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26.
Antropología y moral
en la Gaudium et spes
JOSÉ BULLÓN*
La Gaudium et spes afirma que es “en Dios y desde Dios” donde se revela
el misterio del hombre: “Cree la Iglesia que la clave, el centro y el fin de toda la
historia humana se hallan en su Señor y Maestro... Bajo la luz de Cristo,
imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a
todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de
soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época”. “En
realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado” (GS, nn. 10 y 22.1).
Para comprender estas afirmaciones del Concilio ha de entenderse lo que
es la revelación (DV, n. 2): la autocomunicación de Dios por medio de gestos y
de palabras a la largo de toda la historia de la salvación, sobre todo, en la
persona de Jesús. Por tanto, no es, fundamentalmente, manifestación de
verdades ocultas, sino presencia de Dios en favor de alguien, asociación con
alguien.
Dios se manifiesta, pues, como alguien que elige a los hombres (Adán-
pueblo de Israel), los acoge como son, se pone de su parte, tiene misericordia
y libera (Egipto), educa a través de su presencia y de la ley y les promete un
futuro (Gn 1,18ss; Ex 1,1ss; 14,15-31; 19-24). Dios es, pues, bondad en favor
de otros. En esta manifestación de Dios, el pueblo toma conciencia de quién
* * Profesor en el Instituto Superior de Ciencias Morales, Madrid.
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1. Textos y síntesis
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2. Reflexión doctrinal
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hombre si no es en ella. Pero esta relación se precisa aún más afirmando que
ha de ser amorosa; el sentido comunitario no se afinca sobre los intereses
humanos, desde una realidad egoísta, sino desde la donación y la entrega,
desde un amor que se hace comunión. Vivir en comunión es esencial para
afirmar la propia individualidad. Sólo en ésta se realiza el ser humano como
persona. Por consiguiente la antropología que nos presenta la Constitución se
caracteriza por una vida en unión: el ser humano se origina en la unión, crece
en la misma experimentando la vida compartidamente, y termina en esa unión.
Pero también es una antropología para la unión: el hombre no se hace si no es
saliendo de sí mismo hacia los demás; no se encuentra si no es dándose,
entregándose.
Es, también, una antropología de interacción hombre-realidad social. No se
afirma que el hombre se confunda con el entorno social, sino que éste forma
parte de su vida. Forma un todo con el mundo, con la realidad cósmica, aunque
no se confunde con ella, porque es el lugar donde él “ha caído”, formando parte
de su ser. Pues bien, como parte integrante de su existencia, es en esa
realidad cósmica donde tiene que organizar su humanidad. Es una
antropología que descubre al hombre haciéndose cargo de la realidad.
Esta antropología no suprime el ser personal. La afirmación de que el
hombre sólo puede ser tal si vive en comunión, puede llevar a pensar que se
está insistiendo en la adaptación de todos y cada uno de los seres humanos a
la plataforma social. No es esto lo que dice la Gaudium et spes: lo comunitario
no anula el ser propio de cada persona. Lo comunitario es visto como un
conjunto armónico, donde todos y cada uno de sus componentes son
realidades activas que construyen la existencia común con misiones muy
diversas, pero imprescindibles. Viene a ser como un cuerpo donde cada
miembro es necesario en la función total con tareas muy diversas; ninguno es
negado en sí porque tiene su tarea, pero nadie funciona al margen de los
demás; cada uno conserva así su autonomía sin perder su unión con los otros;
sólo así se manifiesta como miembro verdadero de la comunidad humana.
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las conexiones con los demás surgían y se establecían desde el respeto mutuo
y las propias necesidades o carencias.
La afirmación de la constitución esencialmente comunitaria del ser humano
va a hacer posible un giro total en la forma de concebir la persona. El ser
humano ya no podrá considerar a los demás como meras realidades ajenas
que hay que respetar y de las que se exige respeto, sino como realidades que
entran a formar parte de la propia historia, hasta tal punto que sólo con ellos y
en ellos se consigue ser persona de verdad. Así, no solamente se proclama el
respeto mutuo, sin más conexiones que la necesidad, sino que la alteridad, las
conexiones profundas del ser humano, la búsqueda de relaciones surgen como
una necesidad vital y una norma de vivir. Siendo constitutivamente con los
otros, sólo se puede vivir y crecer en unión con ellos; no son, ni forman un
mundo aparte, digno de respeto y admiración, sino que son una realidad que
no solamente suple las propias carencias, sino con la que conjuntamente se
construye la humanidad y la vida misma.
De la contemplación del mundo a la inserción y el compromiso. La
comunidad humana no se refiere solamente a la unión de los hombres entre sí,
sino también del hombre con toda la realidad mundana. Es en esta realidad
global desde donde y en donde se construye la persona.
Por tanto, si el hombre se descubre formando unidad con el mundo, aunque
sin identificarse con él, se ha de concluir que el mundo no es una realidad ante
la cual se sitúa el ser humano de manera meramente contemplativa, sin tener
compromiso alguno con él.
En una visión individualista de la existencia, las cosas están donde están y
son lo que son para ser percibidas, admiradas y, a lo más, utilizadas para el
propio bien. Sin embargo, si percibimos que hay una conexión entre una y otra
realidad, el mundo se convertirá en aquello en lo que el ser humano se inserta
necesariamente como parte y esencia de su ser. Conoce cada vez más las
leyes que lo dominan, y adquiere un compromiso con él, lo orienta hacia el bien
de todos, lo modela como realidad beneficiosa y lo trasforma en aquello que
posibilita la humanización.
El mundo, por tanto, no será aquella realidad movida por unas leyes fijas e
inmutables o por una mano poderosa que todo lo hace, sino que es realidad
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“del” y “para” el ser humano. De este compromiso con el mundo surgirán las
diversas acciones del hombre en los diferentes ámbitos de la vida social:
económico, político, familiar, cultural... El hombre está llamado a vivir en el
mundo para ordenarlo.
Ampliación del campo visual personal. El mundo que es capaz de
fabricarse una persona aislada, es un espacio mínimo, muy relativo y estable:
el horizonte se extiende sólo hasta donde llega su interés. La relación “con” y
“en” la comunidad amplía este horizonte, pasando de lo reducido a lo general y
universal. El interés particular se hace mundial.
4. Sugerencias morales
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en: AA. VV., La justicia social, Perpetuo Socorro, Madrid 1993, 21-35. Molesta la
actuación de Jesús ante la ley y lo establecido: curar en sábado, trabajar en día de fiesta,
estar entre pecadores y gente de mala fama (Cf. Lc 13,10-17;14,1-6; Jn 9; Lc 5,27-32; Lc
6,1-11).
10 “La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación
del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas”; “la Iglesia
siente profundamente estas dificultades y, aleccionada por la revelación divina, puede
darles la respuesta que perfile la verdadera situación del hombre” (GS, n. 11.1, 12.2).
11 Observamos este cambio en la manera de afrontar hoy los temas morales en el campo
social, muy distinta de la de los años 50 del pasado siglo. En los manuales clásicos se
trataba el respeto a los bienes, la restitución, la obediencia y el respeto a las autoridades.
Cf. A. Mª. ARREGUI - M. ZALBA, Compendio de Teología moral. Mensajero, Bilbao 221958,
186-193; 259-286; J. P. GURY, Compendium Theologiae Moralis, E. Subirana, Barcinone
1904, 273-293 y 460-529; A. ROYO MARÍN, Teología moral para seglares. I, BAC, Madrid
1957, 458-690. Cerca ya del Vaticano II se amplía el tratamiento de temas elaborando
una Moral del Estado. Cf. B. HÄRING, La ley de Cristo, Herder, Barcelona 1968. Hoy la
Moral se ocupa de cómo el mensaje cristiano determina la actuación en el ámbito social y
de los diversos campos que lo forman. Cf. M. VIDAL, Moral de actitudes, III. Moral social,
Perpetuo Socorro, Madrid 81995; B. HÄRING, Libertad y fidelidad en Cristo, III, Herder,
Barcelona 1983, 182-438.
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