Está en la página 1de 5

Bertoni

por Roberto Merino


Diario El Mercurio, Revista
de Libros, domingo 11 de
marzo de 2007
Me doy cuenta de que tengo
todos o casi todos los libros
de Claudio Bertoni. Claro, me
falta la primera edición de 'El
cansador intrabajable',
publicada en Londres en el
73, pero ese libro no lo tiene
nadie, ni el propio Bertoni,
me parece.
Si es prodigiosa esta
acumulación bibliográfica se
debe a que durante años
Bertoni fue un escritor
semioculto, un tipo de quien
se sabían cosas a través de
terceros. Era un poeta que no
publicaba y que no aparecía
mucho por Santiago.
Yo lo conocí entre el 79 y el
80,
en una perdida noche en La
Reina, en una casa a la que
creo haber llegado con
Roberto Brodsky. No alcanzo
a retener los rostros de las
personas reunidas en ese
lugar, "gente inteligente pero
improductiva", según Rodrigo
Lira.
Meses después vi a Bertoni en
una fuente de soda de Arturo
Prat con la Alameda, en la
mesa del fondo, acompañado
de una Pílsener y de un
cuaderno en el que
presumiblemente escribía. No
entré. Nos saludamos desde
lejos, a través de la vidriera.
Alguien me dijo después que
él había valorado mi decisión
de no interrumpirlo.
Me llegó ahora el último libro
de Bertoni, 'En qué
quedamos', de las ediciones
Bordura, gerenteadas por
Vicente Undurraga y Tal
Pinto. Si un criticón dijera
que en esta nueva obra sólo
hay "más de lo mismo" no
podríamos contradecirlo, pero
habría que agregar que en este
caso el "más de lo mismo" es
un punto a favor. Bertoni
siempre ha estado escribiendo
un puro libro, en el cual deja
entender que la poesía no es
cuestión estrictamente de
metáforas y carambolas, sino
más bien de una cierta
vigilancia emocional sobre el
curso de la vida en sus
detalles mínimos.
Con 'En qué quedamos' me ha
sucedido lo mismo que la
primera vez que leí los textos
de Bertoni: una inminente
curiosidad me lleva a revisar
los poemas en desorden, a
cerrar el libro, a abrirlo otra
vez. Lo que se produce es una
agitación privada. El breve
poema sobre la muerte de
Gonzalo Millán, con su
simpleza cotidiana, vuelve
empalagoso e intolerable el
recuerdo de la cincuentena de
elogios fúnebres que hemos
alguna vez escuchado.
El problema que Bertoni ha
solucionado es el de cómo
hablar: cómo hablar
poéticamente, por escrito, sin
alejarse del modo en el que
hablamos —a los demás y a
nosotros mismos— todos los
condenados o luminosos días
de nuestra vida.
Una última cosa: los textos de
Bertoni producen un efecto
retardado en el lector. Uno
queda sumergido en algo así
como una hiperrealidad,
observando con asombro sus
propias manos, la luz del
cigarro, el chasquido del
fósforo, el contenido del
refrigerador, el color del té o
el viento en los árboles de
más allá.

También podría gustarte