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L ORENA

Fabián Casas
14 04 2010 - 15:00

Osvaldo Lamborghini le pidió una vez a


Fogwill que escribiera con la boca
cerrada. Un consejo que me empezó a
parecer pertinente también para Andrés
Calamaro cuando, después de Honestidad
Brutal, se convirtió en un dibujito
animado apareciendo en todos lados
hablando con un acento extraño y con
cierta pose digna de Derek Zoolander.
Calamaro en lo de Susana, Calamaro de
colado en el camarín de los Redondos,
Calamaro en TN, Calamaro contra
Charly, Calamaro con arroz, Calamaro
con Mirtha, Calamaro de incógnito hasta
en la sopa de los coments de los blogs. Es
una fatalidad, a veces, que la explosión
artística conlleve una explosión
mediática. Del mismo modo los
boxeadores, cuando llegan a campeones
del mundo, sacan de la alacena a la
primera vedette que encuentran. En mi
caso, a veces esta calamarización
mediática frenó el deseo de seguir
escuchando a quien era uno de mis
cantantes preferidos. Como cuando
repetimos mucho ciertas palabras hasta
que estas carecen de sentido. Porque no
todos los caminos hacia el descubrimiento
de un músico son tan lineales como sólo
escuchar su obra. El incentivo puede venir
de alguien que nos tararea algo en la
parada del bondi, el rostro del músico que
nos parece intrigante, el overol de Pete
Townshend o, como en el caso de Dylan,
la percepción de alguien que está
escondido pero que sabe cuando salir de
noche, como Batman. Pero lo cierto es
que traje todo esto a colación porque me
preguntaba la otra noche, sentado en el
living de mi casa, por qué no había
escuchado nunca más Lorena, un tema de
Calamaro que me parece genial. Y
también me preguntaba —whiskys
mediantes— si podía poner en palabras
por qué me parece genial.

Andrés Calamaro hizo discos hermosos.


Nadie sale vivo de aquí, tal vez sea el
mejor de todos tomado en su conjunto. Un
disco pop, influenciado por Lou Reed,
que tiene momentos líricos inolvidables.
Después creó canciones profundas. Por
suerte la música no es una competencia,
pero si lo fuera, pocos podrían pelearle la
punta a Andrés en el género de la canción
simple, emotiva. La canción redonda. La
canción hecha y derecha. La que suena en
las radios y en la ducha. La que nos
defiende de la muerte, la que nos pone
dos hielos en el corazón y nos inflama el
pecho. Estadio Azteca es otra muestra de
orfebrería genial. Una letra —del Cuino
Scornik— que nos habla de un estadio
que ha quedado imaginado en la mente de
un niño, pero cuyo transfondo lírico
discurre, como un río subterráneo, por
otros cursos. Estadio Azteca es una
canción melancólica sobre los sueños
perdidos. Y su poder oculto es que nunca
lo dice. Como sí lo dirían Benedetti o
Galeano —gatillos fáciles— si tuvieran
oportunidad. Pero yo quería hablar de
Lorena. Una canción larga, épica, que no
empalaga y en la que vamos avanzando
—por “lagunas, ríos y mares“— de la
mano del compositor. Tiene unas
guitarras dulces, sentidas, que creo que
puso Pappo y un timing similar a los
largos temas confesionales de Dylan. Pero
esta canción no es epigonal a Zimmerman
como Te quiero, de Honestidad Brutal,
sino que es un tema de Calamaro, del
mejor Calamaro. “Qué buena que es
Lorena cuando quiere/pero cuesta mucho
verla sonreír/Lorena es todas o ninguna/O
puede ser alguna para mí”. Así empieza el
tema y la voz de Andrés está en el punto
justo, no es falsete, no es sentimentaloide
ni irónica. Parece que nos está hablando
de una mujer. “Tengo a Lorena en las
venas/por la sangre se me metió/ Es como
una droga cualquiera/ es necesidad es
amor”. Parece que sí, pero también da la
impresión de que está hablando de un
hábito feroz, como el de las drogas duras.
Una vez alguien me dijo que la Heroína
podía parar el diálogo interno. Me pareció
increíble. Una droga difícil de dejar si te
agarra: “Lorena no siente pena por nadie/a
Lorena nadie le debe un favor/ Desde
nena que a Lorena le enseñaron/ Que en la
vida nunca es nada por amor”. Sí, es la
droga, me digo mientras sirvo otro
whisky, pero lo que me emociona es la
referencia mutante a las ex novias, a las
mujeres que nos cambiaron la vida. Las
que no odiamos, ni pretendemos y que
son un boomerang que no sabemos
cuándo volverá: “Lorena no es de aquellas
que dan pena,/ no dejes que tu ángel te
abandone/No existe el odio, no existe el
recuerdo/ Hoy es hoy y siempre será
hoy”. Y el estribillo infaltable para que
sea una gran canción, nos recuerda a
cierta lírica de Dylan cuando le dice a
alguien que si va a la feria del Norte
busque a una chica y le diga que él aún la
recuerda: “No te olvides de decirle si
algún día pasás/por la puerta de la casa de
Lorena/que sigo vivo y nunca me olvidé
de recordar”. Sí, exacto.

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