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El sufrimiento no es por nada.

Cuando a Elisabeth Elliot le llegó la noticia de que su primer


esposo, Jim, había desaparecido en la operación Auca en el
Ecuador, la que era una operación misionera para presentarles el
evangelio a los indígenas de Aucas, el Señor llevó al su mente
unas palabras del profeta Isaías

Isaías 43:2 dice: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo;
y si por los ríos, no te anegarán.”

Elisabeth oró en silencio: “Señor, no dejes que las aguas me


aneguen”. Dios la oyó y le respondió.

Dos años después, Elisabeth fue a vivir con los indígenas que
habían asesinado a su esposo Jim. Dieciséis años después de eso,
cuando había vuelto a los Estados Unidos, ella se casó con un
teólogo llamado Addison Leitch. Él murió de cáncer tres años y
medio después.

Elisabeth decía: “Han habido cosas difíciles en mi vida, por


supuesto, tal y como las ha habido en las suyas, y no puedo
decirte que sé exactamente por lo que estás pasando, pero si
puedo decir que conozco a aquél que sí lo sabe. Y he llegado a
ver que es por medio del sufrimiento profundo que Dios me ha
enseñado las lecciones más profundas. Y si confiamos en él por
eso, podemos llegar a la seguridad inquebrantable de que él está
a cargo, de que tiene un propósito amoroso, y que él puede
transformar algo terrible en algo maravilloso. El sufrimiento
nunca es por nada.”

Y ese es el lema de este mensaje: “El sufrimiento nunca es por


nada.”
Cuando al gran apologista cristiano, Clive Staples Lewis, se le
encomendó la labor de escribir un libro en el problema del dolor,
él pidió permiso para escribirlo de manera anónima. La
permisión fue denegada por no estar en consonancia con esa
serie en particular, pero esto fue lo que él escribió en su
introducción: “Si tuviera que decir lo que realmente pienso sobre
el dolor, me vería obligado a hacer afirmaciones de tal aparente
fortaleza que se volverían ridículas si alguien supiera quién las
hizo”. Y creo que muchos de nosotros haríamos eco de esos
sentimientos.

Cuando escucho las historias de sufrimiento de otras personas,


siento como si no supiera prácticamente nada sobre la materia
yo mismo.

Yo estoy en el “jardín de infantes”, en comparación con una


mujer cuadripléjica y se recuesta sobre un costado o sobre otro
las 24 horas del día en un hogar de enfermeras, o en
comparación con aquellas personas que nacen sin piernas, o en
comparación con personas como Joe Bailey que perdió 3 hijos.

Pero si todo lo que supiera sobre el sufrimiento fuera solo por


observación, todavía sería suficiente para decirme que estamos
frente a un misterio tremendo.

El sufrimiento es un misterio que ninguno de nosotros es


realmente capaz de entender en su totalidad, y es un misterio
sobre el que seguro, muchos en algún momento o en otro, se
habrán preguntado el porqué. Y si tratamos de juntar el misterio
del sufrimiento con la idea cristiana de Dios, el único Dios
verdadero, y un Dios que nos ama, sabemos, que si lo pensamos
por más de cinco minutos, la noción de un Dios de amor no
puede ser deducida por la evidencia que vemos a nuestro
alrededor, mucho menos de la experiencia humana.

Pero me gustaría hablarles un poco sobre la historia del


entrenamiento por el que atravesó Elisabeth Elliot. Ella creció en
un fuerte hogar cristiano, en Philadelphia, donde ambos padres
eran cristianos de 7 días (no adventistas, sino que no eran
cristianos solo los domingos). Tenían una placa de bronce en la
puerta del frente que decía: “Cristo es la cabeza de este hogar, el
invisible invitado en cada comida, el silencioso oyente de cada
conversación.” Sus padres le enseñaron que Dios es amor. Uno
de los himnos más tempranos que les enseñaron decía:

“Jesús me ama, esto lo sé, porque la Biblia me lo dice.”

Cuando ella tenía 9 años, su única amiga, a pesar de que vivía en


un barrio donde había como 42 niños, ella tenía una amiga que
vivía a 6 cuadras de su casa, que se llamaba Essie, y ambas tenían
9 años cuando ella murió. Cuando Elisabeth tenía 3 o 4 años,
tuvieron un invitado en su casa que estaba en su camino a China
como misionera. Su nombre era Betty Scott, y ella fue a China, se
casó con su prometido, John Stam, y un par de años después,
cuando Elisabeth tenía 6 o 7, su papá volvió a su casa una tarde
con el diario diciendo que John y Betty habían sido capturados
por comunistas chinos, y fueron obligados a marchar desnudos
por las calles de un barrio Chino, para luego decapitarlos.

Ustedes podrán imaginar la impresión que esta imagen causó en


la mente de una pequeña niña, teniendo en cuenta de que Betty
Scott Stam se había sentado en su propia mesa, y les había
compartido su testimonio mientras estaba de camino a China.

También ella recordaba de manera muy vívida las historias de los


diarios sobre el secuestro del bebé de un hombre que se llamaba
Charles Lindbergh, y ella prácticamente iba a dormir en la noche
imaginando que en cualquier momento vería una escalera ser
colocada en la pared exterior de su cuarto, esperando con temor
el ser secuestrada. Sus papás, sin saber que ella tenía esa
preocupación, no pensaron en decirle que ella no corría mucho
peligro, ya que nadie estaría interesado en secuestrar una niña
como ella ya que ellos no eran lo que se podría llamar “gente con
dinero”.

Cuando escucho experiencias como esas, eso es lo que me hace


pensar que mi propia experiencia del sufrimiento es
extremadamente pequeña e insignificante en realidad.

Pero la pregunta inevitable que alguien puede hacer es: ¿Dónde


está Dios en todo esto? ¿Puede ser uno capaz de ver todo este
sufrimiento y aún así, creer?

Esa es la misma pregunta que se le hizo a un personaje de la


literatura, Alyosha, por Ivan Karamazov, en la famosa novela de
Dostoyevski “Los Hermanos Karamazov”. En esta obra, Ivan
contaba la historia de una pequeña niña de 5 años. Iván dijo a su
hermano:

"Sus padres la sometieron a todas las torturas posibles. La


golpearon, la azotaron, la patearon sin razón toda la noche en el
frío y la escarcha en un retrete, y porque ella no pidió que la
llevaran por la noche, como aunque a una niña de cinco años que
dormía su sonido angelical se la podía educar para que
despertara y preguntara, le untaron la cara y le llenaron la boca
de excrementos, y fue su madre quien hizo esto, y esa madre
pudo dormir oyendo los gemidos de la pobre niña ¿Puedes
entender por qué una niña que ni siquiera puede entender lo
que le han hecho debe golpear su pequeño corazón dolorido con
su pequeño puño en la oscuridad y derramar sus lágrimas
mansas y sin resentimiento al querido y bondadoso Dios para
que la proteja? amigo y hermano, piadoso y humilde novicio.
¿Entiendes por qué esta infamia debe ser y está permitida? Así
que me apresuro a devolver mi boleto de entrada", dice Iván,
"no es Dios que no acepto, Alyosha. Solo Respetuosamente
devuelvo mi boleto Dímelo tú mismo Reto usted. Responder.
Imagina que estás creando un tejido de destino humano con el
objeto de hacer felices a los hombres al final, dándoles paz y
descanso por fin, pero que era esencial, e inevitable, torturar
hasta la muerte solo a una pequeña criatura, ese bebé
golpeando su pecho con su pequeño puño, por ejemplo, y fundar
ese edificio en os sobre lágrimas no vengadas. ¿Aceptaría ser el
arquitecto en esas condiciones? Dígame. Dime la verdad.”

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