traer a su linda esposa de vuelta con
usted!
Roland asintió y se impulsó hacia la silla de montar.

***

─¡Roland! ¡Alto, maldito bastardo!


Roland detuvo a Hefestos y se giró en la silla para mirar detrás suyo.
Por la sangre de Dios, era Duncan... y el hombre estaba cubierto con tanta
sangre, que parecía como si hubiera estado en una batalla.
─¿Qué está mal? ─demandó cuando el hombre lo alcanzó y frenó su agotada y
sudada montura. ─¿Le ha ocurrido algo a Audrey?
Duncan se deslizó de su silla de montar y sacó su florete, la empuñadura
igualmente ensangrentada, de la funda en su espalda. Su caballo resopló y se alejó
cojeando, mientras Hefestos sacudía la cabeza como un luchador que usara solo
sus puños a punto de encontrarse con un oponente.
─Desmonta de tu caballo, hombre ─ordenó Duncan con un brillo febril en sus
ojos.
La mano de Roland se dirigió a la empuñadura de su espada, pero vista su
angustia no la desenfundaría.
─¿Quién crees que eres para darme órdenes? ─demandó.
─Si no desmontas, yo te haré hacerlo ─respondió el escocés, moviéndose como
para agarrar las riendas de Hefestos.
Roland saltó de su caballo, pero antes de que pudiera sacar su espada, el
escocés tenía la hoja de su florete contra el pecho de Roland.
─¡Suéltala! ─ordenó el escocés.
Roland mantuvo los brazos abiertos, como si se rindiera. La lluvia comenzó a
caer, las gotitas mojándole su cabello, su ropa y la espada de Duncan. Hefestos
relinchó y se movió hasta ponerse bajo el árbol más cercano.
─¿Qué quieres, Duncan? ─preguntó Roland, manteniendo su voz tranquila y
firme porque reconocía esa mirada en los ojos del escocés. La había visto antes, en
los ojos de los hombres que estaba a punto de castigar, o mientras el verdugo
deslizaba el lazo alrededor de un cuello.
─Voy a matarte.
Eso era lo que Roland había adivinado, aunque no sabía por qué. También era
obvio, de una manera terrible, que el hombre ya había atacado a alguien.
─¿Dónde está Audrey?
─¡No te importaba ni una maldita cosa! Ni a ti ni a tu maldito hermano. Son
unos demonios, el par, de una familia de demonios. ¡Voy a librar al mundo de
ustedes!
─¿Qué ha sucedido? ¿Está herida?
─¡Herida, sí... herida por ti y por esa puta que trajiste a casa! La usaste y luego
la arrojaste a un lado para casarte con otra mujer que no es digna ni de tocar el
dobladillo de su vestido.
─Nunca tomé lo que Audrey me ofreció. No la arrojé a un lado.
Los ojos del escocés brillaron de odio y su hoja se presionó un poco más fuerte
en el pecho de Roland.
─¡Mentiroso! ¡Compartiste su cama!
─Nunca he estado en la cama de Audrey, ni ella en la mía ─contestó Roland con
sinceridad, deseando que el hombre le creyera. ─Si ella dice lo contrario...
─No lo hace. No tuvo que hacerlo. ¡Lo sé! ¡Veo las cosas! Ella te quería. Es a ti a
quien ha querido por años. No pudo ver nada más que a ti por años.
─Estas equivocado. Era a mi hermano mayor a quien quería. Incluso rara vez
me hablaba.
─¡Mentiroso! Siempre estaba deseando estar en tu salón, pero apenas me
notaba, el hombre que la amaba y la protegía como si fuera su esposo. Vivía solo
para oírla decir mi nombre, pero ella no me hubiera dado ni la hora del día.
El dolor que había alcanzado los ojos del hombre cambió de nuevo a odio y de
nuevo presionó su hoja en el pecho de Roland. Esta vez Roland sintió el punto
donde rasgó su carne y un chorrito de sangre comenzó a fluir.
─Y luego regresaste con una esposa y rompiste su corazón. Y ahora la pobre y
sombría amante piensa que ese hermano tuyo va a darle lo que quiere. Él nunca lo
hará. La usará y la arrojará a un lado igual que tú. ¡Debería arrancarles a ambos
sus corazones por aquello!
Debería. Eso significaba que no había ido tras Gerrard. Aún no. Y Mavis, gracias
a Dios, estaba a salvo en DeLac. Pero Audrey...
─¿Qué has hecho?
Los hombros del hombre se hundieron e inclinó la cabeza.
─Debería haber visto que era irremediable ─murmuró, más que la lluvia
humedeciendo sus mejillas. ─Debería haber sabido que nunca me querría. Pero
esperaba... y luego ella dijo... Soy un hombre orgulloso con derecho a serlo, sin
embargo, ella dijo...
Roland estaba a punto de sacar su espada cuando Duncan bruscamente
levantó la cabeza, esa mirada hostil e irracional de vuelta en sus ojos. Retorció la
hoja, rasgando el cuero de la túnica de Roland.
─Lo que ocurrió fue su culpa. No debería haber dicho lo que dijo. Y ahora está
de vuelta allí ─hizo un gesto con su espada, alejándola del pecho de Roland para
señalar hacia atrás al camino que se dirigía hacia Dunborough.
Era el momento por el que Roland había estado esperando. Saltó lejos y sacó
su espada, listo para luchar contra un hombre bien entrenado y en su mejor
momento.
Duncan atacó como un hombre poseído y lo estaba... poseído por un amor no
correspondido y deseo insatisfecho, impulsado por la frustración y el odio.
Sus hojas se encontraron en un choque de metal contra metal. Roland se giró,
buscando una mejor posición en el camino húmedo y fangoso. Duncan fue tras él
en un instante, preparándose para llevar su pesada arma al cuello o al hombro de
Roland. Roland atrapó el golpe con la hoja de su espada, luego usó toda su fuerza
y peso para apartar al escocés.
Duncan perdió el equilibrio y se tambaleó hacia atrás y Roland se acercó para
atacar. El escocés se recuperó rápidamente, girando y cortando con su florete,
pillando la pantorrilla de Roland, cortando a través del cuero de su bota la carne
debajo.
Sintiendo una aguda quemadura de dolor, Roland desvió otro golpe y no prestó
atención a la sangre corriendo por su pierna. Desenganchó su espada y golpeó de
nuevo, balanceando su hoja bajo la espada elevada de Duncan para rebanar a
través de su túnica, abriendo un corte de ropa y carne.
Eso no pareció debilitar a Duncan. En cambio, solo sirvió para hacerlo más
feroz y más decidido, de modo que atacó con una rabia casi maníaca. Mientras
Roland retrocedía para evitar otro golpe, su pantorrilla herida cedió y con un grito
de dolor cayó sobre una rodilla.
Gritando con triunfo, Duncan se apresuró para dar el golpe mortal, pero estaba
demasiado cegado por su rabia como para ver que Roland levantaba su espada en
el momento crítico, el extremo de la empuñadura descansando en el suelo como
las puntas de una empalizada. Corrió directamente contra la espada, empalándose
a sí mismo. El escocés dejó caer su florete y se tambaleó hacia atrás, mirando con
estupefacto horror la herida abierta debajo de su brazo derecho. Con su tobillo
palpitando, Roland empezó a levantarse, preparado para atacar de nuevo.
Jadeando, Duncan se aferró a su costado mientras la sangre se derramaba
fuera. Su boca se movió, pero ningún sonido salió antes de que cayera de rodillas y
luego se desplomara hacia delante.
Agotado y adolorido, arrastrando su espada, Roland se dirigió hacia Hefestos.
Solo entonces sintió la sangre en su bota y se dio cuenta de lo mucho que estaba
perdiendo.
Duncan gimió y se puso sobre sus manos y rodillas.
¿No estaba muerto?
El escocés se puso a sí mismo de pie y se lanzó hacia su florete.
─Te mataré, bastardo y a tu hermano también ─jadeó.
Roland enfundó su espada y se subió a su caballo.
─Hoy no ─dijo.
Así como nunca más lucharía con Duncan. Estaba perdiendo demasiada sangre.
Mejor dejar el campo de batalla y llegar a DeLac y enviar hombres desde allí para
capturar al escocés. Duncan podría no estar muerto, pero estaba demasiado
herido de gravedad como para llegar lejos, incluso a caballo.
Así como él seguramente moriría si no recibía ayuda pronto.
Levantó las riendas y, después de una mirada de reojo a su atacante que
todavía se dirigía hacia su espada, Roland chasqueó la lengua y partió hacia DeLac.
***

Roland se despertó con un jadeo, volviendo a la conciencia por el agudo dolor


de su pierna. Milagrosamente, todavía estaba en la silla. La lluvia caía y estaba frío
y empapado. Peor aún, su pierna se sentía como si estuviera en llamas, incluso
mientras comenzaba a temblar y no podía detenerse.
Recordó el ataque de Duncan, el golpe. Y que había estado sangrando.
Estaba oscuro, también. No era de noche todavía, pero atardecía.
Tampoco estaban en el camino. Hefestos se había salido del camino fangoso
hacia los bosques limítrofes y estaba tirando de la hierba, masticando lentamente.
Roland se secó el agua cayendo en sus ojos y lamió con gratitud la lluvia en sus
labios, porque estaba muy sediento.
¿Dónde estaba? ¿Cerca de DeLac o con kilómetros por recorrer? Miró a su
alrededor, pero no pudo ver el camino.
Sus dientes chasqueaban incontrolablemente, se secó la cara otra vez. Su
mente estaba nublada, empañada por el frío, la incomodidad y el dolor.
Si seguía adelante, podría estar alejándose más del camino y perdiéndose más.
Lo mejor -lo único- que podía hacer era quedarse donde estaba hasta la mañana.
Encontrar algún refugio. Tratar de mantenerse cálido. Tal vez quitarse la bota, si su
pantorrilla no estaba demasiado hinchada.
Desmontó con cuidado, aun así, dejó escapar un grito de dolor cuando puso la
pierna herida en el suelo. No podía caminar más lejos, no así.
Tenía que encontrar refugio, al menos por la noche.
Divisó lo que parecía una pila de madera desvencijada. Secándose los ojos de
nuevo, la miró con más atención. Sí, había una especie de techo. O parte de uno.
Era la ruina de una choza o cabaña.
─Vamos, Heffy ─murmuró.
Fue a agarrar las riendas de su caballo, pero se resbaló, rompiendo una rama
mientras trataba de evitar caerse. La rama golpeó a Hefestos en su cuello,
sorprendiendo a la pobre y cansada bestia y enviándolo en una carrera a través de
los árboles mientras Roland caía pesadamente al suelo.

***

─¡Hay algo aquí en el agua! ─gritó uno de los soldados de Dunborough dos días
después de que el cadáver de Audrey hubiera sido descubierto. Gerrard y sus
hombres habían venido a caballo cubriendo kilómetros de distancia, desmontando
y buscando en los bordes y matorrales cualquier señal de un caballo o un hombre
abandonando el camino. Los ojos de águila de Hedley habían descubierto
recientemente algunas ramas rotas, como si un hombre o un caballo hubieran
atravesado por allí. Habían encontrado el caballo no demasiado lejos del camino y
luego se movieron hacia el río.
Gerrard corrió hacia Hedley, quien estaba tratando de tirar algo hacia la orilla
con su espada.
─Es un cuerpo, atascado en un tronco ─dijo mientras Gerrard se detenía a su
lado.
Gerrard reconoció la tela arremolinándose alrededor de los miembros
inferiores y el cabello del hombre.
─Es Duncan.
Hablaba fríamente, sin compasión, porque nunca perdonaría ni olvidaría lo que
este hombre le había hecho a Audrey.
Después de que algunos de los otros hombres ayudaran a sacar el cuerpo del
agua, Hedley se agachó y levantó la túnica del escocés para revelar una profunda
herida.
─Eso es lo que lo mató, apostaría, no ahogado.
─Entonces, ¿cómo acabó en el agua? ─preguntó Gerrard en voz alta.
Unos pocos metros más allá junto a la orilla, otro soldado estaba examinando
el terreno más seco bajo un sauce.
─¡Hay huellas aquí! ─exclamó.
Gerrard trotó para acercarse más y examinó las huellas y la orilla del río.
─Luce como si solo hubiera habido un hombre ─señaló. ─¡Hedley, tráeme una
de las botas de Duncan!
Tomó unos pocos momentos arrancar la bota del pie del hombre muerto. Una
vez que estuvo hecho, Gerrard tomó la bota empapada y la colocó en las huellas
que habían sido protegidas de la lluvia por las ramas del sauce, tupidamente
entrelazadas y sin hojas.
La bota encajó.
─Podría haber estado tratando de conseguir un trago de agua ─sugirió Hedley.
─Quizás ─respondió Gerrard. Volvió a mirar el suelo, más cerca del agua. No
había hendiduras de las rodillas de un hombre y las habría habido si se hubiera
arrodillado para tomar un trago.
Tal vez, severamente herido, Duncan había caído dentro del agua antes de
haberse puesto de rodillas.
─¡Un caballo! ¡El caballo de Sir Roland! ─gritó otro soldado.
¿Solo su caballo?
Con el corazón latiendo de miedo, Gerrard corrió hacia el soldado que había
atrapado las riendas de Hefestos. La bestia estaba claramente cansada y todavía
llevaba una silla de montar.
La silla de Roland.
Había sangre en ella y también en Hefestos.
Capítulo 14

Cinco días después de que su padre muriera, Mavis se despertó de su inquieto


sueño para encontrar a Tamsin sentada en un taburete al lado de la cama, una
sonrisa en sus labios y preocupación en sus ojos.
─¿Qué ha sucedido? ─demandó Mavis, sentándose.
─Solo quería ver cómo estabas esta mañana, antes de que estés demasiado
ocupada con tus deberes domésticos. Extraño las conversaciones que solíamos
tener ─el ceño de Tamsin se profundizó. ─Quizá deberías quedarte un rato más en
la cama. Nadie te culpará si lo haces.
─No puedo. Tengo mucho que hacer ─dijo Mavis, levantándose y luchando
contra la pequeña oleada de náusea del tipo que había estado experimentando los
últimos días. Tratando de aclarar la preocupación de su prima, sonrió y dijo:
─Nunca fuiste de las que descansaban cuando estabas a cargo de la casa.
─Entonces no estaba embarazada ─respondió Tamsin.
Mavis quería negar que estaba esperando, hacer tiempo hasta que estuviera
más segura, pero al ver el rostro cariñoso y simpático de Tamsin, no pudo. No
totalmente.
─Es demasiado pronto para estar completamente segura.
─¿Pero lo sospechas?
Mavis asintió.
─¿Y aun así Roland no viajó contigo?
─No sabíamos lo mal que estaba mi padre y tiene mucho que hacer en
Dunborough ─respondió Mavis, dirigiéndose al lavabo.
Su prima la siguió.
─Esa no es excusa. Debe haber otros que pueda dejar a cargo: el mayordomo y
uno de sus soldados de rango superior.
Mavis no quería confesar todos sus problemas a su prima, como si todavía
fuera una niña.
─He sido feliz con Roland. Muy feliz. Es tranquilo, por supuesto y severo con
sus hombres, pero mi primera impresión fue correcta. Hay un hombre bueno y
bondadoso detrás de ese aspecto frío y grave. Y cuando estábamos solos... ─se
sonrojó. ─Ha sido maravilloso.
─Pero algo ha ido mal ─persistió Tamsin. ─Me hablaste de la sirvienta que
despediste. ¿Hay otros que sean perezosos o irrespetuosos?
─No.
─¡Me alegra oírlo! ─Tamsin vaciló un instante, luego dijo: ─Mencionaste al
mayordomo.
─Dalfrid. No me gusta ni confío en él. Tampoco lo hace Roland y será
despedido tan pronto como Roland aprenda lo que necesita saber sobre las
finanzas del feudo. Así que ya ves, Roland no querría dejarlo a cargo.
Tamsin tomó las manos de su prima entre las suyas y su preocupada mirada
buscó en el rostro de Mavis.
─Me temo que algo más está mal entre ustedes, Mavis. Algo serio. Por favor,
¿no me lo vas a decir? ¿No compartirás tus problemas conmigo, como solías
hacer? No es ninguna debilidad compartir tus cargas con alguien que te ama.
Mavis había sido fuerte durante días, pero mientras Tamsin la miraba con
semejante preocupación afectuosa, las paredes de sus defensas comenzaron a
desmoronarse.
─Hay una mujer en la aldea, Audrey D'Orleau, la heredera de un rico
comerciante. Al parecer, todos en Dunborough pensaron que Roland se casaría
con ella, incluyendo a Audrey.
─¿Y Roland?
─Niega que eso estuviera nunca en su mente. Dice que todo lo que Audrey
quiere es un título, no a él.
─¿Le crees?
Mavis apartó la mirada y buscó en su corazón, buscando la respuesta a esa
pregunta, una que la había estado molestando durante días y no importaba
cuanto intentaba ignorarla. Él era tan guapo, tan poderoso, tan seguro, ¿cómo
podía ser que ninguna otra mujer lo hubiera buscado?
Sin embargo, mientras pensaba en sus firmes negaciones y la mirada en sus
oscuros ojos, mientras recordaba cómo le había hecho el amor y todas las cosas
que había dicho, se dio cuenta de cuál era la respuesta. La que debería haber sido
todo el tiempo y deseaba que estuviera aquí para explicárselo.
─Sí, lo hago.
El ceño de Tamsin se profundizó.
─Aun así, ¿hay algo más?
Mientras su orgullo le decía que dijera que podía tratar con el hermano de su
esposo, su corazón exigía honestidad, así que respondió con toda la frustración
que sentía.
─Su hermano.
─¿Gerrard? Rheged lo llama un derrochador encantador y me dijo que Roland y
su hermano discuten a menudo. Pueden ser gemelos, pero creo que no podrían
ser más diferentes. Eso no puede ser fácil para ti.
─¿Discutir? Eso es lejos demasiado insignificante como para expresarlo en una
sola palabra. Gerrard parece vivir para enojar a Roland y Roland siempre coge el
cebo. Rheged tiene razón: no podrían ser más diferentes. Roland es honorable,
respetable, obediente y generoso. Gerrard es un pícaro egoísta e insolente y
amargado porque no heredó Dunborough, aunque no sea apto para gobernar
nada. Incluso afirmó que Roland se casó conmigo solo para vencerlo de algún
modo, o para ponerlo celoso.
Tamsin abrió mucho los ojos.
─¿Crees que eso es...?
─No quiero creerlo. No quiero creer en nada de lo que diga Gerrard. Y luego la
última vez que discutieron, llegaron a los golpes como dos animales salvajes. Les
hice parar y rogué a Roland que le diera dinero a Gerrard para que se fuera. Por
desgracia, no hay tanto en las arcas como pensábamos. Pero incluso si lo hubiera,
si Gerrard no decide irse, Roland no lo obligará a hacerlo, aunque le dije a Roland
que podría estar embarazada y cuánto anhelaba un hogar pacífico. Y luego
recibimos la carta de mi padre y Roland se negó a dejarme volver.
─¿Él... qué?
Mavis había llegado así de lejos. Le diría todo a Tamsin.
─Como puedes ver, vine independientemente y él no intentó detenerme
realmente. A pesar de lo que dijo, había una escolta esperando para ir conmigo
─Mavis se sentó en el taburete frente al tocador y contempló a su prima con
consternación. ─Oh, Tamsin, no estoy segura de qué hacer, qué pensar. Me temo
que nunca entenderé a mi esposo, o sabré cómo se siente realmente. Temo que
Gerrard hablara en serio y que yo nunca significaré tanto para Roland como creía
que lo haría. Me preocupa que me pase por alto y me ignore, igual como lo hacía
mi padre. Cuando pensaba, esperaba, que con Roland fuera diferente.
Fue aún más lejos, a un lugar profundo de su corazón y confesó la verdad que
no había admitido ni siquiera para sí misma.
─Sobre todo, Tamsin, me temo que nunca me amará, no como yo lo amo.
La expresión de Tamsin se volvió aún más comprensiva.
─¿Lo amas?
Mavis asintió.
─Creo que lo he amado desde la primera vez que lo vi aquí en el establo. Iba a
huir y llegué al establo, pero él estaba allí. Acababa de llegar y estaba hablando
con su caballo.
─¿Con su caballo?
─Hefestos ─replicó ella, ansiosa ahora por contarle a Tamsin lo que había
ocurrido aquella primera mañana. ─Le hablaba con tanta delicadeza, e hizo una
pequeña broma sobre no lucir como un mendigo. Mientras se iba a marchar, no
obstante, se detuvo un momento y pude verlo cambiando, como si estuviera
poniéndose un disfraz. Se convirtió en el hombre frío y severo que la mayoría de la
gente cree que es. Pero no fue así en el establo, Tamsin, en absoluto y cuando
pidió mi mano, volví a ver a aquel otro hombre gentil. Eso fue el por qué acepté
los esponsales, por esa voz suave en el establo y esa mirada en sus ojos en el solar.
Suena tonto, supongo, pero esa era la forma en que me sentía. Y al principio, en
nuestra noche de bodas, fue ese hombre amable. Entonces después, volvió a ser
frío y temí que me hubiera equivocado después de todo. Pero entonces sería tan
apasionado, estaba segura... ─se sonrojó, pero continuó. ─Sin embargo, en otras
ocasiones, estaría sombrío y silencioso. No obstante, a medida que pasaba el
tiempo, pensé que sería el esposo que había esperado, que podría cuidarlo, hasta
que llegamos a Dunborough. Nuevamente parecía cariñoso y amable, excepto
cuando se trataba de lidiar con su hermano. Entonces no me prestaba atención y
era incluso... áspero.
─¿Le has dicho que lo amas?
Mavis sacudió la cabeza.
─¿Cómo podría, cuando no estaba segura de mí misma? Sin embargo,
seguramente debe saber que me preocupo por él. He tratado de ser una buena
encargada y esposa. He ido a su cama con agrado. Más que agrado… con anhelo.
Tamsin la miró con profunda simpatía.
─Es difícil conocer el corazón de un hombre tranquilo, especialmente uno que
nunca ha tenido a nadie en quien confiar. Podría ser que sus cambios de humor no
tengan nada que ver contigo, sino con sus propias batallas privadas. Y como no
conoce su corazón, puede ser tan ignorante del tuyo. No es un vidente, Mavis.
Deberías decirle cómo te sientes.
Mavis no pudo encontrar la mirada firme de su prima.
─¿Y si no me ama? ¿Si se casó conmigo solo por ganancia? ¿O para poner
celoso a su hermano?
─Si eso que dices es cierto, que ha sido amable y tierno y cariñoso contigo
─Tamsin respondió suavemente, ─creo que probablemente se preocupa mucho
por ti. Aunque, a un hombre así... tales palabras no le vendrán fácilmente. Y
realmente no podemos culparle por ser leal a su hermano. Tal vez también
compadezca a Gerrard.
Mavis nunca había considerado realmente que la compasión pudiera
desempeñar un papel en los sentimientos de Roland por su hermano.
─¡Mavis! ─gritó un hombre, seguido rápidamente por el sonido de botas
golpeando los escalones. ─¡Mavis!
¡Conocía esa voz!
─¡Es Roland! ─gritó Mavis. ─¡Rápido, ayúdame a ponerme mi vestido!
Tamsin apenas había conseguido atar el vestido antes de que la puerta se
estrellara.
Pero no era Roland estando de pie en el umbral.
─¿Dónde está Roland? ─demandó Gerrard.
Mavis lo contempló con aturdida sorpresa.
─¿Qué quieres decir? ¡No está aquí!
─Veo eso. ¿En qué parte del castillo está?
─¡No está aquí en absoluto! ─exclamó Mavis. ─Gerrard, ¿qué ha ocurrido?
¿Qué estás haciendo aquí?
Rheged entró en la habitación.
─¿Por qué hay cincuenta hombres de Dunborough en el patio?
─Vinimos aquí buscando a Roland.
─Este es Gerrard ─explicó rápidamente Mavis. ─¿Qué ha ocurrido? ─repitió, su
miedo y su pánico creciendo.
─Roland dejó Dunborough para venir aquí hace tres días ─dijo Gerrard. ─Ayer
encontramos a Hefestos a cuatro millas de aquí, solo y todavía llevando la silla de
Roland.
Repentinamente mareada, Mavis se llevó la mano a la cabeza. Tamsin corrió a
su lado y la ayudó a sentarse en el taburete.
─Debe de haber caído. ¡Debe estar herido! ─gritó Mavis, mirando de Gerrard
hacia Rheged. Empezó a ponerse de pie. ─¡Tenemos que encontrarlo!
Gerrard se pasó la mano por el cabello, el gesto exactamente igual al de
Roland, sus rasgos igual de oscuros y severos.
─Hemos estado buscando y no solo a Roland. El mismo día que Roland salió de
Dunborough, Audrey D'Orleau fue encontrada muerta en su casa.
─¿Quién demonios es Audrey D'Orleau? ─preguntó Rheged.
Tamsin lo apartó.
─Una mujer adinerada de Dunborough ─le susurró.
─Ha sido... ─empezó Gerrard, luego vaciló. ─Asesinada. Duncan fue visto
cabalgando desde Dunborough rotundo como el infierno por el camino del sur
justo antes de que la sirvienta de Audrey la encontrara.
─¿Quién es Duncan? ─preguntó Rheged.
─Era el guardaespaldas de Audrey ─dijo Gerrard.
─¿Era? ─jadeó Mavis.
─Lo encontramos muerto en el río. No obstante, había sido herido antes de
entrar al agua. Si se ahogó después de haber sido herido o...
Mavis saltó a sus pies.
─¡Atacó a Roland! ¡Estoy segura de ello! Odiaba a Roland. Lo vi en su rostro. Y
tomó el camino del sur, dijiste.
─Si Duncan atacó a Roland, habríamos encontrado a Roland en el camino, o
cerca de Duncan.
Si Roland estaba muerto, habrían encontrado su cuerpo, pero no lo habían
hecho y Mavis aferró su corazón a eso.
─Roland pudo resultar herido en alguna parte, demasiado débil para cabalgar y
debemos seguir buscándolo.
─Lo he estado buscando por todo el camino desde Dunborough ─dijo Gerrard,
mostrando su frustración, ─y no hemos encontrado ningún signo...
─¡Entonces busquemos de nuevo! Tengo hombres aquí para ayudar y Rheged...
─Convocaré hombres de Cwm Bron ─ofreció inmediatamente el galés. ─Lo
encontraremos, Mavis. Un hombre como ese no se va fácilmente a su muerte. Por
muy mal que esté herido, no se rendiría sin pelear. Podría haber algún establo o
dependencia, o incluso una cueva, donde pudo haberse refugiado.
─¡Buen Dios! ─gritó Tamsin, sus ojos brillando con esperanzadora emoción.
─¡La choza del carbonero! Es una cabaña en ruinas no lejos de aquí, en el bosque.
Roland pudo haberla encontrado y refugiado ahí, especialmente si estaba herido.
¿Recuerdan cómo llovió?
Las esperanzas de Mavis se dispararon.
─Gerrard, tú y tus hombres descansarán aquí mientras convoco a los míos para
organizar una partida de búsqueda.
─Mis hombres pueden descansar, pero voy a dirigir tu partida, mi lady, si me lo
dices...
─Tú lidera el camino, Rheged ─ordenó Mavis. ─Y cabalgaré contigo.
Tamsin se movió para tomar su mano.
─¿Crees que eso es prudente, Mavis, en tu condición?
─Soy una buena jinete ─respondió con determinación. ─No puedo sentarme y
esperar en casa, no cuando Roland está perdido ─se apartó de su prima y agarró
su capa. ─Ahora debo llamar a mis hombres ─dijo, corriendo hacia la puerta con
Rheged justo detrás de ella.
─¡Mavis! ─protestó Tamsin, empezando a seguirlos.
Gerrard sostuvo a Tamsin.
─No sirve de nada pedirle que se quede atrás, mi lady ─dijo con una irónica
sonrisa, un indicio del alegre maleante en sus exhaustos ojos. ─Tu prima es una
mujer muy decidida, o no sería la pareja adecuada para mi hermano y empiezo a
ver que están, en verdad, hechos el uno para el otro y significan lo mismo el uno
para el otro.

***
Era un día que Mavis nunca olvidaría, de espanto y consternación y esperanza,
también, mientras cabalgaba junto a Gerrard. Rheged encabezó la partida de
búsqueda formada por hombres de DeLac, entre ellos Arnhelm y Verdan y varios
de Dunborough que se negaron a quedarse atrás.
Rheged hizo que su caballo se detuviera en el camino de una zona boscosa a
unos pocos kilómetros de DeLac.
─Aquí está el sendero hacia la cabaña.
Desmontando, sujetó las riendas de su caballo, lo amarró alrededor de la rama
de un árbol y entró en el bosque que estaba cerca de unos tupidos matorrales.
Gerrard también desmontó y ayudó a Mavis a bajar de Dulce. Los soldados detrás
de ellos se bajaron de sus caballos y comenzaron a seguir a Rheged por un sendero
apenas perceptible que se alejaba del camino.
Por favor, Dios, ¡haz que Roland esté allí! Rezó Mavis en silencio. ¡Permítenos
encontrarlo! ¡Haz que esté vivo!
Examinando la maleza circundante y los árboles sin hojas, Rheged se detuvo y
levantó su mano. Unos pocos árboles de hoja perenne se destacaban, verdes
contra los marrones y grises estériles.
─¿Qué ocurre? ─preguntó Mavis, ansiosa.
─¡Lo veo! ─gritó Rheged, avanzando de nuevo hacia delante con pasos largos y
seguros.
Recogiendo sus faldas, Mavis corrió tras él, casi tropezando con una raíz.
Gerrard atrapó su brazo para afirmarla, luego le tomó la mano mientras se
apresuraban hacia lo que parecía más como una pila de ramas derribadas que una
construcción.
─¡Roland! ─gritó ella. ─¡Roland!
Rheged llegó primero hasta la arruinada construcción y desapareció, por un
lado, solo para reaparecer igual de rápido.
─No está aquí ─dijo sombríamente, desesperación en sus ojos, en su voz, en el
hundimiento de sus amplios hombros.
Gerrard murmuró un juramento y Mavis luchó contra las lágrimas por un
momento antes de decir:
─Valió la pena el esfuerzo. Debemos seguir buscando. Podría haber notado el
sendero y pensado que lo llevaría hacia algún refugio, pero no llegó hasta este.
No pensaría, y mucho menos diría, lo que podría haberle impedido hacerlo.
─Mi hermano tiene los ojos de un halcón ─dijo Gerrard con renovada
confianza. ─Podría muy bien haber visto el sendero, desmontado y comenzado a
avanzar por él. Es posible que algo asustara a su caballo y se separaran, así que
Hefestos se dirigió a casa. Buscaremos desde aquí hasta el camino y todo el
trayecto hasta DeLac, luego de vuelta hacia Dunborough si es necesario.
─Tan lejos y tanto tiempo como nos tome ─Rheged estuvo de acuerdo.
Con la ayuda de Gerrard, Rheged detalló a los hombres quien buscarían en el
bosque y aquellos que comenzarían a buscar de regreso a DeLac, mientras Mavis
miraba alrededor de la cabaña, buscando cualquier señal de Roland.
No encontró ninguna.
─¿Estás segura de que no descansarás un poco? ─preguntó Gerrard cuando ella
se unió al grupo de búsqueda que se quedaría en las cercanías contiguas.
─No hasta que encontremos a mi esposo.
─Pero si estás embarazada, deberías estar pensando en...
─Estoy pensando en mi hijo, quien necesitará un padre. Un buen padre, como
Roland.
Gerrard asintió y tomó su mano en la suya con más fuerza.
─Y lo será. Fue más que un padre para mí que el mío propio. He sido un patán
desagradecido al tratarlo como lo hice. Mavis, me equivoqué al decir que se casó
contigo para ponerme celoso. Esa solo fue mi propia vanidad. Estoy seguro de que
estoy muy lejos de sus pensamientos cuando está contigo.
Incluso en su consternación, se dio cuenta cuán diferente sonaba Gerrard, cuán
arrepentido y sincero. Demasiado abrumada por la emoción como para hablar,
solo pudo apretarle la mano antes de que comenzaran a examinar el suelo a su
alrededor, avanzando lentamente, buscando cualquier señal de Roland.
Mavis divisó la rama rota del abedul a unos cuantos metros del camino, la
corteza de la madera luciendo fantasmal, diciéndole que la ruptura era reciente.
Avanzando apresuradamente, revisó el suelo y el matorral, hasta que encontró
otra rama rota recientemente. Y luego una bota.
La bota de Roland... y él la estaba usando, yaciendo boca abajo entre los
arbustos y las hojas caídas.
─Roland! ─jadeó, arrodillándose a su lado. Vio su espalda subir y bajar y gritó
con apremiante alegría: ─¡Vengan rápido! ¡Es Roland y está vivo!

***

─Gilbert es un médico muy bueno ─le aseguró Tamsin a Mavis mientras


paseaba fuera de su habitación en el Castillo DeLac. Cerca, Rheged se apoyaba
contra la pared, mientras Gerrard se sentaba en el piso del pasillo, sus brazos
envueltos alrededor de las rodillas, su cabeza inclinada.
─Sí, lo es ─estuvo de acuerdo Rheged. ─He visto hombres recuperarse de cosas
peores. He tenido heridas peores y aquí estoy.
─¡Pero su herida era tan profunda! ─murmuró Mavis, con las manos juntas
como si estuviera rezando. ─Y ha estado yaciendo bajo la lluvia, frío y sin comida ni
bebida.
Un fuerte gemido vino desde del dormitorio y Mavis se puso aún más pálida.
Tamsin se apresuró a rodear a su prima.
Gerrard no se movió.
─Eso será la cauterización ─dijo Rheged con toda naturalidad.
Tamsin le lanzó una mirada de castigo.
─Vamos, Mavis, al salón. No hay nada que puedas hacer aquí.
─Sí, ve y come algo ─estuvo de acuerdo Rheged. ─No se demorarán mucho
tiempo ahora.
─No me iré de aquí hasta ver a Roland ─respondió ella.
Por fin Gerrard levantó la cabeza.
─Debería haberlo encontrado antes. Si hubiera...
La puerta de la habitación se abrió y apareció el médico de mediana edad,
limpiándose las manos en un trozo de lino. Mavis solo podía mirarle, incapaz de
respirar o pensar.
Él sonrió y ella volvió a la vida de nuevo.
─Lo peor ha pasado, mi lady. La herida está limpia y cosida y su esposo está
durmiendo. Vendré dos veces al día para cambiar el vendaje y ver que no esté
infectada. Por otro lado, necesita descansar. Le he dado una bebida para dormir y
dejaré más para que usted le dé si tiene dolor.
─¡Oh, gracias, Gilbert, gracias! ─gritó, pasando por delante de él.
Él levantó una mano prohibitiva.
─Necesita descansar, mi lady y usted también.
─Descansaré después de haberlo visto ─respondió. ─Te doy mi palabra.
─Muy bien ─cedió Gilbert. ─Solo por un momento.
Gerrard se levantó.
─También quiero verlo.
─No creo...
─Vamos ─dijo Mavis, tendiéndole la mano a Gerrard, incapaz de negar la
mirada suplicante en los ojos de su cuñado.
No obstante, Gilbert pareció a punto de protestar, hasta que vio a Tamsin
sacudir la cabeza.
─Muy bien, pero recuerden lo que dije.
─Lo haré ─respondió Gerrard antes de seguir a Mavis dentro de la habitación,
que olía a pomada y carne quemada.
Nada de eso le importó a Mavis mientras se apresuraba hacia la cama, donde
Roland yacía, pálido y quieto.
─¡Oh, mi amor! ─susurró mientras se arrodillaba junto a él y apoyaba la cabeza
en su pecho.
Gerrard no dijo nada. Se quedó de pie mirando a su hermano, luego se volvió
para irse.
─Quédate un momento ─dijo Mavis, levantando la cabeza y haciendo la
pregunta que la había estado atormentando desde que habían regresado al
castillo. ─¿Por qué tú? ¿Por qué dirigiste la partida de búsqueda de Roland?
Pensó, pero no dijo que, si Roland hubiera muerto antes de haber sido
encontrado, Gerrard habría sido el lord indiscutible de Dunborough.
─Es mi hermano ─respondió, ─y hemos hecho la paz entre nosotros. Y
─prosiguió con una de sus pícaras sonrisas, aunque una débil, ─me he dado cuenta
de que he sido un culo ingrato.-Se puso serio de nuevo. ─También descubrí que
Dalfrid nos ha estado robando por años, culpándome a mí y a otros por las
pérdidas cuando él ha estado tomando el dinero. Lo encontré en York y lo traje de
vuelta para hacer justicia. Más que eso, mi lady, me has hecho verme a mí mismo
como los otros lo hacen y no me gustó lo que vi. Le debo a Roland más que
insolencia. Quiero demostrarle que puedo ser un hombre mejor y digno de tener
una propiedad, por grande o pequeño que sea.
─¿Entonces Roland te ha ofrecido una parte de Dunborough?
─Sí ─llegó la respuesta, pero no de Gerrard.
─¡Roland!
Sus ojos apenas se abrieron, pero sus labios se sacudieron en una pequeña
sonrisa antes de que sus párpados se cerraran de nuevo.
Mavis y Gerrard se sonrieron el uno al otro.
─¿Aceptarás? ─preguntó Mavis, ahora esperando que lo hiciera.
─Aún no lo he decidido ─respondió Gerrard. ─Con los regalos vienen las
obligaciones y no estoy seguro de estar listo para eso siquiera, o sea merecedor de
tal generosidad.
─Tus acciones recientes me dicen que lo eres.
─Tal vez ─izo una de sus grandes y arrebatadoras reverencias. ─Ahora te dejo
con tu esposo, mi lady y espero verte en el salón para la cena.
Mavis sonrió y asintió, aunque -y a pesar de cualquier amonestación del
médico- no tenía intención de dejar esta habitación hasta que Roland estuviera lo
suficientemente bien como para ir con ella.

***

Roland se volvió y gimió mientras el dolor le recorría la pierna. Al abrir los ojos,
descubrió que estaba en una habitación. Era grande, como la cama y había luz
procediendo de velas o una lámpara de aceite en algún lugar cerca. ¿Cuánto
tiempo había estado aquí?
Volvió la cabeza... y allí estaba Mavis, la cariñosa y adorable Mavis, sonriéndole
como el mismo ángel de la liberación.
─Roland, ¡mi amor! ─susurró mientras se inclinaba para besarlo.
─Mavis ─gruñó, su garganta tan seca como una piedra horneada por el sol de
verano.
Lo levantó y le puso una copa de metal en los labios. Era solo agua, pero era
más que bienvenida. Más allá de ella, la habitación estaba en sombras, así que
debía ser de noche.
─Has sufrido una grave pérdida de sangre ─explicó, ─pero deberías
recuperarte, gracias a Gilbert, el médico que te atendió y especialmente a Gerrard,
quien vino buscándote. Otro día y podría haber sido demasiado tarde.
─Gerrard... ¿vino aquí? Pensé... que soñaba.
─Aún está aquí ─respondió Mavis, señalando un rincón de la habitación
envuelto en sombras.
Su hermano salió de la oscuridad. Parecía agotado, como si no hubiera
dormido en días.
Roland se esforzó por sentarse más, pero encontró que empeoraba el dolor en
su pierna.
─¡Nada de eso! ─Mavis lo reprendió firmemente. ─Por favor, recuéstate.
Necesitas descansar y recuperar fuerzas.
─No seas un tonto arrogante ─le advirtió Gerrard, sonriendo, aunque sus ojos
eran serios. ─Un tonto en la familia es suficiente. Y ahora que estoy seguro de que
te vas a recuperar, regresaré a Dunborough para supervisarlo todo hasta que
puedas regresar.
Mavis alargó la mano para agarrar la de su cuñado.
─Estoy tan contenta de que las cosas estén mejor entre ustedes.
Roland pudo ver que estaba sinceramente complacida, pero también la
conocía lo suficientemente bien como para darse cuenta de que algo todavía la
preocupaba.
─¿Qué está... mal?
Mavis y Gerrard intercambiaron miradas, luego Mavis dijo:
─Fuiste herido en una pelea. ¿Recuerdas con quién fue?
Los recuerdos se precipitaron de vuelta, como una ola estrellándose contra la
costa rocosa.
─Duncan. Él me atacó ─frunció el ceño, recordando el brillo en los ojos del
hombre, la hostilidad, el dolor. ─¿Audrey? ─su mirada voló de una cara sombría a
la otra. ─¿Está...?
Gerrard asintió.
─Muerta. Creemos que Duncan la mató.
Roland cerró los ojos y dijo una oración por la pobre, hermosa y ambiciosa
Audrey.
─El cuerpo de Duncan fue encontrado no muy lejos de aquí, en el río ─continuó
Gerrard. ─Lo estábamos buscando también. Fue visto cabalgando muy deprisa por
el camino del sur poco antes de que se descubriera el cadáver de Audrey. ¿Te lo
encontraste en el camino?
─Sí y me atacó ─contestó Roland, su discurso haciéndose más fácil ahora.
─Estaba medio enloquecido por la culpa y tratando de justificar lo que había
hecho, pero estaba vivo cuando lo dejé.
─Debió haber estado débil por sus heridas y cayó al río tratando de huir ─dijo
Mavis.
Roland suspiró pesadamente y cerró los ojos.
Mavis apoyó ligeramente su mano en el brazo de Gerrard.
─Eso es suficiente por ahora. Debemos dejarlo descansar.
Roland volvió a abrir los ojos.
─Celeste ─dijo, mirando a su hermano.
─Audrey tiene una hermana menor. Está en el convento de Santa Agatha
─explicó Gerrard antes de que Mavis le preguntara. ─He enviado al sacerdote para
que se lo diga ─le dijo a Roland.
Roland asintió y volvió a cerrar los ojos.
─Ahora tenemos que dejarlo dormir ─insistió Mavis.
Gerrard no protestó y ella caminó con él hasta la puerta.
─Saldré para Dunborough con la primera luz del día ─dijo antes de que
mostrara esa sonrisa diabólica suya. ─Prometo no quemar el lugar y hablaremos
de la oferta de Roland con respecto al feudo cuando vuelvan.
Ella lo abrazó cálidamente.
─Es mi oferta, también, Gerrard. Ambos estaríamos encantados si aceptaras.
─Recordaré eso, mi lady ─dijo, ─y con gratitud.

***

─¡Por la sangre de Dios, eso es agotador! ─dijo Roland varios días después
cuando entró al dormitorio en DeLac, una muleta bajo el brazo para ayudarle a
sostener su pierna lesionada y Mavis bajo la otra, aunque no a modo de apoyo.
─Quizás deberías haber esperado otro día o dos para unirte a la casa para la
cena. Solo han sido dos semanas.
─Gilbert dijo que podía y la verdad sea dicha, mi señora esposa, estoy muy
cansado de estas cuatro paredes.
─Y tú bienvenida fue tan cálida, que sin duda valió la pena ─agregó con una
pequeña sonrisa descarada.
─Fue gratificante ─aceptó. ─Y ese pan era excelente. No me arrepiento de tu
ausencia para prepararlo.
─Estabas durmiendo, como deberías.
Esperaba que él hiciera algún comentario ligero sobre sus siestas, o la falta de
estas. En cambio, apoyó la muleta contra la pared y con una mano apoyada en la
pared como soporte, se volvió hacia ella con una seria expresión. Luego luchó por
agacharse sobre una rodilla.
─¿Qué estás haciendo? ─gritó, horrorizada y apresurándose a ayudarlo a
ponerse de pie.
Él sacudió la cabeza.
─No, no hasta que haya hecho lo que debo hacer, la razón por la que salí con
tanta rapidez y sin una escolta de Dunborough… para rogar tu perdón por ser un
tonto obstinado, ciego y arrogante.
─¡Roland!
─Por favor, Mavis, déjame explicar por qué he actuado como lo hice. Te vi
llorando la mañana siguiente a nuestra boda y pensé que, a pesar de tus sonrisas,
habías sido obligada a casarte conmigo.
─¿Esa mañana? ¿Cuándo estaba en la ventana? ¡Solo estaba triste por dejar a
Tamsin! ¡Deberías haber dicho algo!
─Estaba demasiado lleno de orgullo y vanidad y confieso, de miedo. Estaba
seguro de que te habías casado conmigo porque tu padre quería la alianza y tú
ibas a ser el medio para conseguirla. Y en el fondo de mi corazón, temía que nadie
me quisiera nunca solo por lo que soy. Luego me consolé con la noción de que mi
hermosa esposa pondría celoso a Gerrard… así que ya ves, él tenía razón en eso.
Pero fue solo cuando pensé que no me querías que me dije a mí mismo esa
mentira. Y no podía admitir que me importabas porque pensaba que hacerlo me
haría débil y vulnerable. Cuando llegamos a Dunborough, empeoré incluso más las
cosas. Egoístamente consideré solo mis propias necesidades y mi propia ira.
Construí un muro entre nosotros, sin darme cuenta de que todavía dejaba que mi
padre y mis hermanos me gobernaran y guiaran el curso de mi vida. Estoy muy
arrepentido por eso, Mavis y prometo que, de ahora en adelante, tu felicidad será
mi primera preocupación. La segunda será ser digno de ti. Tu opinión será la que
valore por encima de todas las demás. Solo puedo esperar que perdones mi vano
egoísmo y obstinado orgullo y me des la oportunidad de ganarme tu amor, como
tú te has ganado el mío.
─Oh, Roland ─dijo, tomándolo de las manos, poniéndolo de pie y entre sus
brazos. ─¿Me amas?
─Te he amado desde el primer momento en que te vi en el solar de tu padre
─dijo suavemente.
─Como te he amado desde la mañana en que te vi en el establo de mi padre
─dijo, la alegría llenando su corazón mientras lo besaba apasionadamente. Pronto
se apartó y lo miró seriamente, pues había cosas que ella también debía decir.
─También he cometido errores. Estaba celosa de Audrey y debería haberte dicho
antes cómo me sentía acerca de Gerrard, en lugar de embotellar todo hasta que
estalló como un rayo. Debería haberme dado cuenta de que, como esperaba que
me amaras y me fueras leal, debes amar y serle leal a tu hermano. Hay cosas más
allá de la sangre que has compartido con Gerrard, el sufrimiento que ambos han
soportado, eso ha formado un vínculo entre ustedes. Nunca intentaré
interponerme entre los dos de nuevo. Haré todo lo que pueda para asegurar que
nuestros hijos tengan un hogar feliz y tranquilo.
La sostuvo más cerca.
─Trataré de ser un padre mejor que el mío, aunque no tengo otro modelo.
─Serás un padre maravilloso ─le aseguró, dándole otro beso. ─Mira cómo
protegiste a Gerrard todos esos años y la generosa oferta que le has hecho.
─La cual todavía tiene que aceptar.
Roland se movió para sentarse en la cama, donde se unió a él.
─Tengo otra oferta que hacerle, si estás de acuerdo ─dijo, tomando su mano y
besándola ligeramente. ─Puesto que ahora eres la heredera de DeLac, creo que
debo dejar que Gerrard tenga Dunborough y podríamos quedarnos aquí. Si lo
hacemos, estarás más cerca de tu prima, en una casa que conoces bien. Gerrard
tendrá lo que se merece y yo tendré lo que más quiero: tu felicidad.
La había pillado completamente desprevenida.
─¿Te quedarías aquí? ¿Aunque Dunborough es legítimamente tuyo?
─Sí.
No obstante, no podía creerle.
─Creí que dijiste que te gustaba el frío.
─En ese momento, habría dicho que el cielo era verde si tú hubieras dicho que
era azul ─murmuró, acercándola para otro beso.
Riendo, se alejó suavemente.
─Tan contenta como estoy de volver a estar en tus brazos, debes hacer lo que
dice el médico.
─Por tu bien, obedeceré ─le respondió seriamente. Luego se rió con una
gloriosa sonrisa. ─Y estaré igual de dispuesto a obedecer cualquier orden que
tengas que dar, ahora y siempre.
─No doy órdenes ─contestó Mavis, sus ojos bailando. ─Solo doy sugerencias y
de vez en cuando mi opinión. Por ejemplo, sugiero que trates de dormir. Ya es
tarde.
─¿Solo?
Ella inclinó su cabeza, una pequeña sonrisa jugando en sus labios.
─Como bien sabes, el catre que he estado usando no está aquí esta noche.
Gilbert dijo que podríamos compartir una cama otra vez, aunque me advirtió que
no deberías esforzarte de más. Creo que ambos podemos adivinar lo que quiso
decir con eso.
─Por lo menos podemos compartir la cama ─dijo. Se quitó la camisa y la túnica
y ella le quitó las botas. Hizo una mueca cuando sacó la de su pierna herida, luego
sonrió cuando ella le ayudó a quitarse sus pantalones.
Se metió en la cama y palmeó el lugar a su lado. Completamente vestida, se
tendió junto a él.
─¿Estás planeando dormir con tu ropa?
─Creo que eso podría ser lo mejor.
─¿Lo mejor para quién?
─Lo mejor para quien necesita descansar. Ninguno de nosotros parece capaz
de resistir la tentación cuando estamos desnudos.
─Te doy mi palabra de que no te tocaré... aunque podría accidentalmente
arrastrar mi mano contra tus suaves y hermosos senos.
─Entonces es mejor que me quede con la ropa puesta.
Suspiró pesadamente.
─Si lo deseas.
─No lo deseo, pero sería lo mejor ─dijo, acurrucada contra él. ─Después de
todo, quiero que te mejores rápidamente.
Mavis deslizó su mano bajo las mantas.
─¿Qué estás haciendo? ─jadeó.
─Tratando de no esforzarte de más.
─Si sigues haciendo eso, voy a esforzarnos de más a ambos ─advirtió.
Ella retiró la mano.
─Estoy encantado de saber que todavía me deseas, incluso en mi decrépito
estado.
─Nunca serás decrépito, mi lord. Pensé eso la primera vez que te vi. Sin
embargo, podría llegar a ser una carga cuando mi tiempo esté cerca.
─Nunca podrías ser una carga, Mavis. Yo también supe eso la primera vez que
te vi, como te quise la primera vez que te vi ─la abrazó y suspiró. ─Nunca soñé que
alguna vez estaría así de feliz y contento.
─Ni yo ─susurró ella.
─Te amo, Mavis de Dunborough ─murmuró soñoliento.
─Y yo te amo a ti, Sir Roland de DeLac ─contestó mientras, sonriendo, puso su
mano sobre su pecho, para sentir mejor el latido firme de su fuerte y leal corazón
mientras él se dormía.
*****

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