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Ética individual y social

La ética individual o privada trata de las normas propias, de las acciones de un ser humano
cuyos efectos directos recaen sobre sí mismo y sus posesiones y no afectan a los demás.

La ética individual permite todo y no obliga a nada: toda acción o inacción de un individuo cuyos
efectos recaen exclusivamente sobre su propiedad es legítima. Cada individuo puede asumir las
normas personales de comportamiento que considere adecuadas para alcanzar la felicidad. La
sabiduría espiritual acerca del bienestar íntimo es una cuestión de conciencia de tipo persuasivo,
no puede convertirse en ley social, y debe tener en cuenta la enorme complejidad y las
diferencias subjetivas entre los seres humanos.

El ser humano actúa porque cree que el resultado de su acción será beneficioso según su
valoración particular. Utilizando sus limitados conocimientos y capacidades, la persona intenta
prever a priori las posibles consecuencias deseables e indeseables de su acción. Toda acción
tiene un coste, el valor de aquello a lo que el actor debe renunciar para alcanzar su meta, y
puede tener consecuencias no deseadas. El actor asume los inconvenientes, las consecuencias
previstas no deseadas, porque juzga más valiosos los objetivos a conseguir, las consecuencias
previstas deseadas. La persona no actúa si considera que los costes son excesivos. La persona
siempre persigue objetivos valiosos y nunca actúa para perjudicarse conscientemente a sí
misma.

Toda acción humana está afectada de incertidumbre y riesgo, y puede tener consecuencias
imprevistas, deseadas y no deseadas. La acción tiene una duración temporal y las valoraciones
subjetivas del actor pueden cambiar durante la misma: en algunos casos, lo que a priori se
juzgaba de forma positiva (negativa), a posteriori se evalúa de forma negativa (positiva). El ser
humano es flexible y puede aprender de sus éxitos y de sus fracasos si toma sus propias
decisiones y asume las consecuencias de sus actos. Si la persona no puede acertar o
equivocarse, si otros toman las decisiones, el aprendizaje es imposible: el ser humano no puede
desarrollarse si se impide su funcionamiento adecuado.

Si un ser humano cree que otra persona puede dañarse a sí misma como consecuencia de una
acción, puede intentar convencerle de ello, pero no puede coaccionarla ni usar la violencia en su
contra. A menudo las personas intentan controlar el comportamiento ajeno con la excusa de que
es por su propio bien cuando la motivación real es el interés particular de quien juzga al otro. El
intervencionista entrometido intenta vivir vidas ajenas en lugar de concentrarse en la suya
propia (tal vez huyendo de sus fracasos personales), suele ser un inmaduro inconsciente de la
complejidad de la vida que desconoce que las motivaciones de los otros pueden ser diferentes de
las suyas propias.

Ninguna persona está legitimada para interferir por la fuerza con respecto a acciones pacíficas
de otra persona, ya sea para obligar o para prohibir. El propio actor es quien normalmente mejor
conoce sus deseos, capacidades y limitaciones. Es imposible conocer a priori si la valoración final
de un actor será positiva o negativa. El despotismo paternalista, siempre contrario a la ética, es
sistemáticamente ignorante y violento: se disfraza de buenas intenciones irrelevantes (y
frecuentemente falsas) y presume de un conocimiento superior que en realidad no posee. Los
déspotas asumen que la mayoría de la gente no sabe lo que le conviene y no puede actuar de
forma autónoma, y en realidad el déspota es el ignorante más arrogante. Un político es un
déspota que se impone por la fuerza y el engaño, no un líder o guía a quien la gente sigue y
obedece voluntariamente.

No es ético obligar a una persona a realizar una acción alegando que es en su propio beneficio,
ni prohibir a una persona realizar una acción alegando que es para evitarle un daño. Si una
persona quiere corregir las acciones de otra, puede intentarlo mediante la persuasión, pero no
mediante la violencia. Si una persona duda acerca de qué es mejor para su propio interés, puede
consultar a otra que considere más experta para pedirle consejo. No existe ninguna forma a
priori de determinar quién es un experto adecuado. En la sociedad libre, las personas tienden a
acudir a aquellos expertos más capaces cuyo asesoramiento resulta mejor. Es absurdo afirmar
que es mejor para las personas ser guiados por la fuerza en contra de su voluntad, lo cual tiende
a producir individuos ignorantes, pasivos e incapaces de decidir por sí mismos. Si una persona
asume que está legitimado para controlar la vida de otro cualquiera, por simetría debería
aceptar ser controlado por otro.

Diversos pensadores han ofrecido múltiples propuestas acerca de cómo vivir la vida, qué hacer
para alcanzar la felicidad y la satisfacción, y qué características de la personalidad (inteligencia,
sensibilidad, coraje, moderación, caridad, generosidad…) son virtudes deseables como facultades
personales. Los principios morales a menudo se presentan como normas que consiguen lo mejor
para el agente a largo plazo.

Algunas escuelas de pensamiento tratan el placer y el dolor de forma demasiado simplista, sin
entender su funcionalidad biológica adaptativa. Los estoicos proponen aprender a dominar el
dolor y la adversidad, lo cual es adecuado para situaciones donde el control humano no es
posible pero resulta absurdo cuando el dolor indica que la conducta debe ser modificada para no
arriesgar la supervivencia. Los hedonistas proponen buscar el placer y disfrutar de la vida, lo
cual tiene el riesgo de intentar conseguir directamente las sensaciones mentales placenteras sin
realizar las acciones adecuadas a la supervivencia que van normalmente asociadas al placer.

La ética social o pública trata de las acciones de un ser humano cuyos efectos directos recaen
sobre la propiedad ajena. Abarca las normas de comportamiento en convivencia, frente a los
demás. La ética social permite toda relación beneficiosa para las partes, prohíbe toda relación
perjudicial para al menos una parte, y solamente obliga al cumplimiento de los contratos
libremente pactados. Un ser humano puede participar o no en una relación libremente, de
acuerdo a su voluntad, con su propiedad privada respetada, o coaccionado, en contra de su
voluntad, con su propiedad privada agredida. Una persona se relaciona o se abstiene de hacerlo
voluntariamente cuando percibe un beneficio en su decisión. Si una persona es forzada a
relacionarse o se le impide violentamente una relación, necesariamente sufre una pérdida, ya
que lo que haría voluntariamente es lo contrario de lo que se ve obligada a hacer. Sólo en una
relación voluntaria todos los participantes resultan beneficiados y ninguno resulta perjudicado.
En toda relación violenta al menos una parte resulta perjudicada. En una situación binaria, la
víctima es perjudicada por la agresión del criminal. En una situación ternaria, una tercera
persona puede perjudicar a otras dos forzando o impidiendo una relación contra la voluntad de
ambas partes.

La regla de oro de hacer a los demás lo que uno quiere que le hagan, y no hacer a los demás lo
que uno no quiere que le hagan es absurda y su popularidad demuestra la generalización de la
ignorancia ética. Parece proponer simetría en las relaciones entre personas, pero ignorando que
las preferencias de las personas pueden ser muy diferentes, y lo que uno quiere otro puede
odiarlo y viceversa. La regla más correcta es no hacer a los demás lo que ellos no quieren que
les hagan, y hacer voluntariamente a los demás lo que ellos quieren que les hagan.

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