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Contenido

2. LA PERSONA HUMANA..............................................................................3
2.1. Concepto de persona............................................................................3
2.2. La dignidad de la persona humana.....................................................3
2.3. La sociabilidad de la persona..............................................................4
2.4. La libertad de la persona......................................................................6
2.5. Los derechos humanos...........................................................................6
2.5.1. El derecho a la vida...........................................................................8
2.5.2. La libertad religiosa........................................................................10
2. LA PERSONA HUMANA.
2.1. Concepto de persona.

“Una nueva evangelización de la vida social requiere ante todo el anuncio del
Evangelio: Dios en Jesucristo salva a todos los hombres y a todo el hombre.
Este anuncio revela el hombre a sí mismo y debe ser el principio de
interpretación de las realidades sociales.”1

“El principio capital, sin duda alguna, de esta doctrina afirma que el hombre es
necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el
hombre, repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a
un orden sobrenatural.”2

Por esta razón es indispensable tener bien claro el concepto de la persona.


“Boecio definió a la persona como una «substancia individual de naturaleza
racional». De esta forma señala los elementos propios del hombre, una
substancia que es el su parte material comprendida por el cuerpo, que si bien
es cierto que contiene las mismas características de todos los seres humanos
según su género, al mismo tiempo lo hace diferente de los demás, así como no
son iguales una oreja de la otra o los dedos de las manos de la mano, a pesar
de que pertenezcan a la misma persona.”

“El ser humano no es solo materia, ya Aristóteles lo mencionaba, tiene un ser


(el cuerpo) y una esencia (el alma), esa naturaleza racional que lo lleva a tener
cualidades muy distintas a las de los animales que más se le parecen, los
monos. A diferencia de ellos, el hombre tiene una facultad especial para
pensar, adquirir, desarrollar y sistematizar sus conocimientos, expresar sus
afectos y trascender en la vida.”3

“El hombre es una persona, no solo un individuo. Con el término «persona» se


indica a «una naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío»” 4

2.2. La dignidad de la persona humana.

Markus Gabriel puntualiza que “la dignidad humana es inviolable, porque no


somos únicamente organismos y animales de determinada especie, sino
porque somos precisamente animales que viven en el reino de los propósitos”, 5
es decir, en el reino de los fines, siguiendo el pensamiento de Emanuel Kant,
quien en su Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, recalca que
los hombres son seres racionales, y estos “llámanse personas porque su

1
Pontificio Consejo de Justicia y Paz: Op. cit. n. 526, p. 295.
2
JUAN XXIII: Encíclica Mater et magistra. n.219.
3
BRUBECK G., Phillp H.: Encuentro de mentes: el éxito en los negocios. Ediciones Bellas
Letras, Durango, Mex., 2008, p. 26.
4
Pontificio Consejo de Justicia y Paz: Op. cit. n. 391, p. 217.
5
GABRIEL, Markus: Yo no soy mi cerebro. Filosofía para el Siglo XXI. Traducción de Juanmari
Madariaga, Ediciones Pasado y Presente, S.L., Barcelona, 2016, p. 274.
naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no
puede ser usado meramente como medio, y, por tanto, limita en ese sentido
todo capricho (y es un objeto del respeto)”, 6 lo que nos lleva al concepto
metafísico de la dignidad de la persona humana:

“En el reino de los fines todo tiene o un precio o una dignidad. Aquello que
tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, en cambio, lo que se
halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso
tiene una dignidad.”7

“Lo que se refiere a las inclinaciones y necesidades del hombre tiene un precio
comercial, lo que, sin suponer una necesidad, se conforma a cierto gusto, es
decir, a una satisfacción producida por el simple juego, sin fin alguno, de
nuestras facultades, tiene un precio de afecto; pero aquello que constituye la
condición para que algo sea fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor
relativo o precio, sino un valor interno, esto es, dignidad.”8

Al ser un fin en sí misma, tiene autonomía, como “fundamento de la dignidad


de la naturaleza humana y de toda naturaleza racional”, 9 y por lo tanto, dicha
dignidad, “como dijo Kant, se trata de un valor intrínseco que yo veo basado en
el hecho de que nuestras acciones son libres porque muchas de las
condiciones necesarias de nuestras acciones no son causas rigurosas”. 10

La explicación teológica nos dice que la dignidad de la persona humana


proviene de su creación. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y
semejanza. Esta semejanza se encuentra en el alma, y lo dotó de libertad, de
libre albedrío para que pueda determinar por sí mismo sus pensamientos y
acciones. “Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la
dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de
conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras
personas; y es llamado, por la gracia, a una alianzas con su Creador, a
ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su
lugar”.11

“Cuando se habla en general de la dignidad de la persona humana, no se


piensa tan solo en el valor de los hombres que actúan rectamente, sino en que
todo hombre, por el hecho de ser una persona, tiene una categoría superior a
la de cualquier ser irracional”12

“El respeto de la dignidad humana no puede absolutamente prescindir de la


obediencia al principio de «considerar al prójimo como otro yo, cuidando en
primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente». Es

6
KANT, Manuel: Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Trad. Manuel García
Morente, Edición de Pedro M. Rosario Barbosa, San Juan, Puerto Rico, 2007, p. 42.
7
Ídem p. 47-48.
8
Ídem p. 48.
9
Ídem p. 49.
10
GABRIEL, Markus: Op. cit., p. 276.
11
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 357.
12
MILLÁN Puelles, Antonio: Persona humana y justicia social. Ediciones RIALP, 4a edición,
Madrid, 1978, p. 15.
preciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, estén
presididos por la conciencia del primado de cada ser humano.” 13

2.3. La sociabilidad de la persona.

Si bien es cierto que el hombre es un ser individual, Aristóteles nos señala que
tiene a su vez una naturaleza social, toda vez que no le es posible vivir aislado
por completo de las demás personas. Basta recordar el pasaje del Génesis,
cuando Adán vio a todos los seres de la creación y no encontró a nadie igual a
él, por eso Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” y creó a la mujer.

De acuerdo con la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, “Dios, que cuida de


todos con paterna solicitud, ha querido que los hombres constituyan una sola
familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a
imagen y semejanza de Dios, quien hizo de uno todo el linaje humano y para
poblar toda la haz de la tierra (Act 17,26), y todos son llamados a un solo e
idéntico fin, esto es, Dios mismo.”

“Por lo cual, el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor


mandamiento. La Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede
separarse del amor del prójimo: ... cualquier otro precepto en esta sentencia se
resume: Amarás al prójimo como a ti mismo... El amor es el cumplimiento de la
ley (Rom 13,9-10; cf. 1 Io 4,20). Esta doctrina posee hoy extraordinaria
importancia a causa de dos hechos: la creciente interdependencia mutua de los
hombres y la unificación asimismo creciente del mundo.”

“Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros
también somos uno (Io 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón
humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y
la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza
demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por
sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera
de sí mismo a los demás.”

“La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona


humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente
condicionados. Porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones
sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza,
tiene absoluta necesidad de la vida social. La vida social no es, pues, para el
hombre sobrecarga accidental. Por ello, a través del trato con los demás, de la
reciprocidad de servicios, del diálogo con los hermanos, la vida social
engrandece al hombre en todas sus cualidades y le capacita para responder a
su vocación.”

“De los vínculos sociales que son necesarios para el cultivo del hombre, unos,
como la familia y la comunidad política, responden más inmediatamente a su
naturaleza profunda; otros, proceden más bien de su libre voluntad. En nuestra
13
Pontificio Consejo de Justicia y Paz: Op. cit. n. 132, p. 72. Cita a Concilio Vaticano II:
Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 27, y al Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2235.
época, por varias causas, se multiplican sin cesar las conexiones mutuas y las
interdependencias; de aquí nacen diversas asociaciones e instituciones tanto
de derecho público como de derecho privado. Este fenómeno, que recibe el
nombre de socialización, aunque encierra algunos peligros, ofrece, sin
embargo, muchas ventajas para consolidar y desarrollar las cualidades de la
persona humana y para garantizar sus derechos.” 14

“La sociabilidad en el hombre implica una carencia y una plenitud, Hay carencia
porque el ser humano, aislado y solitario, no podría sobrevivir desde su infancia
(...) mientras los animales, en general, nacen dotados con elementos que les
permiten adaptarse pronto al ambiente, los hombres son seres desvalidos e
impotentes desde su nacimiento. Sin ayuda de otros, morirían rápidamente.” 15

Por otra parte, “la sociabilidad humana implica riqueza y plenitud espiritual. Es
un reflejo de la vida divina, en la cual las tres divinas personas viven en el
inefable misterio de la Santísima Trinidad, que implica sociedad y
comunicación. La mente del hombre no podría manifestar todas sus
potencialidades y alcanzar la verdad, si no es en el diálogo y el contraste con
las opiniones de otros hombres.” 16 Es como suple sus deficiencias, se
complementan unos a otros y se desarrollan de manera integral.

El hombre es quien integra la sociedad, algunas de manera ineludible, como lo


es la familia en su infancia, sin embargo, su participación en la sociedad se
vuelve voluntaria cuando decide crear una, como al formar su familia, o unirse
a ella, como el trabajo o un club social o deportivo. Por esta razón la sociedad
siempre debe estar en función de las personas que la integran, como lo señaló
Pío XII: “Origen y fin esencial de la vida social ha de ser la conservación, el
desarrollo y el perfeccionamiento de la persona humana, ayudándola a poner
en práctica rectamente las normas y valores de la religión y de la cultura,
señaladas por el Creador a cada hombre y a toda la humanidad, ya en su
conjunto, ya en sus naturales ramificaciones.” 17

2.4. La libertad de la persona.

La libertad consiste en “hacer únicamente lo que quiere sin ser impedido por
ninguna coacción exterior, y que goza por tanto de una plena independencia”. 18
Sin embargo, “la libertad no es la libertad de hacer cualquier cosa, sino que es
libertad para el Bien, en el cual solamente reside la Felicidad. De este modo el
Bien es su objetivo. Por consiguiente el hombre se hace libre cuando llega al

14
Concilio Vaticano II: Constitución Pastoral Gaudium et spes, nn. 24 y 25.
15
GÓMEZ Granados, Manuel et al: Manual de Doctrina Social Cristiana. Instituto Mexicano de
Doctrina Social Cristiana. México, 1989, p. 106.
16
Ídem, p. 107.
17
PÍO XII: Radiomensaje de Navidad 24 de diciembre de 1942. http://w2.vatican.va/content/
pius-xii/es/speeches/1942/documents/hf_p-xii_spe_19421224_radiomessage-christmas.html.
n.9, p. 3.
18
RATZINGER, Joseph: Instrucción sobre libertad cristiana y liberación. Sagrada
Congregación para la Doctrina de la fe, Ediciones Paulinas, Segunda Edición, México, 1986, n.
25p. 15
conocimiento de lo verdadero y esto –prescindiendo de otras fuerzas- guía su
voluntad.”19

De esta manera podemos ver que “la libertad no es posible sin el entendimiento
(...) para que un acto sea libre es preciso que sea deliberado, es decir,
previamente pensado o meditado.” 20

2.5. Los derechos humanos.

De conformidad con su naturaleza, la persona posee una serie de derechos


primarios que le deben ser respetados y protegidos por la sociedad, son los
denominados “derechos humanos”, los cuales, en su ejercicio, tienen aparejada
siempre una obligación, que se fundamenta en el respeto al derecho de las
otras personas. Esto es conveniente recordarlo porque hay una tendencia en la
cual pretende hacer creer como válida solamente la exigencia del respeto al
derecho personal, sin tomar en cuenta el cumplimiento de ninguna obligación,
en una concepción egocéntrica de un extremado individualismo.

Bien lo señaló Juan XXIII: “Por esto, la convivencia civil sólo puede juzgarse
ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la
verdad. Es una advertencia del apóstol San Pablo: Despojándoos de la
mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos
miembros unos de otros. Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual
reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes
que tiene para con los demás. Más todavía: una comunidad humana será cual
la hemos descrito cuando los ciudadanos, bajo la guía de la justicia, respeten
los derechos ajenos y cumplan sus propias obligaciones; cuando estén
movidos por el amor de tal manera, que sientan como suyas las necesidades
del prójimo y hagan a los demás partícipes de sus bienes, y procuren que en
todo el mundo haya un intercambio universal de los valores más excelentes del
espíritu humano. Ni basta esto sólo, porque la sociedad humana se va
desarrollando conjuntamente con la libertad, es decir, con sistemas que se
ajusten a la dignidad del ciudadano, ya que, siendo éste racional por
naturaleza, resulta, por lo mismo, responsable de sus acciones.” 21

Conforme lo señala Pío XII, los derechos fundamentales de la persona humana


son, en resumen, “el derecho a mantener y desarrollar la vida corporal,
intelectual y moral, y particularmente el derecho a una formación y educación
religiosa; el derecho al culto de dios privado y público, incluida la acción
caritativa religiosa; el derecho, en principio, al matrimonio y a la consecución de
su propio fin, el derecho a la sociedad conyugal y doméstica; el derecho de
trabajar como medio indispensable para el mantenimiento de la vida familiar; el
derecho a la libre elección de estado; por consiguiente, también el estado
sacerdotal y religioso; el derecho a un uso de los bienes materiales consciente
de sus deberes y de las limitaciones sociales.” 22

19
Ídem, n. 26, p. 16
20
MILLÁN Puelles, Antonio: Persona humana y justicia social. Ediciones RIALP, 4a edición,
Madrid, 1978, p.13.
21
JUAN XXIII: Encíclica Pacem in Terris. n. 35.
22
PÍO XII: Radiomensaje de Navidad 24 de diciembre de 1942. Op. Cit., n. 34, p. 10.
“Todo ser humano tiene el derecho a la subsistencia, a la integridad física, a los
medios indispensables y suficientes para un nivel de vida digno, especialmente
en cuanto se refiere a la alimentación, al vestido, a la habitación, al descanso, a
la atención médica, a los servicios sociales necesarios. De aquí el derecho a la
seguridad en caso de enfermedad, de invalidez, de viudez, de vejez, de paro y
de cualquier otra eventualidad de pérdida de medios de subsistencia por
circunstancias ajenas a su voluntad.” 23

A su vez, el Concilio Vaticano II recalcó la necesidad de “facilitar al hombre


todo lo que éste necesita para vivir una vida verdaderamente humana, como
son el alimento, el vestido, la vivienda, el derecho a la libre elección de estado
y a fundar una familia, a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a
una adecuada información, a obrar de acuerdo con la norma recta de su
conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad también en
materia religiosa”.24

En su encíclica Redemptor hominis, Juan Pablo II recuerda “el magnífico


esfuerzo llevado a cabo para dar vida a la Organización de las Naciones
Unidas, un esfuerzo que tiende a definir y establecer los derechos objetivos e
inviolables del hombre, obligándose recíprocamente los Estados miembros a
una observancia rigurosa de los mismos. Este empeño ha sido aceptado y
ratificado por casi todos los Estados de nuestro tiempo y esto debería constituir
una garantía para que los derechos del hombre lleguen a ser en todo el mundo,
principio fundamental del esfuerzo por el bien del hombre.” 25 Sin embargo, a
pesar de que la mayoría de los países adheridos a la O.N.U. firmaron la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, en muchos lugares no se
respetan cabalmente, de ahí su afirmación de “si los derechos humanos son
violados en tiempo de paz, esto es particularmente doloroso y, desde el punto
de vista del progreso, representa un fenómeno incomprensible de la lucha
contra el hombre, que no puede concordarse de ningún modo con cualquier
programa que se defina «humanístico».” Por esta razón, “debe preguntarse
continuamente junto con estos hombres de buena voluntad si la Declaración de
los derechos del hombre y la aceptación de su «letra» significan también por
todas partes la realización de su «espíritu».” 26

2.5.1. El derecho a la vida.

El derecho primario del ser humano es el de la vida, pues de ella depende su


existencia. “Si queremos sostener un fundamento sólido e inviolable para los
derechos humanos, es indispensable reconocer que la vida humana debe ser
defendida siempre, desde el momento mismo de la fecundación. De otra
manera, las circunstancias y conveniencias de los poderosos siempre
encontrarán excusas para maltratar a las personas.” 27
23
JUAN XXIII: Encíclica Pacem in Terris. n.11.
24
Constitución Pastoral Gaudium et Spes, n. 26
25
JUAN PABLO II: Encíclica Redemptor hominis. N. 17
26
Íbidem.
27
Consejo Episcopal Latinoamericano: Aparecida. Documento conclusivo. Ediciones de la
Conferencia del Episcopado Mexicano, 4a edición, México, 2007, n. 467, p. 22.
Es necesario tomar en consideración que “el Evangelio de la vida está en el
centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es
anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas
las épocas y culturas.”28

Por esta razón Juan Pablo II recalcó que “el Evangelio de la vida es una
realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona
misma de Jesús (...) por la palabra, la acción y la persona misma de Jesús se
da al hombre la posibilidad de «conocer» toda la verdad sobre el valor de la
vida humana. De esa «fuente» recibe, en particular, la capacidad de «obrar»
perfectamente esa verdad (cf. Jn 3, 21), es decir, asumir y realizar en plenitud
la responsabilidad de amar y servir, defender y promover la vida humana.” 29

Treinta años antes, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium


et spes, denunció que “todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de
cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio
voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las
mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de
coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las
condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las
deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes;
también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son
tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y
responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios
que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los
practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al
honor debido al Creador.”30

A su vez, en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del


Caribe celebrada en Aparecida, Brasil, los obispos señalaron que “asistimos
hoy a retos nuevos que nos piden ser voz de los que no tienen voz. El niño que
está creciendo en el seno materno y las personas que se encuentran en el
ocaso de sus vidas, son un reclamo de vida digna que grita al cielo y que no
puede dejar de estremecernos. La liberalización y banalización de las prácticas
abortivas son crímenes abominables, al igual que la eutanasia, la manipulación
genética y embrionaria, ensayo médicos contrarios a la ética, pena capital, y
tantas otras maneras de atentar contra la dignidad y la vida del ser humano.” 31

Debido a que este tipo de crímenes tienen como víctimas a las personas que
no pueden externar su voluntad ni oponerse de manera alguna en contra de
sus agresores, “nuestra atención quiere concentrarse, en particular, en otro
género de atentados, relativos a la vida naciente y terminal, que presentan
caracteres nuevos respecto al pasado y suscitan problemas de gravedad
28
Juan Pablo II: Encíclica Evengelium Vitae.
http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-
ii_enc_25031995_evangelium-vitae.pdf, n. 1, p. 1.
29
Ídem, n. 29, pp. 24 y 25.
30
Concilio Vaticano II: Constitución Pastoral Gaudium et Spes. n. 27.
31
Consejo Episcopal Latinoamericano: Aparecida. Documento conclusivo. Op. cit., n. 467, p.
22.
singular, por el hecho de que tienden a perder, en la conciencia colectiva, el
carácter de «delito» y a asumir paradójicamente el de «derecho», hasta el
punto de pretender con ello un verdadero y propio reconocimiento legal por
parte del Estado y la sucesiva ejecución mediante la intervención gratuita de
los mismos agentes sanitarios. Estos atentados golpean la vida humana en
situaciones de máxima precariedad, cuando está privada de toda capacidad de
defensa. Más grave aún es el hecho de que, en gran medida, se produzcan
precisamente dentro y por obra de la familia, que constitutivamente está
llamada a ser, sin embargo, «santuario de la vida».” 32

“Amenazas no menos graves afectan también a los enfermos incurables y a los


terminales, en un contexto social y cultural que, haciendo más difícil afrontar y
soportar el sufrimiento, agudiza la tentación de resolver el problema del
sufrimiento eliminándolo en su raíz, anticipando la muerte al momento
considerado como más oportuno.”

“En una decisión así confluyen con frecuencia elementos diversos,


lamentablemente convergentes en este terrible final. Puede ser decisivo, en el
enfermo, el sentimiento de angustia, exasperación, e incluso desesperación,
provocado por una experiencia de dolor intenso y prolongado. Esto supone una
dura prueba para el equilibrio a veces ya inestable de la vida familiar y
personal, de modo que, por una parte, el enfermo —no obstante la ayuda cada
vez más eficaz de la asistencia médica y social—, corre el riesgo de sentirse
abatido por la propia fragilidad; por otra, en las personas vinculadas
afectivamente con el enfermo, puede surgir un sentimiento de comprensible
aunque equivocada piedad. Todo esto se ve agravado por un ambiente cultural
que no ve en el sufrimiento ningún significado o valor, es más, lo considera el
mal por excelencia, que debe eliminar a toda costa. Esto acontece
especialmente cuando no se tiene una visión religiosa que ayude a comprender
positivamente el misterio del dolor.”

“Además, en el conjunto del horizonte cultural no deja de influir también una


especie de actitud prometeica del hombre que, de este modo, se cree señor de
la vida y de la muerte porque decide sobre ellas, cuando en realidad es
derrotado y aplastado por una muerte cerrada irremediablemente a toda
perspectiva de sentido y esperanza. Encontramos una trágica expresión de
todo esto en la difusión de la eutanasia, encubierta y subrepticia, practicada
abiertamente o incluso legalizada. Esta, más que por una presunta piedad ante
el dolor del paciente, es justificada a veces por razones utilitarias, de cara a
evitar gastos innecesarios demasiado costosos para la sociedad. Se propone
así la eliminación de los recién nacidos malformados, de los minusválidos
graves, de los impedidos, de los ancianos, sobre todo si no son
autosuficientes, y de los enfermos terminales. No nos es lícito callar ante otras
formas más engañosas, pero no menos graves o reales, de eutanasia. Estas
podrían producirse cuando, por ejemplo, para aumentar la disponibilidad de
órganos para trasplante, se procede a la extracción de los órganos sin respetar
los criterios objetivos y adecuados que certifican la muerte del donante.” 33

32
JUAN PABLO II: Encíclica Evengelium vitae. Op. cit., n. 11, p. 9.
33
Ídem, n. 15, pp. 12 y 13.
Las causas de estos atentados en contra de la vida, “podemos encontrarlas en
valoraciones generales de orden cultural o moral, comenzando por aquella
mentalidad que, tergiversando e incluso deformando el concepto de
subjetividad, sólo reconoce como titular de derechos a quien se presenta con
plena o, al menos, incipiente autonomía y sale de situaciones de total
dependencia de los demás. Pero, ¿cómo conciliar esta postura con la
exaltación del hombre como ser «indisponible»? La teoría de los derechos
humanos se fundamenta precisamente en la consideración del hecho que el
hombre, a diferencia de los animales y de las cosas, no puede ser sometido al
dominio de nadie. También se debe señalar aquella lógica que tiende a
identificar la dignidad personal con la capacidad de comunicación verbal y
explícita y, en todo caso, experimentable. Está claro que, con estos
presupuestos, no hay espacio en el mundo para quien, como el que ha de
nacer o el moribundo, es un sujeto constitutivamente débil, que parece
sometido en todo al cuidado de otras personas, dependiendo radicalmente de
ellas, y que sólo sabe comunicarse mediante el lenguaje mudo de una profunda
simbiosis de afectos. Es, por tanto, la fuerza que se hace criterio de opción y
acción en las relaciones interpersonales y en la convivencia social. Pero esto
es exactamente lo contrario de cuanto ha querido afirmar históricamente el
Estado de derecho, como comunidad en la que a las «razones de la fuerza»
sustituye la «fuerza de la razón».”

“A otro nivel, el origen de la contradicción entre la solemne afirmación de los


derechos del hombre y su trágica negación en la práctica, está en un concepto
de libertad que exalta de modo absoluto al individuo, y no lo dispone a la
solidaridad, a la plena acogida y al servicio del otro. Si es cierto que, a veces, la
eliminación de la vida naciente o terminal se enmascara también bajo una
forma malentendida de altruismo y piedad humana, no se puede negar que
semejante cultura de muerte, en su conjunto, manifiesta una visión de la
libertad muy individualista, que acaba por ser la libertad de los «más fuertes»
contra los débiles destinados a sucumbir.”34

2.5.2. La libertad religiosa.

La mayor libertad que puede tener una persona, es la de pensamiento, la cual


es muy difícil de coartar, pues a pesar de que el individuo se encuentre privado
de su libertad física, seguirá teniendo la facultad de pensar libremente;
inclusive, mediante fuerte presiones se puede ver coaccionado para decir o
aceptar verbalmente algo con lo cual no está de acuerdo, pero en su fuero
interno mantendrá su pensamiento real. Este derecho se ejerce mediante
facultad del libre albedrío, la cual le permite conocer la bondad o maldad de los
actos, la veracidad o falsedad de los argumentos, con el fin de elegir
adecuadamente un bien mayor frente a un bien menor, lo bueno frente a lo
malo, lo verdadero frente a lo falso.

34
Ídem, n. 19, pp. 15 y 16.
En este ámbito se encuentra el derecho de la libertad religiosa, la cual,
conforme lo especifica el Concilio Vaticano II en la Declaración Dignitatis
Humanae, “consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de
coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier
potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue
a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella
en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites
debidos. Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente
fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce
por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural. Este derecho de
la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el
ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en
un derecho civil.”

“Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir,


dotados de razón y de voluntad libre, y enriquecidos por tanto con una
responsabilidad personal, están impulsados por su misma naturaleza y están
obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere
a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la verdad conocida y a
disponer toda su vida según sus exigencias. Pero los hombres no pueden
satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza, si no
gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción
externa. Por consiguiente, el derecho a la libertad religiosa no se funda en la
disposición subjetiva de la persona, sino en su misma naturaleza. Por lo cual, el
derecho a esta inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la
obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de
que se guarde el justo orden público, no puede ser impedido.” 35

“Todo esto se hace más claro aún a quien considera que la norma suprema de
la vida humana es la misma ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que
Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad
humana según el designio de su sabiduría y de su amor. Dios hace partícipe al
hombre de esta su ley, de manera que el hombre, por suave disposición de la
divina Providencia, puede conocer más y más la verdad inmutable. Por lo tanto,
cada cual tiene la obligación y por consiguiente también el derecho de buscar
la verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los medios adecuados,
se forme, con prudencia, rectos y verdaderos juicios de conciencia.”

“Ahora bien, la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la


persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre
investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la comunicación
y del diálogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la verdad que han
encontrado o creen haber encontrado, para ayudarse mutuamente en la
búsqueda de la verdad; y una vez conocida ésta, hay que aceptarla firmemente
con asentimiento personal.”

“El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de


la ley divina; conciencia que tiene obligación de seguir fielmente, en toda su
actividad, para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto, no se le puede forzar a
35
Concilio Vaticano II: Declaración Dignitatis Humanae. N. 2.
obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según su
conciencia, principalmente en materia religiosa. Porque el ejercicio de la
religión, por su propia índole, consiste, sobre todo, en los actos internos
voluntarios y libres, por los que el hombre se relaciona directamente a Dios:
actos de este género no pueden ser mandados ni prohibidos por una potestad
meramente humana. Y la misma naturaleza social del hombre exige que éste
manifieste externamente los actos internos de religión, que se comunique con
otros en materia religiosa, que profese su religión de forma comunitaria.”

“Se hace, pues, injuria a la persona humana y al orden que Dios ha establecido
para los hombres, si, quedando a salvo el justo orden público, se niega al
hombre el libre ejercicio de la religión en la sociedad.”

“Además, los actos religiosos con que los hombres, partiendo de su íntima
convicción, se relacionan privada y públicamente con Dios, trascienden por su
naturaleza el orden terrestre y temporal. Por consiguiente, la autoridad civil,
cuyo fin propio es velar por el bien común temporal, debe reconocer y favorecer
la vida religiosa de los ciudadanos; pero excede su competencia si pretende
dirigir o impedir los actos religiosos.”36

En su Encíclica Redemptor Hominis, Juan Pablo II explica que en la


Declaración Dignitatis humanae, “se expresa no sólo la concepción teológica
del problema, sino también la concepción desde el punto de vista del derecho
natural, es decir, de la postura «puramente humana», sobre la base de las
premisas dictadas por la misma experiencia del hombre, por su razón y por el
sentido de su dignidad. Ciertamente, la limitación de la libertad religiosa de las
personas o de las comunidades no es sólo una experiencia dolorosa, sino que
ofende sobre todo a la dignidad misma del hombre, independientemente de la
religión profesada o de la concepción que ellas tengan del mundo. La limitación
de la libertad religiosa y su violación contrastan con la dignidad del hombre y
con sus derechos objetivos. El mencionado Documento conciliar dice bastante
claramente lo que es tal limitación y violación de la libertad religiosa.
Indudablemente, nos encontramos en este caso frente a una injusticia radical
respecto a lo que es particularmente profundo en el hombre, respecto a lo que
es auténticamente humano. De hecho, hasta el mismo fenómeno de la
incredulidad, arreligiosidad y ateísmo, como fenómeno humano, se comprende
solamente en relación con el fenómeno de la religión y de la fe. Es por tanto
difícil, incluso desde un punto de vista «puramente humano», aceptar una
postura según la cual sólo el ateísmo tiene derecho de ciudadanía en la vida
pública y social, mientras los hombres creyentes, casi por principio, son apenas
tolerados, o también tratados como ciudadanos de «categoría inferior», e
incluso —cosa que ya ha ocurrido— son privados totalmente de los derechos
de ciudadanía.”

“Hay que tratar también, aunque sea brevemente, este tema porque entra
dentro del complejo de situaciones del hombre en el mundo actual, porque da
testimonio de cuánto se ha agravado esta situación debido a prejuicios e
injusticias de distinto orden (...) juntamente con todos los que sufren los

36
Ídem, n. 3.
tormentos de la discriminación y de la persecución por el nombre de Dios,
estamos guiados por la fe en la fuerza redentora de la cruz de Cristo.”

Más adelante, se dirige “a aquellos de quienes, de algún modo, depende la


organización de la vida social y pública, pidiéndoles ardientemente que
respeten los derechos de la religión y de la actividad de la Iglesia. No se trata
de pedir ningún privilegio, sino el respeto de un derecho fundamental. La
actuación de este derecho es una de las verificaciones fundamentales del
auténtico progreso del hombre en todo régimen, en toda sociedad sistema o
ambiente.”37

37
JUAN PABLO II: Encíclica Redemptor Hominis. n. 17.

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