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Pero si la olla está al fuego y lleno de agua fría, la rana poco a poco ajusta su temperatura
corporal a la del agua, manteniéndose en una cierta comodidad que le impide darse
cuenta de que el agua está calentándose.
Cuando el agua está a punto de hervir, la rana no puede aumentar más su temperatura e
intenta salir, pero como ha gastado todas sus energías adaptándose al agua, ya no le
quedan fuerzas suficientes y suele ser demasiado tarde.
Meterse en la olla
Así, nos situamos como víctimas sufrientes de lo que “nos ha tocado” vivir o de lo que
“nos hacen” los que calificamos como personas tóxicas (el papel de víctima suele ser
bastante agradecido y facilita enormemente la evitación de las responsabilidades).
Sin darnos cuenta, muchas veces nos metemos en la olla y ponemos nosotros mismos el
agua a calentar: la anestesia interna en forma de falsa paz y tranquilidad, el “hacer la vista
gorda”, permanecer en lo que nos daña y el abandono de lo que realmente necesitamos o
sentimos, es lo que nos va hirviendo poco a poco dentro de nuestra propia agua.
Algunas veces por ser inconscientes, otras por no saber cómo cambiarlas, otras por
comodidad o por los beneficios más o menos ocultos que nos suponen… seguimos a
pesar de todo repitiendo una y otra vez aquellas actitudes que nos resultan dañinas.
¿Y qué emociones son las que nos hacen permanecer dentro de la olla? El miedo, la
inseguridad, la incertidumbre, la baja autoestima, la resignación y la comodidad de lo
conocido.
Si bien es cierto que hay situaciones externas que no podemos cambiar, muchas veces la
excusa “las cosas son así” es una salida fácil para escabullirnos de nuestra
responsabilidades, por lo que se hace necesario aprender a distinguir las ollas de las que
podemos saltar de las que no.
Aunque no sea posible cambiar las circunstancias porque a veces no dependen de
nosotros, siempre podemos comprometernos en la parte que sí debemos asumir: en la
elección de cómo enfrentarnos a ellas, tomar conciencia de cómo nos influyen y adoptar
las medidas necesarias para vivirlas de la forma más sana y consciente posible.
Los pequeños
malestares, sin darnos cuenta, van ejerciendo
su efecto acumulativo, lo que, unido a la pérdida
de sensibilidad y de vitalidad, determina
que no reaccionemos frente a ese debilitamiento
inadvertido de nuestra salud.
¿cómo evitaremos
caer en la trampa de la rana en la cazuela,
tanto en lo individual como en lo colectivo?
No dejando de ampliar y de acrecentar nuestra
conciencia, por una parte. Ejercitando
nuestra memoria para que ella conserve los elementos
de comparación entre lo pasado y lo
presente. Por otra parte, acudiendo a patrones
fiables para la evaluación de los cambios,
patrones que tendremos buen cuidado de elegir
entre los menos sujetos a las fluctuaciones de
las modas, de las épocas y de las tendencias
🔸Si se agrava de forma muy sutil y progresiva 👉🏼podemos adaptarnos a ella y no percibir
los cambios.