Está en la página 1de 9

La constitución política de 1991: una metamorfosis expresada en un pacto social

impulsado por la soberanía popular

Universidad Externado de Colombia

Facultad de Derecho

Comunidad de Derecho Constitucional

Laura Sofía Martínez Montaña

2021
El presente ensayo estará encaminado hacia el análisis del contexto social, político y jurídico

que dio origen al movimiento constituyente y a la Constitución de 1991; para ello se

considerará la perspectiva contractualista de la Constitución, desde un plano filosófico y desde

un plano histórico. Del mismo modo, se analizará la Carta política del 91 como un pacto

causante de la instauración de un paradigma de Estado Social de Derecho. Para el desarrollo

del presente, se utilizará como principal base los postulados de Luigi Ferrajoli en Democracia

y Garantismo (2008).

Primeramente, la idea de Constitución es inherente al establecimiento de un pacto, el cual

está figurado a partir de dos criterios: un criterio filosófico y un criterio histórico. A nivel

filosófico, el contrato social, desde una mirada Hobbesiana, es el resultado de un consenso

sociopolítico establecido para tutelar los requerimientos y derechos naturales de los

ciudadanos. Por tanto, la Constitución sería la positivización de una convención legítima,

establecida para evitar el desbordamiento de cualquier poder, para proteger derechos de libertad

y derechos sociales. Desde el punto de vista histórico, las constituciones son el producto de una

grieta con el pasado y de una mirada proyectual hacia el futuro. Por consiguiente, la

reformulación de un nuevo pacto, expresado a través de una Carta Política está ligada con una

negativa hacia lo ya establecido y con una fuerza subversiva que pretende cambiar el orden

político y jurídico desde la base social, por medio de movimientos populares que reafirman su

voluntad constituyente (Ferrajoli, 2008).

En segundo lugar, es pertinente recordar que la Constitución del 91 no surgió

espontáneamente; sino que fue la consecuencia de una historia manchada de sangre, de un

orden jurídico obsoleto, de la insurgencia de diferentes fuerzas al margen de la ley, de la

constante limitación de las libertades ciudadanas y de la necesidad de una reforma institucional.

Por su parte, el movimiento estudiantil cumplió una función catalizadora para posibilitar la
aparición de un poder constituyente primario que se oponía a las disposiciones que impedían

la reforma constitucional por otra vía diferente al acto legislativo. De acuerdo a lo anterior, y

considerando los postulados de Ferrajoli acerca de la naturaleza pactada de la Carta Política,

entonces, ¿Es la constitución política de 1991 un pacto social, incompatible con la noción de

papel, fundado a partir de una ruptura del status quo y de la reconfiguración consensuada de

un nuevo modelo normativo acorde con las necesidades y derechos de los individuos?

Naturalmente, la esencia de una verdadera constitución no radica únicamente en lo que

establece, sino en cómo y por qué se establece. El hecho de que una Constitución surja dentro

de un marco revolucionario a través de procesos democráticos, y de que establezca

disposiciones pertinentes dirigidas hacia la protección de los ciudadanos frente a cualquier

poder arbitrario, hacia la garantía de derechos fundamentales y hacia la paz, es el reflejo de una

naturaleza pactada proveniente de criterios históricos y filosóficos. Es por ello que se propone

que: la constitución política de 1991 es la materialización de un pacto social, cuya historia

evidenció su naturaleza pura y no de papel, resultante de un proceso constituyente

revolucionario y disruptivo contrapuesto a un orden jurídico incapaz de garantizar bienestar

y derechos fundamentales a sus ciudadanos; además, la Carta Política del 91 se reconfiguró

como una convención democrática, proyectada hacia la reorganización del Estado, el

establecimiento de principios, la garantía de derechos y, en especial, hacia la obtención de la

paz.

Para explicar el plano histórico que desencadenó el surgimiento de un poder constituyente,

es necesario enunciar las problemáticas que predominaban durante la época: el narcotráfico, el

cual se oponía a la extradición y era fuente de crímenes, atentados y terrorismo; la crisis

política, vestigio del frente nacional, que monopolizaba la participación política al

bipartidismo; la corrupción y ausencia de legitimidad del Congreso; el conflicto armado,


protagonizado por los paramilitares, el Estado y la guerrilla; la exponencial violencia política

que produjo el magnicidio de cuatro candidatos presidenciales y el genocidio de la Unión

Patriótica; además de la desmedida aplicación del Estado de sitio para amplificar el poder del

ejecutivo y para suscitar un fortalecimiento estatal, que en la cotidianidad restringía

agresivamente las libertades ciudadanas. A partir de ello, puede inferirse que cada eje

problemático es el reflejo de poderes desbordados y de un ordenamiento jurídico incapaz de

controlar dichas potestades. Además, se explica la razón por la cual la constituyente no tiene

un surgimiento espontáneo, sino que, por el contrario, aflora en reacción a la necesidad urgente

de una transformación político-jurídica que atenúe la violencia, limite los poderes y otorgue

garantías constitucionales 1.

Siguiendo este lineamiento, luego de fallidos intentos de reforma y de la pesadumbre que

dejó el asesinato de Galán, en la Marcha del Silencio se congregó el movimiento estudiantil de

1989, el cual tenía el objeto de impulsar una reforma que atendiera la crisis por la que

atravesaba el país. A raíz de esto, surgió la Séptima Papeleta como propuesta del profesor

Fernando Carrillo; dicha propuesta se materializó y en las elecciones del 11 de marzo de 1990

se estimaron aproximadamente 1.342.000 votos por la Asamblea Nacional Constituyente. A

pesar de que el movimiento social por la Asamblea Constituyente no fue específicamente una

“lucha sangrienta” propia de una rebelión histórica, sí se trató de un hecho político

representativo de una voluntad constituyente y de una autonomía ciudadana yacente en la

soberanía popular. Dentro de esta perspectiva, es posible asegurar que este suceso fracturó el

status quo al mostrar una negativa frente orden violento ya establecido, y a través de la

1
La situación era de crisis. En 1990, el Estado afrontaba enormes dificultades tanto para mantener el orden público
como para cumplir con las promesas mínimas de bienestar y respeto de los derechos humanos, propias de una
democracia liberal. La violencia parecía desbordarlo poniendo en evidencia su debilidad y su falta de legitimidad:
el Estado parecía arrinconado por el poder de un narcotráfico que usaba el terrorismo para presionar por la no
extradición, de unas guerrillas fortalecidas y de una creciente violencia paramilitar. (Alviar, Lemaitre & Perafán,
2016, p. 7)
reafirmación de la fuerza soberana como causa primera del poder constituyente originario.

Según Ramírez, Jiménez & Meneses (2019):

No obstante, el proceso constituyente que permitió la creación de la actual

Constitución no puede ser considerado como un simple movimiento social. Al

contrario, el ordenamiento constitucional vigente fue el producto de la necesidad de un

nuevo marco jurídico-político que materializara un “pacto o contrato social” donde al

Estado se le pudiese exigir no solo la garantía de la seguridad y la prestación de servicios

públicos a los ciudadanos, sino la realización de un orden social más justo y equitativo

que permitiera la construcción de una convivencia pacífica, en contraste con el

infortunado estado de violencia que afrontaba la comunidad colombiana de finales del

siglo xx. (p. 153)

Al mismo tiempo, otro factor determinante para la ruptura del status quo fue el que la

Constitución se modificara por una vía distinta a las dispuestas por el ordenamiento jurídico en

vigor durante la época. La transformación de la Carta Política por medio de una Asamblea

Constituyente puede denominarse como una “revolución jurídica”, dado que conllevó la

inaplicación de las reglas impuestas por el artículo 13 del plebiscito de 1957 y por los artículos

121 y 218 de la Constitución en vigencia2. Por tanto, hubo una fractura dentro del lineamiento

jurídico al convocar la intervención de un poder constituyente primario desconocedor de los

preceptos provistos para la modificación de la Constitución, el cual, además, resultó siendo el

epítome de una perturbación jurídica. Según Carlos Mario Dávila (2013):

2
El artículo 218 de la Constitución Política de 1886 sólo autorizaba al Congreso para reformar la Constitución. El
artículo 13 del plebiscito de 1957 prohibía cualquier modificación de la Constitución por una vía distinta al acto
legislativo. El artículo 121 de la Constitución no le otorgaba al gobierno la posibilidad de convocar una Asamblea
Constituyente. (Dávila, 2013)
En el momento en que una revolución jurídica se produce, la cadena normativa se

interrumpe y se presenta, como consecuencia, una ruptura de la continuidad jurídica.

Esto da lugar al nacimiento de una nueva Constitución, que entra a fundar la validez de

todo el orden jurídico. (p. 153)

Por su parte, la Constitución de 1991 desterró a la decimonónica Carta Política que estaba

en vigencia; a partir de ese momento se transformó “ese Estado confesional, centralista y

cerradamente bipartidista promulgado en la Constitución del 86 y reafirmado en el plebiscito

de 1957, para postular en su lugar la construcción de un nuevo Estado Social de Derecho de

carácter secular” (Llano, 2005, p. 36), abiertamente pluralista, democrático y con más

derechos. Se trató de una metamorfosis no sólo orgánica, sino también dogmática. La nueva

Constitución fortaleció la Carta de derechos y sus instrumentos de defensa, en especial la tutela;

creó la Corte Constitucional y la Defensoría del pueblo; erradicó el estado de sitio y reguló la

gradualidad de los estados de excepción; y, además, se direccionó hacia el pluralismo étnico,

político y religioso (Alviar, Lemaitre & Perafán, 2016).

Ahora bien, desde el punto de vista hobbesiano, el contrato social fija un nuevo inicio,

además, tiene la finalidad de salvaguardar el bienestar de los ciudadanos, de garantizar los

derechos fundamentales ante cualquier situación y de limitar a las mayorías para la aseguración

de los derechos de las otras personas. De este modo, la Constitución política del 91 representa

un pacto social que desechó un viejo contrato e instauró un nuevo Estado Civil bajo el

paradigma de un Estado Social de Derecho que vela por la sociedad, por la protección de

derechos fundamentales y por la realización de los mismos con la ayuda de un juez

constitucional, encargado de la protección a través de la acción de tutela (González, 2012). Este

nuevo panorama de Estado de Bienestar y de Estado Constitucional es el efecto directo de la

institución de un nuevo contrato, el cual busca proporcionar garantías mínimas y dispone de


mecanismos para proteger los derechos, que tiene como ideal la paz, prioriza al individuo y

prepondera el papel del juez como órgano tutelar de los derechos fundamentales en virtud de

la obtención de una justicia material.

Para concluir, es pertinente traer a colación el concepto de las “constituciones de papel”,

referidas a “meras concesiones o simples copias de las europeas, como aquellas con las que

cuentan muchos ordenamientos autoritarios o democracias frágiles” (Ferrajoli, 2008, p. 35).

Con base a ello, es posible afirmar que la Constitución de 1991 no es una constitución de papel,

de hecho, fue un pacto acertadamente fundado sobre la sociedad colombiana de la época; pues

la historia señala que no surgió espontáneamente, ni se trató de una adopción jurídica, sino que

fue la consecuencia de una reivindicación popular, impulsada por estudiantes, que reafirmó la

residencia de la voluntad constituyente en la soberanía. Además, esta Carta fue un consenso

legítimo y transformador, fundamentado a partir de principios de un Estado social de derecho,

tales como: la primacía del individuo, la sujeción de poderes, la garantía de un mínimo vital,

la protección de derechos sociales y, especialmente, sobre la disposición de normas para

mejorar progresivamente la sociedad.

Finalmente, es posible señalar que, en términos de Loewenstein, la Constitución de 1991 se

ha desenvuelto como una constitución nominal, normativa en el texto, pero deficiente en la

práctica. Según González “el nominalismo de las Constituciones es un fenómeno pasajero,

estrechamente vinculado a un proceso de desarrollo político” (1965, p. 95). Este proceso de

desarrollo puede relacionarse con una idea de constitución aspiracional, que tiene como

objetivo conseguir el progreso social. Es un tipo de constitución proyectada hacia el futuro y

que prescribe lo que se debe lograr progresivamente (García, 2003). Por tanto, en caso de que

se trastoquen los límites impuestos, se desconozca el principio de progresividad y se desborden


los poderes de las autoridades, la constitución nominal se transformará en semántica y se

retrocederá al Estado de naturaleza donde el Pacto resulta insuficiente.


Bibliografía

Alviar, H., Lemaitre J. & Perafán B., (2016). El origen de la Constitución de 1991: la reforma
institucional como respuesta a “la presente crisis”. En Lemaitre, J. (Coord.), Constitución y
Democracia en Movimiento. (pp. 5-21) Bogotá, Colombia: Ediciones Uniandes. Recuperado
de: https://basesbiblioteca.uexternado.edu.co:2116/product/constitucin-y-democracia-en-
movimiento

Dávila, S., (2013). Los cambios constitucionales de 1971 en Francia y de 1991 en Colombia.
Un análisis desde el punto de vista de la teoría de la revolución jurídica. Vniversitas. 62 (126)
pp. 123-163

Ferrajoli, L., (2008). La democracia constitucional. En Ferrajoli L. Democracia y garantismo.


(pp. 32- 35). España: Editorial Trotta.

García, M., (2013). Constitucionalismo aspiracional. Araucaria. Revista Iberoamericana de


Filosofía, Política y Humanidades. 15 (29), pp. 77-97

González Casanova, J. A., (1965). La idea de Constitución den Karl Loewenstein. Revista de
estudios políticos. (139), pp. 73-98. Recuperado de:
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2048127

González, R., (2012). Perspectiva contractualista del concepto Estado Social de Derecho y su
incidencia en el Estado colombiano. Analecta política. 2 (3), pp. 181- 200

Leiva Ramírez, E., Jiménez, W. & Meneses Quintana O. (2018). Los derechos fundamentales
de la Constitución Política de 1991 como resultado de un proceso constituyente deliberativo.
Revista Derecho del Estado, (42), 149-180. Recuperado de:
https://revistas.uexternado.edu.co/index.php/derest/article/view/5667

Llano Ángel, H., (2001). La carta del 91: ¿un consenso constitucional ficticio. Criterio
Jurídico, 1(5). Recuperado a partir de:
https://revistas.javerianacali.edu.co/index.php/criteriojuridico/article/view/240

También podría gustarte