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1) Analice el cuadro 3.

1 de la página 232 y explique las problemáticas que plantea el autor respecto


a la cronología del Imperio Nuevo. ¿A qué refiere el planteo de “desequilibrio documental” de Trigger?
A simple vista, podemos observar cómo el cuadro posee varias imprecisiones en cuanto a los distintos
faraones y la respectiva cantidad de tiempo que cada uno reinó, tanto durante el Tercer Período
Intermedio como en el Imperio Nuevo. Si bien algunos historiadores sostienen que existen
imprecisiones en cuanto a los reinados de los faraones de esta etapa, lo cierto es que este cuadro, más
que imprecisiones, da lugar a ciertas confusiones. El listado sostiene, por ejemplo, que Hatshepsut y
Tutmosis III comenzaron a gobernar, ambos, en 1490 (más adelante se aborda esta situación puntual);
Amenofis II, por otro lado, comenzó a gobernar en 1438, cosa que se sobrepondría ante los últimos dos
años de reinado de Tutmosis III. Otro ejemplo, más claro aún, es que el listado nombra, como si se
tratase de dos faraones distintos, a Amenofis IV y Ajenatón, quienes eran nada más y nada menos que
la misma persona. Por último, tenemos a Esmenjkare gobernando entre 1351-1348, superponiéndose
por un par de años ante Ajenatón.

Si bien durante los años 1552-664 a.C. las distintitas dinastías han sido reconstruidas con un grado de
fiabilidad superior a las anteriores, se han postulado dos principales cronologías para los dinastas del
Imperio Nuevo basándose en una serie de observaciones astronómicas que, a lo largo de la historia, han
resultado fundamentales para que durante el mundo antiguo se fechen distintos sucesos; estas dos
posibles cronologías se sustentan, justamente, en la ubicación desde donde se realizaron. Así entonces
tenemos una cronología alta (cerca de Menfis) y una cronología baja (cerca de Tebas), siendo esta
última, aunque con ciertas imprecisiones, la más fiable. También, estas confusiones pueden verse
explicadas –o, al menos, matizadas– cuando recordamos un dato clave de la gobernanza política de
aquel entonces: un par de siglos antes, Amenemes I había inaugurado junto a su hijo Sesostris I un
sistema de corregencia que sería replicado por prácticamente todos los dinastas a partir de ese
momento. Esta corregencia se basaba, en simple palabras, en que el heredero al trono gobierne junto a
su padre o, bien, maneje ciertas áreas del Estado, lo que ocasionaba, por un lado, que ante un golpe
palaciego no exista duda alguna sobre quién es el legítimo heredero al trono, y, por otro, lograr la
consolidación de las dinastías, además de blindar de gobernabilidad a Egipto. De alguna manera, esta
corregencia podría explicar por qué existen distintos farones que, de alguna forma, ‘’pisan’’ a otros –
cronológicamente hablando–; aun así, no olvidemos que varios historiadores sostienen que existen
certeras imprecisiones en cuanto al reinado de varios faraones de esta etapa, por ejemplo, Esmenjkare,
de quien poco se sabe.

Estas imprecisiones se deben, en parte, a lo que el autor ha llamado desequilibrio documental. Resulta
que, ya para este período, la política documental de Egipto se dividía muy marcadamente en textos de
archivos y textos monumentales. El primero, por un lado, se encargaba de abordar diversas
cuestiones gubernamentales (desde informes oficiales hasta registros de tierras, pasando por
procedimientos judiciales); el segundo, por otro lado, tenía objetivos meramente religiosos y poseían
una versión idealizada de la vida y la sociedad egipcia. Si bien ambos se complementaban muy
necesariamente, lo cierto es que poseemos mucha más información monumental antes que archivística
por una cuestión meramente técnica: mientras que los primeros se plasmaban en frágiles papiros o
fragmentos de cerámica o piedra caliza, el segundo se plasmaba en templos, tumbas, estatuas y demás,
razón principal por la que poseemos más información religiosa que gubernamental. Por supuesto que
la información religiosa es de gran importancia para analizar la política, el gobierno y la idiosincrasia
de ese entonces, pero también es cierto que el trabajo resulta mucho más exhaustivo a la hora de
descifrar un texto monumental.
Bruce Trigger, entonces, explica este desequilibrio en tres principales factores, dejando de lado a los
culturales por considerarlos poco importantes. El primer factor es la conservación de unos y otros
documentos, y el cual está íntegramente relacionado con la geografía y ubicación de los distintos
edificios de la época: los palacios y edificios gubernamentales eran de ladrillos de barro y, al estar
ubicados en la llanura aluvial del Nilo, estaban expuestos a sufrir daños debido a las inundaciones, a la
elevación de la llanura y a las actividades de la densa población rural característica de la época; los
templos, por otro lado, eran de piedra e, independientemente de dónde estuviesen ubicados, han
permanecido prácticamente intactos, ofreciéndonos numerosísimas inscripciones. El segundo factor
es la exploración y recuperación sistemática de los documentos, el cual está fundamentado en los
intereses que los historiadores y egiptólogos le han otorgado a la investigación de los distintos edificios,
siendo que éstos se han centrado principalmente en el material procedente de los cementerios del Alto
y Medio Egipto, siendo realmente muy pocos los núcleos de habitación que han sido excavados,
provocando, en consecuencia un conocimiento absolutamente fragmentado en la historia de las
provincias egipcias. El último factor es, de alguna manera, una consecuencia de los dos anteriores, y es
la insuficiencia de datos con los que contamos, lo que provoca, sin duda alguna, problemas de
interpretación histórica, consecuencia de los supuestos y valores de los historiadores.

En conclusión, si bien durante el Imperio Nuevo de Egipto poseemos una –digamos– envidiable
cantidad de información desde donde sustentar los distintos estudios, investigaciones y demás, lo cierto
es que existe un relativo desinterés por parte de los historiadores y egiptólogos para investigar en
profundidad no sólo los principales cementerios y templos del Alto y Medio Egipto, sino y sobre todas
las cosas, la valiosa información que, seguramente, debe encontrarse en las edificaciones de las demás
provincias egipcias. Aún falta mucho por descubrir, pero hacia allí vamos.

2) Caracterice la “visión del mundo” de la sociedad egipcia. Explique los factores que inciden sobre
la misma.
La visión del mundo de una sociedad es un conjunto de conceptos que sustentan la mayor parte de sus
miembros respecto a las esferas natural, humana y sobrenatural, y que desempeña un importante papel
en la definición de la vida política, social y económica de ésta. Durante todo el Imperio Nuevo y
posteriormente el Tercer Período Intermedio, no se produjeron importantes cambios en los
fundamentos de la visión egipcia del mundo, que era compartida por todos los estratos de la sociedad
y a la cual Trigger supo fundamentar en ocho factores bien diferenciados, siendo éstos:
1. LA TRADICIÓN: Para este entonces, Egipto contaba con una inquebrantable unidad cultural con
su pasado, en otras palabras, un fuerte apego. Como dijimos anteriormente, la visión egipcia del
mundo durante este período no había sufrido grandes cambios desde los períodos anteriores y
esto se debía principalmente a que los egipcios creían que, al repetir las formulaciones y
tradiciones de las primeras visiones del mundo, creaban canales de comunicación a través de los
cuales fluía hacia el presente una fuerza soberana del pasado, reviviendo los nombres de faraones
e individuos famosos y queridos de antaño. De esta forma, argumentaban ellos, aseguraban el
éxito de las actitudes que pretendían emular o, más bien, tener muy presentes.
2. CLIMA Y AMBIENTE: Durante este largo período –sostienen los historiadores–, no se produjeron
grandes cambios climáticos y ambientales en el Imperio. Recordemos que la comunidad humana
y el medio ambiente natural en el que se movían era fundamental para mantener estable el orden
político, económico y social del Egipto de aquel entonces, y si bien las variaciones periódicas en el
volumen de la inundación anual tenían ciertas repercusiones económicas, la flora y la fauna, por
otro lado, permanecieron sin variaciones sustanciales; la más importante, incluso, fue beneficiosa:
alrededor del 1600 a.C. se introdujo al caballo, lo que fue de gran beneficio a nivel comercial y
militar.
3. POBLACIÓN, TAMAÑO Y DENSIDAD: Ya para finales del Imperio Nuevo, se estima que la
población egipcia poseía entre 2.9-4.5 millones de habitantes, y si tenemos en cuenta que se
cultivaban hasta 1.5 millones de hectáreas de tierras, podemos concluir que la densidad
poblacional era bastante elevada, sobre todo en las áreas más fértiles y urbanizadas del Imperio.
Aun así, esta densidad no era mala, al contrario. La población –que era fundamentalmente agrícola
y sedentaria– se encontraba en un estado de completa sumisión ante el poder central ya que, para
éste, constituía un recurso básico fuerte y concentrado. En otras palabras, la densidad poblacional
creó un marco favorable para el comercio y la comunicación de ideas y actitudes, y esto tal vez
explique, hasta cierto punto, el hecho de que la lengua egipcia haya sobrevivido muchísimo tiempo
después de este período, incluso en oscuros momentos de la historia egipcia, como cuando los
persas impusieron al arameo como lengua oficial y mayoritaria.
4. ADMINISTRACIÓN INCORRUPTIBLE: La necesidad de alcanzar la seguridad colectiva e
individual fue causa directa de que en todo momento se bregara por una administración eficaz,
imparcial y, sobre todas las cosas, incorruptible. Justamente, la incorruptibilidad del sistema de
gobierno y sus funcionarios es fundamental para entender y comprender la gran estabilidad
política y social durante este período. Todo el sistema burocrático debía cumplir y hacer cumplir
la ley y fue la pervivencia y permanencia de este ideal la que constituía un eje central en la visión
egipcia de ese entonces, y que refleja el gran consenso nacional que existía en torno a un sistema
de gobierno de estas características.
5. RECURSOS SOCIOECONÓMICOS: Para este entonces, la sociedad poseía un gran abanico de
recursos económicos y sociales, fundamento principal para afirmar que era una sociedad –en
mayor o menor medida– estamental. Existía una clase privilegiada compuesta por la élite real
dinástica y funcionarios gubernamentales de alto rango, quienes poseían un estatus elevado,
gozaban de privilegios económicos y poseían gran influencia social; también estaban los nobles
provinciales que si bien se encontraban al servicio del poder real, tenían prácticamente asegurada
la posesión hereditaria de sus cargos; luego teníamos una homogénea clase media compuesta por
burócratas menores, militares y algunos agricultores y artesanos; y por último teníamos a una
heterogénea y amplia clase baja, que mostraba una gran diversidad laboral (arrendatarios,
sacerdotes, funcionarios menores, etc.) y una calidad de vida muy variada.
6. ACTITUD FRENTE A LOS EXTRANJEROS: La imagen de Egipto como un grupo superior desde el
punto de vista cultural y cuyas actividades externas eran impulsadas por los dioses, fue otra de
las importantes continuidades en la visión del mundo de esta sociedad. El éxito de la política
expansionista del Imperio Nuevo aportó enormemente a esta imagen de un Egipto hegemónico, y
si bien existieron diferentes períodos de ocupación extranjera, éstas no cambiaron y alteraron
sustancialmente la estructura gubernamental y social tradicional de esta visión que, a su vez, se
encontraba validada bajo un manto sobrenatural; esta validación es el factor fundamental dentro
del factor en sí mismo.
7. VIDA AGRÍCOLA: Este factor se entiende con simples palabras: todo giraba alrededor de la vida
agrícola. La profunda implicación por parte del gobierno, la sociedad y la clase religiosa en torno
a la actividad agrícola constituyó, sin duda alguna, el eje central en la estabilidad política, social,
económica y hasta cultural de Egipto durante el Imperio Nuevo. Para darnos una idea de las
políticas alrededor de ésta, basta decir que la mayor parte de la actividad administrativa se
centraba en el desarrollo y la explotación de la actividad agrícola; desde la clase dirigente religiosa,
por otro lado, podemos decir que su actividad oficial y privada iba dirigida mayormente a la
fertilidad agrícola. En este sentido, una característica fundamental de este séptimo factor es el
hecho de que el urbanismo nunca se desarrolló lo suficiente como para polarizar con la vida
agraria.
8. RELIGIÓN: Finalmente, queda claro que el sistema religioso y sus mitos y rituales característicos
y compartidos por todas las clases sociales, constituyeron una poderosa fuente de la tenacidad y
omnipresencia de la visión egipcia del mundo. Aun así, cabe destacar que si bien la visión del
mundo expresada mediante mitos y rituales religiosos era absolutamente importante (por algo
Trigger lo define como un factor en sí), los egipcios, más allá de la religión, poseían una clara
consciencia e identificación de los conflictos y tensiones que podían devenir en tambaleos de la
estabilidad política, social y económica del Imperio; y el miedo a esa inestabilidad se traducía,
lógicamente, al mundo sobrenatural, sobre todo a la figura de Set, que para este entonces
representaba desorden, esterilidad, etc.

3) Realice un esquema sobre la sociedad egipcia del periodo. ¿Qué divisiones plantea el autor?
Las divisiones fundamentales de la sociedad se solventaban en las divisiones verticales de las
profesiones y, en sentido horizontal, en las grandes divisiones socioeconómicas de la época. Para
explicar tales divisiones, el autor ejemplifica mediante el famoso Papiro de Wilbour, un documento con
información que, además de datos sobre la economía del templo, la población y las ocupaciones, incluye
impuestos, e información sobre las prácticas administrativas y la tierra donada a las deidades.
Justamente, el Papiro de Wilbour es un archivo de gran valor debido a la información específica que nos
brindó acerca del gran abanico socioeconómico egipcio, dividiendo a la sociedad bajo el manto de
diversos estamentos y/o niveles:

1. Élite real dinástica y funcionarios gubernamentales de alto rango: Tanto los primeros como los
segundos– gozaban de un estatus elevado, sustanciales beneficios económicos y un considerable
potencial para realizar importantes actividades dentro de los límites del sistema político tradicional.
2. Nobleza provincial: Aunque eran menos importantes a nivel social y económico, la gran mayoría
poseían cargos hereditarios debido a que se encontraban al servicio del faraón.
3. Clase media: Por supuesto que así no se llamaban, pero ingresaban en este escalón debido a la
homogénea calidad de vida que poseían sus miembros, que iban desde burócratas menores y
oficiales militares hasta ricos agricultores, pasando por algunos sacerdotes y artesanos.
4. Clase baja: Era el segmento más amplio de la población debido a que mostraba una gran diversidad
profesional, pues en ellas se encontraban funcionarios de segunda fila, soldados, sacerdotes,
arrendatarios y campesinos cuyo estatus era virtualmente el de siervo). Esta gran heterogeneidad
profesional-laboral hacía que en este grupo existía un gran abanico de ingresos y calidad de vida.
4) Siguiendo el esquema de página 262, analice la organización del gobierno interno de Egipto
durante el Imperio Nuevo. ¿Cómo influye esto en la centralización del Estado y en la estabilidad del
poder real? ¿Cómo se organiza el dominio exterior?
Para entender la organización del gobierno interno de Egipto, primero debemos comprender que
durante este período el sistema de gobierno se solventaba en una fuerte centralización basada en un
solo individuo –el faraón– y en donde, sean cuales fueren los poderes de éste, su efectividad política se
apoyaba esencialmente en el apoyo y la cooperación de los otros. La solidez del poder real durante el
Imperio Nuevo se sustenta y queda demostrada por los principales papeles del faraón: sus decisiones
en asuntos administrativos y militares, la fuerza ejecutiva y económica con la que manejaban las arcas
del Estado y, sobre todo, la política de expansión egipcia y la aparición y consolidación de una
extravagante mitología que fundamentaba los aspectos pseudodivinos de la monarquía. Quiero
detenerme sobre estos últimos dos factores: si bien los faraones de esta etapa no solían preocuparse
demasiado por las campañas militares, los dinastas de esta época (sobre todo los de la Dinastía XVIII)
entendían el significado político y simbólico que traían consigo una exitosa campaña militar, por lo que
a menudo dirigían personalmente éstas, sobre todo a inicio de sus mandatos, ya que eran durante sus
primeros años de reinado donde surgían unas que otras revueltas; además, el éxito en sus campañas
militares les servían para demostrar la aprobación divina de la que gozaban. Respecto a la cuestión
religiosa, sólo huelga decir que era tan importante la fundamentación que se otorgaba hacia la cuestión
sobrenatural y pseudodivina de la monarquía, que distintos historiadores consideran que durante esta
época existía un sistema de gobierno del que no se tiene registro que alguna vez se haya vuelto a
replicar: una monarquía única casi divina.

Para este punto, queda claro que no podemos comprender la política interior si no tenemos en cuenta
la política exterior. Justamente, las exigencias de ésta afectaron de manera notable a la estructura de
gobierno; una estructura que respondía de manera eficaz a las demandas sociales y económicas de la
población, siendo la principal característica de esta misma estructura la manera en la que reforzaba la
posición dominante de los faraones e incrementaba su capacidad de maniobras políticas y/o
gubernamentales. Aun así, cabe destacar que este mismo sistema contaba con peligrosos baches,
propios de un sistema tan grande y complejo (aun cuando durante el Imperio Nuevo la estructura
gubernamental interna era menos compleja que la del Imperio Medio), ¿por qué? Bueno, esta estructura
de gobierno poseía graves problemas de supervisión y dejaba abierta la posibilidad de que surgieran
otros centros de poder competitivos y capaces de provocar divisiones.

Ahora bien, la eficacia funcional y las circunstancias geográficas eran los principales motivos por los
que se utilizaba esta estructura de gobierno que estaba dividida en tres unidades fundamentales: la
dinastía –que poseía un papel político muy limitado–; y el gobierno interno y gobierno de las tierras
conquistadas –que respondían a un criterio de funcionalidad–. Este último podía constituir una
potencial base de poder para un individuo que estuviese en condiciones de usurpar el trono, aunque
esto era muy difícil que ocurriera ya que por cuestiones topográficas, geográficas y, obviamente,
políticas, la conquista más importante durante el Imperio Nuevo –las tierras del Norte– se dividieron
en tres provincias que contaban con sus propios gobernadores quienes compartían el poder con una
serie de reyes vasallos y quienes, a su vez, (los gobernadores) no poseían poder militar, por lo que de
esta manera existía un poder fragmentado política y militarmente en las tierras norteñas. También
estaban las tierras del Sur, que tenían un potencial mucho más importante, poseían un acceso fácil y
rápido a Egipto y la cual estaba gobernada por un solo gobernador que no compartía el poder con los
jefes locales.
Pero entonces, ¿cómo influía la organización y la estructura gubernamental en la centralización del
Estado y en la estabilidad del poder real? Si bien la estructura era amplia y compleja y esto podía llegar
a devenir en cuestiones que se escapaban de las manos de los distintos dinastas, lo cierto es que, si por
algo se caracterizaban los faraones del Imperio Nuevo, era por la meticulosidad que poseían a la hora
de abordar las distintas cuestiones del gobierno. La centralización se debía principalmente al largo
trabajo de consolidación del poder central que venía gestándose desde hacía ya unos siglos; además,
lógicamente, los dinastas poseían varias personas de su extrema confianza en los cargos de poder. Otro
factor que explica esta poderosa centralización eran los esfuerzos que hacía el rey para mantener
débiles a las principales instituciones fuera de la monarquía, como por ejemplo al clero, a quienes sólo
concedía responsabilidades de carácter sobrenatural. Otro factor importante que sustenta esta
centralización eran las marcadas relaciones existentes entre el poder central y los poderes provinciales,
en donde existía una alta eficacia y, sobre todo, la presencia de la autoridad y la supervisión real, o sea,
la del faraón.

Por último, debemos decir que a la estabilidad del poder real la garantizaban diversos factores; uno de
estos, claro, era el centralismo que explicamos anteriormente, que si bien en otras épocas no significaba
necesariamente estabilidad, el centralismo de esta época se definía principalmente por otras cuestiones
–que son el eje del porqué de la estabilidad–: como desarrollé más atrás, una de las principales
características de los faraones de esta época era la gran consciencia que poseían acerca de los
problemas que podían desencadenar una inestabilidad política, económica y social. Los faraones,
además, sabían que si querían tener un alto grado de gobernabilidad en su Imperio debían responder
ante las demandas sociales de la población, por lo que desde su estructura gubernamental existían
funcionarios que se dedicaban pura y exclusivamente a recibir carta de los ciudadanos. En ese sentido,
me atrevo a decir que las prácticas gubernamentales en relación a la sociedad sean tal vez el primer
antecedente de un Estado de bienestar, concepto que, por supuesto, recién será acuñado muchísimos
siglos después y, obviamente, no en Egipto.

5) Explique las diferentes problemáticas que surgen en torno a la sucesión real durante el período.
Analice los casos de Hatshepsut y Ajenaton.
Durante el Imperio Nuevo la política sucesoria no había sufrido grandes cambios en relación a los siglos
anteriores; aún existía el estratégico sistema de corregencias y no existían dudas acerca de quiénes o
cómo heredarían el trono una vez fallecido el dinasta. Durante esta etapa, la sucesión era rápida y
automática y existía un consenso general acerca de las condiciones en las que se daría: la preferencia
principal se volcaba a favor del hijo mayor de la reina principal (o, en todo caso, una reina menor) o el
esposo de la hija de la reina principal. A pesar de que estos mecanismos se utilizaban para rellenar los
baches que existían cuando no había un heredero varón directo, la primera crisis que se dio alrededor
de la línea de sucesión ocurrió durante el inédito correinado de Tutmosis III y Hatshepsut, quienes
compartieron el poder nada más y nada menos que durante 22 años.

Los historiadores sostienen que para este momento hacía ya un tiempo se veían produciendo ciertas
manipulaciones en el tan importante sistema sucesorio. Si bien la corona se heredaba de manera
patrilineal, el problema con Hatshepsut –y, en definitiva, los problemas en torno a la sucesión real–
radicaba principalmente en el papel que buscaban, querían o debían desempeñar las madres y/o las
esposas de los distintos faraones, y el cual Hatshepsut intentó convertir en poder real. A esto se le suma,
además, la corta edad que poseía Tutmosis III al momento de acceder al trono, por lo que muchos
historiadores consideran que el poder que venía acumulando Hatshepsut más la corta edad de Tutmosis
III, fue la oportunidad perfecta que encontró la reina para hacerse, en mayor o menor medida con el
poder. Pero no nos confundamos: si bien algunos historiadores sostienen que esta corregencia podría
haberse tratado de poderosos enfrentamientos entre personas leales a ambos bandos, existe un
consenso historiográfico un poco más generalizado que indica que, muy seguramente, este sistema de
corregencias se dio en términos amistosos.

Otro caso icónico es el de Ajenatón, de quien no se sabe a ciencia cierta cómo terminó su reinado, ya
que no se cuenta con documentos ni crónicas de la época. Además, posteriores faraones de
siguientes dinastías eliminaron mucha información sobre su mandato, sobre todo por los grandes
cambios que introdujo éste en materia religiosa, pues una de las políticas centrales del gobierno de
Ajenatón fue la imposición de un recalcitrante monoteísmo en honor a Atón, lo que despertaba grandes
recelos no sólo en los círculos de poder político, económico y religioso, sino además y
fundamentalmente en la sociedad. El período de sucesión de Ajenatón no se conoce todavía bien. Se
sabe que existió a finales de su reinado un personaje denominado Esmenjkare que, si no era corregente,
seguramente era el sucesor inmediato del faraón Ajenatón. La duración del reinado de Esmenjkare no
está clara, aunque los egiptólogos han determinado que su lapso fue sumamente breve, estimándose un
intervalo que va entre 1-3 años. Se desconoce por completo cuál era el vínculo sanguíneo o político con
Ajenatón, aunque se han planteado varias hipótesis. En ese sentido, uno de los datos conocidos de
Esmenjkare era que tenía su Gran Esposa Real, que era la primogénita del rey, Meritatón, heredera
legítima del trono a falta de varones, hija de Nefertiti, nacida cuando estaba casada con Akenatón.

La sucesión de Semenejkara recayó en un joven príncipe de sangre real y, claramente, el más conocido
e icónico dinasta de toda la historia egipcia: Tutankamón, quien tomando como Gran Esposa Real
a Anjesenpaatón, una de las hijas de Nefertiti, ascendió al trono. Los historiadores opinan que el lento
período de restauración comenzó durante este reinado.

6) Realice una síntesis con los principales factores que llevaron al debilitamiento del poder
monárquico.
Las cambiantes relaciones el faraón, el ejército y el gobierno civil fueron si no las más importantes, la
punta del iceberg del debilitamiento del poder monárquico, de modo tal que el gobierno civil, por
ejemplo, escapó considerablemente del poder central. La influencia personal y política de los faraones
había comenzado a disminuir y los viajes que estos realizaban a las provincias habían comenzado a
realizarse con menor frecuencia. Por otro lado, si bien durante reinados como los de Rameses III se
habían obtenido importantes victorias militares, lo cierto es que la ‘’cuestión libia’’ seguía perturbando
a los faraones que vinieron después, lo que ocasionaba una clara y evidente debilidad militar y, con ello,
inestabilidad social. Otro de los signos de debilitación del poder monárquico había sido el otorgamiento
de poder, por parte del faraón, hacia determinados individuos, una actitud que si bien en otra época
había mantenido el equilibrio político del país, durante esta etapa no significó otra cosa que el declive
total del centralismo que tanto había costado conseguir.

La última dinastía de esta etapa fue la Dinastía XX, la cual comenzó con Setnajt, faraón del que se
desconoce su origen. Este rey acabó con la anarquía del país y logró expulsar a los invasores extranjeros.
Su sucesor, Rameses III, fue el último gran rey del Imperio Nuevo. Con él, el país hizo un alto en su
decadencia, gracias a las reformas administrativas y sociales que llevó a cabo. También, gracias a su
labor, Tebas volvió a ser una gran ciudad. Debido a su buena administración, recuperó los tributos de
Nubia y de Asiria. Con éstos, y la preparación del ejército que antes de él estaba debilitado y sin
efectivos, pudo hacer frente a las revueltas de los pueblos del este y el oeste del Delta.
A la muerte de Ramsés III, Egipto cayó en franca decadencia, y a partir de este momento, las crisis
políticas se sucedieron, debido a distintas causas, tales como las influencias e intromisiones extranjeras
en la política egipcia, el creciente poder de los sacerdotes de Amón y el déficit económico, a lo que habría
que añadir la progresiva presencia de asiáticos en la corte. Así, los años posteriores al reinado de
Rameses III, constituyen un período de crisis dinástica que desembocó en la toma del poder
por Amehotep, Sumo Sacerdote de Amón, después por Panehesí y luego por Herihor, que fundó la
Dinastía XXI, de Reyes-Sacerdotes, ya del Tercer Período Intermedio. Mientras, en el Delta, Esmendes
I (1069-1043) creó otro reino. Con ellos y con un país nuevamente dividido comienza el llamado Tercer
Período Intermedio.

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