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Sábado 27 de Agosto de 2005

Isabel Cristina 

La síquica de
Chimbarongo 
Isabel Cristina, la mujer que el Ejército
llevó a Antuco para buscar a los soldados
desaparecidos.

Por Francisco Mouat Fotos: José Alvújar

Martes. Ocho de la mañana. Arreglada,


bien vestida, bien maquillada, de punta en
blanco, como dice que es su costumbre,
Isabel Cristina nos espera en la puerta de
su casa, ubicada en una de las dos calles
principales de Chimbarongo, para partir
de inmediato en auto a Santa Cruz. Todos
los martes hace el mismo viaje temprano
en la mañana. Cuando llega a Santa Cruz,
pasa primero a un local del centro a
tomarse un café cortado bien caliente
junto a sus hijas-asistentes, Sofía y
Carolina; aprovecha a veces de
encontrarse con amigos para comentar las
últimas noticias de la crónica roja, y luego
atiende su consulta, un pequeño y
modesto habitáculo en un segundo piso,
frente al terminal de buses, anunciado con
un discreto letrero junto a la escalera:
"Isabel Cristina, parasicóloga e irióloga".
La rutina narrada sucede entre las ocho y
las once de la mañana. A esa hora
interrumpe la atención al público para
pasar un momento a rezar a la iglesia y
luego irse a su programa en radio
Colchagua, una auténtica institución: el
programa "Isabel Cristina" lleva veintitrés
años ininterrumpidos al aire dedicándoles
una palabra de aliento a sus fieles
auditores, chilenas y chilenos repartidos
en la ciudad y los pueblos del interior.

La radio Colchagua, de amplitud


modulada, es propiedad de don Jorge,
viejo amigo de Isabel Cristina que le
cobra una cifra simbólica para que ella
tenga su espacio y promueva cada martes
su consulta privada. No es su único
programa radial: los lunes, Isabel Cristina
hace un raid parecido al de Santa Cruz,
pero en Curicó: arrienda un espacio en la
radio efe-eme Montina, le habla a la
gente, contesta llamados telefónicos, elige
un par de canciones y aprovecha el resto
del día para atender público.

En el locutorio de radio Colchagua, Isabel


Cristina se mueve esta mañana como pez
en el agua. Se queja al aire, con voz
delicada, diciendo que hoy los auditores
andan un poco flojos, que el teléfono no
suena con la frecuencia de otros días.
Báñese con miel, le susurra Isabel
Cristina al micrófono, la piel queda
suavecita. La primera llamada entra a los
cinco minutos. Una señora se presenta y
la felicita por su trabajo: "Se comenta que
a lo mejor usted se va a ir de Chile. Yo le
pido, mi familia le pide: no se vaya.
Quédese. Usted ha ayudado a mi marido,
a mi madre, a mi hijo. No se vaya, la
necesitamos". Isabel Cristina le pregunta
por quién llama, y ella responde "por mi
mamá". ¿Cuál es su fecha de nacimiento?
16 de julio de 1920. Mmmm: ella está con
problemas en el estómago, y tiene un
carácter complicado. Dele llantén, para
cicatrizar las heridas. La auditora le da las
gracias.

Suenan Los Ramblers: Isabel Cristina


programó el tema Jamás, y aprovecha la
pausa musical para pedirle al
radiocontrolador que le busque Estelita,
de Leo Dan, para cerrar el espacio.
Cuando se sienta de nuevo frente al
micrófono, Isabel Cristina manda saludos
especiales a distintos poblados de la zona:
El Perejil, El Huique, San José del
Carmen, La Olla, Marchihue, Peralillo.
También le envía saludos a los reclusos
del Centro de Readaptación Social, a los
enfermos del Hospital San José, a la
abuelita que está en el cerro.

No es gratuita la mención a la abuelita del


cerro. Isabel Cristina nunca podrá
despegarse de la imagen de su propia
abuela, Elena, la mujer que la crió en el
campo, en Graneros, junto a su abuelo
Francisco, galán de un metro noventa de
estatura a quien la nieta le lavaba los pies
cuando ella aún era una niña: "Era una
señal de humildad enorme. Usted tiene las
manos suaves, me decía él, usted tiene
manos de ángel, usted va a ser doctora".

No se equivocó el abuelo en lo de
doctora.

Así es. Para muchos acá yo soy la médico.

Recordar a su abuela Elena la emociona:


fue ella quien le enseñó la mayoría de los
secretos de naturaleza que conoce y
comparte con la gente. Elena le enseñó a
respetar los ríos y el mar, a dejarse tocar
por la luna, a querer la nieve en la
cordillera, a rezar el rosario, a hacerle
mandas a la virgen, a valorar el agua y
necesitar la luz de las velas, a desconfiar
del alcohol. Isabel Cristina nunca ha
bebido en su vida una gota de alcohol.
Jamás.

Hay un episodio en la vida de Isabel


Cristina Ávila que es bueno conocer para
entender en parte su historia, su oficio y la
energía que despliega para ayudar a
resolver casos que suelen ser dramáticos,
y que se originan la mayoría de las veces
en accidentes, homicidios y arrebatos de
la naturaleza. Yo había leído que ella
había perdido un hijo cuando él tenía sólo
seis años de edad. Pero una cosa es
saberlo y otra escucharlo de ella misma,
con la correspondiente carga de emoción,
dolor e impotencia. El hijo se llamaba
Jacob, y hablamos de él la segunda vez
que nos vimos, un jueves, en su casa de
Chimbarongo, en un día de mucho frío en
que la chimenea está encendida:

Mi hijo nació prematuro, a los seis meses.


Nació frágil, hubo que conectarlo a
muchas máquinas para ayudarlo a
sobrevivir. Mi hermana me ayudó a
criarlo. Ella lo quiso como a un hijo
propio. El niño finalmente creció bien.
Hasta que un día 21 de diciembre, cuando
él tenía seis años y estaba cerca de
Pomaire, en la casa de unos tíos, me
avisan que el niño tuvo un accidente, y
que estaba muerto. El niño se había
puesto a jugar arriba de un tractor, había
una pendiente, y el tractor anduvo solo y
le pasó por encima. Mi primera reacción
fue negarlo todo. Mi abuelita me había
enseñado a tener fe, pero yo entonces no
podía tener fe. Boté todos los santos. Los
santos no existen, dije, todo es mentira.
Verlo después, cuando lo trajeron del
médico legal, y no poder ni siquiera
limpiarle la cara, me provocó una gran
impotencia. Para una madre, un hijo
nunca muere. A lo mejor esa es la razón
por la cual yo estoy en esta búsqueda
eterna. A lo mejor me siento culpable.
¿Por qué no lo cuidé? ¿Por qué no evité el
riesgo?

Esta mañana de jueves es una mañana


intensa en la casa de Isabel Cristina. Su
celular suena y suena. Ella se excusa y
pide que la llamen mañana, que ahora está
ocupada. En el living está sentada desde
hace un rato Magaly Ortiz, hija de Hugo
Ortiz, vecino de Chimbarongo que fue
encontrado muerto hace un año gracias a
un croquis hecho por la síquica, después
de haber estado perdido durante muchos
meses. Hoy, después de otro año de
gestiones y papeleos y trámites,
finalmente le entregarán a la familia los
restos de Ortiz, que fueron traídos desde
Santiago hasta San Fernando. Hubo que
hacerle hasta exámenes de ADN a Magaly
para certificar que Hugo Ortiz era él,
puesto que en el momento del hallazgo
sólo se encontraron sus restos óseos. El
problema es que la familia de Ortiz es
muy pobre, y la única plata disponible
para el servicio fúnebre y el nicho en el
cementerio la aporta el municipio y no es
demasiada. "No importa", dice Isabel
Cristina. Y se larga a hablar por teléfono:
primero con el dueño de la funeraria, para
que le haga una rebaja importante.
Después llama al cura, para lo mismo,
para que se cuadre con una sepultura a
precio módico. Y por último llama al
Médico Legal de San Fernando, para
tener la seguridad de que el doctor le
entregará los restos como debe ser y a
tiempo a la funeraria. En media hora,
Isabel Cristina tiene resuelta la fase final
del caso Ortiz, una historia que ella
misma ayudó a desenrollar cuando vio
una foto de este trabajador de la uva y
después dibujó un croquis para señalar
dónde estaban sus restos. "¿Has visto vida
más loca que la mía?, me comenta
riéndose, antes de pedirle a su hija Sofía
que le caliente la taza de café que se le ha
enfriado entre tanto ajetreo.

En eso estamos, terminando de organizar


el velorio y posterior entierro de Hugo
Ortiz, cuando llegan a la casa dos mujeres
que han viajado dos mil kilómetros, desde
Iquique, para verla. Isabel Cristina las
hace pasar, les ofrece asiento, y les
pregunta por qué han venido. Queremos
que nos ayude a encontrar a mi hermano,
dice una de ellas. Se perdió con auto y
todo en 1982, entre Arauco y Los Sauces,
acá en el sur, y nunca más se supo nada
de él. Lo único que yo quiero antes de
morirme es poder enterrarlo junto a su
papá, que se volvió loco después de la
desaparición de su hijo regalón y se murió
con la pena atravesada. Isabel Cristina le
pide que tengan paciencia, mucha
paciencia, porque ella necesita avanzar
primero en el rastreo de los últimos
croquis que ha hecho, antes de empezar
siquiera a ver nuevos casos. Le dice
también que lo que sí necesita con
urgencia es la patente del auto en que
viajaba, y que por favor no le den más
datos: "No quiero que me contamine con
información. Necesitamos la patente, para
empezar rastreando el auto, y una foto de
él". Las mujeres del norte vienen
preparadas: le entregan una hoja en donde
hay una fotografía y el nombre del
desaparecido: Manuel Cabezas. Isabel
Cristina le pide a su hija Sofía que por
favor guarde la hoja en una carpeta de
nuevos casos.

Isabel Cristina tiene una tarifa como


parasicóloga e irióloga: cobra veinte mil
pesos por consulta. Pero esto es relativo,
porque el cobro dependerá finalmente de
la capacidad de pago de quien la vaya a
ver. Y varias de las personas que
consultan a Isabel Cristina terminan no
pagando nada o cancelando sólo una
parte. El negocio no está bueno, comenta,
porque yo me he dedicado mucho al
rastreo, pero siempre hay una manera de
salir a flote. Soy una luchadora, me crié
en el campo, nunca me faltó nada, y tengo
una fuerza que comparto con los que
necesitan mi ayuda.

Por ayudar a encontrar gente no cobras


nada, ¿verdad?

Nada. Muchas veces me han ofrecido


recompensas, pero no las he aceptado. No
ayudo a la gente por dinero. Hay gente
que me dice que cobre, pero yo no puedo
ni quiero perder mi esencia. Yo lo hago
para mitigar el dolor terrible que significa
tener a un extraviado en la familia y no
saber qué ha sucedido con él, si está vivo
o muerto, si está en el lago o en la
montaña, si se fugó o lo mataron.

¿Cómo lo haces? Observas una foto y


empiezas a ver visiones.
Yo no veo nada. Sería fácil decir que veo
cosas, pero yo no veo nada. Es una
energía que trabaja por ti. Una energía
grande que me ocupa, y que me hace dar
señales, señales y puntos de referencia
con los que armo un croquis. Yo percibo
mucho pero no veo nada.

¿Los croquis los haces con algún lápiz


especial?

No, para nada. Con lo que haya a mano,


con cualquier lápiz. Y si no tengo un
lápiz, hago el croquis con piedras. En la
Laguna del Maule, no hace mucho, hice
un croquis con piedras. Cuando hay una
persona extraviada, todo vale, todo lo que
se pueda utilizar cuenta.

Leí por ahí que te has equivocado un par


de veces. Que por ejemplo diste por
muerto a un viejo que finalmente apareció
vivo.

Sí, claro. Me he equivocado, pero pocas


veces. Soy humana. El caso más gracioso
fue el de un caballero de ochenta y cinco
años que no andaba muerto, sino de
parranda en una casa de huifas en
Peralillo. Engañó a medio mundo, a mí
también.

Isabel Cristina sólo lee en el diario


noticias policiales. Nada de política,
deporte ni farándula. No le interesa. Para
mantenerse informada de la crónica roja
revisa cada mañana en internet los
principales diarios del país, de Santiago y
de provincias. Ella misma ha sido titular
de periódico muchísimas veces. Isabel
Cristina es conocida en la zona en donde
vive desde hace más de veinte años, pero
empezó a hacerse famosa a nivel nacional
cuando en 2001 apareció en un capítulo
del programa de televisión "El día menos
pensado": "Carlos Pinto me abrió una
ventana al país y al mundo con el caso de
Sigilberto Rojas, un comerciante y
agricultor viudo que desapareció de la faz
de la tierra en los años noventa".

La primera versión dada por un sujeto que


vivía con Sigilberto era que el hombre
había sido detenido en Santiago por unos
cheques protestados. Pero sus hermanos
desconfiaron de esa versión y fueron a ver
a Isabel Cristina para consultarle por su
paradero. La respuesta de la síquica los
dejó de una pieza: según ella, Sigilberto
estaba muerto. Tiempo después, Isabel
Cristina fue más enfática aún, y entregó
un croquis que decía que el hombre estaba
enterrado en el patio de su casa,
específicamente en donde había un pozo.
La investigación se llevó a cabo y los
restos de Sigilberto efectivamente
aparecieron en el pozo.

De ahí en adelante, han sido numerosos


los casos en los cuales Isabel Cristina ha
hecho croquis que finalmente dan con el
desaparecido. Desde una señora de
Codegua, Raquel Donoso Vera, que
también fue encontrada en el patio de su
casa después de haber estado extraviada
desde 1971, hasta una niña llamada Gloria
Sofía Iturriaga que viajaba con sus padres
en auto, en la zona de Aysén, y que
desapareció en febrero de este año al caer
el vehículo al río Jofré. La niña apareció
tiempo después gracias a las señas dadas
por la síquica de Chimbarongo. Fiscales,
jueces, oficiales de Carabineros e
Investigaciones, y hasta el Ejército de
Chile han recurrido a Isabel Cristina Ávila
para que ella contribuya a esclarecer casos
de desaparecidos. Para la tragedia de
Antuco, el propio general Cheyre la
mandó a buscar y la llevó al sur, donde
ella trabajó codo a codo con el grupo de
rescatistas que finalmente dieron con el
paradero de los últimos cinco
desaparecidos en la nieve. Entre los
tesoros que aquilata Isabel Cristina se
cuenta una medalla al mérito que el
general Emilio Cheyre le entregó a ella
por los servicios prestados. "Un honor.
Un honor que el Ejército de Chile me
haya llamado. Un honor que del
Ministerio de Defensa me pidan que
colabore en algunos casos. Un honor que
oficiales de Carabineros e Investigaciones
confíen en mí. Un gran honor que gente
de mi pueblo se acerque a pedir ayuda. A
todos ellos les pido paciencia, tiempo,
comprensión. Yo no soy la Yamilet. Yo
no soy una milagrera, ni quiero que me
vean de esa forma. Yo no puedo sanar a
todas las personas ni encontrar a todos los
desaparecidos. Para eso están los
doctores, para eso están las fuerzas
policiales. Yo sólo puedo ayudar".

Viernes. Nueve de la noche. No he sabido


nada de Isabel Cristina durante más de
una semana. La llamo desde Santiago a su
celular y me contesta ella. Está
atendiendo a dos pacientes en su casa,
pero igual se hace el tiempo para
conversar. Me cuenta que hoy estuvo toda
la tarde en el río Tinguiririca, que
necesitaba ir a cargar pilas y a refugiarse
porque estuvo sometida a mucha presión.
Le pregunto cómo le fue en el entierro de
Hugo Ortiz la semana pasada. Me dice
que muy bien: "Fue enterrado como un
gran señor, hasta con escolta de
Carabineros". Le pregunto si ha habido
avances en los últimos casos que ha
estado investigando; en los arrieros de
Los Queñes, en la señora que se tiró al río
en San Carlos. Me dice que sí, que revise
el diario El Austral de Osorno. Me
anticipa la noticia: el joven Heinz
Heitmann fue encontrado. Muerto, claro,
pero apareció. El croquis del lugar donde
lo hallaron, en medio del río Damas, cien
metros al oeste del Puente Bulnes y a tres
metros de profundidad, lo hizo Isabel
Cristina. La familia de Heinz le agradeció
públicamente su ayuda, y además le envió
"una carta hermosísima". Ella está
contenta porque el caso está resuelto. Una
familia más que puede empezar a cerrar
una herida. Hoy dormirá un poco más
tranquila. Mañana la esperan decenas de
carpetas sin abrir. Decenas de croquis que
aún están por hacerse. Decenas de nuevos
desaparecidos cuyas familias recurrirán a
la síquica a ver si es posible que Isabel
Cristina las ayude. Ella pide comprensión.
Pide paciencia. Las carpetas que
descansan en el comedor de su casa son el
testimonio vivo de que en su oficio de
rastrear perdidos no hay pausa
imaginable. Pero Isabel Cristina Ávila
tiene fuerza para regalar. Ella misma lo
dice: "Lo que yo hago, con fuerza y
percepción, es hacer visible lo invisible.
Ahí están los aparecidos. Por eso doy
gracias a Dios. Soy una agradecida de
Dios, y creo que voy a hacer croquis hasta
mi último suspiro".

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