Abril, 2007.
Exceso de autoridad y escasez de liderazgo
Por Juan Carlos Eichholz
¿Cuál es la principal limitación que tienen las empresas
para crecer? Exceso de autoridad y escasez de liderazgo.
¿Cuál es la principal limitación que tiene un gobierno
democrático para hacer transformaciones de fondo?
Exceso de autoridad y escasez de liderazgo. ¿Por qué,
entonces, no se ejerce más liderazgo y menos
autoridad, en las empresas y en el gobierno? Porque ni
los empleados ni los ciudadanos lo quieren. Esa es la
paradoja.
Centrémonos en la política. La principal crítica que se le
hace a la Presidenta Bachelet es su falta de autoridad, lo
que resalta de modo especial en momentos difíciles,
como en las protestas estudiantiles y en el
Transantiago, en que la gente busca la presencia de
alguien que fije el rumbo, tome decisiones, garantice
seguridad y haga cumplir las normas. Más se echa de
menos en ella la autoridad cuando se la contrasta con
Lagos, que es la encarnación misma de la autoridad,
siempre presente, siempre con una respuesta, siempre
en control, aunque sólo fuera en apariencia. Pese a que
su gobierno enfrentó situaciones adversas de alta
complejidad, su figura se mantuvo en alto, saliendo del
poder con un nivel récord de popularidad. Es decir, la
autoridad rinde frutos, simplemente porque es eso lo
que la gente quiere: alguien que se haga cargo, alguien
que tome sobre sus hombros la responsabilidad,
liberando de ella a los propios ciudadanos. Elegimos
Presidente no para que nos diga que tenemos
problemas, sino para que los resuelva; no para que nos
pase la pelota, sino para que la tome él… o ella.
Pero, ¿es posible hacer una reforma educacional, un
Transantiago, un cambio profundo en salud o una
reforma del Estado, si es que sólo la autoridad se hace
cargo, como se espera? La respuesta es no, porque
estos cambios suponen que las personas afectadas
cambien –sus modos de pensar o de actuar–,
haciéndose también responsables. Lograr esto exige
liderazgo, es decir, hacer que las personas enfrenten los
problemas, movilizándolas hacia un cambio. Sólo que
toma tiempo, es difícil, y hasta peligroso, como ahora lo
puede corroborar el ex ministro Espejo, sumándose al
ex ministro Zilic y a tantos otros. De ahí que el incentivo
para un Presidente, que tiene un tiempo limitado en el
cargo y que quiere mantener su popularidad en alto,
sea ejercer más autoridad que liderazgo, prefiriendo las
medidas efectistas a los cambios de verdad. Lagos
entendía esto muy bien, y conscientemente,
privilegiando su imagen, priorizó lo primero en
desmedro de lo segundo, aunque sin caer en
populismo, por cierto. Bachelet pareciera no entender
bien la distinción, y se queda en una especie de limbo,
desde el cual emanan actos aislados de autoridad y de
liderazgo, pero sin estrategia ni consistencia alguna.
Sin embargo, el liderazgo no sólo es necesario ejercerlo
cuando se es autoridad, sino también cuando no se es,
lo que en política le cabe a la oposición. La pregunta cae
por sí sola entonces: ¿está ejerciendo la Alianza
liderazgo? La respuesta corta es que no, porque no ha
sido capaz de cambiar hacia adentro, renovándose ella
misma, ni ha sido capaz de incidir hacia afuera, en el
rumbo del país. La respuesta larga debe hacerse cargo
de que la derecha tradicional, de la cual la Alianza es
heredera, está marcada por una cultura basada en la
autoridad, en el patrón de fundo, en el aristócrata. La
derecha sabe actuar desde la autoridad, pero cuando no
lo es cae en la autodestrucción, porque sus caciques
buscan vencer en lugar de convencer, destruir al otro en
lugar de construir con el otro, primar en lugar de
colaborar. Pese a eso, en el último año la Alianza ha
comenzado, silenciosamente, un ejercicio de liderazgo
hacia adentro, desafiando su herencia y avanzando
hacia un nuevo estilo de relaciones, que podría llegar a
dar paso a un ejercicio de liderazgo más visible, hacia
afuera.
Ejercer más liderazgo y menos autoridad no es fácil en
Chile, ni en el ámbito público ni en el privado, porque
nuestra cultura está marcada por una sacralización de la
autoridad, que viene desde nuestro legado hispano y
que se sigue perpetuando a través de nuestro sistema
educacional, donde el profesor es la figura central, el
dueño de la verdad, y donde los alumnos son actores
pasivos del aprendizaje, que descansan en el profesor.
Ahí no hay ni liderazgo, ni responsabilidad, ni
emprendimiento, ni innovación, que son los grandes
cuellos de botella con los que nos estamos topando en
nuestro camino a ser una nación desarrollada. De ahí no
surgen ni empleados con iniciativa ni ciudadanos
responsables. Ahí está, por lo tanto, el gran desafío.