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Tema XI

Constitución de la alianza

 Encuadres. Diferentes modalidades.

 Organizaciones defensivas. Fallas en el funcionamiento conyugal y/o familiar.


Sufrimiento vincular. Relaciones pasionales. Violencia en los vínculos.

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DE LUCCA
“CONCEPTUALIZACIONES PSICOLÓGICAS SOBRE VIOLENCIA VINCULAR”.
Pensamos a la violencia como un observable fenomenológico que tiene una expresión social (en los vínculos
familiares, con otros del contexto social amplio y de ese mismo contexto).
La violencia contiene dos acepciones grandes:
- Como fuerza, que se le hace a una cosa para sacarla de su estado, modo o situación natural.
- Como ejercicio del poder mediante la fuerza. Implica diferencias jerárquicas. Es un abuso de poder de uno o
más sujetos sobre otro (u otros) que queda ubicado en el lugar de no-reconocido como sujeto autónomo, o sujeto de
deseo y reducido a un puro objeto-cosa.
Es un acto perturbador, alienante, regido por la ley del más fuerte. Tanto como concepto como fenómeno, debemos
pensarla como una construcción vincular y social, multideterminada. Como una estructura de interrelación, no como
una entidad abstracta ni una facultad aislada del hombre, si no inscripta en situaciones humanas, en una realidad
institucional y social determinada.
Es importante pensarla no como “la violencia”, como categoría abstracta, sino considerar “violencias”, con orígenes y
efectos diferentes:
1. INTERSUBJETIVA: sobre sí mismo o el cuerpo propio.
2. INTERSUBJETIVA: la que surge en los vínculos.
3. INTERGRUPAL: entre grupos o de un grupo sobre otros.
4. DEL ESTADO: o de instituciones del estado sobre otros.
5. ENTRE ESTADOS: guerras.

Para que el ser pueda llegar a ser un sujeto humano propiamente dicho, será necesario que encuentre las
condiciones para separarse del otro. La puesta en juego de la hostilidad y la agresividad como tendencia, puede ser
necesaria como forma más primitiva de la posibilidad de diferenciación del otro. La regulación de lo que queda como
marca en el mundo adulto de contener al niño desvalido con ternura, de acotarlo en sus desbordes y de la
multiplicidad de signos provenientes de actitudes de los otros y de la realidad amplia.
Todo lo que se transforma en realidad psíquica en el ser humano parlante, es una realidad interpretada. Primero
interpretada por los otros significativos, luego por el propio yo. Esto supone que construimos representaciones sobre
lo vivido. Construimos imágenes, ponemos palabras y un sentido, una significación, a nuestras experiencias.
La familia en su conjunto puede atravesar en la vida cotidiana situaciones de intenso sufrimiento, desconcierto y
confusión, que ingresarán a la manera de un trauma psíquico por su imposibilidad de ser significados o
transformados en palabras, que puedan ser intercambiadas para su comprensión entre los miembros de la misma.
Este monto traumático generador de dolor psíquico, podrá expresarse en angustia, en enfermedad orgánica o
mental, en conductas autodestructivas o en el pasaje al acto impulsivo, agresivo o violento. Es importante destacar,
que esa violencia padecida de los sucesos traumáticos, puede ser exceso o por déficit. Porque algo que se necesitaba
o se necesita está ausente ¿Qué puede estar ausente? La ternura contenedora, la palabra, la escucha, alguien que
otorgue un sentido, algo que se ponga un orden regulador de los vínculos como una instancia de terceridad, el
sentido de pertenencia a un conjunto, el respeto por la diferencia, la discriminación entre los sexos y las
generaciones. En definitiva, una instancia amparadora y una instancia que ordene y legisle lo prohibido y lo
permitido. Estas instancias pueden funcionar dentro de la familia y/o en el medio social a través de las instituciones.

Vínculos familiares:
Al formarse la pareja que dará lugar a una nueva familia, le demandaremos a ese otro que nos ame, nos contenga,
nos brinde placer y reconocimiento como sujetos autónomos. Sin saberlo, exigimos del vínculo de pareja y más tarde
a los hijos, el resarcimiento de las “deudas de la vida” acumuladas en el trayecto anterior. Si estas expectativas y
demandas están exclusivamente dirigidas a la pareja o a los hijos, siempre quedarán parcialmente insatisfechas. Esta
ineludible zona de insatisfacción, de no ser reconocida como un ideal imposible, crea el campo propicio para el
malestar y la violencia. La apertura exogámica permite que parte de estas demandas las podamos satisfacer en otros
espacios.
El afuera familiar tendrá que brindar esas posibilidades de encuentro entre vínculos confiables y con actividades en
las que sentirse reconocidos. Desde el macrocontexto es importante que el ser humano se considere formando parte
de un conjunto que lo trasciende. Este conjunto anónimo construye modelos, ideales a alcanzar (“imaginarios
sociales” o significaciones socialmente construidas).

Las condiciones de posibilidad y facilitación de la irrupción de la violencia:


1. En el macrocontexto: ruptura del contrato sujeto-sociedad.
2. En la familia: inermidad de las instancias parentales en la transmisión del sostén y la autoridad.
3. En el sujeto: déficit en la simbolización de lo traumático y en la inscripción de la ley. Identificación con modelos
violentos de relaciones. Carencias.
4. En la pareja: complementariedades alienantes. Vínculos fusionales-pasionales. Vínculos narcisistas.

Vínculo conyugal:

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La estructura que se crea, que incluye intercambios dialécticos de diferente nivel entre ambos, construye un lazo
afectivo especial, generador de un plus, de una novedad. El vínculo amoroso hombre-mujer implica el encuentro con
lo semejante, la aceptación de lo diferente y la tolerancia a lo ajeno del otro. Aquello que no puedo formar parte de
mí.
Lo que “entre dos” se construye en la pareja, excede a lo que cada uno trae como bagaje de su historia anterior.
Esta nueva producción, en el mejor de los casos, resulta creativa y enriquecedora para ambos, aunque incluya
inevitablemente zonas de conflictos. Pero la combinatoria puede ser alienante, explosiva, cercante o desorganizante
en su complementariedad. En algunos casos, una persona puede no ser violenta en otros vínculos, ni haberla
manifestado anteriormente, y ante la articulación de determinadas variables de cada uno, generarse las condiciones
para su emergencia. Suele surgir, por desconocimiento de lo semejante del otro, o por rechazo de lo ajeno, la
otredad.
No siempre es evidente y entremecedora. A veces es sutil, silenciosa y encubierta y por lo tanto, menos
registrable para sus protagonistas.
Cualquiera de sus formas tiene un efecto disruptivo, transgresivo y violatorio, generando sufrimiento. Para que se
configure la modalidad de relación violenta, no importa el grado solamente, sino la cualidad de la misma y los efectos
psíquicos y somáticos que produce. Puede circunscribirse al vínculo de pareja y no ejercerse con los hijos de manera
directa.
Sin embargo, el vínculo filial quedará afectado por la transmisión de este modelo relacional y por el
clima emocional que se genera.

Características de las condiciones más importantes que la definen:


 Que sea repetitiva y cíclica.
 Que implique el ejercicio de un abuso de poder, y de fuerza en el contexto de un vínculo asimétrico, donde se
han establecido diferencias jerárquicas. Es siempre relacional: supone un violentador y un violentado, y a su vez, que
éste avale el lugar de poder del otro, a través de su sometimiento.
 El acto violento anula en alguna medida la vincularidad. Pareciera que ya no son dos sujetos. Al otro se lo ha
deshumanizado-desubjetivado.
Quien discrimina al otro y no lo reconoce como otro, quien borra o intenta borrar su categoría de sujeto está
igualmente indiscriminado y fallido en sus propias posibilidades de sostener su subjetividad.
El que se ubica en una familia, en un lugar de poder, de ejercicio de la fuerza, “ilusiona” estar a salvo de la violencia
padecida y es su forma de obturar y negar que él mismo lo padeciera o la padece desde otro lugar. Entonces es
también su modo de no experimentar la angustia. Desaloja de sí aquello que lo desestabiliza y no padece el mismo
sufrimiento que el que la recibe. Esto último es válido en cierto tipo de violencia vincular y en determinadas
personalidades de acción con defensas (psicopáticas) a predomino de la proyección en el otro y de la desmentida de
lo propio: rápidamente justifican o defienden su accionar o inducen al otro a culpabilizarse por su explosión. El otro
de la pareja, generalmente la mujer, se somete no sólo por temor sino por la idealización-fascinación que le produce
la creencia en la realidad del poder de su compañero.
Pero hay otra gama de situaciones donde el violento sufre, padece su pasaje al acto tanto como el otro y el acto
violento borra en ese momento, la dimensión subjetiva, tras lo cual puede caer en depresión. El sujeto es
sorprendido por la irrupción, como en un retorno de lo traumático o de lo “siniestro”. Retorno de “lo familiar”
desconocido en él.
Estas situaciones pueden producirse en el contexto de un vínculo pasional, ya sea directamente en el partenaire o
por desplazamiento en quien lo represente (por ejemplo, un hijo a quien se identifica con el ex-cónyuge odiado).

Fines de la violencia:
 Como ejercicio del poder para reforzar la propia autoestima.
 Para sostener al otro y ubicarlo como objeto cosificado, de goce, acorde a los propios deseos.
 Como objeto de uso para descargar el malestar y hacerle experimentar una angustia y un sufrimiento no
admitidos como propios (generalmente no se piensa en dañarlo, sino confrontarlo).
 Como intento por repetición, de anular o elaborar las experiencias traumáticas vividas pasivamente (identificación
con el agresor).
 Para anular las diferencias o por el rechazo de los diferente y autónomo del otro.
 Por percepción en el otro, de un pensamiento, actitud o conducta, que descompleta la ilusoria unidad a que se
aspiraba en la pareja o la familia.
 Para anular la visión en el otro, de un aspecto rechazado de sí, de lo “siniestro” lo desconocido familiar.
 Como intento de romper la barrera narcisista del otro.
 Como lucha de poderes en la pareja: poder masculino contra poder femenino.
 Como expresión de un vínculo sado-masoquista.
 Como intento de discriminación y salida de un vínculo alienante.

Pasión del desamor:


Se constituye un vínculo enloquecedor-enloquecido, donde la mujer hostiga, descalifica, desvaloriza y ataca
sutilmente, hasta producir el desborde en el otro.
Es frecuente que esta dinámica se presente posteriormente a un divorcio conflictivo y hostil, donde siguen ligados
por el odio.

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Pueden vehiculizarse entonces: a través de la acción violenta física, de la agresión verbal, y también a través de un
discurso violento, intrusito, que puede no ser necesariamente agresivo, sino ambiguo, autoritario o descalificante.

Dos formas de violencia en los vínculos familiares:


Por exceso: encierro endogámico, posesivo, homogeneizante.
Por déficit y abandono: claudicación de las funciones parentales. Inversión de roles generacionales. Apuntalamiento
de los padres en los hijos.

Hombre en la familia:
Entra marcado por una ideología anterior sobre masculinidad y feminidad. Los nuevos modelos no han encontrado
una clara aceptación y apropiación. Esto es un factor de desequilibrio dentro del grupo familiar.
“A la mujer le guata la mano dura”: en algunas complementariedades de fascinación-sumisión, esto funciona así.
Pero también en algunas mujeres, sigue vigente el modelo ideológico femenino pasivo, sumiso y dependiente;
profundamente enraizado en las mentalidades, son muy difíciles de transformar.

Organizaciones dualistas en divorcios:


Cada parte constituye un nosotros cerrado y excluyentes, elaborando estrategias de ataque al otro convertido en
enemigo, usando las armas que al otro más pueden herirlo, no sólo con violencia física.
Se niega así, la continuidad de la necesidad de incluir al otro, al menos para los hijos, negando a su vez la autonomía
de éstos.
Aquí también la violencia está al servicio de desconocer a quien formó parte de la trama familiar, cuando hay hijos
de por medio. Puede ser un recurso de evitar el proceso de duelo por lo perdido o una forma de resarcirse por viejos
dolores parecidos.
En la violencia por déficit, el divorcio puede intensificar una actitud de no responsabilidad del padre no conviviente
respecto de la crianza de los hijos, abandonando su función. O bien, puede transformarse en un padre sólo para
disfrutar cada tanto de sus hijos pero que no los contiene.

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GIBERTI
“LA VIOLENCIA ANTIGUA Y LA ACTUAL”. CAP. V.
¿En qué momento la palabra violencia emergió con sentido descalificatorio y así comenzó a ser utilizada en los diversos
discursos?
Si bien los fenómenos identificatorios como propios de las violencias son múltiples, se entrecruzan sin compaginar un
totalidad sino una generalización fluctuante y discontinua, que se amplia y modifica acompasadamente según sean las
características de las distintas épocas. De este modo, los análisis de diversas formas de violencia se alternan, se
superponen, se pierden o adquieren especificidad, y se relacionan entre sí complejizando la descripción y la
conceptualización de un campo cuya traducción discursiva remite a la “violencia”.
Cuando la violencia apareció en superficie, se instaló como paradigma que comenzó a interesar a las comunidades
científicas y a fundamentar empíricamente los requisitos de las prácticas políticas derivadas de los movimientos de
liberación de las mujeres.

Los paradigmas cambiados


Los actuales análisis acerca de las violencias en sus distintas expresiones y según las hipótesis y conjeturas en relación
con sus orígenes derivan de la modificación de paradigmas culturales. También pueden asociarse con la denominada
caída de los grandes relatos de la modernidad.
Uno de esos cambios de paradigma se sitúa en la familia, expresión que universalizo y homólogo en un solo modelo a
las distintas posibilidades de construir una familia o un grupo familiar.
Fue preciso que la idea de autonomía del sujeto se instalase para que la fuerza bruta se considerase inconveniente, no
normal y no recomendable.
Para ello fue necesario poder pensar en términos de diferencias y valorizar dichas diferencias entre los seres humanos
sin denigrarlas.

Culturas de la opresión y de la resistencia


La violencia adopta varias formas, desde la violencia cotidiana, hasta la violencia como espectáculo y la violencia
moralista. Está asociada con diversas y sutiles formas de dominación que intentan prevalecer en diversos aspectos de
la vida social. Frente a ellas se instalan “resistencias cotidianas” (diversos movimientos sociales).
Una cultura de la opresión es aquella en la que aparecen valores dominantes (el consumo, el mercado) y se introducen
violencia y coerción como elementos constitutivos de un orden por el cual los poderosos, lo que disponen del mando y
del poder, intentan mantener y fortalecer su posición privilegiada. Aquí es cuando aparecen procesos de
deshumanización que sobrellevan los más vulnerables, las mujeres, niños, adolescentes, pobres y excluidos, que pasan
a ser vividos como peligrosos o temibles.
La cultura de la resistencia es la que encontramos en los movimientos sociales, en los piqueteros, en los adolescentes
mediante el rock y sus modalidades, etc.

En las familias
El conflicto que parece inherente a la vida de la familia no genera necesariamente la violencia; podríamos decir, que,
por el contrario, el negar la inevitabilidad del conflicto es lo que muchas veces contribuye a la aparición de la violencia.
Podemos dar un paso más en la conceptualización de la familia como entorno propicio para las interacciones violentas,
analizando dos variables en torno a las cuales se organiza el funcionamiento familiar: le poder y el género. Ambas
categorías aluden a una particular organización jerárquica de la familia. En ella la estructura del poder tiende a ser
vertical según criterios de género y edad.
Las violencias que se organizan, se desatan y cronifican en el ámbito familiar son peligrosos.
La violencia intrafamiliar privilegia la violencia contra las mujeres
En la década del 80, el tema comenzó a estudiarse sin tapujos. Fue posible que así sucediera porque algunas mujeres
se atrevieron a denunciar las violencias que soportaban por parte de sus parejas y porque los movimientos políticos y
sociales formados por mujeres que avalaron internacionalmente dichas denuncias.
Hasta ese momento, las diversas formas de violencia contra las mujeres y las niñas se escondían prolijamente en la
intimidad del grupo familiar, cualquiera fuese la condición social de las víctimas y de los victimarios.
La novedad actual reside en haber logrado que estas violencias se reconozcan como un problema de índole pública.
Este tema adquirió estatuto y estatus: se la conoce, se la define, se la describe. Se enuncia la violencia física en todos
los niveles: político, psicológico, jurídico y desde las teorías de estudio del género.
Es posible registra cómo funciona el imaginario masculino, que se caracteriza porque adscribe a los varones no
solamente inteligencia superior respecto de las mujeres, sino coraje (valentía) y capacidad de mando. La tradición
centenaria del patriarcado interviene en tales construcciones imaginarias –pero solo el sujeto violento es el que abusa
de los atributos valiosos que la cultura le asigna-, reacciona frente a aquellas conductas o hechos que ponen ante sus
ojos o en su conocimiento elementos o datos de la realidad que denotan diferencia. Las diferencias le resultan
portables y lo conducen a generar respuestas violentas impregnadas por una hostilidad que se autoriza a expresar.

De nomenclaturas y discursos
El sujeto privilegiado de la violencia intra-familiar es el género mujer, que incluye a las niñas. Padecen abuso de poder
por parte de quienes conviven con ellas: padres, esposos, compañeros, hijos y hermanos.

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Tanto los organismos internacionales cuanto las organizaciones de mujeres, así como las investigadoras y las militantes
femeninas, han contribuido con sus aportes para la conceptualización de esta índole de violencia, cuyo común
denominador es un varón a cargo de la producción, desarrollo, mantenimiento y disfrute personal de prácticas
violentas contra las mujeres que forman parte de su familia o que conviven con ella.
La violencia familiar es un término aplicado al maltrato físico y emocional de una persona por alguien que está en
estrecha relación con la víctima. Se puede constatar en cualquier país del mundo, sin importar el sexo ni todos los
estratos raciales, étnicos, religiosos y socio-económicos. La violencia familiar representa un importante problema de
salud pública.
La violencia familiar se caracteriza por el abuso de poder como expresión exasperada de la fuerza cualquiera sea su
índole, destinada a dañar a quien el sujeto agresor ha posicionado como víctima. No se ejerce necesariamente dentro
del ámbito domestico.
La violencia de género la ejercen muchas veces hombre y, algunas veces, las mujeres; porque el género está separado
de la corporeidad, ya que es propia de las relaciones instrumentales, o sea, de las relaciones que se entablan y se
mantienen para alcanzar o conservar instancias de poder

Los números hablan


Cuanto más sometida o sojuzgada sea una mujer, mas la someterá el agresor a su propia voluntad y control.
Simultáneamente, menos la experimentara como sujeto, estableciendo mayos distancia respecto del dolor del
sufrimiento de ella y ejerciendo, a partir de esto, más violencia. Mientras se hipertrofia la identidad del agresor, mas
se des-identifica a su víctima. La violencia conducirá entonces a la desestructuración psicológica. Y esta
desorganización psíquica será, a su vez, la condición para ejercer más dominio.-

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“VIOLENCIAS SALVAJES, VIOLENCIAS MODERNAS” LIPOVESTSKY

La violencia apenas ha conseguido, casi, ganar los favores de la investigación histórica. La cuestión con todo invita a
conceptualizar basándose en los grandes periodos históricos: durante milenios, a través de las formaciones sociales
más diversas, la violencia y la guerra siempre han sido valores dominantes, la crueldad se ha mantenido con tal
legitimidad que ha podido funcionar como ingrediente en los placeres más preciados. ¿Qué nos ha cambiado hasta ese
punto? ¿Cómo las sociedades de sangre han podido dejar paso a sociedades suaves donde la violencia interindividual
no es más que un comportamiento anómalo y degradante, y la crueldad un estado patológico?
Es como si, bajo el choque de las dos guerras mundiales, nuestros contemporáneos retrocedieran ante la tarea de
interpretar el irresistible movimiento de pacificación de la sociedad.
Ahora debemos proseguirla, analizando la violencia y su evolución en sus relaciones sistemáticas con los tres ejes
mayores: el Estado, la economía y la estructura social. Debemos establecer la violencia como un comportamiento
dotado de un sentido articulado con el todo social, debemos poner al día las lógicas de la violencia, con el fin de
delimitar, nuestro presente.

Honor y venganza: violencias salvajes.


A lo largo de los milenios en que las sociedades han funcionado de un modo salvaje, la violencia de los hombres ha
sido regulada esencialmente en función de dos códigos estrictamente corolarios, el honor, la venganza, de los que
cuesta comprender el significado exacto, por haber sido eliminados de la lógica del mundo moderno. Honor, venganza,
dos imperativos inmemoriales, inseparables de las sociedades primitivas, sociedades holistas aunque igualitarias en las
que los agentes individuales están subordinados al orden colectivo y en las que, simultáneamente, las relaciones entre
hombres son mas importante, mas altamente valorizadas que las relaciones entre hombres y cosas. El honor y la
venganza expresan directamente la prioridad del conjunto colectivo sobre el agente individual. Sin ninguna finalidad
económica, la violencia primitiva es, en muchos casos, guerra para el prestigio, para adquirir gloria y fama.
Si la guerra primitiva está estrechamente vinculada al honor, lo está de la misma manera al código de la venganza: se
es violento por prestigio o por venganza. La venganza es un imperativo social que fundamentalmente manifiesta la
exigencia del orden y simetría del pensamiento salvaje. Si existe una edad de oro de la venganza la debemos buscar
en los salvajes. No es un proceso apocalíptico sino una violencia limitada que mira de equilibrar el mundo, de instituir
una simetría entre los vivos y los muertos. El sacrificio es el efecto directo del principio de venganza, una exigencia de
sangre sin disfraces, una violencia al servicio del equilibrio, de la perennidad del cosmos y de lo social.
¿Qué decir si no que la venganza primitiva era en contra del Estado, que su acción apunta a impedir la constitución de
sistemas de dominio político? Al hacer de la venganza un deber imprescriptible, todos los hombres son iguales ante la
violencia, nadie puede monopolizar la fuerza o renunciar a ella, nadie es protegido por una instancia especializada.
La comparación puede proseguirse tal vez con otra institución, esta de tipo violento, las ceremonias iniciativas que
marcan el paso de los jóvenes a la edad adulta y que van acompañadas de torturas rituales intensas, ya que o que se
trata de manifestar en el propio cuerpo es la subordinación extrema del agente individual al conjunto colectivo, de
todos los hombres sin distinción a una ley superior intangible. La crueldad primitiva es como la venganza, una
institución holista contra el individuo que se auto-determina, contra la división política, contra la historia: así como el
código de venganza exige a los hombres que arriesguen su vida en nombre de la solidaridad y del honor del grupo,
también la iniciación exige de los hombres una sumisión muda de su cuerpo a las reglas trascendentes de la
comunidad.
La crueldad primitiva nada tiene que ver con el placer de hacer sufrir, la crueldad es una lógica social, no una lógica
del deseo. Se necesita un exceso para compensar el déficit de la muerte, se necesita un exceso de dolor, de sangre o
de carne para cumplir el código de la venganza, es decir para trasformar la disyunción en conjunción, para restablecer
la paz y la alianza con los muertos. Venganza primitiva y sistemas de crueldad son inseparables como medios de
reproducción de un orden social inmutable.
En la medida en que la violencia primitiva corre paralela con la venganza, los lazos que la unen a la lógica de la
reciprocidad son inmediatos. Así como hay una obligación de ser generoso, de dar bienes, mujeres, comida, asimismo
existe la obligación de ser generoso con la propia vida, de donar la propia vida conforme al imperativo de venganza;
así como cualquier bien debe ser devuelto, así la muerte debe ser correspondida, la sangre exige, como los dones, una
contrapartida. De modo que la violencia no es antinómica con el código de intercambio, la ruptura de la reciprocidad se
articula también en el marco del intercambio entre vivos y entre vivos y muertos.
El intercambio produce pues una paz inestable, frágil, siempre al borde de la ruptura. El problema, entonces, es
entender por qué fracasa el intercambio cuando su objetivo es establecer relaciones pacificas.
La regla de reciprocidad, provoca un cara a cara siempre al borde del conflicto y del enfrentamiento: en los
intercambios económicos y matrimoniales que presiden las alianzas de las comunidades y no mami, los participantes se
mantienen en el extremo limite del punto de ruptura, pero es precisamente ese juego arriesgado lo que agrada, ese
gusto por el enfrentamiento. Si hay una inconstancia en la vida internacional de los salvajes, si las alianzas se hacen y
deshacen de manera tan sistemática, ello no se debe tan solo al imperativo de guerra, sino igualmente a los tipos de
relaciones que mantiene mediante el intercambio.
Por último, ¿se han señalado suficientemente los lazos que unen intercambio y brujería? Son dos instituciones
estrictamente solidarias. En la sociedad primitiva, como es sabido, los accidentes y desgracias de la vida, los
infortunios de los hombres, lejos de ser acontecimientos fortuitos son el resultado de la brujería, o sea de la
malevolencia del prójimo, de la voluntad deliberad de hacer el mal. Sin duda debemos considerar la brujería como un
medio de poner orden en el caos de las cosas, pero no podemos dejar de observar todo lo que esa filosofía introduce

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de animosidad y violencia en la representación de la relación interhumana. La brujería es la continuación del
imperativo de guerra por otros medios; así como cada comunidad local tiene enemigos, cada individuo tiene enemigos
personales responsables de sus males. La sociedad primitiva que, por un lado, impide la aparición de la división política
genera, por el otro, una división antagonista en la representación de la relación de hombre a hombre. Ninguna
indiferencia, nada de relaciones neutras como las que prevalecerán en la sociedad individualista: con la guerra, el
intercambio, la brujería, la percepción del mundo humano es inseparable del conflicto y de la violencia.
La brujería no es el libre despliegue de un pensamiento no domesticado, es una vez más regla de reciprocidad, la
norma holista del primado relacional que constituye su marco social necesario. A contrario, no existe brujería en la
sociedad en que el individuo solo existe por sí mismo.

Régimen de la barbarie
Con el advenimiento del Estado, la guerra cambia radicalmente de función ya que de instrumento de equilibrio o de
conservadurismo social que era en el orden primitivo, se convierte en un medio de conquista, de expansión o de
captura.
El Estado pudo constituirse solo a condición de emanciparse, aunque fuera parcialmente, del código de la venganza.
Entonces aparece una violencia conquistadora.
Desde que el Estado comenzó a afirmar su autoridad, se esforzó en limitar la práctica de la venganza privada
sustituyéndola por el principio de una justicia pública, dictando leyes propias para moderar los excesos de la venganza.
No obstante, a pesar del poder y de la ley, la venganza familiar perduro considerablemente, por una parte en razón de
la debilidad de la fuerza pública y por otra en razón de la legitimidad inmemorial de que gozaba la venganza en las
sociedades holistas. Su legitimidad solo desaparecerá con la entrada de las sociedades en el orden individualista y su
correlato, el Estado moderno, que se define precisamente por la monopolización de la fuerza física legitima, por la
penetración y la protección constata y regular de la sociedad.
No podemos evitar constatar la correlación perfecta entre la crueldad de las costumbres y sociedades holistas,
mientras que se da un antagonismo entre crueldad e individualismo.
Crueldad, holismo y sociedades guerreras corren a la par: la crueldad solo es posible como un habito socialmente
dominante allí donde reina la supremacía de los valores guerreros, valores que tiene en común suscitar la ostentación
y el exceso en los signos de potencia física, considerar la vida individual poca cosa comparada con la gloria de la
sangre.
Las sociedades de antes de individualismo solo pudieron reproducirse confiriendo a la guerra un estatuto supremo. La
guerra y los valores guerreros contribuyeron más bien a contrarrestar el desarrollo del mercado y de los valores
estrictamente económicos. La guerra conjeturaba la generalización del valor de cambio y la constitución de una esfera
separada de lo económico. Al prohibir a autonomización de la economía, la guerra impedía asimismo el nacimiento del
individuo libre, que precisamente es el correlato de una esfera económica independiente. La guerra se manifiesto pues
como una pieza indispensable para reproducción del orden holista.

El proceso de civilización
La línea de la evolución histórica es sabida: en pocos siglos, las sociedades de sangre regidas por el honor, la
venganza, la crueldad han dejado paso progresivamente a sociedades profundamente controladas en que los actos de
violencia interindividual no cesan de disminuir, en que el uso de la fuerza desprestigia al que lo hace, en que el placer
y la violencia se separa. Desde el siglo XVIII aprox., Occidente es dirigido por un proceso de civilización o de
suavización de las costumbres del que nosotros somos los herederos y continuadores.
A media que se desarrolla la división de las funciones sociales y a medida que, bajo la acción de los órganos centrales
que monopolizan la fuerza física, se instituye una amplia seguridad cotidiana, el empleo de la violencia individual
resultas excepcional, al no ser ni necesaria, ni útil, ni tan solo posible.
No cabe duda de que el fenómeno de la suavización de las costumbres es inseparables de la centralización estatal;
pero no por ello se puede considerar este fenómeno como el efecto directo y mecánico de la pacificación política.
Como si los hombres renunciasen racionalmente al uso de la violencia desde el momento en que es instaurada
seguridad. Eso sería olvidar que la violencia ha sido desde siempre un imperativo producido por la organización holista
de la sociedad, un comportamiento de honor y desafío, no de utilidad. Mientas las normas comunitarias tengan
prioridad sobre las voluntades particulares, solo tendrán un efecto limitado sobre las violencias privadas.
El proceso de civilización no puede entenderse no como n rechazo, no como una adaptación mecaniza de las pulsiones
al estado de paz civil: esa visión objetivista, funciona y utilitarista, debe sustituirse por una problemática que reconoce,
en el declive de la violencia privadas, el advenimiento de una nueva lógica social, de encaramiento cargado de un
sentido radicalmente inédito en la historia.
La monopolización de la violencia legítima en si o el nivel determinado cuantitativamente no pueden explicar
directamente el fenómeno plurisecular de la suavización de los comportamientos.
Fue la acción conjugada del Estado moderno y del mercado lo que permitió la gran fractura que desde entonces nos
separa para siempre de las sociedades tradicionales, la aparición de un tipo de sociedad en la que el hombre individual
se toma por fin último y solo existe para sí mismo.
Con el Estado centralizado y el mercado, aparece el individuo moderno, que se considera aisladamente, que se
absorbe en la dimensión privada, que rechaza someterse a reglas ancestrales exteriores a su voluntad intima, que solo
reconoce como ley fundamental su supervivencia e interés personal.
Y es precisamente la inversión de la relación inmemorial del hombre con la comunidad lo que funcionara como el
agente por excelencia de pacificación de los comportamientos. Cada vez más independiente en relación a las
sujeciones colectivas, el individuo ya no reconoce como deber sagrado la venganza de sangre, que durante milenio ha
permitido unir el hombre a su linaje. No solo por la ley y el orden publico consigue el Estado eliminar el código de la
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venganza, sino que de una manera igualmente radical fue el proceso individualista el que, poco a poco, socavo la
solidaridad vengativa.
Por el mismo proceso, el código del honor sufre una mutación crucial: cuando el ser individual se define cada vez más
por su relación con las cosas, cuando la propiedad son más importantes que el prestigio social, la vida se convierte en
valor supremo.
Pelearse ya no es glorioso, el individuo atomizado se pelea cada vez menos y no porque este auto-controlado, más
disciplinado que sus antepasados, sino porque la violencia ya no tiene un sentido social, ya no es el medio de
afirmación y reconocimiento del individuo en un tiempo en que están sacralizadas la longevidad, el ahorro, el trabajo,
la prudencia, la mesura.
El Estado moderno ha creado a un individuo apartado socialmente de sus semejantes, pero este a su vez genera por
su aislamiento, su ausencia de belicosidad, y su miedo de la violencia, las condiciones constantes del aumento de la
fuerza pública.
Inseparable del individualismo moderno, el proceso de civilización no debe confundirse sin embargo con la revolución
democrática concebida como disolución del universo jerárquico e instauración del reino de la igualdad.
La civilización de los comportamientos no llega con la igualdad, llega con la atomización social, con la emergencia de
nuevos valores que privilegian la relación con las cosas y el abandono concomitante de los códigos del honor y la
venganza. No es el sentimiento de similitud entre los seres lo que explica el declive de las violencias privadas.
El encerrarse en sí mismo, la privatización de la vida, lejos de suprimir la identificación con el otro, la estimula. El
individuo moderno debe ser pensado junto con el proceso de identificación, que solo tiene un sentido verdadero allí
donde la desocialización ha liberado al individuo de sus lazos colectivos y rituales, allí done uno y otro pueden
encontrarse como individuos autónomos en un encaramiento independiente de los modelos sociales preestablecidos.
Por el contrario, por la preeminencia concedida al todo social, la organización holista obstaculiza la identificación
subjetiva. Paradójicamente, a fuerza de tomarse en confederación de forma aislada, de vivir por uno mismo, el
individuo se abre a las desgracias del otro. La sensibilidad se ha convertido en una característica permanente del homo
clausus. El individualismo produce pues dos efectos inversos y sin embargo complementarios: la indiferencia al otro y
la sensibilidad al dolor del otro.
¿Se puede olvidar esa nueva lógica social si se quiere comprender el proceso de humanización de las condenas entre
los siglos XVIII y XIX? Debemos relacionar esa mutación penal con el advenimiento de un nuevo dispositivo del poder
cuya vocación en administrar y penetrar suavemente en la sociedad, controlarla de forma continúa, mesurada,
homogénea, regular, hasta en sus rincones más ínfimos. En la segunda mitas del siglo XVIII, surgen protestas contra
la atrocidad de los castigos corporales. Lo que desde siempre, se consideraba normal, se vuelve escandaloso: el
mundo individualista y la identificación especifica con el otro que engendra, ha constituido el marco social adaptado a
la eliminación de las prácticas legales de la crueldad.

La escalada de la pacificación
¿Qué ocurre con el proceso de civilización en el momento en que las sociedades occidentales están regidas de forma
preponderante por el proceso de personalización? La edad del consumo y de la comunicación no hace sino continuar
por otros medios el trabajo inaugurado por la lógica estatista-individualista precedente.
Cada vez más absortos en preocupaciones privadas, los individuos se pacifican no por ética sino por híper-absorción
individualista: en las sociedades que impulsan el bienestar y la realización personal, los individuos están más deseosos
de encontrarse consigo mismo, de auscultarse, de relajarse en viajes, música, deportes, espectáculos antes que
enfrentarse físicamente.
Paralelamente el individuo renuncia a la violencia no solo por la aparición de nuevos bienes y objetivos privados sino
porque, en el mismo movimiento, el otro se encuentra desubtancializado, es un extra sin papel. Esa es la paradoja de
la relación interpersonal en la sociedad narcisista: cada vez menos interés y atención hacia el otro, y al mismo tiempo
un mayor deseo de comunicar, de no ser agresivo, de comprender al otro.
De forma general, el insulto se ha banalizado, ha perdido su dimensión de reto y designa no tato una voluntad de
humillar al otro como un impulso anónimo desprovisto de intención bélicos, Ej.: aquel que, al volante de su coche,
injuria al mal conductor, no desea rebajarlo y el insultado, en el fondo, no se siente aludido. En un tiempo narcisito, la
violencia verbal se ha desubstancializado, no tiene ya ni siquiera un significado interindividual, se ha vuelto hard, es
decir sin objetivo ni sentido, violencia impulsiva y nerviosa, desocializada.
El proceso de personalización es un operador de pacificación generalizado; bajo su influjo, los niños, las mujeres, los
animales dejan de ser las victimas tradicionales de la violencia como lo eran todavía hasta en el siglo XIX. El eclipse de
los castigos corporales procede de esa promoción de modelos educativos a base de comunicación reciproca, de
psicologización de las relaciones en un momento en que los padres cesan precisamente de reconocerse como modelos
a imitar por sus niños.
La violencia masculina era la actualización y la reafirmación de un código de comportamiento que se basaba en la
división inmemorial de los sexos: ese código ha sido abandonado cuando, bajo los efectos del proceso de
personalización, lo masculino y lo femenino ya no tiene definiciones rigurosas no sitios marcados, cuando el esquemas
de la superioridad masculina es rechazado en todas partes.
Por último, la relación con los animales también se ha visto incorporada por el proceso de civilización. En el siglo XIX la
brutalidad en los mataderos era corriente; en la actualidad ese tipo de violencia hacia los animales está completamente
reprobada. Si el individualismo moderno comporta la liberación del mecanismo de identificación el otro, el
individualismo posmoderno tiene por característica extender la identificación al orden no humano. A medida en que
este se personaliza las fronteras que separan el hombre del animal desaparecen, cualquier dolor, aunque sea un
animal quien lo sufre, se vuelve insoportable para un individuo constitutivamente frágil, conmovido, horrorizado por la
sola idea del sufrimiento.
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¿Debemos pues considerar la inseguridad actual como una ilusión, una maquinación del poder a través de la masa
media que exporta una conciencia falsa con vistas al control social en periodo de crisis y de descomposición
ideológica? De hecho, el sentimiento de inseguridad aumente, alimentándose del menor suceso e independientemente
de las campañas de intoxicación. La inseguridad actual no es una ideología, es el correlato ineluctable de un individuo
desestabilizado, obsesionado por sus problemas personales. La inseguridad ciudadana resume de una forma angustiad
la desubtancialización posmoderna. El narcisismo, solo se constituye suponiendo un exterior exageradamente
amenazador, actos de autodefensa, indiferencia al otro, encierro en la cosa.
Curiosamente la representación de la violencia es tanto más exacerbada cuando disminuye de hecho en la sociedad
civil. En el cine, en el teatro, en la literatura, asistimos en efecto a una sobre puja de las escenas de violencia, a una
debacle de horror y atrocidad. De este modo la sociedad cool corre paralela con el estilo hard, con el espectáculo
ficticio de una violencia hiperrealista.
Es por eso que resulta posible destacar el proceso hard en todas las esferas, el seco, la información, la droga, la moda,
el deporte, el efecto hard es correlativo con el orden cool, con la desestabilización y la desubstancialización narcisista
al igual que el efecto humorístico que representa su cara opuesta, pero lógicamente homologa.

Crímenes y suicidas: violencias hard.


El paisaje de la violencia no ha permanecido estático con el advenimiento de las sociedades dirigidas por el proceso de
personalización.
Si el proceso de personalización suaviza las costumbres de la mayoría, inversamente endurece las conductas criminales
de los marginados, favorece el surgimiento de acciones energúmenas, estimula la radicalización de la violencia. Hoy
asistimos a una ampliación o desprofesionalización del crimen, es decir a la emergencia de una violencia cuyos
autores, no tienen ninguna relación con el hampa. La violencia criminal se expande, pierde sus fronteras estrictas,
incluso en cuanto a la edad de los delincuentes. La delincuencia juvenil, se ha hecho más violenta.
El proceso de personalización desmantela la personalidad; por un lado, el estallido narcisito y pacífico, por otro, el
estallido violento y energúmeno. La lógica cool prosigue por otro medios el trabajo plurisecular de la exclusión y la
relegación; ya no por la explotación o la alineación por imposición autoritaria de normas occidentales, sino por
criminalización.
En los Estados Unidos, de forma general, los actos violentos se producen entre individuos del mismo color: hay más
crímenes entre negros que de negros contra blancos y viceversa. En la población negra, el homicidio es ahora la
primera causa de muerte tanto para hombres como mujeres de 24 a 34 años, mientras que en la población blanca de
la misma edad, son los accidentes de circulación. Prueba a contrario del proceso de civilización, la violencia es cada vez
más un asunto de grupos periféricos, se convierte en una realidad de minorías. Vistas así las cosas, es el punto
culminante de la desestabilización y de la desintegración posmoderna, el acercamiento a los extremos, desocializado y
cínico, ligado a la licuación de los principios, enmarcamientos y autocontroles; es la manifestación hard del orden cool.
Desorganización o degeneración del vandalismo que se ve básicamente en la calidad de los crímenes. Los delincuentes
nueva ola se lanzan en operaciones a menudo improvisadas, sin conocimiento de los lugares, de los fondos, de los
sistemas de alarma, empresas altamente arriesgadas a cambio de un beneficio mínimo. En un solo día, 5, 6 atracos,
por sumas cada vez irrisorias, esa desproporción entre riesgos y provechos, entre un fin insignificante y medios
extremos son lo que caracteriza esa criminalidad hard, sin proyecto, sin ambición, sin imaginario. Consecuencia del
abandono de las grandes finalidades sociales y de la preeminencia concedida al presente, el neonarcisismo es una
personalidad flotante, sin estructura no voluntad, siendo sus mayores características la labilidad y la emotividad.
Ahora aparecen eso híbridos posmodernos que son los jóvenes atracadores que toman tranquilizantes.
La violencia criminal no designa el mundo hard solamente. Menos especular, menos noticia, el suicidio constituye su
otra cara. Sin duda el aumento de suicidios no es característico de la posmodernidad; se sabe que a lo largo del siglo
XIX, en Europa, el suicidio no dejo de aumentar. El suicidio que, en las sociedades primitivas o bárbaras, era un acto
de fuerte integración social prescrito por el código holista de honor, se convierte, en las sociedades individualistas, en
un comportamiento egoísta cuyo auge fulgurante solo podía ser, un fenómeno patológico, resultado no tanto de la
naturaleza de la sociedad moderna como de las condiciones particulares en las que se había instituido.
La sociedad posmoderna al acentuar el individualismo, al modificar su carácter por la lógica narcisista, ha multiplicado
las tendencias a la autodestrucción, aunque solo fuera trasformando su intensidad; la era narcisista es más
suicidogena que la era autoritaria. Lejos de ser un accidente inaugural de las sociedades individualistas, el movimiento
ascendente de los suicidios es su correlato a largo plazo.
Si contemplamos el conjunto de los actos suicidad – incluidas las tentativas-, las intoxicaciones, medicamentos y gas
ocupan el primer lugar en los medios empleados, ya que cuatro quintas partes de suicidas los han utilizado. De alguna
manera el suicida paga su tributo al orden cool: cada vez menos sangriento y doloroso, el suicidio, como las conductas
interindividuales, se suaviza, aunque la violencia autodestructora no desaparece, son los medios para conseguirlo lo
que pierde su brillantez.
Si los intentos aumentan se debe también al hecho de que la población suicida es cada vez más joven: lo mismo
ocurre con el suicidio que con la gran criminalidad, la violencia hard es joven. El proceso de personalización compone
un tipo de personalidad cada vez más incapaz de afrontar la prueba de lo real: la fragilidad, la vulnerabilidad
aumentan, principalmente entre la juventud, categoría social más privada de referencias y anclaje social. El suicidio
decrece en edades en que antes era más frecuente, pero no cesa de aumentar entre lo más jóvenes.
Ahora el deseo de vivir y el deseo de morir ya no son antinómicos sino que fluctúan de un polo al otro. De este modo,
gran número de suicidas, absorben el fármaco y reclaman, en el minuto siguiente, ayuda médica; el suicidio pierde su
radicalidad. El individuo posmoderno intenta matarse si querer morir; ese es el efecto hard, una violencia sin proyecto,
sin voluntad afirmada, la violencia hard esta soportada por la lógica cool del proceso de personalización.

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Individualismos y revolución
La violencia de las masas se convierte en un principio útil y necesario para el funcionamiento y crecimiento de las
sociedades modernas, dado que la lucha de clases permitió al capitalismo superar sus crisis, reabsorber su
desequilibrio crónico entre producción y consumo.
Es imposible comprender el surgimiento del fenómeno revolucionario, como el de una lucha de clases permanente e
institucionalizada, separándolas de su correlato, la sociedad individualista, tanto en su organización económica-social
como en sus valores. Para que la revolución se convierta en una posibilidad histórica la relación con las cosas debe
primar sobre la relación entre los seres humanos y por ultimo debe predominar una ideología del individuo que le
confiera un estatuto innato de libertad e igualdad. La revolución y la lucha de clases suponen el universo final e
ideológico del individualismo.
La sociedad homogénea de seres iguales y libres es indisociable, en su momento triunfante, de un conflicto abierto y
violento sobre la organización de la sociedad. Dirigida por el papel crucial de la ideología, que ahora substituye la
instancia religiosa, la primera fase individualista es una era de revoluciones y luchas sociales sangrientas. Al
emanciparse de lo sagrado, la sociedad individual solo restituye a los hombres el pleno dominio de su estar-juntos solo
enfrentándoles en conflictos, a veces por interés, pero cuyo maniqueísmo se deriva más aun de los nuevos valores
ligados a los derechos del individuo.
Con la era individualista se abre la posibilidad de una era de violencia total de la sociedad contra el Estado, una de
cuyas consecuencias será una violencia no menos ilimitada del Estado sobre la sociedad.
Es por el hecho de que el Estado, conforme al ideal democrático, se proclama idéntico y homogéneo a la sociedad, por
lo que puede desafiar cualquier legalidad, desplegar una represión sin límites, sistemática, indiferente a las nociones
de inocencia y de culpabilidad.
La gran fase del individualismo revolucionario expira ante nuestros ojos: después de haber sido un agente de guerra
social, el individualismo contribuye desde ahora a eliminar la ideología de la lucha de clases. En los países occidentales
desarrollados, la era revolucionaria ha concluido, la lucha de clases se ha institucionalizado, ya no es portadora de una
discontinuidad histórica, en todas partes prima la negociación sobre los enfrentamientos violentos. El proceso de
pacificación ha alcanzado el todo colectivo, la civilización del conflicto social prolonga entretanto la de las relaciones
interpersonales. -

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