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¿Quimera o realidad?
Por su parte, se afirma por algún sector de la doctrina que la acción pública se
estableció en el año mencionado por primera vez en el mundo[8]. Sin embargo,
manifiesta Miguel Malagón Pinzón, que contrario a esta idea, la acción pública
viene del derecho colonial español, en concreto del recurso de agravios, en donde
Colombia, heredero de la tradición hispánica, consagró la figura procesal de la
acción pública desde 1811, subsistiendo por los siglos hasta hoy en día.[9]
Para resolver la naturaleza del poder de reforma la Corte sostiene que todos los
poderes son poderes de derecho o sea constitucionalizado y nunca supra o meta
constitucional, ya que esta característica solo es propia del poder primario, por lo
que se concluye que el poder de reforma es un poder constituido y por
consiguiente limitado por la constitución.
Desde el año 1991 ha sido una constante que en el ejercicio ciudadano de la acción
de constitucionalidad, la Corte Constitucional profiera reiterativamente fallos
inhibitorios, desechando así las razones del juicio de inconstitucionalidad que
plantea el actor por diversas razones que, dada su reiteración jurisprudencial, se
han consolidado como verdaderas causales de improcedencia de la acción.
La discusión acerca de los poderes del juez constitucional se torna más compleja
cuando son los mismos jueces constitucionales los que limitan las libertades que el
pueblo ha conquistado y ha garantizado en el pacto social de convivencia que
implica el aceptar, la Constitución Política de un país, como la carta de navegación
para todos los órganos encargados de cumplirla y hacerla prevalecer, uno de ellos,
la Corte Constitucional.
Dicho estudio concluyó, que una de las causas del inhibicionismo, es que la Corte
Constitucional recogió y consolidó la línea de la otrora Corte Suprema de Justicia
cuando cumplía funciones como tribunal constitucional, en relación a las razones
que esgrimía el anterior Tribunal Constitucional para no conocer de fondo ciertos
asuntos. Esto se dio, a pesar de que la naciente Corte Constitucional de 1991
obedeció a postulados ideológicos encaminados a considerar este novísimo tribunal
como el encargado de vigilar y proteger la guardia y supremacía de la Constitución.
Sumado al hecho de que la práctica legislativa y judicial que se desarrolló en la
anterior Corte Suprema de Justicia, se desenvolvió en un Estado marcadamente
legalista, quien a través de la ley materializaba los derechos. Sin embargo y a
pesar del carácter demócrata y liberal en que se fundó la Carta de 1991 y la
constitucionalización que sufrió el derecho, fue la misma Corte quién retomó y
adoptó las consideraciones de la antigua Sala Constitucional, limitando
jurisprudencialmente y de manera progresiva el ejercicio de dicha acción.[15]
i) Los “cargos contra las disposiciones acusadas, lo que implica realizar un esfuerzo
por identificar de manera relativamente clara las normas constitucionales
violadas”[22];
ii) El “’contenido normativo de las disposiciones constitucionales que riñe con las
normas demandadas, es decir, manifestar qué elementos materiales del texto
constitucional son relevantes y resultan vulnerados por las disposiciones legales
que se impugnan”[23];
iii) Las razones por las cuales los textos normativos demandados violan la
Constitución (artículo 2 numeral 3 del Decreto 2067 de 1991), que sean para el
juez constitucional “claras, ciertas, específicas, pertinentes y suficientes” [24]
De esta manera, se puede concluir, que el amplio margen de acción que tiene la
Corte Constitucional para decidir acerca del fondo del juicio de constitucionalidad,
trunca el ejercicio democrático de la acción pública. La falta de reglas claras en su
ejercicio, aleja al ciudadano del común de las posibilidades de cuestionar los
abusos legislativos, consolidando la tesis de que este mecanismo es marcadamente
excluyente y elitista, tal y como se concibió en su creación a principios del siglo
XX, esto es, digno solamente de eruditos del derecho o verdaderos poderosos.
Para reforzar esta idea utilizo los argumentos del precitado profesor de la
Universidad Nacional de Rosario en Argentina Jorge Alejandro Amaya quien afirma:
Sin embargo, las posibilidades reales para que el ciudadano del común saque
avante sus pretensiones en la demanda de inconstitucionalidad ante la Corte
Constitucional, son tan regladas, que hacen del ejercicio de la acción pública de
inconstitucionalidad una verdadera quimera, que engalana el lenguaje forense con
el que se ha mantenido la sociedad colombiana, esto es, discutiendo derechos que
no puede ejercer.
Bibliografía [arriba]
Notas [arriba]