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Tema IV

Producciones de la estructura familiar

 Sistema de los nombres propios. Organización y representación del espacio y el tiempo familiar.

 Mitos y creencias familiares. Su valor identificatorio. Transmisión y reformulación.

 Diferentes modelos e ideales familiares, según los grupos de pertenencia.

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FAMILIA Y ENFERMEDAD MENTAL. BERENSTEIN

Los nombres propios.

Toda persona lleva un nombre propio con el cual se lo denomina. Es dado por los otros integrantes del grupo familiar, en
general, por los padres. El apellido denomina a todos los integrantes de un mismo grupo familiar. En nuestra cultura designa a
la línea paterna. Dentro de las personas del mismo apellido el nombre establece una diferenciación.
Los nombres propios tienen las siguientes características: a) unicidad: cada nombre denomina a un sujeto único; b)
identificación: se considera a los nombres propios como marca de identificación a diferencia de los nombres comunes; c)
denotación: los nombres propios no tienen significado. El nombre puede connotar origen, creencia religiosa, actitudes de los
padres; d) sonido distintivo: característica de los nombres propios adscritos a un sonido creado, en especial, a los fines de la
designación; e) criterios gramaticales: hay algunas propiedades tendientes a diferenciar nombres propios de comunes. La
mayor parte de los nombres propios no tiene plural. Los nombres no usan artículos y otras partículas determinantes.
La indicación de un nombre puede estar referida a un sentimiento familiar, a un sentimiento religioso, a la moda, a la
practicidad o a denominar a un representante familiar significativo.
El nombre propio indica una relación entre el receptor y el dador del nombre y, a menudo, es la expresión de indicadores de
un nivel altamente inconsciente sobre el sistema de relaciones entre ambos. Los nombres propios pertenecen a dos tipos, la
de aquellos donde el nombre es una marca identificatoria aplicada por el grupo familiar según algún tipo de regla y aquellos
nombres donde la regla es la creación libre del individuo que nombre y expresa un estado anímico transitorio.
El nombre es una marca de identificación que identifica no sólo a una persona sino a todo un grupo familiar e identifica
también a un momento histórico.
Los nombres no son términos aislados, indican relaciones entre términos y es mediante estas relaciones de donde desprenden
su significado. En una relación de pareja, la mujer al casarse pierde su apellido paterno y pasa a ser en la denominación la
mujer del marido. Se la conoce como la señora de tal.
Los nombres se derivan, informan y remiten a un sistema relacional desde el cual definen su significación. En este sentido, el
nombre puede constituirse en signo desprendido de un sistema significante. Los nombres propios forman parte no sólo de un
sistema clasificatorio de personas sino además son signos de la organización inconsciente del sistema familiar y disponen la
ubicación de las personas generadas en esa estructura.

El espacio familiar.

Todo grupo familiar ocupa un espacio de características variables: estable o inestable, grande o pequeño. El espacio habitable
está sobredeterminado por variables económicas, demográficas, sociales y psicológicas.
Cada familia concibe su espacio de manera diferente y el estudio de esta dimensión puede darnos datos sobre la organización
inconsciente del grupo.
El espacio nos permite recuperar dimensiones psicológicas y, en este sentido, puede ser considerado como un lenguaje. Cada
grupo familiar distribuye su espacio en una configuración acorde con su estructura consciente o inconsciente. El diagrama del
espacio familiar es también una representación de las relaciones familiares y del conjunto de imágenes, de ideas y recuerdos
de las relaciones familiares tal como existen en lo inconsciente de los integrantes. La representación espacial de un grupo
familiar no siempre refleja su estructura, a veces está ordenada según el modelo consciente con el cual los integrantes tienen
organizada la relación.
El espacio familiar puede ser considerado una dimensión donde se cristalizan las relaciones familiares y los mecanismos de
producción de las relaciones entre sus miembros. Este, en general, tiene una distribución convencional. El espacio se presta
para establecer representaciones de distancia. La distancia espacial puede ser una proyección de la distancia afectiva.
El espacio familiar es entonces una dimensión desde donde es posible reconstruir: a) las relaciones familiares en su dimensión
inconsciente, por medio del estudio de las configuraciones espaciales variables o estables; b) la estructura inconsciente del
grupo familiar, esto es aquello dependiente, por un carácter fundante, de la modalidad de construcción del grupo conyugal y
su relación con la familia materna; c) las determinaciones históricas que dieron origen a, y se mantienen como sistema de
relaciones en la estructura inconsciente.

El tiempo familiar.

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Cada familia ordena sus acontecimientos vividos en un tiempo que retiene todas las características de la estructura familiar. El
tiempo, al igual que el espacio, es considerado un objeto semiótico organizado, derivado de una estructura familiar
inconsciente. Así como el estudio del espacio nos permitirá inferir una ordenación permanente inconsciente de la estructura
familiar, el estudio del tiempo nos permitirá recuperar, a su vez, una estructura acrónica.
Las familias borran de su historia aquellos acontecimientos indeseables o los conservan pero ubicados en otro tiempo, con lo
cual readquieren un significado diferente del original. Todo grupo familiar sistematiza y ordena su tiempo en relación con los
modelos más próximos a la conciencia de los integrantes. La historia de una familia aparece como el relato de los
acontecimientos significativos que incidieron en la constitución y en su desarrollo.
La periodización es una división del tiempo. Es posible agrupar el tiempo en varios tipos de periodización o divisiones del
tiempo.
El tiempo convencional es el marcado por los relojes o el calendario de acuerdo a las convenciones. Toda cultura maneja un
tiempo convencional merced al cual establece acuerdos y puede cambiar el criterio establecido de una convención por otra. Es
un tiempo de común acuerdo.
El tiempo biográfico o cronológico es un tiempo evolutivo, con direccionalidad, no reversible porque los acontecimientos están
ordenados en una única dirección de antes a después. Los períodos están agrupados de acuerdo a los acontecimientos
significativos variados de todo grupo familiar.
El tiempo mítico consiste en establecer una determinación causal entre los acontecimientos pasados merced a algún tipo de
relación. Dispone de la relación temporal antes-después e introduce el tipo de explicación causal por el cual aquello que
ocurrió antes es el motivo de lo que ocurrió después. Es un tiempo con una determinación causal lineal. El tiempo mítico
resulta de una reagrupación de los sucesos vividos.
El tiempo inconsciente es no evolutivo, reversible. Es el tiempo de la significación, del modelo estructural, y no sólo el de los
acontecimientos biográficos. En este tiempo ubicamos el desarrollo del significado del vínculo de parentesco en el grupo
familiar. Mantiene en una misma estructura acontecimientos ocurridos en épocas diversas, agrupadas en un modelo regulador
que le otorga sentido. Es un tiempo construido por el observador. Informa de una estructura acrónica, y en este sentido, no
está ordenado de modo cronológico en el tiempo biográfico. Es permanentemente presente.
Todo grupo familiar pasa por una serie de etapas no siempre coincidentes, con momentos precisos y cuya duración de
variable. Son etapas sucesivas de manera que la anterior es contenida por la posterior y ésta a su vez contenida por la
siguiente. Las tres etapas siempre presentes son:
a) Etapa de la conexión con la familia materna: define la constitución de la pareja mediante la relación con la familia de
procedencia de la mujer. Coincide con el enamoramiento y la definición del tipo de pareja constituida en una unidad de
intercambio.
b) Etapa de la alianza: definida en base a la relación conyugal como pareja sexuada. Es el período en la cual se fijan nuevas
normas de acuerdo, consciente o inconsciente.
c) Etapa de la filiación: definida como aquella en la cual aparecen los hijos tenidos o adoptados. En esta etapa queda
completada la evolución del grupo familiar.

Cada período contiene al anterior y hereda sus conflictos, a la vez que puede crear los obstáculos para su desarrollo sucesivo.
Cada familia pasa por este proceso de maduración a través de las 3 etapas sucesivas. La etapa inicial es constitutiva y su
impronta rige en toda la evolución del grupo familiar.

El tiempo familiar y el espacio familiar, por ser dimensiones socialmente pautadas se prestan para contener propiedades
inconscientes y, por lo mismo, pueden ser ocultadas con facilidad y racionalizadas. Todo grupo familiar tiene un ordenamiento
temporal realizado según algunas ideas no explicitadas por los propios miembros, quienes no obstante viven de acuerdo a esa
ordenación temporal.

BERENSTEIN

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“LA ESTRUCTURA FAMILIAR DE UN HÉROE”. EN PSICOANÁLISIS DE LA ESTRUCTURA FAMILIAR.

La familia es un sistema, un conjunto de seres humanos ligados por 4 tipos de relaciones constitutivas de parentesco: alianza
o relación entre marido y mujer, filiación o relación entre padres e hijos, consanguinidad o relación que liga a los hermanos
entre si y avuncular o relación que liga al hijo con la familia materna o su representante. Las personas del sistema familiar
están ligadas y determinadas, sin ser conscientes de ello, por una estructura inconsciente, donde se halla como matriz de
significado la compleja relación entre la familia conyugal y la familia materna, o sea la familia dadora de esa mujer.

Ocasionalmente surgen individuos que por sus cualidades parecen enfrentados y diferenciados de la estructura familiar o
social. El héroe es uno de esos individuos excepcionales. Una familia, un grupo puede requerir un héroe y el origen de este se
halla prefigurado en la estructura del grupo o familia, se crea su función a través de una serie de investiduras. Una condición
del héroe es su posibilidad de funcionar como objeto presente y seguir ejerciendo una influencia, como objeto ausente. Objeto
ausente-presente, asenté como persona y por eso mismo presente como relato, en general de tipo mítico. Como tal, contiene
en su estructura elementos de una realidad, reordenados para dar coherencia a términos a los que la contradicción hacia
aparecer como opuestos sin salida. La función del héroe y la del relato mítico de sus aventuras es la de actuar como un
término tercero mediador entre los términos contradictorios insolubles de una estructura inconsciente.

El héroe se debe a la relación con el padre, mediante la cual el hijo se convierte en sujeto a través de la identificación. El
héroe es masculino en tanto detenta la función paterna de establecer un nuevo contexto. El héroe está asociado a la
masculinidad del padre y asume la culpa por haberse sublevado contra el código del dador de la mujer, el hermano o padre
de esta última, para establecer un nuevo contrato de alianza y concretar la exogamia. El hijo se identifica con el padre en el
uso del atributo fálico para sobrepasar las dificultades del orden materno y probablemente para restaurar la función paterna.

El héroe surge y pone en evidencia, la estructura inconsciente del grupo del cual surge. El relato, luego mítico, de sus
aventuras contiene elementos de esa misma estructura.

El héroe es un ser humano convertido en sagrado, poderoso, benéfico, del cual se espera luego que protagonice empresas
gloriosas aunque finalmente fallidas. Está impregnado de características divinas, única manera de salir de la estructura
inconsciente familiar y grupal. La muerte del héroe se debe probablemente a que puso en evidencia, hizo conscientes aspectos
de la estructura inconsciente. Después de su muerte, el héroe reaparece como relato mítico.

Las sociedades humanas y los individuos ordenan sus universos semánticos en un campo de la cultura, definido por los
contenidos aceptados, prescriptos o permitidos como propios, y un campo de la naturaleza, definido por los elementos
rechazados, prohibidos y no aceptados como propios. Este orden tiene la función de valor ordenador. Toda sociedad define
sus valores culturales y naturales.

“FAMILIAS CON LIDERAZGO FEMENINO EN SECTORES POPULARES DE BUENOS AIRES”.GELDSTEIN

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Entre las tendencias más notables de la última década, se puede observar el incremento del número de separaciones y
divorcios y de la cohabitación como etapa previa o como alternativa al matrimonio y el creciente número de hogares con jefa
mujer y de familias reconstituidas a partir de una segunda (o sucesiva) unión legal o consensual de los separados y
divorciados.
Estas tendencias han sido relacionadas con la creciente individuación y autonomía personal en las decisiones vitales derivadas
de cambios culturales y económicos que modifican de manera especial la posición de la mujer en la familia y en la sociedad y
que implican la puesta en cuestión de la división tradicional de roles sexuales y de la autoridad patriarcal asociadas al modelo
predominante de familia nuclear. Lo que está en el corazón de estos cambios en la familia es una reestructuración de las
relaciones hombre-mujer, en el trabajo y en el hogar.
El hombre suele ser considerado como jefe por los miembros de la familia, en tanto las mujeres sólo suelen ser reconocidas
cuando en el hogar no existe un hombre adulto. Esta atribución de la jefatura familiar al varón se relaciona con la presunción
de que él desempeña la función de principal proveedor. En cambio, desempeño de este rol económico por parte de una mujer
no determina que su familia la considere necesariamente jefa.
Para muchas familias estos cambios de roles económicos con frecuencia son causa de conflicto y ruptura de las relaciones
conyugales.
Así, la crisis recesiva que distorsionó el mercado laboral, afectó también profundamente la vida familiar de los sectores
populares, potenciando un fenómeno preexistente asociado a factores culturales y a la pobreza estructural: la formación de
familias “no tradicionales”. Los hogares con una mujer proveedora constituyen una vía de acceso privilegiada al territorio
habitado por familias vulnerables: las que están en crisis, las que tienen jefatura femenina y las familias reconstituidas.

Estructura familiar y dinámica de la vida cotidiana.

Definiremos el modelo de familia tradicional como un matrimonio legal, permanente, sexualmente exclusivo, entre un hombre
y una mujer, con hijos, donde el hombre es principal proveedor y autoridad fundamental. Las familias que hemos investigado
se alejan del modo tradicional: porque en ellas es una mujer quien cumple el rol de principal proveedora económica, porque la
unión que le dio origen no fue un matrimonio legal sino una unión consensual, porque esta no ha sido permanente, porque los
hijos no son de ambos miembros de la pareja, porque es frecuente que el ejercicio de la autoridad sea compartido por los
cónyuges.
Las familias reconstituidas pueden ser definidas de manera amplia como aquellas en las que uno o ambos de los adultos que
componen el núcleo conyugal tienen hijos de una unión anterior que viven principalmente en ese hogar. En estas, un nuevo
cónyuge se integra a un hogar monoparental preexistente formado por un progenitor y sus hijos.
En este tipo de familia la incidencia creciente de las separaciones y los divorcios han determinado tanto un cambio en su
origen (antes se constituían a partir de la disolución por viudez) como un notable aumento de su frecuencia.

Las familias “de carne y hueso”

El número de miembros del hogar que pueden aportar ingresos, el estilo de las relaciones de género y generacionales, el
ejercicio de la autoridad y sus fuentes de legitimación son algunos de los aspectos relevantes de la estructura y dinámica
familiar que condicionan las diferentes formas de organización para la resolución de la vida cotidiana y determinan, por lo
tanto, condiciones variables de vida.

 Las familias nucleares “intactas”: un supuesto que acompaña al modelo de familia tradicional es que en los hogares
completos, con padre y madre, hombres y mujeres cuentan con un compañero con quien compartir la crianza de los hijos y las
responsabilidades económicas.
En estas familias, las madres trabajadoras aceptan la responsabilidad económica compartida como un hecho natural, o bien
interpretan su ingreso como una ayuda al esfuerzo del marido por el bienestar de la familia.
La armonía conyugal se sustenta en la aceptación de la división sexual de roles, basada en valores e imágenes tradicionales en
torno del matrimonio y la maternidad y, hasta cierto punto, en una actitud “colaborativa” o “permisiva” del marido respecto de
las tareas domésticas y de los intereses y las actividades extradomésticas de sus esposas.
La situación descripta es bien diferente para otras mujeres “proveedoras” económicas que, también en hogares nucleares con
su primer compañero, enfrentan serios conflictos de pareja como consecuencia de los cambios de roles que han debido
implementar para obtener el sustento familiar.
 El modelo nuclear en crisis: unas pocas entre ellas fueron las principales proveedoras de ingresos durante toda o la mayor
parte de su vida familiar, pues, durante la década perdida sus compañeros siempre tuvieron trabajos inestables. Otras han

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debido asumir ese rol económico como consecuencia de los efectos de la crisis recesiva sobre el empleo o los ingresos del
compañero años después de una unión que se estableció sobre la base de una división de roles tradicional.
Casi todas ellas manifestaron la existencia de algún grado de conflicto conyugal, originado en su reproche a la actitud
“quedada” del marido o en su renuencia a compartir las tareas domésticas, pero también la propia insatisfacción del hombre
por no poder “cumplir” económicamente con la familia. La mayoría de estas mujeres, a partir de la autoridad que les confiere
su mayor aporte económico, impusieron cambios en la asignación de las tareas domésticas, así como en el manejo y la
administración del presupuesto familiar. Las mujeres de este grupo se reconocen a sí mismas como jefas de la familia.
El aumento de la autoestima y autonomía que ella adquiere en este proceso y la denigración que supone para un hombre con
valores tradicionales no solo no poder cumplir con lo que socialmente se espera de él, sino verse obligado a desempeñar roles
“femeninos”, refuerzan su sentimiento de desvalorización, provocando su “abdicación” (abandono) de otros roles masculinos.
La insatisfacción, en suma, es de ambos miembros de la pareja, por un cambio de roles que no fue elegido, sino producto de
las circunstancias adversas.
 Las familias de las madres solas: la situación actual de la pobreza en las familias con jefa mujer es resultado de la
combinación entre factores asociados a su origen socioeconómico y las limitaciones que impone la estructura de su grupo
familiar.
Suelen ser la principal o la única perceptora de ingresos de su grupo familiar; tampoco reciben apoyo económico del padres de
sus hijos.
La presencia de los hijos de corta edad presenta a las madres otra restricción para el desempeño de actividades remuneradas
fuera del hogar; sólo pueden trabajar un número limitado de horas, lo que en el tipo de ocupaciones que ellas desempeñan se
traduce en menores ingresos.
 Las familias reconstituidas: cuando una familia se modifica por una separación conyugal, suele ser el hombre quien se
retira, dejando intacta la unidad psicofísica madre-hijos-casa.

La mayoría de las familias reconstituidas se hayan formado por el allegamiento de un “padrastro” a un núcleo monoparental
con jefa mujer; por otra parte, raramente los hombres aportan a la nueva familia hijos de una unión anterior.

En estas familias no existe manifestación seria de conflicto. Las mujeres informan que la jefatura del hogar es compartida, que
las decisiones importantes se discuten entre ambos, que el marido colabora en las tareas domésticas y que ellas tienen un
apreciable grado de libertad para moverse fuera del hogar.

La posición del hombre en estas familias reconstituidas y matrilocales es, sin embargo, ambigua:

1° El compañero no siempre es legitimado como “jefe” de la familia o como “marido”.

2° Los hijastros pueden aceptarlo como pareja de la madre, miembro del hogar, consejero y amigo; pero no necesariamente
como “autoridad” paterna.

3° Estas mujeres desean reservarse la seguridad de sus bienes ante la eventualidad de una nueva ruptura. También desean
conservar el papel protagónico en la formación y preservación de sus hijos, que adquirieron durante los años de jefatura
solidaria.

Cualquiera sea el trato matrimonial que estas nuevas parejas hayan establecido, las mujeres concuerdan sin excepción que la
unión actual es más satisfactoria y menos conflictiva que la anterior, a cuyas condiciones no aceptarían regresar.

Trayectorias matrimoniales.

Al modelo de estructura familiar tradicional, idealizada, de familia nuclear completa le corresponde una “historia familiar”
típica, también idealizada. Pero la vida familiar está expuesta a las influencias de un contexto social cambiante y la familia,
como todo grupo humano, es un sistema en el que personas individuales interactúan de manera solidaria, motivadas por el
bien común, pero también orientadas por intereses y necesidades personales que pueden estar en conflicto.
Una familia entonces, puede cambiar su estructura más de una vez a lo largo de su ciclo vital, manteniendo como único
elemento constante, la presencia de alguno/os de sus miembros: típicamente, la madre y sus hijos.
 Los antecedentes familiares y la primera unión.
Las experiencias tempranas vividas por las mujeres en la familia de origen tienen consecuencias sobre su valoración del
matrimonio y la familia y, sobre las expectativas y estrategias individuales en la elección de la pareja y la constitución de la
primera unión.

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 El matrimonio como “escape”.
La condición que más parece predisponer a las mujeres a un inicio azaroso de su vida marital y reproductiva es la falta de la
madre, ya sea por muerte temprana o por abandono, especialmente si no es sustituida por otra persona que cumpla el rol
maternal con afecto. En general, la mayoría de estas mujeres inició su historia marital muy temprano.
La falta de alusión explicita el proceso de cortejo y de noviazgo, parece señalar la ausencia de cumplimiento de ritos de pasaje
y, por lo tanto, la falta de atribución de un sentido de trascendencia al evento de la unión y la fundación de una nueva familia.
Las condiciones de explotación y la falta de afecto produjeron en estas mujeres el deseo de escapar de su hogar de origen o
de crianza. Cifraron sus expectativas en el matrimonio como única posibilidad de una vida propia y en la maternidad como un
medio de obtener este fin.
 Las separaciones conyugales.
Las actuales jefas de familia suelen referir que fueron abandonadas por el marido por causas desconocidas para ellas o,
conjeturan durante la entrevista que tal vez está fue la forma que ellos encontraron de poner fin a una situación de deterioro
de la pareja por problemas económicos y, por haber encontrado el hombre una nueva pareja.
Las mujeres que formaron familias reconstituidas después de una separación fueron, con mayor frecuencia, quienes decidieron
la ruptura por sí mismas, como consecuencia del maltrato masculino a ellas o a los hijos.
El divorcio o la separación conyugal es un evento clave en el desarrollo de un grupo familiar que muy raramente acontece de
manera súbita.
Los sistemas ideacionales prevalecientes todavía enfatizan la estabilidad matrimonial frente a la ruptura. Para que una mujer
decida enfrentar una separación tiene que existir alguna independencia respecto de estas expectativas normativas, distintos
valores y pautas culturales del grupo de pertenencia.

Conclusiones.

Las familias no tradicionales no son necesariamente inestables ni disfuncionales por apartarse del modelo nuclear tradicional.
Por el contrario, pueden ser alternativas más viables que a veces vienen a compensar carencias o disfunciones que preexistían
en el hogar original de padre y madres presentes.

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LEVI STRAUSS

“LA ESTRUCTURA DE LOS MITOS”. EN ANTROPOLOGÍA ESTRUCTURAL

Cualquiera sea el modo en que se consideran los mitos, parecen todos reducirse a un juego gratuito o a una forma grosera
de especulación filosófica.

Si un sistema mitológico otorga un lugar importante a cierto personaje, digamos una abuela malévola, se nos dirá que en tal
sociedad las abuelas tienen una actitud hostil hacia sus nietos; la mitología será considerada un reflejo de la estructura social
y de las relaciones sociales. Y si la observación contradice la hipótesis, se insinuará al punto que el objeto propio de los mitos
es el de ofrecer una derivación a sentimientos reales pero reprimidos. Sea cual fuere la situación real, una dialéctica que gana
a todo trance encontrará el medio de alcanzar la significación.

El mito integra la lengua; por el habla se lo conoce; pertenece al discurso.

El mito está en el lenguaje y al mismo tiempo más allá del lenguaje. Saussure ha mostrado que el lenguaje ofrecía dos
aspectos complementarios: uno estructural, el otro estadístico; la lengua pertenece al dominio de un tiempo reversible y el
habla al de un tiempo irreversible. Si es ya posible aislar estos dos niveles en el lenguaje, nada excluye la posibilidad de definir
un tercero.

El mito se define también por un sistema temporal, que combina las propiedades de los otros dos. Un mito se refiere siempre
a acontecimientos pasados, antes de la “creación del mundo” o “durante las primeras edades” o en todo caso “hace mucho
tiempo”. Pero el valor intrínseco atribuido al mito proviene de que estos acontecimientos, que se suponen ocurridos en un
momento del tiempo, forman también una estructura permanente. Ella se refiere simultáneamente al pasado, el presente y el
futuro.

El hecho de que el mito tenga una doble estructura, a la vez histórica y a-histórica, explica que pueda pertenecer
simultáneamente al dominio del habla (y ser analizado en cuanto a tal) y al de la lengua (en la cual se lo formula), ofreciendo
al mismo tiempo, en un tercer nivel, el mismo carácter de objeto absoluto. Este tercer nivel posee también una naturaleza
lingüística, pero es, sin embargo, distinto de los otros dos.

Un mito es percibido como tal por cualquier lector en el mundo entero. Su sustancia se encuentra en la historia relatada. El
mito es lenguaje, pero lenguaje que opera en un nivel muy elevado y cuyo sentido logra “despegar” el fundamento lingüístico
sobre el cual había comenzado a deslizarse.

Si los mitos tienen un sentido, este no puede depender de los elementos aislados que entran en su composición, sino de la
manera en que estos elementos se encuentran combinados. El mito pertenece al orden del lenguaje, del cual forma parte
integrante, con todo, el lenguaje, tal como se lo utiliza en el mito, manifiesta propiedades específicas. Estas propiedades son
de naturaleza más compleja que aquellas que se encuentran en una expresión lingüística cualquiera. El mito esta formado por
unidades constitutivas, estas unidades implican la presencia de aquellas que normalmente intervienen en la estructura de la
lengua, que son los fonemas, morfemas y semantemas. A los elementos propios del mito lo llamaremos unidades constitutivas
mayores (mitemas). Se ubican en un nivel más elevado; de lo contrario, el mito no podría distinguirse de otra forma
cualquiera del discurso. Sera necesario buscarlas en el plano de la frase. Cada gran unidad constitutiva posee la naturaleza de
una relación. Las verdaderas unidades constitutivas del mito son haces de relaciones y que solo en forma de combinaciones de
estos haces las unidades constitutivas adquieren una función significante. Este es un sistema de dos dimensiones, a la vez
diacrónico y sincrónico, con lo cual reúne las propiedades características de la lengua y del habla. Se define al mito por el
conjunto de todas sus versiones, el mito es mito si se lo percibe como tal.

VIVIENDO EN FAMILIA: AYER Y HOY. WAINERMAN

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¿De qué familias hablamos?

Hay dos acepciones del término familia, en sentido antropológico es la totalidad de las personas conectadas por casamiento o
filiación. El sentido de la sociología, las personas relacionadas que viven bajo el mismo techo. La familia, en el sentido de la
antropología, de personas relacionadas por lazos de parentesco forma parte de la unidad doméstica. Pero ni todos los
miembros de la unidad son parientes ni todos los miembros de una familia residen en el mismo hogar.

Se trata de un sentido de familia amplio según el cual la familia se define en referencia a un grupo social concreto que existe
como tal en la representación de sus miembros y está organizada para desarrollar las tareas de la reproducción, a través de
los principios de alianza, descendencia y consanguineidad, y de las practicas sustantivas de la división sexual del trabajo.

Hogar, unidad doméstica, familia de residencia nombran al grupo social que convive bajo el mismo techo. Familia de
interacción es, en cambio, un grupo social relacionado por los vínculos de parentesco y obligaciones recíprocas, que reside en
diversas viviendas.

Hay diferentes definiciones de hogares, por un lado los “nucleares”, completos o incompletos, según estén formados por los
dos o sólo por un progenitor con hijos solteros o sin ellos; los “extendidos” formados por una familia nuclear más otros
parientes; y los “compuestos” formados por un núcleo más otros no parientes como pensionistas. La nuclear o conyugal es la
forma de vida familiar que aparece como modelo de familia en Argentina.

Los cambios que afectaron a los individuos tras la emergencia en los ´60 de la posibilidad de separar la reproducción de la
sexualidad son: un aumento de la esperanza de vida y del envejecimiento de la población, una expansión de la educación, una
disminución de la natalidad y de las uniones matrimoniales legales, y un aumento de la edad para contraer matrimonio, así
como de las uniones de hecho, de los divorcios y de la participación de las mujeres en la fuerza del trabajo acompañando a
una creciente desocupación masculina.

La vida se alarga.

El envejecimiento de la población y el aumento de la esperanza de vida tienen efectos directos sobre la duración probable de
la vida marital, sobre la probabilidad de divorcio y separación, y, sin duda, de viudez. Las cifras son significativas como
indicadores de un cambio social y cultura.

De matrimonios y uniones, separaciones, soltería y viudez.

Entre 1960 y 1980, las uniones de hecho y las separaciones y divorcios se incrementaron en detrimento de las uniones legales
y de la soltería. Ha aumentado la gente que no tiene pareja, más a causa de la ruptura matrimonial que de no contraer
matrimonio. La disminución de la población casada no ha de interpretarse como indicio de una tendencia a la desaparición de
la familia. Las relaciones conyugales subsisten pero en forma creciente también sobre la base de uniones de hecho, que
implican menor formalidad y estabilidad.

La constitución de una familia por vía del matrimonio legal se ha hecho menos frecuente y a edades más tardías. Como la
duración de vida se ha prolongado, la de vivir en pareja puede también prolongarse y con ello aumentar la probabilidad de
separarse.

De la expansión de la educación.

La incorporación de las mujeres a los niveles más altos de la educación es un fenómeno explosivo de las últimas décadas. No
sólo buscaron alcanzar niveles más altos de educación formal sino que, además, buscaron hacerlo en ámbitos definidos
tradicionalmente como “masculinos” y esto refleja un cambio de mentalidad con respecto a reconocer que muchas de las
diferencias asignadas como naturales a ambos géneros son de orden cultural y tienen que ver con los modos como se educa a
los niños y niñas.

Las mujeres con mayores niveles de educación tienen pautas maritales y reproductivas bien diferentes a las de quienes no
alcanzaron a pasar los niveles más bajos de educación. Las primeras postergan por mas años su casamiento, mas entre ellas
permanecen solteras, también son más en estos sectores las que postergan la maternidad. Estas mujeres tienden a participar
en mayor proporción en el mercado laboral que sus congéneres de menor educación.

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Del trabajo de las mujeres.

La expansión de la educación, sobre todo en el nivel secundario y la equiparación con los varones, ha tenido un efecto
importante sobre el incremento de la oferta laboral de las mujeres. La postergación del matrimonio y la reducción del tamaño
de la familia hicieron lo suyo en el mismo sentido. La mayor participación de las mujeres fue una respuesta de ajuste ante la
crisis del mercado laboral. Ellas salieron a trabajar para reemplazar los aportes del presupuesto familiar de los varones jefes
de hogar, para apuntalar los ingresos de la familia, esta fuerza de trabajo fue un proceso de feminización. La salida de las
mujeres al mundo laboral, la posibilidad de obtener su propio dinero y la independencia que viene con la incorporación de
otros roles a los reproductivos, ha ejercido un importante efecto sobre las pautas de la formación y sobre la dinámica de las
familias.

Los hogares particulares: Familias vs. No familias; Co-residencia vs. Hogares unipersonales.

Un resultado de la confluencia de los cambios en diversos factores sociales y demográficos (urbanización creciente,
disminución de la fecundidad, aumento en la esperanza de vida, en la educación de las mujeres, en su participación
económica, postergación de la edad del matrimonio, nuclearización de la familia, aumento de las uniones consensuales, las
separaciones y los divorcios) es la tendencia a la conformación de familias cada vez más pequeñas. Se observa un significativo
aumento de los hogares unipersonales, de hogares formados por solo dos personas y, por último, un retroceso en la
proporción de familias extendidas y compuestas.

Los hogares nucleares aumentan y los extendidos disminuyen.

La familia nuclear es la forma de corresidencia más generalizada, en la Argentina hay una tendencia histórica hacia la
nuclearización de la familia. Como una expresión más de individuación, que privilegia la independencia respecto de los
mayores y la existencia de un ámbito restringido y privado para el goce de las relaciones interpersonales cercanas con los
seres significativos a los que se ha elegido, cónyuge o hijos.

El desarrollo de la familia comienza en la “etapa de formación” cuando un hombre y una mujer comienzan a cohabitar y
forman así un hogar nuclear de pareja joven. El nacimiento del primer hijo marca el inicio de la “etapa de expansión”, a esta le
seguirá la “etapa de consolidación” que se extiende a lo largo de los sucesivos nacimientos y la crianza de los hijos, hasta que
estos comienzan a dejar el hogar paterno, marcando el inicio de la “etapa de disolución” del hogar de procreación, que
encontrará nuevamente a la pareja sola, ahora en edad madura. Las tendencias demográficas y los cambios socio-económicos
y culturales establecen diversos grados de desvío respecto de esta pauta.

La familia nuclear completa de pareja e hijos continúa siendo la expresión no solo típica, sino más tradicional de valores y
costumbres en torno a la vida familiar y a la distribución de roles en el interior de la familia. Hay otro tipo de hogares que no
se ajustan al modelo ideal de familia de procreación con papá y mamá en el hogar, son los monoparentales, ello es
consecuencia de la ausencia de uno de los miembros de la pareja.

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TESONE

LA INSCRIPCIÓN TRANSGENERACIONAL DEL DESEO PARENTAL EN LA ELECCIÓN DEL NOMBRE DEL


NIÑO.

Nuestro nombre propio es inseparable de nosotros, es la esencia misma de las personas. El nombre es inseparable de la
persona y sirve para individualizarla. Por eso los nombres propios no tienen plural, porque por su misma naturaleza solo tiene
que ver con una persona.

Algunas observaciones históricas y culturales.

Los dos elementos del sistema onomástico moderno comunes en toda Europa, son el apellido y el nombre de pila. El apellido
es la aparición reciente. El uso del apellido comienza a aparecer hacia el año 1000. Hasta antes de ese momento solo había
nombre único. Correspondía grosso modo a nuestro nombre de pila actual y no era transmisible de generación en generación.

El nombre único primitivo fue el nombre de pila. A cada niño se le atribuía un nombre diferente y creado libremente por sus
padres. El dador del nombre realizaba un verdadero acto de creación, ya que este era generalmente inédito y su creación
simbólica sellaba al niño con la misma originalidad que se patrimonio genético.

Los nombres propios fueron siempre originalmente significativos. El nombre tenía un motivo y su elección no era arbitraria El
nombre trazaba un surco y podía así gravitar en el destino del niño.

Para pueblos de la antigüedad, el nombre resulta creación significante, no arbitrario sino determinado por una clara
motivación.

El nombre, en su semantización, permite reconocer los fantasmas parentales concernientes al niño. Este tiene una función de
mensaje transmitido por los padres. También, es a menudo, expresión de deseos hacia el niño, puede a veces poner de
manifiesto una situación conflictiva de la pareja.

El nombre refleja al ser mismo del individuo, lo sitúa en compleja red de relaciones familiares, sociales, religiosas y espacio-
temporales.

¿Por qué nombrar? ¿Es obligatorio hacerlo?

Nombrar es llamar a l vida; un ser no existe antes de recibir un nombre. Para existir realmente hay que haber sido nombrado,
nadie puede llevar un nombre sin haber sido nombrado por otro. El mismo acto de nombrarlo da entrada al niño en el orden
de las relaciones humanas. Tener, poseer, llevar un nombre, significa haber adquirido un lugar en el sistema simbólico.

El nombre sella de forma indeleble el cuerpo del niño. Le confiere un título que convierte al niño en un ser irremplazable. Le
abre el derecho a ser reconocido en su identidad singular.

El nombre designa a la persona en su singularidad y su trascendencia inalterable, lo consagra en su originalidad.

El nombre de pila, contiene al niño, le sirve como límite entre su cuerpo y el del otro. La nominación, como acto de
reconocimiento está ligada indisolublemente a la función simbólica de la parentalidad. Cuando un niño nace, su llegada al
mundo no le garantiza por sí sola su inscripción en un universo simbólico. Esta posibilidad debe serle ofrecida y esto se lo da
el otro, a través del lenguaje que lo precede. La inserción en el mundo simbólico comienza antes del nacimiento, antes aun de
la concepción, desde el momento en que el niño es hablado por el deseo de los padres.

El primer rastro, la primera inscripción simbólica se produce en la producción del nombre, momento privilegiado, copulación
simbólica de los linajes maternos y paternos que precede o sigue a la escena primitiva.

Al nacer un niño hay un texto que lo precede, el preámbulo, el ante-texto. Este ante-texto cuyas características fueron escritas
por la pluma parental, trae en su escrito el mito familiar. El ante-texto pone en escena diferentes tragedias inter-familiares e
inter-generacionales, que con su trama contribuyen a tejer las redes de un inter-texto.

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Recibir un nombre de pila, aceptar el don parental, significa situarse generacionalmente, reconocer que la sangre del ancestro
circula en nuestras venas.

En la elección de un nombre se da la inscripción del deseo parental y, en ese mismo acto, hay una transcripción. El nombre es
el depositario de un mito familiar en suspenso que compromete al niño. Es el armazón de su futura identidad.

El nombre lleva en sí mismo una fuerza significante, es la bisagra entre el ante-texto (mito familiar) y el texto (el sujeto).
Cuando hablamos de fuerza significante del nombre, queremos decir que el niño será influenciado por la fuerza de los
significantes parentales que se ligan de manera inconsciente con el nombre de pila.

Aunque el apellido puede darnos indicios sobre el origen étnico, cultural o la pertenencia social, ese recorrido del apellido no
nos aclara mucho sobre la comprensión del deseo parental. Su transmisión responde más bien a mecanismos de organización
social y su regulación depende exclusivamente de reglas comunitarias.

En la antigüedad los fantasmas y los deseos parentales aparecen de manera más transparente, en la medida en que el
nombre era un acto de creación, inédito, único y significante. Actualmente, en nuestra cultura, esto ya no es posible en la
medida en que el nombre de pila es elegido a través de una lista establecida con anterioridad. Sin embargo, siempre hay una
elección singular, singularidad que sella el nombre de pila del niño con el blasón familiar.

Que el nombre de pila este desprovisto de significado no quiere decir que este desprovisto de efecto significante, en la medida
en que allí está en juego el deseo parental.

Nombrar es llamar a la vida, pero en el proceso de humanización que ello implica, es también advertirnos sobre nuestra
condición de mortales.

Los padres en el acto de nombrar, participan en cierto sentido, en una cualidad divina: la de nombrar el fruto de su creación.
Pero como solo pueden nombrar porque han sido nombrados, quedan anclados a su condición humana, mortal, cualidad que
ya se prefigura en el acto mismo de haber sido nombrados.

Pensamos que el nombre de pila es un compromiso: el compromiso de los deseos maternales y paternales vinculados con el
niño. En las huellas del nombre de pila hay una huella de un otro en nosotros, entrecruzamiento de las tramas que cruzan las
generaciones.

Nombrar a un niño no es solo situarlo socialmente, introducirlo en un sistema de clasificación, también es inscribirlo en una
historia simbólica familiar: el significante del nombre de pila se encadena con los significantes parentales.

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