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{ Capítulo 1 }

Mi Abuelo Paterno

Un hombre alto, vestido de mujer, encorvado y medio loco


irrumpió en la plaza del pueblo, revolcó las mesas donde se
vendía chicha de maíz, masato, empanadas.., desbarató los
tenderetes de los vendedores ambulantes e hirió de gravedad
con el pico de una botella, a una mujer distraída que pasaba
por allí. La gente, movida por la furia, se lanzó sobre el loco
y lo golpeó brutalmente. Luego, lo amarraron a un árbol de
tamarindo, allí permaneció hasta que llegó el único policía que
había en el pueblo. Seis meses después, mi abuelo José Isabel
Cañas Franco contrajo matrimonio.
Era la tercera vez que se casaba. Primero, fue con la joven
Ruperta Montealegre, de la cual le quedaron dos hijos porque
en una noche de lluvia, desilusión y amor, una enfermedad
asolapada le quitó la vida. Dos años después, se casó con la
señorita Dionicia Serrano, de cuya unión hubo tres hijos;
pero, unos fuertes y continuos dolores estomacales, junto con
fiebres extrañas y mucho vómito, la fueron debilitando hasta
que un día aciago de junio, emitió un quejido ensordecedor
y también murió. Fue entonces cuando mi abuelo paterno se
El Aroma De Su Presencia

volvió melancólico y taciturno, pues creía que el fantasma de


la muerte lo perseguía constantemente. El día de su tercera
boda, antes de salir para la iglesia, se tomó una taza de café
sin azúcar y se sentó en su taburete de cuero, con apariencia
de gran preocupación. Estuvo sentado por más de una hora sin
decir nada, abandonado y preso de sus propios pensamientos.
Era lógico que el recuerdo de las dos bodas anteriores todavía le
golpeaban el corazón. Se casó con la señorita Cristina Badillo
y engendró cinco hijos: Carmen, Sebastián, Delfina, Gervacio
y Ernestina. Esta última murió en su adolescencia.
Mi abuelo paterno, José Isabel Cañas Franco, nació y se crió
en un pequeño pueblo olvidado de su patria. No había luz,
alcantarillado, acueducto, ni médico. Por eso, cualquier enfer-
medad era mortal. Sin embargo, en una emergencia de salud
la gente era atendida por la señora Gertrudis, quien vendaba
heridas, atendía partos, vendía brebajes para la mordedura de
serpiente, preparaba extracto de totumo, purgantes para ma-
tar lombrices y vendía sapos ahumados para quitar cualquier
dolor. De todos sus hijos, el único que no pudo terminar la
escuela primaria fue Sebastián, porque siempre acompañó a su
padre en las arduas tareas del campo; a veces, cortando leña,
10 limpiando la tierra, vendiendo monos, cargando racimos de
plátano o cazando garzas de plumaje blanco.
José Isabel Cañas Franco le contaba con propiedad a su hijo
Sebastián que había participado activamente en la guerra de
los 1.000 días. Una noche de insomnio, le contó que murieron
aproximadamente 200.000 personas; que la guerra comenzó
el 17 de octubre de 1899 y se prolongó hasta Noviembre de
Mi Abuelo Paterno

1902. Le contó que la mayoría del país vivió una intensa lucha
de guerrillas, dirigidas mayormente por grupos que actuaban
bajo las banderas liberales; aunque, también, hubo grupos de
afiliación conservadora y otros sin bandera definida, que se
dedicaron al pillaje como medio de vida y lucro personal. Le
contó que las armas fueron compradas en el exterior o donadas
por amigos de Venezuela, Guatemala y Ecuador. Con el uso del
machete, la guerra se brutalizó. Aún las mujeres, participaban
activamente como espías, informadoras o abastecedoras de
municiones. Le contó que los niños también fueron a la gue-
rra. Unos dejaron la escuela voluntariamente y otros fueron
obligados. No era extraño ver niños de 10 años que arrastraban
fusiles que superaban su estatura, y avanzaban en las líneas
de combate. Le contó que el gobierno financió la guerra con
un préstamo del extranjero; emitió nuevos billetes y estableció
nuevos impuestos. Le contó que el ejército liberal se componía
de 10.000 hombres, mientras que el conservador de 18.875. Al
final, el ejército liberal fue reducido por el diurno y nocturno
combatir, presos del hambre, asfixiados por la podredumbre
de centenares de muertos insepultos, atacados por epidemias,
fiebres, infecciones y fieras en las montañas vírgenes del sur
del departamento de Santander. Le contó que muchos fueron
11
fusilados y otros descuartizados.
“Papá, que horrible es la guerra”, le dijo su hijo en tono de re-
chazo y de miedo al tiempo que lanzaba un bostezo perezoso
al aire. Cerró los ojos y se quedó dormido.
Mi abuelo materno, Jacinto Ortíz Mejía, fue un andariego
que llegó al pueblo para llevar piedras de cal a la población de
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Mompós. Pero, se enamoró locamente de la señorita Etanislá


Estrada Chávez y, no soportando las urgencias del corazón,
decidió vivir con ella en unión libre. Pasaron noches enteras
amándose, perdidos en los laberintos de amores insaciables en
medio de la lluvia, del canto del sapo entre las matas de plá-
tano y la gota de agua en el silencio de la noche. Poco tiempo
después, nació una preciosa niña.
“Se llamará Eulogia en honor a la única hermana que tengo”,
dijo Jacinto Ortíz y así se llamó.
Todo se preparó para el bautismo de la niña. Pero, a los 40
días de nacida, Jacinto Ortíz desapareció misteriosamente,
así abandonó, a la mujer de sus sueños e ilusiones y a su hija
producto de ese amor. La niña Eulogia creció y no pudo acep-
tar la idea de no tener un papá con quién hablar y jugar. Por
eso, se dio a la tarea de buscarlo donde pudo. Lo buscó en la
escuela, en el patio de la casa, en la orilla del río, en la casa
cural, debajo de la cama, en las calles tristes y miserables del
pueblo, en las noches de insomnio; mientras, su tierno corazón
se llenaba de preguntas sin respuestas. Varias veces soñó con
él, pero al despertar lloró de rabia y de dolor. Perdió el apetito
y se dedicó a comerse las uñas.
12 “No quiero volver más a la escuela”, le dijo a su mamá una
mañana de marzo.
Tenía la mirada triste y el pelo desarreglado. Su mamá aprove-
chó la ocasión para darle la siguiente noticia: “Tu papá está en
un pueblo llamado Bocas del Rosario. Te mandó estos aretes
y está cadena de oro. Dice que vendrá a verte y a conocerte en
tu cumpleaños”.
Mi Abuelo Paterno

Llegó la fecha del cumpleaños. Ese día, la niña arrancó del


jardín varias hermosas flores y las colocó en un florero que
improvisó. En el centro de la sala, puso un corazón de cartu-
lina. Le pidió a su mamá que hiciera un exquisito sancocho
de gallina y una torta de cumpleaños. Se bañó, se perfumó,
se colocó el vestido que su mamá le tenía listo para la ocasión,
se puso los aretes y la cadena de oro y se dejó envolver por la
ilusión de conocer y ver por primera vez a su papá. Lo esperó
toda la mañana, toda la tarde y toda la noche, pero no llegó.
Lo esperó el día siguiente durante todo el día y tampoco llegó.
Eran las 4 de la tarde, cuando una ira incontrolable se apoderó
de su tierno corazón. Desordenó la mesa, destruyó el florero,
rompió el corazón que había hecho de cartulina, se quitó los
aretes y la cadena de oro y las botó por la ventana de la casa.
Lloró a gritos por más de media hora; deseó nunca haber na-
cido. Su mamá, al fin, la pudo consolar.
“De aquí en adelante, me llamaré únicamente Eulogia Estrada”,
dijo con la voz afónica de tanto llorar.
Aquella decepción la persiguió durante muchos años. Ya seño-
rita, le fue difícil aceptar la declaración de amor de Sebastián
porque pensaba que todos los hombres eran iguales a su papá.
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“Eres la mujer más linda del mundo”, le dijo mientras la miraba
fijamente a los ojos.
Ella aceptó el halago.
“¿Te casas conmigo?”
No le contestó
Pero, él fue paciente y después de un año de noviazgo, un lunes
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festivo, por la mañana, se casaron. No hubo regalos. Tampoco


baile ni licor porque el día anterior se murió un familiar de
Sebastián. La boda, aunque sencilla, fue noticia en el pueblo
porque hacía mucho tiempo que nadie se casaba legalmente; la
mayoría de las parejas vivían en concubinato abierto. Primos
con primas y hermanos con cuñadas se unían maritalmente
en una intrincada maraña de consanguinidad.
“El diablo se los va a llevar”, les dijo, un domingo en la misa,
el padre Ramiro Valea.
Pero, la gente se lo había oído decir tantas veces que nadie le
prestó atención.
En aquel pueblo, de calles tranquilas pero tristes en el sopor de
la tarde, siempre había un hijo de nadie, un bobo o un medio
loco como aquel que en la fiesta patronal estuvo a punto de
matar con el pico de una botella a mi abuela Cristina Badillo
cuando la hirió en la cabeza. Esa fue la causa por la cual la
boda, que estaba anunciada para marzo, se realizó seis meses
después.
Mi abuelo José Isabel Cañas Franco era muy dedicado a la lec-
tura y como tenía una excelente memoria, casi todo lo que leía
14
lo repetía al pie de la letra. Era alto, delgado, de piel trigueña,
inteligente, supersticioso y con una gran dulzura innata en el
semblante. En su vejez, tenía el cuerpo pálido, la cabeza y las
manos achicharradas por las inclemencias del clima ardiente,
pero mantenía una fortaleza de hombre de hierro. Sin embargo,
la guerra de los 1.000 días, la mordedura de dos serpientes, los
avatares de la vida y una tos cansona, lentamente lo fueron
Mi Abuelo Paterno

agotando. Perdió el apetito y a medida que bajaba de peso iba


disminuyendo su estatura. Su esposa lo encontró varias veces
afeitándose a tientas, pues evitaba verse en el espejo para no
encontrarse con su propia vejez. Perdió el interés por la vida,
se volvió fatalista y cansón con la comida; le fastidiaba el al-
boroto de los perros, el cacareo de las gallinas y la bulla de los
niños. Se le trastornó la noción del tiempo porque cuando en
realidad era de tarde, para él apenas comenzaba el día. Una
noche, tuvo una extraña pesadilla: soñó que unos perros lo
perseguían y luego se convertían en culebras. Otra noche, soñó
que estaba embarazado y que el estómago le dolía muchísimo.
“Alguien se va a morir”, dijo al ver una mariposa negra que
agonizaba en el suelo.
Se arrancó a tientas y a tirones los pelos de la nariz, se afeitó el
bigote y se trasquiló las cejas porque las tenía muy pobladas.
Aquella noche, lo atacó un acceso de tos que pareció estremecer
toda la casa. Ardía en fiebre. Le dolía la cabeza, los músculos,
los huesos y soltaba unas ventosidades escandalosas y fétidas.
Su esposa le sostuvo la cabeza sobre la bacinilla hasta que
expulsó una sustancia gelatinosa y pestilente. Le aplicó una
medicina casera. Lo acostó bocarriba, le acarició los cabellos
encanecidos, le frotó los pies, le arregló la camisa que estaba 15

descosida y lo besó en la frente.


“Hasta mañana José Isabel”, le dijo.
Él no le contestó.
El día siguiente y durante dos días más, le habló a su hijo
Sebastián de la guerra de los 1.000 días, del General Rafael
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Uribe Uribe y la toma de Corozal; del fracaso que tuvo el


empresario francés Lesseps en la construcción del Canal de
Panamá y de la separación de Panamá de Colombia; de los 45
años continuos de gobierno Conservador y de la guerra con el
Perú. Le sonrió a su nuera Eulogia. Cansado de tanto hablar
contó con los dedos y se dio cuenta que sólo faltaba un mes
para que naciera su nieto.
“Se llamará Eduardo Sebastián”, dijo con la voz cansada y
luego agregó: “Así se llamaba mi bisabuelo”.
Tenía los ojos apagados, la piel completamente arrugada, el
cabello marchito y la memoria cansada. Mi abuelo paterno
murió en la madrugada de un martes del mes de Mayo a los
92 años de edad. Viejo, caprichoso y pobre, pero sin vicios y
con una paz infinita reflejada en el rostro.

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Nota para
el lector
Si como resultado de la lectura de este libro, usted siente la
necesidad de experimentar un cambio positivo en su vida
y desea ser orientado en su necesidad, entonces escríbame
hoy mismo.

Pero antes, haga la siguiente oración con todo su corazón:

“Señor Jesús, reconozco que he pecado contra ti. ¡Perdóname!


tómame en tus manos y cámbiame. Te necesito Señor, toma mi
pasado lleno de frustración y hazme una nueva criatura. Desde
ahora en adelante viviré para ti. Amén”.

Pastor Eduardo Cañas Estrada


Correo Electrónico: pastoreduardocanas@gmail.com
Iglesia Cristiana Manantial
Avenida Calle 13 No. 79-70 Bogotá Colombia
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La Palabra de Dios contiene secretos insondables, misterios a los que solo tenemos
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“Como apóstol me identifico plenamente con el contenido de este libro. Eduardo


expone de manera muy clara y precisa una revelación que puede transformar la vida
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cómo vivir una vida entera. Capítulos como el de la revelación apostólica o el nivel
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APÓSTOL GUILLERMO MALDONADO, Ministerio Internacional El Rey Jesús,
Miami Florida (EE.UU)

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Es nuestra fe en Dios y su Hijo Jesucristo lo que toca el corazón del Padre. Es la fe la


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Apóstol Eduardo Cañas Estrada

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En un lenguaje sencillo, pero altamente confrontador por el respaldo bíblico que lo


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Apoyado en su amplia experiencia pastoral, el autor expone principios de gran validez y
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EDUARDO S. CAÑAS ESTRADA

Todos los seres humanos venimos al mundo para recorrer un camino y definir el
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sendero que recorremos sin saber, la mayoría de las veces, que detrás de nuestras
vivencias se esconde el propósito divino. Cada capítulo nos desafía a reconocer que
nunca podemos separar a Dios de nuestra vida, pues Él es la causa de todo cuanto
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