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Tema III

Lugares, funciones y vínculos de la estructura familiar.


Diferentes niveles de análisis. Diversidad y familia.

 El parentesco cultural. Vínculos de consanguinidad y de alianza. Función


amparadora primaria. Función ordenadora de la sexuación y diferenciación
generacional. Función filial. Vínculo fraterno.

 La transmisión de significaciones transubjetivas y transgeneracionales. Los


ancestros. Función donante.

 Diferentes organizaciones familiares actuales. Divorcio. Nuevas construcciones


familiares. Vínculos de consanguinidad y de afinidad.

 Parejas parentales homosexuales y/o transexuales.

ABELLEIRA, H. & DELUCCA, N.


“TEORIZANDO SOBRE EL PROCESO DE SEPARACIÓN EN LA FAMILIA”.
Hablaremos del proceso de separación de una pareja conyugal cuando se ha establecido la familia, ya que, es muy
diferente esto, a enfrentar la disolución del vínculo cuando no se han tenido hijos.

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Hablamos de tres momentos del divorcio: tiempo de construcción, de deconstrucción y de nuevas construcciones.
El momento de construcción alude al tiempo trascurrido entre el encuentro inicial de la pareja, la constitución del
vínculo, su decisión de iniciar la convivencia, el advenimiento de los hijos y el comienzo del malestar vincular. Malestar
que podrá instalarse como conflicto indisoluble, llevándolos al planeo de la separación. Se va construyendo un lazo
familiar que formara un sentimiento de pertenencia y de identidad familiar. Esta vincularidad construida, posee una
función amparadora para el conjunto. Cada sujeto mantiene dentro de la familia (o es deseable que mantenga) un
sector de espacio psíquico, creativo y singular, que lo habilitan para otorgar nuevos sentidos a lo recibido o a lo
vigente hasta ese momento y a establecer vínculos por fuera del espacio familiar.
Es importante diferenciar la conyugalidad de la parentalidad. La conyugalidad, refiere al vínculo que se crea en una
pareja, que supone una convivencia medianamente estable, la prescripción de las relaciones sexuales genitales, la
construcción de un proyecto de vida común y la expectativa de la fidelidad humana. En cuanto a la parentalidad, el
nacimiento de los hijos, por el cual un hombre y una mujer devienen padre y madre y un niño es reconocido como
hijo, complejiza el vínculo de la pareja, al inaugurar en el mismo esta nueva dimensión, que pasa a coexistir y debe
construirse diferenciada de la conyugalidad.
Cuando por diferentes motivos la pareja enfrenta la separación del vínculo conyugal, se abre en la familia una
operatoria de transformaciones en los vínculos, que supone un complejo trabajo de reconocimiento de pérdidas,
reformulación de las modalidades de intercambio relacional y necesidad de creación o producción de otras alternativas
vinculares. Es lo que hemos llamado, momento de deconstrucción y momento de nuevas construcciones.
La clínica nos muestra la intensidad del dolor, la hostilidad y el tiempo que comprometen las parejas en enfrentar y
resolver su separación, como en tomar las decisiones en ella anudadas. El dolor psíquico que instala este proceso
traumático es imprevisible. El inevitable “dolor del duelo” impone un trabajo psíquico de elaboración-simbolización de
los movimientos de desinvestidura ligados al otro. La intensidad de los afectos que moviliza el reconocimiento de la
pérdida del otro del vínculo en la cotidianeidad pone en marcha el trabajo de duelo. La separación de la pareja
conyugal se configura entonces, como una crisis en el devenir de ese vínculo que involucra, como dijéramos, a todo el
grupo familiar. Pero a su vez toda crisis implica la posibilidad de crear otras maneras de funcionamiento, de generar
nuevas organizaciones vinculares, impensables en el momento de la ruptura. Sin embargo, aunque el dolor sea
compartido, cada integrante del vínculo de la familia, va a atravesar la crisis en forma singular por la situación crítica
de la ruptura conyugal.
El vínculo materno y paterno filial se verá involucrado inevitablemente en el cambio. Tal vez el cambio es más
importante en lo inmediato para ambos integrantes de la relación, sea el hecho de que dejan de ser vivos en
simultáneo. Esta pérdida, esta percepción de la ausencia de uno de los padres, enfrenta a los hijos con la dolorosa
evidencia de que sus padres han dejado de quererse.
Queremos marcar una diferencia en el vínculo materno y paterno filial desde el polo parental, en cuanto al progenitor
que se queda a cargo de la tenencia de los hijos, respecto al que no convive con ellos. El que sigue conviviendo con
los hijos se siente menos despojado y con más posibilidades de preservar la vivencia de la familia y de cierta
continuidad, pese a la ruptura conyugal. Puede surgir la tendencia al ejercicio omnipotente de su función en el peligro
de que obstaculice el contacto con los hijos con el otro progenitor. El progenitor que no convive con los hijos se ve
expuesto a grandes sentimientos de pérdida y profundas vivencias de soledad, resultándole costoso en ocasiones
armar en lo inmediato un nuevo lugar que pueda sentir “su casa” y que pueda brindar a los hijos cuando se den los
encuentros con ellos. Es decir, otro “espacio familiar”.
En relación al vínculo fraterno, que en cierto sentido es el menos involucrado en los cambios que la separación de la
pareja promueve, observamos que en general se refuerza en sus aspectos solidarios, apuntalando a sus integrantes en
su solidez y permanencia.
En el proceso de separación de la familia pueden producirse ciertas producciones psicopatológicas vinculares:
- Desdibujamiento o nivelación de las diferencias.
El sentimiento amoroso perdido en la pareja, es lo que los hijos deben diferenciar del amor filial, para preservar el
vínculo con cada uno de los progenitores. Y es necesario que los padres puedan reconocer esa diferencia. Esa
producción defensiva conjunta, surge en el vínculo materno o paterno filial, y en el fraterno, ante las vivencias
traumáticas de desestructuración del lazo familiar que lo amparaba, como consecuencia de una no tramitación del
proceso señalado de diferenciación entre los procesos de desprendimiento del vínculo conyugal y nueva formulación
del parental.
- Posicionamiento omnipotente y omnipresente.
Este posicionamiento es característico del progenitor que convive con los hijos. Nos referimos a un movimiento de
intentar borrar el valor y el significado del otro.
- Desmentida de la dimensión vincular y del conflicto y su carácter paradojal.
Se presenta siempre en todo conflicto de pareja, como primer recurso para desalojar el malestar que se ha producido
en el vínculo ante un desencuentro crucial y es de los mecanismos de menos nivel de complejidad que elaboramos los
seres humanos para defendernos de la angustia. “La culpa es del otro”. La hostilidad franca surge como un intento de
simplificación del proceso: pospone el dolor psíquico por lo perdido y desmiente la dimensión vincular del conflicto y su
carácter paradojal.
- Permutación de lugares y funciones.
En un intento por obturar la carencia que se produce en la familia por la ausencia de uno de los progenitores, puede
generarse una permutación de lugares y funciones en los vínculos.

LA FAMILIA EN LA CRISIS DE LA MODERNIDAD ALBERTI, B. & MENDEZ, M. L.

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A cerca de la problemática del parentesco y de la familia y de dicha institución, se han dicho cosas tan universalmente
aceptadas como falaces, sobre todo si tomamos en cuenta la generalizada creencia acerca de su inmutabilidad, así
como de la eficacia de su función como “célula básica de la sociedad”.
El tratamiento de este tema presenta enormes dificultades, no solo por su complejidad teórica, sino que también
conmueve creencias, sentimientos y sistemas de poder, en una sociedad cuya ideología dominante se funda en la
negación y el encubrimiento de los conflictos que ella misma promueve.
Introducción.
La familia se reduce al grupo de personas nucleadas alrededor de la forma monógama, de naturaleza biológica, y en
consecuencia de base natural. Este concepto es el que se encuentra instalado en las prácticas institucionales de
nuestra cultura.
Se consagraba de manera especial el principio de la familia sometida a la autoridad del padre; la degradación de la
mujer en la sociedad, y la propiedad privada sin restricciones. El régimen legal de la familia pasaba a ser una forma de
propiedad del padre, y el régimen de propiedad privada se reconocía como el principio ordenador de toda la sociedad.
Se confirmó la forma monogámica como base de la concepción de la familia en la sociedad moderna capitalista.
En la Edad Media europea, se privilegiaba al hijo varón mayor, nos referimos a la institución del “mayorazgo”. Este tipo
de “sistema de parentesco” se reconoce con el nombre de “familia extensa”, constituido por un numeroso grupo de
personas, consanguíneas o no. Va desapareciendo en la sociedad burguesa reduciéndose a su mínima expresión en la
actualidad.
La “familia” queda reducida a su configuración tripartita, padre, madre e hijo. Esta concepción es también efecto de la
ideología del individuo privado, aislado y autosuficiente, que desde la naturaleza y por su naturaleza “crea” a la
sociedad.
Cuando hablamos de biologismo en relación a la familia, hablamos de la concepción que rige actualmente. Este
prejuicio es fácil de refutar pero está extendido en todas las prácticas institucionales, así como en el imaginario social.
Para éste último la familia se “hace a sí misma”, es la resultante de la elección libre de los cónyuges y se la supone
afectivamente autosuficiente. Todo lo bueno y lo malo que le ocurrirá a un individuo será fruto de lo que vivió en su
familia.
La cultura capitalista que rompe todos los vínculos comunitarios en nombre de los “derechos del hombre”, al no tener
un lugar propio en donde depositar la responsabilidad social por la conducta de los individuos, concentra a ésta en la
familia como instancia privilegiada.
No hay madres que trabajan, la mujer cumple en este espacio tan solo la función doméstica, al tiempo que es la
transmisora de las ideas dominantes. Lo mismo pasa en las escuelas en donde toda patología queda soslayada y el
“niño problema” es enviado a una escuela “diferencial”.
¿Por qué sucede este “sin sentido” en el que una cultura fundada en el “hombre libre”, autónomo, consolida, arraiga y
remacha esta perspectiva de la familia conyugal, en donde deberán reinar la armonía, el “amor” y la “felicidad”?
Este modelo historizable en su dimensión temporal, es el producto de una cultura particular, la del occidente europeo
capitalista, con raíces que provienen de la tradición semítico-indoeuropea, y cuyas expresiones son el “judeo-
cristianismo” y el “islamismo” con su variante occidental oriunda del Renacimiento.
El matrimonio deja de estar garantizado por un sistema de obligaciones sociales y solo se puede fundamentar en
decisiones individuales, descansa sobre una idea individual de la felicidad. Se crea una propaganda en la cual la
felicidad exige aquello y esto o aquello es casi siempre algo que hay que adquirir por el dinero. El resultado es
obsesionarnos con la idea de una felicidad frágil y hacernos inaptos para poseerla. La felicidad se la pierde en el
momento en que se pretende agarrarla porque depende del ser y no del tener. Mucha gente se casa aún “sin creer en
el matrimonio”. “O el aburrimiento resignado o la pasión: ese es el dilema que introduce en nuestras vidas la idea
moderna de la felicidad. Conduce a la ruina del matrimonio en tanto institución social definida por la estabilidad”.
Nuestro concepto de familia nace con la concepción antropológica que se elaborará a partir del Renacimiento y cuyo
fundamento epistemológico es el “hombre natural”, espacio en el que surge otra “teología”, en la que el lugar de Dios
será ocupado por la “razón natural” y su intérprete, el “sujeto de la conciencia”. En estos orígenes históricos arraiga el
concepto de familia “natural”, la que instituye Dios y surge de las relaciones consagradas en el mundo laico sobre la
base del concepto biologista que proporciona la idea evolucionista de la institución. Los seres humanos se escogen
libremente, sin interferencias sociales y motivados por el amor “romántico”.
En el campo de la familia, la forma natural es la monogamia, constituida por una pareja que se juntó por su propia
elección. Es esta la perspectiva del “amor romántico” que nace en el siglo XII.
La familia es por lo tanto, ese núcleo fundante surgido del “amor verdadero” que estos principios consagran y el
parentesco no es nada más que la derivación de ese vínculo biológico en sus diversos grados. Los significantes
“padre”, “madre”, “hermano”, “hermana”, no son otra cosa que una derivación del vínculo biológico. En esta forma de
representación de lo real la metáfora no tiene lugar.
La concepción de familia que analizamos excluye lo simbólico sin rearar en que la negación de la discordancia entre los
órdenes imaginario, simbólico y real, produce los síntomas característicos en las patologías familiares de nuestra
civilización. La única perspectiva contestataria respecto del esquema evolucionista de la familia, dentro del marco
racionalista que venimos comentando, es el “funcionalismo” que surge como consecuencia del fuerte cuestionamiento
de la teoría hacia fines del siglo pasado. Para el evolucionismo una cultura es siempre el antecedente y el consecuente
e otra, mientras que desde el funcionalismo es una entidad autosuficiente que se explica por la presión de leyes de
funcionalidad que corresponden a necesidades biológicas.

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La estructura familiar es una construcción a partir de las relaciones aparentes y como es efecto de la necesidad sexual
natural, la familia resulta ser el núcleo fundante de la sociedad, porque se formula en base a una elección del “sujeto
natural”.
I. Las invariantes en las estructuras parentales.

Las estructuras del parentesco constituyen un núcleo fundante al respecto, pues son la manifestación más evidente de
la universalidad de una institución, al poner en evidencia los elementos invariantes y a su vez las manifestaciones
singulares en cada cultura y cada momento histórico.
Cuando hablamos de “la familia” nos referimos a una institución presente en todas las sociedades, pero bajo formas
diferentes. Se hace necesario ver cuáles son los elementos comunes, que serían la materia prima con la que se
construyen las estructuras de la institución que están presentes siempre en las formas históricas.
La familia se origina siempre en el matrimonio. Se incluyen siempre a los que se consideren hijos, hayan nacido o no
de esta unión. Acá se marca la primera diferencia respecto de una familia concebida desde el modelo biologista, ya
que lo que se privilegia son los lazos culturalmente establecidos.
Unión que tiene como base lazos jurídicos, se trata de un acto legitimado socialmente y que debe contar con
reconocimiento desde un lugar de exterioridad. Para que la familia exista tiene que haber una terceridad que la
reconozca como tal mediante normas explícitas. Esta unión está basada por lo tanto en una re de derechos y
obligaciones que son de naturaleza múltiple.
En torno a la familia hay una red precisa de relaciones referidas a prohibiciones y prescripciones sexuales, aspecto que
la distingue del resto de las instituciones, de su explicitación depende su funcionamiento.
Este deriva a su vez de la existencia de un sistema de “denominaciones”. Los distintos lugares ocupados por los
hombres y mujeres están determinados por este sistema que integra los términos del parentesco, padre madre, tío,
etc, en una red de significantes. Los términos implican siempre una actitud para quien es portador de la denominación.
La religión es un ejemplo de instituciones que permiten gran posibilidad de variaciones. Mientras que la familia es de
aquellas en que las posibilidades combinatorias se hallan limitadas, estas son mínimas porque el matrimonio, que es su
base, desde su estructura sólo puede ser poligámico o monogámico. El matrimonio es siempre poligámicosiendo “la
monogamia su límite mínimo”. Esta es la expresión de la ilusión del “mito” en el que se apoya una forma particular de
sociedad, la burguesa capitalista, sustentada en tres pilares fundamentales: el matrimonio monogámico, la propiedad
privada y la religión monoteísta. Además, cualquier sociedad se caracteriza por la fijeza de sus formas institucionales y
la imposibilidad, no sólo de pensar otras formas fuera de ella, sino también de pensar en sus propias transformaciones.
En este contexto, toda transformación es traducida como expresión de una patología.
Occidente pretende fundarse mediante mitos cerrados que al ser considerados como verdades incuestionables, deniga
sus contradicciones. Las formas alternativas o las soluciones no convencionales quedan del lado del pecado, de lo
desnaturalizado, de la locura. Es la más nítida expresión de la violencia que se encubre tras el pretexto “lógico” que
impone la “forma verdadera”.
El conflicto surge por la imposibilidad de representación de los procesos de transformación de los modelos culturales y
las consecuencias en las prácticas sociales, ya que lo que permanece sin variaciones son las ideologías en que aquellos
se sustentan. En toda cultura, las transformaciones sociales se han dado con desfasajes, y esto ha generado siempre
complejas formas que llamamos de transición, pero en la contemporaneidad, este mismo hecho produce mayor
conflicto.
El matrimonio no está referido en ninguna sociedad a personas privadas, es la legitimación de la unión de dos grupos,
él es entonces la manera de ratificarla, la que ofrece mayores posibilidades de perdurabilidad.
Todas las formas que adquieren los sistemas de parentesco, son siempre intentos para el logro del equilibrio social,
que asegure la satisfacción de los ideales éticos.
La familia como la conocemos en la actualidad es un modelo nuevo. La familia restringida cumplió una función social
cuando el papel de la mujer estaba restringido a ser “reproductora de los productores” y “repetidora” de la ideología
que proclama su lugar pasivo, negándole derechos de protagonismo social y considerando a la función maternal como
excluyente.
Esta institución comienza su imperceptible transformación cuando las mujeres ocupan otros lugares en la trama social.
Transformación que también se manifiesta en el sistema de circulación del poder.
Existe el preconcepto de que el matrimonio tiene como función conservar las diferencias generacionales, pero esto no
es universal, al igual que tampoco lo es la característica de concebir las uniones matrimoniales como uniones entre
individuos de distinto sexo biológico.
El lugar de hijo está determinado culturalmente. Los miembros de la familia están unidos en todos los casos por lazo
jurídicos, esto implica derechos y obligaciones que son de naturaleza social, económica, religiosa, y sobre todo por una
red precisa de prohibiciones y prescripciones sexuales.
La sexualidad y la familia constituyen los ejes que garantizan la existencia misma del grupo social. El orden económico
constituye otra forma de la manifestación de las prohibiciones y prescripciones. En materia de orden cultural todo debe
ser instituido, nada puede ser dejado al azar y no depende en ningún caso de ninguna determinación natural.
La prohibición del incesto regula la sexualidad entre familias. El pasaje a la cultura produce un vacío y en ese lugar a
“manera de visagra”, se instala la prohibición del incesto que implica el establecimiento de heterogeneidades, de
diferencias, a partir de una marca, “marca significante” que no está sustentada en materialidad alguna.
Comienza así una cadena de prohibiciones y prescripciones de uniones legales, que obliga al grupo a buscar una salida
exogámica que pone en funcionamiento los diferentes circuitos de intercambio. Por la articulación entre la naturaleza y
la cultura se instala un orden nuevo que implica de por sí la imposibilidad de coincidencia con el objeto: el orden

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simbólico. Es este orden el que funda las instituciones de la cultura, y que tiene como fundamento la universalidad de
la prohibición.
II La prohibición del incesto, alianza e intercambio.
La prohibición del incesto es la única regla que es universal si bien no se encuentra en los dominios de la naturaleza.
Este “pasaje de la naturaleza a la cultura” se renueva en cada acto humano. “La naturaleza impone la alianza sin
determinarla y la cultura sólo la recibe para definir enseguida sus modalidades”. La cultura impone pues los contenidos
y determina las modalidades de la alianza a partir de la cual el parentesco se constituye en un hecho social. La cultura
introduce un Orden, allí donde no existe ninguno. Su papel es asegurar la existencia del grupo como grupo y sustituir
en todos los dominios el azar por la organización.
Este orden se manifiesta en todos los dominios en donde el grupo pone en juego los valores esenciales para su
existencia, las mujeres, las palabras y los bienes; se expresa en las medidas de control colectivo que garantizan y
establecen su forma de circulación.
Endogamia y exogamia no son categorías independientes dotadas de existencia objetiva, son perspectivas solidarias de
un sistema de relaciones fundamentales donde cada término se define por su posición en el interior del sistema. La
exogamia instaura la reciprocidad: solo se puede obtener un bien en la cultura si otro lo dona.
El intercambio y la reciprocidad son las manifestaciones del nuevo orden instaurado por la cultura, el Orden Simbólico,
cuyo efecto es instaurar la operación de transformación de todo estímulo en signo, definiendo en este paso
fundamental la articulación entre la naturaleza y la cultura.
Por la mediación de esta Ley surgen las instituciones, que pueden definirse como los espacios en donde se hacen
posibles y se definen los distintos modos de intercambio.
El surgimiento del orden simbólico exige que los bienes, convertidos en signos sean intercambiables para superar, en
el caso particular de las mujeres, la contradicción entre dos aspectos incompatibles, ser sujeto del deseo propio y a su
vez objeto percibido como tal del deseo del otro, es decir mediadoras de la alianza.
III La función simbólica y su aplicación al análisis del parentesco.
Lo social en la condición humana es un sistema semántico, es decir se da en la cultura; allí cada elemento es
significante de un significado que está siempre en relación con un sistema. Las conductas individuales que llamamos
anormales serían desde esta perspectiva intentos fallidos de escapar a este orden, quedando así fuera del campo
semántico, que está siempre consensuado. La patología sería la posibilidad metafórica del retorno a la naturaleza,
aunque un simbolismo individual autónomo es solo una ilusión.
En el universo simbólico, algo es en la medida en que se significa y resignifica en un sistema y en un contexto. El
hecho social total se encarna en una experiencia individual.
El acto social tiene un carácter tridimensional: es a la vez, una realidad sociológica-cultural, diacrónica que pertenece a
una historicidad que es simultáneamente historia de lo general, de lo particular y de lo singular y una realidad psico-
fisiológica. Esta tridimensionalidad sólo se manifiesta en un sujeto.
Para el Psicoanálisis resulta imposible un significante que coincida plenamente con un significado, condición esta que
instaura la falta. Para la Antropología habría siempre un exceso de significación.
Lo ideológico es lo que impide una representación veraz de la realidad. El concepto de representación da cuenta de las
distintas mediaciones simbólicas que utilizan las culturas para poder aprehender lo real, demostrando así que no existe
ninguna sociedad sin ideología, ya que ésta engloba a las concepciones del mundo. La representación esta entonces
siempre ligada al mito.
IV La semiótica del parentesco.
Junto al sistema de denominaciones hay uno de naturaleza igualmente psicológica y social que llamaremos sistema de
actitudes. Este conjunto de actitudes forma un sistema que no se correlaciona con el de las denominaciones, sino que
constituye su integración dinámica.
Lo que le confiere al parentesco su sistema de hecho social no es lo que debe conservar de la naturaleza sino el
movimiento esencial por el cual se separa de ésta.
Un sistema de parentesco no consiste en los lazos objetivos de filiación o de consanguinidad dados entre los
individuos; existe solamente en la conciencia de los hombres, es un sistema arbitrario de representaciones y no el
desarrollo espontáneo de una situación de hecho.
Para nuestra cultura la familia es la “santísima trinidad” compuesta por la madre, el padre y el hijo, presentándose
como el sustento básico de toda sociedad.
No existe la familia humana sin la institución de la alianza, o sea sin que exista la sociedad. En cada grupo humano se
manifiesta el orden a través de las reglas que establecen la circulación del bien más preciado, las mujeres; quedara así
establecida su forma de donación que pone de manifiesto que el matrimonio es un acto de alianza consagrado
socialmente.
El acto de donación, que surge como efecto de la prohibición instaura el Intercambio y la Reciprocidad, que se da
siempre en el seno de un sistema que resulta funcional; el tío materno, es entonces, en el átomo elemental del
parentesco, el significante del intercambio.
V Naturaleza, estructura e historicidad.
La ruptura epistemológica atraviesa distintos planos, el más difícil lo constituye el nivel del imaginario colectivo, esta es
la roca más dura con la que se enfrenta una noción que rompe totalmente con la concepción tradicional de familia, que
es a su vez base y sustento del sistema ideológico que nace en la modernidad. Esto justifica que cualquier fundamento
teórico que dé cuenta de su transformación permanezca como marginal.

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Esta es la roca dura que tiene que atravesar esta nueva concepción, porque nuestro modelo cultural de familia es
naturalista, basado en un ordenamiento biológico que niega que las instituciones son efectos de configuraciones
históricas.
La relación madre-hijo no está signada por la cultura, quedando entonces en el lugar de la ambivalencia. Pero es a
partir de la ausencia de signo en esta relación que se posibilita la circulación de los signos en las otras. Es en esta
relación donde se pone en juego el pasaje de la naturaleza a la cultura, relación que queda ligada a lo real. Porque
aunque la madre “dará a luz” siempre en un marco cultural determinado que le aportará las representaciones de su
cuerpo simbólico, y no será nunca sólo un acto biológico, metafóricamente se sitúa del lado de la naturaleza,
quedando entonces más cercano a lo real.
A partir de la ausencia de signo un sujeto jugará su destino, quedará sujetado o advendrá sujeto de deseo, esto es, se
lanzara a la aventura de la circulación, lo que significa que dejara de ser objeto exclusivo del deseo de la madre para
advenir sujeto de su propio deseo, única manera de acceder a cualquier relación cultural.
El vacío que deja el pasaje de la naturaleza a la cultura es justamente el desconocimiento que dará lugar al
surgimiento del orden simbólico, el que a través de las distintas discursividades intentará dar cuenta de lo imposible, lo
que se manifestará en forma privilegiada por medio del discurso mítico.
Las relaciones posibles en el relato mítico se vuelven intolerables para la cultura, no porque constituyan un peligro
biológico sino porque son un peligro social.
El mito de Edipo es importante porque es desde su enunciado donde se establece la articulación entre la Naturaleza y
la Historicidad, corte por el que se instauran las diferencias desde donde el acontecimiento se historiza fundando la
particularidad de lo humano.
La cultura en la que vivimos adolece de tres falencias que reaparecen constantemente: la primera es un particular
sentimiento de culpa heredado del judeo-cristianismo; la segunda la ausencia de metáfora o pobreza de la mediación
simbólica, que se manifiesta en la ilusión por alcanzar de manera literal a la real, reafirmada por el empecinamiento en
la búsqueda de una “verdad absoluta” y en la posibilidad de su demostración; y en tercer término, la imaginarización
de la historia como devenir unilineal y teológico. Estos tres aspectos han sido el impedimento mayor para la
comprensión de otros universos culturales.
El “nombre del padre” otorga la posibilidad de ingresar en el orden simbólico, lo que significa el ingreso a un código
que determina “las formas de combinación” permitidas en ese grupo, a una sociedad, como lugar donde se
desenvuelve cada cultura particular y a una historicidad, o sea la manera propia de representación de la temporalidad.
El Edipo es fundante de la temporalidad y por lo tanto de la historicidad; si el sujeto no atraviesa esta estructura, no le
es posible ingresar en ella, ya que esta supone la adquisición de una sintaxis ordenadora de los acontecimientos que
de lo contrario aparecen y reaparecen caóticamente.
Los tiempos de Edipo son para Lacan tiempos lógicos, no es entonces, una temporalidad lineal ni evolutiva. En el
primer tiempo el niño está en el lugar del objeto de deseo de la madre, lugar que carece de signo determinado por la
cultura. La relación con la madre está sin signar porque no puede ser extremadamente positiva ni extremadamente
negativa ya que debe permitir que emerja el propio deseo del hijo para que pueda ingresar al intercambio y a la
circulación significante y ser objeto de deseo. En el segundo tiempo interviene el padre, que le marca al niño que él no
es todo para la madre, y a la madre que no le pertenece totalmente. En el tercer tiempo, también es el padre el que
priva, pero no ya como el que “es” sino como el que “lo tiene”; es en este punto que se produce una dificultad para
nuestra cultura porque el ser y el tener están confundidos en el imaginario liberal-burgués, es por esto tal vez, que nos
resulta difícil el paso a este tercer momento que se caracteriza por la distinción y la aceptación de la incompletud,
mediante la castración simbólica.

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“EL ESPACIO AL QUE EL YO PUEDE ADVENIR”. AULAGNIER, P.
La autora toma a Freud y a Lacan, para estudiar a la psicosis (donde no se dan las condiciones necesarias para que el
yo advenga).
Ella se centra en analizar entonces las condiciones necesarias para que el yo advenga. No toma al yo como cc, sino
tambien como Icc.

1. La organización del espacio al que el yo debe advenir.


Todo sujeto nace en un espacio hablante, estructura del yo como instancia constituida por el discurso. El estado
infantil determina que entre la psique singular y el ambiente psíquico intervenga un microambiente, que es el medio
familiar o el que lo sustituye, que en un primer momento será catectizado por el niño como metonimia del todo.
Microambiente entonces es el espacio donde adviene el yo, es la conexión con lo que entendemos de familia y sus
funciones. Representa el ambiente cultural a través de la familia. Ese pequeño fragmento del campo social se convierte
en una totalidad para el niño donde descubrirá caracteres diferenciales por elaboraciones sucesivas.
El microambiente está constituido por dos fuerzas libidinales que lo recorre: el discurso y el deseo de la pareja
paterna. El análisis de ese medio psíquico privilegiado por la psique del infans y que marcara su destino aludirá a:
1) el portavoz y su acción represora, efecto y meta de la anticipación característica del discurso materno
2) la ambigüedad de la relación de la madre con el saber-poder-pensar del niño
3) el redoblamiento de la violencia, la serie de enunciados performativos que designaran a las vivencias y que
transformaran el afecto en sentimiento
4) aquello que, desde el discurso de la pareja, retorna sobre la escena psíquica del niño para constituir los primeros
rudimentos del yo, estos objetos exteriores y ya catectizados por la libido son los que dan nacimiento al yo al
designarlo como el que los posee, rechaza, desea
5) el deseo del padre del niño, por ese niño.

2. El portavoz.
Es la función del discurso de la madre en la estructuración de la psique, portavoz puesto que desde su llegada al
mundo el infans, a través de la voz de esta, es llevado por un discurso que comenta, predice, acuna, portavoz también
como representante de un orden exterior, de lo cultural. La función de la madre que con su voz libidiniza al infans, con
un discurso afectivo, como portadora de significación. Tiene tambien el papel de prótesis de la psique, es decir ella
presta psiquismo al infans. Protexis porque es un sustituto que luego se retira. Ella le presta, predice y luego el niño lo
hará solo.

En una primera fase de la vida, la voz materna es la que comunica entre si los dos espacios psíquicos. Prematuración
característica de nuestra especie, vivir exige la satisfacción de necesidades de las que el infans no puede ocuparse de
forma autónoma, pero se exige una respuesta a las necesidades de la psique. En la actividad psíquica del infans se
produce una metabolización, que viene del otro significativo, el infans metaboliza lo que se presenta del orden de lo
exterior y se torna homogéneo de algo heterogéneo. En este sentido Piera va a decir que el infans tiene actividad
psíquica desde el vamos, no es un sujeto pasivo, sino activo. Donde si bien depende del otro, él puede decidir, es decir
puede aceptar o rechazar la vida. Y hay algo que va a depender de la metabolización, que es el proceso que torna
homogéneo lo heterogéneo, donde lo heterogéneo es el mundo que lo rodea, y se va a metabolizar a lo homogéneo
de la psiquis de infans.
Los materiales de la representabilidad del pictograma, de lo escénico a la figuración, están constituidos por objetos
modelados por el trabajo de la psique materna, para que estos objetos ejerciten su poder de representabilidad se
requiere que hayan sido marcados por la actividad de la psique materna, esta le otorga un índice libidinal y le da
jerarquía de objeto psíquico, que son las necesidades de la psique. Es decir, la madre va marcando determinados
objetos libidinales en el niño, ya sea en el cuerpo o es objetos externos.
Lo que el infans metaboliza es una representación de su relación con el mundo, es un objeto que inicialmente habito
en el área de la psique materna, prótesis que presta algo ya reprimido, se le ofrece algo que el infans no posee todavía
que es la represión materna, significatividad según su historia, se metaboliza la representación de un objeto modelado
por el trabajo de la represión, la psique toma en si un objeto marcado por el principio de realidad y lo metaboliza en
un objeto modelado por el principio de placer. Este discurso prueba así la acción que cumple la represión, el sujeto
deberá encontrar su lugar en una realidad definida por enunciados que, respetan la barrera de la represión y ayudan a
su consolidación.

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La función de prótesis de la psique materna permite que la psique encuentre una realidad ya modelada por su
actividad y que, gracias a ello, será representable: la psique reemplaza lo carente de sentido de un real mediante una
realidad que es humana por estar catectizada por la libido materna. Solo gracias a este trabajo previo, tal realidad es
remodelable por lo originario y lo primario. En el encuentro de la madre-infans:
a) La madre ofrece un material psíquico que es estructurante por haber sido ya remodelado por su propia psique,
ofrece un material que respeta las exigencias de la represión.
b) El infans recibe este alimento psíquico y lo reconstruye tal como era en su forma arcaica para aquella que lo había
recibido del otro.
El efecto de prótesis se manifiesta, en el espacio psíquico del infans, a través de la irrupción de un material marcado
por el principio de realidad y por el discurso. La psique del infans remodelara ese material, pero sin poder impedir que
irrumpan en su espacio restos que escapan a su poder y que forman los precursores necesario para la actividad de lo
secundario. Serán retoños del principio de realidad, testigos de la presencia, de la alteridad y del discurso del
representante del otro.

3. La violencia de la anticipación (la sombra hablada)


Se arrasa la respuesta subjetiva, antes de que exista el infans como tal. Violencia primaria que al anticipar algo que
no es, se ejerce un exceso de interpretación para el infans que es necesaria para que se construya la psique. Violencia
primaria necesaria para permitir el acceso del sujeto al orden de lo humano.
Hay un discurso preexistente que le concierne, una especia de sombra hablada y supuesta por la madre hablante,
ella se proyectara sobre el cuerpo del infans y ocupara el lugar de aquel al que se dirige el discurso del portavoz.
Problemática identificatoria, cuyo eje es la transmisión sujeto a sujeto de algo reprimido, indispensable para las
exigencias estructurales del yo.
En un primer momento, el discurso materno se dirige a una sombra hablada proyectada sobre el cuerpo del infans, ella
le demanda a este cuerpo cuidado, que confirme su identidad con la sombra, es de ella que se espera una respuesta,
que no suele estar ausente ya que se la preformulo en su lugar.
El termino madre seria un sujeto que cumple con las siguientes caracteres: a) una represión exitosa de su propia
sexualidad infantil, b) un sentimiento de amor hacia el niño, c) su acuerdo esencial con lo que el discurso cultural del
medio al que pertenece dice acerca de su función materna, d) la presencia junto a ella de un padre del niño, por
quien tiene sentimientos fundamentalmente positivos.
La presencia de la sombra hablada constituye una constante de la conducta materna. Sombra llevada sobre el cuerpo
del infans por su propio discurso.
El saber acerca del cuerpo se lo observa en las defensas maternas contra el retorno de lo reprimido propio, en la
inducción en el infans de la catexia narcisista de sus actividades funcionales, en el conflicto dependencia-autonomía
que se encuentra latente en una primera fase de esta relación. Constituye el elemento privilegiado de la violencia
primaria, la posibilidad de que la categoría de la necesidad sea trasladada por la voz que le responde, al registro de la
demanda libidinal y que ocupe un sitio en el ámbito de una dialéctica del deseo.

4. El efecto de la represión y su trasmisión.


El discurso de y por la sombra es el que permite a la madre ignorar el ingrediente sexual inherente a su amor por el
niño, ese discurso intenta impedir el retorno de lo que debe permanecer en lo reprimido, lo que da lugar al atributo
funcional unido a todo aquello que en el contacto corporal participa de un placer cuya causa debe ser ignorada. En el
discurso materno todo aquello que habla el lenguaje de la libido y del amor es dedicado a la sombra.
La sombra está constituida por una serie de enunciados testigos del anhelo materno referente al niño, conducen a una
imagen identificatoria que se anticipa a lo que enunciara la voz de ese cuerpo, por el momento ausente. Para el yo de
la madre, esta sombra, este fragmento de su propio discurso, representa lo que en otra escena, el cuerpo del niño
representa para su deseo inconsciente, también se comprueba que está al servicio de la instancia represora. El yo de
la madre construye y catectiza ese fragmento del discurso para evitar que la libido se desvíe del niño actual y retorne
hacia el de otro tiempo y lugar. La sombra preserva a la madre del retorno de un anhelo que en su momento fue
consciente y luego fue reprimido: tener un hijo del padre (reactualización de toda su estructuración psíquica). Tras él,
se encuentra un deseo más antiguo: tener un hijo de la madre, la sombra es lo que el Yo pudo reelaborar,
reinterpretar a partir del segundo anhelo reprimido, logrando así la preclusión del primero: lleva la huella de este y
demuestra su reelaboración.
Para el infans se anhela un ser, un tener, un devenir, este anhelo representa aquello a lo que se ha tenido que
renunciar, lo que se ha perdido. En el proceso secundario, el anhelo que se expresa en los enunciados del discurso
mediante los cuales el Yo materno da un sentido a su relación identificatoria y libidinal con el niño ocupa un lugar
determinado: gracias a este anhelo, ese lugar es defendido contra la irrupción del deseo inconsciente y se contrapone
a su retorno. El infans, soporte de ese anhelo, desempeña el papel de una instancia represora en relación con el deseo
inconsciente de la madre, se convierte en un apoyo al servicio de sus defensas, el niño pasa a ser el dique que protege
a la madre del retorno de lo reprimido.
La sombra se convierte en una ilusión que le permite creer que existe una equivalencia entre la satisfacción del anhelo
del yo y la satisfacción del deseo icc. Lo reprimido es alejado y situado en el exterior del yo. El deseo edípico retorna
bajo una forma invertida, que este niño pueda, a su vez, convertirse en padre o madre, que pueda desear tener un
hijo.

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BERENSTEIN, I.
“PALABRAS Y CONCEPTOS VINCULARES USADOS EN NUESTROS DISTINTOS PERÍODOS”,
“CONSIDERACIÓN DE LA FAMILIA” Y “CAP 5”.
CLASE 3. PALABRAS Y CONCEPTOS VINCULARES USADOS EN NUESTROS DISTINTOS PERÍODOS.
1. El uso de las palabras.
Las relaciones entre hablar y pensar son complejas, y una de ellas es la reciprocidad: pensar hace hablar y hablar hace
pensar. Y tambien se da la posibilidad de que hablando surjan novedades, puede aparecer algo no previsto, no
pensado inicialmente.
La subjetividad tiene una adhesión fuerte a las palabras con las que fue instituida, y es razonable que así ocurra,
aunque no necesariamente legitimo y aceptable, dado que con ellas se la genero desde la educación y esta exige y
supone de parte del sujeto un fuerte compromiso con el origen y con los términos que la restituyeron. Pero el tiempo
pasa y nuevas situaciones trae otras palabras u otros usos de los mismos términos. Entonces se produce un doble
discurso: circulan nuevos términos como mera manifestación del habla, pero el sujeto sigue pensando con los
conceptos anteriores, aquellos para los cuales las palabras previas tenían mayor pertinencia.
Voy a tomar cuatro períodos por los que me toco transitar en mi formación psicoanalítica y vincular.

2. La época de la identificación proyectiva. (Décadas de 1950 y 1960).


En 1960 el Bs As psicoanalítico estaba influido fuertemente por el pensamiento kleiniano. Estas décadas, de la
inmediata posguerra, estaban influidas por la oposición guerra-paz, por los pensamientos sobre lo que se dio en llamar
“el mal”, por la creencia en la posibilidad de lograr una estabilidad social y política y en un porvenir asegurado.
Identificación proyectiva fue para este período un concepto revolucionario: introducía la idea de que partes de una
mente pueden ser alojadas y sus efectos vividos como proviniendo de otra. Los esfuerzos consistían en buscar en la
pareja y en la familia modalidades y mecanismos con los cuales ella se establecía.
3. La época de la estructura familiar inconsciente. (Décadas de 1970 y 1980).
El lugar es Paris y el tiempo mayo del 68. El modelo estructural de Levi Strauss basado en la teoría de los conjuntos
permitía agrupar un mundo disperso en un orden lógico que, con pocas leyes, hacia posible entender un conjunto de
transformaciones. Una estructura daba lugar a otras de la misma familia. Se trata de una época en la cual se usaban
los conceptos de yo, de yoes y por eso para sellar la relación se habían sistematizado los acuerdos y pactos icc.
Un movimiento decisivo en nuestro pensamiento sobre la familia a partir del estructuralismo de Levi-Strauss fue el
corrimiento de un pensamiento de tipo biológico centrado en la descendencia, es decir en el hijo, a otro centrado en la
familia, que se determinaba en una relación de intercambio con otra familia a través de la pareja de tipo matrimonial.
Es la familia donde las marcas de la falta producen déficit, donde los excesos producen fijación, y lo que será
desplegado en su cualidad traumática producirá la enfermedad ulterior.
En este periodo se ve un corrimiento del término relación al término vínculo (ambos de carácter icc). Y se empezaba a
abrir el camino a lo intersubjetivo como un mundo diferente de lo intrasubjetivo.
Por entonces, nos dimos cuenta que el icc de Levi-Strauss era un icc que pretendía responder a leyes generales, leyes
un tanto diferentes a las de la concepción psicoanalítica. Se trataba de un icc como ley general, que daría lugar al
criterio de invariancia.
4. La época del “acontecimiento”. (Década de 1990).
Con el surgimiento del término estructura comienzan a surgir lo siguientes interrogantes ¿Dónde se establece, en qué
lugar se ubica lo que se presenta como nuevo, lo que no tiene lugar por qué no se espera ni se prevé?
Cuando el sujeto es tomado por un evento imprevisto pueden tener lugar tres cuestiones: la de la novedad, la de lo
imprevisto y la de la disparidad entre el evento y el recuerdo. En cuanto a la novedad hace referencia aquello que no
tuvo lugar hasta el momento y sorprende a la subjetividad. En cuanto a lo imprevisto, el sujeto está expuesto a lo que
puede ocurrirle, sus inscripciones previas lo ayudan pero no son suficientes y deberán implementar algo con lo que se
presenta, es del dominio de la incertidumbre. En cuanto a la disparidad, se recuerda el acontecimiento que deja huella,
hablaremos del hecho que se registra pero no del hacer, se produce un deslizamiento, la emergencia de lo nuevo suele
tomarse como ruptura de lo anterior.

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5. La época de la ajenidad. (Alrededor del año 2000 hasta ahora).
El otro es ese que se presenta, me sorprende y al cual intento representar; para lograrlo me esfuerzo por hacerlo
coincidir con un registro previo. Podríamos decir que la presencia genera algo distinto de la diferencia, en la medida en
que se refiere a lo que está destinado a no ser incorporado, incluido o identificado.
Lo ajeno es aquello que la diferencia no modifica y lo que no es pasible de identificación. Pareciera que está destinado
a ser ajeno pero sin embargo me modifica, porque el otro se me impone.
En tanto psicoanalistas podríamos decir que el icc es lo ajeno y que se hace evidente a través de las producciones de
éste, como los síntomas, los sueños, los lapsus.

CLASE 4. CONSIDERACIÓN DE LA FAMILIA.


1. Definición.
Cuando hablamos de la familia nos estamos refiriendo a un conjunto de sujetos donde todos y cada uno de ellos son
diferentes entre sí, dentro de esa semejanza que marca el pertenecer a un parentesco, es decir a una relación que los
hace parientes. Los que pertenecen a él suponen todo lo dentro del vínculo como “propio”, en tanto que los “extraños”
estarán del lado de afuera del vínculo familiar.
La familia o pareja y el sujeto individual padecen diferentes sufrimientos, y cuando vienen a nosotros deberíamos
tratarlos como dos tipos de pacientes distintos. La familia es un conjunto de sujetos que se relacionan y se sienten
efectivamente relacionados y ello tiene consecuencias para el proceso de subjetivación.
2. El destino familiar como fuerza.
La madre, como mujer, no sólo se siente culpable por la muerte simbólica del padre, sino que, con la constitución de la
pareja da un giro copernicano en el hecho de asumir su feminidad y encuentra que tambien debe abandonar
simbólicamente a la madre. Es lo que la nueva relación los determina como sujetos otros, pero no a la madre y eso es
lo que se registra, se reprocha o se autoreprocha como un abandono. No es fácil la tarea de la mujer en su laborioso
camino hacia la pareja, tampoco lo es para el varón, pero sus vicisitudes son diferentes.
3. De la estructura familiar icc a la situación familiar. Los dos tipos de vínculo que reúne toda familia.
En su sentido descriptivo, una familia es un conjunto de personas vinculadas por la pertenencia al sistema de
parentesco. El parentesco y la lengua influyen en los procesos de subjetivación. Son sistemas que comprenden un
largo período de tiempo vivido y transitado en común, imponen estar en relación, y por allí circulan deseos y
obligaciones así como el requerimiento de estar y hacer con otro un espacio-tiempo actual. Alguna de estas
condiciones resulta de la inmadurez del ser humano, que no podría subsistir sin algún sujeto amparador que cubra los
primeros años del infans.
Si bien es el marco temporal donde se llevan a cabo diferentes actividades, con aquellos con quienes convivo,
principalmente los parientes, a los que llamo mi familia, comparto lo que se denomina cotidianeidad.
El hecho de ocupar lugares en la familia y de que cada uno reciba nombres de parentesco tiene ciertas consecuencias.
El bebe, devenido hijo, se hallara incluido en tres tipos de relación:
1. una relación del yo con los objetos a los que llama mama y papa, o si se dirige a otro semejante a él y diferente de
los padres lo llamara hermanito. Tendrán característica de objeto parcial o total y diremos que habitan el mundo de lo
interno.
2. La relación del sujeto hijo con otro sujeto al que llama padre o madre o hermano. Aquí las relaciones son de
exterioridad y en base al juicio de presencia.
3. Los nombres del parentesco antes mencionado nominan el lugar, ocupado generalmente por el sujeto que lleva el
nombre del lugar, aunque no necesariamente.
La familia se constituye como un conjunto de vínculos y de lugares ocupados por sujetos a través de sus acciones.
Estas pueden estar previstas pero tambien hay acciones que se realizan que no están previstas sino que resultan de la
situación actual, acciones creativas o por el contrario signadas por la repetición aunque nunca idéntica.
El vínculo es una combinatoria de presentación de los otros y representación del conjunto, y se inscribe como tal en el
psiquismo con una inscripción de pertenencia a ese conjunto y no a otro. Para no quedar aprisionado en el mundo
interno el sujeto ha de vincularse con otros, y para no quedar encerrado en la relación con otro ha de recurrir a su
mundo interno.
4. Los lugares del parentesco.
Describiré a continuación las distintas funciones que tienen los roles familiares:
El lugar de la madre tiene a su cargo:
-Darle asistencia al hijo, ayudarlo en su condición de desamparo en los primeros meses de vida.
-Investir narcisísticamente al hijo
-Colaborar en la construcción, en el hijo, de la representación de su cuerpo así como de la diferencia respecto del
cuerpo de la madre.
-Devenir objeto deseado del hijo despues de haber sido éste un objeto deseado de ella.
-Conducir al hijo hacia otra presencia que habita más allá de la propia relación. Es decir, dar un lugar al padre.
El lugar del padre tiene a su cargo:
-La difícil tarea de cumplir con las tres prohibiciones: obstaculizar la relación infantil de su esposa con su padre;
obstaculizar el acercamiento abusivo del hijo a su madre, es decir, sostener la amenaza de castración; obstaculizar su
propio acercamiento sexual al hijo.
-Aceptar su propia temporaria exclusión de la relación del hijo con la madre.
-Indicar las diferencias entre los lugares y los vínculos a fin de asegurar las funciones correspondientes y posibles en
cada familia para cada lugar.

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-Marcar al hijo como objeto de su deseo.
-En el futuro, dar la hija a otro hombre a fin de que constituya su propia pareja, y aceptar no figurar como parte del
mundo de la nueva pareja.
El lugar del hijo:
-Aceptar se objeto deseado de la madre y el padre
-Ocupará el lugar asignado en la familia por sus padres, así como por el medio socio-cultural al cual la familia
pertenece
-Aceptara que su cuerpo sea narcisizado por su madre y por su padre
-Estará incluido en la escena primaria, modo de representación sexual de la pareja, así como excluido en ella y de la
pareja de los padres
-Será el portavoz de los ideales familiares y de la cultura a los que él y la familia pertenecen.

CLASE 5. LA NOCIÓN DE VÍNCULO.


1. Recorrido.
Vínculo adquirió mayor especificidad de la mano del tratamiento psicoanalítico de familias y parejas así como de
grupos, para nombrar aquello que ligaba varias personas, fuera del orden del parentesco o de otros sistemas de
pertenencia. En un principio, el concepto de vínculo se relacionaba con el concepto de relación. Pero esta primera
concepción resulto muy amplia y poco precisa.
Vemos ahora la forma de describir los vínculos dentro de una familia. Podemos encontrar dos tipos de vínculos: los de
sangre y los de alianza. Los de sangre, remiten a la descendencia y a la transmisión genética. Los vínculos de alianza
son aquellos en los cuales la relación se basa en compromisos recíprocos entre las personas. El mejor ejemplo es la
relación matrimonial.
La vida vincular es una vida de enorme complejidad, ya que una vida de pareja o familiar especifica adquiere una
forma propia que es diferente de cualquier otra pareja o familia.
El pasaje del parentesco de sangre a los vínculos de alianza implica el pasaje a la fantasía de ser un hueso y una
carne, donde crecen la reciprocidad y tambien el conflicto, en función de la creencia de que se da más de lo que se
recibe y que se recibe menos de lo que se da.
2. La pauta que conecta.
El vínculo entre los yoes es icc y es de un orden que está en lo originario del sujeto, decíamos nosotros, a la manera
de una pauta que conecta. La pauta que conecta no está a la vista, y se requiere descubrirla observando ciertas y
determinadas regularidades. Es necesaria la diferencia para el registro de la pauta.
Por añadidura, que la relación o la pauta del vínculo tengan la peculiaridad de “caer”, o sea, de constituir un icc,
explica que las partes relacionadas, los “yoes”, recurran a declaraciones encubridoras para dar cuenta de su ligadura.
Es lo producido por las intervenciones en el vínculo, que ubica a los sujetos como diferentes de lo que eran en vínculos
anteriores o factibles de ser con otros sujetos: como hijo ante la madre o ante el padre, como ex marido de la esposa
previa, como amante de su amante, como jefe de su empleado, como analista actual de s paciente, como otro
paciente de ese analista, etc.
3. Vida biológica y vínculo.
La vida biológica es el sostén materia del cuerpo erógeno. La vida biológica pasa a la vida humana en función del
vínculo con el otro y con los otros. Es la pertenencia a un conjunto de otros lo que la hace humana, lo cual quiere decir
una vida con cualidades diferentes a las de otros seres humanos.
Entre la vida biológica y el mundo de los otros habría un circuito mediado por el aparato psíquico y por los vínculos.
Con el aparato psíquico, el instinto pasa a ser pulsión; está es específicamente humana, y remite a cómo lo corporal se
representa en el psiquismo. Con los vínculos el ser humano se subjetiva a través de esa especificidad que otorga a la
historización, la cual sólo es posible en relación con otros. No se es sujeto sin cuerpo pero sólo el cuerpo no es
suficiente.
4. La relación madre-bebé.
La relación mare-bebé es indispensable para el infans, y aunque el pecho pueda ser reemplazado por una mamadera o
por comida artificial, el contacto emocional parece ser para la mente tan necesario y consistente como el alimento
material para el cuerpo.
Si ambos, la madre y el bebé, invisten el contacto a propósito de la esencial función de dar alimento, por un lado, de
comer, por el otro, el vínculo es ese trabajo de estar juntos en la diferencia y de producir un encuentro.
Uno de los paradigmas de la relación con el otro en la que se incluye desde luego el vínculo madre-bebé, es la relación
de extranjeridad, que ofrece un límite a la representación; el otro nos interpela así como se siente interpelado por
nosotros, a la espera de un trabajo orientado a constituir con nosotros un idioma y sus claves a sabiendas de que hay
una lengua que nunca será propia y que deberemos seguir produciendo en común.
5. La relación amorosa.
Alguna vez señale que el enamoramiento es ese estado emocional, subjetivo, cuya característica es la de anular la
presencia del otro, lo ajeno, lo no posible de representar. Eso irreductible del otro aparece en la vida vincular como
fisuras en la idealización de lo uno en expresiones de extrañeza autorreferidas. Este está obligado a admitir que algo
del otro es inaccesible a su conocimiento, lo sorprende porque deberá aceptarlo como extraño, como no teniendo
existencia previa. Esas oposiciones son el trabajo del vínculo.

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BLEICHMAR, H.
INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LAS PERVERSIONES (TEMAS I A IV)
El Complejo de Edipo y el Edipo estructural (introducción).
Con respecto al Complejo de Edipo existen, en Freud, tres momentos de síntesis: la primera es la exposición que hace
en la carta que le envía en 1897 a Fliess; la segunda en “Psicología de las masas y análisis del Yo”; y el tercer
momento comienza en “La organización genital infantil (1923), y concluye en el artículo del 31 sobre Sexualidad
Femenina.
Se pueden encontrar tres conceptualizaciones en Freud con respecto al Edipo. Freud plantea lo que ya todos sabemos
pero que en su época significó una revolución: el deseo amoroso al progenitor del sexo opuesto y el deseo hostil frente
al progenitor del mismo sexo, deseo hostil que culmina en el de muerte.
Dice Freud: “se ha hecho costumbre nombrar como complejo a un contenido ideativo de este tipo que es capaz de
influenciar la reacción a la palabra estímulo”. “Esta influencia –se refiere al complejo ideativo- actúa ya sea porque la
palabra estímulo toca al complejo directamente, o porque el complejo logra hacer una conexión con la palabra a través
de lazos intermedios”.
Acá hay toda una teoría del funcionamiento psíquico y de la asociación de ideas: la teoría del determinismo. La teoría
es de aquello que preexiste a la palabra estímulo es decisivo para la organización de la respuesta. El modelo que
plantea es el siguiente: 1°) algo existente dentro del psiquismo del individuo; 2°) un estímulo y 3°) un efecto. Por
ejemplo: deseo reprimido + resto diurno: producción onírica.
Lo que determina que de la diversidad de estímulos presentes alguno de ellos se convierta en resto diurno es
exclusivamente que “despierta” el complejo. Lo previo constituye a lo posterior en significativo.
Con el término complejo Freud lo que estaba planteando es que hay algo que existe en el sujeto, frente a lo cual un
elemento externo actúa ya sea como un disparador que evoca, o como algo que permite la exteriorización de aquello
que pugnaba por abrirse paso. Por esto Freud dice en esta primera época de su teorización que el complejo de Edipo
es central: hay un conjunto de sentimientos, de aptitudes, de emociones, de ideas (al cual llama complejo), que existe
en el chico y que orientan su relación hacia sus padres.
Volviendo a la sexualidad del chico y de sus padres: lo biológico, lo previo, es la condición de posibilidad para que
actúe el campo edípico. Pero no es una sexualidad ya constituida sino que se organiza en el seno de la estructura
edípica.
La concepción que aparece en la primera formulación freudiana del Edipo es la de una sexualidad biológicamente
determinada que orienta al chico.
Hay que diferenciar entre el complejo de Edipo, como algo que vive subjetivamente alguien, y el Edipo como una
estructura en la cual se da el complejo de Edipo, diferencia que es central.
El complejo de Edipo está centrado en el chico, se lo supone a éste un ente constituido en su sexualidad, cuya
evolución de naturaleza biológica y predeterminada lo hace dirigirse hacia sus padres. Desde este punto de vista, este
Edipo no se puede considerar un Edipo estructural. Primero porque no trata de caracterizar a la totalidad de la
estructura en juego, a los padres y al chico, y porque no cumple con el sentido moderno con que se utiliza el término
estructura, como un conjunto de elementos que se constituyen en la relación y que son por lo tanto rigurosamente
interdependientes. Sin embargo, este Edipo que no es estructural en sentido riguroso, ya Freud lo entrevee como
estructurante. Este Edipo es estructurante del sujeto en un sentido como consecuencia de esta sexualidad que se
desarrolla en el seno de una situación edípica, como consecuencia de estos deseos, todos estos sentimientos repugnan
al sujeto, y entonces Freud establece la concepción de la represión, de la censura, como el mecanismo que constituye
un tratar de colocar fuera de la conciencia del sujeto aquello que lo repugna. Es estructurante en el sentido de la

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primera tópica, ya que contribuye a la constitución del inconsciente. La sexualidad aparece así como dando origen a
exclusiones y a producciones sintomáticas como retorno de lo reprimido.
En un segundo momento, en “Psicología de las masas y análisis del Yo” se plantea algo nuevo: la salida del Edipo con
las identificaciones. Como consecuencia de lo que pasa en el Edipo, el sujeto sale con determinadas identificaciones,
por de pronto con su identidad sexual. La identidad sexual es algo que se debe asumir, es algo que puede no ocurrir o
puede ocurrir en una dirección distinta de lo que la biología estaría determinando.
Como consecuencia de estas identificaciones a la salida del Edipo se forma el SuperYo.
El Edipo acá adquiere un carácter más estructurante de la personalidad porque ya no aparece solamente constituyendo
al inconsciente sobre la base de una fundación previa sino que surge integrando parte de toda la arquitectónica del
sujeto. El sujeto se constituye como tal en el seno de la situación edípica, porque si el Superyo y el carácter se forman
a consecuencia de lo que pasa en ella, esta situación entonces aparece como condición estructurante del sujeto. No
hay sujeto que preexista a la relación con los padres.
Viene después un tercer período, aquel en que Freud dice que el Edipo no es igual para la mujer que para el hombre y
además convierte a la castración en el centro del Edipo.
La madre ya no es un ente sino que es alguien que se conforma, se estructura, en interdependencia con ese chico. Se
ha llevado a un primer plano la función del padre, o sea el papel que juega para esa díada madre-hijo.
Si el Edipo interviene determinando el tipo de elección de objeto, la identidad del sujeto, como este y su deseo se
constituyen, sus mecanismos de defensa, la perversión que implica una determinada identidad, una posición frente al
deseo, una elección de objeto, estará entonces marcada por el Edipo.
El Edipo en Lacan.
El Edipo en Lacan es la descripción de una estructura intersubjetiva. Se tratará de ver cuál es el concepto de estructura
que está en juego en el Edipo lacaniano.
1ro. Una estructura como una organización caracterizada por posiciones y lugares vacantes que pueden ser ocupados
por distintos personajes.
2do. Como una relación entre dos variables. Esto resulta muy importante en la concepción de Edipo lacaniano, dado
que en realidad no se trata de calores fijos o lugares vacantes que se definan de por sí sino que cada uno es función
del otro personaje. Están mutuamente condicionadas.
3ro. Es el concepto tomado por Levi-Strauss: las estructuras elementales del parentesco como codificación de alianzas
que resultan del intercambio de mujeres. Las mujeres son cambiadas entre los hombres, circulan entre ellos.
4to. Derivado de lo anterior, lo que circula es lo que va a determinar la posición del personaje. Hay un conjunto de
personas y algo en circulación que determina las posiciones. ¿Qué es lo que circula entre los miembros de la
estructura? El falo. Dos definiciones de falo:
- El falo es el significante de una falta.
- El falo es el significante del deseo.

El significante es una traza material; en el significante y por medio del significante algo queda inscripto que es de otro
orden. El significante inscribe algo que es una ausencia, aparece en un lugar de la cosa, en sustitución de la ausencia.
Se puede producir la ilusión de que si está el significante no falta nada. Es porque la falta se inscribe como presencia
que se puede producir la ilusión. El falo es entonces, lo que aparece como lo que está en el lugar de la falta. El falo es
el significante de la falta. Es aquello en lo cual se inscribe la falta. El falo imaginario de Lacan es aquello que produce
completud; es el que permite mantener la ilusión de que nada falta.
El Edipo freudiano está centrado alrededor de la satisfacción de la pulsión; el lacaniano en realidad alrededor de la
satisfacción del narcisismo. De acuerdo al falo que va circulando se puede entender cómo se van ubicando los distintos
personajes frente a ese falo cuya posesión otorga una determinada satisfacción narcisista.
Edipo en Lacan en tres tiempos:
En el primer tiempo del Edipo se consideran dos personajes y la relación entre ambos. El niño por un lado desea ser
todo para la madre, desea ser el objeto del deseo de la madre; para ello se convierte en aquello que la madre desea.
Su deseo es deseo del otro, en el doble sentido, o sea, ser deseado por el otro y de tomar el deseo del otro como si
fuera propio.
Lo que determina que el chico desee ser el objeto del deseo de la madre no es la dependencia vital sino la
dependencia de amor. El niño se identifica con aquello que es el objeto del deseo de la madre, cree que es por él que
la madre es feliz. No sabe que la madre busca otra cosa más allá de él: la completud narcisista de ella.
En el primer tiempo tenemos a la madre, al niño y el falo: el ternario imaginario. Aquí la metáfora paterna actúa
porque está inscripta en la cultura.
Aquí el niño es el falo, la madre tiene falo.
Para el niño la madre es el Otro. El lugar desde el que se le aporta el código, es decir, el leguaje, las palabras que van
a captar y a moldear sus necesidades. No sólo la madre lee sus necesidades, sino que las construye.
La madre es el Otro en tanto le aporta el código, pero al mismo tiempo, es el “otro” en tanto es el “otro” imaginario, el
semejante especular, con el cual el chico se identifica y va a construir su Yo en tanto Yo representación.
El chico se identifica con un objeto imaginario: el falo, pero en tanto que la madre lo simboliza en el falo. El chico se
identifica con esa imagen de perfección; toma esa identidad como si fuera la del; toma de la madre el deseo de ser
eso. Si es eso, entonces, es aquello que para la madre es el falo que la completa. Desde la madre el niño ha sido
simbolizado como falo y éste es un objeto imaginario. De esta forma, el falo es el significante del deseo.
La madre en el primer tiempo del Edipo reconoce su castración, como faltándole algo: el falo. La madre produce la
ecuación niño-falo. El hijo la hace sentir completa, este es para ella el falo. La madre siente que ya tiene todo. La

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madre fálica es aquella que siente que no le falta nada, que está completa. El niño es el falo para la madre. Desde la
perspectiva del niño, él es el que la hace feliz; no sabe por qué, porque no sabe de la castración simbólica de la
madre.
El niño y la madre forman una unidad narcisista en que cada uno posibilita la ilusión en el otro de su perfección y
produce narcisismo satisfecho.
El primer tiempo del Edipo es una relación dual, imaginaria, especular donde dos personajes están presos de la misma
ilusión y cada uno de ellos posibilita que el otro se mantenga en la misma. Es una relación que tiene una asimetría.
Segundo tiempo del Edipo en Lacan: el padre interviene efectivamente como privador de la madre en doble sentido,
en tanto priva al niño del objeto de su deseo y en tanto priva a la madre del objeto fálico.
- Con respecto al niño: lo priva del objeto de su deseo, el niño deja de ser el falo de la madre, ve que esta prefiere a
otro que no es él, porque supone que aquel tendría algo que él no tiene.
- Con respecto a la madre: para que haya privación efectiva del objeto fálico es esencial no sólo que la madre cambie
al chico por el padre sino que este no quede ubicado como totalmente dependiente del deseo de la madre. Si esto no
sucede la madre se conserva como madre fálica.
En la castración simbólica el niño reconoce que a la madre le falta algo que lo debe buscar en otra parte, corresponde
al momento en que el niño deja de ser el falo y este pasa a existir para él como entidad independiente de un
personaje. El chico, al dirigirse a su madre, encuentra que hay otro, en este caso Otro como en el lugar de la ley o
significando a la ley, a la cual la madre debe someterse. Por lo tanto, la castración simbólica consiste en la instauración
del falo como algo que está por fuera de cualquier personaje.
En este segundo tiempo de pasaje todavía el chico cree que el padre es el falo; este interviene a título de mensaje
para la madre, y por lo tanto, para el niño: una prohibición, un no. Doble prohibición. Con respecto al niño: no te
acostarás con tu madre. Y con respecto a la madre: no reintegrarás tu producto. Aquí el padre se manifiesta en tanto
otro con minúscula, o sea que el padre se manifiesta en tanto un semejante con el cual el chico rivaliza, y no en tanto
ley. En este tiempo, para el niño, el padre es quien dicta la ley y quien aparece siendo el falo (para el chico, es lo que
él no es).
En el caso de la castración simbólica se introduce un corte, una separación entre la madre y el hijo, pero, al mismo
tiempo, para cada uno, se produce un corte y una perdida. El chico se separa del falo, pierde su identificación con él,
deja de ser el falo. La madre pierde a su falo, deja de poder instaurar el falo a voluntad y de tenerlo. Cuando el niño
deja de ser el falo, la madre deja de tener falo. El padre adquiere así la categoría de falo omnipotente que puede
privar a la madre.
Cambia la concepción del falo simbólico, porque ahora no es el chico lo que completa a la madre, él ya no es el falo, lo
cual significa e implica que haya una distancia entre aquello que representa para la madre y lo que él es: simboliza el
falo pero no lo es.
Existe en la estructura edípica una posición o lugar: la del padre simbólico. Es cualquiera o cualquier cosa que ejerza la
función de la castración simbólica. No tiene por qué ser el padre real.
Tercer tiempo del Edipo en Lacan: en primer lugar, producida la castración simbólica, el hijo deja de ser falo, tampoco
lo es el padre como lo era en el segundo tiempo; la madre deja de ser la ley, tampoco lo es el padre. El falo pasa a ser
algo que se podrá tener o carecer de él pero que no se es; la ley pasa a ser una instancia en cuya representación un
personaje pueda actuar pero no lo será. En este tiempo, quedan instauradas la ley y el falo como instancias que están
más allá de cualquier personaje.
En segundo lugar, al no ser el chico el falo deja de estar identificado con el Yo ideal y se identificará con el Ideal del
Yo.
Tercero, en este tiempo surgen dos consecuencias: a) la aceptación de la ley. La ley que se acepta es la ley del
incesto, que no sólo prohíbe la relación sexual con la madre sino que la posibilita con otras mujeres. Por eso, el padre
aparece, en este tiempo, como permisivo y donador, o sea que el padre posibilita. El padre aparece como aquel que
otorga el derecho a la sexualidad y, como consecuencia, se produce la asunción de la identidad de ser sexuado.

14
CADORET, A.
“CONSTITUIRSE EN PADRES DEL MISMO SEXO”. EN PADRES COMO LOS DEMÁS.
HOMOSEXUALIDAD Y PARENTESCO.
Es en la familia donde la diferencia atómica entre sexos adquiere significación social. El orden social de la reproducción
y el orden familiar se basan en la jerarquía de los sexos.
De la heterosexualidad a la homosexualidad.
La disociación de la heterosexualidad entre la función reproductiva y la búsqueda de placer tiene una historia compleja
y reciente. La heterosexualidad es una “forma normal” de obtención de placer, compartida por la mayoría de la
población. Freud define como normal el fin que constituye la satisfacción de la pulsión. Las “desviaciones” serán las
formas no genitales y no heterosexuales de obtención de satisfacción.
A comienzos de los años setenta, tras la explosión de mayo del 68, época caracterizada por el cuestionamiento del
orden social, que engloba el orden sexual y el familiar, se creó el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR).
Al mismo tiempo, emergen los movimientos feministas que luchan contra la dominación masculina. Los movimientos
feministas luchan por una nueva concepción de la mujer, autónoma y de valor idéntico al del hombre, mientras que los
movimientos de liberación de la homosexualidad reivindican únicamente el derecho a otras relaciones sexuales, no al
reconocimiento de una identidad de género. En realidad, el movimiento homosexual se ha estructurado en torno a
objetivos e intereses masculinos que dejan al margen a las lesbianas.
La homosexualidad se retiro en 1981 de la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud. La
homosexualidad no sólo difiere de la heterosexualidad en la identidad de la pareja, sino tambien, hasta los años
ochenta, en el modo de vida propugnado por los homosexuales gays, que se basa en los encuentros, el ligue, una
apología del instante presente y un rechazo de la pareja estable.
De la homosexualidad al homoparentesco: la legislación.
La homosexualidad pasa a ser una práctica reconocida en 1999, pero el reconocimiento legal del homoparentesco
queda excluido. El matrimonio heterosexual por sus propios fines procreadores, monogámico y estable, sigue siendo la
manera en que se recibe la familia. El matrimonio sigue siendo considerado “la unión entre un hombre y una mujer”.
Al reservar el matrimonio a las parejas de sexo diferente, el derecho civil instituye la práctica heterosexual como la
única capaz de constituir una referencia social.
La posición del padre homosexual divorciado o el mantenimiento del vínculo con el niño tras el divorcio.
Como sucede en la mayoría de los divorcios, la edad del niño es importante para la elección de su residencia habitual.
El niño pequeño suele confiarse a la madre, aunque ésta sea homosexual, cuando el hijo es mayor, puede atribuirse la
patria potestad al padre, sobre todo si el niño lo desea.
Pero el padre o madre homosexual obtiene más fácilmente el derecho de visita que la residencia habitual. Esto ocurre
sobre todo con los padres, pero a veces tambien con las madres.
Homosexualidad y homoparentesco: la familia extensa.
La cuestión que se plantea ahora ya no es de qué manera el grupo social concede derecho de ciudadanía o rechaza a
los padres del mismo sexo, sino en qué medida se puede basar los abuelos en el homoparentesco para aceptar u
olvidar la homosexualidad de su hijo.

15
Parece que la cuestión que cuesta aceptar es la del multiparentesco: dos madres, dos padres, o dos figuras
maternas/paternas. Cuando la pareja del mismo sexo decide seguir constituyendo un dúo y que su homosexualidad
sea rechazada, o negada, sigue siendo difícil plantearse la llegada de un niño, puesto que no remite al modelo de
referencia de un solo padre y una sola madre. Algunos padres de los homosexuales primero avergonzados de la
“anormalidad” de su hijo, lo viven de un modo completamente distinto con la llegada del bebé.
Conclusiones
Cuando las parejas homosexuales reivindican el reconocimiento de una posición parental para cada uno de los dos
miembros de la pareja, no exigen únicamente el reconocimiento de una función de parentalidad, sino tambien la
proclamación de su posición de parentesco y de su acuerdo de pareja, que ya no pasa por la complementariedad
sexual, reflejo de la complementariedad del engendramiento.

DELUCCA, N.
“MODALIDADES ACTUALES DEL EJERCICIO DE LA PARENTALIDAD, EN FAMILIAS DE LA PLATA
(Y GRAN LA PLATA)”.
1. Introducción
El presente proyecto de investigación se plantea, como consecuencia de los interrogantes que surgen de distintos
contextos de observación y estudio, ante los profundos cambios que afectan actualmente las organizaciones familiares
y por ende, al ejercicio de la parentalidad.
1.2 Estado actual del tema.
El análisis de las problemáticas referidas a la familia exige un punto de vista interdisciplinario. El psicoanálisis se centro
inicialmente en la dinámica y estructura psíquica del sujeto particular adulto. Luego inserto su estudio al niño y más
tardíamente por la relación de los síntomas infantiles con los conflictos parentales.
Desde estas disciplinas se destaca que a grandes cambios históricos se producen grandes transformaciones en la
familia. Enunciaremos los grandes cambios que a través de la historia han acontecido en la organización y en la
estructura familiar.
Previo a la revolución industrial, la familia era una unidad de reproducción y producción. Todos colaboraban con las
tareas campesinas o artesanales, para asegurar la subsistencia. Padre y madre tenían igual presencia en la crianza de
los hijos.
Con la revolución industrial, se va alejando lentamente el padre del hogar, quedando concentrada en la madre la
crianza de los hijos. Se va formulando así en el hombre el rol del hombre como productor y la madre un rol familiar.
La consolidación de la familia burguesa se consolida con el sistema capitalista. El matrimonio pasa a ser un arreglo
entre las partes, propiciándose el casamiento por amor. Surge la figura de “his majesty the baby”, el niño adquiere una
nueva importancia a los ojos de los padres. Se produce una división de poderes: el mayor poder dado al hombre en la
esfera pública determinaba el mayor poder de la mujer y de la madre en la vida privada.
1.3 Marco teórico de referencia.
Partiremos de considerar la familia en dos niveles:
1. Un nivel empírico, que desde lo observable da cuenta de las relaciones familiares y de lo que ellas producen.
2. Un nivel inferible, que desde esos observables permite acceder a los fundamentos, reglas y significaciones que
sustentan el ejercicio de las funciones parentales y filiales.
Desde esta perspectiva, consideramos a la familia como una estructura (o sistema de relaciones) compleja,
heterogénea, abierta y cambiante, no sólo en los tiempos históricos sino en su propio devenir.
En la estructura del parentesco, como construcción, cultural y social, consideramos cuatro lugares y denominaciones:
madre, padre, hijos y representantes de las familias de origen, que generan diferentes vínculos: de alianza o pareja
(legal o de hecho); parento-filial (entre padres e hijos): fraterno (entre hermanos) y el vínculo ancestral (hijos con la
familia de origen de los padres).
Nos resta ahora definir el concepto de vínculo y de configuraciones vinculares, que operativamente adoptaremos en
nuestra tarea investigativa. La noción de vínculo surge referida a una relación relativamente estable entre dos o más

16
personas, estructurada en torno a intercambios variables. La noción de vínculo lo definimos como “la relación de un
sujeto con otro” considerado sujeto del vínculo, un aspecto semejante, asimilable por identificación; un aspecto
diferente, reconocible y aceptable desde un asunción de la alteridad; y un sector ajeno. Ajeno sería todo aquello del
otro que los sujetos no logran inscribir a una representación.
Configuración vincular, como concepto derivado, alude a ciertos organizadores que se constituyen y construyen en las
relaciones interhumanas, cuya representatividad psíquica otorga el sentido de pertenencia a un conjunto y de cierta
identidad compartida. En relación a la familia, junto a una identidad familiar como organizador, en la que como
conjunto sus miembros se sienten reconocidos, podemos diferenciar otras configuraciones vinculares mas restringidas,
que comparten dimensiones del vínculo familiar, de la que no participan todos: el vínculo de pareja, el vínculo fraterno
y quizá podríamos agregar, el que forma la madre o el padre por separado, con el o los hijos.

DELUCCA, N. & PETRIZ, G.


“LA TRANSMISIÓN TRANSGENERACIONAL EN LA FAMILIA: SU VALOR Y FUNCIÓN EN LA
CONSTRUCCIÓN DE LA SUBJETIVIDAD”.

17
Nos planteamos en este trabajo desarrollar en especial, la temática relativa a la transmisión entre generaciones, ya
que consideramos que este proceso ocupa un lugar central en la construcción de la subjetividad, como en sus fallas.
Lo que hace de la familia una organización o institución atravesada por el devenir histórico, es que cada época
construye y propicia determinados valores y modos de funcionamiento por sobre otros, acorde con lo que espera de
los sujetos que la componen.
En períodos históricos previos a la revolución industrial, se necesita acrecentar la mano de obra, el grupo social
propiciará el matrimonio, la descendencia y la familia amplia como unidad de trabajo.
El “imaginario social” o colectivo que constituye la modernidad, está asentado en la idea de progreso, de camino
evolutivo de direccionalidad única y necesaria.
En este paradigma surge el modelo de familia tradicional, como una entidad “naturalizada” de soporte biológico y
despegada del contexto histórico en que surgió y que se pensó inmutable.
A partir de la revolución industrial y los cambios que ella generó, se fueron produciendo dos fisuras conflictivas en el
funcionamiento familiar: 1 Decrece la importancia de la unidad productiva familiar. Tanto el “pater familia” como la
madre, pasan a efectuar el trabajo fuera del hogar. 2 La escolarización y el impacto informativo de los medios de
comunicación masivos se han erigido frente a la familia como competidores poderosos.
Tiende a desaparecer la gran familia bajo un mismo techo, reduciéndose a la familia nuclear, transformándose los
vínculos extra-afectivos que otrora unían a sus miembros por el trabajo: la unión queda supeditada a la presencia del
amor, del afecto, y esto hace más frágiles sus relaciones y su estabilidad.
La generación de los abuelos queda tempranamente fuera del aparato productivo.
La organización que la cultura construye es previa al nacimiento del individuo, opera como una matriz simbólica y los
lugares de esta matriz (estructura del parentesco), se irán ocupando por sujetos singulares a partir de la alianza
conyugal. La ley de la cultura que rige esta alianza es el tabú del incesto, que supone la formación de una pareja
exogámica, cuyos miembros pertenecen a dos grupos familiares diferentes. Se piensa que la familia es una
construcción de la cultura y no un hecho natural.
Paradoja de la cultura: es creada por el hombre y a su vez estructura sus fundamentos.
Pensar en la ley de prohibición del incesto como fundamento de creación de la familia permite conceptualizar una
estructura lógica, un orden invariante dentro de la diversidad de sus contenidos. Este orden reconoce quién es quién,
cual es el lugar de cada uno, instituyendo relaciones y vínculos diferenciales.
Llamamos relación o vínculo transgeneracional o ancestral al que se establece entre el nieto y los abuelos. La función
que estos pueden cumplir se ha llamado “abuelidad”.
La ley instala una prohibición y un orden generacional y sexual, con grados prohibidos y permitidos para cada uno de
estos vínculos.
Se prescribe la expresión de la sexualidad a través de la “corriente tierna” para todos los vínculos, generándose los
afectos y su expresión en sentimientos. La prohibición alcanza también a la otra cara del amor que es la hostilidad.
Ningún vínculo amoroso está exento de ella, pero quedará reprimida como mandato de la cultura.
Quedarán inscritos en lo inconsciente tanto los deseos incestuosos como los de muerte. En su latencia, sin embargo,
siguen insistiendo a lo largo de la vida, ya que la ley funda el deseo del sujeto por todo lo que no pudo realizar ni
acceder. Motor de su incesante búsqueda.
A la inscripción psíquica de la ley de la cultura se la llama psicoanalíticamente estructura edípica, referida a la
instauración de una lógica y su representación por parte del sujeto: yo – el otro significativo y los muchos otros. Este
orden simbólico familiar y su registro psíquico permitirán captar que el espacio del yo propio es limitado, que hay otros
diferentes en edad y sexo. Esto es la “castración simbólica”: saberse sexuado, necesitado del otro y mortal, sujeto a un
orden que trasciende a los individuos singulares.
Hay tres funciones básicas que se articulan en la familia, constituyendo la subjetividad de sus miembros (dando la
posibilidad de que un organismo-bebé devenga un sujeto humano):
1) Función de sostén: esta carencia inicial será suplida por los cuidados y significaciones que punto a punto le
brindará la madre sobre cada una de sus experiencias. Necesitará para existir, que otro privilegiado (madre, padre o
sustitutos) lo invista, lo libidinice, es decir, deseen su vida y existencia y se lo transmitan.
2) Función simbólica de corte y diferenciación: será necesario que un tercero (padre o sustitutos) represente un
espacio diferente para el bebé, que abra una brecha en la unidad narcisista madre-bebé e inaugure su entrada en la
lógica de la presencia y la ausencia, que le permitirá acceder a lo simbólico, a la cultura, a los objetos a construir.
3) La transmisión: construyendo las representaciones transubjetivas que le permitirán saberse incluido en un conjunto
más amplio que la familia: el conjunto social. Se produce la inscripción de los ideales de la cultura, pero también de
aquello que ella rechaza.

En el antes del nacimiento no solo está la pareja de sus padres. Lo nuevo e irrepetible se articula permanentemente en
la familia con lo que se repite, con lo que hace a la cadena transgeneracional.
Las familias de origen, los padres de los padres, ahora abuelos, sus ancestros, han escrito ya una historia que
inexorablemente es transmitida.
La transmisión tiene entonces dos ejes: uno sincrónico, que incluye las significaciones del conjunto social; y uno
diacrónico, donde están implicadas las generaciones anteriores y que constituye la transmisión transgeneracional.
Función del abuelo: este acto implica una donación por parte del abuelo: la de su lugar de padre o madre. Ocupa el
lugar de dador en la estructura familiar: del que cede o renuncia a un hijo para abrir el intercambio con otros grupos,
como testigo y garante de la nueva alianza. Si esta función es fallida, su lugar puede indiscriminarse del lugar de la

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madre o el padre, borrándose las diferencias generacionales, creándose no sólo situaciones de rivalidad entre ambas
generaciones, sino propiciando que la oferta identificatoria para ese niño pueda ser confusa al ofrecer modelos que
puedan ser contradictorios y a veces paradojales.
Lacan expresa: “el inconsciente es el discurso del otro. Estoy condenado a reproducirlas porque es preciso que retome
el discurso que él me legó. Esto es la necesidad de repetición tal como la vemos surgir más allá del principio del placer.
Vacila más allá de todos los mecanismos de equilibración, armonización y de acuerdo en el plano biológico. Sólo es
introducida por el registro del lenguaje, por la función del símbolo, por la problemática de la pregunta en el orden
humano”.
Existen simultáneamente diferentes tipos de transmisión, que se realizan a través del lenguaje. Un tipo es la que se da
a través del relato. Otro modo de pensarla es como sedimento, como la transmisión del resto no significado, lo
reprimido por los ancestros, lo no contestado, lo no realizado, lo evitado.
Los antepasados nos dejan como herencia: 1) aquello que quedó ligado afectivamente y representado en el aparato
psíquico y por lo tanto puede ser recordado y transmitido en palabras; 2) lo que tuvo inscripción y palabras pero fue
reprimido y olvidado; 3) lo que no pudo ser ligado ni representado y no tuvo palabras porque fue desmentido o
recusado de la realidad, como un hecho traumático que nunca existió.
La abuelidad puede ser pensada como un momento creativo, como una oportunidad de trabajo psíquico y elaboración
de situaciones no resueltas. O bien los enfrentará al dolor de lo no asumido y el refuerzo defensivo en su denegación.
La generación intermedia, la de los padres, también puede presentar resistencias a percibir su otrora “grandiosos
padres” de la infancia, como abuelos, como viejos que han perdido su poder.
Es un doble intercambio: a los jóvenes les proporciona cada vez más raíces, puntos de anclaje, encontrar personas que
tienen con ellos un vínculo afectivo y que representan alguna permanencia en la vorágine del devenir y los abuelos, al
poder ser escuchados y transmitir sus experiencias, sienten que recuperan un lugar en el reconocimiento entre los
jóvenes.

“FAMILIAS DESORDENADAS” DERRIDA, J. & ROUDINESCO, E.


Familias desordenadas.
Se defiende la idea de que es necesario aceptar que las parejas homosexuales puedan tener hijos, por adopción,
homoparentalidad, coparentalidad o inseminación artificial con dador. La adaptación a nuevas estructuras parentales

19
está en curso y proseguirá. La pareja homosexual sigue siendo una “pareja” que, a su vez, tambien requiere niños
legítimos.
Los autores se preguntan si el peligro en genera no deriva del lugar excesivo concedido a la omnipotencia materna. Es
sabido que la mujer, al hacerse madre, se ve obligada a una posición de omnipotencia frente al lactante en estado de
dependencia. Si esta potencia fusional de la madre con el hijo es necesaria durante los primeros meses de vida para la
socialización futura de éste, la madre luego debe renunciar por sí misma a él para que el niño pueda abrirse al mundo
de la alteridad, a lo que se llama “el tercero”, encarnado primero por el padre, y por ende, en principio, por el que
ocupe simbólicamente el lugar del padre, un lugar que puede ser el del otro o el del “diferente”.
Entre Freud y sus sucesores, incluido Lacan, la teoría edípica supone un modelo fijo: la identidad estable del padre y la
madre. Y sobre todo de una madre supuestamente irremplazable.
Desde ya hay dos posiciones: la de los dogmaticos, atados a un modelo congelado que tiende a borrarse de la realidad
social; y la de los modernos, más “deconstructores” y sensibles a las transformaciones incluidas por los propios
sujetos. Los autores se ubican en la posición de que cuando surge algo nuevo el psicoanálisis no debe condenarlo, sino
que darle espacio.
Hoy en día, la madre portadora puede no ser la progenitora del hijo. La posición de la madre no es reductible a la
genitora. Identificar a un genitor no equivale a designar a un padre. El genitor no es el padre, el padre es alguien que
reconoce a su hijo, la madre reconoce a su hijo. Y de manera no solamente legar. Toda la oscuridad se concentra en
esta “experiencia” que llamamos tan rápido el “reconocimiento”. Paternal o maternal, el deseo de apropiación no es del
orden meramente genético.
Por otro lado, los autores opinan que es importante, aquellos niños adoptados o cuyos padres no son los genitores,
deben decirles la verdad a los niños. Aquellos niños a quienes se engañan sobre su origen siempre presentan síntomas
que significan que si icc conoce la verdad, aunque la deformen. Cuando uno guarda el secreto de ese orden sobre el
origen de una filiación, no puede suprimir los síntomas.

GOMEL, S.
“INTRODUCCIÓN” Y “ACERCA DE LA TRANSMISIÓN”. EN TRANSMISIÓN GENERACIONAL,
FAMILIA Y SUBJETIVIDAD.

20
En el terreno de la transmisión, considera a la intersubjetividad eficaz productora de subjetividad, pues la continuidad
psíquica de las sucesivas generaciones a partir de la pertenencia a una cadena genealógica, impone una exigencia de
trabajo a los sujetos eslabonados en ella. La transmisión dejará su marca en el sujeto a través de complejas
operaciones de reinscripción y transformación.
Los vínculos de parentesco, desplegados en redes, sostienen el campo intersubjetivo familiar. Desde lo simbólico, los
vínculos familiares derivan de la puesta en juego del principio de intercambio a partir del marco transcultural, sostenido
a su vez por reglas y operaciones que atraviesan a todas las culturas y se inscriben en el psiquismo más allá de un
contexto determinado.
En el plano de lo imaginario, aparece marcado, en primer lugar, por aquellos aspectos ligados al imaginario social en el
cual habitan los vínculos: ideologías, sistemas axiológicos, creencias, modelos perceptivos. En segundo término, el
espejo familiar, campo de identificaciones tensado a partir de los supuestos identificatorios familiares, condensación de
anhelos actuales y pretéritos.
La cuestión del superyó revela que la trama simbólico-imaginaria no logra apresar todas las facetas de la transmisión.
Circulan trazas imposibilitadas de reescrituras psíquicas, que van trasladándose de una generación a otra en su
cualidad de irrepresentadas y, desde ese estatuto, se arborizan en diferentes psiques (cadena traumática
transgeneracional).
La autora propone enfocar el acarreo entre generaciones a partir de tres ejes: lo transcultural, las significaciones
imaginarias sociales y familiares y lo no advenido al campo representacional.
En cuanto a los canales utilizados para la transmisión se destaca, en primer término, el discurso familiar, vía regia de lo
transgeneracional abordable a partir de las huellas de los hablantes en los enunciados, como lugares de inscripción y
posicionamiento de las subjetividades anudadas en los vínculos de parentesco. Una segunda vía se despliega en el
recorrido de la trama fantasmática. La posibilidad o imposibilidad de transcripciones simbolizantes en la psique
incipiente se encuentra enlazada a la capacidad de armado de una trama simbólico-imaginaria-pulsional en la red
vincular a la cual adviene el infans.
El régimen de las identificaciones, por su parte, conforma una de las maneras más poderosas de enlace entre pasado,
presente y futuro. La fantasmática parental anida cadenas de investimientos pretéritos y enmarca un lugar de partida
para los movimientos identificatorios en los descendientes.
La autora no se plantea otra temporación que la retroactiva en las cuestiones ligadas a lo transgeneracional. La historia
de una familia se construye en su trasmisión: transmitir un pasado es, en verdad, construirlo; el pasado como tal está
perdido y solamente advenido en hecho histórico podrá lograr algún tipo de encadenamiento.
La cuestión de lo transgeneracional lleva a primer plano la tensión existente en la red vincular entre la repetición
monótona de modelos vinculares, y la aparición de la novedad ligada al tema de la creación. Las historias familiares
resultan así, una amalgama variable de permanencia y transformación. Los lazos de parentesco reconocen en sus
condiciones de producción la historia de los vínculos ancestrales y el sesgo impensado de nuevos encuentros: azar y
necesidad se imbrincan en una dialéctica compleja.
En el plano familiar se produce la articulación entre lo azaroso acontecimiental y las leyes de funcionamiento vincular,
y el acarreo transgeneracional aparece como condición de partida de la vincularidad y legalidad co-instituyente para el
armado de la subjetividad.
Cap 1. Acerca de la transmisión.
El ser humano, en su atravesamiento generacional, se encuentra dividido entre la exigencia de ser uno en su
singularidad y de erigirse en el sujeto del conjunto. La genealogía funciona inscribiendo al sujeto humano en las
categorías del sistema del parentesco y, al mismo tiempo, lo ubica como tributario de la especie.
Freud se pregunta acerca de los medios y caminos de que se vale una generación para transmitir a la siguiente sus
estados psíquicos. Sostiene que podría bastarnos para la explicación de este acarreo de una generación otra la
mención de la práctica de los juglares: transmisión oral o escrita de los actos y su consiguiente respuesta afectiva. Se
despliega electivamente la historia familiar tal como es contada de padres a hijos.
En la vida psíquica del individuo, pueden tener eficacia no sólo contenidos vivenciados por él mismo, sino otros que le
fueron aportados con el nacimiento, un factor constitucional del individuo, una herencia arcaica: fragmento de la vida
psíquica de las generaciones anteriores se convierte en parte del bagaje inconsciente de generaciones posteriores.
Transmisión generacional será entonces el modo peculiar en que verdades y saberes, odios y amores, deudas y
legados, posibles e imposibles, se traspasan de los odres viejos a los nuevos, sosteniendo que la voz de las
generaciones no se silencie. La herencia no puede ser recibida pasivamente: requiere del sujeto un trabajo de
apropiación de su misma sustancia. La transmisión sólo puede ser pensada como sostén si se produce una doble
acción: adueñarse de lo recibido de manos de nuestros antecesores y al mismo tiempo imprimir a ese bagaje nuestro
propio sello.
La realidad vincular.
La realidad psíquica puede ser definida como el conjunto de sentidos al cual un sujeto adjudica valor de realidad y se
diferencia de la realidad material aun cuando mantiene con ella sutiles conexiones. Habría entonces, una serie de
realidades diferentes.
Si la expresión “realidad psíquica” designa el deseo icc y la fantasía ligada al mismo, su utilización en el campo
intersubjetivo nos propone la idea de una realidad vincular anclada en la trama fantasmática y transmitida entre las
generaciones. También confluyen en ella todos los aspectos determinantes del imaginario familiar, pilar del sentimiento
narcisista de pertenencia al conjunto y sostén del lazo social. Realidad vincular armada por redes ancestrales, a ser
reelaborada por cada nuevo miembro en una versión tamizada por su propia fantasmática, siempre inédita en su
singularidad. La realidad vincular se sustenta en una combinatoria interpersonal que angosta la oferta de la cultura y

21
compone su propia lectura tanto de la realidad material como de la psíquica, brindando el marco para las
transcripciones singulares.
En relación a lo transgeneracional, la realidad vincular es una precipitado de discursividades, combinatorias deseantes,
redes interfantasmáticas y también vacíos de semantización.
En materia de transmisión nada se pierde, no hay fuga posible.
La familia como intermediario.
Lo intermediario funciona en el campo de lo discontinuo en tanto resultado de una articulación entre formaciones con
legalidades disimiles. En segunda instancia, se asocia a lo intermediario con un proceso de creación o de génesis que
dará cuenta del origen y de la existencia de procesos de transformación y de pasaje de un orden a otro.
La familia como intermediario participa de las características de diversos espacios a engarzar: lo cultural-transcultural,
las significaciones imaginarias, lo genealógico como prehistoria vincular jugada en la trama intersubjetiva y la psique
singular. El ser humano no se constituye en forma aislada, muy por el contrario, es efecto de una intersubjetividad
mediada por la cultura que decanta, a partir del trayecto identificatorio, en singularidad irrepetible.
El modo a través del cual la familia da lugar a la constitución subjetiva de sus miembros transcurre por el camino
obligado de su raíz cultural.
El infans remodelará y metabolizará lo transmitido por vía de la combinatoria deseante parental para adecuarlo a sus
propios postulados de funcionamiento psíquico. Esta tarea requiere que el material ofrecido haya sido alcanzado por la
represión de los padres, a partir de un trabajo de transformación y complejización vincular conducente, para cada uno
de los miembros de la alianza conyugal, a la apuesta exogámica; transformación posibilitante más tarde del
advenimiento a las posiciones padre y madre.
La dimensión transcultural.
Edificada sobre reglas y operaciones que atraviesan todas las culturas y se inscriben en el psiquismo más allá de un
contexto determinado, configura uno de los planos de la transmisión. Se ubica aquí, en primera instancia el sistema de
la lengua. Subsidiarios del orden del lenguaje, aparecen los dos grandes hitos que balizan el universo de la cultura: “no
te acostaras con tu madre”; “no mataras”. Se trata de invariantes ordenadores del amplio fresco instituyente de las
culturas, que a partir del principio de intercambio, las compele a perpetuarse en un marco artificial de tabúes y
mandatos. El tabú del incesto brinda soporte simbólico a lo imposible, transformado en prohibición. La familia puede
pensarse como precipitación de los sistemas de parentesco propios de una cultura, y lo transmitido de una generación
a otra las bases mínimas para garantizar a través del intercambio la posibilidad de establecer nuevas familias.
La familia como institución no tiene un fundamento natural. La alianza está presidida por una ley imperativa en sus
formas e inconsciente en su estructura.
Ante la necesidad de sepultamiento de las mociones pulsionales del sujeto incompatibles para los dos enunciados
culturales, e incompatibles también con el armado de una identidad identificatoria ligada al sostén narcisista brindado
por el conjunto, la represión será entonces el mecanismo fundante. La instauración de lo reprimido para el hijo sólo
podrá efectivizarse si también los padres han podido renunciar a sus sueños incestuosos; la transmisión específica, de
esta manera, las coordenadas simbólicas para dar lugar a la operación represiva en un sujeto, erigida así en invariante
transcultural.
La cultura vehiculiza significaciones de orden imaginario a quienes las habitan. Dicho imaginario refiere al conjunto de
significaciones por las cuales una familia, una institución o una sociedad se configuran como tales, creando no sólo
formas específicas de relacionarse sino también configuraciones subjetivas.
La semiosis social y el proceso de transmisión de la producción de sentido son invariantes transculturales. También el
malestar en la cultura se erige en invariante, pues la civilización exige para su supervivencia el sacrificio de las
urgencias pulsionales e impone un montante de insatisfacción a los individuos pertenecientes a ella.
Transmisión del ideal del yo-superyó.
La instancia del Ideal y la función superyoica se transmiten a través de las generaciones. El superyó del niño no se
edifica en verdad conforme al modelo de sus progenitores, sino según el superyó de ellos; se llena con el mismo
contenido, deviene portador de la tradición de todas las valoraciones durables que se han reproducido por este camino
a lo largo de las generaciones.
En la teoría psicoanalítica se delimitó una articulación demarcativa del Ideal del yo como aspiración idealizante y del
superyó como coercitivo. El ideal del yo abre una brecha entre el Yo y el Ideal, organizando la distribución entre el ser
y el tener.
El sistema de ideales familiares se organiza bajo la alternancia Yo Ideal-Ideal del Yo. La identificación apoyada en el
Ideal del Yo posiciona a cada sujeto en relación con un conjunto de insignias y no con un personaje. La insignia es
testimonio de la ubicación en una clase más abarcativa, e indica a alguien como soporte de una historia que lo
trasciende.
Transmisión de la culpabilidad.
La culpabilidad, según Freud, es fundamentalmente un sentimiento inconciente. La diferenciación del superyó como
instancia crítica y punitiva introduce la culpa en cuanto relación intersistémica en el aparato psíquico. Compone uno de
los fundamentos de las adquisiciones culturales resultado de introyectar los pilares simbólicos ligados al sepultamiento
del complejo de Edipo y a la interiorización de la prohibición.
La culpabilidad icc derivada a través de la línea genealógica no tiene acceso a la representación sino a la vía motora
del acto, canal privilegiado de transmisión de lo no representado. La identificación en su vertiente transgeneracional,
corporiza así vacíos de significación, sucesos sin acceso al nivel de los hechos históricos que impregnan el presente
familiar de afectos desligados.

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Las complejas relaciones entre superyó, necesidad de castigo y sentimiento de culpa trascienden los escenarios
psíquicos internos y juegan su partida en el transcurrir de las familias.
Las significaciones imaginarias.
Las identificaciones imaginarias se convierten en proveedoras de sentidos para la psique; podemos hablar así de una
convergencia entre el imaginario individual y el social, lugar de encuentro en el cual los sujetos pertenecientes a una
misma cultura comparten significaciones propias de la misma.
Existe una estrecha relación entre el imaginario familiar y el espíritu de la época. El contexto histórico-social a través
de anudamientos sutiles hace aparecer como anhelo individual aquello que es condición de la cultura, asegurando la
cohesión necesaria para perpetuarla.
Una de las características del discurso social acerca de las significaciones imaginarias es hacerlas aparecer necesarias,
autoevidentes y naturales.
Transmisión de lo no representado.
Lo vivido previo a la constitución del icc en cuanto instancia diferenciable y a la represión originaria como su
organizador, deberá ser metabolizado por el infans: meta no alcanzable en su totalidad por cuanto es imposible para el
campo de la representación cubrir todo el psiquismo y siempre persistirá un resto traumático de la relación primordial.
El cuerpo y sus inscripciones arcaicas demarcan una modalidad de investimientos que no se agota en la pura
actualidad: a través de ella se transmiten vivencias y registros ya efectivizados en otras escenas psíquicas.
La desligadura puede atravesar las generaciones y transcurrir su capacidad traumática causando fracasos en el
psiquismo largo tiempo después, trasladándose silenciosamente de una generación a la siguiente y desplegando la
posibilidad o no de su tramitación.
La cualidad traumática de determinados eventos familiares no depende exclusivamente de la magnitud de lo sucedido;
cuenta también la posibilidad que el grupo haya o no tenido de otorgarle algún sentido, a partir de la riqueza y la
complejidad de la trama simbólico-imaginaria tejida en la intersubjetividad.
Estructura familiar inconsciente: las relaciones familiares tienen un carácter simbólico cuyo significado yace en la
estructura inconsciente. La estructura inconsciente de las relaciones familiares es la matriz de donde provienen los
significados surgidos cuando se considera el conjunto ligado de las relaciones entre los términos de parentesco.

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